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3. Diferencias en los actos voluntarios

Se diferencian clásicamente los actos voluntarios elícitos, ejecutados por la


voluntad, de los imperados, debidos a una potencia distinta de la voluntad bajo su
dirección. Son ejemplos de los primeros el tener una intención, el consentir, aprobar o
decidir, mientras que son actos imperados el escuchar, mirar o atender. Otra distinción
es entre el voluntario directo o in se y el voluntario indirecto o in causa: lo primero es lo
que directamente o por sí mismo se quiere, mientras que lo segundo es lo que se sigue
como un cierto efecto de lo inmediatamente querido.

Los actos voluntarios internos o inmanentes son los que permanecen en el sujeto,
en tanto que los voluntarios externos dejan sus efectos fuera del sujeto. Es la diferencia,
por ejemplo, entre el decidir y el atender, por un lado, y el cortar o el quemar, por el
otro lado. Si bien los actos elícitos son siempre internos, los actos imperados pueden ser
tanto internos como externos. En otro sentido, lo voluntario actual se contrapone a lo
voluntario virtual, que es lo que se intenta a través de lo actualmente querido (como
contribuir al bien común en el ejercicio de los deberes ciudadanos), y a lo voluntario
habitual, formado a través de actos anteriores de querer y sin retractación posterior
(como la voluntad de seguir cierto trayecto porque la primera vez se encontró que era el
más corto). Lo involuntario es lo realizado externamente en contra del querer voluntario
o de modo forzado, a diferencia de lo no voluntario, como es un movimiento reflejo, en
lo que no toma parte la voluntad. Lo que usualmente se designa como "no querer" es
más bien un acto voluntario negativo o "querer que no" que un acto involuntario; el
"querer que no" como voluntario sin acto externo se diferencia del "querer no querer",
en que se renuncia al voluntario interno. De la aplicación de estas nociones abstractas al
ámbito del Derecho penal derivan buen número de cuestiones prácticas.

La voluntariedad comporta en todos estos casos algún género de autocontrol o


dominio del sujeto sobre sus movimientos corpóreos. Así se explica que la
voluntariedad vaya unida a la responsabilidad, tanto por los actos decididos (ya sea en
sentido positivo o en sentido negativo) como por los efectos de esos actos que han sido
previstos. De hecho, cuando empleamos la fómula "A hizo X voluntariamente"
queremos decir las más de las veces que A está en condiciones de responder de lo que
ha hecho: no se trataría propiamente de un enunciado, sino de una expresión adscriptiva.
G. Ryle restringió el uso de lo voluntario a las cuestiones de responsabilidad por las
acciones moralmente negativas. Pero, aun admitiendo que es éste uno de los empleos
más frecuentes del término, no es forzado ni mucho menos arbitrario entender como
voluntarias las acciones en las que no hay culpabilidad.
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Agnes Heller ha diferenciado entre la responsabilidad retrospectiva y las


responsabilidades prospectivas . La primera se asocia a las acciones singulares
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moralmente negativas ya realizadas y a las omisiones voluntarias también en singular,


en ambos casos tanto si se refieren a obligaciones incumplidas como a haber omitido
una acción meritoria. En cuanto a las responsabilidades prospectivas, son las que recaen
sobre alguien en vista de las situaciones particulares en que se encuentra o de los
cometidos especiales que le son encomendados, habiendo de enfrentarse desde ellas a lo
inesperado; por ejemplo, un capitán de un barco es responsable del estado de salud de la
tripulación debido a la alimentación que reciben, y en su caso no puede alegar
ignorancia.

