Está en la página 1de 214

LUX MUNDI JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS

78

BIOETICA
La fuente de la vida

SEGUNDA EDICIÓN

LA VIDA EN CRISTO

La ley del Espíritu que da vida en Cristo nos ha liberado de la ley del pecado y de
la muerte (cf. Rom 8, 2). Al aceptar por la fe al Mesías Jesús, pasamos de la
muerte a la vida (cf. 5, 24). El comportamiento de los seguidores del Señor pue
de definirse como una «vida nueva» que tiene a Cristo como maestro y modelo,
como consujeto y como premio. Esa es la clave de toda la moral cristiana.

I. Moral fundamental. La vida según el Espíritu


II. Moral religiosa. La vida ante Dios EDICIONES SÍGUEME
III. Moral de la sexualidad. La vida en el amor
IV Bioética. La fuente de la vida
SALAMANCA
V Moral social. La vida en comunidad 2007
A l Dr. Julián Benavente, médico, colega y amigo, CONTENIDO
con gratitud.

Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne m i P resen ta c ió n ........................... ............................................................. 9
sión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de B ib lio g ra fía y s i g l a s ........................................................................... 11
modo digno del hombre. Por tanto, la vida, desde su concepción,
ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado. I
Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 51. CUESTIONES INTRODUCTORIAS
1. L a d efe n sa de la v id a h u m a n a ................................................. 21
Con todo es m ejor vivir; 2. E sta tu to de la b io é tic a ................................................................ 45
que en los casos desiguales 3. M a n ip u la ció n de la v id a h u m a n a ........................................... 63
el mayor mal de los males 4. P ro b lem as éticos de la b io te cn o lo g ía ................................... 77
se sabe que es el morir.
M. de Cervantes, E l rufián dichoso. II
EL COMIENZO DE LA VIDA
Quien se embarca en la navecilla del respeto a la vida no es un 5. E sta tu to del e m b rió n h u m a n o ......................................... ....... 93
náufrago que va a la deriva, sino un viajero intrépido que sabe 6. R e p ro d u c ció n h u m a n a a s istid a .............................................. 113
adonde ir y mantiene firmemente el timón en la justa dirección.
7. L a clo n a c ió n h u m a n a ................................................................. 129
A lbert Schweitzer, La civilization et l ’éthique, 63-64. 8. C é lu la s m a d r e ................................................................................ 153
9. É tic a del ab o rto ............................................................................. 171

III
SALUD Y ENFERMEDAD
10. T rasp lan tes de ó rg an o s ............................................................ 203
11. D ro g a d ic ció n y é t i c a ................................................................. 225
Cubierta diseñada por Christian Hugo M artín 12. T ratam ien to de lo s en fe rm o s m e n t a l e s .............................. 247
13. É tic a d el tratam ie n to d el sid a ................................................ 267
© Ediciones Sígueme S.A.U., 2005
C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salam anca / España
IV
Tlf.: (+34) 923 218 203 - Fax: (+34) 923 270 563
e-mail: ediciones@ sigueme.es CUESTIONES ÉTICAS ANTE LA MUERTE
www.sigueme.es 14. E l su icid io an te la é tic a c r i s t i a n a ......................................... 289
15. L a t o r t u r a ....................................................................................... 307
ISBN: 978-84-301-1549-5
16. L a p e n a de m u e rte ..................................................................... 321
Depósito legal: S. 389-2007
Im preso en España / U nión Europea 17. E u ta n a sia y m u e rte d ig n a ....................................................... 347
Imprime: G ráficas Varona S.A. 18. T estam en to s v i t a l e s .................................................................... 381 -
Polígono El M ontalvo, Salamanca 2007 19. E c o lo g ía y e c o é t ic a .................................................................... 395
PRESENTACIÓN

Tú socorres a hombres y animales;


¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!,
los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente de la vida,
y tu luz nos hace ver la luz (Sal 36, 7-10).

L a v id a es percibida p o r el creyente com o el m ás precioso de los


dones que h a recibido y la m ás im prescindible de las tareas que han si
do con fiad as a su responsabilidad, tanto individual com o social.
L a cultura contem poránea h a convertido esa resp o n sab ilid ad en
u n a encrucijada de valores. L a técnica plan tea cad a d ía innum erables
cuestiones éticas sobre el cuidado de la vida. Son m uchas las ocasio
nes en las que la perso n a h u m an a se pregunta cóm o h a de program ar
esa tarea de adm inistración de la vida, tanto en su origen, com o en su
desarrollo o en su ocaso.
E l ser hum ano se siente responsable de su p ro p ia v id a y, aunque
con una cierta am bigüedad e insolidaridad, responsable tam bién de la
v id a de los dem ás.
L as cuestiones que la ética sectorial contem pla en to m o a la v id a
son hoy innum erables y urgentes. N o todas ellas han podido ser reco
gidas en esta obra. Tan sólo algunas de esas preguntas han podido re
cibir una atención elem ental en estas páginas, que obligadam ente han
de dejar abierto el cam ino p ara ulteriores reflexiones.
T ras u n tem a introductorio sobre la defensa de la v id a hum ana, co
m enzam os con unos tem as relativos al origen de la vida, seguidos por
algunos otros referidos a la en ferm ed ad y a la conservación de la sa
lud, y concluim os con otro blo q u e de tem as referidos a la m u erte hu
m ana y a la ecología. E l cam po es m uy am plio y el abanico pudiera
abrirse m ucho m ás, pero esta selección puede ayudar a pensar u n a m e
todología m oral que, sin duda, puede ser aplicada a otras m uchas cues
tiones de palpitante actualidad.
L as que aquí se recogen reciben su inspiración de la oración del
piadoso israelita (Sal 36, 10) que confiesa a D ios com o «fuente de la
vida». E videntem ente tam poco la fe cristiana pued e prescindir de es
tas cuestiones. C reer en un D ios C reador y am igo de la vida, creer en
10 Presentación

el Cristo resucitado y creer en el E spíritu, que es «Señor y d ador de vi BIBLIOGRAFÍA Y SIGLAS


da», im p lica u n a actitud positiva y responsable ante la v id a hum ana,
con independencia de sus calificaciones adjetivales.
L a vida «biológica» es un don y u n a tarea que suscitan nuestra gra
titud y nuestra responsabilidad. Pero nuestra vida «biográfica» ha sido
definitivam ente m arcad a po r el acontecim iento histórico de Jesús de
N azaret. L os que hem os sido llam ados a seguirlo, com o C am ino, Ver
dad y V ida, som os conscientes de la novedad de «la v ida en Cristo».
A dem ás de los valores éticos que la fe nos ha ayudado a descubrir, la
presencia del Señor resucitado entre nosotros nos ayuda a vivir «según
el E spíritu» el respeto a la v ida hum ana. 1. Diccionarios
L as siguientes páginas deben su im pulso y aliento a m uchas p er
sonas e instituciones. E n prim er lugar, a la C asa de salud «N uestra Se A tkinson, D. J.-Field, D. F.-Holmes, A .-O ’Donovan, O. (eds.), New Dic-
tionnary o f Christian Ethics and Pastoral Theology, Downers Grove-
ñora de la M erced», en R om a, donde em pecé a encontrarm e con el
Leicester 1995.
m undo de la en ferm ed ad y de la asisten cia sanitaria. R ecuerdo con
Canto-Sperber, M. (dir.), Dictionnaire d ’éthique et de philosophie mora-
gratitud a M ons. D ino J. L orenzetti, que m e facilitó colaborar en aque le, París 1996 (versión cast.: Diccionario de ética y de fd o so fía moral,
lla inm ensa ciudad hospitalaria que es el Roswell Park M em orial Ins- Buenos Aires 2001, 2 vols.).
titute, de B uffalo, N.Y., donde se debatían ya los problem as éticos de Chadwick, R. (ed.), Encyclopedia o f Applied Ethics (4 vols.), San Diego-
la m edicina y de la investigación actuales. Q uiero evocar tam bién con London 1998, 4 vols.
agradecim iento los encuentros con el P. Javier Gafo SJ y con los profe Citterio, F. (ed.), Dizionario di Dottrina Sociale della Chiesa, Milano 2004.
sores D iego G racia y Juan R am ón L acadena. Consejo pontificio para la familia, Lexicón. Términos ambiguos y discuti
N o puedo olvidar los m uchos años de colaboración con el C om i dos sobre fam ilia, vida y cuestiones éticas, M adrid 2004.
Di Berardino, A. (ed.), D iccionario patristico y de la antigüedad cristia
té episcopal p ara la defensa de la v id a ni a los m uchos alu m n o s que
na (2 vols.), Salamanca 21998.
m e han ayudado a repensar estos problem as, tanto en la U niversidad
Brugués, J. L., Dictionnaire de morale catholique, Chambray 1991.
P o n tificia de Salam anca, com o en la P ontificia U niversidad C atólica
Com pagnoni, F-Piana, G.-Privitera, S.-Vidal, M., Nuevo diccionario de
de Chile y en el Instituto C atólico de París. Por últim o, deseo expre teología moral, M adrid 1992.
sar m i reconocim iento a la asociación «S alus In firm o ru m » , que m e Duncan, A. S., Dictionary o f M edical Ethics, London 1977.
ha facilitado la participación en num erosos congresos internacionales H órmann, K., D iccionario de moral cristiana, Barcelona 1975.
en los que se debatían los m ás difíciles dilem as de la bioética. M i g ra Hottois, G.-Parizeau, M. H., Les mots de la bioéthique, Bruxelles 1993.
titud hacia todos ellos m e im pele a suplicarles que sigan co rrig ién d o Lacaldano, E., Dizionario di bioética, Roma-Bari 2002.
m e los errores que, a p esar de ellos, todavía se m e h an escap ad o en Leone, S.-S. Privitera, Nuovo dizionario di bioética, Roma-Acireale 2004.
estas páginas. Navarro-Beltrán, E. (ed.), Diccionario terminológico de ciencias médicas,
Barcelona 131992.
Reich, W. T., Encyclopedia o f Bioethics, New York 21995.
Rossi, L.-Valsecchi, A., Diccionario enciclopédico de teología moral, Ma
d r id 31978.
Rotter, H.-Virt, G. (eds.), Nuevo diccionario de moral cristiana, Barcelo
na 1993.
Russo, G., Enciclopedia di bioética e sessuologia, Torino 2004.
Simón Vázquez, C. (dir.), D iccionario de Bioética, Burgos 2006.
Tettamanzi, D., Dizionario di bioética, Casale M onferrato 2002.
Vidal, M., Diccionario de ética teológica, Estella 1991.
-(ed .), Conceptos fundam enales de ética teológica, M adrid 1992.
2. M anuales Peshke, K. H., Etica cristiana. Teología morale alia luce del Vaticano I I (2
vols.), Rom a 1985-1986.
Aramini, M., Introduzione alia Bioética, M ilano 2001. Polaino Lorente, A. (ed.), M anual de bioética general, M adrid 1993.
-Bioética. M anuale semplice p e r tutti, Casale M onferrato 2003. Romano, C.-Grassani, G., Bioética, Tormo 1995.
Archer, L.-Biscaia, J.-Osswald, W. (eds.), Bioética, Lisboa-Sao Paulo 1996. Russo, G., Bioética. M anuale p e r teologi, Roma 2005.
Beauchamp, G. H.-M cCullough, L. B., Ética médica, Barcelona 1987. Sánchez García, U., La opción del cristiano III. Humanizar el mundo, M a
Beauchamp, T. L.-Childress, J. F., Principies o f Biom edicál Ethics, New drid 1984.
Y ork41994. Sgreccia, E., Manuale di bioética, Milano 21994.
Blázquez, N., Bioética fundam ental, M adrid 1996. Sgreccia, E.-Spagnolo, A. G.-di Pietro, M. L. (eds.), Bioética. M anuale
Boladeras, M., Bioética, Madrid 1998. p e r i D iplom i universitari della sanitá, Milano 2002.
Ciccone, L., Bioética. Storia, principi, questioni, Milano 2003. Tettamanzi, D., Bioética. Difendere le frontiere della vita, Casale M onfe
Compagnoni, F. (ed.), Etica della vita, M ilano 1996. rrato 31996.
Couceiro, A. (ed.), Bioética para clínicos, M adrid 1999. -N uova bioética cristiana, Casale M onferrato 2000.
Cuyás i Matas, Cuestiones de bioética, M adrid 1997. Tomás Garrido, G. M. (ed.), M anual de bioética, Barcelona 2001.
Davanzo, G., Etica sanitaria, M ilano 71987. Trevijano, M., ¿Qué es la bioética?, Salamanca 1998.
Di Meo, A.-Mancina, C. (ed.), Bioética, Roma-Bari 1989. Vidal, M., M oral de actitudes II/1. M oral de la persona y bioética teo
Elizari Basterra, F. J., Bioética, M adrid 1991. lógica, M adrid 81991.
Elizari Basterra, F. J.-López Azpitarte, E.-Rincón, R., Praxis cristiana II. -Bioética. Estudios de bioética racional, M adrid 1989.
Opción p o r la vida y el amor, M adrid 1981.
Engelhardt, H. T., M anuale di bioética, Milano 1991.
Ferranti, G.-Maffettone, S. (ed.), Introduzione alia bioética, Napoli 1992. 3. Obras generales
Gafo, J., Bioética teológica, Madrid-Bilbao 2003.
Goffi, T.-Piana, G. (eds.), Corso di M orale 2. Diakonia. Etica della p e r Abel, F.-Bone, E.-Harvey, J. C. (eds.), La vida humana: origen y desarro
sona, Brescia 1990. llo. Reflexiones bioéticas de científicos y moralistas, M adrid-Barcelo-
Gracia Guillén, D., Fundamentos de bioética, Madrid 1989. na 1989.
-Introducción a la bioética, Bogotá 1991. Agazzi, E., Bioética e persona, M ilano 1993.
Háring, B., La ley de Cristo III. Nuestra respuesta al universal dominio de Alburquerque, E., Bioética. Una apuesta p o r la vida, M adrid 1992.
Dios, B arcelona71973. Bausola, A. (ed.), II valore della vita, Milano 1987.
—Libertad y fidelidad en Cristo. Teología moral para sacerdotes y seglares Bellino, F. (ed.), Trattato di bioética, Barí 1992.
III. Responsabilidad del hombre ante la vida, Barcelona 1983. Biagi, L.-Pegoraro, R. (eds.), Religioni e bioética. Un confronto sugli in-
Hertz, A.-Korff, W.-Rendtorff, T.-Ringeling, H. (eds.), Handbuch der izi della vita, Padova 1997
Christlichen E thik 2. Problemenfelder ethischen Handelns, Freiburg- Blázquez-Ruiz, F. J. (dir.), 10 palabras claves en nueva genética, Estella
Basel-W ien 1993. 1006.
Hortelano, A., Problemas actuales de moral II. La violencia, el am or y la Bompiani, A., Bioética. Dalla p arte dei deboli, Bologna 1995.
sexualidad, Salamanca 31990. -(ed.), Bioética in medicina, Rom a 1996.
Leone, S., La prospettiva teologica in bioética, Acireale 2002. Burley, J.-Harris, J. (eds.), A Companion to Genetics, O xford 2004.
López Azpitarte, E., Ética y vida. Desafíos actuales, M adrid 1990. Carroll, D., Living with D ying, N ew York 1991.
McCarthy, D. G.-Bayer, E. J., Handbook on Critical Life Issues, Saint Louis Casado, M. (ed.), Bioética, derecho y sociedad, M adrid 1998.
MO 1982. Chieffi, L. (ed.), Bioética e diritti d e ll’uomo, Tormo 2000.
Melina, L., Corso di Bioética. II Vangelo della vita, Casale M onferrato Conferenza episcopale lombarda, Nascere e moriré oggi, Milano 1995.
1996 D ’Agostino, F. Bioética nella prospettiva della filo so fía del diritto, Tormo
M ieth, D., Che cosa vogliam opotere? Etica n e ll’época della biotecnica, 1998.
Brescia 2003. Dalla Torre, G., Bioética e diritto, Tormo 1993.
Mifsud, T., M oral de discernimiento II. E l respeto p o r la vida humana. Devine, R. J., Good Care, Painful Chices. M edical Ethics fo r Ordinary Peo-
Bioética, Santiago de Chile 21987. pie, M ahwah N J 1996.
Di Pietro, M. L.-Sgreccia, E. (eds.), Interrogativi p e r la bioética, Brescia Leone, S.-Seroni, G. (eds.), Persona e salute, Palermo 1996.
1998. Lockwood, M., Moral Dilemmas in Modern M edicine, Oxford 1985.
-Procreazione assistita e fecondazione artificíale, Brescia 1999. Lucas, R. (ed.), Comentario interdisciplinar a la «Evangelium vitae», M a
Diñé, L., Vivre la morí, Paris 1988. drid 1996.
Drane, J. F., Clinical Bioethics, Kansas City MO 1994. Mahoney, J., Bioethics a n d B e lie f London 1988.
Engelhardt, H. T., Los fundam entos de la bioética, Barcelona 1995. M ariani, A., Bioética e teología morale, Cittá del Vaticano 2003.
Ferrer, J. J.-Martínez, J. L. (eds.), Bioética: Un diálogo plural. Homenaje —Bioética e Teología Morale. Fondam entiper un ’etica della vita, Cittá del
a Javier Gafo Fernández SJ, M adrid 2002. Vaticano 2003.
Ferrer, J. J.-Álvarez, J. C., Para fundam entar la bioética, Madrid-Bilbao May, W. E., Catholic Bioethics and the Gift o f H uman Life, Huntington IN
2003. 2000 .
Fulford, K. W. M. (ed.), Medicine and Moral Reasoning, Cambridge 1994. McCarthy, D. G.-Moraczewsky, A. S., Moral Responsability in Prolonging
Gafo, J. (ed.), D ilemas éticos de la medicina actual, M adrid 1986. Life Decissions, Saint Louis MO 1981.
-(ed .), Fundamentación de la bioética y manipulación genética, M adrid M cCormick, R. A., Health and M edicine in the Catholic Tradition, New
1988. York 1984.
- Problemas éticos de la manipulación genética, Madrid 1992. Monge, M. A. (ed.), M edicina pastoral, Pamplona 42004.
-(ed.), La deficiencia mental. Aspectos médicos, humanos, legales y éti Moraczewsky, A. S., Genetic Medicine andEngineering, Saint Louis 1983.
cos, M adrid 1992. Nelson, J. R., On the N ew Frontiers o f Genetics and Religión, Grand R a
- 10palabras clave en bioética, Estella 1993. pids MI 1994.
-(ed.), Ética y biotecnología, M adrid 1993. Nuland, Sh. B., Come moriamo. Riflessioni sull ’ultimo capitolo della vita,
-(ed.), Trasplantes de órganos: problemas técnicos, éticos y legales, M a Milano 1994.
drid 1996. O ’Rourke, K. D.-Boyle, Ph., M edical Ethics. Sources o f Catholic Tea-
-(ed.), Procreación humana asistida: aspectos técnicos, éticos y legales chings, Saint Louis MO 1989.
Madrid 1998. Padovese, L., La vita umana. Lineamenti di etica cristiana, Tormo 1996.
-(ed.), Bioética y religiones: el fin a l de la vida, Madrid 2000. Perico, G., Problemi di etica sanitaria, Milano 21992.
Goetz, H. W., Life in the M iddle Ages, Notre Dame 1993. Petrini, C., Bioética, ambiente, rischio, Roma 2002.
González Quintana, C., D os siglos de lucha p o r la vida: X11I-XIV. Una Picozzi, M.-Tavani, M .-Cattorini, P., Verso una professionalizzazione del
contribución a la historia de la bioética, Salamanca 1995. bioeticista, Milano 2003.
Grisolía, S. (ed.), Biología, desarrollo científico y ética, Valencia 1986. Post, S. G., Inquines in Bioethics, Washington 1993.
Gustafson, J., The M ystery o f Death. A Catholic Perspective, Dubuque IA Privitera, S., Narrare la vita alia generazione presente p e r le generazioni
1994. future, Acireale 1995.
Háring, B., Moral y medicina, M adrid 21973. -B ioética mediterránea e nordeuropea, Acireale 1996.
- Ética de la manipulación, Barcelona 1978. -L a questione bioética nella cittá oggi, San Cataldo, Caltanisetta 1998.
Kearon, K., M edical Ethics. An Introduction, Mystic CT 1995. Rahner, K., Ética y medicina, Madrid 1972.
Kieffer, G. H., Bioética, Madrid 1983. Reyes, M. de los-Sarabia, J. (eds.), La bioética en la encrucijada, Madrid
Kuhse, H.-Singer, P. (eds.), A Companion to Bioethics, Oxford 2001. 1997.
-Bioethics. AnA nthology, Oxford 2001. Rodotá, S. (ed.), Questioni di bioética, Roma-Bari 1993.
Lacadena, J. R., Genética y bioética, Madrid-Bilbao 2002. Russo, G., Educare alia bioética, Roma 1994.
Lammers, S. E.-Verhey, A. On M oral Medicine. Theological Perspectives Sarmiento, A.-Ruiz-Pérez, G.-Martín, J., Ética y genética, Pamplona 1993.
in M edical Ethics, Grand Rapids MI 1987. Scola, A. (ed.), Quale vita? La bioética in questione, Milano 1998.
Lammers, S. E.-Verhey, A. (eds.), Theological Voices in M edical Ethics, Sgreccia, E.-Mele, V.-Miranda, G. (eds.), Le radici della bioética, Milano
Grand Rapids MI 1993. 1998, 2 vols.
Leone, S., Lineam enti di bioética, Palerm o 1992. Sgreccia, E.-Sacchini, E., Evangelium vitae e bioética. Un approccio in-
-E tica, M ilano 1993. terdisciplinare, Milano 1996.
-Bioética, fe d e e cultura, Acireale 1996. Shannon, Th. A., Bioethics. Basic Writings on the Key Ethical Questions,
-U n ’etica p e r l ’azienda sanitaria, Acireale 1997. M ahw ahN J 1987.
Solter, D., Embryo Research in Pluralistic Europe, Berlin-Heidelberg LE Encíclica Laborem exercens
2003. LG Constitución Lumen gentium
Spinsanti, S. (ed.), Documenti di deontologia e etica medica, Milano-To- OT Decreto Optatam totius
rino 1985. RH Encíclica Redemptor hominis
-Nascere, amare, moriré. Etica della vita efam iglia, oggi, Torino 1989. RMi Encíclica Redemptoris missio
-E tica bio-medica, M ilano-Torino31992. SRS Encíclica Sollicitudo rei socialis
Tettamanzi, D., Chiesa e bioética, Milano 1988. VhL Instruc. del Episc. Esp. La Verdad os hará libres
Thévenot, X. La bioéthique. D ebut et fin de la vie, Paris 1989. VS Encíclica Veritatis splendor
Turoldo, F., Bioética e reciprocitá, Rom a 2003.
Varios, La manipulación del hombre, Salamanca 1979.
Vendemiati, A., La specificitá bio-etica, Soveria M annelli 2002. Revistas y diccionarios
Vico Peinado, J., E l comienzo de la vida humana. Bioética teológica, San
tiago de Chile 1991. AAS Acta Apostolicae Sedis
Vidal, M., El evangelio de la vida. Hacia una cultura ética de la vida, M a AnRealAcadFarm Anales de la Real Academia de Farmacia
drid 1996. BAC Biblioteca de Autores Cristianos
Wakefield, J. C., A rtful Childmaking, Saint Louis MO 1978. BOCEE Boletín oficial de la Conferencia episcopal española
Westley, D., When i t ’s Right to Die. Conflicting Voices, D ifficult Choices, BOE Boletín Oficial del Estado (España)
Mystic CT 1995. CathMedQ Catholic M edical Quarterly
Wills, Ch., La sfida della genetica. Verso un nuovo corso evolutivo, M ila CFET Conceptos fundam entales de ética teológica
no 1992. CFT Conceptos Fundamentales de Teología
Wolf, S. M. (ed.), Feminism and Bioethics. Beyond Reproduction, New CivCat La Civiltá Cattolica
York 1996. Compost Compostelanum
CSEL Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum
CuBio Cuadernos de Bioética
D Denzinger, E ., E l magisterio de la Iglesia
DB Diccionario de Bioética
DBS Dictionnaire de la Bible Supplément
SIGLAS Y ABREVIATURAS DCT Diccionario de Conceptos Teológicos
DDSC Dizzionario di Dottrina Sociale della Chiesa
DET Diccionario de Etica Teológica
DETM Diccionario Enciclopédico de teología moral
Documentos DMC Dictionnaire de Morale Catholique
DMC Diccionario de M oral Cristiana
CA Encíclica Centesimus annus DPAC Diccionario Patrístico y de la A ntigüedad Cristiana
CEC Catecismo de la Iglesia católica DRM D iscorsi e Radiomessaggi di Pió X II
ChL Exhortación Christifideles laici DS Denzinger-Schónmetzer, Enchiridion symbolorum
CIC Código de Derecho Canónico DSoc Diccionario de Sociología
DCE Encíclica D eus caritas est DSp Dictionnaire de Spiritualité
DVi Encíclica Dominum et Vivificantem DTC Dictionnaire de Théologie Catholique
EAm Exhortación Postsinodal Ecclesia in America DTCM Diccionario terminológico de Ciencias Médicas
GE Declaración Gravissimum educationis EAE Encyclopedia o f Applied Ethics
GS Constitución pastoral Gaudium et spes EB Encyclopedia o f Bioethics
HV Encíclica Humanae vitae EBS Enciclopedia di Bioética e Sessuologia
EV Encíclica Evangelium vitae EC Enciclopedia Cattolica
FC Exhortación Familiaris consortio ETL Ephemerides Theologicae Lovanienses
EVAT Enchiridion Vaticanum
GER Gran Enciclopedia Rialp
HastingsCRep The Hastings Center Report
JAMA Journal o f American M edical Association
JMedEthics Journal o f M edical Ethics
JMedPhil Journal o f M edicine and Philosophie
JRelEthics Journal o f Religious Ethics
JRelThought Journal o f Religious Thought
KInstEthJ
Laurent
Kennedy Institute o f Ethics Journal
Laurentianum
CUESTIONES INTRODUCTORIAS
LinacreQ The Linacre Quarterly
L’OR UOsservatore Romano
LuV Lumiére et Vie
MedHomme M édecine de l ’Homme
MedMor M edicina e Morale
MiscComillas Miscelánea Comillas
Mor Moralia
NDB Nuovo Dizzionario di Bioética
NDCEPTh New Dictionnary o f Christian Ethics and Pastoral
Theology
NDCS The New Dictionary o f Catholic Spirituality
NDCST The New Dictionary o f Catholic Social Thought
NDMC Nuevo Diccionario de Moral cristiana
NDTM Nuevo Diccionario de Teología M oral
NJBC The New Jerome Biblical Commentary
NRT Nouvelle Revue Théologique
Period Periódica de Re M orali Canónica et Litúrgica
PG Migne, Patrología Graeca
PL Migne, Patrología Latina
PSFU Problemi di Sessualitá e Feconditá Umana
RazFe Razón y Fe
REB Revista Eclesiástica Brasileira
REspDerCan Revista Española de Derecho Canónico
RTMor Rivista di Teología Morale
SalTer Sal Terrae
SCh Sources Chrétiennes
SelTeo Selecciones de Teología
SM Sacramentum mundi
S.T h. Summa Theologica
StiZt Stimmen der Zeit
StLg Studium Legionense
StMor Studia Moralia
Sup Le Supplément
TS Theological Studies
LA DEFENSA DE LA VIDA HUMANA

Bibliografía: A. Bausola (ed.), II valore della vita, Milano 1987; N. Blázquez,


Bioética fundamental, Madrid 1996; F. Compagnoni, Vita, en NDB 1261-1268;
F. J. Elizari Basterra, Bioética, Madrid 1991; E. López Azpitarte, Éticayvida.
Desafíos actuales, Madrid 1990; T. Mifsud, Moral de discernimiento II. El res
peto por la vida humana. Bioética, Santiago de Chile21987; L. Padovese, La vi
ta humana, Milano 1996; A. Polaino Lorente (ed.), Manual de bioética general,
Madrid 1993; E. Sgreccia, Manuale di bioética. Milano21994; M. Vidal, Moral
de actitudes II/l. Moral de la persona y bioética teológica, M adrid81991; Id.,
Bioética. Estudios de bioética racional, Madrid 1989; Id., El evangelio de la vi
da. Hacia una cultura ética de la vida, Madrid 1996.

U n río de sangre atraviesa la historia hum ana. Todas las culturas han
tenido la buena precaución de prohibir el asesinato. Y, sin em bargo, en
cada m om ento de su avance histórico se han visto obligadas a repetirse
a sí m ism as el m andam iento, al tiem po que lloraban a sus muertos.
El problem a no ha estado en la falta de p rescripciones m orales y
legales, sino en el alcance de las m ism as. Todas las cu ltu ras h an p ro
hibido m atar a la person a hum ana. L as d ificu ltad es v ien en u n poco
m ás tarde, a la hora de determ inar «quiénes» son personas hum anas o,
en un p lano u n poco m ás abstracto, «qué» es lo que constituye a la
persona hum ana, cuya vida h a de ser respetada.
U nas veces, h a sido el sexo lo que h a determ inado la diferencia,
con lo cual era m enos delito elim inar a las m ujeres, o a los varones.
Pero, en otras ocasiones, el criterio h a sido m arcado p o r la situación de
esclavitud o libertad, de ciu d ad an ía o extranjería, de raza, religión o
afiliación política. En este últim o criterio parece que nos hem os dete
nido. Y ahí estam os todavía. O tal vez estem os en el criterio del tam a
ño y la p roductividad para d ecidir quién es u n a persona. Por ahí se
acercan el genocidio y el terrorism o, el aborto y la eutanasia.
En nuestro siglo, la co nciencia individual y social sigue conside
rando la vida hum ana com o un valor sagrado e intangible. Pero este va-
lor sufre un a especie de «eclipse», de m odo que se puede constatar la era tan «otro» com o parecía; se trataba de defender la propia sangre y
presencia de una «cultura de la m uerte». Se ha llegado a hablar de un a el propio clan. Sólo len tam en te se iría descubriendo que cualquier
especie de «conju ra contra la vida». E sta situación de crisis se m ani «otro», p o r m uy lejano que fuese, era en realidad u n herm ano3.
fiesta no solam ente en el desprecio a la vida hum ana, sino tam bién en E n este punto están plenam ente de acuerdo el judaism o y el cristia
la aceptación de prácticas que con el pretexto del progreso científico o nism o: el ser hum ano ha sido creado «a im agen y sem ejanza de D ios»
m édico, reducen en realidad la vida hum ana a sim ple «m aterial bioló (G n 1, 26), com o fruto de la atención m inuciosa y deliberada de D ios
gico» del que se puede disponer librem ente. Por otra parte, se h a ido (G n 2, I f . L a vida hum ana brota del soplo divino; del «espíritu» m is
difundiendo una m entalidad eugenésica que lleva a acoger la vida hu m o de D ios. Su aliento m antiene el aliento hum ano. Pero tam bién está
m ana sólo en determ inadas condiciones, y a rechazar la lim itación, la de acuerdo el islam. El C orán presenta con una cierta gracia la am istad
m inusvalidez, la e n fe rm e d ad o bien lleva a negar los cuidados m ás y hasta la com plicidad de D ios con A dán, a quien decide crear, a pesar
elem entales a los niños nacidos con deficiencias, a legitim ar el abor de las reticencias de los ángeles contra ese nuevo ser que prevén h a de
to y el infanticidio, o bien a u n a actitud eutanásica ante enferm os in extender la corrupción y derram ará la sangre de sus herm anos (sura 2,
curables y m oribundos, cuyo sufrim iento se ha convertido en el m al 28-32). Por otra parte, el C orán recuerda a todas las gentes que todas
por excelencia que hay que elim inar a toda costa1. ellas han sido creadas a partir de un solo hom bre y una sola m ujer con
Las causas de esta crisis cultural son numerosas: un enfoque positi el fin de que todos los seres hum anos se reconozcan en la fraternidad
vista de la existencia hum ana, hedonism o egoísta y utilitarism o, una a través de los pueblos y las tribus (sura 49, 13).
com prensión de la libertad desde la clave de una subjetividad exaspera L as tres grandes religiones abom inan del cainism o fratricida (G n
da y aun desde el interés, un cierto prom eteísm o en el hom bre contem 4, 8; 1 Jn 3, 12; sura 5, 33). L a B iblia recuerda oportunam ente que el
poráneo que juega a ser Dios, y, en consecuencia, el eclipse del sentido m ism o D ios, que no aprueba el asesinato de A bel, pone una señal so
de Dios, am én del eclipse sobre el sentido del hombre y de su dignidad2. b re C aín p ara defender su v id a de posibles venganzas tribales (G n 4,
M as para contradecir este diagnóstico, que pone en el secularism o 15). Ese es uno de los num erosos gestos que se encuentran en la B iblia
la raíz de las m odernas am enazas contra la vida hum ana, el cinism o de o rientados hacia la condena de la venganza de sangre5.
la historia no deja de atribuir a las religiones la culpa de un ancestral Las tres grandes religiones se rem iten a A brahán com o padre y m o
desprecio a la vida. E s fácil achacar a la religión la raíz de todos los de delo de la fe. U na fe que es acogida al extraño, aun antes de conocer su
sastres, ya se sabe. Siem pre es m ás elegante em prender una «cruzada» identidad. U na fe que es hospitalidad y teofanía a la vez (G n 18). «Con
en nom bre de una «fe» que en nom bre de los «intereses nacionalistas». la hospitalidad, algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles», com enta la
Así pues, será preciso com enzar recorriendo las páginas de las E s C arta a los hebreos (13, 2). P ara A brahán la vida es un don gratuito y
crituras para ver el puesto que en ellas ocupa el valor de la vida hum a ya inseparable, sorprendente y hasta festivo, a ju z g ar por la risa de Sa
na y su correlativa defensa ante las am enazas que sobre ella se ciernen. ra (G n 18, 12). Pero la vida es tam bién p ara él responsabilidad y com
prom iso, com o nos m uestran los relatos etiológicos que evocan tanto el
nacim iento de Ism ael com o la p rotección que D ios dispensa a su vida
1. La defensa de la vida en la E scritura en m edio de los peligros del desierto (G n 16; 21, 9-21).

3. L. Dütr, Die Wertung des Lebens im AT und in Alten Orient, Münster 1926; M.
a) E l p recepto «No matarás» L. Henry, ‘Tod ’und ‘Leben Unheil und Heil ais Funktionen des richtenden und retten-
den Gottes im AT, en Leben angesichts des Todes, Tiibingen 1968, 1-26.
L as páginas de la E scritura están recorridas por la preocupación de 4. Cf. el discurso que Juan Pablo II dirigió al Consejo central de los judíos (Berlín
defender la vida hum ana, siem pre am enazada. Posiblem ente, en épo 23.6.1996), en el que recuerda que el cristianismo comparte con el pueblo judío la fe en
el Dios creador del mundo y que el hombre fue creado a imagen de Dios: «Esta seme
cas m uy prim itivas se prohibía m atar al «otro», porque en realidad no janza con Dios es el fundamento de la dignidad inviolable del hombre y de los derechos
que derivan de ella. El respeto a Dios y la dignidad del hombre están estrechamente re
1. Cf. Juan Pablo II, Evangelium vitae (25.3.1995), 12.17. lacionados»: L’ORed. esp. 28/27 (5.7.1996) 10.
2. Cf. Ibid., 18.19; G. Cothier, Raíces filosóficas de la mentalidad contraria a la 5. R. J. Clifford-R. E. Murphy, Génesis, en NJBC, Englewood Cliffs NJ 1990, 13;
vida: L’O Red. esp. 28/17 (26.4.1996) 12. cf. G. Bof, Al principio d ell’essere umano, Acireale 1994.
Pero es especialm en te el relato del sacrificio de Isaac el que ha sión sobre el valor de la v id a hum ana (2 M ac 7 ,2 7 -2 9 ). Tal convicción
evocado siem pre p ara las tres religiones el m om ento m ás im portante encuentra un eco entusiasta en las palabras del ú ltim o de sus hijos, que
del descubrim iento de la dig n id ad de la v id a hum ana. D iversos p ue se apresta a afrontar la m uerte m ientras m an ifiesta su fe en el D ios de
blos, tanto en C anaán com o en las colonias fenicias del no rte de Á fri la v id a (2 M ac 7, 30-38)9.
ca, ofrecían a los dioses la v id a de sus prim ogénitos p ara im p lo rar la
fecundidad. T am bién Israel ha practicado ese rito en épocas de crisis b) «Libra a los que son llevados a la m uerte»
en el intento de conjurar la ira de D ios (2 R e 16, 3; M i 6, 7).
A brahán, y con él todos los creyentes en el D ios de la vida, habrán Si estas intuiciones sobre el valor originario de la vida hum ana en
de ir descubriendo que el D ios que lo conduce y protege no desea el sa contram os en el Pentateuco, podem os com probar que a igual profundi
crificio de las vidas hum anas, sino que se contenta con los signos que dad han ido llegando, entre tanto, los profetas, los orantes y los sabios.
indican la entrega de la voluntad (G n 22). Israel habrá de reconocer que Ya A m os apostrofaba a las tribus am m onitas p o r el crim en de «h a
las vidas de los prim ogénitos pertenecen a D ios (E x 1 3 ,1 1 -1 6 ; 3 4 ,1 9 - b er reventado a las m u jeres encintas de G alaad, co n el fin de en san
20), pero «redim irá» esas vidas m ediante un a ofrenda sustitutoria6. Y, ch ar su propio territorio» (A m 1, 13). Sin p reten d er establecer u n a
sobre todo, habrá de com prender que el auténtico sacrificio consiste en d o ctrin a científica, los p ro fetas subrayan la con tin u id ad de la p ro tec
la búsqueda de la ju sticia y la oferta de la m isericordia, com o recorda ción de D ios. A ludiendo a la tem prana vocación de los llam ados, p a
rán los profetas (O s 6, 6; A m 5, 24; M t 9, 13; 12, 7). recen afirm a r la dignidad hum an a desde su m ism a concepción: «Yah-
L as tres religiones m onoteístas h an subrayado, adem ás, la m ajes vé desde el seno m aterno m e llam ó; desde las entrañas de m i m adre
tad del p recepto bíblico «N o m atarás» (Ex 2 0 , 13)7. U n m andam iento recordó m i nom bre», dice Isaías (4 9 ,1 ). Idéntico pensam iento e idén
cu y a p ro m u lg ación está revestida de la m áxim a solem nidad. Y cuya tica confesión de fe pro fesa el profeta Jerem ías, colocando la confe
vigencia se encuentra recordada una y otra vez por cíen relatos popu sión del am or divino a la vida hum ana en los m ism os labios del Señor:
lares y p o r cien leyes com plem entarias. A sí se p odría h acer u n largo « A ntes de haberte form ado yo en el seno m aterno, te conocía, y antes
reco rrid o desde la condena de la m atanza de los siquem itas (G n 34, que nacieses te tenía consagrado» (Jr 1, 5).
30) al rechazo del asesinato de José (G n 3 7 ,2 1 ), desde la condena del L a m ism a convicción de que la vida hum ana h a sido plasm ad a p o r
hom icidio intencionado (Ex 21, 12) hasta la del aborto provocado p or las m anos de D ios y a en el seno m aterno le sirve a Job p ara p leitear
una pelea (Ex 2 1 ,2 3 ), que ofrece m otivo p ara recordar la ley del talión con el D ios que p arece abandonarlo cuando sus am igos lo acusan de
y evocar u n a antigua norm ativa apoyada en el Código de H am m urabi8. pecado: «Tus m anos m e form aron, m e plasm aron, ¡y luego, en arreb a
Y, sin em bargo, a lo largo de la historia, el pueblo de D ios presen to, m e quieres destruir! R ecuerda que m e h iciste com o se am asa el b a
cia continuos asesinatos así com o la v igencia de la ley del anatem a y rro, y que al polvo has de devolverm e. ¿N o m e derram aste com o leche
una cierta connivencia con la venganza sobre los enem igos del pueblo. y m e cuajaste com o queso? D e piel y de carne m e vestiste y m e tejis
E specialm ente escandalosos, p o r m uy parabólicos que sean, nos re te de huesos y de nervios. L uego, con la v id a m e agraciaste y tu solici
sultan los relatos de las venganzas de D avid contra sus enem igos (1 Re tu d cuidó m i aliento» (Job 10, 10-12; cf. Sal 2 2 ,1 0 - 1 1)10.
2, 9), de E lias contra los sacerdotes de B aal (1 Re 18, 40), de E ster
E l piadoso israelita sabe que «al hom bre sanguinario y fraudulen
contra los que planeaban la destrucción de su pueblo (9 ,1 3 ). to lo abom ina D ios» (Sal 5, 7) y que la espada se vuelve contra el que
Se diría que, tan sólo en la época de los M acabeos es posible poner
la desenvaina para m atar a sus sem ejantes (Sal 7, 13-17). A cudiendo
en labios de u n a m u jer del pueblo la m ás religiosa y p ro fu n d a confe
a un antropom orfism o b astan te frecuente, p ro clam a que «el alm a de
D ios o d ia a quien am a la v iolencia» (Sal 1 1 ,5 ). P or eso, el creyente
6. R. J. Clifford-R. E. Murphy, Genesis, en NJBC, 26.
7. Cf. J. Ratzinger, Sentido y valor del quinto mandamiento: Ecclesia 2.760 (28.
10.1995) 1598-1600, donde el cardenal ofrece una glosa del tercer capítulo de la encí 9. Cf. J. Goldstein, II Maccabees, New York 1983; cf. A. A. Shwaima, L'Islam e
clica Evangelium vitae. l'etica della vita, en L. Biagi-R. Pegoraro (eds.), Religioni e bioética, 303-323.
8. Es interesante constatar que el daño provocado al feto admite una compensación 10. Con razón se puede decir que esta estrofa refleja la rudimentaria embriología
económica, cosa que no ocurre con e¡ daño inferido a la mujer: R. J. Clifford, Exodus, del mundo antiguo, que se encuentra también evocada en el Sal 139, 13-15: R. A. F.
MacKenzie-R. E. Murphy, Job, en NJBC, 474.
en NJBC, 53.
im plora u n a y o tra vez a su Señor diciendo: «N o ju n tes m i alm a con presen tar tu ofrenda ante el altar te acuerdas de que u n herm ano tuyo
los pecadores, ni m i v id a con los ho m b res sanguinarios» (Sal 26, 9). tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y ve a reconciliar
Su m ism a experien cia religiosa le lleva a v incular a la v id a todos los te con tu herm ano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (M t 5, 23-
bienes y a atribuírselos a D ios com o a su últim a fuente: «E n ti está la 24). L a fuerza liberadora del Reino de D ios h a d e originar u n cam bio
fuente de la vida y en tu luz vem os la luz» (Sal 36, 10). de actitudes respecto a la violencia y a la contraviolencia en todas las
C ontra lo que cabría esperar, los sabios no son excesivos ni p ro li relaciones hum anas13.
jo s al encarecer la dignidad de la v id a hum ana ni al condenar el h o m i El que así hablaba daba tam bién ejem plo de am or a la vida. D ed i
cidio. Se diría que su pueblo estaba de sobra convencido del valor de caba su atención a los enferm os y devolvía la v id a a los m uertos. Sus
la existencia y que sólo se trataba de hacerla m ás digna y m ás amable. acciones eran el anuncio del reino m esiánico. E l p ecado y la m uerte
Sin em bargo, alg u n a vez n o s ofrecen pensam ientos llen o s de in ten em pezaban a ser v encidos p o r la reconciliación y la vida. U n a v id a
ción. A l proclam ar que «del vengativo se vengará el Señor» (Eclo 28, que siem pre trasciende los cálculos, las intenciones y los poderes de
1), el autor parece estar recordando el com plot de A m án contra los j u los hom bres. P ara Jesús la m uerte v iolenta no pu ed e atribuirse a un a
díos y la suerte que él m ism o h ab ía de correr p o r la in tervención de culpa. Pero trata de encontrarle un sentido. P o r eso invita a la conver
Ester. U nos versos m ás adelante, u n breve poem a, que ju e g a con la sión (M t 10, 28; L e 12, 4-5). «M ás aún, sugiere que esa m uerte sim
«inclusión» de la palabra «discordia», repetida en el prim ero y el ú lti boliza el riesgo colectivo de perdición producida p o r el pecado que es
m o de los versos, nos advierte que «discordia rep en tin a enciende el tá en el m undo; p o r otra parte, no es tem ible p ara el que está u n id o a
fuego, y disputa precipitada hace correr la sangre» (E clo 28, 11; cf. D ios, porque D ios es el Señor de la vida p o r encim a de la m u erte» 14.
Prov 15, 18)u . D urante su proceso, Pilato pregunta a Jesús: « ‘¿A m í no m e hablas?
He ahí u n a larga sabiduría que arranca de la experiencia personal ¿N o sabes que tengo p oder para soltarte y p oder para cru cificarte?’. Y
de M oisés. Tam bién él, tras haber asesinado a un egipcio que m oles le respondió Jesús: ‘N o tendrías contra m í ningún poder, si no se te h u
taba a un hebreo, tuvo que aprender que no era el cam ino del asesina biera dado de arrib a’» (Jn 19, 10-11). Con razón se puede observar que
to el que había de conducir a la liberación de su pueblo (Ex 2 ,1 2 ). Esa la palabra «poder» (exousía) no tiene el m ism o sentido en la frase de
sabiduría tradicional habría de llegar a fom entar u n a actitud de com Pilato y en la de Jesús. L a pretensión de Pilato a p o d er disponer de la
pasión h acia el condenado injustam ente, o bien una postura no violen v id a de Jesús choca con la afirm ación de Jesús, que entrega volunta
ta aun a la vista de los m alhechores que pagan en ju stic ia sus crím e riam ente su vida (Jn 10, 17-18)15.
nes. Sea cual sea el sentido y la m otivación ú ltim a evocada, llam a U na vez resucitado, los discípulos de la prim era h ora otorgan a su
poderosam ente la atención la oración que se encuentra en los Prover Señor u n título que pronto será olvidado y que siem pre debiera ser
bios: «L ibra a los que son llevados a la m uerte, y a los conducidos al m editado de nuevo: «E l g u ía que lleva a la vida» (H ch 3, 15). E n esa
suplicio ¡si los pudieras retener!» (Prov 24, 11)12. expresión está incluido todo lo que, m ediante sus acciones y su p ala
b ra, Jesús h a llevado a cabo y continúa realizando en la com unidad
con vistas a la vida verdadera y p le n a16.
c) «V ea reconciliarte con tu herm ano»
E sos m ism os discípulos co n fiesan que la v id a hum an a es resp o n
C om o en tantos otros casos, Jesús de N azaret no se lim ita a repe sabilidad de todos. C on m otivo de u n naufragio, Pablo com prende que
tir los m andam ientos de la ley de M oisés. Los lleva a su plenitud, de D ios le ha concedido la v id a de los que navegan co n él (H ch 27, 21).
volviéndoles su sentido últim o. N o bastaba con no m atar: había que E s com o un anticipo de u na conciencia solidaria qu e hab rá de co n fi
superar las raíces de la cólera contra los herm anos. N o b astab a tam g urar a la com unidad cristiana.
poco con evitar el rencor contra el herm ano: había que preguntarse si
13. W. Schrage, Ética del Nuevo Testamento, Salamanca 1987, 116.
el herm ano po dría tener algún m otivo para conservar el rencor. «Si al 14. X. Léon-Dufour, Jesús y Pablo ante la muerte, Madrid 1982,39.
15. R. E. Brown, The Death o f the Messiah I, New York 1994, 841 -842.
11. A. A. Di Lella, Sirach, en NJBC, 505. 16. J. Kurzinger, Los Hechos de los apóstoles I, Barcelona 1979, 95. El texto hace
12. Th. P. McCreesh, Proverbs, en NBJC, 460, opina que presumiblemente se des un interesante juego de palabras entre el comportamiento del pueblo judío y la respues
cribe ahí a una persona inocente que ha sido condenada a muerte. ta de Dios: J. Munck, TheActs o f theApostles, New York 1967,28-29.
N o es extraño que el m ism o Pablo, en una cita im plícita de L v 19, L a reflexión cristiana sobre el valor de la v id a hum ana no se lim i
18, exhorte a los rom anos a no to m arse la ju sticia p o r cu en ta pro p ia ta a los m árgenes de u n a antropología m ejo r o p eo r articulada. N ace
ante los desm anes causados p o r los o tros (R om 12, 19)17, rogándoles de la teología: de la consideración de D ios, señ o r d e la vida. D e ahí
que se rem itan al ju ic io últim o de D ios sobre toda injusticia h u m an a18. que tal reflexión no se lim ite a ser puram ente ética, sino que se re
Si toda la m oralid ad cristiana es u n ejercicio de la caridad, Pablo no m onte a la consideración teológica de D ios y del m ism o ser hum ano.
considera ocioso recordar que el «no m atarás» y todos los dem ás p re
ceptos se resum en en la fórm ula «am arás a tu prójim o com o a ti m is
a) Una cuestión teológico-m oral
m o» (R om 13, 9). El verdadero discípulo sabe que ni la m u erte ni la
v id a pueden ap artarlo del am or de D ios m anifestado en C risto Jesús Siguiendo estas pautas m arcadas p or las sagradas Escrituras, la de
(R om 8 ,3 8 ) y acepta que C risto sea g lorificado tanto en su v id a com o fensa de la vida hum ana ha ocupado siem pre un puesto prioritario en
en su m uerte (F lp 1, 20). E n las ca rtas pastorales, enco n tram o s u na la predicación y en la catequesis de la Iglesia.
form a de voto o ju ram en to que es u n a auténtica co n fesió n de fe en
D ios «que da vida a todas las cosas» (1 T im 6, 13).
E n la literatura jo á n ic a se evoca el recuerdo de C aín y A bel para 1. E n los escritos de los Padres
afirm ar con rotundidad que «todo el que aborrece a su herm ano es un
asesino» y que «ningún asesino tiene v id a perm anente en él» (1 Jn 3, A quien conoce m ín im am ente el pensam iento de los antiguos P a
15). Los seguidores de Jesús no deben quitar la v id a a nadie, sino dar dres de la Iglesia le resulta difícil olvidar la vibrante expresión de san
su propia vida p o r los herm anos. E n eso habrán conocido lo que es el Ireneo: «L a gloria de D ios es el hom bre viviente». O tal vez habría
am or, al recordar que el Señor dio la v ida p o r los dem ás (1 Jn 3, 16)19. que insistir en su carácter tensional, traduciendo: «L a gloria de D ios es
E n resum en, si es cierto que los escritos del N uevo Testam ento no que el hom bre viva»20.
ofrecen nuevas precisiones sobre el valor de la vida hum an a ni dem a P or recordar algún otro pensam iento de los P adres de la Iglesia so
siadas prohibiciones de las acciones que podrían ponerla en peligro o b re la d ig n id ad de la v id a h um ana, baste aquí citar u n as p alab ras de
llevarla a la m uerte, tam bién es cierto que parecen suponer que los san A m brosio, en su com entario al fratricidio de A bel, que tanta reso
cristianos están lejos de esa tentación. E l espíritu que b ro ta de su fe n an cia h a encontrado en la encíclica E vangelium v ita e :
im pregna totalm ente su am or y respeto p o r la vida hum ana. Porque se había cometido un fratricidio, esto es, el más grande de los
crímenes, en el momento mismo en que se introdujo el pecado, se de
bió desplegar la ley de la misericordia divina; ya que, si el castigo hu
2. Valor y defensa de la vida en la teología cristiana biera golpeado inmediatamente al culpable, no sucedería que los hom
bres, al castigar, usen cierta tolerancia o suavidad, sino que entregarían
inmediatamente al castigo a los culpables... Dios expulsó a Caín de su
L a teología cristiana ha reflexionado a lo largo de los siglos sobre
presencia y, renegado por sus padres, lo desterró como al exilio de una
la dignidad de la vida hum ana. Tal reflexión ha sido con frecuencia
habitación separada, por el hecho de que había pasado de la humana
m otivada p o r las circunstancias históricas que atravesaba la com uni benignidad a la ferocidad bestial. Sin embargo, Dios no quiso castigar
dad -p a rtic u la r o u n iv ersal-. Pero las raíces de tal reflexión trascen al homicida con el homicidio, ya que quiere el arrepentimiento del pe
dían el m om ento concreto en que se producía. cador y no su muerte21.

17. En esa exhortación Pablo hace suyos algunos preceptos clásicos en la ética he
El texto no deja de subrayar la gravedad del hom icidio y especial
lenista, así como algunas citas de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento y del
judaismo: K. Kertelge, Carta a los romanos, Barcelona 1979, 211. m ente la del fratricidio. Pero, a renglón seguido, recu erd a la m iseri-
18. Con toda probabilidad, Pablo remite a los cristianos al juicio último de Dios, y
a su «ira escatológica» (cf. 1 Tes 2, 16), como también interpretaría Orígenes: In e. ad 20. San Ireneo, Adv. haer., IV, 20, 7: SCh 100/2, 648-649. Algunos textos de los
Rom. 9, 22: PG 14, 1224, y san Juan Crisóstomo, In ep. ad Rom. hom. 22, 2: PG 60, Padres pueden encontrarse bajo las voces «amor», «enfermos», «misericordia», etc., en
611; Cf. J. A. Fitzmyer, Romans, New York 1993, 657. R. Sierra, Diccionario social de los Padres de ¡a Iglesia, Madrid 1997.
19. R. Schnackenburg, Cartas de san Juan, Barcelona 1980, 223-227. 21. San Ambrosio, De Cain etAbel, II, 10, 38: CSEL 32,408. Cf. EV 9.
cordia del D ios de la vida, que no quiere que la venganza p erp etú e la tram os todavía un tercer significado que se refiere a la capacidad ins
obligación de verter la sangre de los culpables. crita en el propio viviente p ara actuar sus propias virtualidades inter
Por un ir a este padre occidental la voz del O riente, recordem os tan nas: «O bras de vida se llam an aquellas cuyos principios están en los
sólo un a hom ilía de san Juan C risóstom o sobre 1 Cor, en la que no se agentes de tal m anera que ellos m ism os se ind u cen al ejercicio de ta
lim ita a co n d en ar el hom icidio, sino que subraya cóm o lo propio del les operaciones»25.
ser hum ano es precisam ente la com pasión hacia sus sem ejantes y un Ya en el proem io de la 1-2 de la Sum m a theológica, coloca santo
decidido esfuerzo p o r prom over lo que hoy se podría denom inar «cali Tom ás u n texto que p arece m arcar la o rientación teológico-m oral de
dad de vida»: su pensam iento sobre la vida del ser hum ano:

No habría sólo que llamar de fieras las manos de los avaros, sino mu Como escribe el Damasceno, el hombre se dice hecho a imagen de
cho más feroces y duras que de fieras. Y es así que lobos y osos, ya que Dios, en cuanto que la imagen significa «un ser intelectual, con libre al
se han hartado, se apartan de su víctima; mas éstos no se hartan jamás. bedrío y potestad propia». Por esto, después de haber tratado del ejem
Las manos, sin embargo, nos han sido dadas por Dios para socorrer a plar, a saber de Dios... resta que estudiemos su imagen, que es el hom
los demás, no para armarles asechanzas. Si para eso habíamos de usar bre mismo en cuanto es principio de sus obras por estar dotado de libre
las, más valiera que se nos cortaran o no tenerlas. Vosotros, empero, si albedrío y dominio sobre sus actos26.
veis que una fiera despedaza una oveja, sentís lástima; y cuando hacéis
lo mismo con un semejante, ¿os imagináis que es una inocentada?, ¿es N o sólo el alma, sino el hom bre entero, com o ser viviente, es ico
eso ser hombres?, ¿no advertís que llamamos humano lo que respira no de D ios. Tam bién la v id a física, y aun la corporeidad hum ana, for
compasión y bondad, y calificamos de inhumano todo lo que lleve al m an p arte de la im agen de D ios: «la m ism a fig u ra del hom bre es una
gún signo de crueldad y dureza?22 h u ella que representa la im agen de D ios en el alm a»27. L a v id a se re
fiere a todo el ser hum ano, en cuanto «espíritu encarnado»28. D e ahí se
Junto a éstos, son innum erables los textos de los P adres que apelan deduce la síntesis tom ista acerca del valor de la v id a hum ana, cuyos
a la necesidad de defender la vida del ser hum ano, creado a im agen y puntos principales son los siguientes:
sem ejanza de D ios y llam ado a ser responsable, tanto de la v id a propia - E s u n b ien de la criatura racional, o sea, de la persona, porque «el
com o la de sus herm anos. m odo m ás perfecto de vivir es el de los seres dotados de entendim ien
to, que son, a su vez, los que con m ayor p erfecció n se m ueven a sí
m ism os»29.
2. La teología medieval
- E s u n b ien necesario p ara la realización personal, porque ésta de
E n los escritos de santo Tom ás de A quino, los térm inos «vida» y pende del grado de felicidad alcanzado y a aquí en la tie rra com o p ren
«vivir» aparecen en m ás de siete m il ocasiones, lo cual h ace difícil la da de la felicidad definitiva: «la felicidad que se p u ed e ten er en esta
precisión sobre su alcance23. D e todas form as, se puede decir que esos vida depende en cierto m odo del cuerpo»30.
térm inos encuentran en sus obras u n triple significado. E n sentido pro - E s el soporte básico de los dem ás elem entos que com ponen toda
pio, la v id a sig n ifica el esse de los vivientes, o sea, lo que constituye la vida, porque la estructura m oral del ser hum ano le obliga a plasm ar
el principio básico de los seres vivos. E n un sentido derivado, vivir
25. S. Th. I, q. 18, a. 2.
sign ifica tam b ién la operación o actuación del ser viviente24. E ncon 26. O. González de Cardedal, Teología y antropología. El hombre «imagen de Dios»
en el pensamiento de santo Tomás, Madrid 1967; D. Mongillo, La fondazione dell'agiré
22. San Juan Crisóstomo, In I Cor. hom. 9, 4: PG 61, 80; trad. R. Sierra Bravo, El nelprologo della /-//: Sapienza 27 (1974) 262-271; J. R. Flecha, La opción por el hom
mensaje social de los Padres de la Iglesia, Madrid 1989, 283-284. bre, imagen de Dios, en la ética cristiana, en N. Silanes (ed.), El hombre, imagen de Dios,
23. R. Busa, Index Thomisticus. Sancti ThomaeAquinatis operum omnium Índices Salamanca 1989, 115-141; Id., Teología moralfundamental, Madrid 21997, 146-154.
et concordantiae, sectio II, vol. 23, 1975. 27. S. Th. I, q. 93, a. 6, ad 3m.
24. Así se puede ver en su comentario a los IV Libri Sententiarum de Pedro Lom 28. S. Th. I, q. 29, a. 2. Cf. A. Lobato, La dignidad del hombre en santo Tomás de
bardo: «Vita dicitur dupliciter: Uno enim modo vita idem est quod esse viventis... quod Aquino: Carthaginensia 6 (1990) 139-153.
vivere viventibus est esse. Alio modo dicitur vita operatio rei viventis»; cf. M. Sánchez del 29. S. Th. I, q. 18, a. 3, resp.
Bosque, Una raíz de modernidad. Doctrina tomista sobre la vida, Salamanca 1985, 71. 30. S. Th. I-II, q. 4, a. 5.
su im pronta de sentido en toda la realidad de la vida: «el últim o fin del superiores, com o el de la defensa de la fe o el de la defensa de la p ro
hom bre es vivirlo b ien todo»31. A hí reside la «verdad de la vida» que pia v ida o la de los inocentes confiados a la responsabilidad de la au
podría tam bién llam arse la autenticidad m oral. toridad que ha de regir la com unidad39.
- E s u n b ie n que p ertenece a todo ser hum ano y a cualquier otro ser
vivo, porque «todo ser se am a naturalm ente a sí m ism o y a esto se d e
be el que todo ser se conserve naturalm ente en la existencia y resista 3. E n la escuela de Salam anca
cuanto sea capaz lo que podría destruirle»32.
El día 11 de ju n io de 1529 Francisco de V itoria pronunciaba su re
-E s un bien de la com unidad hum ana, porque la vida de cada indi
lección sobre el hom icidio, que am pliaba las lecciones sobre la virtud
viduo pertenece de alguna m anera al patrim onio com ún: «C ada parte,
de la fo rtaleza que, siguiendo la Sum a teológica d e santo Tomás, esta
en cuanto tal, es algo del todo; y un hom bre cualquiera es parte de la co
ba explicando aquel año. Toda la relección trata de desarrollar un a úni
m unidad y, p o r tanto, todo lo que él es pertenece a la sociedad» (ibid.).
ca proposición: «Siem pre es im pío suicidarse; p ero es m uy laudable,
-E s , en fin, un don recibido de D ios y que pertenece a D ios: «nues
m uchas veces de consejo y otras de precepto, su frir con p acien cia la
tro ser, nuestro vivir y nuestro m ovim iento tienen po r causa a Dios»33,
m uerte o voluntariam ente exponerse a ella y tolerarla»40.
y, po r eso m ism o, «la vida es u n don entregado al hom bre p o r D ios y
E n prim er lugar, se afirm a que es im pío darse a sí m ism o la m uer
sujeto a su divina potestad»34.
te, por ir en contra de la inclinación natural del hom bre que, p o r princi
E stas notas que ju stifican el valor y el respeto debido a la vida hu pio, responde al bien. D efender la vida es en realidad u n acto de fe en la
m ana se apoyan en otro fundam ento m ás profundo, com o es la digni b ondad de D ios y en la del ser hum ano creado a su im agen. Es intere
dad propia de todo ser hum ano. Por ser «naturalm ente libre y existen sante encontrar aquí la afirm ación de la iconalidad de la persona com o
te en sí m ism o »35, por el hecho de que «tanto en el varón com o en la base y fundam ento para el ju icio ético sobre el valor de la vida humana.
m ujer se encuentra la im agen de D io s» 36, y porque «la m ism a figura L a cuestión podría h aber sido tam bién el robo o la m aledicencia. A
corporal del hom bre es una huella que representa la im agen de D ios»37, V itoria, m ás que la cuestión del suicidio, le interesa la pregunta p o r la
la dignidad hum ana se convierte así en el fundam ento que eleva la v i b ondad m ism a de las inclinaciones naturales del hom bre. El suicidio
da física al nivel del m áxim o respeto: es contra el precepto del D ecálogo que dice: «N o m atarás»; luego es
Considerado en sí mismo, no es lícito quitar la vida a nadie, puesto que p ecado y pecado m ortal. A nte ese precepto, V itoria considera que m a
en todo hombre, incluso en el pecador, debemos amar la naturaleza, tar en ju s ta defensa no cae bajo el precepto y que su licitu d n o viene
que Dios ha hecho y que la muerte destruye38. d eterm in ad a p o r u n a ley positiva, en este caso revelada, sino p o r u n
derecho anterior a ella.
Es cierto que, a pesar de estos principios, que le llevan a condenar A nte la dialéctica entre la ley natural y el precepto revelado, V itoria
tanto el suicidio com o el hom icidio, santo Tom ás se v e obligado a ju s apuesta p o r la determ inación del bien y del m al sobre la b ase de la p ri
tificar num erosas excepciones, puesto que la vida hum ana se conside m era, con lo cual parece ten er frente a sí tanto a los teólogos nom ina
ra com o u n valor «absoluto relativo» y condicionado p o r otros valores listas, com o la teología reform ada que apelaba y a a la «sola Escritura».
P or o tra parte, se p lan tea V itoria un a cuestión m u y m oderna, com o
31. S. Th. II-II, q. 51, a. 2, ad 2m. es la del alcance de los p receptos m orales absolutos. D e ahí parte p re
32. S. Th. II-II, q. 64, a. 5.
cisam ente: «S iendo este precep to de no m atar absoluto, com o nos
33. S. Th. I, q. 18, a. 4, ad lm.
34. S. Th. II-II, q. 64, a. 5. consta con certeza que en algunas ocasiones puede m atarse, con razón
35. S. Th. II-II, q. 64, a. 2, ad 3m. debe discutirse qué es lo que en él se prohíbe y cóm o se prohíbe el ho-
36. S. Th. I, q. 93, a. 4, ad lm.
37. S. Th. I, q. 93, a. 6, ad 3m. 39. F. D ’Agostino, Homicidio y legítima defensa, en NDTM, 843-852; cf. J. C.
38. S. Th. II-II, q. 64, a. 6. Debo este resumen a C. González Quintana, Dos siglos García de Vicente, Homicidio por necesidad. La legítima defensa en la teología tardo-
de lucha por la vida XIII-XIV, Salamanca 1995, 132-133. El autor estudia también, en medíeval, Berna 1999.
tre los teólogos, a san Buenaventura y entre los místicos y predicadores, a san Francisco 40. T. Urdánoz (ed.), Obras de Francisco de Vitoria. Relecciones teológicas, Ma
de Asís, santa Catalina de Siena y san Vicente Ferrer. drid 1960, 1085.

í
m icidio». L a respuesta de V itoria es que «en algunos casos el m atar a nante. N uestra sensibilidad se subleva ante la relativa tranquilidad con
otro es lícito y bueno, com o el hacerlo en defensa propia; luego en es que se proponen las diversas d isquisiciones sobre la p en a de m u erte
te caso no está prohibido po r aquel precepto ‘N o m atarás’». Si se p lan sin llegar jam ás a cuestionar su licitud. D e to d as form as, sería intere
teara la cuestión en los térm inos actuales, se diría que V itoria conside sante esbozar un a ética fundam ental del respeto a la vida, a p artir de
ra que los preceptos absolutos se refieren a la m ajestad de un valor las intuiciones del M aestro.
ético que ha de ser salvaguardado generalm ente, a m enos que entre en
colisión con un valor de igual dignidad.
b) E tica de la vida en un m undo secular
V itoria evoca un principio ya utilizado po r santo Tomás p ara ju sti
ficar la p ena de m uerte y aun la tortura. Se trata de la am pliación del
H oy no puede m enos de asom bram os ver que Tomás de A quino, al
principio de totalidad. C om o un órgano está al servicio del organism o,
preguntarse si es lícito dar m uerte a los pecadores, invoque u na espe
así el individuo estaría al servicio de toda la com unidad.
cie de am pliación del célebre principio de totalidad43. Toda p arte se or
El M aestro roza, adem ás, el tem a de la autoridad p ara m atar. San
dena al todo, viene a decir. Si p ara la salud del cuerpo fuera necesaria
A gustín h ab ía interpretado la p rohibición evangélica de u sar la espa
la am putación de u n m iem bro, tal operación sería lícita. D e m odo se
da, com o referid a a las personas privadas. L a autoridad, en cam bio,
m ejante, si un hom bre resu ltase peligroso p ara la sociedad y la co
tendría p oder para desenvainar la espada contra los m alhechores, tan
rrom piera con su pecado, privarle de la vida sería u n acto perm itido en
to en razón de u n a delegación divina, com o para la tu tela de los in o
vista de la conservación del b ien com ún.
centes y el b ien com ún41. V itoria rechaza el principio de la delegación
L a argum entación trad icio n al se esforzaba en d ejar bien claro el
de la autoridad divina y la licitud de la occisión en v irtu d de un m an
valor de la vida com o don de D ios y responsabilidad hum ana. A nte los
dato positivo revelado. D e nuevo apela al derecho natural. L a autori
num erosos conflictos de valores y deberes, en tendidos com o excep
dad no tiene derecho a m atar al inocente. Y aun cuando se trata de un
ciones al principio general de la defensa de la vida, la m oral trad icio
no inocente, V itoria parece cuestionar tal legitim idad, cuando dice que
nal solía tener en cuenta cuatro pares de categorías éticas: la condición
«a veces tam bién es un m al el que m ate la autoridad pública».
de «inocente» o «m alhechor», la autoridad «pública» o «privada», la
V itoria no olvida el objetivo de su relección y así, de todas estas
acción «directa» o «indirecta», y la «inspiración divina» o la «decisión
consideraciones, concluye la ilicitud del suicidio. «N adie es ju e z de sí
hum ana»44.
m ism o ni tiene autoridad sobre sí m ism o, y por eso nadie puede darse
Pero, a la p roblem ática planteada po r la m o derna tecnología se
la m uerte, aunque sea digno de ella y nocivo a la república»42. El sui
unen las cuestiones suscitadas p o r la m ism a autocom prensión del
cidio sig n ifica faltar al precepto del am or a sí m ism o y de am or res
hom bre, que con fig u ra práx icam en te tanto las opciones individuales
ponsable hacia la com unidad.
com o las institucionales, tan to p o r lo que se refiere a las actuaciones
A las diversas situaciones, tom adas de la experiencia, de la E scritu
ante la v id a cuanto a las decisiones ante la m uerte.
ra, de la historia y de la reflexión filosófica, va dando una respuesta que
resulta m uy interesante, incluso para las cuestiones actuales de bioética.
C oncluye V itoria que «nadie puede m atarse con la sola intención 1. El proceso de secularización, que en otro tiem po fue afectando
de m atarse». progresivam ente a la técnica, a las ciencias, las artes y la política, h a
Al term in ar su lectura, nos queda una im presión de riqueza y ple llegado últim am ente a condicionar el ju icio ético. L a investigación so
nitud. L a relección está bien diseñada para negar la licitu d ética del bre la bo n d ad y el establecim iento de las pautas norm ativas parecen
suicidio. Pero, al m ism o tiem po, nos parece que se p arte del dom inio h ab er sido arrebatados al ám bito de las religiones p ara ser confiados
de la v ida hum ana por parte de D ios, dom inio que se niega al particu
43. S. Th. II-II, q. 64, a. 2. Modernos comentaristas han observado que «sin duda
lar -cu lp a b le o in o c e n te - y se concede con relativa facilidad al gober ha de interpretarse con cierta relatividad esta ordenación de los individuos, como partes,
al todo social»: T. Urdánoz, Introducción a la cuestión 64: El homicidio, en Suma teo
41. Cf. J. R. Flecha, Responsabilidad moral entre la guerra y la paz: Naturaleza y lógica VIII, Madrid 1956, 423.
Gracia 34 (1987) 335-379. 44. Cf. M. Vidal, Moral de actitudes II/l. Moral de la persona y bioética teológi
42. Obras de Francisco de Vitoria, 1111. ca, 340-344.
a los especialistas de las ciencias hum anas, los creadores de opinión o vadera posible. H asta llega a preguntarse si será tolerable cuando n o se
los agentes político-adm inistrativos. encuentre rodeada de u nas circunstancias m ínim as de aceptabilidad.
P ara la cultura contem poránea tiene poco sentido afirm ar la santi L a cuestión de la cantidad de v id a parece entrar de pronto en conflic
dad de la v id a hum ana45. A firm a r que D ios es el dueño y señor de la to con la de la calidad de esa vida.
v ida sería u n a afirm ación sim plem ente anacrónica. L a determ inación L o m alo es que tal dialéctica parece difícilm ente solucionable p o r
de los lím ites de la vida y la responsabilidad -in d iv id u a l o so c ia l- an los ajenos al proyecto v ital personal. N adie, fu era del sujeto m ism o,
te ella serían en consecuencia una tarea estrictam ente hum ana. En to puede enum erar creíblem ente los ingredientes necesarios p ara diseñar
do caso, D ios h ab ría delegado tal resp o n sab ilid ad sobre los hom bros y m o d elar la calidad de vida. N o parece deseable n i hum ano un m u n
de los hom bres. do donde esos ajenos -p riv a d o s o p ú b lic o s- califican desde el exterior
la calidad de las personas y deciden, en consecuencia, qué vidas no al
2. Por o tra parte, la cultura de la m odernidad h a realizado un ra canzan la calidad m ín im a p ara ser hum anas o p ara ser todavía hum a-
dical viraje antropológico hacia la inm anencia subjetiva, olvidando la nizables.
dim ensión vertical del ser hum ano, a la que se debe en su o rigen y a la
que está orientado en su térm ino.
Se diría, adem ás, que la atención a la «naturaleza» hum an a com o
3. R eflexión eclesial sobre la vida
parám etro de norm atividad h a ido cediendo paso a la atención a la
«persona», en su individualidad concreta46.
Sería interesante recoger aquí al m enos u n resum en de la doctrina
El hom bre actual, en fin, valora la libertad p o r encim a de la verdad
eclesial recogida a lo largo de los siglos tanto en los libros pen iten cia
y la «cultura» p o r encim a de la «natura». E n realidad se engaña, por
les, com o en las bulas de los p o n tífices, en las deliberaciones conci
que la cultura supone la naturaleza y la tarea hum ana es precisam ente
liares o en los decretos de los sínodos diocesanos.
la de llevarla al m áxim o de sus potencialidades en sentido positivo y
Tan sólo a m odo de ejem plo, se recu erd a aquí la explicación del
hum ano. L a distorsión que sitúa la libertad en la cum bre de los valo
quinto m andam iento ofrecida po r el Sínodo de A storga del año 1553:
res, no sólo lleva al desprecio de la naturaleza am biental, sino que
atenta contra la m ism a vida de la hum anidad47. El quinto mandamiento es que no deve el hombre matar a otro. Y con
tra este mandamiento vienen los que matan a algunos de hecho, o en su
3. E n tercer lugar, surge la cuestión de la calidad de vida. La m o coraron les desean muerte o se la procuran o aconsejan a otro que la
derna autocom prensión del hom bre com o señor de su pro p ia vida y no haga. O con lengua matan su honra y fama, o los que no socorren a sus
sólo sobre el entorno que la enm arca lleva consigo o tra cuestión im próximos estando puestos en extrema necesidad48.
portante que se encuentra relacionada con el derecho a disponer de la
vida hum ana. C om o es evidente, e l respeto a la dignidad de la v id a hum ana n o se
Convencido de que es un adm inistrador responsable o, en térm inos realiza ta n sólo en la evitación del hom icidio. E s p reciso evitar tam
m ás seculares, dueño absoluto de su p ropia existencia, el hom bre de bién todo lo que pu ed e dañ ar la calidad de v id a y au n la fam a de los
hoy se pregunta si no h a de procurar que esa existencia sea lo m ás lle dem ás. E l precepto bíblico trata igualm ente de im pedir la om isión de
la ayuda necesaria p ara la v id a del prójim o.
45. Cf. H. Kuhse, The Sanctity ofLife. Doctrine in Medicine. A Critique, Oxford C om o éste, se p o drían estudiar otros m uchos textos conciliares, en
1987; F. Giunchedi, II signijicato della vita e della morte oggi: RTMor 27/108 (1995)
los que la reflexión teo ló g ica se convierte en exhortación m oral, así
511-524.
46. Cf. R. Altobelli, La riscoperta della persona nella vita morale: RTMor 27/108 com o en orientación p ráctica y catequética.
(1995) 551-554; P. Gire, Pour une métaphysique de lapersonne. Q u ’est-ce que laper-
sonne humaine?: Sup 195 (1995) 13-27; S. Plourde, Incontournable en éthique biomé- 48. A. García y García, Synodicon Hispanum III, Madrid 1984, 31. El Catecismo
dicale: Le concept de personne. Quelques rappels: Sup 195 (1995) 29-58. romano, tras evocar el precepto «No matarás», recordaba inmediatamente la bienaven
47. Cf. A. Lobato, Pérdida del sentido moral en la cultura contemporánea: L’OR turanza evangélica de los pacíficos (Mt 5, 21) y estudiaba los aspectos negativos y po
ed. esp. 27/27 (7.7.1995) 11; S. Leone-S. Privitera (eds.), II contesto culturóle dell’eti- sitivos del quinto mandamiento, que exhortaba a aceptar con gozo: P. Martín (ed.), Ca
ca della vita, Acireale 1994. tecismo romano, Madrid 1956, 782-783.
a) Concilio Vaticano II res que a sus víctim as y son totalm ente contrarias al honor debido al
C reador» (GS 27c)49.
En nuestros días, el concilio V aticano II se ha referido en m últiples L a doctrina conciliar no se lim ita a condenar los atentados co n tra
ocasiones a la v ida hum ana. Ya para com enzar es preciso subrayar que la vida. E n varias ocasiones y con un talante positivo, aplaude la m en
ésta no se entiende en su pura dim ensión físico-corporal. E n su unidad
talidad y los m edios que h acen p osible la d efensa de un a v id a h u m a
psicosom ática, la vida hum ana está llam ada a realizarse en el encuen
n a digna. «Los cristianos - s e nos d ic e -, ju n to con to d o s los que tienen
tro in terp erso n al y en la consecución de su fin trascendente en D ios.
en g ran estim a a esta com unidad (fam iliar), se alegran sinceram ente
D e hecho, dice el concilio que el anhelo hum ano p o r conservar la vida
de los varios m edios que p erm iten hoy a los hom bres avanzar en el fo
no puede lim itarse a un porvenir intrahistórico inm ediato. «L a p ró rro
m ento de esta com unidad de am or y en el respeto a la vida» (GS 47a).
ga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfa
D e hecho, añade el texto conciliar, «Dios, Señor de la vida, ha con
cer ese deseo del m ás allá que surge ineluctablem ente del corazón hu
fiado a los hom bres la insigne m isión de conservar la vida, m isión que
m ano» (GS 18a). E n la m ism a constitución pastoral se afirm a m ás
h a de llevarse a cabo de m odo digno del hom bre. P or tanto, la vida,
adelante: «Tengan todos entendido que la vida de los hom bres y la m i
desde su concepción, ha de ser salvaguardada con el m áxim o cuidado;
sión de transm itirla no se lim ita a este m undo, ni pu ed e ser conm en
el aborto y el infanticidio son crím enes ab o m in ab les...» (GS 51c). El
surada y entendida a este solo nivel, sino que siem pre m ira al destino
ejercicio de tal resp o n sab ilid ad no siem pre es llevado a cabo co n la
eterno de los hom bres» (GS 5 Id).
dignidad y radicalidad que h ab ría de esperarse. Por eso el concilio de
U na y otra vez se percibe en los textos conciliares el deseo de su
nuncia que, entre los actos opuestos al derecho natural «hay que enu
perar cualquier som bra de tentación dualista: «L a santa m adre Iglesia
m erar ante todo aquellos con los que m etódicam ente se ex term in a a
debe atender a toda la vida dei hom bre, incluso la m aterial, en cuanto
todo un pueblo, raza o m in o ría étnica: hay que condenar con energía
está unida co n la vocación celeste, p ara cum plir el m andato recibido
tales actos com o crím enes horrendos» (GS 79b).
de su divino Fundador» (G E, proem . c).
Toda la doctrina del concilio Vaticano II rezum a u n a sincera con
L a vida m erece todo el respeto. Pero m erece tam bién toda la dedi
fesión del valo r de la v id a hum ana. Tal confesión, b asad a a la vez en
cación de los individuos y de la sociedad entera con el fin de conse
u n a filo so fía p ersonalista y u n a aceptación de un estilo h um anista de
guir la p len itu d de la existencia: «Es necesario que se facilite al hom
vivir y de pensar, se ve fo rtalecid a p o r la profesión de la fe en el D ios
bre todo lo que éste necesita p ara vivir una v id a verdaderam ente
creador y en el Señor Jesucristo, a cuya luz se esclarece el m isterio de
hum ana» (GS 26b). «L os responsables de las inversiones y de la orga
la vida del ser hum ano (GS 22)50.
nización de la vida económ ica (deben) reconocer su grave obligación
de v ig ila r... para que se provea de lo necesario p ara un a v id a decente,
tanto a los individuos com o a toda la com unidad» (GS 70). b) M agisterio p o sterio r
De acuerdo con la doctrina tradicional de la teología cristiana, el
hom bre se reconoce a sí m ism o en los dem ás, con independencia de 1. E l C atecism o de la Ig lesia católica fundam enta la dignidad de
las exclusiones adjetivales, determ inadas por raza o sexo, profesión u la p erso n a hum ana y de ^ \ d d ^ j n W ^ ^ i 9 a 3 'r e s p e c t o a D ios. C an
origen cultural, afiliación política o confesión religiosa: «E l concilio palabras tom adas d e l m is m o co n cilio Vaticano II. recuerda que el ser
inculca el respeto al hom bre, de form a que cada uno, sin excepción de hum ano h a sido creado a im ag en de D ios, «capaz d e conocer y am ar
nadie, debe co nsiderar al prójim o com o otro yo , cuidando en prim er a su C reador» (GS 12c), y es la «única criatura en la tie rra a la que
lu g ar de su v id a y de los m edios necesarios para vivirla dignam ente»
49. Para la historia del texto, cf. F. Gil Hellín (ed.), Constitutionis pastoralis Gau-
(G S 27a).
dium et spes Synopsis histórica. De Ecclesia et vocatione hominis I, Pamplona 1985,
E n este contexto, el concilio concluye que «cuanto atenta contra la 236-237.
vida -h o m ic id io s de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el 50. En su mensaje para la Jomada de la Paz de 1977, escribía Pablo VI: «Todo de
m ism o suicidio d elib erad o -; cuanto viola la integridad de la persona lito contra la vida es un atentado contra la paz, especialmente si hace mella en la con
ducta del pueblo... En cambio, donde los derechos del hombre son profesados real
h u m a n a ...: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí m ism as in mente y reconocidos y defendidos públicamente, la paz se convierte en la atmósfera
fam antes, degradan la civilización hum ana, deshonran m ás a sus auto alegre y operante de la convivencia social»: L’OR ed. esp. (19.9.1976) 12.
D ios h a am ado £ o r síjn ism a » (GS_24c). Esa es la razón fundam ental peligro». N o deja de ten er im portancia la o bservación sobre las p rác
en la que se apoya su dignidad (iv 3.56). N o es solam ente algo sino al ticas que favorecen o ignoran las ham brunas y las m uertes en el m u n
guien (337). E n los párrafo s siguientes, se estudia su constitución psi- do de hoy. E s cierto que el hom icidio involuntario no es m oralm ente
cosom ática, su estructura bisexual, su apertura a la dialogicidad y su im putable, «pero no se está libre de falta, y falta grave, cuando, sin ra
dim ensión social y cósm ica. Tales datos constituyen otros tantos fun zones proporcionadas, se h a obrado de m an era q u e se h a seguido la
dam entos p ara las exigencias m orales respecto a la v id a hum ana. m uerte, incluso sin intención de causarla» (n. 2 2 6 9 )52.
Por lo que se refiere a la parte específicam ente m oral, com ienza e h
C atecism o su explicación del quinto m andam iento del D ecálogo con 2. E n las encíclicas de Juan Pablo II ocupa la defensa de la v id a hu
una afirm ació n del valor y sacralidad de la vida hum ana: m ana un puesto realm ente llam ativo. Entre los aspectos negativos que
todavía subsisten y aun se agravan en el m undo contem poráneo, el p a
La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción
creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el p a denuncia fenóm enos com o el subdesarrollo, el terrorism o, la venta
Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo de arm as, que ponen en peligro tanto la vida hum ana com o la ju sta dis
hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el tribución de recursos p ara ofrecerle la calidad adecuada (SRS 17.24).
derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente51. E n u n contexto en que se trata de exam inar la m oral fundam ental,
se refiere el papa a los valores éticos fundam entales, entre los cuales
C om o se puede observar, la obligación m oral del respeto a la vida sobresale el de la vida. A firm a en consecuencia, qu e «los precep to s
hum ana rem ite a su principio, pero tam bién a su fin. N o se fundam en n egativos expresan con sin g u lar fuerza la ex ig en cia indeclinable de
ta tan sólo en el acto creador de D ios sino tam bién en la especial rela p roteger la vida hum ana, la com unión de las p erso n as en el m atrim o
ción que m edia entre el C reador y la criatura. Junto a esta perspectiva nio, la propiedad privada, la veracidad y la buen a fam a» (VS 13c).
antropológica, m uy querida al concilio V aticano II, se com ienza insis M ás adelante, al intentar fundam entar la exigencia ética en la m ism a
tiendo en la p rohibición del hom icidio. Pero p ara esa afirm ació n se dignidad de la persona, recuerda que «el origen y el fundam ento del d e
apela a la form ulación ética tradicional que distinguía entre la occisión b er de respetar absolutam ente la vida hum ana están e n la dignidad pro
directa y la indirecta, entre el occiso inocente y el culpable. C reem os p ia de la persona y no sim plem ente en el instinto natural de conservar la
que, al m enos p o r lo que respecta a esta últim a distinción, hubiera si p ropia vida física. D e este m odo, la vida hum ana, p o r ser un bien fun
do m ás valiente y profético h ab er abandonado aq u ella term inología dam ental del hom bre, adquiere u n significado m oral en relación con el
para p ro clam ar la ilicitud de todo hom icidio, tanto de la persona ino bien de la persona que siem pre debe ser afirm ada p o r sí m ism a: m ien
cente com o de la culpable. tras siem pre es m oralm ente ilícito m atar a un ser hum ano inocente, pue
Sentado este principio, el C atecism o resum e de form a m uy sucin de ser lícito, loable e incluso obligado dar la propia vida (cf. Jn 1 5 ,1 3 )
ta los datos bíblicos fundam entales sobre el respeto a la v id a hum ana, p o r am or del prójim o o p ara dar testim onio de la verdad» (VS 50a).
para pasar inm ediatam ente a exponer algunas cuestiones concretas, P or si no era suficiente, la encíclica E va m e liu m vitae (2 5 .3 .1 9 9 5 )
com o la legítim a defensa, el h om icidio voluntario, el aborto, la euta está dedicada a exponer v prom over el valor v el carácter inviolable de
nasia, y el suicidio. Por lo que se refiere al hom icidio directo y volun la v id a h u m an a^. E sta encíclica, que m erecería u n am plio com entario,
tario, se recuerda su pecam inosidad, tanto en los que m atan com o en está estructur^da en cuatro partes. E n la prim era, se evocan algunas de
los que cooperan a él voluntariam ente (n. 2268). - .......................
Pero se afirm a tam bién que el quinto m andam iento prohíbe igual 52. Cf., a este propósito, M. Santos, La bioética y el Catecismo de la Iglesia cató
m ente hacer algo con intención de provocar indirectam ente la m uerte lica, en F. Fernández (ed.), Estudios sobre el Catecismo de la Iglesia católica, Madrid
1996, 333-353.
de una persona: «L a ley m oral p ro h íbe exponer a alguien sin razón 53. «El vigor excepcional de esta encíclica no reside en la más clara y firme con
grave a un riesgo m ortal, así com o negar la asistencia a una persona en denación de todos y cada uno de los atentados contra la vida, sino en su jubilosa exal
tación de la vida humana en sí: ésta es respetable e inviolable por lo que es, no por lo
51. Catecismo de la Iglesia católica, 2258. Estas palabras están tomadas de la ins que sirve o para lo que es útil»: D. Basso, Pastoral y servicio a la vida: L’OR ed. esp.
trucción Donum vitae, intr. 5, publicada por la Congregación para la doctrina de la fe 27/23 (9.6.1995) 24; cf. también C. A. Anderson, «Evangelium vitae» y cultura post-
(22.2.1987). moderna: L’O Red. esp. 27/46 (17.11.1995) 11.
las actuales am enazas a la v id a h um ana. E n la segunda^ se expone lo existen cia terren a, y a qu e consiste en la p articip ació n de la v id a m is
m ás im portante del m ensaje cristiano sobre la v id a hum ana, en cuanto m a de D ios» (n. 2).
creada p or D ios, redim ida p o r C risto! u n g id a p o r el don del E spíritu y L as ideas fundam entales de la encíclica son: a) la dignidad de la
confiada a la responsabilidad hum ana. E n la tercera parte se expone el p erso n a y de su vida; b ) la consideración de la v id a h u m an a com o
contenido de la ley santa de D ios, resum ida en el precepto bíblico «N o abierta al encuentro con D ios; c) la pretensión de fundar su argum en
m atarás», con especial refecepcia a jbs.m indernos.ateiK ados dfil abor tación tanto sobre la razón hum ana cuanto sobre la p alab ra de D ios y
to y la eutan asia y co n u n a co n sid eració n sobre la actitud de la con- la tradición de la Iglesia; d) la especial solem nidad de la defensa de la
cienciá árttérlás leyes civiles qü'eprom ueven tales atentados. L a cuar- vida y las condenas contra los atentados m odernos que la am enazan. A
ta p a rte , m ás p astoral, trata d e pro p u g n ar u n a nueva cultura de la vida este to n o , q u e se en co n trará d e n uevo al referirse al ab o rto y la eu ta
hum ana, en la que sea posible anunciar, celebrar y servir el evangelio nasia, corresponde u na de las condenas m ás enfáticas del m agisterio
de la v id a54. m oderno de la Iglesia:
Probablem ente lo m ás llam ativo es que la encíclica no se lim ita só Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus suceso
lo a p ro p u g n ar la dignidad de la v id a biológico-orgánica del cuerpo res, en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la
hum ano (vita corporis, n. 47), que la persona recibe d e sus padres p o r eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre
la generación (n. 43), sino que se refiere sobre todo a la «vida de la gravemente inmoral. Esta doctrina, fundamentada en aquella ley no es
persona hum ana» (vita hom inis, n. 3, o perso n a lis vita hum ana, n. 60). crita que cada hombre, a la luz de la razón, encuentra en el propio cora
E n esa unidad psicosom ática expresa la peculiaridad de la «vida pro zón (cf. Rom 2,14-15), es corroborada por la sagrada Escritura, trasmi
piam ente hum ana» (n. 43) del único ser en el que «se refleja la reali tida por la tradición de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario
y universal (EV 57).
dad m ism a de D ios», del único ser que es «signo de su presencia y res
p landor de su gloria» (n. 34). L a encíclica, sin em bargo, tam poco se
D e hecho, la decisión deliberada de m atar a un ser hum ano in o
lim ita a esa v id a personal «natural», sino que recuerda la vocación a la
cente es considerada com o m oralm ente m ala, totalm ente in ju stifica
plenitud de v id a (vita aeterna, n. 37)55, puesto que «el hom bre está lla
ble, y a se intente com o fin o com o m edio, contraria a las virtudes de la
m ado a u n a plen itu d de vida que v a m ás allá de las dim ensiones de su
ju sticia y la caridad y contraria a la ley de D io s y, en últim o térm ino,
54. «La encíclica motiva varias veces la intervención magisterial en el campo de la a D ios, que es su au to r y su garante.
bioética (n. 4 y 11) con la indicación de algunas características especificas de las ame Pero, a p esar de la solem nidad de la form ulación, tal p ro n u n cia
nazas contra la vida en el actual ámbito social y cultural. Así como a lo largo de la his m iento no añade nada nuevo a la doctrina tradicional, en cuanto sigue
toria la vida del hombre ha sido amenazada siempre de muchos modos y en diferentes
circunstancias, y sigue siéndolo, así también hoy se cometen atentados contra ella con utilizando los parám etros de lo directo-indirecto así com o del inocen
nuevas modalidades, que presentan aspectos originales y plantean desafíos inéditos. En te-culpable. U n paso m ás profético habría sido condenar todo hom ici
particular, tres características peculiares marcan la problemática relativa al aborto, a la dio, incluso el del qu e se ha hecho culpable, com o, p o r o tra parte, p a
experimentación con embriones y a la eutanasia. En primer lugar, para la opinión públi
ca, influida por campañas ideológicas de amplio alcance, estos atentados contra la vida rece sugerir la encíclica, al recordar las palabras de D io s sobre C aín
se perciben como ‘derechos de la libertad individual’. En segundo, son legitimados so- (G n 4, 15: E V 9)56.
cialmente, porque los respalda la práctica médica: el ambiente científico y la autoridad A dem ás d e estos d o cum entos m ás solem nes, so n m uch as las oca
moral del servicio sanitario son suficientes ante los ojos de numerosas personas para
siones en las que el p ap a h a ten id o ocasión de p ronunciarse sobre la
aceptarlos, más aún, para considerarlos indiscutibles. Por último, la normativa jurídica
del Estado confiere a estas prácticas la garantía de una ley, aprobada por la mayoría y m ajestad de la vida hum ana y sobre la necesidad de ap o rtar un a orien
que, por tanto, dispensa de ulteriores escrúpulos de conciencia»; L. Melina, El respeto tación ética a los avances técnicos en la m anipulación de la vida. C o
a la vida humana como cuestión social»: L’OR ed. esp. 27/25 (23.6.1995) 11; C. Caffa-
m o se sabe, Juan P ablo II h a creado la P ontificia A cadem ia p ara la v i
rra, La dignidad de la vida humana: L’OR ed. esp. 27/30 (28.7.1995) 12, donde a la
desesperación por obstinación -no querer ser lo que se es- contrapone y denuncia «la de da, a la que h a dirigido estas palabras:
sesperación por debilidad: no poder ser lo que se es y, por tanto, considerar la muerte co
mo una conquista de la civilización». 56. Cf. G. Russo (ed.), Evangelium vitae. Commento all 'encíclica sulla bioética,
55. Cf. R. Colombo, El evangelio de la vida y las ciencias de la vida: L’OR ed. esp. Torino 1995; E. Sgreccia-D. Sacchini, Evangelium vitae e bioética. Un approccio inter-
28/16(19.4.1996) 11. disciplinare, Milano 1996.
Las ciencias biomédicas están registrando actualmente un momento de
rápido y maravilloso desarrollo, sobre todo con relación a las nuevas
conquistas en los ámbitos de la genética, de la fisiología reproductiva y
de las neurociencias. Pero para que la investigación científica esté orien
ESTATUTO DE LA BIOÉTICA
tada al respeto de la dignidad de la persona y al apoyo de la vida huma
na, no es suficiente su validez científica según las leyes propias de cada
disciplina. Debe cualificarse también positivamente desde el punto de
vista ético, y ello supone que sus esfuerzos sean enfocados desde el ini
cio con vistas al verdadero bien del hombre, entendido como persona
única y como comunidad57.

U n tem a especial m erecerían las continuas referencias del papa y las Bibliografía: E. Alburquerque, Bioética. Una apuesta p o r la vida, Madrid
instituciones eclesiásticas contra toda form a de racism o y xenofobia. En 1992; T. L. Beauchamp-L. B. McCullough, Ética médica, Barcelona 1987; N.
este contexto ha tenido u n profundo significado el recuerdo católico de Blázquez, Bioética fundamental, Madrid 1996; M. Casado, Bioética, derecho
la shoah o intento de exterm inio ju d ío por parte del régim en nazi58. y sociedad, Madrid 1998; A. Couceiro, Bioética para clínicos, Madrid 1991;
E videntem ente, la conciencia y la v ida de la Iglesia ni se b asa ni se M. Cuyás i Matas, Cuestiones de bioética, Madrid 1997; F. J. Elizari Basterra,
centra solam ente en los docum entos del m agisterio jerárquico. L a ho Bioética, Madrid 1991; J. Gafo, 10palabras clave en bioética, Estella 1993; D.
m ilía y la catequesis form an tam bién la sensibilidad de los cristianos. Gracia, Fundamentos de bioética, Madrid 1989; Id., Planteamiento general de
Y un p uesto im portantísim o es preciso conceder a la transm isión de la la bioética, en M. Vidal (ed.), Conceptos fundamentales de ética teológica,
Madrid 1992,421-438; E. López Azpitarte, Ética y vida. Desafios actuales, Ma
fe y de los valores éticos en el seno de la fam ilia.
drid, 1990; S. Privitera, Bioética mediterránea e nordeuropea, Palermo 1996; E.
Es precisam ente ahí donde las nuevas generaciones h an de ser for
Sgreccia, Manuale di bioética. Milano 21994; D. Tettamanzi, Nuova bioética
m adas en el valor de la v ida de m odo que sepan y p u ed an ofrecer un cristiana, Casale Monferrato 2000; G. M. Tomás Garrido (ed.), Manual de bioé
testim onio coherente en m edio de u na «cultura de la m uerte». tica, Barcelona 2001; M. Vidal, Moral de actitudes II/l, Moral de lapersonay
P or otra p arte, los cristianos no pueden lim itarse a los pron u n cia bioética teológica, Madrid 1991.
m ientos en favor de la vida hum ana. Y, m enos aún, a la form ulación de
condenas. H an de prom over la defensa de la v id a p o r m edio de los
E n otros tiem pos la d octrina m oral sobre la d ignidad d e la v id a h u
com prom isos diarios individuales y en el esfuerzo p o r la reform a de
m a n a ocu p ab a u n as p o cas p ág in as en el conjunto de los m anuales de
las estructuras sociales, económ icas, políticas e inform ativas, de m o
do que tam bién en el ám bito público se defienda la v id a y se p rom ue teología m oral. Su tratam iento se situaba en el m arco del quinto m an
dam iento del decálogo bíblico. Y su ám bito se red u cía a la explícita-
va su calidad59.
ción del precepto «no m atarás». Tem as clásicos en aq u el tratado eran
el suicidio, el h om icidio y la p e n a d e m uerte.
E n nuestros d ías, el estu dio d e las cuestiones relativas a la v id a h u
m a n a se h a am pliado n o tab lem e n te tantn p n r razonesT ecnicáT coíno
p o r cuestiones epistem ológicas.
57. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia para la vida (20.11.1995): P or u n a p arte, se h an m ultiplicado de fo rm a extraordinaria las si
Ecclesia 2.774 (3.2.1996) 165-166; Id., Discurso a la asamblea general de la Academia
tuaciones en las que la técn ica h a decidido in terv en ir con el ohietívo
Pontificia para la vida (14.2.1997): Ecclesia 2.833 (22.3.1997) 430-431.
58. Cf. el documento de la Comisión para las relaciones con el hebraísmo, Noso de p ro lo n g ar la can tid ad d e la v id a v d e mpjn ra r °'i Por o tra
tros recordamos: Una reflexión sobre la shoah (16.3.1998): Ecclesia 2886 (28.3.1998) p arte, tales intervenciones no h a n dejado d e suscitar serios interrogan
484-489 y textos allí citados. tes éticos. C o n ello h a surgido la nerftsiflad de preguntarse p nr el esta-
59. Cf. G. Mooney, Valorando la vida humana en las políticas al servicio de la sa-
lud: Labor hospitalaria 26 (1994) 175-181; G. Russo, Qualité della vita, en EBS 1473- tu to ep istem o !ó g ic(7 3 ela5 iscíñ H n a ou e reflexiona sobre los innum e-
1475; cf. J. R. Flecha, Bioética y calidad de vida, en J. J. Fernández Sangrador (ed.), Me raffies~TRtemay-étteos--que4{rtécnica h a venido a p lan tear en el cam po
dicina, familia y calidad de vida, Salamanca 2006,13-37. de l í v id a y de la salud. ~~ ~~
1. Sobre la bioética ciencias de la v id a y del cuidado de la s a lu d m
ducta es exam inada a la luz de los valores y principios m orales»4. Es-
E sas úhirnas palabras no£ acercan al cam po específico de la b ioé- .TOfllaT éri gfeCTSTTa~EioeticaTos j)roblem as relativos a la m an in iilad ó n
ticaTSégún u n a expresión u n tanto^m ícaT T abioétíca p arece haber ve de la v id a hum ana, tanto en sus orípenn r n m n r n fiin m n m rn trr te r
nido a salvar a la ética de su postración. E n realid ad h a venido a sus m inales. Pero no d ebería ser lim itada a estas situacionesT L a vidá"3el
tituir el estudio tradicional de la ética de la salud y la enferm edad. ~55flíúm ano está som etida a continuos atentados y a diversos intentos
E n el m undo anglosajón se suele decir que la p rim era obra m oder de llevar a cabo lo que Paul R am sey llam aba «el hom bre fabricado» y
lo que otros han descrito com o «el hom bre a la m edida»5.
na sobre b io ética es el célebre libro M oráis a n d M edicine, publicado
P or lo que se refiere a n u e s t r o j a í s ^ n 1975 se creaba el Instituto
por Joseph F letcher en 1954. Se debería recordar que veinte años an
CJjo ríalléT o ío ó tiea, qiieliacTa~coino el-prim er centro de. esto m ateria en
tes L uis A lonso M uñoyerro había publicado en E sp añ a su Código de
toda Europa. D esde entonces, se han creado y a algunas excelentes pla-
deontología m édica, en el que ya abordaba los tem as de la reproduc
^ a f o r m jlld e j^ j^ ^ a .asS Ipi^)4atHai j c ^ Pero es cada vez
ción artificial, la esterilización y la eutanasia. E n el año 1969, y por
m ás sentida la necesidad de espacios en los que se favorezca el estudio
obra de G aylin y C allahan, nació en N ueva York The H astings C enter,
interdisciplinar de las cuestiones éticas relativas a la vida hum ana6.
el prim er centro de estudios sobre los problem as éticos que la tecnolo
gía avanzada p lanteaba al m undo dedicado al cuidado de la vida y de
la salud. C on todo, el nom bre específico de «bioética» fue inventado a) ¿E tica sectorial o ciencia nueva?
en 1970 po r el biólogo e investigador del cáncer R alph van R ensselaer
Potter, de la U niversidad de W isconsin1. Por el m ism o tiem po, lo u ti El prim ero de los d esañ o s que se plantean a la bioética es el de la
clarificació n de su propio estatuto epistem ológico. El discurso se p u e
lizaba tam b ién el fisiólogo fetal y obstetra A ndré H ellegers, que en
de articular, en efecto, en tres niveles diferentes. El p rim er nivel nos
1971 fundaba, con otros, el K ennedy Institute o f E thics, de la U niver
sitúa en la constatación de los hechos y de las corrientes de opinión
sidad G eorgetow n, en W ashington. A llí se tratab a de institucionalizar
sobre los nuevos problem as que van surgiendo. El segundo nivel se re
el diálogo bioético entre científicos y teólogos católicos, protestantes
fiere a las razones que subyacen al debate social, y a sea en el p resen
y ju d ío s2. E ste Instituto habría de publicar en 1978 la célebre E ncyclo
te, y a sea tratando de orientar el com portam iento futuro ante las cues
p ed ia o fB io e th ic s2.
tiones relativas a la vida. El tercer nivel, m ás filo s ó fic o , evoca los
E n ella se ofrece un a d efin ició n aceptable de tal disciplina, com o
principios epistem ológicos y m orales que presiden el com portam iento
hum ano y nuestra visión del sentido de la vida. Todavía se p odría h a
1. L. Alonso Muñoyerro, Código de deontología médica, Madrid 41956 (primera ed.
b lar de u n cuarto nivel, ocupado por la discusión política y legislativa,
1934, prólogo de A. Vallejo Nágera); J. Fletcher, Moráis and Medicine: The Moral Pro- en el cual se ven reflejados los otros tres.
blems o f the Patient's Right to Know the Truth. Contraception, Artificial Insemination, Por lo que se refiere al segundo nivel, se h a dicho con razón que las
Sterilization, Euthanasia, Boston 1954; R. van Rensselaer Potter, Bioethics, Science o f discusiones sobre la bioética que se oyen en el ám bito occidental pare-
Survival: Biology and Medicine 14 (1970) 127-153; Id., Bioethics: Bridge to the Futu-
re, Englewood Cliffs NJ 1971. Sobre la historia y el presente de la bioética, cf. R. De-
Vries-J. Subedi (eds.), Bioethics and Society, Upper Saddle RiverNJ, 1998; H. Kuhse-P. 4. W. T. Reich (ed.), Encyclopedia o f Bioethics I, New York 1978, XIX. Ha sido pu
Singer, What is Bioethics? A historical introduction, en A Companion to Bioethics, 3-11. blicada una segunda edición en 1995; cf. G. Russo, Bioética, en EBS 327-332.
De R. van Rensselaer Potter, autor que acuñó el nombre de Bioética, cf. Bioética globa- 5. P. Ramsey, El hombre fabricado, Madrid 1973; W. van den Daele, Mensch nach
le, EBS 356-361. Mass? Ethische Probleme der Genmanipulation und Gentherapie, München 1985.
2. Tampoco las otras religiones han quedado fuera de este diálogo. Cf., por ejem 6. Resulta bien conocida la actividad del Instituto Borja de bioética de Sant Cugat
plo, D. Keown, Buddhism and Bioethics, New York 1995. del Valles (Barcelona), así como las iniciativas promovidas por la cátedra de bioética de
3. Desde 1995 esta Universidad, junto con el Colegio Baylor de Medicina (Houston la Universidad de Comillas o la reflexión llevada a cabo por el máster de bioética de la
TX), publican la revista Christian Bioethics. En ella se subraya lo específico de la res Universidad Complutense. La cátedra de bioética de la Universidad Pontificia de Sala
puesta cristiana a los numerosos problemas generados por la moderna biotecnologia. Cf. manca ha elaborado diversos estudios sobre temas de bioética y les ha dedicado una de
R. H. Blank-J. C. Merrick (eds.), Encyclopedia ofU.S. Biomedical Policy, Westport CT las anuales «Conversaciones de Salamanca» de la Facultad de teología. Para una infor
1996. Destaquemos también la importante tarea que lleva a cabo el Istituto Siciliano di mación más amplia, cf. la revista Cuadernos de bioética o bien Labor hospitalaria, es
Bioética, editor del Dizionario di bioética así como la revista Bioética e cultura. pecialmente el número monográfico de índices 241-242 (1996).
cen situarse en un semicírculo. D esde uno de sus extrem os habla el u ti los principios de valoración y discernim iento de la ética general. Si la
litarism o pragm ático m ás sim ple (A ), que de hecho niega la especifici aplicación de los m ism os no parece fácil, tam poco lo fue la aplicación
dad del problem a ético. En el otro extrem o está la postura de la sacra de los antiguos principios sobre la licitud de la guerra a la nueva situa
lidad de la vida de tipo fundam entalista, ya sea de origen religioso, o de ción creada por las guerras m odernas. L as nuevas situaciones invitan
tipo m eram ente ecológico (D). E ntre am bas, se sitúan el hum anism o ciertam ente a un a revisión de los antiguos principios, a u n m ayor es
secular (B) -m á s cercano a la prim era postura (A ) - y el personalism o fuerzo de coherencia en su aplicación y a u n recu rso m ás frecuente y
cristiano, clásico o secularizado (C), m ás afín a la segunda (D)7. creativo, a la virtud de la prudencia. A fin de cuentas, esta v irtud m o
L os estudiosos de la bioética discuten apasionadam ente sobre la ral h a de considerar los m atices aplicables al ju ic io concreto de discer
búsqueda de un p aradigm a adecuado que la estructure8. M ientras unos nim iento sobre los valores que entran en conflicto en cada situación.
prefieren un paradigm a antropológico que hunda sus raíces en la dig
nidad de la p erso n a hum ana, otros se inclinan p o r la asunción de un
b) L os prin cip io s de la bioética m oderna
paradigm a de principios, entre los cuales se apela p rim ordialm ente a
los de autonom ía, beneficencia y ju sticia, com o luego se dirá. Se presenta hoy un a autodenom inada «bioética laica», que no pue
U na discusión que espera a todos los que se asom an a este cam po de ni quiere saber nada de un a posible fundam entación sobre la digni
es precisam ente la del estatuto epistem ológico de la bioética. Para al dad sagrada de la persona, que se rem ita a una eventual «revelación». A
gunos, en efecto, se trata sencillam ente de un terreno especializado de decir verdad, parece h aber renunciado tam bién a fundam entarse sobre
la actividad hum ana, al que es preciso aplicar los principios generales la verdad objetiva de la persona. C onsiderando que solam ente puede
de la responsabilidad m oral. em plear las herram ientas de la razón em pírica, se sitúa a sí m ism a en un
Para otros, en cam bio, en el cam po de la bioética, com o en el de la horizonte que niega la posibilidad de la verdad. L a naturaleza no puede
ecoética y en otros m uchos, fuertem ente determ inados p o r los avances decir n ad a al ser hum ano sobre el alcance del sentido y de los valores10.
de la tecnología contem poránea, se h a de articular todo u n cuerpo éti E n la práctica, la bio ética em pírica se encuentra en dos versiones,
co de nueva planta. Los principios generales y las conclusiones apli que podríam os llam ar utilitarista y neocontractualista. L a prim era v ie
cadas p o r la ética general serían poco m enos que inservibles. N i si ne a afirm ar que la vida hum ana - y tam bién la no h u m a n a - no tiene un
quiera b astaría con una reform ulación de la ética aplicada9. valor en sí m ism a, sino tan sólo en el balance de los costes y beneficios
N o so tro s nos situam os en un horizonte perso n alista cristiano que que se pueden soportar y obtener en una determ inada sociedad. L a se
afirm a la sacralidad de la vida hum ana, entendida com o realidad psi- gunda trata de fundam entar la ética de la vida sobre el acuerdo o el con
cosom ática y social, que es entendida según el esquem a de la iconali- trato y ello a dos niveles. El nivel de la elaboración de las concepciones
dad divina. Se confiesa, de partida, que el ser hum ano h a sido creado del b ien y del m al y el nivel form al o general del acuerdo entre las co
a im agen y sem ejanza de D ios y, com o tal, tiene derecho a ser respe m unidades éticas, con el fin de com partir u n m ínim o de respeto recí
tado en su identidad e integridad. proco p ara la resolución de los problem as que se p uedan plantear11.
Por lo que respecta a su estatuto, pensam os que sería preferible con Llegados a este punto, a algunos expertos les parece que el discur
siderar la bioética com o un ám bito especializado p ara la aplicación de so bioético solam ente puede fundam entarse sobre u n frágil equilibrio
entre los principios que form an la llam ada «trinidad bio ética» 12.
7. Cf. F. Compagnoni, Etica della vita, 16-17. El autor sitúa en el punto B la opinión
de H. T. Engelhardt, quien, aun alejándose de la imposibilidad de una ética cognitiva, que
M uchos estudios de bioética parten hoy de la asunción de algunos
él atribuye a A. J. Ayer, defiende que el discurso bioético no puede fundarse ni en la fuer principios que podrían ofrecer un a solución viable a los frecuentes di-
za ni en la religión ni en la argumentación racional, sino tan sólo en los acuerdos comu
nes entre los diversos modelos morales (moral strangers) que existen hoy en el mundo. 10. Cf., por ejemplo, la obra de U. Scarpelli, Bioética laica, Milano 1998.
8. Cf. R. Valls, Etica para la bioética, en M. Casado, Bioética, derecho y sociedad, 11. Un típico representante del utilitarismo en bioética es P. Singer, Ética práctica,
15-33, donde apela al principio kantiano de la libertad y la autonomía personal, regula Barcelona 1984; Id., Repensarla vida y la muerte, Madrid 1997.
do por las leyes de un sistema democrático, de forma que permita la libertad y autonomía 12. Tal vez el mayor representante del neo-contractualismo en bioética sea H. T.
de los demás. Engelhardt, Los fundamentos de la bioética, Barcelona 1995. Sobre este tema, cf. L. Pa-
9. P. Singer, (ed.), Applied Ethics, Oxford 1986; J. Ferrater Mora-P. Cohn, Ética lazzini, Bioética «laica» o bioética «cattolica»? Una questione aperta: La famiglia
aplicada, Madrid 1994. 33/193 (1999) 22-33.
lem as éticos que se presentan. Se h a llegado a discutir la m ism a funda- licitud de operaciones quirúrgicas o incluso de procedim ientos cada
m entación de la bioética en estos principios asum idos com o po r con vez m ás rutinarios, com o p o r ejem plo el diagnóstico prenatal16.
senso tácito y universal. L as críticas a tal fim dam entación sobre el es El principio de autonom ía trata de evitar, p o r u n lado, el abuso del
quem a de los principios viene tanto del ám bito de las religiones com o «patem alism o» m édico y, p o r otro, cierto «contractualism o» terapéuti
de la teología de la liberación y h asta de los m ovim ientos fem inistas13. co. E l prim ero parece oponerse a la dignidad y libertad de la persona. El
D e todas form as, es preciso evocar aquí los p rincipios m ás fre segundo es evidentem ente im posible, dada la desigualdad en la que se
cuentem ente invocados tras haber sido enunciados p o r el Inform e Bel- encuentra el paciente con relación a la institución m édico-sanitaria.
mont. Las discusiones surgidas en diversos ám bitos de la so cied ad por A h o ra bien, com o el hom bre no es p u ra co rporalidad sino un com
ejem plo ante la eventualidad de la despenalización de ciertos com por plejo ser de estructura psicosom ática, el principio de la autonom ía no
tam ientos, com o el uso de las drogas, han evidenciado que los criterios puede ser entendido ni aplicado de una form a reduccionista que co n
de valoración de los m ism os oscilan significativam ente según el p rin tem ple tan sólo la p ura fisicalid ad del fenóm eno hum ano. Por otro la
cipio del que p arta el razonam iento ético. do, la p erso n a vive al convivir; no es un ser aislado, sino u n nudo de
relaciones que originan su ser y condicionan su ser-así. D e ahí que el
1. P ara algunos, el principio fundam ental ha de ser el de la autono- principio de autonom ía tam poco pueda ser aplicado en el m arco de un
m ía del ° l « Es el pxinci- segundo reduccionism o que, a fuerza de resaltar la individualidad, ig
pio qu e regula las instancias éticas expresadas-por el pa c k nte_aue, en n o rara la sociabilidad del ser hum ano. Si el cuerpo del drogadicto es
virtud de SU HipniTTafTTjfmüi su je to , tie n e el derecho He d e c id ir autÓflO-
«suyo», a la sociedad le in teresa saber que no v a drogando «su cuer
m am ente si aceptar o rechazar lo que se trata de hacer con él, tantQjdes- po» m ientras pilota un avión. E l principio de autonom ía h a de co nju
de un p unto de vista di a g n ó s tic o x o m a lm p é u tM )))14. A sí se expresa el garse necesariam ente co n otras referencias inesquivables a la alteridad
Convenio relativo a los derechos hum anos y la biom edicina: y la responsabilidad17.
Una intervención en el ámbito de la sanidad sólo podrá efectuarse des
pués de que la persona afectada haya dado su libre e inequívoco con 2. D e ahí que el principio de autonom ía sea necesariam ente com
sentimiento. Dicha persona deberá recibir previamente una informa p letado p o r el principio de beneficencia. É ste incluye cada vez m ás en
ción adecuada acerca de la finalidad y la naturaleza de la intervención, nuestros tiem pos el principio~deno:ñi3léficencia, tan evidente p ara los
así como sobre sus riesgos y consecuencias. En cualquier momento la antiguos y de tanto prestigio en la historia de la m edicina. E l principio
persona afectada podrá retirar libremente su consentimiento15.
de beneficencia regula las instancias éticas típicas de la profesión sa
nitaria, que tiene p o r fin alid ad la defensa de la vida, de la salud física
Este principio tiene una inm ediata relación con la exigencia del y p síq u ica de la p erso n a y el alivio de sus sufrim ientos, en el respeto
consentim iento inform ado de la persona actual o potencialm ente enfer a la dignidad de la persona. L a m ism a defensa de la dignidad personal
m a, invocado tanto por los ordenam ientos legales relativos a la vida y a
exige con frecuencia intervenciones que, sólo a p rim era vista, parecen
la salud hum anas com o en el razonam iento habitual ante los dilem as
ser u n obstáculo p ara dicha autonom ía. L a m ayoría de los códigos éti
contem plados por la bioética. El consentim iento inform ado del pacien
cos obligan a los p ro fesio n ales a intervenir en casos de n e c e s id a d a
te - o de sus representantes le g a le s- es continuam ente requerido, bien
p esar de que el paciente n o haya podido expresar su consentim iento.
para legitim ar la experim entación terapéutica, bien para determ inar la
Tras referirse a la protección de las personas que no tengan capacidad
p ara expresar su co n sentim iento y a las que sufran trasto rn o s m enta-
13. Cf. T. L. Beauchamp-J. F. Childress, Principies o f Biomedical Ethics, New
York-Oxford 41994; E. R. du Bose-R. Hamel-L. J. O ’Connell (eds.), A Matter o f Prin 16. Cf. J. W. Berg, Legal and Ethical Complexities o f Consent with Cognitively Im-
cipies? Ferment in U.S. Bioethics, Valley Forge PA 1994; D. Gracia, Principios y meto paired Research Subjects: Proposed Guidelines: Journal o f Law, Medicine & Ethics 24/1
dología de la bioética: Labor hospitalaria 229 (1993) 175-183. (1996) 18-35. Sobre este tema, cf. A. Galindo, Consentimiento informado, en Consejo
14. C. Viafora-S. Privitera, Principi della bioética, en NDB 887-901; F. Bellino, pontificio para la familia, Lexicón, Madrid 2004, 125-137; G. Russo, Consenso infor-
Principi della bioética, en EBS 1402-1406; cf. J. R. Flecha, Informe Belmont, en DB mato. Dimensioni generali, EBS 524-526; R. Salvinelli, Consenso, en NDB 221-226.
431-435. 17. T. L. Beauchamp-L. B. McCullough, Ética médica. Las responsabilidades mo
15. Convenio relativo a los derechos humanos y la biomedicina (4.4.1997), c.II, a.5. rales de los médicos, Barcelona 1987, 26.
les, el Convenio relativo a los derechos hum anos y la b iom edicina p a están llam ados a tener u n papel im portante los com ités de bioética, ins
rece referirse a este principio de b eneficencia cuando dice: titu id o s form alm ente con la sentencia del T ribunal Suprem o de N ew
Cuando, debido a una situación de urgencia, no pueda obtenerse el con Jersey del 31 de m arzo de 197720.
sentimiento adecuado, podrá precederse inmediatamente a cualquier in
tervención indispensable desde el punto de vista médico en favor de la 3. Junto a estos principios, la bio ética se apoya en el prin cip io de
salud de la persona afectada18. ju sticia . E s el principio que expresa y sintetiza las instancias éticas que
en el acto m édico hace valer u n tercer sujeto y actor, com o es la so
L a capacidad de elección del paciente y la coherencia axiológica de ciedad, en la que el paciente y el m édico se encuentran insertos. E n la
sus opciones resultan determ inantes a la h ora de decidir la inclinación sociedad, todos los sujetos m erecen el m ism o respeto y tienen derecho
hacia el principio de b eneficencia en lugar del principio de autonom ía. a reivindicar su derecho a la vida, a la salud y a la equidad en el repar
El m ism o C onvenio exige a continuación «tom ar en consideración los to de los recursos sanitarios.
deseos expresados anteriorm ente con respecto a u na intervención m é H ay m uchas ocasiones en que los dos p rim ero s p rin cip io s h an de
dica p o r u n paciente que, en el m om ento de la intervención, no se en encontrar un contrapeso en la responsabilidad social que corresponde
cuentre en situación de expresar su voluntad» (a. 9). E n el fondo, se tra al personal m édico sanitario, tanto com o al investigador en tecnología
ta de form ular u n juicio m uy concreto sobre los valores que entran en de la salud. L a ley española de sanidad considera el derecho del p a
conflicto en la situación particular del paciente, teniendo en cuenta los ciente «a la libre elección entre las opciones que le presente el respon
sable m édico de su caso», pero adm ite inm ediatam ente u n a excepción
valores habituales que configuran su silueta ética, pero tam bién una es
«cuando la no intervención suponga u n riesgo p ara la salud pública»21.
cala «objetiva» de valores que coloque la vida y la dignidad hum ana en
L os innegables aspectos socioeconóm icos que im p lica la enferm e
los escalones m ás altos. H ay m om entos en que un a pretendida autono
dad y la colectivización de la asistencia m éd ica com portan no pocos
m ía sería suicida por «inauténtica».
problem as. Esos problem as no se solucionan solam ente con nuevas es
En la literatura sobre ética médica a veces se expresa esta idea en términos trategias, sino que exigen nuevos planteam ientos éticos, «cuyo origen
de la «autenticidad» del paciente o de los «actos que son característicos». se en cuentra casi siem pre en el predom inio de la m oral com petitiva
El término autenticidad por lo general implica algo autoritario, genuino, sobre la m oral cooperativa en el cuerpo de la sociedad»22.
verídico. En este contexto, las preferencias o comportamientos expresa
dos por el paciente sólo son auténticos si la persona está actuando de for
ma que esté optando por cosas que son coherentes con lo que seria razo c) L o s p rin cip io s tradicionales
nablemente esperable, dado su comportamiento anterior. La autenticidad
es más que una mera libertad de elegir; es la elección por la persona que Junto a estos tres principios, a los que se h a dado en llam ar «la tri
representa fielmente a la persona, expresando preferencias y creencias n idad bioética», esta nueva disciplina ha de b arajar continuam ente al
firmemente asentadas, a diferencia de los actos y las opciones motivados gunos otros que se rem ontan a la m ás antigua reflexión sobre la ética
por deseos y aversiones de duración momentánea, breve o fugaz19. de la v id a y la salud.

Ú nicam ente habría que añadir u n a insistencia en el orden objetivo 1. E n prim er lugar, es necesario recordar el denom inado principio
de los valores. E l principio de b eneficencia autoriza a u na «m anipula de doble efecto. E n la v id a real nos encontram os con acciones, va
ción» del p aciente que, aun contraviniendo sus decisiones aparente loradas de m odo deontológico, que pueden llevar de hecho a diversas
m ente autónom as p ero evidentem ente «inauténticas», tuviera com o fi
nalidad salvaguardar el valor de su v ida o, si se p refiere, el valor de la 20. J. R.Connery, Quality ofL ife: LinacreQ 53 (1986) 26-33; E. Sgreccia, La qua-
litá della vita: MedMor 39 (1989) 461-464; Id., Comités de bioética, en Consejo ponti
calidad de su vida. E n la elección del m ayor bien a favor del paciente ficio para la familia, Lexicón, Madrid 2004, 105-113; A. Anzani, Comitati di etica, en
NDB 199-205.
18. Convenio relativo a los derechos humanos y la biomedicina (4.4.1997), c.II, a.8. 21. Ley 14/1986, de 25 de abril, general de Sanidad, cap. I, art. 10, 6, a: BOE 102
19. T. L. Beauchamp-L. B. McCullough, Ética médica, 133; cf. M. Corcoy, Liber (29.4.1986) 15210.
tad de terapia versus consentimiento, en Bioética, derecho y sociedad, 109-132. 22. P. Laín Entralgo, La medicina actual, 124.
consecuencias: unas consideradas acordes con los valores éticos y otras Su violación significaría una quiebra irreparable en la relación de
desechables en cuanto com portan consecuencias negativas. E n sem e co n fian za que se encuentra en la base de la m ism a profesión m édico-
ja n te encrucijada, sería lícito realizar una acción - u o m isió n - buena o sanitaria. Pero su m antenim iento a u ltra n za c re a algunos p roblem as,
indiferente, de la cual se sigue dicha diversidad de efectos, con la con com o, p o r ejem plo, en el caso de los en ferm o s de sida y en el de los
dición de que se considere el bueno com o prioritario y pretendido v o enferm os m entales, com o se tendrá ocasión de ver m ás adelante26.
luntariam ente, y no exista una relación de causalidad del efecto m alo
sobre el bueno23. 4. Seguram ente se puede hablar, p o r fin, del principio del tucioris-
m o, según el cual, la v id a hum ana es un valo r tan fundam ental que su
2. R ecordem os tam bién el principio de totalidad, tan am pliam en defensa im pediría cualquier experim ento injustificado que p udiera p o
te utilizado en la m oral tradicional. L as partes del organism o están al nerla en situación de riesgo. Con una orientación específica, tal princi
servicio de la integridad de la persona; en consecuencia, las partes p io h a sido invocado p o r Juan Pablo II en la encíclica E vangelium vi
pueden sacrificarse al todo. Los antiguos m anuales solían afirm ar que tae, al afirm ar que «bastaría la sola p robabilidad de encontrarse ante
sería lícita la m utilación de un órgano con el fin de salvar a la p erso u na persona para ju stifica r la m ás rotunda prohibición de cualquier in
n a y hasta se atrevían a adelan tar que se hab ía de p erm itir tal m u tila tervención destinada a elim inar un em brión hum ano» (EV 60)27.
ción aunque el brazo estuviera sano, pero atado a u na cadena, p ara sal
var a la persona frente a un inm inente peligro24. C om o se puede im aginar, la apelación a u n solo principio encuen
L legados a este punto, es preciso hacer un a consideración. El p rin tra con frecuencia u n correctivo en las exigencias que de otro principio
cipio de totalidad puede en cerrar una enorm e am bigüedad ética si se se derivan. El respeto a la dignidad de cada perso n a individual entra
aplica de m odo unívoco tanto al organism o hum ano cuanto al organis con frecuencia en conflicto con otros valores que resultan igualm ente
m o social. Ya P ío X II tuvo que desautorizar un a cierta interpretación inesquivables28.
de tal principio, según la cual los individuos, com o partes de un orga E s m ás, no falta q u ien se atreve a a firm a r ab iertam en te qu e hay
nism o social, podrían ser sacrificados en beneficio del bienestar co que asu m ir con to d a co h eren cia el fracaso del proyecto ético de la
lectivo25. Tal am pliación fue con frecuencia invocada bajo el nazism o m o d ern id ad . Es decir, es preciso co n fesar la im p o sib ilid ad de co n s
para ju stific a r la m anipulación y hasta la aniquilación de personas en tru ir un a ética secular, racional, uníversalizable y do tad a de co n ten i
ferm as, im pedidas o sencillam ente pertenecientes a los grupos y razas
do. E l reto p o sm o d em o pro p u g n a que los m andatos m orales co n c o n
perseguidos p o r el régim en. U na tal interpretación del principio de to
ten id o solam ente tien en fu erza n orm ativa en las esferas in dividual o
talidad será evidentem ente inm oral, en cuanto lesiva p ara la dignidad
co m u n itaria entre los «am igos éticos» y, p o r consiguiente, n u n ca se
de la persona. E sta dejaría de ser considerada com o un fin en sí m ism a
rán universalizables. A sí p u es, la b io é tic a no p o d ría v in cu lar a los
para reducirla al ám bito de los m edios y aun de los útiles.
«extraños éticos» m ás que p o r la v ía del consenso o, m ás exactam en
te, p o r el «principio del perm iso»; u n principio orientativo form al que
3. O tro antiguo principio ético im portante es el de la confidencia
reg iría los «acuerdos» sobre lo p erm itido en el ám bito de la m an ip u
lid a d de los datos relativos al paciente, considerado hoy en el contex
lación de la vida hum ana. El principio del perm iso prevalecería siem
to del derecho de la persona a preservar su v id a privada.
p re sobre el p rin cip io de b en eficen cia, al que se red u cen el de «no
23. Cf. G. E. Anscombe, Azione, intenzione e doppio effetto: Divus Thomas 29
(2001) 43-61; J. R. Flecha, Teología moralfundamental, Madrid 2003, 183-185; S. Pri- 26. Cf. J. R. Flecha, Implicaciones éticas del sida en el ejercicio de la profesión sa
vitera, Duplice effetto, en NDB 369-371 nitaria: Salmanticensis 36 (1989) 319-340; Id., Ética de la manipulación en el mundo
24. M. Zalba, Theologíae moralis compendium I, Madrid 1958, 859; cf. S. Privitera, de la salud mental: Labor hospitalaria 220 (1991) 147-154; cf. A. A. Stone, Law, Psy-
Principio di totalitá, en NDB 907s; C. Simón, Totalidad, Principio de, enDB 713-717. chiatry and Morality, Washington DC 1984, 161-190; S. Spinsanti, Etica bio-medica,
25. Cf. su alocución del 14.9.1952: Discorsi e radiomessaggi di sua santitá Pió Roma 1987, 127-129; J. J. Ferrer, sida y bioética: de la autonomía a la justicia, Madrid
XII, 14, Cittá del Vaticano 1954, 328-329. Sobre este tema volvió el papa repetidas ve 1997, 149-194.
ces, por ejemplo en su discurso del 11.9.1956: Colección de encíclicas y documentos 27. Cf. E. Sgreccia, Los fundamentos de la bioética en la encíclica «Evangelium
pontificios I, Madrid ^1967,1762. Cf. también su discurso a los miembros de la Oficina vitae»: L’OR ed. esp. 27/34 (25.8.1995) 9.
internacional de documentación de medicina militar: AAS 45 (1953) 744-754. 28. S. Leone-S. Privitera, Bioética, en NDB 105-114.

