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‘BRAINSTORMING’ Y POLÍTICA

Por:Antoni Gutiérrez-Rubí

17 diciembre 2021

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Durante años, la técnica grupal conocida como lluvia de ideas o brainstorming se ha
considerado una fórmula innovadora y eficaz para estimular la creatividad. Se
recurre a ella para contribuir a generar ideas y propuestas, pensadas fuera de la caja,
para abordar cuestiones muy diversas (un problema concreto, una estrategia, un
tema, una campaña…).

Pensar colectivamente, siguiendo unos pasos concretos, y compartir el mayor


número de ideas posible, de manera libre, abierta y sin filtros, parecía un recurso
efectivo que producía resultados interesantes y que se movía en la línea de valor
relacionada con la denominada inteligencia de las multitudes.

En los años ochenta y noventa esta técnica se puso en entredicho y varias decenas
de estudios fueron cuestionando la efectividad de esta herramienta, ideada en 1939
por el publicista estadounidense Alex Faickney Osborn. Y, en el 2010, el
estudio Productivity loss in brainstorming groups: A meta-analytic integration ponía el
foco en que la creatividad y productividad es menor cuando estas técnicas se
aplican en grupo que cuando las personas pensamos solas, a título individual.

Más de ochenta años después, esta herramienta sigue teniendo predicamento,


también, en la política. Muchas formaciones políticas y muchos equipos de líderes y
candidatos siguen atribuyéndole un buen camino para la innovación política. Pero
los problemas a los que la política democrática se enfrenta reclaman más que
conexiones creativas, estímulos conceptuales u ocurrencias sorprendentes. Se
necesita: estudio, análisis, propuesta. Método de deliberación, decisión y ejecución.
Y un proceso de innovación y creatividad fuertemente ligado a la data dura y los
elementos estructurales, sean geopolíticos, económicos o demográficos, por poner
algunos ejemplos.

En algunas reuniones de comunicación política, siempre hay alguien que, como si


creyera aportar la última moda en innovación, propone un brainstorming. Al final, esa
supuesta lluvia de ideas acaba siendo una llovizna insulsa, hueca, tópica y previsible
que permite la autosatisfacción e impide avanzar en la verdadera creatividad: la que,
a través del estudio y la investigación —individual y colectiva—, permite la
innovación. El resto solo son gotitas de falsa originalidad.

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