El querer intencional puede tomarse en un doble sentido, ya como dirigido a su


objeto en tanto que acto volitivo (qelhsis), ya como dirigido a su acto por el rodeo de
querer el fin para cuya realización es preciso el acto voluntario al que se dirige
(proairhsis). Es la diferencia entre "quiero esto" y "elijo este acto para realizar tal fin".
En el segundo caso no basta con la volición de un bien, sino que ha debido seguirle la
pro-posición explícita por la voluntad de ese bien como fin, y la resolución posterior del
fin en los medios que comporta su realización. El querer el fin se prolonga en un querer
los medios como consecuencia del conocimiento de la estructura objetiva fin-medios.
Sólo se puede querer el fin como por efectuar si a la vez se quieren los medios —en
tanto que simples medios— con los que se lo alcanza. Por parte de la voluntad sólo se
exige para ello que permanezca en su adhesión inicial al objeto querido como fin. Es por
lo que la serie de los medios se presenta atraída por el fin, como un proceso no
meramente lineal, sino tal que tiene en el fin su foco de atracción, su fuente de unidad
estructural.

Las formas de déficit en la voluntariedad de las acciones son la abulia (de


boulhsis, deliberación) o precipitación en las decisiones por falta de deliberación, la
indecisión, consistente en un no llegar al momento resolutivo aun después de la
deliberación, y la inconstancia, subsiguiente a la decisión y que no llega hasta la
ejecución. Estas deficiencias en la voluntad son deficiencias éticas, ya que ha habido
una renuncia por parte de la voluntad a actuar con entera responsabilidad (es de advertir
que la responsabilidad no es sólo una nota psicológica de los actos voluntarios, sino
también una virtud moral, susceptible de crecimiento).

La dificultad para los actos decisorios tiene distintas raíces. Puede provenir de la
renuncia que trae consigo toda decisión, lo cual explica que los hombres disarmónicos,
de tendencias divergentes, encuentren costoso el acto de decidir, al no saber conciliar

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HELLER, A., Etica general, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1995, pp. 89-106.
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metas de tendencias contrapuestas. O bien, el temor al riesgo y a las nuevas


responsabilidades tiene el efecto de paralizar la inmediatez de la decisión. También un
estado de ánimo abatido debilita la voluntad, dificultando sus actos más propios. En la
formación del carácter moral se incluye la superación de estas proclividades
temperamentales.

4. Familias de conceptos

La voluntariedad es una de las condiciones necesarias, aunque no suficiente, para


internarse en el ámbito de la moralidad. Existen elecciones voluntarias que son
indiferentes en el orden moral: tal ocurre cuando uno elige en un momento dado entre
asistir al teatro o reunirse con unos amigos. Otras veces, en cambio, se plantea como un
deber tal o cual elección: son las acciones que denominamos moralmente relevantes; o
también, se pueden realizar las acciones comunes con mayor o menor sentido de
responsabilidad, en cuyo caso hablamos de consciencia o inconsciencia morales en su
realización. Los autores clásicos expresaban esta relación entre voluntad libre y
moralidad como subalternación de la Etica a la Psicología.

Entre los conceptos que acompañan a la voluntad moral el eje está en la intención
o voluntad del fin. La intención no se ve en la acción porque es lo que la unifica como
un todo en el curso de su realización temporal continuada. Responde a la pregunta: ¿qué
pretendo con esta actuación? Precisamente lo que evita la arbitrariedad en la intención
es su adecuación a lo que hago en presente. Según el ejemplo de Anscombe, los
fontaneros pueden pretender muchas cosas al accionar las bombas rotas (ganarse la
vida, corresponder a quienes les han dado el aviso, terminar pronto...), pero de lo que
que no cabe duda es de que su intención propia es reparar la avería. Por otro lado, de
entre la multitud de descripciones posibles de una acción, la intención propia es lo que
la reconoce en su unidad de acción intencional realizada por un agente, a diferencia de
las descripciones basadas sólo en la observación externa.