*
m aleficencia» y el de justicia. Tal es la opinión de E ngelhardt, quien cuanto po r la incertidum bre de los resultados previsibles. E n el m o
afirm a explícitam ente que «no ex iste n in g ú n derech o m o ral secular m ento actual, la situación se h a com plicado aún m ás, ya que las nuevas
fundam ental hum ano a recib ir asisten cia sanitaria, ni ta n siquiera un situaciones presentan nuevos dilem as éticos p ara cuya resolución no
m ínim o decente»19. hem os desarrollado un coherente juego de jerarquización de valores.
Contra tal pretensión, creem os que es posible y deseable tratar de
fundam entar la bioética contem poránea sobre la base de un a antropolo 2. E l segundo elem ento podría ser calificad o com o subjetivo. L a
gía coherente e integral. E s cierto que existen en nuestros días serias di profesión m édica h a sido regulada p o r códigos deontológicos, de tipo
ficultades para la adm isión de la verdad ontológica del ser humano. Hoy cuasi-sagrado o legal que im ponían sobre el m édico unos determ in a
más que nunca se la considera en dependencia de las m ediaciones cul dos deberes de conducta respecto a su paciente. E l m odelo clásico es,
turales, tanto diacrónicas com o sincrónicas. Sin em bargo, tam bién en la sin duda, el llam ado Juram ento de H ipócrates31.
cultura contem poránea se apela con frecuencia a la dignidad e insobor- E n aquellas reglam entaciones se trataba, en efecto, de evitar el m al
nabilidad de los derechos hum anos com o regla últim a norm ativa30. y prom over el bien que p o d ría afectar al paciente. Sin em bargo, el
acento de la responsabilidad recaía sobre el m édico. E n el ejercicio de
su p ro fesió n , éste p o d ía dejarse llevar p o r u n cierto p atem a lism o en
2. B ioética y derechos del enferm o relación a «su» paciente.
El m undo contem poráneo -con secu en te con las grandes ideas em a
A dem ás de esa referencia a los derechos hum anos, se venía echan nadas de la Ilu strac ió n - h a prom ovido la co nciencia de los «derechos
do de m enos u n a referencia legal que tratara de o rien tar la actividad del paciente». L a actuación m édica h a de ser entendida en térm inos
biom édica de acuerdo con unos valores fundam entales. E n los últim os interactivos. E l paciente es sujeto de unos derechos y, p o r supuesto, de
tiem pos, tales referencias y declaraciones se han ido produciendo en algunos deberes y responsabilidades. E ntre los prim eros contem pla
todas partes. Se p odría decir que, aun antes de la aparición del nom bre m os, p o r ejem plo, el derecho a la inform ación veraz, oportuna y to le
de la bioética, siem pre h a existido una norm atividad ética en el trata rable sobre el diagnóstico y el pronóstico de su estado de salud o en
m iento de la vida hum ana. Y es cierto. Pero hay varios elem entos que ferm edad. Sin olvidar el derecho a la v id a privada, que el Convenio
m arcan la novedad de esta disciplina. sobre biom edicina v incula al anterior (art. 10)32. E ntre los deberes y
responsabilidades podem os subrayar la necesidad de contar con el con
1. El prim ero de ellos, p odría ser calificado com o objetivo. Com o sentim iento, libre, inform ado y revocable, del paciente cuando se so
ya se ha sugerido, se trata precisam ente de la novedad de situaciones a m ete a u n tratam iento específico.
las que ha dado origen el avance cien tífico y el tecnológico con rela C om o se h a hecho co n star m ás arriba, el E stado español cuenta
ción a la m anipulación de la v ida hum ana. E sas nuevas posibilidades desde 1986 con un a ley general de sanidad que, de alguna m anera, in
ya no sólo afectan a la curación de la enferm edad y al cuidado de la tro d u ce una perspectiva bio ética en el funcionam iento de su sistem a
sa lu d sino a los m ism os orígenes de la vida h um ana, a su con fig u ra sanitario.
ción g enóm ica y al m om ento y el m odo de su conclusión. E n el m arco del título prim ero, referido al sistem a de sa lu d el p ri
L a m edicina tradicional se encontraba sin duda en m uchas ocasio m er capítulo ofrece un a serie de principios generales. E ntre ellos ocu
nes con situaciones conflictivas, en las cuales era necesario tom ar d e pan un lugar destacado los artículos 10 y 11, en los que se recogen res
cisiones difíciles, tanto p o r el riesgo que conllevaban p ara el paciente pectivam ente algunos derechos y deberes de los u suarios del sistem a
con resp ecto a las distintas adm inistraciones públicas sanitarias.
29. H. T. Engelhardt, Los fundamentos de la bioética, Barcelona 1995; cf. la pre
sentación que de él hace P. Simón Lorda, Los fundamentos de la bioética: ABC Cultural 31. Puede verse a este respecto F. Abel, Códigos históricos: Labor hospitalaria 202
208(27.10.1995) 59. (1986) 206-207; Id. Códigos de ética y deontología médica: Labor hospitalaria 216
30. Cf. J. P. Amann, Conceptions de l'homme et pratiques medicales: Sup 178 (1990) 131-136.
(1991); S. Plourde, Incontoumable en éthique biomédicale: Le concept de personne. 32. En este sentido, cf. R. Canals-L. Buisán, E l secreto médico, en Bioética, dere
Quelques rappels: Sup 195 (1995) 29-58; A. Scola(ed.), Quale vita?La bioética in ques cho y sociedad, 151-182; J. Sánchez Caro-J. Sánchez Caro, El m éd ico yla intimidad,
tione, Milano 1998. Madrid 2001.
En la im posibilidad de reproducir aquí el texto, baste subrayar que, ' Por referim os aquí solam ente a este segundo aspecto, recordarem os
tras la letra de los derechos, se puede observar alguna velada alusión a ^ que la encíclica E vangelium vitae parece felicitarse por la aparición de
los m encionados principios de la bioética. esta nueva disciplina, llam ada a articular un a reflexión coherente sobre
G ran im portancia hay que conceder, finalm ente, al y a citado C on la vida hum ana en un am biente interdisciplínar y ecum énico:
venio firm ad o en O viedo (E spaña) el 4 de abril de 1997 p o r los cua
Con el nacimiento y desarrollo cada vez más extendido de la bioética se
renta p aíses m iem bros del C onsejo de E uropa y tam bién p o r Estados favorece la reflexión y el diálogo -entre creyentes y no creyentes, así
U nidos, C anadá, Japón, A ustralia y la Santa Sede. A probado p o r el '-.com o entre creyentes de diversas religiones- sobre problemas éticos,
Com ité de m inistros el 19 de noviem bre de 1996, el docum ento lleva incluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre3* / ^
un título largo y un tanto retórico: «C onvenio p ara la protección de los
derechos hum anos y la dignidad del ser hum ano co n respecto a las T odavía m ás recientem ente, aunque de fo rm a m enos solem ne, el j
aplicaciones de la biología y la m edicina». p ap a h a vuelto a subrayar la im portancia de esta disciplina, llegando a
E n él se p ropugna la p rim acía del ser hum ano sobre el interés ex evocar en cierto m odo las líneas generales que caracterizan su estatu
clusivo de la sociedad o la cien cia (cap. I, art. 2), se establecen los to epistem ológico:
principios que han de tutelar el derecho de la p ersona a m anifestar su
consentim iento inform ado (cap. II, art. 5-9), se d efien d e la vida priva La bioética, situada en la encrucijada de grandes realidades humanas,
como la persona, la familia, la justicia social y la defensa del ambiente,
da de las personas y el derecho a la inform ación obtenida respecto a su
sabe que debe afrontar cuestiones que afectan a las mismas fronteras de
salud (cap. III, art. 10). E n el Convenio se establecen, adem ás, algunos
la vida, para garantizar el respeto a la naturaleza según las exigencias
principios relativos a las pruebas genéticas y a la intervención sobre el éticas de una cultura humanista. Sirviéndose de las necesarias aporta
genom a hum ano, así com o a la experim entación cien tífica (cap. V, art. ciones de las disciplinas jurídicas, socioeconómicas y ambientales y, so
15-18), a la extracción de órganos (cap. V I, art. 19-20) y a la u tiliza bre todo, de la antropología, tiene el deber de indicar al mundo de la
ción de un a p arte del cuerpo hum ano (cap. V II, art. 21-22). E l resto medicina, de la política, de la economía, y a la sociedad en su conjun
del C onvenio incluye un contenido de tipo form al. to, la orientación moral que se ha de imprimir a la actividad humana y
Poco m ás tarde, el 6 de noviem bre, el C om ité de m inistros del C on al proyecto del futuro35.
sejo de E uropa aprobó el P rotocolo al Convenio de derechos hum anos
y biom edicina, sobre la prohibición de clonar seres hum anos33. A nadie E n la m ism a intervención, el p ap a recordaba algunos de los tem as
se le oculta la im portancia de u n docum ento de este tipo, que viene a clásicos que son objeto de esta disciplina, com o la ingeniería genéti
llenar una laguna profundam ente sentida en el ám bito internacional. ca, el respeto del genom a hum ano, la procreación responsable. Se re
fería tam b ién a la d efin ició n de las tareas y fin e s de la organización
sanitaria, así com o a los problem as relacionados con las in tervencio
3. D octrina de la Iglesia católica nes biom édicas en la c o rp o reid a d en el enferm o y el m oribundo. R e
cord ab a cóm o estos m últiples y crecientes ám bitos de actu ació n han
La iglesia.,catéliea se h ab ía pronunciado en innum erables ocasio- p lan tead o de fo rm a cad a vez m ás urgente la n ecesid ad de u n a refle
nes'sobre algunos problem as relativos a la ética d e la salud y de la v i xión coherente y plural que siente las bases p ara un a ética de la «m a
da. E specialm ente en el pontificado de Pío XII. n ipulación hum ana»36.
Sin em bargo, tam bién ante la nueva situación, h a tenido y a ocasión M uchas de estas preocupantes cuestiones habrán de ser abordadas
para pronunciar una palabra no sólo sobre los diversosprobíem ás-qu'er' a lo largo de esta obra.
hoy~se p lantean etr d te r r e n o de la investigación, y de la práctica en -re-
Tación ooffla vida hum anaysino tam bién sobre la m ism a disciplina qiw»- 34. Juan Pablo II, Evangelium vitae (25.3.1995) 27.
35. Id., Discurso al Congreso de bioética organizado p o r la Universidad católica
los estudia. ‘ / del Sagrado Corazón (¡7.2.1996): L’OR ed. esp. 28/8 (23.2.1996) 6; Ecclesia 2.787 (4.
5.1996) 36-37.
33. Ambos documentos, al igual que los distintos informes explicativos, pueden 36. En este sentido, puede consultarse B. Háring, Ética de la manipulación, Bar
encontrarse en la revista Labor hospitalaria 248 (1998/2) 67-101. celona 1978.
4. C onclusión Por m uchas reacciones y «alergias» que haya suscitado en el p asa
do la categoría de la «ley natural», se p u ed e o bservar hoy que p recisa
P or consiguiente, la im po rtan cia de la bioética resulta hoy día in m ente en el ám bito de la biotecnología - c o m o en el de la ecología y
cuestionable, B aste con pensar, p o r u n a parte, que la preocu p ació n los derechos h u m a n o s- es bastante habitual ap elar a un a dignidad del
acerca de la d efensa de la v id a h u m an a incluye actu alm en te un a n e h o m bre y de lo hum ano, p rev ia al consenso social o a las determ in a
cesaria referen cia a la p reocupación ética p o r la supervivencia de to ciones del derecho positivo39.
d a vida en el p lan eta T ierra. L a b io ética se v in cu la de esta form a con L a reflexión cristiana hab rá de aportar a ese diálogo la convicción
la ecoética. de que el ser hum ano h a sido creado a jm ag en v sem ejanza de D ios v.
} E n este ám bito es cada vez m ás urgente el diálogo interdisciplinar. h a sido cohvocad tra4 a~ p aftía p á c ió n etern a de la v id a divina^Si tal
L as ciencias m édicas han de abrirse a las orientaciones estudiadas po r afímiácSS^515TWied61>rotaf de la fe. podrá al m enos ofrecerlo m ar
las ciencias jurídicas y am bas han de m antenerse a la escucha de la re- co referen cial y trascendente a la afirm ació n racional de la d ignidad
f .exión filosófica / Además «quienes trabajan en este delicado sector de toda p ersona hum ana40.
no deben tem er la verdad sobre el hom bre que la Iglesia, p o r m andato
de C risto, p roclam a incansablem ente»37.
E l reconocim iento de Cristo, com o m odelo de h u m a n id a d a cuya
luz se esclarece el m isterio del hom bre (cf. GS 22), no pued e m erm ar
la autonom ía de las ciencias b io ló g icas, sino p recisam en te ayudar a
fundam entar el discurso bioético en la verdad ontológica del ser h u
m ano. Tal fundam entación antropológica, aceptada y reforzada p o r la
fe cristiana, ayudará a articular el discurso bioético no sobre el relati
vism o o el utilitarism o convencional, sino sobre la objetividad de la rea
lidad ú ltim a de lo hum ano.
Y, p o r otra parte, en el ám bito de las ciencias de la v id a es m ás evi
dente que n un ca que no basta con orientar las actitudes éticas de las
personas particulares. Es p reciso considerar la im p o rtan cia de los or
denam ientos legales, tanto nacionales com o internacionales y siste
m atizar los recursos con vistas a u n a defensa de la v id a y a u n a m ejo
ra de su calidad.
C on estas palabras se expresaba el p apa Juan Pablo II en el discur
so que dirigió en el año 1995 a los m iem bros de la P o n tificia A cade
m ia p ara la vida:
El próximo futuro deja prever nuevos pronunciamientos legislativos re
ferentes a las intervenciones del hombre sobre su misma vida, sobre la
corporeidad y sobre el ambiente. Estamos asistiendo al nacimiento del
bioderecho y de la biopolítica. Es muy importante que nos comprome
tamos de forma tal que este camino se haga respetando la naturaleza del
hombre, cuyas exigencias son expresadas por la ley natural38.
39. Tal es la convicción que se deriva de la obra de E. Fuchs-M. Hunyadi (ed.),
Ethique et nature, Genéve 1992.
37. Juan Pablo II, Discurso al Congreso de bioética (17.2.1996): L’OR ed. esp. 40. Cf. J. R. Flecha, La opción por el hombre, imagen de Dios, en la ética cristia
28/8 (23.2.1996) 6. na: Estudios Trinitarios 23 (1989) 57-83; Id., Teología moral fundamental, Madrid
38. Id., Discurso a la Pontificia Academia para la vida (20.11.1995): Ecclesia 1997, 146-154; Id., Iconalidad divina y defensa de la vida humana, en A. Sarmiento
2.774(3.2.1996) 166. (ed.), Moral de la persona y renovación de la teología moral, Madrid 1998, 180-195.
f

MANIPULACIÓN DE LA VIDA HUMANA

Bibliografía: W. Bains, Ingeniería genética para todos, Madrid 1991; Id., Bio-
technology from A to Z, Oxford Univ. Press 1994; N. Blázquez, Bioética funda
mental, Madrid 1996; M. Cuyás, Cuestiones de bioética, Madrid 1997, 85-109;
F. J. Elizari, Bioética, Madrid 1991,157-170; J. Gafo (ed.), Fundamentación de
la bioética y manipulación genética, Madrid 1988; Id. (ed.), Etica y biotecno
I
logía, Madrid 1993; J. R. Nelson, On the New Frontiers o f Genetics and Reli
gión, Grand Rapids MI 1994; A. Sarmiento-G. Ruiz Pérez-J. C. Martín, Ética
y genética, Barcelona 21996; Varios, Proyecto genoma humano: Ética, Bilbao
1993; Ch. Wills, La sfida della genetica, Milano 1992.

Los experimentos científicos, médicos o psicológicos, en personas o


grupos humanos, pueden contribuir a la curación de los enfermos y al
progreso de la salud pública (CEC, 2292).

E sas palabras están tom adas del C atecism o d e la Iglesia católica.


C om o se sabe, este texto fue publicado en el año 1992 con la intención
de que pu ed a servir de guía p ara la futura elaboración de los diversos
catecism os nacionales. El C atecism o ofrece u n a orientación doctrinal
para los católicos. Pero es tam b ién accesible a los no católicos que
q u ieran adentrarse en el conocim iento de lo s elem entos básico s del
cristianism o, com o son la fe y sus sím bolos, la celebración sacram en
tal, el com portam iento m oral y sus exigencias y, p o r fin , la oración del
cristiano.
Pues bien, precisam ente en el m arco de la tercera p arte, dedicada
al com portam iento m oral, se ocu p a el C atecism o de algunas cuestio
nes tan candentes com o la experim entación sobre las personas. E n
principio, com o se ve p o r el texto aquí evocado, la experim entación no
es condenada a priori. D e hecho, sin ella no hubiera sido posible n in
gún progreso técnico ni científico. Es m ás, la experim entación puede
resultar beneficiosa, tanto si se orienta a la curación com o a la p re
vención d e las enferm edades. C om o es de im aginar, tal apreciación no
constituye un a aprobación incondicional, com o m ás adelante se verá.
E s cierto, sin em bargo, que la experim entación sobre los seres h u todo lo que lo dom ina. E l hom bre «es efectivam ente controlado p o r su
m anos está cargada de am bigüedad ética. A lgunos tipos de experi entorno, p e ro ... este entorno es en gran parte de su propia fabricación»2.
m entación estarán, sin duda, orientados a la tutela de su salud y su v i
da, m ientras que en otros casos, p o r desg racia no sólo hipotéticos, la
experim entación puede dirigirse a fin es ajenos al interés de la persona 2. L os m últiples cam pos de la m anipulación
y llevada a cabo aun a costa de la integridad m ism a del ser hum ano.
E n consecuencia, en u n a cuestión de tanta seriedad, nunca serán E l ser hum ano no sólo trata de dom inar y m anipular al m undo cir
suficientes las cautelas p ara reglam entar su ejercicio. cundante no hum ano. C on m ucha frecuencia siente la tentación de m a
n ip u lar tam bién a sus congéneres. El hom bre, sujeto de la m anipula
ción, se convierte así él tam bién en objeto de la m ism a.
E n otros tiem pos, la m anipulación del hom bre p o r el hom bre era, si
1. E l hom bre, de m anipulador a m anipulado
se quiere, rudim entaria y casera. A ctualm ente, la ciencia y la técnica
h an creado innum erables posibilidades que no sólo facilitan esa inter
El ser h um ano se caracteriza, entre otras notas que lo definen, por
vención sobre el ser hum ano, sino que la alientan y la convierten en una
su señorío sobre el m undo circundante. Su libertad frente a la u n ifo r
m eta seductora. Tanto es así que la m anipulación del ser hum ano pu e
m idad instintual, que determ in a la v id a de los dem ás anim ales, es, al
de a veces dejar de ser un m edio para convertirse en un fin en sí m ism a.
m ism o tiem po, un signo de su pobreza y de su inm ensa riqueza. Signo
Por establecer un m arco pedagógico y fácilm ente com prensible, se
de pobreza, p o r lo que sig n ifica de indefensión frente al m undo am
p o d ría decir que la m anipulación del hom bre pu ed e afectar tanto a su
biental. Y signo de riqueza, po r lo que supone de estím ulo p ara im agi
se r cuanto a su ser-así, tanto a su naturaleza e identidad cuanto a sus
nar y actualizar estrategias de utilización del m edio con vistas a u n fin
actitudes y com portam iento.
previam ente decidido y determ inado. D e hecho, el ser hum ano parece
a) L a m anipulación tiende en ocasiones a m odelar el m ism o «ser»
ser un anim al que considera las cosas com o enseres y utensilios y en
del hom bre. Y lo intenta con repetida frecuencia, y a sea m ediante la in
cierto m odo las ordena para conseguir u n resultado que se ha p refija
geniería genética, y a tratando de «norm alizar» la «m uerte asistida».
do. «L a m ano del prim ate evolucionó de m odo que las cosas pudieran
b) O tras veces, la m anipulación tiende a m odelar el «ser así» del
ser m anipuladas con m ejor resultado»1.
hom bre. A hí se situarían diversos intentos de dom esticar el pensam ien
E sa es en realidad una de las señales m ás evidentes del enorm e p a
to hum ano, orientando sus decisiones y coloreando sus preferencias.
so que sign ifica la evolución. E l am plio salto de la natura a la cultura.
L a Iglesia católica h a tenido ya ocasión p ara p ronunciar un a p ala
E l hom bre se h a visto libre de la tu tela de la natu raleza p ara em pezar
b ra no sólo sobre los diversos problem as que hoy se plantean en el ám
a ordenarla y «cultivarla». H a nacido el ser hum ano en el m om ento en
bito de la investigación y de la m anipulación sobre la vida hum ana, si
que h a ap arecido la capacidad de m anipular la naturaleza. E l ser hu
no tam b ién sobre la m ism a disciplina que los estudia. H e aquí un
m ano es u n m anipulador, es u n artesano. H e ahí el hom o faber. E s
ejem plo reciente, y a citado en el capítulo anterior:
cierto que el m anipulador no ejerce ese dom inio sobre la n aturaleza
tan sólo p ara trab ajar o p ro d u cir otros bien es que p u ed an saciar sus La bioética... sabe que debe afrontar cuestiones que afectan a las mis
necesidades inm ediatas. E l artesano ha aprendido tam bién a divertir mas fronteras de la vida, para garantizar el respeto a la naturaleza según
se. M anipula la n aturaleza p ara entretenerse y aun p ara descansar. H e las exigencias éticas de una cultura humanista... Tiene el deber de in
dicar al mundo de la medicina, de la política, de la economía, y a la so
ahí el hom o ludens, que puede h acer de la m anipulación un juego o un
ciedad en su conjunto, la orientación moral que se ha de imprimir a la
pasatiem po.
actividad humana y al proyecto del futuro3.
Su relación con la naturaleza es así bidireccional. S u m anipulación
del m undo y de las cosas es u n a p arte del diálogo, en el que el ser hu 2. Ibid., 215. Cf. M. L. Romano, Etica e sperimentazioni cliniche, Acireale 1994.
m ano se m anifiesta y se afirm a, se revela a sí m ism o y se rebela contra 3. Juan Pablo II, Discurso al Congreso de bioética organizado por la Universidad
católica del Sagrado Corazón (17.2.1996): L’OR ed. esp. 28/8 (23.2.1996) 6; Ecclesia
2.787 (4.5.1996) 36-37; todo el discurso es interesante para este tema.
1. B. F. Skinner, Beyond Freedom and Dignity, 204.
E n la m ism a intervención, el p ap a recordaba la ing en iería g enéti cribían tan to los viajes a la luna com o aparatosas intervenciones m é
ca, el respeto del genom a hum ano, la procreación responsable. Estos dicas que devolvían la eterna juventud.
m últiples ám bitos de actuación h an planteado la necesidad de una re Sin em bargo, nuestro tiem po h a adquirido, a veces p o r am arga ex
flexión coherente p ara una ética de la «m anipulación hum ana», enten p erien cia, cierta sabiduría p ara sospechar de los pretendidos avances
diendo este térm in o en su sentido general y todavía no peyorativo4. científico-técnicos. Tales suspicacias han nacido, sobre todo, ante la
contem plación de los desastres ecológicos y ante la percepción de que
algunas intervenciones en el cam po de la vida y la salud constituían se
3. E n torno a la preocupación ética rios ataques a la dignidad hum ana. L a noticia de los experim entos lle
vados a cabo p o r el régim en nazi se ha visto continuada por inform a
Pero los problem as relativos a la m anipulación de la naturaleza o, ciones terroríficas procedentes de otros sistemas dem ocráticos. Em pleo
en este caso, a la m anipulación del ser hum ano no son solam ente lla de gases p ara la guerra, experim entación con soldados sobre los efec
m ativas n o ticias periodísticas. Y cuando lo son, tal interés se debe tos de la energía nuclear o secuestro de m endigos p ara probar determ i
ciertam ente a la adm iración que suscitan los avances de la ciencia y de nados sueros son sólo algunas de las noticias m ás recientes.
la técnica. Pero se debe sobre todo a u n a especie de « alarm a social»: A nte éstos y otros m uchos casos se im pone la pregunta: ¿Todo lo
a un a preocu p ación po r las consecuencias que tales intervenciones que p o d em o s -té c n ic a m e n te - llevar a cabo, p o d em o s -é tic a m e n te - in
pueden acarrear para la actuación del ser hum ano e incluso para la tentarlo? A lgo nos dice que ha de haber unos lím ites que señalen la
m ism a com prensión del m ism o. A sí se h a m anifestado Juan Pablo II: frontera entre el «poder» y el «deber» o «no deber». A este propósito,
se pueden recordar unas palabras de Juan Pablo II sobre la inevitabili-
El progreso científico y tecnológico diariamente pone al hombre fren
te a descubrimientos sorprendentes que, mientras suscitan su admira dad de la visión ética en el progreso técnico:
ción, al mismo tiempo lo llevan a interrogarse, a veces con preocupa No debemos dejarnos fascinar por el mito del progreso, como si la po
ción, sobre las incógnitas del futuro. Descubre cada vez más que la sibilidad de realizar un estudio o de poner en marcha una técnica per
dimensión ética de la investigación relacionada con la vida representa mitiese calificarlas inmediatamente de moralmente buenas. La bondad
un patrimonio indispensable para garantizar su misma supervivencia5. moral de todo progreso se mide por el bien auténtico que proporciona
al hombre, considerado según su doble dimensión corporal y espiritual;
E n el fondo, las graves cuestiones que con frecuencia suscita la de esta forma se hace justicia a lo que es el hombre; no uniendo el bien
m anipulación y la investigación sobre los seres hum anos son de tipo al hombre, que debe ser su beneficiario, existiría el temor de que la hu
ético y antropológico6. Tales cuestiones podrían ser agrupadas de for manidad corriera hacia su perdición. La comunidad científica está lla
m a provisional bajo los siguientes epígrafes: mada constantemente a mantener el orden de los factores, situando los
aspectos científicos en el marco de un humanismo integral y, por ello,
tendrá también en cuenta las cuestiones metafísicas, éticas, sociales y
a) D ialéctica entre el p o d e r y el deber: técnica y ética jurídicas que se plantean a la conciencia y que los principios de la razón
están llamados a ilustrar7.
Es evidente que la técnica puede hoy conseguir m etas que parecían
puram ente im aginadas por los expertos de la ciencia ficción que des
b) D ialéctica entre autonom ía, beneficencia y ju stic ia
4. Cf. J. Gafo, Dilemas éticos de la experimentación humana'. Razón y Fe 211
C o n estas palabras nos referim os a la que se h a llam ado «la trini
(1985) 607-620; P. Verspieren, Experimentación humana: Moralia 11 (1989) 275-296.
5. Juan Pablo II, Discurso al Congreso de bioética (J7.2.1996): L’ORed. esp. 28/8 dad bioética». Com o se h a dicho anteriorm ente, se trata en realidad de
(23.2.1996) 98. Hoy resulta ya habitual oír el lamento por la marginación de que ha si los tres grandes principios que entran en ju eg o al tratar de determ inar
do objeto la voz de las religiones en el terreno bioético: cf. A. Verhey (ed.), Religión and la eticidad de un proceso de investigación sobre el ser hum ano o bien
Medical Ethics: Looking Back, Looking Forward, Grand Rapids MI 1996, especialmen
te el capítulo de S. Lammers y el de S. Hauerwas, en el que denuncia el traspaso efec de un procedim iento m édico-sanitario.
tuado por P. Ramsey del pensamiento cristiano a la ética médica.
6. Cf. H. Y. Vanderpool (ed.), The Ethics on Research ¡nvolving Human Subjects, 7. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la ponti
Frederick MD 1996. ficia Academia de ciencias (28.10.1994): Ecclesia 2.711 (1994) 1747.
D e acuerdo con el principio de autonom ía habría que respetar siem D eclaración de H elsinki, reform ada posteriorm ente en Tokyo y en Ve-
pre la decisión de la persona im plicada en el experim ento o en la tera necia, establecía unos criterios éticos en los que se trazab a u n a n eta dis
pia, siem pre que haya sido debidam ente inform ada y pueda otorgar su tinción entre la experim entación terapéutica y la no terapéutica.
consentim iento con plena lucidez. E n los últim os tiem pos, el problem a se h a visto agravado p o r la fre
D e acuerdo con el principio de beneficencia, hay que ten er en cuen cia y la facilidad de la experim entación sobre em briones y fetos
cuenta las circunstancias en que la persona, o en su caso el paciente, hum anos. Si las leyes -c o m o la ley española 35/88, sobre reproducción
no puede o torgar su consentim iento o bien se percibe que su negación hum ana a sistid a - p arecen p erm itir solam ente la experim entación tera
a u n a intervención de em ergencia p odría d añ ar gravem ente su v id a o péutica, es fácil percib ir entre líneas la p o sib ilid ad de m anipular los
su integridad. E n tales situaciones, otras personas h an de tom ar en su em briones y fetos con u n a finalidad no estrictam ente terapéutica. L as
lugar la decisión que m ás le convenga. inm ensas perspectivas abiertas p o r las técnicas m odernas de la repro
D e acuerdo con el principio de ju stic ia , es preciso recordar que en ducción hum ana asistida nacen, com o todos los pasos históricos, bajo
algunos casos la intervención sobre la persona resulta necesaria e im la inevitable am bigüedad de estar al servicio de la especie hum ana o,
prorrogable en virtud del perjuicio que se está ocasionando a ella m is p o r el contrario, de atentar contra su identidad e in teg rid ad 10. R efirién
m a o a terceras personas o para evitar un daño inm inente a la sociedad. dose a estas nuevas posibilidades científico-técnicas, el papa Juan P a
L a articulación de tales p rincipios no siem pre es fácil, com o se blo II h a tenido la oportunidad de advertir:
puede v er en el tratam iento a enferm os m entales o b ien a pacientes
En ningún momento de su crecimiento puede ser el embrión sujeto de
afectados po r el sida. D e hecho, son m uchos los que abogan p o r la su
ensayos que no sean un beneficio para él, ni de experiencias que impli
peración de esta insularidad fundam ental que supone la apelación a al
quen inevitablemente tanto su destrucción, como amputaciones o lesio
gunos princip io s extraídos tanto de una base filo só fic a coherente co nes irreversibles, porque la naturaleza misma del hombre sería, al mis
m o de u n contexto circunstanciado8. mo tiempo, escarnecida y herida11.

c) D ialéctica entre la experim entación y la terapia D e hecho, com o y a se sabe, m uchos de «los experim entos con em
briones y ciertos m étodos de p rocreación artificial m atan a seres h u
L os descubrim ientos en el cam po de la terapia se han debido casi m anos p o r nacer y no respetan la nueva v id a » 12.
siem pre a un proceso de experim entación. Pero algo nos dice que es E n un panoram a m ás habitual al m undo de la m edicina y la enfer
preciso establecer un lím ite entre u n a experim entación ordenada al bien m ería, se podría considerar el u so del placebo com o u n caso de experi
de la persona y una experim entación que parece constituir un fin en sí m entación. E n la m ayor parte de los casos su utilización parece legiti
m ism a o que se ordena a la consecución de otros fines ajenos al bien de m ada tanto por el bien que se persigue com o p o r la ausencia de efectos
la p ersona que es «objeto» del experim ento. L as noticias de los expe secundarios, que se tratan de evitar. Sin em bargo, plantea serias cues
rim entos a los que fueron som etidos m illares de personas durante el ré tiones éticas cuando el uso del placebo, en u n proceso de investigación
gim en nazi, los que realizaron en C hina los japoneses, o la exposición de un determ inado fárm aco, puede dejar al paciente sin los beneficios
de personas a una radiación excesiva po r parte de los norteam ericanos, que éste pudiera aportarle y sujeto a un grave riesgo para su vida o su
no dejan de suscitar una enorm e preocupación9. C om o se sabe, y a la salud. U n ejemplo concreto se verá en el capítulo dedicado al sida.

8. Cf. D. Douglas-Steele-E. M. Hundert, Accounting fo r Context: Future Direc- ments, New York 1996; a estos temas está dedicado todo el número de HastingsCRep
tions in Bioethics Theory and Research: Theoretical Medicine 17 (1996) 101-119. 26/5 (1996).
9. G. J. Annas-M. A. Grodin (eds.), The Nazi Doctors and the Nuremberg Code: 10. Cf. J. Gafo, Reproducción humana asistida, en M. Vidal (ed.), Conceptos fu n
Human Rights in Human Experimentation, New York 1992; acerca de los experimentos damentales de ética teológica, Madrid 1992, 493-515.
realizados por los japoneses en Manchuria entre los años 1932 y 1942, y posteriormen 11. Juan Pablo II, Audiencia al grupo de trabajo sobre el genoma humano, promo
te ocultados por los Estados Unidos a cambio de la información en ellos obtenida, cf. Sh. vido p o r la pontificia Academia de las ciencias (20.11.1993): Ecclesia 2.663 (18.12.
H. Harris, Faetones o f Death: Japanese Biological Warfare 1932-1945 and the Ameri 1993) 1868.
can Cover-Up, London-NewYork 1994; cf. asimismo el informe The Human Radiation 12. Declaración del III Congreso mundial de los movimientos pro vida (4.10.
Experiments: Final Report o f the Advisory Committee on Human Radiation Experi- 1995): Ecclesia 2.774 (3.2.1996) 169-170.
d) D ialéctica entre la m utilación y la p rótesis E s verdad que dicho principio h a sido en ocasiones m al invocado y
utilizado de form a abusiva. E sto ocurre, p o r ejem plo, cuando se com
O tra cu estión ética que suele plantearse con frecuencia es la que p ara a la sociedad en su conjunto con el organism o y a una persona
surge ante la p osibilidad de privar al ser hum ano de u n órgano o de concreta con u n órgano del m ism o. Sem ejante id en tificació n dio p ie a
una función orgánica que le son propios. notables abusos, al haber sido form ulada y d efen d id a p o r el régim en
L a m utilación de un órgano ha sido siem pre condenada cuando se nazi. C on razón fue den u n ciad a p o r Pío X II, com o y a se h a indicado
produce sin el consentim iento inform ado del paciente, cosa que ocu anteriorm ente.
rre, p o r ejem plo, en m uchos casos antiguos de tortura o de aplicación El pelig ro de tales abusos no puede lim itarse ingenuam ente tan só
de una pena. Pero sucede tam bién actualm ente en los casos en que se lo al pasado. N oticias recientes nos recuerdan que tam bién en los m o
ha despenalizado la esterilización de personas deficientes. E n esos ca dernos regím enes dem ocráticos se ha m anipulado p eligrosam ente a
sos, la m utilación constituye una violación del derecho de la persona a las personas en virtud de un a pretendida razón de E stado.
su p ropia integridad. N o querem os term inar este apartado, en el que n o s hem os referido
Incluso cuando la m utilación se p roduce contando con el consen a algunas preocupaciones éticas fundam entales que afectan al cam po
tim iento de la persona, es p reciso extrem ar las cautelas, tanto en el de la investigación cien tífica y técnica, sin rep ro d u cir unas palabras
m om ento de inform ación a la m ism a com o en la ejecución de la ope del Catecism o de la Iglesia católica.
ración. E n concreto, es necesario establecer un cu idadoso equilibrio
Tanto la investigación científica de base como la investigación aplicada
entre los b ien es que se persiguen y los m ales que se p u ed en llegar a
constituyen una expresión significativa del dominio del hombre sobre
ocasionar.
la creación. La ciencia y la técnica son recursos preciosos cuando son
E n el m ism o contexto, pero en el m argen contrario, se sitúa la im puestos al servicio del hombre y promueven su desarrollo integral en
plantación de u n a prótesis. D e nuevo es preciso tener en cuenta el bien beneficio de todos; sin embargo, por sí solas no pueden indicar el sen
general de la persona, su consentim iento inform ado y el equilibrio en tido de la existencia y del progreso humano. La ciencia y la técnica es
tre los bienes que se esperan p ara ella y los inconvenientes que se le tán ordenadas al hombre que les ha dado origen y crecimiento; tienen
pueden ocasionar. por tanto en la persona y en sus valores morales el sentido de su finali
Tanto en el caso de la m utilación com o en el de la im plantación de dad y la conciencia de sus límites (CEC, 2293).
una p rótesis, creem os que es p reciso abandonar la dialéctica entre lo
natural y lo artificial, tantas veces invocada con el fin de establecer un C om o se ve y a desde el p rim er m om ento, el sentido de estas p ala
criterio ético. L a utilización de u n m edio artificial no es m alo precisa bras es el de reconocer a la investigación cien tífic a un puesto im por
m ente porque el m edio sea « artificial», sino p o r no estar al servicio tante en la m oderna civilización. E s m ás, el C atecism o la considera, a
del b ien integral de la persona, aunque éste no siem pre resulte fácil de la luz de la fe, com o u n a expresión de la vocación del hom bre a cola
determ inar. borar con D ios en la creación continuada del m undo. A ñade, adem ás,
el texto, un criterio fundam ental, p ara evaluar el sentido ético de la in
vestigación, com o es el de su servicio a la p erso n a y al desarrollo in
e) D ialéctica entre el órgano y el organism o tegral de la sociedad.
Es cierto que la cien cia y la técn ica no son in m ed iata y evidente
U nido al p unto anterior, es preciso aludir aquí la subordinación de
m ente norm ativas desde el p unto de vista ético. Por esta razón se re
los órganos h um anos al bien de toda la persona.
cuerda en el texto que en la p erso n a y en sus valores m orales p ueden
C om o es sabido, ante la posib ilid ad de m uchas intervenciones so
aquellas descubrir el sentido de su finalidad y la conciencia de sus lí
bre el ser hum ano, resu lta h ab itu al apelar al p rin cip io de totalidad.
m ites. E n térm inos positivos y negativos, se rem ite de esta form a a la
Según él, se p u ed e p ro ced er a la ab lació n de u n órgano cuando éste
investigación cien tífica al respeto debido a la persona hum ana en su
pone gravem ente en p eligro la salud de la persona. E n esos casos hay integridad13.
que considerar que la operación está al servicio del b ien del organis
m o entero. 13. Cf. M. L. Delfosse (ed.), Les comités de la recherche biomédicale, Namur 1997.
M anipulación de la vida humana 73

4. N orm ativa internacional


dencia no condicionada p ara p articipar en el experim ento y p ara anu
lar en cualquier m om ento su consentim iento. E n caso de incapacidad
a) L a D eclaración de H elsinki-Tokyo-Venecia
física o m ental, es preciso co n tar con el consentim iento explícito del
E n 1964, la 18a A sam blea m éd ica m undial pro clam ó en H elsinki, tu to r legal del sujeto del experim ento. C uando se tra ta d e m enores de
Finlandia, unas fam osas recom endaciones p ara gu iar a los m édicos en edad hay que contar tam bién con su consentim iento.
la investigación biom édica en seres hum anos, que h an recibido h ab i
tualm ente el nom bre de « D eclaración de H elsinki». E ste docurríento 2. El segundo apartado de la D eclaración se refiere a la investiga
internacional sobre los principios éticos que han de orientar la experi ción m édica com binada con la atención m édica o investigación clínica.
m entación sobre el ser hum ano h a sido m o d ificad o con el paso del E n ese contexto se contem pla la libertad del m édico p ara utilizar nu e
tiem po: en Tokio (1975), en V enecia (1983), en H ong K ong (1989), en vos m étodos diagnósticos y terapéuticos si, en su opinión, hay esperan
Som erset W est (Sudáfrica) y Edim burgo (2000). za de salvar la vida, restablecer la salud o m itigar el sufrim iento. Si el
E se docum ento consta de u n a introducción, de u n apartado en el m édico considera esencial no obtener el perm iso consciente del indivi
que se incluyen unos principios básicos y unas norm as concretas sobre duo, debe expresar las razones específicas de su d ecisión en el p roto
la investigación m édica. colo que h a de ser rem itido al com ité de control. E l m édico puede com
b in ar la investigación con la atención m édica co n el fin de alcanzar
L a introducción com ienza recordando que «la m isión del m édico nuevos conocim ientos, pero siem pre que la investigación se ju stifiq u e
es velar p o r la salud de la hum anidad». C opia u n p unto del Código in po r su posible valor diagnóstico o terapéutico para el paciente.
ternacional de ética m édica en el que se declara que «El m édico debe Este, p o r su p arte, pu ed e negarse a p articipar en u n a investigación,
actuar solam ente en el interés del paciente al p ro p o rcio n ar atención sin que ello in terfiera en la relación m édico/paciente.
m édica que pueda tener el efecto de debilitar la condición m ental y fí
sica del paciente». Y determ ina que «el propósito de la investigación 3. E l tercer apartado de la D eclaración señala unas norm as p ara la
biom édica en seres hum anos debe ser el m ejoram iento de los procedi investigación biom édica no terapéutica en seres hum anos.
m ientos diagnósticos, terapéuticos y profilácticos y la com prensión de Tam bién en este caso, el deber del m édico es el de proteger la vida
la etiología y patogénesis de una enferm edad». y la salud del individuo sujeto a la investigación biom édica no clínica.
E n la introducción se reconoce, adem ás, tanto la necesidad com o L os individuos deben ser voluntarios en buen a salud o pacientes
los riesgos de la experim entación sobre seres hum anos, se advierte so cuyas enferm edades no se relacionan con el diseño experim ental.
bre la tutela de los anim ales utilizados en los procesos de experim en El investigador o el equipo investigador debe in terru m p ir la inves
tación y se establece una distinción entre la experim entación hum ana tigación si, en su opinión, el continuarla puede resu ltar perjudicial p a
con finalidad diagnóstica o terapéutica y la que tiene solam ente un ob ra el individuo.
jetivo puram ente científico. E n la investigación sobre seres hum anos ja m á s debe darse p rece
dencia a los intereses de la ciencia y de la sociedad antes que al bien
1. U n p rim e r apartado de la D eclaración establece doce principios estar del individuo.
básicos, en los que se explicita la necesidad de contar con protocolos
científicos adecuados, realizados p o r personal cualificado, que tengan
en cuenta los riesgos que im plica el proceso y sean rem itidos a u n co b) Convenio de biom edicina
mité independiente de supervisión. Subraya el texto que la persona su
C om o y a se h a dicho, el día 4 de abril de 1997 fue firm ado en
je ta a la investigación tiene el derecho de proteger su integridad física
O viedo el C onvenio relativo a los derechos hum anos y la biom edicina,
y m ental, su privacidad y su personalidad, así com o el derecho a recibir
elaborado p o r el C onsejo de E u ro p a y aprobado p o r el C om ité de m i
una inform ación adecuada sobre los objetivos, m étodos, posibles b e
nistros el 19 de noviem bre de 1996. E n realidad, el título reza com o si
neficios, riesgos previsibles e incom odidades que el experim ento pu e
gue: C onvenio p ara la p rotección d e los derechos hum anos y la digni
de im plicar. El individuo h a de saber que goza de lib ertad e indepen
dad del ser hum ano co n resp ecto a las aplicaciones d e la b iología y
m edicina. Fue firm ado po r los 40 países m iem bros del C onsejo de E u III. que el experimento no pueda efectuarse con una eficacia comparable
ropa y tam bién por los E stados U nidos de A m érica, C anadá, Japón, con sujetos capaces de prestar su consentimiento al mismo;
A ustralia y la Santa Sede. IV que la persona no exprese su rechazo al mismo.
E l Convenio com ienza con u n capítulo 1 en el que se defiende la 2. De modo excepcional y en las condiciones de protección previstas por
la ley, podrá autorizarse un experimento cuyos resultados previstos no supon
prim acía del ser hum ano, es decir, su interés y su bienestar, p o r encim a
gan un beneficio directo para la salud de la persona si se cumplen las condi
del interés exclusivo de la sociedad y de la ciencia. El capítulo II ofre
ciones enumeradas en los párrafos I, III, IV y V del apartado anterior, así co
ce unas norm as generales sobre el consentim iento libre e inequívoco de
mo las condiciones suplementarias siguientes:
los destinatarios de las intervenciones, tratando de tutelar igualm ente el I. que el experimento tenga por objeto, medíante una mejoría significativa
bien de las personas que no tengan capacidad para expresar su consen del conocimiento científico del estado de la persona, de su enfermedad, o de
tim iento o que sufran trastornos m entales. En el capítulo III se reafirm a su trastorno, contribuir a lograr en un determinado plazo resultados que per
el derecho de la persona a la defensa de su vida privada cuando se trate mitan obtener un beneficio para la persona afectada o para otras personas de
de inform aciones relativas a su salud. A l capítulo IV nos referirem os en la misma categoría de edad o que padezcan la misma enfermedad o el mismo
el tem a siguiente. A quí interesa especialm ente el capítulo V del Conve trastorno, o que presenten las mismas características;
nio, que se reparte en cuatro artículos: II. que el experimento sólo represente para la persona un riesgo o un in
conveniente mínimo.
Art. 15. Regla general. La experimentación científica en el ámbito de la
biología y la medicina se efectuará libremente, a reserva de lo dispuesto en el Art. 18. Experimentación con embriones in vitro.
presente Convenio y en otras disposiciones jurídicas que garanticen la protec 1. Cuando la experimentación con embriones in vitro esté admitida por
ción del ser humano. la ley, ésta deberá garantizar una protección adecuada del embrión.
2. Se prohíbe la creación de embriones humanos con fines de experi
Art. 16. Protección de las personas que se someten a un experimento. No
mentación.
podrá hacerse ningún experimento con una persona, a menos que se den las
siguientes condiciones:
I. que no exista un método alternativo al experimentado con seres huma
nos de eficacia comparable; 5. Conclusión
II. que los riesgos en que pueda incurrir la persona no sean desproporcio
nados con respecto a los beneficios potenciales del experimento; D esde un punto de v ista ético hay que felicitarse p o r la existencia
III. que el proyecto haya sido aprobado por la autoridad competente des de estos docum entos ta n im portantes. Sin duda, es de desear que sus
pués de haber efectuado un estudio independiente acerca de su pertinencia recom endaciones sean respetadas escrupulosam ente, de form a que no
científica, comprendida una evaluación de la importancia del objetivo del ex
se v ea dañada la dig n id ad de las personas n i la cred ib ilid ad d el siste
perimento, así como un estudio multidisciplinar de su aceptabilidad en el pla
m a m édico-sanitario.
no ético;
A un a sabiendas de la am plitud del tem a que nos ocupa, es p reci
IV que la persona que se preste a un experimento esté informada de sus
derechos y las garantías que la ley prevé para su protección; so p o n er fin a estas reflexiones. Y lo hacem os evocando de nuevo las
V. que el consentimiento a que se refiere el art. 5 se haya otorgado libre palabras del Catecism o de la Iglesia católica referidas a la eticidad de
y explícitamente y esté consignado por escrito. Este consentimiento podrá ser la investigación:
libremente retirado en cualquier momento.
Es ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación científi
Art. 17. Protección de las personas que no tengan capacidad para expre ca y de sus aplicaciones. Por otra parte, los criterios de orientación no
sar su consentimiento a un experimento. pueden ser deducidos ni de la simple eficacia técnica, ni de la utilidad
1. Sólo podrá hacerse un experimento con una persona que no tenga, que puede resultar de ella para unos en detrimento de otros, y, menos
conforme al artículo 5, capacidad para expresar su consentimiento acerca del aún, de las ideologías dominantes. La ciencia y la técnica requieren por
mismo, cuando se den las siguientes condiciones: su significación intrínseca el respeto incondicionado de los criterios
I. que se cumplan las condiciones enunciadas en el art. 16, párrafos I al IV; fundamentales de la moralidad; deben estar al servicio de la persona
II. que los resultados previstos del experimento supongan un beneficio humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral,
real y directo para su salud; conforme al designio y la voluntad de Dios (CEC 2294).
Tras la lectura de este texto se pueden subrayar algunos puntos fun
damentales:
a) La investigación científica no es neutra desde el punto de vista PROBLEMAS ÉTICOS
ético y por tanto no puede ser norm ativa p or sí m ism a. DE LA BIOTECNOLOGÍA
b) L os criterio s que éticam ente po d rían ju stific a r su validez no
pueden ser ni la efic ac ia técnica, ni la utilidad p ara unas personas a
costa de las otras, ni los presupuestos de u n a determ inada ideología.
c) C riterio válido sería tan sólo el de estar al servicio de la p erso
na hum ana y de su bien verdadero e integral.
d) A este criterio ético universal, aceptable en prin cip io p o r cre
yentes y no creyentes, los cristianos añaden la visión trascendente de
una hum anidad diseñada p o r el D ios Creador. Bibliografía: J. Gafo, Problemas éticos de la manipulación genética, Madrid
1992; Id. (ed.), Ética y biotecnología, Madrid 1993; E. S. Grace, La biotecno
logía al desnudo. Promesas y realidades, Barcelona 1998; J. Harris, Superman
Pero el C atecism o no se lim ita a ofrecer unas cautelas sobre la m o
y la mujer maravillosa. Las dimensiones éticas de la biotecnología humana,
ralidad de la investigación cien tífica y técnica, sino que considera aún
Madrid 1998; M Hayry-H. Háyry, Genetic engineering, en EAE 2,407-417; R.
m ás de cerca la que se dirige directam ente a la experim entación sobre 0 . Mason-G. E. Tomlinson, Genetic Research, en EAE 2, 419-434; G. McGee,
el ser hum ano. E l texto señala unas oportunas clarificaciones sobre el The perfect baby. A pragmatic approach to genetics, Lanham MD 1997; M.
consentim iento inform ado de la persona objeto de la experim entación: Reiss, Biotechnology, en EAE 1, 319-333.
Las investigaciones o experimentos en el ser humano no pueden legiti
mar actos que en sí mismos son contrarios a la dignidad de las personas 1. E n torno a la ingeniería genética
y a la ley moral. El eventual consentimiento de los sujetos no justifica
tales actos. La experimentación en el ser humano no es moralmente le C om o es fácil p ercib ir en u n a sim ple conversación am istosa, «el
gítima si hace correr riesgos desproporcionados o evitables a la vida o
térm ino m anipulación g en ética está lastrado al ser u tilizad a m uchas
a la integridad física o psíquica del sujeto. La experimentación en seres
veces la p alab ra ‘m an ip u lació n ’ en un sentido peyorativo»1. Se h a es
humanos no es conforme a la dignidad de la persona si, por añadidura,
se hace sin el consentimiento consciente del sujeto o de quienes tienen crito y con razón, que no existe todavía un com pleto acuerdo, entre los
derecho sobre él (CEC 2295). estudiosos, sobre el área sem ántica de algunas expresiones com o «m a
nipulación genética», «ingeniería genética», «biotecnologías», etc.2
E n consecuencia, la libertad de investigación h a de ser considera D e todas form as, se suele establecer una distinción entre dos ram as
da desde dos puntos de vista: com o u n don concedido a la hum anidad, de la in g en iería genética (IG ), com o serían la m an ip u lació n genética
y com o u n a tarea que requiere u n cuidadoso estudio de los m otivos m o lecular y la celular.
que la im pulsan y de los criterios éticos que la ju stifican . L a prim era tiene lugar en u n nivel subcelular, actuando directam en
L a libertad no es una m era ausencia de coacción. N o es nada la «li te sobre la m olécula A D N (DNA). Se la puede co rtar p o r m edio de al
bertad-de» ataduras, si no va acom pañada de la «libertad-para» la rea gunas enzim as capaces de «reconocer» algunas precisas secuencias de
lización del ser hum ano, en cuanto persona y en cuanto individuo nucleótidos y de aislarlas «cortándolas» del resto de la m olécula ADN.
abierto a la com unidad. L a libertad es un p roceso de liberación, siem Los nucleótidos extrem os de los dos «trozos» así cortados tienden a
pre en equilibrio dialéctico entre el personalism o y la so cialización14. unirse. L a célula así m odificada, sobre la base de los códigos conteni
dos en el nuevo gen, es capaz d e producir la p roteína codificada y, al

1. J. R. Lacadena, Manipulación genética, en J. Gafo (ed.), Fundamentación de la


bioética y manipulación genética, Madrid 1988, 137.
14. Para ampliar el contenido esquemático, cf. el número dedicado a la ingeniería 2. G. Tre Re, Ingegneria genetica, en Dizionario di bioética, Acireale-Bologna 1994,
genética al servicio de la persona, de la revista Labor hospitalaria 214 (1989). 489-492.
reproducirse, puede tam bién transm itir sus caracteres a las células hijas d esde el punto de v ista ético. A quí nos lim itam o s a evocar algunas
(clones). Pero será m ejor leer a un conocido especialista del tema: cuestiones solam ente.

Esencialmente, la ingeniería genética molecular consiste en unir un


fragmento de ADN (un gen, por ejemplo) a otra molécula de ADN (pue a) La investigación sobre el se r hum ano y sus lím ites
de ser el cromosoma de un virus o unplasmidió) que haciendo de vector
permitirá introducir aquél en células bacterianas o eucarióticas donde se E n prim er lugar es preciso reconocer las inm ensas posibilidades
multiplicará (clonado del ADN) y, en su caso, se expresará, sintetizando que la IG h a abierto para b eneficio del ser hum ano. D e hecho se sue
tales células los polipéptidos codificados por dicho ADN. La unión de len m encionar ya diversas terapias génicas recientes o que están te
los fragmentos se hace produciendo en los trozos de ADN a unir extre niendo lugar en el p resen te6. A firm ad o este v alo r positivo inicial, es
mos monocatenarios complementarios (extremos cohesivos) mediante preciso tam bién cuestionar la aparente neutralidad ética de la ciencia y
enzimas específicas (nucleotidil terminal transferasas o endonucleasas de la técnica. No todo lo que se puede h acer es lícito, com o y a se h a
de restricción) con lo que el ‘pegado’ de los fragmentos de ADN resulta dicho. E n este cam po concreto, parece necesario establecer-reconocer
automático3.
unos lím ites para la investigación sobre el ser hum ano y su patrim onio
genético.
E sta técnica, ya casi rutinaria, incluida dentro de la biotecnología,
se h a m ostrado m uy útil, p o r ejem plo, para fabricar in su lin a hum ana
utilizando cultivos bacterianos de E scherichia coli. b) Investigación-m anipulación versus sacralidad de la vida
L a ingeniería genética celular se realiza a niveles m enos m icroscó
E s cierto que en un m undo secularizado es m uy difícil establecer
picos. La técnica consta de dos pasos: retirada del núcleo de la célula y
esos lím ites desde la afirm ación de la sacralidad de la vida hum ana7. Si
trasplante celular. Se obtienen así clones genéticam ente idénticos al do
no se adm ite la sacralidad de lo divino, difícil será afirm ar la sacralidad
nador de la célula. O tra técnica de ingeniería genética celular consiste
de lo hum ano. Por otra parte, la pretendida sacralidad de la vida hum a
en la fusión de em briones en fases m uy precoces de su crecimiento. El
n a no es u n criterio su ficiente p ara vetar todo tipo de investigación y
adulto resultará así portador de los «distintos» patrim onios genéticos4.
m anipulación de la vida hum ana. La sacralidad se opone a la profana
Evidentem ente, la m anipulación genética puede ser aplicada direc
ción, pero no a la m anipulabilidad, sobre todo cuando ésta tiene un ca
tam ente al ser hum ano, dando origen a un am plio abanico de posibili
rácter terapéutico o, en general, beneficioso p ara el viviente hum ano.
dades: m anipulación del A D N hum ano; m anipulación de células hum a
nas; m anipulación de em briones; m anipulación de individuos humanos;
m anipulación de poblaciones hum anas. La descripción de cada una de c) Investigación y p reocupación teleológica
estas posibilidades desborda los m arcos aceptables de este tem a5.
P osiblem ente, m ás que de u n p unto de p artid a h ay a que hablar de
un p u n to de llegada. E s cierto que los creyentes apelan a la norm ativi-
2. C uestiones m orales fu n d a m en ta les dad de la naturaleza, com o revelada en la creación del ser hum ano p o r
p arte de D ios. Pero la creación es dinám ica y se com pleta con la afir
m ación de la providencia de D ios.
C om o es fácil im aginar, las perspectivas abiertas p o r la ingeniería
T am bién desde la fe es posible y necesario m irar al futuro, es decir,
genética no han dejado de suscitar una gran m ultitud de interrogantes
a la m eta a la que el ser hum ano está llam ado. E sta perspectiva teleo-
3. J. R. Lacadena, Manipulación genética, 145.
4. Información elemental en W. Bains, Ingeniería genética para todos, Madrid 1994. 6. Cf. L. Archer, Terapia génica humana, en J. Gafo (ed.), Etica y biotecnología,
5. Cf. I R. Lacadena, Manipulación genética, 150-171, con amplia bibliografía. Es Madrid 1993, 123-142, donde evoca la primera de estas terapias (14.9.1990) para tratar
interesante hoy comprobar como ya en 1972, un famoso teólogo conocido por su refle de curar un caso de inmunodeficiencia combinada severa, causada por la falta de la en
xión sobre la esperanza, dedicaba su atención a estas cuestiones: J. Moltmann, «La ética zima adenosín desaminasa (ADA).
y el progreso de la biomedicina», en El futuro de la creación, Salamanca 1979,163-181, 7. Cf. H. Kuhse, The Sanctity ofLife. Doctrine in Medicine. A Critique, Oxford 1987;
donde abogaba por la defensa de la vida como «vida aceptada, amada y vivenciada». E Giunchedi, II signifícalo della vita e della morte oggi: RTMor 27/108 (1995) 511-524.
lógica se encuentra presente en la argum entación em pleada por Juan m o tiem po se piensa en d esarro llo s futuros, com o el potenciam iento
Pablo II en su en cíclica E vangelium vitae. A la hora de evaluar la in de funciones y la inducción de nuevas características o funciones m e
vestigación sobre el ser hum ano y la m anipulación de que pudiera ser diante la transferencia génica (enhancem ent therapy) 10.
objeto es p reciso preguntarse si éstas ayudan al ser h um ano a conse L as enorm es posibilidades respecto a la diagnosis, la prognosis y
guir su p len itu d y su destino hum ano y divino. A sí lo ha repetido él la terap ia clín ica pueden v en ir contrapesadas p o r el hech o de que los
m ism o en otras ocasiones: nuevos conocim ientos p u ed en angustiar a las p ersonas afectadas, a
En la cultura contemporánea, frente a la amplitud y la multiplicidad de m enos que tengan acceso a las terapias adecuadas. Será necesario p re
los interrogantes que plantean las ciencias biomédicas, surge con insis ver una educación nueva p ara afro n tar las opciones génicas que se
tencia creciente la necesidad de guías seguros y de maestros dignos de abren ante las perso n as11.
confianza. Por tanto, es urgente que la bioética reflexione en las raíces
ontológicas y antropológicas de las normas que deben orientar opcio
nes de una importancia tan decisiva8. b) R espeto a la identidad, la libertad y la d ig n id a d p erso n a l

Sin em bargo, puede h ab er ocasiones en que las diversas p o sib ili


3. Cuestiones m orales específicas
dades ofrecidas p o r la IG se conviertan en sospechosas, p o r p o n er en
peligro la m ism a identidad p ersonal del ser hum ano. Por otra parte, la
Junto a estas cuestiones m ás generales, se po drían evocar aquí al
realización de un test genético debería contar siem pre co n un consen
gunos problem as concretos que suscitan otras tantas cuestiones m ora
tim iento inform ado p or p arte de u n «paciente» que, co n frecuencia, no
les específicas. B aste enum erar algunos:
es capaz de prever las consecuencias que de ahí se p u ed en derivar p a
ra su sta tu s social o para su p ro fesió n 12.
a) La IG al servicio de la persona

E n prim er lugar, es preciso preguntarse po r las situaciones en las c) C uando la investigación p a re ce se r f i n en s i m ism a
que la IG está al servicio de la v id a hum ana. E n esos casos, h a de ser
P or otro lado, pueden existir situaciones en las que la IG se co n
considerada com o un m edio ú til y hasta necesario p ara evitar u lterio
vierta en una actividad estelar en el panoram a de la investigación, de
res deform aciones o enferm edades. L a IG estaría al servicio del ser
form a que puede surgir la ten tació n de convertirla en u n fin en sí m is
hum ano y de su integridad. El proyecto «genom a h um ano» -c o n s is
tente en secu en ciar los tres m il m illones de pares de bases que com m a o bien en u n m edio p ara la obtención de m etas ajenas al b ienestar
ponen el genom a de la especie h u m a n a - puede ser el p rim er paso p a de las futuras personas im plicadas en el experim ento.
ra la que y a se denom ina M edicina predictiva y M ed icin a genóm ica. Ya h em o s visto cóm o el D ocum ento de H elsinki-T okyo-V enecia
En consecuencia, exige u n cuidadoso esfuerzo de reflex ió n ética que trata de prom over el respeto a la d ignidad de la p erso n a prohibiendo
tenga en cuenta los efectos que tal proyecto puede ten er sobre las ge los p ro ceso s d e ex p erim entación que ten g an u n a fin alid ad p u ram en
neraciones futuras9. te científica.
Hoy se habla ya con m ucha frecuencia de la terap ia g én ica pren a
10. La bibliografía sobre estos temas crece de día en día. Remitimos a dos estudios
tal y se estudian sus indicaciones, sus costes y sus b eneficios. A l m is recientes: E. Brovedani, Etica e ricerca genetica. IIprogetto genoma umano, y L. de Car-
li, Terapia genica: prospettive, ambos en A. Bompiani (ed.), Bioética in medicina, Roma
8. Juan Pablo II, Discurso al Congreso de bioética, organizado por la Universidad 1996, 73-88 y 89-113. La citada obra de GlennMcGee, The Perfect Baby, incluye un cu
católicu del Sagrado Corazón (17.2.1996): L’QR ed. esp. 28/8 (23.2.1996) 98. rioso capítulo titulado «The not-so-deadly Sins of Genetic Enhancement», p. 111-133.
9. Cf. J. Ch. Heller, Human Genome and the Challenge o f Contingent Future Per- 11. Cf. J. R. Lacadena, El proyecto genoma humano y sus derivaciones, en Ética y
sons: Toward an Impersonal Theocentric Approach to Valué, Omaha NE 1996; C. Hol- biotecnología, 95-121; para una información más amplia sobre el descubrimiento del
drege, Genetics and the Manipulation o f Life: The Forgotten Factor o f Context, Hudson genoma, cf. K. Davies, La conquista del genoma humano, Barcelona 2001.
NY 1996; S. D. Bergel, La Declaración universal de la UNESCO sobre el genoma hu 12. Resulta muy interesante la lectura del documento publicado por el Consejo pa
mano y los derechos humanos: CuBio 9/34 (1998) 387-405; D. D. Vila-Coro, La pro ra asuntos éticos y judiciales de la Asociación médica americana, Múltiple Genetic Tes-
tección del genoma humano: CuBio 9/34 (1998) 406-419. ting: HastingsCRep 28/4 (1998) 15-21.
Problemas éticos de la biotecnología 83

d) E valuación de los riesgos im plicados


vulgada, pudiera ser em pleada con fines b élicos o m alvados. E s opor
tuno recordar el antiguo principio que reza: A b u su s non tollit usum.
El m ism o D ocum ento determ in a que, al igual que ocurre en cual
C on todo, sí que es p reciso tener en cuenta el efecto «tobogán»,
quier otro cam po de la experim entación, es preciso establecer un cui
tam b ién llam ado « p endiente resbaladiza», que inm ediatam ente ad
dadoso balance que clarifique los bienes y los riesgos im plicados en el
q uiere cualquier m edida p ú b lic a14. U n abuso ético que, en principio,
procedim iento.
parece insignificante, crece com o una b o la de nieve y en poco tiem po
Por otra parte, un fin bueno no convierte autom áticam ente en acep
p arece ju s tific a r otros abusos que antes hab rían p arecid o totalm ente
table desde el punto de vista ético cualquier tipo de m anipulación del
inadm isibles.
ser hum ano. C om o se recordará, no se puede hacer el m al p ara que so
brevenga un bien.
h) Sobre la «inviolabilidad» de la naturaleza
e) L as a plicaciones bélicas
Todas estas cautelas tratan de salvaguardar la dignidad e integridad
de la p erso n a hum ana. C on todo, no preten d en apoyarse en un a su
U na larga experiencia histó rica nos recuerda que, p o r desgracia,
puesta «inviolabilidad» de la naturaleza, com o y a se h a sugerido m ás
casi todos los inventos científicos y las innovaciones técnicas han te
arriba. El ser hum ano es u n absoluto-relativo - p o r decirlo en térm inos
nido un a inm ediata aplicación en el cam po bélico. N i que decir tiene
de X. Z u b iri- Pero su absolutez n o im plica u n a absoluta inm anipula-
que los m últiples cam pos de la experim entación sobre seres hum anos
bilidad. L a naturaleza pu ed e ser ayudada y co rreg id a en b en eficio
y, en concreto, la ingeniería genética, no deberían ser utilizados para
m ism o de la persona.
tal finalidad.

f) Preparación y com petencia profesional 4. A lg u n o s pronunciam ientos de la Iglesia católica

Tanto la D eclaración de H elsin ki com o los códigos profesionales A p esar de la novedad de los procedim ientos relacionados con la
de los investigadores insisten siem pre en la necesidad de exigir un alto
Ingeniería genética, la Iglesia católica ya ha tenido ocasión de expre
grado de com petencia técnica y de profesionalidad a las personas que sar en varias ocasiones su p arecer sobre la m ism a. Tales declaraciones
de alguna m anera van a verse im plicadas en un p roceso de investiga
han tenido lugar, sobre todo en los encuentros de Juan Pablo II con los
ción, así com o la existencia de un com ité independiente de control so
m iem bros de la P ontificia A cadem ia de las ciencias. D e entre ellos, re
bre los protocolos de la investigación.
cordam os tan sólo tres m om entos significativos:
Com o es m ás que evidente, la gravedad del «objeto» sobre el que se
investiga exige que estas m edidas se extrem en en el cam po de la IG 13.
1. E n 1993, el p ap a recib ía a u n grupo de trabajo sobre el genom a
h um ano al que, entre otras cosas, recordaba los prin cip io s éticos que
g) E l p rin cip io d el tobogán han de reg ir todo p roceso de investigación cien tífic a sobre el ser h u
mano. R efiriéndose a las cuestiones m ás concretas que se estudian en
Sin em bargo, creem os que no es adecuado p rohibir u n a determ i este capítulo, añadía el p ap a algunas precisiones im portantes:
nada experim entación tan sólo p o r la eventualidad de que, un a vez d i
En ningún momento de su crecimiento puede ser el embrión sujeto de
ensayos que no sean un beneficio para él, ni de experiencias que impli
13. De hecho, bajo los auspicios del Instituto Nacional de Salud (NIH) de los Es
tados Unidos se han ido estableciendo diversas regulaciones sobre la investigación con quen inevitablemente tanto su destrucción, como amputaciones o lesio
organismos modificados genéticamente. También el Consejo de Europa y varios orga nes irreversibles, porque la naturaleza misma del hombre sería, al mis-
nismos comunitarios han articulado una serie de directivas sobre estas cuestiones: cf. R.
Amiis-E. Marin, Problemas medioambientales relacionados con la biotecnología, en 14. Cf. J. Elizari, E l argumento de la pendiente resbaladiza: Moralia 24 (2001)
Etica y biotecnología, 31 -74. 469-490.
mo tiempo, escarnecida y herida. El patrimonio genético es el tesoro que La reflexión ética debe incidir también sobre la utilización de los datos
pertenece o es susceptible de pertenecer a un ser singular que tiene de médicos relativos a las personas, especialmente aquellos que están con
recho a la vida y a un desarrollo humano integral. tenidos en el genoma y que podrían ser explotados por la sociedad en
Las manipulaciones imprudentes sobre los gametos o sobre los embrio peijuicio de las personas, por ejemplo, eliminando los embriones por
nes, que consisten en transformar las secuencias específicas del geno tadores de anomalías cromosómicas o marginando los sujetos afectados
ma, portador de las características propias de la especie y del individuo, por tal o cual enfermedad genética. Tampoco se pueden violar los se
hacen que la humanidad corra riesgos serios de mutaciones genéticas cretos biológicos de la persona, ni explotarlos sin su consentimiento ex
que no dejarán de alterar la integridad física y espiritual no solamente de plícito, ni divulgarlos para usos que no sean estrictamente de carácter
los seres sobre los que se han efectuado estas transformaciones, sino in médico y con finalidad terapéutica para la persona afectada. Con inde
cluso sobre personas de las generaciones futuras15. pendencia de las diferencias biológicas, culturales, sociales o religiosas
que distinguen a los hombres, existe, en efecto, para cada uno un dere
2. Casi un año m ás tarde, el papa recibía a toda la A cadem ia y abor cho natural para ser lo que es y para ser el único responsable de su pa
daba d irectam ente algunos de los problem as éticos que ya se habían trimonio genético16.
ido haciendo p resentes en los foros de inform ación y debate científico
sobre el genom a hum ano. El texto que reproducim os es largo, pero re 3. Finalm ente, de nuevo u n año m ás tarde, encontram os unas inte
sulta interesante p o r abordar algunos problem as candentes, com o los resantes observaciones de Juan Pablo II, en las que se establecen alg u
relativos a la experim entación, a las patentes, a los peligros de discri nos criterios éticos sobre el tem a de la investigación que nos ocupa:
m inación y aun de elim inación de las personas:
La cualificación ética positiva de una investigación deberá resultar de
En lo que concierne a las intervenciones sobre el triplete del genoma las garantías ofrecidas en los experimentos, tanto en lo referente a los
humano, conviene recordar algunas reglas morales fundamentales. To factores de riesgo como al necesario consenso de las personas implica
da acción sobre el genoma debe efectuarse dentro del respeto absoluto das. Además, ésta deberá extenderse también a la aplicación de los des
del carácter específico de la especie humana, de la vocación trascen cubrimientos y los resultados.
dental de todo ser y de su incomparable dignidad. El genoma represen Esta integración de la investigación científica con las instancias de la
ta la identidad biológica de cada sujeto; más aún, expresa una parte de ética en el ámbito biomédico es una urgente necesidad de la época pre
la condición humana del ser, querido por Dios por sí mismo, gracias a sente. Si pensamos que esta investigación hoy llega a las estructuras
la misión confiada a sus padres. más elementales y profundas de la vida, como a los genes, y a los mo
El hecho de poder establecer el mapa genético no debe conducir a re mentos más delicados y decisivos de la existencia de un ser humano,
ducir el sujeto a su patrimonio genético y a las alteraciones que en él como el momento de la concepción y de la muerte, así como a los me
pueden registrarse. En su misterio, el hombre supera el conjunto de sus canismos de la herencia y a las funciones del cerebro, nos damos cuen
características biológicas. Constituye una unidad fundamental en la ta de lo urgente que es ofrecer a los que trabajan en este ámbito la luz
cual la biología no puede ser separada de la dimensión espiritual, fami de la ética racional y de la revelación cristiana.
liar y social, sin correr el riesgo grave de suprimir lo que es la natura No podemos ocultar el peligro de que la ciencia caiga en la tentación
leza misma de la persona y de no hacer de ella más que un simple ob del poder demiúrgico, del interés económico y de las ideologías utilita
jeto de análisis... rias. En cada caso, sin embargo, se deberá ofrecer el apoyo de la ética
A este propósito, debemos alegramos por la negativa de numerosos in respetando el estatuto autónomo epistemológico de toda ciencia17.
vestigadores a considerar que los descubrimientos efectuados sobre el
genoma puedan constituir patentes susceptibles de ser registradas. Por N o hace falta observar que en todas estas intervenciones el papa ala
que el cuerpo humano no es un objeto del que se puede disponer, los re ba los progresos científico-técnicos llevados a cabo, aunque no deja de
sultados de las investigaciones deben difundirse al conjunto de la co llam ar la atención sobre el peligro de m itificar el progreso por sí mismo,
munidad científica y no pueden ser propiedad de un reducido grupo.
16. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la Pontificia Academia de las
15. Juan Pablo II, Audiencia a! grupo de trabajo sobre el genoma humano, promo ciencias (28.10.1994): Ecclesia 2.711 (19.11.1994) 1747 (4).
vido por la Pontificia Academia de las ciencias (20.11.1993): Ecclesia 2.663 (18.12. 17. Id., Discurso a la Pontificia Academia para la vida (20.11.1995): Ecclesia
1993) 1868 (7). 2.774(3.2.1996) 166.
olvidando la necesaria referencia que debe guardar a la dignidad del ser E sta urgencia h a sido particularm ente sentida cuando se h a consi
hum ano, entendido en su unidad integral y, desde un punto de vista re derado la necesidad de reg u lar los problem as surgidos a propósito de
ligioso, com o elegido y am ado p or D ios en su individualidad personal. las «biopatentes»19. A este propósito, se repite y a que será preciso tra
ta r de su p erar el peligro de u n nuevo colonialism o internacional. E n
efecto, es m ás que previsible que los países m ás desarrollados - o , si se
5. C uestiones de m oralidad pública prefiere, las grandes com pañías m u ltin acio n ales- exploten las so fisti
cadas técnicas m oleculares a las que tienen acceso, al tiem po que los
En todo caso, la preocupación ética ante la m anipulación a la que países m ás pobres se v erán privados de tales avances de la tecnología
puede ser som etido el ser hum ano no es exclusiva de la conciencia del de vanguardia, o solam ente tendrán acceso a ellos a precios que so
investigador. E ste tiene pleno derecho a reivindicar la lib ertad para su b rep asan sus posibilidades. A este p roblem a aludía y a Juan P ablo II
proyecto, aunque ha de adm itir algunos lím ites. L a cuestión ética de la hace unos años:
libertad de investigación podría resum irse en cuatro principios funda
La ciencia fundamental es un bien universal que todo pueblo debe tener
m entales: posibilidad de cultivar con libertad respecto de toda forma de servidum
1. L a lib ertad de investigación es un derecho hum ano básico que bre internacional o de colonialismo intelectual20.
debe ser respetado tam bién en el cam po concreto de la biotecnología.
2. C uando el investigador o el prom otor de la investigación consi E ste derecho-deber de intervención p o r p arte del E stado no nace,
deren que ésta puede lesionar los derechos de otras personas, y por sin em bargo, de una im posición heterónom a, procedente de u na deter
tanto resu ltar m aleficiente o injusta para los dem ás, deben renunciar m inada confesión cristiana. E s interés del E stado tu telar el derecho a
p or im perativo m oral a ello. la vida. D e ese m odo protege a sus m iem bros y ejerce u n a función
3. C uando hay evidencia de que una investigación pu ed e atentar educativa, orientando a las personas a p ercib ir y asu m ir sus propias
contra los derechos hum anos de los dem ás o contra el bien com ún, el responsabilidades21.
Estado tiene la obligación de prohibirla.
4. D ado que tanto la investigación com o las consecuencias de la
biotecnología son internacionales, m undiales, el control ju ríd ic o de la b) L a cuestión de la ética civil
investigación debería hacerse a este n ivel18.
Por o tra p arte, la responsabilidad m oral ante estos avances tecn o
Así pues, la im portancia de la investigación biotecnológica determ i
lógicos no es privativa de los cristianos. L as cuestiones éticas no d e
na el establecim iento de unas cautelas para los m ism os investigadores,
penden de u na determ inada religión.
cosa que por otro lado ellos m ism os consideran necesaria y tratan de ac
Es preciso articular un a reflexión m oral, de tipo racional, que esta
tualizar. L a m anipulación del ser hum ano es un asunto que trasciende la
blezca u n o s valores m ín im o s aceptables p o r la sociedad civil, d e for
ética individual para convertirse en u n a cuestión de m oralidad pública.
m a que la v id a hum ana sea respetada p o r todos.
En ese contexto, se pueden articu lar algunas reflexiones sobre la
responsabilidad socio-política:
19. Cf. J. L. García López, Problemas éticos de las biopatentes, en Etica y biotec
nología, 75-93; M. J. Hanson, Religious Voices in Biotechnology: The Case o f Gene Pa-
a) N ecesidad de tutelas legales tenting: HastingsCRep 27/6 (1997) S1-S20.
20. Juan Pablo II , Alocución a la Academia Pontificia de las ciencias (10.11.1979);
E xiste hoy un am plio consenso sobre la necesidad de establecer sobre el tema de la doctrina pontificia con relación a la ciencia, puede consultarse J. La-
una red norm ativa legal que im pida los abusos a que p o d ría dar lugar santa, Diccionario social y moral de Juan Pablo II, Madrid 1995, 43-60. Cf. A. Alonso
Bedate, Biotecnología: países en desarrollo y Tercer Mundo, en Etica y biotecnología,
la ingeniería genética. 143-166.
21. Cf. H. Scambeck, Die Verantwortung des Gesetzgebers und der Schutz des un-
18. Tomamos la formulación de estos principios de D. Gracia, Libertad de investi geborenen Lebens, en Kirche, Staat und Demokratie, Berlin 1992, 194-195; Id., El le
gación y biotecnología, en Etica y biotecnología, 18-19. gislador tiene el deber de tutelar la vida: L’OR 28/12 (22.3.1996) 157-158.
capítulo IV, dedicado al genom a hum ano, que se form ula en los cuatro
c) L ím ites de las reglam entaciones
artículos siguientes:
Pero no basta establecer u n a tu p id a red de disposiciones legales si
Art. 11 .N o discriminación. Se prohíbe toda forma de discriminación de
no existe po r p arte de los científicos y de los técnicos un a voluntad de
una persona a causa de su patrimonio genético.
m arcarse unos lím ites en el proceso de la investigación. R esulta signi
ficativo que el 26 de ju lio de 1974, u n grupo de científicos en la n u e Art. 12. Pruebas genéticas predictivas. Sólo podrán hacerse pruebas pre-
va tecnología m olecular, encabezados por el prem io N obel Paul Berg, dictivas de enfermedades genéticas o que permitan identificar al sujeto como
publicó un m anifiesto en el que proponían, entre otras, la siguiente re portador de un gen responsable de una enfermedad o detectar una predisposi
com endación: «H asta que el riesgo potencial de las m oléculas d e A D N ción o susceptibilidad genética a una enfermedad con fines médicos o de in
recom binante haya sido m ejor evaluado; o hasta que se desarrollen los vestigación médica y con un asesoramiento genético apropiado.
m étodos adecuados que im pidan su disem inación, los cien tífico s de Art. 13. Intervenciones sobre el genoma humano. Unicamente podrá efec
todo el m undo deben unirse a este C om ité aplazando voluntariam ente tuarse una intervención que tenga por objeto modificar el genoma humano por
los siguientes tipos de experim entos...». razones preventivas, diagnósticas o terapéuticas y sólo cuando no tenga por fi
Por desgracia, dicha m oratoria no fue respetada p o r todos los cien nalidad la introducción de una modificación en el genoma de la descendencia.
tíficos.
Art. 14. No selección de sexo. No se admitirá la utilización de técnicas de
asistencia médica a la procreación para elegir el sexo de la persona que va a
d) Una nueva conciencia deontológica nacer, salvo en los casos que sea preciso para evitar una enfermedad heredita
ria grave vinculada al sexo.
C om o ya puede im aginarse, la inform ación obtenida p o r m edio del
análisis g enóm ico de una persona p lan tea inm ediatam ente algunas El capítulo V trata, com o y a se dijo, de preservar la dignidad de la
cuestiones sobre la utilización de esa inform ación. P or u n lado habrá perso n a ante las actuales p o sibilidades que h a conseguido la experi
que tratar de defender la intim idad genética de la p erso n a y tutelar el m entación científica23.
derecho de la p ersona a una ju sta defensa en algunos casos de investi
gación de la p aternidad o de la autoría de un delito m ediante pruebas
genéticas. Por otro lado se puede p en sar en la incidencia de los descu 7. Conclusión
brim ientos en genética hum ana sobre algunas actividades o relaciones
sociales, com o las laborales y las adm inistrativas. A lo largo de esta o bra p retendem os h ac em o s eco d e u n a co n fe
Y, por fin, es fácil prever algunas consecuencias v inculadas con la sión cristiana que reconoce a la persona hum ana com o no rm a y crite
eugenesia y la reproducción hum ana. Todas estas nuevas posibilidades rio ético p ara toda investigación científica. Ya el concilio Vaticano II
están y a sugiriendo la necesidad de una nueva conciencia profesional, afirm ab a que la p ersona «es y debe ser el principio, el sujeto y el fin»
y u n a m ayor responsabilidad ante la transm isión de la v id a hum ana22. (GS 25) de to d a actividad hum ana, privada o pública. Por consiguien
te, tam bién de todo proyecto de investigación.
E n ese punto los cristianos pueden coincidir con m uchos otros ciu
dadanos, cualquiera que sea su religión. Sin em bargo, los creyentes en
6. N orm ativa d e la Europa com unitaria
Jesucristo h an de estar dispuestos a particip ar en u n diálogo interdis-
ciplinar, serio y respetuoso, en el cual tendrán m ucho que aprender de
C om o y a se ha dicho, el 4 de abril de 1997 fue firm ado en O viedo
sus h erm an o s y p odrán dar testim onio hum ilde y fiel de su fe en el
el C onvenio relativo a los derechos hum anos y la biom edicina. Por lo
D ios que h a am ado al ser hum ano por sí m ism o.
que se refiere al tem a que nos ocupa es especialm ente im p o rtan te su
23. Cf. A. Bompiani-A. Loreti Beghé, Laprotezione giuridica delle invenzioni bio-
22. Cf. C. M. Romeo Casabona, El proyecto genoma humano: implicaciones jurí tecnologiche. Un esame giuridico della Direttiva comunitaria: Aggíomamenti sociali 49
dicas, en Etica y biotecnología, 167-201; J. Gafo, Problemas éticos del Proyecto Geno (1998) 659-672.
ma Humano, en Ética y biotecnología, 203-226.
EL COMIENZO DE LA VIDA
ESTATUTO DEL EMBRIÓN HUMANO

Bibliografía: V García Hoz (ed.), El concepto de persona, Madrid 1989; J. R.


Lacadena, Status del embrión previo a su implantación, en Federación interna
cional de universidades católicas, La vida humana: origen y desarrollo, Ma-
drid-Barcelona 1989,35-40; T. Melendo Granados, La dignidad de la persona,
en A. Polaino (ed.), Manual de Bioética general, Madrid 1993, 59-69; Pontifi
cia Academia pro vita, Identitá e statuto dell’embrione umano, Cittá del Vati
cano 1998; M. Vidal, Moral de la persona y bioética teológica, en Id., Moral de
actitudes II-1, Madrid 1991, 363-390.

Introducción

El 25 de noviembre de 2001, la em presa A dvanced C ell Technology,


de W orcester (M assachussetts), anunciaba que había producido tres em
briones clónicos de m ás de seis células cada uno, m ediante la técnica de
transferencia nuclear. E s cierto que los investigadores se apresuraron a
anunciar que no pretendían producir seres hum anos clónicos, sino que
la fin alid ad perseguida era la d e obtener células m adre n o diferencia
das. D e ahí podrían obtenerse células y a especializadas con las que se
guir terapias efectivas para el tratam iento de diversas enferm edades.
A hora bien, ese proceso exigiría no sólo la selección de los em brio
nes m ás adecuados, sino su destrucción. Para m uchos que no consideran
al em brión com o vida hum ana/personal, eso no es un obstáculo. E s más,
podría ser la solución para em plear los m iles de em briones sobrantes
que se alm acenan en los centros de reproducción hum ana asistida.

1. Selección y reducción de em briones

E n el año 1978 tuvo lugar la prim era reproducción hum an a asisti


da extracorpórea. Se había realizado con éxito el proceso de «fecunda
ción in vitro» seguido de la transferencia del em brión a un útero m ater
no. E l hecho se convirtió en todo un acontecim iento para las ciencias y
técnicas em peñadas en la prom oción de la vida hum ana. D esde aquel E n ese caso, son num erosas las razones que p ueden inducir a reali
m om ento se abrieron paso otras m últiples posibilidades técnicas de zar una reducción de los em briones y a transferidos e im plantados. Se
m anipulación de los orígenes de la vida humana. enum eran aquí solam ente tres: la prim era de ellas puede ser la m ism a
N o todas ellas podrían ser calificadas com o neutras desde un p u n decisión de los progenitores que no desean o no se sienten preparados
to de vista ético. M uchas suponían verdaderos desafíos a los principios para afrontar una paternidad-m aternidad m últiple; otra causa frecuen
de la ética, precisam ente po r p oner en entredicho las bases de una an te podría ser la razón eugenésica, cuando se constata que uno o varios
tropología integral1. D e entre ellas, m encionam os solam ente dos: la se de los em briones presenta serias anom alías; puede encontrarse, p o r ú l
lección y la reducción de em briones. tim o, o tra m otivación en diversas indicaciones m édicas, o bien en la
voluntad de actuar una m ejor prevención de eventuales riesgos, que p o
drían presentarse tanto a la m adre com o al feto durante el em barazo.
a) Selección de em briones
E n todos estos casos nos encontram os ante operaciones -c a lific a
L a fecundación asistida - y a sea practicada in vivo o bien in vi tro -, das com o «term inación selectiva, aborto selectivo o reducción selec
conlleva algunas dificultades, que b rotan de los p elig ro s a los que se tiv a » - encam inadas a elim inar algunos de los em briones resultantes de
som ete con frecuencia la m ism a vida ya iniciada de ese nuevo ser h u la F IV E T y y a im plantados en el útero m aterno3.
mano, producido de form a m édicam ente asistida. E n algunos casos se
procede a u n a «selección em brionaria» antes de pro ced er a su transfe
rencia al útero, dejando a los em briones «sobrantes» en congelación. 2. Sobre el com ienzo de la vida hum ana
N o falta quien defienda de form a entusiasta la clonación de un em
brión, p o r el m étodo de splitting, p ara poder analizar en uno de ellos el A nte estas operaciones técnicas surgen inm ediatam ente algunas
estado general de su «herm ano» y, de paso, defiende la posibilidad de cuestiones filosóficas, com o la relativa al com ienzo de la vida hum a
experim entar con un em brión, «con tal de que los em briones sean des na. A ella van unidas n u m ero sas consecuencias ju ríd ic as y, p o r su
truidos en un estadio tem prano»2. puesto, m uchas preguntas éticas que resultan inesquivables.
El p ro b lem a ha vuelto a plantearse con la posib ilid ad de la llam a A l intentar una valoración ética sobre la m anipulación de la vida h u
da clonación terapéutica. T am bién en este caso, los em briones podrán m ana naciente, se plantea con frecuencia la cuestión sobre el com ienzo
ser seleccionados en el futuro con vistas a una m ejo r funcionalidad de de la vida en el seno m aterno, com o si ese fuera el ú nico criterio para el
cara a la producción de órganos o tejidos destinados a trasplantes. respeto o la supresión del nuevo ser que com ienza a germ inar4.

b) R educción de em briones a) L as opiniones

Si las dos situaciones anteriores se refieren a los em briones no im O frecem os un a breve síntesis de las opiniones m ás frecuentem en
plantados, la «reducción em brionaria» rem ite a un a situación p o ste te defendidas sobre el m om ento de la aparición de la vida hum ana:
rior, donde se intenta seleccionar de entre los em briones ya im planta
dos. U na vez transferidos los em briones a la cavidad uterina, puede 3. Cf. J. Kelly, Bioethics, Christian Code and Medical Practice: CathMedQ 39/2
(1988) 82-83; J. L. Baudoin-C. Labrusse-Riou, Produir l ’homme: de quel droit? Etude
suceder que varios de ellos logren anidar en la pared.
juridique et éthique des procréations artijicielles, París 1987, 63-106; P. Verspieren,
Diagnostique anténatal et avortement sélectif. Reflexión étique, en Federation intema-
1. Cf. J. R. Flecha, ¿Existen límites en la procreación asistida?, en J. Gafo (ed.), tional des universités catholiques, Debuts Biologiques de la Vie Humaine. Des chercheurs
Procreación humana asistida; aspectos técnicos, éticos y legales, Madrid 1998,211-232. chrétienss’interrogent, Paris-Louvain-la-Neuve 1988,199-218 (versióncast.: Univ. Pont.
2. J. Harris, Goodbye Dolly? The Ethics o f Human Cloning, en H. Kuhse-P. Singer Comillas 1989). Sobre la selección y reducción, así como otras intervenciones sobre el
(eds.), Bioethics. AnAnthology, Oxford 2001, 143-152. De hecho, en el Reino Unido, la embrión, cf. G. Concetti, L ’embrione, uno di noi, Roma 1997, 31-57; X R. Flecha, M a
Autoridad para la fertilización humana y embriología (HFEA) decidió el 23 de diciembre ternidad segura, en Consejo pontificio para la familia, Lexicón, Madrid 2004, 707-713.
de 2001 que, en determinadas condiciones, los padres pueden solicitar la fertilización in 4. Cf. X Vico Peinado, El comienzo de la vida humana, Santiago de Chile 1991,
vitro y la selección de embriones con el fin de tener un hijo con la misma estructura in- 77-115, donde, a las razones científico-antropológicas une las teológicas, que incluyen
munológica que otro hijo anterior, al que tratarían de curar, por ejemplo, de una talasemia. un resumen de la cuestión de la anidación en la historia y el magisterio eclesial.
1. P ara m uchos, la vida h um ana com ienza en el m ism o m om ento tural de selección de las vidas m ás capacitadas, sin ten er que adm itir
de la fecundación. Las razones que se aducen pueden resum irse así: por ello la carencia de vida en los em briones naturalm ente perdidos.
- L a fusión de los gam etos m asculino y fem enino im plica y a un có
digo genético propio del nuevo ser, único, distinto al de sus progenito 3. Según otra opinión, no se p odría afirm ar el com ienzo de la v i
res y p rácticam ente irrepetible. da hum ana h asta poder co n statar el desarrollo de la co rteza cerebral.
- E l nuevo ser, ya se encuentre en el estadio de m ó ru la o cigoto, in H e aquí sus razones:
cluye de h echo un núm ero p reciso de caracteres hereditarios que lo - E l principio espiritual que d eterm in a y orienta la existencia h u
acom pañarán durante toda la vida. m ana y su capacidad racional no puede existir sin u n principio y un a
- E l nuevo ser tiene ya en germ en su propio p oder de crecim iento y base corporal: el cerebro prefrontal.
de reproducción. Las diferencias respecto a los estadios ulteriores son -A h o ra bien, la corteza em pieza a desarrollarse a p artir del día 15 y
m eram ente cuantitativas. su form ación se prolonga aproxim adam ente hasta el día 40. Por tanto,
- E l nuevo ser es distinto de la m adre, y precisam ente p o r esta ra sería prem aturo hablar de vida propiam ente hum ana antes de ese límite.
zón h a de ser defendido a costa de la dism inución de la actividad in
m une de la m adre. L os defensores de la p rim era hipótesis responden que la racionali
-F in alm en te, el nuevo ser cuenta y a con su propia red de com uni dad es u n proceso dinám ico que h a sido y a preparado en las fases an
cación y puede enviar al cuerpo de la m adre una inform ación horm o teriores y está y a program ado en la inform ación gen ética del cigoto5.
nal que le resulta absolutam ente necesaria.

2. P ara otros, la vida hum ana sólo com ienza a p artir de la im plan b) Los desafíos
tación del em brión, alcanzado el estadio de blastocisto, en el útero m a
En la práctica es difícil arm onizar estas opiniones. D e hecho, es n e
terno. H e aquí algunas de las razones que se aducen p ara ju stifica r es
cesario adm itir la im portancia de los datos que las unas privilegian fren
ta opinión:
te a los elegidos por las otras. C om o m edida cautelar, la ética m ás tra
-T o d a vida, se dice, depende de conexiones y relaciones que serán
dicional nos recordaría que, en m ateria de tanta im portancia, es honrado
esenciales a la persona y que sólo com ienzan a darse en ese preciso
m om ento de la im plantación. apostar p o r una hipótesis tuciorista y m axim alista que defienda la pre
- A l m enos desde Boecio, la definición de la p ersona hum ana - r a - sencia de la vida hum ana desde el m ism o m om ento de la fecundación.
tionalis naturae individua su b sta n tia - incluye la n o ta de la «indivi Por otra parte, es fácil constatar que, en el ám bito de la procreación
dualidad». A hora bien, esa cualidad parece que no está fijad a antes de hum ana asistida (FIV TE ), se a firm a la existencia de la vida hum ana
la im plantación. Es precisam ente en ese tiem po anterior en el que son desde la fecundación artificial del ovocito. E n éste, com o en otros m u
posibles tanto la división del em brión, que da origen a la aparición de chos casos, existe el riesgo de em plear un doble código científico para
los gem elos m onocigóticos, com o la unión de dos em briones, que da favorecer un doble planteam iento ético.
origen a las quim eras. Pero creem os, sobre todo, que es necesario trascender los p resu
- D e hecho, antes de su im plantación m ueren y son elim inados de puestos de la discusión. L a cuestión m ism a está y a m al planteada, com o
un 30 a u n 50 % de em briones. Si hubiera vid a hum an a antes de ese se ve p o r las dificultades de los biólogos p ara contestarla. L os datos
m om ento, ¿habría que pensar que la naturaleza las elim ina en una can científicos son con frecuencia interpretados a p artir de concepciones
tidad tan elevada? antropológicas diferentes. Sin em bargo nuestra opción ética no depen
Los defensores de la prim era hipótesis contestan afirm ando la pre de únicam ente de los datos biológicos. Sobre todo teniendo en cuenta
sencia de tales relaciones y observando, de paso, la gradualidad del que la determ inación de la «vida» en general y de la «vida hum ana» en
m ism o proceso de anidación o im plantación. E stablecen adem ás una particular responde a un concepto filosófico no verificable em pírica-
distinción entre individualidad e indivisibilidad, teniendo en cuenta, por
5. En este contexto, puede ser oportuno consultar a J. R. Lacadena, Consideracio
ejem plo, los casos de bacterias que, siendo individuales, son tam bién nes genético-biológicas sobre el desarrollo embrionario humano, en C. Romeo-Casa-
divisibles. Por lo que se refiere al tercer punto, adm iten el proceso na bona (ed.), Genética humana, Bilbao 1995, 77-103.
m ente6. ¿N o estam os presenciando una interm inable discusión sobre el En realidad, no existen seres h um anos no p ersonales. E l razo n a
m om ento en que term ina esa m ism a v ida hum ana, a raíz de los m últi m iento aquí evocado podría ser utilizado, y de hecho lo es, por los de
ples problem as originados por los trasplantes de órganos? fensores de la eutanasia positiva directa. H ace algunos años suscitó un
La ciencia contem poránea ofrece razones m ás que suficientes para gran escándalo la opinión del filó so fo australiano P eter Singer, para el
considerar que en la m ism a fecundación ha com enzado un itinerario cual la situación de un niño p o r n acer y la de un n iño recién nacido es
que con el tiem po sólo adm itirá cam bios cuantitativos, no cualitativos7. idéntica y, p o r consiguiente, el n acim iento no d ebería constituir el lí
Creem os p o r otra parte que, tanto a u n nivel puram ente ético com o cris m ite m oralm ente vinculante9. T abién el niño nacido p o d ría ser elim i
tiano, la cuestión solam ente puede afrontarse desde un punto de vista nado al igual que un feto.
que tenga en cuenta el conflicto de valores y desde la asunción y defen El estado de persona del individuo hum ano n o es constatable con
sa de la vida com o el prim ero y m ás im portante de ellos. E n un asunto la ayuda de los m étodos propios de las ciencias em píricas10. Pero en un
tan decisivo com o éste, es preciso apostar por las m áxim as certezas: asunto de tan ta im portancia com o es el prim ero de los valores y los
derechos hum anos, es preciso apostar p o r la opción m ás segura11.
E stá e n ju e g o algo tan im portante que, desde el punto de vista de la obli
g ación m oral, bastaría la sola pro b ab ilid ad de encontrarse ante una p er
sona p a ra ju s tific a r la m ás ro tu n d a p ro h ib ició n de cu alq u ier in terv en
ción d e stin a d a a elim in ar u n em b rió n hum ano. P recisam ente p o r esto, 3. D os grandes cuestiones éticas
m ás allá de los debates c ien tífico s y de las m ism as afirm acio n es filo só
ficas en las que el m agisterio no se h a com prom etido expresam ente, la Los avances técnicos suscitan preguntas filo só fic as y problem as
Ig lesia siem pre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la g e jurídicos. Pero tam bién num erosas cuestiones éticas. Por lo que a este
neració n h u m an a, desde el p rim e r m om ento de su existencia, se h a de ám bito se refiere, estos interrogantes éticos se refieren, en concreto, al
garan tizar el respeto incondicional que m oralm ente se le debe al ser h u estatuto del em brión hum ano y, m ás am pliam ente, a la dignidad que se
m ano en su totalidad y u nidad corporal y espiritual8. puede otorgar-reconocer a la p ersona hum ana naciente. A esos dos
bloques de preguntas se dirige ahora nuestra atención.
Por o tra p arte, hay que reconocer que tam bién los p artidarios de la
interrupción del em barazo suelen reconocer la existencia de un nuevo
ser hum ano, aunque hacen n o tar que este ser aún no m an ifiesta las a) • E l estatuto d el em brión
cualidades que caracterizan la vida hum ana «personal». E sas cualida
El prim er problem a que nos sale al paso es el de establecer la ver
des serían: autoconciencia, autonom ía, sentido del pasado y del futu
dadera identidad y el estatuto del em b rió n 12. E n la m o d ern a filo so fía
ro, capacidad de establecer vínculos con los dem ás, capacidad de co
aplicada, la cuestión sobre el estatuto del em brión em pezó a plantear
m unicación lingüística, y otras. Suele decirse que quien no m anifiesta
se a com ienzos de la década de 1970, en el contexto de las discusiones
esas cualidades no puede ser reconocido todavía com o persona, con lo
sobre la m o ralidad del aborto y su despenalización o legalización.
que se establece una distinción entre el ser hum ano y la persona.
Se h a dicho que en esta investigación sobre el estatuto del em brión
6. F. Compagnoni, Vita, en NDB 1261-1268.
son posibles dos posturas fundam entales. D e acuerdo con la prim era,
7. Cf. R. Frattallone, Persona, en NDB 856-863; R. Colombo, El evangelio de la
vida y las ciencias de la vida: L’OR ed. esp. 28/16 (19.4.1996) 11-12. Cf. lo que apunta 9. cf. P. Singer, Practical Ethics, Cambridge 21993, 182: «No infant -disabled or
el Dr. J. A. Abrisqueta, jefe de la Unidad de genética humana del CSIC, en Madrid: not- has a strong claim to life as beings capable of seeing themselves as distinct entities,
«Ningún científico dudaría en afirmar que la vida humana empieza en el momento de la existing over time».
fecundación. El carácter biológico humano del cigoto es una evidencia experimental. En 10. Cf. L. Palazzani, II concetto di persona tra bioética e diritto, Tormo 1996.
el desarrollo humano, como en cualquier otro proceso de cambio, se producen saltos e 11. Cf. J. Merecki-T. Styczen, El ser humano y la persona humana: L’OR ed. esp.
interrupciones en sistemas anteriores, aunque la existencia de la nueva realidad no pue 28/19(10.5.1996) 12.
de explicarse sin presuponer la anterior»: Ecclesia2796 (6.7.1996) 1011. 12. Cf. Centro di bioética della Universita cattolica del Sacro Cuore, Identitá e sta-
8. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 60, donde se remite a lo dicho por la Congre tuto dell'embrione umano: Medicinae morale, supl. n. 4 (1989); A. Bondolfi, Statutode-
gación para la doctrina de la fe, Instr. Donum vitae, sobre el respeto de la vida humana ll ’embrione. Considerazioni di método: Rivista de teología morale 90, 223-244; Pontifi
naciente y la dignidad de la procreación (22.2.1987), I, 1: AAS 80 (1988) 78-79. cia Academia pro vita, Identitá e statuto dell ’embrione umano, Citta del Vaticano 1998.
el em brión h um ano no tendría u n estatuto m oral intrínseco, sino que significatividad m oral de la personalidad poten cial16. Sin em bargo, la
su estatuto dependería del v alor que le fuera conferido p o r otras p e r consideración de la unidad del ser hum ano integral y de su orientación
sonas, entre las cuales ocuparía u n puesto preem inente su propia m a teleológica al desarrollo de la p ersona nos lleva a deducir la presencia
dre. Según u n a segunda postura, el em brión sí que tendría un estatuto de la v id a hum ana desde el prim er m om ento de la fecundación.
m oral intrínseco, independiente del valor que los dem ás le confieran13. L a v id a hum ana se p resen ta ciertam ente com o dotada de u n d in a
S ea cual sea la p ostura que se adopte, estas cuestiones se encuen m ism o que se encuentra siem pre en proceso. Pero en ese itinerario no
tran condicionadas, sin duda, p o r el m ism o uso de las palabras y, en es posible establecer saltos cualitativos.
concreto, p o r la p ráctica y a generalizada de calific ar com o «preem - L a m ism a potencialidad inserta en el desarrollo de la vida hum ana
brión» al em brión p reim plantatorio. E sa term inología h a sido adopta desaconseja una intervención y m anipulación que pueda resultar peiju-
da, com o se sabe, p o r los d o cum entos producidos p o r diversos orga dicial para la vida o la integridad del ser hum ano. L a m era posibilidad
nism os internacion ales y p o r la m ism a ley española 35/1988, sobre de la ofensa a la vida hum ana desaconseja ese tipo de intervención.
reproducción hum ana asistida.
2. N o faltan quienes, aun desde un a perspectiva absolutam ente lai
1. Pero esa term inología es am b ig u a14. Si la calificación de «pre- ca, denuncian la creciente objetivación del ser hum ano que se observa
em brión» fuera utilizada para referirse sim plem ente a la fase precoz en nuestra sociedad. E n ese contexto parece que son m uchos los que
del em brión, es decir, al período que va desde la constitución del ci piensan que el em brión puede ser considerado com o u n grupo de célu
goto al m om ento en que aparece la estría em brional prim itiva, en ese las, apenas evolucionado, y sujeto a cualquier tipo de m anipulación17.
caso el térm ino establecería u n a distinción que p odría considerarse co A nte las posibilidades técnicas de intervenir sobre la estructura m is
m o cuantitativa y que podría ser aceptada para delim itar algunas si m a del em brión hum ano, es preciso insistir en la afirm ación de la u n i
tuaciones concretas. dad cualitativa del ser hum ano en desarrollo. E s m uy cuestionable la
A h o ra b ien, tal calificación pu ed e ser em pleada p ara indicar que afirm ación de P. L aín E ntralgo, según el cual «la actualización de esa
los dos procesos, del cigoto a la estría prim itiva y de ésta en adelante, condicionada potencia m orfogenética es gradual, con u n a gradualidad
son dos procesos discontinuos, sin relación alguna entre ellos. D e es que lleva consigo cam bios cualitativos»18. L a observación de la ontogé
ta form a se insinúa o bien que las dos estructuras diacrónicas pertene nesis del cuerpo hum ano puede conducir lógicam ente a la prim era par
cen a dos sujetos diversos, o bien que la prim era constituye un sim ple te de la conclusión. Pero la segunda h a de ser m ás m atizada. Los pre
agregado celular sin sujeto15. D e esta form a se transm ite de form a su- tendidos cam bios «cualitativos» indicados po r el autor sólo se refieren
blim inal la idea de una distinción cualitativa con relación al em brión a la posibilidad o im posibilidad de evolución del cigoto hacia el d esa
ya im plantado. E n ese caso, la m ism a term inología p odría sugerir la rrollo de un ser hum ano, pero que el em brión «ya no puede llegar a ser
posibilidad de conceder un grado m enor de tutela m édica, social o ju otra cosa que un individuo hum ano» no im plica que antes no lo fuera.
rídica al em brión no im plantado. Frente a la autoridad de este pensador, se alza la de otro científico
N o falta quien, basándose en argum entos puram ente espaciales que em inente, com o el pro feso r José B otella L lusiá, de la R eal academ ia
consideran los gam etos y los em briones com o células m ás o m enos de m edicina, quien a pro p ó sito de los proyectos de clonación de em
cercanas entre sí y m ás o m enos autónom as, ridiculiza abiertam ente la briones hum anos con finalidades terapéuticas, escribe:
Desde el momento mismo de la fecundación se origina una nueva vida,
13. Así presenta la cuestión S. Holm, Ethics o f Embryology, en EAE, 2, 41-43. haya o no feto, haya todavía, o no la haya, una persona. Por justificados
14. El término «preembrión» ha sido calificado de «maquillaje cosmético» por J.
Maddox, editor de Nature, y considerado por J. D. Biggers, embriólogo de la Escuela mé
que estén estos métodos de clonación terapéutica, estamos con ellos sa
dica de Harvard, como «subdivisión arbitraria de la vida prenatal» y término «acuñado crificando vidas humanas. A esto se le llama aborto19.
por razones de política pública»: C. Campagnoli-C. Peris, Las técnicas de reproducción
artificial Aspectos médicos, en A. Polaino-Lorente, Manual de bioética general, 211. 16. M. Tooley, Personhood, en H. Kuhse-P. Singer (eds.),v4 Companion to Bioe
15. A. Serra, Dalle nuove frontiere della biología e della medicina nuovi interro- thics, Oxford 2001, 117-126.
gativi alia filosofía, al diritto, e alia teología, en A. Serra-E. Sgreccia-M. L. Di Pietro, 17. Tal perspectiva parece preocupar a Noélle Lenoir, La Vanguardia (8.12.2001).
Nuo\>a genetica e embriopoiesi umana, Milano 1990, 82; cf. E. Sgreccia, Manuale di 18. P. Laín Entralgo, E l cuerpo humano. Teoría actual, Madrid 1989, 299.
bioética I, 373. 19. J. Botella Llusiá, La clonación: ABC (22.9.2000).
En cualquier hipótesis, es evidente que el em brión constituye una por acción divina, en «otra» cosa: en animal racional, en hombre. Antes
realidad sustantiva, diversa de los gam etos que le han dado origen. En no sería un viviente humano22.
su código genético se encuentran im presas las cualidades que un día lo
harán aparecer com o único y perfectam ente distinguible de sus sem e E l autor se refiere a un pensam iento generalizado en la escolástica
jantes. P ara llegar a su com pleto desarro llo , a esa nueva realidad v i pretom ista que, a pesar de sus diferencias, coincide en afirm ar que el al
viente sólo le h acen falta aportaciones externas com o el oxígeno, la m a no se une a la m ateria prim a, sino a un cuerpo y a organizado, com
alim entación y el sim ple fluir del tiem po. puesto de un a m ateria prim a, o entidad positiva, y de una pluralidad de
form as sustanciales que otorgarían a la m ateria una nueva disposición.
U na m anifestación históricam ente im portante de la corriente plura
b) D ignidad de la vida hum ana naciente
lista de las form as es la defendida p o r Pedro Juan Olivi (1248-1298)23,
La D eclaración de los derechos hum anos, prom ulgada p o r las N a sobre la cual se pronunció el concilio de V ienne (D H 902) en 131124.
ciones U nidas, y otras declaraciones posteriores coinciden en afirm ar Pues bien, teniendo en cuenta aquella com prensión m edieval, que
la dignidad del ser hum ano. Sin em bargo, la coincidencia se rom pe a la parece volver a resurgir en nuestro tiem po, con apoyaturas m enos m e
hora de determ inar quién puede ser considerado com o persona. tafísicas que pragm áticas, continúa el m ism o Zubiri:
E s obligado m encionar la decisión que dio origen a la despenaliza- Personalmente esta concepción me parece insostenible. Pienso que en
ción-legalización del aborto en los E stados U nidos de A m érica y, p o s el germen está ya todo lo que en su desarrollo constituirá lo que suele
teriorm ente, en m uchos otros países. A un adm itiendo que el Estado no llamarse hombre, pero sin trans-formación ninguna, sólo por desarro
puede privar a ninguna persona de cualquier bien relativo a la vida, a llo. El germen es ya un ser humano. Pero no como creían los medieva
la libertad y a la propiedad sin un proceso legal ju sto , en 1973 el Tri les (y los medievalizantes que muchas veces ignoran serlo), porque el
bunal suprem o de los Estados U nidos determ inaba q u e bajo el térm i germen sea germen de hombre, esto es, un germen de donde «saldrá»
no de «persona» no había que considerar al sujeto todavía no nacido20. un hombre, sino porque el germen es un hombre germinante y, por tan
to, «es ya» formalmente y no sólo virtualmente hombre. La germina
1. Es de sobra conocida la opinión de P. Singer, N. Ford o H. T. En- ción misma es ya formalmente humana25.
gelhardt, quienes p o r una razón o p o r otra se niegan a ad m itir la per-
soneidad del em brión hum ano en los prim eros estadios21. Sin em bar Se h a dicho que si tal era la convicción de Z ubiri antes de 1983, al
go, creem os que es posible hoy esb o zar un razonam iento filo só fico gunas breves observaciones, escritas al m argen de sus textos, d em os
que pueda llegar a com prender la inviolabilidad de la v id a hum an a a trarían que consideraba ab ierta la pregunta sobre el m om ento concre
p artir de la m ism a «producción» del em brión. A este respecto resulta to de la hom inización del cigoto26.
ilum inador un conocido escrito de X avier Zubiri: L a alusión al pensam iento m edieval no es ociosa, porque la actitud
actual ante el em brión es m ás incoherente que aquella. Si se adoptara la
Los físicos, médicos, filósofos y teólogos medievales pensaron que la
hipótesis pluralista m edieval, aun cuando el em brión no fuera conside
célula germinal no es aún formalmente un ser viviente. Pensaron que el
embrión humano es inicialmente tan sólo un viviente vegetal. Sólo al rado todavía com o persona, podría entenderse que con la fecundación
''abo de pocas semanas se «trans-formaría» en «otra» cosa: en viviente h a com enzado y a una realidad ú n ica e irrepetible llam ada a desarro
animal. Y sólo en las últimas semanas este animal se «trans-formaría», llarse hasta alcanzar el nivel de un a existencia personal. L a m anipula
ción de esa realidad dificultaría gravem ente su evolución teleológica.
20. Cf. Roe vs. Wade, United States Law Week, 41 (1973) 4231-4233; I. Carrasco
de Paula, Lo sfatuto dell ’embrione umano, en Pontificio Consiglio per la famiglia, Di- 22. X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid 1986, 50.
ritti dell ’uomo: Famiglia epolítica, Cittá del Vaticano 1999, 251-255. 23. P. F. Gallaey, Olieu ou Olivi (Pierre de Jean), en DThC 11, 982-991; cf. M.
21. Cf. M. Gensabella Fumari, Tra veritá e interpretazione: embrione, essere uma Flick-Z. Alszeghy, Los comienzos de la salvación, Salamanca 1965,246-250.
no e persona, en E. Sgreccia-V Mele-D. Sacchini (eds.), Le radici della bioética II, Mi 24. Cf. J. Lafitte, Lo statuto dell ’embrione alia luce della antropología teologica,
lano 1998,135-144; recuérdese la importancia que ha tenido la obra de N. M. Ford, When en Identitá e statuto dell ’embrione umano, 186-209.
D id IBegin? Conception o f the Human Individual in History, Philosophy and Science, 25. X. Zubiri, Sobre el hombre, 50.
Cambridge 1988 (usamos la versión italiana, Quando comincio io?, Milano 1997). 26. P. Laín Entralgo, Alma, cuerpo, persona, Barcelona 21998, 136-137.
A un en ese supuesto, habría que afirm ar con m ás razón la ilicitud de
4. La d ig n id a d d el em brión hum ano en la B iblia
la destrucción de esa realidad que puede llegar a ser personal. Tal nos
parece que es el pensam iento de L aín Entralgo, al afirm ar que «el cigo
a) A ntiguo Testamento
to de la especie hum ana es un hom bre en potencia condicionada»27.

2. D esde el punto de vista legal, es preciso recordar que son m u 1. E n los libros calificados com o «históricos» del A ntiguo Testa
chos los ordenam ientos positivos que reconocen al em brión -in clu so al m ento nos encontram os con una curiosa leyenda referida a los dos hi
jo s del patriarca Isaac. Se cuenta que y a en el vientre de su m adre R e
no im p lan tad o - algunos derechos propios de la persona, com o el dere
beca, los que habrían de llevar los nom bres de E saú y Jacob saltan y se
cho a que le sea reconocido un status de filiación determ inada o el de
pelean tratando de conseguir el derecho de n acer el prim ero (G n 25,
recho a ser declarado y reconocido com o b en eficiario de un a heren
22-23). L a lucha entre los dos herm anos m otivará ulteriorm ente el co
cia28. Son m ás que m anifiestas las contradicciones en las que pueden
nocido relato del guiso de lentejas y la usurpación de la prim ogenitu-
caer los sistem as legales cuando tratan la realidad del em brión humano.
ra por parte de Jacob (G n 27, 1-45). El relato de las luchas prenatales
A este p ro p ó sito se h a p odido escribir que «la n o rm a ju ríd ic a es
de los dos herm anos no h a de ser entendido literalm ente. Se trata de
elaborada no a p artir del valor p eculiar y del derecho prim ario a la v i
una n arració n etiológica, convertida en leyenda popular, para reflejar
da del em brión hum ano, sino de opiniones e intereses prevalentes, ca
y explicar las luchas que históricam ente habrían de m antener los p u e
paces de aglutinar m ayorías legislativas que ‘dem ocráticam ente’ hacen
blos que se decían descendientes de aquellos antepasados.
valer leyes que tutelan expectativas e intereses subjetivos y no bienes
y derechos objetivos»29. 2. E n los libros proféticos y oracionales del A ntiguo Testam ento
N o faltan los textos legales internacionales que afirm an el derecho encontram os algunos textos que p arecen suponer la dignidad personal
a la tutela de la vida prenatal. Será necesario tratar de prom over a to del em brión hum ano. Son los relatos en los que D ios evoca la elección
dos los niveles una m ayor coherencia entre los principios y sus aplica de sus elegidos o aquellas confesiones en las que algunos profetas y
ciones concretas30. hom bres religiosos recuerdan su p ropia vocación.
N os llam a la atención la im portancia que estos razonam ientos nor Así, p o r ejem plo, en el po em a en el que se n arra la vocación de Je
m ativos adquieren en otros ám bitos culturales, com o p o r ejem plo en el rem ías, se p onen en b o ca del Señor unas palabras que, a prim era vista,
judaism o. L as preocupaciones hebreas p o r la dignidad del K ohen se fi parecen referirse a la vida p renatal del profeta: «A ntes de form arte en
ja n actualm ente en los problem as referidos a la reproducción hum ana el vientre te conocí; antes que salieras del seno te consagré, te consti
asistida, p ara determ inar que «la d efinición ju ríd ica del status de una tuí profeta de las naciones» (Jr 1 ,5 ).
persona depende de las condiciones que se dan en el m om ento de la U n eco de esa m anifestación de D ios se encuentra tam bién en las pa
concepción y no de las condiciones del em barazo y del p arto » 31. labras que, en el libro de Isaías, se ponen en labios del Siervo del Señor:
«E scuchad ahora lo que dice el Señor, que y a en el vientre m e form ó
27. Id., El cuerpo humano. Teoría actual, Madrid 1989, 113, nota 56.
com o siervo suyo» (Is 49, 5).
28. F. D ’Agostino, Bioética nella prospettiva della filosofía del diritto, Torino
1998, 303-307: «Lo statuto dell’embrione umano», donde parte precisamente de la pro C om o se ve, la fórm ula em pleada p o r Jerem ías es todavía m ás ra
puesta de ley presentada en julio de 1995 en la Cámara de diputados de Italia en la que dical: D io s abarca la existencia del profeta, aun antes de su iniciación.
se proponía el reconocimiento a todo ser humano, a partir de la concepción, de la plena U na convicción sem ejante se halla en la oración del piadoso israe
capacidad jurídica, al menos en el ámbito extrapatrimonial.
29. M. Cozzoli, L'embrione umano: aspetti etico-normativi, en Identitá e statuto lita, en un contexto en el que proclam a la infinita sabiduría de Dios y su
d ell’embrione umano, 272-273. conocim iento de los cam inos e intenciones del ser hum ano: «Tú for
30. Una amplia documentación puede encontrarse en E. Balestrero, II diritto alia m aste m is entrañas, m e tejiste en el vientre de m i m adre» (Sal 139,13).
vita prenatale. L'aporto della Santa Sede, Roma 1997; cf. V David, La tutela giuridica
E n otro texto significativo se nos presenta a u n a m adre que exhor
dell ’embrione umano. Legislazione italiana ed europea, Acireale 1999.
31. Así razona el rabino R. Di Segni, IIpunto di vista ebraico su aborto, contracce- ta a sus hijos a afrontar con valor el m artirio al que son condenados
zione efecondazione artificíale, en L. Biagi-R. Pegoraro (eds.), Religioni e Bioética. Un por su fidelidad a la fe de Israel: «Yo no sé cóm o aparecisteis en m is
confronto sugli inizi della vita, Padova 1997, 299; M. Herschler, Halakhah and Medici entrañas, no fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tam poco or
ne 1, Jerusalem-Chicago 1980, 307-320: «TestTube Babies According to Halakhah».
ganicé yo los elem entos de cada uno. P ues así el C reador del m undo,
el que m odeló al hom bre en su nacim iento y proyectó el origen de to 2. Por otra parte, tam bién en el N uevo Testamento encontram os un
das las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con m iserico rd ia ...» ( 2 eco de los textos que referían la vocación de los grandes profetas. Pablo
M ac 7, 22-23). de Tarso afirm a que D ios lo eligió desde el seno m aterno (G al 1, 15).
Todos estos textos son en realidad u n a confesión de D ios com o úni D e form a paralela, ofrece un a especie de explicación de aquella im agen
co Señor de la v ida y de la m uerte. E n ellos se pone de relieve la espe popular al añadir que fue llam ado p o r pura benevolencia de Dios.
cial relación que D ios m antiene con el ser hum ano, aun con el todavía
no nacido, que es ya destinatario de la llam ada divina. D ios extiende su Pues bien, ninguno de estos textos bíblicos trata de ofrecer precisio
providencia sobre la vida hum ana ya desde su m ism a gestación en el nes científicas sobre la vida intrauterina. N o son afirm aciones científi
seno m aterno. E n su encíclica Evangelium vitae, Juan Pablo II se refie cas, son afirm aciones de fe. Por una parte, son fiel reflejo del lenguaje
re a esos textos con una pregunta enfática: popular y de un a m entalidad ciánica, que atribuye a los antepasados las
¿Cómo se puede pensar que uno solo de los momentos de este maravilloso cualidades de sus descendientes. Y p o r otra parte, tratan tan sólo de re
proceso de formación de la vida pueda ser sustraído de la sabia y amorosa flejar la atención y preocupación de D ios por sus elegidos, desde los
acción del Creador y dejado a merced del arbitrio del hombre? (EV 44). orígenes m ism os de su existencia. Son textos «retrospectivos» que re
flejan la fe del profeta o del orante sobre la providencia de D ios que ha
guiado toda su vida.
b) Nuevo Testamento
Pero aun así, el espíritu que anim a a estas confesiones de fe ha acla
1. A estos testim onios veterotestam entarios se suele u n ir el texto rado ante los ojos de los creyentes el sentido de la v id a hum ana: su sa
evangélico que refiere el «encuentro» de Jesús y Juan el B autista, ya cralidad y su inviolabilidad aun desde antes de aparecer a la luz del día.
en el seno de sus respectivas m adres, M aría e Isabel (Le 1, 39-45). El
tercer evangelio, en el que se narra este episodio, refleja u n a tradición
que apela a L ucas, que debió de ser m édico de profesión (C ol 4, 14). 5. Una larga historia
Por eso, algunos pretenden deducir de este pasaje la convicción de las
com unidades cristianas prim eras sobre la identidad personal de los se a) A nim ación progresiva
res hum anos ya en el seno m aterno.
L a tesis de la anim ación retard ad a o progresiva se rem onta nada
Pero tam poco este texto tiene una intención científica, sino etioló-
m enos que a la doctrina de E m pédocles de A grigento y A ristóteles,
gico-teológica. L a acción de estos dos niños dentro del vientre m aterno
para el cual la m ateria h ab ía de ser «inform ada» p o r form as sucesivas.
anticipa y significa su destino futuro. C on unas im ágenes m uy popula
El em brión hum ano h ab ría de recib ir sucesivam ente diversas alm as.
res, se nos dice que ya antes de nacer realizaban los gestos que antici
En p rim er lugar recibía el alm a vegetativa, después la sensitiva y, por
paban su futura misión: Jesús ofrecía la salvación, m ientras que Juan la
últim o, el alm a racional.
reconocía y la anunciaba a su m odo. Ya en su v id a intrauterina rep re
L a doctrina m édica de G aleno apoyaba, p o r o tra p arte, esta teoría
sentaban los papeles históricos que ulteriorm ente les atribuyen los
de la anim ación progresiva al considerar que el nuevo ser era inform e
evangelios (cf. Jn 3, 29).
en sus com ienzos y sólo con el paso del tiem po llegaba a adquirir una
A sí pues, el evangelio de L ucas, con m irada retrospectiva, nos ha
form a hum ana.
ce asistir a un anuncio de lo que será el m inisterio de Ju an el B autis
E sta tesis estaba llam ada a ejercer una prolongada influencia sobre
ta: preparar el cam ino del Señor (Le 3, 4) y reconocer «al que es m ás
el pensam iento y el com portam iento eclesiales, al m enos en O cciden
fuerte que está p ara venir» (Le 3 , 15-16)32. G racias al don del Espíritu,
te. D e hecho, en el p lano teórico, la tesis de la anim ación retardada o
Isabel interpreta el sentido teológico del salto de Juan com o un a pro
m ediada fue m antenida desde el siglo V II hasta el X V II p o r los escri
clam ación p rofética de la llegada del «Señor»33.
tores cristianos de form a bastante generalizada. C om o se sabe, el pre
32. R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, 359. dom inio de esta teoría debe m ucho a la traducción al latín de las obras
33. R. J. Karris, The Cospel according to Luke, en NJBC 681. psicológicas de A ristóteles, en concreto su D e anim a y, sobre todo, D e
generatione anim alium . Tom ás de A quino defendió esta hipótesis en
varios de sus libros34, y tanto sus com entadores com o los de Pedro
L om bardo sostienen que el alm a no se une al cuerpo h asta que éste no E n estos últim os tiem pos, el m agisterio de la Iglesia se h a pronun
se encuentre constituido. Sin em bargo, las opiniones se diversificaban ciado repetida y explícitam ente sobre este problem a, afirm ando u n a y
cuando se trataba de establecer si, antes de la llegada del alm a hum a otra vez que el em brión hum ano debe ser tratado com o persona desde
na, el cuerpo había sido inform ado p o r otras alm as previas. el m om ento de la fecundación. Se evocan a continuación algunos de los
Por lo que respecta al plano de la práctica, el D ecreto de G raciano m om entos m ás significativos en el itinerario reciente del m agisterio.
hace suya la distinción entre feto con form a hum ana o sin ella, con las
consecuencias previsibles para la disciplina relativa al aborto. a) L a Iglesia expuso su pensam iento con nitidez en el concilio Va
ticano II, p o r ejem plo en la denuncia del aborto entre los actuales aten
b) A nim ación inm ediata tados contra la vida (GS 27), o en la afirm ación de que «la vida, des
de su concepción, h a de ser salvaguardada con el m áxim o cuidado»,
E n el siglo X V II com ienza a abrirse paso la tesis de la anim ación p o r lo que «el aborto y el infanticidio son crím enes abom inables».
inm ediata, gracias precisam ente a la influencia ejercida p o r los profe L a constitución pastoral G audium et spes reto m a al tem a del abor
sionales de la m edicina. C om o d efensores de esta «novedad» se re to en el n. 51. En las A ctas conciliares consta que en u n texto previo
cuerda a T hom as Fienus, m édico de Lovaina, al doctor V incent Robin, (situado antes en el n. 55) se afirm ab a: «L a v id a y a concebida en el
al sacerdote Jerónim o Florentino y al célebre doctor Z acchias, m édico útero - in útero iam co n c ep ta - h a de ser salvaguardada con el m áxim o
del papa Inocencio X. H oy resu lta m uy interesante el discurso p ro cu id a d o ...» . Tras algunas observaciones36, ese texto fue levem ente
nunciado en la A cadem ia de m edicina de París, en 1852, p o r el doctor m odificado: «L a vida, desde su concepción - in d e a con cep tio n e-, h a
Cazeaux, quien afirm ab a enfáticam ente: de ser salvaguardada con el m áxim o cuidado». E ste cam bio resulta
significativo; con él se descartó la idea de que la defensa de la vida h u
Ya no estamos en el tiempo en el que los teólogos, filósofos y médicos
discutían a porfía De animatione foetus. Los progresos de la ciencia m ana sólo es obligatoria a p artir de la anidación en el útero m aterno.
han puesto fin a todas esas discusiones. El germen recibe, en el mo
, b) D e fo rm a m ucho m ás explícita se aborda la cuestión de la d ig
mento de la concepción, el principio vital, el soplo de vida, y no es po
sible, a este respecto, asignar alguna diferencia entre el niño que acaba n idad del em brión en la D eclaración D e aborto pro cu ra to , p u blicada
de nacer y el que está todavía encerrado en el seno materno, entre el fe po r la C ongregación p ara la d o ctrin a de la fe el 18 de noviem bre de
to de nueve meses y el huevo fecundado hace algunas horas35. 1974. D e ella se pueden recordar especialm ente los núm eros 12 y 13.
En el prim ero de ellos se a firm a que «desde el m om ento de la fecun
L a tesis de la anim ación inm ediata se fue im poniendo en el m undo dación del óvulo, se inicia u n a vida que no es ni del pad re ni de la m a
científico y en el teológico. Es cierto que en algunos círculos conser dre, sino de u n nuevo ser hum ano que se d esarro lla p o r sí m ism o». E n
vadores y en la corriente del neotom ism o continuó por un tiem po la fi el núm ero siguiente se apela a la co nfirm ación que hoy ofrece la cien
delidad a la antigua postura. L a tesis de la anim ación progresiva fue cia genética m oderna, p ara rep etir que «con la fecundación h a com en
defendida incluso p o r P. L iberatore y, de alguna form a, p o r A. Rosm i- zado la m aravillosa aventura de una vida hum ana». E s m ás, aunque
ni. Tres p roposicio n es suyas sobre el origen del ser hum ano y la ani hubiese duda sobre la identidad p ersonal del fruto de la concepción,
m ación del cuerpo serían incluidas p o r el Santo O ficio en 1887 en la
lista de los puntos conflictivos que se le atribuían (DH 3220-3222). 36. De hecho, 19 padres conciliares propusieron que las palabras in útero, que se
leían en el Textus recognitus, fueran suprimidas, puesto que el óvulo fertilizado, aunque
El C ódigo de derecho canónico de 1917 suprim iría definitivam en
no esté todavía en el útero, es algo sagrado. Además, tres padres pidieron que se supri
te la distinción entre el feto form ado y el no form ado. mieran las palabras iam concepta, para que no se malinterpretaran, como si el acto con
yugal no mirara al cuidado de la vida. La comisión propuso la introducción de la deter
34. Tomás de Aquino, Quest. disput., Depotentia, 3, 9, ad 9m; S. Th. I, 118, 2, ad minación inde a conceptione, sin una referencia al tiempo de la animación: F. Gil Hellín,
2m; In IVSent., 2, 18, 2, 3; CG 2, 87-89. Constitutionispastoralis «Gaudium et spes» Synopsis histórica. De Dignitate matrimo-
35. A. Chollet, Animation, enDThC 1, 1310, ofrece muchos datos al respecto. nii et familiae fovenda, Valencia 1982,109.
sería ilícito atreverse a afrontar el riesgo de u n hom icidio. El texto do de la declaración vaticana sobre el aborto. Y en ese m arco se to ca la
concluye enfáticam ente con la cita de una fam osa frase de Tertuliano: problem ática de la infusión-recepción del alm a racional, afirm ando
«Es ya un hom b re aquel que está en cam ino de serlo»37. que, «aunque la presencia de un alm a espiritual no puede deducirse de
la observación de ningún dato experim ental, las m ism as conclusiones
c) Sobre el m ism o tem a reto rn a la Instrucción D onum vitae, p u de la ciencia ofrecen una indicación preciosa p ara discernir racional
blicada el 22.2.1987 p o r la m ism a Congregación. C om o respuesta a la m ente un a presencia personal desde este prim er surgir de la vida hu
prim era de las cuestiones form uladas en su prim era p arte, se afirm a: mana: ¿C óm o un individuo hum ano podría no ser persona humana?».
A continuación, se incluyen dos afirm aciones im portantes, una
El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el ins
tante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le orientada a la actuación p ráctica y la otra m ás teórica:
deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho Está enjuego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obli
inviolable de todo ser humano inocente a la vida. gación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una per
La doctrina recordada ofrece el criterio fundamental para la solución de sona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier interven
los diversos problemas planteados por el desarrollo de las ciencias bio- ción destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por eso,
médicas en este campo: puesto que debe ser tratado como persona, en más allá de los debates científicos y de las mismas afirmaciones filosó
el ámbito de la asistencia médica el embrión también habrá de ser de ficas en las que el magisterio no se ha comprometido expresamente, la
fendido en su integridad cuidado y sanado, en la medida de lo posible, Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la ge
como cualquier otro ser humano38. neración humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de
garantizar el respeto incondicional que moralmente se le debe al ser hu
El texto se apoya abiertam ente sobre la doctrina exp u esta en los mano en su totalidad y unidad corporal y espiritual (EV 60).
dos docum entos anteriores m encionados aquí m ism o, con los que tra
ta de m antener un hilo de continuidad. C om o se puede observar, la prim era frase explícita la opción de la
Iglesia p o r la defensa incondicionada de la v id a hum an a desde el m o
d) A esta m ism a doctrina se rem ite u na y otra vez el p ap a Juan P a m ento de la fecundación, opción basada en el principio del tuciorism o.
blo II. Se puede recordar, a m odo de ejem plo, el discurso que el 20 de L a segunda frase evoca las discusiones históricas sobre el m om ento de
noviem bre de 1993 dirigía a un gru p o de trabajo, prom ovido p o r la la anim ación del feto y reafirm a la postura neutral de la Iglesia que g a
Pontificia academ ia para las ciencias, en el que afirm aba: rantiza la libertad de las opiniones cien tífico -filo só ficas al respecto.
Conviene resaltar ese interés por respetar el debate científico o filo
Utilizar el embrión como puro objeto de análisis o de experimentación
sófico. A nuestro entender, tal postura no se debe a u na opción fideísta
es atentar contra la dignidad de la persona y del género humano. En
efecto, a nadie corresponde fijar los umbrales de humanidad de una en la afirm ación de su pensam iento, sino a la voluntad de dejar abier
existencia singular, lo que significaría atribuirse un poder excesivo so tos los espacios del diálogo sin im poner lím ites a la lib ertad del p en
bre sus semejantes39. sam iento filo só fico , incluso dentro de la com unidad eclesial. C on ello
se insinúa, adem ás, que en su defensa de la v id a hum an a desde el p ri
En esta línea, la encíclica E vangelium vitae se refiere a la cuestión m er m om ento de su existencia, la Iglesia trasciende el nivel epistem o
de la presencia de vida hum ana personal desde la fecundación, recor lógico aludido. Toda la encíclica recuerda, en efecto, que tal defensa
dando que «algunos sostienen que el fruto de la concepción, al m enos de la vida es consecuencia inevitable de la fe en el D ios creador.
hasta un cierto núm ero de días, no puede ser considerado todavía com o L a discusión sobre el estatuto del em brión hum ano continuará sin
una vida hum ana personal». Se cita a continuación el texto y a conoci duda durante algún tiem po. C on todo, se puede decir que para el m a
gisterio de la Iglesia el ju icio ético no se deriva de la evidencia de la v i
37. Congregación para la doctrina de la fe, Declaración De aborto procurato-. AAS da personal en el em brión. A tenor de lo que afirm a la encíclica E van
66 (1974) 730-747. El texto de Tertuliano pertenece a Apologeticum IX, 8: PL 1, 371 s. gelium vitae, «está e n ju e g o algo tan im portante que, desde el punto de
38. Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción «Donum vitae» sobre el
vista de la obligación m oral, bastaría la sola probabilidad de encontrar
respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación I, 1.
39. Este discurso puede encontrarse en Ecclesia 2663 (18.12.1993) 21-22. se ante una persona para ju stifica r la m ás rotunda prohibición de cual-
quier intervención destinada a elim inar u n em brión hum ano» (EV 60).
Este «tuciorism o», po r una parte, no ignora el dato biológico y, por
otra, tiene en cuenta la responsabilidad civil y m oral de la sociedad. En REPRODUCCIÓN HUMANA ASISTIDA
ella, en efecto, han de ser respetados com o personas todos los seres hu
m anos, incluso aquellos que todavía no ejercitan plenam ente sus facul
tades personales o ya no pueden ejercitarlas40.

7. Conclusión

L a cuestión sobre la selección de em briones, su m anipulación con Bibliografía: M. Aramini, La procreazione assistita, Milano 1999; J. L. Bru-
gués, Fecondazione artificíale, una scelta etica?, Torino 1991; P. Cattorini-M.
fines experim entales o terapéuticos, o su reducción en el útero m aterno
Reichlin, Bioética della generazione, Torino 1996; F. J. Elizari, Bioética, Ma
es hoy una de las m ás candentes en el terreno de la bioética. En ella se
drid 1991; J. Gafo (ed.), Nuevas técnicas de reproducción humana, Madrid
entrecruzan antiguas líneas de pensam iento y profundos planteam ientos 1986; E. López Azpitarte, Ética y vida. Desafíos actuales, Madrid 1990, 83-
filosóficos con venerables tradiciones culturales, así com o intuiciones 110; G. Perico, La procreazione asistita : Aggiomamenti Sociali 46/2 (1995)
hum anas y religiosas. L a problem ática que se suscita en la actualidad 95-104; S. Privitera (ed.), La fertilizzazione in vitro, Palermo 1986; I. Sgrec-
afecta y afectará profundam ente a los diversos ordenam ientos legales. cia-M. L. di Pietro, Procreación artificial, en NDTM, 1483-1496; M. Vidal,
E n consecuencia, parece deseable no actuar con la frivolidad de la Moral de actitudes II/1. Moral de la persona y bioética, Madrid 61991, 553-
que hacen gala algunos m edios de com unicación y, m enos aún, sobre 631; M. Vidal-F. J. Elizari-M. Rubio, El don de la vida. Ética de la procrea
la base de los intereses com erciales o publicitarios. ción humana, Madrid 1987.
E sta llam ada a la prudencia no es exclusiva de los g rupos religio
sos, com o a veces se sugiere. R ecordem os que la m ism a ley española L as nuevas técnicas de reproducción hum ana asistida im plican un
35/1988 sobre reproducción hum ana asistida, en el prim ero de sus p á am plio abanico de conocim ientos y disciplinas. A l estudio m eram en
rrafos introductorios, apela a una m ayor responsabilidad tanto p o r par te técnico, apasionante en sí m ism o, ha de acom pañar cada d ía m ás un
te de la ciencia com o de la sociedad en general, de m odo que se pueda estudio ju ríd ico , dadas las incalculables consecuencias que tales ope
adquirir la consciencia «de que en estricto beneficio del ser hum ano no raciones ten d rán en el ám bito del derecho civil de todos los p aíses1.
siem pre va a ser posible ni debe hacerse lo que se puede hacer». Son tam bién num erosos en la actualidad los estudios sobre las con
E n consecuencia, parece obligado apelar a la responsabilidad h u secuencias que las nuevas técnicas de la reproducción pod rían desen
m ana para que los experim entos técnicos no pongan en pelig ro la vida cadenar en el cam po de la educación y de la psicología. Son, en efec
del ser h um ano en su fase em brional. to, im previsibles m uchas de las com plicaciones que esa tecnología
Por otra parte, será necesaria u n a am plia tarea educadora, p ara que puede introducir en la au toconciencia del n iño y en la com prensión
la hum anidad aprenda a m anejar con sabiduría y pru d en cia las prim e m ism a de las relaciones fam iliares2.
ras fases de la v ida hum ana.
Y po r fin, hab rá que solicitar de los organism os de g obierno la 1. Cf. M. J. Moro Almaraz, Aspectos civiles de la inseminación artificial y lafecun
prom ulgación de ordenaciones legales que colaboren a la m ejo r tutela dación «in vitro», Barcelona 1988; A. Langlois, Les nouvelles «techniques de reproduc-
tion» entre la loi et la morale'. Sup 174 (1990) 29-38 (interesante todo el monográfico); X
del derecho a la vida de la persona, aun en sus fases iniciales.
y X Moriniére, La FIVETE homologue. Le point de vue d 'un couple de médecins généra-
listes catholiques: Sup 177 (1991) 67-75 (monográfico); R. Junquera de Estéfani, Repro
ducción asistida, filosofía ética y filosofía jurídica, Madrid 1998; A. Serra, La riprodu-
40. Cf. A. Serra-G. Russo-S. Leone, Embrione umano, en EBS 800-812; R. Co- zione medicalmente assistita: La Civiltá Cattolica 3579-3580 (1999/III) 223-237; E.
lombo, Embrione umano, en DDSC 287-290; S. Leone, Inizio della vita, en NDB 595- Sgreccia-R. Minacori, Procreazione assistita, en EBS 1413-1417; S. Leone, Riproduzio-
598; A. Serra, Dignidad del embrión humano, en Consejo pontificio para la familia, Le ne assistita, en NDB 1031-1042; M. L. Di Pietro, Fecundación artificial, en DB 374-386.
xicón, Madrid 2004, 279-285; R. C. Barra, Estatuto jurídico del embrión humano, en 2. La bibliografía sobre las técnicas de reproducción humana asistida es inabarca
ibid., 341-350; N. López Moratalla, Embrión humano, en DB 277-287. ble. Baste aquí con apuntar algunas obras: J. C. Wakefield, Artful Childmaking. Artificial
Pero lo que aquí interesa es el terreno de la ética, en el que tal vez de un a persona unida en m atrim onio - o en p a re ja - o no; según que los
se form ulan las preguntas m ás inquietantes. ¿Es que todo lo que hoy se em briones sean transferidos a u n a p erso n a casada o no; según que el
p u ed e (técnicam ente) hacer, h a de p o d e r (m oralm ente) llevarse a cabo? sem en y el em brión - y con m enores posibilidades, tam bién los ovoci
Si la respuesta fuera positiva, ¿qué m undo feliz nos estaría reservado to s - hayan sido crioconservados o no; según que la m adre gestante
p ara u n futuro próxim o?3. Y si la respuesta hu b iera de ser negativa, coincida con la m adre gen ética o no. L os capítulos que m arcan la d i
¿cuáles habrían de ser los criterios de discernim iento en la selección de ferencia podrían todavía aum entarse6.
los program as operativos, quién habría de tutelar la dignidad del hom C ada una de estas diferentes m odalidades no sólo im plica d ificul
bre, qué papel habría que atribuir a los eventuales com ités de ética que, tades y perspectivas técnicas diversas, sino que com porta evidente
sin duda, habría que institucionalizar con el fin de evitar abusos y p a m ente valores éticos constantes. H e aquí algunas de las situaciones
ra tom ar decisiones en los casos m ás probables en que las personas im m ás frecuentem ente repetidas y cuya valoración ética es m ás frecuen
plicadas no pudieran tom arlas?4. tem ente dem andada.
A éstas y otras m uchas preguntas h a tratado de dar respuesta en los
últim os años la bioética. A ella com pete una tarea que p arece m ás n e
cesaria que nunca: la de responder a la pregunta p o r la eticidad de las 1. F ecundación in vivo
m anipulaciones técnicas a las que hoy se ve som etido el ser hum ano
y a desde su nacim iento. O, sobre todo, desde su m ism a generación.
L a fecundación in vivo o intracorpórea tiene lu g ar cuando el en
Tal disciplina, por otra parte, com ienza a ser estudiada teniendo cada
cuentro de los gam etos, y p o r tanto la form ación del cigoto tiene lugar
vez m ás en cuenta los criterios y perspectivas de las m ujeres5.
en el interior del aparato reproductivo fem enino.
B astaría ojear alguno de los innum erables estudios publicados so
C om o se puede im aginar, tal fecundación p u ed e ser realizada a
bre las técnicas de reproducción asistida p ara darse cuenta de las m u
p artir del sem en del varón que está unido en m atrim onio - o form a p a
chas com binaciones que son posibles, según que los gam etos procedan
reja e s ta b le - con la m u jer que es fecundada. Pero tam b ién puede ser
Insemination in Caíholic Teaching, St. Louis MO 1978; J. Lejeune-P. Ramsey-G. Wright,
realizada m ediante el sem en de un donante ajeno a la pareja. D e ahí, la
The Question o f In Vitro Fertilization: Studies in Medicine, Law and Ethics, London distinción habitual entre insem inación artificial conyugal u hom ologa
1984; Council o f Science and Society, Human procreation. Ethical Aspects o f the 'New e insem inación artificial heteróloga.
Techníques, Oxford 1984; J. Mahoney, Bioethics and B elief London 1984; W. van der
Daele, Mensch nach Mass? Ethische Probleme der Genmanipulation und Gentherapie,
München 1985; A. Rodríguez Luño-R. López Mondejar, La fecundación «in vitro», Ma
a) Insem inación asistida conyugal (IAC)
drid 1986; J. B. D ’Onofrio-J. Lejeune, La vie prenótale, biologie, morale et droit. Actes
du Vie Colloque national des juristes catholiques, Paris 1986; X X Lacadena-P. N. Barri,
La fecundación artificial: ciencia y ética, Madrid 1985; S. Privitera (ed.), La fertilizza- E ste supuesto, a veces calificad o com o «sim ple case», suele ser
zione in vitro. Atti del Convegno della societas Ethica, Palermo 1986; J. Gafo (ed.), Nue denom inado por la Iglesia católica com o «insem inación artificial h o
vas técnicas de reproducción humana, Madrid 1986; J. Gafo, ¿Hacia un mundo feliz? m ologa», aunque en am bientes científicos se reserve tal calificación a
Problemas éticos de las nuevas técnicas reproductoras humanas, Madrid 1987; X Gal-
deano-B. Fueyo-X M. Almarza-Meñica (eds.), Innovaciones científicas en la reproduc la insem inación realizad a entre individuos de la m ism a especie y, en
ción humana. I Congreso nacional de bioética, Salamanca 1987; M. Vidal-X Elizari-M. este caso, entre seres hum anos7.
Rubio, El don de la vida. Ética de la procreación humana, Madrid 1987; J. L. Bau-
douin-C. Labrusse-Riou, Produire l ’homme: de quel droit? Etude juridique et éthique 6. Cf., a este respecto, M. Vidal (ed.), El don de la vida. Ética de la procreación
des procréations artificielles, Paris 1987; Federation International des Universités ca humana, ofrece un primer capítulo (7-37) sobre «Aspectos científico-técnicos de la in
tholiques, Debuts biologiques de la vie humaine. Des chercheurs chrétiens s ’interro- seminación artificial y de la fecundación in vitro-», redactado sobre el Informe Palacios,
gent, Paris-Louvain-la-Neuve 1988 (versión cast.: Madrid 1989); G. Ferrando (ed.), La es decir, el Informe de la Comisión especial de estudio de la fecundación in vitro y la in
procreazione artificíale tra ética e diritto, Padova 1989. seminación artificial humana del Congreso de diputados del Estado español, aprobado
3. Cf. X Gafo, ¿Hacia un mundo feliz?, 11-12. por el pleno del Congreso de los diputados el 10 de abril de 1986 y que daría origen a la
4. Cf. Ch. Vella-P. Quattrocchi-A. Bompiani, Dalla bioética ai comitati etici. Pros- ley 35/1988.
pettive e compiti. Manuale operativo, Milano 1988. 7. Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción Donum vitae sobre el respe
5. Cf. L. M. Purdy, Reproducing Persons: Issues in Feminist Bioethics, Ithaca NY to de la vida naciente y la dignidad de la procreación (22.2.1987): AAS 80 (1988) 70-
1996. 102, hic II, nota; cf. X Gafo, El documento vaticano sobre bioética: RazFe 213 (mayo
L a Instrucción D onum vitae sobre el respeto de la v id a hum ana na elegida o deseada, sino que se trata de superar u n a caren cia física, sin
ciente y la dignidad de la procreación, publicada p o r la C ongregación d a ñ a r la d ignidad personal ni la dialogicidad m atrim o n ial, con el fin
para la doctrina de la fe el 22 de febrero de 1987, afirm a que «la inse de ob ten er la finalidad p rocreadora, responsablem ente buscada. Por
m inación artificial hom ologa den tro del m atrim onio no se puede ad otra parte, no habría tal «separación», sino tal vez la «superación» de
mitir, salvo en el caso en que el m edio técnico no sustituya al acto con una d eficien cia natural. Si, p o r o tra parte, se tu v iera en cuenta seria
yugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance m ente el carácter dialogal y epifánico de la sexualidad, los actos con
su finalidad n atural»8. yugales conducentes a la insem inación artificial difícilm ente podrían
Ya con anterioridad, algunos m oralistas de tendencia m ás bien considerarse ajenos a la fin alid ad unitiva que los adversarios conside
abierta a las p osibilidades técnicas, habían tratado de im aginar el ca ran excluida.
so «ideal» en el que, dada u n a relación sexual conyugal, la aportación 3. L a tercera objeción viene del m odo de obtener el sem en para la
técnica constituiría una ayuda p ara facilitar la fecundación que de otra realización de esa posible insem inación, que exigiría un a actividad
form a resultaría im posible o m uy difícil. Se pensaba, en efecto, que m asturbatoria. Para la opinión contraria, la calificación de m asturbato
las palabras que sobre el tem a p ronunciara Pío X II en 1949 p ara reite ria no ha de vincularse al aspecto m aterial de la acción considerada en
rarlas en el año 1956 habian sido cuidadosam ente elegidas con el fin sí m ism a, sino al sentido autoerótico, narcisista o egoísta que en algu
de no determ inar hasta los últim os detalles los lím ites posibles9. nas ocasiones denota tal acción, sentido que estaría ausente en la ob
Pero el problem a ya no se ve en nuestros días desde aquel supues tención del sem en para el proceso de insem inación de la propia esposa.
to dol caso «ideal». Las dificultades técnicas y la m ism a situación for El m ism o sentido de la acción estaría lejos de rom per la «indisoluble
zada que sup o ndría para la p areja som eterse a la p resió n p sicológica unidad entre el aspecto unitivo y el procreativo de la relación sexual»10.
que im plicaría ten er que realizar su encuentro sexual en un am biente E n resum en, la discu sió n continúa, pero existe u n a corriente, in
clínico p ara dar oportunidad a continuación a la «ayuda» técnica, pa cluso entre los teólogos católicos, que considera que la IAC, com o
recen razones fundadas para pensar en otras soluciones m ás norm ales. procedim iento terapéutico y co n las garantías p recisas p ara tu telar el
D e todas form as, los adversarios de la insem inación artificial con respeto a la dignidad personal y la intim idad conyugal, m erecería una
yugal suelen fundam entar sus objeciones en tres razones principales. valoración ética positiva. G racias a ella se alcanzaría uno de los fines
1. E n prim er lugar, argum entan desde la consideración del carác esenciales del m atrim onio que, sin el recurso a este m edio y por sim
ter artificial de la IAC que, p o r ello, sería antinatural. D esde la postu ple carencia fisiológica o patológica, quedaría sin posible realización.
ra favorable a tal técnica se responde que en este caso el m edio artifi En este apartado habría que incluir el caso de la insem inación h o
cial está al servicio de una finalidad «natural». Se dice, adem ás, que es m ologa m ediante el sem en, y a congelado previam ente, del esposo di
preciso su p erar esa visión natu ralista y fisicista que, en realidad, no funto. A m uchos m oralistas católicos les parece que, en este caso, no se
conduciría m ás que a una concepción reduccionista de lo hum ano. Se trataría de la búsqueda de un a solución terapéutica. El problem a se cen
ría necesario llegar a una visión m ás personalista y hum anizadora qué traría, sobre todo, en la circunstancia de que la gestación y el n aci
com prenda que la naturaleza b iológica está al servicio de la realiza m iento del hijo tendría lugar en un hogar sin padre y en un a fam ilia in
ción p lena de la persona. com pleta. E s cierto que idéntica situación tiene lu g ar en los casos del
2. U na segunda objeción apela a la pretendida separación de la fi nacim iento postum o, pero en esa ocasión se trataría no de la superación
nalidad unitiva respecto a la procreativa de la sexualidad. L o s p artid a de un problem a y a existente, sino de la creación deliberada de un a si
rios de tal ayuda técn ica responden que no se trata de una separación tuación de «anorm alidad». H abría que considerar aquí no sólo el dere-

1987) 461-471; J. C. Harvey, Speculations regarding the History o f «Donum Vitae»: NRT 68 (1946) 402-426. Un breve resumen sobre la postura católica puede verse en J.
JMedPhil 14 (1989) 481-491. Gafo, 10palabras clave en bioética, Estella 1993, 169-202, esp. 185-195.
8. Donum vitae II B 6. Sobre los aspectos técnicos interesará leer, por ejemplo, la 10. Cf. M. Di lanni, Fecundación artificial, DETM, 412-422, esp. 419-421; W. Ro
obra de P. N. Barri (ed.), Embarazos inducidos, Barcelona 1986. mo, Posibilidad de la licitud moral del experimento efectuado por los médicos ingleses
9. Cf. F. Huerth, Pii XIIAllocutio ad membra Congressus internationalis medico- en una hipótesis «ideal», manteniendo la fecundación «in vitro», en la obra policopia-
rum catholicorum adnotationes: Period 38 (1949) 279-295. El mismo autor había abor da, preparada por la Pontificia Universidad Católica de Chile, Proyecto interdisciplina
dado este tema en su estudio La fécondation artificielle. Sa valeur morale et juridique: rio. El proceso generativo humano. Informe n. 1 (1979) 67-68.
cho - o el d e s e o - de la m ujer, por m uy respetable que sea, sino tam bién E n realidad, las m otivaciones m ás im portantes podrían encuadrar
el derecho del nascituro a nacer en el seno de una fam ilia estable” . se en tres de las relaciones que cruzan la vida de la fam ilia: la relación
Todavía habría que considerar el caso de la insem inación artificial de conyugalidad, la de paternidad/m aternidad y la de filialidad.
«hom ologa» en el seno de una pareja m ás o m enos estable, pero no u ni 1. Por lo que se refiere a la prim era, se considera que el recurso a
da por el vínculo m atrim onial. A los ordenam ientos legales civiles pare los gam etos de u n a tercera persona, p ara disp o n er del esp erm a o del
ce no im portarles dem asiado tal circunstancia, que resulta capital para la óvulo, viene a sig n ificar u n a v iolación del com prom iso recíproco de
doctrina cristiana y que ciertam ente preocupa al m agisterio de la Iglesia. los esposos, la aceptación de un tercero en el diálogo esponsal y, en
En este caso, los problem as éticos que se plantean provienen de la consecuencia, una falta objetivam ente grave contra u n a propiedad tan
m ism a situación de la pareja. L a indefinición de lo que se llam a «pa esencial del m atrim onio com o es la unidad.
reja estab le» 12 condiciona el ju ic io ético. Si la p areja llegara a ofrecer 2. Tam bién la relación de paternidad/m aternidad se v ería notable
unas garantías análogas a las del m atrim onio -g a ra n tía s no sólo afec m ente alterada, en cuanto que la vocación a la paternidad y a la m ater
tivas, sino fácticas, sociales y coyunturales- la valoración ética podría, nidad no es un a vocación exclusivam ente personal sino com ún y refe-
para algunos, ser análoga a la form ulada respecto a la IAC. E n la m e rencial a am bos esposos. E l recurso a u n donante de gam etos ajeno al
m atrim onio privaría a la fecundidad corporal de su u nidad e integridad,
dida en que tales garantías dism inuyan, dism inuye tam b ién la p ro b a
al tiem po que operaría y m anifestaría un a ru p tu ra entre la p atern i
bilidad de la ju stificació n ética de tal procedim iento técnico.
dad/m aternidad genética, la gestacional y la responsabilidad educativa.
Con frecuencia se observa que, aun después de tal paternidad artificial,
b) Insem inación asistida m ediante donante (IAD) el varón asum e m al su esterilidad, lo que le lleva a graves problem as
psicológicos posteriores. E l h ijo es el recuerdo perm anente de la lim i
La m encionada instrucción vaticana D onum vitae es decididam en tación procreadora y puede ser mal aceptado a largo plazo. A lgo p are
te contraria a esta fecundación heteróloga, ya se realice p o r m edio de cido, aunque en m enor grado, puede ocurrir a la m ujer, evidentem ente
una insem inación artificial intracorpórea ya se lleve a cabo p o r m edio m ás en el caso de la fecundación in vitro que en la insem inación artifi
de la «fecundación in vitro» y la transferencia em brional. «L a fecun cial. Por otra parte, parece que no habría que m enospreciar el peligro
dación artificial heteróloga, dice el docum ento, es contraria a la u n i derivado de una excesiva centración de la m adre en el hijo, originada
dad del m atrim onio, a la dignidad de los esposos, a la vocación propia p o r el desequilibrio operado en los subsistem as fam iliares.
de los p ad res y al derecho de los hijo s a ser concebidos y traídos al 3. Por otro lado, la instrucción vaticana, y con ella m uchos p en sa
m undo en el m atrim onio y p o r el m atrim onio» 13. E ste p árrafo funda dores y profesionales, com ienzan a pensar en el derecho del hijo a ser
m ental será inm ediatam ente desarrollado en el m ism o docum ento. concebido en el seno del m atrim onio y p o r el m atrim onio. A l m ism o
tiem po se subraya, com o y a han hecho las legislaciones de algunos paí
11. Cf. el documento editado por la Comisión familiar del episcopado francés, Vi ses, que adem ás de los derechos de los progenitores hay que com enzar
cia y muerte por encargo: Ecclesia 2.201 (15.12.1984) 1519-1523, donde se refieren al
caso de Corinne Parpalaix. a pensar en un nuevo derecho del hijo, com o es el de conocer sus pro
12. Cf. M. Zimmermann, Couple libre, Strasbourg 1983. Sobre la ética de la inse pios orígenes. Si la presencia de un donante de sem en conocido parece
minación artificial, cf. I. L. Baudouin-C. Labrusse-Riou, Produire l ’homme: de quel atentar contra los derechos de la pareja conyugal, la fig u ra de donante
droit?, 23-61; X. Thévenot, La bioéthique, Paris 1989, 101-102, donde afirma que el te
ma de la IAC sigue siendo una cuestión teológica, verdadera y sinceramente abierta, pa
anónim o no deja d e atentar contra el derecho del nascituro a conocer la
ra cuya solución el autor apela a las palabras escritas por los obispos escandinavos con identidad de su padre. E n am bos casos se vislum bra el peligro de una
motivo de la publicación de la encíclica Humanae vitae, en las que reivindicaban la li aportación irresponsable de los gam etos. Irresponsabilidad que en al
bertad y la dignidad de la conciencia responsable.
gunos casos p arece fo m entada por las m ism as disposiciones legales,
13. Donum vitae IIA 2. Cf. E. Covi, L'istruzione «Donum vitae» e la condanna de
lla FÍVET homologa simple case: Laurent 28 (1987) 328-356; E. López Azpitarte, El com o es el caso españ o l14.
respeto a la vida humana y la dignidad de la procreación'. SalTer 75 (1987) 315-324; S.
Leone, La FIVET homologa nell'istruzione su questioni bioetiche: RTMor 19 (1987) n. 14. Así ocurre en la ley 35/1988 de 22 de noviembre, sobre técnicas de reproduc
75,47-59; P. Verspieren, Les fécondations artijicielles. A propos de l ’instruction romai- ción asistida: BOE 282 (24.11.1988). Los riesgos aquí aludidos no llegan a evitarse en
ne sur le don de la vie'. Études 366 (1987) 607-619. la nueva ley 14/2006, de 26 de mayo: BOE 126 (27.5.2006). Cf. J. A. Abrisqueta, Pro-
c) Transferencia intratubárica de gam etos (TIG)
Los partidarios de la fecundación heteróloga, p o r otro lado, suelen
m inim izar la im portancia de las m encionadas reservas, argum entando E ste m étodo habría sido al p arecer d esarrollado p o r el Dr. R ichard
que se trata solam ente de un tab ú cultural que po d ría desaparecer con A sch, de San A ntonio (Texas), con el fin de agradar a los católicos, se
ayuda de u n a cuidadosa educación que ayudase a considerar la dona gún h a revelado John K elly18, quien llega a sugerir que, aunque el m é
ción de gam etos y la fecundación heteróloga según los esquem as de la
todo no h a sido m encionado explícitam ente en la instrucción D onum
hem odonación, p o r una parte, y de u n a especie de adopción prenatal o vitae, habría de resultar inaceptable p ara el m agisterio de la Iglesia.
pre-generativa, p o r otra. L a razón para tal eventual rechazo sería, una vez m ás, la separación
Tal equiparación parece en cam bio abusiva. N o se puede equiparar de los aspectos procreativo y unitivo que com porta el acto conyugal. La
la donación de gam etos con la donación de sangre: el sem en posee una
unión «natural» de los ovocitos y los esperm ios en el interior de las
virtualidad de la que carece la sangre transfundida, cual es la capacidad
trom pas falopianas, donde han sido colocados «artificialm ente», sepa
de suscitar una nueva vida, la vida de un tercero. Y, po r otro lado, com o
rados p o r u na burbuja de aire, requeriría de todas form as una obtención
ya se ha insinuado m ás arriba, la adopción significa la solución de
del sem en que a m uchos les parecería m asturbatoria. C on esto volvería
em ergencia a u n problem a hum ano y a existente y en m odo alguno v io
m os a las reflexiones que han quedado expuestas m ás arriba.
la la unidad conyugal y patem al-m atem al de la pareja, m ientras que la
Junto a este procedim iento de la transferencia intratubárica de ga
fecundación heteróloga viene a crear el problem a hum ano de una pa
m etos (TIG , en inglés G IFT ), se m enciona a veces la transferencia de
ternidad m arginal o desconocida, al tiem po que m o d ifica sustancial
ovocitos, obtenidos p o r laparoscopia, al tram o bajo de las trom pas fa
m ente las relaciones conyugales y p atem o-filiales de la fam ilia15.
lopianas a través del útero (en inglés LTOT: L o w tubal ovum transferí).
Por todo ello, parece que el ju icio ético sobre la fecundación hete
El m ism o John K elly considera que tal procedim iento sería aceptable
róloga habría de ser m ás negativo de lo que pudiera llegar a ser el juicio
para el m agisterio oficial de la Iglesia, aunque d esgraciadam ente no
que se trataba de esbozar sobre la insem inación artificial hom ologa16.
ha ofrecido el resultado de los em barazos deseados.
U n ju ic io igualm ente negativo hab ría que form ular sobre la IAD
E n la actualidad se investiga sobre otros varios procedim ientos en
en el caso de la m ujer sola. E n esta situación habría que considerar, so
cam inados en principio a facilitar la fecundación.
bre todo, la falta de una relación conyugal que ofrezca al hijo no sólo
un hogar sino el necesario m odelo dual de identificación. El deseo de
tener un hijo no fundam enta el derecho a tener un h ijo 17.
2. F ecundación in vitro y transferencia em brional
lección a la familia y derecho a la vida: a propósito de dos nuevas leyes: Verdad y Vi
da 47 (1989) 271-283. La ley italiana de 2004 se muestra más respetuosa con el embrión L os inform es realizados p o r los diversos países optan claram ente
humano. por la aceptación del recurso a esta técnica, sobre todo en el caso de una
15. Es importante subrayar que a la asimilación entre fecundación heteróloga y
adopción se haya opuesto M.Warnock, The Good o f the Child: Bioethics 1 (1987) 141- pareja casada que se revelara infértil, pero tam bién en otras ocasiones19.
155, esp. 144: «Es plausible hablar del bien del niño cuando el niño existe y hay para él
futuras alternativas, entre las cuales alguien ha de elegir. Pero elegir si un niño ha de na
18. J. Kelly, G.I.ET.: CathMedQ 3 9/1 (1988) 6-7. Cf. J. W. Carlson, «Donum vitae»
cer o no es una elección totalmente diferente. Todo el proyecto de hecho es manifiesta
on Homologous Interventions: Is IVF-ETa less Acceptable Gift than «Gift»?: JMedPhil
mente para el bien de los posibles futuros padres. Nacer o no nacer no se puede decir 14 (1989) 523-540; X. Thévenot, La bioéthique, 101, donde pone en guardia contra los
claramente que sea para el bien o para el mal del niño. ¿De qué niño estamos hablan
peligros que una medicación excesiva proyecta sobre la valoración ética de tal procedi
do?»: citado por P. Cattorini-M. Reichlvn, Bioética della generazione, 122. miento, al que la misma realización intracorpórea podría hacer considerar con una «ne-
16. Cf. A. Hortal, Inseminación artificial yfecundación «in vitro». Aspectos éticos: gatividad ética objetiva» algo disminuida.
SalTer 74 (1986) 535-550. 19. En la justificación de la citada ley 35/1988 se dice que «las técnicas de repro
17. Expresamente lo afirma el Catecismo de la Iglesia católica, 2378: «El hijo no
ducción asistida han abierto expectativas y esperanzas en el tratamiento de la esterilidad
es un derecho sino un don», para remitir inmediatamente a la instrucción Donum vitae,
cuando otros métodos son poco adecuados o ineficaces», pero más adelante se dice que
2, 8. Recordando la constitución pastoral del concilio Vaticano II (GS 50), esta doctri
ya no sólo es factible usar estas técnicas como alternativa de la esterilidad, apuntando a
na de los hijos como don vuelve a aparecer en la carta apostólica Gratissimum sane de
diversas manipulaciones con fines diagnósticos, terapéuticos, de investigación básica o
Juan Pablo II a las familias (2.2.1994): «Los esposos desean los hijos para sí, y en ellos
experimental, o de ingeniería genética. La nueva ley 14/2006 abre explícitamente las po
ven la coronación de su amor recíproco. Los desean para la familia, como don más ex sibilidades de la utilización de los embriones con fines de investigación.
celente» (n. 9; cf. también el n. 11).
L a instrucción vaticana D onum vitae se ocupa abiertam ente de es Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecun
te tem a, describiendo incluso la situación de la p areja que parece m ás dación artificiales homologas) son quizá menos perjudiciales, pero no
indicada p ara el em pleo de esta técnica: dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto
procreador22.
Para algunos, el recurso de la FIVET homologa se presenta como el
único medio para obtener un hijo sinceramente querido: se pregunta Teniendo en cuenta esto, y para form ular un ju icio ético sobre la ob
si en estas situaciones la totalidad de la vida conyugal no bastaría pa
jetiv id ad de tales procedim ientos, habría que recordar que esta nueva
ra asegurar la dignidad propia de la procreación humana. Se recono
técnica de reproducción presenta las siguientes dificultades principales:
ce que la FIVET no puede suplir la ausencia de las relaciones con
yugales y que no puede ser preferida a los actos específicos de la 1. E n p rim er lugar, hay que considerar su carácter artificial, tanto
unión conyugal, habida cuenta de los posibles riesgos para el hijo y en el p roceso de obtención de los gam etos, com o en el m ism o acto de
de las molestias mismas del procedimiento. Pero se nos pregunta si la fecundación de los ovocitos y su ulterior transferencia al útero. To
ante la imposibilidad de remediar de otra manera la esterilidad, que do el proceso se desarrolla al m argen de la relación sexual de la p are
es causa de sufrimiento, la fecundación homologa in vitro no pueda ja. Y p o r tanto es fácil invocar de nuevo com o obstáculo ético funda
constituir una ayuda, e incluso una terapia, cuya licitud moral podría m ental «la disociación entre los gestos destinados a la fecundación
ser admitida20. hum ana y el acto conyugal», p o r decirlo con palabras de la m ism a ins
trucción. A esta objeción responden algunos, com o ya se h a dicho,
En los p árrafos siguientes el docum ento se m u estra contrario a la considerando la relación esponsal en térm inos globales y situando ca
técnica m encionada. En principio h ab ría que recordar las posturas y da acción singular en el m arco del significado total d el proceso.
razones ya aducidas a propósito de la insem inación artificial, tanto la 2. E n segundo lugar, h ab ría que considerar los eventuales proble
hom ologa (IA C ) com o la heteróloga (IA D ). E videntem ente, quienes m as físicos o psicológicos que p o drían afectar al niño concebido m e
consideran ilícitos aquellos procedim ientos sostendrán las m ism as ra diante esta técnica. P roblem as que, sin duda, p u ed en ser prevenidos
zones, al m enos, para descalificar tam bién a éstos. tanto por las ciencias m édicas com o p o r la pedagogía.
Con posterioridad, ha sido publicado el Catecism o de la Iglesia ca 3. E n te rcer lugar, suele argum entarse a p artir del g ran núm ero de
tólica, el cual no duda en alabar y anim ar las investigaciones que tra em briones transferidos al ú tero que no logran la im plantación y son
tan de red u cir la esterilidad hum ana, a condición de que se pongan al
abortados espontáneam ente. L os partid ario s d e estas técnicas suelen
servicio integral de la persona hum ana. Pero, concretando un poco
responder que tam bién en los procesos norm ales de fecundación «n a
más, añade el C atecism o:
tural» tiene lugar un alto índice de abortos espontáneos, lo cual no h a
Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por inter ce ilícito tal proceso de reproducción.
vención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma 4. Sin em bargo, un problem a nada despreciable es el constituido
o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas p o r la p resen cia de varios ovocitos fecundados in vitro, co n el fin de
técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesio evitar la repetición de todo el proceso de provocar un a hiperovulación,
nan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de extraer los ovocitos y p roceder a su fecundación. E l pro b lem a ético se
él y legados entre sí por el matrimonio. Quebrantan «su derecho a lle
presenta a la vista de esos em briones que, p o r el m om ento, no serán
gar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro»21.
im plantados en el seno de la m adre genética. L as salidas previsibles
son su congelación, su d estrucción, su u tilizació n p ara la investiga
A pesar de la afirm ación de su ilicitud, se percibe un leve cam bio
ción, o su im plantación en el útero de otra m u jer receptora que resul
de m atiz con relación a las técnicas que tienen po r protagonistas a los
taría m adre gestante no genética. C ada una de esas cuatro soluciones
cónyuges:
plantea graves interrogantes éticos, vinculados con la dignidad del em
20. Donum vitae II B 5. Cf. J. Filgueiras, La instrucción «Donum vitae»: funda- b rió n y el respeto que le es debido.
mentación, claves de lectura y perspectivas: Compost 33 (1988), 225-246.
21. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2376, donde se refiere a la instrucción Do 22. Catecismo de la Iglesia católica, 2377. A esa razón se añaden otras bien cono
num vitae, 2, 1. cidas, tomadas de la instrucción Donum vitae.
E n ese contexto, parece que hab ría que aceptar un lím ite en el nú
m ero de ovocitos fecundados a la vez. El respeto a la vida hum ana ya
iniciada en la fecundación debería llevar a los equipos técnicos a evi Se refiere a distintos procedim ientos abordados p o r la m ayoría de
tar la fecundación de m ás ovocitos que los que han de ser im plantados. los inform es que los diversos países han elaborado sobre las técnicas
L a posibilidad de congelar ovocitos v endría a evitar alguna de esas d i de rep roducción hum an a asistida. E n ellos predom ina, con relación a
ficultades. D e todas form as, debería evitarse el originar em briones so estas técnicas, una actitud de reserva. A quí tratarem os cuatro de ellas.
brantes cuyo destino ulterior será o b ien su destrucción o b ien su em
pleo en la investigación.
a) M a tern id a d subrogada
El análisis ético de estas técnicas debería, po r otra parte, m antener
abierta la cuestión sobre los eventuales perjuicios que la crioconserva- U n a de las técnicas m ás llam ativas h a sido la de la im plantación
ción podría ocasionar tanto a los gam etos com o a los em briones o «pre- del em brión en el seno de un a m u jer diferente a la m adre «legal» y aun
em briones»23. Y habría de dejar abierta tam bién la cuestión sobre otras a la d o n adora de los óvulos. D e hecho las posibilidades d e la m aterni
operaciones com o la «term inación selectiva, el aborto selectivo o la re dad subrogada son num erosas e igualm ente llam ativas.
ducción selectiva», encam inadas a elim inar algunos de los em briones L a sensibilidad pública suele reaccionar de form a negativa ante una
resultantes de la F IV E T y ya im plantados en el útero m aterno24. m aternidad retribuida, calificándola despectivam ente com o «úteros de
Com o se sabe, se investiga constantem ente sobre otras técnicas de alquiler», pero se m uestra m ás tolerante respecto a la m aternidad su
p rocreación asistida que com binan las ventajas de la F IV E T y de la brogada gratuita y ejercida por m otivos altruistas, co n frecuencia en el
TIG . Tras haber realizado la fecundación in vitro se tran sfiere el em seno de la m ism a fam ilia. C on todo, habría que cuestionar desde la éti
brión a las trom pas de Falopio, para evitar los riesgos que incluso los ca cualquier form a de m aternidad subrogada, y a sea gratuita o retribui
em briones «naturales» suelen correr en el caso de un paso al útero de da, p recisam ente p o r separar la m adre genética de la m adre gestante.
m asiado precoz. Se habla, po r tanto, de la PR O ST (P ronuclear Stage Tales em barazos no reúnen las condiciones p ara que el proceso repro
Transferí), de la T E T (Tubal E m bryo Transferí), y de la Z IFT (Zigote In- ductivo sea plenam ente hum anizado y hum anizador26.
trafallopian Transferí). L as indicaciones de tales técnicas vienen deter El problem a se ha planteado de nuevo ante algunos sucesos recien
m inadas p o r la infertilidad m asculina, p o r la esterilidad inm unológica tes, com o el del padre que solicita que los em briones congelados, fruto
o idiopática o b ien por el fracaso de la técnica de la T IG (G IFT). Los de un a F IV m ediante sus gam etos y los de su esposa y a fallecida, sean
datos que se m anejan habitualm ente, hablan de un éxito de u n cincuen im plantados en el seno de su herm ana, la cual daría de esta form a té r
ta p o r ciento de casos25. m ino a un a m aternidad frustrada p o r la m uerte. C onsideram os que, en
m edio de una cadena de «m ales» éticos objetivos, tal decisión puede
23. Parece que el término «preembrión» fue introducido por Dame Mary Donald-
son, presidente del Voluntary Licensing Authority, el 24.9.1985, para describir el fruto considerarse bajo la clave del m al menor. U na vez obtenidos los em
de la fecundación antes del día 14. Otros lo atribuyen a A. McLaren, Pre-embryosl: Na- briones de form a asistida extracorpórea, la m enos condenable de las p o
ture 28 (1987) 10, o incluso a Edwards. De todas formas, se introdujo cuando parecía sibles salidas es, pues, esa especie de m isericordiosa adopción prenatal.
que el parlamento británico podría prohibir la experimentación sobre embriones en esos
D iversas ordenaciones legales, entre ellas la española, tratan de
primeros días de vida, experimentación que permitía el célebre informe Warnock en su
lista de recomendaciones (recomendación 44, que se refiere al capítulo 11, párrafo 30). evitar los inconvenientes que p o drían surgir de dicha posibilidad, anu
Cf. J. Kelly, Bioethics, Christian code and Medical Practice: CathMedQ 39/2 (1988) lando los eventuales contratos de alquiler de úteros y determ inando
76-87, esp. 78.
que la verdadera m adre del n iño es la gestante. L a m aternidad, pues, se
24. Cf. J. Kelly, Bioethics, Christian code and Medical Practice, 82-83. J. L. Bau-
douin-C. Labrusse-Riou, Produire l ’homme: de quel droit?, 63-106; X. Thévenot, La determ ina p o r el p arto 27.
bioéthique, 95-101; cf. también sobre el último tema aludido P. Verspieren, Diagnostic
antenatal et avortement sélectif. Réflexion éthique, en Debuts biologiques de la vie hu- 26. Cf. M. Vidal, Fecundación artificial y ética. ¿Cómo form ular un juicio ético
maine, 199-218; A. Bompiani-L. Guariglia-P. Rosati, La cosidetta riduzione embriona- con validez científica?: Moralia 7 (1985) 209; J. M. Varaut, Lepossible et l ’interdit, Pa
lesotto ilprofilo assitenziale ed etico: MedMor 45 (1995) 223-258. ris 1989, 45-64; G. Higuera, La maternidad subrogada: SalTer 74 (1986) 551-562.
25. D. Vaccaro, Procreazione assistita, en Dizionario di Bioética, 755; cf. J. F. Doer- 27. Ley 35/1988, de 22 de noviembre, art. 10: <<1) Será nulo de pleno derecho el
fler, Is GIFT Compatible with the Teaching o f Donum Vitae?: LinacreQ 1 (1997) 16-29. contrato por el que se convenga la gestación con o sin precio, a cargo de una mujer que
b) Selección del sexo N o se trata, evidentem ente, de un a nueva fo rm a de discrim inación
social. O curre que p arecen sum am ente cuestionables esas form as de
D esde hace algunos años se discute sobre la m oralidad de la elec
paternidad o m aternidad en las que se excluye de fa c to a un progenitor
ción del sexo del em brión. L a ley española prohíbe tal selección, a m e
o b ien al progenitor del otro sexo. L a situación de los niños huérfanos,
nos que ésta tenga por fin alid ad la de evitar algunas enferm edades de
que se presenta a veces com o situación paralela, no ju stifica que se pro
transm isión vinculadas a un sexo concreto.
gram e el nacim iento de un niño al que, ya desde el principio, se le nie
Las objeciones principales h an venido o de la excesiva m anipula
ga el derecho a la asistencia de uno de los progenitores. L a presencia de
ción de la v id a hum ana (carácter traum ático del proceso) o del riesgo
am bos progenitores, y concretam ente de los progenitores de am bos se
que pud ieran correr los gam etos som etidos a técnicas experim entales.
xos, ju e g a un papel fundam ental en la form ación de la personalidad del
C on todo, los riesgos p arecen ser cada vez m enores. C om o curio
niño o de la niña. E n los casos aquí evocados el niño carecería de uno
sidad se recuerda que a p rincipios de 1997 los m edios de com unica
de sus m odelos de identificación, y tal carencia sería voluntaria y de
ción anunciaban que un centro de fertilización in vitro de los Estados
cidida p o r los que han de ser sus «padres» o su madre.
U nidos h ab ía desarrollado u n a nueva técnica p ara separar los esper
m atozoides con un crom osom a Y (m asculino) de los que llevan uno X
(fem enino). Se trataba de m arcar el A D N de los esperm atozoides con
4. Conclusión
un colorante que se volvía fosforescente al aplicarle u n rayo láser. Al
ser el crom osom a X de m ayor tam año, resplandece m ás que el Y. U n
ordenador detectaba esta diferencia y aplicaba un a carga eléctrica p o El nacim iento de un nuevo ser hum ano es siem pre algo m isterioso.
sitiva a los esperm atozoides X y u n a negativa a los Y. G racias a dicha A nte ese acontecim iento la p ersona p ercibe que su m ism a acción g e
carga se p o d ía dirigir el esperm a po r diferentes tubos de ensayo colo nerativa la trasciende, tanto p o r lo que sig n ifica de ap ertu ra dialogal y
reados: rosa para las niñas y azul para los niños (dicho sea en honor de cooperante con el otro sexo com o p o r la so rp resa m aravillada ante el
lo anecdótico). Si los padres deseaban una niña, los óvulos se unían bro tar de un a nueva vida. A nte el nacim iento de un niño percibe el ser
con esperm atozoides del tu b o ro sa, y del azul si querían u n niño. hum ano, con m ás intensidad y genuinidad que en cualquier otra expe
El ju ic io ético ha de considerar tanto el riesgo que p udieran correr riencia, que la vida hum ana es a un tiem po don y tarea, receptividad y
los em briones, com o, antes aún, la seriedad de las m otivaciones que oblatividad, acogida y responsabilidad. D e ahí que, com o las grandes
inducen a la elecció n del sexo del hijo que h a de nacer. E s evidente experiencias de la vida hum ana, no pueda quedar exiliada del ám bito
que un a argum entación contraria a toda m anipulación del proceso ge de las preguntas que co n figuran la eticidad.
nerativo tendrá serias dificultades p ara la adm isión de estas técnicas. A nte este problem a, tan adm irable y cuestionante a la vez, tam po
co po d ía quedar al m argen la reflexión cristiana. U n a vez m ás es p re
ciso apelar al espíritu m ás que a la letra de la revelación bíblica.
c) Parejas hom osexuales
Q uienes trataron de vivir su peripecia individual y com unitaria a la
Si se pretende m antener las técnicas de reproducción hum ana asis luz de su fe en Yahvé, D ios de la historia, o a la luz de la palabra de Je
tida dentro de los lím ites de una cierta coherencia m oral, parece nece sús de N azaret no tuvieron m ás rem edio que reflexionar sobre ese m is
sario excluir del acceso a los gam etos donados o bien a los em briones terio prim ordial que es la fecundidad y el nacim iento de un nuevo ser
a las parejas hom osexuales, pero tam bién a las personas individuales o hum ano. A un ancladas en un tiem po pasado y en una cultura ya leja
que vivan solas. na, sus intuiciones resultan no sólo interesantes sino orientadoras p a
ra los creyentes de hoy y aun p ara los que se asom an a las páginas de
renuncia a la filiación materna en favor del contratante o de un tercero. 2) La filiación la B iblia m ovidos po r un a curiosidad m eram ente cultural.
de los hijos nacidos por gestación de sustitución será determinada por el parto. 3) Que Sin em bargo, cristian o s y no cristianos se encuentran hoy en fren
da a salvo la posible acción de reclamación de la paternidad respeto del padre biológi
tados a problem as que no p o d ían ni sospechar los seres hum anos cu
co, conforme a las reglas generales». La nueva ley 14/2006 ha dejado intacto este nú
mero. Para la situación legal en Italia, cf. M. Simone, II caso della maternitá surrogata: yas inquietudes han quedado reflejadas en los escritos bíblicos. L as
La Civilta Cattolica 3594 (2000/1) 604-611. posibilidades de controlar los nacim ientos constituyen uno de los hitos
m ás im p o rtantes conseguidos p o r la civilización de este siglo. C om o
ante todo nuevo descubrim iento, nuestros contem poráneos han ido os
cilando del asom bro a la frivolidad p o r lo que a este hallazgo se refie LA CLONACIÓN HUMANA
re. El aprendizaje de una auténtica responsabilidad, tanto individual o
de pareja com o sociopolítica, ante el dinam ism o reproductivo o la ex
pansión dem ográfica, es una de las tareas éticas m ás im portantes e im
postergables. Todos estam os llam ados a colab o rar p ara que llegue el
día en que la hum anidad h aga suyos unos criterios m orales que, com
binando la ética de las actitudes con la de los fines y los m edios faci
liten la asunción responsable y la tarea de la reproducción.
A dem ás, las inm ensas perspectivas abiertas p o r las técnicas m oder Bibliografía: Comité de expertos sobre bioética y clonación, Informe sobre
nas de la rep roducción hum ana asistida nacen, com o todos los pasos clonación. En las fronteras de la vida, Madrid 1999; J. R. Flecha, ¿Existen lí
históricos, bajo la inevitable am bigüedad de estar al servicio de la es mites en la procreación asistida?, en J. Gafo (ed.), Procreación humana asis
tida: aspectos técnicos, éticos y legales, Madrid 1998, 211-232; S. Mirsk-J.
pecie hum ana o de atentar contra su identidad e integridad28. D e hecho,
Rennie, Clonación y terapia génica: Investigación y Ciencia (agosto 1997); G.
«los experim entos con em briones y ciertos m étodos de procreación ar
E. Pence, Who's Afraid o f Human Cloning?, Lanham-Oxford 1997; M. Trevi-
tificial m atan a seres hum anos p o r nacer y no respetan la nueva vida»29. jano, ¿Qué es la bioética?, 187-236.
C om o ya se ha dicho, los avances técnicos exigen un esfuerzo de
clarificación de los valores o antivalores éticos im plicados. A nte tales
procesos técnicos se hace especialm ente urgente la reflexión sobre una L a clonación natural de m uchos m icroorganism os, algunas plantas
ética de la responsabilidad y, al m ism o tiem po, un esfuerzo global y algunos invertebrados resulta bien conocida. Tam poco suscita p ro
educativo desde los parám etros de tal reflexión. L a responsabilidad blem as especiales, ni de com prensión ni de evaluación ética, el clonaje
ética afecta e interpela a los profesionales de la investigación, de la provocado de organism os unicelulares, com o las levaduras, o el clona
m edicina y de la sanidad, pero tam bién a los profesionales del trabajo je m olecular, que se ha ido desarrollando en laboratorio desde m edia
social, la educación, la inform ación y tantos otros. dos de los años setenta, para estudiar, por ejem plo, el A D N , es decir, el
Al m ism o tiem po, hará falta u n a profunda reflexión relativa a la patrim onio genético del individuo. Incluso se adm ite sin dificultad que
ética civil y a la norm ativa legal. E n u n país y en un a sociedad p lu ra puede resultar beneficiosa la clonación de células som áticas de un in
listas hará falta, en efecto, articular u n sistem a ético que vaya m ás allá dividuo, com o p o r ejem plo las del páncreas1.
de la fundam entación puram ente p ositivista o consensuada para recu L as preocupaciones éticas se han planteado a la v ista de la p o sib i
rrir a una antropología integral y coherente. Y en cuanto a la norm ati lidad de la clonación de m am íferos. El hecho h a causado un a p articu
va legal, h ab rá que augurar que no caiga en la ingenuidad de ofrecer lar alarm a social, sobre todo, ante la previsión de los usos que de tal
unas directrices tan precipitadas y progresistas que pronto hayan de ser técnica se pod rían hacer sobre el ser hum ano2.
m odificadas al entrar en diálogo - o en co lisió n - con las norm as del de
1. Cf. R. Mordacci, La clonazione: aspetti scientifici e problemi etici: Aggioma-
recho internacional. Pero, sobre todo, habrá que pedirle que preste una
menti Sociali 48 (1997) 571-584, quien se refiere a los estudios de E. Boncinelli, Bio
delicada y sincera atención a la norm atividad últim a que em erge del logía dello sviluppoy Roma 1994; Id., Clonazione e clonaggio, en Enciclopedia medica
m ism o fenóm eno hum ano, su entidad, sus relaciones fundam entales y italiana, Roma 1997.
2. Cf. J. R. Lacadena, La clonación: Aspectos científicos y éticos'. An. Real Acad.
su destino.
Farm. 63 (1997) 273-293; Id., Historia de la clonación, en Comité de expertos sobre
bioética y clonación, Informe sobre clonación, 21-35; Id., Células troncales humanas:
ciencia y ética: Moralia 24 (2001) 425-468; J. Gafo, La sorpresa científica de la clona
ción : RazFe 235 (1997) 363-376; N. Blázquez, La clonación agámica: Studium 37
28. J. Gafo, Reproducción humana asistida, en M. Vidal (ed.), CFET, Madrid (1997) 367-384; M. Lombardi, La clonazione: ilfatto e il significato: RTMor 29 (1997)
1992, 493-515, 221-232; L. M. Pastor, Bioética de la manipulación embrionaria humana: CuBio 8
29. Declaración del III Congreso mundial de los movimientos pro-vida (4.10.1995): (1997) 1074-1103; G. Russo, La clonazione di soggetti umani. Riflessioni bioetiche,
Ecclesia 2.774 (3.2.1996) 169-170. norme sociali e giuridiche: Itinerarium 5 (1997) 125-151.
1. La clonación en sus diversas form as cialm ente ratones, ovejas y vacas. A m odo de curiosidad, hay que aña
dir que p arece que se po d ría o b ten er el núcleo de células de cuerpos
L a palabra «clonación» viene del térm ino griego klon, que signi som etidos a h ibernación5.
fica «esqueje». C onsiste en la «reproducción» de dos o m ás indivi Ya en los años 1960 y 1970 algunos autores, com o L eó n K ass y
duos genéticam ente idénticos. P uede ser obtenida m ed ian te al m enos Paul Ram sey, hab ían com enzado a preguntarse p o r la p o sib ilid ad de
dos m étodos: la «fisió n gem elar» o la «transferencia del núcleo». p roducir seres hum anos p o r m edio de un p roceso de clonación. En
L a fisión g em elar es un proceso m ediante el cual u na ovocélula 1978, D avid R orvick suscitaba una ju stificad a alarm a, al d ar cuenta de
fecundada, es decir, el em brión en el estadio de una célula en las pri la clonación de u n individuo hum ano adulto. L a noticia, qu e ulterior
m eras fases de su desarrollo, es dividida dando origen a dos em briones m ente se dem ostraría falsa, había bastado y a para encender la hoguera
iguales que se convertirán en dos individuos idénticos. de las discusiones m ás ardientes6.
La transferencia de núcleo ( nuclear transferí) consiste en privar a D e hecho, el 13 de octubre de 1993, Jerry L. H all y R o b ert J. Still-
la ovocélula fecundada de su núcleo, sustituyendo este núcleo haploi- man, de la U niversidad George W ashington, hacían públicos los experi
de - e n el que todavía no se ha dado la recom binación de los crom oso m entos que habían llevado a cabo con 17 em briones hum anos, de los
m as de origen p atern o y m a te rn o - con el núcleo diploide to m ad o de que se produjeron 48 nuevos em briones. Se trataba de un proceso de es
u na célula som ática de un adulto de la m ism a especie. Este núcleo, co cisión gem elar ( splitting ), relativam ente sencillo desde el punto de vis
locado en el am biente del citoplasm a del óvulo fecundado sería toti- ta técnico, logrado por m edio de la separación de blastóm eros. A quellos
potente, p erdiendo las inhibiciones que sufriría a lo largo de su dife em briones hum anos de 2, 4 y 8 em brioblastos, que, al parecer, nunca
renciación. C on ello se obtendría u n individuo perfectam ente idéntico serían transferidos al útero de u na m ujer, planteaban de nuevo, y ahora
a aquél del que se ha tom ado la célula som ática. Se trataría, por tanto de form a m uy concreta, una larga serie de interrogantes éticos y socia
de una fecundación «asexual»3. les, difíciles de esquivar.
U na form a m ás avanzada de clonado ( cloning o clonaje), consiste Se trataba de experim entos d irigidos sin el prev io consenso del
en la p osibilidad de crear copias genéticas de una p erso n a adulta, in Com ité ético com petente y publicados p ara vejar, según los autores, la
troduciendo el núcleo de una célula som ática diferenciada en un óvu discusión ética7.
lo y logrando su u lterio r desarrollo4. M uchos se preguntaban, en efecto, si la técnica se p u ed e conside
Es p recisam ente esta técnica, aplicada a los m am íferos, la que ha rar siem pre com o neutra desde el punto de m ira de la evaluación ética.
com enzado a suscitar num erosos interrogantes, a la vista de su posible O, dicho con otras palabras, era posible preguntarse si estam os autori
utilización sobre seres hum anos. zados p ara realizar todo lo que es posible conseguir, o al m enos, in
tentar. Si «podem os» m oralm ente h acer todo lo que «podem os» técni
cam ente hacer.
a) Algunos datos históricos A lgunos argum entaban que, p o r ese cam ino, se pod rían llegar a fa
bricar seres hum anos m alvados. A lgunos respondíam os, y a p o r enton
D esde hace algunos años se viene experim entando con la posibili
ces, que tam bién se podrían fabricar santos. O, p o r decirlo de u n a for
dad de clonación de anfibios y posteriorm ente de m am íferos, espe
m a m enos cínica, tratábam os de dar a entender que el ju ic io ético no
debía fundarse en el resultado final del proceso técnico, sino en el pro
3. A estas dos modalidades se refiere el artículo de C. B. Cohén, Reproductive
Technologies VII. Ethical Issues, en W. Th. Reich (ed.), Enyclopedia o f Bioethics IV,
ceso m ism o en su objetividad.
New York 1995, 2237: «Cloning, eitherby transplanting the nucleus from a differencia-
ted cell into an unfertilized egg from which the nucleus has been removed or by splitting 5. Cf. E. Sgreccia, Manuale di bioética I. Fondamenti ed etica biomedica, Milano
an embryo at an early stage when its cells are still undifferentiated, results in individual 1994, 469-470; W. Bains, Biotechnology from A to Z, New York 1994, 89.
who are genetically identical to the original from which they are cloned». 6. D. Rorvick, In His Image: The Cloning o f a Man, Philadelphia 1978.
4. J. Gafo, 10 Palabras clave en bioética, Estella 1993, 184; M. Soldini, Clonazio 7. A propósito de aquel caso, cf. R. Kohlberg, Human Embryo Cloning reported.
ne, en NDB 179-184; P. Carlotti, Clonazione. Valutazioni bioetiche, en EBS 483-487; L. Science 262 (1993)652-653, donde se afirm a que esta técnica no habría facilitado la fe
Feito Grande, Clonación, en F. J. Blázquez-Ruiz (dir.), 10palabras clave en nueva gené cundación artificial; cf. también R. MacKlin, Cloning withoutprior Approval: Kennedy
tica, Estella 2006, 187-234; L. M. Pastor, Clonación animal y humana, en DB 170-184. Institute o f Ethics Journal 5 (1995) 57-60.
El raciocinio no habría de plantearse sobre un cañam azo puram en rrogantes éticos ya latentes, especialm ente por lo que a la eventual
te pragm ático, sino que habría que apelar, una vez m ás, a la profunda producción de seres hum anos se re fie re 10. El m ism o Dr. W ilm ut ase
verdad ontológica de la persona. El fin no ju stifica los m edios. N o im guraba: «Yo no aceptaría la clonación de seres hum anos bajo ninguna
p orta que se obtenga un santo o un tirano: im porta lo que estam os h a circunstancia, ni siquiera la m ás desesperada» y añadía que «el con
ciendo con el ser hum ano. tem plar el uso de nuestra técnica en hum anos sería absolutam ente in
h um ano»11.
Por otra parte, las posturas éticas no han sido uniform es. A lgunos
b) Actualidad del problema ético
se atreven a sugerir que pueden existir circunstancias especiales en las
Pero la cuestión de la clonación se ha vuelto a poner de clam orosa que la técn ica de clonación podría proporcionar algunos beneficios
actualidad desde 1997. El periódico The Observer del 23 de febrero de m édicos. U n ejem plo sería el caso de la infertilidad m asculina severa,
ese año fue el prim ero en adelantar una noticia que h ab ía de ocupar que p o d ría ser rem ed iad a p o r esta técnica. Se añade, tam bién, que se
am plios espacios en los m edios de com unicación y en la reflexión in- podría recu rrir a ella para evitar la transm isión de enferm edades m ito-
terdisciplinar. L a revista Nature del 27 de febrero de 1997 anunciaba condriales m aternas, tales com o la m iopatía m itocondrial o la n euro
que se había logrado la producción clónica de una oveja, a partir de cé patía de L eber (K ahn, 1997).
lulas ya diferenciadas. En este caso se había tom ado una célula viva de A lgunos, siguiendo la opinión del editorialista de la revista científi
un cuerpo vivo, com binando su núcleo con un óvulo no em brionario, ca Nature (1997), consideran que la clonación no violaría la dignidad
del cual se había extraído el núcleo. L a oveja «D olly», resultado de esa de la persona. En consecuencia, abogan tan sólo p o r una m oratoria,
intervención, y nacida el 5 de ju lio de 1996, había sido producida por m ás que una prohibición, con el fin de que los legisladores ponderen
obra de los científicos escoceses la n W ilm ut y K. H. S. C am pbell, con los potenciales beneficios y los riesgos im plicados en la clonación hu
la ayuda de sus colaboradores del Instituto Roslin, de E dim burgo8. Por m ana antes de perm itirla totalm ente.
decirlo de otra form a, se trataba, en realidad, de un «gem elo genético A principios de diciem bre de 1997 en el periódico The New York
retrasado» de una única oveja adulta. L a técnica utilizada ha sido de Times se inform aba que el profesor Steen W illadsen, que había p arti
finida com o «transferencia nuclear de células som áticas» (Som atic cipado directam ente en el experim ento de la oveja D olly y que trab a
Cell N uclear T ransfert = SC N T )9. ja b a actualm ente en el centro de fertilización in vitro de Saint B am a-
D e hecho, su solo anuncio ha suscitado una larga serie de interro bas H ospital, de N ew Jersey, había realizado con éxito experim entos
gantes científicos. N o falta quien se pregunta si la célula originaria se con el núcleo de los óvulos. A firm ab a que la técnica es la m ism a que
ría en realidad una célula adulta y ya diferenciada o m ás bien una cé la de la clonación aunque se proponga un objetivo diferente, com o es
lula inm adura, que se caracteriza p o r su totipotencia y versatilidad. el de asegurar la supervivencia de los em briones y asegurar a las m u
Pero si fuera com o se h a dicho, el descubrim iento tendría un a im por jeres un em barazo m ás seguro12.
tancia enorm e y sería una auténtica revolución en el terreno de la cien El 7 de enero de 1998, el científico am ericano R ich ard Seed ha
cia, precisam ente por el descubrim iento de la potencialidad generativa m anifestado su intención de proceder a la clonación de seres hum anos,
de las células adultas ya diferenciadas. dentro o fuera de su país. A l m ism o tiem po, los m edios inform ativos
C om o ya se ha dicho, las preguntas más acuciantes se planteaban
10. Ulteriormente, durante el verano del mismo año 1997, el mismo equipo ha
sobre la posibilidad de transferir tal experim ento al ám bito hum ano. El
«producido» a Poliy, un cordero clonado que es portador del gen humano del factor IX
acontecim iento hacía resurgir aún con m ás fuerza los num erosos inte de la sangre.
11. Citado por J. A. Abrisqueta, Perspectivas jurídicas y ético-morales de la clo
8. I. Wilmut, Viable Ojfspring derived from fetal adult Mammalian Cells: Nature nación: Ecclesia 2855-2856 (1997) 1226; cf. Id., ¿Todos iguales? Implicaciones de la
385 (1997) 810-813. clonación: Verdad y Vida 55 (1997) 443-452.
9. Así es como ha sido etiquetada por la Comisión nacional sobre bioética (Natio 12. Cf. E Cuna, en El Mundo (3.12.1997), donde se informa también de que «el doc
nal Bioethics Advisory Commission = NBAC), a la que el presidente Clinton de los Es tor James Grifo, de la facultad de medicina de la Universidad de Nueva York, ha logrado
tados Unidos de América encargó inmediatamente que, en el plazo de noventa días, pre extraer material genético del núcleo de las células de un óvulo inmaduro de mujeres adul
sentara un informe sobre los aspectos éticos y legales que implicaría la clonación de tas y luego implantarlo en los óvulos de mujeres jóvenes. Y todo sin que los cromosomas
seres humanos. identificativos de cada una de las células sufran mutación alguna en la operación».
anunciaban u n significativo cam bio de la opinión p ú b lica a favor de ellas a su vez podrían obtenerse células y a especializadas con las que
tales p ro ced im ientos13. se podrían seguir terapias efectivas para el tratam iento de diversas en
Por últim o, a m ediados de enero de 1999 el Dr. lan W ilm ut ha anun ferm edades hum anas.
ciado que su equipo del Instituto Roslin, en Edim burgo, está preparado A hora bien, el proceso que con ellos se ponía en m archa exigía no
para la próxim a utilización de células hum anas para realizar un proce sólo la selección de los em briones m ás adecuados, sino su d estru c
so de clonación con finalidades terapéuticas. Tal decisión encuentra su ción. E n la práctica, los em briones así obtenidos m urieron y a en las
fundam ento en dos hechos previos, uno científico y otro jurídico. prim eras divisiones.
Por una parte, se había ya logrado en noviem bre de 1998 el aisla
m iento de las llam adas células «m adre» del em brión, que dan lugar a
todas las células diferenciadas de cada órgano hum ano adulto. Con 2. Algunas normas positivas
ello se abría la esperanza de poder utilizar esas células, p ara trasplan
tarlas a personas afectadas por los m ales de Parkinson y A lzheim er, la Entre tanto, los desafios propuestos por la práctica no dejan de in
diabetes insulinodependiente, los infartos de m iocardio y los acciden quietar a la reflexión teórica que, en este caso, parece retrasarse. N o es
tes cerebrovasculares. Según H arry G riffin, director científico de di extraño que, al m enos de form a preventiva, el ordenam iento legal haya
cho Instituto, con el fin de evitar los problem as del rechazo inm une, precedido en algunos casos a la articulación de un buen pensam iento
seria posible «crear un em brión hum ano m ediante la transferencia del filosófico sobre el hom bre, sobre la dignidad hum ana y sus exigencias
núcleo de un a célula aislada, por ejem plo de la piel del enferm o, a un en el cam po de la reproducción hum ana asistida.
óvulo cuyo m aterial genético h u b iese sido retirado. E ntonces se per B aste aquí citar algunos intentos de prom ulgar un ordenam iento
mitiría crecer a este em brión no m ás de catorce días para p o d er aislar legal sobre las técnicas de reproducción, que pud ieran afectar a los
las células m adre». Finalm ente, las diferenciarían en las deseadas - d e proyectos de clonación.
corazón, cerebro, e tc .- para introducirlas con finalidad terapéutica en
el órgano dañado del paciente.
Por otra parte, el 8.12.1998, fue publicado un inform e redactado a) E l Consejo de Europa
por expertos del C om ité asesor de genética hum ana y de la A gencia de
Es preciso com enzar citando un docum ento de alcance internacio
em briología y fertilización hum ana de Inglaterra. En ese docum ento,
nal que ha servido, cuando m enos, para crear u na conciencia com par
solicitado por el gobierno británico, se pedía la prohibición de la clo
tida p acíficam en te sobre algunos lím ites concretos. D espués de años
nación hum ana con fines reproductivos, pero se inform aba favorable
de estudio, de consultas y debates, la A sam blea parlam entaria del Con
m ente sobre la aplicación de estas técnicas con finalidad terapéutica.
sejo de E uropa aprobó el 24 de septiem bre de 1986 la R ecom endación
El día 25 de noviem bre de 2001 el Journal o f R egenerative M edi
1046 sobre «el u so de em briones y fetos h um anos con fines diagnós
cine inform ó que la em presa A dvanced Cell Technology, de W orcester
ticos, terapéuticos, científicos e industriales».
(M assachussetts) había producido tres em briones clónicos de m ás de
Tal docum ento reconoce que «los m ás recientes progresos en las
seis células cada uno, m ediante la técnica de transferencia nuclear. Es
ciencias hum anas y en la m edicina, en p articular en la em briología hu
cierto que los investigadores se apresuraron a anunciar que no preten
m ana y anim al, han abierto notables y nuevas perspectivas diagnósti
dían p roducir seres hum anos clónicos. Se aseguró que el fin persegui
cas y te ra p éu tica s... que, a través de la técnica de la fertilización in vi
do era únicam en te el de obtener células m adre no diferenciadas. D e
tro, el hom bre ha obtenido el m odo de intervenir sobre la vida hum ana
13. Cf. P. Rodríguez, «Clonación humana. De ciencia ficción a realidad médica», y de controlarla en sus prim eras fases». Pero la m ism a R ecom enda
en,4BC Cultural 323 (9.1.1998) pp. 54-55; J. Valenzuela, Seré el primero en clonar hu ción reconoce que «la aplicación de oportunidades tecnológicas no só
manos: El País (8.1.1998); Id., Homo clonicus, año cero: El País, dominical 14/639 lo en la ciencia sino tam bién en m edicina debe ser gobernada p o r cla
(11.1.1998) 1-3; E Cuna, Clinton urge al Congreso prohibir la clonación humana : El
ras norm as éticas y sociales».
Mundo (8.1.1998) 21. En este contexto periodístico, resulta interesante el artículo de P.
D. Hopkins, Bad Copies. How Popular Media Represenl Cloning as an Ethical Pro- E n concreto, hay en esta R ecom endación dos puntos que es preci
blem: HastingsCRep 28/2 (1998) 6-13. so recordar en este contexto:
El n. 5 afirm a que «desde el m om ento de la fertilización de los acum ulando una enorm e cantidad de inform ación y prom oviendo la
óvulos, la vida hum ana se desarrolla con un proyecto continuo» y que reflexión necesaria para un pronunciam iento de tanta im portancia.
«no es posible establecer un a n eta distinción durante las prim eras fa L a ley española 35/1988, de 22 de noviem bre de 1988 (B O E 24.
ses (em brionales) de su desarrollo, y po r tanto es necesario establecer 11.1988), que recogía los trabajos de aquella com isión, trataba de re
la definición de un status biológico del em brión». gular «el desarrollo y utilización de técnicas de reproducción alterna
En el n. 10 se afirm a que «los em briones y los fetos hum anos de tivas a la esterilidad de la p areja hum ana, generalm ente conocidas co
ben ser tratados en todas las circunstancias con el respeto debido a la m o técnicas de reproducción asistida o artificial».
dignidad hum ana». Tras referirse a los procedim ientos, sujetos y agentes de las dona
A tenor de tales principios, la R ecom endación 1046 invita a los E s ciones de gam etos, así com o a algunas posibilidades experim entales, la
tados m iem bros de la C om unidad a p rohib ir todo lo que puede ser ley dedica el cap. VI a «las infracciones y sanciones», aunque en rea
considerado com o un uso indeseado o una desviación de las técnicas lidad se lim ite a ofrecer un listado de las prim eras. Entre las que califi
de generación hum ana artificial, entre las cuales se encuentran m en ca com o «infracciones m uy graves» se encuentran cuatro que pueden
cionadas explícitam ente las siguientes: referirse directa o indirectam ente al tem a que estam os considerando:
- « la creación de seres hum anos idénticos, por m edio de clonación
k) C rear seres hum anos idénticos, p o r clo n ació n u otros p ro ced im ien
o po r otro m étodo cualquiera, tenga o no po r fin alid ad la de la selec
tos, dirigidos a la selección de la raza.
ción de la raza; 1) L a creación d e seres hum an o s por clonación e n cualquiera de las v a
- l a im plantación de un em brión hum ano en el útero de otro ani riantes o cualquier otro procedim iento capaz de o riginar varios seres
mal, o viceversa; hum anos idénticos.
- l a fusión de gam etos hum anos con los de otro anim al; m ) L a partenogénesis, o estim ulación al desarrollo de un óvulo, por m e
- l a creación de em briones m ediante el esperm a de individuos d i dios térm icos, físicos o quím icos, sin que sea fecundado p o r un esp er
versos; m atozoide, lo cual dará lugar solam ente a descendencia fem enina,
- la fusión de em briones o cualquier otra operación que pueda pro n) L a selección del sexo o la m anipulación g enética con fines no te ra
p éuticos o terap éuticos no autorizados.
ducir quim eras;
o) L a creación de p reem briones de personas del m ism o sexo, con fines
- l a ectogénesis, o la p roducción total de un ser hum ano individual
reproductores u otros.
y autónom o, fuera del útero de una mujer, es decir, en laboratorio;
- l a creación de hijos de personas del m ism o sexo;
C on p osterioridad a aquella ley, ha sido prom ulgado en E spaña el
- la selección del sexo a través de m anipulaciones genéticas con fi
nuevo C ódigo penal de 1995, que, en el artículo 161.2, prohíbe, bajo
nalidad no terapéutica;
am enaza de severas penas, la creación de seres hum anos idénticos por
- l a creación de gem elos idénticos;
clonación. L a nueva ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de re
- l a investigación sobre em briones hum anos viables;
producción hum ana asistida no incluye la clonación entre las técnicas
- l a experim entación sobre em briones hum anos vivos, sean éstos
legales contem pladas en el anexo.
viables o no;
- e l m antenim iento de em briones in vitro m ás allá de los 14 días de
vida a partir de la fertilización, exceptuado el tiem po necesario para la c) Comisión norteamericana de bioética
congelación».
Pocos días después de anunciarse la producción de la oveja Dolly,
el presidente estadounidense W. Clinton prohibió el em pleo de fondos
b) Legislación española federales en proyectos encam inados a clonar seres hum anos. Por otra
parte, solicitó a la recién creada C om isión nacional de consejo sobre
C om o se sabe, la legislación española pretendió ser pionera en el bioética (National Bioethics Advisory Commission = N BAC) que en el
cam po de la regulación de la procreación hum ana asistida. El P arla plazo de noventa días elaborara unas líneas directrices, tanto en el cam
m ento nom bró una com isión, presidida por M arcelo Palacios, que fue po ético com o en el legal, sobre la clonación de seres humanos.
Tras consultar a una larga serie de expertos científicos, de sociólo El inform e ha sido explicado y com entado por alguno de los m iem
gos, filósofos y líderes religiosos, la C om isión elaboró un docum ento bros de la C om isión, quien ha subrayado la im portancia concedida al
que podría ser resum ido com o sigue: principio de «no-m aleficencia» en que se apoya, al constatar la insegu
1. En este m om ento es m oralm ente inaceptable intentar crear un n i ridad y los riesgos que im plica el proyecto de clonación, tal com o se ha
ño por m edio de la clonación consistente en la transferencia del núcleo descrito15.
de células som áticas (SC N T). L a razón en la que se b asa este consen O tros, en cam bio, han criticado duram ente la im procedencia, tanto
so es la actual inform ación científica que indica que esta técnica no es ético-política com o práctica, de sugerir una prohibición por parte del
por ahora segura en los seres hum anos y podría im plicar riesgos ina C ongreso, cosa que tam bién h a pedido el presidente. Con tal procedi
ceptables para el feto y/o el potencial bebé. m iento - s e arg u m en ta- son m ás los perjuicios que los beneficios que
Así, la C om isión aconseja prolongar la m oratoria del uso de los fon se obtienen. En concreto, no se logra otra cosa que esquivar los p ro
dos federales y desaconseja el em pleo de fondos privados para prom o blem as éticos de fondo.
ver la creación de seres hum anos por el procedim iento de la clonación. Por otra parte, se frenaría el proceso de investigación científica. En
2. La C om isión recom ienda que se actúe una legislación federal contra de lo pretendido, no se asegura la dignidad de la persona ante la
que prohíba tal intento de creación de seres hum anos. Sin em bargo, experim entación llevada a cabo en el ám bito privado. Y, finalm ente, se
sugiere que se establezca una fecha tope - d e tres a cinco a ñ o s - para corre el peligro de retrasar p o r tiem po indefinido la superación de la
que un organism o apropiado pueda evaluar ulteriorm ente la tecnología pretendida «inseguridad» del proceso que, al parecer, es el único fun
disponible, así com o la opinión p ública sobre los problem as éticos y dam ento racional y práctico en el que se apoya el inform e16. En todo ca
sociales im plicados en la clonación de seres humanos. so, el D epartam ento de salud y servicios hum anos de los Estados U ni
3. Tales proyectos de ley deberán ser redactados con el cuidado su dos ha dado su consentim iento a la concesión de fondos oficiales para
ficiente para no interferir con otras áreas de la investigación científica, la investigación con células «m adre» de em briones hum anos, conside
com o, po r ejem plo, la clonación de secuencias del A D N hum ano o la rando que tal actividad no cae bajo la prohibición establecida por el
clonación de anim ales. Congreso. L a razón que se ofrece es que las células «m adre», aunque
De todas form as, en caso de que no se actúe una prohibición legal, o pluripotentes, carecen de la capacidad para desarrollar seres hum anos17.
en caso de que se retire, el uso de la transferencia del núcleo de las cé
lulas som áticas con el fin de crear un niño, debería ser precedido por
una investigación protegida por el doble principio de la revisión por per d) El Convenio europeo de bioética
sonas independientes y el del consentim iento inform ado, de acuerdo
con las norm as ya existentes sobre la protección de los sujetos humanos. Posteriorm ente, y todavía en el m ism o año del experim ento esco
4. Ya que las diferentes perspectivas éticas y tradiciones religiosas cés, 21 países integrantes del C onsejo de Europa, entre ellos España,
se m uestran divididas sobre m uchos de los im portantes problem as rela han suscrito en O viedo el «Convenio para la protección de los derechos
tivos a la clonación hum ana, se sugiere un diálogo am plio encam inado hum anos y la dignidad del ser hum ano con respecto a las aplicaciones
a una m ejor intelección de las im plicaciones éticas y sociales de esta de la biología y la medicina. Convenio relativo a los derechos hum anos
tecnología y a una m ejor aceptación de la política que se h a de adoptar y la biom edicina» (4.4.1997). E l art. 18, está dedicado a la experim en
cuando se superen las dudas actuales sobre la seguridad del proceso. tación con em briones in vitro. Su prim er párrafo determ ina que «cuan
5. A sí, se aconseja un esfuerzo general en el plano inform ativo y do la experim entación con em briones in vitro esté adm itida por la ley,
educativo de form a que el público pueda conocer las áreas de genética ésta deberá garantizar una protección adecuada del em brión».
y otros desarrollos en las ciencias biom édicas, especialm ente allí don
15. Cf. J. F. Childress, The Challenges o f Public Ethics: Reflections on NBAC'sRe-
de afectan a im portantes prácticas culturales, valores y creencias14. port: HastingsCRep 27/5 (1997) 9-11.
16. Cf. S. M. Wolf, Ban Cloning? Why NBAC Is Wrong: HastingsCRep 27/5 (1997)
14. Traducimos y extractamos dei texto Cloning Human Beings: The Repon and 12-15, con interesantes referencias.
Recommendations o f the National Bioethics Advisory Commission (Rockland MD June 17. Tal decisión ha sido criticada por la Conferencia episcopal de los Estados Uni
1997): HastingsCRep 27/5 (1997) 7-9. dos y por otros grupos contrarios al aborto.
A tenor del párrafo segundo «se prohíbe la constitución de em
briones hum anos con fines de experim entación».
Se preveía ya entonces que un protocolo posterior habría de prohibir Por situarnos en un nivel todavía m ás universal, se sabe, p o r otra
expresam ente la clonación de personas. Y se consideraba que era bue parte, que la O N U h a establecido una com isión para preparar una car
no que así fuera, puesto que para m uchos, este artículo, especialm ente el ta que establezca algunos lím ites a la ingeniería genética.
párrafo prim ero, resultaba a todas luces cargado de am bigüedad18. L a C om isión ju ríd ica del C om ité internacional de bioética de la
Tal Protocolo al C onvenio de derechos hum anos y biom edicina U nesco, presidido por N oelle Lenoir, llevaba cuatro años preparando
fue, efectivam ente, aprobado el 6 de noviem bre de 1997 p o r el C om i un estudio sobre el genom a hum ano. Com o resultado de ese largo tra
té de m inistros del C onsejo de E uropa y firm ado en París el 12 de ene bajo, los 186 estados m iem bros de la U N ESC O aprobaron, el 11 de
ro de 1998. El prim er artículo se expresa con toda rotundidad: «Se noviem bre de 1997, la D eclaración Universal sobre el genom a hum a
prohíbe cu alq u ier intervención que tenga po r objeto crear un ser h u no y los derechos hum anos, con m otivo de su 29a C onferencia general.
m ano g enéticam ente idéntico a otro, y a sea vivo o m uerto». El texto Por algunas presiones de últim a hora, la Com isión de expertos gu
precisa inm ediatam ente lo que se ha de entender por «ser hum ano ge bernam entales que redactó el texto definitivo presentado a la C onfe
néticam ente idéntico» al decir que significa «com partir con otro la rencia general para su aprobación, decidió incluir un a prohibición de la
m ism a carga nuclear genética». clonación hum ana que se expresa en estos térm inos: «Las prácticas que
El artículo segundo viene a reforzar la prohibición al afirm a r que son contrarias a la dignidad hum ana, tales com o la clonación con fines
«ninguna derogación será autorizada a las im posiciones de este p ro de reproducción de seres hum anos, no deben ser perm itidas» (art. 11).
to c o lo » 1''. C om o se puede observar, la expresión parece decididam ente elegi
Es interesante observar que este P rotocolo va acom pañado de un da en su am bigüedad. En opinión de un conocido especialista en estos
inform e explicativo en el que no se lim ita a prohibir estas técnicas, si tem as «esta redacción condena la obtención de seres hum anos cló n i
no que ofrece un a cierta m otivación filosófica. De hecho, fundam enta cos, pero no condena la técn ica de clonación en sí cuando se utilice
sus prescripciones en la necesidad de proteger la identidad del ser hu para otros fines, salvaguardando así su posible utilización en algún ti
mano, de preservar el carácter aleatorio de su com binación genética na po de experim entación biom édica»21.
tural y su carácter único, así com o de im pedir su instrum entalización.
Tam bién es preciso subrayar que el texto no prohíbe la clonación
de células y tejidos, aunque sean de origen hum ano, con fin es de in 3. Doctrina de la Iglesia
vestigación o terapéuticos, considerando que estas técnicas pueden
constituir unos «útiles preciosos»; C om o se h a hecho notar con frecuencia, la Iglesia católica ha sido
«Este protocolo no adopta una postura específica sobre la adm isi m uy parca en declaraciones sobre cuestiones biotecnológicas m uy es
bilidad de clonar células y tejidos con fines de investigación que deri pecializadas. El tem a que nos ocupa apenas ha sido abordado por el m a
ven en aplicaciones m édicas. Sin em bargo, puede decirse que la clo gisterio de la Iglesia en sus instancias más altas. En la instrucción vati
nación com o técnica biom édica es u n a herram ienta im portante p ara el cana Donum vitae sólo se encuentra una breve alusión a las cuestiones
desarrollo de la m edicina, especialm ente para el desarrollo de nuevas que pudiera suscitar esa práctica, cuando aún no se habían producido
terapias. L as disposiciones de este protocolo no se entenderán com o los experim entos que tanta preocupación social han suscitado.
una prohibición de las técnicas de clonación en biología celular»20. R ecientes pronunciam ientos sobre el tem a se encuentran en algu
nas reflexiones de m enor rango m agisterial o en declaraciones expre
18. El texto del Convenio europeo de bioética puede verse en Moralia 20 (1997)
413-428; cf. también E J. Elizari, Presentación del convenio: Moralia 20 (1997) 401- sam ente confiadas a com isiones interdisciplinares.
412; M. A. M. de Wachter, The European Convention on Bioethics: HastingsCRep 27/1
(1997) 12-23, con abundantes referencias. 21. J. R. Lacadena, Unesco, genoma humano y derechos humanos: Vida Nueva 2115
19. También puede verse el texto en Labor hospitalaria 248 (1998) 98-99. (29.11.1997) 9. La misma opinión expresa G. Filibeck, Reflexiones en torno a la Decla
20. Informe explicativo al protocolo sobre prohibición de la clonación de seres hu ración de la Unesco sobre el genoma humano: L’ORed. esp. 30/3 (16.1.1998) 12; cf. Or
manos: Labor hospitalaria 248 (1998) 100. ganización Mundial de la Salud, Déclaration sur le clonage: MedMor 47 (1997) 323-325.
a) La instrucción «Donum vitae» dido ‘derecho al h ijo ’. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos
derechos: el de ‘ser el fruto del acto específico del am or conyugal de
Publicada por la Congregación para la doctrina de la fe (22.2.1987), sus padres, y tiene tam bién el derecho a ser respetado com o persona
esta instrucción se form ula en su prim era parte algunas cuestiones so desde el m om ento de su con cep ció n ’»23.
bre el respeto debido a los em briones hum anos. En el n. 6 m enciona al
gunas form as de m anipulación hum ana, propiciadas p o r las m odernas
c) Conferencias episcopales
técnicas de fecundación in vitro, com o las form as híbridas de fecunda
ción y gestación, así com o el proyecto de construcción de úteros artifi
El C om ité perm anente de la C onferencia episcopal jap o n esa p u
ciales. En la apreciación del docum ento, «estos procedim ientos son
blicó, el día 3 de mayo de 1997, una declaración en la que se refiere al
contrarios a la dignidad del ser hum ano p ropia del em brión y, al m ism o
caso de la oveja «D olly» p ara negar la licitud ética de un proceso se
tiem po, lesionan el derecho de la persona a ser concebida y nacer en el
m ejante encam inado a producir seres hum anos.
m atrim onio y del m atrim onio».
El docum ento tiene gran im portancia por el esfuerzo de reflexión
Pues bien, en este m ism o contexto se alude a otras posibilidades de
«secular» que supone. Seguram ente por la situación m inoritaria en que
procreación hum ana, entre las cuales se incluye alguna fo rm a de clo
viven los cristianos en Japón, esta declaración no se lim ita a reproducir
nación22: «T am bién los intentos y las hipótesis de obtener un ser hu
la doctrina oficial de la Iglesia católica, sino que expone algunas razo
m ano sin conexión alguna con la sexualidad m ediante ‘fisió n gem e
nes éticas que pudieran ser com partidas tam bién por los no católicos:
la r’, clonación, partenogénesis, deben ser considerados contrarios a la
m oral en cuanto que están en contraste con la dignidad tanto de la pro
a) L a clonación h u m an a es contraria a las leyes de la n aturaleza en
creación hum ana com o de la unión conyugal». aquello que difiere de los principios básicos que rigen la reproducción
Sobre la filoso fía subyacente a este docum ento habrá que volver hum ana.
en la últim a parte de este capítulo. b) E xiste el peligro de que la duplicación g enética de seres hum anos se
lleve a cabo con controles poco exigentes.
c) El m ero hecho de la clonación es p o r sí m ism o una interferencia en
b) Catecismo de la Iglesia católica la vida hum ana.
d) Si los c ien tífico s in ician la d u plicación gen ética de seres hum anos
El Catecismo de la Iglesia católica, publicado en 1992, recoge
superiores prepararán el terreno para una m entalidad eugenésica gene
fundam entalm ente la doctrina expresada por la m encionada instruc ralizada.
ción por lo que se refiere a las técnicas de fecundación artificial, tan e) P roducir un herm ano o herm ana por clonación, con el fin de pro p o r
to hom ologas com o heterólogas, calificándolas com o reprobables y cionar a un herm ano o a una herm an a m édula ósea, p o r ejem plo, sería
gravem ente deshonestas respectivam ente. red u cir a los seres hum anos a m eros donantes de órganos24.
No se alude a la clonación de form a expresa, pero se repite el prin
cipio fundam ental de condena de las técnicas que provocan u n a diso
ciación de la paternidad por la intervención de una persona extraña a d) Academia pontificia para la vida
los cónyuges (C E C 2376-2377).
La A cadem ia po n tificia p ara la vida se ha pronunciado en m ás de
D esde un punto de vista m ás fundam ental y positivo recoge el Ca
una ocasión sobre el hecho y las im plicaciones éticas de la clonación:
tecismo las razones ya expresadas en aquella instrucción: «El hijo no
es un derecho sino un don. El ‘don m ás excelente del m atrim o n io ’ es
1. En el m ism o año 1997, en que el tem a de la clonación se puso
una persona hum ana. E l hijo no puede ser considerado com o un obje
de candente actualidad, la A cadem ia publicó una larga nota dividida
to de propiedad, a lo que conduciría el reconocim iento de u n preten
en cuatro partes.
22. Donum vitae I, 6. Por su profundo sentido ético merecen leerse las recomenda
ciones del Comité francés de ética: Comité consultatif national d ’éthique, Avis de re- 23. Catecismo de la Iglesia católica, 2378, donde se remite a la Donum vitae, 2, 8.
cherches sur l'embryon, Arles 1987. 24. Puede verse en Ecclesia 2855-2856 (1997) 1242-1243.
a) En la p rim era se nos ofrece u na breve noticia histórica de los - S e tiende a valorar la dignidad de la p ersona hum ana en cuanto
procesos de clonación. En ella se recogen algunos datos por todos co «copia» (aunque sólo copia b iológica) de otro ser, al que se com pro
nocidos y tam bién evocados ya en esta reflexión. m ete la asunción de su identidad psíquica.
Los progresos del conocim iento y los relativos desarrollos de las -P o r otra parte, la puesta en m archa del proceso de la clonación im
técnicas en el ám bito de la biología m olecular, genética y fecundación plicaría la supresión de num erosos em briones o fetos que, después de
artificial han hecho posible desde hace tiem po la experim entación y la su creación, fueran considerados poco aptos para su desarrollo ulterior.
realización de clonaciones en el ám bito vegetal y animal. - L a persona hum ana, y especialm ente su dim ensión corporal, se
En lo que respecta al reino anim al, se ha tratado, desde los años ría vista com o objeto de experim entación.
treinta, de experim entos de producción de individuos idénticos conse - N i que decir tiene que, contra la clonación, se levantan los m is
guidos por escisión gem elar artificial, m odalidad que im propiam ente mos argum entos que se em plean p ara la descalificació n de la fecun
se puede d efin ir com o clonación. dación in vitro, cualquiera que sea su finalidad.
El hecho de la clonación de la oveja D olly parece abrir el cam ino E sta segunda parte no se lim ita a ofrecer argum entos en contra de
para la clonación hum ana, entendida com o réplica de uno o m ás indi la licitud de la clonación, sino que presenta tam bién algunas conside
viduos som áticam ente idénticos al donante. Sobre esa posibilidad, y raciones sobre la cultura que h a generado tales perspectivas: ciencia
sin ánim o de dem onizar el progreso científico, se sitúa esta reflexión. sin valores que lleva a b u scar en la «calidad de vida» los sustitutivos
del sentido de la vida y de la salvación de la existencia.
b ) En la segunda parte, la A cadem ia estudia el hecho biológico de
Y, sobre todo, la observación de que la « m uerte de D ios» h a traí
la clonación, com o reproducción artificial sin la aportación de los dos
do el resultado previsible de la «m uerte del hom bre». E l olvido de la
gam etos, es decir, com o reproducción asexual y agám ica.
«creaturalidad» hum ana, lejos de exaltar su libertad genera nuevas for
Reconoce el docum ento que, aunque el resultado de tal operación
mas de esclavitud.
lleve a una estructura corporal m uy sim ilar a la del donante del A DN,
Este apartado term ina subrayando la diferencia entre la concepción
en la especie hum ana, de esta réplica corporal no se seguiría n ecesa
de la vida hum ana com o don del am or y la visión del ser hum ano co
riam ente una perfecta identidad de la persona, entendida en su reali
mo producto industrial.
dad tanto ontológica com o psicológica.
En consecuencia, detener el proyecto de la clonación hum ana es un
c) La tercera p arte de la nota se p lan tea abiertam ente la pregunta com prom iso m oral para todos.
por el significado antropológico de esta operación en la perspectiva de
su aplicación al ser hum ano. E sta sección afronta, en consecuencia, d) L a cuarta parte de la nota se sitúa «frente a los derechos hu m a
nos y a la libertad de la investigación».
los problem as éticos relacionados con la clonación hum ana:
-S u p o n e una radical m anipulación de la constitutiva relacionalidad Por lo que se refiere al prim er aspecto, se afirm a que la eventual
y com plem entariedad que está en el origen de la procreación hum ana, clonación hum ana representaría una violación de los dos principios en
tanto en su aspecto biológico com o en el propiam ente personalista. los que se fundam entan todos los derechos hum anos: p o r un a parte, el
-S e introduce la lógica de la producción industrial. principio de la paridad entre las personas, y por otra, el de la no dis
-C o n tra toda apariencia, la m ujer es instrum entalizada rad ical crim inación.
m ente. Se abre la perspectiva de la construcción de úteros artificiales. Por lo que se refiere al segundo aspecto, es preciso recom poner la
- En el proceso de clonación se p ervierten las relaciones fu n d a arm onía de las exigencias de la investigación científica con los valores
m entales de la p ersona hum ana: la filiación, la consanguinidad, la p a hum anos im prescindibles. L a investigación b iom édica, aun en el m ar
rentela y la procreatividad. co de su libertad, ha de estar al servicio del bien verdadero del ser h u
- S e rem eda a la «naturaleza», pero desconociendo la excedencia mano y de la sociedad25.
del hom bre respecto a su com ponente biológico.
25. Puede verse en Ecclesia 2855-2856 (1997) 1249-1251; cf. M. L. Di Pietro,
-S e sugiere que unos pocos puedan dom inar totalm ente la existen «Riflessioni sulla clonazione»: il documento della Pontificia Accademiaper la vita: Ca-
cia de los dem ás, llegando incluso a program ar su identidad biológica. miilianum 8 (1997) 195-202.
2. El 25 de agosto de 2000, L'Osservatore Romano publicó otra 4. Cuestiones éticas
declaración de la A cadem ia p o n tificia para la vida sobre la producción
y el uso cien tífico y terapéutico de las células estam inales em briona A la vista del resultado conseguido con la producción de la oveja
les. La nota consta de una prim era parte, en la que se ofrece una par D olly - y de los m onitos clónicos de O regón, obtenidos po r transfe
ticularizada explicación de los aspectos científicos de estas técnicas, y rencia de núcleos de células no diferenciadas em brionarias28- , am én
una segunda parte, en la que se abordan los problem as éticos que plan de los propósitos abiertam ente m anifestados po r algunos científicos,
tea esta práctica todavía incipiente. resulta posible cuestionar si no se estará en vísperas de la clonación de
a) R especto a la producción de em briones para la preparación de seres hum anos.
células estam inales, la A cadem ia se m uestra tajantem ente contraria. A lgunos se han pronunciado a favor de la clonación hum ana, bien
Pero lo im portante es la razón que aduce para ju stifica r su postura: para conseguir la réplica de un ser querido, bien para disponer de un
potencial donante de órganos o de m édula para un herm ano, o bien co
En base a un análisis biológico com pleto, el em brión hum ano viviente es, mo m edio para obtener un mayor núm ero de em briones para poder im
a p artir de la fusión de los gam etos, un sujeto hum ano con una identidad
plantar. D e esta form a se podrían aum entar las posibilidades de em ba
bien d efinida, que com ienza desde ese m om ento su propio desarrollo,
razo en el caso de fecundación asistida de las m ujeres infértiles29.
coordinado, continuo y gradual, de tal m odo que en ningún estadio suce
sivo puede ser considerado com o un sim ple conglom erado de células26.
Es cierto que m uchos científicos se han apresurado a adelantar que
tal procedim iento no sería útil ni necesario. Pero, aun tras esa afirm a
ción de tipo pragm ático, no pueden dejar de plantearse algunos serios
De este supuesto se deduce la inm oralidad de la ablación de la m a
sa celular interna del blastocisto, necesaria para la obtención de las cé interrogantes éticos.
lulas estam inales y, a partir de éstas, de las células diferenciadas desea
das para los fines terapéuticos propuestos. a) C uriosam ente, y com o p ara seguir el antiguo m odo de razona
miento, la prim era pregunta —utrum s it- que en este terreno se h a plan
b) C om o consecuencia de lo dicho, la A cadem ia considera ilícita teado la filosofía es precisam ente la que se refiere a la posibilidad
m oralm ente la realización de la llam ada «clonación terapéutica» a tra m ism a de que la clonación pueda llevarse a cabo en seres hum anos.
vés de la producción de em briones hum anos y su sucesiva destrucción La pregunta p o r tal posibilidad no se refiere ni a los presupuestos
para la producción de las células estam inales. Esa ilicitud se pronuncia éticos ni a las orientaciones religiosas, sino a la m ism a posibilidad o
de form a cautelar m ientras la «clonación terapéutica» im plique necesa im posibilidad real. D igám oslo con las palabras con las que un acadé
riam ente la producción de em briones hum anos y su ulterior destrucción. m ico nada sospechoso en este tem a se preguntaba sobre la irreductible
individualidad de la persona:
c) En el m arco tradicional de la responsabilidad en la cooperación,
la declaración considera ilícito utilizar las células estam inales, y las E s lo que los filósofos clásicos llam aban prin c ip io de individuación, se
células diferenciadas de ellas obtenidas, proporcionadas eventualm en gún el cual todos y cada uno de los seres hum anos tenem os una singu
te por otros investigadores o disponibles en el m ercado. Tal utilización laridad propia que nos d efin e com o personas, es decir, com o seres ú n i
cos e intercam biables en virtu d de la p ro p ia especificidad. E sto quiere
supondría una aprobación im plícita y hasta una incitación a proseguir
decir que, aunque todos seam os iguales en cuanto seres hum anos, som os
tal procedim iento.
diferentes en cuanto individuos, y si hacem os desaparecer ese reducto
C om o alternativa, la A cadem ia considera la posibilidad de utilizar
íntim o y único de nu estra individualidad habrem os desaparecido com o
células estam inales adultas para lograr los m ism os fines que se pre seres hum anos. ¿Es posible h acer desaparecer científicam ente ese re
tenden alcanzar con las células estam inales em brionales27. ducto íntim o de la p ro p ia p e rso n alid ad m ediante la clonación de seres

26. Además de los textos ya conocidos del magisterio, se remite al estudio de A. 28. Cabe anotar que el gobierno federal norteamericano ha empezado a subven
Serra-R. Colombo, Identitá e statuto dell’embrione umano: il contributo della biología, cionar investigaciones para la clonación de simios, con el fin de conseguir vacunas efec
en Identitá e statuto dell’embrione umano, 106-158. tivas contra el sida o enfermedades genéticas como la retinitis pigmentosa.
27. Una traducción castellana de esta declaración puede encontrarse en Ecclesia 29. Cf. J. A. Robertson, The Question o f Human Cloning: HastingsCRep 24/2
3013 (9.9.2000)35-38. (1994)6-14.
hum anos? H e aquí la gran p regunta que la filosofía hace a la ciencia, ne del carácter y de la reactividad em otiva tan sem ejantes a los del padre
gándose - a l m enos, de m o m e n to - a adm itir sem ejante posibilidad30. genético que harían bastante difícil el ejercicio pleno de la libertad indi
vidual. N o es que el individuo clonado no sea radicalm ente libre, aun en
Son m uchos, en efecto, los que se preguntan si la clonación no nie condiciones m ás difíciles que los dem ás, pero todo el sentido y la direc
ga la unicidad e individualidad de la persona. U n proceso técnico se ción de esta libertad estarían señalados y fuertem ente condicionados por
m ejante constituiría una especie de m anipulación de los orígenes de la el hecho de que ésta sólo puede ejercitarse a partir de un aspecto, de un
vida que llevaría a tratar a los nuevos seres no com o individuos únicos conjunto de capacidades y de inclinaciones decidido de m odo com pleto
p o r otros hom bres. E sto rep resentaría una violación de la dignidad h u
y autodeterm inantes, sino m ás bien com o productos fungibles, m ani-
m ana, cuyo respeto requiere al m enos que no se atente voluntariam ente
pulables a voluntad.
(y no casualm ente o p o r efecto de m ecanism os naturales) contra la u n i
Por el contrario, tanto desde el cam po de la técnica cuanto desde el cidad biológica del nascituro, en consideración con la estrecha relación
pensam iento, y com o ya se ha sugerido m ás arriba, no faltaría quien que tal unicidad tiene con la percepción de la propia unicidad personal33.
respondiera al académ ico que la ciencia no pretende ni puede suprim ir
ese reducto íntim o de la propia personalidad. Se subraya tam bién, por De todas form as, no deja de ser im portante que una de las prim eras
otra parte, que la identidad y unicidad de la persona depende m enos del preguntas surgidas ante la posibilidad de tan aventurada m anipulación
capital genético que de las experiencias de la misma. El afecto o el des sea precisam ente la relativa a la identidad m etafísica de la persona.
dén que recibe, sus decisiones e inhibiciones, sus logros y m alogros
van m arcando las líneas y el ritm o del paso que va de la personeidad a b) A lgunos otros interrogantes se refieren a un terreno m ás técni
la personalidad. N o es el genom a el que determ ina totalm ente la iden co. Por ejem plo, cabe preguntarse sobre el eventual com portam iento
tidad de la persona, sino que el am biente y el contexto histórico influ de unas células a las que h ab ría que som eter a inactividad m etabólica,
yen de form a notable en la expresión de los genes31. como se hizo con las de la oveja «m adre». Es preciso tener en cuenta
Es m ás, los defensores de estas prácticas no dudan en com parar la que algunas m anipulaciones pueden dar resultados im predecibles.
clonación técnica con la gem elación producida de form a natural, que Si la clonación de seres hum anos ha de ser rechazada, y creem os
en m odo alguno puede ser considerada com o inm oral. D esde la otra que así es, ello se debe, en un caso, a la m anipulación de los em brio
ladera, a esta objeción responden algunos negando la posibilidad de nes que están en juego y a la pérdida de los m ism os que con frecuen
parangonar am bos procesos, sobre todo desde el punto de v ista de la cia supone y, en el caso de las células m aduras, a la pérdida de respe
finalidad objetiva del proceso. M ientras que la gem elación natural es to a la dignidad y singularidad de la persona hum ana. N o en vano se
un accidente inevitable, la clonación im plica la m anipulación de un fu ha recordado que para obtener a la oveja «D olly», sus creadores tuvie
turo ser hum ano y la im posición de la identidad genética com o resul ron que im plantar 277 núcleos de células en otros 277 óvulos, de los
tado de un a decisión arbitraria32. A sí se expresa un conocido especia que sólo sobrevivieron 29, que im plantados en 13 ovejas sólo dieron el
lista en el cam po de la bioética: resultado final de un único ejem plar. L a eventualidad de los fracasos
y, especialm ente, de un gran núm ero de pérdidas de em briones hu m a
Es una herida difícilm ente soportable para la libertad de un individuo el
nos no puede silenciarse.
saberse determ inado de m odo com pleto por una decisión ajena, aunque
De todas form as, y sin apartarnos de este cam po, consideram os un
solam ente se refiera a los caracteres dependientes del A D N nuclear: los
trazos decisivos del aspecto físico y, probablem ente, algunos aspectos tanto cínico un razonam iento que se lim itara a form ular un juicio ético
a partir de las consecuencias, sin tener en cuenta la m oralidad objetiva
30. J. L. Abellán, Clonación y biodiversidad: El País (12.4.1997) 12. de la m ism a operación técnica. H a sido frecuente pronunciarse negati
31. Cf. National Advisory Board on Ethics in Reproduction (1994), Report on Hu vamente sobre la clonación de seres hum anos a partir de la hipótesis de
man Cloning Through Embryo Splitting: an Amber Light: Kennedy Institute of Ethics
la producción de ejércitos de hom bres crim inales, creados a im agen y
Journal 4/3, 251 -282. Es preciso subrayar que esa mesa nacional (Board) considera con
denable la clonación precisamente por disminuir el valor de los embriones y seres hu semejanza de un siniestro dictador. E s preciso subrayar que el procedi-
manos tratándolos como objetos disponibles para cualquier empleo.
32. Cf. R. A. McCormick, Blastomere Separation: Some Concerns: HastingsCRep 33. R. Mordacci, La clonazione: aspetti scientifici eproblemi etici: Aggiornamen-
24/2 ( 1994) 664-667. ti Sociali 48 (1997) 581-582; Id., Bioética della sperimentazione, Milano 1997. 1
m iento no sería m ás aceptable si se tratase de conseguir toda una m ul D esde un punto de vista ético es preciso preguntarse si esta nueva
titud de em inentes científicos, de filántropos, de santos o de artistas. técnica se basa en la producción de un em brión hum ano que ha de ser
destruido para poder realizar los cultivos celulares de tejidos y even
c) A todas estas reflexiones se pueden unir evidentem ente las tres tualm ente de órganos hum anos. De ser así, tal procedim iento sería lí
razones que inform an el discurso del citado docum ento vaticano D o cito para los que postulan un «estatuto del em brión hum ano» com o no
num vitae cuando trata de afirm ar la inviabilidad ética de la fecunda personal, durante los prim eros catorce días de su desarrollo, cuando
ción artificial. todavía no tiene fijadas las propiedades de unicidad (ser único e irre
En prim er lugar, se refiere aquella instrucción a la inseparable u ni petible) y de unidad (ser uno solo) que determ inan su individualidad.
dad entre el aspecto unitivo y el procreativo de la sexualidad hum ana, El procedim iento sería ilícito para todos aquellos que consideran que
que se vería quebrada por las m odernas técnicas de reproducción. Si tal con la m ism a fecundación ha com enzado el proceso de la vida hum a
razón era discutible en el contexto de la insem inación conyugal, cono na y personal, que no puede sacrificarse para otros fines distintos a los
cida com o el caso m ás sim ple, se convierte en determ inante en el hi de su p ropia pervivencia34.
potético caso de la clonación hum ana.
En segundo lugar, se apelaba allí al derecho del nascituro a ser pro
creado en el seno del m atrim onio. La clonación abre las puertas a la 5. Conclusión
obtención de seres hum anos sin ninguna referencia a un m arco m atri
m onial o conyugal. La cuestión de la posibilidad de producir seres hum anos por medio
Y, por últim o, se subrayaba en la instrucción la naturaleza del m is de un proceso de clonación suscita evidentem ente otros interrogantes
mo m atrim onio, que conlleva el derecho y la vocación del am or a tras antropológicos fundam entales, que se refieren a la m ism a constitución
cenderse en una procreación que podríam os llam ar dialogal, en cuan y com prensión de la persona. ¿Qué tipo de «hom bre» vam os a construir
to representa un lenguaje y una colaboración con y sólo con el otro por m edio de técnicas com o ésta? Por otra parte, ¿tenem os derecho a di
cónyuge. D e nuevo, la clonación hum ana podría negar en la práctica señar a una persona según un proyecto previo? ¿N o la privaríam os en
esa referencia a un encuentro de am or personal, íntim o y exclusivo. ese caso de su singularidad genética? Y, por fin, ¿no estarem os planifi
cando un m undo en el que la exclusión del azar significará tam bién la
d) Es interesante com probar que la cuestión sobre la clonación hu
pérdida de la libertad? En éste, m ás que en otros m uchos m om entos en
m ana haya sido vinculada al m ás im portante de los principios ecológi
que encuentra una correcta aplicación, nos gustaría repetir la fam osa
cos, com o es el de la biodiversidad, «según el cual todo ecosistem a ne
expresión de los clásicos: «Ignorantia futuri, conditio libertatis».
cesita para m antenerse estable y sano la diversidad biológica que lo
La reflexión ética se form ula todavía otro interrogante íntim am en
alim enta; la destrucción de cualquier factor aislado del m ism o acaba,
te vinculado a éste. ¿A lguien h a pensado que la «suerte» de una perso
por tanto, destruyendo o degradando el conjunto». Así se expresa el ci
na perfecta, «diseñada» técnicam ente, tal vez no sea equiparable con la
tado J. L. A bellán, para añadir que ese principio puede y debe aplicarse «suerte» de una persona generada por am or? En este contexto, es obli
también al ser hum ano, com o ha dem ostrado la antropología m ediante gado citar el pensam iento de H ans Joñas. Este conocido pensador es
los conceptos de endogam ia y exogamia. El equilibrio entre am bas es el cribe, en efecto, que la clonación es «el m étodo m ás despótico y en el
equivalente hum ano de la biodiversidad de la naturaleza. U n m undo de m ism o tiem po la form a m ás esclavista de m anipulación genética: su
seres hum anos idénticos, sería un m undo de seres num erados y, en con objetivo no es una m o dificació n arbitraria de la sustancia hereditaria,
secuencia un m undo em pobrecido y, a fin de cuentas, inhumano.
34. J. R. Lacadena, Clonación humana terapéutica: Vida Nueva 2.173 (1999) 30-31;
e) R especto a las nuevas técnicas de clonación hum ana «terapéuti cf. S. Montarían, Nascere in ospedale, Acireale 1995, 110-117: «L’embrione é persona?».
ca», parece no caerían dentro de las prohibiciones form uladas p o r la A este propósito resulta iluminador el artículo del eminente científico José Botella Llusiá,
D eclaración universal de la U N E SC O sobre el genom a hum ano y los La clonación, en ABC (22.9.2000) donde, tras recordar el «impulso tanático» de los clo
nes, o tendencia inevitable hacia la vejez y hacia la muerte, afirma: «Todos estos proyec
derechos hum anos (11.11.1997), por el citado Protocolo (12.1.1998) a tos (de clonación terapéutica) parecen maravillosos y están encaminados a un gran pro
la C onvención europea sobre los derechos hum anos y la biom edicina. greso de la medicina, pero suponen la creación de seres humanos que se sacrifican».
sino precisam ente su igualm ente arbitraria fijación en contraste con la
estrategia dom inante en la naturaleza»35.
Por otra parte, no falta quien ha observado que la clonación traería CÉLULAS MADRE
entre otras consecuencias la dism inución del aprecio hacia la diversi
dad de las personas y la m engua de atención hacia los individuos ya
existentes de los que se hicieran las copias36.
En consecuencia, parece razonable solicitar de los científicos una
consideración que generalm ente no les resulta ajena: L a técnica nece
sita siem pre una palabra y una guía ética. N o todo lo que se «puede»
técnicam ente hacer, se debe intentar. Es preciso considerar el ser hu B ibliografía: M . L. di Pietro, L a p roduzione e la ricerca sulle cellule stam ina-
m ano com o un fin en sí m ism o y no com o un m edio para la obtención li n el dibattito b io etico : C am illianum 12 (2001) 299-320; P. Ferrara, Cellule
de otros «productos». stam inali, en N uovo dizionario di bioética, 165-171; J. R. L acadena, Células
Pero, al m ism o tiem po, la sociedad entera ha de adquirir la con troncales em brionarias hum anas: F ines y m edios, en J. J. Ferrer-J. L. M artínez
ciencia de que el deseo de un hijo no nos ofrece una patente de corso (eds.), B ioética: un diálogo plural, M adrid 2002, 117-152; J. L. M artínez (ed.),
C élulas troncales hum anas. A sp ecto s científicos, éticos y ju ríd ic o s, M adrid-
para lograrlo p o r cualquier procedim iento. Frente al eventual «dere
B ilbao 2003; A. Serra-E. Fuchs-J. A. Segre, Stem eells: a new lease on Ufe: Cell
cho» de los progenitores, es preciso p ensar en el «derecho» del hijo a
100 (2000) 143-155.
ser concebido en y p o r m edio de un encuentro am oroso de un hom bre
y una mujer, que se han entregado m utuam ente en libertad, dentro de
un proyecto de unicidad, definitividad y fecundidad. L a clonación anim al ha ganado altas cotas de publicidad con m oti
vo del caso de la oveja Dolly. L a m ism a term inología relativa a la «clo
nación» se ha hecho fam iliar hasta en los am bientes m ás sencillos.
Según la Pontificia A cadem ia pro vida, «la novedad del hecho es
doble. E n prim er lugar, porque se trata no de una escisión gem elar, si
no de una novedad radical definida como clonación, es decir, de una re
producción asexual y agám ica encam inada a producir individuos bioló
gicam ente iguales al individuo adulto que proporciona el patrim onio
genético nuclear. En segundo lugar, porque, hasta ahora, la clonación
propiam ente dicha se consideraba imposible. Se creía que el DNA de las
células som áticas de los anim ales superiores, al haber sufrido ya el im-
printing de la diferenciación, no podía en adelante recuperar su com
pleta potencialidad original y, por consiguiente, la capacidad de guiar el
desarrollo de un nuevo individuo. Superada esta supuesta imposibilidad,
parecía que se abría el cam ino a la clonación hum ana, entendida como
réplica de uno o varios individuos som áticam ente idénticos al donante».
35. H. Joñas, Cloniamo un uomo: da ll’eugenetica all'ingegneria genetica, en Téc L a posibilidad de la clonación reproductiva hum ana parece haber
nica, medicina ed etica, Torino 1996, 122-154, hic p. 136; Id., Preguntas sobre la clo
nación'. CuBio 8 (1997) 692-696. suscitado una reprobación unánim e por parte de la com unidad cientí
36. F. Kamm, Moral Problems in Cloning Embryos: American Philosophical As- fica y de las m ás variadas instituciones. D e hecho, el C onsejo de E u
sociation Newsletter on Philosophy and Medicine 24 (1994) 91; cf. L. Aristondo, Clo ropa acordó en 1997 la prohibición de la clonación reproductiva o ex
nación: perspectivas. Apuntes para una reflexión cristiana sobre clonación: Lumen 46
perim ental de seres h u m an o s’. Sin em bargo, las preguntas sobre la
(1997) 213-246; A. Brighenti, Engenharia genética e clonagen. Algumas implicagoes
éticas: REB 57 (1997) 379-386; A. Pardo, La clonación humana: Dolentium hominum
36(1997) 28-31; J. Reiter, Klonen von Tieren und Menschen. Bioethik a u f der Suche 1. Para una introducción al tema cf. J. R. Lacadena, Genética y bioética, Bilbao
nach cthischen Grenzen: StiZT 122 (1997) 363-373. 2002, 205-242; N. M. López Moratalla, Células madre, en Consejo pontificio para la fa-
posibilidad de la clonación terapéutica no dejan de hacerse cada día no em brionarias probablem ente no poseen el m ism o potencial que las
m ás aprem iantes. A este segundo cam po se lim ita nuestra reflexión2. em brionarias p ara desarrollar la m ism a cantidad de tipos de tejidos.
Otras investigaciones, por el contrario, confirm an las posibilidades
de las células procedentes de tejidos adultos.
1. Utilización de células troncales C on posterioridad a este inform e, tam bién los Institutos nacionales
de salud (NIH ) de E stados U nidos se han pronunciado a favor de la in
En la actualidad asistim os a un gran debate en torno a la p o sib ili vestigación con células troncales em brionarias.
dad y licitud de utilizar células m adre con finalidades terapéuticas. El
dilem a se plantea entre la utilización de células troncales procedentes
de tejidos u órganos adultos hum anos (células A S) o bien de células b) Recomendaciones para España
troncales em brionarias (células ES). El debate que sigue suscitándose
En España, el G obierno creó en abril de 2002 el C om ité asesor de
en el terreno cien tífico-técnico no podía pasar de largo ante las pre
ética para la investigación científica y tecnológica en el seno de la Fun
guntas que surgen en el cam po ético.
dación p ara la ciencia y la tecnología (FECY T). El 27 de febrero de
L as respuestas éticas a estas cuestiones no brotan en el vacío. Su
2003, este C om ité entregó al m inistro de C iencia y tecnología un largo
ponen una situación en la que la sociedad trata de darse unas orienta
inform e que incluye once recom endaciones sobre la investigación con
ciones ante problem as que le resultan nuevos. Tales orientaciones na
células troncales. En él se afrontan tam bién los problem as éticos que
cen de com ités especializados o bien de instancias supranacionales.
esta com porta. A sí se expresa, por ejem plo, la recom endación segunda:
L a investigación con células troncales adultas hum anas no g enera una
a) Informe Donaldson pro b lem ática ética esp ecifica, dado que se obtien en a p a rtir de tejidos
adultos. U na situación sim ilar se p roduce en el caso de la o btención de
C om o se sabe, a finales del año 1998 el gobierno del R eino U nido
dichas células a p a rtir de cordón um b ilical o de fetos a b ortados. C o n
publicaba el Informe Donaldson, redactado por una com isión de ex siderando el g ran potencial plástico de estas células, este C om ité reco
pertos en clonación. En él se presenta una visión científica de las po m ienda que se intensifique la investigación en estos tipos celulares,
sibilidades terapéuticas y de las lim itaciones éticas y técnicas de la
clonación. En conexión con ese tratam iento, se analiza tam bién el uso En contraposición con esta apreciación se sitúa la recom endación
de células troncales con fines terapéutico-experim entales. cuarta, en la que se m enciona la problem ática que suscita la utilización
El Informe Donaldson , recoge las posibilidades terapéuticas que se
de células troncales em brionarias:
pueden derivar de las células troncales em brionarias, aunque tam bién
m enciona la posibilidad de conseguir otro tipo de células troncales no L a investigación con células troncales em b rio n arias sí g en era pro b le
em brionarias que evitarían el uso y destrucción de em briones. D e he m as éticos, y a que deb en obtenerse a partir de em briones tem pranos.
E ste C om ité conoce dicha problem ática, y estim a que el em brión tem
cho, en el punto 4 del docum ento, se recuerda que se pueden obtener
p ran o tiene un v alor y m erece especial respeto, pero que este v alor es
células troncales procedentes de tejidos adultos tanto en el cordón um
ponderable con respecto a otros valores.
bilical de los recién nacidos com o en la m édula ósea de personas adul
tas, e incluso a partir de células diferenciadas de adulto.
N o se puede dejar de no tar la am bigüedad de estas afirm aciones.
En el punto 5 se valoran las ventajas del uso de células em briona
¿Qué se entiende por valor? ¿Q ué otros valores tolera la ponderación
rias sobre las de tejidos adultos, y se afirm a que estas células m adre
del valor del em brión?
milia, Lexicón, Madrid 2004, 93-104; P. Ferrara, Cellule siaminali, en NDB 165-171; V M uy cuestionable es la recom endación sexta sobre la utilización de
Bellver Capella, Células madre, en F. J. Blázquez-Ruiz (dir.), 10palabras clave en nue em briones sobrantes. E n cam bio, parece m ás plausible la recom enda
va genética, Estella 2006, 157-186; L. M. Pastor, Células madre, en DB 155-165. ción novena, p o r la que se desaconseja «la creación específica de em
2. Sobre las posibilidades de la clonación, cf. G. E. Pence, Who ’s Afraid o f Human
Cloning?, Lanham-Boulder-New York-Oxford 1997; S. Grisolía (ed.), Trasplantes y clo
briones hum anos con el fin directo de generar células troncales para la
nación de células humanas en el siglo XXI, Madrid 2001. investigación». Y, por últim o, nos resulta decepcionante la recom enda
ción undécim a que, contra todo lo dicho anteriorm ente, parece equipa A unque no aborda el tem a de las células troncales, en el contexto de
rar la investigación con células troncales em brionarias y adultas3. su reflexión sobre el aborto la encíclica considera el tem a de la identi
L a nueva ley 14/2006, de 26 de m ayo, sobre técnicas de reproduc dad del fruto de la concepción, el cual, según algunos, «al m enos hasta
ción hum ana asistida deja abierta la posibilidad de la m anipulación e un cierto núm ero de días, no puede todavía ser considerado un a vida
investigación sobre los (pre)em briones sobrantes de las técnicas allí hum ana personal» (EV 60a). El texto contesta afirm ando la presencia
contem pladas (art. 15 y 16). de una nueva vida en el em brión y para ello se rem ite a dos docum entos
anteriores de la Santa Sede, publicados am bos por la C ongregación p a
ra la doctrina de la fe, el uno sobre el aborto (18.11.1974) y el otro, la
2. Doctrina de la Iglesia católica conocida instrucción Donum vitae, sobre el respeto a la vida hum ana
naciente y la dignidad de la procreación (22.2.1987). Sobre ellos volve
A ntes de resum ir la doctrina de la Iglesia católica sobre cualquier remos después de una form a un poco más amplia.
cuestión m oral, parece oportuno incluir dos consideraciones, una sobre D e am bas declaraciones, la encíclica deduce una consecuencia éti
la fundam entación de sus juicios y otra sobre el rango de sus pronun ca, basada en el antiguo principio del tuciorism o, que enfatiza la n e
ciamientos.
cesidad de tutelar la vida hum ana tam bién en las situaciones m arcadas
En prim er lugar, nos asalta siem pre el tem or de p oder sugerir que
por el interrogante de la probabilidad:
ésta haya de ser concebida según los esquem as nom inalistas al uso. Son
m uchos los que piensan que la Iglesia pretende fundam entar en sus pro E stá e n ju e g o algo tan im portante que, desde ei punto de vista de la obli
pios pronunciam ientos las determ inaciones sobre el bien y el m al. C o gación m oral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una p e r
m o si algo fuera m alo por estar prohibido. El juicio ético expresado en sona para ju stific ar la m ás rotunda prohibición de cualquier intervención
destinada a elim inar un em brión hum ano. P recisam ente p o r esto, m ás
los docum entos de la Iglesia pretende apoyarse en una valoración an
allá de los debates científicos y de las m ism as afirm acio n es filo só ficas
tropológica de los procesos. Si algo se considera éticam ente inacepta
en las que el m agisterio no se ha com prom etido expresam ente, la Iglesia
ble, no es debido a una eventual prohibición, sino en razón de su inade
siem pre ha enseñado que al fruto de la generación h um ana, desde el pri
cuación con la verdad últim a del ser hum ano.
m er m om ento de su existencia, se ha de g arantizar el respeto incondi
Por otra parte, es necesario advertir que la doctrina de la Iglesia se cional que m oralm ente se le debe al ser hum ano en su totalidad y u nidad
encuentra recogida en docum entos de m uy diverso calado y autoridad. corporal y espiritual (E V 60b)4.
E n la reflexión teológica fundam ental h a ocupado siem pre un puesto
im portante la cuestión de la jerarquización de los lugares teológicos y, C om o se expone en otro capítulo de esta obra, la postulación del
m ás en concreto, de los diversos pronunciam ientos del m agisterio au
respeto al em brión, en cuanto p ersona hum ana, es constante en las n u
téntico de la Iglesia. N o tiene la m ism a im portancia una encíclica p a
m erosas ocasiones en las que el papa Juan Pablo II ha incluido en sus
pal que la declaración de una com isión, po r especializada que sea.
escritos sus reflexiones y exhortaciones sobre el aborto voluntario.
En la carta apostólica Novo millennio ineunte, firm ad a por el papa
a) Doctrina pontificia al finalizar el gran Jubileo del año 2000 (6.1.2001), se encuentra un
párrafo interesante sobre el uso de las nuevas tecnologías en la m an i
El texto m ás im portante sobre las m odernas cuestiones bioéticas es pulación de la vida hum ana:
la encíclica Evangelium vitae , publicada po r el papa Juan Pablo II so
bre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. El serv icio al hom bre n o s obliga a proclam ar, o p o rtu n a e in o p o rtu n a
m ente, que cuantos se valen de las nuevas potencialidades de la ciencia,
3. Cf. un buen comentario a este informe en J. R. Lacadena, La investigación con cé especialm ente en el terre n o de las biotecnologías, nunca h an de ignorar
lulas troncales humanas en España: Vida Nueva 2372 (5.4.2003) 24-30; cf. también Id.,
Genética y bioética: fines y medios, en M. Rubio-V García-V G. M ier (eds.), La ética 4. Cf. A. Serra, L'embrione umano, en G. Russo, «Evangelium vitae». Commento
cristiana hoy: horizontes de sentido. Homenaje a Marciano Vidal, M adrid 2003, 557-578; all'encíclica sulla Bioética, Torino 1995, 88-104; Id., Pari dignitá all'embrione umano
Id., Clonación terapéutica humana en el horizonte científico, en C. M. Rom eo Casabona nell 'encíclica «Evangelium vitae», en E. Sgreccia-D. Sacchini (eds.), «Evangelium vi
(ed.), Investigación con células troncales, M adrid 2004, 43-54. tae» e bioética. Un approccio interdisciplinare. Milano 1996, 147-173.
las exigencias fundam entales de la ética, apelando tal vez a u n a discu E l ser h um ano debe ser respetado y tratado com o p ersona desde el ins
tible so lid arid ad que acaba p o r d isc rim in ar entre vida y vida, con el tante de su concepción y, p o r eso, a p artir de ese m ism o m om ento se le
desprecio de la dignidad p ropia de cad a ser hum ano (N M I 51). deben reconocer los derechos de la persona, p rincipalm ente el derecho
inviolable de todo ser hum ano inocente a la vida6.
El texto p arece referirse ya a diversas técnicas, m ediante las cuales
una vida hum ana, po r incipiente que fuera, podría ser m anipulada e in La Instrucción vaticana recuerda tam bién otros docum entos ante
cluso destruida con el fin de b eneficiar a otro ser hum ano enferm o. El riores, com o la conocida declaración sobre el aborto procurado, publi
principio em pleado para la articulación del juicio ético es aquí el de no cada por la m ism a C ongregación el 18 de noviem bre del 19747.
discrim inación entre un ser hum ano y otro p o r razón de cualidades ad L a postulación del respeto al em brión, en cuanto p ersona hum ana
jetiv ales y no sustantivas. desde su concepción es un dato constante tam bién en estos docum en
E ste texto ha sido recordado po r el papa Juan Pablo II en su M en tos oficiales de la Iglesia8.
saje para la XI Jo m ada m undial del enferm o (11.2.2003). En él expre
sa un franco aprecio por «el esfuerzo y el sacrificio de quien, con en
c) Pontificia Academia para la vida
trega y profesionalidad, contribuye a elevar la calidad del servicio
ofrecido a los enferm os, respetando su dignidad inviolable». E sas pala Junto a estos docum entos de estilo tradicional, debem os m en cio
bras, que resultarían esperables ciertam ente en el contexto de un m en
nar otros de nuevo estilo que han ido apareciendo en los últim os tiem
saje destinado a m otivar una Jornada m undial del enferm o, se aplican a
pos. La doctrina de la Iglesia sobre cuestiones especialm ente difíciles
continuación a las intervenciones terapéuticas, la experim entación y los
en el terreno de las ciencias de la vida se está m anifestando p o r m edio
trasplantes para concluir con la afirm ación de un principio fundam en
de docum entos firm ados no por dicasterios de tanto peso com o la C on
tal de claro sabor kantiano: «N unca es lícito m atar a un ser hum ano p a
gregación para la doctrina de la fe, sino p o r la P ontificia A cadem ia p a
ra curar a otro»5.
ra la vida.
Estas palabras no han pasado inadvertidas a los interesados por las
L a segunda peculiaridad se m anifiesta en la estructura y contenido
cuestiones m orales y han sido entendidas por m uchos com o una vela
de los textos. En ellos se dedica un am plio espacio a la exposición del
da referencia a las cuestiones éticas suscitadas por la p o sib ilid ad del
estado actual de la investigación correspondiente, con abundante apa
em pleo de células troncales em brionarias con finalidad terapéutica.
rato bibliográfico. D espués dedican una gran atención a las cuestiones
éticas, ofreciendo un planteam iento que evidentem ente habrá de estar
b) Organismos de la Curia romana concorde con la doctrina del m agisterio.
Sobre el tem a que nos ocupa han aparecido un docum ento sobre la
C om o se acaba de sugerir, el principal de los docum entos elabora clonación y dos sobre las células troncales.
dos por las C ongregaciones rom anas sobre el origen de la vida h u m a
na es la Instrucción Donum vitae, publicada el día 22 de febrero de 6. Congregación para la doctrina de la fe, Instr. Donum vitae , sobre el respeto de la
vida humana naciente y la dignidad de la procreación (22.2.1987), I, 1: AAS 80 (1988) 79;
1987 por la C ongregación para la doctrina de la fe, cuando aún no se
cf. W. E. May, Catholic Bioethics and the Gift o f Human Life , Huntington IN 2000, 79-85;
planteaban con tan ta urgencia ni tantas presiones las cuestiones rela D. Tettamanzi, Nuova bioética cristiana, Casale Monferrato 2000, 329-342.
tivas a la clonación. 7. Congregación para la doctrina de la fe, Declaración sobre el aborto procurado
La prim era p arte del docum ento está redactada de form a p ed ag ó (18.11.1974), 12-13: AAS 66 (1974) 738; sobre las argum entaciones bioéticas funda
mentales, cf. S. Leone, Laprospettiva teologica in bioética, Acireale 2002, 370-400.
gica siguiendo un esquem a de seis preguntas y respuestas. L a prim era 8. Cf. A. Bompiani, II dibattito sullo statuto ontologico egiuridico dell’embrione ,
de ellas plantea el respeto que m erece el em brión hum ano. El docu en Bioética dalla parte dei deboli , Bologna 1995, 91-124; A. Serra-R. Colom bo, Iden-
m ento responde diciendo que el em brión hum ano ha de ser respetado titá e statuto dell'embrione umano: il contributo della biología, en Pontificia Accade-
mia pro vita, Identitá e statuto d ell’embrione umano , Cittá del Vaticano 1998, 106-158;
com o persona desde el m om ento de la fecundación: M. Aram ini, Introduzione alia Bioética , M ilano 2001, 204-220; S. Leone, La prospetti
va teologica in bioética, 317-342, donde se ofrece un detallado análisis de los docu
5. Puede verse este m ensaje en Eeclesia 3140 (15.2.2003) 34-35. mentos magisteriales.
1. Efectivam ente, la P ontificia A cadem ia pro vita hizo públicas el C ontra lo que parece a prim era vista, las razones que fundam entan
año 1997 unas Reflexiones sobre la clonación, en las que se toca de el carácter inhum ano de la clonación aplicada al hom bre no se deben
form a tangencial esta cuestión que aquí nos interesa. al hecho de ser una form a excesiva de pro creació n artificial. Lo arti
A firm a el docum ento que la clonación hum ana es un a m anipula ficial no es m alo objetivam ente por el m ero hecho de su artificiosidad.
ción radical de la relacionalidad y com plem entariedad constitutivas, L a razón del rechazo a la clonación radica tanto en el «qué» com o en
que están en la base de la procreación hum ana, tanto en su aspecto bio el «cóm o» de la intervención. Es decir, en la negación de la dignidad
lógico com o en el propiam ente personal. Se considera que, en realidad, de la p ersona sujeta a clonación y en el atentado que se produce con
reduce el significado específico de la reproducción hum ana y pervier tra la dignidad de la procreación hum ana9.
te las relaciones fundam entales de la persona, com o la filiación, la con
sanguinidad, el parentesco y la paternidad o maternidad. 2. A esa declaración inicial sobre la clonación, en m enos de cinco
M ediante la práctica de la clonación - s e d ic e - se alim enta la idea m eses la Pontificia A cadem ia para la vida h a añadido otros dos docu
de que algunos hom bres pueden tener un dom inio total sobre la exis m entos sobre las células troncales. El prim ero es una Declaración so
tencia de los dem ás, hasta el punto de program ar su identidad biológi bre la producción y uso científico y terapéutico de las células madre
ca. E sta concepción selectiva del hom bre favorecerá la convicción de embrionarias humanas 10. El segundo lleva por título Células madre hu
que el valor de la persona no depende de su identidad personal, sino manas autólogas y transferencia de núcleo 11.
sólo de las cualidades biológicas que pueden apreciarse y, p o r tanto,
ser seleccionadas. a) L a prim era de estas declaraciones exam ina el caso de los em
Se añade, adem ás, que si el proyecto de clonación hum ana preten briones com o fuente de células troncales o células m adre. C onsta de
de detenerse «antes» de la im plantación en el útero, tratando de evitar dos partes, una científica y la otra ética.
al m enos algunas de las consecuencias señaladas, resulta injusto des E sta segunda es la m ás im portante p ara esta reflexión. En ella se
de un punto de vista m oral. En efecto, lim itar la prohibición de la clo afirm a la ilicitud de varias prácticas de investigación:
nación al hecho de im pedir el nacim iento de un niño clonado perm iti -N o son éticas ni la producción de em briones hum anos con vistas
ría de todos m odos la clonación del em brión-feto, im plicando así la a obtener células m adre, ni la utilización para el m ism o fin de em
experim entación sobre em briones y fetos, y exigiendo su supresión briones sobrantes de la fecundación in vitro'2. Para apoyar su juicio, la
antes del nacim iento, lo cual m an ifiesta un proceso instrum ental y D eclaración acude a algunos textos anteriores del m agisterio eclesiás
cruel respecto al ser hum ano. tico. A ellos añade, adem ás, un argum ento racional:
O tra razón antropológica contra tal experim entación es la arbitra B asándonos en un análisis biológico com pleto, el em brión hum ano v i
ria concepción del cuerpo hum ano, que parece quedar reducido de es vo es - a p a rtir de la fusión de los g a m e to s- un sujeto hum ano con una
ta form a a sim ple instrum ento de investigación. identidad bien d e fin id a que, en ese m ism o m om ento, com ienza su p ro
En consecuencia, es inm oral la clonación porque tam bién el ser pio desarrollo de fo r m a coordinada, continua y g radual, de m odo que
clonado es un «hom bre», aunque sea en estado em brional. Y el hom en ningún estadio u lte rio r p o d rá ser tenido com o una m era m asa celu-
bre ha de ser tratado siem pre y en todos los casos com o fin y com o va
9. Puede verse el texto de esta declaración en Ecclesia 2855-2856 (1997) 1249-
lor, y nunca com o un m edio o sim ple objeto.
1251; cf. M. L. di Pietro, «Rijlessioni sulla clonazione»: il documento della Pontificia
Por otra parte, la posible clonación hum ana significaría una viola Academia per la vita'. C am illianum 8 (1997) 195-2002; D. Tettamanzi, Dizionario di
ción de los dos principios fundam entales en los que se b asan todos los bioética, Casale M onferrato 2002, 99-103.
derechos del hom bre: el principio de igualdad entre los seres hum anos 10. Pontificia A cadem ia pro vita, Dichiarazione sulla produzione e sull 'uso cienti-
jico e terapéutico delle cellule staminali embrionali umane'. L’OR (25.8.2000); versión
y el principio de no discrim inación. E l principio de igualdad entre los cast. en E cclesia 3013 (9.9.2000) 35-38.
seres hum anos es vulnerado po r esta posible form a de dom inación del 11. Pontificia Academia pro vita, Cellule staminali umane autologhe e trasferimen-
hom bre sobre el hom bre y es evidente la discrim inación en to d a la to di núcleo'. L’OR (5.1.2001).
12. Las diversas opiniones de los pensadores católicos sobre el eventual «rescate»
perspectiva selectiva-eugenista inherente en la lógica de la clonación. de los em briones congelados se encuentran expuestas y evaluadas por W. E. May, Ca-
Asi lo consideran diversas resoluciones del Parlam ento europeo. tholic Bioethics and the Gift o f Human Life, 94.108.
lar. De ellos se sigue que, com o «.individuo hum ano», tiene derecho a su D esd e el punto de vista científico, este procedim iento no p resen
vida propia (...). Por lo tanto, la ablación de la m asa celular interna del ta, po r el m om ento, pruebas experim entales sólidas. C ientíficam ente
blastocisto que altera grave e irreparablem ente al em brión hum ano, d e no se perciben diferencias epigenéticas im portantes respecto al prim er
teniendo su desarrollo, es un acto gravem ente inm oral y, por tanto, gra procedim iento. N adie ha dem ostrado p o r ahora la posibilidad de llegar
vem ente ilícito (n. 1-3).
a estas estructuras directam ente desde el óvulo fecundado, sin pro d u
cir un em brión. La carga de la prueba de que esta técnica no conlleva
A ju ic io de la D eclaración, tales intervenciones nu n ca están m o
la generación de un em brión corresponde a quienes proponen esta
ralm ente ju stifica d as, por m uy noble que sea el fin perseguido, cual nueva v ía para obtener células troncales autólogas. Prudentem ente el
pudiera ser un tratam iento terapéutico.
docum ento añade que tal posibilidad no está descartada en principio,
Tam poco es adm isible la utilización de células m adre y de células teniendo en cuenta la rapidez con que avanzan los conocim ientos y las
diferenciadas de ellas derivadas, proporcionadas p o r otros investiga técnicas y la reserva que rodea a m uchas investigaciones.
dores o adquiridas en el m ercado. La razón de esta posición m oral ra E n el plano m oral, la A cadem ia Pontificia no em ite por el m om en
dica en que tales acciones im plican una cooperación m aterial a la ac to u n ju icio ; lo suspende p o r no estar debidam ente id entificada la m a
ción ¡licita de productores y adm inistradores, independientem ente de teria de la acción. E sta suspensión de ju icio m oral sólo afecta al plano
que se com parta la intención inm oral de los agentes principales. teórico, pues en la práctica resulta m oralm ente obligado abstenerse de
toda acción que pueda im plicar la clonación y destrucción de un em
b) El segundo docum ento exam ina dos procedim ientos de creación
brión hum ano.
de células m adre a partir no de un em brión, sino de una célula m adre
E sta prudente actuación se basa en el principio de la obligación
de un adulto cuyo núcleo se tom a para transferirlo a un ovocito enu-
m oral de seguir la parte m ás segura en caso de duda cuando está en
cieado. La diferencia entre am bos procedim ientos radicaría en que en
juego la vida hum ana. «M ientras subsisten dudas no resueltas sobre la
el prim ero nos encontram os con un em brión, paso que es evitado en el
naturaleza de la entidad prod u cid a por esta técnica, es tan im portante
segundo, pues las células m adre se obtienen a partir de la prim era.
lo que nos jugam os que, desde el punto de vista de la obligación m o
En el prim er procedim iento (clonación terapéutica, sustitución del
ral, bastaría la m era pro b ab ilid ad de hallarnos ante un em brión para
núcleo celular: cell nuclear replacement), la activación da com o resul
ju stific a r la m ás rotunda prohibición de una aplicación del pro ced i
tado la producción de un cigoto y de un em brión, sacrificado en la fa
m iento al ám bito hum ano».
se de blastocito, m om ento en que se extraen las células de la m asa in
terna para crear células m adre autólogas al donante.
3. El día 25.11.2001, la revista The Journal o f Regenerative M edi
C itando la encíclica Evangelium vitae (n. 63), la A cadem ia Ponti
ficia considera tal actuación «absolutam ente inaceptable», pues el uso
cine anunció la creación de varios em briones hum anos por clonación,
por transferencia de núcleo som ático a ovocito enucleado. El objetivo
de em briones o fetos hum anos com o objeto de experim entación cons
de los investigadores no era la clonación reproductiva, sino la o b ten
tituye un delito que atenta contra la dignidad del ser hum ano y contra
ción a p artir de dichos em briones de células m adre con la perspectiva
el respeto que se le debe, respeto igual que al niño y a nacido y a toda
de que tales investigaciones produzcan resultados terapéuticos.
persona. Ni los fines perseguidos, por m uy nobles que sean, ni la ape
Al día siguiente, un com unicado oficial de la Santa Sede afirm aba
lación a un pretendido estado de necesidad en que se encontrara la in
la «necesidad de una evaluación tranquila pero firm e, mostrando la gra
vestigación en terapia celular y en terapia génica som ática, cam bian la
vedad m oral de sem ejante proyecto y m otivando su condena sin equí
naturaleza m oral de tal acción.
vocos. El principio introducido, en nom bre de la salud y del bienestar,
El segundo procedim iento, llam ado «transferencia de núcleo para la
sanciona de hecho una verdadera y propia discrim inación entre seres
producción de células m adre autólogas», presenta una radical diferencia
hum anos, sobre la base del m om ento de su desarrollo»13.
respecto del anterior, pues evita el paso interm edio de la producción de
un cigoto y de un em brión. Este procedim iento da lugar a una prolife
13. A este propósito, cf. J. R. Flecha, Reflexiones éticas ante el fracaso de la clo
ración celular de tipo distinto al de un cigoto y em brión. La A cadem ia nación terapéutica : Ecclesia 3082-3083 (5 y 12.1.2002) 2-7. Dos días antes de la nota
Pontificia valora esta técnica en un doble plano, el científico y el ético. de la Santa Sede, el día 24.11.2001, Juan Pablo II había dirigido una carta a M. Cam-
d) Diversos episcopados 1. «N o es posible decir que el respeto que se h a de tener al em
brión depende únicam ente del deseo, del cual sería un sim ple reflejo.
Los episcopados de los diversos p a' concien Se puede añadir que esta realidad singular del em brión hum ano es la
cia de la im portancia de la investí fr" .-.e los orígenes m ism a, cualquiera que sea el m odo com o haya sido obtenido».
de la vida hum ana. A nte 1»:- r ..., ui versas situaciones que se 2. «Lo que define el estado em brionario es que representa el co
iban dando en el f ■ . ,.ioiecnología, han ido ofreciendo algu m ienzo de u na vida cuyo desarrollo, si no es obstaculizado, desem bo
nas ref! ... uigm dad del ser hum ano desde el m om ento de cará en el nacim iento de un niño. N o hay existencia hum ana que no
i J-
j .wí OIÍ
com ience p o r esta fase».
Como se sabe, ya hace años se oponía al uso instrum ental de las 3. «Todo em brión es ya un ser hum ano. Por consiguiente, no es un
t itilas troncales em brionarias la C onferencia episcopal norteam erica
objeto del que el hom bre puede disponer. N o está a m erced de la con
na, m ediante u n a intervención de su Secretariado, enviada (30.11.
sideración ni de la opción de los dem ás. P ertenece, com o ellos, a la
1994) al director del Instituto nacional de la salud (NIH).
m ism a y única com unidad de existencia».
Pero no ha sido ésta la ú nica conferencia episcopal que h a m ani
4. «N o se puede d efin ir el um bral m ás allá del cual el em brión se
festado sus posiciones al respecto.
ría hum ano, m ientras que m ás acá no lo sería. N adie puede fija r los
um brales de hum anidad de una existencia singular».
e) Conferencia episcopal francesa 5. «R econocer la exigencia de índole m oral según la cual es nece
sario rechazar la utilización de ‘células m ad re’ tom adas de em briones,
El C onsejo perm anente de la C onferencia episcopal francesa pu no significa aceptar pasivam ente la actual im potencia de la m edicina.
blicó el 25 de ju n io de 2001 una declaración sobre el em brión hu m a Al contrario, este obstáculo invita a descubrir otras vías de investiga
n o 1'. El m otivo de este pronunciam iento era, esta vez, el proyecto de ción, que hoy corren el riesgo de no ser exploradas debido a la fasci
ley que acababa de presentarse en el C onsejo de m inistros sobre d i nación que ejercen las m últiples potencialidades del em brión. C om o
versas cuestiones relacionadas con la bioética. Entre los problem as es sabido, las ‘células m ad re’ no existen exclusivam ente en la fase em
más acuciantes consideraba la declaración el de la licitud de utilizar brionaria. Estas células podrían tom arse de un niño y de un adulto sin
em briones p ara la investigación m édica. U na ley anterior (1994) pro atentar contra su integridad».
hibía cu alq u ier tipo de investigación que perjudicara la integridad de 6. «Lo que acabam os de decir se refiere a la utilización para la in
los em briones hum anos. P ara los obispos franceses, «el debate actual vestigación y la elaboración de eventuales terapias, de em briones h u
tiende decididam ente a m odificar esa disposición». m anos constituidos en el ám bito de la asistencia m éd ica a la procrea
La declaración alaba los puntos de la ley que considera m ás respe ción. El hecho de constituirlos para sem ejante utilización representaría
tuosos con la dignidad de la v ida hum ana. Por otra parte, reconoce el
evidentem ente un paso suplem entario en la reducción del em brión a
sufrim iento de las personas que esperan soluciones de las nuevas in
estado de cosa» (...). El C onsejo se felicita de que esta perspectiva h a
vestigaciones que están en curso. Y, adem ás, ofrece un am plio crédito
ya sido descartada por el proyecto de ley al que se refería al principio.
a la investigación siem pre que ayude a salvaguardar y prom over la dig
R ecuerda el docum ento que «no resulta raro escuchar hoy que se
nidad de la persona hum ana.
po d rían o b ten er ‘células m a d re ’ em brionarias sin crear em briones.
S entadas estas apreciaciones positivas, se puede observar que el
B astaría con ‘reprogram ar’, p o r m edio de un óvulo, el núcleo de célu
texto de la declaración se articula en seis puntos, que aquí resum im os
las to m ad as del cuerpo de niños o adultos. E sta p ráctica consiste, de
con palabras tom adas del m ism o texto.
hecho, en crear em briones m ed ian te clonación. E l procedim iento se
dessus, presidente de las Semanas sociales de Francia, en la que denunciaba como ilí ju z g a com o inaceptable p o r las razones expuestas anteriorm ente. A si
cito todo uso de em briones para la obtención de células madre em brionarias: n. 5. m ism o, se advierte de que es necesario ser conscientes de que la ‘clo
14. Cf., a m odo de ejemplo, el docum ento de los obispos británicos, preparado por nación te ra p éu tica’ pu ed e ab rir el cam ino a algo que hoy causa re
el Working Party o f the Catholic B ishops’ Com m ittee on Bioethical Issues, Genetic In-
tervention on Human Subjects, London 1996.
pugnancia: la clonación reproductiva, que y a se está com enzando a
15. Puede verse en Ecclesia 3066 (15.9.2001) 1376-1377. realizar».
El docum ento term ina reconociendo el papel de la investigación C om o se ve, el docum ento de los obispos alem anes fundam enta su
científica, al tiem po que señala que algunas investigaciones honran a juicio negativo en la afirm ación de la vida hum ana presente en el em
la hum anidad, m ientras que otras prácticas la hieren. brión, al tiem po que sugiere la oportunidad de seguir investigando en
Ya en esa parte conclusiva se encuentran dos breves referencias al otras líneas alternativas.
em brión. E n la prim era de ellas invita a «interrogarse con una con
ciencia lúcida sobre el peligro de instrum entalizar lo que ya es hum a
no) . En la otra, exige el respeto al em brión, al que ca lific a com o «el g) Obispos de Andalucía
eslabón m ás débil de la cadena hum ana».
N os queda ofrecer una breve referencia a un pronunciam iento de
algunos obispos españoles. El 8.11.2002 los obispos de A ndalucía h a
f) Episcopado alemán cían pública una nota sobre el tem a que nos ocupa. La nota se decía
motivada p o r las noticias que inform aban sobre las intenciones de las
El 7 de m arzo de 2001, que en A lem ania había sido declarado co autoridades de la C om unidad autónom a de A n d alu cía de autorizar la
mo «A ño de las ciencias de la vida», la C onferencia episcopal alem a experim entación con células m adre. Estas podrían ser obtenidas de
na publicó u n a larga reflexión sobre la bioética, con la que pretendía em briones congelados o bien generados por gam etos donados a tal fin.
hacerse presente en el diálogo social16. No se descartaba en las noticias la posibilidad de obtenerlos m ediante
D ejando de lado problem as com o el aborto o la eutanasia, tratados la clonación por transferencia de un núcleo celular a un ovocito.
en otros docum entos, en esta ocasión los obispos se fijaban en las téc A nte esas perspectivas, los obispos com enzaban su nota apoyando
nicas de reproducción para ofrecer algunas orientaciones éticas al res los progresos científicos que ayuden a m ejorar las condiciones del ser
pecto. Tras un resum en de la visión bíblica del hom bre, abordaban las hum ano, añadiendo unas cautelas sobre los peligros de una ciencia sin
cuestiones relativas al proyecto del genom a hum ano, el diagnóstico g e conciencia.
nético, la terapia genética y las patentes sobre la vida. Entre ellas dedi A continuación se apoyaban en la doctrina expresada en la encícli
caban un espacio a la consideración de la clonación. El docum ento ca Evangelium vitae (n. 60), p ara subrayar expresam ente «que los em
ofrecía las razones por las que se debe excluir la «clonación reproducti briones son seres hum anos vivos en constante desarrollo y poseedores
va» y se unía a la corriente universal de proscripción de esta técnica. desde su concepción de una identidad genética pro p ia y perm anente».
U na atención especial se prestaba allí a la llam ada «clonación tera Por otro lado, los obispos recordaban la alternativa de usar células
péutica», advirtiendo que esa m ism a form ulación puede inducir a error: madre procedentes de tejidos adultos, y la ventaja de poder evitar la apa
Puesto aparte el hecho de que no se sabe en absoluto si, p o r este cam i rición de tum ores focales constituidos por células heterogéneas y, sobre
no, se podrán curar las enferm edades, y en el caso de que se puedan cu todo, la evitación de la destrucción de vidas hum anas en desarrollo.
rar, en qué m om ento será p o sib le, el cam ino p o r el que se quiere c o n Por todo ello, los obispos pedían a las autoridades sanitarias «que
seguir este objetivo es indefendible desde un p unto de v ista ético. Pues, encaucen los recursos públicos hacia cam pos de investigación que res
en efecto, para ello se deben p ro d u c ir p o r clonación em b rio n es h um a pondan a las exigencias éticas y antropológicas que debe respetar la
nos. E stos sólo sirven de m aterial para to m ar c élulas e stam inales de investigación biom édica»17.
em brión. N o debem os olvidarlo: p o r la clonación terap éu tica, la vida
h um ana, que es siem pre a la vez perso n al y a probada p o r D ios, se re
duce a una fuente de piezas de recam bio. Incluso una utilización m éd i
3. Síntesis
ca no puede ju stific a r nin g u n a acción sobre la vida hum ana que ponga
en cuestión la inviolable d ignidad de esta vida. E n esto se deben seguir
las indicaciones m uy claras seg ú n las cuales se p u e d en co n seg u ir los A nte el tem a que m otiva esta recopilación de datos, surgen una
objetivos m édicos pretendidos p o r otros cam inos; p o r ejem plo, tom an pregunta de tipo ontológico y otra de tipo ético o, si se prefiere, ju rí
do células estam inales a p a rtir del cuerpo de adultos. dico. La prim era se refiere a la identificación del em brión: ¿es el em -