No obstante, la intención actual forma serie con otras intenciones subyacentes más
o menos remotas hasta llegar a respuestas como "lo que pretendo es atender a tales
necesidades", "cumplir con mi deber", "cultivar tales dotes"... Y análogamente a como
están presentes estas intenciones más generales o indeterminadas en el trasfondo de la
intención actual, también existen motivos latentes, en mayor o menor grado conscientes,
de los que toma su fuerza la intención explícita del momento. La diferencia más
significativa entre los motivos y las intenciones está en que aquéllos o son
retrospectivos (como la gratitud o la correspondencia) o resultan de una respuesta a
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cierto valor que se quiere realizar, mientras que las intenciones actuales apuntan
siempre a una realización futura determinada, con base en unos u otros motivos. Las
intenciones han empezado por ser proyectos antes de interpretar un curso de actuación
presente. Pero lo que tienen en común la intención y los motivos es que sólo cobran su
plena consistencia cuando se hacen conscientes para una libertad que los asume, en lo
cual se contraponen a la explicación causal. Dar razón de una acción no es ponerla en
relación con unos antecedentes causales, sino dar cuenta de las intenciones y motivos
que la hacen inteligible, ya sea para un agente singular o para un grupo humano.

Una de las características de la acción voluntaria es que está compuesta de un


modo no siempre explícito por ciertas etapas que hacen de ella un relato biográfico en
su agente. Entre el plan de conjunto primero y la ejecución singularizada en el mundo
externo se distiende la acción humana. A la intención motivada sigue como segunda
etapa la deliberación acerca de la idoneidad de los medios con que se cuenta. Deliberar
es tanto sopesar o ponderar la cualificación que en sí mismos tienen los medios como
confrontarlos con el fin al que se los ordena. Ambos aspectos no se pueden presentar al
margen de la actividad deliberadora del sujeto. Con la deliberación se entremezcla la
previsión de las consecuencias o efectos del actuar, cuya advertencia cualifica a la
acción como más o menos responsable. Aquí el momento biográfico no está en la
peculiar ilación establecida entre la acción-causa y sus efectos, sino en la valoración que
el agente hace de los efectos por referencia a algún criterio normativo.

La deliberación termina en el juicio conclusivo, que a su vez prepara la decisión


singular e irreductible. La decisión es, así, el punto de encuentro entre el análisis previo
y la síntesis en la que se apoya la ejecución. Decidir es no sólo decidirse (terminando
los procesos deliberativos), sino también decidirse a (iniciando la puesta en práctica). Si
la deliberación previa a la decisión compara entre sí ciertas nociones, la ejecución hacia
la que la decisión está ya vuelta enlaza los momentos reales efectivos de los que resulta
la acción en curso. Mientras la singularidad de la decisión expone de un modo práctico
la singularidad de cada sujeto, la singularidad de la ejecución se circunscribe con
arreglo a las circunstancias externas que le dan su oportunidad. Pero el sujeto vuelve
seguidamente sobre la acción que ha ejecutado cuando se la atribuye a sí mismo, de
modo que el momento subjetivo de la decisión no se pierda en el acto externo posterior,
sino que se recobre en unidad con el segundo en el estadio posterior de la imputación.
Visto desde el lado inverso, tampoco los resultados y consecuencias externos son ajenos
al agente que los ha llevado a efecto (como si se tratase de los miembros antecedente y
consecuente de una ley física, sólo vinculados ab extra), sino que en virtud del momento
final de la imputación puede reconcocer en ellos una huella de su propia decisión
singular. Merced a estas fases constitutivas de cada acción se hace posible articular
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también entre sí las distintas acciones como episodios de una única biografía (pueden
concordar en ciertos motivos, en ciertas condiciones externas de ejecución, puede
haberse desencadenado la una en razón de los efectos de otra...).

Los conceptos pertenecientes al área de la voluntad son todos ellos intencionales


(de "intendere", estar dirigidos a...), en tanto que contienen implícitamente, no como
una parte psicológica, sino como un correlato que los define, el término por el que se
especifican. Además de la Fenomenología, la Filosofía analítica del lenguaje ha puesto
también el acento en la imposibilidad de describir las voliciones sin hacer entrar los
objetos por los que se guían o los fines hacia los que tienden. Lo cual ha llevado a
descartar los conceptos causalistas para exponer la relaciones entre el querer y lo
querido.

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