16. Versión cast. en Ecclesia 3066 (15.9.2001) 1378-1382. 17. El texto de esta nota puede verse en Ecclesia 3128 (23.11.2002) 1725.
brión una persona? L a segunda se refiere al tratam iento que se le de sona p a ra ju s tific a r la m ás rotunda p ro h ib ic ió n de cu alq u ier in terv en
be: ¿ha de ser tratado el em brión com o persona desde el p rin cip io ?18 ción destinada a elim inar un em brión h um ano22.
Por lo que se refiere a la prim era cuestión, la postura del m agiste
rio de la Ig lesia es m uy clara. L a D eclaración vaticana Donum vitae A un conociendo la equivocidad del térm ino, a veces hem os califi
atribuye a la razón la capacidad de reconocer en el em brión su carác cado a esta actitud apelando al principio del «tuciorism o», que evoca
ter de persona, a p artir de los m ism os datos aportados po r la biología: las antiguas discusiones sobre los sistem as m orales. C om o se sabe, el
Los c o n o cim ie n to s c ien tífico s sobre el em brión h um ano o frecen una
tuciorism o absoluto afirm a que basta una m ínim a probabilidad sobre
indicación p re c io sa para d isc ern ir racionalm ente una p re sen c ia p erso la existencia de una ley para estar obligados al cum plim iento de la
nal desde este prim er surgir de la v ida hum ana: ¿cóm o u n individuo hu misma. Tal rigorism o fue condenado p o r el papa A lejandro V III, p o r lo
m ano p o d ría no ser p erso n a?59 que algunos teólogos propusieron u n rigorism o m itigado. Según esta
opinión, «la co nciencia debería conform arse siem pre con la opinión
E s interesante recordar que este texto es retom ado por la encíclica probable que propone la ley, a m enos que esta sea contestada p o r una
Evangelium vitae, 60. Pero no es éste el prim er lugar en el que esa opinión probabilísim a a favor de la libertad»23.
afirm ación se encuentra en un docum ento papal. A unque situado en E videntem ente, la apelación al tuciorism o tiene aquí u n sentido
otro plano m agisterial, tam bién se pronuncia en este sentido u n cono analógico. N o se trata de propugnar un a fidelidad extrem a a una pre
cido discurso de Juan Pablo II, en el que afirm aba: «D esde su concep tendida ley, sino de subrayar la im portancia del valor de la vida hum a
ción todo ser hum ano es una persona»20. C om o es de suponer, la doc na. D e hecho, un cierto tuciorism o axiológico es invocado con frecuen
trina de la Iglesia y la reflexión filosó fico -teo ló g ica no ignoran las cia, tam bién en el ám bito social o adm inistrativo, cuando se intenta
discusiones actuales sobre el concepto de persona, pero consideran tutelar la vida hum ana ante el riesgo de los abusos que se podrían pro
im portante seguir m anteniendo esa term inología. ducir en otras instancias. A sí ocurre, por ejem plo, en otras situaciones
vinculadas a los trasplantes de órganos y otras circunstancias en las
Por lo que se refiere a la pregunta ética, la respuesta del m agisterio
que la vida hum ana term inal pudiera ser som etida a abusos o riesgos
de la Iglesia católica es conocida. El em brión ha de ser tratado com o
inm oderados.
persona desde la fecundación. E sa afirm ació n se encuentra repetida
En un caso y en otro, se trata de defender la dignidad de la vida hu
varias veces tanto en la instrucción Donum vitae 21 cuanto en la encí
m ana en esos lugares fronterizos en los que resulta m ás difícil deter
clica Evangelium vitae.
m inar su presencia y su m ajestad.
Es más, la doctrina católica se sitúa a veces m etodológicam ente en
el terreno de las discusiones acerca de la probabilidad o im probabili
dad de la p resencia de vida personal en el em brión hum ano. Teniendo
en cuenta las discusiones en curso sobre el m om ento original de la p re
sencia de la v id a hum ana, el m agisterio de la Iglesia p refiere adoptar
una postura m axim alista, tal y com o se encuentra claram ente expresa
da en la m encionada encíclica Evangelium vitae:

E stá e n ju e g o algo tan im portante que, desde el punto de vista de la obli


gación m oral, b astaría la sola p ro b ab ilid ad de encontrarse ante u n a p e r

18. Un planteam iento semejante puede verse en A. Bompiani, Statuto ontologico e


stato giuridico dell'embrione umano nella riflessione contemporáneo in Italia, en C.
Rom ano-G. G rassani (eds.), Bioética, Torino 1995, 315-336.
19. Donum vitae 1,1.
22. Evangelium vitae, 60. La m ism a consideración se encontraba ya en una D ecla
20. Juan Pablo II, Discurso a un congreso de movimientos internacionales para la
ración de los obispos belgas.
defensa de la vida (15.5.1991).
23. D. Capone, Sistemas morales, en L. Rossi-A. Valsecchi (eds.), Diccionario en
21. Donum vitae I, 1 y 4.
ciclopédico de teología moral, M a d rid 41980, 1017.
9
ÉTICA DEL ABORTO

B ibliografía: D. A ranzadi (ed.), Ley d el aborto. Un inform e universitario, B il


bao 1985; G. C aprile, N o n uccidere. 11 M agistero d ella C hiesa s u l l ’aborto,
R om a 1983; G. Davanzo-F. J. E lizari, Interrupción d el em barazo, en N D T M ,
948-962; F. J. E lizari, E l aborto y a es legal, M adrid 1985; Federación interna
cional de universidades católicas, La vida hum ana: origen y desarrollo, M a-
drid -B arcelo n a 1989; J. G afo, E l aborto y el com ienzo de la vida hum ana,
S antander 1979; Id., E l aborto ante la conciencia y la ley, M adrid 1983; G.
G risez, E l aborto: mitos, realidades y argum entos, S alam anca 1972; Z. Fle-
rrero, E l aborto. L o s obispos se pronuncian, V alladolid 1986; V arios, E l abor
to a exam en, M adrid 1983.

1. El drama social del aborto

U na colectividad que, con diversos pretextos, se orientara hacia el abor


to legalizado, iría contra los esfuerzos realizados en siglos de civiliza
ción. Se p o n d ría al m ism o tiem po fu e ra de las perspectivas fundam en
tales de la antro p o lo g ía cristia n a y de su resp eto abso lu to al hom bre
desde el p rim er m om ento de su concepción hasta el últim o aliento de su
v id a (Pablo VI).

E stas palabras nos recuerdan ciertam ente un problem a teórico que


afecta a la concepción cristiana del hom bre y a las responsabilidades
que de ella se derivan con relación al respeto y a la defensa de la vida
hum ana naciente.
Pero nos sitúan tam bién ante una problem ática que trasciende los
lím ites de una determ inada confesión religiosa. El aborto es un dram a
para to d a la sociedad. B ajo el pretexto de la «libertad de elección» que
se atribuye a la persona, se enm ascaran otros m uchos agentes. Hay
enorm es presiones sociales y políticas que im piden el m ism o ejercicio
de la libertad. H ay intereses económ icos inconfesables y grandes su
m as de dinero con las que organizaciones internacionales im ponen cri
terios a gobiernos del tercer m undo. H ay to d a un a conspiración del si-

L
lencio que im pide la difusión de criterios que pudieran ayudar a las lice, de un ser hum ano en la fase inicial de su existencia, que va de la
personas a reflexionar ante el avance de la «cultura de la m uerte». concepción al nacim iento»3.
El aborto es hoy un inm enso problem a social y hasta político. C o
m o ocurrió en otros tiem pos ante el hecho de la esclavitud, tam bién
b) Actualidad del aborto
ante el aborto los intereses económ icos dificultan e im piden la articu
lación de un ju icio ético hum anista y responsable. En E spaña durante 1994, diez años después de su despenalización
Pero creem os que, com o ocurrió en otro tiem po ante la esclavitud, parcial, y según datos del M inisterio de sanidad, 47.832 m adres eligie
un día el m undo descubrirá que nadie es libre m ientras siga im pidien ron el aborto. D e ellas, 6.695 tenían edades entre los 17 y los 19 años,
do la libertad de otros. Cuando llegue ese día, las gentes volverán la lo que supone el 13,99 p o r ciento del total. H asta el m ism o M inisterio
vista hacia atrás y se preguntarán cóm o fue posible la aceptación, pro consideró «preocupante» la cifra de em barazos entre adolescentes.
m oción y legalización de sem ejante dram a social. Según datos publicados por el Instituto de Política Familiar, basados
M ientras llega la alborada de ese día, habrá que tratar de articular en inform aciones oficiales, en el año 2005 se produjeron en E spaña
una «crítica de la razón abortista»'. 84.985 abortos registrados, es decir, un aborto, cada 6,2 minutos. D es
de la despenalización del aborto en 1985 hasta el 2006 se habrían pro
ducido en E spaña m ás de un m illón de abortos, que igualan la cifra m á
a) Sobre la definición del aborto
gica de los desaparecidos durante la G uerra civil.
Es cierto, sin em bargo, que el aborto no es un problem a nuevo en el
Com o se puede ver por los hechos m encionados, la definición del
m undo. E n la antigüedad clásica tanto el aborto com o el infanticidio
aborto no es una cuestión sin im portancia a la hora de elaborar un ju i
eran bastante habituales. E n un papiro fechado el 17 de ju n io del año 1
cio ético sobre el m ism o. M ientras que para la m edicina es d eterm i
a.C. un tal H ilarión escribe a su esposa A lis dándole un consejo terri
nante la consideración de la viabilidad del feto, para la legislación,
ble: «Si pares un varón, lo dejas, y si es hem bra, la expones»4.
tanto la canónica com o la española, tal circunstancia adquiere una m e
Tal vez donde m ejor h a sido descrito el aborto, sus indicaciones y
nor relevancia. «El derecho español, al igual que el derecho canónico,
los m edios para procurarlo es en una obra titulada Gynecia, publicada
considera aborto la m uerte del feto m ediante su destrucción m ientras
a principios del siglo II por Soranos de Éfeso. Ya antes de él, el histo
depende del claustro m aterno o p o r su expulsión p rem aturam ente p ro
riador Tácito se asom braba de que las m ujeres judías y cristianas se re-
vocada para que m uera, tanto si no es viable com o si lo es»2.
Por otra parte, los m ovim ientos m ás favorables a la total despenali- 3. Juan Pablo II, Evangelium vitae (25.3.1995), 58; para la m otivación de esta defi
zación o a la legalización del aborto tratan de evitar las connotaciones nición, cf. J. Herranz, Aborto y excomunión: L’OR ed. esp. 27/30 (1995) 11: «Como sa
afectivas y dram áticas que esta palabra ha alcanzado en los últim os bemos, el reciente y progresivo descubrim iento de medios abortivos refinados, de índole
quirúrgica y también farmacológica, había puesto en entredicho la noción misma de abor
tiem pos. En consecuencia se trata de difundir una term inología m enos to provocado. En efecto, en el ámbito de las leyes canónicas, esa noción se remontaba, ya
cargada de connotaciones dram áticas, aunque m ás am bigua, com o la como fuente del can. 2.350, 1, del anterior Código de derecho canónico... a la constitu
de «interrupción voluntaria del em barazo». C on ella se oculta la verda ción apostólica Effraenatam del papa Sixto V, del 29 de octubre de 1588, la cual definía el
aborto simplemente com o el acto de provocar, con el efecto consiguiente, la ‘foetus im-
dera naturaleza de la operación y se pretende atenuar su gravedad en el maturi eiectionem ’. Por eso, teniendo en cuenta el principio canónico según el cual las le
subconsciente de la opinión pública. C on razón ha dicho Juan Pablo II yes penales están sometidas a interpretación estricta, la mayor parte de los comentaristas
que ninguna palabra puede cam biar la realidad de las cosas. consideraba delito de aborto exclusivamente la expulsión provocada de un feto humano
inm aduro (es decir, dentro de los prim eros 180 días, según m uchos) del seno materno.
En su encíclica sobre la vida hum ana, el papa ha definido el abor
Ahora bien, la necesidad de una aclaración de dicho concepto frente a las nuevas técnicas
to com o «la elim inación deliberada y directa, com o quiera que se rea abortivas y a las relativas precisiones de doctrina moral en esta materia, llevó a la Comi
sión pontificia para la interpretación auténtica del Código de derecho canónico a afirmar,
1. Tal es el afortunado título de un escrito de J. I. González Faus, El derecho de na en 1988, que por aborto debía entenderse no sólo ‘la expulsión del feto inm aduro’, sino
cer. Crítica de la razón abortista (Cristianismo y justicia 65), Barcelona 1995. tam bién ‘la muerte provocada del feto, de cualquier modo que se hiciera y en cualquier
2. Así se expresa el docum ento El Aborto. Cien cuestiones y respuestas sobre la de tiempo, desde el momento de la concepción’ (cf. AAS 80 [1988] 1.818)».
fensa de la vida humana y la actitud de los católicos, presentado el 10 de abril de 1991 4. Se trata del papiro Oxy. IV, 744: cf. en J. Leipoldt-W. Grundm ann, El mundo del
por el Comité episcopal para la defensa de la vida. Nuevo Testamento II, M adrid 1975, 67.
sistieran a abortar en un am biente donde tal práctica era rutinaria. En la 2. Los m otivos del aborto
Carta a H elvia, Séneca alaba a su m adre por no h aber querido abortar.
Sin em bargo, en el siglo X X el tem a ha adquirido una nueva actua Entre los motivos del aborto parece que, en principio y de form a n e
lidad, al saltar a la palestra de las cám aras legislativas, de los m edios de gativa, es preciso com enzar excluyendo las razones religiosas. Los an
com unicación, de la escuela y de la conversación ordinaria. Y ha salta tropólogos que colaboraron en la Encyclopedia o f R eligión a n d E thics
do arropado por los vestidos de los prejuicios o las tom as interesadas afirm an que el feticidio no ha entrado nunca, por m otivos religiosos, en
de postura. D e form a que, a todos los niveles, se hace m uy difícil, si no las costum bres de los pueblos, al contrario de lo que ocurrió con la
im posible, un diálogo sereno y desapasionado sobre el tema. práctica del infanticidio. Este era practicado en G recia o en la antigua
El debate responde, en el fondo, al anhelo universal de búsqueda Italia, en varios pueblos europeos y am erindios, y aun en algunas co
de una vida plenam ente hum ana. Y todo proceso de búsqueda es espe m unidades prim itivas que han sobrevivido hasta el día de hoy. A firm an
cialm ente apto para suscitar utopías, apasionam ientos, m ísticas y me- en cam bio esos autores que la incidencia del aborto en las culturas p ri
sianism o. Siem pre en nom bre de la m ayor libertad y dignidad del ser mitivas era de carácter puram ente esporádico y que su m otivación m ás
hum ano, adm itidas com o bandera de progreso y liberación. difundida era la pobreza.
El debate, adem ás, se presenta com o una encrucijada p ropicia p a A nte ese ju icio , parece espontáneo observar que hoy son p recisa
ra el choque de valores. N os encontram os con el hecho de la defensa m ente los países m ás desarrollados y m ás ricos los que han planteado
universal del «respeto a la vida» -n o rm a moral aceptada generalm en el tem a de la despenalización y de la legalización del aborto. ¿Es que
te por to d o s-, pero tam bién con el hecho brutal y concreto de que ese existen otras m otivaciones?
pretendido respeto choca a diario con otros valores, tácitam ente reco
nocidos com o superiores, al m enos en la circunstancia concreta5. a) El m otivo m ás frecuentem ente aducido es el del peligro p ara la
Entre esos «nuevos» valores se situarían el proceso de em ancipa vida y la salud de la m adre, que parecería ju stificar un aborto m al lla
ción de la mujer, las mayores exigencias de la crianza y la educación de m ado terapéutico. Si era ésta una situación frecuente en épocas p asa
das, hoy ha quedado reducida al caso de enferm edades renales im por
los hijos, el conocim iento y dom inio del proceso reproductivo, el reco
tantes acom pañadas de hipertensión y al del em barazo ectópico, que,
nocim iento del valor autónom o de la relación sexual, la valoración del
por cierto, ya ocupaba la atención de los antiguos moralistas. Estas si
trabajo profesional femenino. D e hecho, en el curso de la polém ica so
tuaciones son poco habituales y, adem ás, el nuevo ser es en esos casos
bre el aborto, se ha insistido cada vez m ás en «el derecho a elegir»6.
inviable: es decir, es altam ente im probable su desarrollo em brionario.
Por otra parte, el problem a se sitúa en un m om ento de evidente se
cularización y socialización de la ética. El razonam iento m oral trata de b) Se invoca en otras ocasiones la necesidad del aborto, denom ina
liberarse de anteriores tutelas religiosas y, al m ism o tiem po, apela con do entonces eugenésico, cuando existe el riesgo de que el niño engen
frecuencia a nuevas norm atividades heterónom as, com o las basadas en drado pueda padecer m alform aciones congénitas. E n algunos casos se
el ordenam iento legal o bien en el consenso social7. aplica tam bién a este extrem o el térm ino de aborto «terapéutico», aun
que de form a claram ente inadecuada, puesto que la finalidad de sem e
5. Cf. J. Ferrater Mora-P. Cohn, Etica aplicada, Madrid 1994, 41: «Quienes dispu jan te intervención no es curar a nadie. El riesgo de desarrollar m alfor
tan en torno al aborto concuerdan en muy pocas cosas. Ello se debe a la existencia de un m aciones se produce p o r las llam adas enferm edades crom osóm icas,
conflicto básico. No un conflicto entre lo justo y lo injusto, lo moral y lo inmoral, o en
tre no matar y m atar-si bien ésa es la manera simplista en que se presentan los respec com o son el m ongolism o, la hidrocefalia, las m alform aciones en el sis
tivos argumentos-, sino más bien un conflicto entre los valores positivos: el de la santi tem a nervioso o en los órganos de los sentidos debidas, por ejemplo, a
dad de la vida y el de la libertad. Inclusive quienes se manifiestan resueltamente en la rubéola, etc. E n otros casos se trata de m alform aciones ocasionadas
favor de la idea de que incumbe a la mujer embarazada, y sólo a ella, el decidirse por el
por agentes externos, com o el triste efecto de la talidom ida, que dio ori-
aborto o el no aborto, no sostienen que la vida del feto carece de todo valor».
6. M. A. Warren, El aborto, en P. Singer (ed.), Compendio de ética, Madrid 1995,
417-431; B. W. Harrison, Our Right to choose: Toward a New Ethic o f Abortion, Bos la señora Nel van Dijk, en nombre del Grupo de los Verdes, por la que se invita al Con
ton 1983. sejo a presionar a los Estados miembros para que «procedan a la interrupción volunta
7. No deja de ser sintomático que el 12 de marzo de 1990, el Parlamento europeo ria del embarazo y se encarguen de que exista una asistencia segura, asequible y acce
haya adoptado por 146 votos a favor, 60 en contra y 11 abstenciones, una resolución de sible a todas las mujeres, en lo que concierne al aborto».
gen al proceso de L ieja en el año 1962, o el caso de la nube de dioxina a) A ntiguo Testamento
em itida por una industria de Seveso, en Lom bardía, en 1976.
3. Se apela, en ocasiones, a razones hum anitarias que legitim arían E n el nuevo orden de la creación, surgido después del diluvio, el
un «aborto ético » -c o m o intencionadam ente lo suelen lla m a r-, en los m ism o D ios sanciona la santidad de la v id a hum an a al afirm ar: «Al
casos en que el em barazo fuera consecuencia de una acción delictiva, hom bre le pediré cuentas de la sangre de sus sem ejantes» (G n 9, 5).
com o una violación o unas relaciones incestuosas. En el decálogo encuentra su lu g ar la no rm a explícita «No m atarás»
(Ex 20, 33). N inguno de esos textos se refiere directam ente al aborto.
4. Se invocan, adem ás, varias razones de tipo p sico so cia l, que van Pero en ellos se enraíza la convicción de que la vida hum ana, toda v i
desde los p roblem as económ icos o de vivienda, o los em barazos en da, sin excepción, m erece el respeto de los hom bres por haber m ere
m ujeres solteras o com o consecuencia de relaciones sexuales extra- cido previam ente la atención y la tutela del m ism o Dios.
conyugales, hasta los problem as personales, m ás o m enos conscientes, E s en los textos legales donde se encuentra u n a explícita alusión al
que desencadenarían un estado de angustia ante el em barazo8. aborto. E n un contexto en el que se contem plan diversos incidentes
A este ep íg rafe se adscriben con frecuencia tanto la presentación que pueden producir daños corporales y hasta la m uerte, se ofrece una
del aborto com o u n m edio anticonceptivo m ás, orientado a un a plani p recisión interesante: «Si al reñ ir unos hom bres golpean a un a m ujer
ficación de la m aternidad, cuanto el celo po r «higienizar» en clínicas encinta, haciéndola abortar, pero sin causarle ningún otro daño, el cul
legalizadas la am enaza de los abortos clandestinos. pable será m ultado con la cantidad que el m arido de la m ujer pida y
O tras m otivaciones, explicitadas en publicaciones y congresos, se decidan los jueces. Pero si se siguen otros daños, entonces se pagará
centran en un cierto terro r ante el espectro de una regresión en la es vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, m ano p o r m ano, pie por
pecie hum ana total, am enazada por el deterioro am biental galopante. pie, quem adura po r quem adura, herida por h erida, golpe por golpe»
Y todavía h ab ría que pensar en otras causas, nunca confesadas (Ex 21, 22).
abiertam ente, com o el actual desprecio por el valor de la vida hum ana, Si bien se observa, la ley no establece u na precisión sobre la v o
que se m an ifiesta en las guerras, el terrorism o, la violencia, las agre luntariedad o involuntariedad del efecto abortivo: se trata solam ente
siones gratuitas, la pervivencia de la tortura, la xenofobia, etc. Al per de establecer unas norm as legales sobre los daños y el castigo que pre
derse el sentido de la sacralidad de la v ida hum ana, im peran los egoís tende resarcirlos. L a traducción griega de la B iblia (LX X ) introdujo en
m os y los intereses económ icos. este texto una explicitación sobre el feto «form ado» o todavía «infor
m e». Se daba a entender que en el prim er caso el delito era m ayor que
en el segundo supuesto. Pues bien, esa term inología pertenece eviden
3. ¿U na enseñanza bíblica? tem ente a los esquem as griegos de pensam iento, que consideran al ser
-ta m b ié n al ser h u m a n o - desde la dialéctica de la m ateria y la form a.
A m uchos pu ede parecer que el aborto es una cuestión tan m oder Pero ese esquem a de pensam iento es totalm ente extraño a la m entali
na que difícilm ente puede haber sido im aginado p o r los personajes dad hebrea original, que es al m ism o tiem po m enos m etafísica y m ás
que aparecen en las páginas de la B iblia. L a realidad es que las sagra globalizante, al considerar a la persona com o u n a unidad.
das E scrituras no sólo m encionan el hecho categorial del aborto, sino L a segunda parte de ese texto legislativo no se refiere directam en
que nos ofrecen un m arco trascendental de valores y actitudes que no te a una eventual contraposición entre la vida de la m adre, cuya pérdi
resultan indiferentes para la ética de la vida. da se castigaría con la p en a de m uerte, y la vida del feto, cuya pérdida
m erecería tan sólo una m ulta. E n contra de lo que a veces se ha suge
8. La ley alemana de 21 de agosto de 1995 dispone que ante una «indicación mé rido, creem os que tal contraposición legal no es intentada por el texto
dica» -descrita de forma imprecisa- el aborto es legítimo hasta el nacimiento. Además, m ism o, que parece unir aquí un principio general para regular el anti
legaliza el aborto en presencia de una «indicación criminológica». A esta ley respon guo derecho a la venganza, reflejado por ejem plo en la «ley de Lám ec»
dieron los obispos alemanes con su carta pastoral Menschenwurde und Menschenrech-
(G n 4, 23-24).
te von allem Anfang an (26.9.1996) y también Juan Pablo II en su carta apostólica (11.
1.1998) a los obispos alemanes acerca de la actividad de los consultorios familiares ca M enos aún parece referirse el texto a una contraposición de la res
tólicos: Ecclesia 2.881 (1998) 278-281. p o nsabilidad m oral en la m uerte de la m adre y la m uerte del feto. La
yuxtaposición de dos principios norm ativos, posiblem ente separados 4. Doctrina de la Iglesia
en su origen, establece ciertam ente u n a distinción entre la vida fetal y
la vida de un adulto, pero por sí m ism a no ju stifica el aborto. Es m ás, En el m agisterio de la Iglesia podem os observar un elem ento m an
el aborto así provocado es considerado com o una acción delictiva que tenido fielm ente a lo largo de los siglos, y algunos m atices que, p o r su
requiere una recom pensa, incluso cuando se produce com o un efecto dependencia de un a determ inada concepción filo só fica, han sido ex
accidental de la pelea. A fortiori, habría que deducir que el rechazo bí presados de form a cam biante a lo largo de su historia.
blico habría de ser m ayor cuando se tratara de un aborto intencionado, A la doctrina inm utable pertenece la afirm ación de la defensa de la
com o ocurre en el m undo m oderno y com o el texto bíblico no hubie vida hum ana inocente, independientem ente de sus condiciones de
ra si siquiera osado im aginar9. edad o de salud, así com o el rechazo decidido del aborto. A la form u
lación m udable p ertenecen las cuestiones relativas a la «form ación»
b) Nuevo Testamento del feto, es decir, al acceso de la form a a la m ateria y las dudas sobre
el m om ento de la aparición de la vida hum ana personal.
El N uevo Testam ento, en fin, hace alusión a los «m edicam entos»
(pharmakeia ) y a los «curanderos» (pharmakoi ). Pero tal referencia no
a) Edad antigua
es neutra, sino que incluye siem pre una crítica y una condena contra
los que utilizan drogas y fárm acos (G al 5, 20; Ap 9, 21; 21, 8; 22, 15). M ás que en textos bíblicos concretos, la doctrina de la Iglesia an
Ya el m ism o tono de los textos nos hace pensar que no se trata de un tigua se apoya en la afirm ació n general de la santidad de la v id a h u
rechazo global de la m edicina, sino de alguna form a de curanderism o m ana y el señorío de D ios sobre ella. Veamos algunos ejem plos:
m ágico. E n una ocasión, en efecto, tal expresión se refiere evidente
m ente a la m agia o la brujería (A p 18, 23). Pero parecería un abuso - L a Didajé ofrece a los cristianos una interesante lista de preceptos
traducir siem pre en el m ism o sentido aquellas palabras. m orales: «N o matar. N o com eter adulterio. N o corrom per a los niños.
A la luz de la tradición posterior - p o r ejem plo un conocido texto N o fornicar. N o robar. N o realizar la m agia. N o practicar la m edicina
de la D idajé-, cabría preguntarse si tales prácticas no podrían referir (pharmakeia , es decir, algo así com o el curanderism o). N o m atar al ni
se al uso y a la adm inistración de pociones o drogas anticonceptivas o ño con el aborto. N o m atar lo ya engendrado. N o desear la m ujer de tu
abortivas. A sí lo han creído ver m uchos estudiosos10. prójim o». Por lo que respecta a este tema, es evidente la dependencia
De todas form as, el m ensaje bíblico no parece p restar dem asiada del precepto bíblico «N o m atarás», que resulta norm ativo para las tres
atención al aborto, tal vez porque en los tiem pos y el am biente que re
grandes religiones abrahám icas11.
fleja no constituía un fenóm eno tan habitual com o lo sería en el Im pe
rio rom ano. - L a Carta del Ps. Bernabé ofrece igualm ente algunas o rientacio
E n consecuencia, la condena bíblica del aborto no se expresa tan nes m orales m uy precisas sobre esta cuestión: «A m arás a tu prójim o
to en fórm ulas concretas com o en el espíritu que recorre todas sus p á más que a tu vida. N o suprim irás al niño con el aborto. N o m atarás lo
ginas, y que constituye un canto a la vida y un him no de acción de g ra que ya ha sido en gendrado»12.
cias al D ios que la h a creado y la o rien ta h acia su encuentro de am or A tenágoras recuerd a q ue los cristianos co n sideran com o hom ici
eterno. das a aquellas m ujeres que recurren a m edicinas abortivas, puesto que,
aun en el seno m aterno, los niños son ya «objeto de la providencia de
D io s» 13.
9. E. D. Cook, Abortion, en NDCEPTh, 132. En el texto bíblico, el feto parece te
ner un valor monetario, que no se contempla en el caso del daño producido a la madre, 11. «No matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién naci
el cual es medido por la ley del talión (de la ¡ex retaliationis del código de las Doce do»: Didajé y 2: F. X. Funk, Paires apostolici I, 17. Recuérdese también la Epístola a
Tablas [ca. 450 a.C.] que regía en Roma): Lv 24, 19-20; Dt 19, 21. Otros anteceden Diogneto V, 6, quien afirma que los cristianos «engendran hijos, pero no arrojan los fe
tes se encuentran en el Código de Hammurabi, n. 195-205; cf. R. J. Clifford, Exodus tos»: F. X. Funk, Patres apostolici I, 399.
en NJBC, 53. 12. Epístola Barnabae XIX, 5: F. X. Funk, Patres apostolici I, 91-93.
10. Cf. J. T. Noonan, Contraception, Cambridge MA 1965, 44-45. 13. Legatio pro christianis, 35: PG 6, 969; SC 3, 166-167.
C h m e n te d e A lejandría, en el P aedagogus, tras explicar la natura A veces llega a tanto esta libidinosa crueldad o, si se quiere, libido cruel,
leza y las exigencias del m atrim onio y de la unión conyugal, conclu que emplean drogas esterilizantes, y, si éstas resultan ineficaces, matan
ye con una explícita referencia al aborto: en el seno materno el feto concebido y lo arrojan fuera, prefiriendo que
su prole se desvanezca antes de tener vida, o, si ya vivía en el útero,
Nuestra vida estará toda ella de acuerdo con la razón si dominamos matarla antes de que nazca. Lo repito: si ambos son así, no son cónyu
nuestros apetitos desde sus comienzos, y no matamos con perversos ar ges, y si se juntaron desde el principio con tal intención, no han cele
tificios lo que la Providencia divina ha establecido para el linaje huma brado un matrimonio, sino que han pactado un concubinato. Si los dos
no. Porque hay quienes ocultan su fornicación utilizando drogas aborti son así, digo sin miedo que o ella es una prostituta del varón o él es un
vas que llevan a la muerte definitiva, siendo así causa no sólo de la adúltero de la mujer19.
destrucción del feto, sino de la del amor del género humano14.

-M in u c io Félix (190-200), ante la frecuente acusación de que los b) E d a d m edia


cristianos m ataban a los niños, establece contra la opinión p ública de
Estas conocidas palabras de san A gustín estaban destinadas a tener
los paganos un a base apologética en la que viene a decir: N os acusan
u na larga repercusión sobre la doctrina y la p ráctica de la Iglesia, du
de lo que ellos hacen. Bebiendo drogas extinguen en las entrañas la vi
rante to d a la E dad m edia, gracias sobre todo a su recepción p or el D e
da del que ha de nacer. C om eten ya parricidio (el térm ino m ás fuerte en
creto de G raciano2®.
el D erecho rom ano). Son im itadores de Saturno que, según su propia
Por lo que se refiere a la p ráctica pastoral, recordem os que, en los
m itología, devora a sus propios hijos.
largos y m eticulosos cuestionarios ofrecidos p o r los libros penitencia
-T a m b ié n en térm inos apologéticos se expresa Tertuliano con pa les, con vistas a la adm inistración del sacram ento de la penitencia y a la
labras que son m uy conocidas: «Es un hom icidio anticipado el im pe im posición de una satisfacción, nunca falta la pregunta por el aborto.
dir el nacim iento; poco im porta que se suprim a la vida y a nacida o que El canon A liquando lo declaraba hom icidio tan sólo cuando el feto
se la haga desaparecer al nacer. Es un hom bre el que está en cam ino de estaba ya «form ado», es decir, «anim ado», según una antigua precisión
serlo ( ‘H om o est et qui est fu tu ra s’)» 15. que se rem onta a E m pédocles de A grígento (s. IV a.C .) y que influyó
incluso en la traducción griega de Ex 2 1 ,2 2 -2 3 -c o m o ya se h a d ic h o -
- E n el concilio de E lvira (ca. 305) se excom ulga a los que practi y en toda la doctrina de los pensadores m edievales. El canon Si aliquis,
can el aborto. L a pena no puede ser levantada ni siquiera a la h ora de en las D ecretales, equiparaba la práctica de la contracepción y del abor
la m u e rte16. Poco después, el C oncilio de A ncira (314) con d en a a 10 to, en cualquier estadio que se realizasen, al hom icidio voluntario.
años a las m ujeres que m atan lo ya engendrado17. -P o r lo que se refiere a la reflexión teológica, hay que subrayar de
E l prim er concilio de M aguncia (847) confirm a las penas decreta m odo especial que santo Tomás afirm a que m atar a un em brión «ani
das p o r los concilios anteriores y determ ina que sea im puesta la peni mado» es un hom icidio. Tal afirm ación h a de ser m atizada. Es cierto
tencia m ás rigurosa «a las m ujeres que provoquen la expulsión del fru que considera que la «anim ación», o infusión del alm a racional en el
to concebido en su seno»18. cuerpo hum ano, no tiene lugar en el m om ento m ism o de la concepción.
E ntre los P adres orientales, san B asilio, en una carta a A nfíloco, La «causa m aterial» habría de estar suficientem ente preparada p ara re
afirm a que «quien com ete deliberadam ente un aborto está su jeto a la cibir la «causa formal». E n consecuencia, la anim ación tendría lugar a
pena prevista para el hom icidio». Y entre los Padres occidentales, san los 40 días en el varón y a los 80 días para la m u jer (!). R ecuérdese su
A gustín, después de criticar a los que abandonan a los hijos que les na dificultad para adm itir com o verdad de fe la inm aculada concepción de
cen contra su voluntad, añade: M aría. D e todas form as enseñ a santo Tomás que el aborto es u n grave

14. Pedag. II, 10, 83ss. 19. San Agustín, De rtuptiis et concupiscentia I, 15, 15: PL 44,423-424; CSEL 42,
15. Apologeticum IX, 8: PL 1, 314-320; CSEL 69, 24. 230: trad. T. C. Madrid-L. Arias, Obras completas de san Agustín, 35. Escritos antipe-
16. Así reza el canon 63: MANSI 2, 16. lagianos, 3, Madrid 1984, 269-270; cf. C. Palomo, El aborto en san Agustín, Salaman
17. Cn. 21: MANSI 2, 519. ca 1959.
18. Cn. 21: MANSI 14, 909. 20. Decretum Gratiani, c. 32, q. 2, c. 7.
pecado, contrario a la ley natural21. Tal teoría de la anim ación retarda E n el siglo X V II algunos m édicos com enzaron a seguir una nueva
da, que se rem onta a la filosofía griega, se encuentra tam bién recogida orientación y a dejar de lado la hipótesis aristotélica sobre la anim a
por Sigiero de B rabante y aun por la Divina comedia. ción del feto a los 40 días. U no de ellos, Paolo Z acchia, seria nom bra
do caballero pontificio.

c) Edad moderna
d) Edad contemporánea
-L o s célebres M artín de A zpilicueta y Tomás Sánchez condenaban
la contracepción, pero adm itían el aborto «terapéutico» con tal que se En la constitución Apostolicae seáis, el papa Pío IX excom ulgaba
realizara dentro de los 40 días prim eros del em barazo22. en 1869 a los que practicaran el aborto, sin adm itir y a la antigua d is
-S ix to V prom ulgó en 1588 la fam osa bula Effraenatam , con la in tinción aristotélica entre la anim ación y la no-anim ación del feto.
tención de elim inar la prostitución en Rom a. Invocando el canon Ali- -P ío XI, en la encíclica Casti connubii (1930) ofrece una respues
quando, extiende la pena de excom unión reservada a la Santa Sede al ta explícita a las objeciones m ás graves que se suelen plantear a favor
uso de anticonceptivos y a todo tipo de prácticas abortivas, sin atender del aborto, al que considera com o crim en gravísim o con el que se v ie
ne a ag red ir la progenie escondida en el seno m aterno.
a la precisión relativa al feto «no form ado», ni a los casos del llam ado
- P ío X II excluye todo aborto directo, ya pretenda la destrucción de
aborto terapéutico23. La bula fue abrogada en parte po r su sucesor.
la vida hum ana com o fin o com o m edio25.
-D u ran te el pontificado de Inocencio XI, el Santo O ficio condenó,
-J u a n X X III recuerda la doctrina de ¡os P adres sobre el carácter
al m enos com o escandalosas, 65 proposiciones laxistas, denunciadas
sagrado de la vida, «la cual desde su com ienzo exige la acción crea
por la universidad de Lovaina, dos de ellas relativas al aborto. U na a fir
dora de D io s» 26.
maba la licitud de procurar un aborto antes de la anim ación del feto. La
- E l concilio Vaticano II se refirió al aborto con unas célebres p a
otra consideraba probable que el feto, m ientras está en el útero, carece
labras que tratan de defender la vida hum ana en su totalidad:
de alm a racional propia con lo que el aborto no sería un hom icidio24.
Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genoci
21. In IV Sent., dist. 31, tcxt. expositio. dios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado...- todas estas
22. Su doctrina es discutida por san Alfonso, que sigue manteniendo la licitud del prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes (GS 27).
aborto indirecto, aun entendido dentro de unos márgenes bastante amplios: «Quaeres
quando liceat procurare abortum. Resp. Quicumque malitiose in se vel altero procurat
abortum peccat graviter, sive foetus sit animatus, quia est verum homicidium, sive non, M ás adelante, en el m arco de la pro b lem ática relativa a los co n
quia tendit ad occisionem hominis, et est contra naturam generationis; Less. Si tamen ad flictos de valores y deberes que surgen en la vida conyugal, afirm a que
vitam matris conservandam omnino sit necessarium, sequentes regulae tenentur: 1. Si
«la vida desde su concepción h a de ser salvaguardada con el m áxim o
foetus mortem matri allaturus sit probabiliter, et necdum sit animatus anima rationali
(animari autem communiter aíunt mares die quadragesimo, foemeilas vero octogésimo cuidado; el aborto y el infanticidio son crím enes execrables» (GS 51).
quae res valde incerta est), quidam permitunt, etiam directa intentione expelli, ut Sanch., -P a b lo V I, en la encíclica Humanae vitae (25.7.1968), en la que se
Henr. etc. contra Less. et alios, quorum sententia in praxi suadenda: quorsum enim di- estudian el tem a de la anticoncepción y la pro creació n responsable,
recte expelías, cum indirecte liceat et sufficiat? 2. Si vero foetus sit animatus, materque
judicetur moritura cum prole, nisi medicinam sumat; licet eam sumere, et secundum
dedica igualm ente unas líneas al tem a que nos ocupa:
quosdam tenetur, intendendo directe suam tantum sanitatem, etsi indirecte ac conse-
quenter destruatur foetus: quia in pari necessitate mater potest magis prospicere sibi, más tarde en su obra luris spiritualis practicabilium librí XV, XII, 16, 44, Córdoba
quam proli. 3. Si vero cum morte matris spes vitae et baptismi prolis effulgeat, tenetur 1635. La segunda opinión había sido defendida por Caramuel, pero ya la había abando
mater secundum plerosque sub mortali abstinere ab omni remedio destructivo prolis, nado: cf. su Theologia moralis fundamentalis II, fundam. 55, q. 6.
quia tenetur vitam corporalem exponere pro extrema necessitate spirituali infantis. Con- 25. Pío XII, Discurso del 12.11.1944 a la Asociación médica italiana: «Finché un
trarium tamen docet Lud. López, quod Sa. dixit esse probabile. V Less. Sánchez, Fill. uomo non é colpevole, la sua vita é intangibile, et é quindi illecito ogni atto tendente di-
Bon.»: san Alfonso M.a de Ligorio, Theologia tnoralis, lib. Iíi, trac. 4, cap. 1, dub. 4. rettamente a distruggerla, sia che tale distruzione venga intesa come fine o soltanto co
23. Constitución Effraenatam: Bullarium romanum V, 1, p. 25-27; Fontes iuris ca- me mezzo al fine, sia che si tratti di vita embrionale, o nel suo sviluppo ovvero giunta
nonici, 1, 165, p. 308-311. ormai al suo termine»: Discorsi e radiomessaggi VI, 191; cf. también su famoso Dis
24. DS 2134 y 2135. La primera opinión había sido defendida por Francisco To- curso a las comadronas (29.10.51).
rreblanca y Villalpando, Epitome delictorum sive de magia II, 43, 10, Sevilla 1618, y 26. Juan XXIII, Mater et magistral AAS 53 (1961)447.
En conformidad con estos principios fundamentales de la visión huma del mismo... ¡Cuántas veces queda ella abandonada con su maternidad,
na y cristiana del matrimonio, debemos, una vez más, declarar que hay cuando el hombre, padre del niño, no quiere aceptar su responsabili
que excluir absolutamente como vía lícita para la regulación de los na dad! Y junto a tantas «madres solteras» en nuestra sociedad, es necesa
cimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y rio considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo pre
sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por siones, incluidas las del hombre culpable, «se libran» del niño antes de
razones terapéuticas (n. 14). que nazca. «Se libran», pero ¡a qué precio! La opinión pública actual
intenta de modos diversos «anular» el mal de este pecado; pero nor
En 1974 la C ongregación para la doctrina de la fe publicó un ex malmente la conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quita
do la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibili
tenso docum ento al que es necesario referirse al tocar este tem a. En él
dad a acoger la vida, inscrita en su ethos desde el «principio» (n. 14).
se m encionan m uchos de los datos de la tradición que quedan recogi
dos m ás arriba. Y en él se subraya decididam ente la calidad hum ana
Según el C ódigo de derecho canónico, «quien procura el aborto, si
del nuevo ser concebido, basándose no sólo en la tradición o en la re
éste se produce, incurre en excom unión latae sententiae (CIC 1398).
flexión cristiana sino en las m ism as aportaciones de las ciencias:
Por el tem a tratado, m erece especial atención la Instrucción Do-
Desde el momento en que el óvulo ha sido fecundado comienza una vi num vitae, publicada en 1987 p o r la C ongregación p ara la doctrina de
da, que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser hu la fe sobre el respeto de la vida hum ana naciente y la dignidad de la
mano, que se desarrolla por su propia cuenta... La genética moderna procreación. A llí se afirm a que «el ser hum ano h a de ser respetado
proporciona preciosas confirmaciones de esta evidencia de siempre
-c o m o p e rso n a - desde el p rim er instante de su existencia», p ara su
(perfectamente independientes de las discusiones acerca del momento
de la animación). Ha mostrado cómo, desde el primer instante, está fi brayar la im portancia decisiva de la fecundación y rep etir «la co n d e
jado el programa de lo que será este ser vivo: un hombre individual, con na m oral de cualquier tipo de aborto procurado» (I, 1).
sus características bien determinadas. Desde la fecundación se ha ini A ese docum ento se refiere con frecuencia el Catecismo de la Igle
ciado la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades sia católica (1992). En este se afirm a que «desde el p rim er m om ento
requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar. Lo menos que de su existencia, el ser hum ano debe ver reconocidos sus derechos de
puede decirse es que la ciencia moderna, en su estadio más evoluciona persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocen
do, no presta ningún apoyo sustancial a los defensores del aborto27. te a la vida» (n. 2270); se recuerda la enseñanza tradicional de la Igle
sia, según la cual «el aborto directo, es decir, querido com o un fin o
-D e las m últiples intervenciones de Juan Pablo II, destacam os sus com o un m edio, es gravem ente contrario a la ley m oral» (n. 2271); se
continuas alusiones al tem a del aborto en las encíclicas Redemptor ho- explica la p en a canónica (C IC cn. 1398) de la excom unión latae sen
minis (n. 13 y 14), Dives in misericordia (n. 12), Dominum et vivifican- tentiae (n. 2273); se afirm a la im portancia de la defensa de la vida h u
tem (n. 43), así com o la exhortación apostólica Familiaris consortio (n. m ana inocente com o un «elem ento constitutivo de la sociedad civil y
26 y 30). E n todas ellas se defiende la vida hum ana desde el prim er m o de su legislación» ( ib id .); y se recuerdan los criterios ofrecidos p o r la
mento y se alza una voz en contra del aborto. Esta preocupación no es in stru cció n Donum vitae sobre el respeto al em brión y las interven
tá ausente ni siquiera en las encíclicas específicam ente «sociales», co ciones en el patrim onio crom osóm ico y genético (n. 2274-2275).
m o la Sollicitudo rei sociaiis (n. 25-26) o la Centesimus annus (n. 39). E n la Carta a las fam ilias, publicada por Juan Pablo II, con m otivo
Especial dram atism o alcanza el tem a en la carta apostólica Mulieris dig- del año internacional de la fam ilia, se afronta directam ente, el escán
nitatem (15.8.1988), donde se alude con palabras vibrantes a un proble dalo social y p o lítico de las legislaciones pro-abortivas, poniéndolas
m a social y m oral, que con frecuencia se trata de silenciar: veladam ente en com paración con la legislación nacionalsocialista:
Una mujer es dejada sola con su pecado y es señalada ante la opinión
¿Cómo no recordar a este respecto, las desviaciones que el llamado es
pública, mientras detrás de este pecado «suyo» se oculta un hombre pe
tado de derecho ha sufrido en numerosos países? Unívoca y categórica
cador, culpable del «pecado de otra persona», es más, corresponsable
es la ley de Dios respecto a la vida humana. Dios manda: N o m atarás
(Ex 20, 13). Por tanto, ningún legislador humano puede afirmar: Te es
27. Congregación para la doctrina de la fe, Declaración sobre el aborto procura
do (18.11.1974), 12-13: AAS 66 (1974) 738. lícito matar, tienes derecho a matar, deberías matar. Desgraciadamente,
esto ha sucedido en la historia de nuestro siglo, cuando han llegado al lo es fecundado, se inaugura u n a nueva v id a que no es la d el p ad re n i
poder, de manera incluso democrática, fuerzas políticas que han ema la de la m adre, sino la de un nuevo ser hum ano que se desarrolla por sí
nado leyes contrarias al derecho de todo hombre a la vida, en nombre m ism o». Se trata de u n a «evidencia», a la qu e «la gen ética m o d ern a
de presuntas como aberrantes razones eugenésicas, étnicas o parecidas. otorga una preciosa confirm ación» (EV 60)30.
Un fenómeno no menos grave, incluso porque consigue vasta confor
E specialm ente com entados han sido los párrafos en los que el papa,
midad o consentimiento de opinión pública es el de las legislaciones
que no respetan el derecho a la vida desde su concepción. ¿Cómo se continuando el discurso iniciado en sus anteriores encíclicas Centesi-
podrían aceptar moralmente unas leyes que permiten matar al ser hu mus annus y Veritatis splendor se refiere a la necesaria fundam entación
mano aún no nacido, pero que ya vive en el seno materno? E! derecho de la libertad en la verdad del ser hum ano, para afirm a r tajantem ente,
a la vida se convierte, de esta manera, en decisión exclusiva de los adul con la Carta a las fa m ilia s, que «las leyes que autorizan y favorecen el
tos, que se aprovechan de los mismos parlamentos para utilizar los pro aborto y la eutanasia se oponen radicalm ente no sólo al bien del indi
pios proyectos y perseguir los propios intereses. viduo, sino tam bién al bien com ún y, p o r consiguiente, están privadas
Nos encontramos ante una enorme amenaza contra la vida: no sólo la totalm ente d e auténtica validez jurídica» (EV 72).
de cada individuo, sino también la de toda la civilización. La afirma
U na consecuencia evidente es la obligación m oral de acogerse a la
ción de que esta civilización se ha convertido, bajo algunos aspectos, en
«civilización de la muerte» recibe una preocupante confirmación28. objeción de conciencia y a u n a la im pugnación d irecta d e tales leyes.

C om o es sabido, tanto los principios éticos cuanto la denuncia de e) E piscopado español


las prácticas abortistas y su aceptación legal en la sociedad m oderna,
alcanzan un a am plia resonancia en la encíclica E vangelium vitae. E n C om o acabam os de ver, el p ap a alude al constante y unánim e m a
ella, en efecto, se evocan los m otivos aducidos para legitim ar el abor gisterio de los obispos. B aste aquí una breve referencia a algunos p ro
to, se apela a la revelación bíblica, en cuanto afirm a el am o r de D ios nunciam ientos del episcopado español.
a la persona, incluso antes de su nacim iento, se recuerdan los hitos Su Com isión perm anente publicó (5.2.1983) un a declaración sobre
m ás sobresalientes de la tradición an tigua y los últim os docum entos la despenalización del aborto, que, adem ás de criticar el proyecto de ley
del m agisterio. Todo este cúm ulo de doctrina desem boca en u n a fór que y a se preparaba, afirm a que «no podrá escapar a la calificación
m ula especialm ente solem ne que ha hecho pensar a m uchos en un pro m oral de hom icidio lo que hoy se llam a aborto provocado o, de form a
nunciam iento p o n tificio cercano a la definición: encubierta, interrupción voluntaria del em barazo; porque es verdad que
Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la el hom bre transm ite la vida, pero ni la crea ni es dueño de ella».
Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado L a X L II A sam blea p le n aria d e la C o n feren cia episcopal, tras la
y que era inmutable. Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pe despenalización parcial del aborto, publicó el 28.6.1985 un a Instruc-
dro y a sus sucesores, en comunión con todos los obispos -que en varias
ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anterior 30. Sobre el origen de la vida humana, según las ciencias modernas, cf. R. Colom-
mente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente bo, El evangelio de la vida y las ciencias de la vida: L’OR ed. esp. (19.4.1996) 11-12:
sobre esta doctrina-, declaro que el aborto directo, es decir, querido co «La individualidad genética (‘programa’ genético) de todo nuevo organismo se va pre
cisando cada vez más en su contenido informativo (cf. el Proyecto genoma humano, en
mo fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto
fase de realización) y en su expresión (cf. las numerosas investigaciones sobre los mar-
eliminación de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en kers fenotípicos y sobre el linkage entre genotipos y fenotipos normales y patológicos).
la ley natural y en la palabra de Dios escrita; es transmitida por la tradi No sólo sabemos con certeza, ahora igual que hace veinte años, que en la reproducción
ción de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario y universal29. sexuada se garantiza - a través de la segregación independiente de los cromosomas ho
mólogos y la recombinación génica (crossing-over), que acontecen durante la m eiosis-
la diferencia informativa original del genotipo de todo individuo, aunque los gametos
L a en cíclica vuelve sobre las palabras de la D eclaración sobre el provengan de los mismos dos padres. Pero hoy también podemos detectar y determinar
aborto provocado para afirm ar que «desde el m om ento en que el óvu esa identidad biológica a través de las técnicas de la genética molecular (DNA finger-
printing), de la bioquímica (Protein patterns) y de la inmunología (monoclonal antibo-
28. Juan Pablo II, Carta a las familias Gratissimum sane (2.2.1994), 21. dies), aplicables también a la tipificación de fases muy precoces del desarrollo (cf. el así
29. Id., Evangelium vitae, 62, donde se remite a LG 25. llamado ‘diagnóstico pre-implantación’ sobre los embriones)».
ción en la que se afirm a que el aborto voluntario es u n a acción grave te de la C E E publicó el 22.9.1994 un a nota en la que se afirm ab a que
m ente inm oral, se califica com o decisión m oralm ente in ju sta la des no hay razones válidas para el aborto, y que con esa ley el E stado re
penalización del aborto, y repite que no es lícito colaborar en la ejecu nunciaba a su responsabilidad básica de tutelar la v id a hum ana. A nte la
ción del m ism o. Invita, adem ás, a los católicos a luchar decididam ente eventual acusación de que la postura de los obispos es intolerante y
contra las causas sociales y personales del aborto, p roponiendo una ñm dam entalista, afirm aban resp etar el pluralism o y la libertad y aña
buena educación popular sobre la sexualidad hum ana, solicitando apo dían que «el respeto a la v id a hum ana es u na de las bases de todo orden
yo p ara el m atrim onio y la fam ilia, así com o la creación de institucio social ju sto , en particular del pluralista». Tras rem itir a lo que habían
nes adecuadas, y una m ayor facilitación de la adopción, al tiem po que escrito en docum entos anteriores, los obispos afirm aban que su «no» al
los exhorta a ejercer la vigilancia sobre la m ism a ley despenalizadora anteproyecto de ley sobre el aborto era un m odo de estar consecuente
para que no se convierta en u n a despenalización generalizada. m ente a favor del «sí» a la vida del hom bre, que es la gloria de D ios34.
- A l cum p lirse el prim er aniversario de la despenalización parcial - L a C om isión de sanidad del C ongreso de los diputados aprobó
del aborto, el C om ité episcopal p ara la defensa de la v id a publicó una p o r unanim idad el 26 de noviem bre de 1997 tina proposición no de ley
nota en la que, entre otras cosas se afirm a que «los avances técnicos de que in sta al gobierno a facilitar en determ inadas condiciones la u tili
la m edicina h acen hoy prácticam ente obsoleta la n ecesidad de realizar zación del fárm aco RU -486. C on ese m otivo, la C om isión perm an en
un aborto para salvar la v ida de la m adre»31. te de la C onferencia episcopal española publicó u n a D eclaración
-M u c h o m ás am plio eco, incluso internacional, h a tenido la publi (17.6.1998), en la q u e se afirm a: «L a píldora R U -486 no se u tiliza p a
cación del libro E l aborto. 100 cuestiones y respuestas, preparado por ra curar n in g u n a enferm edad. Su finalidad es elim inar vidas hum anas
ese grupo interdisciplinar que constituye el C om ité episcopal para la inocentes en las prim eras sem anas de su existencia. E s u n fárm aco
defensa de la vida. S olam ente la p arte V ofrece algunos criterios abortivo». Poco m ás adelante, el docum ento añade u na o p ortuna acla
«cristianos», m ientras que la m ayor parte del libro está dedicada a ración: «E n todo caso, querem os recordar que el recurso a u n fárm a
cuestiones b iológicas, m édicas, legales y políticas. E s especialm ente co abortivo, com o la p íld o ra R U -486, es tan inm oral com o el recurso
llam ativo el tono directo de las preguntas y respuestas y el em peño al aborto p o r m edios quirúrgicos. C am bia el m odo en el que se ejecu
dem ostrado p o r ju z g a r el aborto desde una ética racional, previa a la ta la acción, pero el objeto m oral de la m ism a es, en am bos casos,
revelación cristiana. Para una o bra de bioética es especialm ente intere idéntico: la elim inación de un a v id a hum ana inocente. El crim en no se
sante el estudio que ofrece sobre el alcance y los detalles de la ley es p erpetra co n arm a blanca, p ero sí p o r m edio de u n a quím ica letal»35.
pañola que, m odificando el art. 417 bis del Código penal, despenaliza
tres supuestos de aborto32. vado, así como el personal de enfermería o auxiliar, estarán obligados a prestar a la em
barazada la asistencia que sea necesaria para salvar su vida, sin que puedan aducir ra
-T eniendo a la vista el anteproyecto de ley con que el G obierno pre
zones de conciencia para eximirse de la responsabilidad en que pudieran incurrir por la
tendía en 1994 regular la práctica del aborto33, la C om isión perm anen denegación del auxilio debido. Las mismas razones tampoco podrán ser invocadas por
el personal médico o sanitario para justificar la denegación de asistencia a una mujer cu
31. Comité episcopal para la defensa de la vida, Criterios de vida y no de muerte: ya vida o salud se encuentren en grave peligro a consecuencia de una intervención de in
Ecclesia 2.287 (1986) 1354-1357. Allí se remite a diez documentos sobre el aborto pu terrupción de su embarazo. Los centros de asistencia y asesoramiento tienen como fun
blicados previamente por la Conferencia episcopal española. ción garantizar una eficaz protección de la vida del aún no nacido. En ningún caso estos
32. Para ulterior ampliación cf. el libro En el vientre materno ya me apoyaba en ti, centros podrán asumir la función de autorizar o denegar la práctica del aborto. Los abor
Valencia 1991. tos encuadrados en el «cuarto supuesto» no constituyen una prestación del Sistema na
33. Según el proyecto, no será delito el aborto practicado con el consentimiento de cional de salud. Y, por fin, los centros de asesoramiento y asistencia habrán de registrar
la mujer cuando, ajuicio de ésta, el embarazo le suponga un conflicto personal, familiar los datos pertinentes a efectos de estadística.
o social de gravedad semejante a los tres supuestos legales hasta ahora. Se señala un pla 34. Comisión permanente de la Conferencia episcopal española, Declaración: So
zo en las doce primeras semanas de gestación. Se requiere que la mujer haya acudido bre la proyectada nueva ley del aborto (22.9.1994): BOCEE 44 (21.11.1994) 159-161 y
previamente a un centro de asesoramiento acreditado al efecto. Para la realización de un en Ecclesia 2.704 (1.10.1994) 1458-1459.
aborto con alto riesgo para la madre, o que supere las doce semanas, los centros sanita 35. Comisión permanente de la Conferencia episcopal española, Declaración: El
rios, públicos o privados, deberán contar, además, con Unidades de obstetricia y gine aborto con pildora también es un crimen (17.6.1998): Ecclesia 2899 (27.6.1998) 958-
cología, así como laboratorio de análisis, anestesia, reanimación, banco y depósito de 959. Al comenzar a estar disponible en los hospitales la píldora RU 486, la misma Co
sangre. En casos de urgencia, por riesgo vital para la gestante, todo médico especialista misión permanente publicó posteriormente otra declaración sobre el tema (21.10.1998),
en obstetricia y ginecología integrado en un centro sanitario de carácter público o pri- titulada Con la pildora también se mata\ Ecclesia 2.917 (31.10.1998) 1621.
E l docum ento expone a continuación algunos problem as éticos que por tanto, «es ya» formalmente y no sólo virtualmente hombre. La ger
podría suscitar la m encionada píldora, com o los siguientes: privatiza minación misma es ya formalmente humana36.
ción del aborto; d ificultades del personal m édico-sanitario p ara reco
nocer su obligación m oral de no coop erar a la realización del m ism o; E n nuestro tiem po hem os llegado a com prender que el respeto a la
posibilidad de aum entar los fraudes a una legislación y a injusta; avan vida hum ana no adm ite discrim inaciones de sexo, de libertad o escla
ce en la conciencia social del «derecho al aborto» y difusión de la lla vitud, de razas o etnias, de creencia religiosa o de afiliació n socio-po-
m ada «cultura abortista». lítica. E n consecuencia, deberá decirse que tam poco pued e adm itir
discrim inaciones de edad. N o son los criterios adjetivales los que han
de determ inar el aprecio de la vida hum ana. E l ser hum ano es un a u n i
5. E lem entos p a ra una reflexión ética dad a lo largo de su desarrollo histórico, com o adm ite la biología:
El estar en camino es inseparable de la «condición humana»: estamos
O bviam ente en éste, com o en tantos otros temas, es preciso estable siempre en un proceso de avance, de realización personal, que única
cer u na distinción clara entre la calificación m oral «objetiva» del pro mente concluirá en el momento de nuestra muerte. Por eso, cuando se
blema, la responsabilidad o culpabilidad de las personas im plicadas y la ha puesto en marcha una realidad con destino humano, tenemos que
eventual despenalización o legalización de las actuaciones abortivas. afirmar que estamos ya ante un ser, llamado a convertirse en persona en
su sentido más pleno y cuya existencia debe ser defendida. Es incohe
rente proclamar la inviolabilidad de la vida ya nacida y negársela al ci
a) M oralidad objetiva goto, al embrión o al feto: en todos los casos, estamos ante una exis
tencia que tiene un destino humano, a los que falta aún mucho por
La reflexión ética sobre el aborto se refiere necesariam ente al va avanzar en su proceso de maduración personal, pero que ya ha iniciado
lor últim o de la v ida hum ana, tutelado po r el m andam iento bíblico - y la apasionante aventura de entrar en un destino humano37.
ex trabíblico- «N o m atarás». L a v id a es el prim ero de los derechos de
la persona. E n consecuencia, desde el p u n to de v ista objetivo, h em os de m an
Por otra parte, la p ersona no puede ser im aginada com o u n a reali tener que el aborto constituye la supresión de la vida hum ana, la cual
dad distinta realm ente del ser hum ano. Es preciso acudir de nuevo a las constituye el v alor ontológico y ético fundam ental tanto p ara la exis
antiguas palabras de Tertuliano: «Es y a hom bre el que h a de ser h o m tencia p ersonal com o p ara la convivencia social. El aborto com parte
bre». Por decirlo con categorías m ás actuales, el respeto a la v id a del objetivam ente la calificación m oral negativa debida al hom icidio. N in
no-nacido no puede ignorar la historicidad inherente al ser hum ano. gún ser hum ano es dueño de la vida de sus sem ejantes.
Pero la m ención de la conocida frase de Tertuliano puede resultar
am bigua. Si se pretende despenalizar algunas situaciones especial
m ente dram áticas no se debería acudir al falaz expediente de afirm ar b) R esponsabilidad p erso n a l
que «lo» elim inado no es «todavía» una p ersona hum ana. Pero la p o s
A nte cualquier com portam iento hum ano, el ju icio sobre la respon
tura adversa al aborto tam poco debería aferrarse a una concepción an
sabilidad personal ha de considerar las condiciones de conocim iento y
ticu ad a que parece pretender que del germ en hum ano h a de salir un a
lucidez, de advertencia, voluntariedad y libertad en las que se tom a la
persona hum ana. Es preciso repensar la antropología subyacente a am
decisión correspondiente. D eterm inados obstáculos a la decisión h u
bas posturas:
m ana, com o pueden ser la ignorancia invencible, el m iedo o la coac-
Pienso que en el germen está ya todo lo que en su desarrollo constitui
rá lo que suele llamarse hombre, pero sin trans-formación ninguna, só 36. X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid 1986, 50. Merece la pena leer el contexto;
lo por desarrollo. El germen es ya un ser humano. Pero no como creían cf. B. Castilla y Cortázar, Persona y vida humana, desde la noción de persona de Xavier
Zubiri: CuBio 8 (1997) 1113-1118; P. Gire, Pour une métaphysique de la personne.
los medievales (y los medievalizantes que muchas veces ignoran serlo),
Q u’est-ce que lapersonne humaine?: Sup 195 (1995) 13-27.
porque el germen sea germen de hombre, esto es, un germen de donde 37. J. Gafo, E l aborto ante la conciencia y la ley, Madrid 1982, 89. Cf. también su
«saldrá» un hombre, sino porque el germen es un hombre germinante y, obra 10palabras clave en bioética, Estella 1993,45-89.
ción, tanto física com o psicológica, pueden hacer m enos «hum ano» y Por otra parte, es preciso reco n o cer que algunos pronunciam ientos
responsable tal com portam iento. E stos principios valen p ara cualquier de la Ig lesia sobre la an ticoncepción p ueden h ab er contribuido a re
situación en la que se encuentre la persona, por dram ática que sea. forzar la razó n abortista y, consecuentem ente, a triv ializar el tem a y
En este caso, son m uchos los estudiosos que consideran que la m e dism inuir la culpabilidad de algunas personas. A l aproxim ar excesiva
todología del estudio m oral del ab o rto , y su consecuente valoración m ente el ju ic io y la condena sobre el aborto y la anticoncepción, sin
concreta, tiene que asum ir dos instancias im portantes, com o son la del establecer m atices cualitativos, puede haber ocasionado u n descrédito
conflicto de valores y el caso de la situación-lím ite. sobre am bas posturas40.
L a instancia del «conflicto de valores», o de deberes m orales, p o D e todas form as, tanto la p ersona que aborta, com o los agentes sa
dría sustituir co n ventaja la antigua m etodología que distinguía entre nitarios que facilitan el aborto, han de estar atentos al valor de la vida
el aborto directo y el indirecto, que se ha visto invocada en los docu hum ana, sin el cual ningún otro valor se sostiene41.
m en to s de la Ig lesia aqui citados. A quella distinción se b a sa b a en el A p esar de la dureza de todas las condenas contra el aborto, los do
fam oso «principio del doble efecto». E n esa lógica, casos dram áticos cum entos de la Iglesia repiten u n a y otra vez la exhortación a m ostrar
en los que estab a en peligro la v id a de la m adre en contraban a veces una sincera com prensión hacia las m adres que han recurrido al aborto.
una solución ética: se perm itía u na intervención quirúrgica - p o r ejem Se trata, u n a vez m ás, de d istinguir entre el m al m o ral objetivo y la
plo, u n a h isterec to m ía - que preten d ía com o efecto querido y apro b a culpabilidad de las decisiones asum idas p o r la persona. E n esta, com o
do la salvación de la m adre, aunque se siguiese, com o efecto no que en otras m uchas situaciones, la Iglesia «no d uda de que en m uchos ca
rido aunque inevitable, la supresión del feto. sos se h a tratado de u n a decisión dolorosa e incluso dram ática»42.
L a m etodología que considera el conflicto de valores éticos en una
situación concreta, que p o r otra p arte se aplica en todos los cam pos
considerados p o r la reflexión m oral, ayudaría a p lan tear el tem a con c) R esponsabilidad p o lítica
m ayor coherencia y con m ayor realism o38.
El p roblem a ético de la legalización o d espenalización del aborto
Por o tra parte, es preciso ten er en cuenta que la p erso n a se en
h abría de ser cuidadosam ente separado del anterior43. N o es lo m ism o
cuentra con frecu encia ante encrucijadas en las que h a de to m ar una
v alorar éticam ente el aborto que em itir u n ju icio ético sobre su despe
decisión entre varias, ninguna de las cuales le parece m oralm ente irre
nalización. E xisten conexiones entre am bas cuestiones, pero no son la
prochable. E s preciso elegir el m al m enor. Pero el criterio p ara discer
m ism a cuestión, ni tam poco se pu ed e responder a las dos con la m is
n ir la «cuantía» del m al elegible y elegido en cada caso y en cada p er
m a certeza44.
sona es difícilm ente determ inable a priori. Piénsese en la apelación al
criterio personal que la m oral tradicional aplicaba a la distinción entre 40. Cf. J. I. González Faus, El derecho de nacer. Critica de la razón abortista, Bar
los m edios ordinarios y extraordinarios para la prolongación de la vi celona 1995, 26. Todo el opúsculo resulta iluminador.
da y el proceso del fallecim iento. 41. En este contexto resulta sorprendente la conversión del doctor judio Bemard N.
Nathanson, quien había fundado en 1969 el NARAL (Liga nacional de derecho al abor
Tales criterios pod rían ten er aplicación en algunas situaciones to), es responsable de más de 60.000 abortos y llegaría posteriormente a producir el vi
- m á s teóricas que p rác tica s- en la que se tratase de p racticar el llam a deo Silent Screen para hacer ver el dolor del bebé cuando se le aplica el fórceps para ex
do aborto terapéutico. C on m ás m atices, sin duda, requieren un a gran traerlo del seno materno: cf. A. Villalba, El doctor Nathanson se hace católico’. Ecclesia
2.828 (15.2.1997) 227; C. J. McCloskey, La conversión del Dr. Bem ard Nathanson a la
com prensión en el plano personal algunas situaciones de aborto euge-
cultura de la vida y a la Iglesia católica: L’OR 29/8 (21.2.1997) 9.
nésico, com o en el caso de la previsión del nacim iento de un niño 42. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 99; Comisión permanente de la Conferencia
anencefálico, ya previsto en 1986 po r el docum ento de los obispos es episcopal española, El aborto con píldora también es un crimen, 10: Ecclesia 2899
(27.6.1998) 959.
pañoles sobre la eutanasia39.
43. G. Landrove, Política criminal del aborto, Barcelona 1976.
44. Estos temas son de la máxima actualidad en este momento. Cf. K. A. Petersen,
38. Cf. D. Homstra, A Realistic Approach to Maternal-Fetal Conjlicf. Hastings- Abortion Regimes, Brookfield VT 1993, donde se compara la evolución de la legisla
CRep 28/5 (1998) 7-12. ción sobre el aborto en Australia, Dinamarca, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y los Esta
39. Cf. M. Vidal, Moral de actitudes II/l. Moral de lapersonay bioética teológi dos Unidos para investigar hasta qué punto la profesionalización del terreno médico ha
ca, Madrid 1991, 403. afectado el desarrollo del aborto.
Conviene com enzar p o r recordar aquí dos distinciones trad icio n a do previam ente la inform ación n ecesaria y sin h aber creado las es
les en el terreno de la reflexión m oral sobre las responsabilidades ju rí- tructuras que posibiliten la opción p o r un a alternativa al aborto. «El
dico-penales: em peño de los legisladores al servicio de la v id a es esencial y central.
Esto es necesario no sólo para evitar la m uerte de tantos inocentes, si
a) N o es lo m ism o «m oral» que «derecho». Las leyes del E stado no tam bién p ara evitar que la dem ocracia se transform e en un totalita
han de fundarse evidentem ente sobre la bondad ética objetiva o sobre rism o y la libertad en una licencia egoísta»45.
los preceptos de la «ley natural», o sobre los derechos de la persona Sin em bargo, en la inm ensa m ayoría de los casos el «valor» que en
hum ana, de lo contrario se descalificarían a sí m ism as. Pero las leyes tra en conflicto se reduce a la interrupción de un em barazo no desea
del Estado no tienen p or qué penalizar todo lo malo, ni prem iar todo lo do que va a cam biar el «bienestar» de la fam ilia, lo que en ningún ca
bueno. L a legislación pública no debería constituir otro argum ento, y so es defendible.
tal vez el m ás im portante, para la realización ética. L a legislación no C om o tam poco es defendible u na legislación que no se lim ite a
está para obligar a los ciudadanos a cum plir los preceptos de la m oral d espenalizar algunas situaciones sino que, en la p ráctica prom ocione
-m e n o s aún cuando entre ellos hay pluralidad de c rite rio s- sino para el aborto y aun lo prom ueva de form a «selectiva», con relación al se
regular la convivencia, prom oviendo el b ien social y respetando y h a xo o a otras condiciones del bebé que está p ara nacer46.
ciendo resp etar los derechos de todos, incluidos los del no-nacido. N o hace falta ser dem asiado susceptibles p ara com p ren d er que,
m ientras la propaganda social en favor de la despenalización del abor
b) Por o tra parte, no es lo m ism o «legalización» que «despenaliza to insiste en la defensa de un «derecho a elegir», en la p ráctica la con
ción». L a conducta legalizada se convierte en un derecho; quien desee ciencia social ha evolucionado hasta im poner el aborto com o u n «de
llevarla a cabo puede contar con la protección del Estado. L a despena ber». L a o p inión pública llega a sublevarse cuando la adm inistración
lización, en cam bio, no supone que la conducta sea legal, ni que el E s concede ayudas sociales a m ujeres que se han negado a ejercer su «de
tado deba protegerla, sino que, en determ inadas circunstancias, el E sta recho» a abortar. En esos casos, la culpabilidad m oral ante el h om ici
do reconoce que no se han dado las condiciones para la im posición de dio abarca a m uchas personas que, aparentem ente, tratan de inhibirse
penas a ese determ inado com portam iento. E n esta clave, es fácil p er de tal responsabilidad.
cibir la gran diferencia que se da en la p ráctica entre un a ley de plazos d) Por o tra p arte, es preciso recordar el pro b lem a de la eventual
y una ley de indicaciones. objeción de conciencia. Si un profesional m édico-sanitario se cree en
E n este caso, la reflexión ética se sitúa en tom o a la despenalización el deber m oral de respetar la v id a no nacida, h a de p o d er fo rm u lar su
del aborto, en referencia al bien social. E n ese sentido, aunque la mayor objeción de conciencia no sólo ante la ley sino tam bién ante los regla
p arte de los ciudadanos, con m otivo de la prom ulgación de la ley, no m entos de las instituciones hospitalarias que le obligarían a colaborar
planteaban el aborto com o un derecho, ni com o m oralm ente deseable, en la p ráctica del aborto47.
sino com o un hecho que exigía una regulación para evitar m ales m ayo
45. Pontificio Consejo para la familia, Al servicio de la vida (Instrumentum labo-
res, andando el tiem po se han descubierto tanto la orientación general
ris), Cittá del Vaticano 1992, 18, donde remite a M. Schooyans, L ’avortement: Enjeux
hacia la «legalización» com o la pervivencia de hechos delictivos que se politiques, Québec 1990, 157ss.
resisten a la regulación. 46. En este sentido ha causado una gran alarma social la medida propuesta por la
ministra de Sanidad de Holanda, Els Borst, para ampliar de 14 a 23 semanas los límites
c) Las leyes han de defender a los indefensos y tutelar los valores del aborto legal, de modo que se conozca ya el sexo del hijo. Un portavoz del Consejo
musulmán de Holanda se mostraba contrariado: «La interrupción del embarazo sólo
éticos fundam entales inherentes a la dignidad de la p ersona hum ana.
porque se trata de una niña es inaceptable para nosotros»: cf. La ministra holandesa de
Tal protección se refiere especialm ente a los casos en los que la v i Sanidad promueve el aborto selectivo de fetos femeninos: Ecclesia 2.826 (1997) 145.
da naciente p u d iera entrar en conflicto con otros valores, com o es el 47. El Código deontológico de la enfermería española (1989), afirma en su a. 22:
de la v ida de o tra persona, igualm ente digna de respeto y protección «De conformidad con lo dispuesto en el artículo 16.1 de la Constitución española, la en
fermera/o tiene, en el ejercicio de su profesión, el derecho a la objeción de conciencia
-c a s o que y a en la legislación anterior se acogía a la exim ente de ex que deberá ser debidamente explicitado ante cada caso concreto. El Consejo general y
trem a necesid ad -. E n otras situaciones dram áticas, el Estado no puede los Colegios velarán para que ninguna/o enfermera/o pueda sufrir discriminación o per
lim itarse a u n a inhibición o un ju ic io despenalizador, sin h aber ofreci juicio a causa del uso de ese derecho».
L a colaboración puede ser personal, pero tam bién institucional. E n 6. Conclusión
algunos lugares p u eden plantearse situaciones especialm ente conflic
tivas. H e aquí u n ejem plo. L a ley alem ana de 21.8.1995 exige que, an D esde u n a reflexión ética, puram ente h um anística, que tiene en
te la eventualidad del aborto, se presente un certificado de h aber reci cuenta los valores y antivalores típicos de una sociedad del bienestar,
bido el asesoram iento oportuno requerido por la ley. E n principio, tal es difícil no dar la razón al Episcopado polaco cuando escribe:
determ inación p arece defender la v ida no nacida, asegurando a la m a
Realmente desaparecería la permisividad social para matar a los niños
dre una clarificación de valores y riesgos. Pero, en la p ráctica, la exi
ya concebidos si supiéramos, de la forma más sabia, amar a los niños ya
g encia de tal ce rtificad o entraña u n a cierta am bigüedad, p u esto que nacidos -incluso aquéllos a quienes nos parece que amamos de todo
adquiere u n valo r ju ríd ic o distinto del que tenía en el an terio r o rde corazón-. Es difícil imaginarse que alguien pueda decidirse a atentar
n am iento legislativo. El certificado otorgado por un consultorio fam i contra el propio hijo, que ya ha sido concebido, no aceptando (al menos
liar católico, m ien tras asegura que se h a dado a la m u jer u n aseso subconscientemente) el falso sentimiento de que sea propiedad suya,
ram iento p ertinente, se convierte en requisito indispensable p ara la sin intentar falsamente convencerse de que puede decidir él sobre el
práctica del aborto. C on ello es difícil evitar la sensación de que se es destino del niño, de la misma manera que decide sobre cualquier otra
tá p racticando u n a colaboración directa con la ejecución del aborto. propiedad. Quien comprende que el niño jamás es propiedad de los pa
E n consecuencia, tras largas consultas con el episcopado alem án, Juan dres, ve el natural absurdo del argumento, como si la prohibición legal
para el asesinato de los niños alterase el derecho de la mujer o del ma
Pablo II h a invitado a los obispos «a h ac er que u n ce rtificad o de se
trimonio a la disposición de sus bienes50.
m ejante n aturaleza no se expida m ás en los consultorios eclesiales o
dependientes de la Iglesia», al tiem po que los exhorta p ara que «la
D esde un punto de vista cristiano habría que afirm ar que la vida en
Iglesia siga estando presente de form a eficaz en el asesoram iento a las
gestación es siem pre u n don de D ios C reador y u n a m uestra m ás de la
m ujeres que b uscan ayuda»48.
iconalidad divina del ser hum ano. M erece, en consecuencia protección
Por fin y en el m ism o sentido, es necesario subrayar que los ciu
absoluta y prioritaria p o r p arte de todos los hom bres y m ujeres, así co
dadanos co nvencidos de la in m o ralid ad de la ley, han de actu ar re s
m o p o r p arte de los poderes públicos.
ponsable y d em ocráticam ente en el intento de m odificarla. E s p reci
L os textos bíblicos que con frecuencia se aducen pertenecen a un a
so adquirir conciencia de la v igencia de las cam pañas encam inadas a
cultura en la que el lenguaje sobre D ios es co n frecu en cia excesiva
prom over la aceptación del aborto con toda «norm alidad» y, en conse
m ente antropom órfico p ara la sensibilidad actual. Pero al afirm ar que
cuencia, edu car el sentido de responsabilidad de los cristianos y, en
D ios conoce al ser hum ano desde las entrañas de su m adre, se está
general, de los ciudadanos am antes de la vida, para que h ag an frente
profesando u n a fe en la dignidad de la persona, aun antes de su n aci
a tales cam pañas49.
m iento, es decir, por su m ism o ser hum ano y no sólo p o r sus posesio
nes o sus condiciones adjetivales.
Las leyes del Estado raras veces tienen en cuenta la situación ver
48. Juan Pablo II, Carta apostólica a los obispos alemanes acerca de la actividad dadera que h a llevado a la fam ilia a tom ar un a decisión tan dram ática
de los consultorios familiares católicos: Ecclesia 2.881 (1998) 281. n i la situación posterior de la m adre, que requerirá todo un m ilagro de
49. En la «Declaración del III Congreso mundial de los movimientos próvida»
(4.10.1995) se dice: «Los métodos químicos para abortar, como la píldora RU 486 y la cercanía y de terapia desde el amor. A hí pueden y deben ser profética-
así llamada vacuna antiembarazo, eliminarán silenciosamente a millones de seres hu m ente pioneros los discípulos de Jesús. A sí lo h a p ed id o varias veces
manos inocentes desconocidos, y a largo plazo también tendrá un efecto desconocido en Juan Pablo II, invitando a los cristianos a «dedicar u n a especial aten
las madres. En realidad, esta es la guerra química contra los hijos por nacer (cf. Cente-
ción pastoral a las m ujeres que han padecido o procurado activam en
simus annus, 39). El aborto químico también absuelve a los hombres de la responsabi
lidad en este crimen contra la humanidad. Pero haciendo del aborto una opción de las te el aborto»51.
mujeres, a menudo se priva a los hombres de su derecho a la paternidad. Es casi impo
sible distinguir entre ciertos medios de anticoncepción y aborto (cf. Evangelium vitae, 50. La alegría de la vida: Ecclesia 2.609 (1992) 38.
13). Las mujeres y los hombres tienen derecho a saber si corren o no el riesgo de matar 51. Juan Pablo II, EA, 63; cf. M. T. Marmion, Guariré ¡a vita. Per una rinascita
a sus hijos por nacer, y a recibir información sobre los efectos colaterales peijudiciales spirituale della dorna che ha abortito, Torino 1991 (original inglés: Abortion and Hea-
de los anticonceptivos»: Ecclesia 2.774 (1996) 169. ling. A Cry to be Whole, Kansas City). Cf. también J. A. Hickey, Síndrome depost-abor-
D e todas form as, es preciso evitar la opinión generalizada según la pregunta el profesor Norberto Bobbio, jurista italiano, que por otra par
cual la cuestión de la penalización o despenalización es un asunto m e te no es una persona creyente. Este pide a todos los defensores de la de
ram ente político. L as leyes tienen un efecto pedagógico sobre la for mocracia que no dejen sólo a la Iglesia católica el monopolio de la de
m ación de la conciencia de los ciudadanos. L a valoración de la vida su fensa de la vida del hombre y del orden moral democrático53.
fre un innegable deterioro a causa de las leyes perm isivas del aborto52.
* * *
Tam bién es preciso evitar reducir el tem a de la valoración m oral del
aborto a una preocupación de m oral confesional. L a condena de la es
Q uerem os term inar este tem a recordando a tantas m ujeres que, h a
clavitud, la tortura o la violación tam poco pueden reducirse a reivindi biendo sido violadas en guerras recientes, han decidido sacar adelan
caciones m orales confesionales. C uando se hallan en ju eg o la v id a y la te la vida así concebida, negándose a condenar a u n inocente p o r el
dignidad hum anas es preciso rem ontarse a una ética racional que ape crim en de los culpables.
la a una sana antropología antes que a u n a revelación religiosa. Por ahí pasan las exigencias evangélicas ante el m ilagro de la vida
R especto a los tiem pos de interru p ció n del em barazo, los cristia aún no nacida. Incluso ante la v id a no esperada y no querida. Junto a
nos h em os de ser conscientes de que probablem ente no p ueden tener esta vocación de m áxim os y de m artirio, los cristianos han sido llam a
idéntica consideración que el resto los prim eros días de la vida del em dos, sin em bargo, a ser testigos de la m isericordia y la acogida h acia
brión, cuyo «estatuto» h a de ten er en cu enta la fijació n de la indivi las personas que no han sido capaces de m antener en alto este ideal.
duación. E llo no sig n ifica una relajació n de los principios, que en el Tam bién esa actitud pertenece al E vangelio de la vida.
caso de la defensa de la vida, han de op tar p o r el tuciorism o, com o ya
se dijo, sino u n a disposición abierta a la inform ación científica.
Por lo que se refiere a los m étodos, es preciso form ar la conciencia
An ex o
p ública sobre el riesgo de algunos p roductos presentados com o an ti
conceptivos y que, en realidad, son productos abortivos.
P ara m ayor facilidad de los lectores de esta obra, se incluye aquí la
El citado d ocum ento del episcopado polaco sobre el aborto, ad e
llam ada L ey española del aborto de 1985, que consiste, en realidad, en
m ás de otras reflexiones interesantes, precedidas ya p o r el tono p o si
una m odificación del art. 417bis del Código penal:
tivo de su m ism o título, incluye un p árrafo especialm ente sig n ificati
vo con el que se puede concluir este capítulo:
1. N o será punible el aborto practicado p o r u n m édico o bajo su di
Reflexionan algunos defensores de la democracia: «¿La legalización de rección, en centro o establecim iento sanitario, público o privado, acre
tal injusticia por la que las personas fuertes pueden matar impunemen ditado y con consentim iento expreso de la m ujer em barazada, cuando
te a las personas débiles no mina tal vez los fundamentos mismos de la concurra alguna de las circunstancias siguientes:
democracia?». Nikolaus von Liechtestein ha indicado esto incluso en el I a. Q ue sea necesario p ara evitar un grave pelig ro p ara la vida o la
ámbito del Parlamento europeo en Estrasburgo. En voz alta hace esta
salud física o psíq u ica de la em b arazad a y así conste en u n dictam en
em itido con anterioridad a la intervención p o r un m édico de la espe
to y reconciliación: L’OR ed. esp. 28/17 (1996) 11, donde se refiere al «Proyecto Ra
cialidad correspondiente, distinto de aquel p o r quien o bajo cuya d i
quel» que trata de acoger a quienes cargan las heridas causadas por la decisión de abor
tar, llevándoles el mensaje del evangelio de la vida. Como posibilidades de prevención rección se practique el aborto.
se pueden mencionar la formación integral de la persona, una mayor preparación para la En caso de u rgencia p o r riesgo vital para la gestante, p odrá pres-
procreación responsable y la oferta de alternativas al aborto: S. Leone, Interruzione de cindirse del dictam en y del consentim iento expreso.
lta gravidanza, en NDB 599-605.
52. En la «Declaración del III Congreso mundial de los movimientos pro-vida» 2a. Q ue el em barazo sea consecuencia de u n hecho constitutivo del
(4.10.1995) se dice también: «Después de haber difundido el aborto por todo el mundo, delito de v iolación del art. 429, siem pre que el aborto se practique
los agentes de la cultura de la muerte están introduciendo sistemáticamente la legaliza dentro de las doce prim eras sem anas de gestación y que el m enciona
ción de la eutanasia. Esos mismos agentes de la cultura de la muerte están implicados
do hecho hubiese sido denunciado.
activamente en el control eugenésico de la población, usando el aborto selectivo, el in
fanticidio, la eutanasia y, dentro de poco, la manipulación del código genético humano»;
L’OR ed. esp. 28/2(1996) 11. 53. La alegría de la vida: Ecclesia 2.609 (1992) 38.
3a. Q ue se p resu m a que el feto h ab rá de n acer co n graves taras fí
sicas o p síquicas, siem pre que el aborto se p ractique dentro de las
veintidós prim eras sem anas de gestación y que el dictam en, expresado
con anterioridad a la práctica del aborto, sea em itido p o r dos especia
listas del centro o establecim iento sanitario, público o privado, acredi
tados al efecto y distintos de aquel p o r quien o bajo cu y a dirección se
practique el aborto.

2. E n los casos previstos en el núm ero anterior no será punible la SALUD Y ENFERMEDAD
conducta de la em barazada, aun cuando la práctica del aborto no se rea
lice en un centro o establecim iento público o privado acreditado o no
se hayan em itido los dictám enes m édicos exigidos54.

54. Sobre la «ley» española puede verse la obra de R. de Ángel-A. Arza-M. M. Zo


rrilla-J. Jiménez-L. Calcerrada, Ley del aborto. Un informe universitario, Universidad
de Deusto, Bilbao 1985.
TRASPLANTES DE ÓRGANOS

Bibliografía: M. Aramini-S. di Nauta, Etica dei trapianti di organi. Per una cul
tura della donazione, Milano 1998; G. Concetti, I trapianti di organi umani.
Esigenze morali, Casale Monferrato 1987; A. Esteban-J. L. Escalante, Muerte
encefálica y donación de órganos, Madrid 1995; S. Fagiuoli (ed.), La questione
dei trapianti tra etica, diritto, economía, Milano 1997; A. di Vincenzo-A. Cos-
tanzo, Trapianti d ’árgano, en NDB 1193-1201; C. Simón, Trasplante de órga
nos, en DB 723-730; J. R. Flecha, Trasplantes de órganos. Cuestiones éticas:
StLg 36 (1995) 37-48; A. Laun, Trasplante de órganos, en NDMC 590-594; E.
López Azpitarte, Ética y vida, Madrid 1990, 285-294; R Morris, I trapianti.
Uno sguardo etico, Roma 2003; G. Perico, Trasplantes humanos, en NDTM,
1808-1815; G. Sirchia,Iltrapianto terapéutico di organi e tessuti, Milano 1987;
J. Todolí, Ética de los trasplantes, Villava 1968.

L a bioética contem poránea no se lim ita a co n sid erar los dilem as


éticos que se presentan al com ienzo o al fin de la vida hum ana, aunque
esos m om entos sean los m ás llam ativos. L a responsabilidad m oral h a
de extenderse a la defen sa de la salud hum ana, en tendida en sentido
am plio. Según la O rganización m undial de la salud, ésta corresponde
al estado de com pleto bienestar físico, m ental y social de u n individuo,
y no solam ente a la ausencia de enferm edad o invalidez.
E n la conciencia de la lim itación de estas páginas, en esta obra so
lam ente serán evocados algunos problem as que han suscitado especia
les cuestiones éticas en estos últim os tiem pos.

1. C uestiones introductorias

El tem a de los trasplantes de órganos resulta relativam ente nuevo,


tanto en la práctica m édica com o en la reflexión m o ral1. Sin em bargo,

1. Recuérdese que el primer trasplante de riñón realizado con éxito sobre un ser
humano fue practicado en 1954 por el Dr. Joseph E. Murray, quien precisamente reci-
pronto h a adquirido un puesto relevante en la m edicina contem porá zo» o elim inación del órgano o tejido del im plantado al cabo de cier
nea2. C om o no p odía ser m enos, com enzó hace años a ocupar un lugar to tiem po. El organism o no soporta la intrusión parenteral de cuerpos
en la reflexión ética, y actualm ente constituye un capítulo im portante extraños y reacciona de m anera m ás o m enos enérgica hasta d estruir
de la bioética3. E n él entran en conflicto m uchos valores y han de entrar los, si fuera posible.
en ju eg o diversos principios éticos de no fácil arm onización. L a rapidez e intensidad del rechazo dependen de la diversidad o le
Para com enzar, conviene p recisar algunas nociones básicas y apun ja n ía genética entre e l donante y el receptor. D esde esta perspectiva, se
tar algunos de los problem as técnicos que necesariam ente resultarán suelen distinguir los siguientes tipos de operaciones:
determ inantes p ara la form ulación del ju icio ético. 1. A utotrasplantes, o autoinjertos, en los casos en que el donador
es tam bién receptor del órgano o del tejido.
2. Isotrasplantes, u operaciones entre individuos genéticam ente
a) N ociones fu n d a m en ta les
iguales, p o r ejem plo, los h erm anos h o m ozigóticos o gem elos m ono-
Por lo que al plan team ien to ético se refiere, el discurso se refiere vulares.
a veces de form a indiferenciada a los térm inos trasplante e injerto. E s 3. H om otrasplantes, que tien en lugar entre individuos de la m is
trictam ente hablando, la operación, aunque se parezca en la transfe m a especie, aunque genéticam ente diversos.
rencia de u n órgano o tejido, p resenta u n a diferencia notable4. 4. H eterotrasplantes, cuando se dan entre individuos p erten ecien
E n el caso del injerto la transferencia viene h echa sin revasculari tes a especies diferentes.
zación inm ediata de los tejidos, cosa que ocurre, po r ejem plo, cuando
se trata de la p iel o de la córnea.
c) Otros problem as
E r el caso del trasplante, propiam ente dicho, es necesario el resta
blecim iento de la corriente sanguínea, po r m edio del restablecim iento O tro aspecto problem ático es el que proviene de la conservación
de las conexiones vasculares, arteriales y venosas5. del órgano entre el m om ento de su extracción del cuerpo del donante
y su im plantación en el del receptor. L os órganos no perm anecen v ia
b) P roblem as quirúrgicos bles y utilizables p ara el trasplante m ás que u n tiem po determ inado,
desde que han dejado de ser irrigados p o r la sangre y conveniente
D e hecho, las dificultades que, en el aspecto quirúrgico, plantea el m ente oxigenados.
trasplante de órganos consisten fundam entalm ente en la anastom osis, Por lo que se refiere a la elección del donante, el problem a queda
es decir, en la conjunción de los vasos, dificu ltad y a hace tiem po su lim itado, en caso de d o n ad o r viviente, al pro ceso de donación y tras
perada en los trasplantes de corazón y, antes aún, en los de riñón. p lante de riñón. P ara los otros órganos, sólo es posible la elección de
Las dificultades m ayores, sin em bargo, son de naturaleza biológi donante a p artir del cadáver de un individuo que, al m orir, haya deja
ca. Es conocido, aun p o r los m enos expertos, el fenóm eno del «recha- do sano y utilizable el órgano considerado y que no com porte el ries
go de transm isión de una enferm edad al receptor.
biría en 1990 el premio Nobel de medicina por sus descubrimientos sobre el trasplante Por lo que se refiere al p roceso de conservación del órgano a tras
de órganos y células. En 1996 fue nombrado por el papa Juan Pablo II miembro de la
plantar, el m iedo a que u n a esp era p ro lo n g ad a después de la m uerte
Academia pontificia de las ciencias.
2. A. Albarracín, Historia de los trasplantes de órganos'. Labor hospitalaria 16 del donante llegue a deteriorarlo, h a llevado a considerar com o condi
(1984) 197-200. ciones optim ales de extracción y conservación las relacionadas con el
3. De hecho, estaba ausente, por ejemplo, de la gran Enciclopedia cattolica, Cittá del tiem po y las técnicas d e reanim ación, lo cual no deja de plantear algu
Vaticano 1954. Veinte años más tarde, otras enciclopedias le dedicaban un tratamiento
bastante completo: cf. J. L. Soria, Trasplantes humanos. Valoración moral, en GER 22, nas cuestiones éticas im portantes6.
Madrid 1975, 734s.
4. G. Sirchia, II trapianto terapéutico di organi e tessuti, Milano 1987. 6. D. Le Bretón, Aspects anthropologiques des prélévements d ’organes: LuV
5. C. Rizzo, Injertos y trasplantes, en Diccionario de teología moral, Barcelona 44/225 (1955) 17-26; M. J. Thiel, La transplantation d ’organes de v if á v if Quandles
1960, 645; cf. las reflexiones que varios autores dedican al tema Trapianti di organi. possibilités techniques interrogent la moróle: LuV 44/225 (1955) 41-52; R. Chadwick-
Linguaggio di etica: RTMor 29 (1997) 157-188. U. Schüklenk, Organs Transplants and Donors, en EAE 3, 393-398.
M enos estudiados han sido los problem as psicológicos que deter D e todas form as, es preciso tener en cuenta el contexto de aquella
m inados p roceso s de trasplante p u ed en causar en las personas, tanto afirm ació n . H ay que recordar que no estab a en la m ente del p ap a el
donantes com o receptores. H e ahí un capítulo que h ab ría de ser con tratar de los trasplantes, sino de la esterilización. N o se puede aducir el
siderado cuidadosam ente a la h o ra d e form ular u n ju ic io ético sobre texto com o prueba directa, ni a favor ni en co n tra de la m o ralid ad de
tales operaciones7. los hom otrasplantes entre v iv o s10.

2. P ío X II, h a abordado m uchas veces este te m a 11. E n su p o n tifi


cado se va abriendo paso en el cam po de la ética m édica el em pleo del
2. M agisterio de la Iglesia
p rin cip io de totalidad, que él enuncia del m odo siguiente: «L a p arte
existe p ara el todo y, por consiguiente, el bien de la parte queda subor
R ecogem os aquí solam ente los pronunciam ientos m ás im portantes dinado al bien del todo. El todo es determ inante p ara la parte y puede
del m agisterio de la Iglesia sobre el tem a. A las orientaciones em ana disponer de ella en interés suy o » 12.
das del m agisterio de los últim os p o n tífic es, se añade la referen cia a C ierto que tal principio se prestaba con relativa frecuencia a dram á
un interesante docum ento publicado p o r el episcopado español8. ticos m alentendidos. Por ejem plo, el 14 de m ayo de 1956, el papa des
calificaba u n a interpretación del m ism o, que, referido a toda la socie
1. H a sido especialm ente determ inante para el ju icio m oral el p en dad, había sido invocado p ara ju stificar éticam ente las m anipulaciones
sam iento de P ío X I, expuesto en la encíclica C asti co n nubii (31.12. y experim entos realizados durante el régim en nacionalsocialista.
1930). Es verdad que no se m en cio n an allí explícitam ente los tras
plantes de órganos -a u n q u e ya había experim entos de có rn ea y de ri Para demostrar que la extirpación de órganos necesarios para la tras
plantación hecha de un viviente a otro es conforme a la naturaleza y lí
ñ ó n -, pero a propósito de la esterilización, el papa enuncia u n p rinci
cita, se la sitúa en el mismo nivel que la de un organismo físico deter
pio que habría de alcanzar am plia resonancia en la polém ica que sobre
minado, hecha en beneficio de un organismo físico total. Los miembros
el tem a m antendría en los años siguientes la teología m oral: del individuo serían considerados aquí como partes y miembros del or
La doctrina cristiana enseña, y consta por la misma luz de la razón na ganismo total que constituye la «humanidad», de la misma manera, o
tural, que las propias personas privadas no tienen otro dominio sobre casi, que son parte del organismo individual del hombre. Se argumen
los miembros de su cuerpo fuera del que corresponde a los fines natu ta entonces diciendo que si está permitido, en caso de necesidad, sacri
rales de los mismos, ni pueden destruirlos o mutilarlos e inutilizarlos ficar un miembro particular (mano, pie, ojo, oreja, riñón, glándula se
por cualquier otro procedimiento para sus funciones naturales, a no ser xual) al organismo del «hombre», sería igualmente licito sacrificar tal
cuando no se pueda proveer de otra manera al bien de todo el cuerpo9. miembro particular al organismo «humanidad» (en la persona de uno de
sus miembros enfermo y doliente). El fin intentado por esta argumenta
ción, poner remedio al mal de otro, o por lo menos aliviarlo, es com
Estas palabras parecían negar a las personas privadas la autoridad
prensible y loable, pero así el método propuesto como la prueba en que
para disponer de cualquier órgano de su cuerpo, fuera cual fuere la in
se apoya son erróneos. Aquí no se tiene en cuenta la diferencia esencial
tención del agente o el destino del órgano. Con ello parecía negarse la
licitud de la ablación de los órganos, aun destinados a un a operación 10. Cf. T. Goffi, Valore umano di trapianti o innesti umani: La Rivista del Clero
de trasplante. Italiano 37 (1956) 469; F. J. Connell, The Pope ’s Teaching on Organic Transplantation:
American Ecclesiastical Review 135 (1956) 169; A. F. Díaz Nava, Notas: Más sobre los
trasplantes de órganos: SalTer 52 (1964) 360. A. Regan, The Basic Morality o f Orga
7. C. Reiter, Organspende und Organtransplantation. Psychologische und theolo-
nic Transplants Between Living Humans: StMor 3 (1965) 338-340.
gisch-ethischeAspekte: StiZt 210 (1992) 219-233, condensado en SelTeo 129 (1994) 70-
11. En el discurso del 7.4.1955 hace una referencia a los trasplantes: AAS 47 (1955)
80; Gh. Biodjekian, Effetspsychologiques de la greffe d ’organes-. LuV 44/225 (1955)
275-281. Véase también su alocución del 8.5.1956: AAS 48 (1956) 454-458 y su alocu
27-39; A. Puca, Modificazione della personalitá nei trapiantati cardiaci. Esiti psicolo
g ía e implicazioni etiche e assistenziali: MedMor (1992/1) 87-97. ción del 9.10.1958: AAS 50 (1956) 950-961. En todos estos discursos deja ver su cono
cimiento de los problemas morales que plantean los diversos tipos de trasplantes, pero
8. M. Zalba, La mutilación y el trasplante de órganos a la luz del magisterio ecle-
siástico: RazFe 153 (1956) 523-548. pasa por alto el examen del problema central.
12. Pío XII, Discurso al ¡ Congreso de histopatología del sistema nervioso (13.9.
9. Pío XII, Casti connubii, 71: AAS 22 (1930) 565, editado por F. Guerrero, El ma
gisterio pontificio contemporáneo II, Madrid 1992, 272. 1952): AAS 44 (1952) 787.
entre un organismo físico y un organismo moral, así como la esencial se refiera explícitam ente a este tem a, es interesante constatar que re
diferencia cualitativa entre las relaciones de las partes con el todo en chaza a la vez la oposición que en ocasiones se quiere h acer valer en
esos dos tipos de organismos13.
tre la m ed icin a y la teología16.

El interés del texto excusa por sí m ism o la larga citación. A unque su 4. A p esar de su breve p o n tificad o , Ju an Pablo I, el día 6 de sep
intención no es la de abordar directam ente el tem a m oral de los hom o- tiem bre de 1978 tuvo la ocasión de dirigir unas palabras de estím ulo al
trasplantes entre vivos, afirm a su voluntad de hacer algunas observa V II C ongreso internacional p ara los trasplantes de órganos. T rata allí
ciones en to m o a este problem a. E sta intervención del p ontífice tuvo el aspecto m oral de los trasplantes en el contexto de u n a referencia ge
gran im portancia en el clim a de las reform ulaciones que del principio nérica a los grandes principios del respeto a la persona, sea donante o
de totalidad se intentaban entre los m oralistas con el objeto de funda beneficiaría. R ecuerda a la vez la necesid ad de no tran sfo rm ar al ser
m entar la licitud de tales operaciones. hum ano en puro objeto de experim entación y reco m ien d a el diálogo
Pío X II se refirió tam bién en otras ocasiones a este principio llam a interdisciplinar entre teólogos y m édicos17.
do de totalidad. E n los m últiples discursos en los que abordó diversos
problem as concretos de la m edicina repitió constantem ente las ense 5. R esulta casi anecdótica la breve alocución pronunciada p o r Juan
ñanzas tradicionales acerca de este principio. D e especial im portancia Pablo II, el día 2 de agosto de 1984. R ecibiendo en C astelgandolfo a
son la alocución (13.9.1952) dirigida al I C ongreso internacional de los p articipantes de la m archa ciclista en pro de las hem odonaciones,
histopatología del sistem a nervioso y el discurso (13.4.1953) p ronun alaba el papa com o gesto noble y m eritorio el de donar la propia sangre
ciado ante el V C ongreso internacional de psicoterapia y p sicología14. o un órgano propio a aquellos herm anos que tienen necesidad de ellos:
En su alocución del 9 de septiem bre de 1958 es interesante observar Al donar la sangre o un órgano de vuestro cuerpo, tened siempre pre
la nueva presentación que ofrece el papa de este principio de totalidad: sente esta perspectiva humana y religiosa; que vuestro gesto hacia los
hermanos necesitados sea realizado como un ofrecimiento al Señor, el
Pero a la subordinación de los órganos particulares en relación con el cual se ha identificado con todos los que sufren a causa de la enferme
organismo total y su finalidad propia se añade aún la subordinación del dad, de accidentes en la carretera, o de desgracias en el trabajo; que sea
organismo a la finalidad espiritual de la persona misma15. un regalo hecho al Señor paciente, que en su pasión se ha dado en su to
talidad y ha derramado su sangre para la salvación de los hombres18.
Por im perceptible que parezca el cam bio de m atiz, esta circunstan
El análisis ético de la operació n trasciende los lím ites de las p re
cia viene a determ inar una m ayor apertura entre los teólogos m oralis
guntas sobre lo lícito o lo ilícito para abordar el tem a de las hem odo
tas respecto a las cuestiones éticas sobre los trasplantes de órganos.
naciones y las donaciones de órganos desde la perspectiva cristiana del
am or a los herm anos que sufren. Precisam ente en ellos quiere el Señor
3. Por lo que se refiere a Pablo V I, es preciso recordar el discurso
ser descubierto y am ado.
dirigido el 21 de m arzo de 1964 al V II C ongreso de la u nión m édico-
E s interesante tam bién la alocución de Juan Pablo II a los p artici
latina. E n él se co n gratulaba el p ap a de los progresos alcanzados por
pantes en el C ongreso de la P o n tificia A cad em ia de las ciencias (fe
la ciencia y subrayaba la necesidad de conocer y estudiar al ser hu m a
brero 1989). A l tem a de las cuestiones m orales sobre los trasplantes,
no según una visión total y en el debido orden de valores. A unque no
se une allí el eco de un a p reocupación creciente p o r las posibilidades
13. Pío XII, Alocución (14.5.1956): AAS 48 (1956) 460-461 (versión cast. en: Co y lím ites de la determ inación del m om ento de la m u erte19.
lección de encíclicas y documentos pontificios I, Madrid 1962, 1785). Una parte sus
tancial de este discurso ha sido reproducida en la obra de K. D. O ’Rourke-Ph. Boyle, 16. Pablo VI, Alocución (21.3.1964): AAS 57 (1965) 247-248.
Medical Ethics. Sources o f Catholic Teachings, Saint Louis MO 1989, 214-215. 17. Juan Pablo I: L’OR (7.9.1978).
14. Pío XII, Alocución (13.9.1952): AAS 44 (1952) 780-787; Alocución (13.4. 18. Puede verse en K. D. O ’Rourke-Ph. Boyle, Medical Ethics, 213.
1953): AAS 45 (1953) 278-286. 19. Puede verse en L’OR (15.2.1989); sobre este tema cf. P. Martínez-Lage-J. M.
15. Pío XII, Alocución al colegio internacional neuropsicofarmacológico (9.9. Martínez-Lage, E l diagnóstico neurológico de la muerte, en A. Polaino-Lorente, Ma
1958): AAS 50 (1958) 693-694. nual de bioética general, Madrid 1994, 407-422.
El 30 de abril de 1990, Juan Pablo II recibía a un grupo internacio
noticia de algunos casos de eutanasia con el fin de obtener órganos p a
nal de nefrólogos y aprovechaba la ocasión para reconocer el gesto de
ra trasplantes. Tal posibilidad, y a denunciada p o r organism os interna
solidaridad que representa la donación de órganos y para apostar por
cionales, h a sido evocada p o r la encíclica E vangelium vita e :
u n a m ayor conciencia social que aum ente el núm ero de donantes. L a
disponibilidad de órganos para el trasplante es, en efecto, un desafío a No nos es lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no menos
la generosidad de los cristianos. L a m ayor eficiencia técnica deseable, graves o reales, de eutanasia. Estas podrían producirse cuando, por
ha de estar, sin em bargo, vinculada con el m áxim o respeto a los prin ejemplo, para aumentar la disponibilidad de órganos para trasplante, se
procede a la extracción de los órganos sin respetar los criterios objeti
cipios fundam entales de la ley m oral natural y de la ética cristiana20.
vos y adecuados que certifican la muerte del donante22.
A esas exigencias m orales se refería de nuevo Ju an Pablo II el 20
de ju n io de 1991. E n esa fecha d irigía a los participantes en el I Con
E l m ism o p ap a Juan Pablo II h a form ulado posteriorm ente, en el
greso internacional sobre los trasplantes de órganos una alocución en
año 2000, un a reflexión m ucho m ás am plia y articulada sobre los tras
la que resum ía los requisitos m ás im portantes para establecer la etici-
plantes de órganos, en su discurso con ocasión del X V III C ongreso in
dad de tales intervenciones. Subrayaba en esa ocasión el papa que to
ternacional de la S ociedad de trasplantes. Tras encarecer la n obleza
davía quedan m uchas cuestiones de tipo ético, legal y social que han
ética del gesto de la donación de órganos, declara inaceptable su co
de ser m ás profu nda y am pliam ente investigadas.
m ercialización, y subraya la im portancia del consentim iento inform a
E n prim er lugar h abría que ten er en cuenta que esta operación es
do del donante, o de sus parientes, así com o del receptor.
inseparable de u n acto hum ano de donación que al realizar la entrega
E n ese contexto, incluye u n a larga digresión acerca del llam ado
de la m ism a p erso n a expresa la vocación constitutiva del ser hum ano
criterio «neurológico» p ara la determ inación de la m uerte del posible
al am or y la com unicación. «El am or, la com unión, la solidaridad y el
donante:
absoluto respeto a la dignidad de la persona hum ana constituyen el úni
co contexto legítim o para el trasplante de órganos». Frente a los actuales parámetros de certificación de la muerte -sean los
A dem ás, es preciso recordar que el cuerpo es siem pre u n cuerpo signos «encefálicos», sean los más tradicionales signos cardio-respira-
torios-, la Iglesia no hace opciones científicas. Se limita a cumplir su
personal. N i pu ede ser tratado com o u n a m era entidad física o b io ló
deber evangélico de confrontar los datos que brinda la ciencia médica
gica, ni los órganos y tejidos p u eden ser utilizados com o objetos en
con la concepción cristiana de la unidad de la persona, poniendo de re
venta o en intercam bio.
lieve las semejanzas y los posibles conflictos, que podrían poner en pe
Por otra parte, la persona sólo puede donar algo cuya privación no ligro el respeto a la dignidad humana.
cause un daño serio a su propia vida o a su identidad personal. Es evi
dente que los órganos vitales solam ente pueden ser donados p ara des E s interesante constatar cóm o la doctrina de la Iglesia se m uestra
pués de la m uerte. Tal donación, no sólo es un g ran acto de am or que dispuesta a aceptar los criterios científico-técnicos p ara establecer el
da la vida a otros sino que se asem eja analógicam ente al m isterio pas m om ento de la m uerte y sobre los m edios adecuados p ara determinarlo.
cual de Cristo. En esto, sigue vigente la convicción que y a señalada p o r Pío X II el 24
E se m isterio de donación p ersonal se hace posible a través de la de noviem bre de 1957 con respecto a la reanim ación. Teniendo en cuen
m ediación del personal m édico-sanitario, que nu n ca d eb ería olvidar ta esta postura de la Iglesia, Juan Pablo II no duda en extraer algunas
que la operación no es sólo u n p ortento técnico, sino tam bién un m is consecuencias prácticas para la actuación del personal médico-sanitario:
terio de am or. P or supuesto, tam bién el receptor de los trasplantes ha
de recordar que recibe el don extraordinario de alguien que se dona a Desde esta perspectiva, se puede afirmar que el reciente criterio de cer
tificación de la muerte antes mencionado, es decir, la cesación total e
sí m ism o en u n a form a auténtica de solidaridad hum ana y cristiana21.
irreversible de toda actividad cerebral, si se aplica escrupulosamente, no
Junto con la preocupación p o r la determ inación de la m uerte y la
parece en conflicto con los elementos esenciales de una correcta con
com ercialización de los órganos, subyace tam bién la inquietud ante la cepción antropológica. En consecuencia, el agente sanitario que tenga la
responsabilidad profesional de esa certificación puede basarse en ese
20. Insegnamenti di Giovanni Paolo //X III/1, Cittá del Vaticano 1992, 1070-1071.
21. Ibid., XIV/1, Cittá del Vaticano 1993, 1710-1713.
22. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 15.
criterio para llegar, en cada caso, a aquel grado de seguridad en el juicio Por otra parte, la falta de información y mentalización previas, la situa
ético que la doctrina moral califica con el término de «certeza moral». ción traumática y dolorosa que los familiares experimentan ante la
Esta certeza moral es necesaria y suficiente para poder actuar de mane muerte de los seres queridos, el miedo al «qué dirán», los ritos funera
ra éticamente correcta. Así pues, sólo cuando exista esa certeza será mo rios tan anclados en nuestra tradición dificultan o impiden la donación
ralmente legítimo iniciar los procedimientos técnicos necesarios para la de órganos y pueden conducir a la idea de que son los otros los que de
extracción de los órganos para el trasplante, con el previo consentimien ben ayudar o hacen pensar que «cada uno debe resolver sus problemas».
to informado del donante o de sus representantes legítimos.
Al m ism o tiem po subrayan algunas condiciones típicas que garanti
A continuación, el p ap a se detiene a considerar otras dos cuestio cen la m oralidad de los trasplantes de m uerto a vivo y que constituyen
nes im portantes, com o la necesidad de evitar los criterios discrim ina un resum en de los principios éticos generales sobre tales intervenciones:
torios a la ho ra de asig n ar los órganos disponibles y la licitud de los
Que el donante, o sus familiares, obren con toda libertad y sin coac
llam ados «xenotrasplantes», a la que luego nos referirem os23. ción; que se haga por motivos altruistas y no por mercadería; que exis
ta una razonable expectativa de éxito en el receptor; que se compruebe
6. A estos pronunciam ientos pontificios, querem os añadir el re
que el donante está realmente muerto.
cuerdo de u n breve docum ento de los obispos españoles sobre la dona
ción de órganos. R esulta especialm ente significativa, en efecto, la de
Por otra p arte, los obispos, tras m anifestar su reconocim iento a en
claración publicada por la C om isión episcopal de pastoral (25.10.1984).
ferm os, fam iliares y asociaciones de donantes, expresan algunos de
La ocasión inm ediata había sido un program a de televisión en el que se
seos que no se lim itan a la agilización práctica del proceso, sino que,
afirm aba que los católicos son especialm ente rem isos a d onar sus órga
de nuevo, reflejan algunos criterios éticos im portantes:
nos, precisam ente a causa de su fe en la resurrección de los m uertos.
Por m edio de aquella declaración trataban los obispos de disipar tales Junto a este estímulo y reconocimiento, pedimos que se agilicen los trá
objeciones pretendidam ente religiosas contra la donación de órganos: mites burocráticos que, en ocasiones, pueden dificultar la aplicación de
la ley; que se siga sensibilizando e informando en orden a una solución
La realidad es que en España los trasplantes son por ahora muy escasos, efectiva de esta problemática. Esperamos que nunca se interfieran en
porque son también muy raros los donantes. Son pocas las personas que este delicado asunto los intereses económicos.
piensan que después de su muerte aún pueden seguir viviendo, de algún
modo, siendo útiles a sus hermanos. En este tiempo en el que el azote de Y, p ara concluir, los obispos de la C om isión, m an ifiestan su vo
la carretera produce cada semana docenas y docenas de muertos, no pa luntad de ser, en lo posible, donantes de cualquier p arte de su cuerpo,
rece que hayamos comprendido que, aun de esa tragedia, podría ex creyendo im itar así a Jesús que dice «nadie tien e m ayor am or que el
traerse una semilla de vida para otras personas. Y lo asombroso es que
que da la v id a p o r sus am igos» (Jn 1 5 ,1 3 ), y que él m ism o dio su vi
uno de los motivos que frenan más la generosidad de muchos en la do
da p o r los hom bres24.
nación de órganos es, al parecer, ciertas razones o prejuicios real o su
El eco social de tal docum ento fue enorm e y sorprendente. E llo se
puestamente religiosos. El respeto, justamente casi sagrado, que tantas
veces hemos predicado desde la fe hacia nuestro propio cuerpo, hace debió a la rapidez de la respuesta episcopal, a la claridad de su p lante
que algunos creyentes se resistan a la donación de órganos. am iento m oral y al tono testim onial y caritativo que la anim aba.

Junto a ésta, los obispos españoles señalaban otras causas sociales


que, al m enos dentro del ám bito cultural al que pertenecen sus com u 3. P rincipios éticos
nidades, suelen influir negativam ente en la donación de órganos de ca
dáveres: E l tem a que nos ocupa constituye un a cuestión típ ica p ara estudiar
las oscilaciones del ju icio ético. D esde un a condena de los trasplantes
23. Id., Discurso al X V III Congreso internacional de la Sociedad de trasplantes en los prim eros años de su p o sib ilid ad técnica, se fue pasando a un a
(29.8.2000), archivo informático de la Santa Sede; cf. a este propósito A. Esteban-J. L.
Escalante, Muerte encefálica y donación de órganos, Madrid 1995. 24. Puede encontrarse esta exhortación en Ecclesia 2.195 (1984) 1331.
aceptación global e incluso entusiasta, confiando en la legitim idad de L a alarm a social surgida con m otivo de trasplantes y hem otransíu-
todo el p roceso25. siones a p artir de personas afectadas p o r el sida, h ace especialm ente
El m ism o proceso técnico ha ido evolucionando notablem ente. Y, al urgente la reflexión ética sobre la responsabilidad de los agentes m é-
m ism o tiem po, h an ido reform ulándose las cuestiones éticas sobre él26. dico-sanitarios a la ho ra de efectu ar los necesarios controles sobre la
L a realid ad h a hecho que los ju ic io s éticos hayan de ser m ucho salud de los donantes.
m ás m atizados, a causa de algunas cautelas necesarias, dadas las cir
cunstancias en las que a veces se llevan a cabo los trasplantes27. Se ex
b) Trasplante d e cadáver a vivo
ponen aquí de fo rm a m uy sucinta algunos criterios indispensables.
C om o es habitual, las cuestiones éticas p ueden afectar a la m ism a
a) D onación entre vivos operación, en cuanto que se refiere al organism o «donante», a los ór
ganos trasplantados y al receptor de los órganos.
Tal o peración se lim ita, en la práctica, a los trasplantes de riñón y
a lóbulos del hígado. L a donació n d e o tro s órganos no gem elares es 1. Por lo que se refiere al «donante». E n prim er lugar, si se trata
excluida p o r razones obvias. del trasplante de un órgano v ital, es preciso asegurarse de la efectiva
D e todas form as, para la licitud de tal trasplante, se requiere en p ri m uerte del «donante». E xiste u n consenso universal sobre la n ecesi
m er lugar el consentim iento libre e inform ado tanto del donante com o dad de que el m édico que ce rtifica la m uerte del eventual donante no
del receptor. h ay a de p articip ar en el proceso de rem oción o trasplante de alguna de
Es preciso, adem ás, contar co n un estudio serio de las posibilida las partes del cadáver39.
des de la intervenció n y con una evaluación fiable de los riesg o s im Por o tra p arte, es p reciso asegurarse de la m u e rte del paciente30 y
plicados en el trasplante. superar la tentación de considerar m uertos a los pacientes que parecen
N o h ace falta d ecir que h abría de evitarse hasta la so sp ech a de irreversiblem ente sum idos en la inconsciencia. L a cuestión se refiere
«negocio» y m ercadería. «El trasplante debe verse n ecesariam ente en a la defensa d e la dignidad m ism a del pacien te term inal o, en este ca
conexión co n un acto de donación de un bien no co m ercializable»28. so, del m uriente. L a necesid ad de d eterm in ar m ás adecuadam ente el
Sin em bargo, p arece lícito que el d o n an te sea com pensado p o r la o r rriom ento de la m uerte d eb ería ser separada d el esfuerzo p o r respetar
g anización san itaria con una especie de subsidio social, si la ex trac esa dignidad.
ció n va a lim ita r su efectiv id ad laboral. L a solid arid ad so cial h a de D e todas form as, es preciso ten er en cuenta que estudios recientes
m anifestarse tam bién hacia el que ha m anifestado su solid arid ad con están llam ando la atención sobre la falta de fiab ilid ad que ofrecen las
los dem ás. pruebas en las que se solía co n fiar para la d eterm inación de la m uerte
clínica31. U n poco por todas p arte se reavivan las críticas contra el con
25. G. Concetti, I trapianti di organi umani. Esigenze morali, Casale Monferrato cepto de la m uerte total del cerebro com o criterio determ inante de la
1987; J. Elizari, Bioética, Madrid 1991, 277-285; G. Davanzo, Etica sanitaria, Milano m u erte32. E l ordenam iento legal de los diferentes países, aun siendo
1987,191-195; D. Tettamanzi, Bioética. Nuove sfide per l ’uomo, Casale Monferrato 1987,
215-232; J. Todolí, Ética de los trasplantes, Villava 1969; M. Vidal, Bioética. Estudios de n ecesario, y a no basta p ara tu telar la eticidad d e determ inadas inter-
bioética racional, Madrid 1989, 141-146.
26. K. Golser, La donazione ed il trapianto di organi in teología morale: Bioética 29. Cf. Uniform Anatomical GiftAct, section 7 (b): Journal o f the American Medi
e cultura 4 (1994) 161-177; L. Mingone, Itrapianti di organi nei dibattiti dell’etica con cal Association 206 (1968) 2506.
temporáneo: MedMor 1 (1994) 11-37. 30. W. E. May, Human Existence, Medicine and Ethics, Chicago 1977, 159-162.
27. J. L. Redrado, Don de sí y donación de órganos: Dolentium hominum 15 31. J. Colomo Gómez, Muerte cerebral. Biología y ética, Pamplona 1993; C. A.
(1990) 70-72. Defanti, Brain Death, enEA E 1, 369-376; D. Lamb, Death, Medical Aspects of, enEAE
28. D. Rodríguez, Dono, commercio, esproprio di organo: MedMor 4 (1990) 717; 1,727-734.
cf. M. Cozzoli, II trapianto di organi nella prospettiva valoriale del dono: MedMor 46 32. Cf. A. Esteban-J. L. Escalante, Muerte encefálica y donación de órganos, Ma
(1997) 461-473; A. Dylus, Das Problem der Kommerzialisierung menschlicher Organe: drid 1995; J. L. Bernat, A Déjense o f the Whole-Brain Concept ofDeath: HastingsCRep
Bulletin ET. Zeitschrift fürTheologie in Europa 8 (1997) 79-91; C. Mazzoni, Un premio 28/2.(1998) 14-23; J. Gafo, Muerte cerebral y transplante de órganos: RazFe 233 (1966)
a chi dona gli organi: Bioética. Rivista Interdisciplinare 5 (1997) 23-27. 511-520.
venciones, si se tiene en cuenta la facilid ad de com unicaciones entre que p uedan ser trasplantados en las m ejores condiciones, los órganos
las diversas partes del planeta33. deben ser recogidos de personas que se encuentren en estado de m u er
H asta h ac e p o co era u n verdadero ta b ú la sola m en ció n de la cri te cerebral, de form a que continúen siendo irrigados p o r la sangre h as
m inal com ercialización de órganos p ara trasplantes, a veces, con p o s ta el m om ento m ism o de su retirada.
terioridad a m uertes provocadas p recisam en te con ese fin. Q uien ha E ste hecho m otiva que en la práctica sean aconsejables las extrac
blaba sobre estos tem as podía ser ridiculizado po r po seer u n a m ente ciones de diversos órganos vitales del m ism o «donante». Pero ése no
dem asiado calenturienta. L am entablem ente, tanto los m edios de co es el caso p ara la córnea y otros tejidos o vasos que podrían ser extraí
m unicación com o las advertencias de los organism os internacionales, dos de otros cadáveres.
están llam ando la atención de la opinión pública sobre tales aberracio L a sensibilidad pública tiene razón, p o r tanto, cuando considera un
nes sociales y m orales. Por desgracia, ese tráfico hum illa a los pobres abuso ético y profesional la extracción m asiva de órganos vitales y te
del m undo y les arrebata su últim a riqueza: la de la vida. U na vez m ás, jid o s de un m ism o «donante». Su integridad corporal se v ería grave
tal com portam iento sería realm ente inhum ano y d enunciaría las es m ente afectada. Y el problem a se agravaría si tales extracciones m asi
tructuras de pecado de un m undo no p erm eado por el evangelio34. vas no cuentan con la autorización previa de la fam ilia del «donante».
L a decisión parlam entaria italiana (4.2.1999) de convertir en obligato
2. C on relació n a los órganos tra sp la n ta b a s se p resen tan algunas ria la donación de órganos de cadáveres h a encontrado un rechazo b as
dificultades por lo que se refiere al eventual trasplante de cerebro. Por tante generalizado.
el m om ento, dados los obstáculos existentes para la conexión nervio Evidentem ente, la sociedad h a de darse a sí m ism a un ordenam ien
sa, el acoplam iento de una cabeza a u n tronco no h aría m ás que p ro to legal que tutele la dignidad de la persona, el ho n o r del «donante», la
du cir u na p erso n a paralítica. R esultan previsibles las enorm es com sensibilidad de su fam ilia y la confianza que la clase m édica h a de se
plicaciones p sico lógicas que afectarían a la identidad de la persona, guir m ereciendo. D el m ism o m odo será preciso regular la eventual pre
tanto en el caso de Sustituir una cabeza enferm a p o r o tra sana, com o sencia de los com ités de ética en la elaboración de unas pautas concre
en la eventualidad de trasplantar la cabeza de un cuerpo enferm o a un tas de deontología m édica, así com o en su seguim iento, de form a que
los progresos técnicos no ofrezcan ni siquiera la apariencia de u na ex
cuerpo sano. Tanto en un caso com o en otro, no nos encontram os ya
plotación industrial del ser hum ano o de sus despojos37.
frente a un sim ple trasplante de órgano, sino frente a un «trasplante de
p ersona»35.
3. Por lo que se refiere al receptor, com o siem pre se repite en el
Por otra parte, un a práctica abusiva en algunos casos36, h a obliga
ám bito de la ética m édico-sanitaria, h ab rá que contar, en lo posible,
do al pensam iento ético a p lan tearse la cuestión de los lím ites. Para
con el consentim iento libre e inform ado del receptor, el cual h a de ju z
33. G. Perico, La nuova legge sull ’accertamento di morte: Aggiomamenti Sociali gar en p ersona sobre su p ro p ia «calidad de vida»38.
6 (1994) 405-416; Id., La nuova legge su ll’accertamento della morte: CivCat 3451 E so sig n ifica que es precisam ente él quien h a de d ecidir si tal tras
(1994)333-345. p lan te constituye u n «m edio desproporcionado» y, en consecuencia,
34. E. R. Gold, Body Parts: Property Rights and the Ownership o f Human Biolo-
gical Materials, Washington DC 1996; cf. D. Nelkin-L. Andrews, Homo Economicus. no obligatorio m oralm ente39.
Commercialization o f Body Tissue in the Age o f Biotechnology: HastingsCRep 28/5 Si el paciente no está capacitado p ara dar su consentim iento, habrá
(1998) 30-39. que contar necesariam ente con la determ inación de sus representantes
35. L. Lorenzetti, Trapianti di cervello: la scienza e i limiti etici: Famiglia cristia
na 36(1999) 15, donde el autor responde al anuncio de Robert J. White, de la Case Wes
legales o del com ité ético del centro sanitario correspondiente40.
tern Reserve University, quien se dice ya preparado para los trasplantes de cerebros en
los seres humanos. 37. F. Wells, Bioethics and Industry: Journal International de Bioéthique 5/1
36. Es obligado referirse aquí al llamado «affaire d’Amiens»: habiendo concedido (1994) 3-9.
permiso para que del cadáver de su hijo se extrajeran el corazón, el hígado y los riñones, 38. Cf. los diversos trabajos sobre el consentimiento informado incluidos en la
los padres llegaron a saber consternados que el mismo día del fallecimiento habían si obra de Th. A. Shanon (ed.), Bioethics, Mahwah NJ 1987, 337-394.
do realizados sobre él ocho actos de cirugía, además de otros dos exámenes quirúrgicos: 39. Cf. W. E. May, Human Existence, Medicina and Ethics, 165-168.
P. Verspieren, Les limites du tolerable. A propos desprélévements de tissu et organes hu- 40. M. J. Kelly-D. G. McCarthy, Ethics Committees: A Challengefor Catholic He
mains: Études 381/5 (1994) 465-475. alth Care, St. Louis MO 1984.
c) Trasplantes entre herm anos nética de la persona que lo recibe; y, por otra, que exista la comprobada
posibilidad biológica de realizar con éxito ese trasplante, sin exponer al
E n los últim os tiem pos ha saltado con frecuencia a las noticias el receptor a un riesgo excesivo42.
caso de unos p adres que dan su consentim iento para que algunos ór
ganos o bien la m éd u la ósea de uno de sus hijos sanos sean trasp lan D e todas form as, h ab rá que evitar que la operació n de trasplante,
tados a otro hijo enferm o. E n algunas ocasiones se ha decidido inclu sobre todo en casos especialm ente novedosos y pioneros, se convierta
so engendrar un nuevo h ijo para que p u ed a «ayudar» a su herm ano en u n m ero proceso de experim entación sobre la p ersona, especial
con alguno de sus órganos o tejidos. m ente cuando no se ofrecen confiables perspectivas de futuro.
A nte tales situaciones, las preguntas éticas habituales suelen si U lteriores reservas m erecen los trasplantes que pudieran m odificar
tuarse en tres planos: 1) el del consentim iento inform ado; 2) el del ju i tanto la identidad del sujeto receptor com o la de su descendencia, co
cio de sustitución, es decir, la em isión de u n ju icio en lugar de u na p er m o p odría ocu rrir presum iblem ente en trasplantes de partes del cere
sona incapaz de darle, tratando de decid ir lo que ella h aría en esas bro o en el de las gónadas43.
circunstancias; 3) la consideración del m ejor interés.
En la actualidad, hay quien considera que tal tipo de raciocinio es
altam ente cuestionable, puesto que los p adres no están autorizados p a e) Trasplantes de «m aterial fe ta l»
ra tom ar tales decisiones en lugar del h ijo sano. Por ello se trata de es
tablecer un ju ic io ético b asado en el b alan ce entre el tipo de relación E special preocupación suscita el trasplante de «m aterial fetal o
existente entre el donante y el receptor y los riesgos a que se som ete al em brional», perm itido p o r la ley española 42/8B44, desglosada del m a
donante y los b en eficios que se espera conseguir41. terial que hab ría de constituir la ley 35/1988, sobre reproducción h u
m ana asistida45. Tal preocupación m oral se m aterializa, sobre todo si el
concepto de viabilidad no resp eta la dignidad de la v id a hum an a o si
d) Trasplantes híbridos tales trasplantes son previstos y program ados desde la hipótesis previa
del aborto provocado.
La escasez de donantes y de órganos disponibles p ara los trasp lan
E s posible que algunas p ersonas que, en principio, eran contrarias
tes ha llevado a p en sar en la conveniencia de favorecer los trasplantes
al aborto, com iencen a ver u na cierta ju stific a c ió n del m ism o en la
h íbridos o xenotrasplantes, es decir, u tilizando órganos de anim ales.
L os problem as principales que se plantean con esta técnica son dos: el co m pensación m oral del p o sib le b en eficio que d e él se p o d ría seguir
rechazo p o r el sistem a inm unológico y el peligro de infecciones a que
42. Juan Pablo II, Discurso al XVIII Congreso internacional de la Sociedad de
p odría dar origen ese «cruce» de especies. G racias a la ingeniería g e trasplantes (29.8.2000). Posteriormente, el 26.9.2001, la Academia pontificia para la vi
n ética se pretende solucionar el prim ero m odificand o genéticam ente da publicaba un largo estudio sobre algunas consideraciones científicas y éticas en re
los anim ales «donantes», de form a que los órganos extraídos conten lación con la posibilidad de los xenotrasplantes. Allí se reconoce el derecho del hombre
a intervenir en la creación por medio de los trasplantes cruzados entre especies, tratan
gan algunos genes hum anos. El riesgo de las infecciones p o d ría ser do siempre de evitar el abuso de los animales. Por otro lado, se advierte que no todos los
evitado. órganos trasplantabas respetan por igual la identidad humana. No es razonable oponer
Sobre este tem a se ha vuelto a p ronunciar el papa Juan Pablo II, en se sistemáticamente a la experimentación, pero tampoco se puede avanzar sin las debi
das cautelas. Hay que obtener el consentimiento informado del receptor, evaluar los
el año 2000, retom ando curiosam ente los criterios que ya habían sido
riesgos para la salud y evitar consecuencias indeseables para el medio ambiente. Otras
establecidos p o r Pío X II en 1956: cuestiones importantes se refieren a la justificación de los costes y a la posibilidad de
patentar los órganos genéticamente manipulados.
La licitud de un xenotrasplante exige, por una parte, que el órgano tras 43. Cf. J. Palca, Animal Organs fo r Human Patients: HastingsCRep 25/5 (1995) 4;
plantado no menoscabe la integridad de la identidad psicológica o ge C. R. McCarthy, A New Look at Animal-to-Human Organ Transplantation: KInstEthJ 6
(1996) 183-188; R. Downie, Xenotransplantation: JMedEthics 23 (1997) 79-91; R.
41. J. Dwyer-E. Vig, Rethinking Transplantation between Siblings: HastingsCRep Mordacci, Trapianti di organi da animali: la problemático etica: Aggiomamenti Socia-
25/5 (1995) 7-12; sobre el caso de Adam Nash «producido» para salvar a su hermana li 48(1997)873-881.
Molly, cf. J. R. Flecha, E l arte de conocer los limites: Los domingos de ABC 56 44. BOE (31.12.1988).
(8.10.2000) 4. 45. BOE (24.11.1988).
p ara la hum anidad 46. Tal p o sib ilid ad no es hipotética. D e h echo son entorno cultural. C om o aquí no es posible estudiarla con detenim ien
m uchos los organism os y declaraciones que m antienen la necesidad to, baste subrayar algunos puntos especialm ente interesantes p ara el
ética de un a rig u rosa separación entre las dos acciones: el aborto y la análisis ético de la cuestión.
u tilización del tejido fetal para trasplantes47. E stablece la ley la gratuidad de la donación de órganos (art. 2). Es
D e todas form as, se h a dicho que «el sacar tejido cerebral para preciso anotar, com o y a se h a dicho m ás arriba, que, aplaudiendo ese
trasplante de fetos abortados es éticam ente inadm isible; m otivos éticos ideal, m uchos m oralistas consideran que el E stado debería, sin em bar
válidos conducen tam bién a excluir el tom ar órganos p ara trasplantar go, recom pensar económ icam ente a los donantes que, precisam ente en
los de fetos voluntariam ente abortados»48. v irtu d de ese acto generoso, v ieran dism inuidas su s capacidades de
U n ju ic io ético m ás benigno m erecerían am bos tipos de m anipula trabajo. L a ley determ ina igualm ente las condiciones generales p ara la
ción cuando no p resuponen la existencia de abortos provocados49. perm isión de una donación de órganos entre vivos:

a) E n prim er lugar, se requiere que el donante del órgano sea m a


f) E tica de las p ró te sis yor de edad, de m odo que sea socialm ente responsable.
b) A dem ás, h a de gozar de plenas facultades m entales, con el fin
H abitualm ente la im plantación de una prótesis, que en principio tra
de excluir de p artid a cualquier tipo de m anipulación coactiva.
ta de ayudar a la persona en su funcionam iento biológico, no ofrece es
c) Es preciso, com o en tantos otros cam pos de la intervención m é
peciales problem as m orales. E n realidad, en casos sem ejantes, el instru
dica, que haya sido adecuadam ente inform ado.
m ento «artificial» se colocaría en la línea de continuación de la potencia
d) E l donante h a de p o d er otorgar su consentim iento de form a ex
«natural» del organism o y, en últim o térm ino, de la persona hum ana.
presa, libre y conscientem ente y p o r escrito.
Es cierto que tales cuestiones m o rales p o drían aparecer, sin em
e) Por últim o se determ ina que el destino del órgano extraído sea
bargo, cuando u n a utilización apresurada y no suficientem ente experi
su trasplante a una persona determ inada, garantizándose su anonim a
m entada de las prótesis pudiera suponer u n peligro p ara la vida, la in
to (art. 4). A unque parece laudable la intención de esta cláusula, si es
tegridad o la dignidad hum ana del receptor.
que pretende evitar ulteriores chantajes o dependencias, parece que en
En este, com o en tantos otros tem as, es preciso extrem ar los crite
otros m uchos casos, por ejem plo entre parientes cercanos, no sería rea
rios éticos ante el riesgo de la experim entación buscada p o r sí m ism a50.
lista exigir tal anonim ato. Se h a dicho con frecuencia que esta cláusu
la es un evidente error introducido en la letra de la ley.

4. Legislación española L a extracción de órganos de fallecidos, regulada tam bién p o r la ley


(art. 5), exige evidentem ente la com probación de la m uerte. Tal extrac
C on fecha 6.11.1979, el B O E publicó la ley española sobre extrac ción se supone siem pre efectuada para fines terapéuticos o científicos.
ción y trasplante de órganos, que resultaba en m uchos aspectos cier U n p unto especialm ente llam ativo es el que determ in a que la lici
tam ente novedosa y m ás avanzada que las existentes en los países del tu d de tal extracción se p resum e siem pre que el fallecido no hubiera
dejado constancia expresa de su oposición, aunque b ien es cierto que
46. A. G. Spagnolo, La complicidad inevitable en el trasplante de tejidos fetales se requiere la autorización del ju e z p ara la extracción de órganos en el
procedentes de abortos voluntarios'. L’OR ed. esp. (13.1.1995) 9-10.
47. Así por ejemplo la instrucción vaticana Donum vitae, el NIH de Estados Uni caso de los donantes potenciales fallecidos en accidente:
dos, o el Comité Consultatif National d ’éthique de Francia, y algunos organismos inter
Las personas presumiblemente sanas que falleciesen en accidente o co
nacionales, como el Consejo de Europa (Recomendación 1.046/86), o la Asociación
médica mundial (Declaración de Hong-Kong, nov. 1989). mo consecuencia ulterior de éste, se considerarán asimismo como do
48. L. Ciccone, I trapianti d ’organo: aspetti etici: M edM or4 (1990) 713. nantes, si no consta oposición expresa del fallecido.
49. I. Carrasco de Paula-J. Colomo Gómez, Trasplantes de tejido fetal, en Manual
de bioética general, Madrid 1993, 193-203.
El real decreto que viene a desarrollar esta ley fue publicado en el
50. J. Gafo, Experimentación humana, en Dilemas éticos de la medicina actual,
Madrid 1986, 231-246; cf. M. Marinelli, Organi artificiali, enN D B 787-789; también B O E del 13 de m arzo de 1983. E n él se ofrecen unos criterios necesa
European Society for artificial organs e International Journal of Artificial Organs. rios p ara establecer un consenso sobre la constatación de la m uerte.
Sin em bargo, tales criterios parecen co nfigurar un concepto de m uer m ado del cliente de la intervención que se encuentre en situación de
te que con razón h a sido calificado com o desafortunado y p oco cientí capacidad y negando la validez del consentim iento otorgado p o r los
fico 51. Por o tra p arte en todo el decreto se m an ifiesta u n a intención representantes legales del m enor o del incapaz.
educadora de la sensibilidad pública, que en la p ráctica resu lta un tan
to ingenua p o r lo inadecuado del m om ento para la in fo rm ació n a los
fam iliares que pretende instaurar:
5. Conclusión
Todos los centros sanitarios autorizados para la extracción de órganos u
otras piezas anatómicas adoptarán las medidas convenientes a fin de ga C om o y a se decía m ás arriba, es éste un tem a típico en el que la os
rantizar que todos los ciudadanos que en ellos ingresen y sus familiares cilación del ju ic io ético h a resultado evidente. L a experiencia h a ido
tengan pleno conocimiento de la regulación sobre donación y extracción poniendo en tela de ju icio tanto los logros de la ciencia m édica com o
de órganos con fines terapéuticos y científicos. La información hará re las cautelas dictadas p o r la pru d en cia m oral.
ferencia a los principios informantes de la legislación, que son los de al D e hecho, los avances técnicos interp elan siem pre a la reflexión
truismo y solidaridad humana y respeto absoluto de la libertad, intimi ética. E n éste, com o en otros m uchos cam pos, hoy estudiados p o r la
dad, voluntad y creencias de cualquier clase de los interesados52.
bioética, se percibe de fo rm a cada vez m ás clara que no todo lo que
p o d em o s hacer, gracias a las adquisiciones de la técn ica m ás avanza
Para tratar de com pletar las lagunas de esta ley, com o se h a dicho, da, estam os autorizados éticam ente a llevarlo a cabo.
se ha aprobado posteriorm ente la ley 42/85, que perm ite el trasplante Si no siem pre es aconsejable un a m oratoria en el u so de tales téc
de «m aterial fetal y em brional» y que nos m erece m uy serias reservas nicas, al m enos sí que resu lta obligatorio el ejercicio de la v irtu d de la
desde el punto de vista ético, p o r el po co respeto que se m uestra a la prudencia. E n todo caso, se im pone un discernim iento sobre las p o si
vida hum ana, presente ya desde el m om ento de la fecundación. bilidades y los riesgos de la intervención. Y el recurso a un plus de sa
Por otra parte, tam bién el nuevo C ódigo penal español, aprobado biduría que nos ayude a p reguntarnos cuáles son los lím ites optim ales
por ley orgánica 10/1995, de 23 de noviem bre, se ha referido a los tras de la calidad de vida.
plantes de órganos. Tras haber señalado la pena aplicable p o r los delitos E n últim o térm ino lo que verdaderam ente se p one en tela de ju icio
de lesiones en los casos en que m ediare el consentim iento válida, libre, es qué sig n ifica en realidad la vida p lenam ente hum ana. U na vez m ás,
espontánea y expresam ente em itido del ofendido (art. 155), el nuevo las preguntas éticas rem iten a las últim as cuestiones antropológicas.
Código penal, se ocupa de esta cuestión en su libro segundo, título III, E n el m arco de la v ivencia de la fe cristiana, la preg u n ta funda
art. 156. El prim er párrafo del nuevo texto se expresa de esta form a: m ental vuelve a ser qué sig n ifica v iv ir los gestos del am o r h asta en
No obstante lo dispuesto en el artículo anterior, el consentimiento váli tregarse a sí m ism o - o u na parte de sí m is m o - p ara el bien y la v id a de
da, libre, consciente y expresamente emitido exime de responsabilidad los herm anos que sufren.
penal en los supuestos de trasplante de órganos efectuado con arreglo a E n u n m undo com o el nuestro, la d onación de órganos entre vivos,
lo dispuesto en la ley, esterilizaciones y cirugía transexual realizadas cuando sea posible, y la entrega de los órganos propios o de los fam i
por un facultativo, salvo que el consentimiento se haya obtenido vicia liares, u n a vez que la p erso n a h a fallecido, pu ed e considerarse com o
damente, o mediante precio o recompensa, o el otorgante sea menor de uno de los gestos m ás elocuentes de afirm ar la fraternidad hum ana. E s
edad o incapaz; en cuyo caso no será válido el prestado por éstos ni por preciso que la reflexión y la catequesis ayuden a cada uno a enfrentar
sus representantes legales. se con su p ro p ia responsabilidad de m odo que pu ed a preguntarse si el
lenguaje del don gratuito ha llegado a ser p ara él en concreto un a exi
C om o se puede observar, el C ódigo concede una g ran im portancia gencia del am or53.
al principio b ioético de autonom ía, al exigir el consentim iento in fo r

51. A. y S. Piga: Labor hospitalaria 194 (1984) 205-207. 53. Conferencia episcopal de Francia, Le don d ’organes: une form e éloquente de
52. Rea! decreto, art. 7. La acusación de ingenuidad se debe a E. López Azpitarte, fratemité'. La Documentation catholique 93 (1996) 282-284; A. Autiero, La donazione
Etica y vida. Desafios actuales, Madrid 1990, 291. di organi é un dovere?: RTMor 28 (1996) 53-61.
DROGADICCIÓN Y ÉTICA

Bibliografía: G. Díaz, El narcotráfico: un síntoma de disgregación nacional:


RazFe 222 (1990) 405-420; F. J. Elizari, Bioética, Madrid 1991, 315-326; P.
Laurie, Las drogas, Madrid *1984; Pontificio Consiglio per la pastorale della
salute, Chiesa, droga e tossicomania, Cittá del Vaticano 2001; J. M. Sánchez
Orantos, El mundo de las drogas. Un reto para la sociedad, Madrid 1996; R.
Spiazzi, Lineamenti di etica della vita, Bologna 1990, 252-263; Varios, Droga
y alcoholismo contra la vida. Actas de la VI conferencia internacional (Cittá
del Vaticano, 21-23.9.1991): Dolentium hominum 7/19 (1992) 7-336; Varios,
La drogodependencia en España: CuRealSoc 39/40 (1992) 5-274.

1. E l azote so c ia l de la droga

El tem a de los estupefacientes, que ahora abordam os, es hoy enci


clopédico e inabarcable. D e hecho no puede ser estudiado adecuada
m ente sin ten er en cuenta u n enfoque m ultidisciplinar.
De entre los m últiples aspectos que se pueden considerar, el enfo
que ético p odría tener en cuenta m uchos problem as, com o «los ligados
a la producción, elaboración y com ercio de la droga en u n m ercado in
ternacional siem pre m ás am plio, así com o aquellos derivantes del con
sum o de la droga que llega a ser el estím ulo p ara u n a dem anda siem pre
creciente». A sí se expresa el docum ento D e la desesperación a la es
peranza. Fam ilia y toxicodependencia, publicado en 1992 p o r el Ponti
ficio C onsejo p ara la fam ilia1.
N u estra reflex ió n se lim ita ah o ra n ecesariam ente al segundo de
los pro b lem as m encionad o s, es decir, al del consum o de las drogas,
aun a sabiendas de que en el m ism o abuso de estupefacientes son m u
chas las responsabilidad es m o rales im plicadas, tanto «privadas» co
m o públicas.

1. De la desesperación a la esperanza. Documento del Pontificio Consejo para la


familia sobre droga y familia (8.5.1992): Ecclesia 2.581 (1992) 28-38.
a) Un fe n ó m e n o antiguo b) Situación actual del problem a

A unque la afirm a ció n puede ser m ás o m enos interesada, tienen A unque las drogas sean antiguas, es b astante reciente en los países
razón los que recu erd an que el fenóm eno de la droga n o es nuevo, occidentales el llam ado «problem a de la droga», calificado con razón
p uesto que era conocido desde la noche de los tiem pos2. com o «el quinto jin e te del A po calip sis» 6. Su com ienzo súbito y a la
D e hecho, ya H erodoto en la H istoria de las guerras m édicas evo vez m asivo hacia 1960 no deja de suscitar interrogantes a un observa
ca un a costum bre de los pueblos orientales que debía de resultar un dor atento a las cuestiones sociales. D e hecho, el fenóm eno le m erece
tanto chocante p ara sus lectores: «T ienen árboles que dan frutos ex a Julián M arías un a inquietante reflexión:
traños; cuando los hom bres se reúnen ju n to a la hoguera, arrojan al
Si se piensa que hacia la misma fecha aparecen la aceptación social del
fuego las sem illas de esos frutos y se em briagan, aspirando el hum o». aborto -hasta entonces infrecuente y considerado ilegal y amoral- y el
En el Im perio rom ano se usaban drogas con fines terapéuticos y se uti terrorismo organizado, esto lleva a pensar que los tres fenómenos, de
lizaban tam bién com o p arte del ritual en num erosas acciones m ágicas. importancia enorme, pueden tener un origen común y no espontáneo,
V irgilio cuenta en la E neida que E neas logra dorm ir al d rag ó n de las sino inducido por algunas fuerzas sociales convergentes7.
H espérides em pleando el ju g o de la adorm idera3.
Para Ch. B audelaire, la droga es la salida casi norm al p ara aquellos C on razón la encuesta de la F undación Santa M aría decía y a hace
que el s'g lo X V III llam aba hom bres sensibles y la escuela rom án tica años que «el consum o de drogas de la juventud española es y a u n pro
clasificó com o incom prendidos. M ovidos p o r su «sed de in fin ito » y blem a de im portancia, con dim ensiones preocupantes, que está m inan
p o r su deseo de encontrar y gozar su p ropia divinidad, se entregarían do a la p ropia juventud, protagonista a la vez y víctim a de todo eso»8.
al éxtasis de la droga4. E n inform es posteriores de la m ism a F undación (siem pre en el ám
Con razón puede afirm a r un conocido m anual de m edicina que el bito de E spaña) se constata que lo que m ás se ju stifica son los com por
uso antiguo de las drogas ha cam biado en nuestros días de signo: tam ientos relacionados con la m oral sexual y la vida personal. L o que
m enos se ju stifica son las acciones que afectan al orden público. A hora
A lo largo de la historia cada cultura y cada sociedad ha desarrollado e
bien, hacia el uso de drogas y alcohol ha aum entado la tolerancia so
integrado en su seno el consumo de sustancias tóxicas o potencialmen
cial. L a ju v e n tu d española de fin ales del siglo X X consideraba el d e
te tóxicas con fines no terapéuticos (mágico-religiosos, religiosos, re
sem pleo com o el problem a m ás im portante del país. Junto a él, los jó
creativos, etc.). Sin embargo, ha sido en el presente siglo, por la con
fluencia de una serie de factores (culturales, económicos, medios de venes percibían com o m uy grave el problem a de la drogadicción y
comunicación, etc.), cuando el problema del consumo abusivo de sus pensaban que iría en aum ento en los años siguientes. A nálisis posterio
tancias tóxicas ha alcanzado una extensión y una importancia que jus res confirm an que aquellas sospechas se han cum plido. H a aum entado
tifican plenamente la alarma social despertada5. de fo rm a alarm ante el tráfico y el consum o de estupefacientes, con el
añadido de sofisticadas y peligrosas drogas de diseño9.
En efecto, un fenóm eno tan antiguo y tan integrado culturalm ente Pero m ás im portante que el h echo en sí es su interpretación, tem a
se ha convertido en u n fenóm eno cuantitativa y cualitativam ente nuevo, al que h a dedicado u n as lúcidas palab ras M arciano Vidal:
tanto po r su frecuencia y extensión a las edades m ás precoces, o p o r su Puede verse como una relación patológica del hombre con dichas sus
«aceptación» social, cuanto p or los problem as sociales, políticos y m o tancias. En este caso se habla de toxicomanía. En esta interpretación, lo
rales que plantean su prom oción económ ica y su adicción particular.
6. A. Cortina, Drogadicción: el quinto jinete'. Vida Nueva 2.026 (1996) 31.
2. L. Rossi, Droga, en NDTM, Madrid 1992, 435. 7. J. Marías, Libertad y lucidez: el problema de la droga, en Droga y alcoholismo
3. Cf. S. Cervera, Vn signo de nuestro tiempo: las drogas, Madrid 1975, 9. contra la vida: Dolentium hominum 19 (1992) 143, número monográfico.
4. Recuérdese que Le goüt de l ’infmi es el primer epígrafe de L epoem e du ha- 8. Fundación Santa María, Juventud española 1984, Madrid 1985, 119.
schisch, de Baudelaire: cf. P. Laín Entralgo, La espera y la esperanza, Madrid 1957, 9. P. González Blasco-J. González Anleo, Religión y sociedad en la España de los
265-267. 90, Madrid 1992, 190; cf. también el siguiente informe de la fundación SM: F. Andrés
5. A. Luna Maldonado, Drogas de abuso, en J. A. Gisbert Calabuig (ed.), Medici Orizo, Los nuevos valores de los españoles, Madrid 1991, 98; J. Elzo y otros, Jóvenes
na legal y toxicología, Barcelona 1994, 785. españoles 99, Madrid 1999, 66.90.
importante es la relación de dependencia, con falta de libertad, entre la seguir consum iendo u n fárm aco, tendencia a aum entar la dosis (o sea,
persona y una sustancia determinada. En esta situación de dependencia tolerancia), dependencia p síq u ica (necesidad com pulsiva de los efec
puede hablarse de un espectro progresivo y continuo que va desde la tos psíquicos que produce la sustancia tóxica) y /o dependencia física
utilización normal hasta la dependencia patológica -adicción- pasando (caracterizada por el síndrom e de dependencia, es decir, p o r un a serie
por una progresiva intensificación del hábito. Su forma patológica re de síntom as que aparecen de im proviso cuando se interrum pe el con
cibe el nombre de toxicomanía, nombre preferido por la OMS.
sum o de la droga), ju n to con otros efectos negativos p ara el individuo
-O tra forma de interpretar el hecho es la de verlo como un deseo o bús
y para la sociedad».
queda de placer. En esta interpretación, lo decisivo está en la apetencia
- L a drogodependencia viene siendo p resen tad a p o r la O M S, y a
de goce. El hombre prolonga así sus posibilidades normales de gozar.
Tal es la perspectiva de la moral tradicional, que coloca estos proble desde 1964, com o u n estado de dependencia p síq u ica o u n estado de
mas dentro de la virtud de la templanza. dependencia psíquica y física respecto de alguna substancia que cam
-U na tercera forma de entender el hecho se sitúa en la clave de la eva bia el h u m o r con un a acción sobre el sistem a nervioso central, que se
sión. Una forma de escapar de la realidad para vivir en la inacción. Otros to m a ocasionalm ente o de form a continuada y que perjudica al afecta
formulan esta interpretación como un intento de provocar un cambio de do y a la sociedad. D e hecho se habla de «dependencia h acia un a sus
situación de la persona, recurriendo a un procedimiento más económico tancia determ inada cuando existe una vinculación m etabólica y /o con-
desde el punto de vista psíquico: la evasión mediante el uso de tóxicos10. ductual entre su consum o y u n a persona, de fo rm a que ésta no pu ed a
prescindir de su consum o sin que aparezcan trastornos de la conducta
C oincidim os con el autor citado en afirm ar que esta ú ltim a aproxi y/o un a serie de síntom as y signos clínicos que desaparecen con la ad
m ación al fenóm eno nos parece sin duda la m ás interesante y profunda. m inistración de la sustancia en cuestión»11.
Y, posiblem ente, sea la que resulta m enos estudiada habitualm ente. - L a dependencia p síq u ica h a sido d efin id a p o r la O M S com o
«com pulsión que requiere la adm inistración p eriódica o continua de la
droga p ara producir p lacer o im pedir m alestar en el individuo». Por
2. D atos básicos sobre las drogas o tra p arte, la dependencia fís ic a es tam bién d efin id a p o r la O M S co
m o «el estado de adaptación del organism o que se m an ifiesta p o r la
a) C on frecuencia se ponen de relieve las diferencias que surgen a aparición de trastornos físicos cuando se interrum pe la adm inistración
la ho ra de establecer u nas defin icio n es aceptables p o r todos. Sin em de la droga».
bargo, p arece que podem os contar con algunos conceptos fundam en -H á b ito : «Condición derivada del consum o repetido de un a droga,
que entraña deseo, m as no necesidad, de esa sustan cia (dependencia
tales identificables:
p síq u ica y no física), que no induce tolerancia y que produce efectos
-D roga. Según la definición propuesta por la O M S, droga es «toda
nocivos p ara el individuo, m as no para la sociedad»12.
sustancia que, introducida en el organism o vivo, puede m odificar una o
-T olerancia. Se dice que «existe to leran cia a u n a sustancia cu an
varias funciones de éste». Se trata de una definición am plia, que abarca
do se p rec isa una dosis cada vez m ás elevada p ara obtener la m ism a
los m edicam entos y otras sustancias activas. M ás ajustado es definirla
respuesta inicial, p o r p resen tar una m enor sensibilidad a la m ism a do
com o una «sustancia m odificadora de algunas funciones del organism o
sis de droga»13.
y, desde este supuesto, capaz de crear dependencia o toxicom anía».
-A bstinencia, Se entiende p o r abstinencia la aparición de síntom as
- Toxicom anía: «Estado de intoxicación (alteración psíquica y even
físicos com o dolores o n áu sea, cuando se interrum pe el uso de la droga.
tualm ente som ática), periódica o crónica, producido p o r el uso o con
sum o repetido de un a sustancia. L o s aspectos típicos de esta intoxi
cación parecen ser los siguientes: deseo irrefrenable o necesid ad de 11. A. Luna Maldonado, Drogas de abuso, 786-787.
12. Estas definiciones están tomadas de G. Milanesi, Droga, en DSoc, Madrid
10. M. Vidal, Drogadicción, en Diccionario de ética teológica, Estella 1991, 177. 1986, 547-548. Cf. también J. L. Martí Tusquets-M. Murcia, Conceptos fundamentales
Cf. también un estudio de las causas del fenómeno en L. Rossi, Droga: J. Marías, Dro de drogodependencia, Barcelona 1988.
ga y juventud, en J. Arana (ed.), La droga en la juventud, Madrid 1981, 15-30; D. Co 13. A. Luna Maldonado, Drogas de abuso, 786; D. N. Husak, Drugs: Moral and
mas, El uso de drogas en la juventud, Barcelona-Madrid 1985, 37-71. Legal Issues, en EAE 1, 849-858.
b) A obras com o el citado D iccionario de sociología hay que re E n el citado D iccionario de sociología pu ed e verse u n a ajustada
m itir aquí para u n a descripción y división de las llam adas drogas duras sistem atización de las causas y las interpretaciones, dividiéndolas en:
con relación a los efectos que producen: alucinógenos, excitantes o es 1) predisposiciones psicológicas; 2) correlaciones m icrosociológicas;
tim ulantes, estupefacien tes14. 3) correlaciones m acrosociológicas.
E l m anual de diagnóstico y estad ística de las enferm edades m en A la pregunta de po r qué los jó v en es siguen acudiendo a la droga,
tales D S M III considera dos categorías de sustancias capaces de crear así h a respondido recientem ente un conocido sociólogo:
desórdenes. L a p rim era abarca sustancias cuyo abuso produce un a re
Hay un discurso que ha tenido varias fases. Primero de permisividad,
ducción del rendim iento en las operaciones sociales y/o en el trabajo,
allá por los años 80, que produjo un fenómeno de alarma social y se pu
causada p or la droga en sí o po r la d uración de su asunción. L a segun sieron los medios para reducir el consumo de droga. En efecto, hubo un
da categoría se refiere a la dependencia de sustancias que incluye la descenso en el consumo de heroína, una estabilización en el cannabis,
presencia de reacciones com o la tolerancia o la abstinencia15. al mismo tiempo que se produce un aumento en la ingestión de alcohol,
E n el D SM -IV se añade una am plia clasificación (con referencia a debido a que éste es visto como una droga segura... Esto produce un
los códigos CIE-9-M C ) de trastornos relacionados con sustancias: alco fenómeno llamativo y es que la alarma social ante la droga desaparece.
hol, alucinógenos, anfetam inas (o sustancias de acción sim ilar), cafeína, Esta normalización hace que los más jóvenes no tengan memoria his
cannabis, cocaína, fenciclidina (o sustancias de acción sim ilar), inha tórica, puesto que no lo han visto, y ahora vivimos un repunte del pro
lantes, nicotina, opiáceos, sedantes, hipnóticos o ansiolíticos, varias sus blema, cuya única diferencia es que han aparecido las drogas de diseño,
la heroína vía inyectable sigue descendiendo, la cocaína se ha estabili
tancias sim ultáneas y, finalm ente, otras sustancias (o desconocidas)16.
zado, pero nos encontramos con el cannabis, que se ha extendido al ni
Se podría decir que todas las drogas pueden producir efectos bené
vel del cigarrillo prácticamente. En muchos adolescentes la relación
ficos cuando se utilizan de form a correcta, pero cuando se utilizan sin cannabis y fiesta es normal: incluso los hay que dicen que eso no es
el adecuado control llegan a constituir u n a verdadera enferm edad. En droga. Este repunte es porque se ha bajado la guardia. Ha cambiado de
m ayor o m enor grado generan dependencia y una especie de esclavi alguna forma el significado de la droga y ha pasado de estar ligada a as
tud, conducen al individuo a una progresiva despersonalización y le in pectos contraculturales a la diversión. No hay sentimiento de que la
capacitan cada vez m ás para una adecuada relación interpersonal. droga tiene efectos negativos17.
c) C on relación a las m otivaciones de la drogodependencia, se sue
le decir que norm alm ente se llega a un consum o abusivo o bien desde d) Por consiguiente, tam poco hay que olvidar a las llam adas dro
un tratam iento m édico descontrolado o bien po r influjo de un proseli- gas blandas o caseras, com o el café, el tabaco, el alcohol y otros p ro
tism o callejero, que es el caso m ás frecuente. ductos excitantes o tranquilizantes.
C ausas im portantes de la drogodependencia suelen ser la inm adu Suelen ser usados com o señal de autoafirm ación, con el fin de sen
rez personal, la falta de ideales de creatividad y de socialidad, la n ece tirse «personas norm ales» o con el fin de establecer vínculos sociales,
sidad de evadirse de situaciones angustiosas, la ausencia de u n clim a o bien com o u n m edio para in ten tar una recuperación en estados de
afectivo dentro del ám bito fam iliar, la necesidad de acudir a u n sím ansiedad.
bolo llam ativo de autoafirm ación o a un m odelo de pro testa contra si Si las dosis son pequeñas, tales productos raras veces serán perju
tuaciones sociales percibidas com o turbadoras, etc. diciales. E l aum ento de la cantidad puede ocasionar p eligros m uy se
rios tanto p ara la salud com o p ara el m ism o proceso de integración
14. De todas formas, es frecuente la constatación de que ninguna de las definicio personal y social. Su adicción no puede colocarse al m ism o nivel, p e
nes que se suelen ofrecer abarca la globalidad que actualmente muestra el fenómeno de ro su etiología es con frecuencia sem ejante a la que origina el consu
la droga: A. M. Ruiz-Mateos, Juventud y droga: reflexiones desde el ámbito de la psi m o de drogas fuertes.
quiatría: Moralia 7 (1985) 330.
15. Cf. V Sorce, Tossicodipendenze, en NDB 1179-1183, donde se recoge la de e) A unque p ara algunos tratadistas la distinción entre m edicam en
claración final de la III Conferencia Mundial sobre la Prevención, celebrada en Palermo
en septiembre del año 2000. tos y drogas es solam ente relativa, hay que decir que el consum o arbi-
16. P. Pichot-J. J. López-Ibor Aliño-M. Valdés Miyar, DSM-IV Breviario. Criterios
diagnósticos, Barcelona 1995. 17. J. I. Igartua, Entrevista a Javier Elzo: Vida Nueva 2.025 (1996) 9-10.
trario de m edicam ento s no puede ser considerado dentro del tem a de pecíficam ente cristiano, que nos evoca la im agen evangélica del b uen
la drogodependencia, a m enos que lo tom em os en una dim ensión m uy sam aritano que se m ueve a com pasión ante el hom bre m alherido en el
am plia. cam ino:
De todas form as, no deja de ser preocupante el hecho de que cada
Muy a menudo, cuando pienso en las víctimas de la droga y del alcohol
vez sea m ayor el núm ero de personas que se prescriben a sí m ism as un
-e n su mayoría jóvenes, si bien es cada vez más preocupante su difu
tratam iento farm acológico, con frecuencia abusivo18.
sión entre los adultos- me viene al recuerdo el hombre de la parábola
evangélica que, asaltado por unos malhechores, fue robado y dejado
medio muerto en medio del camino de Jericó (cf. Le 10,29-37). Estas
3. D octrina de la Iglesia personas van como «en camino», buscando algo en lo que creer para vi
vir; tropiezan, en cambio, con los mercaderes de la muerte, que les
a) Santa Sede asaltan con la lisonja de libertades ilusorias y falsas perspectivas de fe
licidad. Estas víctimas son hombres y mujeres que se encuentran, des
1. E specialm ente significativas, p o r hab er sido incluidas en el graciadamente, despojados de los valores más preciados, profunda
cuerpo de la doctrina social de la Iglesia, son las palabras escritas por mente heridos en el cuerpo y en el espíritu, violados en la intimidad de
Juan Pablo II en la encíclica C entesim us annus en el m arco de u n a crí su conciencia y ofendidos en su dignidad de personas. En realidad, en
tica a la sociedad de consum o: estas situaciones las razones que llevan a abandonar cualquier esperan
za podrían parecer fuertes19.
Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la digni
dad del hombre y que ciertamente no es fácil controlar, es el de la dro 3. E s preciso citar tam bién el m encionado docum ento D e la deses
ga. Su difusión es índice de una grave disfunción del sistema social, p era ció n a la esperanza, publicado en el año 1992 p o r el P ontificio
que supone una visión materialista y, en cierto sentido, destructiva de
C onsejo p ara la fam ilia. R esulta interesante el subrayado con que tra
las necesidades humanas. De este modo la capacidad innovadora de la
ta de establecer una distinción entre el síntom a y las causas verdaderas
economía libre termina por realizarse de manera unilateral e inadecua
del problem a:
da. La droga, así como la pornografía y otras formas de consumismo, al
explotar la fragilidad de los débiles, pretenden llenar el vacío espiritual La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consu
que se ha venido a crear (CA 36). mo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de
la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, su
2. L os días 21-23 de noviem bre de 1991, el P ontificio C onsejo de jeto único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad,
la pastoral para los agentes sanitarios celebró en la C iudad del V atica objeto del amor del Padre que, en su plan salvífico, llama a cada uno a
no su V I C onferencia internacional, d ed icada esta vez a la reflexión la sublime vocación de hijo en el Hijo. Sin embargo, la realización de
tal vocación es -junto a la felicidad en este m undo- gravemente com
m ultidisciplinar sobre «D roga y alcoholism o contra la vida».
prometida por el uso de la droga, porque ella, en la persona humana,
C on ese m otivo, Juan Pablo II recibió en audiencia a los p artici
imagen de Dios (Gn 1,27), influye de modo deletéreo sobre la sensibi
pantes y p ronunció u n interesante discurso en el que se lam enta de la lidad y sobre el recto ejercicio del intelecto y de la voluntad (I a).
difusión de la droga, especialm ente entre los jóvenes, apunta algunas
causas del fenóm eno e invita a una acción conjunta, tanto p o r p arte de
Efectivam ente, la droga no es el pro b lem a p rincipal del to x ico d e
los ciudadanos, com o de la Iglesia y de los organism os públicos. Este pendiente. E n el origen se encuentran otros fenóm enos com o la pérdi
discurso constituye u n grito realm ente profético en favor de las «m u da de valores, la p resió n de un a sociedad de consum o, una seducción
chas vidas que se quem an m ientras los potentes señores de la droga se difícilm ente superable p o r u na voluntad no educada p ara el sacrifico y
abandonan descarad am ente al lujo y al despilfarro». D e entre las n u tantos otros.
m erosas ideas interesantes, resulta oportuno subrayar aquí un texto es
19. Puede verse en el número dedicado a la Conferencia por la revista Dolentium
18. Cf. E. López Azpitarte, Los psicofármacos, en Ética y vida. Desafios actuales, hominum 19 (1992) 7-8; extractos de ese discurso han sido recogidos en la obra de P. J.
Madrid 1990, 295-308. Lasanta, Diccionario social y moral de Juan Pablo II, Madrid 1995, 197-198.
D esde u n p u nto de vista cristiano, el docum ento apela a la digni te después de haberse referido a la virtud de la tem planza. U tilizando
dad del ser hum ano, llam ado a vivir en el espíritu de la filialidad res un lenguaje típico de los antiguos tratados de teología m oral, el texto
pecto al D ios del am or y de la salvación. ofrece un a calificación m oral objetiva de la drogadicción, así com o de
la colaboración en su difusión:
4. E n este m ism o docum ento se p u ed en leer otras abundantes ex
El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida hu
p resiones, que han sido tom adas de diversas intervenciones del papa
mana. Fuera de los casos en que se recurre a ella por prescripciones es
Juan Pablo II. H e aquí tan sólo tres de ellas20: trictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina
-E s necesario llevar al toxicodependiente al descubrimiento o al redes y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una coo
cubrimiento de la propia dignidad de hombre; ayudarlo a hacer resurgir peración directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contra
y crecer, como un sujeto activo, aquellos recursos personales que la rias a la ley moral (n. 2291).
droga había sepultado, mediante una confiada reactivación de los me
canismos de la voluntad, orientada hacia seguros y nobles ideales. 6. L a Santa Sede se h a pronunciado sobre el tem a de la droga en
-H a sido concretamente probada la posibilidad de recuperación y de re m uchas otras ocasiones. R ecordando su propio m ensaje a la C onfe
dención de la agobiante esclavitud... con métodos que excluyen rigu rencia internacional de V iena sobre el abuso y el tráfico ilícito de dro
rosamente cualquier concesión a la droga, legal o ilegal, con carácter
gas (17.6 J 9 8 7 ) , Juan Pablo II se ha vuelto a expresar sobre el tem a en
sustitutivo.
1996, con ocasión de la celebración de la Jo m a d a de lu ch a co n tra la
-L a droga no se vence con la droga.
droga, establecida por la ONU. C on ese m otivo escribía:

D e hecho son m uchas las ocasiones en las que Juan Pablo II ha p o Es preciso reconocer que se da un nexo entre la patología mortal cau
dido p ronunciarse sobre la drogadicción y la falta de valores m orales sada por el abuso de drogas y una patología del espíritu, que lleva a la
que revela. H e aquí una de sus intervenciones m ás recientes: persona a huir de sí misma y a buscar placeres ilusorios, escapando de
la realidad, hasta tal punto que se pierde totalmente el sentido de la
En realidad, la droga... es síntoma de una debilidad y de un malestar existencia personal. Algunos factores, como la ruptura familiar, las
más profundos, que afectan especialmente a las generaciones más jó tensiones en las relaciones humanas, el aumento del desempleo y los
venes, expuestas a los peligros de una cultura pobre en valores auténti modelos infrahumanos de vida, favorecen esta alienación. De hecho,
cos. En un tiempo como el nuestro, en el que el hombre logra doblegar en la raíz de estos males se encuentra la pérdida de los valores éticos
a su voluntad las mismas leyes de la naturaleza, la drogadicción, con su y espirituales22.
capacidad de debilitar la fuerza de voluntad de la persona, constituye
un obstáculo que manifiesta la íntima fragilidad del ser humano y su
Todavía m ás recientem ente, el 11 de octubre de 1997, Juan Pablo
necesidad de ayuda por parte del ambiente que lo rodea y, más radical
mente, por parte del Unico, que puede actuar en lo más profundo de su II se d irigía a los participantes en el congreso «Solidarios en favor de
psiquis en dificultad. La relación con Dios, vivida con una actitud de la vida», organizado p o r el C onsejo p o n tificio p ara la pasto ral de los
auténtica fe, constituye un apoyo sumamente eficaz en el camino de re agentes sanitarios. A dem ás de volver a considerar las causas de la to
cuperación de situaciones humanas desesperadas: quien ha hecho la ex xicom anía, com o un síntom a de un m alestar existencial, debido a un
periencia lo sabe muy bien y puede atestiguarlo21. m undo sin esperanza, carente de propuestas hum anas y espirituales v i
gorosas, el papa exhortaba a p o n er en práctica, en todos los niveles de
5. El C atecism o de la Iglesia católica dedica a este tem a u n solo la vida social, un a decidida labor de prevención23.
punto, en el m arco de la m oral del quinto m andam iento y precisam en

20. Insegnamenti di Giovanni Paolo II VII, 347, 349. También en la encíclica 22. Puede verse el mensaje en Ecclesia 2.800 (1996) 1177.
Evangelium vitae (25.3.1995) el papa lamenta y condena «la criminal difusión de la dro 23. Puede encontrarse este discurso en L’OR ed. esp. 29/43 (1997) 11. También en
ga» (n. 10). la exhortación Ecclesia in America (22.1.1999), Juan Pablo II ha querido recordar, entre
21. Juan Pablo II, Discurso en la Jomada mundial contra la droga convocada por otros pecados que claman al cielo, el comercio de drogas: Eam 56. Una amplia recopi
la ONU, dirigido a la Federación italiana de comunidades terapéuticas (26.6.1995): lación de la doctrina de Juan Pablo II puede encontrarse en la obra Chiesa, droga e tos-
L’OR ed. esp. 27/27 (1995) 10. sicomania, 16-38.
b) E piscopado español A dem ás de apuntar a las «causas», la carta alude en su p arte III a
los «m otivos» que em pujan a los jóvenes a la droga. E specialm ente in
Q uerem os dedicar un m om ento de atención a un docum ento epis teresante es el breve discurso sobre la droga com o expresión del deseo
copal, que tiene un origen m ás cercano a nosotros. E n efecto, especial infantil de una satisfacción inm ediata de las necesidades. E s en la p a
eco alcanzó en su m om ento la ca rta pastoral E l oscuro m undo de la ciente elaboración del deseo y en la adm isión de su tem poralidad com o
droga ju v e n il, p u blicada en noviem bre de 1984 p o r el arzobispo de se va construyendo la persona. Pero cuando sistem áticam ente se busca
P am plona y los obispos de las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vi la satisfacción inm ediata, el deseo im perioso no se saborea pausada
toria24. Toda la carta es im portante y m erece ser leída. Ya en la prim e m ente ni se aquieta el espíritu hum ano. El ciclo tiende a repetirse, cau
ra parte, que constituye u na intro d u cció n sobre la gravedad del pro sando y expresando una fijación infantil que dificu lta la m aduración.
blem a, en contram os un p árrafo que nos invita a m irar a las causas y L a repetición de ese ciclo resum e la v id a del drogadicto. Junto a esta
consecuencias de la drogadicción: reflexión, el docum ento evoca otras facetas del fenóm eno, com o la eva
sión a un m undo ilusorio; el oscurecim iento de los ideales, los valores
Cualquiera de las tres adiciones (heroína, cocaína, hachís) comporta,
más o menos a la larga, la decadencia física, la obsesión por la sustan y la norm ativa, y los diversos aspectos inhum anos de nuestra sociedad:
cia tóxica, la apatía creciente por el mundo exterior, la pérdida de la ca En suma, las carencias y contradicciones que derivan de una sociedad
pacidad mental y el deterioro del sentido moral. Entrañan en los jóve concebida primordialmente como proyecto técnico y no como comuni
nes grave peligro de deslizarse hacia la delincuencia o la prostitución. dad que constituye su historia en tomo a un destino compartido y dota
En una palabra, deshumanizan a sus adeptos (I). do de sentido, quedan apuntadas y reflejadas agudamente en el síntoma
de la drogadicción juvenil.
E n la II parte de la carta se alude a diversas com plicidades que se
pueden descubrir en el m undo de la droga juvenil. U nas son interiores E n la p arte IV de la carta, se ofrecen ocho pu n to s esp ecífico s del
y otras revisten un carácter m ás social: m ensaje cristiano, que, en la fe, ofrece una liberación integral, al tiem
- E n cuanto a las prim eras, m enciona algunas causas: 1) un cierto po que invita a m irar a Jesús y sus actitudes ante los m arginados, a
desequilibrio p síquico inicial; 2) diversos traum as sufridos en la ado descubrir la solidaridad en el cuerpo de C risto y a denunciar las causas
lescencia; 3) u n agudo conflicto am biental; 4) la frivolidad que se res de la droga. N o es ocioso el pensam iento de que no es posible pro n u n
p ira en el am biente. El docum ento no deja de subrayar la especial res ciar con honestidad y sin p u d o r el nom bre de la cruz cuando la parte
ponsabilidad ética im plicada en los casos 3 y 4. E n ese contexto se m ás p esad a de esa cruz recae sobre los hom bros de otras personas.
refiere a los jó venes, diciendo: E n la p arte V se ofrecen algunas sugerencias concretas de acción
pastoral p ara el logro de «una sociedad sin droga». Y, p o r fin, la parte
Existen factores biológicos, psicológicos y sociológicos que los condi
cionan. No siempre pueden por sí mismos controlar estos factores. Pe VI contiene una herm osa y sincera «carta a los jó v en es toxicóm anos»,
ro sí pueden controlar, debidamente ayudados, su respuesta personal a en la que se les invita a com partir con otros su p ro p ia intim idad, al
los mismos. tiem po que los obispos co n fiesan que tam bién «nosotros», los que a
ellos n o s acercam os, ten em o s que dejar «drogas» de m uchas clases
- E n cuanto al segundo gru p o de com plicidades, m enciona las or que tal vez no tienen este nom bre.
ganizaciones de la m uerte a nivel intercontinental y los intereses de las
grandes p o ten cias, pero tam bién otras responsabilidades y com plici
dades m ás cercanas, en las que todos nos vem os inm ersos. D e ahí su 4. Para un ju ic io ético
valiente confesión de culpabilidad: «L a escuela, la policía, la adm inis
tración pública, la Iglesia y la sociedad entera hem os tom ado concien N o es fácil encontrar u n ju ic io ético sobre este fenóm eno que sólo
cia de este p roblem a con excesivo retraso». en los últim os años h a alcanzado una extensión tan preocupante25. Pa-

24. Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Carta pasto 25. O. Greco, Aspetti etici del problema delle tossicodipendenze: MedMor 24
ral El oscuro mundo de la droga juvenil, San Sebastián 1984. (1984) 350-362.
rece, en principio, que ese juicio h abría de centrarse en la dignidad de b) Uso de drogas con fin e s terapéuticos
la persona hum ana, tanto en su individualidad personal y su libertad
com o en su capacidad de relación y sociabilidad. L a defensa o la pér E l uso de estupefacientes es lícito m oralm ente cuando se orienta a
dida de esos cam pos valóricos, que im plican tanto la calidad y canti u na fin alid ad terapéutica, a ju ic io del p ro fesio n al m édico, sea que se
dad de las sustancias utilizadas, com o la finalidad p erseg u id a p o r el em pleen com o analgésicos o anestésicos, sea que se utilicen com o an
usuario, habrá de determ inar la licitud o ilicitud de la adición. tagonistas en un a cura de desintoxicación.
D e hecho ya em piezan a ap arecer publicaciones que ofrecen los C om o en cualquier otro cam po de la m edicina, es el m édico quien,
puntos fundam entales para la elaboración de un ju ic io ético sobre la en u n ju ic io prudente, basado en su ciencia y en su conocim iento del
drogadicción. H e aquí una de ellas: paciente, debe ju z g ar cuándo los efectos positivos que se esperan con
seguir superan los riesgos a los que se som ete al paciente.
En el enjuiciamiento ético del consumo de estimulantes y estupefacien Frente a esta cuestión tam bién los profesionales de farm acia p u e
tes, la veracidad y la templanza resultan decisivos. Un enfrentamien
den encontrarse con serias dudas de conciencia. E n principio p o d rán
to sincero con los problemas que están en la raíz de la adicción y con
despachar las drogas que hayan sido prescritas p o r el m édico, p ero de
los bienes aparentes que se persiguen con la droga es indispensable. De
acuerdo con las reglas vigentes, puede justificarse el uso de sustancias b erán abstenerse de sum inistrar las que, con to d a evidencia, vayan a
psicotrópicas para calmar el dolor o, si fuere necesario, para la terapia, ser em pleadas en un uso abusivo. E n éste com o en otros casos se p o
pero no como sustitutivo de una psicoterapia de tipo personal, aunque sea ne en tela de ju icio su deontología profesional27.
laboriosa. El uso moderado de estimulantes, que favorecen la sociabili
dad, por ejemplo, puede aceptarse éticamente, mientras no se tomen por
su efecto embriagante, y aislante en consecuencia. En la medida en que c) A dm inistración de drogas a m oribundos
determinados estupefacientes crean una dependencia anímica o psicofí-
El tem a fue tratado y a repetidas veces p o r Pío X II, p o r ejem plo en
sica, y conducen por tanto a la destrucción de la personalidad moral y de
la libertad, el consumo no puede ser moralmente lícito en modo alguno26. su discurso al C ongreso de anestesiología (1957). Según él, adm inis
trar al enferm o ligeras dosis de narcóticos para m itigar el dolor, sin h a
cerle perder el conocim iento, puede resultar no solam ente oportuno si
El tem a es sin duda com plicado y, com o se ve, ha de ser cuidado
no incluso m oralm ente obligatorio.
sam ente m atizado y diversificado, de acuerdo con la finalidad perse
E n caso de que la agudeza del dolor requiriese un a fuerte dosis de
guida y el tipo objetivo de las sustancias em pleadas. D e todas form as,
drogas p ara hacerlo tolerable, no habría en su aplicación ninguna v io
y con la provisionalidad obligada, se podría articular el ju ic io ético en
lación de la dignidad hum ana, aunque sucediera que, p o r la resistencia
algunos apartados im prescindibles.
dism inuida, se perdiese la conciencia y aun se acelerase la m uerte, con
tal de que se haya perm itido al paciente la posibilidad de resolver sus
a) A m bivalencia ética del consum o de drogas deberes religiosos, fam iliares y sociales.
E sta conclusión m oral no ofrece en realidad dificultades y puede ser
Podríam os com enzar afirm ando que no se debe dem onizar todo ti considerada en el m arco habitual del principio clásico del doble efecto.
po de drogas. C om o cualquier o tra sustancia, los estupefacientes no O tra cosa sería si la adm inistración de calm antes se dirigiera directa
son en sí m ism os ni buenos ni m alos. m ente a evitar al enferm o un final consciente o, incluso, a acelerarle el
El ju ic io ético h a de hacerse sobre el uso concreto, ten ien d o en fallecim iento. El prim ero de esos fines pudiera ser lícito en determ ina
cuenta un cálculo prudencial sobre los diversos valores que entran en das circunstancias, en un planteam iento anti-distanásico. Tam bién el se
ju ego, com o pueden ser la finalidad ú ltim a perseguida, los efectos, las gundo de esos fines es hoy considerado, aunque parecería caer m ás cla
dosis em pleadas, la frecuencia del consum o y el peligro de dependen ram ente dentro del m arco de la eutanasia indirecta, puesto que tales
cia, así com o la situación general del consum idor, considerada desde calm antes podrían ir acelerando el m om ento de la m uerte.
un punto de v ista m édico, económ ico, fam iliar, etc.
27. Cf. el libro editado por el Ministerio de sanidad y consumo, Actuar es posible.
26. G. Virt, Adicción, en Nuevo diccionario de moral cristiana, Barcelona 1993,19. El farmacéutico ante los problemas derivados del consumo de drogas, Madrid 1990.
d) R esponsabilidad en el uso de m edicam entos El ju icio ético sobre la droga h a de tener en cuenta la dignidad m is
m a de la v id a hum ana y la responsabilidad personal en su defensa. Se
U n m ínim o intento de educación ética debería co ncienciar a los ha podido delinear u n abanico de razones que d eterm in an la obliga
ciudadanos contra el uso indiscrim inado de m edicam entos. E l perso ción ética de luchar contra la tentación de la droga:
nal m édico-sanitario es el responsable del bienestar del p aciente. El
abuso de los m edicam entos por p arte de los m ism os eventuales p a a) L as obligaciones especiales que la p erso n a tiene frente a sí m is
cientes supone u n a cierta irresponsabilidad en el cuidado de su salud. m a y que h a de asum ir con m adurez.
Por otra parte, conviene insistir en que idéntica responsabilidad éti b) L a responsabilidad cuasi-contractual que la p ersona h a de m an
ca obliga al m édico a no hacer una prescripción indiscrim inada de pro tener con relación a la propia salud.
ductos farm acéuticos. E s preciso recetar basándose en una inform ación c) L a consecuencia de otras obligaciones p erso n ales y sociales,
correcta y objetiva sobre el estado del paciente y sobre la efectividad de cuya realización exige la tutela de la p ropia salud.
los m edicam entos. d) L a relación especial con otras personas, especialm ente las p er
L a in form ación sobre las condiciones particulares del pacien te se tenecientes a la propia fam ilia.
hace difícil en el am biente de anonim ato y m asificación en que se e) C om o consecuencia de todas las circunstancias m orales genera
ejerce la m edicina en algunas instituciones actuales. les en las que se sitúa la persona31.
En cuanto a la efectividad de los m edicam entos, es necesario que,
por una parte, el personal m édico se guíe p o r la valoración técnica que U n ju ic io ético adecuado h ab rá de subrayar que el recurso a la dro
obre en su p o d er y, po r otra, que no se deje seducir p o r m otivaciones ga responde a carencias éticas im portantes. L a drogadicción constitu
ajenas al m ism o interés del paciente. ye la desintegración de la arm onía y la dignidad personal, pero atenta
Es éste un tem a, donde tam bién la ética del personal de enferm ería tam bién contra la necesid ad de u n a arm ónica relació n interpersonal.
se ve con frecuencia interpelada28. D icho de o tra form a, la drogadicción atenta contra los valores éticos
m ás básicos, com o son el valor de la personalización y el de la com u
e) Consum o de drogas fu e ra del uso terapéutico nicación h um an a32.
O tra cosa es que, en la m ayoría de los casos, se consiga convencer
E ste es, sin em bargo, el problem a m ás preocupante y que determ i al drogadicto de la obligación m oral de velar p o r la p ro p ia v id a y p o r
na la reflexión ética sobre la toxicom anía. E n este terreno esa reflexión la p ro p ia salud. P ara la fe cristian a constituye u n a afirm ació n inabdi-
m oral puede y debe prestar un servicio de instancia crítica, tanto fren cable la que confiesa que «nadie vive p ara sí m ism o ni m uere p ara sí
te al individuo com o frente a la sociedad. m ism o» (R om 14, 7).
El ju ic io sobre el u so m ism o de las drogas h a de ser m u y m atiza
1. Frente al individuo, a quien h a de hacer com prender que el con do en cada caso. N aturalm ente, a m edida que el pelig ro de efectos n e
sum o de drogas con una finalidad placentera o evasiva en nada fom en gativos sea m ás grave, debido a las dosis, a la frecu en cia y al estado
ta el desarrollo de la personalidad, ni ayuda a resolver los problem as de general del usuario, el m al m oral objetivo será mayor.
la existencia hum ana, sino que com porta u n riesgo para la salud, así co
m o el peligro de una dependencia esclavizante y despersonalizadora29. los que no eran jóvenes, se inducía una profunda crisis en el horizonte de la juventud.
La droga es un cam ino de autodestrucción. N o es una conquista: es una Recuérdese la frase, casi consigna, que circulaba hace veinte o veinticinco años: ‘No se
puede uno fiar de nadie que tenga más de treinta años’. Imagínese la tristeza para un
rendición30.
muchacho puesto ante la alternativa de no llegar a esa edad o convertirse en un indesea
ble, lamentable, repulsivo. Esto dejaba a los jóvenes sin esperanza. Si no se puede es
28. Un abanico de los diversos problemas éticos que recurren en este campo pue perar nada bueno, interesante, atractivo, no queda más que el tedio, el aburrimiento, la
de encontrarse en la obra de S. Leone-G. Seroni (eds.), II farmaco a servizio della per ausencia de proyecto. Un paso más es la evasión, la indiferencia, el que nada importe».
sona, Acireale 1994. Toda su intervención insiste en que tanto el recurso a las drogas como a la violencia en
29. J. L. Brugués, Toxicomanie, en DMC, 433-434. cuentran su causa en el desprestigio y la renuncia a la razón y la lucidez.
30. Cf. J. Marías, Libertad y lucidez: el problema de la droga, 144: «Al dar a los 31. Cf. J. Gafo, lOpalabras clave en bioética, Estella 1993,333.
jóvenes una imagen externa, elaborada por adultos, y que incluía una descalificación de 32. Cf. M. Vidal, Drogadicción, 179.
Y, con todo, siem pre resultará difícil ju zg ar en concreto la respon sonalizadora a la que parece interesar m ás el lucro inm ediato y el co n
sabilidad y la culpabilidad de cada persona. Será preciso considerar la sum o que los auténticos valores personales.
presión am biental, la fuerza de la educación y de la seducción para ca Sin em bargo, no basta con el ejercicio de la crítica profética. L a
librar el g rado de libertad del toxicóm ano, con frecuencia dram ática Iglesia católica, ju n to con otros m uchos organism os, subraya tam bién
m ente dism inuida po r las dificultades para percibir su pro p ia situación, la im portancia de algunas m edidas positivas que se consideran urgen
o por la debilitación de su voluntad33. C on razón afirm a Juan Pablo II, tes. A sí escribe Juan Pablo II, recogiendo la proposición 38 del Sínodo
refiriéndose a los jóvenes drogadictos, que «detrás de lo que puede apa de A m érica:
recer com o la fascinación por una especie de autodestrucción, tenem os Hay que tener también presente que se debe ayudar a los agricultores
que percibir entre estos jóvenes una petición de ayuda y un a profunda pobres para que no caigan en la tentación del dinero fácil obtenible con
sed de vida, que conviene tener en cuenta, para que el m undo sepa m o el cultivo de las plantas de las que se extraen las drogas. A este respec
d ificar radicalm ente sus propuestas y sus estilos de v ida»34. to, las organizaciones internacionales pueden prestar una colaboración
preciosa a los gobiernos nacionales favoreciendo, con incentivos diver
2. Por otra p arte, la m ism a o bservación de la realid ad dice que el sos, las producciones agrícolas alternativas. Se ha de alentar también la
consum o de la droga tiende a extenderse, y que son p recisam ente los acción de quienes se esfuerzan en sacar de la droga a los que la usan,
dedicando una atención pastoral a las víctimas de la toxicodependencia.
m ás débiles quienes resultan m ás expuestos a la adicción. Por eso, la
Tiene una importancia fundamental ofrecer el verdadero sentido de la
reflexión m oral debe constituirse en instancia crítica tam b ién ante la vida a las nuevas generaciones, que por carencia del mismo acaban por
sociedad. caer frecuentemente en la espiral perversa de los estupefacientes. Este
- E n p rim er lugar, es preciso adoptar una actividad crítica frente a trabajo de recuperación y rehabilitación social puede ser también una
las organizaciones que pasan la droga de productores a consum idores, verdadera y propia tarea de evangelización37.
con extraordinario afán de lucro y sin respeto p o r la vida y la dignidad
de la persona. Pero tam bién es preciso ejercer el derecho/deber de una
f) Consum o de «drogas» cotidianas
crítica firm e frente a las instituciones que de una form a u o tra prestan
su com plicidad a la extensión del fenóm eno de la d rogadicción35. En Siem pre que se persigan los efectos b en eficio so s y se eviten los
este sentido es significativo un párrafo de la exhortación post-sinodal excesos, el consum o de drogas «cotidianas», com o el tabaco o el alco
Ecclesia in A m erica, en el que Juan Pablo II afirm a que el desafío de h ol, no ofrece, p o r sí m ism o, serias dificultades desde el punto de v is
la droga h ip o teca gran parte de los logros obtenidos en los últim os ta m oral.
tiem pos para el progreso de la hum anidad36. P odría tener m ayor im p o rtan cia a causa de circunstancias concre
- J u n to a esas tareas inabdicables, es preciso igualm ente adoptar tas: peligro para la salud, gasto excesivo a expensas de las obligacio
una actitud crítica tam bién frente a u n a sociedad m asificad a y desper- nes fam iliares, m erm a de los deberes profesionales, peligro p ara la v i
da o integridad de otras personas, falta de respeto al b ien estar de las
33. A la tarea moral de la aceptación de la persona toxicodependiente aludía la rei m ism as, etc.
na Sofía en la mencionada Conferencia internacional promovida por el Vaticano: «La
aceptación de las personas con adicción, para que la corrección de su problema no se D e su perm isividad no se debe deducir la necesidad de la toleran
confunda con la marginación, la discriminación o el aislamiento descalificador; el apo cia social de las drogas duras. N o se trata de un a diferencia m eram en
yo mutuo que permita y refuerce el largo proceso de rehabilitación; la generosa y debi te cuantitativa, sino m ás bien cualitativa, com o h a subrayado Juan P a
da ayuda que facilite la obligada reinserción, son exigencias que dependen de nosotros,
blo II:
y que sólo pueden llegar a feliz término cuando, lejos del egoísmo, del miedo, o de la in-
solidaridad, sean acometidas con la conciencia social de estar prestando ayuda a nues Existe, ciertamente, una clara diferencia entre el recurso a la droga y el
tros hermanos más desfavorecidos»; Dolentium hominum 19 (1992) 20.
recurso al alcohol; en efecto, mientras que un uso moderado de éste co
34. Juan Pablo II, Discurso al congreso «Solidarios en favor de la vida», 4: L’OR
ed. esp. 29/43 (1997) 11. mo bebida no choca contra prohibiciones legales, y sólo su abuso es
35. Cf. A. Labrouse-A. Wallon (eds.), E l planeta de las drogas, Bilbao 1994; M. Ka- condenable, el drogarse, por el contrario, es siempre ilícito, porque im-
plan, Tráfico de drogas, soberanía estatal, seguridad nacional: Sistema 136 (1997) 43-61.
36. Juan Pablo II, Ecclesia in America (22.1.1999) 24: Ecclesia 2.931 (1999) 185. 37. Juan Pablo II, Ecclesia in America 61: Ecclesia 2.931 (1999) 200.
plica una renuncia injustificada e irracional a pensar, querer y obrar co experiencia suiza com o la italiana dem uestran que el m ayor consum o de
mo personas libres38.
drogas h a aum entado los casos de sida. Y, p o r fin, desconfía de la a fir
m ación de que la legalización sería válida tan sólo para los adultos y que
D e todas form as, ese «abuso» del alcohol, sobre todo p o r parte de las drogas no estarían a disposición de los jóvenes.
los jó v en es, no d eja de p lantear serios interrogantes sobre su sentido Tam bién sobre este tem a se h a pronunciado recientem ente y de for
antropológico y cultural y, en consecuencia, sobre las responsabilida m a m uy m atizada el Pontificio C onsejo p ara la fam ilia, para el cual la
des éticas im plicadas.
legalización de la libre circulación d e las drogas no sólo im plica el ries
go de efectos opuestos a los deseados, sino induce la creencia de que lo
g) Sobre la despenalización o legalización de las drogas legal tam bién es norm al y p o r lo tanto moral. L a legalización de la dro
ga sería «una contradicción m ás del m undo actual, que trivializa un fe
A propósito de esta cuestión son frecuentes los debates, tanto en el nóm eno y posteriorm ente intenta tratar sus consecuencias negativas»40.
ám bito social com o en el m arco de las instituciones parlam entarias.
Com o se sabe, E m m a Bonino, com isaria europea en política de con
sumo, ha propugnado la legalización de las «drogas blandas» en toda la 5. Conclusión
U nión Europea. Se apoya, sobre todo, en la experiencia de los Países
Bajos y argum enta que «la legislación holandesa ha dado unos excelen D esde u n a m irada de fe, a la que y a se h a aludido, el cristiano h a
tes resultados. Se com eten m enos delitos y hay m enos delincuencia. de afirm ar el señorío de D ios sobre la vida hum an a y, a la vez, la res
L os drogadictos están localizados y hay m ucha m enos gente infecta ponsabilidad que com pete al ser hum ano frente a ese don inestim able.
da con el v irus del sida que en el resto de Europa». A ñade tam bién un C uando el abuso de drogas y cualquier tipo de toxicodependencia
argum ento bastante generalizado, según el cual, «si el com ercio se le indica la pérdida del sentido de la vida, el ju icio ético no podrá lim itar
galizara, eso p rivaría al crim en organizado de una im portante fuente se a condenar el m edio de evasión ante la existencia, sino que habrá de
de ingresos». orientarse hacia el descubrim iento de la verdad últim a del ser hum ano.
Por otro lado, se h a contestado que tales argum entos no hacen más E n m uchas ocasiones, el uso de las drogas significa la pérdida del
que repetir viejos m itos que no resisten el contraste con la realidad. Así sentido relacional de la existencia. L a p ersona se ha enclaustrado en sí
lo h a hecho, p o r ejem plo, Joseph A. Califano Jr.39, presidente del Centro m ism a y h a olvidado - d e g rado o p o r fu e rz a - su ú ltim a vocación a la
nacional de adicción y abuso de sustancias en la U niversidad C olum bia com unicación, al encuentro, a la creatividad y al amor.
de N ueva York. Según él, la política de legalización de las drogas no ha Pero en tal olvido, la p erso n a que h a caído en esa espiral no siem
sido en absoluto un éxito, puesto que de 1984 a 1992 la m arihuana con pre es la m ás culpable. El m ensaje del evangelio lleva a los cristianos
sum ida por los adolescentes holandeses se disparó en casi un 200 por a considerar la gravedad objetiva de tal desm oronam iento de la perso
cien. N iega, adem ás, que la legalización reduzca la delincuencia, que en na, p ero les lleva a la oferta m iserico rd io sa y eficaz de su ayuda p ara
el m ism o país aum entó en un 60 po r ciento de 1981 a 1992. N iega igual la salida de tal situación.
m ente que contribuya a acabar con el m ercado negro, puesto que, de L a fe en la resurrección de C risto se en cam a así, d e alguna m ane
nuevo en H olanda, los grupos de crim en organizado aum entaron de 3 a ra, en la fe en la resurrección de la persona toxicodependiente. E sa fe
93 tan sólo de 1988 a 1993. R echaza la opinión de que la m ayor dispo im plica a tal persona en un a aspiración a la esperanza. E im plica a to
nibilidad de drogas com o la m arihuana, la cocaína y la heroína no haría dos los creyentes en la oferta de esa m ism a esperanza de vida y de
aum entar su consum o, que de hecho se ha triplicado entre los adoles sentido, de com unicación y de creatividad, de am or desinteresado y
centes holandeses entre 1984 y 1992. Recuerda, adem ás, que tanto la generoso41.

38. Id., Discurso a los participantes en la VI Conferencia internacional organiza 40. Puede verse esta reflexión pastoral del Pontificio Consejo para la familia en
da por el Pontificio Consejo para la pastoral de los agentes sanitarios» (23.11.1991), 4: Ecclesia 2.828 (1997) 238-240.
Ecclesia 2.560 (1982) y Dolentium hominum 19 (1992) 8. 41. Cf. el suplemento de D. Álvarez, Religiosos/as con los rotos por la droga: Vi
39. Puede verse su opinión en Selecciones del Reader’s Digest 675 (1997) 105-107. da Nueva 2.026 (1996).
TRATAMIENTO
DE LOS ENFERMOS MENTALES

Bibliografía: R. Bakcr-A. D. Gaines-L. B. Jacobsberg, Mental Illness, en EB 3,


New York 1995, 1731-1755; J. Gafo (ed.), La deficiencia mental. Aspectos mé
dicos, humanos, legales y éticos, Madrid 1992; R. E. Hales-S. C. Yudofsky-J.
A. Talbott, Tratado de psiquiatría, Barcelona 1996; R. Sala, Autonomía e con
senso informato. Modelli di rapporto tra medico e malato mentale: MedMor 1
(1994) 39-72; M. Steininger-J. D. Newell-L. S. García, Problemi etici in psico
logía, Roma 1988; M. Suchman-C. Elliot, Mentally Disabled and Mentally III
Persons, en EB 3,1756-1764; M. D. Sullivan, Mental Health Therapies, en EB
3, 1724-1731; S. Vitali, Ordinaria follia. La demenza senile, Roma 1993; C.
Wynne-M. Thaler-M. Goldstein, Disordini del pensiero e relazioni familiari
degli schizofrenici: Ecología della mente 14 (1992) 11-107.

El núm ero de personas que p adecen algún trasto rn o p síquico es


bastante elevado. D e hecho, los estudios llevados a cabo en diferentes
países las estim an entre el 20 y el 30 p o r ciento de la población.
A la m agnitud de las cifras se une la escasa atención que la sociedad
presta a la salud / enferm edad psíquica frente a la física. Junto a los da
tos, habría que tener en cuenta los problem as fam iliares que se presen
tan. Y, por otra parte, habría que recordar que los descubrim ientos de las
ciencias hum anas y el progreso de la psiquiatría a lo largo de las últimas
décadas han revolucionado el tratam iento de los enferm os m entales.
L a ética tradicional de la salud no solía dedicar un a especial aten
ción a este tema. D esde hace unos años, sin em bargo, la sensibilidad de
la cultura contem poránea con relación a la m anipulación del ser hum a
no ha puesto sobre el tapete las eventuales violaciones de la dignidad de
la persona que sufre una dism inución de sus capacidades m entales.
N o es m ucho lo que se h a escrito sobre esta cuestión, pero y a p u e
den esbozarse algunos criterios g enerales1.

1. Cf. A. Urso, Psichiatria, en B. Compagnoni (ed.), Etica della vita, 179-207; W.


L. Webb-B. S. Rothschild-L. Monroe, Etica y psiquiatría, en Tratado de psiquiatría,
1405-1421.
dades dem ocráticas generan, producen, anatem atizan, aíslan y m ani
pulan a sus propios enferm os m entales.
U no de los conceptos m ás difíciles de delim itar es el de la «salud A sí pues, u na reflexión ética sobre la m anipulación en el m undo de
m ental». L a O rganización m undial de la salud ha ofrecido cuidadosas la salud m ental habría de com enzar precisam ente p o r la clarificación
definiciones de cada enferm edad m ental e n su CIE-9, es decir, la «no de esa relación existente entre el individuo y la sociedad, es decir, sobre
vena revisión de la clasificación internacional de enferm edades», del las pautas de aceptabilidad del individuo en el seno del grupo social al
año 1978, desarrollada dos años después po r la A sociación psiquiátri que pertenece.
ca am ericana, en su M an u a l diagnóstico y estadístico d e desórdenes
m entales (D S M -III). E n 1994 la m ism a A sociación h a publicado el
llam ado D S M -IV 2. 1. Cuestión de p rin cip io s
Pero las definiciones se quedan cortas cuando se trata de delim itar
los índices de ese desorden. O, m ás aún, cuando se trata de evaluar la C om o y a se h a dicho en otro lugar, la ética de la vida y de su cui
etiología ú ltim a de la enferm edad y la relación existente entre el en dado, ju e g a co n varios principios, entre los qu e adquieren u n a cierta
ferm o y el grupo social al que p ertenece3. prioridad los de autonom ía y beneficencia.
D esde siem pre se ha observado que la percepción de la en ferm e
dad m ental variaba de acuerdo con la cultura am biental. O tra form a de
acercarse a la m ism a intuición es la observación de que los enferm os a) L os grandes p rin cip io s d e la bioética
m entales son considerados con frecuencia com o tales en el m om ento
E n el caso de los enferm os m entales, la dialéctica entre am bos
y en la m edida en que ponen en entredicho, o sim plem ente en ridícu
principios no es puram ente ficticia. E n efecto, el p rim er problem a éti
lo, las norm as y esquem as sociales del grupo al que pertenecen.
co que es preciso considerar es el de la licitud de u n a intervención m é-
U na o b se rv ació n dram ática de tal relació n es la qu e se d esp ren
d ico -san itaria no so licitada p o r el enferm o en cuestión. ¿H asta qué
de de los casos recien tes de algunos d isidentes p o lítico s que han si
p unto se está invadiendo su privacidad o im poniéndole un tratam ien
do considerados com o p erturbados y, en consecuencia, forzados a un
to que el paciente no considera n i útil n i necesario?
internam iento y a u n a terap ia coactiva. H a b astado el cam bio de ré
M ark S iegler h a tratado de com paginar las exigencias de am bos
gim en político p ara que m uchos de esos individuos p asaran de la n o
p rin cip io s, id en tifican d o seis factores que in fluyen legítim am ente en
che a la m a ñ an a del fichero de los enferm os m entales a las listas de
la decisión m édica de m anejar los deseos de los enferm os. H elos aquí:
los héroes n acionales. Sin en trar en otras com plicaciones, se p rete n
1. L a capacidad del paciente p ara asum ir opciones (racionales) so
de aquí su g erir que la m an ip u lació n en el m undo d e la salu d m ental
bre su asistencia. ¿Tiene el pacien te in teligencia y racio n alid ad su fi
p one en cuestión concepciones m u y respetables al in terio r de u n d e
cientes com o p ara to m ar opciones?
term inado sistem a so cio -p o lítico qu e resu lta y atro g én ico en cuanto
2. L a coherencia del pacien te con sus valores. ¿S o n sus opciones
que él m ism o co n fig u ra un m acroorganism o enferm o. L a cuestión de
coh eren tes co n sus valores y su ficientem ente independientes de los
la m a n ip u lació n ad quiere en ese co ntexto tintes esp ecialm en te d ra
valores de las personas que podrían controlarlo?
m áticos.
3. E dad. E n situaciones serias, especialm ente d e v id a o m uerte,
Tal vez h abría que añadir todavía otra cautela. Q ue no se piense so
¿no será m ás fácilm ente respetable la negativa de u n paciente m ás m a
lam ente en organizaciones políticas dictatoriales. Tam bién las so cie
duro que la de personas m ucho m ás jóvenes?
4. T ipo de enferm edad. P uede ser im portante si la enferm edad
2. La edición española, ha sido publicada por Masson, Barcelona 1995. Puede ser
útil consultar, al menos el DSM-IV. Breviario, criterios diagnósticos, Barcelona 1995. El puede ser diagnosticada y cuál es su pronóstico, especialm ente si es
DSM-IV se refiere a la Clasificación internacional de enfermedades, décima versión posible u n a recuperación com pleta con el tratam iento adecuado.
(CIE-10) que se utiliza en Europa, así como a la novena versión, modificación clínica 5. L as actitudes y los valores del m édico responsable de la dedica
(CIE-9-MC), que se emplea en los Estados Unidos.
3. Cf. K. W. M. Fulford, Moral Theory and Medical Practice, Cambridge 1989, ción. E l fondo m oral y religioso del m édico y su actitud con respecto
141-164: «Mental Illness»; Id., Mental Illness, Concept o f en EAE 3, 213-233. a la vida ju eg an un papel ineludible en su opción terapéutica.
6. El contexto clínico. L as decisiones son distintas cuando se to b) Los principios tradicionales
m an en un equipo de asistencia sanitaria o en el m arco de u n a consul
ta particular, o bien en la casa del paciente4. Junto a estos principios es preciso volver a evocar algunos otros
L os dos prim eros factores son los que m ás interesan en este m o com o el de la totalidad, ta n am pliam ente u tilizado en la m oral trad i
m ento. L a capacidad de elección del paciente y la coherencia axioló- cional. Las partes del organism o están al servicio de la integridad de la
gica de sus opciones resultan determ inantes a la hora de d ecid ir la in persona; en consecuencia, las partes p ueden sacrificarse al todo. L os
clinación h acia el principio de b en eficen cia en lug ar del principio de antiguos m anuales de m oral adm itían la licitud de la m utilación de un
autonom ía. órgano, aunque estuviera sano, p ara salvar a la persona.
E n el fondo se trata de form ular u n ju ic io m uy concreto sobre los E s cierto que y a Pío X ll condenó un a cierta interpretación abusiva
valores que entran en conflicto en la situación particular del paciente, del principio de totalidad según la cual los individuos, com o partes de
teniendo en cuenta los valores habituales que configuran su silueta éti un organism o social, pod rían ser sacrificados en b eneficio del bien es
ca, pero tam bién u n a escala «objetiva» de valores que coloque la vida tar colectivo7. Tal am pliación, con frecuencia invocada bajo el nazism o
y la dig n id ad h u m an a en los escalones m ás altos. H ay m om entos en p ara ju stific a r la ex p erim entación co n seres h um anos y h asta la an i
quilación de personas enferm as, im pedidas o sencillam ente p erte n e
que una p retendida autonom ía sería suicida po r «inauténtica».
cientes a las razas no arias, será evidentem ente inm oral en el caso de
En la literatura sobre ética médica a veces se expresa esta idea en térmi ser aplicad a a los problem as que nos ocupan relativos a la m an ip u la
nos de la «autenticidad» del paciente o de los «actos que son caracte ción en el m undo de la salud m ental.
rísticos». El término autenticidad por lo general implica algo autoritario, O tro principio ético im portante es el de la co n fidencialidad de los
genuino y verídico. En este contexto, las preferencias o comportamien
datos relativos al paciente. Su violación significaría un a quiebra irre
tos expresados por el paciente sólo son auténticos si la persona está ac
parable en la relación de co n fian za que se en cu en tra en la b ase de la
tuando de forma que esté optando por cosas que son coherentes con lo
m ism a profesión m édico-sanitaria y podría acarrear serias dificultades
que sería razonablemente esperable, dado su comportamiento anterior.
La autenticidad es más que una mera libertad de elegir; es la elección sociales y profesionales a las personas que hubieran recibido el d iag
por la persona que representa fielmente a la persona, expresando prefe nóstico o el tratam iento de un a enferm edad m ental.
rencias y creencias firmemente asentadas, a diferencia de los actos y las Sin em bargo, com o hem os escrito en otra ocasió n al referim o s a
opciones motivados por deseos y aversiones de duración momentánea, los problem as que p lan tea el prin cip io de la co n fid en cialid ad ante la
breve o fugaz5. aparición de los casos de sida8, puede haber circunstancias en que las
exigencias de tal principio entren en conflicto con las representadas
Ú nicam ente habría que añadir una insistencia en el orden «objeti por el principio de beneficencia, tanto al aplicarlo al m ism o individuo
vo» de los valores. E l principio de b en eficen cia autoriza a u n a «m a enferm o com o al referirlo a la sociedad en la que vive. E l problem a
nipulación» del paciente que, aun contraviniendo sus decisiones apa suscitado p o r el llam ado «caso Tarasoff» pone en evidencia el conflic
rentem ente autónom as pero evidentem ente «inauténticas», tratara de to de valores que puede enfrentar en la práctica la necesidad de defen
salvaguardar el valor de su vida o, si se prefiere, el valor de la calidad der la co n fidencialidad de un diagnóstico con la eventual responsabi
de su vida6. lidad ante los desórdenes y h asta los crím enes p erp etrad o s p o r el
enferm o m ental9.
4. M. Siegler, Critical Illness: TheLimits ofAutonomy: HastingsCRep 7 (1977) 13-
15. Es interesante ver que T. L. Beauchamp y L. B. McCullogh afirman no suscribir com 7. Cf. su alocución del 14.9.1952: Discorsi e Radiomessaggi di sua santitá Pió Xll
pletamente la lista de M. Siegler, aduciendo que algunos de esos factores (y especial 14, Cittá del Vaticano 1954, 328-329. Sobre este tema volvió el papa repetidas veces, por
mente el n. 5) no deberían tener importancia en las decisiones de tratamiento; cf. su obra ejemplo en su discurso del 11.9.1956: Colección de encíclicas y documentos pontificios,
Ética médica. Las responsabilidades morales de los médicos, Barcelona 1987, 155. M adrid71967,1,1762. Cf. también su discurso a los miembros de la Oficina internacio
5. T. L. Beauchamp-L. B. McCullogh, Ética médica, 133. nal de documentación de medicina militar: AAS 45 (1953) 744-754.
6. Cf. C. B. Cohén, Quality o f Life and the Analogy with the Nazis: JMedPhil 8 8. Cf. J. R. Flecha, Implicaciones éticas del sida en el ejercicio de la profesión sa
(1983) 113-135; B. Grom, Lebensqualitdt ais psychisches Wbhlbefinden: StiZt 203 nitaria: Salmanticensis 36 (1989) 319-340.
(1985) 3-16; J. R. Connery, Quality ofLife: LinacreQ 53 (1986) 26-33; E. Sgreccia, La 9. Cf. S. Spinsanti, Etica bio-medica, Roma 1987, 127-129. Cf. también A. A. Sto-
qualitá della vita: MedMor 39 (1989) 461-464. ne, Law, Psychiatry and Morality, Washington DC 1984, 161-190.
E n tercer lugar nos encontram os con el principio del consentim ien La persona que sufra un trastorno mental grave sólo podrá ser someti
to inform ado, tan invocado en bioética, tanto para legitim ar la experi da, sin su consentimiento, a una intervención que tenga por objeto tra
m entación terapéutica, cuanto p ara indicar la licitud de operaciones tar dicho trastorno, cuando la ausencia de ese tratamiento conlleve el
quirúrgicas o hasta de procedim ientos cada vez m ás rutinarios com o el riesgo de ser gravemente perjudicial para su salud y a reserva de las
diagnóstico prenatal. Pero tal principio, que parece estar al servicio del condiciones de protección previstas por la ley, que comprendan proce
dimientos de supervisión y control, así como de medios de elevación de
m encionado principio de autonom ía, se hace problem ático precisa
recursos (art. 7)13.
m ente cuando se trata de aplicarlo en el m undo de la salud m ental, es
pecialm ente en los casos en que se com prende que el consentim iento
D e esta breve exposición de los p rincipios fundam entales invoca
carece de la responsabilidad que exige la lucidez para captar los ele
dos p o r la bioética, se deduce al m enos la consideración de la enorm e
m entos fundam entales del proyecto terapéutico y la deliberación entre
d ificultad que desde el punto de vista ético ofrece la m anipulación de
los riesgos y posibilidades que la intervención pudiera ofrecer10.
las personas en el ám bito de la salud m ental. C om o resulta evidente, la
L a A sociación psiquiátrica m undial ha elaborado n o rm as éticas,
apelación a un solo p rin cip io encuentra co n frecu en cia u n correctivo
con valor de código deontológico, a las que deben referirse los pro fe
en las exigencias que de otro principio se derivan. E l respeto a la d ig
sionales de la salud m ental de todos los países. Por lo que se refiere al
nidad de cada p erso n a individual entra frecuentem ente en conflicto
consentim iento, así se expresa en concreto la D eclaración d e H aw ai,
con otros valores igualm ente inesquivables.
adoptada p o r la A sam blea general de la A sociación en 1977:
Veamos a continuación algunos problem as concretos en los que tal
No se deberá llevar a cabo ningún procedimiento o tratamiento contra conflicto se hace especialm ente agudo.
rio a la voluntad del paciente o sin contar con ésta, a menos que el pa
ciente sea incapaz de expresar sus propios deseos o que, como conse
cuencia de su enfermedad psiquiátrica, no esté en grado de percibir
2. D octrina de la Iglesia
cuál es su mejor interés o bien cuando, por las mismas razones, consti
tuya una grave amenaza para los demás. En estos casos se puede y se
debe proceder a un tratamiento coercitivo, con tal de que se realice en D e entre los diversos pronunciam ientos de la Iglesia sobre los p ro
interés del paciente y que en un período razonable de tiempo se pueda blem as relativos a las enferm edades m entales, querem os evocar aquí
presumir un consentimiento informado retroactivo y, siempre que sea solam ente el discurso pronunciado p o r Juan P ablo II en la C lausura de
posible, se obtenga el consentimiento de algún familiar del paciente11. la V C onferencia internacional sobre «la m ente hum ana», organizada
p o r el P ontificio C onsejo p ara la pasto ral de la salu d y celeb rad a del
Tales cautelas tratan de actualizar e inspirarse en la declaración de 15 al 17 de noviem bre de 1991. D e ese discurso, interesante p o r m u
los derechos de los enferm os m entales, prom ulgada el 20 de diciem bre chos aspectos, destacam os los siguientes párrafos:
de 1971 p o r la A sam blea general de las N aciones U n id as12. Para estudiar la mente jamás se podrá descuidar toda la verdad sobre el
C om o y a se ha dicho, el C onvenio europeo de biom edicina, firm a hombre, en su unidad compacta de ser físico y espiritual...
do en O viedo (4.4.1997), incluye un artículo, especialm ente dedicado a Para la recta maduración y desarrollo armonioso de la mente humana
prom over la protección de las personas que sufran trastornos mentales: -y, por tanto, para la plena salud mental del individuo-, tiene también
una gran relevancia la relación social. Ahora, el elemento mediador de
, 0. Cf. J. W. Berg, Legal and Eíhical Complexities o f Consent with Cognitively Im- una síntesis positiva entre mente y vida social es el am or...
paired Research Subjects: Proposed Guidelines: Journal o f Law, Medicine & Ethics Con las aportaciones convergentes de la farmacología moderna, de la
24/1 (1996) 18-35, donde la autora, tras recordar los experimentos nazis y el estudio de
Tuskegee sobre la sífilis, propugna la necesidad de una líneas claras de orientación que
psicología y de la psiquiatría se han establecido también terapias con
protejan la autonomía individual, sobre todo en el caso de los disminuidos psíquicos. resultados halagüeños y aplicaciones cada vez más amplias. Para los
11. Declaración de Hawai, n. 5. Cf. un comentario en S. Spinsanti, Etica bio-me- problemas relacionados con la tan extendida prolongación de la vida se
dica, 133.
12. A propósito de la «ley Bersaglia», aprobada en Italia en 1978, continúa un de 13. El texto del Convenio para la protección de los derechos humanos y la digni
bate apasionado: cf. S. Femminis, Im alati mentali in Italia a vent’annidalla legge 180: dad del ser humano con respecto a las aplicaciones de la biología y la medicina, ha si
Aggiomamenti Sociali 49 (1998) 645-658. do ampliamente difundido; puede encontrarse en Labor hospitalaria 248 (1998) 67-101.
han dado, asimismo, contribuciones farmacológicas y terapéuticas de A cada uno le corresponde la tarea de poner en práctica la respuesta:
gran relevancia durante los últimos años en apoyo de la eficiencia de la es necesario mostrar con los hechos que la enfermedad mental no crea
mente humana. brechas insuperables ni impide las relaciones de auténtica caridad cris
Este esfuerzo loable de la ciencia producirá frutos tanto mayores cuan tiana con quien la padece. Más aún, debe suscitar una actitud de parti
to más profunda sea la convicción de que el origen divino del hombre cular atención hacia estas personas, que pertenecen con pleno derecho
hace de la familia humana una comunidad de hermanos mediante el a la categoría de los pobres, a los que corresponde el reino de los cie
vínculo del amor recíproco. E innumerables son las pruebas -rigurosa los (cf. Mt 5, 3)15.
mente corroboradas por la ciencia- de la singular aportación que puede
ofrecer el amor, tanto preventiva como terapéuticamente, para superar
Por lo que se refiere a E spaña, habría que recordar que la Jo m ad a
no pocos disturbios mentales, a menudo causados por una organización
desordenada de la vida personal y una relaciones equivocadas o defi del enferm o estuvo dedicada en 1996 al enferm o m ental. C on ese m o
cientes establecidas con los demás. tivo, y p ara orientar la cam paña que preparó la celebración de ese día,
Frente a las enfermedades mentales las diversas culturas han reaccio los obispos de la C om isión episcopal de pastoral publicaron u n a breve
nado a menudo negativamente -e n el pasado y a veces no dejan de ha nota, de la que entresacam os aquí tan sólo u n párrafo:
cerlo hoy también-, llevando al aislamiento del enfermo mental y a su
marginación. Es éste un drama penosamente advertido, sobre todo por El enfermo mental es un ser humano, frágil y vulnerable, que necesita,
quienes, conscientes de su propia enfermedad o espectadores inermes quizás como ningún otro, afecto, apoyo, comprensión y un tratamiento
de su empeoramiento, padecen una soledad hecha más amarga por la médico adecuado que le ayuden a vivir dignamente, a superar la enfer
cultura imperante de la eficiencia y por una mentalidad que, negándo medad o a convivir con ella, y a integrarse en la sociedad.
le todo valor al sufrimiento, a veces carga a los enfermos mentales con
el neso adicional de un escarnio y desprecio. ¿Y cómo olvidar los gru E sa n o ta term ina con un a especie de decálogo de sugerencias p rác
pos cada vez más amplios que, por motivo del aumento de la longevi ticas que se ofrecen a la com unidad cristiana p ara que p u ed a acoger,
dad, ven asimilada su condición de debilidad efectiva y de menor viva acom pañar e integrar a los enferm os m entales.
cidad intelectual a la de los enfermos o semienfermos mentales.
Tiene que estar claro, en primer lugar, que para sí mismos, para la socie
dad y de forma particular, para la Iglesia, los enfermos mentales son co
mo cualquier víctima de enfermedad, sea la que sea. Además, si bien se- 3. Un abanico de problem as
nectus ipsa morbus sigue siendo verdad, los ancianos poseen capacidades
y dones y energías restantes -fruto también de su experiencia- que cons En nuestros días h a com enzado a estudiarse la responsabilidad m o
tituyen una auténtica riqueza para las capas sociales más jóvenes14. ral de los enferm os m e n tales16. Es un tem a apasionante, p ero difícil
que, p o r el m om ento, h a de ser dejado de largo en estas páginas. Los
M ás recientem ente aún se h a celebrado en R om a la X I C onferen problem as éticos que aquí se tocan han de referirse a la resp o n sab ili
cia internacional de pastoral sanitaria (28-30.11.1996), dedicada a los dad del tratam iento debido a los m ism os enferm os m entales.
trastornos de la m ente hum ana. E n el discurso que Ju an Pablo II diri C om o se puede sospechar, son num erosos los problem as éticos que
gió a los participantes, m erece la p en a subrayar estas palabras: com porta la atención a los enferm os m entales. A lgunos de ellos pare
Cristo tomó sobre sí todos los sufrimientos humanos, incluso el trastor cen referirse a la cuestión m ism a de la intervención terapéutica o su
no mental. Sí, también este sufrimiento, que se presenta tal vez como el om isión, m ientras que otros, con frecuencia los m ás llam ativos y p reo
más absurdo e incomprensible, configura al enfermo con Cristo y lo cupantes, se refieren a la esp ecificid ad del m ism o tratam iento, es de
hace partícipe de su pasión redentora. cir, a las diversas terapias em pleadas con el enferm o m ental. Ese es el
Quien sufre un trastorno mental lleva en si «siempre», como todo hom guión que van a seguir estas reflexiones.
bre, la imagen y semejanza de Dios. Además, tiene ‘siempre’ el derecho
inalienable no sólo a ser considerado imagen de Dios y, por tanto, per 15. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la X I Conferencia internacional
sona, sino también a ser tratado como tal. de pastoral sanitaria (30.11.1996): Ecclesia 2.827 (8.2.1997) 196.
16. Cf. C. Elliot, The Rules o f Insanity: Moral Responsability and the Mentally III
14. Puede verse en Labor hospitalaria 220 (1991) 156. Offender, Albany NY 1996.
a) V oluntariedad del tratam iento m atización obedece a la consideración de los intereses de terceras per
sonas que deberían am pliar los lím ites de un m odelo de intervención
Por referim os a la prim era cuestión, los especialistas de bioética no centrado sólo en el paciente. D e todas form as, m uchos de los pacientes
han dejado de referirse a los problem as que suscitan las decisiones re internados involuntariam ente po r su peligrosidad, tam poco habrán de
lativas a una hospitalización o intem am iento involuntarios o coactivos. ser considerados com o com petentes para rechazar el tratam iento.
Se ha escrito, y no sin razón, que «las historias de nuestras leyes rela E n el caso de personas p eligrosas p ara sí m ism as o necesitadas de
tivas al tratam iento de la salud m ental describen con frecuencia unos cuidado y de tratam iento, los autores se inclinan con relativa facilidad
cam bios tan am plios com o las oscilaciones del péndulo. E n un extremo h acia la invocación del principio de b en eficen cia y hacia u n a cierta
se encuentran los criterios am plios p ara la hospitalización involuntaria orientación paternalista, invocando en todo caso la decisión surroga-
que subrayan el p oder del E stado com o p a ren s p a tria e p ara cuidar de da de las personas vinculadas al paciente o bien la autorización de las
los incapaces de sí m ism os. E n el otro extrem o están los criterios estre autoridades jud iciales18.
chos y estrictos que subrayan las libertades civiles de los enferm os Todavía en el ám bito de la prim era cuestión, referida a la interven
m entales que garantizan su derecho a no ser hospitalizados o tratados ción terapéutica o su om isión, se evoca con frecuencia el caso de los in-
contra su voluntad. Por abreviar, podríam os describir esto com o una os tem am ientos y ulteriores terapias, coactivos unos y otras, de que son
cilación pendular entre el patem alism o y la libertad individual»17. objeto personas perseguidas p o r razones políticas. Tales m étodos de
N os encontram os evidentem ente ante una situación concreta en la purga ideológica, num erosas veces denunciados, constituyen uno de los
que entran en conflicto los principios enum erados m ás arriba. fenóm enos de m anipulación m ás claram ente inm orales y que degradan
L os m ism os autores recién citados tratan de diseñar un m arco éti p o r igual tanto al sistem a político que los propicia y encubre com o a los
co para los casos en que pacientes internados co n tra su voluntad re profesionales de la m edicina que se prestaran a practicarlos.
chacen u n tratam iento terapéutico. E n el caso de p ersonas peligrosas R esultan sobrecogedoras las páginas de los novelistas que nos han
para los dem ás, puede ocurrir que se den razones p ara su internam ien- desvelado páginas vergonzosas de la historia reciente de los regím enes
to, incluso involuntario, pero que al m ism o tiem po sean su ficien te totalitarios.
m ente com petentes para aceptar un tratam iento o p ara rechazarlo. Si Y resu ltan preocupantes las reflexiones de algunos filósofos que
lo aceptan, tal decisión no convalida la involuntariedad del interna- h an considerado el peligro de un a excesiva introm isión del E stado te
m iento, p ero en cierto m odo la ju stific a com o m edio apropiado al fin rapéutico en el m undo de la salud mental:
de la terapia. Si, p o r el contrario, el pacien te resulta com petente para Este Estado terapéutico practica cada día un despojo mayor de la clási
rechazar el tratam iento, se plantea u n serio problem a ético p ara el per ca ley criminal que, por lo menos, en medio de sus obvias imperfeccio
sonal m édico sanitario, que parece ver reducido su papel al de sim ples nes, salvaguardaba la libertad y responsabilidad individual del criminal
carceleros. Por desagradable que ello parezca, deberían atender al re ante sus actos. Crecientes porciones del Código penal son traspasadas
chazo del tratam iento por parte del paciente; deberían hacerle consi por el Estado terapéutico a un sistema de rehabilitación con frecuencia
derar los riesgos y beneficios de tal rechazo así com o las posibilidades manipulador. Porque ya no se castiga al pecado y se perdona al pecador,
de otros tratam ientos alternativos y, en fin, deberían m anifestar al p a según el viejo adagio, sino que se invierte radicalmente la ecuación: el
pecado o crimen es irrelevante, importa el pecador. Pero aquí empiezan
ciente que, a pesar de su rechazo a todo tratam iento, habrá de p erm a
las insidiosas manipulaciones: tampoco interesa la persona del pecador,
necer confinado, aun involuntariam ente, durante el tiem po que se con
del reo, sino los daños que éste produjo o producirá al Estado. No obs
sidere peligroso p ara los dem ás. tante, esto se oculta hipócritamente y al «desviado» sólo se le ofrecen
D e todas form as, tal confinam iento no debería ser punitivo. Y, a fin los aspectos exteriores humanitarios, «técnicos»; todo es por su cura y
de cuentas, si se pregunta si tal persona, peligrosa para otros y suficien rehabilitación19.
tem ente com petente para rechazar la terapia, debería ser tratada en con
tra de su voluntad, los autores citados contestan que «casi nunca». L a 18. Cf. ibid., 536-546; J. A. Muir Gray, The Ethics o f Compulsory Removal, en M.
Lockwcod (ed.), Moral Dilemmas in Modern Medicine, Oxford 1985, 92-110.
17. A. E. Buchanan-D. W. Brock, Decidingfor Others. The Ethics o f Surrogate De 19. Profesores del Instituto superior de filosofía de Valladolid, La manipulación
del hombre, Salamanca 1979, 98.
cisión Making, Cambridge 1989, 312.
B astaría añadir que tras la presentación de tales sutiles m aniobras gica del cuerpo humano. Incluso los médicos optimistas advierten que
del E stado p ara controlar la situación social, o, en su caso, la situación las drogas psicoactivas pueden ser una peligrosa arma manipulativa.
política, sólo queda designar el E stado concreto al que se refieren ta Los sedantes anti-ansiedad, por ejemplo, pueden usarse no sólo para
les suspicacias y tem ores. E n m ayor o m enor grado, el p eligro puede aliviar la soledad de una persona senescente o para disminuir la ansie
encontrarse en cualquier rincón del planeta. dad de personas desgraciadas; pueden usarse principalmente para dis
minuir la preocupación de los que tienen a su cuidado otras personas21.

b) L os m edios terapéuticos A p esar de todo, los descubrim ientos de la n eu ro q u ím ica p ueden


ap o rtar enorm es b en eficio s terapéuticos. El fantasm a de la eventual
H em os de referirnos ahora a la segunda cuestión enunciada, es de m anipulación y sus riesgos no debe convertir en inm oral un trata
cir, a la que se refiere a las diversas terapias em pleadas con el enfer m iento p o r sí m ism o, siem pre que haya un a evaluación razonable de
m o m ental las ventajas previsibles. N os encontram os de nuevo en esas situaciones
en las que el m ism o concepto de m anipulación, dentro de su am bigüe
1. L a neuroquím ica ha abierto en los últim os tiem pos horizontes
dad, puede sig n ificar la supresión de la libertad y dignidad de la p er
am plísim os en el tratam iento de los enferm os m entales. D rogas psi- sona y, por el contrario, su apoyo m ás eficaz.
coactivas o psicotrópicas pueden ejercer el papel de sedantes contra la
A utores com o el citado Sandro Spinsanti se felicitan de que la psi-
ansiedad, activantes o energizantes, hipnóticos. Pero la neuroquím ica no
cofarm acología haya vaciado los hospitales psiquiátricos al p erm itir
se lim ita a la m odificación del hum or, sino que puede prestar un enor
co n tro lar los síntom as del com portam iento psicótico, facilitando la
m e y apreciable servicio tanto en la curación com o en la prevención de
reinserción del enferm o en su am biente fam iliar y social. Pero se p re
m uchas afecciones, por ejem plo al ofrecem os un m ejor conocim iento
guntan si tal reinserción es en verdad tan positiva cuando se conside
del m odo com o la nutrición afecta a la quím ica de las neuronas.
ra el estado apagado y las reacciones lentas y m ecánicas de m uchos
El uso de las drogas suscita al m ism o tiem po innum erables inte
p acientes sobrecargados de fárm acos, al tiem po que apuestan p o r el
rrogantes tanto terapéuticos com o éticos, com o en el caso de la hiper-
m om ento en que aparezcan nuevos fárm acos capaces de «curar» efec
m edicación, de la drogodependencia, de la sedación en beneficio no
tivam ente las psicosis22.
del paciente, sino del entorno fam iliar o asistencial. El tem a no queda
A u n a p esar de sus innegables avances, a p esar de h aber perm itido
lejos de algunas cuestiones actuales generalm ente encuadradas en el
superar los m edios coercitivos de otros tiem pos, la psicofarm acología
m arco de la eutanasia activa indirecta que intentando u na sedación que
seguiría siendo un m al menor.
m ejorase la «calidad de vida» del paciente viniese a dism inuir su «can
tidad de vida» y a acortar el proceso de su fallecim iento20.
2. Sin em bargo, m ayores reservas m erecen a los m oralistas las te
O tros problem as se refieren al llam ado a veces «hedonism o psico-
rapias de electroshock que recurren a la estim ulación eléctrica del ce
trópico», al uso infantil de drogas psicoactivas, a los riesgos de m ani
rebro. Introducidas originalm ente p ara tratar las crisis de los esquizo
pulación del cerebro hum ano, riesgos a los que hace años se refería ya
frénicos, se han dem ostrado aú n m ás eficaces para el tratam iento de
B ernhard H áring, cuando escribía:
los desórdenes em otivos, particularm ente la depresión, p o r ejem plo en
Al parecer no existen dudas de que el progreso de la neuroquímica y de casos de inm inente probabilidad de suicidio.
la neurobiología abre nuevos horizontes a la terapia, pero también aca L a m ayor parte de las reservas m orales sobre tales procedim ientos
rrea nuevos peligros de manipulación. El control del comportamiento se centran en la posibilidad del consentim iento inform ado del p acien
mediante drogas significa en todo caso una manipulación del cerebro te, com o en los efectos que a largo plazo se seguirán de tal terapia.
humano, por lo cual expone al peligro de mayor manipulación de la li
bertad que en el caso de manipulación de cualquier otra función bioló 21. B. Háring, Ética de la manipulación, 194. Cf. A. S. Bellack (ed.), A Clinical
G uidefor the Treatment ofSchizophrenia, New York 1989, donde se identifican algunos
20. Cf. J. R. Flecha-J. M. Múgica, La pregunta moral ante la eutanasia, Salaman errores en el tratamiento farmacológico y psicofarmacológico.
c a 21989, 139-141; J. R. Flecha, Eutanasia y muerte digna. Propuestas legales y juicios 22. S. Spinsanti, Etica bio-medica, 134. Al tema de los confines éticos de la psi
éticos: REspDerCan 45 (1988) 199. cofarmacología está dedicado un monográfico de MedMor 37 (1987), esp. 817-835.
Por lo que se refiere a lo prim ero, parece m ás que cuestionable al creciente conocim iento de la estru ctu ra del cerebro, no se puede
afirm a r que el paciente concede su consentim iento a u n tratam iento p redecir qué consecuencias haya de tener»26.
que todavía n o conoce, si se trata de la prim era experiencia, o que es A u n reconociendo que m uchos m oralistas adm itirían la licitu d de
tá en situación de m uy relativa evaluación, si y a han tenido lugar otras tales intervenciones siem pre que prod u jeran efectos b en eficio so s al
aplicaciones. E l eventual consentim iento difícilm ente puede ser p re paciente y ño atentaran gravem ente contra su lib ertad y personalidad,
cedido de u n a inform ación exhaustiva y sobre todo p rev iso ra de los el p ro feso r B. H áring subraya que, adem ás de estos riesgos, existe
posibles efectos. siem pre el hecho de la irreversibilidad del p roceso y la incertidum bre
E se es precisam en te el segundo interrogante, p uesto que si los de los resultados. Todo ello h ace que las p recau cio n es deban ser ex
efectos inm ediatos del «electroshock» son ya de p o r sí inquietantes, trem as.
m uchos esp ecialistas se preguntan preocupados po r los efectos que Tras criticar las operaciones de lobotom ía prefrontal llevadas a ca
podrían seguirse a largo plazo sobre la autonom ía del paciente y por el bo entre los años 30 y 50, qu e dism inuían la agresividad de los p a
deterioro de su sistem a nervioso23. cientes a costa de anular su capacidad cognitiva y volitiva, los autores
U na terapia estrecham ente vinculada con ésta es la de la im planta B uchanan y B rock denuncian otras so fisticad as intervenciones m o
ción de electrodos, eventualm ente conectados a o rdenadores o sinto dernas, utilizadas co n jó v e n es que sufren de autism o grave, retrasos
nizados con em isores-receptores de radio. A pesar de los optim ism os m entales o form as de esquizofrenia de otra fo rm a intratables con el fin
que h ace v einticinco años m an ifestab a el doctor D elgado, a quien de de controlar el com portam iento autodestructivo del paciente.
cerca seguía el prof. B. H áring, no dejaba ya de advertir que «el uso te A las razones aducidas previam ente p ara cuestionar la eticidad de
rapéutico de electrodos en casos de enferm edad m ental ha sido m uy las terapias psicoquirúrgicas, estos autores se m uestran negativos res
problem ático y todavía debe considerarse en una fase experim ental»24. p ecto a la legalidad y au n la m oralidad del uso de las técnicas aversi-
vas que consideran m uy cercanas a la tortura27.
L as cautelas m ás urgentes provienen en este caso de los riesgos a que
se ve som etida la libertad hum ana, p o r exiguas que sean sus m anifes
4. L a p sico tera p ia y las terapias d e gru p o suelen suscitar m enos
taciones, y p o r la posibilidad de reducir al ser hum ano a p oco m enos
controversias en la opinión pública y m enos interrogantes entre los d e
que un objeto de experim entación, al tiem po que se v io la su intim idad
dicados a la reflexión ética sobre estos tem as. D e todas form as, tales
y su derecho a la últim a privacidad25.
tipos de terapia han de ser considerados desde dos puntos de vista.
Por u n a parte, los procedim ientos de esta natu raleza p arecen ser
3. U n tercer grupo de terapias está representado p o r la neurociru-
éticam ente aceptables si el terapeuta está dotado de u n a adecuada
gía o psicociru gía. «L a psico ciru g ía se adopta cuando el com porta
co m petencia profesional, si se obtiene el co n sentim iento inform ado
m iento de u n a p ersona se d esvía radicalm ente de las n o rm as acepta
del paciente o de sus legítim os tutores y si se p rocura salvaguardar el
bles en la sociedad. Pero los resultados im previstos son form idables.
respeto a la dignidad de la persona.
C am bia el tem peram ento y el carácter de la persona. A un ahora, pese
Pero, p o r otro lado, tanto en el psicoanálisis com o en la psicotera
p ia de gru p o se h a de p o n er un esm erado cuidado en resp etar el m iste
23. S. Spinsanti, Etica bio-medica, 134-135. El tema suscita cada vez más interés.
Recuérdese la aparición de la revista Braiti Topography 1 (1989). En la actualidad se es rio de la dignidad y la intim idad personal. Y eso no solam ente porque
cribe ya sobre la posibilidad de aumentar de forma «mecánica» la capacidad mental de el pacien te tiene derecho a su intim idad, sino tam bién p o r los peligros
la persona: G. Q. Maguire-E. M. McGee, Implantable Brain Chips? Timefor Debate: de desintegración personal a los que po d ría con d u cir la revelación de
HastingsCRep 29 (1999) 7-13.
24. J. M. Rodríguez Delgado, Physical Control o f the Mind. Towards a Psychoci- esa m ism a intim idad.
vilized Society, New York 1971, 209. Se recordarán los irónicos comentarios que le de
dica Maya Pines, Los manipuladores del cerebro, Madrid 1985, 45-52 (ed. original en 26. B. Háring, Ética de la manipulación, 195; Cf. J. N. Missa, Psychosurgery and
1973). Physical Brain Manipulation, en EAE 3, 735-744.
25. J. M. Silver-S. C. Yudofsky-G. I. Hurowitz, Psicofarmacología y terapia elec- 27. A. E. Buchanan-D. W. Brock, D ecidingfor others, 361-365. Sobre la experi
troconvulsiva, en Tratado de psiquiatría, 947-1057: un excelente estudio con tablas de mentación en medicina, recuérdese el discurso de Pío XII a la Unión médica mundial
tratamiento, indicaciones y contraindicaciones, acompañado de abundante bibliografía; (30.9.1954). Cf. también J. Gafo, Psicocirugía, manipulación quirúrgica del comporta
cf. A. Dawson, Psychopharmacology, en EAE 3, 727-734. miento y sus problemas éticos: MiscComillas 45 (1987) 323-389.
E n su fam oso libro sobre el pecado, el doctor K arl M enninger d e d eficien tes psíquicos graves p u d iera ser lícita en d eterm inados su
dica un apartado a reflexionar sobre los m édicos en cuanto guías m o puestos. Y ello en razón de dos im portantes principios éticos, com o el
rales. T ras analizar el silencio respetuoso del psicoanalista qu e consi de totalidad y el de la p atern id ad responsable.
dera que la v erd adera «curación» viene del proceso m ás que de él D e acuerdo con el prim ero, se p odría p en sar que esterilizar a un a
m ism o, se pregunta si el psicoterapeuta no deberá com prom eterse m ás jo v en que pu d iera ser violada no significa u n atropello de su dignidad
activam ente en la oferta o restricción de posibilidades, soluciones y sino un a defensa de la m ism a y que la acción se ju stific a precisam en
valoraciones28. A un adm itiendo la oportunidad de tales observaciones, te p o r razó n del principio de totalidad, sin necesidad de am pliar exce
no se desvanece la sospecha de m anipulación de la conducta a la que sivam ente su ám bito de significación. Se trataría, en efecto, de defen
tal terapia puede d ar lugar. der la globalidad de una existencia personal.
E n ese contexto, el citado profesor B. H áring advertía y a contra los Por otra parte, tam bién el ideal de una m aternidad responsable p o
p eligros de lavado de cerebro a los que, p o r hipótesis, p u d iera estar dría ju stific a r tal intervención. Y eso en dos sentidos.
orientada u n a com binación de m étodos de exploración del cerebro y Si la «responsabilidad» de la paternidad/m aternidad se considera
m odificación de la conducta. Si es verdad que el riesgo no h ace inm o desde la eventual m adre deficiente, parece que la intervención quirúr
ral cualquier tratam iento, es evidente que se hacen necesarias m últi gica sería un a ayuda externa prestad a a una p ersona que por sí m ism a
ples cautelas legales para que la sociedad pueda controlar a los con m uy difícilm ente podría ejercer tal responsabilidad. Si nos fijam os, en
troladores de la conducta hum ana29. cambio, en el hijo concebido y criado en tales circunstancias habría que
preguntarse si tal m atem idad-crianza-educación podría ser responsable
5. U n problem a especial es el constituido p o r la esterilización de y si el eventual hijo no tendría derecho a ser engendrado y acogido en
las personas con deficiencias psíquicas. unas condiciones verdaderam ente hum anas y hum anizadoras31.
E n E spaña, la ley orgánica 3/89 del 21 de ju n io , publicada en el A un en la hipótesis de que se pudiera adm itir tal razonam iento, co
B O E el 22 de ju n io de 1989, que actualiza el Código penal, contiene un sa m uy cuestionable desde el planteam iento de u n a ética de tipo deon-
nuevo artículo 428 cuyo segundo párrafo dice literalm ente así: «N o se tológico, com o puede sospecharse, quedan todavía algunas graves in-
rá punible la esterilización de p ersona incapaz que adolezca de grave certidum bres. A lgunas de ellas serían relativas al «consentim iento
deficiencia psíquica, cuando aquélla haya sido autorizada p o r el ju e z a inform ado» (a) y otras, a las dificultades p ara señalar los diversos gra
petición del representante legal del incapaz, oído el dictam en de dos es dos de d eficiencia (b) a la hora de aplicar las debidas cautelas p ara sal
pecialistas, el m inisterio fiscal y previa exploración del incapaz». vaguardar el espíritu de la ley en arm onía con el resp eto debido a to
Ya desde hace algunos años, y exactam ente desde la entrada en v i da persona, tam bién la deficiente.
gor de la ley orgánica 8/1983, que venía a despenalizar la esterilización a) Por lo que se refiere a la p rim era suspicacia, h ab ría que d ejar
de las personas capaces de em itir un consentim iento libre, iba creándo clara la oposición a cualquier tipo de esterilización coactiva y, au n en
la voluntaria, será p roblem ática la obtención de u n consentim iento re
se la opinión de que, paradójicam ente, quedaban fuera de la ley las in
alm ente inform ado p o r p arte del o de la paciente. A hí se introduce el
tervenciones que parecían m ás necesarias, com o eran precisam ente las
problem a em ergente de la responsabilidad m oral de los padres o tuto
destinadas a las personas con u n a grave deficiencia psíquica.
res o bien de un com ité ético.
A un conociendo los pronunciam ientos de Pío X ll sobre el tem a30,
b) Y p o r lo que se refiere a los riesgos de deslizam iento o de «do
se podría p en sar que aunque fuera penalizable, la esterilización de los
m inó» de un o s casos a otros, su m era eventualidad exige del legisla
28. K. Menninger, Whatever became o f Sin?, New York 1976, 213-219. Cf. también dor, de las instituciones sociales y de los individuos el establecim ien-
el discurso de Pío XII al V Congreso de psicoterapia y psicología clínica (15.4.1953).
29. Cf. H. Levenson-S. E. Butler, Psicoterapia individual breve, de orientación di ti connubii de Pío XI, como el decreto del Santo Oficio del 22.2.1940. Cf. L. Rossi, Es
námica, en Tratado de psiquiatría, 1059-1084; R. J. Ursano-E. K. Silberman, Psicoa terilidad (y esterilización), en DETM, 343-349.
nálisis, psicoterapia psicoanalitica y psicoterapia de apoyo, en Tratado de psiquiatría, 31. Tal es, en resumen, el pensamiento de Ch. Curran, New Perspectives in Moral
1085-1110. Theology, Notre Dame IN 1976, 194-211: «Sterilization: Exposition, Critique and Re-
30. Pío Xll condenaba la esterilización directa, al menos la coactiva, en el célebre futation o f PastTeaching». Cf. la crítica que le hace J. A. Guillamón, El debate teológi
discurso a las comadronas, el 29 de octubre de 1951, recordando tanto la encíclica Cas- co en tom o a la esterilización, Roma 1997, 27-29.
to de unas cautelas legales, un m ayor esfuerzo educativo y un m ayor
vidualidad de cada persona, com o pudieran ser, p o r p o n er u n solo
sentido de la responsabilidad m oral.
ejem plo, las basadas en la constatación de la efic ac ia de una auténti
Pero aun si se considerara lícita tal esterilización, co n las apunta
ca relación interpersonal33.
das reservas, h ab ría que subrayar que la esterilización no es nun ca la
Si tales técnicas fueran expeditivam ente desechadas p o r su m ayor
ú nica solución. E x isten otras alternativas m ás hum anas y m ás resp e
costo en tiem po y en agentes sanitarios o p o r su efic ac ia m enos lla
tuosas con la dignidad de la persona.
m ativa y m enos codificable experim entalm ente, h ab ría que ded u cir
Por otra parte, la m encionada ley orgánica parece desviar el proble
que nu estra sociedad entera y nuestras instituciones sanitarias en p ar
m a al referirse a la «grave» deficiencia psíquica, que generalm ente no
ticular estarían desvelando sus propias carencias y dolencias.
constituye el problem a m ás serio. Tales personas con grave deficiencia
Todo ello significa que, en el terreno de la salud m ental, parece ne
están habitualm ente vigiladas y difícilm ente tendrán que afrontar una
cesario apelar, teórica y prácticam ente, a un m odelo terapéutico de ca
m aternidad no deseada.
rácter y alcance bio-psico-social. Sólo po r ese cam ino se superarían
Y en el caso de deficientes ligeros o m edios, m ientras que p o r un
los dualism os y parcelaciones reduccionistas que, nacidos de u n a an
lado es posible u n a educación integral de la sexualidad com o de otros
tropología m utilada, orientan y m otivan acercam ientos y terapias del
hábitos de relación, la esterilización sería vista p o r ellos com o una
m ism o signo.
m utilación injustificada, p ara la cual sería difícil obtener el consenti
Sobre todo, es necesario un proceso de educación y de acción so
m iento inform ado. cial, gracias al cual el paradigm a del tratam iento de los enferm os m en
tales pase de los esquem as de la exclusión al ideal de la solidaridad y
E n consecuencia, si el m ism o hecho de la esterilización de los de de la integración34.
ficientes ligeros y m edios parece una m anipulación m uy cuestionable, «El hom bre es lo que im porta», habría que repetir con el verso de
la fo rm u lació n concreta de la despenalización de la esterilización a León Felipe. L a dignidad del ser hum ano h a de orientar tanto la inves
personas d eficientes graves, introducida po r la L.O. 3/1989 parece un tigación com o la inversión, tanto la preocupación com o la ocupación
tanto desafortunada desde el punto de vista ético32. terapéutica. Pero el ser hum ano vive cad a v ez m á s e n e l m iedo, te
m iendo que sus productos y sus técnicas se vuelvan contra él y contra
lo hum ano35.
4. C onclusión Tal sentim iento, lejos de ser u n motivo p ara el desaliento y el fata
lism o, h a de constituir, tam bién en el terreno de la salud m ental, un
Las consideraciones anteriores nos h an asom ado p o r u n m om ento acicate p ara la esperanza y p ara la responsabilidad m oral.
a un horizonte en el que las posibilidades técnicas suscitan inm ediata
m ente inevitables interrogantes éticos de no fácil respuesta. L a d ifi
cultad de las soluciones, sin em bargo, no puede ju stific a r una inhibi
ción en el esfuerzo de reflexión ni en el com prom iso p o r m antener
abierta u n a confrontación m ultidisciplinar sobre las diversas interven
ciones en el terreno de la salud m ental.
Por o tra parte, la novedad de algunos procedim ientos terapéuticos,
33. Cf. J. J. López-Ibor Aliño, Bioética y psiquiatría' en J. Gafo (ed.), Dilemas éti
en un cam po hasta hace poco tiem po inexplorado, está exigiendo una cos de la medicina actual, Madrid 1986, 265-278.
m oratoria en el uso de algunas técnicas que podrían resu ltar m ás inva 34. Cf. el hermoso volumen, editado para Caritas italiana por B. Taufer-I. Toso-L.
sivas de la dig nidad e intim idad del paciente. Pero, al m ism o tiem po, Guidolin (eds.), I malati mentali. Dalí ’esclusione alia solidarietá, Casale Monferrato
1997.
está exigiendo igualm ente la investigación novedosa y creativa sobre 35. Juan Pablo II, Redemptor hominis 15: AAS 71 (1979) 86-89. Cf. S. Tyc-Du-
otras técnicas de tratam iento m ás respetuosas con la dignidad e indi mont, Neurobiologie et responsabilité sociale du scientifique, en C. Ambroselli (ed.),
Ethique médicale et droits de l'homme, Arles 1988, 175-182; G. S. Evelry, Jr., A Clini-
32. Cf. R. Rincón, ¿Eugenesia? ¿Liberalización sexual?: Crítica 768 (1989) 6-9. cal Guide to the Treatment o f the Human Stress Response, New York 1989: una obra en
la que los aspectos técnicos son considerados en un amplio marco humanístico.
ÉTICA DEL TRATAMIENTO DEL SIDA

Bibliografía: A. Bompiani, Bioética dalla parte dei deboli, Bologna 1995,


365-398; A. Brenda (ed.), AIDS. A Moral Issue, New York 1990; P. Cattorini
(ed.), Aids e Bioética, Milano 1992; G. Concetti, Aids. Problemi di coscienza,
Casale Monferrato 1987; A. W. von Eif, El reto del sida. Orientaciones médi
co-éticas, Barcelona 1988; F. J. Elizari, Bioética, Madrid 1991, 286-314; J. J.
Ferrer, Sida y bioética: De la autonomía a la justicia, Madrid 1997; J. Gafo
(ed.), El sida: Un reto a la sociedad, la sanidad y la ética, Madrid 1989; B.
Lo, Aids: Health Care and Research Issues, en EB 1, 113-120; P. O ’Malley
(ed.), The Aids Epidemic. Prívate Rights and the Public Interest, Boston 1989;
E. Sgreccia, Manuale di bioética II, 237-274; Varios, Vivir: ¿Por qué el sida?
Actas de la Cuarta Conferencia internacional (13-15.11.1989): Dolentium
hominum 13 (1990).

E n un m anuscrito del siglo X, conocido com o M arcianus graecus


538, que se conserva en la biblioteca de San M arcos de Venecia, pu e
de observarse una m iniatura que parece situam os ante el problem a que
ahora nos ocupa. E n ella se representa a Job, postrado en su enferm e
dad. Su esposa le sirve la com ida p o r m edio de u n a larga cuchara,
m ientras se tapa la b o ca y la nariz, com o defendiéndose del h ed o r que
supuestam ente despiden las llagas del en ferm o 1.
L a m iniatura evoca to d a u n a larga h isto ria de m arg in ació n a que
fu ero n som etidos durante siglos d eterm inados enferm os, sobre todo
con m otivo de grandes ep id em ias2. E se d o lo r y las actitudes conse
cuentes las considerábam os an atem atizadas p ara siem pre p o r las p á
ginas de L a p e s te , de A . C am us. Sin em bargo, he aquí que de nuevo

1. El dato es recordado al hablar de la responsabilidad de las Iglesias en cuanto al


cuidado intensivo de los enfermos de sida, por A. W. von Eiff, El reto del sida. Orien
taciones médico-éticas, Barcelona 1988, 60. En este tema se recoge y resume lo ex
puesto por J. -R. Flecha, Implicaciones éticas del sida en el ejercicio de la profesión sa
nitaria: Salmanticensis 36 (1989) 319-340.
2. Cf. A. Zuger, Physicians, AIDS and Occupational Risk. Historie Traditions and
Ethical Obligations: JAMA 258, n.14 (1987) 1924-1928, con amplias referencias.
p arecen rec o b ra r actualidad ante el síndrom e de in m u n o d eficien cia Pero si ésta es la d efin ició n técnica, se puede d ecir que el sida «no
adquirida3. es sólo un a enferm edad, sino que va asum iendo las proporciones de un
E l sida se ha convertido en la m ás p elig rosa de las am enazas ac hecho social de prim era im portancia»5.
tuales contra la v id a y la salud. L a O rganización m u n d ial d e la salud E n consecuencia, el sid a constituye p ara la ética u n a provocación
estim aba en 1995 que en el m undo había m ás de 15 m illones de adul form idable, sobre todo porque «sus raíces epidem iológicas se hunden
tos y un m illón y m edio de niños infectados por el virus de inm unode en un terreno en el cual tiene una gran im portancia el com portam ien
ficiencia hum ana (VIH ). A unque estén registrados 1.200.000 casos de to de las personas. U n cierto tipo de conducta constituye, en efecto, un
sida, el núm ero real puede superar los 4,5 m illones. L as m u jeres son facto r d e riesgo de la enferm edad, es decir, contribuye a su difusión,
m ás afectadas p o r el avance de la enferm edad, con 3.000 casos cada sin que sea su causa en sentido estrictam ente m édico6.
día. El contagio, que hace unos años se d ab a princip alm en te entre la E n realidad, m ás que u n a enferm edad, el sid a constituye un a en
población hom osexual, ha pasado a producirse tam bién p o r las rela crucijada de tres «epidem ias» separadas aunque interdependientes: la
ciones heterosexuales, en el 75% de los nuevos casos. infección del virus de inm u n o d eficien cia hum ana; la enferm edad del
U n info rm e del B anco M undial indica que en cinco años el V IH sida propiam ente dicha; y las m últiples reacciones -so c ia l, cultural,
habrá infectado de 30 a 40 m illones de personas, sobre todo en el ter económ ica y p o lític a - ante la p resencia de las dos epidem ias anterio
cer m undo, donde se dará el 90% de los casos. D e hecho la situación res. D e pronto, y com o en otros casos que la h isto ria nos recuerda, la
m ás grave la está padeciendo Á frica con ocho m illones y m edio de in enferm edad m ism a adquiere otras connotaciones que la agravan to d a
fectados, aunque el V IH se está extendiendo rápidam ente p o r A sia, vía m ás7.
donde C hina, India e Indonesia podrían alcanzar en breve un avance Si son m últiples los aspectos im plicados en el problem a, los desa
devastador de la enferm edad. E n Suram érica y el Caribe se estim a que fíos m orales no son irrelevantes8. D e entre todos ellos, aquí se evocan
hay entre 1 ,2 y 2 m illones de personas infectadas, con m ás de 300.000 algunos problem as éticos que, tanto en la m ism a detecció n del virus
nuevos casos cada año. com o en el tratam iento de los enferm os de sida, in terp elan a los p ro
E n E uropa, donde se contabilizan 140.000 casos y m edio m illón fesionales de la sanidad y la m edicina9.
de infectados, E spaña es el país que cuenta con la m ayor tasa de en Si es fácil afirm ar que el sida no es solam ente u n a enferm edad,
ferm os y donde el sida registró en el año 1994-1995 el m ayor núm ero tam bién hay que tener en cuenta que es, sobre todo, u na enferm edad, o
de casos nuevos.
C om o se sabe, el sida es un «síndrom e causado p o r el v iru s V IH 5. A. Autiero, L ’etica di fronte alia malattia. II paradigma d ell’AIDS, en M. Nale-
pa-T. Kennedy (eds.), La coscienza morale oggi, Roma 1987, 613.
(HTLV-III/LAV), que provoca u n a inm unodeficien cia celu lar que se 6. Sobre los principios éticos básicos que habría que observar en este campo, cf. P.
m anifiesta p o r el desarrollo de diversas infecciones oportunistas y ne- Cattorini-D. Morelli, AIDS, enNDB 27-32. Cf. R. R. Faden-N. E. Kass (eds.), HIV, AIDS,
oplasias de curso agresivo, especialm ente el sarcom a de K aposi». En and Childbearing: Public Policy, Prívate Lives, New York 1996, en la que se oponen al
ya anticuado mito de que el sida afecta sólo a un sector de la población.
los estudios realizados destaca la dism inución de los linfocitos T cola 7. De esta forma venía a expresarse el Dr. Jonathan Mann, director del programa
boradores y un aum ento de las gam m aglobulinas4. especial de la OMS sobre el sida: Global AIDS: Epidemiology, Impact, Projections and
the Global Strategy, 1. Se trata de su ponencia en la Cumbre mundial de ministros or
3. Sobre la historia del sida, cf. W. Rozenbaum-D. Seux-A. Kouchner, sida. Réa- ganizada por la OMS y el gobierno del Reino Unido, en Londres, del 26 al 28 de enero
lités etfantasmes, Paris 1984. Sobre la clínica, tratamiento e hipótesis, cf. J. Leibowitz, de 1988.
Un virus étrange venu d ’ailleurs Paris 1984. Los primeros casos fueron denunciados en 8. Cf. W. C. Spohn, The Moral Dimensions o f AIDS: TS 49 (1988) 89-109; R.
1981: Pneumocystis pneumonia-Los Angeles: Morbidity and Mortality Weekly Report McCormick, AIDS: The Shape o f the Ethical Challenge: America 158, n. 6 (1988) 147-
30 (1981) 250. El virus de inmunodeficiencia humana (VIH = HIV) que causa la en 154; J.F. Malherbe-S. Zorrilla, Le sida, révélateur de la crise du sujet: Sup 170 (1989)
fermedad fue descubierto en 1983: F. Barre-Sinoussi y otros, Isolation o f a T-lymphocy- 81-90 (n. monográfico); S. Leone, L ’approcio etico aiproblemi dell’AIDS, en S. Leone
totrophic Virus from a Patient at Risk: fo r the Acquired Immunodeficiency Syndrome (ed.), AIDS. Problemi sanitarí, sociali e morali, Acireale 1995, 9-33 y S. Privitera, As-
(AIDS): Science 220 (1984) 500-503. Puede verse también el número monográfico Lo petti bioetici n e ll’infezione da HIV, en ibid., 35-54.
que la ciencia sabe sobre el sida, de Investigación y ciencia, edición cast. de Scientific 9. Estas reflexiones son en gran parte deudoras de una página, tan breve como ilu
American 147 (1988). Cf. también el número monográfico de Moralia 11, n. 41-42 minadora, publicada por el Dr. Edmund E. Pellegrino, Intensive disagreement surrounds
(1989) 1-148. mandatory screeningfo r AIDS: JAMA 258, n. 16 (1987) 98-99; cf. T. F. Murphy, AIDS, en
4. Diccionario terminológico de ciencias médicas, Barcelona 1992, 1145. EAE 1, 111-122.
m ejor, todo u n com plejo de enferm edades10, que desafían nu estra res violan el sentido auténticamente humano de la sexualidad y son un pa
ponsabilidad, tanto en el m om ento de articular los m edios adecuados liativo para ese hondo malestar, donde se reclama la responsabilidad de
de prevención, com o a la hora de aplicar los m étodos correctos de aná los individuos y de la sociedad: y la recta razón no puede admitir que la
fragilidad de la condición humana, en vez de motivo de mayor dedica
lisis y control y, m ás aún, en el cuidado de los p acien tes afectados.
ción, se traduzca en pretexto de una claudicación que abra el camino de
Esos serán precisam ente los tres escalones que trata de reco rrer la re
la degradación moral.
flexión sobre este tem a.

A ntes de dedicar su atención a los investigadores, al personal m é-


dico-sanitario, a los sacerdotes y a otros educadores de la sdciedad, el
1. Doctrina de la Iglesia
p ap a se dirige expresam ente a los enferm os afectados p o r el sida:

Pero antes, vam os a recordar p o r u n m om ento algunos de los pro Hermanos en Cristo, que conocéis toda la aspereza del camino de la
nunciam ientos de la Iglesia católica sobre esta enferm edad. D e hecho, cruz, no os sintáis solos. Con vosotros está la Iglesia, sacramento de
la aparición del sida ha atraído la atención de los episcopados de m u salvación, para sosteneros en vuestro sendero difícil. Esta recibe mucho
chos países del m undo. D e entre los diversos pronunciam ientos h a al de vuestro sufrimiento afrontado con la fe; está cerca de vosotros con el
consuelo de la solidaridad activa de sus miembros para que no perdáis
canzado especial notoriedad el de los obispos norteam ericanos, que en
jamás la esperanza. No olvidéis la invitación de Jesús: «Venid a mí to
estas notas se recoge frecuentem ente.
dos, todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré des
T am bién el papa Juan Pablo II h a tenido ocasión de hablar en re
canso» (Mt 11, 28)u .
petidas ocasiones sobre el sida, dirigiéndose a los investigadores, al
personal m édico-sanitario y, especialm ente, a los m ism os enferm os
E n otra ocasión, el p ap a se ha referido al significado antropológi
afectados.
co que tal enferm edad encierra y a las preocupaciones que, en conse
El docum ento m ás interesante es sin duda el discurso pronunciado
cuencia, com porta. A l m ism o tiem po, recuerda las responsabilidades
po r el p ap a en el m arco de la conferencia internacional sobre el sida,
m orales de los cristianos con relación a los pacientes, y pro p u g n a un
prom ovida por el p ontificio C onsejo p ara la pastoral de los agentes sa
renacim iento de la responsabilidad m oral:
nitarios. D e él recogem os algunos párrafos especialm ente significati
vos. E n p rim er lugar, el p ap a subraya la ilicitud de algunos m edios El drama del sida amenaza no sólo a algunas naciones o sociedades,
propuestos p ara com batir la enferm edad. Sin em bargo, su discurso no sino también a toda la humanidad. No conoce fronteras de geografías,
se lim ita a rechazar algunos m edios considerados com o inadecuados o raza, edad o condición social. Esta epidemia, a diferencia de las otras,
sim plem ente inm orales, y p asa a ofrecer un a orientación positiva: va acompañada de una inquietud cultural única, que deriva del impac
to del simbolismo que sugiere: las funciones generadoras de la sexua
La Iglesia, segura intérprete de la ley de Dios y «experta en humani lidad humana y la sangre, que representa la salud y la vida misma, se
dad», se preocupa no sólo de pronunciar una serie de «nos» ante deter convierten en vehículos de muerte...
minados comportamientos, sino sobre todo de proponer un estilo de vi Los miembros de la Iglesia seguirán desempeñando su papel en el cui
da plenamente significativo para la persona. Indica con vigor y gozo dado de los que sufren, como Jesús pidió a sus seguidores que hicieran
un ideal positivo, en la perspectiva del cual deben comprenderse y apli (cf. Mt 25, 36), y promoviendo una prevención que respete la dignidad
carse las normas morales de conducta.
de la persona humana y su destino trascendente. La Iglesia está con
A la luz de tal ideal, parece profundamente lesivo a la dignidad de la
vencida de que, sin un renacimiento de la responsabilidad moral y una
persona y, por tanto, moralmente ilícito, propugnar una prevención de
reafirmación de los valores morales fundamentales, todo programa de
la enfermedad del sida basada en el recurso a medios y soluciones que
prevención basado sólo en la información será ineficaz e incluso con
10, Sobre el ARC (AIDS-Related Complex), término cada vez más utilizado para
traproducente. Aún más perjudiciales -p o r su falta de contenido moral
designar al grupo de pacientes con síntomas de infección por VIH diferente del mismo
sida y por encefalopatías causadas por VIH, cf., por ejemplo, A. J. Pinching, Factors af- 11. Puede verse en Dolentium hominum 13(1990) 7-8. Otros pasajes de este discur
fecting the Natural History o f Human Immunodeftciency Virus Infection: Immunodefi- so pueden verse en P. J. Lasanta, Diccionario social y moral de Juan Pablo II, Madrid
ciency Review 1 (1988) 23-38, esp. 25. 1995, 579-580.
y la falsa seguridad que ofrecen- son las campañas que implícitamente postular el m áxim o interés en la prom oción de los m edios adecuados
promueven unos modelos de comportamiento que han contribuido en de prevención y p ro filax is19.
gran medida a la expansión de esta enfermedad12. E ntre los m edios de prevención se m en cio n a habitualm ente la in
troducción de un a m odificación conductual, especialm ente en el com
Es inútil recordar aquí los m uchos docum entos que a este proble portam iento sexual, así com o la u tilizació n cuid ad o sa y extensiva de
m a han dedicado num erosas conferencias episcopales. E n todos ellos, análisis (screening, dépistage des an tico rp s...), y el aislam iento de las
se observa u n a gran preocupación p o r los aspectos hum anos de la en personas y a afectadas. C ada uno de estos m étodos suscita num erosos
ferm edad, una verdadera solicitud p o r los enferm os y un com ún acen
conflictos éticos que en m odo alguno resultan fáciles de resolver.
to en la exhortación a los cristianos p ara que, m uestren h acia ellos una
dedicación generosa y eficaz.
a) M odificación de conductas

2. E strategias de prevención Por lo que se refiere al prim ero, es decir, a la m od ificació n del
com portam iento sexual20 exigirá siem pre un a referencia m ás am plia a
El sida es p o r el m om ento u n a enferm edad incurable13 que no hace una educación m oral general que tenga en cuenta el sentido d e la vida
discrim inación de razas, edades o clases sociales. Tam poco se encuen y sus valores21. Pero h ab ría que abordar decididam ente el subtem a de
tra con exclusividad en los «culpables» de un com portam iento ina la educación sexual específica.
decuado, com o subrayan los obispos n o rteam ericanos14. L a cuestión del uso de los preservativos h a sido generalm ente
Si, a p esar de las grandes inversiones en el cam po de la investiga abordada co n u n excesivo sim plism o, com o si el instrum ento usado
ción, todavía resulta casi utópico el hallazgo de u n a cura adecuada p u d iera disp en sar del análisis de las actitudes ú ltim as del usuario22.
contra el v iru s15, y si la infección y a presente, aunque velada, va a per Sin em bargo, aun abordando la cuestión dentro de las líneas tradicio
sistir durante toda la vida de los enferm os, o al m enos durante un lar nales del pensam iento de la Iglesia, el docum ento de los obispos nor
go futuro16, se hace obligatorio, desde el punto de vista ético, extrem ar team ericanos se h a pronunciado con un inestim able realism o:
las estrategias preventivas17.
Viviendo en una sociedad plural, sabemos que algunos no comparten
Teniendo en cuenta los habituales m edios de transm isión del virus
nuestra concepción de la sexualidad humana. Admitimos que los pro
-e n c u e n tro sexual, h em odonaciones o h em oexposición p o r uso de la gramas educativos públicos, dirigidos a una amplia audiencia, tengan
m ism a aguja hipodérm ica, relación m atem o-filial18- , parece razonable en cuenta el hecho de que la conducta de muchos no corresponderá a lo
que podrían y deberían hacer; y de que sus conductas sexuales o en ma
12. Juan Pablo II, Discurso al cuerpo diplomático (1.9.1990), en P. J. Lasanta, Dic
teria de droga, muchos seguirán comportamientos susceptibles de trans
cionario social y moral de Juan Pablo II, 580, donde se recogen también dos párrafos de
su exhortación apostólica Ecclesia in Africa (14.9.95), 116. mitir el sida. En semejante situación, los esfuerzos educativos basados
13. No se trata de sembrar la alarma suscitada por la obra de W. Masters-V. John
son, Crisis: Heterosexual Behavior in the Age ofAIDS: cf. Ch. Gorman, On Outbreak o f 19. El Plan nacional del sida, organismo del Ministerio español de sanidad y con
Sensationalism: Time (21.3.1988) 46-47. sumo, insiste en la necesidad de evitar comportamientos que puedan suponer riesgos de
14. Se trata de la declaración publicada (11.12.1987) por la Conferencia católica contagio.
de los Estados Unidos y titulada Los múltiples rostros del sida: una respuesta evangé 20. Cf. F. J. Elizari, Conductas sexuales y sida. Aproximación moral: Moralia 10
lica: Origins (24.12.1987), versión cast. en Moralia 11, n. 41-42 (1989) 115-141; la re (1988) 379-408; J. Suaudeau, Sida, en DB 664-684.
ferencia aludida está en la p. 121; en adelante se citará esta edición. 21. Cf. J. Gründel, El reto del sida, 102.
15. Cf. R. Yarchoan-H. Mitsuya-S. Broder, Terapias del sida: Investigación y Cien 22. «Temo que la campaña de prevención contra el sida, tal y como se nos presen
cia 147 (1988) 100-111; así como J. Matthews-D. P. Bolognesi, Vacunas del sida: In ta y desarrolla, esté concebida y proyectada con una solapada mentalidad capitalista. No
vestigación y Ciencia 147 (1988) 112-120. podemos olvidar que al capitalismo ‘bruto5 al que podemos volver por las vías de las
16. J. Mann, Global AIDS, 5. multinacionales, sólo le interesan las ganancias; las ganancias para el simple disfrute y
17. Cf. F. J. Elizari, Información-educación como prevención del sida: Moralia 11 bienestar de los que mantienen y amplían el poder de su dinero, aun a costa de la digni
(1989)85-98. dad y de los derechos de los explotados. A la campaña contra el sida, tan positiva en mu
18. Como muestra de informaciones alarmistas sobre otras formas de transmisión, chos aspectos, le falta referencia a los valores éticos»; R. Buxarrais, Jomada mundial
cf. O. Griese, The AIDS Epidemic and the Communion Cup: LinacreQ 53 (1986) 15-25. del sida: silencio de valores éticos: Vida Nueva 2.024 (1996) 25.
en los planteamientos morales antes indicados podrían incluir una in lativos al ám bito de la relación sexual constituyen otras tantas encru
formación exacta sobre los medios profilácticos u otras prácticas pro
cijadas de difícil resolución25.
puestas por especialistas médicos, como medios potenciales para pre
venir el sida. Al pronunciarnos en este sentido no estimulamos el uso
de preservativos; solamente damos una información que forma parte de b) M edidas técnicas de prevención
un cuadro global de la realidad23.
Los m edios de prevención relativos a otras actividades de riesgo,
A un aceptando en principio la sabiduría de este realism o, todavía com o las vinculadas a la hem odonación, plantean problem as éticos teó
sería p reciso h acer algunas distinciones. E n el caso de las relaciones ricam ente m ás sencillos y que habitualm ente se resolverían por los cau
sexuales m atrim oniales en una p areja en la que uno de los cónyuges ces de un a m ayor responsabilidad tanto por parte del donante com o por
está infectado, se replantean las cuestiones relativas al conflicto de va parte de la institución sanitaria, que está llam ada a extrem ar las caute
lores y deberes. C onsideram os que el u so del preservativo sería lícito las profilácticas.
en virtud del principio del doble efecto, aunque conocem os la opinión
de los que niegan tal aplicabilidad al referirse a la m alicia intrínseca y
objetiva de la anticoncepción. c) P revención y drogodependencia
E n otro tipo de relaciones sexuales, el consejo de utilizar p ro filác
E speciales dificultades, de nuevo, suscitarían las m edidas preven
ticos parece favorecer un cierto reduccionism o antropológico y des
tivas referidas a la m o dificación de conducta en las actividades de las
v iar el centro de la preocupación ética. C onviene reco rd ar la resolu
ción del C onsejo ejecutivo de la O M S (EB 89. R 19) del 29 de enero personas drogodependientes.
L os program as encam inados a prevenir la transm isión del V IH por
de 1992, en la que se afirm a: «L a O M S quiere que se sepa que sólo la
m edio de un cam bio de conducta requerirían el esfuerzo de un a am plia
abstinencia sexual o la absoluta fid elid ad elim inan el riesgo de infec
ción». Y en el p árrafo 17 de otro docum ento (EB 89. Inf. D oc. II) de inform ación, orientada en cuatro sentidos: al público, en general, a los
20 de enero de 1992 se proclam a que «sólo la abstinencia sexual o una g rupos de riesgo - o , p o r m ejo r decir y p ara evitar p eligrosos etiqueta
m utua fidelidad de p o r vida entre p arejas no infectadas elim inan total dos, las personas que están im plicadas en actividades de alto riesg o -,
m ente el riesgo de enferm edades sexualm ente transm isibles»24. a los individuos particulares, g racias a un a eficaz tarea educativo-pre-
Por otro lado, la eventual p ro p u esta sanitaria del aborto, indicado ventiva, y a los diversos trabajadores sociales.
p ara las m adres que se descubran com o seropositivas, no vendría sino S ería necesario, adem ás, esforzarse p o r crear u n am biente social
a prom over o sancionar otro tipo de problem a ético, tan grave com o el de apoyo, m ás que de m arginación, hacia los afectados, y articular
que se intenta solucionar. u nos adecuados servicios sociales y de salud.
A sí pues, tanto el consejo de una abstinencia sexual com pleta a la
pareja, en la que u no de los cónyuges resulta seropositivo, cuanto la
p roposición del aborto en los casos en los que la m u jer gestante es 3. M éto d o s de análisis y control
portadora de la infección vírica, pasando po r la oferta indiscrim inada
de profilácticos, todos los m edios de prevención social y sanitaria re P or lo que se refiere a los m étodos de análisis y de control, las
cuestiones éticas no son m enos num erosas ni m enos inquietantes. De
23. Los múltiples rostros del sida, 128. Cf. B. Matray, Eglises et sociétés face au si h echo, p recisam ente en este contexto se sitúa el m ás espinoso de los
da: Sup 170 (1989) 29-43. Cf. también la obra editada por la Comisión social del epis
p roblem as ético-sanitarios, cual es el del conflicto de la sanidad públi
copado francés, Sida, la sociedad en cuestión, Madrid 1996. En ella se incluyen estu
dios de X. Lacroix y de una comisión presidida por Mons A. Rouet, donde se refieren ca versus libertad individual.
también al preservativo. Se recuerda allí que éste no es el único medio de prevención, si
no que la misma OMS, ya desde 1987, lo menciona junto a la limitación del número de 25. En el marco del renacimiento moral y de la recuperación de los valores éticos
compañeros sexuales y la continencia. ha situado su reflexión sobre el sida el cardenal Basil Hume, en un artículo publicado en
24. Cf. A. Polaino-Lorente, Implicaciones éticas de la educación para la salud, en el Times de Londres (7.1.1987) y recogido en la obra Los obispos hablan del sida, Ma
Manual de bioética general, Madrid 1994, 376. drid 1987,81-85.
a) V oluntariedad-obligatoriedad lisis resu ltan prohibitivos p ara lo s pobres, si la seguridad social no
cuenta co n un a estructura real y eficazm ente socializada26.
Parece, en prim er lugar, que el control de los eventuales infectados
O tro g ru p o de problem as se relaciona con las preguntas sobre la
p o r el v iru s d ebería ser absolutam ente voluntario y co nfidencial, con
m ism a fiab ilid ad de los análisis, teniendo en cu en ta las inquietudes
el fin de no p o n er en entredicho el derecho de la perso n a a su propia
que p o drían desencadenar; sobre el tem o r a la introm isión d e extraños
dignidad y privacidad. Sin em bargo, la afirm ación de tales derechos
y la consiguiente p érd id a de confidencialidad; y, sobre todo, se rela
de voluntariedad y confidencialidad, cuando son reivindicados a u l
cionan co n el tem or a la discrim inación social, tan to en el lu g ar del
tranza, suscita la pregunta p o r el peligro en que p o d ría p o n erse el de
trabajo com o en la b ú sq u ed a y alquiler de vivienda, tanto en la v id a
recho que los dem ás ciudadanos y la sociedad entera tienen a disfrutar
escolar com o en la firm a de contratos con las com pañías de seguros27.
de un nivel adecuado de salud. E n ninguno de los tratados de ética m é
dica puede faltar la discusión sobre este argum ento crucial.
De facto, en tales encrucijadas de valores y deberes, suele acudirse c) L o s destinatarios del control
a algunas soluciones m oderadas. A veces se recu rre a u n a cam paña
educativo-preventiva en gran escala que trata de convencer a los ciuda L os problem as éticos no term inan, sin em bargo, co n la m ism a rea
danos sobre la oportunidad de som eterse voluntariam ente a un deter lización de los análisis y controles. Tam poco es fácil d eterm in ar quié
m inado tipo de control, con el fin de adelantar las m edidas terapéuti nes son las personas que d eberían ser som etidas a análisis.
cas, a ser posible preventivas. D e esta form a se trata de com paginar el A prim era vista, parece que el screening d ebería ser obligatorio p a
derecho del individuo con el derecho de la com unidad. E s evidente que ra los « g ru p o s de alto riesgo». Pero aquí com o en otros casos - p o r
en el caso del sida, com o en el de otras enferm edades estigm atizadas ejem plo cuando se trata del consejo g en é tic o - no es fácil argum entar
p o r la sociedad, tal presentación voluntaria a los centros de control ha a favor de la obligatoriedad de los controles sanitarios.
de ser socialm ente «reconocida», m otivada y hasta prem iada. Se dice a veces que en el área del m undo occid en tal el control d e
E n o tras o casiones, las autoridades p u eden im poner el control de b ería llevarse a cabo sobre g ru p o s especialm ente expuestos, com o los
form a condicionada, com o un requisito previo p ara el acceso a deter p resos, las prostitutas, los drogadictos, los inm igrantes, los pacientes
m inados puesto s d e responsabilidad e n la sociedad. L a cuestión sobre adm itidos a los hospitales, las m ujeres em barazadas, los individuos a
cuáles de esos puestos requieren la p ru eb a revierte sobre qué tipos de los que se h an confiado secreto s de E stad o y to d o s los que soliciten
personas h an d e ser exam inadas, pero evitaría la discrim inación de los licen cia m atrim onial. E sta lista d e personas, o frecid a p o r el Dr. Pelle-
m al calificados com o «grupos de riesgo». grino, p lan tea una serie de interrogantes suplem entarios, sobre la si
tu ació n d e m arginalidad p rev ia o de d iscrim in ació n en qu e son m an
b) R ealización del control tenidos algunos de esos grupos.
E n cuanto a los p acientes q u e ingresan en e l h ospital, el problem a
L a m ism a realizació n del co n tro l p lan tea o tra la rg a serie d e in te se hace especialm ente sensible cuando no son capaces de suscribir el
rrogantes. Tal vez el m ás agudam ente sentido sea el de la invasión de co n sentim iento inform ado requerido p ara la ejecu ció n de las pruebas
la p rivacidad y lib e rtad de la s personas. L a m ayor p arte de las d ecla
26. También este problema ha sido tocado por los obispos norteamericanos: Los
raciones de d erechos del enferm o, reconocen a éste el derecho a que múltiples rostros del sida, 122: «El problema del seguro de enfermedad es de una gra
sea m antenida en secreto su eventual p erm anencia en algunas institu vedad particular. Protestamos contra el hecho de que un cierto número de personas no
ciones hospitalarias. D e form a sem ejante, el individuo pued e sentir tengan derecho a disfrutar del seguro de enfermedad. Al mismo tiempo, reconocemos
los problemas suscitados a las compañías de seguros y a quienes pagan primas en razón
dism inuidas sus capacidades sociales, de relación o de trabajo, p o r el
del coste de su tratamiento».
m ero hecho de haberse som etido a un control de detección del sida. 27. Por lo que respecta a la Iglesia, es conocida la declaración del card. J. Bemar-
Junto a éste surgen otros m uchos problem as, com o los relativos a din anunciando que en su diócesis de Chicago mantendría el empleo a todos los traba
jadores que hubieran adquirido una enfermedad que amenace su vida, incluido el sida,
los costes económ icos y su eventual subvención p o r organizaciones
y que el test de detección del sida no sería utilizado al extender contratos de trabajo al
públicas o privadas de asistencia m édica. E n algunos países estos aná personal de la diócesis: Los obispos hablan del sida, 74.
y se req u ie re el de sus fam iliares, tutores o p ersonas responsables, o 1. C om unicación d e los datos
bien, d o nde así está establecido, el consentim ien to d el co m ité ético
d el cen tro hospitalario. E n to d o s estos casos, la m ism a co n fid e n cia E n todos los estudios d e deontología m éd ica se trata la cuestión d e
lidad del an álisis y su resultado p arece entrar en conflicto con la n e la op o rtu n id ad de in form ar al paciente acerca de su auténtico estado.
cesidad de recabar el consentim iento de los representantes legales del S iem pre resulta necesario u n balance que valore tan to lo s riesg o s co
paciente. m o las v entajas d e la revelación al p aciente d e su v erdadera situación,
íntim am ente vinculado a este supuesto se encuentra precisam ente y m ás cuando ésta es fatalm ente irreparable29. P ues bien, en los casos
el contrario. A n te u n a operación quirúrgica hay qu ien se preg u n ta si d e u n resultado positivo en los análisis encam inados a d etectar la p re
no hab ría q u e som eter a control al perso n al m éd ico -san itario que h a sencia del V IH p arece que h ab ría que in fo rm ar tan to a lo s p acien tes
de tom ar p arte en la m ism a. E n el caso de negativa p o r p arte de dicho com o a sus fam iliares y a sus com pañeros sexuales. O, lo que es lo
personal, ¿h a b ría que pro h ib irle to m a r p arte en esa intervención? E l m ism o, h ab ría que rec ab ar la co lab o ració n d el p ac ie n te co n vistas a
derecho a la confidencialidad, que tam bién asiste al personal m édico- esa inform ación.
sanitario, p u ed e en trar en conflicto con el derecho del pacien te a su L a m ism a estru ctu ra p sico ló g ica d el p acien te d e sid a req u iere u n
seguridad. ejercicio de ex trem ad a p ru d en c ia, sobre to d o en aq u ello s caso s en
E n cuanto a la pregunta p o r el derecho al m atrim onio y la p osibi que es previsible u n g rado tal d e d esesperación qu e p o d ría d esem bo
lidad de su prohibición a las personas afectadas p o r el V IH , el tem a ya ca r en e l suicidio30. Tal p erspectiva es reco rd ad a p o r lo s o bispos am e
ha entrado en alguno de los recien tes estu d io s de é tica m édica. H e rican o s cuando exh o rtan a lo s que aco m p añ an a ta le s p acien tes p ara
aquí, a m odo de ejem plo, la opinión del prof. O rville N. G riese: que los ayuden a « d escu b rir el sentido d e lo qu e n o p arece te n e r sen
No hay duda de que sería moralmente equivocado para un individuo tido alguno»31.
que está proyectando matrimonio y que sospecha que es portador o por Com o se suele decir en la ética m édica, hay ocasiones en que el de
tadora del virus HTLV-III del sida, dejar deliberadamente de someter seo d e saber no equivale al derecho a saber to d a la verdad. E s preciso
se a un proceso de análisis del sida, o retener en secreto su condición de com unicar la parte de verdad que el paciente está preparado para tolerar.
infectado/a o enfermo/a ante el compañero del proyectado matrimonio,
después de haber obtenido un diagnóstico de sida28.
2. O cultam iento de los datos
Por referim o s todavía a los sujetos de los controles, es preciso re
P or otra parte, si se archivan los datos sobre los pacientes que han
cordar que en las personas que recibieron hem otransfusiones antes de
sido detectados com o seropositivos, será difícil p ro teg er a su fam ilia o
que se hiciera rutinario el screerting pu ed e existir en latencia u n depó
a su com pañero/a sexual, p revenir infecciones perin atales, evitar la
sito de infección. Tam bién aquí cabe preguntarse si no habría que so
transm isión del v iru s p o r m ed io de hem oexposiciones, etc.
m eter a ex am en a estas p ersonas que, aun sin saberlo, p u ed e n encon
C uando el equipo m éd ico -san itario se en cu en tra con u n paciente
trarse en el gru p o de riesgo. E l p roblem a se com plica si h u b iera que
seropositivo surge u n conflicto entre la co n fid en cialid ad que le es d e
extender el exam en a las personas con las que h an m antenido relacio
nes m ás íntim as. b id a y la necesaria p rotección de todos los que le son vecinos y de to
da la sociedad.
d) U tilización de los datos 29. R. Higgs, On Telling Patient the Truth, en M. Lockwood, Moral Dilemmas in
Modern Medicine, Oxford 1985,187-202; T. L. Beauchamp-L. B. McCollough, Ética
Si de la consideración de los eventuales sujetos del control pasa médica, Barcelona 1987,66.
m o s a los resultados obtenidos e n el m ism o, la p ro b lem ática n o d eja 30. Cf. M. Rubio, sida y discriminación. La respuesta ética de la solidaridad'. Mo-
ralia 11 (1989) 62, donde explica que con la idea del suicidio el enfermo «reacciona en
de com plicarse.
un intento de escapada desesperada, contra un mundo envolvente y agobiante que se
agolpa contra él sin visos de solución y -lo que es peor- muchas veces incluso con pal
28. O. N. Griese, Catholic Identity in Health Care: Principies and Practice, Brain- maria hostilidad».
tree, Mass. 1987, 358. 31. Conferencia episcopal de EE.UU., Los múltiples rostros del sida, 131.
dades. E l paciente h a visto que otros enferm os h an sido en la p ráctica
D e ahí que, a propósito del sida, se plantee la p o sib ilid ad de u na
m arginados. E n consecuencia evitará m an ifestar su situación durante
excepción respecto a la obligatoriedad del secreto profesional32.
el m ayor tiem po posible, co n el fin de que la m anifestación d e su en
El problem a p arece m ucho m ás claro en los casos en qu e un equi
ferm edad no dism inuya sus posibilidades de relación.
po m édico, o las autoridades hospitalarias, pretendieran o cultar que el
Tanto el personal m édico-sanitario, com o los trabajadores sociales
análisis clínico revela la presen cia del V IH o del sida com o causa de
y, p o r últim o, la sociedad entera, habrían d e intentar crear u n clim a tal
un deceso, con el fin de p ro teg er el p restigio del establecim iento o
que no h ag a p en sar al en ferm o que la m an ifestació n d e su estado de
bien la privacidad y los sentim ientos de la fam ilia del paciente. E n tal
salud va a suponer un a m ayor m arginación34.
hipótesis el derecho de la sociedad a ciertos niveles de seguridad sa
P recisam ente ante el caso d e recalcitrantes y chantajistas, se ha
nitaria habría de prevalecer sobre el derecho individual.
p ensado a veces que sería necesario u n sistem a de aislam iento y aun
de cuarentena.
3. R ecalcitrantes e irresponsables L os obispos norteam ericanos consideran que en el presente no exis
te una razón suficiente p ara im poner u n a cuarentena indiscrim inada a
L as reacciones de los pacientes, una vez inform ados, resultan m uy todas las personas infectadas y a p o r el sida. L legan incluso los obispos
diversas. A lgunos, po r debilidad u otras causas, prefieren continuar con a poner en guardia a la opinión pública contra la eventualidad de u n or
el estilo de vida que los situó en el «grupo de alto riesgo» y los llevó a denam iento legal que viniera a im poner, y aun perm itir, tal cuarentena.
tal enferm edad. O tros, aun habiendo sido inform ados de su situación, Ello no h aría m ás que delatar u n a especie de h isteria colectiva o d e pre
pretenden ignorarla, poniendo así en peligro a las personas que com juicio latente, al tiem po que lo robustecería y afirm aría35.
parten algunos espacios o actividades de su vida. O tros, en fin, parece
que, en su desesperación, han decidido contagiar a otras personas y aun
utilizar el m iedo al contagio com o instrum ento de chantaje. 4. C uidado de los p a cien tes
T am bién estas lam entables situaciones han sido evocadas p o r el
docum ento de los obispos norteam ericanos: Las responsabilidades éticas vinculadas al cuidado de los afectados
Querríamos decir igualmente una palabra sobre la responsabilidad de po r el sida son innum erables. A quí sólo se ofrecen unas reflexiones re
aquellos que piensan haber corrido el «riesgo» de haber estado en con lativas al tratam iento de las enferm edades incurables, p ara evocar se
tacto con el virus del sida. Hemos expuesto más arriba el sentido de la guidam ente algunos interrogantes sobre la ética de la experim entación
sexualidad. Si alguno elige no vivir de acuerdo con ese sentido o ha uti en seres hum anos y p ara concluir recordando el problem a de la inhibi
lizado drogas, tiene también la seria responsabilidad de no causar daño ción del personal m édico-sanitario ante estos pacientes concretos.
a otra persona. Toda persona considerada como sujeta al riesgo de ha
ber sido expuesta al virus del sida tiene por tanto la grave responsabi
lidad moral de velar para no exponer a una tercera persona a una even a) Tratamiento de enferm edades incurables
tual contaminación. Eso significa que cuando una tal persona proyecta
matrimonio, se compromete en una relación sexual, proyecta dar su N u n ca ha sido fácil p ara los profesionales de la m ed icin a el trata
sangre o hacer donación de un órgano o de semen, tiene la responsabi m iento de las enferm edades de pronóstico «infausto»36.
lidad moral de someterse a un test de detección del sida y debería obrar L a dificultad surge a veces p o r parte de los m ism os profesionales
de forma que no cause daño al otro33. que, ante sem ejantes enferm edades, y en este caso ante la aparición del

Puede suceder, sin em bargo, que el afectado p o r el V IH esté deci 34. Cf. J. Gründel, El reto del sida, 107.
35. Conferencia episcopal de EE.UU., Los múltiples rostros del sida, 122. Palabras
dido a p restar atención solam ente a u n cierto cálculo de costos y utili
semejantes pronunciaría días más tarde el Dr. J. Mann: Global Aids, 7.
36. A, Romanini, II trattamento delle malattie a prognosi infausta, en la obra en
32. Así lo plantea O. N. Griese, Catholic Identity in Health Care: Principies and colaboración 77 valore della vita. L ’uomo di fronte al problema del dolore, della vec-
Practice, 357. chiaia, dell'eutanasia, Milano 1985, 203.
33. Conferencia episcopal de EE.UU., Los múltiples rostros del sida, 130.
sida, podrían rehusar el tratam iento a los pacientes. Las m otivaciones Tam bién respecto a este tem a concreto se han m anifestado los obis
pueden ser diversas. O bien se considera que los costes económ icos y p o s norteam ericanos, exhortando a ofrecer a los enferm os term inales
hum anos im plicados en el proceso terapéutico son en la práctica inúti del sid a un acom pañam iento efectivo, extrem adam ente im portante en
les o poco rentables. O bien se subraya la urgencia de atender a otros esos casos «puesto que a las personas que tienden a rebajar el respeto
pacientes que ofrezcan la esperanza de unos resultados m ás halagüeños. a la v id a anim ando a la eutanasia o al suicidio les im pedirá determ inar
O bien, com o verem os, se m agnifica la posibilidad de contagio que p o p o r sí m ism as la m anera de ‘ocuparse’ de las víctim as del sida»42.
dría acarrear el tratam iento a los afectados p o r el V IH o p o r el sida.
L as dificu ltad es provienen en otras ocasiones de los m ism os p a
b) E xperim entación con los enferm os
cientes. Su frecuente situación de depresión o pérdida de la m em oria
hace problem ático el intento de obtener el consentim iento de tales p a Igualm ente pro b lem ática desde u n p u n to de v ista ético resu lta la
cientes, tan to p ara un tratam iento ordinario, cuanto p ara u n a terap ia d eterm inación de la terap ia aplicable a los enferm os afectados p o r el
experim ental. Igualm ente difícil será obtener un consentim iento infor sida, puesto que to d a terap ia es todavía tentativa y en cierto m odo ex
m ado p ara proceder a la utilización de m edios extraordinarios de m an perim ental43. L a problem aticidad se acentúa si se tiene en cuenta que
tenim iento o reanim ación o bien, p o r el contrario, p ara la retirada de su efectividad depende en g ran m edida de la preco cid ad d e u n trata
tales m edios en el caso de que sean considerados y a com o «despro m iento que h ab ría que aplicar preferentem ente antes de la m anifesta
porcionados»37. ción d e los síntom as m ás claros, p ero y a irreversibles.
E stas circunstancias colocan el tratam iento de los enferm os de sida L os principios de actuación en la experim entación hum ana, expre
ante otros d o s problem as éticos, com o el de las eventuales decisiones sados en la D eclaración de H elsinky, revisada en Tokyo y enm endada
distanásicas o antidistanásicas y el del patem alism o profesional38. p o r la 35 A sam blea m édica m undial (V enecia 1983), se enfrentan en el
El p rim ero tiene lugar siem pre que el enferm o resu lta incapaz de caso del sida con u n desafío insospechable hasta ahora en el cam po del
firm ar u n a d ecisión personal sobre los m edios extraordinarios que el diseño y alcance ético de los experim entos hum anos44.
personal m édico-sanitario debe utilizar o está autorizado a retirar, lle A favor de la licitud de la terapia experim ental se puede invocar la
gado el punto de no retom o, en la atención al paciente39. n ecesidad aprem iante de p o n er en uso y rápidam ente todos los m edios
El segundo de los casos, anexo al anterior, se pro d u ciría siem pre terapéuticos disponibles, p o r leves que sean las esperanzas que ofrez
que el personal sanitario, dada la incapacidad del paciente p ara tom ar can. Pero en co n tra de tal determ in ació n cabría esg rim ir los p eligros
decisiones sobre la aplicación de las m edidas terap éu ticas o sobre el que encierran los ensayos terapéuticos, especialm ente cuando se pro
in tem am iento hospitalario, h u b iera de asum ir tal resp o n sab ilid ad en longan durante m ucho tiem po.
presunto b en eficio del enferm o40. U n caso especialm ente controvertido h a sido el de los experim en
Son conocidas las dificultades inherentes a la institucionalización tos a base de la ad m inistración de zidovudina (A Z T )45 o b ien de p la
de los com ités éticos, sobre todo p o r lo que se refiere a las decisiones cebos a las m adres em barazadas, en los países en vías de desarrollo,
que se h a n de tom ar en estados term inales41. con el fin de estudiar la red u cció n de los p o rcen tajes de transm isión
perinatal del V IH de m adres a hijos46.
37. Esta es la situación abordada por O. N. Griese, Catholic Identity in Health Ca-
re: Principies and Practice, 186. Cf. D. G. McCarthy-A. S. Moraczewski (eds.), Moral 42. Conferencia episcopal de EE.UU., Los mil rostros del sida, 131.
Responsability in Prolonging Life Decisions, Saint Louis 1981, esp. 227-241: «Care o f 43. Cf. R. Yarchoan-H. Mitsuya-S. Broder, Terapias del sida: Investigación y Cien
Persons desiring to die, yet not terminally ill». cia 147 (1988) 100-110; E. Kübler-Ross, Aids. Herausforderung zur Menschlichkeit,
38. Cf. J. Riga, The Health Care Professional and the Care o f the Dying: The Cri Stuttgart 1987.
sis ofAIDS: LinacreQ 56 (1989) 53-62. 44. Cf. D. D. Rutsein, The Ethical Design o f Human Experiments, en Th. A. Shan-
39. J. R. Flecha-J. M. Mújica, La pregunta moral ante la eutanasia, Salamanca non, Bioethics, Mahwah NJ 31987, 281-297; M. Vidal, Bioética, Madrid 1989, 126-134.
21989,149-157. 45. Se trata de un fármaco antivírico, 3’azido-3’desoxitimidina o «azidotimidina»,
40. Cf. R. Gillon, Autonomy and Consent, en M. Lockwood, Moral Dilemmas in que actúa inhibiendo la replicacíón del VIH y se utiliza en el tratamiento de pacientes
Modern Medicine, 111-125. con sida y con complejo relacionado con sida (DTCM).
41. Cf. Ch. Vella, Dalla bioética ai comitati etici, Milano 1988; J. Reiter, AIDS- 46. Cf. C. Levine, Placebos andHIV. Lessons Leamed: HastingsCRep 28/6 (1998)
Wege aus der Krankheit, Kóln 1988. 43-48.
E n to d o caso, tanto la terap ia experim ental, cuanto la d ecisió n de sida no existía todavía cuando ellos cursaban sus estudios de m edicina
renunciar a la m ism a cuando se considere inútil o nociva, resultan re en la universidad, de fo rm a que m al p u d iero n com prom eterse, en su
alm ente difíciles de explicar tanto al gran público com o al m ism o p a «contrato» co n la sociedad, a prestar sus servicios y asistencia a un o s
ciente y a su fam ilia47. enferm os que todavía no existían com o ta les y cu y a enferm edad era
aú n desconocida. D e hecho, la discusión ética sobre este rechazo ha
c) Inhibición d e los sanitarios venido a p olarizarse en dos m o d elo s éticos, cen trad o s p recisam en te
sobre los «derechos» y sobre el «contrato»50.
U n p roblem a especialm ente dram ático es el co n figurado p o r algu - A p esar de los inconvenientes que p u ed en p resen tar am bos m o
nos m édicos y sanitarios que reh ú san el tratam iento de los pacientes delos éticos, m ás n aturalista el prim ero y m ás p o sitiv ista el segundo,
afectados p o r el sida, con el fin de prevenir su posible contagio. D e la hay que afirm a r que, por u n a elem ental razón de hum anidad, el p a
info rm ació n o frecid a p o r los m edios de com unicación se h a p asado ciente, cualquiera que sea su enferm edad, h a d e ser tratado con los m e
pronto a la discusión ética. Se ha escrito en defensa de la decisión de dios disponibles en cada m om ento histórico y en cada lu g ar concreto.
rehusar lo s cuidados a los p acientes infectados p o r e l V IH . V arias aso Tal tratam iento incluye la adopción de las necesarias cautelas p o r p a r
ciaciones m édicas han calificado com o «deber» p ara los m édicos la te de los que están llam ados a prestarle su asistencia que, en d eterm i
prestación de tales cuidados, aunque la A sociación m éd ica am ericana nadas situaciones, puede req u erir un com portam iento altam ente sacri
m an ifiesta que no pretende im poner el cum plim iento de tal «deber», ficad o y h asta heroico.
al tiem po que sugiere a los m édicos que no puedan o no estén capaci -P a sa n d o a los o rdenam ientos positivos, h ab ría que reco rd ar que
tados p ara aten d er a tales p acientes que los encam inen a m édicos o los códigos éticos d e la pro fesió n m édica im piden a los profesionales
instituciones capacitados para ofrecer esos servicios48. de la salu d rechazar a un pacien te determ inado, d iscrim inándolo p o r
A n te este p roblem a concreto lo s obispos norteam erican o s se han razones sociales, raciales o ideológicas. H ab ría que d ecir que m ucho
pronunciado con palabras tajantes: m ás escandalosa sería u n a ex clusión y d iscrim inación en razón de la
Estamos muy preocupados por la actitud de ciertos profesionales de la m ism a enferm edad, que constituye el objeto form al de la relación en
sanidad o de instituciones que trabajan en este campo, que rehúsan apor tre el paciente y el personal m édico-sanitario51.
tar los cuidados médicos o dentales a personas expuestas al virus del si D e todas form as, habría que tener presente que el m iedo exagerado
da o que se presumen ser sujetos de «riesgo». Pedimos a todos los pro al contagio -ev itab le con u n a adecuada p ro fila x is - n o viene sino a de
fesionales de la salud que no olviden su obligación moral general, aun latar un cierto m iedo tabuístico que en m odo alguno se reduce a las cul
observando las reglas y procedimientos médicos habituales, de aportar turas denom inadas prim itivas, así com o un juicio m oral sobre el pacien
sus cuidados a todas las personas, incluidas las que están expuestas al
te que artificialm ente trata de establecer distancias y levantar barreras.
sida. Por otra parte, aunque los empresarios de casas funerarias puedan
estimar necesario tomar precauciones apropiadas, no tienen derecho a
rehusar aceptar o preparar para la sepultura los cuerpos de personas di
funtas afectadas de sida. Tampoco tienen derecho de aumentar indebi 5. Conclusión
damente sus tarifas para el enterramiento de personas afectadas por es
ta enfermedad49. L a p lag a del sida constituye u n pro b lem a que im p lica num erosas
responsabilidades m orales tanto a los individuos particulares com o a
A lgunos m édicos aducen com o razón para tal rechazo el propio los gobiernos y a todas las instituciones sociales. Sin duda, los diver
«derecho» a seleccionar sus propios pacientes, o bien afirm an que el sos aspectos ético s qu e se d escu b ren en u na consideración elem ental

47. Cf. J. Gafo, Experimentación humana: valoración ética, en Dilemas éticos de 50. Cf. A. Zuger, Physicians, AIDS, and Occupational Risk: JAMA 258, n. 14
la medicina actual, 243. (1987) 1924-28, con abundantes referencias; G. Concetti, AIDS. Problemi di coscien-
48. Un buen resumen sobre este tema puede verse en D. P. Sulmasy, By whoseAu- za, Casale Monferrato 1987, 52-59.
thority? Emerging Issues in Medical Ethics: TS 50 (1989) 105-112. 51. Cf. D. Gracia, Los derechos de los enfermos, en J. Gafo (ed.), Dilemas éticos de
49. Conferencia episcopal de EE.UU., Los múltiples rostros del sida, 123. la medicina actual, 43-87, esp. 78-79.
sobre el sida p ued en articularse en to m o a dos criterios fundam enta
les: el criterio de la «responsabilización» y el criterio de la «no discri
m inación»52.
C ada perso n a tiene la responsabilidad ética de abstenerse de acti
vidades de riesg o, de m o d ificar su conducta, de som eterse oportuna
m ente a u n p roceso de diagnóstico y, en la m edida de lo posible, acep
ta r u n procedim ien to de terapia, al tiem p o que h a de extrem ar sus
cautelas para no contagiar a otras personas.
Los cien tífico s y los responsables políticos han de p rocurar m ulti
CUESTIONES ÉTICAS
p licar sus esfuerzos y dedicar la m ayor cantidad de m edios p ara p oner ANTE LA MUERTE
fin a este flagelo de la hum anidad.
Los m edios de com unicación social deberían inform ar a la pobla
ción con seried ad aunque sin alarm ism os. E n todo caso, d eb erían ser
capaces de superar el m ito de p resentar el uso de la droga o la sexua
lidad indiscrim inada com o u n signo válido de au to afirm ació n o de
progresism o.
Los cristianos, y especialm ente los agentes de pastoral, h an de pro
curar ofrecer a los herm anos y herm anas afectados p o r el sid a todo el
alivio m oral y espiritual de que sean capaces. A quí es preciso recordar
la g ran resp o n sabilidad hum ana y m oral con la que se enfrentan las
personas dedicadas a la enferm ería que se encuentran ante los pacien
tes de sida. Junto a la obligación de extrem ar las m edidas p ro filác ti
cas, es p reciso insistir en la n ecesidad de p oner en práctica otras m e
didas hum anas. L a capacidad de acogida y de atención, la capacidad
de escu ch a y de «com -pasión», la cercanía y el apoyo incondicional.
Todas ésas son señales de excelente profesionalidad. Y son, en su ca
so, los signos testim oniales del am or cristiano53.

52. M. Vidal, La vertiente ética del sida: Moralia 21 (1998) 101-112.


53. Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Ecclesia inAfrica (14.9.1995), 116. El
Consejo mundial de las Iglesias ha publicado una Guía para el acompañamiento pasto
ral de las personas que viven con el VJH/sida\ hay versión catalana (Barcelona 1996).
EL SUICIDIO ANTE LA ÉTICA CRISTIANA

Bibliografía: L. Biagi, La pena di vivere. II problema morale nel suicidio, Bo-


logna 1994; N. Blázquez, La moral tradicional de la Iglesia sobre el suicidio:
Concilium 199 (1985) 387-400, y todo ese número monográfico; A. J. Droge-J.
D. Tabir, A Noble Death. Suicide and Martyrdom among Christians and Jews in
Antiquity, New York 1992; E. Durkheim, El suicidio, Madrid 1982; J. Estruch-
C. Cardus, Los suicidios, Barcelona 1982; E. Fizzotti-A. Gismondi, II suicidio,
Tormo 1991; A. Holderegger, Suicidio, Assisi 1979; Id., Suicidio, en NDB
1151-1155; E. López Azpitarte, Ética y vida, Madrid 1990,199-217; A. Polaino
Lorente, Ética y comportamiento suicida, en Manual de bioética general, Ma
drid 1994,439-456; E. Rojas, Estudios sobre el suicidio, Barcelona 1978.

1. E l dram a socia l d el suicidio

L a cu ltu ra p rag m ática liberal tiende a subrayar el derecho d e la


p erso n a a disponer de su p ro p ia vida. L a lib ertad se convierte en el
m áxim o de los valores, su p erio r incluso al valo r de la vida. P or otra
p arte, u n a y otra vez se p ro clam a que cada p erso n a es dueña absoluta
de su p ro p ia vida, de la cual pued e disponer a voluntad. Pero, en rea
lidad, el dram a del suicidio refleja el dram a de u na cu ltu ra insolidaria.
M ientras tanto, las corrientes de pensam iento y de opinión se es
fuerzan en m ostrar y dem ostrar que la v id a no tiene sentido. E l ser hu
m ano es p rácticam ente em pujado a abdicar de su responsabilidad ante
la p ro p ia vida. Se p odría d ecir qu e el colm o del cinism o de la cultura
contem poránea es h aber em pujado a las personas a la m uerte, h acien
do desaparecer, y a no el arm a qu e la ocasiona, sino ta m b ié n a los in
ductores de la occisión.

a) Sobre la definición d el suicidio

Se h a hecho ju stam en te célebre la d efin ició n del suicidio ofrecida


p o r E. D urkheim : «Se d efin e com o suicidio to d a m u erte que resulte
directa o indirectam ente de u n gesto positivo o negativo, realizado p o r que p arece im poner - o al m enos favorecer y a le n ta r- la m uerte a la
la víctim a m ism a y con conciencia de llegar a tal resultado». E n tal de p ersona. E l suicidio anóm ico tiene lugar co n m otivo d e las crisis so
finición se incluían evidentem ente los casos de sacrificio. ciales y econgroicas que p roducen en el individuo u n d eseq u ilib n o en
E l suicidio se nos presenta com o u n caso típico de conflicto de va tre sus aspiraciones y sus lo g ro s, al no saber y a a qué pu ed e aspirar y
lores: en concreto, un conflicto entre el valor de la v id a y el valor de la en q u e T u n ite s h a de m antenerse.
libertad. C on frecuencia entran en choque tam bién otros valores1, que E ste p lan team ien to puram ente sociológico de E. D urkheim con
son considerados com o im portantes en u na situación concreta. Pueden trasta corT T oiT plante^ientos psico lógicos, psicoanalíticos y p siquiá
ser, en efecto, el valor de la fe o de la integridad corporal, el valor del tricos, los cuales consideran el suicidio Fien com o u n síntom a de tina
honor o la defensa de la patria. en ferm edad m ental, bien com o el resultado de u n a situ ació n co n flic
H ablando en térm inos generales, se puede decir que el ser hum ano tiva o d eé m e rg e n cia , b ien com o u n a m an ifestació n d e la ten d en cia a
parece convencido de que la vida es el m ayor de los bienes de que pu e la autodestrucción.
de disfrutar. Sin em bargo, en num erosas ocasiones, la p erso n a parece E n la sociedad contem poránea se observa cada vez m ás el síntom a
d ispuesta a prescin d ir de ese valor, cuando p arece incom patible con de lal< áIg o fo b iá» 7 o im ed o ál dolor. E l progreso lo g ra d o e n p o se e r una
otros valores, o bien cuando ella m ism a no se percibe com o rodeada y com odidad hum ana h a hecho que el dolor y el sufrim iento sean m enos
soportada po r otros valores que hagan apetecible el de la vida2. tolerables y que la m uerte aparezca com o m ás aceptable.
E n este m undo supertecnificado parece que aum enta considerable P or otra p arte, se sospech a que tal v ez el éxito co nseguido p o r la
m ente el núm ero de suicidios3. L as explicaciones que se suelen ofre m edicina en prolongar el p roceso del m orir h aya h e c h o m á s seniIHIe~el
cer para explicar o ju stifica r este hecho son innum erables. E n realidad, m iedo al fallecim iento y aum entado el atractivo de u n a m uerte ráp id a.
van desde la carencia de valores e ideales en la v id a de la persona h as O tro fáctoT déterm iñañte p u ede ser el énfasis actu al sobre los d e
ta la p resión insoportable del am biente y de la sociedad. r echos hum anos, que haría ver el suicidio com o un a n»jvínHirarinn Hp
la lib ertad p ersonaí. T áTm entáiidad se retrotrae a las b atallas de hace
dos décadas en pro de los derechos civiles, p ero h a adquirido u n a nu e
b) Tipología del suicidio
va v ig en cia en nuestros días. A lg u n as expresiones, rep etid as con fre
E n otros tiem pos era frecuente considerar el suicidio com o el ges cuencia p o r los m edios de com unicación, y convertidas en populares,
to m ás d ram ático de la desesperación. Tal visión ro m án tica contradi com o la que se refiere al «derecho a m orir» sugieren a algunas p erso
ce la experiencia y la reflexión filo só fic a4. nas la existencia de u n auténtico derecho civil a p o n er fin a su v id a5.
C om o se sabe, el m ism o E. D urkheim distinguía tres tipos de sui-
cidio: el egoísta, el altru ista y el aném ico. U n a in d ividualización ex
cesiva, en m edio de una sociedad que h a perdido su cohesión sería la 2. Un problem a antiguo
causa fundam ental del suicidio, en el prim er caso, en el que el indivi
duo se arroga el derecho a quitarse la vida. Pero la segunda posibilidad Sin em bargo, la tentación del suicidio es tan antigua com o nuestra
nos rem ite a sociedades prim itivas fuertem ente integradas, en las que m em oria histórica. E n otras culturas, el suicidio parece haber suscitado
la individualización resulta insuficiente y es el m ism o grupo social el una cierta sim patía, com o en el Japón feudal, donde p o d ía constituir un
acto de reivindicación del honor, d e redención de la m ism a p ersona o
1. A. Holderegger, Suicidio, en Nuevo diccionario de moral cristiana, Barcelona de víaculfl3 e u n ió n con la p ro p ia sociedad. D e todas form as, en el
1993,555-559. m undo occidental el suicidio siem pre h a constituido un acto problem á
2. Para una elemental definición del acto o del comportamiento suicida, cf. la fun
damental obra de E. Durkheim, E l suicidio, Madrid (1897) 21982.
tico, tanto desde el aspecto ético cuanto desde la ordenación legal6.
3. Cf. M. Garzia-A. E. Kaufmann, Suicidio, enDSoc, Madrid 1986, 1628-1642; G.
Fairbaim, Suicide, en EAE 4, 259-273. 5. D. G. McCarthy-E. J. Bajer, Handbook on Critical Life Issues, St. Louis 1982,
4. Cf. P. Laín Entralgo, La espera y la esperanza, Madrid 1957, 542, donde afirma 147-148.
que «también el suicida espera. Espera un modo de ser más satisfactorio que la vida que 6. J. D. Douglas, Suicidio, en Enciclopedia internacional de las ciencias sociales
le desespera». 10, Madrid 1977, 192-200.
El m undo clásico citaba algunos casos célebres de suicidios, com o decidirnos por una u otra alternativa. Si se nos da opción entre una
el d e ^ o d r u y ú lti m o rey de A tenas, que s~e en tregcTa la m uerteTpara muerte dolorosa y otra sencilla y apacible, ¿por qué no escoger esta úl
asegürar Ta vTctonali' sü pueblo. S Frecordaba tam bién a C leom enes de tima?. .. Por otra parte, así como no siempre es mejor la vida más larga,
E sparta y a Isócrates, que practicó la huelga de ham bre en A tenas. así resulta siempre peor la muerte que más se prolonga. Más que en
ningún otro asunto es en el trance de la muerte cuando debemos seguir
Por su parte, tanto Platón7 com o los p itag ó n co F co n d en an reitera
la inclinación de nuestra alma. Busque la salida por donde le guíe su
dam ente el suicidio. T am bién lo condena A ristóteles en textos que se
impulso: bien sea que apetezca la espada, o la cuerda, o algún veneno
Han hecho m erecidam ente célebres: que penetre en las venas, prosiga hasta el final y rompa las cadenas de
Suicidarse por evitar la pobreza o los tormentos del amor, o cualquier la esclavitud. Su vida cada cual debe hacerla aceptable a los demás, su
otro suceso doloroso, no es propio de un hombre valiente, y sí más bien muerte a sí mismo: la mejor es la que nos agrada11.
de un cobarde. Huir del dolor y de las pruebas de esta vida es una de
bilidad, porque, en este caso, no se sufre la muerte porque sea cosa L os epicúreos, p o r su p arte, p iensan que p o r m edio del suicidio
grande sufrirla, sino que se la busca únicamente porque se quiere evitar puede el ser hum ano liberarse de todos los m ales y dificultades que lo
el mal a todo trance8. aquejan durante la vida. R ecuérdese a H egesías (E l desesperado) o al
m ism o p o eta L ucrecio. Se p o d ría afirm ar que esta lín ea de pensam ien
E n R om a, C icerón hace suyos los típicos m otivos sociales y reli to viene a culm inar en el R om anticism o, y en la conocida tesis de Vol-
giosos a la h o ra de condenar el suicidio9. El n eoplatonism o10, a esos taire: «Q uand on a tout perdu, que l’on n ’a plus d ’espoir. / L a vie est un
argum entos religiosos y sociales, añade la m ención del d eber del indi opprobre et la m o rt u n devoir» (M edea).
viduo de realizar en la vida todo el progreso posible del que depende S in em bargo, el m ism o V oltaire a firm a q ue «no d ebem os tem er
la vida futura, m ientras que el suicidio im pide la p len a liberación del q u e la locura de m atarse llegue a ser u n a en ferm ed ad epidém ica, p o r
alm a de la esclavitud de las p asiones corporales. q u e co n traría los deseo s d e la natu raleza, y p o rq u e la esp eran za y el
Sin em bargo, tam bién hubo en la antigüedad algunas aprobaciones te m o r son dos agentes p o d ero so s que u tiliz a aq u élla p ara d eten er la
m orales. Los estoicos, p o r ejem plo, consideran el suicidio com o un ac m ano del d esg raciad o que tra ta de privarse de la v id a » 12. P ara otros
to de fuerza y aun de virtud, en cuanto supone un derecho a la autode representantes de la Ilu stració n , el suicidio se d eb e a un fracaso p er
term inación inherente a la libertad hum ana. R ecuérdese, p o r ejem plo, sonal, a u n a en ferm ed ad o a u n a d eb ilid ad 13. E sta p o stu ra determ inó
a Séneca, q uien considera que u n a m uerte librem ente decidida ha de tan to la teo ría p sico ló g ica, según la cual el su icid io debe ser tenido
preferirse a una m uerte natural y degradante. C om o se sabe, el filóso p o r signo de u n desequilibrio, u n efecto de la lo cu ra o de u n a d ebili
fo cordobés dedica al suicidio una de sus Carlas m orales a Lucilio. E n d ad de carácter, com o la te o ría sociológica, p ara la cu al e l suicidio es
ella nos llam a la atención la m ención de la dialéctica entre la cantidad m otivado p o r u n fallo en los controles norm ativos d e la sociedad so
de v ida y la calidad de vida. Sin em bargo, su pensam iento sobre el sui b re los individuos14.
cidio p arece u n tanto am biguo. Tras recordar el ejem plo de Sócrates, C om o se sabe, D. H um e h a realizado la m ás ardiente d efen sa del
que prefirió aguardar la m uerte, antes que adelantarla, añade: suicidio com o u n derecho de au todeterm inación que sería anejo a la
d ignidad y lib ertad del ser h u m ano, m ientras que I. K ant, lo rechaza
Así que no se puede decidir de forma general si hemos de anticipamos
a la muerte o aguardar su venida, en el caso de que una violencia exter 11. Séneca, A d Lucil. VIH, 70, en Epístolas morales a Lucilio, trad. I. Roca, Bar
na nos conmine con ella; existen diversas circunstancias que pueden celona 1995,315; el mismo tema lo había tocado en III, 24 y VI, 58; De ira III, 15.
12. Voltaire, Suicido, en Diccionario filosófico II, Madrid 1995,556.
7. Como se sabe, Sócrates lo prohibía, empleando el argumento religioso de que 13. Diderot, en Opinions des anciens philosophes escribía: «II est defendu de quit-
nadie debía quitarse la vida antes de que Dios forzase a ello: Fedón VI, 62 c; Leyes IX, ter son poste sans la volonté de celui qui commande; le poste de l’homme c ’est la vie».
873; cf. la voz «suicidio», en J. Ferrater Mora, Diccionario de filosofía IV, Barcelona A. Dumas, padre, escribía en Le Vingt-quatre février: «Le plus grand des crimes est le
1994,3411-3415 y bibliografía allí citada. suicide parce qu’il est le seul qui soit sans repentir».
8. Moral a Nicómaco III, 8, 1166b, 7; cf. más ampliamente V, 11, donde afirma 14. La primera teoría ha continuado en los escritos de Dahlgren, Achille-Delmas
que el suicida es culpable de injusticia contra la sociedad a la que se debe. o Deshaies, mientras que la segunda está representada por Briére de Boismont, Morse-
9. De finibus II, 30; De república VI, 10. lli, Durkheim, Cavan, etc.: J. D. Douglas, Suicidio, en Enciclopedia internacional de las
10. Recuérdese a Plotino, Enneadas I, 9; II, 9.18. ciencias sociales, 193.
m ediante la explicación de que «cancelar al sujeto de la m oralidad sig m oral y u n a vergüenza social. E n los textos b íb lico s subyace la con
n ifica tanto com o b o rrar la m oralidad m ism a en su existencia»15. ciencia de que en el suicidio pu ed e esconderse u n sentim iento de so
A sí, pues, el suicidio directo h ab ría sido a veces p erm itid o y ala b erb ia contra el Señor de la vida. «Sólo D ios tiene en su m ano el alm a
bado, o bien com o u n acto de fuerza o bien com o u n m al m enor. Pero de todo viviente» (Job 1 2 ,1 0 ) y sólo él «da la m u erte y la vida» (1 Sm
tam bién habría sido considerado com o u n acto ordenado p o r la m oral 2, 6; D t 32, 39). E n el N uevo Testam ento, el suicidio de Judas es en
social (condenación a m uerte a un m alhechor al que se obliga a darse trevisto com o u n gesto am biguo, que parece situarse entre el arrepen
m uerte p o r su m an o 16 o aceptación de la m uerte po r presión de la m a tim iento y el desafío (M t 2 7 ,5 ).
yoría ciu d ad a n a...) o incluso com o un caso de liberación religiosa, co
m o ocurrió con los albigenses en el siglo X II17.
E n la actualidad, se encuentran una serie de autores (J. A m ery, W. a) A ntiguo Testamento
K am lah, J. R om án) y algunas conocidas organizaciones (Exit) que de
A p esar de la afirm ación del valor de la vida, el suicidio es tam bién
fienden el derecho personal al suicidio y, en consecuencia, su licitud en
una tentación que se cierne sobre el justo. A sí grita Jerem ías: «¡M aldi
las situaciones en las que el ser hum ano se encuentra en un estado de
to el d ía en que n ac í!... ¿por qué D ios no m e hizo m o rir en el vientre
sesperado. E n tales casos, precisam ente m ediante la disposición de su m aterno?» (20, 14.17). U n sentim iento que invade tam bién a Sara, la
vida, la persona podría ejercer el ú nico privilegio que le resta. protagonista fem enina del libro de Tobías, quien «con el alm a llena de
C on razón se h a podido decir, que en la raíz de la m oderna acepta triste za ... subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse» (3,
ción del suicidio se encuentra la filosofía de H egel, considerada com o 10). E sa fascinación ante la m uerte invade sobre todo el libro del Ecle-
un a «filosofía de la m uerte» por uno de sus m ayores estudiosos18. H e siastés: «H e odiado la vida» (2, 7); «m ás felices son los m uertos que
gel está atorm entado po r la condición del ser hum ano, ser finito com o los vivos» (4, 2-3); «m ejor el ab o rtiv o ... que no h a visto el sol» (6 ,4 -
los anim ales, pero dotado de razón y de voluntad pro p ia y, p o r tanto, 5); «el día de la m uerte es m ás bello que el del nacim iento» (7, 11).
consciente de estar destinado a la m uerte. Frente a ese «fin» inevitable, Y, sin em bargo, los autores bíblicos son conscientes de que el sui
el hom bre busca en el don de la m uerte librem ente buscada la afirm a cidio im plica diversos aspectos y de que no siem pre pu ed e reducirse a
ción suprem a de su libertad soberana. El hom bre podría al fin realizar la categoría de un desafío al C reador:
su m ayor acto de autoafirm ación precisam ente m ediante el suicidio. —Sansón m uere en un acto que, con categorías posteriores, podría ser
A este razonam iento se le h a contestado con u n a observación res calificado com o suicidio indirecto, el cual parece signo de un a fe reen
pecto a tal p reten d id o señorío hum ano sobre la vida. Si el hom bre es contrada y de una generosidad en favor de su pueblo (Jue 1 6 ,2 8 -3 1)20.
señor de su p ropia v id a y de su p rop ia m uerte, no se ve p o r qué no - S a ú l p one fin a su v id a arrojándose sobre su espada. L a B iblia no
pueda pretender tam bién ser señor de la v ida y de la m uerte de los de em ite un ju ic io valorativo sobre esa trágica m uerte (1 Sm 3 1 ,4 -5 ).
m ás, com o y a se sugiere en la dialéctica del señor y del esclavo19. -S e m e ja n te al de Sansón es el caso de E leazar A varán, qu ien se
d esliza b ajo el elefante real y m uere aplastado p o r su peso en u n an
helo de liberación nacional (cf. 1 M ac 6, 43-47). O el caso sorpren
3. En la sagrada Escritura dente de R azias, que se su icid a frente a las tropas enem igas con u n a
p legaria al D ueño de la v id a (cf. 2 M ac 14, 37-46).
Se puede d ecir que, en general, p ara la sagrada E scritura el suici - O tro s suicidios recordados p o r la E scritu ra son el del rey-juez
dio es considerado com o pecado, y en consecuencia com o u n a falta A b im elek (Jue 9, 52-54); el de A jitófel, consejero de D avid y S alo
m ón, el cual no soportó h ab er caído en d esg racia ante los ojos de su
15. I. Kant, Metafísica de las costumbres, § 6.
rey (2 Sm 17, 23); así com o el del rey Z im ri, que fue derrotado en la
16. San Alfonso M.a de Ligorio, Theologia moralis III, n. 369.
17. Cf. A. Michel, Suicide, en DThC 14,2739-2742. Sobre el suicidio en la historia batalla (1 R e 16, 18).
de la filosofía, cf. P. Pallazzim, Suicidio, en EC 11, 1490-1494, y por razones religiosas,
cf. M. J. Harran, Suicide, en The Encyclopedia o f Religión 14, New York 1987, 125-131. 20. El último compilador de las tradiciones populares sobre Sansón, evoca su dra
18. A. Kojeve, Introduction á la lecture de Hegel, París 1945, 529-575. mático final como la ocasión definitiva para que ese «hijo pródigo» permita a su Dios
19. Cf. M. Schooyans, Defender el don de la vida: L’OR ed. esp. 27/35 (1.9.1995) 9. ser el verdadero juez de Israel: R. G. Boling, Judges, Garden City NY 1975,252-253.
m ar el suicidio nos resultan tan actuales com o si hubiera recogido en la - P o r su p arte, el concilio V aticano II lo incluye en u n a larga lista
sociedad contem poránea diversas propuestas a favor del principio de de atentados contra la vida y dignidad del ser hum ano, calificados co
autonom ía, de ju stic ia o de totalidad. A lgunos, en efecto, no lo consi m o oprobios que corrom pen la civilización hum ana, deshonran a q u ie
deran pecado puesto que no im plica u n a injusticia contra otra persona. nes los practican m ás que a quienes los p adecen y son totalm ente con
O tros aducen que lo m ism o que es lícito dar m uerte a un m alhechor, és trarios al honor debido al C reador (GS 27).
te podría dársela a sí m ism o. Y otros opinan que dándose m uerte, un a - E n el nuevo C ódigo de derecho canónico (1983), y de acuerdo
persona puede evitar u n m al mayor, com o sería u na v id a m iserable o la con el canon 1184, la sep u ltu ra relig io sa qu ed a p ro h ib id a solam ente
torpeza de algún pecado. A dem ás, el D octor angélico recuerda los ca cuando está claro que el gesto del suicidio constituye u n escándalo p ú
sos de Sansón y de Razias, alabados p o r la m ism a Escritura. blico irreparable31.
E n contra, cita las palabras de san A gustín que hem os recordado. A l -P a rticu la r interés reviste el apartado que a este problem a dedica el
desarrollar su p ropia argum entación, expone que el suicidio es absolu Catecism o d e la Iglesia católica, donde en su núm ero 2280 subraya de
tam ente ilícito po r tres razones. E n prim er lugar, p o r ser contrario tanto form a positiva la responsabilidad personal ante D ios p o r el don de la vi
a la inclinación natural cuanto al am or que cada uno se debe a sí m ismo. da, de la que el ser hum ano es adm inistrador y no propietario. E l núm e
E n segundo lugar, porque el suicida com ete una injuria a la sociedad a la ro siguiente explícita las razones -v ertical y h o rizo n tal- que determ inan
que se debe com o parte de un todo. Y, en tercer lugar, porque destruye el la valoración m oral negativa del suicidio: «El suicidio contradice la in
don de la vida, que sólo está sujeto a la potestad de Dios. clinación natural del ser hum ano a conservar y p erp etu ar su vida. E s
E n la resp uesta a las objeciones previas, recuerda que el suicidio gravem ente contrario al ju sto am or de sí m ism o. O fende tam bién al
am or del prójim o porque rom pe injustam ente los lazos de solidaridad
no va solam ente contra la ju sticia, sino tam bién contra la caridad; ob
con las sociedades familiar, nacional y hum ana con las cuales estam os
serva que nadie es buen ju e z en causa propia; y, finalm ente, suicidar
obligados. El suicidio es contrario al am or del D ios vivo» (n. 2281).
se p o r evitar otras m iserias de esta v id a es preferir u n m al m ayor p or
A continuación se co n sid era la resp o n sab ilid ad p erso n al que, co
evitar uno m enor. L os ejem plos bíblicos citados son explicados, al m o
m o en otros m uchos casos, pu ed e estar notable o totalm ente dism inui
do agustiniano, o b ien en virtu d de u n a inspiración divina p ersonal o
da: «T rastornos psíquicos graves, la angustia, o el tem o r grave de la
b ien negándoles su p retendido carácter de fortaleza28.
prueba, del sufrim iento o de la tortura, p u ed en d ism inuir la responsa
P arecidos argum entos recogerá Francisco de V itoria en su célebre
bilidad del suicida» (n. 2282). E l m ism o núm ero h ab ía añadido unas
relección sobre el hom icidio, dictada en Salam anca en ju n io de 152929.
precisiones sobre el escándalo originado p o r el suicidio y la responsa
bilid ad en cooperar a su realización: «Si se com ete co n intención de
c) E n la Iglesia contem poránea servir d e ejem plo, especialm ente a los jó v en es, el suicidio adquiere
adem ás la gravedad del escándalo. L a cooperación v oluntaria al suici
- E n el C ódigo de derecho canónico de 1917, el canon 985, 5 de dio es contraria a la ley m oral».
cretaba la pena de irregularidad p ara los que hubieran intentado el sui Por fin , el C atecism o ofrece u n a constatación teológico-pastoral,
cidio; el canon 1240, 1.3 privaba a los suicidas de sepultura eclesiás en la que se encuentra u n a sugerencia que rem ite la p erip ecia y el éxi
tica y el canon 2350 decretaba la suspensión a los clérig o s que lo to de to d a vida hum ana a la sabiduría y la m iserico rd ia de D ios: «N o
intentaban. se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se
- E l p ap a P ío X II considera el suicidio com o «un contrasigno de la han dado m uerte. D ios pued e haberles facilitado p o r cam inos que él
ausencia de la fe o de la esperanza cristiana»30. solo conoce la ocasión de u n arrepentim iento salvador. L a Ig lesia ora
por las personas que han atentado contra su vida» (n. 2283)32.
28. S. Th. II-II, 64,5. Sobre la doctrina expuesta por santo Tomás en las cuestiones
64-65, cf. C. J. Pinto de Olivera, Loi eí droit naturels dans la morale catholique, en E. 31. R. Bam , Should the Catholic Church Give Christian Burial to Rational Suici
Fuchs-M. Hunyadi (eds.), Ethique etnatures, Genéve 1992,217-244, esp. 225-226. des?: Angelicum 74 (1997) 513-550.
29. T. Urdánoz (ed.), Obras de Francisco de Vitoria. Relecciones teológicas, Ma 32. Cf. G. Concetti, II quinto commandamento, en R. Físichella (ed.), Catechismo
drid 1960,1083-1130. della Chiesa Cattolica. Testo integróle e commento teologico, Casale Monferrato 1993
30. Pío XII, Discorsi e radiomessaggi 19 (1958) 774. 1064-1066.
- L a tradición ju d ía extrabíblica, p o r otra parte, h a considerado co Si nos matáramos a nosotros mismos, seríamos culpables de que no na
m o un acto de heroísm o el trágico suicidio colectivo de los defensores ciera alguno que ha de ser instruido en las enseñanzas divinas y, hasta
en lo que de nuestra parte estaba, de que desapareciera el género hu
de la fortaleza de M asada, asediada p o r la tropas rom anas (a. 74 d.C.).
mano, con lo que también nosotros, de hacer eso, obraríamos de modo
contrario al designio de Dios24.
b) N uevo Testam ento
A lgunos Padres, com o Eusebio, Juan C risóstom o y A m brosio p ro
D e labios de Jesús escucham os algunas palabras realm ente provoca clam an bienaventuradas a las m ujeres cristianas que, durante la p erse
doras sobre el valor y el sentido de la vida: «Q uien quiera salvar la pro cución, arriesgaron su p ro p ia vida; san A g u stín p o r el contrario re
pia vida la perderá, pero quien la pierda por m í y p o r el evangelio la sal prueba tal com portam iento25, advirtiendo agudam ente que e l precepto
vará» (M e 8, 35). E s la paradoja de «odiar incluso la p ropia vida» (Le bíblico «N o m atarás» no añade «a tu prójim o», adición que se encuen
14,26) que apunta hacia la vida eterna (Jn 12,2 5 ) y, en fin, hacia la en tra en el precepto «N o darás falso testim onio contra tu prójim o». A sí,
trega a los am igos p or am or (Jn 15,13). Jesús m ism o entrega librem en los libros santos no ofrecen un solo pasaje en que se m ande o p erm ita
te la vida: es en esa entrega donde se m uestra su «poder» (Jn 1 0 ,17)21.
darse la m uerte a sí m ism o. E l contexto sugiere com o razón fundam en
Solam ente a esa luz de la entrega d e Jesús se com prenden las ex
tal la del am or que la persona se debe a sí m ism a y a los dem ás26.
presiones paulinas que reflejan el deseo de la m uerte, com o encuentro
- E l sínodo de A rlés (a. 452) condena el suicidio com o u n crim en,
personal con el Señor resucitado (2 C or 5, 8; Flp 1, 21.23-24)22.
m ientras que el concilio II de O rleans (a. 533) prohíbe recibir ofrendas
D e to d as form as, no parece conform e con el esp íritu de Jesús de
que los fieles presentan a la Iglesia por quienes se h an suicidado (c. 15).
N azaret y con la nueva vida de los cristianos la dram ática decisión de
- P o r lo que se refiere a la península ibérica, es preciso recordar
term in ar directa y v oluntariam ente la carrera de la v id a tem poral. La
que y a el concilio B racarense II (a. 563), situándose en la línea de los
fe cristiana co n fie sa que el dueño de la v ida hum an a es siem pre su
anteriores, com para el suicidio al robo y al «furor diabólico», y p ro h í
C reador, que es tam bién su térm in o y su destino final. E l signo de la
be dar sepultura eclesiástica a los suicidas (c. 16).
v id a h um ana no puede estar m arcado po r el egoísm o sino p o r el am or
- E l p ap a N icolás I (nov. 866), conocido tam bién p o r su condena de
y la disponibilidad a los herm anos23.
la tortura, prohíbe incluso ofrecer p o r los suicidas la eucaristía.
- E l Catecism o rom ano observa que a nadie le está perm itido q ui
tarse la pro p ia vida, pues nadie tiene sobre ella tal p o d er que le sea lí
4. E n la historia de la Iglesia
cito infligirse la m uerte p o r pro p ia decisión. A sí, en las palabras de la
Junto a una defensa bim ilenaria del valor de la vida hum ana, la Igle ley no se dice: «N o m atarás a otro», sino sim plem ente: «N o m atarás»27.
sia h a expresado tam bién de form a negativa ese m ism o aprecio, m ulti
plicando a m enudo las condenas contra quienes buscaban el suicidio. b) En la historia de la teología

Santo Tomás trata la cuestión del suicidio en el ám bito de la virtud


a) E n la Iglesia antigua
de la ju sticia. L as «dificultades» que aduce com o razones para legiti-
-Y a san Justino, en sus A pologías parece v erse obligado a defender
24. San Justino, Apología II, 3 ,3, en Padres apologetas griegos, Madrid 1979,265.
a los cristianos, acusados de com eter asesinatos y otras inm oralidades, 25. San Agustín, De civ. Dei 1,17-19. Judas habría muerto no sólo siendo reo de la
alegando que nun ca se m atan a sí m ism os. N i siquiera pretenden h a muerte de Cristo, sino también de la suya propia. Si uno no se puede matar en pena de
cerlo cuando los paganos lo desean p ara ser dejados en paz: su propio pecado, menos se puede matar siendo inocente (I, 17). La violencia y la libi
do ajena no hacen perder la honestidad (I, 18). Las mujeres cristianas no imitan el ejem
21. Sobre el sentido de ese poder o potestad de entregar su vida y recuperarla, cf. plo de Lucrecia, que violada por el hijo del rey Tarquinio, se suicidó, perpetrando así la
R. Schnackenburg, El evangelio según san Juan II, Barcelona 1980, 374-376. condena a muerte de una inocente (I, 19).
22. Cf. G. Ravasi, en Evangelio y vida 175 (1988) 16-18. 26. Cf. san Agustín, De civ. Dei 1,20: CCL 47,22.
23. Esta confesión de fe recorre las páginas de la Evangelium vitae. 27. R Martín (ed.), Catecismo romano, Madrid 1956, 789.
- E n la en c íclica E vangelium vitae, Juan Pablo II sitúa el suicidio Se h a form ulado siem pre u n a distinción entre el suicidio entendido
en el contexto d e la eutanasia. D e acuerdo con la tradición de la Igle objetivam ente y el grado de culpabilidad del suicida. E ste planteam ien
sia, lo califica com o m oralm ente inaceptable. Sin em bargo, situándo to tradicional h a sido recogido en p arte p o r el Catecism o d e la Iglesia
se en la línea de docum entos anteriores y recientes, la encíclica no de católica y tam bién por la encíclica Evangelium vitae, recién citada.
j a de co nsiderar algunas cautelas necesarias a la h o ra de ju z g a r la
responsabilidad personal de los suicidas:
a) M ora lid a d objetiva
Aunque determinados condicionamientos psicológicos, culturales y so
ciales puedan llevar a realizar un gesto que contradice tan radicalmen L a tradición cristiana afirm a la ilicitud m oral del suicidio, apoyán
te la inclinación innata de cada uno a la vida, atenuando o anulando la dose en diversos m otivos que se rem ontan a la filo so fía griega y que
responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo el punto de vista objetivo, es establecen una distinción entre el suicidio directo y el indirecto.
un acto gravemente inmoral, porque comporta el rechazo del amor a sí
mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad para con el 1. E l suicidio directo es generalm ente condenado p o r oponerse a
prójimo, para con las distintas comunidades de las que se forma parte y diversos valores y deberes m orales:
para la sociedad en general. En su realidad más profunda, constituye un
—con trad ice el recto am or que la p erso n a se debe a sí m ism a. E s
rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muer
decir, constituye u n desprecio de la vocación y u n a transg resió n del
te, proclamada así en la oración del antiguo sabio de Israel: «Tú tienes
el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar a las puertas del deber que atañe al ser hum ano de perfeccionar la im agen de D ios en sí
Hades y de allí subir» (Sab 16, 13; cf. Tob 13, 2)33. m ism o;
-a n iq u ila r la p ropia v id a contradice el derecho de D ios sobre la v i
Palabras m u y sem ejantes a éstas se encontraban y a en otros docu da del ser hum ano que él h a creado y h a querido (D t 32, 39; Sab 16,
m entos, y especialm ente en el dedicado por el V aticano a la eutanasia34. 13; R om 14, 7s);
E n consecuencia, la encíclica condena tam bién las acciones p o r las -y , p o r fin, con su m uerte el suicida sustrae a la com unidad, a la que
que se com parte la intención suicida de otro o se le ayuda a llevarla a pertenece y a la que se debe, un servicio que p odría y debería prestarle.
cabo. A l m ism o tiem po, hay que te n er en cuenta qu e la en cíclica no
2. E l suicidio indirecto h a sido considerado y ju zg ad o de acuerdo
considera com o suicidio la renuncia a los m edios extraordinarios o
con el principio del «doble efecto». Según este, p o d ría considerarse lí
desproporcionados para la conservación de la vida, venga tal renuncia
cito en casos lím ite en los que los bienes previsibles ju stific a n la rea
p o r p arte de u n enferm o cuanto p o r p arte de quienes están obligados
lización de u n a acción - u o m is ió n - que p reten d e u n fin bueno y que
a prestarle asistencia sanitaria.
ocasiona tam bién el fin de la m uerte, sin que exista entre am bos un n e
Pero sobre estos particulares h ab rá que volver a p ro p ó sito del es
xo de causalidad.
tudio de la eutanasia.
E special atención m erecieron siem pre a los teólogos los p reten d i
dos «suicidios» de los santos, com o el de la m ártir santa A polonia. E l
razonam iento ético tradicional solía ju stifica rlo s generalm ente, m e
5. Para una valoración ética diante u n planteam iento excesivam ente nom inalista, en cuanto que h a
brían sido queridos y «ordenados» directam ente p o r D ios. L a teología
E n m uchos ám bitos de la teología m oral, así com o de la ética ra m oral actual preferiría co nsiderarlos en el m arco de u n conflicto de
cional se establece una distinción entre la acción en sí m ism a, en cuan
valores. A u n aceptada la prim acía del valor de la vida, en algunas oca-
to conform e o disconform e con los valores éticos, y la responsabilidad
concreta de la p ersona que la realiza o la omite. efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor.
Además el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la
33. Juan Pablo II, Evangelium vitae (25.3.1995), 66. natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia
34. En este sentido, véase Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Jura el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces in
etbona (5.5.1980)1,3: AAS 72 (1980) 545: «La muerte voluntaria, o sea, el suicidio, es tervengan, como se sabe, factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la res
por consiguiente tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye, en ponsabilidad».
siones, ese orden podría estar m ás o m enos oscurecido p o r el am bien C om o advertencia pastoral, será oportuno recordar con el C atecis
te socio-religioso, las circunstancias o la apreciación personal. E l ju i mo que la com unidad pu ed e y debe ofrecer oraciones p o r las personas
cio ético actual preferiría, en consecuencia, considerar el significado que h an decidido ir voluntariam ente al encuentro de la m uerte39.
que cada u n o de tales actos im plica.
D e todas form as, resulta interesante constatar la distinción que, a
propósito de la virtu d de la caridad, establece santo Tom ás de A quino. 6. A lgunas preguntas actuales
P ara él, « a to d o hom bre incum be el cuidado del propio cuerpo, pero
no a todos el cuidado de la salvación del prójim o, si no es en caso de El tem a del suicidio, que parecía prácticam ente cerrado, sigue sus
grave necesidad. Por eso no es exigencia necesaria de la caridad que el citando tantos interrogantes a la reflexión teológico-m oral com o tan
hom bre ex p o n ga su cuerpo p o r salvar al prójim o , a no ser en el caso tos otros d e los que son considerados p o r los m o d ern o s tratad o s de
que tenga obligación de m irar p o r su salvación. Q ue, con todo, uno se bioética. H e aquí tan sólo algunas referencias elem entales.
ofrezca a ello espontáneam ente, es de perfección de la caridad»35.

a) F undam entación de la argum entación


b ) R esponsabilidad y culpabilidad
T radicionalm ente se v en ía fundam entando el ju ic io sobre el suici
Ya el planteam iento tradicional estaba dispuesto a adm itir que «la dio en la afirm ació n del derecho de D ios sobre la v id a del hom bre.
contradicción objetivam ente grave con el orden m oral que entraña el D ios sería su señor absoluto, m ientras que el ser h u m an o sería so la
suicidio puede en caso particular, por falta de im putabilidad, no ser en m ente u n adm inistrador de la vida, que h ab ría recib id o a la v ez com o
teram ente o no ser en absoluto culpa en el suicida»36. don gratuito y com o responsabilidad ética.
A m edida que los estudios psicológicos profundizan en el com por A nte ese planteam iento, cabe, sin em bargo, h ac er algunas o b ser
tam iento y la polivalente m otivación del suicida, se fortalece aquella vaciones que pretenden cu estio n ar la validez de sus argum entos p ara
opinión. E n m uchos casos el suicida es la ú ltim a p ieza de u n a com pli un m undo secularizado.
cada m áquina. Se diría que el m ecanism o se ha sofisticado de tal m o
do que los asesinos han encontrado la fo rm a de lo g rar sus propósitos No obstante, el argumento de la soberanía de Dios, que parece tan con
vincente y definitivo, si se lo analiza más a fondo aparece de hecho pro
no sólo haciendo desaparecer el arm a, sino tam bién al hom icida y has
blemático para fundar un juicio apodícticamente negativo sobre el suici
ta los m otivos últim os de la occisión. E l presunto agente de la m uerte
dio. Según B. Schüller, cuando se argumenta Dios es el dueño de la vida
es m ás b ie n u n a víctim a37. y de la muerte, por tanto no el hombre, se habla de Dios y del hombre en
Por otra parte, y para continuar con esta últim a reflexión, sería pre términos unívocos y no análogos, con la consecuencia de que, sin darse
ciso considerar en m uchos casos no sólo la lib ertad in terio r del sui cuenta, se concibe a Dios como un soberano humano... Pero la gramá
cida, con frecuencia dism inuida e incluso ánulada, sino tam bién las tica teológica prohíbe sacar de ningún predicado de Dios conclusiones
eventuales presiones exteriores que padece. D icha presión, que se con directas acerca del comportamiento del hombre... La soberanía de Dios
vierte en un m odo inhum ano de coacción, se h a d escubierto en algu es, pues, sólo una instancia dirigida a la responsabilidad del hombre. Por
nos casos de huelga de ham bre, en que los «pacientes» eran obligados tanto habrá que concluir que el problema ético no consiste en definir el
a m antenerla con el fin de llevar a cabo un chantaje político38. suicidio como «malum in se», sino más bien en tomar conciencia del he
cho de que el hombre, suscitado como ser creado y libre por Dios, debe
35. S. Th. II-II, 26, 5, ad. 3. Cf. también Deperf. vitae. spir. 14; De virtut. 2, 9. administrar responsablemente el bien «vida» puesto en sus manos40.
36. K. Hórmann, Diccionario de moral cristiana, Barcelona 1977, 1246.
37. Cf. H. Henseler, Psicología del suicidio: Concilium 199 (1985) 339-348. 39. Cf. D. Power, Las exequias por un suicida y su desarrollo litúrgico: Concilium
38. Para un tratamiento más extenso del tema de la huelga de hambre, cf. E. López 199 (1985)401-410. Se puede recordar que el 7.5.1998 se celebraba en la iglesia de San
Azpitarte, Ética y vida, 214-216; Id., Aspectos éticos de la huelga de hambre: Proyec ta Ana el primer funeral de la historia del Vaticano por una persona que se ha suicidado,
ción 37 (1990) 147-152; M. Cuyas, Un atipico sciopero della fam e in Spagna: KOS 7 en este caso por Cedric Tomay, sargento mayor de la Guardia suiza.
(1991) 28-36; Id., Sciopero della fam e, en NDB 1068-1069; C. Simón, Huelga de ham 40. G. Pellizzaro, Suicidio, en NDTM, 1743; la referencia a B. Schüller remite a su
bre, en DB 427-430. obra La fondazione dei giudizi morali, Assisi 1975, 171s.
L os argum entos tradicionales h ab ían llegado a adm itir la posibili -su ic id io s agresivos, realizados con diversas connotaciones que
dad de la ausencia de culpa m oral subjetiva po r p arte del suicida. Sin nos rem iten al crim en, a la venganza o al chantaje;
em bargo, teniendo en cuenta los estudios socio-psicológicos m ás re -su ic id io s oblativos, que se m an ifiestan en el sacrificio de la p e r
cientes, n o faltan m oralistas, com o D aniel M aguire, que se preguntan sona p o r su pueblo, o en la huelga de ham bre p ara reivindicar u n a cau
incluso p o r la p osib ilid ad de seguir hablando de la gravedad objetiva sa justa;
del suicidio41. -su ic id io s lúdicos, com o las antiguas ordalías, el ju e g o y m uchas
E l problem a se plantea hoy con u n a agudeza especial en el caso de form as de com petición «deportiva»43.
las personas que viven una vida con un nivel ínfim o de calidad y que M uchos de estos tipos de «suicidio» p o drían ser considerados co
consideran adecuado p o n er térm ino a su dependencia y sufrim ientos m o estrategias institucionalizadas de poder y dependencia, em pleadas
(suicidio) o p e d ir a otros que les ayuden a llevar a cabo tal propósito po r el individuo p ara escapar a sus propios m iedos y, sobre todo, a su
(eutanasia). E n u n a cultura secular, en la que la m uerte ha pasado a ser sensación de inseguridad personal.
considerada a la luz del principio de la autonom ía personal, p arece di L a teología m oral, com o cualquier reflexión ética p o r otra parte, no
fícil negarles ese derecho. deja de preguntarse si en este cam po - y en todos los d e m á s- el ju icio
P ara m uchas religiones, el suicidio es inaceptable, puesto que la vi ético no habrá de tener en cuenta no sólo la acción m ism a, sino tam bién
da es un don de D ios, del que los hom bres no pueden disponer. «El pro su significado, el aspecto m aterial y el aspecto form al, por utilizar la
blem a del suicidio y la eutanasia no se plantea en esos casos, sino en el term inología de los autores clásicos, o, si se prefiere, los valores im pli
de aquellas personas que, o bien carecen de esas creencias religiosas, o cados en la acción o en la om isión, com o se diría m odernam ente.
bien las tienen, pero consideran que en el hom bre, de hecho, el don di A la lu z de las ciencias hum anas, p ero tam b ién ante la co n sid era
vino no es nunca sólo la vida, sino la vida hum ana o racional, m otivo ción de los valores im plicados, m uchos se preguntan si algunos suici
p o r el que no atenta contra D ios quien dispone racionalm ente de ella. dios no p o d rían sig n ificar u n a decisión responsable y radical, que no
En am bos casos parece difícil negar a las personas el derecho a dispo entrañaría u n desprecio de la vida, sino u n a defensa de la m ism a v id a
ner de su vida, y aun a p edir a los dem ás que les ayuden a tal efecto»42. com o v alo r fundam ental. Se suele citar com o ejem plo el suicidio de
Jan Palach, ante la invasión de P raga p o r los tanques soviéticos. Puede
b) E l suicidio y su sentido haber suicidios p o r amor.

Evidentemente no se puede deducir de la fe la absoluta irracionalidad


D e hecho, el suicidio es un acto hum ano, com plejo y polivalente.
de un comportamiento vivido como deseo de liberación para los otros y
Com o en tantas otras ocasiones, su calificación m oral objetiva habrá de como afirmación de la propia fe en el bien44.
depender de su significado concreto en la v ida de la persona y en su
propia cosm ovisión. N o se trata de establecer la prim acía de lo subjeti
vo, sino tan sólo de reconocer la m ism a diversidad form al de u n idén c) Suicidio y eutanasia
tico acto m aterial.
Com o y a se h a indicado en las referencias a la doctrina de la Iglesia,
A este respecto, es interesante el intento de clasificación del suici
el tem a del suicidio crea hoy otra serie de preguntas inesquivables cuan
dio en cuatro categorías de significado, tal com o h a sido esbozado es
do se trata de considerar la decisión libre y responsable de un enferm o
bozado p o r J. B aechler. Según él se p odría hablar de distintos tipos de
suicidio: de reducir su «cantidad de vida» para conservar su «calidad de vida».
-su ic id io s escapistas, com o los que encontram os en 1a huida, el
43. J. Baechler, Suicides, Oxford 1979. Cf. también G. Deshaies, Psychologie du
duelo o las diversas form as de castigo; suicide, París 1947; E. S. Shneidman, Suicidio II. Aspectos psicológicos 1, en Enciclo
pedia internacional de las ciencias sociales 10, 200-204; N. L. Farberow, Suicidio III.
41. Cf. J. L. Barbero, Conflicto entre vida y libertad, Madrid 1985. Cf. A. Pieper, Aspectos psicológicos 2, en ibid. 10,204-209.
Argumentos éticos en favor de la licitud del suicidio: Concilium 199 (1985) 363-374, 44. G. Pellizzaro, Suicidio, 1744. Cf. P. Baudry, Nuevos datos sobre el suicidio:
42. D. Gracia, Historia de la eutanasia, en J. Gafo (ed.), La eutanasia y el arte de Concilium 199 (1985) 315-337 y Sociología del suicidio a partir de Durkheim a nues
morir, Madrid 1990, 30. tros días: Concilium 199 (1985) 327-337.
P ara algunos la negación de la licitu d del suicidio asistido no h a 15
ría sino m in ar el principio bioético de la autonom ía. A hora bien, com o
h a escrito J. P. Safranek, los defensores del suicidio asistido que fun LA TORTURA
dam entan sus argum entos sobre el principio de autonom ía caen en un
e rro r d ifícil de solucionar. E n au sen cia de u n a teo ría m ás sustantiva
y o n tológica del b ien o del m al, el concepto de au tonom ía no puede
se rv ir de elem en to d e d iscern im ien to entre aquellas acciones que se
deberían perm itir y aquellas que h abría que prohibir. Im poner un a p ar
ticu lar teo ría del bien, y a fuera la de la lib ertad individual o la de la
santidad de la vida, violentaría la autonom ía de los que no com parten
esa teoría45. Bibliografía: Amnistía internacional, Tortura, Madrid 1984; F. J. Elizari, Pra
H abitualm ente el ju icio sobre tal decisión de poner fin a la propia xis cristiana II, Madrid 1981,127-130; M. Gómez Ríos, La tortura: Moralia 1
vida, sin ayuda o contando con la colaboración del personal sanitario, (1970) 80-87; H. C. Lea, L’ingiustizia della giustizia. Storia delle torture e de-
lle violenze legali in Europa, La Spezia 1989; T. Mifsud, Moral de discerni
d ebería in clu ir asim ism o un a reflex ió n acerca de los m edios p ro p o r
miento II. El respeto por la vida humana, Santiago de Chile 1987, 362-397; A.
cionados y desproporcionados que se han de em plear o que se pueden
Mullor, La tortura, Barcelona 1964; H. Radtke, La tortura, instrumento ilegal
om itir en el tratam iento del paciente con el fin de no violentar su dig del poder: Concilium 140 (1978) 647-661; G. Trentin, Tortura, enNDB 1176-
nidad personal. 1179; J. Vialatoux, La represión y la tortura, Bilbao 1965.
Sin em bargo, la cuestión es m ucho m ás profunda cuando se afron
ta con absoluta seriedad la pregunta sobre la m uerte digna. E l derecho
C reíam os que la to rtu ra p ertenecía a otros tiem pos y que, al igual
a vivir ¿significa siem pre y en cualquier circunstancia la obligación de
seguir viviendo? Y en caso de que se diera una respuesta negativa, ¿ha que la esclavitúd o la guerra, podía pasar a convertirse en una p ieza p a
ra el m useo de los horrores de la hum anidad. Sin em bargo, no sólo p er
brá de preferirse el principio de autonom ía al principio de beneficencia
vive m ás o m enos cam uflada en diversos países, sino que incluso se le
o de ju sticia? Y en cualquier caso, ¿p o r qué la retirada de los m edios
ha conferido con frecuencia u n estatuto de legitim idad en nom bre de la
desproporcionados, generalm ente aprobada po r todos, no equivale a un
«razón de Estado», tan pretendidam ente m ajestuosa com o prostituida.
suicidio socialm ente adm itido?
D e ahí que u n a y o tra v ez sea necesario v olver a articular u n a re
Pero todas estas preguntas, que adquieren ardiente actualidad, por
flexión ética sobre la preten d id a legitim idad de la tortura, sus fines,
ejem plo en los casos de la huelga de ham bre y d e la aplicación de la
sus m edios y sus circunstancias.
eutanasia, rebasan ya los lím ites de este tem a y habrán de ser retom a
das en el m arco del tratam iento de la eutanasia46.

1. P recisiones iniciales

D e todos es conocida la irónica frase de Voltaire: «D ícese con fre


cu en cia que la to rtu ra era el m edio de salvar al culpable robusto y de
p erd er al inocente d ébil»'. U n clásico escrito d e J. V ialatoux nos ofre
ce u n a presentación p relim in ar al decir que « torturar es causar dolores
en el paciente porque son dolorosos, cau sar sensaciones que no sólo
45. Cf. J. P. Safranek, Autonomy andAssisted Suicide: HastingsCRep 28/4 (1998)
n o trata de anestesiar el agente, sino que quiere provocar en el pacien
30-36. te precisam ente porque son dolores».
46. Cf. M. C. Kaveny, Assisted Suicide, the Supreme Court, and the Constitutive
Function o f the Law: HastingsCRep 5 (1997) 29-34; C. A. Viano, II suicidio assistito di 1. Diccionario filosófico II, Madrid 1995, 595; cf. S.G. Riley, Storia della tortura,
fronte alia Corte Suprema degli Stati Uniti: Bioética. Rivista Interdisciplinare 5 (1997) Milano 1999; F. Sironi, Persecutori e vittime, Milano 2001; C. Bresciani, Tortura, en
360-371. EBS 1702-1706.
E sta d escripción tan am plia es p recisad a p o r el m ism o autor dis ción ofrecida p o r el D iccionario Unesco de ciencias sociales: « L a tor
tinguiendo tres especies de tortura, de acuerdo con las finalidades p er tura es el procedim iento o conjunto de procedim ientos que, m anejados
seguidas: por u n a o m ás personas, provocan daño físico o m oral a u n tercero»5.
a) H acer sufrir a otro p ara g ozar un o m ism o de tal sufrim iento por
cólera, ven g an za o sadism o, es decir, p asión de odio.
b) H acer sufrir a otro p ara castigarlo, com o m edio necesario de de 2. A lg u n o s datos históricos
fensa social represiva o com o m edio de adiestram iento.
c) H acer sufrir a otro con el fin de privarle de aquella posesió n de E n las culturas antiguas se utilizaba con frecuencia la tortura com o
sí y aquella libertad interior que fo rm a parte de la esencia m ism a de la castigo o com o m edio de investigación para obtener inform ación. Con
persona y de su integridad, con el fin de «acabar» con la resistencia de el fin de aclarar la v erdad sobre un delito estaba tam b ién instituciona
su voluntad interna y personal, o p ara arrancar al individuo u n a confe lizad a la p ráctica de las ordalías o «juicios de D ios», así com o del
sión o unos datos secretos, que a su vez pueden utilizarse p ara u n fin «com bate ju d ic ia l» 6. Si el prim er procedim iento resp o n d e a so cied a
ulterior2. des dom inadas p o r concepciones m ísticas, el segundo prevalece en
D e todas form as, es preciso apelar a la autoridad de la ONU, según m om entos en que aum enta el realism o social.
la cual, «se entenderá p o r tortura todo acto por el cual un funcionario
público, u otra p ersona a instigación suya, inflija intencionadam ente a a) G recia y la R om a republicana prohibían la to rtu ra p ara los ciu
u n a perso n a p enas o sufrim ientos graves, ya sean físicos o m entales, dadanos libres. Sin em bargo, la aplicaron co rrientem ente a los escla
con el fin de obtener de ella o de u n tercero inform ación o u n a confe vos, puesto que, cuando de ellos se trataba, no v alía solam ente em itir
sión, de castigarla po r un acto que haya com etido, o de intim idar a la el ju ram en to p ara convalidar sus declaraciones. D e to d as form as, a to
p ersona o a otros»3. dos los ciudadanos, tanto libres com o esclavos, aplicaron la to rtu ra las
E sta d efin ició n resulta excesivam ente restrin g id a si se tiene en tiranías helenísticas y tam bién las leyes rom anas de la época im perial,
cuenta la alusión a los funcionarios. D e hecho en el m undo de la m e que vendrían a ser condensadas en los títulos «D e quaestionibus», del
dicina se h a adoptado u n a definición m ás am plia: D igesto (48, 18) y del C odex (IX , 41).
Para los efectos de esta Declaración, se define como tortura el sufri
b) C on las invasiones de los pueblos germ ánicos, que todavía con
miento físico o mental infligido en forma deliberada, sistemática o ca
prichosa, por una o más personas, actuando sola o bajo las órdenes de tinuaban usando el m étodo de las ordalías, decreció el u so de la to rtu
cualquier autoridad, con el fin de forzar a otra persona a dar informa ra, si b ien es cierto q ue la adm itían generalm ente en el trato c o n los es
ciones, a hacerla confesar o por cualquier otra razón4. clavos y ocasionalm ente la aplicaban incluso a los ciu d ad an o s libres.
P or lo que se refiere a la península ibérica, la L ey d e los visigodos
D e acuerdo con esta definición, tam bién p od ría hablarse de to rtu o Código de E urico (466-484) contiene en su libro IV to d a u n a regla
ra cuando se contem plan los secuestros organizados p o r g rupos terro m entación de la «inquisición» o investigación sobre los crím enes. Se
ristas que se arrogan cierta «autoridad» p ara tutelar los derechos de un gún el Código, si el dem andante no puede p ro b ar d e o tro m odo, pu e
grupo social. Pero con m ás razón aún se podrían considerar tales pro de solicitar al ju e z que torture a su adversario, pero a condición de que
cedim ientos com o un m edio de to r te a , si se tiene en cuenta la d efin i su dem an d a sea enviada secretam ente. D e lo contrario, la confesión
obtenida no tendría fuerza p robatoria, puesto que el acusado sabría lo
2. Cf. J. Vialatoux, La represión y la tortura, Bilbao 1965,42-43.
3. Asamblea general de la ONU, Declaración (9.12.1975), art. 1, 1. Esa definición 5. A. Álvarez Villar, Tortura, en Diccionario Unesco de ciencias sociales IV, Ma
es recogida en la Convención de las Naciones Unidas contra la tortura y otros tratos o pe drid 1988, 2246.
nas crueles, inhumanos o degradantes. Para informaciones sobre la situación de la tortu 6. Este combate o «lid» se encuentra legislado en las Partidas de Alfonso X el Sabio
ra en el mundo ver el informe E/CN.4/1998/SR.28, así como el E/CN.4/1998/ SR.29 y (VII). El mismo Voltaire, en el lugar citado, afirma que «es tan absurdo dar tormento pa
también el E/CN.4/1998/SR.56 (publicado el 13.1.1999) del Consejo económico y social ra averiguar un crimen, como fueron absurdos los juicios de Dios, porque muchas veces
de las Naciones Unidas. el culpable quedaba vencedor y muchas veces el culpable vigoroso y terco resistía el tor
4. Asamblea médica mundial, Declaración de Tokyo (octubre 1975), 29. mento, mientras que el inocente y débil sucumbían en aquel caso y en éste» (p. 596).
que se le reprocha. Si sale airoso de la tortura, el acusador se converti lu g ar se refiere a la tortura, n i a propósito de caso s lícitos de flagela
rá en su esclavo7. ción, com o parecía requerir el asunto12.

c) El estudio del derecho rom ano, a p artir del siglo X II, y la refor e) Se suele citar el decreto A d abolendam , dictado p o r el p ap a L u
zada autoridad de los E stados reintroducirían el em pleo de la tortura. ciano III (1184), com o el com ienzo de u n p ro ceso inquisitorial que
L o m oderno era aceptar el D igesto , frecuentem ente invocado com o ra- aplica desde el prim er m om ento la pena de fuego a los herejes. L a b u
tio scripta. E n consecuencia, aceptan la tortu ra Federico II de Sicilia, la A d extirpando, publicada p o r Inocencio IV en 1252 acoge la legis
L uis IX de F rancia y A lfonso X de C astilla y León. E ste últim o seña lación penal del em perador Federico II ante el progreso del catarism o
la que la fin alid ad del torm ento consiste precisam ente en «escudriñar y organiza la «Inquisitio h aereticae pravitatis». Se p reg u n ta enfática
y saber la v erdad de los m alos hechos que se hacen encubiertam ente, m ente la b u la que si la to rtu ra se aplica a los ladrones de bienes m ate
que no pueden ser sabidos ni probados p o r otra m anera, y tienen m uy riales y a los asesinos, ¿por q ué no p odría ser ap licad a a los ladrones
gran provecho p ara cum plirse la ju sticia» , con lo cual dictam in a que y asesinos del alm a que son los herejes? L a b u la m arca ciertam ente al
«los sabios antiguos hacían bien tortu ran d o a los hom bres p ara saber gunos lím ites:
la verdad»8.
(El juez) debe obtener de todos los herejes que ha capturado una con
d) Toda la histo ria de los siglos X I y X II está llena de relatos de fesión por la tortura sin dañar el cuerpo o causar peligro de muerte,
castigos durísim os contra los herejes y sospechosos de crím enes, p e pues son en verdad, ladrones y asesinos de almas y apóstatas... Deben
ro no aparece aún el uso de la tortura. confesar sus errores y acusar a otros herejes que conozcan, a sus cóm
plices, encubridores, correligionarios y defensores, de igual manera que
D e hecho la tortu ra de los herejes es contraria a la tradición canó
se obliga a los granujas y ladrones de bienes mundanos a delatar a sus
nica. E n el procedim iento ju d ic ia l se pien sa que vale m ás la palabra
cómplices y cpnfesar los males que han perpetrado13.
que el látigo, com o había escrito L actancio: «Verbis m elius quam ver-
beribus»9. G raciano, el m ayor canonista de la E dad m edia, prohíbe la
El terreno estaba preparado y a en toda E uropa. E s preciso tener en
to rtu ra con estos incisivos térm inos: «E n tales casos, la confesión no
cuenta que tam bién la Iglesia griega perseguía a los m aniqueos, aun
debe ser forzada, sino m ás b ien m anifestada espontáneam ente. Pues es
h asta la degollación, aunque en B izancio n o existiera algo sem ejante
detestable ju z g a r a alguien sobre la b ase de una so specha o m ediante
al llam ado «brazo secular» que se encuentra en la cristiandad latina.
una confesión forzada»10.
E n ese am biente no es de ex trañ ar que el m ism o santo Tom ás de
Santo Tom ás, que escribe durante el reinado de san Luis, es decir,
A q u in o co m p arara ló g icam en te a los h ere jes co n lo s falsificad o re s
en la época en que com ienza a establecerse la tortura, va co n u n cier
de m oneda. E s m ás, en su opinión, aquéllos resultaban m ás nocivos
to retraso respecto a los canonistas de su tiem po, puesto que, de acuer
que éstos, puesto que falsificab an bienes espirituales, y en consecuen
do con to d a la reflexió n m oral de su tiem po, adm ite y recom ienda el
cia p odían ser reprim idos con m ayor razón y m ejo r títu lo 14.
ajusticiam iento de los herejes11. Es cierto, sin em bargo que en ningún
f) D urante la b aja E dad m ed ia y el R enacim iento el p anoram a de
7. Cf. G. Martínez Diez, Valoración histórico-cristiana de la tortura judicial: Misc-
Com 42 (1964) 5-42; A. Reyes, La confesión y la tortura en la historia de la Iglesia: Rev- los estados europeos es b astan te som brío p o r lo que resp ecta al uso de
EspDerCan 24 (1968) 595-624. Cf. el elenco de castigos que ofrece san Isidoro, citan
do a M. T. Cicerón: Etym. V, 27. 12. S. Th. II-II, 65,1 y 2.
8. Código de las Siete Partidas, VII, tit. 30. 13. «Teneatur potestas haereticos... cogere citra membri diminutionem et mortis
9. «Confessio ergo in talibus non extorquen debet, sed potius sponte profateri. Pes- periculum, tanquam vere latrones et homicidas animarum... errores suos expresse fate-
simum est enim de suspicione aut extorta confessione quemquam judicare»: De divinis ri»: BullTaur III, 552-558. Un buen resumen de los argumentos históricos a favor y en
institutionibus V 20. contra de la tortura y, en general, de los castigos corporales, puede ver en B. M. Leiser,
10. Causa V, quest. 5, c. 4 y causa XX, q. 2. Para más información cf. G. Martínez, Corporal Punishment, en EAE 1, 645-652.
Valoración histórico-critica de la tortura judicial: MiscCom 42 (1964) 5-42; F. J. Con- 14. S. Th. II-II, 11,2. Ya la Summa de Azo (ca. 1210) la definía como «la inquisi
nell, The Use o f Torture to Extort Confessions: American Ecclesiastical Review 155 ción de la verdad por el tormento», y en el mismo siglo, el anónimo autor del Tractatus
(1966) 60-62. de tormentis (1263-1268) se refiere a la «inquisición que se hace para obtener la verdad
11. S. Th. II-II, 11,3. por el tormento y el sufrimiento del cuerpo».
la tortura. D e hecho, en el Im perio la sanciona la O rdenanza de Bam -
E n otros espacios sociales y políticos, nos encontram os la tortura en
berg (1507) y la Constitutio crim inalis Carolina, prom ulgada en 1532
E scocia y en las repúblicas italianas. E n este últim o escenario, N icolás
p o r C arlos V.
M aquiavelo es un a víctim a notable. C om o se sabe, en febrero de 1513
D urante el m ando de Calvino, tanto la inquisición, com o la tortura
este es encarcelado y torturado, acusado de form ar parte de u n a fraca
y la pena de m uerte se institucionalizan con pleno derecho en Ginebra.
sada conjura antim edicea. Tras pagar u na m ulta, queda en libertad p o r
Según C alvino, el Estado ideal es aquél en el que hay una libertad du falta de pruebas y vuelve a la relativa paz de su destierro. A provecha el
radera, bien m oderada p o r u n gobierno aristocrático, o, m ejo r aún, p o r
tiem po p ara escribir E l p rín cip e. Lo term ina en la navidad de 1513 y lo
u n a sola persona. E se gobierno m onárquico puede ser el m ás desagra
dedica, sorprendentem ente, a Lorenzo de M edici20.
dable p ara los hom bres, pero parece ser el preferido p o r la E scritura15.
L os reyes y m agistrados, verdaderos m inistros y vicarios de D ios, g) Ya desde el siglo X III se encuentran autores, com o A lberto de
han de cuidar no solam ente del gobierno m aterial, sino tam bién de los G andino y G uido de S uzzara, que expresan sus objeciones co n tra los
asuntos del espíritu. Su celo es razonable cuando se pone al servicio y excesos en el em pleo de la tortura. D esde el siglo X V I la institución de
en defensa de la v erdadera fe: «D ios no m anda m antener ta n estrecha la to rtu ra v a desprestigiándose cada v ez m ás. E s significativo el libro
m ente cualquier religión, sea la que sea, sino aquélla que él h a o rde de C esare B eccaria, D ei delitti e d e lle p e n e (L ivom o, 1764), en el que
nado con su p ropia b o ca» 16. volvem os a encontrar el p ensam iento de V oltaire: la to rtu ra d eb e ser
E sta d o ctrin a ju stific a ría el g obierno tiránico del m ism o C alvino abolida, puesto que tan sólo «es un m edio seguro p ara absolver a los
sobre G inebra a p artir de 1541. L as torturas y las condenas a m uerte, crim inales robustos y cond en ar a los inocentes débiles»21.
a causa de denuncias po r p resunta herejía, fueron n um erosas a p artir A p artir del siglo X V III la van aboliendo p au latin am en te los d i
de 1546 hasta culm inar con el ju ic io y la quem a del español M iguel versos estados europeos. E n F rancia este p aso es incluso anterior a la
Servet en 1553. Todavía después de su m uerte, Calvino se v io obliga revolución. E n efecto, y a el rey L uis X V I había abolido la inquisición
do a publicar una declaración en la que reafirm ab a la licitud de la con prep arato ria y p rev ia p o r m ed io de los edictos d el 24 d e agosto de
dena de S ervet p o r h ereje17. 1780 y del 1 de m ayo de 1788.
Se pod ría d ecir que esta «teocracia» de C alvino es una actitud es E n E spaña, la Inquisición, en cuanto institución, es suprim ida en
trictam ente perso n al, que desapareció al m o rir este reform ador. Según 1808 p o r el rey José B onaparte, aunque aún h ab ría de seguir u n largo
se ha podido afirm ar, «el calvinism o en cuanto tal es m ucho m ás d e cam ino. Sería abolida p o r las C ortes de C ádiz (1812), restablecida de
m ocrático que el luteranism o»18. Sin em bargo, calvinistas concienzu nuevo p o r Fernando V II (1814), y tras algunos titubeos, vendría a ser
dos com o A lthusio, aun adm itiendo que la soberanía reside en el p ue ab o lid a definitivam ente el 15 de ju lio de 1834. E ntre tanto, el año
blo, se vieron forzados a n egar la lib ertad relig io sa y afirm a r que el 1821 h ab ía sido y a abolida la Inquisición en el reino de Portugal.
E stado debe ser e l p rom otor de la religión y h a d e expulsar d e su seno
a los ateos e incrédulos19.
L a to rtu ra se encuentra institucionalizada en los reinos de España, 3. E l pen sa m ien to cristiano
aunque es cierto que las C ortes protestan contra ella en 1592. E n con
secuencia, tam bién la encontram os en los Países B ajos, instituida p o r a) E n la antigüedad
las ordenanzas del D uque de A lba de 5 y 9 de ju lio de 1570.
1. Tertuliano declara com o indigna de un ju e z cristiano la aplica
15. J. Calvino, Institución cristiana, 4, 20, 7 y 8. ción de torm entos22. P ara L actancio, al que y a hem os citado m ás arri-
16. A. Baudrillart, Calvinisme, en DThC 2, 1417-1418.
17. «Déclaration pour maintenir la vraie foi... contre les erreurs détestables de Mi-
20. Cf. A. Martínez Arancón, Estudio preliminar, en N. Maquiavelo, El príncipe,
chel Servet, Espagnol, oú il est montré qu’il est licite de punir les hérétiques et qu’á bon
Barcelona 1993, XII, y bibliografía allí citada
droit ce meschant a esté persécuté par justice en la ville de Genéve»: A. Baudrillart, Cal
21. C. Beccaria, De los delitos y las penas XII, De la tortura, ed. F. Tomás y Va
vin, en DThC 2, 1388-1389.
liente, Barcelona 1984, 61.
18. J. L. L. Aranguren, El protestantismo y la moral, Madrid 1954, 210.
22. D e corona, 11; De idololatria, 17. Cf. F. Compagnoni, Pena de muerte y tor
19. Cf. N. Abbagnano, Historia de la filosofía 2, Barcelona 1973, 49.
tura en la tradición católica: Concilium 140 (1978) 689-706. Número monográfico.
ba, la tortu ra resu lta condenable porque tiende a derram ar sangre y en c) E n la época m oderna
consecuencia h a de ser rechazada al igual que la p en a de m u erte y el
servicio m ilitar23. S on célebres, po r o tra p arte, los escritos d e los je su ita s Friedrich
2. San A gustín, en u n texto m em orable que no estaría d e m ás re von Spee, A dam Tanner y P aul Laym ann, que en el siglo X V II denun
leer de vez en cuando, nos ofrece la m ás antigua p ro testa m oral con ciaron las torturas p or «brujería». El segundo de ellos escribe con un a
tra la tortura: lógica que anticipa tiem pos de abolición: «U na de dos, o los acusados
son hechiceros o no lo son. Si no lo son no p u ed en ten er cóm plices. Si
.. .para descubrir la verdad se ven precisados con frecuencia a torturar a lo son, son capaces de cualquier calum nia, y sus denuncias no tienen
testigos inocentes, respecto a una causa que les es extraña. Pero ¿qué
valor alguno. E n un a u otra hipótesis, ¿no es injusta la tortura?».
ocurre cuando un hombre es sometido a tortura por un asunto personal?
A p a rtir de entonces, las p rotestas contra la to rtu ra se h acen cada
Se quiere saber si es culpable, y se le tortura por ello, y siendo inocen
v ez m ás frecuentes. E ntre los m oralistas no se h ab ía logrado todavía
te sufre una pena bien cierta por un crimen incierto; no porque se des
cubra que es culpable, sino porque se ignora si es culpable.. .24. un a m ín im a unanim idad. San A lfonso M aría de L ig o rio ( f 1787), se
plantea todavía las condiciones que han de recu rrir p ara la licitud de la
tortura judicial, señalando las siguientes: indicios de que el acusado ha
b) E n la E d a d m edia com etido el delito; que previam ente se hayan intentado otros recursos
p ara averiguar la verdad de los hechos; que la p ráctica de la to rtu ra
A m ediados del siglo IX se rem o n ta u n docum ento d el m agisterio cuente co n determ inados lím ites de hum anidad; y, finalm ente, que se
de la Iglesia, qu e resu lta m uy significativo y h a sido m uchas veces suprim a cuando el crim en haya sido probado27.
evocado en este contexto. A la representación que le había enviado el
rey B oris de los B úlgaros (866), responde el pap a N icolás I: \

Sé que después de haber detenido a un ladrón, lo exasperáis con torturas 4. D octrina reciente d e la Iglesia
hasta que confiesa; pero ninguna ley divina ni humana puede permitir
lo; la confesión ha de ser espontánea y no arrancada por la fuerza. Si de E s preciso confesar que tam bién en éste, com o en otros tem as re
tales tormentos no sale prueba alguna, ¿no enrojecéis de vergüenza?, ¿no lativos a la defensa de la v id a y dignidad hum anas, la doctrina oficial
reconocéis la iniquidad de vuestro procedimiento? Si, falto de fuerza pa de la Ig lesia h a sido con frecuencia dem asiado d eu d o ra del p en sa
ra resistir la tortura, el paciente se confiesa culpable sin serlo, ¿quién co m iento adm itido en cada m o m en to histórico. P ién sese en problem as
mete la iniquidad sino aquél que le obliga a confesiones falsas?25 com o la esclavitud, la p en a de m uerte, los nacionalism os y regionalis
m os, etc. H e ahí uno de los riesgos de u n a m al en ten d id a « en cam a
Teniendo en cuenta la letra de este texto, se suele citar com o p re ción» que olvida la voz de la profecía. A sí se expresa u n conocido m o
cursor del abolicionism o al papa N icolás I. Sin em bargo, no todos es ralista contem poráneo:
tán de acuerdo en tal valoración de los hechos. P arece ajustado atener
Injustificable resulta su silencio (de la Iglesia) ante la tortura, amplia
se al ju ic io sobre el caso form ulado p o r A. M ullor:
mente utilizada en la Edad media, y que a veces se aplicaba incluso a
Nicolás I no es, propiamente hablando, un abolicionista, puesto que en los mismos condenados a muerte. Es cierto que Nicolás I, el año 866,
sus tiempos no existía la tortura antigua, ni había aparecido aún la tor había condenado la tortura diciendo al rey de los búlgaros: «Dios ama el
tura neo-justiniana. Su pensamiento está, pues, libre de todo escrúpulo obsequio espontáneo, ya que si hubiera querido emplear la fuerza, nin
respecto de la tradición. Es la expresión franca, espontánea, de la au guno hubiera podido resistirse a su omnipotencia» (D 647); pero a lo
téntica conciencia de cristiano, tal y como podía expresarse en un tiem largo de más de un milenio, hasta Pío XII, no se vuelve a registrar nin
po en que reinaba sin oposición26. guna condenación explícita de las extorsiones y torturas. Esta praxis no
estaba desde luego en línea con el sermón de la montaña, sino más bien
23. De divinis institutionibus VI, 10, 12 y 16. en línea con la jurisprudencia de su tiempo28.
24. De civ. Dei XIX, 6.
25. Esta respuesta A d consulta vestra se encuentra en PL 119, 980 y en DS 648. 27. A. M. de Ligorio, Theologia moralis 1, IV, cap. 3, a. 3, n. 202-204.
26. A. Mullor, La tortura, Barcelona 1964, 137. 28. L. Rossi, Pena de muerte, en DETM, 794.
a) A n tes del concilio Vaticano I I o selectiva, acom pañada de delación, violación d e la privacidad, apre
m ios desproporcionados, torturas, ex ilio s...» 31.
Pío X II, teniendo en cuenta la experiencia de lo ocurrido en E uro 3. E l C atecism o d e la Iglesia católica d edica al tem a de la tortura
p a durante los años del nazism o, dice a los cardenales en 1945: «D u
dos núm eros im portantes. E n el prim ero (2297), la contem pla en el
rante la g uerra nunca hem os cesado de contraponer a las ruinosas e ine
m arco del quinto m andam iento ju n to a los secuestros y la tom a de re
xorables ap licaciones de la doctrina nacionalsocialista, que llegaban henes, el terrorism o, las am putaciones, m utilaciones o esterilizaciones
h asta valerse de los m ás refinados m étodos científico s p ara to rtu rar o
directam ente voluntarias. C on independencia de la fin alid ad persegui
suprim ir personas, con frecuencia inocentes, las exigencias y las n o r
da, la to rtu ra es calificada severam ente en cuanto v iolación de la d ig
m as indefectibles de la hum anidad y de la fe cristiana»29.
nidad del ser hum ano: «L a tortura, que u sa de vio len cia física o m oral,
- E l m ism o p ap a decía el 3 de octubre de 1953 en su alocución al
p ara arrancar confesiones, p ara castigar a los culpables, intim idar a los
V I C ongreso de derecho penal internacional: «L a instrucción ju d icial
que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona
debe ex clu ir la to rtu ra física y p síquica y el narcoanálisis, ante todo
y de la dignidad hum ana».
p orque lesionan u n derecho natural, aun cuando el acusado sea real
E l otro núm ero (n. 2298) es especialm ente significativo, en cuanto
m ente culpable y, adem ás, porque m uy a m enudo dan resultados erró
que a la condena de lam entables hechos del pasado añade el hum ilde
n e o s...» .
reconocim iento del silencio y la com plicidad de la Iglesia. E sta cons
- E l 15 de octubre de 1954, el m ism o P ío X II d ecía a la A sam blea
tatació n se cierra con el p ronunciam iento profético en favor de la abo
de la C om isión internacional de la p o licía crim inal: «¿L a ju stic ia de
lición de la tortura, en u n a expresión que h u b iera sido deseable tam
hoy no h a vuelto en m uchos lugares y bajo apariencias apenas disim u
b ién al tratar de la p en a de m uerte:
ladas a u n a verd adera tortura, a veces m ucho m ás v io len ta que las \
p ruebas de otras épocas?». En tiempos pasados se recurrió de modo ordinario a prácticas crueles
E stos pronunciam ientos de Pío X II habrían de ser vistos a la luz de por parte de autoridades legítimas para mantener la ley y el orden, con
sus innum erables intervenciones en defensa de la v id a hum ana, tantas frecuencia sin protesta de los pastores de la Iglesia, que incluso adop
veces am enazada en su tiem po, tanto durante la guerra, com o en razón taron, en sus propios tribunales las prescripciones del derecho romano
sobre la tortura. Junto a estos hechos lamentables, la Iglesia ha enseña
de los progresos alcanzados p o r las ciencias m édicas.
do siempre el deber de clemencia y misericordia; prohibió a los clérigos
derramar sangre. En tiempos recientes se ha hecho evidente que estas
b) D espués d el concilio Vaticano I I prácticas crueles no eran ni necesarias para el orden público ni confor
mes a los derechos legítimos de la persona humana. Al contrario, estas
1. E l m ism o concilio, en un contexto m ás am plio, en el que se prácticas conducen a las peores degradaciones. Es preciso esforzarse
contem pla la dignidad de la vida hum ana, incluye tam bién su condena por su abolición y orar por las víctimas y sus verdugos.
contra este atentado: «C uanto atenta contra la v id a ... cuanto v io la la
integridad de la persona hum ana, com o, por ejem plo, las m utilaciones, A p unto de term inar el segundo m ilenio cristiano, el papa Juan Pa
las torturas m orales o físicas, los conatos sistem áticos p ara dom inar la blo II ha m ostrado su satisfacción p o r la evolución que se observa en
m ente a je n a ... son prácticas in fam an te s.. .»30. A m érica latin a con relación a u n creciente respeto a los derechos h u
2. El D ocum ento de Puebla, ante la situación vivida durante las ú l m anos. E ntre ellos, se fija en los derechos del procesado y del reo,
tim as décadas en el continente latinoam ericano, p o r o bra de las fre «respecto a los cuales no es legítim o el recurso a m étodos d e deten
cuentes dictaduras m ilitares, eleva igualm ente u n a denuncia profética: ció n y de interrogatorio -p ie n s o concretam ente en la to rtu ra - lesivos
«A esto se sum an las angustias surgidas por los abusos de poder, típ i de la dignidad hum an a» 32.
cos de los regím enes de fuerza. A ngustias p o r la represión sistem ática E s p reciso recordar que las organizaciones civiles h an m ostrado
públicam ente su disconform idad y condena de la tortura. Con fecha 9
29. Pío XII, Alocución del 2.7.1945, en P. Galindo, Colección de encíclicas y do
cumentos pontificios 1,61962,216. 31. Documento de Puebla, 42; cf. también n. 531 y 1262.
30. GS 27. Cf. también el pensamiento de Pablo VI, enAAS 68 (1976) 707-714. 32. Juan Pablo II, Ecclesia inAmerica (22.1.1999), 19: Ecclesia 2.931 (1999) 184.
de diciem bre de 1975, la O N U prom ulgó una declaración sobre la pro -D e s d e u n punto de v ista m ás práctico, la aplicació n de la to rtu ra
tección de todas las p ersonas contra la to rtu ra y otros tratos o penas no consigue los fines deseados. N o es fiable com o m étodo de acceso
crueles, inhum anos o degradantes, a la que ya nos hem os referido p a a la verdad. C om o es sabido, h asta las personas m ás inocentes pueden
ra la determ inación de la m ism a d efinición de la tortura. llegar a «confesar» un delito inexistente.
E n octubre de 1983 A m nistía internacional publicaba u n program a -P reten d ien d o solucionar u n problem a social inm ediato, la tortura
de doce puntos p ara la prevención de la tortura, de los que reproduci es nociva a largo p lazo p ara la m ism a sociedad: au m en ta el clim a de
m os tan sólo el prim ero: «L as m áxim as autoridades de cad a país d e m iedo y de tensión, genera odios y rencores y destruye la paz social.
berían dem ostrar su total oposición a la tortura, haciendo saber a todo - E n consecuencia, el em pleo de la to rtu ra se m u estra un in stru
el personal encargado del cum plim iento de la ley que la to rtu ra no se m ento del abuso de p o der de la autoridad sobre sus súbditos.
rá tolerada bajo n in g u n a circunstancia»33. E l 26 de abril de 1990 el N o haría falta advertir que es im posible ju stific a r la to rtu ra desde
C om ité de la O N U contra la tortu ra d iscutía en G inebra las acciones el espíritu del evangelio de Jesucristo. E sta p ráctica infam ante, en m o
decididas p o r la A sam blea general en su 44a sesión. do alguno puede apoyarse en e l esp íritu d e la bienaventuranzas. N o se
ve cóm o puede com paginarse con el respeto al ser hum ano, im agen de
D ios, que es violentado. N i co n el respeto que a sí m ism o se debe el
5. Para un ju ic io ético ser hum ano, im agen de D ios, que se convierte en to rtu rad o r de sus
herm anos:
a) A rgum ento negativo No hay que olvidar que los torturadores tienen primero que deshuma
nizarse para poder aplicar la tortura. Por ello, en las técnicas de adies
E n nuestros días, y a no parece adecuado el razonam iento tradicio tramiento se buáca que el «enemigo» sea absolutamente despreciado pa
nalm ente aducido que, p ara legitim ar el uso de la tortura, se apoyaba ra no otorgarle ninguna dignidad y considerarlo como un simple objeto
en la licitud de la p ena de m uerte. Si era lícito lo m ás, necesariam ente o bestia. Se exige una obediencia cerril y totalitaria al jefe, incluso con
h abría de ser lícito practicar lo que parecía m enos im p o rtan te y dra determinados chantajes de castigos y recompensas. Y hasta se les tortu
m ático. ra a ellos mismos, mientras contemplan símbolos relacionados con el
H oy consideram os que tam bién la p en a de m uerte ha de ser decla enemigo, para despertar una mayor agresividad34.
rada ilícita m oralm ente. L a ju sta d efen sa de la sociedad, al m enos en
los países en los que rige u n sistem a de derecho, puede ser afrontada Sería preciso añadir solam ente que, en la actualidad, u n a vez gana
con m étodos incruentos y preventivos. da la b atalla en contra de la to rtu ra infligida a la p ersona p o r «razones
de E stado» o de seguridad, es preciso todavía continuar siendo belige
rantes en algunos nuevos terrenos de discusión y debate. A la vez, se
b) A rgum entos positivo s im pone com o obligado condenar con igual firm eza la to rtu ra cruel - s e
lectiva o in d iscrim in ad a- que p arece h aber sido institucionalizada por
-P rim ero , es preciso afirm ar abiertam ente que el em pleo de la tor las bandas terroristas35.
tura lesiona gravem ente la dignidad e integridad de la persona hum ana, D el m ism o m odo, hay que proclam ar un a seria descalificación m o
aunque haya indicios ciertos de su culpabilidad frente a la sociedad. ral d e otros tipos de to rtu ra m ás sutil y, en consecuencia m ás invisible,
-P o r otra parte, el em pleo de la tortura pervierte el orden objetivo de com o es la fom entada frecuentem ente p o r los m edios de com unica
las cosas: m ientras que, por una parte, destruye al individuo, p o r otra, ción, así com o p o r m uchos g rupos de presión social.
sacraliza el poder y las decisiones de los responsables de la sociedad.
- S e puede decir claram ente que la aplicación de la tortura es inm o 34. E. López Azpitarte, Ética y vida, 346-347, n. 18.
ral, precisam ente p o r constituir la aplicación de u n castigo con priori 35. Cf. Ch. W. Morris, Terrorisme, en Dictionnaire d ’éthique et de philosophie mo-
rale, 1499-1504, donde se define el terrorismo, en sentido restringido, como «un uso
dad al ju icio sobre el delito. particular de la violencia, habitualmente con fines políticos.. para sembrar el miedo o
el terror en una población..., tomando como objetivo a los inocentes o no-combatien
33. S. Carroll y otros, Tortura. Informe de Amnistía internacional, Madrid 1984, 219. tes» (1499).
Por o tra p arte, se repiten en la actualidad las noticias que n o s h a
blan de torturas infligidas por profesionales del m undo de la salud, con
el pretexto de, llevar a cabo algunos experim entos cien tífico s36. Tales
LA PENA DE MUERTE
prácticas se realizaron habitualm ente en regím enes d ictatoriales del
pasado. Pero, contra todo lo que se p odría esperar, continúan en vigen
cia en algunos países de antigua tradición dem ocrática.
U na v ez m ás es preciso condenar la posible im plicación del perso
nal m édico y sanitario en la producción de torm entos a los prisioneros
de guerra o a otras personas detenidas p o r la ju sticia o p o r bandas te
rroristas37.
Bibliografía: J. M. Aubert, Chrétiens et peine de mort, París 1978; N. Blázquez,
Pena de muerte, Madrid 1994; A. Bondolfi, Pena e pena di morte, Bologna
1985; Id., Pena de muerte, en NDTM 1383-1391; Ch. Duff, La pena de muer
te, Barcelona 1983; R. Hood, The Death Penalty: a World-Wide Perspective,
Oxford 1996; E. López Azpitarte, Ética y vida, Madrid 1990, 153-169; I. Me-
reu, La pena di morte nel mondo, Torino 1983; M. Normand, La peine de mort,
París 1980; K. Rossa, La pena de muerte, Barcelona 1970; T. Sorell, Death Pe
nalty, en EB 1, 592-596; D. Sueiro, La pena de muerte y los derechos humanos,
Madrid 1987; L. Vecilla, Defensa de la vida humana IV Apuntes para la histo
ria de la pena de muerte, Valladolid 1968, 122-169.

B illy B ailey y Jo h n Taylor fueron ejecutados en los E stados U ni


dos, los días 25 y 26 de enero de 1996, respectivam ente. E l prim ero
había m atado a un m atrim onio d e ancianos. El segundo había violado
y asesinado a u n a niña de once años.
M uchos de los com entarios suscitados en la p ren sa por estos h e
chos se fijab an en la repugnancia social de tales crím enes, que m ovían
a m uchos a ju stifica r la condena. O tros com entarios se centraban en el
m étodo especial em pleado en estas dos ocasiones p ara la ejecución: la
h o rca y el fusilam iento. Pero p o co s fueron los que se fo rm ularon las
preguntas éticas de fondo y, en concreto, la m ism a ju stifica ció n m oral
de la p en a de m uerte.
O bservaciones parecidas se podrían form ular a propósito de otros
casos sem ejantes. El m iércoles 19 de noviem bre de 1997, en la prisión
36. Cf. Final Report: White House Advisory Committee on Human Radiation Ex-
de Stateville, en el E stado de Illinois, fueron ejecutados W alter Ste-
periments, Washington, D.C. 1995; R. Faden, The Advisory Committee on human Ra w art, de cuaren ta y dos años, y D urlyn E ddm onds, d e cuarenta y cin
diation Experiments: Reflections on a Presidential Commissión: HastingsCRep 26/5 co. E n este caso el p rocedim iento fue la inyección d e sustancias leta
(1996) 5-10; J. D. Moreno, The Only FeasibleMeans. ThePentagon’s AmbivalentRela-
les. E l p rim ero de los con d en ad o s hab ía asesinado a dos personas
tionship with the Nuremberg Code\ HastingsCRep 26/5 (1996) 11-19; S. Harris, Faeto
n e s ofD eath: Japanese Biological Warfare 1932-1945 and the American Cover-Up, durante el atraco a un a joyería, en febrero de 1980. El segundo había
London-New York 1994. sido condenado p o r la v io lació n y el asesinato de un niño de nueve
37. Cf. E. O. Nightingale-J. C. Chill, Prisoners: Torture and the Health Professio- años en octubre de 1977. A m b as ejecuciones se h an producido p o r
nal, en Encyclopedia ofbioethics ÍV, New York 1995,2052-2055.
tanto com o castigo de unos crím enes com etidos diecisiete y veinte años a) Tolerancia histórica
antes, respectivam ente.
El Chicago Tribune h a denunciado que, durante el procesam iento Ya en el Código de H am m urabi (ca. 1750 a.C .) la p en a d e m uerte
de W alter Stew art, éste no recibió la debida asistencia legal p o r parte de se aplicaba a 25 tipos de delitos, tales com o el robo, la co rrupción ad
su abogado. E l procesado se d eclaró culpable sin p ed ir a cam bio que m inistrativa y algunos delitos sexuales, aunque curiosam ente se ex
se le co nm utara la p en a capital. E n el caso de D urlyn E ddm onds, sus cluyera el hom icidio, posiblem ente a causa de la aceptación d el litigio
abogados insistieron en que se trataba de u n esquizofrénico m aniaco- de sangre p o r tal m otivo. L a p en a capital se adm itía igualm ente en los
depresivo que, después de m atar al niño, «trató de resucitarlo». códigos asirios, hititas, judíos.
L os m ed io s de com unicación subrayan que, desde la reintroduc Tam bién el derecho griego la decretaba, sobre to d o p ara castigar
ción de la p en a capital en el código penal del estado de Illinois (1977), algunos delitos de carácter religioso. L a ley ro m an a reco g id a en las
al m enos nueve condenados a m u erte han sido puestos en lib ertad al D oce Tablas (s. V a.C.), im ponía la pena de m uerte en los casos de ca
dem ostrarse finalm ente su inocencia. lum nia, incendio prem editado, falso testim onio y alg u n as form as de
U na últim a observación, que puede parecer totalm ente irrelevante soborno. D urante la época im perial se aplicaba sobre todo a los culpa
para el sistem a penal. W alter Stew art parece que declaró antes de m o bles de delitos políticos. Ya en vías de cristianización del Im perio, el
rir: «A m o a Jesucristo, m i D ios»1. Código Teodosiano, publicado p o r orden de T eodorico el 15 de febre
El m es de febrero de 1998 una inyección letal acabó en Texas con ro del 438 d.C .) enum era m ás de 80 delitos que se castigan con la p e
la vida de K arla Faye Tucker, la prim era m u jer ejecutada en E stados na de m uerte.
U nidos, contra las protestas de la opinión pública m undial. L as costum bres m edievales son descritas com o p articu larm en te
duras y h asta m acabras. Todavía hoy im p resio n a leer la sim ple enu
m eración que hace san Isidoro de los diversos instrum entos em pleados
para ejecutar a los crim inales. L a inclusión del p arricid a en un odre de
1. R esum en histórico de la cuestión
cuero ju n to con u n m ono, un gallo y un a serpiente, p ara ser arrojado al
mar, se encuentra tam bién en el D igesto ( 4 8 ,9 , 9 )5.
N o puede este tem a entrar en la debatida cuestión de la legitim a
Las costum bres eran bárbaras. Pero tam bién la ley colaboraba a
ción del p o d er de la autoridad p ública p ara im poner penas a los ciuda
endurecer el am biente. L a ley de los burgundios establecía algunas
danos que hubieran perturbado el orden social2. L a intención de este
distinciones de tipo social entre los presuntos crim inales, que se han
capítulo es m á s restringida. N o es difícil entender su objeto; se en
perpetuado a lo largo de la historia: «Si se quita o se destruye u n m o
cuentra d efinido en cualquier m anual al uso. «L a p en a capital signifi
jón, si es un hom bre libre (el causante) se le cortará la m ano, y si es un
ca la ejecución, o ficialm ente autorizada, de la p en a de m uerte im
esclavo se le ejecutará» (55, 2 y 5)6.
puesta, de acuerdo con el procedim iento legal adecuado, a aquellas
E stablecida la Inquisición m edieval se condenó a m uerte en F ran
personas acusadas de haber com etido cierto tipo d e delito»3.
cia a num erosos cátaros y albigenses, com o, p o r ejem plo, las víctim as
A penas h a habido sistem a legislativo que, en un m om ento u otro
de la ciudad de Béziers. A lgunos de ellos que habían llegado hasta Pa-
de la historia, no haya adm itido la p en a de m uerte en su ordenam ien
lencia y B urgos fueron aquí condenados7. R esultan hoy estrem ecedo-
to com o m edida punitiva y disuasoria4.
5. Isidoro de Sevilla, Etym. V, 27, 33-36. Cf. J. Huizinga, El otoño de la Edad me
1. Crónica de Pedro Rodríguez aparecida en el diario español ABC (20.11.1997). dia, Madrid 1985,45 donde se relatan algunos episodios realmente truculentos.
2. Cf. J. M. Carbasse, Droit pénal, en Dictionnaire de philosophie politique, París 6. Cf. G. Duby, Poder privado, poder público, en Historia de la vida privada II,
1996, 164-168; M. van de Kerchove, Pénale (éthique), en Dictionnaire d ’éthique et de Madrid 1990, 27. También el Fuero Juzgo (1012) establece diferencias, por ejemplo res
philosophie morale, París 1996, 1108-1114. pecto a la violación: si el causante es un hombre libre se le castiga con cien azotes, pe
3. F. A. Alien, Pena de muerte, en Enciclopedia internacional de las ciencias so ro si se trata de un siervo se le quema vivo. En el siglo X iy las Partidas de Alfonso X
ciales VII, Madrid 1975, 706. condenan al destierro a un homicida de condición noble, mientras que si es un hombre
4. A. Bondolfi, Pena de muerte, en NDTM, 1383-1391; Id., Pena de muerte, en de «vil lugar» es castigado con la pena capital (Vil, 8,15).
NDMC, 439-444; Id., Pena di morte, en NDB 852-856; M. di Ianni, Pena di morte, en 7. Así lo atestiguan los Anales toledanos, cuyo texto puede verse en P. Risco, La
EBS 1349-1353; A. Lattuada, Pena di morte, en DDSC 476-479. España sagrada XXIII, Madrid 1978, 407.
res los relato s sobre el celo em pleado po r el rey F em ando III de C as ellos cuando es necesario. Ahora bien, el ciudadano no es juez del peli
tilla y L eón en la persecución de los herejes8. gro al que quiere la ley que se exponga, y cuando el príncipe le dice: «Es
N in g ú n p aís se h a visto libre d e la práctica de la p en a de m uerte. indispensable para el Estado que mueras», debe morir, puesto que sólo
A fin ales del siglo X IV o principios del X V tuvo lu g ar en In g laterra con esta condición ha vivido hasta entonces seguro, y puesto que su vi
da no es tan sólo un don de la naturaleza, sino también un don condicio
u n a cruenta p ersecución contra el m ovim iento de los L ollardos, que
nal del Estado.
había nacido en O xford hacia 1380. T ras la condena de Jo h n O ldcastle
La pena de muerte infligida a los criminales puede ser considerada ca
(1413), trescientos sublevados fueron apresados y la m ayoría m urieron si desde el mismo punto de vista: para no ser la víctima de un asesino
en la ho rca o quem ados. E n todo el continente, los casos m ás fam osos consiente en morir, si se llega a serlo. En este pacto, lejos de disponer
son los de Juan H us (6.7.1415) y Juana de A rco o de O rleans, quem a de la propia vida, no se piensa sino en garantizarla, y no es presumible
da en la p laza del m ercado de R uán (1431). que alguno de los contratantes premedite hacerse ahorcar.
Se dice, sin em bargo, que el em pleo de la p en a capital tuvo su pun Además, todo malhechor, al atacar el derecho social, se convierte por
to culm inante en los países de E u ropa occidental en el período que se sus delitos en rebelde y traidor a la patria; deja de ser miembro de ella
ñala la iniciación de la revolución industrial. al violar sus leyes, y hasta le hace la guerra. Entonces, la conservación
del Estado es incompatible con la suya; es preciso que uno de los dos
Sir William Blackstone, que escribía a mediados del siglo XVIII, esti perezca, y cuando se da muerte al culpable, es menos como ciudadano
maba que en Inglaterra había 160 delitos que se castigaban con la pena que como enemigo10...
de muerte. Medio siglo después unos 100 nuevos delitos habían engro
sado la lista anteriormente citada, y algunos historiadores afirman que E s cierto que, en el discurso del filósofo, tales afirm aciones son
la cifra era aún más elevada9. tem peradas p o r la observación de que la frecuencia de los suplicios es
siem pre un signo de d ebilidad o de p ereza p o r p arte del gobierno. Pe
E n contra de lo que se podría pensar, todavía en el esplendor de la ro ahí queda establecido un principio de consecuencias im pensables.
m odernidad era frecuente oír juicio s m uy favorables a la pena de m uer A lo largo de la h isto ria el ju ic io teórico p arece haberse colocado
te. R ecuérdese, po r ejem plo, el pensam iento de J. J. R ousseau al des decididam ente a favor de la legalización de la p en a de m uerte. Todavía
cribir en E l contrato social el gobierno de una sociedad ideal. A unque m uy recientem ente p o d íam o s leer en u n a o bra im portante: «Teórica
en ella el p oder es absoluto e indivisible, sin em bargo no es omním odo. m ente, no pu ed e negarse a la autoridad civil el derecho de p ro ced er
N o puede, en efecto, exceder los lím ites de la razó n ni de las conven contra los crim inales, en interés del orden público, d e que ella es res
ciones generales (II, 4). Sin em bargo, el razonam iento de R ousseau se ponsable. E fectivam ente, tien e el deber y el consiguiente derecho de
nos m uestra dem asiado tolerante con respecto a la pena de m uerte y de cuidar de aquel aspecto del b ien com ún que se llam a orden público y
m asiado proclive a seguir m anteniendo una situación de terror: h acer to d o lo necesario p ara m antenerlo. A quí entra indudablem ente el
El contrato social tiene por fin la conservación de los contratantes; ejercicio de la ju sticia penal. A h o ra bien, cabe p reguntar si en algunas
quien quiere el fin quiere también los medios, y estos medios son inse situaciones la ju sticia penal exige la p en a de m u erte» 11.
parables de algunos riesgos, incluso de algunas pérdidas. Quien quiere
conservar su vida a expensas de los demás debe entregarla también por
b) H istoria d el abolicionism o
8. «Tenía consigo varones católicos muy sabios, a los cuales encomendava él y su
I. Parece que m uy pocos escritores de la antigüedad han rechaza
madre todo el consejo; así que él, encendido con fuego de la verdad católica, en tanto
noblemente rigió el reyno a sí subyecto, que los enemigos de la fe cristiana persiguió do la p en a de m uerte, com o contraria al precepto bíblico «N o m a ta
con todas sus fuerzas, e cualesquiera hereges que hallara quemava con fuego, y el fuego rás». U no de ellos p o d ría ser L actancio. C uando ju stific a n la p en a de
y las brasas y la llama aparejava para los quemar»: F. J. Fernández Conde, Albigenses en m uerte, los P adres de la Ig lesia suelen apoyar generalm ente su argu
León y Castilla a comienzos del siglo XIII, en Varios, León medieval, León 1978, 97-
114. Algo parecido ocurría en Cataluña entre 1262 y 1288, donde fueron exhumados los m entación en el texto de R o m 13, 4, donde el apóstol advierte a los
restos de varios nobles y quemados luego en público.
9. F. A. Alien, Pena de muerte, 707. Sobre las diversas justificaciones aducidas, cf. 10. J. J. Rousseau, El contrato social II, 5, Barcelona 1993, 34-35.
H. A, Bedau, Capital Punishment, en EAE 1,413-421. II. K. Hórmann, Diccionario de moral cristiana, Barcelona 1975, 958s.
cristianos que, si han hecho el m al, tem an a la autoridad, «pues no en 2. Pero si del terreno práctico pasam os al teórico, curiosam ente
vano lleva espada»12. son los m ovim ientos denom inados com o heréticos los que com ienzan
B ien es verdad que, en la práctica, la Iglesia antigua defendió de a p o n er en tela de ju icio la legitim idad de la p en a de m uerte.
nodadam ente el derecho de asilo de los que a ella recurrían. R ecorde A sí, p o r ejem plo, los cátaros entendían el precepto bíblico «no m a
m os, p o r ejem plo, la carta que el obispo de M antua, H ildeberto, dirige tarás» en su sentido m ás estricto y universal cuando se trataba de seres
a otro obispo alabándole p o r haber dado asilo religioso: «Sabem os que hum anos. N i siquiera en el caso de la ju sta defensa seria lícito trans
perseveras en ello, p uesto que am as el ho n o r de la Iglesia de C risto y gredirlo, y m ucho m enos aún en el caso de la eventual aplicación de la
conoces las leyes canónicas sobre el caso. E n ellas se establece: nadie pena de m uerte. Posiblem ente su postura no se debiera tanto al am or a
se atreva a arrancar a u n reo refugiado en la Iglesia, ni llevarle a la to r la vida, que, de acuerdo con su teología dualista, era considerada com o
tu ra o a la m uerte. A sí se m antendrá el ho n o r de la Ig lesia» 13. un infierno anticipado,'sino que sería un signo de desprecio y rebeldía
E l papa Inocencio III recuerda al obispo de París que « la Iglesia de frente al orden establecido, puesto que consideraban la p otestad penal,
b e interceder eficazm ente para que la sentencia penal no sea la de tanto del papa com o del em perador, com o un a obra de S atanás17.
m u erte»14. Pero aún m ás: respondiendo a una pregunta del rey de C roa T am bién los valdenses im pugnaron la ju stific a c ió n h abitual de la
cia sobre este tem a, m anifiesta un pensam iento de com prom iso social, pena de m uerte, basándose, ellos sí, en una valoración de to d a vida h u
aun teniendo en cuenta la aceptación com ún de la «servidum bre de la m ana com o d o n de D io s18. El p ap a Inocencio II les p ro p u so un a p ro
gleba»: fesión de fe en la que se incluye la siguiente afirm ación: «D e la p o
testad secular afirm am os que sin pecado m ortal pu ed e ejercer ju ic io
Si el reo asilado es un hombre libre, sean cuales fueren los delitos co
metidos, en ningún caso se le puede arrancar del asilo eclesiástico ni, de sangre, con tal que p ara inferir la vindicta no pro ced a co n odio, si
por lo tanto, se le puede condenar a muerte o tortura, sino que los rec no p o r ju icio , no incautam ente, sino con consejo» (DS 795).
tores de la iglesia deben obtener la vida y evitar la mutilación de sus L os lollardos, relacionados con W icleff, consideran igualm ente ilí
miembros... Por el contrario, si fuese un siervo el que se refugia en la cito condenar a m uerte a los hom icidas, ladrones y los traidores, p u e s
iglesia, el sacerdote exigirá al dueño juramento de no castigarle, y obli to que sólo D ios tiene el derecho a hacer justicia.
gará al siervo a entregarse a su dueño; si el siervo se negare, el dueño lo Y, p o r fin , se h a de m encionar a Juan H us y sus discípulos, de cu
tomará por la fuerza15. yas opiniones tenem os u n indicio precisam ente a través de la condena
que en 1415 pronunció contra ellos el concilio de C onstanza:
Sin em bargo, y a en la doctrina expuesta p o r el m ism o Inocencio
Los doctores que asientan que quien ha de ser corregido por censura
III, y en general en todo el pensam iento del siglo X III se introduce una
eclesiástica, si no quiere corregirse, ha de ser entregado al juicio secular,
cierta tolerancia resp ecto a la pena de m uerte. E sa toleran cia se b asa
en esto siguen ciertamente a los pontífices, escribas y fariseos, quienes
en la invocación de u n a conocida distinción: la Iglesia no pued e verter al no quererlos Cristo obedecer en todo lo entregaron al juicio secular,
la sangre hum ana, pero reconoce a la autoridad civil el p o d er de h a diciendo: «A nosotros no nos es lícito matar a nadie» (Jn 18, 31); y los
cerlo en casos extrem os16. tales son más graves homicidas que Pilato (DS 1214).

12. Así, por ejemplo, Clemente de Alejandría, Strom. 1,27; Agustín, De civ. Dei 1, 17. L. Cencillo, La espiritualidad catara, en B. Jiménez Duque, Historia de la es
21: PL 41, 35. piritualidad 111, Barcelona 1969, 53 ls; P. Labal, Los cátaros: herejía y crisis social, Bar
13. PL 171,213-214. celona 1984. R. Nelly, Los cátaros. ¿Herejía ó democracia?, Madrid 1989, 19-35.73-92.
' 14. Este texto pasó a las Decretales lib. V, tit. XL, can. 27. El mismo papa había es 18. Apoyándose en los textos bíblicos que les llevaban a condenar toda violencia
crito a todos los obispos pidiéndoles defender con su intercesión aun a los reos de san (Mt 5,21-26 y 20, 25-26), ofrecían una lectura de Rom 13, 1-7 distinta de la presentada
gre: Ep. 94, Cum inestimabile: PL 216, 291. habitualmente por la teología de su tiempo, admitiendo sin embargo la licitud de la justa
15. PL 216, 1155 y 1255. El texto añade otras excepciones, como el caso de los defensa. Con todo, se conserva la respuesta que un diácono valdense dio en 1321 al in
bandoleros públicos que pueden ser apresados y sacados del interior de una iglesia, sin quisidor Jacques de Foumier (futuro Benedicto XII) aceptando que «es facultad del poder
que ésta pierda su inmunidad. secular hacer morir o mutilar a los malhechores, ya que sin ello no habría ni paz ni segu
16. Así Yvón de Chartres, Pedro de Poitiers, Graciano, Inocencio III e Inocencio ridad entre los hombres»; admitía también la licitud de la condena a muerte a los herejes
IV Sus pronunciamientos han sido recogido por L. de la Vecilla, Defensa de la vida hu y que los que los condenan pueden estar en estado de gracia: J. Duvemoy (ed.), Le regis
mana I. La pena de muerte en la Iglesia latina, Valladolid 1965, 139-149. tre d ’inquisition de Jacques Foumier, 1318-13251, Paris-Den Haag-New York 1978, 83.
3. E n el m undo juríd ico y civil la c o m e n te abolicionista com ienza
E n E spaña ha sido casi olvidado el hecho de que N icolás Salm erón
a tom ar cuerpo gracias a ju ristas com o C esare B eccaria (1738-1794),
dim itió del gobierno p ara no verse obligado a firm a r u n a p en a de
quien publica bajo seudónim o su obra Tratado d e los delitos y las p e
m uerte, com o oportunam ente recuerda su lápida en el cem enterio civil
n a s19. B eccaria no sólo consideraba la p en a de m uerte com o inútil, si
de M adrid. L a C onstitución española de 1978 ab olía la p en a de m uer
no com o abiertam ente perjudicial. H e aquí u n conocido p árrafo de su
te, aunque se dejaba la p u erta ab ierta a su aplicació n p o r parte de la
tratado:
justicia m ilitar en tiem pos de guerra. A sí se expresa el art. 15 de la C ar
La pena de muerte tampoco es útil por cuanto le ofrece, a la sociedad, ta M agna:
un ejemplo de crueldad. Cuando las inevitables guerras han enseñado a
derramar sangre humana, las leyes cuyo objetivo es suavizar las rela Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que,
ciones sociales y crear un trato humano entre todos los ciudadanos, no en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos in
deben repetir y multiplicar esos ejemplos de crueldad. humanos o degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que
puedan disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra.

E n 1776 el libro fue incluido por la Iglesia católica en el «Indice de


Pues bien, con fecha, 25 de abril de 1995, el C ongreso de los dipu
libros prohibidos». Pero, al m ism o tiem po que él, el p ro feso r Joseph
tados respaldó por unanim idad u n proyecto de ley que prevé la elim ina
von Sonnenfelds defendía en Viena, el año 1764, que «la pena de m uer
ción de esa única posibilidad de sentencia capital. C o n ello, E spaña se
te es opuesta a los fines esenciales del castigo». L as m ism as ideas pro
ha convertido en el país n. 55 que deroga totalm ente la p en a de m uerte.
pugnaba en F rancia Voltaire, quien afirm aba: «El espíritu de cada ley
es que el hom bre sólo debe ser sacrificado en caso de evidente y abso
luta necesidad». «H ay que asustar al crim inal, de eso no hay duda, p e
2. R eflexión cristiana sobre la p e n a de m uerte
ro los trabajos forzados y el sufrim iento continuo lo atem orizan y con
m ueven m ás que la horca». Tal tipo de raciocinio fue seguido por
a) F undam entos bíblicos
Jerem y B entham (1748-1832).
C on Spedalieri, algunos com ienzan a afirm ar que la autoridad p ú L a d efensa de la p en a de m u erte ha sido larga y ten az tanto p o r
blica no tiene m ás derechos que los que le confieren los ciudadanos; parte de los teólogos y filósofos com o de los gobernantes. E s curioso
pero éstos no tien en derechos sobre su p ropia vida ni sobre la de los observar cóm o todavía u n fam oso diccionario de teo lo g ía trata con
dem ás. un a cierta ironía el artículo del reverendo L e N o ir (1867), en el que se
Es cierto qu e a veces el rem edio fue p eor que la enferm edad. «El m anifestaba en contra de la p en a de m uerte22.
em perador José II de A ustria-H ungría suprim ió los distintos grados de L as razones aducidas p o r los partidarios de m antener el castigo ca
la p en a de m u erte del C ódigo theresiano, en 1781, p ero los sustituyó pital solían b asarse en algunos textos de la sag rad a E scritura23.
p o r el castigo m ucho m ás duro, terrib le y sobrecogedor, de arrastrar
los buques en su navegación p o r los ríos. U na p en a que E berhard
Schm idt llam ó ‘barbarie sin lím ites’»20. 1. A ntiguo Testam ento
E n la era m oderna, las prim eras naciones en abolir com pletam en
L os partidarios de la p en a de m uerte han citado casi siem pre la lla
te la pena de m uerte fueron V enezuela (1863) y San M arino (1865)2!.
m ada ley del talión (Ex 2 1 ,2 3 -2 4 ), aunque interpretando inadecuada-
19. Dei delitti e delle pene, Livomo 1764.
20. K. Rossa, La pena de muerte, Barcelona 1970, 147; cf. M. A. Cattaneo, Atóra sejo económico y social de las Naciones Unidas, la situación mundial a principios de
le e política nel dibattito d e l’Illuminismo, en P. C. Bori (ed.), La pena di morte nel mon 1999 es la siguiente: Países retencionistas de la pena de muerte: 87; países totalmente
do. Convegno Intemazionale di Bologna (28-30 ottobre 1982), Casale Monferrato 1983, abolicionistas: 65; países abolicionistas para los delitos comunes solamente: 16; países
105-133. que pueden considerarse abolicionistas de facto: 26. Estos datos deben ser actualizados
21. Sobre la situación actual en el mundo, cf. S. Femminis, La pena di morte oggi periódicamente.
nel mondo: Aggiomamenti Sociali 49 (1998) 421-432, que utiliza, sobre todo, los datos 22. Cf. DThC 10,1501.
proporcionados por Amnistía internacional. Según el informe E/CN.4/1999/52 del Con- 23. P. Remy, Peine de mort et vengeance dans la Biblie: Science et Esprit 19 (1967)
323-350.
m ente la expresión «vida p o r vida», que en el texto sirve p ara restrin 2. N uevo Testamento
gir el ám bito de la venganza cruel e irracional, no p ara legitim arla24.
Es verdad que los abolicionistas han citado siem pre las palabras que H ab ría que com enzar preguntándose p o r el esp íritu que se tran s
el Génesis (4 ,1 5 ) atribuye al m ism o D ios, quien, después del fratricidio, m ite a la coniunidad a través del ejem plo y el m en saje de Jesús, el
pone una señal sobre C aín para defenderlo de la venganza del clan ofen condenado que no condena. Teniendo eso en cuenta, h ab ría que p ro
dido po r la m uerte del herm ano: «Todo el que m atare a Caín lo pagará fundizar el argum ento cristológico, que ha sido desarrollado sobre to
siete veces». Pero, po r otra parte, los antiabolicionistas se rem itían tam do p o r K arl B arth27.
b ién a la Biblia. R ecordaban que, después del diluvio, D ios había san E n tiem pos de polém icas m ás encendidas, los defensores de la p e
cionado el derram am iento de sangre con una acción semejante: «Q uien n a de m uerte citaban con frecuencia M t 5 ,21-22. E n ese texto Jesús p a
vertiere sangre de hom bre, por otro hom bre será su sangre vertida» (Gn rece com entar el «No m atarás» en térm inos de ju stificació n de la pena
9, 6). A ese texto, repetido com o un proverbio intangible, se le atribuía im puesta p o r la autoridad, al afirm ar que tam bién quien se encolerice
con frecuencia un carácter de legitim ación de la pena de m uerte25. contra su herm ano o lo insulte será reo ante el tribunal. R ecordem os
A l texto m encionado se añadían tam bién otros m uchos com o E x que los abolicionistas citaban p o r su parte otro texto del m ism o serm ón
21, 12.14; L v 24, 17.21; N m 35, 16-21; D t 19, 1 ls , y tam bién todos de la m ontaña, en el que Jesús pide a los suyos superar la dinám ica de
aquellos lugares en los que, po r m andato de D ios o de M oisés, se or la ley del talión (M t 5, 38-39). U tilizaban tam bién el texto de M t 13,
dena la m uerte com o castigo a los transgresores de ciertas leyes. Por si 30, donde la parábola evangélica invita a perm itir que la cizaña crezca
fuera pcco, se invocaba con frecuencia el p rincipio subyacente a la ley ju n to al trigo hasta la hora de la cosecha, es decir, h asta la h ora del ju i
del talión: E x 21, 23; D t 19, 21. cio escatológico que sólo corresponde a D ios, Señor de la historia.
L os abolicionistas, en fin, se han referido con frecuencia a E z 3 3,11 L os defensores de la p en a de m uerte citaban, com o y a se h a dicho,
donde el profeta presenta el rostro m isericordioso de Dios: «Por m i vi el texto de R om 1 3 ,4 , donde Pablo califica de servidora de D ios a la
da, oráculo del Señor Yahvé, que yo no m e com plazco en la m uerte del autoridad que p o rta la espada; y tam bién el texto de 1 C o r 5, 6, donde
m alvado, sino en que el m alvado se convierta de su conducta y viva». invita a p u rificarse de la levadura que hace ferm entar to d a la m asa, en
A la luz de los m odernos estudios bíblicos, es fácil p ercib ir la ina una clara alusión a los m alhechores que corrom pen el tejido social.
decuación de u n a transposición anacrónica y literalista de las norm as C om o y a se ha sugerido, no hace falta subrayar lo inadecuado de
bíblicas a otro período de la historia y a otro m arco cultural diferente. u n a exégesis que no tiene en cu en ta el aspecto h istórico de las n orm as
penales del A ntiguo Testam ento, o que extrae de su contexto y su sig
En toda esta cuestión se olvida algo fundamental y que hoy es el abe
cedario de las investigaciones bíblicas: Dios no da su mensaje de golpe, n ificad o prim ero los textos del N uevo Testamento.
sino que lo hace gradualmente, adaptándose a la mentalidad y costum E s conocido cóm o san A g u stín co m enta el texto de M t 26, 52 en
bres de los hombres. En un principio, los mismos israelitas no tenían térm inos de ju stifica ció n de la autoridad: « lile u titu r g lad io qui nulla
clara la idea de la supervivencia, del más allá, idea que va adquiriendo superiore ac legitim a potestate, vel ju b en te, vel concedente, in sangui-
cuerpo lentamente hasta llegar a la fe en la inmortalidad. Sus primeras n em alicujus arm atur»28. El obispo de H ip o n a distingue entre tom ar
leyes están hechas de acuerdo con su primitiva convicción de que la pe las arm as p o r p ro p ia iniciativa y el uso de las m ism as p o r orden de la
na había de ser retributiva y, en cierta medida, definitiva. En tal con autoridad29. Tales consideraciones estaban situadas en u n m om ento de
texto tiene sentido, cierto sentido, la pena de muerte. Las leyes israeli un a cierta euforia de consentim iento en favor de unas autoridades que,
tas son semejantes a las de sus contemporáneos y adolecen del mismo
después de siglos de persecución, y a eran cristianas y se proclam aban
o parecido primitivismo sanguinario26.
defensoras de la fe cristiana. A l m enos se les presuponía u n a buena in
24. Curiosamente, en ese mismo texto se basa la obra abolicionista de C. Beccaria. tención fundam ental.
25. Cf. todavía la nota de la Biblia de Jerusalén, donde se afirma que si bien toda
sangre pertenece a Dios (Lv 1,5), este delega en el hombre el derecho de vengar la san 27. Cf. A. Bondolfi, Pena de muerte, en NDTM, 1383-1391, con amplia y selecta
gre inocente (Nm 35,9). bibliografía.
26. B. M. Hernando, Ojo por ojo, diente por diente, en K. Rossa, La pena de muer 28. Contra Faustum, 22, 70: PL 42, 414.
te, 253. 29. De mendacio, 15: PL 40, 506.
E s interesante que u n estudioso de la violencia hum ana, de tanto re - C o m o es ju sto castigar a los m alos, porque las culpas se corrigen
nom bre universal com o R ene G irard, haya puesto de relieve la im por p o r las penas, no p ecan los ju e ce s al castigar a los m alos.
tancia que en este tem a tienen dos relatos bíblicos, com o son la defen -L o s que presiden la sociedad son com o ejecutores de la divina pro
sa de S usana po r parte de D aniel y, sobre todo, la defensa de la m ujer videncia y no pecan al rem unerar a los buenos y castigar a los malos.
adúltera p o r parte de Jesús. A propósito de este texto, subraya cóm o la - « E l bien no tiene n ecesid ad del m al, sino to d o lo contrario. Por
actitud de Jesús logra que la m ultitud no reaccione de form a m im ética, tanto, lo que es necesario p ara la conservación del b ien n o pu ed e ser
com o un grupo poseído por la furia colectiva, sino que enfrenta a cada esencialm ente m a lo » ... C astigar a los m alos no puede ser esencial
individuo con su situación intelectual y espiritual, y añade: m ente m alo.
Creo que esto es esencial para la actitud cristiana ante la pena de muerte. - E l bien com ún es m ejor que el bien particular de u n o ... Pero la vi
Es un texto tan fuerte que las grandes instituciones cristianas lo han teni da de algunos hom bres perniciosos im pide el bien com ún, que es la
do siempre en cuenta; incluso en la época en que el mundo cristiano tra concordia de la sociedad hum ana. Luego tales hom bres han de ser apar
taba de mantener con la violencia su unidad doctrinal, las Iglesias no se tados de la sociedad hum an a m ediante la «m uerte». C om o un m édico
reconocían a sí mismas el derecho de aplicar la pena de muerte y entre que, en razón de su responsabilidad, am puta un m iem bro enferm o, tam
gaban los «culpables» al brazo secular, es decir, al estado laico. Ver aquí bién el je fe de la ciudad puede condenar a m uerte a los hom bres perni
solamente hipocresía, como se suele hacer, es, a mi parecer, dar muestras ciosos para la sociedad que le está confiada.
de un cierto anacronismo: es juzgar con relación a un estado psicológico
-T ra s la apelación a textos de la E scritura y tras la refutación de las
como el nuestro. Es más justo situar esta postura en un contexto históri
co: el de un mundo en el que la legitimidad y la necesidad de la pena de objeciones, concluye afirm ando que la eventual enm ienda de los m a
muerte no habían dejado de ser evidentes para nadie. Somos nosotros la los no im pide la licitu d de la p en a de m uerte, «porque el p elig ro que
primera sociedad que pone en cuestión y a gran escala tal evidencia30. am enaza con su v id a es m ayor y m ás cierto que el b ien que se espera
de su enm ienda».

b) P lanteam iento de santo Tomás


2. Sum a teológica
A l estudiar el pensam iento de Tomás de A quino sobre este tem a es
preciso establecer u n a d istinción entre el pensam iento de su prim era E n esta obra32, santo Tom ás recoge fundam entalm ente las ideas ex
época de profesor, plasm ado en la Sum a contra gentiles y el de su m a puestas en la Sum a contra gentiles. E n efecto, considera lícita la pena
durez, que nos h a dejado en la Sum a teológica. de m uerte cuando se decreta p ara separar la p arte infectada de todo el
conjunto (II-II, 1 1 ,3 ). A dem ás, in terp reta con todo rigor u n texto de
san Jerónim o con respecto a los herejes, y afirm a que su pecado no só
1. Sum a contra gentiles lo los hace m erecedores de la excom unión, «sino aun ser excluidos del
m undo p o r la m uerte» (II-II, 1 1 ,3 ). A unque la Ig lesia deba p red icar la
E n la Sum a contra los gentiles, santo Tomás sitúa la cuestión sobre conversión, en caso de o bstinación pu ed e entregarlos al ju icio secular
la licitud de im poner penas p o r parte de los ju eces en u n contexto ines para su m uerte. U n razonam iento sem ejante ap lica santo Tom ás con
perado, es decir, después de hablar de las penas, consecuencias y efec relación a los cism áticos, que, en consecuencia, p u eden y deben ser
tos que se siguen del pecado. H abiendo considerado a D ios com o corregidos po r el p o d er tem poral (2-2, 3 9 ,4 ).
agente p rincipal de tales penas, se detiene p o r u n m om ento a conside E n la m ism a p arte de la Sum a (II-II, 64, 3) a firm a que «el cuidado
rar la posib ilid ad hum ana de castigar a los «m alos» con p enas sensi del bien com ún está co nfiado a los príncipes, que tien en p ública auto
bles y p resentes para obligarlos a la observancia de la ju sticia31. ridad y, p o r consiguiente, solam ente a ellos es lícito m atar a los m al
hechores y no a las p erso n as particulares». D e to d as form as, en esta
30. R. Girard, Culture «primitive», giudaismo, cristianesimo, en R C. Bori (ed.), La
m ism a cuestión afirm a que al p ecad o r que decae de su dignidad hu-
pena di morte nel mondo, 83-84.
31. Summa contra gentiles III, 146. B. Calvert, Aquinas on Punishment and the
Death Penalty: Am.Joum.Jurisprudence 37 (1992) 259-281 32. S. Th. II-II, 6 4,2 y 3.
m ana y se hace m erecedor del m áxim o castigo habrá que aplicarle un quienes han com etido crím enes dignos de m u erte36. L a razón subya
ju ic io público p ara decidir si se le debe m atar en atención al bien co cente a tal razonam iento supone que, a cau sa de su crim en, el crim inal
m ún (II-II, 64, 3, ad 2um ). Y, en todo caso, aclara que, si b ien es lícito m ism o se h ab ría privado del derecho a la v id a y, en consecuencia, el
elim inar al pecador p o r razones de bien com ún, nu n ca es lícito m atar E stado se la puede quitar37.
al inocente (II-II, 64, 6).
2. P arecía, sin em bargo, que el p en sam ien to o ficial d e la Ig lesia
P oco m ás adelante (en la II-II, c. 66, a. 6 ad 2) reconoce, sin em
h ab ía ido cam biando notablem ente, a ju z g a r p o r la declaració n de
bargo, que la p en a de m uerte debe reservarse a crím enes graves que
m ons. Igino C ardinale, nuncio apostólico en B ruselas, L uxem burgo y
dañan notablem ente al bien com ún. E n este m ism o artículo nos o fre
la C om unidad Europea. C on m otivo de la X IIa C onferencia de los m i
ce unas palabras im portantes: «L as penas de la v id a presente son m ás
nistros de ju sticia de la com unidad, celebrada en Luxem burgo los días
m edicinales que retributivas. L a retribución se reserva al ju icio divino
20 y 21 de m ayo de 1980, dijo en efecto el nuncio:
que ju z g a a los pecadores según v e rd a d ...». A decir verdad, la p en a de
m uerte no tiene m ucho valor p or su pretendido aspecto m edicinal33. Muchos participantes a esta Conferencia han preguntado en privado a
la delegación de la Santa Sede cuál es la actitud de la Iglesia sobre el te
E n la m ism a lin ea de santo T om ás se sitú a el m aestro salm antino ma de la pena de m uerte... No voy a hablar aquí de la posición del Es
Francisco de V itoria, tanto en su com entario a la Sum a teológica com o tado de la Ciudad del Vaticano, donde la pena de muerte ha sido aboli
da desde hace muchos años, sin haber sido jamás aplicada. Hablo más
en sus «relecciones» universitarias, especialm ente la dedicada al h o
bien de la posición de la Iglesia universal como tal, cuyo Código de de
m icidio. E n esa conferencia pública, en un contexto referido al suici
recho canónico no trata de la pena de muerte, considerándola como un
dio, y evocando el precepto bíblico «N o m atarás», añade el m aestro: tema perteneciente más bien al orden político.
Finalmente, digo que cualquiera otra muerte directa y con intención es Con todo, la Iglesia piensa que es necesario que los hombres políticos se
tá prohibida en aquel precepto lo mismo a las personas particulares que sientan sostenidos por ella en sus esfuerzos para humanizar la justicia
a las públicas; sólo es permitido matar, como ya se ha dicho, cuando la penal, y en concreto para crear las condiciones sociales, psicológicas y
vida criminal de alguna persona es nociva a la república. Omito ahora jurídicas que hagan inútil la pena de muerte y permitan eliminarla...
tratar de la muerte dada indirectamente y sin intención, como es la que Si hasta el presente la doctrina común de la Iglesia no ha condenado el
se da a otro por defenderse a sí mismo o a la república, sobre lo cual principio de la pena de muerte -puesto que no se trata de una materia
hay amplia discusión. Lo que es lícito en esto ya puede saberse por el dogmática-, sin embargo en el momento actual se están llevando a ca
derecho natural, y, además, no hace a mi propósito34. bo investigaciones teológicas orientadas a una revisión de esta posición.
Y así se ha hecho ya a nivel de muchas Conferencias episcopales.
El hecho de que una condenación de principio no haya sido pronuncia
A esta doctrina se le han puesto m uy interesantes acotaciones, prin da -hasta ahora- por la Iglesia, nada quita a la urgencia de trabajar pa
cipalm ente con relación al em pleo vitoriano de las fuentes bíblicas y ra hacer retroceder de hecho la pena de muerte y para desarrollar las ra
patrísticas35. zones morales y sociales que pueden colaborar a ello.
La Iglesia asume su parte. Pero está persuadida de que corresponde a
las autoridades públicas, tras haber emprendido los estudios necesarios,
c) D o ctrina reciente de la Iglesia apreciar si se reúnen concretamente las condiciones que permitan fi
nalmente suprimir la pena de muerte38.
1. N o deja de extrañar que en el siglo X X los p apas P ío X I y Pío
X II exceptúen del privilegio de la intangibilidad de la v id a hum an a a
3. L a controversia, co n todo, se suscitó de nuevo y de form a apa
33. También san Buenaventura, fiel a un planteamiento voluntarista propio de su sionada con m otivo de la publicación del C atecism o de la Iglesia ca-
escuela, considera que la legítima autoridad actúa como vicaria de la voluntad de Dios
cuando aplica la pena capital bajo las condiciones de «justo orden, justa causa y justa in 36. DS 3220-3222; DRM 6, 187, 191 s; 15, 421. F. Compagnoni, Pena de muerte y
tención»: De decem VI, 6. tortura en la tradición católica-, Concilium 140 (1978) 689-706. Número monográfico.
34. F. de Vitoria, Relección «de homicidio», en Obras, Madrid 1960,1111. 37. Discorsi e Radiomessaggi 14,328.
35. Cf. N. Blázquez, Pena de muerte, Madrid 1994, 94-102. 38. Cf. el texto original francés en La Documentation Catholique 1790 (1980) 701.
tólica39. Se sitúa allí el tem a de la p en a de m uerte en el contexto del Es difícil no estar de acuerdo con estos pensam ientos. Ya la teo ría
quinto m andam iento del decálogo. Se afirm a que la Iglesia la h a ju sti de la ju sta defensa trataba de lim itar la acción a los m edios estricta
ficado (en el pasado) apoyándose en el principio que tutela la ju sta de m ente necesarios p ara rep eler la agresión, invocando la discrecionali-
fensa p ropia y la defensa institucionalizada de los ciudadanos inocen d ad sobr'e los m edios em pleados y los fines pretendidos. N o se puede
tes. C ierto que se alude a situaciones especialm ente graves -su p u esto m atar al agresor si basta con herirle en u n a p ierna, ejem plificaban los
que podría equivaler al estado de guerra, en el que se adm ite p o r varias antiguos m anuales. A unque el paralelism o entre la ju s ta defensa y la
constituciones dem ocráticas- y que, adem ás, el texto aboga p o r el em p en a de m uerte no se sostenga, sí que se h a de m an ten er esa llam ada
pleo de los m edios incruentos para el restablecim iento de la justicia: prudencial a la utilización de los m edios incruentos40.
La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor D os observaciones le faltan al texto del C atecism o. L a apelación a
en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza la responsabilidad social y política con relación a las m edidas preven-
tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho tivo-educativas y una afirm ació n del valor de la vida para fundam en
y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcio tar u na exhortación p ro fética que, desde la fe cristiana, im pulse a los
nadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema grave católicos a oponerse a esta práctica en otros tiem pos considerada co
dad, el recurso a la pena de m uerte... (n. 2266). m o legítim a. U n a observación sem ejante se encuentra, en efecto, en el
texto dedicado a condenar la tortura y las diversas m utilaciones del ser
L a prim era frase del texto suena con una extraña ironía. Es dram á hum ano (n. 2298)41.
ticam ente obvio que la pena de m uerte im posibilita definitivam ente al
agresor para causar perjuicio, pero hay que preguntarse si es ésa la m i 4. E l tem a h a vuelto a adquirir un a gran actualidad con m otivo de
sión de la autoridad. Es com prensible la defensa del derecho-deber de la publicación de la encíclica E vangelium vitae. E ste docum ento es,
aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. L o que y a no lo sin duda, un grito profético en defensa de la v id a hum ana y de su ca
es tanto es que la gravedad del delito haga necesaria la supresión del lidad. Sin em bargo, son m u ch o s los que h u b ieran esperado de él un
delincuente. C om o tam poco resulta tan evidente que el principio legiti p ronunciam iento m ás firm e en contra de la p en a de m uerte.
m ador de tal supresión sea equiparable al de la legítim a defensa, al que E n el n. 27 de la encíclica, el p ap a m an ifiesta su satisfacción ante
parece vincularse en el C atecism o (n. 2265). L as diferencias entre un algunos signos de esperanza que se percib en en el m undo, com o son
caso y otro son notables, tanto p o r lo que responde al sujeto, privado en la nueva sensibilidad cada v ez m ás contraria a la g u erra y la aversión
u n caso y público en el otro, com o a la im previsión y la prem editación cada v ez m ás d ifu n d id a co n tra la p en a de m u erte, in clu so cuando es
de la respuesta, y la m ism a finalidad de la m edida, que en u n caso tra en ten d id a com o in stru m en to d e «legítim a d efen sa» social. Y, cierta
ta de repeler la agresión y en el otro trata de vengarla. E s cierto que el m ente, desde la fe p odem os in terp retar esta nu ev a sensibilidad social
Catecism o añade otro punto que resulta un poco m ás plausible: com o un signo de la p resen cia del E spíritu de D ios en m edio de la hu
Si los medios incruentos bastan para defender las vidas humanas contra m anidad.
el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las M ás adelante, en el n. 56, la encíclica vuelve sobre el tem a para
personas, en tal caso la autoridad se limitará a emplear sólo esos me afirm ar que el tem a de la p en a de m uerte h a de enm arcarse en un a re
dios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del visión de la ju sticia penal, que cada vez h a de ser m ás respetuosa con la
bien común y son más conformes con la dignidad de la persona huma dignidad del ser hum ano y, en últim o térm ino, con los planes de Dios.
na (n. 2267).
40. A la alternativa de esos medios incruentos se refería explícitamente (24.3.
39. N. Blázquez, E l Catecismo y la pena de muerte: Studium 33 (1993) 205-235; 1997) monseñor R. R. Martino, nuncio apostólico y observador de la Santa Sede ante la
F. Compagnoni, La pena di morte nel Catechismo della Chiesa cattolica: RTMor 25 ONU: La pena de muerte, un ultraje al carácter sagrado de la vida: Ecclesia 2.844 (7.6.
(1993) 263-267; P. Ferrari da Passano, La pena di morte nel Catechismo della Chiesa 1997) 853.
cattolica: CivCat 144 (1993) IV, 14-26; M. Hendickx, Le magistére et la peine de mort. 41. El día 28.1.1997, al presentar la versión rusa del Catecismo, el cardenal J. Rat-
Réflexions sur le Catéchisme et 'Evangelium v i t a e NRT (1996) 3-22; E. López Azpi- zinger confirmó la revisión de la doctrina sobre la aplicación de la pena de muerte y su
tarte, La pena de muerte en el nuevo Catecismo: RazFe 227 (1993) 265-275; G. Perico, licitud, en la versión típica oficial latina: M. A. Agea, La nueva versión del Catecismo
Ripristinare la pena di morte?'. Aggiomamenti Sociali 44/1 (1993) 23-37. universal revisará la pena de muerte: Ecclesia 2.827 (1997) 192.
Las penas, en efecto, no sólo han de restablecer el orden social violado, Com o se puede observar queda todavía en pie la licitud m oral de la
sino que h an de ofrecer al m ism o reo un estím ulo y un a ayuda para co p en a de m uerte en el plano teórico43. D e hecho, es la prim era de las
rregirse y enm endarse. Pero tal objetivo ideal resulta im posible cuando tres afirm aciones del C atecism o la que sigue suscitando algunas p re
se suprim e al delincuente. g untas im portantes. E n p rim er lugar ¿h asta d ónde llega el v alor «tra
Por eso concluye la encíclica que no se debería llegar a la m edida d icional» de tal doctrina, que de ninguna m an era puede rem ontarse a
extrem a de la elim inación del reo. ¿N unca? El docum ento trata de ser Jesús ni a las enseñanzas apostólicas? Por otra p arte, y a se h a m encio
realista y se pregunta p o r la h ipotética excepción de algún caso de ab n ado la am bigüedad que supone co m p arar la p en a de m uerte co n la
soluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no fuera «defensa» de vidas hum anas frente a u n injusto agresor. Por lo dem ás
posible de otro m odo. Pero en fuerza del m ism o realism o, la encíclica es de alabar esa cautela sobre la plena determ inación de la identidad y
añade inm ediatam ente: «Hoy, sin em bargo, gracias a la organización responsabilidad del presunto culpable: am bas condiciones han sido a
cada vez m ás adecuada de la institución penal, estos casos son y a m uy veces asum idas de form a apresurada y equivocada44.
raros, p o r no decir prácticam ente inexistentes».
L a en cíclica trata de excluir to d a disculpa hipotética. L a v id a h u 6. E n vísperas del g ran Jubileo del año 2000 el p ap a Juan Pablo II
m ana ha de ser respetada en todos los casos. Incluso en el caso de es h a finalm ente radicalizado la postura de la Iglesia en contra de la p en a
tablecer u n p roceso a quien no h a respetado la vida ajena42. de m uerte. A sí pudo observarse en el p oético m ensaje de navidad del
año 1998. E n él p ed ía «que la navidad refuerce en el m undo el co n
5. E ste pensam iento de la encíclica h a influido directam ente en la senso sobre m edidas urgentes y adecuadas p ara d eten er la p roducción
presentación, u n poco m ás m atizada que hace del tem a, la ed ició n tí y el com ercio de arm as, p ara defender la v id a h um ana, p ara desterrar
pica latin a del C atecism o de la Iglesia católica.
la p en a de m u e rte .. .»45.
E n él se afirm a que nadie puede arrogarse jam ás el derecho de p ro P alabras todavía m ás explícitas y razonadas h ab ría de p ronunciar
vocar directam ente la m uerte de un inocente (2258). Se expone la doc
el p ap a en su visita a los E stados U nidos de A m érica, a principios del
trina sobre la legítim a defensa de las personas y de la sociedad (2263- año 1999. U n pronunciam iento pontificio sem ejante hace tiem po que
2265), au n por m edio de la p en a de m uerte, que tien e com o p rim era
era esperado p o r m uchos cristianos y no cristianos:
finalidad la de reparar el desorden introducido po r la culpa (2266). Y
a continuación se form ulan tres afirm aciones graduales: La nueva evangelización demanda seguidores de Cristo que estén in
condicionalmente a favor de la vida; que proclamen, celebren y sirvan
La doctrina tradicional de la Iglesia, supuesta la plena determinación de al evangelio de la vida en todas las situaciones. Constituye un signo de
la identidad y responsabilidad de aquel que es culpable, no excluye el esperanza el reconocimiento creciente de que por su dignidad la vida
recurso a la pena de muerte si ésta es la única vía para defender eficaz humana nunca debe quitarse, por grande que sea el mal cometido. La
mente del agresor injusto vidas humanas. sociedad moderna dispone de medios de protección suficientes para no
Pero si bastan medios incruentos para defender y proteger del injusto negar definitivamente a los criminales la oportunidad de reformarse
agresor la seguridad de las personas, la autoridad utilice solamente es (cf. EV 27). Renuevo el llamamiento que hice en estas navidades, con
tos medios, ya que responden mejor a las condiciones concretas del vistas a un consenso que permita abrogar la pena de muerte, tan cruel
bien común y resultan más consentáneos a la dignidad de la persona como innecesaria46.
humana.
En verdad, en nuestros días, consiguientemente a las posibilidades que 43. M. A. Agea, El Catecismo endurece su postura frente a la pena de muerte: Ec
están en manos del Estado para reprimir eficazmente el crimen mante clesia 2.859 (1997) 1375, recuerda que Joseph O’Dell, ejecutado en EE.UU., no hubiera
niendo en imposibilidad de causar daño al que lo cometió sin que le sea sido ajusticiado de haberse aplicado las severas condiciones que contempla el Catecismo.
sustraída definitivamente la posibilidad de redimirse, casos en que sea 44. Cf. J. L. Larrabe, La pena de muerte en la edición típica del Catecismo: Eccle
sia 2.861 (1997) 1438-1439.
absolutamente necesario que sea suprimido el reo ocurrirán muy rara
45. Juan Pablo II, Mensaje Urbi et Orbi en la solemnidad de la Navidad (25.12.
vez, si es que hay alguna (n. 2267). 1998): Ecclesia 1,926-1.927 (1999) 21. Cf. también el comentario de M. A. Agea, La San
ta Sede radicaliza su postura frente a la pena de muerte: Ecclesia 1.926-1.927 (1999) 18.
42. J. R. Flecha, El Evangelio de la vida. Desafíos y propuestas de una encíclica: 46. Juan Pablo II, Homilía en el Trans World Dome, de Saint Louis (27.1.1999): Ec
Sal Terrae 83/981 (1995) 555-567. clesia 2.934 (1999) 346.
A unque se h ag a u n a referencia explícita a la encíclica E vangelium 2. L a Conferencia internacional sobre las ejecuciones extrajudicia-
vitae, el texto da un paso hacia delante al reconocer que, en el m undo les, convocada en H olanda p o r A m nistía internacional, del 30 de abril al
actual, y a no existen «de hecho» razones para ju stific a r la p en a d e , 2 de m ayo de 1982, publicaba una D eclaración fin al en la que se pedía
m uerte. Seguram ente se puede echar en falta todavía un a condena m ás a los gobiernos que pusieran fin a tales prácticas, p o r ellos realizadas o
explícita d e la m ism a ju stifica ció n del «derecho» a m atar a un a p erso con su com plicidad, a veces incluso p o r g rupos d e la oposición47.
na, con independencia de su inocencia o culpabilidad. C on ella gana
ría en coherencia la doctrina de la Iglesia católica sobre la sacralidad e 3. C om o se sabe, la aplicación de la p en a de m uerte a los m enores
inviolabilidad de la v id a hum ana. de ed ad h a sido pro h ib id a p o r num erosos tratados internacionales, a
p esar de lo cual en los ú ltim o s años en o cho p aíses, al m enos, se h a
ejecutado a jó v en es que, en el m om ento d el crim en, no hab ían cu m
3. Contra la p e n a de m uerte plido la m ayoría de edad48.

a) Una vo z civil b) L a voz de la Iglesia d e los E stados U nidos d e A m érica

1. Sobre este tem a es obligado recordar la D eclaración de Estocol- Se suele decir con u n a cierta frivolidad que, si la Iglesia católica no
m o (11 de diciem bre de 1977) dada a conocer en la C onferencia de ha radicalizado anteriorm ente su discurso co n tra la p en a de m uerte,
A m n istía internacional sobre la abolición de la pena de m uerte, a la ello se debe a la tolerancia con que la consideran los católicos n o rtea
que se habían adherido m ás de 200 personas, entre delegados y p arti m ericanos. Sin em bargo, n inguna com unidad cató lica se h a m anifes
cipantes, provenientes de todas las partes del m undo. tado con tanta claridad ante esta cuestión. B astará recordar qu e p o r
Su o posición total e incondicionada a la p en a capital, com o «casti una g ran m ayoría, los obispos norteam ericanos habían votado en 1974
go definitivo, cruel, inhum ano y degradante, que v io la el derecho a la su oposición a la p en a capital.
vida», se apoya en las siguientes razones: E l día 27 de noviem bre de 1980 el m ism o episcopado aprobó un a
- « E l recurso a la pena capital es con frecuencia ejercitado com o declaración contra la p en a de m uerte que m erece ser evocada com o
m edio de represión ante grupos de oposición y ante sectores m argina m odelo de los nuevos planteam ientos éticos que tanto la razón hum a
dos de población o bien por m otivos raciales, étnicos y religiosos. na com o la fe cristiana parecen dictar. H e aquí u n breve resum en de
- L a ejecución es un acto de violencia y la vio len cia siem pre tien sus puntos principales:
de a generar violencia.
- L a actuación de la pena capital es brutalizante p ara todos los que
se encuentran im plicados en el proceso. 1. F inalidad de la p en a d e m uerte
-N u n c a se ha dem ostrado que la p en a capital desarrolle un a p arti
Según la doctrina tradicional que sirve de b ase al derecho penal, es
cular acción disuasoria.
preciso reco n o cer que las p en as se ju stific a n p o r algunas finalidades
- E l recurso a la p en a capital ocurre cad a vez con m ás frecuencia
referidas al bien de la p erso n a y de la sociedad:
bajo form as de desapariciones inm otivadas, ejecuciones extrajudicia-
a) R ehabilitación del crim inal, que es im posible con la institucio-
les y hom icidios por m otivos políticos.
nalización de la p en a de m uerte.
- L a ejecución es irrevocable y puede ser aplicada a un inocente». b) D isuasión de otros potenciales crim inales, que, en este caso, no
L a D eclaración de Estocolm o subrayaba el deber de los Estados de es tan probable com o se pretende, según dice la experiencia.
tutelar la v id a de todos los que se encuentran bajo su jurisdicción, y
consideraba la abolición de la p en a capital com o fundam ental p ara la 47. P. L. Carie, Le droit naturel et les droit positifs ver l'abolition de la peine de
consecución de determ inados niveles civiles proclam ados por las orga m ort Nova et Vetera 68 (1993) 193-205.
48. Entre los documentos mencionados recordemos la resolución del Consejo eco
nizaciones internacionales. D e hecho, invitaba a la O N U a declarar sin
nómico y social de la ONU sobre la protección de los derechos de los condenados a muer
am bigüedades que la pena de m uerte se opone al derecho internacional. te (25.5.1984), así como la Convención internacional sobre los derechos del niño (1989).
c) L a defensa de la sociedad, que se siente am enazada. Tal fin ali -P o r otra parte, su aplicación conlleva tiem pos largos de ansia e in-
dad es im portante, pero no depende sola y exclusivam ente de la insti- certidum bre.
tucionalización de la p ena de m uerte. t -P ro v o ca en la p erso n a condenada u n a p ro fu n d a angustia, que se
d) R establecim iento del orden de la ju sticia, violado p o r el crim i p o d ría y se debe evitar.
nal. Sin em bargo, la necesidad de resarcim iento no ju stific a la p riv a - E n u n a sociedad en la que los m edios de com unicación tienen
ción de la vida: tanta influencia, la p en a de m uerte da origen a u n a publicidad m alsana
que term ina por d añar a la m ism a adm inistración de la justicia.
Retenemos que las formas de castigo deben ser determinadas en fun
ción de la protección de la sociedad, de sus miembros y de la rehabili - L a experiencia y el recuerdo histórico testifican que m uchos reos
tación del criminal y de su reinserción en la sociedad -lo que, en algu son condenados de m odo injusto y discrim inado.
nos casos, no es posible-. -Y , finalm ente, es ocioso recordar que el sistem a jurídico que aplica
la pena de m uerte funciona de hecho en el seno y según los esquem as de
El docum ento de los obispos no necesita m uchas palabras p ara d e una sociedad injustam ente racista y discrim inadora de las personas50.
m ostrar que tales finalidades del sistem a penal difícilm ente se consi Se podría o bjetar que algunos de tales «inconvenientes» son p u ra
guen con la aplicación de la p en a capital. m ente factuales y que, en consecuencia, podrían ser evitados p o r m edio
de un a reglam entación m ás atenta y respetuosa con la dignidad del ser
hum ano. Pero, si bien se m ira, estas dificultades sociales y personales
2. V alores cristianos en la abolición de la pena de m uerte son m ás bien intrínsecas a la m ism a pena y difícilm ente podrán ser evi
tadas, por m uy escrupulosa que sea la reglam entación al respecto.
-A b o lir la pena de m uerte significa que somos capaces de rom per el
círculo de la violencia, que no necesitam os tom ar una vida por otra, que
podem os ofrecer propuestas m ás hum anas y m ás ricas de esperanza. c) L a voz d e la Iglesia d e Irlanda
- L a abolición de la p ena de m uerte m anifiesta nu estra creencia en
el valor y la dignidad únicas d e cada persona, a p artir del instante m is O tro docum ento interesante es el publicado p o r la C om isión irlan
m o de su concepción: un a criatura a im agen y sem ejanza de Dios. desa Justicia y paz. El docum ento tiene u na g ran im portancia al ser p u
- L a abolición es un nuevo testim onio de nuestra convicción del va blicado p o r un episcopado que trata de reflexionar sobre la violencia
lor de la v id a hum ana y de que sólo D ios es el Señor de la vida, una política en la que h a vivido su país durante largos años51. E ste d ocu
actitud de fe que es tam bién com partida co n el ju d aism o y el i s la m m ento recoge los pu n to s fundam entales y a publicados sobre este m is
- L a abolición se ajusta al ejem plo de Jesús de N azaret, que p red i m o tem a p o r los episcopados norteam ericano y francés y concluye:
có y enseñó el perdón de la injusticia. En resumen, parece que el peso de la prueba gravita sobre los que ac
tualmente se lamentan a la vez del mantenimiento de la pena de muer-
3. D ificultades inherentes a la pena capital
personas ejecutadas en Estados Unidos desde que se estableció la pena capital en 1976,
75 de ellas fueron condenadas por error.
Tanto la experiencia com o u na m ínim a reflexión sobre el fenóm e 50. Cf. Ecclesia 2.038 (1981) 858-862. En 1983 los obispos católicos del Estado
no de la p en a de m uerte lleva a los obispos a explicitar algunos de los de Nueva York publicaron una declaración pastoral sobre la justicia criminal como res
graves inconvenientes de su aplicación: puesta a la discusión creciente sobre el problema del crimen y los medios más efectivos
para detenerlo. Aún posterior y también interesante es su breve documento sobre la pe
- C o n la m uerte del reo se elim ina tod a p o sib ilid ad de reh ab ilita na de muerte publicado en 1986: Conference Update (marzo 1986). Igualmente intere
ción de la p ersona y de su reinserción en la sociedad. sante es la declaración de la Conferencia episcopal católica de los Estados Unidos de
- L a práctica de la p en a de m uerte com porta con frecuencia la p o América, Vivir el evangelio de la vida: Un reto para los católicos (1998), en la que afir
man: «Cualquier política acerca de la vida humana debe esforzarse por hacer frente a la
sibilidad de errores irreparables49. violencia bélica y al escándalo de la pena capital»: Ecclesia 2.930 (1999) 167.
51. Ecclesia 2.038 (1981) 863-865. Para documentos anteriores, cf. G. Caprile, Re-
49. Cf. A. Villalba, La pena de muerte no es la solución'. Ecclesia 2.926-2.927 centi oriéntamenti episcopali sulproblema della pena di morte'. CivCat 130/3098 (1979)
(1999) 17, donde recoge informaciones de Newsweek para asegurar que entre las 487 148-163.
noción de la «banalidad del m al» expresada p o r H annah A rendt, Jenni-
te y de su aplicación. La ejecución de una persona por el Estado, dicho
de otra manera, el hecho de suprimir su vida a sangre fría después de un fer C ulbert se cuestiona la m oderna convicción de que siem pre nos en
proceso vulgar, no podría justificarse más que por la indiscutible y la contram os ante personas norm ales, racionales y autodeterm inadas52.
más clara de las razones, y en este caso la supresión de una vida en esas Por otra parte, será preciso pensar con absoluta coherencia la n atu
circunstancias podría apenas justificarse. De otro lado, aun pudiendo raleza educativa de las penas, tanto p o r lo qu e se refiere al reo cuanto
establecerse razones tan evidentes, el mejor camino para el Estado, y p o r lo que to ca a la sociedad m ism a. E n n in g u n o de los dos casos d i
para los cristianos, sería todavía abstenerse de suprimir la vida de cual ch a fin alid ad ped ag ó g ica q u ed a salvada co n el recurso a la p en a de
quier reconocido culpable de una falta capital. m uerte.
Sin em bargo, la discu sió n continúa, tan to d esde el p unto de v ista
L a conclusión es firm e desde u n punto de v ista racional, al subra filo só fico com o desde u n planteam iento ju ríd ico y sociológico53.
y ar la inutilidad de la p en a de m uerte, pero es todavía m ás decidida
desde la afirm ació n de la fe cristiana en el D ios de la vida.
b) E l discurso cristiano

Tanto la doctrina de la Iglesia com o la teo lo g ía p arecen coincidir


4. Para un ju ic io ético
hoy en negar la licitud de la p en a de m uerte54.
L a apelación a las fuentes m ism as de la fe ju d eo -cristian a n o s re
A lo largo de estas páginas hem os tratado de escuchar a un tiem po la
cuerda que D ios es el único dueño de la vida hum ana. E l D ios que se
voz de la razón y la experiencia y, por otra parte, la voz de la revelación
nos p resenta en la p áginas de la B iblia se h a constituido en defensor
cristiana. A esas dos fuentes de «sabiduría» rem itim os ahora las conclu
incluso de aquellos que h an elim inado otras vidas hum anas, com o es
siones finales que h an de fijar la valoración ética de la p en a capital.
el caso de C aín55.
Pero, en coherencia con esa confesión de fe en el D ios cread o r y
a) E l discurso filo só fic o am igo de la vida, es preciso adm itir que la p en a de m uerte es adem ás
anticristiana. E l Señor Jesús h a aceptado la cruz, p ero h a renunciado
Ya un elem ental razonam iento, basado en la experiencia secular de a cargar la cruz sobre los hom bros de los dem ás y h a m uerto p erd o
la hum anidad, puede llevam os a la conclusión de que la p en a de m uer nando a sus enem igos. Y «esto no es de añadidura, sino de ley funda
te no sólo es inútil, innecesaria y trágicam ente pesim ista, sino que ha m ental cristiana»56.
de ser considerada com o injusta e inm oral. T ratar de rehabilitar a la persona, aunque haya sido reconocida co
El discurso ético ha de revisar los argum entos que tradicionalm en m o delincuente y crim inal, constituye u n signo de la m isericordia del
te se esgrim ían en favor de la legitim idad de la p en a de m uerte. Su ju s
tificación y a no puede sostenerse sobre el paralelism o con el argum en 52. W. E. Connolly, The Will, Capital Punishment, and Cultural War, en A. Sarah
(ed.), The Killing State. Capital Punishment in Law, Politics and Culture, New York
to que considera la licitud de la defensa de la persona inocente ante un
1999, 187-205; J. L. Culbert, Beyond Intention: A Critique o f the «Normal» Criminal
injusto agresor. E n el caso de la pena de m uerte, la sociedad y a no pu e Agency, Responsability and Punishment in American Death Penalty Jurisprudence, en
de reaccionar sobre la base de unos instintos innatos y espontáneos de A. Sarah (ed.), The Killing State, 206-225; cf. nuestra recensión en Salmantícensis 47
defensa de la persona. L a m ism a articulación del ju ic io sobre la actua (2000) 325-327.
53. Cf., por ejemplo, la obra que recoge el diálogo entre dos opiniones contras
ción del delincuente introduce u n a situación absolutam ente nueva. tantes: L. P. Pojman-J. Reiman, The Death Penalty. For and Against, Lanham-Oxford
C reem os que hoy sería necesario confrontar la p en a capital con una 1998; ver nuestra recensión en Salmantícensis 45 (1998) 348-350.
cultura de la responsabilidad. E stam os de acuerdo con W illiam Con- 54. J. Langan, Notes on Moral Theology: 1992. Capital Punishment. TS 54 (1993)
111-124; A. A. Williams, Christian Ethics and Capital Punishment: A Reflection: JRel-
nolly, quien, rem ontándose a san A gustín, afirm a que la fuerza de la
Thought 49/1 (1992-1993), 59-77.
voluntad está siem pre som etida a incertezas, divisiones y opacidad. 55. Es preciso mencionar la asociación internacional Nadie toque a Caín, que, in
Cuando la p en a de m uerte se apoya en la presunción de la libertad y la tegrada por ciudadanos y parlamentarios, intenta desde 1993 la abolición de la pena de
responsabilidad hum ana, está olvidando m uchas de sus com plejidades muerte con la llegada del tercer milenio cristiano.
56. A. Iniesta, La pena de muerte: Concilium 140 (1978) 673.
y prefiere sacrificar vidas hum anas. E n la m ism a línea, y asum iendo la
D ios que es confesado com o creador de todo viviente y u n signo de la
extensión de la redención a todos los hom bres y m ujeres.
Por o tra parte, los creyentes en el D ios que resucitó a Jesucristo de EUTANASIA Y MUERTE DIGNA
entre los m uertos y rehabilitó al Justo injustam ente ajusticiado tienen
una p alab ra profética que d ecir al m undo en defensa de la vida de to
da persona, con independencia de su com portam iento m oral y de sus
transgresiones del ordenam iento legal vigente.
E sa palabra profética que es a la vez anuncio, denuncia y renuncia,
si trata de ser m ínim am ente coherente, constituye p o r sí m ism a una
proclam ación, aunque sea parcial y puram ente negativa, del evangelio
Bibliografía: A. Bondolfi, Malattia, eutanasia e morte nella discusione con
de la vida.
temporánea, Bologna 1989; L. Ciccone, Eutanasia. Problema cattolico o pro
blema di tutti?, Roma 1991; J. R. Flecha-J. M. Mágica, La pregunta moral an
te la eutanasia, Salamanca 21989; J. Gafo, La eutanasia. El derecho a una
muerte humana, Madrid 1990; J. Gafo (ed.), La eutanasia y el arte de morir,
Madrid 1990; D. J. Horan-D. Malí (eds.), Death, Dying, and Euthanasia, Fre-
derick MA 1980; D. C. Maguire, La muerte libremente elegida, Santander
1975; Sh. B. Nuland, Come moriamo. Riflessioni su ll’ultimo capitolo della vi
ta, Milano 1993; M. Petrini, La cura alia fin e della vita, Roma 2003; H. Thie-
licke, Vivir con la muerte, Barcelona 1984; J. Toulat, Faut-il tuer par amour?
L ’euthanasie en question, París 1976; S. Urraca (ed.)., Eutanasia hoy. Un de
bate abierto, Madrid 1996; Varios, La eutanasia y el derecho a morir con dig
nidad, Madrid 1984; Varios, Eutanasia. II senso del vivere e del moriré umano,
Bologna 1987; M. Vidal, Eutanasia: un reto a la conciencia, Madrid 1994; J.
Vico Peinado, Dolor y muerte digna, Madrid 1995.

E l régim en nacional-socialista alem án legalizó de alguna fo rm a la


eutanasia en 1939. Su ejem plo h a sido seguido recientem ente p o r H o
landa y algunos otros p aíses occidentales. E n m uchos otros se orga
n izan verdaderas cam pañas m ediáticas con el fin de ir orientando a la
opinión p ública a adm itir com o lícita la adm inistración de la m uerte a
enferm os term inales. L a cuestión ética es hoy insoslayable1.

1. La m uerte y el m o rir ante la ética

El hom bre de hoy no se lim ita a curiosear dentro del ám bito de la


m uerte y el fallecim iento. N i se lim ita a intentar de m odo reflexivo o

1. Sobre la situación holandesa respecto a la eutanasia, cf. los tres estudios de C.


Viafora (ed.), Quando moriré? Bioética e diritto nel dibattito sull'eutanasia, Padova
1996; G. Furnari Luvará, Eutanasia, en EBS 854-859; cf. también I. Ortega Larrea, Eu
tanasia: Ética y ley frente a frente, Roma 1996, sobre todo para la legislación holande
sa y la norteamericana. Sobre la terminología empleada y las razones que se esgrimen
a favor y en contra de la eutanasia, cf. H. Draper, Euthanasia, en EAE 2, 175-187.
experim ental u n a d efin ició n coherente y operativa de la m uerte. L a 2. N adie m uere p ara sí m ism o, com o nadie vive para sí m ism o. L a
m uerte es u n acto hum ano y, p o r tanto, necesitado de un a constante re sociedad tiene, pues, el deber ético de organizar u n servicio hospitalario
flexión ética2. A sí h a escrito R a il R ahner. y asistencial adecuado p ara que la m uerte, com o el trabajo o la sexuali
dad, no sea una ocasión propicia para la explotación, la discrim inación,
El término del hombre como persona espiritual que decide libremente su
propia suerte, ha de ser consumación activa desde dentro, situarse activa la injusticia. Tam bién ahí existe un am plio cam po reservado a la ética.
mente en su perfección o imperfección, dar el postrer testimonio, que re 3. L a m uerte es la últim a y definitiva d e las crisis a las que se en
sulta y como resume en general toda su propia vida. En este caso la muer frenta la persona. Por eso es un espacio p rivilegiado en que resuenan
te lleva consigo la total posesión de sí mismo por parte de la persona3. los valores y los tem ores de cada hom bre y de cad a sociedad. Tam bién
en ese sentido, la ética puede realizar un discernim iento axiológico so
D esde distintos ángulos, el ser hum ano trata de encontrar el senti bre el m ontaje cultural en to m o a la m uerte y el fallecim iento. E l cam
do a la realid ad de la m uerte. Tam bién la ética ha de aportar su espe bio de actitudes ante la m uerte pu ed e estar p roduciendo un a subver
cífic a v isión al problem a del morir. sión utilitarista en la v isió n de la m uerte6.
L a necesidad de redefinir la m uerte puede surgir de una postura uti 4. P o r otra parte, es preciso co nsiderar la responsabilidad de los
litaria que necesita ju stifica r una especie de asalto a los cadáveres para m édicos y su iniciativa p ara inform ar al pacien te m oribundo sobre la
proveer a los vivos de órganos que a ellos y a les resultan inútiles. Pero seriedad de su situación. R esponsabilidad que atañe tam bién al p erso
tam bién puede ser síntom a de una necesidad antropológica tan antigua nal sanitario y asistencial, así com o a los fam iliares del enferm o.
com o la m ism a existencia hum ana. E ste es uno de esos terrenos p ri 5. A la ética de la m uerte pertenecería ta m b ié n el discernim iento
vilegiados en los que hoy se plantea el interrogante sobre las p o sib i sobre los intentos de v en cer técnicam ente a la m uerte o al envejeci
lidades de la m anipulación ante la vida hum ana. A hí se enfrentan las m iento, m ediante procedim ientos com o la h ib ern ació n o los m ecan is
preguntas sobre el «poder» en sentido técnico y el «poder» típico del m os previstos po r la investigación electrónica.
com portam iento ético. A hí se revela la inadecuación entre el dom inio A nte este abanico de problem as, la reflexión ética tiene en nuestros
de la técnica y el desarrollo de la ética, que engendra el m iedo del hom días u n largo cam ino que recorrer. H oy no sólo se dirigen las fu n cio
b re actual, com o afirm ó Juan Pablo II (R edem ptor hom inis, 15). nes corporales del agonizante, sino que la m ism a p erso n a del m o ri
bundo es frecuentem ente objeto de m anejos y de m anipulación7.

a) A spectos generales de la ética de la m uerte


b) A spectos particulares: el conflicto de valores
A nte la m uerte la ética debe hacer frente a innum erables problem as
de los que aquí nos lim itam os a subrayar los aspectos fundam entales4: E n la m edicina tradicional nunca se h ab ía presentado el problem a
1. L a m uerte es el gran interrogante lanzado a la v ida entera del relativo a la obligación m oral de dejar m o rir a u n a p ersona o de ten er
hom bre: ¿puede el hom bre p ed ir y b u scar p ara sí m ism o la m uerte?, que respetar el pretendido derecho del enferm o a m orirse o a acelerar
¿cuál ha de ser el ethos del hom bre ante el desafío de su propia m uer la llegada de su m u erte8. E n nuestros días, sin em bargo, del conjunto
te?, ¿qué actitudes éticas h a de intentar alim entar? A estas cuestiones de los problem as que d eberían com poner el cuadro de un a ética de la
hem os intentado responder en el tem a dedicado al suicidio5. m u erte, se destacan los referidos al derecho d el pacien te a «m orir con
dignidad su propia m uerte».
2. Cf. Muerte, en J. Ferrater Mora, Diccionario de filosofía III, Barcelona 1994,
2472-2475; A. Fagot-Largeault, Vie et mort, en Dictionnaire d ’éthique et dephilosophie 6. Cf. M. Alcalá, Nueva sabiduría de la muerte: RazFe 189 (1974) 349-361, P.
morale, París 1996, 1583-1590. Beisheim, Datos científicos sobre las tendencias de la moderna tecnología: Concilium
3. K. Rahner, Sentido teológico de la muerte, Barcelona 1965, 34. 94 (1974) 137-143.
4. Seguimos a continuación el esquema trazado por M. Vidal, E l discernimiento 7. Cf. B. Háring, Ética de la manipulación, Barcelona 1978, 146-49; M. Vidal, El
ético, Madrid 1980, 93-97. «más acá» moral de la muerte, en La eutanasia y el derecho a morir con dignidad, Ma
5. Cf. Ph. Ariés, La mort inversée. Le chagement des attitudes devant la mort dans drid 1984,229-247,
les sociétés occidentales'. La Maíson-Dieu 101 (1970) 57-89; A. Tomos, Para un morir 8. Cf. J. M. Arenal, Derecho de vivir, derecho de morir, en Morir con dignidad,
«auténtico»: RazFe 924 (1975) 62-70. Madrid 1976,239-259, esp. 250.
E n el fondo, se trata del conflicto entre la «cantidad» y la «cali ción en los conceptos que h arían m ás fácilm ente d iscem ib les los tér
dad» de la vida. M uchos son los que en nuestras sociedades, altam en m inos del problem a.
te tecn ificad as, se preguntan si es preferible prolongar la duración de
la vida a todo precio o ren u n ciar a u n a m ayor duración de la m ism a,
2. Situaciones distanásicas
asistida de m odo artificial, para d ejar a la naturaleza seguir su cam ino
h asta u n a extinción d igna y personalm ente asum ida. L a p alabra distanasia h a sido acuñada recientem ente p ara referirse
A un reconociendo la diversidad y m ultiplicidad de situaciones im
a ciertas situaciones m édicas creadas p o r el em pleo de un a nueva téc
plicadas en esta nueva intuición, p o d rían organizarse en dos grupos:
nica terapéutica: la reanim ación. «La distanasia consiste, esencialm en
situaciones eutanásicas y situaciones distanásicas.
te, en alejar lo m ás posible, y p o r todos los m edios, el m om ento de la
m uerte del enferm o»10.
1. S ituaciones eutanásicas E s «la práctica que tiende a alejar lo m ás p osible la m u erte, p ro
longando la vida de un enferm o, de u n anciano o de u n m oribundo, y a
P odrían d efin irse com o eutanásicas «aquellas situaciones en las inútiles, desahuciados, sin esperanza hum ana d e recuperación y p ara
que el valor de la v ida hum ana parece encontrarse en u n a condición tal ello utilizando no sólo los m edios ordinarios, sino los extraordinarios
de oscurecim iento u ocaso que u n a terapia de anticipación de la m uer m uy costosos en sí m ism os o en relación co n la situación económ ica
te aparece com o alternativa m ejor»9. del enferm o y su fam ilia»11.
Al concepto m édico de eutanasia, la reflexión ética añade un a nue O dicho aún de otra form a, «entendem os p o r distanasia terapéuti
va línea de com prensión al referir la terapia eutanásica al universo de ca el conjunto de cuidados m édicos que se adm inistran a u n enferm o
los valores m orales. Por consiguiente, «las situaciones eutanásicas p a d esahuciado y en fase term inal, con el fin de retrasar lo m ás posible
ra la ética son aquellas terapias eutanásicas que se aprueban o reprue- una m uerte inm inente o inevitable»12.
ban m oralm ente p o r referencia a u n a escala de valores. C oncretam en P ara referirse a la realidad contraria se h a acuñado tam bién la p a
te, la aprobación o el rechazo m orales dependen del m odo d e resolver labra adistanasia (o antidistanasia) que consiste en «dejar m o rir en
el conflicto entre el valor de la v ida hum ana y el valo r del m orir com o paz» al enferm o, sin proporcionarle los m edios extraordinarios enca
alternativa m e jo r aquí y ahora frente al vivir». Tales situaciones p o m inados a retrasar su m uerte inm inente.
drían ser sistem atizadas de la siguiente m anera: T am bién aquí podrían señalarse y clasificarse algunas situaciones
a) L a eutanasia puede ser «personal» o «legal». L a p rim era se rea distanásicas y sus correspondientes antidistanásicas:
liza a p etición del interesado o de sus fam iliares o de u n a p ersona co a) Por razón del carácter ordinario o extraordinario de los m edios
m isionada al efecto. L a eutanasia legal, en cam bio es la im puesta o la que han de ser em pleados p ara m antener en v id a al paciente que se en
tolerada (despenalizada) p o r las leyes. cuentra en estado term inal.
b) Tanto la eutanasia llam ada «personal» com o la «legal» pueden b) Por razó n del sujeto paciente: según se trate d e u n a p erso n a jo
realizarse de dos m aneras: ven, de u n anciano, de u n a m adre de fam ilia, de u n a p ersona m ás o
- p o r ciertos m otivos, com o p ara evitar los dolores y m olestias del m enos cualificada, etc.
paciente, para deshacerse de personas «anorm ales» o de ancianos «inú c) Por razón de las posibles esperanzas de recuperación, m ediante
tiles», etc.; los procesos terapéuticos de reanim ación.
- o p o r sim ple elección libre del paciente que considera m ás hum a Si las dos prim eras tip ificacio n es suponen en el fo n d o u n a cierta
no hacer de su propio fallecim iento un acto de personal disposición. discrim inación, p o r razones económ icas, sociales o políticas, el tercer
S obre todas estas situaciones intentarem os esbozar u n ju ic io ético,
advertidos de la am bigüedad que ha hecho enojosa la discusión sobre 10. J. M. Ortiz-Villaj os, Eutanasia. Valor y precio de una vida humana: RazFe 181
(1970) 380.
estos tem as. C on frecuencia se echa de m enos una m ínim a clarifica 11. G. Higuera, Eutanasia y moral: Experimentos con el hombre, Santander 1973,
252.
9. M. Vidal, E l discernimiento ético, 95, cuyo esquema seguimos a continuación. 12. M. Alcalá, Nueva sabiduría de la muerte, 353-354.
criterio p arece el m ás decisivo p ara el planteam iento ético. E vitaría, n u estra atención a los docum entos del p ap a P ío X II, a las afirm a cio
p o r u n a parte, u n planteam iento que la socialización de la m edicina h a n es del concilio V aticano II, a la declaración d e la C ongregación p ara
revelado com o excesivam ente individualista y, por otra, un juicio siem la doctrina de la fe y a la encíclica E vangelium vitae de Juan Pablo II.
pre sujeto a apreciaciones subjetivas sobre el «valor» d e un a u otra vi
d a hum ana.
S egún este últim o criterio, hab rá todavía que te n er en cu en ta un -1 . Intervenciones d e P ío X II
am plio abanico de situaciones posibles. P uede ser que el enferm o se
El m agisterio de Pío X II es am plio y detallado sobre las cuestiones
en cu en tre en u n estado de v id a p uram en te vegetativa. O b ien p u ed e
que im plican un acercam iento entre los lím ites de la m oral y la m edi
ocu rrir que se encuentre en pleno uso de sus funciones, aunque nece
cina. E sta atención p o n tificia estaba ju stifica d a e n u n m om ento e n qu e
site tratam ien to s p o co c o m e n te s que solam ente aportarán u n a du ra
la biología y la m ed icin a com enzaban a p la n tea r p rofundos in terro
ción lim itada de la vida.
gantes tanto a la dogm ática, com o a la m o ral14.

a) E n el célebre discurso a las com adronas (20.10.1951), P ío X II


2. L a eutanasia a n te la doctrina de la Iglesia
exponía un elenco am plísim o de cuestiones relativas a la fecundidad y
al co m ienzo de la vida. A q u í se evocan tres p u n to s de un a cierta im
Seria inútil recorrer las páginas de la E scritura p ara encontrar un a
portancia. A un refiriéndose de m odo inm ediato a las cuestiones relati
o rientación sobre la eutanasia. P ara el creyente en el D ios de la vida,
vas al com ienzo de la vida, el p ap a afirm a que, puesto que la v id a tie
ésta h ab ía de ser aceptada com o un don y agradecida siem pre con g e
ne su origen inm ediato de D ios, «no hay ningún hom bre, ninguna
nerosidad.
autoridad hum ana, ninguna ciencia, ninguna indicación m édica, euge-
E n tre los Padres de la Iglesia, se pu ed e recordar a san A gustín,
nésica, social, económ ica, m oral, que pu ed a exhibir o d ar u n títu lo j u
quien a firm a que «nunca es lícito m atar a otro: aunque él lo quisiera,
rídico válido p ara un a deliberada disposición directa sobre la v id a hu
incluso si lo pidiera, cuando, suspendido entre la v id a y la m uerte, su
m an a inocente; es decir, u n a disposición que tien d a a su destrucción,
p lic a que le ayuden a liberar su alm a que lucha contra las cadenas del
bien sea com o fin, bien com o m edio p ara otro fin que acaso de p o r sí
cuerpo y desea rom perlas; no es lícito n i siquiera cuando un enferm o
no sea en m odo alguno ilícito » 15. Si ese p rin cip io tiene su aplicación
no esté y a en condiciones de sobrevivir»13.
obvia al aborto, y así lo d em uestra el contexto, el p ap a am plía su h o
D ando un salto de siglos, a continuación, se recogen, de form a ana
rizonte, condenando la «destrucción directa d e la llam ad a vida sin va
lítica, algunos de los docum entos que en estos últim os tiem pos han re
lor, n acida o todavía sin nacer, practicada en g ran núm ero h ace pocos
flejado la doctrina de la Iglesia. Posteriorm ente se intenta esbozar una
añ o s » 16. T ras estas afirm a cio n e s e l p a p a se ap resu ra a explicitar: « L a
síntesis de la doctrina recogida o evocada anteriorm ente. E n este caso
será necesario subrayar las m otivaciones que observam os en la doctri v id a de un inocente es intangible y cu alq u ier atentado o agresión d i
n a del m agisterio, así com o las constantes que recorren los diversos do rec ta co n tra ella es la v io lació n d e u n a d e las leyes fundam entales, sin
las que no es posible un a segura convivencia hum ana».
cum entos y algunos otros tem as secundarios que, d e u n a form a u otra,
encuentran una notable resonancia en las m anifestaciones oficiales.
b) D e entre las intervenciones de P ío X II sobre esta m ateria, n in
guna es tan interesante com o el discurso (24.2.1957) al IX C o ngreso
a) A n á lisis de los docum entos d e la Iglesia nacional de la Sociedad italiana de anestesiología, en el que responde
a tres p reguntas qu e le h ab ían sid o d irig id as so b re la s im p licacio n es
L a novedad del tem a im pone un lím ite que es el de los docum entos
d e estos ú ltim os años. Y aún entre ellos, es necesario h acer u n a selec 14. Cf. J. Illies, Biología y teología en el siglo XX, en H. Vorgrimler-R. Vander
Gucht (eds.), La teología en el s. XX, Madrid 1973, 133-163.
ción que abarque los m ás im portantes. E n consecuencia, orientarem os
15. Cf. Colección de encíclicas y documentos pontificios I, Madrid 71967, 1702.
Citaremos por esta edición = Colección de encíclicas.
13. San Agustín, Ep. 204,5: CSEL 57, 320. 16. Cf. el Decreto del santo Oficio del 2.12.1940 en AAS 32 (1940) 573s.
religiosas y m orales de la analgesia en relación con la ley natural y con tar la duración de la v id a del enferm o. A este interrogante el p ap a res
la doctrina cristiana: pon d ía de esta m anera:
1. ¿H ay obligación m oral general de rechazar la analgesia y acep Desde luego, toda forma de eutanasia directa, o sea, la administración
tar el d o lo r físico po r espíritu de fe? de narcóticos con el fin de provocar o acelerar la muerte, es ilícita, por
2. L a p rivación de la co nciencia y del uso de las facultades supe que entonces se pretende disponer directamente de la vida...
riores, provocada po r los narcóticos, ¿es com patible co n el espíritu del En la hipótesis a que os referís, se trata únicamente de evitar al pacien
evangelio? te dolores insoportables: por ejemplo, en casos de cáncer inoperable o
3. ¿E s lícito el em pleo de narcóticos, si hay p ara ello u n a indica de enfermedades incurables. Si entre la narcosis y el acortamiento de la
ción clínica, en los m oribundos o enferm os en p eligro de m uerte? vida no existe nexo alguno causal directo, puesto por la voluntad de los
¿P ueden ser utilizados, aunque la atenuación del d o lo r lleve consigo interesados o por la naturaleza de las cosas (como sería el caso, si la su
presión del dolor no se pudiese obtener sino mediante el acortamiento
un probable acortam iento de la vida?
de la vida), y si, por el contrario, la administración de narcóticos pro
A la prim era pregunta, el p ap a contestó que el cristiano no tiene
dujese por sí misma dos efectos distintos, por una parte el alivio de los
nu n ca obligación de aceptar el dolor por el dolor. N o se puede consi dolores y por otra la abreviación de la vida, entonces es lícita; aún ha
derar el problem a desde la perspectiva de la obligación, sino desde la bría que ver si entre esos dos efectos existe una proporción razonable y
invitación a la perfección. Se afirm a la licitud m oral de la anestesia y si las ventajas del uno compensan los inconvenientes del otro...18
de las prácticas de la anestesiología.
R especto a la segunda pregunta, pueden aplicarse los principios de E l principio que o rien ta la rep u lsa de la eu tan asia directa es tam
la totalidad y del respeto a la persona. L a narcosis p erm ite m antener el b ién aquí el hecho de que el hom bre no es dueño y propietario de su
equilibrio psíquico y orgánico de la persona. E ste efecto bueno h a de cuerpo y de su existencia, sino únicam ente usufructuario. Por otra p ar
ser liberado de abusos m arginales, fácilm ente im aginables, que aten te, el p ap a invita a aliviar los dolores em pleando otros m edios, al tiem
taran contra la dignidad o la privacidad de la persona. p o que exhorta a no traspasar, en el uso del narcótico, los lím ites de lo
L a tercera respuesta, la m ás interesante p ara nuestro tem a, es la prácticam ente necesario.
m ás cuidadosam ente m atizada.
- L o s hom bres no deberían p edir p or pro p ia iniciativa la supresión c) El día 24 de noviem bre de 1957, P ío X II p u d o abordar el im
del conocim iento para afrontar la m uerte, a m enos que haya p ara ello portante tem a de la reanim ación, respondiendo igualm ente a tres cues
serios m otivos. D e esa form a se privarían de la ocasión de afrontar de tiones que le habían sido som etidas:
una form a plenam ente hum ana ese m om ento crucial de la hum ana p e
ripecia. 1. ¿Se tiene el derecho o hasta la obligación de utilizar los m oder
-T am p o co es lícito suprim ir el conocim iento cuando al enferm o se n os aparatos de resp iració n artificial en todos los casos, incluso en
le incapacitaría p ara cum plir deberes m orales graves que le quedasen aquellos que, a ju ic io del m édico, se consideran com o com pletam ente
aún p o r realizar. desesperados?
E l papa contesta que en los casos ordinarios el anestesiólogo tiene el
Pero si el moribundo ha cumplido todos sus deberes y recibido los úl
derecho de utilizar los aparatos de respiración artificial, pero no está
timos sacramentos, si las indicaciones médicas claras sugieren la anes
obligado a ello, a m enos que sea el único m edio de cum plir otro deber
tesia, si en la fijación de las dosis no se pasa de la cantidad permitida,
si se mide cuidadosamente su intensidad y duración y el enfermo está m oral m édico. L a técnica de reanim ación no es inm oral. El paciente
conforme, entonces ya no hay nada que a ello se oponga: la anestesia es puede utilizarla y perm itir su utilización. Pero este tratam iento sobrepa
moralmente lícita17. sa los m edios ordinarios a los que se está obligado a recurrir, p o r tanto
no se puede sostener que sea obligatorio em plearlo. O tra cuestión se
-P e ro la tercera pregunta añadía, adem ás, la cuestión de si debería suscita cuando la fam ilia se opone a la utilización de estos m edios. A
renunciarse a los narcóticos en el caso de que su acción pudiese acor este problem a, posteriorm ente tan debatido, respondía así el papa:

17. Colección de encíclicas I, 1817. 18. Colección de encíclicas I, 1817.


Los derechos y los deberes de la familia, en general, dependen de la vo logia. E n esta ocasión, recordó su alocución del 24.2.1957, diciendo
luntad, que se presume, del paciente inconsciente, si él es mayor y sui in que «la eutanasia, es decir, la voluntad de provocar la m uerte, está evi
ris. En cuanto al deber propio e independiente de la familia, no obliga ha dentem ente condenada p o r la m oral; p ero si el m oribundo consiente
bitualmente sino al empleo de los medios ordinarios. Por consiguiente, si
en ello, está perm itido u tilizar con m oderación narcóticos que d u lcifi
parece que la tentativa de reanimación constituye en realidad para la fa
quen su sufrim iento, aunque tam bién entrañen u n a m uerte m ás rápida.
milia una carga que en conciencia no se le puede imponer, puede ella lí
citamente insistir para que el médico interrumpa sus tentativas, y este úl E n esté caso, en efecto, la m uerte no h a sido qu erid a directam ente.
timo puede lícitamente acceder a ello. En este caso no hay disposición E lla es inevitable y m otivos proporcionados au torizan m edidas que
directa de la vida del paciente, ni eutanasia, que no sería nunca lícita; acelerarán su llegada»21.
aun cuando lleve consigo el cese de la circulación sanguínea, la inte E l p ap a recuerda que el orden m oral exige que, frente a otro, se
rrupción de las tentativas de reanimación no es nunca sino indirecta adopte una actitud de estim a, consideración y respeto. Interesa resaltar
mente causa de la paralización de la vida, y es preciso aplicar en este ca que «hasta cuando está tan enferm o en su psiquism o, que aparezca es
so el principio del doble efecto y el del voluntarium in causa»'9. clavizado p o r el instinto y aun caído p o r d eb ajo del nivel de la v id a
anim al, continúa, sin em bargo, siendo un a p erso n a creada p o r D ios y
2. ¿Se tiene el derecho o la obligación de retirar el aparato resp ira d estin ad a a entrar un d ía en su inm ediata po sesió n , siendo in fin ita
to rio cuando, después de varios días, el estado de inconsciencia p ro m ente superior, en consecuencia, al anim al m ás próxim o al hom bre»22.
funda no m ejora, m ientras que si se prescinde de él la circulación ce L a dignidad de la p erso n a es inviolable, aun cuando a veces ella m is
sará en algunos m inutos? m a otorgue su consentim iento para que se realicen experim entos, difí
Según el papa, el m édico puede retirar el aparato respiratorio antes cilm ente ju stificab les, sobre ella.
de que se p ro d u zca la paralización definitiva de la circulación. L a ra
zón se encontraría ya im plícita en la respuesta a la p rim era pregunta.
2. El concilio V aticano II y doctrina posterior
3. C uando la circulación sanguínea y la v id a de u n paciente, p ro
fundam ente inconsciente a causa de una parálisis central, no son m an a) P ara el concilio la clave de d iscernim iento del progreso es el
tenidas sino m ediante la resp iració n artificial, sin que ninguna m ejo respeto a la p erso n a hum ana, «de fo rm a que cad a uno, sin excepción
ra se m anifieste después de algunos días, ¿en qué m om ento considera de nadie, debe considerar al prójim o com o otro y o , cuidando en p ri
la Iglesia católica al paciente com o «m uerto» o cuándo, según las le m er lugar de su v id a y de los m edios necesarios p ara v ivirla dig n a
yes naturales, debe declarársele «m uerto»? m ente» (GS 27). E n ese contexto el concilio d en u n cia expresam ente
A esta doble cuestión (de fa c to y de iure) el papa responde que la varias prácticas «infam antes» que «degradan la civilización hum ana,
respuesta no se puede deducir de ningún principio religioso y m oral, y, deshonran m ás a sus autores que a sus víctim as y son totalm ente con
bajo este aspecto, no p ertenece a la com petencia de la Iglesia. D e to trarias al honor debido al Creador» (ibid.).
das form as, consideraciones de orden general «perm iten creer que la E ntre las prácticas denunciadas se m en cio n a expresam ente todo
v id a h um ana continúa m ientras sus funciones vitales - a diferencia de cuanto atenta contra la vida, com o «los hom icidios de cualquier clase,
la sim ple v id a de los ó rg an o s- se m anifiesten espontáneam ente o aun genocidios, aborto, eutanasia y el m ism o suicidio deliberado». Se re
m ediante la ayuda de procedim ientos artificiales»20. cuerdan, adem ás, las m últiples violaciones de la integridad de la p er
sona y otras condiciones infrahum anas de v id a qu e ofenden a la dig
d) P or últim o, recordem os el discurso que Pío X II dirigía (9 de nidad de la person a h um ana, adem ás de las condiciones laborales
septiem bre de 1958) al C olegio internacional de neuropsicofarm aco- degradantes.

19. Colección de encíclicas I, 1820. 21. Colección de encíclicas I, 1803.


20. Ibid., 1821. Es importante subrayar que el papa reconoce la pobreza de la clá 22. Colección de encíclicas I, 1801. El papa subraya la ambigüedad de la experi
sica definición de muerte como «separación del alma y del cuerpo», al tiempo que pi mentación científica sobre los enfermos, incluso en los casos en que se realiza con el
de a la ciencia una definición más exacta. Sobre este tema puede verse G. Perico, Aspetti consentimiento del paciente mismo. Recuerda una vez más el principio de totalidad,
della rianimazione'. Aggiomamenti Sociali 34 (1983) 39-37. condenando el uso que se hace de él en una mentalidad totalitaria.
E n la m ente del concilio, éstas p rácticas so n sólo algunos ejem plos 3. D eclaración de la C ongregación p ara la d o ctrin a d e la fe
de las v iolaciones p osibles co n tra la vida. A falta d e nuevas precisio
nes, p arece que el uso de la palab ra «eutanasia», en este contexto, d e Sin em bargo, durante este m ism o p o n tific ad o es preciso reco rd ar
b e en ten d erse según la d efin ició n tantas veces utilizad a p o r el p ap a dos docum entos im portantes: una declaración explícita sobre la euta
n asia y u n a encíclica sobre la v id a hum ana.
P ío X II. Se referiría, p o r tanto, el concilio a la eutanasia activa, o p o
L a fam osa declaración Iura e t bona (5.5.1980) com ienza vinculan
sitiva y directa.
do la eutanasia con la defensa de los derechos y valores de la perso n a
b) Tam bién el papa Pablo V I tuvo ocasión de m anifestar su p en sa hum ana, tan im portantes en el m undo actual y en los docum entos del
m iento sobre este tem a en la carta que, por m edio del cardenal V illot, concilio Vaticano II. E n nuestros días el problem a de la eutanasia h a si
hizo enviar (3.10.1970) al C ongreso de la F ederación internacional de do de nuevo puesto sobre el tapete, gracias a la m odificación de la cul
las asociaciones m édicas católicas. E s interesante observar que, en ese tura, que influye en el m odo de considerar el sufrim iento y la m uerte y
texto, se contem plan las dos tentaciones m ás frecuentes en este p ro a cau sa d e los avances m édico-tecnológicos q ue h an logrado prolongar
blem a. M ientras p o r u n a p arte el p ap a cond en a el ejercicio de la euta la v id a hasta lím ites qu e p lan tean a veces problem as d e carácter m oral.
nasia com o u n acto de hom icidio y el consentim iento en su ad m in is Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angus
tración com o u n acto de suicidio, p o r otra p arte con sid era com o u na tia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte,
tortu ra inútil el hecho de im poner la «reanim ación vegetativa en la fa preguntándose consiguientemente si tienen derecho de procurarse a sí
se últim a de u n a enferm edad incurable»23. mismos o a sus semejantes la «muerte dulce», que serviría para abreviar
el dolor y sería, según ellos, más conforme con la dignidad humana26.
c) E ntre las m uchas intervenciones de Juan Pablo II baste recordar
aquí el discurso a algunas com adronas católicas24; el dirigido a la A so - L a p rim era p arte d e la d eclaración co n sid era la v id a h u m an a c o
ciación italiana de anestesiología (4.10.1984); o tro dirigido a la A cade m o fundam ento de todos los bienes, y fuente y condición d e to d a acti
m ia P ontificia de las ciencias (21.10. 1985), así com o el dirigido a los vidad hum ana. L os creyentes ven en ella un don del am or de D ios, que
obispos d e C anadá durante su v isita a d lim ina (19.11.1993), del cual son llam ados a conservar y h acer fructificar. D e ahí que nadie p u ed a
extractam os unos pensam ientos significativos: atentar contra la vida de un inocente sin oponerse al am or de D ios h a
Úna actitud responsable con respecto a la vida excluye absolutamente cia él. Toda p ersona ha de conform ar su vida con el designio de D ios.
que una persona pueda tener la intención explícita de provocar su pro L a m u erte voluntaria, o sea el suicidio, es tan inaceptable com o el h o
pia muerte o la muerte de otra persona inocente, sea por acción sea por m icidio y constituye u n rechazo de la soberanía d e D io s y d e su d esig
omisión (CEC 2276-2279). Anular la distinción entre curar-recurrien nio de amor, adem ás de u n rechazo del am or h acia sí m ism o y u n a re
do a todos los medios ordinarios disponibles- y matar, constituye una nuncia frente a los deberes de ju sticia y caridad h acia el prójim o.
amenaza grave para la salud moral y espiritual de una nación, y expo - L a segunda p arte ab o rd a directam ente el te m a de la eutanasia, a
ne a los más débiles y vulnerables a riesgos inaceptables. Es necesario la que d efin e com o «la intervención de la m edicina encam inada a ate
recordar a los que solicitan la legalización del llamado derecho a una nuar los dolores de la en ferm ed ad y d e la agonía, a veces incluso con
muerte digna, que ninguna autoridad puede recomendar o permitir le el riesg o d e suprim ir prem aturam ente la vida». S i se u sa tam b ién la
gítimamente esa ofensa a la dignidad de la persona humana25.
p alabra p ara d esign ar la «m uerte p o r p iedad», la d eclaració n la en
tiende com o «una acción o u n a om isión qu e p o r su naturaleza, o e n la
23. Cf. DC 1573 (1970) 962-963. Debería recordarse también su alocución al Con
sejo especial de la ONU sobre el Apartheid: AAS 56 (1974) 346; su alocución al III intención, causa la m uerte, con el fin de elim inar cualquier dolor». L a
Congreso mundial del colegio internacional de medicina psicosomática (18.9.1975), eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los m étodos
donde recuerda las palabras que Pío XII dirigiera al I Congreso internacional de neu- usados. Y tras establecer la definición, la declaración ofrece el princi
ropsicofarmacología (9.9.1958): L’O R (18.9,1975) y DC 1683 (1975) 810-811; la carta pio fundam ental:
escrita en su nombre por el cardenal Villot al secretario general de la Federación inter
nacional de las asociaciones médicas católicas, en DC 1738 (1978) 258-260.
24. AAS 72 (1980) 84-88. 26. Congregación para la doctrina de la fe, Declaratio de euthanasia: AAS 72
25. Cf. P J. Lasanta, Diccionario social y moral de Juan Pablo II, Madrid 1995,256. (1980) 542-552. Puede verse el texto castellano en Ecclesia 1.990 (1980) 860.
Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea
riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de apli
feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizan
cación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en
te. Nadie, además, puede pedir este gesto homicida para sí mismo o pa
cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales28.
ra otros confiados a su responsabilidad, ni puede consentirlo explícita o
implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni
permitirlo. Se trata, en efecto, de una violación de la ley divina, de una R esulta interesante la enunciación de algunas conclusiones que se
ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, enum eran a continuación a m odo de ejem plo:
de un atentado contra la humanidad27. - A falta de otros rem edios y con el consentim iento del enferm o, es
lícito recu rrir a m edios avanzados, aun en fase experim ental y no
Es cierto que hay casos en que el dolor u otras razones pueden lle exentos de todo riesgo, p ara bien de la hum anidad.
var a p edir la m uerte. H ay que tener en cuenta que el erro r de ju icio de - E s lícito interrum pir la aplicación de tales m edios cuando los re
la conciencia, posiblem ente turbada, no m o difica la naturaleza del ac sultados defrauden las esperanzas que se hab ían puesto en ellos, co n
to hom icida. E sa súplica m ás que u n a petición de m uerte es con fre tando siem pre con el p are cer del paciente, su fam ilia y m édicos ver
cuencia la dem anda de afecto de u n a p ersona que se siente sola. daderam ente com petentes.
- L a te rc era p arte de la d eclaració n se titu la «E l cristian o ante el - E s siem pre lícito contentarse con los m edios norm ales que la m e
sufrim iento y el uso de los analgésicos». N in g u n a m u erte es igual a d icina puede ofrecer. N o se p ueden im poner m edios experim entales o
otra. U na m uerte, p recedida de u n largo cam ino de m adurez, o de so dem asiado costosos. Su rechazo no equivale a suicidio, sino a u n acto
ledad, puede ser asum ida de un m odo m ás hum ano que u n a m uerte en de hum ildad y a veces de caridad h acia la fam ilia o la colectividad.
la p len itu d de la vida. Por o tra p arte, el dolor hum ano, especialm ente -A n te la inm inencia de u n a m uerte inevitable, es lícito renunciar a
el de esos m o m en to s term in ales, asum e unas características p ecu lia unos tratam ientos que únicam ente prolongarían u n a existencia p reca
res de red e n ció n de lo hum ano. E n m uchos casos será lícito y acon ria, sin interrum pir las curas norm ales debidas al enferm o en casos si
sejable ayudar al paciente a sop o rtar su dolor a b ase de calm antes. L a m ilares.
d eclaración recu erd a aquí los co n o cid o s p rin cip io s fo rm u lad o s p o r E n la conclusión de la declaración se h ace u n a p ro testa de que es
P ío XII. tas norm as están inspiradas p o r un profundo deseo de servir al hom bre
- L a cuarta parte de la declaración lleva p o r título «E l uso p ropor según el designio del Creador. Si la vida del hom bre es un don de D ios
cionado de lo s m edios terapéuticos». Se trata de la m ás novedosa del exige tam bién un a aceptación digna y responsable. Q ue los que asisten
docum ento y responde al tem o r generalizado de u n ab u so de los m e al m oribundo se acuerden de p restarle sus cuidados, pero tam bién el
dios de reanim ación sobre el enferm o irrecuperable. T ras afirm ar que servicio de su b ondad y caridad.
tom ar decisiones corresponde a la conciencia del enferm o o de las per
sonas cualificadas p ara hablar en su nom bre, o incluso de los m édicos, 4. E ncíclica E vangelium vitae
el docum ento se plantea la pregunta de si se debe recu rrir e n todas las
circunstancias a toda clase de rem edios posibles. El planteam iento es E n este últim o docum ento, que sigue y resum e los anteriorm ente ex
significativo: puestos, se analizan las causas de la eutanasia (E V 64), se repite la de
Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al finición que de la m ism a ofrecía el docum ento de 1980 y se la distingue
uso de los medios «extraordinarios». Hoy, en cambio, tal respuesta, de la decisión de renunciar al m al llam ado «ensañam iento terapéutico»,
siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por al tiem po que se aconseja el recurso a los cuidados paliativos (EV 65).
la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Pero, com o había hecho a propósito del aborto, la encíclica añade
Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios «proporcionados» y u n tex to de un a solem nidad desacostum brada:
«desproporcionados». En cada caso, se podrán valorar bien los medios
poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y el 28. Ibid., 862; cf. J. R. Flecha, Eutanasia y muerte digna. Propuestas legales y ju i
cios éticos: REspDerCan 45 (1988) 155-208; posteriormente fije editado por el Comité
episcopal para la defensa de la vida el librito La Eutanasia. 100 cuestiones y respues
27. Ecclesia 1.990(1980)861. tas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos, Madrid 1993.
De acuerdo con el magisterio de mis predecesores y en comunión con b) Síntesis del m agisterio d e la Iglesia
los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una gra
ve violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y mo A l term inar este recorrido p o r algunos docum entos de la Iglesia re
ralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se funda lativos a la eutanasia es fácil que se apodere de nosotros u n sentim ien
menta en la ley natural y en la palabra de Dios escrita; es transmitida to am biguo. Por un a p arte se percibe u n a g ran unanim idad. Pero, p o r
por la tradición de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario y otra p arte, cabe p reguntam os si no es posible co n tin u ar avanzando.
universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la ma D e todas form as, la lectu ra d e estos docum entos de la Ig lesia nos
licia propia del suicidio o del homicidio (EV 65). sugiere las siguientes conclusiones: el problem a de la eutanasia es hoy
m ás urgente que nunca; im p lica a m uchas perso n as; h a de ser cu id a
5. D eclaraciones del episcopado español dosam ente delim itado y rep lan tea la cuestión de las relaciones de la
m oral con la legislación y el derecho.
El conjunto de los obispos españoles se han pronunciado en repe
tidas y diferentes ocasiones sobre las cuestiones relativas al tem a de la
1. G ravedad del problem a de la eutanasia
eutanasia.
Ya en abril de 1986 la C om isión episcopal p ara la doctrina de la fe
E n la doctrina de la Iglesia el problem a de la eutanasia surge a raíz
publicaba u na N o ta sobre la eutanasia en la que se invocaba la D ecla de las prácticas llevadas a cabo en los cam pos de concentración del n a
ración sobre la eutanasia elaborada p or la C ongregación p ara la d oc
cionalsocialism o con fines de experim entación científica o de sim ple y
trin a de la fe en 1980. E l docum ento español ofrecía u n a novedad en
doloroso exterm inio. Pero a partir de la segunda guerra m undial, el pro
cuanto que consideraba la situación de los niños recién nacidos desce-
blem a retorna ante el p rogreso de los m edios artificiales de reanim a
rebrados, afirm ando que cualquier m edio que se pudiera em plear con ción del paciente en estado term inal.
ellos p o d ría ser considerado com o desproporcionado, aunque en sí
E sta problem ática h a llevado a la Iglesia, desde Pío X II hasta Juan
m ism o fuera ordinario29. Pablo II, a la condena explícita de la eutanasia voluntaria y a u na m ati-
El 19 de noviem bre de 1998, con m otivo del suicidio asistido de
zación cuidadosa p o r lo que se refiere a la obligación de seguir m ante
R am ón S am pedro y la cam paña subsiguiente a favor de la despenali-
niendo en vida a un enferm o sobre el que y a no caben esperanzas de re
zación de la eutanasia, la C om isión p erm an en te de la C onferencia cuperación.
episcopal española publicaba u n a o portuna declaración30. E n ella se
E n estas circunstancias era obvio que, al com ienzo, se insistiera en
denunciaba aquella cam paña engañosa, en la que se presentaba com o
el principio de la totalidad, intentando diferenciarlo de su em pleo so
norm al una situación extrem a y com o progreso lo que es u n retroceso
cial y «totalitario». Por otra p arte, tam bién era norm al que se insistie
y u n trib u to a la «cultura de la m uerte». E l docum ento afirm ab a cla
ra en el principio del «voluntario en causa» p ara p erm itir la utilización
ram ente que la eutanasia es u n grave m al m oral, p o r se r contraria al
de narcóticos que p o drían acelerar la lleg ad a de la m uerte, así com o
significado de la v id a hum ana, don y b ien irrenunciable. A dem ás, la
del principio de los m edios «ordinarios y extraordinarios» p ara no exi
aceptación social y legal de la eutanasia provocaría m ales gravísim os
gir el em pleo de to d o s los avances m édicos que p o d rían convertir la
com o la p resió n sobre los ancianos y los enferm os, de form a que las
agonía en u n largo e inútil calvario.
m uertes voluntarias pronto serían im puestas. E l docum ento subrayaba
D urante las dos ú ltim as décadas, el p ro b lem a se h a agravado p o r
a continuación el valor de la fe en Jesucristo p ara vivir y m orir digna
los intentos de despenalización o legalización de la eutanasia. E n este
m ente y p ropugnaba el ejercicio de u n a verdadera «com pasión», fru
caso, los docum entos de la Ig lesia han distinguido netam ente lo ju rí
to de la caridad que no quita la vida, sino que la cuida h asta su final
dico d e lo m oral. H an apelado a los derechos fundam entales de la p e r
natural. sona hum ana y h an reco n o cid o la gravedad de la m anipulación de la
opinión p ública en este tem a.
A dem ás, el creciente desarrollo de la socialización h a llevado a la
29. Fue publicado en Ecclesia, n. 2.265-2.266.
30. Cf. en Ecclesia 2.883 (1998) 7-10. Iglesia a replantearse el principio de los «m edios ordinarios y extraor
dinarios». E sos térm inos cam bian de contenido a m ed id a que avanzan a) E n cuanto al enferm o se le ve com o sujeto de derechos y necesi
la m edicina y la tecnología y el E stado coordina la atención sanitaria. tado de atenciones físicas, m édicas, m orales y religiosas. D esde u n a
E n lu gar de m edios ordinarios o extraordinarios, se habla hoy de m e perspectiva puram ente hum ana, los docum entos del m agisterio subra
dios proporcionados o no al fin que se espera conseguir. y an la dignidad única de la persona hum ana y su irreductibilidad a un
L os últim o s progresos técnicos, especialm ente en trasplantes de caso clínico más. Y desde la perspectiva de la fe, el enferm o es presen
órganos, han descubierto a la Iglesia, com o a la sociedad en general, la tado com o un depositario del don sagrado de la vida, com o un adm inis
n ecesidad de re d e fin ir la m uerte y m atizar los conceptos de m uerte trador responsable y fiel. Todavía en este terreno, las razones teológicas
clínica y m uerte legal. del respeto a la vida parecen centrarse en el señorío de D ios sobre su
Pero, sobre todo, el am biente m aterialista y consum ista de hoy, ha creación, así com o en el precepto bíblico: «N o m atarás», o en el tem a
planteado a la Iglesia el desafío de repensar y anunciar el sentido de la de la im agen de D ios que el hom bre reproduce. Pero tam bién se centran
v id a y de la m uerte. L os hom bres co rren el riesgo de valo rar la vida en el m isterio de C risto y en su dim ensión pascual: en la aceptación del
solam ente p o r los placeres que ofrece o p o r lo que produce. Pero la v i m isterio de la m uerte y la apertura al m isterio de la resurrección.
da es u n a p eripecia que no se reduce a sus logros. D e un a u otra form a, desde la hum anidad o desde la fe, se recono
ce al enferm o y a su inviolable conciencia resp o n sab le el derech o d e
d ecid ir sobre los m edios que han de ser utilizados o no en su trata
2. D elim itación de conceptos
m iento. Y ello siem pre que la decisión evite la tentación del suicidio,
E n los docum entos de la Iglesia que hem os exam inado se percibe que es presentado com o un atentado al proyecto de D ios, al am or h a
la intención de delim itar los térm inos que están en ju eg o . E sta inten cia sí m ism o y a la responsabilidad h acia la com unidad.
ción está a veces im plícita, cuando se ofrecen varias defin icio n es de Se valora tam bién la aceptación de la m uerte, sin acudir a m edios
los conceptos em pleados. Pero otras veces se alude explícitam ente al «extraordinarios», p o r ah o rrar a la fam ilia gastos inútiles. Se reconoce
peligro d e utilizar «palabras que suenan bien» p ara encubrir proyectos y se valora la d isp o n ib ilid ad p ara som eterse voluntariam ente a trata
abiertam ente eutanásicos. m ientos experim entales q ue p ueden b en e ficia r a la hum anidad. Y se
E n los docum entos no encontram os las palabras distanasia o anti- reconoce su necesidad de afecto y cercanía en el m om ento m ás hum a
distanasia, pero el concepto se halla presente siem pre que se habla de no d e su vida.
la continuación de un tratam iento sin esperanza de éxito, o de la su b) E n cuanto a su fa m ilia , los docum entos de la Iglesia reconocen
presión de los m edios artificiales de reanim ación. la d ificu ltad de que sea ella quien d ecida sobre la vida del enferm o.
L a declaración de la C ongregación p ara la doctrina de la fe ha m o Ven a la fam ilia com o el sujeto de m últiples atenciones afectivas que
dificado el lenguaje tradicional. E n lugar d e m edios «ordinarios» o es necesario prestar al m oribundo, pero tam bién com o el m otivo p ara
«extraordinarios» prefiere hablar de m edios «proporcionados» y «des ren u n ciar a los gastos inútiles, siem pre que se h ay a p erd id o la espe
proporcionados». L a nueva term inología invita a sopesar todas las cir ran za de la recuperación.
cunstancias que perm itan esperar u n a recuperación del enferm o. Los c) A l m édico, los docum entos de la Iglesia le reconocen el derecho
m edios desproporcionados lo serían, en efecto, en relación a la situ a a intervenir, incluso con calm antes arriesgados, en el proceso del d e
ción co ncreta del enferm o y a la esperabilidad de v id a m ás que a las senlace final del paciente. Pero le reconocen tam b ién el derecho a in
circunstancias m ás fisicalistas de coste de los m edios, distancia a que terru m p ir u n a terapia que no hace sino alargar u n a agonía irreversible.
se encuentran y otras sem ejantes. Sin em bargo, se p ercibe la am bigüedad de la experim entación que se
lleva a cabo a costa del paciente y se pone en guardia sobre sem ejantes
abusos, al tiem po que se condena cualquier d ecisión de dar la m u erte
3. P ersonas im plicadas en la eutanasia
al enferm o de fo rm a directa.
L os docum entos de la Iglesia fijan su atención alternativam ente en d) E n cuanto a las autoridades p o lítica s subraya la Iglesia su deber
el enferm o m ism o, en su fam ilia, en el m édico y el personal de enfer de atender a las n ecesid ad es y a la v id a de las personas. Se tiene en
m ería y, p o r ú ltim o en las autoridades políticas. cuenta la m ayor socialización de n uestro m undo que com porta u n sen
tido d iferente de los m edios ordinarios o extraordinarios y se a firm a u n sim ple padecim iento; p ara que sea realm ente hum ano y no angeli
que todos los ciudadanos tienen derecho a los m ism os m edios. cal n i vegetativo; p ara que sea realm ente u n a m u erte, no u n suicidio n i
Por o tra parte, es preciso subrayar que los docum entos de la Iglesia u n asesinato. U na m uerte hum ana. Y u n a m u erte hum anizadora p ara el
condenan tam bién la tentación de im poner norm as de m uerte, aun apo m oribundo, p ara su fam ilia y para la sociedad.
yándose en u n a m ayoría sociológica, real o m anipulada. A nte la eutanasia, el m oralista h a de reflex io n ar sobre los plantea
m ientos recibidos de un a tradición doctrinal. Pero h a de intentar esbo
zar nuevos planteam ientos, con un a cierta dosis de libertad y de senci
4. R elaciones entre el derecho y la m oral llez, aun aceptando de antem ano el riesgo de no acertar. Y eso vam os
a h acer a continuación.
Ya en los docum entos de Pío X II se percibe el interés por un derecho
médico, necesario para que los m édicos puedan actuar con una cierta se
guridad ante la sociedad. Se subraya que la m oral m édica no puede re a) Una m etodología tradicional
ducirse a un eventual derecho m édico, a m enos que se pretenda caer en
un puro legalism o ético. L a m oral h a de fundarse en el ser de las cosas. H abría que com enzar afirm ando tajantem ente que «la eutanasia p o
R especto al problem a concreto del m édico ante la m uerte, se ve la sitiva directa suscita graves objeciones m orales. E l respeto absoluto a la
necesid ad d e que sea definido el m ism o concepto legal de la m uerte, vida hum ana constituye u n principio fundam ental del orden m oral»32.
con frecuencia determ inado po r criterios que y a no resultan adm isibles 1. L a eutanasia propiam ente dicha representa, en efecto, u n acto en
en nuestra sociedad31. el que se realiza una grave usurpación del valor m ás alto que existe en el
Se condena cualquier ley que pudiera perm itir el em pleo de los m e orden de las cosas; el valor de la vida.
dios m édicos para dar m uerte directam ente al m oribundo o para iniciar
La eutanasia significa que el hombre puede disponer de la propia vida
otro proceso de enferm edad que lleve a la m uerte. Se aboga, en cam bio,
o de la de los demás y existe algo en lo más profundo de nuestra con*
p or una legislación que regule las situaciones anti-distanásicas, despe
ciencia que se opone a esta acción, cualesquiera que sean sus circuns
nalizando la decisión de interrum pir el tratam iento «desproporcionado». tancias. .. Esta resistencia o repugnancia interior es la traducción a un
A dvierten, finalm ente, los docum entos, contra el efecto deseduca nivel vivencial de la expresión clásica de que el hombre no es dueño de
dor de u n a ley perm isiva de la eutanasia y contra las consecuencias de su vida ni de la vida ajena33.
sastrosas que se seguirían, tanto p ara el cam po de la m oral com o p ara
las leyes. E stas en efecto, h an de orientar h acia la m eta de la hum ani N inguno de nosotros, n i el enferm o, ni su fam ilia, ni los que asis
zación y revelar los valores éticos que realizan un a v id a au téntica ten a su cabecera, dispone de un p o d er absoluto sobre la existencia,
m ente hum ana. que constituye un don del que hem os entrado en posesión sin colabo
ración alguna de n u estra p arte y que está dotado de unas precisas fi
nalidades que h a de conseguir. Y nadie, ni p o r sí m ism o ni p o r m edio
3. Para una reflexión ética de otras personas, puede p o n er u n térm ino al sentido teleológico de la
existencia ni al em peño personal p o r conseguirlo34.
L a m oral tiene que preguntarse cóm o actuar, aquí y ahora, para que 2. E xisten circunstancias graves en los que se sugiere con frecuen
el acto hum ano del m o rir sea realm ente un acto, una actuación, y no cia que sería m ejor rec u rrir a una m uerte p o r com pasión (M ercy ki
lling) p ara evitar al pacien te sus dolores. A lgunos se preguntan si, en
31. Sobre la problemática de la definición de la muerte, cf. F. Montovaní, Morte
(generalitá), en Enciclopedia del diritto XXVII, Várese 1977, 83-92: «II concetto di
morte», así como p. 92-102: «L’acertamento della morte»; R. J. White-H. Angstwurm- 32. J. Gafo, Nuevas perspectivas en la moral médica, Madrid 1978, 228. Cf. tam
I. Carrasco de Paula, The Determination o f Brain Death and its Relationship to Human bién su contribución Eutanasia y derecho a morir en paz, en La eutanasia y el derecho
Death, Cittá del Vaticano 1992; R. E. Cranford, Criterio fo r Death, en EB I, 529; A. M. a morir con dignidad, Madrid 1984, 123-142.
Capron, Legal lssues in Pronouncing Death, en EB I, 534-40; K. Granstrand, Death 33. J. Gafo, Nuevas perspectivas en la moral médica, 228.
Definition and Determination of: Philosophical and Theological Perspectives, en EB I, 34. Cf. G. Perico, Diritto di moriré?-. Aggiomamenti Sociali (diciembre 1975): ci
tamos según nuestra traducción ¿Derecho a morir?: Colligite 22 (1976) 141-148.
540-549.
estas circu n stancias, la m uerte p o r m isericord ia no sería solam ente E n la eutanasia ejecu tad a a p etición d el en ferm o cabe la preg u n ta
una aceleración de la m uerte que está y a en proceso de llegar35. Si en p o r el m om ento en que se form ula la petición. Si el enferm o m anifes
el p lano d e los sentim ientos instintivos es com prensible que u no p u e tó su intención co n an terio rid ad al m om ento de sus m áxim os dolores
d a querer suprim ir al paciente, en el de la reflexión, el gesto parece ir o su inconsciencia, no p arece éticam ente ju stific a b le dar cauce a u n a
contra la razó n y la dignidad hum ana36. C abe, adem ás, preguntarse so decisión form ulada en m om entos en que se ignoraba la eventual situa
bre la g enuinidad de esa com pasión. B ajo esa apariencia puede ocul ció n real. Si la p etició n d e la eu tan asia e s rea liza d a en el p resen te en
tarse u n inconsciente deseo de alejar de la vista la p resencia del dolor. que se hace «insoportable» la vida, habrá que preguntarse seriam ente
3. Por otra p arte si en años pasados se practicó la eutanasia p o r ra p o r el sentido de la petición:
zones políticas, en nuestros días p o d ría prom overse p o r razones eco
nóm icas. L as razones pueden ir desde la superpoblación hasta la lon En realidad, enfermos que parecen pedir la eutanasia están solicitando un
cuidado mejor, un acompañamiento más humano y no tantos desvelos
gevidad conseguida gracias al progreso de la m edicina, desde el coste
técnicos: es necesario saber descifrar el verdadero lenguaje del enfermo
de las atenciones sanitarias h asta la falta de espacio en los hospitales.
en semejante situación. Si la medicina crónica y terminal estuviera tan
T ras esos argum entos se adivina u n a concepción de la v id a que super
atendida como algunos sectores técnicos en punta, probablemente serían
valora la productividad económ ica p ara la defensa de la vida. P ara es
todavía menos los enfermos que solicitaran la eutanasia. Las peticiones,
ta m entalidad el hom bre está m uerto cuando no h a com enzado ó h a quizás más que expresar los deseos profundos del enfermo, denuncian
cesado de ser u n órgano productivo en la sociedad. las carencias de la medicina y de la sociedad39.
4. E l pro blem a de la eutanasia positiva directa se plan tea tam bién
en el contexto de la eutanasia eugénica, que puede ser estudiada ta m
bién d esde los presupuestos del aborto. Siem pre hay que ten er en 1. E utanasia positiva indirecta
cuenta la d ificu ltad en señalar u n lím ite preciso entre «norm alidad» y
Ya P ío X II preveía algunos casos en los que la adm inistración de
«anorm alidad» del nascituro. L a adm isión de la eutanasia eugénica es
sedantes aliviaría los dolores d el enferm o, aunque al m ism o tiem po
la señal de u n a antropología que cataloga las vidas h um anas en « ú ti
acortaría la duración de su vida. E ste acortam iento de la vida sería un
les» o «inútiles», según su índice de rentabilid ad social.
H ay q ue ten er en cuenta, tam bién, que es m uy difícil d eterm inar efecto no querido, aunque previsto, de un a acción m oralm ente bu en a
co n certeza cuánto hay, en el gesto eutanásico, d e sincero altruism o y com o es la d e intentar am inorar los dolores d el enferm o40. N o s encon
cuánto de inconsciente egoísm o ante el acoso de ese dolor irrem edia tram os ante un caso típico p ara la aplicación del prin cip io de doble
ble que se tien e ante los ojos37. efecto. Tal m edicación «peligrosa» estaría perm itida, puesto que, po r
5. E n resum en, la eutanasia positiva directa es considerada p o r la hipótesis, no se p reten d e su p rim ir o acortar la v id a d el p aciente, sino
m oral católica com o la m uerte de u n inocente. C uando es adm inistra únicam ente aliviarle sus dolores, aunque se siga tam bién el efecto n e
da contra la voluntad del paciente, o sin contar con su decisión res gativo d el acortam iento de su vida.
ponsable, constituye «objetivam ente» u n asesinato, m odificado p osi L os partid ario s de la eu tan asia d irecta acu san frecu en tem en te a
blem ente p o r el estado subjetivo del agente de la eutanasia. este p lanteam iento de hipócrita, puesto que consigue de todas form as
C uando la eutanasia se adm inistra a petición del paciente el p ro un desenlace fatal, dando la ap arien cia d e n o qu ererlo n i intentarlo41.
blem a adm ite varias m atizaciones. E n principio y objetivam ente la de N os parece, sin em bargo, que u n a m oral legalista pu ed e ciertam ente
cisión «suicida» es m oralm ente rechazable, au n cuando el suicidio dar p ie a sutilezas farisaicas d e ese tipo, p ero u n a m o ral de la resp o n
puede asu m ir en determ inados casos una m o ralid ad d iferente gracias sabilidad debe p o r fuerza ju g a r con la sinceridad d e las opciones que
a su sig n ificado de heroica generosidad38. se tom an.

35. Cf. D. C. Maguire, La muerte libremente elegida, Santander 1975, 66. 39. F. J. Elizari, Moral de la vida y la salud, en Praxis cristiana II, Madrid 1981,
36. Cf. G. Perico, ¿Derecho a morir?-. Colligite 22 (1976) 142. 113-114; Cf. J. Gafo, La eutanasia, Madrid 1984, 23-25.
37. Cf. ibid., 143. 40. Cf. el discurso de Pío XII al IX Congreso nacional de la sociedad italiana de
38. Cf. K. Barth, Une appréciation théologique, en N. Tetaz, Le suicide, Genéve anestesiología (24.2.1957): Colección de encíclicas I, 1806-1817.
1971, 157-184. 41. Cf. Ch. Bamard, Cómo elegir su vida, elegir su muerte, Barcelona 1981,78.
En este punto debe tenerse ante todo en cuenta la intención del enfer a) E s hoy conocido el caso d e enferm os g rav es e incurables que,
mo, de sus familiares y del médico. Sería inaceptable una actitud que
p ersonalm ente o p o r m ed io de sus fam iliares m ás cercanos, pid en la
pretendiese ante todo la muerte del enfermo, aunque fuese de un modo
suspensión del tratam iento m édico, p o r resu ltar y a inútil y capaz sola
gradual. Sin embargo, si lo que realmente se pretende es el aminora-
miento de los dolores del enfermo para que pueda afrontar «con digni m ente de prolongar u na supervivencia apenas soportable. E l problem a
dad» sus últimas horas, la utilización de dicha medicación es moral es frecuente y largam ente debatido. Se tra ta d e u n en ferm o en la fase
mente aceptable42. term in al d e su enferm edad. A p esar d e calm antes, continúa sufriendo
intensam ente y p refiere m o rir en paz, al p ercib ir que la asistencia m é
E s necesario adm itir la honestidad d e esos esfuerzos p o r procurar al d ica sólo sirve p ara p ro lo n g ar d e m odo forzado su existencia. H a de
enferm o u n a situación de lucidez y de dignidad p ara qu e pueda vivir, a estar claro que las p restaciones m édicas so n y a d e carácter extra-tera
ser posible sin dolores, ese m om ento privilegiado del fallecim iento. El péutico, es decir, y a n o so n curativas n i capaces d e h ac er retroceder la
acortam iento de la vida es m enos significativo que la búsq u ed a d e un enferm edad.
m om ento de p az y serenidad en su proceso de fallecim iento. E ste pro E n casos sem ejantes, la doctrina m oral reconoce un cierto «derecho
cedim iento n o debería ser calificado com o «eutanásico». E l uso de tal del enferm o» a hacer suspender el tratam iento m édico inútil. E n la m o
term inología es engañoso. Por o tra parte, es necesario advertir contra la ral tradicional se hablaba d e la licitu d de ren u n ciar a lo s cuidados ex
tentación de sedar al paciente p ara que pase de la m uerte a la vida en un traordinarios, o excepcionales o excesivam ente gravosos. E n nuestros
estado de inconsciencia. Tal decisión puede responder a u n a m edida días h a aum entado la conciencia de las obligaciones de una asistencia
p rudente, p ero puede tam bién revelar el terro r de la sociedad ante la m édica socializada y la gravosidad y a no es tan real frente al deber del
m uerte y la inhibición d e los que asisten al paciente, p o r no ten er un a Estado de procurar los cuidados necesarios a los enferm os, aun los eco
palabra y un gesto significativos p ara él en el m om ento que afronta. nóm icam ente débiles. A sí p u es, en nuestros días, se p refiere fundar la
licitud d e la renuncia a los cuidados m édicos citados sobre la base de su
«proporcionalidad» a las esperanzas de recuperación del enferm o44.
2. E utanasia negativa
Tam bién se h a com enzado a fundar la licitud de la renuncia en un
C on esta expresión se denom ina a veces la interrupción de la apli pensam iento m ás antropológico que «económ ico», es decir, en e l d e
cación d e los m edios «extraordinarios» de reanim ación que, sin espe recho del paciente a escoger u n a fo rm a d e m u erte m á s seren a y m ás
ranza de recuperación y de v id a consciente, siguen m anteniendo al p a hum ana, m ás adaptada al encuentro co n el acto fundam ental d e su v i
ciente en estado de v id a vegetativa. Tras la intro d u cció n d el térm ino da y con el m isterio que le espera45.
distanasia p ara referirse a la aplicación de «aparatos auxiliares», la eu P or otra parte, así com o la persona no tiene el derecho de p o n er fin
tan asia n egativa se conoce tam bién con la expresión de anti-distana- a su antojo a la p ro p ia existencia, tam poco tiene la ob lig ació n incon-
sia43. E n este caso nos encontram os en u n a situación m uy diferente del dicionada de sobrevivir a cualquier precio, com o p o d ría ser e l d e p ro
caso de la eutanasia positiva directa. A quí n o se trata d e p racticar un a longar lo s sufrim ientos personales, físicos y m orales, la ten sió n y las
acción objetivam ente inm oral, au n disculpable a veces p o r u n estado incom odidades de todo el grupo fam iliar o los gastos de una asistencia
subjetivo, ni de realizar un acto de m alos efectos previstos aunque no especial, y tiene siem pre el derecho de aceptar la m u erte que llega de
queridos, sino que se trata d e u n a om isión, cuya m o ralidad dependerá modo natural.
de la intención de la persona que realiza dicha om isión. E ste principio n o im p lica la adm isión d e u n a o p ció n irresponsable.
D e h ech o los m alentendidos m ás graves acerca d el problem a de la Por el contrario, supone que es tarea d el paciente, o d e sus fam iliares,
eutanasia se centran en la cuestión de la suspensión del tratam iento que v alorar en su to talid ad la situación personal p ara calcu lar los riesgos
se ha revelado inútil, así com o en to m o al problem a d e la reanim ación.
44, Cf. la Declaración lura et bona (5.5.1980): Ecclesia 1.990 (1980) 860-862.
42. J. Gafo, Nuevas perspectivas en la moral médica, 223. 45. Cf. G. Perico, ¿Derecho a morir?'. Colligite 22 (1976) 144, al que seguimos en
43. Cf. M. Zalba, La distinzione tra mezzi ordinari e straordinari nella scienza me esta exposición. Con razón se ha podido decir que el rechazo de la muerte es más ame
dica e iproblemi morali connessi: Fatebenefratelli (noviembre 1971) 525s; V Marcozzi, nazador para la vida que la muerte misma: D. W. Moller, Confronting Death: Valúes,
Jl cristiano di fronte a ll’eutanasia: CivCat (1975) IV, 322-336. Institutions and Human Mortality, New York 1996.
globales así com o las esperanzas, y realizar las propias opciones con A h o ra bien, to d a tentativa de reanim ación será inútil en los casos
vistas al m ayor bien propio. Se trata, pues, de ejercer un sereno acto de de pacientes que h an llegado a los um brales de la m uerte com o conse
discernim iento p ara adivinar, en u n a supervivencia forzada p o r los tra cu encia de enferm edades que los han ido destruyendo poco a poco. Es
tam ientos inútiles, unos p elig ro s m ás graves p a ra la p erso n a de cuan cierto que po d ría ser restaurada una actividad vital tem poral, p ero la
to s resultarían de dejar libre curso al p roceso degenerativo que le está en ferm edad se sobrepondría inm ediatam ente.
conduciendo a la m uerte. E l problem a ético se plantea cuando, después de haber aplicado du
D e fo rm a positiva, lo que se intenta, en este caso, es crear en esos rante un período de tiem po las técnicas reanim adoras, las condiciones
m om entos extrem os u n espacio verdaderam ente hum ano p ara m orir, del sujeto no revelan m ejoría n i signos de vida. E n este caso cabe p re
con la exclusión de algunos aparatos o tratam ientos que p arecen im guntarse si es lícito interrum pir las técnicas de reanim ación. Creem os
pedir al paciente el posible cum plim iento de sus últim os deberes. U na que se podría contestar con las palabras ponderadas de Giacom o Perico:
asistencia «inútil» y obstinada puede llegar a se r injusta cuando, co n
tra la voluntad del interesado o d e sus fam iliares, se realizan sobre el Se puede pensar que un paciente bajo reanimación, del que se haya ve
m oribundo p ru eb as d e carácter experim ental. «S uspender un trata rificado la muerte clínica, es decir, que se encuentre en la imposibilidad
de recuperar la consciencia y la vida, desde un punto de vista ético y
m iento en este caso no supone p ara el m édico abandonar el cam po, si
más concretamente de la moral cristiana, puede ser separado de los apa
no sólo aceptar hum ildem ente los propios lím ites y respetar el derecho
ratos reanimadores, aunque esta separación provoque habitualmente la
del paciente a darse cuenta de m odo m ás sereno y tranquilo de todo lo
interrupción de las funciones paravitales que de ellos dependan, así co
que está sucediendo»46. mo la rápida y total degeneración biológica del organismo. Así lo decla
ró Pío XII el 24 de noviembre de 1957, afirmando que en este caso no se
b) U n pro b lem a análogo es el de la interrupción d e las p rá c tic a s da la eutanasia ni una disposición directa de la vida del paciente.
reanim adoras y otras iniciativas sim ultáneas d e terapia intensiva. Personalmente somos de la opinión de que, incluso en el caso de que
E l caso de K aren A . Q uinlan colocó ante los ojos de la opinión p ú quedase aún alguna pequeña duda sobre la muerte clínica del paciente,
blica la situación de sujetos que pasan de repente de u n estado de sa pero fuese verificada una amplia degeneración cerebral seguramente
lud a los um brales de la m uerte p o r una parada de respiración o de cir irreversible, con los consiguientes fallos irrecuperables de órganos fun
culación sanguínea, que provoca un «déficit» de oxigenación en los damentales para la supervivencia, desde un punto de vista moral, preci
tejidos, que irán poco a poco degenerándose. samente en nombre del interés general del sujeto y en su nombre, se po
Puesto que las células m ás expuestas a la m uerte p o r falta de oxíge dría suspender la reanimación. Estaríamos en el caso antes examinado de
la suspensión de un tratamiento que ya no es curativo sino sólo de apoyo
no son las cerebrales, el enferm o irá perdiendo m ovim ientos, sensibili
de una supervivencia forzada y sin alguna esperanza de recuperación48.
dad, acción, conocim iento, etc., y la m uerte llegaría a través de u n a su
cesión de parálisis irreversibles. Pero si interviene un tratam iento
E n tre la eu tan asia (o m u e rte p ro d u cid a p o r u n a acción directa o
oportuno de reanim ación, antes de que el estado de necrosis se extien
po r o m isión d e la asistencia ú til) y el «derecho a m o rir con dignidad»
da al cerebro y a otros órganos esenciales, es posible obtener la revivis
(entendido com o rech azo d e u n a co n tin u ació n fo rzad a y excepcional
cencia de todo el organism o o al m enos de sus órganos fundam entales47,
de la existencia) hay u n a d iferen cia abism al. E n casos com o éstos se
46. G. Perico, ¿Derecho a morir?, 144. Cf. J. Gafo, Nuevas perspectivas en la mo rá necesario considerar el co nflicto de «cantidad fren te a calidad d e la
ral médica, 231: «El médico puede tender, en estas situaciones difíciles, a optar por una
solución más segura, prolongando la vida del paciente, como solución más segura y me nal aguda o coma o pérdida completa de la consciencia, de la motilidad voluntaria y de
nos comprometida. Sin embargo, en muchos casos, se trata de una prolongación no-ra la sensibilidad, aun quedando relativamente indemnes las funciones vegetativas. Las téc
zonable de la vida, porque se ha de vivir en condiciones sumamente precarias y en medio nicas reanimadoras son fundamentalmente las siguientes: reanimación respiratoria, rea
de dolores. Como afirmaba el teólogo protestante James Gustafson, de la Universidad de nimación cardíaca, reanimación renal y reanimación de un shock reintegrando el volu
Chicago, la idea de no prolongar innecesariamente la vida ha tenido siempre una mayor men de sangre o devolviendo el tono de los vasos».
acogida fuera de la profesión médica que dentro de la misma». 48. G. Perico, ¿Derecho a morir?, 146. Cf. también los artículos posteriores en tor
47. Cf. G. Perico, ¿Derecho a morir?'. Colligite 22 (1976) 22: «Los cuadros más no a Eutanasia e sospensione dei trattamenti in malati terminali: Aggiomamenti Socia-
importantes de descompensación, por los que se recurre a la reanimación son ios si li 33 (1982) 677-686, además de Aspetti della rianimazione: Aggiomamenti Sociali 34
guientes: insuficiencia respiratoria, fallo cardíaco, shock circulatorio, insuficiencia re- (1983) 329-337.
vida»49. Y acep tar el riesgo de esas elecciones dram áticas p ero inevi desde fuera, de acuerdo con su edad, su capacidad de producción o su
tables. Si la lucha contra la m uerte nun ca es u n a prestación inútil o ri puesto relevante en la sociedad.
dicula, hay que reconocer que tam b ién en esta lucha pu ed e existir un 4. U n a argum entación b asad a en la distinción entre la acción y la
lím ite, im puesto sobre todo p or el principal interesado, que no sólo tie om isión resulta cada vez m ás difícil ante los m edios técnicos actuales,
ne el derecho de sobrevivir sino tam bién de salvar sus valores m ás p er al tiem po que p o d ría caer en la tentación del fariseísm o. L os m ism os
sonales. códigos penales nos darían un a lección al adm itir culpabilidad en cier
D e todas form as ¿quién es cap az de delim itar las notas que carac tas om isiones51.
terizan la «calidad» de la vida?, ¿quién pu ed e d eterm in ar los in g re O tros han ido todavía m ás allá en el intento de postular una nueva
dientes, los m otivos y las tonalidades q ue co n fig u ran u n a vida de cali ética ante la m uerte. P ara ello niegan la diversidad entre seres vivos,
dad p ara otras personas? h um anos o n o hum anos, o b ie n desprecian com o «religiosa» la creen
Y, finalm ente, ¿quién ha de d ecidir y controlar en qué m om ento cia según la cual el hom bre h a sido creado a im agen de Dios. N i los n i
los cuidados m édicos están siendo excesivos p ara u n determ inado p a ñ os recién nacidos ni los peces son personas, aunque siem pre esté m al
ciente?50. L a discusión sobre esta alternativa h a de ser sólo indicativa. h acerles sufrir. Tal es la co n o cid a opinión de P eter S inger52.
Seguram ente es necesario optar p o r un planteam iento que incluya,
b ) H a cia una nueva m etodología en su base, la realidad del conflicto de valores. C on razón observa R i
chard M cC o rm ick que el uso de expresiones com o libertad, razona
A l in tentar reflejar el tratam iento tradicional que la m oral católica ble, vida hum ana, que p o n en a la libertad h u m an a com o criterio de las
ha dado a los tem as de la eutanasia y la antidistanasia, nos hem os sen decisiones éticas ante la m uerte, adm ite u n a gradualidad valorativa de
tido a veces incóm odos con el m ism o planteam iento de las cuestiones. la lib ertad y, de form a im plícita, adm ite com o criterio la calidad-de-la-
E s necesario superar y abandonar ciertas opciones m etodológicas p re vida p o r encim a de la d u ración o la cantidad d e la v id a53.
cedentes: A hora bien, el conflicto de valores, sobre todo cuando se trata de
1. U na argum entación m oral basada en el principio del «voluntario cuestiones capitales com o las relativas a la vida, h a de ser sopesado
directo o indirecto» o en el principio del «doble efecto» resulta sospe cuidadosam ente. H abría que excluir otros criterios valorativos, com o
chosa en el diálogo ecum énico, pero tam bién para m uchos m oralistas el placer, la com odidad, la tranquilidad, y descartar las razones de ene
católicos, p o r p artir de una especie de «intencionalism o extrinsecista» y m istad que claram ente serían reconocidas com o tip ificad o ras de un
de una concepción fisicista de la moral. asesinato. «En las situaciones de la eutanasia y de la adistanasia sola
2. U na argum entación basada sobre el carácter «ordinario» o «ex m ente p ued e hablarse de auténtico conflicto de valores cuando entran
traordinario» de los m edios em pleados p o r la m ed icin a se h a quedado en ju e g o el valor de la v id a hum an a y el valo r del m o rir dignam ente,
obsoleta. E l criterio es dem asiado subjetivo, p o r u n a p arte, y dem asia y a que este v alo r se enraíza - l o m ism o que el valo r de la v id a h u m a
do discrim inatorio: lo que p ara algunos pacientes constituye un m edio n a - en la totalidad axiológica de la perso n a» 54.
ordinario, para otros, m ás pobres económ ica o culturalm ente, resulta
extraordinario. L a m ism a distinción denu n cia u n estad io dem asiado
individualista y liberal de la m edicina y la sanidad. 1. C onflicto de valores y situaciones eutanásicas
3. U na argum entación b asada sobre la diferencia cualitativa de las
perso n as resultaría inju sta e injuriosa: no es ju sto valorar una vida, A veces se ha aplicado el principio de conflicto de valores a las si
tuaciones eutanásicas, en las que el paciente (o sus fam iliares o perso-
49. Cf. K. Nolan, El problema del cuidado de los moribundos, en Ch. E. Curran
(ed.), ¿Principios absolutos en teología moral?, Santander 1970, 264. 51. Cf. M. Vidal, E l discernimiento ético, Madrid 1980, 98-99.
50. Cf. el diálogo entre Dax Cowart -p o r efecto de una explosión, quedó ciego y 52. P. Singer, Repensar la vida y la muerte. E l derrumbre de nuestra ética tradi
sin capacidad de usar sus manos y ahora es abogado- y el constitucionalista Robert cional, Barcelona 1997.
Burt: Confronting Death. Who Chooses? Who Controls?: HastingsCRep 28/1 (1998) 53. Cf. R. A. McCormick, The Quality o f Life, the Sanctity o f Life: StMor 15
14-24. Ver los números monográficos The Quality o f Life y The Meaning o f Death de (1977) 632-633.
la revista Bioética e Cultura 1 (1993) y 3 (1995). 54. M. Vidal, El discernimiento ético, 101.
ñas responsables de la situación) considera preferible abreviar la vida especie de im posición heterónom a de un a escala d e valores, u n a p ro
y, p o r tanto, adelantar la m uerte p o r los m otivos apuntados: liberarse fanación y la confesión de la triste incapacidad p ara u n a auténtica asis
te n cia al morir.
de u n a ago nía prolongada o de sufrim ientos notables insostenibles;
deshacerse de u n a v ida calificada com o «inútil»; hacer del m orir una E sta decisión p o r cuenta ajena h a p lanteado serios problem as éti
cos cuando se ha tratado de constituir a los psiquiatras com o árbitros
elección libre, etc.
E n todos estos casos n o se p ued e h ablar de auténtico conflicto éti p ara ju z g ar la op o rtu n id ad d e acceder a las pretensiones d e u n p acien
co de valores entre el valor de la vida y esos otros valores señalados. te a un suicidio asistido58.
U n m ejor planteam iento antropológico de los principios de la vida
No hace falta repetir los argumentos que se han dado repetidamente por y la m uerte y una m ás hum an a organización asistencial h aría qu e el
la moral para condenar toda acción que tienda a abreviar directamente la
enferm o deseara con m enos frecuencia la m u erte59.
vida del moribundo: inviolabilidad de la vida humana; sinsentido de
L a adm isión d e la eu tan asia activa directa, sea a p etició n d el p a
la proposición de otros valores por encima del valor de la vida humana;
peligro de arbitrariedad por parte de los «poderosos» (autoridad, técni ciente o sin su consentim iento, es la adm isión del fracaso social y co
cos, etc.); consideración «utilitarista» de la vida del hombre; pérdida de m unitario de nuestra actual escala de valores.
nivel moral de la sociedad, etc.55
2. C onflicto de valores y situaciones anti-distanásicas
L a eutanasia activa, por la que eventualm ente se decidiría el enfer
m o en casos lím ite o la que él m ism o pudiera ped ir a los dem ás, h a de A unque las situaciones anti-distanásicas ofrecen g ran v ariedad d e
ser considerada com o una capitulación frente a la tarea auténticam en planteamientos, se podrían situar dentro de un afán desm esurado de pro
te ética de la aceptación y realización del valor de su v id a y aun de su longar la v id a hum ana, red u cid a a veces a u n nivel puram ente vegeta
m uerte. C om o bien h a escrito John P. S afranek, quienes plantean la le tivo. E l principio del conflicto de valores entre el valor de la vida h u
gitim idad de tal opción fundándose solam ente sobre el principio de la m ana y el derecho a m orir con dignidad adm ite tam bién aquí algunas
autonom ía d el paciente dem uestran u n a caren cia ética lam entable. E n conclusiones inm ediatas:
la au sen cia de una teoría sustantiva y ontológica del bien, la p o stu la
Creemos que entra dentro del «derecho a morir humanamente», no pro
ción de la autonom ía no puede establecer una distinción entre los ac
longar indebidamente la vida del hombre más allá de lo que presumi
tos prohibidos m oralm ente y aquellos que se p o d rían perm itir. E n rea
blemente es el espacio de la realización de la libertad humana. Mientras
lidad, im po n er u n a p articu lar teo ría del bien, y a fuera basado en la que juzgamos inmoral todo procedimiento conducente a la eutanasia,
libertad individual o en la santidad d e la vida, n o h aría m ás que v io lar opinamos que debieran proponerse pistas más abiertas para orientar la
la autonom ía de los que no com partieran tal teoría56. conciencia moral con relación a las situaciones distanásicas60.
E s interesante recordar que el 26 de jim io de 1997, el T ribunal su
prem o de E stados U nidos rehusó reconocer com o protegido p o r la 58. Cf. M. D. Sullivan-L. Ganzíni-S. J. Youngner, Should Psychiatrists Serve as
Gatekeepers fo r Physician-Assited Suicide?: HastingsCRep 28/4 (1998) 24-31.
co n stitu ción am ericana el eventual «derecho a m orir» p o r m edio de
59. Cf. A. Regan, From Euthanasia to the Good Death: Studia Moralia 15 (1977)
u n a m edicación letal prescrita p o r un m édico57. 67, quien cita en este caso la convicción de las Dras. Kübler Ross y Saunders. Cf. tam
E n el caso de que fuera decidida p or las p ersonas que constituyen bién J. J. Fins, Physicians-Assisted Suicíde and the Right to Care: Cáncer Control 3/3
el entorno del p aciente y sin consentim iento del m oribundo, esa euta (1996) 272-278, donde, comentando las complicaciones de la proposición 16 del Estado
de Oregon, el autor invita a reevaluar el mito de la autonomía del paciente, que termina
nasia activa debe ser considerada com o una introm isión y una infrac por aislar tanto ñsica como moralmente a los enfermos terminales; según él habría que
ció n co n tra la persona h um ana y sus derechos fundam entales: es u na insistir menos en el capítulo de los derechos y más en el de las complejas relaciones en
tre los médicos, el paciente y la muerte. Cf. también J. Woolfrey, What Happens Now?
Oregon and Physician-Assisted Suicide: HastingsCRep 28/3 (1998) 9-17. La Declara
55. M. Vidal, El discernimiento ético, 103.
56. J. P. Safranek, Autonomy andAssisted Suicide. The Execution o f Freedom: Has- ción de la Conferencia episcopal católica de los Estados Unidos de América, Vivir el
Evangelio de la Vida: Un reto para los católicos (1998), denuncia la cultura de la muer
tingsCRep 28/4 (1998) 32-36; cf. M. J. Kovács, Autonomía e o direito de morrer com
te que se ha establecido en su país, también en este tema: Ecclesia 2.930 (1999) 163-170.
dignidade: Bioética (Brasilia) 6/1 (1998) 61-69. 60. M. Vidal, El discernimiento ético, 103.
57. Cf. M. Capron, Death and the Court: HastingsCRep 27/5 (1997) 25s.
Se p o d ría afirm a r que el p rin cip io del conflicto de valores p odría «hum anidad» de la vida que está e n ju eg o . N o se puede dar, desde fue
tener aplicación en las situaciones que a continuación se ejem plifican: ra, u n ju ic io sobre la «calidad-de-la-vida» y lo que la hace estim able
a) C uando las técnicas reanim adoras siguen m anteniendo un a vida y asum ible. Sin em bargo, no puede ren u n ciar a p o n er de su p arte lo
vegetativa y h a sido y a posible constatar la m uerte clínica del p acien necesario cuando considera que esa v id a es recuperable.
te, se pod ría prescindir de los aparatos, puesto que no tiene sentido se
guir m anteniendo esa pseudo-vida.
3. L a alternativa de la ortotanasia
b ) C uando no pueda com probarse la existencia de la m uerte clíni
ca y sin em bargo la u tilización de los m edios auxiliares no h ace sino D esde hace algunos años, y a la v ista de la equivocidad que entra
prolongar u n estado de vida vegetativa, no parece inm oral y po d ría ser ñ a el térm ino «eutanasia», se h a venido introduciendo el neologism o
recom endable suspender el tratam iento distanásico atendiendo a razo «ortotanasia», atribuido a Eisler, pero em pleado y a con anterioridad.
nes suficientes, de índole fam iliar, psicológica y h asta económ ica61. Según Eisler, la ortotanasia representa el m odo de m orir no sólo en
c) C uando la utilización de un m edio, com o un a grave operación, relación con el principio del placer, que estaría implícito en la eutanasia,
no p ro d u cirá otro resultado que prolongar brevem ente un a existencia, sino tam bién en relación con el principio de realidad. Se trataría, p o r
po r otra p arte dolorosa, se puede decir que no hay obligación de p ro tanto, del m odo de m orir adecuado a la realidad m ism a de la muerte.
longar la v ida y se puede d ejar m orir al paciente. «L a prim era tentativa La aplicación de la ortotanasia ofrecería al paciente los instrum entos
de criterio es una estim a razonable en la esperanza de la prolongación em otivos p ara llegar a la aceptación realista de los propios lím ites. Tal
de la vida, y de la cuantía de sufrim iento y desilusión que la v ida p ro aceptación constituiría, en efecto la defensa m ás apropiada contra las
longada puede causar al paciente y a su fam ilia. ¿Para qué alargar un a angustias que la persona experim enta ante la m uerte y el fallecim iento.
vida si sólo trae una desilusión y una tentación m ayor? E n este aspecto, Si tal propuesta sig n ifica un a atención integral (técnica, hum ana,
el problem a económ ico no debe ju g a r el papel principal, sino que pu e religiosa, etc.) al paciente, sería bien ven id a y aceptada n o sólo p o r la
de ser un problem a de justicia, caridad y preocupación hum anitaria»62. sociedad en general, sino tam bién p o r el discurso ético cristiano. Sin
d) C uando po r la escasez de recursos se plantea el problem a de te em bargo, n o falta q u ien p ie n sa que, u n a v ez m ás, la p ro p u esta pu ed e
n er que elegir entre dos vidas, habrá que preguntarse, cuál de ellas p re quedarse en un a sim ple p alab ra biensonante63.
senta m ás esperanzas de recuperación y ofrece m ás probabilidades de
co n stitu ir u n a v id a p len am en te hum ana. P o r dram ática qu e resu lte la
otra posibilidad, se podrá «dejar m orir», sin m ás técnicas distanásicas, 4. Conclusión
al paciente que parece irrecuperable.
e) C uando se da una discrepancia entre el ju icio valorativo del m é E l problem a ético de la eutanasia debería plantearse sobre un a re
dico y el ju ic io de su paciente - o m ejor aún d e sus fam iliares en caso flexión acerca de la v id a entera del hom bre. A hora bien, el prim er paso
de inconsciencia del e n fe rm o - puede presentarse otro serio conflicto. en esa reflexión tropieza con un a verdad incontestable: la vida es fun
E l m édico podrá y deberá aconsejar y orientar, desde su com petencia, dam entalm ente u n don. L a v id a n o s es dada. Por q uien sea su origen y
sobre el posible cam ino a seguir respecto a la utilización de los m edios su motivación, que tam bién eso dependerá de ideologías previas. Pero la
de reanim ación, pero deberá respetar la decisión ú ltim a del enferm o o vida es en su raíz un regalo, el único regalo que en verdad recibimos.
de sus fam iliares. Si la vida nos es en tregada desde «antes», desde «fuera» o desde
L a situación es frecuente y ha sido exam inada por los m oralistas. «arriba», tam bién su sentido h a de ser necesariam ente recibido. E s una
El p rin cipio del conflicto de valores sugiere en estas circunstancias bella utopía la de p ro cu rar « d ar sentido» a la p ro p ia vida. E l m ism o
que no sea el m édico quien juzga, desde fuera, sobre la m ayor o m enor regalo de la v id a ha de traer consigo las instrucciones p ara su uso. Su

61. Cf. G. Higuera, Distanasia y moral: Experimentos con el hombre, Santander 63. Una cordial aceptación de la ortotanasia puede encontrarse en la obra de G. C.
1973, 269; Y. Congar, Ética y medicina, Madrid 1972, 210-211; F. Bockle, Ética y me Zapparoli-E. Adler Segre, Vivere e moriré. Un modello di intervenía con i malati termi-
dicina, Madrid 1972, 251-252. nali, Milano 1997; cf. las reservas formuladas por G. di Mola, en la recensión publica
62. B. Háring, Moral y medicina^ 139. da por Famiglia oggi 20/6-7 (1997) 93-94.
sentido h a de ser buscado. A nsiosam ente, expectantem ente, esperan
zadam ente. L a v id a de todo ser hum ano, individual y com unitaria, es
un p erm anente «adviento» abierto al sentido. D e ahí que el h o m bre TESTAMENTOS VITALES
nunca p u ed a ju z g a r que ya ha encontrado el sentido o que nunca p odrá
ya encontrarlo; de ahí la íntim a inm oralidad y sacrilegio del suicidio.
Pero el hom bre tam poco p o d rá nunca decidir que las vidas de sus
herm anos están ya cerradas al sentido buscado. N i p o d rá im p o n er a
los dem ás las claves del sentido en la p ropia vida. D e ahí la íntim a in
m oralidad y profanación que constituye siem pre el hom icidio.
L a p ráctica de la eutanasia directa incluye la afirm ació n arrogante
de que el hom bre o bien crea o im pone el sentido de la v id a hum ana, o
bien ren uncia po r sistem a a rastrearlo. Justam ente ocurre lo contrario Bibliografía: A. Bondolfi, Living Will, en NDB 640-643; IAETF, The Living
Will: Just a Simple Declaration? (30.11.03, en internet); J. R. Flecha, Testa
en las prácticas distanásicas. C uando la vida hum ana deja de ser rega
mentos vitales, en Consejo pontificio para la familia, Lexicón, Madrid 2004,
lo - y p o r tanto tarea razonable y esp eran zad a- constituye u n a introm i
1079-1088; L. Iapichino, Testamento biologico e direttive anticípate, Assa-
sión, ju stificab le a veces y condenable casi siem pre, intentar retenerla go 2000; G. Miranda, Living Will, en G. Russo (ed.), Enciclopedia di Bioé
de m odo artificial y violento. E l hom bre que había d e buscar el sentido tica e Sessuologia, Torino 2004, 1068-1072; G. Perico, II consenso del ma-
para su vida, ha de buscar tam bién el sentido para su m uerte. lato e potere decisionale del medico, en Problemi di etica sanitaria, Milano
L a vida no es una peripecia solitaria. L os hom bres ayudan al h om 1992, 75-87; P. Cattorini-M. Picozzi (eds.), Le directtive anticípate del ma-
bre a b uscar y encontrar el sentido para su vida, o lo alejan del camino. lato, Milano 1999; D. Tettamanzi, Nuova bioética cristiana, Casale Monfe-
E l hom bre no puede ni debe buscarlo a solas. N i com o hom bre ni com o rrato 2000, 554-555.
cristiano. Pero tam bién la m uerte es u n a aventura que se realiza en
com pañía. «A yudar a m orir» no puede ser sinónim o de «dar la m uer
Tanto desde un punto de v ista científico com o filo só fico , la m uer
te». Pero tam poco puede reducirse a u na frase vacía de contenido. Los
te se nos presen ta actualm ente m ás com o u n proceso que com o un
hom bres m ueren «su m uerte» cuando la asum en desde el am or a los su
acontecim iento puntual en la vida o tras la peripecia del vivir. E n cier
yos. M as los hom bres ayudan al hom bre a m orir «su» m uerte cuando le
to sentido se p odría a firm a r que nadie m uere de repente. Todos vam os
ofrecen razones para la confian za y la serenidad, la entrega y la espe
m uriendo de form a pau latin a en cada uno de los instantes de nuestra
ranza. D esde la cercanía hum ana o desde la caridad cristiana.
existencia.
Para el cristiano, morir es aceptar la vida como un camino, nunca com Pero si esta constatación pudiera aparentem ente significar un a m a
pleto y siempre perfectible, nunca abandonado en desesperación pero nunca yor facilidad p ara la confraternización con ese últim o enem igo que es
dejado con desprecio. la m uerte, nuestra diaria experiencia y un m ínim o esfuerzo de intros
Para el cristiano, morir es haber recibido la vida como un don que se recibe
pección desvelan los viejos terrores ante el morir. L a m uerte m edica-
en gratuidad y se restituye con gratitud en la soberana libertad de la pobreza.
lizada a ultranza sigue presentándose a los ojos del hom bre contem
Para el cristiano, morir es haber realizado la vida como una tarea, en la
alegría de haber colaborado en la creación de un mundo y en la felicidad del poráneo com o un m aléfico agente exterior.
descanso merecido. El m iedo a la m uerte se centra a veces en la m ism a ineludible n e
Para el cristiano, morir significa haber construido la vida como un encuen cesidad de morir. Pero otras veces se orienta al m odo m ism o en que la
tro personal de comunión y hacer de la partida el último gesto de comunicación. m uerte puede presentarse. C onviene anotar y a d esde ahora esta dife
Para el cristiano, morir es entregar la vida como una ofrenda, después de renciación, puesto que m uchos partidarios de la eutanasia abogan p o r
haberla seguido como una vocación. la aceleración del proceso del fallecim iento, fundándose precisam en
Para el cristiano, morir significa encontrarse con Alguien64. te, entre otras razones, en este m iedo al m odo com o pu ed e acontecer
la m uerte.
64. J. R. Flecha, El derecho a morir con dignidad: Colligite 22 (1976) 136.
D esde frentes b ien diversos, se insiste cada v ez m ás en la n ec esi
dad de la hum anización de la asistencia san itaria en general y d e la
Si la v id a es objeto de la preocupación ética, no lo es m enos la asistencia al m oribundo en particular5.
m u erte y el morir. E n la sociedad tecn ificad a occidental son m uchos
los que se preguntan si no h ab ría que tratar de encontrar u n a d e fin i Junto al derecho a ser inform ado se p ropugna en estos tiem pos el
ción coherente y operativa de la m uerte. derecho a m orir. E n la m ed icin a tradicional n u n ca se había p resen ta
El m o rir es el acto donde cristaliza la absoluta lib ertad y soledad do el problem a relativo a la obligación m oral de d ejar m orir a u n h om
decisoria del hom bre. L a m uerte es la últim a y definitiva de las crisis
bre o de tener que respetar el pretendido derecho del enferm o a m orir
a las que se enfrenta la existencia hum ana, de form a que «la m uerte
se o a acelerar la llegada de su m uerte6.
lleva consigo la total posesión de sí m ism o p o r p arte de la persona.
E n nuestros días, sin em bargo, del conjunto de los problem as que
Im porta la realización definitiva del sentido de sí m ism o y la libre d e
deberían com poner el cuadro de una ética de la m uerte, se destacan los
cisión de la realidad personal»1. Por eso la m uerte es u n espacio privi
que se refieren al derecho del paciente a «m orir con dignidad su p ro
legiado en que resuenan los valores y los tem ores, las aspiraciones y
p ia m uerte».
satisfacciones de cada persona. N o es extraño que la persona trate de
E s éste un derecho que se reconoce con algunas discrim inaciones.
organizaría y en cierto m odo dirigir su curso de antem ano2.
Al confundir e identificar el derecho a tom ar decisiones autónom as con
Por o tra parte, la m uerte de cada perso n a com prom ete a los que
conviven con ella, sobre todo a los que son responsables de la organi la capacidad para form ularlas, se niega a las personas incapacitadas los
zación de la asistencia sanitaria. M ás que nunca, la sociedad se en beneficios que asisten a las que son reconocidas com o capaces7.
frenta en este tiem po con el deber ético de organizar un servicio h os L a m edicina contem poránea, con sus logros asom brosos, h a hecho
pitalario y asistencial adecuado para que la m u erte acontezca en un a veces dram ático el conflicto entre la «cantidad» y la «calidad» de la
espacio h um ano y sea un m om ento significativo tan to p ara el indivi vida. M uchos son los que en nuestra sociedad, altam ente tecnificada,
duo que la afronta com o para los que lo rodean3. se preguntan si es preferible prolongar la duración de la v ida a todo
precio o renunciar a un a m ayor duración, asistid a de m odo artificial,
p ara dejar a la naturaleza seguir su cam ino hasta u na extinción digna y
a) C onflicto de derechos p ersonalm ente asum ida. «E l p oder m édico, con cada victoria sobre la
enferm edad, crea las condiciones que p lantean cuestiones m orales so
L a aten ción a los enferm os graves, a los term inales y a los m ori
bre la m uerte por elección y continuará creándolas en el futuro»8.
bundos im plica im portantes problem as éticos, com o son los referidos
a la inform ación y al uso del m ism o tratam iento. «U na de las cuestio U n sentido hum anista y, p o r supuesto, u n a com prensión relig io sa
nes m ás serias que, a través de todos los tiem pos, h a sido siem pre so de la existencia habrán de afirm ar que antes d el derecho a m orir está
m etida a discusión entre los m édicos, se centra en su responsabilidad el derecho a vivir. U n derecho que es preciso d efen d er contra la p re
y en su iniciativa ilum inada para inform ar al paciente m oribundo so sunción de considerar algunas existencias com o dem asiado gravosas e
bre la seriedad de su situación»4. E ste problem a m édico incum be tam incluso inútiles9.
b ién al p erso n al sanitario y asistencial, así com o a los fam iliares del
5. Cf. J. R. Flecha, Humanización del dolor en el cuidado de la salud: acogida y
enferm o.
compasión: Salmantícensis 50 (2003) 201-223.
6. Cf. J. M. Arenal, Derecho de vivir, derecho de morir, en Morir con dignidad,
1. K. Rahner, Sentido teológico de la muerte, Barcelona 1965, 34; R. Mehl, La sig- Madrid 1976,239-259.
nification éthique de la mort: Rev. Hist. et Phil. 54 (1974) 249. 7. J. F. Carón, Terminating treatmentfor those who cannot choose: the community
2. Cf. M. Petrini, La cura alia fin e della vita. Linee assistenziali etiche pastorali, imperatives, en C. Romano-G. Grassani, Bioética, Torino 1995, 393; cf. E. D. Pellegri-
Roma 2003. no, Intending the patient ’s death: conceptual andpractical issues fo r the ethics o f clini-
3. Cf. F. D ’Agostino, Morte, en F. Compagnoni (ed.), Etica della vita, Cinisello cal decision-making, en C. Romano-G. Grassani, Bioética, 406-426.
Balsamo 1996, 60-66. 8. D. C. Maguire, La muerte libremente elegida, Santander 1975, 19-20. Cf. D. J.
4. B. Haring, Moral y medicina, Madrid 1972, 162; R. Spithakis, La verité et le Atkinson, Causing Death andAllowing Die: Tyndalle Bull. 34 (1983) 201-228.
cáncer, París 1973; P. Sporken, Ayudando a morir, Santander 1978, 67-73. 9. G. Davanzo, Ética sanitaria, Milano 71987, 261.
b) C onflicto d e p rin c ip io s de ejercicio11. D e hecho, se com prende hoy la lib ertad individual com o
un derecho de autodeterm inación personal y h asta d e d efinición axio-
L a p o sib ilid a d de ejercer u n m ayor control sobre el fin d e la v id a
lógica. S e ig n o ra la v erd a d ú ltim a del ser hum an o . S e p ien sa que no
hum ana nos lleva a m encionar las situaciones eutanásicas y las situa
son los valores éticos los que legitim an el ejercicio de la libertad y su
ciones distanásicas en las que la p ersona puede im aginarse a sí m ism a
capacidad de elección, sino que es la elección p ersonal la que da v ali
en el fu tu ro 10. d ez a los valores éticos.
E n este m om ento, tanto com o la eutanasia preocupa a m uchas p er
E n ese contexto la p erso n a es invitada a d ecidir sobre el tratam ien
sonas el espectro d e la distanasia o prolongación desproporcionada de
to que h a de recibir en caso de enferm edad. E l consentim iento infor
la vida. C om o es obvio, puede presentarse un am plio abanico de situa
ciones en que se encuentra el enferm o en un estado de v id a puram en m ado, q ue en principio constituye u n id eal en la p ráctica m édica sa
te vegetativa o aquel otro que en plen o uso de sus funciones necesita nitaria y un irrenunciable derecho de la p erso n a, p u ed e en cerrar u n a
tratam ientos po co corrientes que, de todas form as, solam ente aporta dram ática am bigüedad. D ando u n paso m ás, el consentim iento p erso
rán un rem edio lim itado, tanto p o r lo que se refiere a la duración com o n al p u ed e lleg ar a afectar incluso al m antenim iento o la supresión de
a la «calidad» del vivir. A nte estas situaciones es obligado preguntarse la v id a hum ana. Si así fuera, la p ersona estaría traspasando los lím ites
si el respeto a la vida h um ana exige provocar tina terap ia d istanásica a de sus derechos y arrogándose la m ism a soberanía del D ios Señor de
ultranza o, p o r el contrario, el derecho a m orir dignam ente postula la la vida. A nte ese caso nos encontram os en las situaciones de eu tan a
antidistanasia, es decir, la renuncia a los m edios desproporcionados p a sia positiva directa voluntaria.
ra la conservación de la vida.
A nte la afirm ació n del valor de la autonom ía personal, cabe pre
guntarse si queda totalm ente abolido el valor del principio e ideal éti 2. D irectrices anticipadas
co de la responsabilidad sobre la v id a ajena, tutelado p o r el principio
de beneficencia. M as ta l decisión actual no siem pre es posible. L os accidentes de
E n la sociedad actual se reivindica de form a universal la libertad del tráfico o laborales, así com o la incapacidad m ental sobrevenida hacen
paciente para elegir el m odo de afrontar las situaciones aquí evocadas. con frecuencia im posible apelar a la voluntad del paciente. En esos ca
D e hecho, este es uno de esos terrenos privilegiados en los qu e hoy se sos se presen tan tres alternativas: la consulta a los fam iliares o tutores
plantea el interrogante sobre las posibilidades de la m anipulación ante del p acien te, la apelación a u n com ité profesional y, finalm ente, la
la vida hum ana. A hí se enfrentan las preguntas sobre el «poder» en sen aceptación de la voluntad del paciente m anifestada con anterioridad.
tido técnico y el otro «poder» típico del com portam iento ético. A hí se E n esta tercera posibilidad se sitúan las directrices anticipadas (ad-
revela esa inadecuación entre el dom inio de la técnica y el desarrollo de va n ced directives) o «testam entos vitales» (living wills). Este nom bre
la ética, que engendra el m iedo del hom bre contem poráneo, com o ha fue propuesto en 1967 p o r L ouis Kutner, m iem bro del consejo directi
afirm ado Juan Pablo II en la encíclica R edem ptor hom inis (n. 15). vo del E utanasia E ducational Council de los Estados U nidos, con m o
Com o se sabe, la m entalidad contem poránea favorece la afirm ación tivo del debate de la ley califom iana sobre la «m uerte natural». C on es
y reivindicación de la autonom ía, que se h a convertido en el prim ero de ta denom inación se introducía u n docum ento con el que el paciente
los grandes principios de la bioética m oderna. E stá com únm ente adm i decide el cese del tratam iento m édico en caso de encontrarse en estado
tido que la perso n a adulta y m entalm ente sana tiene el derecho de de vegetativo e incapaz de recuperar sus facultades físicas y m entales12.
cidir qué se puede hacer con su cuerpo. E se postulado, form ulado y a en L os testam entos vitales ofrecen instrucciones relativas a las p refe
1914 por el ju e z B enjam ín C ardozo, se ha convertido en un dogm a de rencias, ideales y valores de una persona, m anifestadas m ientras se en-
la práctica m édica.
D icho dogm a se encuentra avalado po r un a concepción filosófica, 11. E. Sgreccia, Manuale di bioética I. Fondamenti ed etica biomedica, Milano
1994, 80.
de cuño liberal-radical, que entiende la libertad com o p u ra capacidad
12. Cf. L. Kutner, Due Process o f Eutanasia: The Living Will, a Proposal: Indiana
Law Journal 44/4 (1969) 539-554; G. Miranda, Living Will, en EBS 1068-1072; J. E.
10. Cf. supra, p. 349-352. Ibeas, Testamentos vitales, en DB 707-713.
cuentra en estado de capacidad y en previsió n de un a eventual situa chazados p o r el p aciente (a m edical directive). Todavía cabe p en sar en
ción de im posibilidad p ara to m ar decisiones13. E n cierto m odo consti otros m odelos en los que el paciente se lim ita a expresar sus valores
tuyen un reconocim iento de la preem inencia del principio de autono personales com o orientación general p ara los que han de tom ar las d e
m ía sobre el de beneficencia. cisiones en su n om bre14.
L as d irectrices anticipadas o «testam entos vitales» se parecen al C ada una de estas m odalidades im plica u n grado diferente de apli
consentim iento inform ado en cuanto m anifiestan la decisión de la p er cabilidad y efectividad. E n realidad, todas ellas incluyen un alto g ra
sona acerca del curso que h a d e seguir el tratam iento que se le debe do de indeterm inación que requiere u n a interpretación actual de la vo
aplicar. E n la práctica, la diferencia principal es funcional y operativa. luntad del paciente. E sa necesaria traducción puede ocultar a veces
M ientras el consentim iento inform ado se otorga de form a práctica una discrepancia entre el paciente y su apoderado a la hora de valorar
m ente inm ed iata a un a in tervención m édica, los testam entos vitales las situaciones y elegir o rechazar un determ inado tratam iento.
suelen ser otorgados p o r personas que consideran a largo plazo la
eventualidad de tal intervención.
b) R iesgos y responsabilidad
A sí que el testam ento vital recoge las directrices dictadas po r una
persona sobre el tratam iento m édico de que h a de ser objeto en caso de P or otra parte, tom ar decisiones vitales en nom bre de otra p ersona
que no pueda m anifestar su voluntad actual de recibir o rechazar trata siem pre incluye u na g ran cantidad de riesgos y requiere, p o r tanto, un
m ientos extraordinarios o, m ejor dicho, desproporcionados. notable esfuerzo p ara actuar con responsabilidad m o ral15.
C ualquiera que sea la fó rm u la em pleada, las directrices anticipa
a) A p lica b ilidad y efectividad das tienen siem pre el inconveniente de fija r la decisión del paciente en
un determ inado m om ento, sin tener en cuenta su pro p ia historicidad y
E ste tipo de directrices anticipadas puede ad o p tar u na g ran varie la del am biente en el que se m ueve. E n efecto, m ientras la persona
dad de form ulaciones. Para com enzar, se puede establecer un a distin p u ed e haber cam biado notablem ente sus propios valores y p referen
ción entre las disposiciones orales y las escritas. M ientras que las p ri cias, tam bién las posibilidades asistenciales y terapéuticas p ueden h a
m eras p ueden ir revelando la acom odación de la p ersona a las distintas berse m odificado.
situaciones con las que se va enfrentando, las decisiones escritas tie Por otra parte, no todas las indicaciones tienen el m ism o valor ni
nen el riesgo de perm anecer fijadas a un m om ento en el que la p erso pueden ser atendidas con la m ism a radicalidad. En las directrices anti
n a difícilm ente podía prever el curso de su eventual enferm edad. cipadas el paciente expresa algunos valores y actitudes que considera
P or o tra p arte, las directrices anticipadas p u eden ofrecer diversas fundam entales, m ientras que otras decisiones son m ás superficiales y
m odalidades. E n algunas el paciente designa a o tra persona otorgán podrían ser tranquilam ente ignoradas p o r quien habrá de interpretarlas.
dole poderes p ara tom ar decisiones en su n o m bre (a p ro xy directive). E ntre las determ inaciones incluidas en los textos m ás difundidos de
E n otras, d eclara explícitam ente sus valores e ideales, así com o sus directrices anticipadas suelen figurar las relativas al tratam iento m édi-
preferencias respecto al tratam iento m édico (an instruction directive). co-asistencial. Pero sería señal de un reduccionism o antropológico que
E n otras se incluye una com binación de am bas posibilidades (a com - no se contem plaran las referencias relativas a los valores espirituales de
b in ed directive). L os m odelos m ás recientes incluyen referencias con la persona, así com o a su responsabilidad respecto a la propia familia.
cretas a diversos m edicam entos y tratam ientos que son aceptados o re L a persona es un a unidad psicosom ática y social. E n su propio bien in
tegral no pueden ser ignoradas esas dim ensiones de su ser personal.
13. En ese sentido rezaba una cláusula contenida en el documento Christian Affir- Finalm ente n inguna declaración es susceptible de un solo sentido.
mation ofLife, distribuido en 1974 por la Asociación católica norteamericana de la salud:
L legado el m om ento, una determ inada práctica m édica, aceptada o re-
cf. K. O ’Rourke, The ChristianAffirmation ofL ife: Hospital Progress 55 (1974) 65-72.
El testamento vital era admitido y regulado en 1976 por la Ley sobre la muerte natural
(Natural Death Act) del Estado de California; cf. J. R. Flecha, Eutanasia y muerte digna. 14. Cf. J. Lynn-J. M. Teño, Death and Dying: Advance Directives, en Enciclopedia
Propuestas legales y juicios éticos: REspDerCan 45 (1988) 155-208; A. G. Spagnolo-D. ofBioethics 1, New York 1995, 573.
Sacchini-M. Pennacchini, Bioética nella fa se finale della vita, en E. Sgreccia-A. G. 15. Cf., por ejemplo, A. E. Buchanan-D. W. Brock, Decidingfor Others. The Ethics
Spagnolo-M. L. di Pietro (eds.), Bioética,¿villano 2002, 537-538. o f Surrogate Decisión Making, New York 1989.
chazada p o r el paciente, puede contradecir sus valores fundam entales. Tras establecer la definición, la declaración ofrece el principio fun
Por u n lado es preciso establecer u n a distinción entre el rechazo al tra dam ental; «N ada n i nadie puede autorizar la m uerte de un ser hum ano
tam iento form ulado p o r el paciente y las verdaderas dem andas que e s inocente, sea feto o em brión, niño o adulto, anciano enferm o incurable
tá tratando de com unicar16. Por otro lado, no es aventurado pensar que o agonizante. N adie, adem ás, puede p ed ir este gesto h om icida p a ra sí
el m ism o paciente espera que el apoderado p o r él designado o quienes m ism o o para otros confiados a su responsabilidad, ni puede consentir
hayan de interp retar sus directrices anticipadas h abrán d e ignorarlas o lo explícita o im plícitam ente. N inguna autoridad puede legítim am ente
interpretarlas alguna vez en form a generosa o creativa. E sa posibilidad im ponerlo n i perm itirlo. Se trata, en efecto, d e u n a violación d e la ley
de h erm enéutica h abría de ser prevista p o r el m ism o paciente. divina, de una ofensa a la dignidad de la persona hum ana, de un crim en
contra la vida, de un atentado contra la h um anidad»19.
E n estas palabras se in clu ía y a la p o sib ilid ad d e que la acción eu-
3. L o s testam entos vitales a n te la doctrina d e la Iglesia tanásica fuera llevada a cabo a petición del sujeto, aunque no se apun
taba a la declaración anticipada de tal voluntad.
A dem ás de lo dicho es preciso hacer unas observaciones m ás es D irigiéndose a lo s o b isp o s de C an ad á d u ran te su v isita a d lim ina
trictam ente m orales. E n efecto, este tipo d e disposiciones previas o di (19.11.1993), Juan Pablo II afirm aba que «una actitud responsable con
rectrices anticipadas puede resultar am bivalente desde un punto de vis respecto a la vida excluye absolutam ente que u n a persona pueda tener
ta ético, según la finalidad que persigan o la interpretación que reciban. la intención explícita d e provocar su p ro p ia m u e rte o la m u erte d e o tra
p erso n a inocente, sea p o r acción sea p o r o m isió n » 20. E n su encíclica
E vangelium vitae, distingue la eutanasia de la decisión de renunciar al
a) Cautelas m orales
m a l llam ado «ensañam iento terapéutico», al tie m p o que se aconseja
L os testam entos vitales no son aceptables si en las directrices an explícitam ente el recurso a los cuidados paliativos (EV 65).
ticipadas el firm ante solicita expresam ente u n a intervención eutanási- E n consecuencia, los «testam entos vitales» no responderían a estos
ca o una ayuda p ara p o d er llevar a cabo su d ecisión d e suicidio, aun ideales m orales si incluyeran la p etición d e la eu tan asia o legitim aran
que tal solicitud esté m otivada por el tem or al sufrim iento17. p osteriorm ente su aplicación. Estos docum entos fueron concebidos y
L a declaración Iura et bona, publicada por la C ongregación p ara la sugeridos en un principio com o un m edio de defensa del p ersonal m é
doctrina de la fe el 5 de mayo de 198018, define la eutanasia com o «la dico-sanitario en u n eventual proceso penal p o r u n a p ráctica eutanási-
intervención de la m edicina encam inada a atenuar los dolores de la en ca. E sta orientación forense puede acarrear u n a confusión que resulta
ferm edad y d e la agonía, a veces incluso con el riesgo d e suprim ir pre bastante frecuente en otros cam pos de la vida. E n un m undo donde se
m aturam ente la vida». R econociendo que se usa tam bién la palabra p a co n funde lo ético co n lo legal o lo despenalizado, estos d ocum entos
ra d esignar la «m uerte por piedad», la declaración la entiende com o p ueden gen erar la falsa co nciencia de la licitud m oral de un p ro ced i
«una acción o una om isión que p o r su naturaleza, o en la intención, m iento eutanásico p o r la ú n ica razón de h ab er sido previsto y au to ri
causa la m uerte, con el fin de elim inar cualquier dolor». L a eutanasia zado p o r el paciente.
se sitúa p o r tanto en el nivel d e las intenciones o d e los m étodos usados.
b) Una decisión subrogada
16. Cf. B. Gert-J. L. Bernat-R. P. Mogielnícki, Distinguishing between Patients’
Refusals ans Requests: HastingsCRep 24/4 (1994) 13-16.
17. Sorprende que, juzgando como moralmente problemática la asistencia al suici A hora bien, las disposiciones previas o «testam entos vitales» serán
dio voluntario, algunos consideren que, en determinados casos, esta no viola la integri aceptables m oralm ente en la m edida en que m anifiesten la voluntad de
dad profesional del médico: F. M. Miller-H. Brody, ProfesionalIntegrity andPhysician-
la p erso n a sobre el uso de los m edios ordinarios y extraordinarios, o
Assisted Suicide: HastingsCRep 25/3 (1995) 8-17. Por el contrario, otros ven el suicidio
asistido como una supresión de la autonomía personal y una rendición a la medicaliza- m ejor, proporcionados y desproporcionados qu e h a d e recibir.
ción de la muerte: T. Salem, Physician-Assisted Suicide. PromotingAutonomy or Medi-
calizing Suicide?: HastingsCRep 29/3 (1999) 30-36. 19. Ecclesia 1990 (12.7.1980) 29.
18. Sacra Congregazione per la dottrina della fede, Declaratio de euthanasia, en 20. Puede verse en P. J. Lasanta, Diccionario social y moral de Juan Pablo II, Ma
AAS 72 (1980) 542-552; versión cast. ep Ecclesia 1990 (12.7.1980) 28. drid 1995,256.
Ya en 1957, Pío X II em pleaba esta distinción para aplicarla a las sonal m édico y, con unas palabras que y a han sido recogidas en el ca
técnicas de reanim ación. Según él, el paciente pu ed e p erm itir su u tili pítulo precedente, se p lan tea si se deberá recu rrir e n todas las circuns
tancias a toda clase de rem edios posibles. L a resp u esta resulta cierta
zación. Pero este tratam iento sobrepasa los m edios ordinarios a los
m ente clarificadora.
que se está obligado a recurrir; p o r tanto, no se puede sostener que sea
obligatorio em plearlos. A continuación se refería a la decisión surro- Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al
gada de la fam ilia afirm ando que depende de la voluntad, que se p re uso de los medios «extraordinarios». Hoy, en cambio, tal respuesta,
sum e, del paciente inconsciente, si él es m ayor de edad y sui iuris. D e siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por
todas m an eras, afirm a b a el papa que, «cuando la tentativa de rean i la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia.
m ación constituye p ara la fam ilia u n a carga que en conciencia no se le Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios «proporcionados» y
«desproporcionados». En cada caso, se podrán valorar bien los medios
puede im poner, puede ella lícitam ente insistir p ara que el m édico inte
poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y el
rru m p a sus tentativas, y este últim o pued e lícitam ente acceder a ello.
riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de apli
E n este caso no hay disposición directa de la v id a del paciente, ni eu cación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en
tanasia, que no sería nunca lícita; aun cuando lleve consigo el cese de cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales22.
la circulación sanguínea, la interrupción de las tentativas de reanim a
ción no es nunca sino indirectam ente causa de la paralización de la vi C om o y a se ha dicho m ás arriba, esta in stru cció n vaticana incluye
da, y es p reciso aplicar en este caso el principio del doble efecto y el algunas conclusiones en las que subraya el valo r y la licitud de las d e
del voluntarium in causa»21. cisiones de la p erso n a que pued e recu rrir a m edios avanzados, in te
E l planteam iento de Pío X II se fundam enta en el principio de que rru m p ir su aplicación cuando los resultados defrauden las esperanzas
el hom bre está encargado de cuidar de su vid a - y de la de sus sem e puestas en ellos, contentarse con los m edios norm ales que la m edicina
ja n te s -, y h a de tom ar las m edidas necesarias p ara conservar tanto la puede ofrecer, o ren u n ciar a unos tratam ientos que únicam ente p ro
vida com o la salud. E ste deber, sin em bargo no obliga habitualm ente longarían una existencia precaria, sin in terru m p ir las curas norm ales
m ás que al em pleo de m edios ordinarios (según las circunstancias va debidas al enferm o en casos sim ilares.
riables de personas, de lugares, de época o de cultura), es decir, a m e
dios que no im pongan ninguna carga extraordinaria p ara sí m ism o o
para los dem ás. Piensa el papa que una obligación m ás severa sería ex
4. Un m odelo d e «Testam ento vital»
cesiva p ara la m ayor parte de los hom bres y resultaría, p arad ó jica
m ente, inh u m an a p o r h acer d ifícil el logro de bien es superiores m ás
E n España, el Com ité episcopal para la defensa de la vida, tras h a
im portantes.
b er publicado una especie de catecism o sobre el aborto23, publicó en
E l principio aquí invocado sigue siendo válido, aunque los m edios
1993 un nuevo libro sobre la eutanasia, redactado tam bién según u n es
aludidos p o r Pío X II se hayan convertido en rutinarios con el paso del
quem a de cien preguntas y respuestas24.
tiem po.
Se estudia el tem a desde diversos ángulos: m édico, social y legal, y
se afirm a que «la eutanasia es m atar a otro, con o sin su consentim ien
A ños m ás tarde, este principio sería revalidado p o r la declaración
to, p o r presuntos m otivos de com pasión o p ara evitarle dolores o situa
Iura et bona, que, com o ya se h a dicho en el capítulo anterior, incluía
ciones dram áticas» (n. 68). C uriosam ente, sólo las once últim as pre
una parte sobre «El uso proporcionado de los m edios terapéuticos». A
guntas analizan en concreto la postura de la Iglesia ante la eutanasia.
causa del tem o r generalizado de u n abuso p o r p arte de los m edios de
reanim ación sobre el enferm o irrecuperable, el docum ento apela a la 22. Ecclesia 1990 (12.7.1980) 30; cf. a este propósito las reflexiones de M. L. Ro
co n cien cia del enferm o o de las personas cu alificad as p ara h ab lar en mano, Proporzionalitá delle cure, en NDB 921-926.
su nom bre. R econoce tam bién la autoridad y responsabilidad del per 23. Comité episcopal para la defensa de la vida, El Aborto. Cien cuestiones y res
puestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos, Madrid 1991.
24. Id., La Eutanasia. 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida hu
21. Acción católica española, Colección de encíclicas y documentos pontificios I,
mana y la actitud de los católicos, Madrid 1993.
Madrid 1962, 1820.
Pues bien, en la pregunta n. 88 se incluye el «testam ento vital», que balm ente. A ese prim er p árrafo sigue u n a confesión d e fe en el D io s d e
recoge la doctrina oficial de la Iglesia católica contra la adm inistración la vida. En este contexto se afirm a que la v id a no es el valor absoluto26.
d e la m uerte a u n paciente y a favor d e la renuncia voluntaria a lo s m e M uchos cristianos, en efecto, han entregado su v id a p o r confesar su fe,
dios extraordinarios o desproporcionados para la conservación de la p o r ejercer la caridad o p o r defender la ju stic ia o la castidad. E n este
v ida term inal. contexto, con esa afirm ación se pretende dejar m uy claro que la doctri
n a cristiana no es vitalista a ultranza, sino que pretende tutelar la digni
A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:
dad d e la vida personal.
Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca
de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido P artiendo de esa convicción, el testam ento rech aza dos prácticas
que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi vo contrapuestas. H a llam ado la atención el hecho de que el texto p onga
luntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea res m ás énfasis en el rech azo de la «distanasia» q u e e n la co n d en a d e la
petada como si se tratara de un testamento. eutanasia activa directa. Por o tra p arte, se alude al valor de los cuida
Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de dos paliativos, indicando con ello, aunque de fo rm a m u y general, el
Dios, pero no es el valor supremo y absoluto. Sé que la muerte es ine valor ético de u n a actitud y u n a p ráctica qu e h a d e ser alternativa p o r
vitable y pone fin a mí existencia terrena, pero desde la fe creo que me su respeto a la persona27.
abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios. E l texto incluye, finalm ente, dos p árrafo s m u y im portantes desde
Por ello, yo, el que suscribe,............. pido que, si por mi enfermedad
el p u n to de vista ético, p uesto que subrayan la n ecesaria relació n de
llegara a estar en situación critica irrecuperable, no se me mantenga en
ayuda m utua que vincula a los enferm os y los que los atienden. E n uno
vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios;
que no se me aplique la eutanasia activa, ni se me prolongue abusiva e de ellos, la p ersona reclam a la ayuda de los qu e p uedan estar a su la
irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los trata do en el caso de una en ferm edad grave p ara p o d er afrontar e l d o lo r y
mientos adecuados para paliar los sufrimientos. la m u erte de acuerdo con sus convicciones cristianas. E n el otro, la
Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia p erso n a m ism a que firm a el docum ento desea ofrecer su ayuda co n el
muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi fin de evitar sentim ientos de culpa, tan frecuentes en los fam iliares
existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consue que, de una form a o de otra, se han sentido responsables de los últim os
lo de mi fe cristiana. m om entos de u n a p erso n a querida.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que E ste texto, aprobado y asum ido p o r la C onferencia episcopal espa
los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de
ñola, h a constituido un instrum ento m uy útil y valioso p ara la cateque-
que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para
sis sobre el sentido h u m an o y cristiano d e la m u erte. Y, sin duda, p o
compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimien
drá resu ltar clarificador p ara u n a reflexión sobre las responsabilidades
to de culpa, he redactado y firmo esta Declaración.
éticas que la tecn ificació n d e la asistencia sanitaria p lan tea a los ciu
Fecha ............
d adanos en general y a los cató lico s en particular.
F irm a............

E se «testam ento vital» había sido elaborado en u n sem inario de


Profesionales sanitarios cristianos (PR O SA C ) y presentado p o r la C o
m isión episcopal de pastoral a la A sam blea plenaria de la C onferencia
episcopal española en abril de 198925.
Com o se puede observar, el texto parte de u n a declaración personal 26. Para una evaluación del tópico que considera que para la ética religiosa la vida
con la que se pretende afirm ar la voluntad de la persona y el deseo de es un valor absoluto, cf. F. Torralba, Repensar la eutanasia. Critica y deconstrucción de
tópicos, en 3.3. Ferrer-3. L. Martínez (eds.), Bioética: un diálogo plural, Madrid 2002,
que sea resp etad a en el m om ento en que n o p u ed a ser expresad a ver 196-197; V Ventafridda, Cure palliative, en NDB 269-271; J. R. Flecha, Cuidados p a
liativos. Doctrina Católica, en Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón, Cuidados
25. El testamento vital fue presentado en la revista Labor hospitalaria 225-226 paliativos y problemas éticos alfin a l de la vida, Palencia 2004,53-96.
(1?92) 274-275; fue publicado también en la revista Ecclesia 2624 y distribuido profu 27. Cf. M. Aramini, Le cure palliative come valida alternativa a ll’eutanasia, en
samente en forma de tarjeta de bolsillo. Bioética, Casale Monferrato 2003, 240-249.
ECOLOGÍA Y ECOÉTICA

Bibliografía: A. Auer, Etica dell 'ambiente, Brescia 1988; A. Caprioli-L. Vacca-


ro (eds.), Questione ecologica e coscienza cristiana, Brescia 1988; J. Carmody,
Ecology and Religión. Toward a New Christian Theology ofNature, New York
1983; L. Ferry, Le nouvel ordre écologique. L’arbre, l ’animal et l ’homme, Pa
rís 1992; J. R. Flecha, El respeto a la creación, Madrid 2001; J. Gafo (ed.), Éti
ca y ecología, Madrid 1991; A. Galindo García (ed.), Ecología y creación. Fe
cristiana y defensa del planeta, Salamanca 1991; K. Golser (ed.), Religioni ed
ecología, Bologna 1995; J. M.a Gómez-Heras, Etica del medio ambiente, Ma
drid 1997; G. Russo (ed.), Bioética ambiéntale, Torino 1998; N. M. Sosa, Éti
ca ecológica, Madrid 1990; M. C. Tallachini, Etiche della Terra, Milano 1998.

L a preocupación ecológica parece ser uno de los signos de nuestro


tiem po. El ser hum ano p arece haberse dado cuenta de que su abuso de
la n aturaleza no sólo term in a p o r dañar considerablem ente su p ropia
calidad de vida sino que incluso pone en p elig ro la m ism a supervi
v encia de to d a vida en el p lan eta tierra. C reyentes y no creyentes p a
recen estar de acuerdo en la n ecesidad de proteger el m edio am biente,
y a sea para defender al hom bre y a sea p ara reconocer sus propios de
rechos autónom os. Pero esa observación y esa coincidencia no son in
diferentes p ara la responsabilidad m oral de los cristianos.
A un desde la sim ple constatación de los d esastres ecológicos d e
sencadenados sobre nuestro m undo, son m uchos los que abogan p o r
u n a nueva cultura del am o r1. E stá e n ju e g o el futuro com ún de la h u
m anidad, pero está en pelig ro hasta su m om ento presente2.

1. D. H. Meadows y otros, Más allá de los límites, Madrid 1992, 274-276, donde,
tras subrayar los desastres ecológicos a los que se encuentra abocado el mundo si no se
produce un cambio de paradigma de comportamiento, se indica que es preciso recuperar
una red de relaciones humanas basadas en el amor. La obra continúa la reflexión inquie
tante iniciada por el informe del Club de Roma: D. Meadows, Los limites del crecimien
to, México 1972.
2. Cf. la obra Our Common Future, Oxford 1987, el informe preparado por la Co
misión Mundial para el Desarrollo medioambiental, que tiene su sede en Ginebra.
del ser hum ano, a los seres sintientes, a los v iv ien tes, y au n a todo el
hábitat natural, al que se llega a reconocer u n cierto rango m oral y un
L a ecología tiene u n a histo ria m u y an terio r a las preocupaciones derecho a la integridad.
del hom bre de la calle. «Los autores suelen coincidir en atribuir la in E l segundo paradigm a m encionado entiende que el único sujeto, u
tro d u cció n de la voz E cología (O ekologie) al biólogo alem án E m st objeto, con rango m o ral indiscutible sería la b io sfera o «la com unidad
H aeckel (1834-1919), el año 1869, quien la entiende com o el estudio biótica».
de las relaciones de u n organism o co n su am biente inorgánico y orgá H ay quien considera que ninguno de los dos paradigm as es adop
nico, en p articu lar el estudio de las relaciones de tipo positivo o ‘am is table sin m ás correctivos, al considerar qu e ca d a ram a o tip o de ética
to so ’ y de tip o negativo (enem igos) con las plantas y anim ales con los plan tea sus propios problem as y desarrolla sus propias conceptualiza-
que convive»3. ciones. N i el m edio am biente puede ju stifica r su p ro p io valor m oral, ni
Tal preocupación no es privativa de los científicos sino que, desde se pu ed e afirm ar sin m ás u n antropocentrism o que negase la validez
hace algún tiem po h a ido alcanzando a todas las capas d e la población, m ism a del am biente, com o si «la naturaleza» se hubiese desarrollado
com enzando p o r las m inorías desiderativas, para term inar convirtién sólo p ara servir de escenario y vivienda al ser hum ano.
dose en bandera de m últiples reivindicaciones políticas y sociales. C o A unque la separación entre lo anim ado y lo inanim ado tal vez no
m o era de esperar, tam bién se h a convertido en el objeto de u na espe p u ed a ser tajante, ello no ju stific a englobarlo to d o en u n «todo» om -
cializada reflexión ética. niabarcante y equivalente. Tal tendencia concluye que «el m edio am
b ien te es d igno de co n sid eració n m oral, resp eto y hasta, si se quiere,
reverencia, pero sólo en la m edida en que p u ed a serv ir de habitáculo
a) Paradigm as de la ecología a seres sintientes5.

Se h a dicho, con razón, que las dos cuestiones básicas de la ecolo


gía p o d rían form ularse así: ¿cóm o pued e concretarse un a ética am b) E cología y teología
biental?, ¿y cóm o puede ju stifica rse u n a pretendida ética am biental?
L a prim era pregunta orienta la m irada a diversos y discrepantes cen A esa anim ada discusión sobre el respeto al m edio am biente, la teo
tros de interés, con lo que podrem os tener una ética centrada en el h om logía h a llegado un poco tarde, bien por su decidido antropocentrism o,
bre, en los anim ales, en la vida, en los seres inanim ados, o bien en una bien a causa de su añeja insensibilidad a las dim ensiones sociales del
visión h o lística de la v ida y su escenario. Por lo que se refiere a la se com portam iento hum ano individual, o bien a causa de una cierta beate
gunda, no es raro encontrarse con am bigüedades. Parece com o si exis ría ante los logros técnicos d e n uestro m undo, qu e no h a evaluado con
tiera u n cierto sentido de culpa frente al predom inio del ser hum ano y suficiente presteza6.
hubiera que lim itarse a apoyar u n a especie de alternancia valórica. A sí P ero a la m esa d e las discusiones, la teología h a tenido que llegar
se escribe que «no es correcto d ecir que siem pre debe privilegiarse a los con u n cierto talante apologético. N o ha faltado quien h a cargado a la
hum anos ni tam poco decir que preservar u n ecosistem a siem pre es m ás cuenta de la fe ju d eo cristian a el despojo m edioam biental que hoy p a
im portante que proteger cualquier conjunto de intereses hum anos»4. decem os. L a concepción lineal del tiem po, frente a la visión cíclica de
De hecho, la ética ecológica se h a entendido en m odos bastante d i la naturaleza habría im buido a esa fe de u n a co n fian za desm edida en
versos. C abe destacar dos, que se h a n venido denom inando con el el progreso. A l m ism o tiem po, la valoración del h o m bre com o im agen
nom bre de «extensivo» y el de «fundacional».
5. Cf. J. Ferreter Mora-P. Cohn, Ética aplicada, Madrid 1994, 165. Recientemente
El prim ero de los paradigm as, sigue el m odelo de los diversos m o
se ha concedido una gran atención a la ética de la responsabilidad hacia la naturaleza, tal
vim ientos de liberación para am pliar la com prensión de lo liberable como se comenzaba ya a expresar en la obra de H. lonas, The Phenomenon o f Life. To-
ward a Philosophical Biology, New York 1966; Id., The Imperative o f Responsability: In
3. R. Margalef, Ecología, Barcelona 1968, 1. Search o f an Ethics fo r the Technological Age, Chicago 1984: cf. The Legacy o fH ans
4. R. Eliot, La ética ambiental, en P. Singer (ed.), Compendio de ética, Madrid Joñas, número monográfico del HastingsCRep 25/7 (1995).
1995,402; cf. K. Rawles, Biocentrism, en EAE 1,275-283; C. Talbot, Deep Ecology, en 6. J. L. Ruiz de la Peña, Ecología y teología, en El desafío ecológico, 113. Cf. tam
EAE 1, 747-753. bién su obra Crisis y apología de la fe, Santander 1995, 238-268.
de D ios lo h ab ría convertido en u n dueño despótico d el m edio. Tal respeto a la naturaleza h a estado con frecuencia presente en sus pala
arrogancia h um ana, generada p o r el cristianism o, sería la m adre de la b ras y ello en v irtud y p o r exigencia d e la m ism a fe cristian a10.
ciencia m oderna, pero sobre todo, de su afán de dom inio desm edido Posteriorm ente, trazarem os u n resum en de algunos puntos fu n d a
sobre la naturaleza7. m entales que vertebran el m ensaje social de la Ig lesia sobre la p reo
Sin em bargo, la teología no puede lim itarse a hacer apologética. C o cupación y la responsabilidad ecológica.
rresponde a la antropología - o cosm o lo g ía- teológica m ostrar el apre
cio que el m undo, en cuanto creación de D ios, m erece para los creyen
a) Pablo V I
tes en el D ios Creador. Y corresponde a la teología m oral subrayar la
responsabilidad que al ser hum ano le com pete frente al m undo que es
D e acuerdo con la doctrina de sus predecesores, Pablo VI insiste e n
su casa. N uestra reciente depredación de la naturaleza se relaciona ín
que el m andato bíblico «C reced y m ultiplicaos; llenad la tierra y ense
tim am ente con nuestro habitual encogim iento en la esperanza y nuestra
ñoreaos de ella» (G n 1 ,2 8 ) no im plica una autorización divina para una
incapacidad de im aginar el futuro desde la fe y el am or responsable8.
explotación inm oderada d e la tie rra y sus recursos. P o r constituir ésta
En este am biente, no pasó inadvertido ni a cien tífico s ni a m ovi
una de las acusaciones m ás frecuentes a la fe judeo-cristiana, no es ex
m ientos ecologistas el m ensaje de Juan Pablo II co n m otivo d e la Jo r
traño que la referencia a este planteam iento, ya repetido p o r la encícli
nada de la p a z del 1 de enero de 1990, en el que subrayaba que la paz
ca M a ter et magistra, vuelva un a y otra vez a las enseñanzas sociales
social, fruto de la paz con el C reador, exige tam bién u n a especie de
posteriores. A él retom a, p o r ejem plo, Pablo V I al recordar (23.7.1963)
gran pacto de paz con toda la creación9.
al Sem inario internacional de jóvenes de la CEE, reunidos p ara estudiar
Pero aquel m ensaje, al que m ás tarde habrá que volver, no es la p ri
los problem as rurales de E uropa, que las cuestiones específicam ente
m era palabra d e la Iglesia católica sobre la preocupación ecológica. E s
técnicas, de orden económ ico y social, son tan inseparables de las con
cierto que con anterioridad a las enorm es transform aciones am bienta
diciones m orales y religiosas de los hom bres, que el m agisterio eclesial
les producidas p o r la civilización industrial, ni la sociedad ni las Igle
considera su deber ocuparse de ellas de form a directa y explícita11.
sias habían sentido la u rgencia de educar una conciencia responsable
E n el discurso dirigido a la X II C onferencia d e la FAO (23.11.
y solidaria respecto al «m edio am biente». E l se r hum ano se ajustaba a
1963), adem ás de recordar el interés de los dos papas anteriores p o r esa
los ritm os d e la naturaleza. Su econom ía, m arcada p o r los parám etros
organización, subraya que, «para solucionar el grave problem a de la v i
de supervivencia o de trueque, no h abía exigido un expolio tan m asivo
da de la hum anidad el cam ino correcto es el aum entar las reservas de
y tan rápido de las fuentes de energía no renovables o lentam ente re
p an y d e alim ento, sin aniquilar n i destruir la fecundidad de la vida,
novables.
pues el C reador ordenó a sus p rim eras criaturas: Sed fecundos, m ulti
plicaos y llenad la tierra (G n 9, 1)». A dem ás, el p ap a m anifiesta su es
peranza de que la intervención de la FAO, m ás allá de su finalidad di
2. P erspectivas d e la doctrina d e la Iglesia
recta, alcance objetivos d e orden hum ano y m oral, que interesarían al
progreso no sólo m aterial, sino tam bién espiritual de la hum anidad12.
Por lim itam o s a los últim os trein ta años, recogem os aquí tan sólo
D os años m ás tard e, co n m otivo d el X X aniversario de la m ism a
el eco de algunos pronunciam ientos, m ás o m enos form ales y solem
organización, Pablo V I reco rd ab a que su tarea fundam ental, la de li-
nes, de los últim os pontífices. E n ellos descubrim os que el espíritu del
10. Sobre la doctrina de Pío XI, Pío XII y Juan XXIII, cf. J. R. Flecha, La ecología,
7. Estas acusaciones de L. White, The historical Roots o f our Ecological Crisis: en A. A. Cuadrón (ed.), Manual de doctrina social de la Iglesia, 260-263. Un buen re
Science 155 (1967) 1203ss, han sido continuadas por J. W. Forrester, World Dynamics, sumen de la doctrina de la Iglesia se encuentra en I. Musu, Ambiente, en DDSC 130-
Cambridge 1971 y C. Amery, Das Ende der Vorsehung. Die ganadenlosen Folgen des 133, y sobre todo en la obra del Pontificio consejo «Justicia y paz», Compendio de la
Christentums, Hamburg 1972. Doctrina Social de la Iglesia, Madrid 2005, 231-247.
B. Cf. J. Carmody, Ecology and Religión. Toward a New Christian Theology ofNa- 11. Insegnamenti di Paolo V II, Cittá del Vaticano 1963, 76. Sobre la exégesis de
ture, New York-Ramsey 1983, 136. Gn 1, 28, cf. G. Angelini, II dominio della térra: Rivista del Clero Italiano 69 (1988)
9. Juan Pablo II, Paz con Dios, paz con toda la creación. Mensaje para la celebra 407-418.
ción de la Jornada mundial de la paz (1.14990), en Ecclesia 2.456 (1989) 1929-1933. 12. Ibid. I, 343; Insegnamenti di Paolo V il, 343.
b rar del ham b re a la hum anidad, es u n problem a u nido al del desarro com o d e conversión d e las costum bres y d e lo s h áb ito s hum anos y aun
de las m ism as estructuras.
llo y, en ú ltim a instancia, constituye tam bién u n a tarea educativa no
exenta de co n fian za en el ser h um ano y en la sociedad, en las p o sib i A l año siguiente se m ultiplican las intervenciones de Pablo V I so
lidades de producción, de distribución y de utilización racional d e los b re la p reocupación ecológica, unas veces en térm in o s populares, o
inm ensos recursos que el C reador h a puesto a disposición del género p a ra pro p u g n ar lo que él denom ina una «ecología m o ral» 15 y en otras,
co n palabras m ás solem nes y com prom etidas.
hum ano13.
D e nuevo se dirigía a la FAO para celebrar el 25° aniversario de su U na de estas ocasiones se la brinda el C ongreso de juristas reunido
fundación. E n esa ocasión (16.11.1970), tras citar la fam osa obra de Jo p ara tratar los problem as relativos a la contam inación del aire y del
sué de Castro, L e livre noir de la fa im , alaba y apoya los proyectos in agua. Con ese m otivo recu erd a el papa (2 7 .3 .1 9 7 1 ) el C ántico de las
ternacionales para el aum ento y m ejora de la producción de alim entos criaturas de san F rancisco de A sís y E l p o d e r e spiritual de la m ateria
hasta que se cum pla la profecía de Isaías: «el desierto florecerá» (Is 35, de P. Teilhard de Chardin, p ara apelar a la responsabilidad que tam bién
1). Sin em bargo, no deja de llam ar la atención sobre los riesgos de un en este terreno urge a los discípulos del evangelio16:

progreso salvaje: No podemos permanecer indiferentes ante la ansiedad ya mundial, sus


La puesta en obra de estas posibilidades técnicas a un ritmo acelerado citada por la contaminación de estos elementos naturales a los que está
ligada de una forma inevitable la vida física e incluso moral del hom
no se actúa sin repercutir peligrosamente sobre el equilibrio de nuestro
bre. No podemos dejar de reflexionar sobre este curioso fenómeno de
medio natural y el deterioro progresivo de lo que se ha venido en llamar
retorsión, diríamos, del progreso técnico de la civilización contra ella
el medio ambiente corre el riesgo, bajo el efecto de los tropiezos de la
misma, mientras que en la búsqueda, en la conquista de una utilización
civilización industrial, de conducir a una verdadera catástrofe ecológi
limitada de la materia, esta misma civilización llega a corromper su ai
ca. Ya estamos viendo viciarse el aire que respiramos, degradarse el
re y su agua (para no hablar de los otros bienes naturales), sin los cua
agua que bebemos, contaminarse los ríos, los lagos y aun los océanos
les resulta imposible el más elemental bienestar físico del hombre.
hasta hacemos temer una verdadera muerte biológica en un futuro cer
cano, si es que no se adoptan valientemente y no se ponen en práctica
con severidad algunas enérgicas medidas. En resumen, todo se refiere L a otra gran ocasión es, com o y a resulta fácil im aginar, la carta
- y debéis estar atentos a ello- a las consecuencias a gran escala que im apostólica O ctogésim a adveniens (14.5.1971), publicada con ocasión
plica toda intervención del hombre en el equilibrio de la naturaleza, del 80° aniversario d e la encíclica R erum novarum. E n ella se reconoce
puesta en su riqueza armoniosa a disposición del hombre, según el di que el ser hum ano h a tom ado conciencia bruscam ente de que «una ex
seño de amor del Creador14. p lotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y
de ser a su vez víctim a de esta degradación». A continuación se ofrece
El discurso continuaba proclam ando que si han h ech o falta m iles u n m arco antropológico m ás am plio para tratar de com prender la crisis:
de años p ara q u e el hom bre aprendiera a dom inar la n aturaleza (cf. G n
No sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: polu
1, 28), le h a llegado la h o ra de aprender a «dom inar su dom inación». ciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es
Según el p apa, esta segunda ta re a no requiere del hom bre m enos fuer el cuadro humano lo que el hombre no domina ya, creando de este mo
za e in trepidez que la o tra tarea de conq u istar la naturaleza. L os p ro do para mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Proble
gresos técn ico s, en efecto, p o d rían volverse contra el hom bre si no ma social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera
fueran acom pañados de un auténtico progreso social. (O A 21).
P alabras im portantes que anticipan en un p ar de décadas m uchas
d e las preocupaciones ecológicas que actualm ente se presentan con ai E l texto de la carta v in cu la el problem a de la contam inación y de
re de novedad y que, por otra p arte, las colocan en un m arco m ás am los desechos con otras form as de destrucción de la sociedad y de la vi-
plio de responsabilidad m oral y de reorganización de la sociedad, así
15. Cf„ entre otras, su alocución en la audiencia general del 31.3.1971, en que
ofrecía una exhortación a la castidad: Insegnamenti di Paolo VI I X, 1971, 242.
13. Ibid. III, 1964, 679.
16, Insegnamenti di Paolo V IIX, 1971, 224-227. Merece la pena leerlo completo.
14. Ib id .V lll, 1970, 1146-1147.
da, para acercarse así al h orizonte de una ecología social y p ara term i tas. E l pobre de A sís, en efecto, ofrece no sólo a los cristianos sino
n ar invitando a los cristianos a h acerse responsables, en unión con los tam bién a todos los hom bres un buen ejem plo del respeto auténtico y
dem ás hom bres, del destino com ún de la hum anidad. pleno por la integridad de la creación. «E l p o b re de A sís nos d a testi
C uatro años m ás tarde, Pablo V I recibiría (19.4.1975) a la P ontifi m onio de que estando en p az con D ios pod em o s dedicarnos m ejo r a
cia A cadem ia de ciencias, que estaba estudiando el tem a de «Las m em construir la p az con to d a la creación, la cual es inseparable de la p az
branas biológicas y artificiales y la desalinización de las aguas». A nte entre los p ueblos»18.
un tem a tan especializado, el papa alude al problem a de la dism inución
2. En su prim era encíclica R edem ptor hom inis (4.3.1979) Juan Pa
de las reservas de agua en el planeta, p ara ofrecer a continuación sus re
blo II alude al m iedo que el hom bre contem poráneo experim enta ante
flexiones sobre dos actitudes que deberían siem pre caracterizar a los in las obras de sus propias m anos.
vestigadores cristianos: Ya en aquellos inicios de su p o n tificad o aflo rab a la p reocupación
Por una parte, el sabio debe plantearse lealmente la cuestión del porve ecológica, entendida en térm inos am plios. Se p ercibían tam bién algu
nir terrestre de la humanidad, y en cuanto hombre responsable, colabo n os de los presupuestos filo só fic o s que h ab rían de aflorar u na y otra
rar para prepararlo, preservarlo y eliminar los riesgos. Pensamos que vez en su m agisterio, com o la consideración del m undo creado desde
esta solidaridad con las generaciones futuras es una forma de caridad, a la clave d e la significació n y la m editación an tropológica sobre la ico-
la que muchos hombres son sensibles hoy día en el marco de la ecolo n alid ad hum ana. El hom bre, im agen de D ios, lo es p o r estar llam ado
gía. Pero, al mismo tiempo, el sabio ha de estar animado por la con a ejercer un a v ig ilan cia responsable sobre e l m u n d o creado:
fianza de que la naturaleza reserva posibilidades secretas que a la inte
ligencia corresponde descubrir y poner en obra para llegar al desarrollo Parece que somos cada vez más conscientes del hecho de que la explo
que está en el diseño del Creador17. tación de la tierra, del planeta sobre el cual vivimos, exige una planifi
cación racional y honesta. Al mismo tiempo, tal explotación para fines
no solamente industriales, sino también militares, el desarrollo de la téc
Se diría, en consecuencia, que y a a fin ales del pon tificad o de P a
nica no controlado ni encuadrado en un plan de radio universal y au
blo VI, el m agisterio de la Iglesia católica había incluido plenam ente ténticamente humanístico, llevan muchas veces consigo la amenaza del
la preocupación ecológica en el ám bito de su doctrina social, colabo ambiente natural del hombre, lo enajenan en sus relaciones con la na
rando incluso a su articulación epistem ológica en el m arco de la teo turaleza y lo apartan de ella. El hombre parece, a veces, no percibir
logía m oral a la luz y sobre el principio de la virtud de la caridad, que otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que
el concilio Vaticano II había recom endado com o fundam ento y no rm a sirven a los fines de un uso inmediato y de consumo. En cambio, era
principal de la m oralidad cristiana (OT 16). voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la natu
raleza como «dueño» y «custodio» inteligente y noble, y no como «ex
plotador» y «destructor» sin ningún reparo (RH 15).
b) Juan Pablo I I
Pero es sobre todo en su encíclica S o llicitudo rei socialis (30.12.
Pero es durante el pontificado de Juan Pablo II cuando la p reocu 1987) donde articula un largo y elaborado discurso sobre el auténtico
pación eco ló gica h a sido abordada m ás explícitam ente p o r el m agis desarrollo hum ano, sus posibilidades y sus riesgos (parte IV).
terio d e la Ig lesia e incluida form alm ente en su doctrina social. B aste Tras referirse al sentido hum ano del desarrollo auténtico, así com o
aqui m encionar algunos de los hitos m ás significativos. a la responsabilidad im plicada en el m andato bíblico del dom inio so
bre la tierra, recuerda el p ap a que un desarrollo m eram ente económ i
1. Si y a en el prim er año de su p ontificado Juan Pablo II orientó la co n i siquiera pu ed e calificarse com o desarrollo y concluye apelando
catequesis de sus audiencias sem anales sobre el libro del G énesis, in a la solidaridad entre los hom bres y los pueblos p ara prom over un pro
sistiendo en la dignidad y belleza de la creación, al año siguiente nom greso que incluya el respeto al cosm os. P ara ello h ab ría que p restar
braría a san F rancisco de A sís com o patrono celestial de los ecologis atención a algunas consideraciones fundam entales:

17. Insegnamenti di Paolo VI XII[, Cittá del Vaticano 1976, 320. 18. Juan Pablo II, Carta apostólica Inter sonetos: AAS 71 (1979).
a) L a prim era consiste en la conveniencia de tom ar m ayor concien «la experiencia de este ‘sufrim iento’ de la tie rra es com ún tam b ién a
cia de que no se p u eden utilizar im punem ente las diversas categorías aquéllos que no com parten nuestra fe en D ios» (n. 5).
de seres, vivos o inanim ados -a n im a le s, plantas elem entos n atu rales-, E l m ensaje considera la crisis ecológica com o u n problem a m oral,
según las propias e inm ediatas exigencias económ icas. «A l contrario, y a sea p o r la falta de responsabilidad en la aplicació n indiscrim inada
conviene tener en cuenta la naturaleza de cada se r y su m utua conexión de los adelantos cien tífico s y tecnológicos, com o p o r la falta de res
en un sistem a ordenado, que es precisam ente el cosm os». peto a la vida que im plican m uchas actuaciones sobre el m edio, entre
b) L a segunda se funda en la convicción de la lim itación d e los re las cuales em piezan a resu ltar preocupantes las incalculables p o sib ili
cursos na tu rales, algunos de los cuales no son renovables o cada vez dades de la investigación biológica, la in d iscrim inada m anipulación
lo son m ás difícilm ente: «U sarlos com o si fueran inagotables, con do genética, el desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y for
m inio absoluto, pone seriam ente en peligro su futura disponibilidad, m as de v id a anim al y au n las intervenciones sobre los orígenes m is
no sólo p ara la generación presente, sino sobre todo p ara las futuras». m os de la v id a hum ana.
c) L a te rcera consideración se refiere directam ente a las conse D e todas form as, m ás im portante que la constatación fáctica del de
cuencias de u n cierto tipo de desarrollo sobre la calidad de la vida en terioro de la naturaleza es su reflexión sobre la necesidad de un cam bio
las zonas m ás industrializadas: «T odos sabem os que el resultado di de actitudes en el com portam iento hum ano:
recto o indirecto de la industrialización es, cada vez m ás, la contam i
La sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico si no
nación del am biente, con graves consecuencias p ara la salud de la p o revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta
blación». misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero perma
D e tales reflexiones se viene a deducir que «el desarrollo, así com o nece indiferente a los daños que éstos causan. Como ya he señalado, la
la voluntad de planificación que lo dirige, el uso de los recursos y el m o gravedad de la situación ecológica demuestra cuán profunda es la crisis
do de utilizarlos no están exentos de respetar las exigencias m orales»19. moral del hombre. Si falta el sentido del valor de la persona, aumenta el
D e la le ctu ra de la encíclica Sollicitudo rei socialis se puede con desinterés por los demás y por la tierra. La austeridad, la templanza, la
ju stic ia d educir que u n a sociedad m arcad a p o r el consum o y la com - autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de ca
da día a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias ne
petitiv id ad m ás agresiva no es com patible con u n a ecología de rostro
gativas de la negligencia de unos pocos. Hay, pues, una urgente necesi
hum ano. L a econom ía de m ercado destruye a la larga al otro y a lo dad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con
otro, p uesto que la ley del m ás fuerte, que en ella encuentra su m áxi nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente.
m a vigencia, term ina p or destruir la casa hum ana con sus habitantes.
E n consecuencia, parece sugerir el m ensaje que los problem as m o
3. C on todo, el texto m ás articulado es el citado m ensaje de Juan Pa
rales de la ecología no están lejos de los ligados a la econom ía. Pero, a
blo II p ara la celebración de la Jom ada m undial de la paz (1.1.1990).
su vez, los problem as éticos de la ecología tam poco están lejos de los
E n p rim er lugar, el m ensaje recuerda la vinculación entre la p ro
relativos a la biología20.
m oción de la p az m undial y el respeto debido a la naturaleza. E n ráp i
E se m ism o año, un a encíclica en apariencia tan alejada de estos te
das pinceladas evoca las enseñanzas bíblicas fundam entales, que van
m as, com o la R ed em p to ris m issio, se refería a los diversos «areópa-
desde la afirm a ció n de la bon d ad original de la creación hasta el ge
gos» en los que hoy pued e y debe realizarse la evangelización. E ntre
m ido del m undo creado que aguarda, ju n to con el ser hum ano, su pro
ellos se cita «la salvaguardia de la creación» entre los m uchos «secto
p ia liberación (R om 8, 20-21), desde la dim ensión cósm ica de la re
res que han de ser ilum inados con la luz del evangelio» (RM i 37m).
dención anunciada en la p alabra y en los gestos de Jesucristo hasta la
espera apocalíptica de u n a creación renovada (Ap 2 1 ,5 ). Sin em bargo, 4. Por su carácter conm em orativo de los orígenes de la doctrina so
aunque el cristiano percibe y evalúa el presente y el p orvenir de la na cial de la Iglesia, m erece un a atención especial la encíclica Centesim us
turaleza a través de su experiencia creyente, no deja de reconocer que annus. A un siglo de L eón X III la llam ada «cuestión social» h a adqui
rido dim ensiones planetarias. El énfasis sobre la propiedad privada ha
19. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 34; cf. también n. 26 y 29 y LE 4 y 27. El
texto siguiente de SRS será incluido ulteriormente en ChL 43 y en EV 42. 20. Puede verse, como queda dicho, en Ecclesia 2.456 (1989) 1929-1933.
de dejar paso a una reflexión urgente sobre el destino universal de los Y tam poco es extraño que en esta im portante m anifestación d e la
bienes. E s precisam ente en ese contexto, al que la C entesim us annus doctrina social de la Iglesia, la reflexión sobre la ecología se funda con
dedica todo el capítulo IV, en el que reto m a el tem a de la ecología. u n a exhortación a superar la llam ada cultura de la m uerte p ara p ro
U n a buen a ética ha de reposar sobre el fundam ento de u n a an tro p u g n ar un a cultura de la vida, del respeto a la v id a hum ana, del em pe
pología integral. E s im portante que, en esta ocasión, se subraye que ño p o r propugnar la dignidad y la calidad de to d a la v id a hum ana, sin
«en la raíz d e la insen sata d estrucción del am biente n atu ral hay u n reduccionism os n i parcelaciones.
erro r antropológico» (C A 37). Y es im portante que no se trate de con
denar un error o de lanzar un nuevo anatem a. E s cierto que la encícli 5. E l C atecism o d e la Iglesia católica incluye la p reocupación
ca no abandona la perspectiva de la fe y, en consecuencia, ve la natu ecológica tanto en su afirm ación de la dignidad de lo creado com o en
raleza en clave de creación (la fy s is es ktisis) y la creación en clave de las líneas catequéticas sobre la m oral cristiana.
donación. El m undo am biental es, con igual derecho y dignidad, rega P recisam ente en la p arte dedicada a la m o ral cristiana o nueva v i
da en C risto y bajo el epígrafe del séptim o m andam iento que recoge
lo y tarea, dádiva y responsabilidad.
los deberes inherentes a la ju sticia social, ofrece el C atecism o un inte
Pero la encíclica apela a una reflexión previa, com partible en prin
resante núm ero sobre la responsabilidad m oral ante la naturaleza crea
cipio por las diversas ideologías y credos, en cuanto basada en una ex
da: «E l séptim o m andam iento exige el respeto de la integridad de la
periencia del ser hum ano y sobre el ser hum ano: la de la doble dialécti
creación. L os anim ales, com o las plantas y los seres inanim ados, están
ca entre el ser y el tener, y entre el trabajo captativo y el trabajo creativo.
naturalm ente destinados al b ien com ún de la hum anidad, pasada, p re
D e acuerdo con las reflexiones de la ecología contem poránea, la
sente y futura (cf. G n 1, 28-31). El uso de los recursos m inerales, ve
encíclica no tiene reparo en adm itir que la tie rra tiene un a fiso n o m ía
getales y anim ales del universo no puede ser separado del respeto a las
propia y u n destino anterior, dados p o r D ios, y que el h o m bre puede
exigencias m orales. E l dom inio concedido p o r el C reador al hom bre
desarrollar pero no debe traicionar. L a encíclica no trata de hacer apo
sobre los seres inanim ados y los seres vivos no es absoluto; está regu
logética. Pero, com o saliendo al paso de las acusaciones que se han di
lado por cuidado de la calidad de la vida del prójim o incluyendo la de
rigido a la concepción antropocéntrica cristiana, la encíclica recuerda
las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad
que el señorío del hom bre no sólo no debe ser arbitrariam ente ejerci
de la creación (cf. C A 37-38)» (CEC 2415).
do, sino que sólo puede ser rectam ente ejercido cuando el ser hum ano
L a referencia a la encíclica Centesimus annus no es ociosa. C on ella
se apresta a leer en la dignidad de lo creado y su propia teleología las
recoge el Catecism o lo m ás granado de la doctrina social de la Iglesia
pautas de su diálogo con el m undo. sobre este tem a, con alusión, tam bién explícita, al tem a tradicional del
L a explotación inm oderada de la creación revela, en el fondo, un destino com ún de los bienes, am pliado ahora a los destinatarios futuros.
grave error ontológico. A l destruir la naturaleza, el hom bre m an ifies Im portante es tam bién el planteam iento del tem a del reparto de los re
ta desconocer su propia y profunda verdad. L a de su ontológica rela cursos y su conservación en clave de exigencia m oral. Se encuentra
ción con lo otro, con los otros y con el absolutam ente O tro. Cuando tam bién ahí la respuesta, y a habitual, a la acusación de que el m andato
renuncia a co laborar con D ios en la obra de la creación, el ser hu m a bíblico del dom inio del hom bre sobre la creación habría motivado y ju s
no provoca la rebelión de la naturaleza. Ya no es g o bernada sino tira tificado el expolio sistem ático de los recursos de la naturaleza, sobre to
n izada p o r la avaricia del hom bre y por su descabellado afán de co n do los no renovables. D os puntos se subrayan especialm ente. L a afir
sum o. Pero tam b ién los otros hom bres sufren. L os que y a hoy son m ación explícita de que tal dom inio de la naturaleza no es absoluto y la
privados de su derecho de propiedad, am pliam ente entendido en té r reivindicación de un respeto «sagrado» para la integridad de la creación.
m inos de participación. Y los que en el futuro habrán de p agar las con N o es éste sin em bargo, el único núm ero que el Catecism o dedica
secuencias de la inconsciencia de los actuales pobladores del planeta. al tem a de la ecología. H abría que tener en cuenta los tres núm eros si
N o es extraño que la encíclica abogue por un a ecología plenam en guientes, en los que se ofrece una reflexión sobre la relación optim al
te «hum ana». N o sólo la tierra es don de D ios al ser hum ano. Tam bién entre el hom bre y los anim ales, no sin citar significativam ente la fig u
el hom bre es p ara sí m ism o un don de D ios. E n consecuencia, ha de ra m odélica de san F rancisco de A sís, acom pañado esta vez p o r san
respetar la estructura natural y m oral de la que ha sido dotado (CA 38). Felipe N eri (CEC 2416-18).
Pero habría que referirse a la prim era parte del catecism o p ara en
E n el contexto de la observación de los m ovim ientos culturales de
contrar, en las reflexiones sobre el D ios C reador y su obra las bases
la actualidad y subrayando los esfuerzos de concienciación y de ac
dogm áticas p ara esta orientación m oral.
ción en favor de la vida, la encíclica vincula significativam ente la eco
Para la fe ju deo-cristiana, D ios crea u n m undo ordenado y bueno,
logía con la bioética:
com o un don dirigido al hom bre y com o una herencia que le es desti
n ad a y confiad a. N o es ocioso reco rd ar qu e « la Iglesia h a debido, en Se debe considerar positivamente una mayor atención a la calidad de
repetidas ocasiones, defender la b on d ad de la creación, com prendida vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades más
la del m undo m aterial» (299). U na y o tra vez se repite que, si bien desarrolladas, en las que las expectativas de las personas no se centran
D ios no pu ed e confundirse con la creación, ésta constituye un reflejo tanto en los problemas de la supervivencia cuanto más bien en la bús
y u n a h uella que denota su grandeza y su p resen cia providente (300- queda de una mejora global de las condiciones de vida. Particularmen
te significativo es el despertar de una reflexión ética sobre la vida. Con
301). El dom inio concedido a los hom bres no puede ser abusivo. D ios,
el nacimiento y desarrollo cada vez más extendido de la bioética se fa
en efecto, ha constituido a los hom bres en «causas inteligentes y libres
vorece la reflexión y el diálogo -entre creyentes y no creyentes, así co
p ara com pletar la o bra de la creación, para p erfeccionar su arm onía
mo entre creyentes de diversas religiones- sobre problemas éticos, in
para su b ien y el de sus prójim os» (307). cluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre (EV 27).
T am bién la consideración del m undo creado recuerda a los creyen
tes que «to d a criatu ra posee su b o n d ad y su p erfección propias». L a N o es de despreciar esta n o ta sobre las sociedades m ás desarrolla
consideración del orden creado rem ite en consecuencia a u n com pro das, a las que con frecuencia la teología y la m ism a doctrina de la Igle
m iso m oral inevitable: «Por esto, el h o m bre debe resp etar la bondad sia han criticado p o r su afán de acaparar los bienes de la tierra y de fa
pro p ia de cada criatura para evitar u n uso desordenado de las cosas, v orecer u n estilo de v id a consum ista. Tam poco se h a de pasar p o r alto
que desprecie al C read o r y acarree consecuencias nefastas p ara los
esa íntim a relación, factual y deseable, entre la preocupación p o r la vi
hom bres y p ara su am biente» (339). d a del m edio am biente y la v id a del hom bre que de él depende.
C on palabras poéticas que evocan algunos elem entos y seres vivos
Pero todavía hay en la encíclica un a referen cia m u y rica a la p o s
de la naturaleza, el catecism o subraya la interdependencia y la solidari
tura esp ecífica de los creyentes en ese p roceso universal de concien
dad de todas las criaturas, afirm ando así la arm onía y los derechos de
ciación sobre la dignidad del m edio y la responsabilidad ética ante él:
la biodiversidad. E videntem ente al catecism o no le interesa tanto un
planteam iento científico com o una confesión religiosa que de nuevo se El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo (cf. Gn 2,
hace eco del cántico de las criaturas d e Francisco de A sís (344, 340). 15), tiene una responsabilidad específica sobre el ambiente de vida, o
L a m ism a belleza del universo, el orden y la arm onía del m undo sea, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad perso
nal, de su vida: respecto no sólo al presente, sino también a las genera
creado, derivan y desvelan la diversidad de todos los seres, organiza
ciones futuras. Es la cuestión ecológica -desde la preservación del «há
dos según leyes de la naturaleza que, u n a vez descubiertas, se convier
bitat» natural de las diversas especies animales y formas de vida, hasta
ten en norm ativas para el com portam iento hum ano, tanto individual
la «ecología humana» propiamente dicha- que encuentra en la Biblia
com o colectivo: «L a belleza de la creación refleja la in fin ita b elleza una luminosa y fuerte indicación ética para una solución respetuosa del
del Creador. D ebe inspirar el respeto y la sum isión de la inteligencia gran bien de la vida, de toda vida. En realidad, «el dominio» confiado
del hom bre y d e su voluntad» (341). al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de
libertad de «usar y abusar», o de disponer de las cosas como mejor pa
6. Por últim o, la encíclica E vangelium vitae (25.3.1995) m enciona rezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio,
en tres o casiones la preocupación p o r el m edio am biente. Tras haber y expresada simbólicamente con la prohibición de «comer del fruto del
aludido a las am enazas p ara la vida hum ana que, procedentes de la n a árbol» (cf. Gn 2,16-17), muestra claramente que, ante la naturaleza vi
turaleza, se v en agravadas p o r la desidia culpable y la negligencia de sible, estamos sometidos a las leyes no sólo biológicas sino también
los que p o d rían rem ediarlas, la encíclica denuncia, en prim er lugar, la morales, cuya transgresión no queda impune21.
siem bra de m uertes que se realiza con el tem erario desajuste de los
equilibrios ecológicos (EV 10). 21. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 42. La última cita corresponde, como se ha di
cho más arriba, a la encíclica SRS 34.
H abría que citar m uchos otros discursos papales. E l m ensaje de incluía unas palabras que no sólo recogen la fe cristiana en el Creador,
Juan Pablo II p ara la cuaresm a de 1996 recuerda que «la tierra está do sino la aprensión de m uchas otras personas p o r la suerte que puede es
tada de los recursos necesarios para dar de com er a toda la hum ani tar reservada al m undo creado, si se traspasan los lím ites razonables:
dad», y añade que «hay que saber usarlos con inteligencia, respetando
Si el hombre trastorna los equilibrios de la creación, olvida que es res
el am biente y los ritm os de la naturaleza, garantizando la equidad y la
ponsable de sus hermanos y no se cuida del entorno que el Creador ha
ju sticia en los intercam bios com erciales y u n a distribución de las ri
puesto en sus manos, este mundo programado por la sola medida de
quezas que tenga en cuenta el deber de la solidaridad»22. E n el congre nuestros proyectos podría llegar a ser irrespirable (n. 5).
so sobre el m edio am biente y la salud, organizado en el m es de m arzo
de 1997 p o r la U niversidad católica del Sacro Cuore, el p ap a advierte Es preciso recordar igualm ente alguna im portante declaración ecu
que la com prensión del m edio am biente com o «recurso» tiene el ries m énica que com prom ete a católicos y ortodoxos en la responsabilidad
go de am enazar el m edio am biente com o «m orada». R ecuerda la com ecológica24 y m anifiesta la voluntad de todas las Iglesias de prom over
prensión cristiana de la creación y evoca las m odernas tentaciones la reconciliación con la naturaleza:
epistem ológicas que, inspiradas en el ecocentrism o y el biocentrism o,
tratan de elim inar la diferencia ontológica y axiológica entre el hom bre Confesamos delante de Dios que hemos tomado el especial encargo de
Dios de cuidar la creación como excusa para despreciar la dignidad
y los dem ás seres vivos. Por fin, propone la defensa de la vida y la pro
propia de la creación y el derecho propio de toda criatura. En nuestras
m oción de la salud, especialm ente en las poblaciones m ás pobres, co
Iglesias no solamente hemos dejado, sino que con frecuencia hemos
m o criterios del horizonte ecológico23. justificado el que la riqueza y la diversidad del mundo habitado y no
T am bién en la exhortación post-sinodal Ecclesia in A m erica (22.1. habitado sea entregada al manejo desconsiderado de la investigación,
1999), el p ap a ha vuelto a denunciar «la irrazonable destrucción de la de la técnica y del comercio. Hoy sabemos muy bien los peligros eco
naturaleza» (EA m 56). lógicos que amenazan el futuro y, sin embargo, contra toda lógica nos
Al term in ar el G ran Jubileo del año 2000, el p ap a firm aba, el día aferramos como posesos en nuestras cómodas formas de pensar y nues
6 de enero de 2001, en la plaza de S an Pedro, la carta apostólica Novo tras costumbres de consumir25.
M illennio ineunte, en la que trazaba las líneas program áticas p ara la
pastoral eclesial en el nuevo m ilenio. Entre los retos que el m om ento Por consiguiente, si alguna vez los cristianos son acusados de haber
presenta a la h um anidad y, p o r tanto, tam bién a los creyentes, se re abusado de los bienes de la tierra, será preciso tener en cuenta que di
cuerda expresam ente la enorm e problem ática que la técn ica y el espí cho abuso no se debía a su fe, sino m ás bien a su deficiente com pren
ritu del consum o plantean al m undo creado: sión y ejercicio práctico26.

¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio 24. En la declaración conjunta del papa Juan Pablo II y del patriarca ecuménico
ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas Bartolomé I (29.6.1995) se encuentra un punto significativo: «Dirigimos un llamamien
del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con to para que todos, con el mayor esmero, se comprometan en favor del actual problema
la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los de ecológico, tan apremiante, a fin de desterrar el gran peligro que el mundo atraviesa hoy
rechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de por el uso perverso de los recursos que son don de Dios»: L’OR ed. esp. 27/27 (1995) 7.
25. Reconciliación, don de Dios y fuente de nueva vida, 18. Texto base para la
los niños? Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristia
Asamblea ecuménica Europea (Graz, 23-29.6.1997), en Ecclesia 2.845 (1997) 890; cf.
no no puede permanecer insensible (NMI 51). también el n. 31 de ese texto, en el que se reconoce más explícitamente «el derecho de to
dos los seres vivos a la preservación de su condición genética». Cf. H. Valí, La integridad
U na sem ana después, el 13 de enero de 2001, Juan Pablo II pronun de la creación, en A. Galindo (ed.), Ecología y creación, Salamanca 1991, 237-294.
26. Cf. Juan Pablo II, Discurso a la X I Conferencia internacional de pastoral sa
ciaba su habitual discurso de año nuevo al C uerpo diplom ático. En él nitaria (30.11.1996): L’OR ed. esp. 28/49 (1996) 8: «Dios, al crear al hombre a su ima
gen, quiso hacerlo partícipe de su señorío y de su gloria. Cuando le encomendó la mi
22. Juan Pablo II, Mensaje «Dadles vosotros de comer» para la cuaresma 1996: sión de administrar toda la creación, tuvo en cuenta su inteligencia creativa y su libertad
Ecclesia 2.775(1996)207. responsable». Véase además la obra publicada por el Pontificio Consiglio della giustizia
23. Cf. este discurso en Ecclesia 2.853-2.854 (1997) 1195-1196. Otros textos en P. e della pace, Compendio della dottrina sociale della Chiesa, Cittá del Vaticano 2004,
J. Lasanta, Diccionario social y moral deJUan Pablo II, Madrid 1995, 199-207. cap. 10: «Salvaguardare l’ambiente», 248-266.
3. R eflexión cristiana sobre la ecología d er d e D ios sobre la n atu ra lez a (H ab 3). E l m e n saje d e Ju an P ablo II
p ara la Jo m ad a de la p az de 1990 recoge explícitam ente el texto de Os
L os lím ites de este tem a obligan a dejar fuera los interesantes do 4 ,3 p ara ilustrar la convicción d e que «si e l h o m b re n o está en p a z co n
cum entos que, sobre la preocupación y la respo n sab ilid ad ecológica, D ios la tierra m ism a tam poco está en paz» (n. 5). Pero no hubieran so
han producido las asam bleas ecum énicas de B asilea y Seúl, en las que, b rado algunas otras alu sio n es a e sa so lid arid ad en tre el h o m b re y la
de una form a o de otra, participó tam bién la Iglesia católica. A sí pues, naturaleza, tanto p o r lo que se refiere al p ecad o y la d esg racia com o
es preciso p asar inm ediatam ente a evocar la articulación ética de las p o r lo que to ca a la esp eran za d e u n a red en ció n universal q ue alcan za
responsabilidades correspondientes. tam bién al m undo cósm ico (cf. Is 11, 1-9; S o f 1, 2-3.14-18).
Por lo que se refiere al N uevo Testam ento, h o y m ás qu e n u n ca re
sultan estim ables las leves referencias que hace la doctrina social de la
a) Sobre los fu n d a m en to s Ig lesia a la centralidad crística del universo, exp resad a tan to e n la te o
logía jo án ica com o en las cartas de la cautividad (por ejem plo, C ol 1,
L a d octrina social de la Iglesia, y d e su m ano la teología m oral, h a
20; E f 1 ,9 -1 0 ).
tratado de fundam entar su reflexión sobre la ecología y el m edio am
M enos frecuentes resu ltan las alusiones a los m ilag ro s de Jesús,
biente en las dos bases que, p o r o tra p arte, sostienen to d o su p en sa
que, entre otras cosas, sig n ifican la in au g u ració n d e u n m undo fin a l
m iento sobre el resto de los p roblem as sociales que h a debido abordar
m ente anunciado com o arm ónico y redim ido, tam bién en sus elem en
a lo largo del tiem po. Se trata, po r u n a p arte de la sagrada E scritura y,
tos naturales.
po r otra, de la reflexión racional sobre la m ism a realidad.
Es, en cam bio, frecuente la referencia al texto paulino que vincula
con el hom bre a la creación esclavizada e n la ardiente esp era d e la li
1. L a apelación a la sagrada E scritura h a ido evolucionando con
b ertad gloriosa de los hijos de D ios, que tam bién sobre ella habrá de
los años. Pero, seguram ente por lo tardío de la aparición de u n tem a
reb o sar (R om 8, 20-21).
com o éste, se h a logrado evitar el riesgo de invocaciones parciales y
Y resulta notable, en cuanto respuesta a las habituales acusaciones
sesgadas a un pasaje u otro de la B iblia. Se puede decir que los textos
de alienación dirigidas co n tra la fe cristiana, la citació n d e 2 P e 3, 13
citados com o referencias obligadas h an sido p recisam en te los funda
en la que se p ro fesa la esperanza cristiana de nuevos cielos y nueva
m entales y han sido vistos m ás en su espíritu que en su literalidad.
tie rra e n los que h abite la ju sticia. Tal esp era no rem ite a u n m á s allá
Por lo que se refiere al A ntiguo Testam ento, se constata la p ersis
y un después sin conexiones con las dem andas del m ás acá y el ahora.
tencia de la referen cia a la creación del ser hum ano com o im agen de
L a ju stic ia aguardada, y d escrita c o n colores d e alcance cósm ico, im
D ios (G n 1, 28). Su iconalidad, m ás que situarse en el plan o de la in
pu lsa y a desde ahora el com prom iso m oral y la responsabilidad ante la
teligencia o la voluntad, com o fue h abitual en siglos pasados, es con
n atu raleza to d a y las h u m an as estructuras sociales28.
siderada en térm inos de responsabilidad y de colaboración con D ios
en la co n -creación y gobierno del m undo creado. U na colaboración 2. L a otra fundam entación la halla la doctrina social de la Iglesia
que, precisam ente por serlo, excluye la m era tentación del dom inio ab tanto en la observación de la realidad social, a través de la cual profesa
soluto y del expolio d e la n aturaleza creada27. escuchar la voz de D ios, com o en las m ism as m ediaciones racionales.
Se alude tam bién con cierta frecuencia a la literatura sapiencial y a D e ahí que su reflexión sobre la responsabilidad ante el m edio am bien
determ inados salm os (8 y 104) que reflejan adm irablem ente la actitud, te haya ido evolucionando con los tiem pos, com o luego se resum irá29.
a la vez contem plativa y responsable, del ser hum ano ante la creación. El som ero recorrido efectuado nos dice que de un a reflexión p ura
M enos im portancia de la que debieran han tenido los textos profé- m ente adm irativa de la natu raleza se h a p asado a un a reflexión «con-
ticos. P ío X I gustaba de aludir a H abacuc y su canto-invocación al p o
28. Sobre este tema, cf. M. Lorenzani (dir.), La natura e 1'ambiente nella Bibbia,
27. Es ésta como se ha dicho, una acusación frecuente a la tradición judeo-cristia- L’Aquila 1996.
na: cf. J. L. Ruiz de la Peña, El cristianismo y la relación del hombre con la naturaleza, 29. Cf. O. Ravera, Alcune considerazioni sul rapporto tra l'uomo e l ’ambiente, en
en Varios, Ecología y culturas, Madrid 1988,193-214; Id., ¿Ha sido el cristianismo an A. Caprioli-L. Vaccaro (eds.), Questione ecologica e coscienza cristiana, Brescia 1988,
tiecológico?: Misión abierta (1990/2) 78-83? 47-54.
servacionista» y en cierto m odo antro p o cén trica sobre la naturaleza v a trascendental. N o se tra ta d e añadir u n capítulo o u n a lección sobre
contam inada po r las obras del hom bre y po r el progreso tecnológico. el respeto al m undo y a la vida, a toda la vida, sino m ás b ien de que el
Sólo en los últim os docum entos se p ercibe el eco de las m odernas re am o r a la vida, la reflexión acerca de los vivientes, el cuidado p o r la
flexiones sociológicas y filosóficas que, p o r una parte, insisten en u n a v id a y su hogar im pregnen toda la reflexión ética, tanto fundam ental
ecología social y, p o r otra, propugnan u n reconocim iento, ju ríd ic o y com o sectorial.
práctico, d e los d erechos de los anim ales, de los vegetales y h asta de A ese propósito, es significativo que el citado m en saje de Ju an P a
los elem entos inanim ados del universo. Sin sum arse a tal explicita- blo II p ara la Jornada de la p az de 1990 afirm e que «el signo m ás p ro
ción, los docum entos recientes de la doctrina social de la Iglesia, aun fundo y grave de las im plicaciones m orales inherentes a la cuestión
no olvidando la referencia d e lo creado a su Creador, al h o m bre q ue lo ecológica, es la falta de respeto a la vida, com o se ve en m uchos com
m odela a la vez que lo necesita, y al prójim o que está llam ado a com p ortam ientos contam inantes» (n. 7).
p artir esos bienes creados, insisten en la solidaridad del ser hum ano
con los dem ás habitantes n o hum anos del planeta. 1. E cología y virtudes m orales
T am bién en estos últim os docum entos de la Ig lesia se percibe ta n
to una insistencia en el argum ento ontológico-antropológico d e la ver D esde u n a perspectiva com ún a m uchos esquem as éticos, se po d ría
dad ú ltim a del h o m bre en cuanto ser-en-el-m undo, com o en el discur decir que el antiguo andam iaje de las virtudes m orales, que p arece re
so que v incula la d octrina social de la m ism a Ig lesia al com prom iso cobrado p o r m odernas escuelas filosóficas, puede y debe articular una
m oral de los cristianos30. reflexión sobre el lugar del ser hum ano en el cosm os y su responsabi
lidad. L a prudencia, la ju sticia, la fortaleza y la tem planza, son los
goznes -c a r d in e s - de u n a nueva y n ecesaria relación co n los dem ás y
b) C onsecuencias éticas
con lo dem ás: con un «objeto» que, p o r otra p arte, no es tan ajeno al
E s evidente que la teología m oral h a de prestar atención a este te «sujeto» com o p u d iera p arecer32.
m a que, de form a m ás o m enos explícita, h a aparecido com o objeto de L as cuatro v irtud es card in ales delinean un a silu eta m oral p ara el
la doctrina social de la Iglesia. hom bre, su autocom prensión y la cultura p o r la que desearía sentirse
E n el fondo de la crisis ecológica se encuentra la fosa que se ha arropado. L a apelació n a la p ru d en cia en el uso de los recursos d el
abierto entre la p erso n a y la naturaleza. L a cultu ra d e la m odernidad p lan eta h a hecho tem er a algunos que la ecoética derivara en un a sim
prom ovió h asta tal punto la subjetividad hum ana, que el ám bito cir p le p reo cu p ació n eg o ísta p o r la conservación de los recu rso s con v is
cundante se h a convertido en una dim ensión puram ente objetual, en tas a asegurar la hum ana supervivencia. L a apelación a la ju sticia re
u n m ecanism o que se puede p oseer y, p o r tanto, m anipular31. L a razón m ite cada vez m ás frecu en tem en te a la d ialéctica entre los derechos
ecoética, com o la razón bioética, h a de procurar restablecer el equili del h o m bre y los derechos de las otras criaturas. L a fo rtaleza es en
brio entre el bios y el ethos. ten d id a en este contexto no com o un a autorización p ara el expolio de
El respeto h acia el m undo creado puede y debe convertirse en ob la n atu raleza, sino, com o y a se h a dicho, co m o u n esfu erzo p a ra do
je to explícito de la reflexión m oral. S in em bargo, es p reciso aclarar m in ar racionalm ente la sed del dom inio sobre la naturaleza. L a b io s
que n o se trata tanto d e introducir u n nuevo cam po categorial de refle fera n o es u n b ien del que se p u ed a frívolam ente prescindir. E special
xión y de responsabilidad, com o de situam os en una nueva perspecti p u esto le queda reservado a la p ráctica del ascetism o y a la v irtu d de
la tem planza, relegad a trad icio n alm en te a m o d erar los abusos de la
30. Cf. E. López Azpitarte, Perspectivas morales en torno a la ecología'. Misión g u la y la lujuria y llam ad a ah o ra a m o d erar e l uso inm oderado d e los
abierta (1990/2) 61-70; G. Manzone, Ecología e ecoetica: RTMor 27 (1995) 525-539. recursos.
31. Cf. R. Spaeman, Per la critica dell'utopia política Roma 1994, 20, donde afir
ma que, «cuando el hombre quiere ser sólo sujeto y olvida su vínculo simbiótico con la
naturaleza, vuelve a caer prisionero de un destino primitivo». Según este autor, para so 32. Cf. N. M. Sosa, Ecología y ética, en M. Vidal (ed.), CFET, 857-870, con abun
brevivir y vivir bien, los seres humanos han de actuar de forma correcta no sólo los unos dante bibliografía; R. Berthouzoz, Pour une etique de l 'environment, la responsabilité
con respecto a los otros, sino también con respecto a su propia naturaleza y a la natura des chrétiens dans la sauvegarde de la création: Sup 169 (1989) 43-87 (n. Monográfi
co); S. Privitsra (ed.), Per u n ’etica d e ll’ambiente, Acireale 1995.
leza externa.
U na m oral con inquietudes ecologistas h a de revisar cuidadosa C reador -d ic e el m ensaje p a p a l- y, por tanto, están convencidos de que
m ente la antro p o logía sobre la que se asienta. H asta la llam ada «D e en el m undo existe u n o rden b ien definido y orientado a u n fin, deben
claración de R ío» com ienza ratificando el principio fundam ental según sentirse llam ados a interesarse p o r este problem a» (n. 15).
el cual «los seres hum anos constituyen el centro de las preocupaciones -C re e r en un D ios R edentor significa confesar que en C risto la n a
relacionadas con el desarrollo sostenido». R ecuérdese que en la m ism a turaleza y la historia han sido exaltadas a su dignidad m ás alta. E so sig
C onferencia de R ío de Janeiro el cardenal A. Sodano afirm ab a que «la n ific a p ro clam ar desde la fe qu e en C risto co m ien za u n a nueva crea
crisis ecológica contem poránea es u n aspecto preocupante de una m ás ción (GS 39). U na reflex ió n explícitam ente cristian a sobre la tarea
profunda crisis m oral y es efecto de u n a equivocada concepción de un eco ló g ica no pu ed e olv id ar e l m isterio d e la en carn ació n d el V erbo en
desarrollo desm edido». El ser hum ano, la única criatura capaz de preo la naturaleza hum ana, p ero tam poco puede ap artar la vista del m iste
cuparse p o r las diversas especies, habría de p roteger el equilibrio g lo rio de la resurrección de C risto, p rim icia y an ticip o d e la renovación
bal de la tierra, salvar las condiciones m orales de una auténtica «eco de todo lo creado. A la luz del m isterio cristológico hab rá que repen
logía hum ana», así com o de una «ecología social». N o resulta extraño sar la constante dialéctica entre «la resistencia y la sum isión» del ser
que, en este sentido, encontrem os en el citado m ensaje papal unos con hum ano. Tam bién la relación del hom bre co n su m undo es u n m isterio
ceptos que, con otras palabras, son repetidos tam bién p o r los ecologis de obediencia y de im posición. A hí se p lan tea la n ecesidad de rep en
tas laicos, los cuales no dejan de propugnar la necesidad de u n cam bio sar la com prensión cristiana de la «persona» com o relación y resp o n
de paradigm a: sabilidad dialogal34.
La sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico si no - Y c re e T en u n D io s, confesado com o E sp íritu d e am or, supone
revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta descubrir cada día el valor de epifanía y prom esa que encierra el m un
misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero perma do creado com o anticipo de la p az escatológica35.
nece indiferente a los daños que éstos causan. La gravedad de la situación C reer sig n ifica acep tar el m isterio hum ano y cristológico de la
ecológica demuestra cuán profunda es la crisis moral del hombre (n. 13). cruz. Y aceptar la redención hum ana p o r la cruz significa, entre otras
cosas, com prender al ser hum ano no tanto desde el progreso ilim itado
cuanto desde la perspectiva de la renuncia y la abnegación. E l citado
2. E cología y virtudes teologales
m ensaje papal p ara la Jo m a d a de la p az afirm a que « la austeridad, la
Sin em bargo, una m oral específicam ente cristiana no se apoya so tem planza, la auto d iscip lin a y el espíritu de sacrificio deben confor
lam ente en las clásicas virtudes cardinales. L as llam adas virtudes teo m ar la v id a de cada día». N o se trata de g lo rificar la austeridad p o r sí
logales tal vez no le ofrezcan nuevas exigencias categoriales, pero sí le m ism a. Se trata de no im poner m ás em ees sobre los hom bros hu m a
abren u n horizonte trascendental de gratuidad y de ofrenda. nos, « a f in de que la m ayoría no tenga que su frirla s consecuencias n e
gativas de la negligencia de un o s pocos» (n. 13).
a) A sí ocurre con la fe . Creer en D ios significa preguntam os cóm o
b) Pero así ocurre tam bién con la esperanza. A guardar el nuevo
actúa esa creencia, tam bién en cuanto al uso de las cosas creadas, com o
explícitam ente afirm a el Catecism o de la Iglesia católica (n. 226). cielo y la nueva tie rra de que n o s hablan las E scrituras (2 Pe 3 ,1 3 ) no
-C re e r en u n D ios C reador significa proclam ar la b ondad del crea significa instalarse cóm oda e inoperantem ente en el aguardo. L a espe
dor y la grandeza de su criatura, y aceptar el honor y el deber de la co ranza cristiana no puede confundirse con la resignación y la pasividad.
laboración en la ta re a d e u n a creación continuada33. L a cuestión ecoló L a esperanza es dinám ica y creadora, utópica y solidaria, precisam en
gica vuelve a replantear el sentido de la creación y del m undo creado. te p o r ser hum ilde y virginal, p obre e itinerante, enraizada m ás en el
ser que en el tener.
Pero vuelve a p lantear con igual fuerza la pregunta p o r la dignidad, la
m ajestad, la fin alid ad del ser hum ano co n relación a las obras d e sus
34. Sobre este tema resulta iluminadora la segunda parte de A. Gesché, Dios para
m anos y al m undo en el que y del que vive. «Los que creen en D ios pensar II. Dios-El cosmos, Salamanca 1997.
35. De entre las muchas aportaciones que a estos temas ha hecho J. Moltmann, cf.
33. Cf. A. Bonora, L ’uomo coltivatore e custode del suo mondo in Gen 1-11, en su estudio La crisi ecologica: pace con la natura, en Questione ecologica e coscienza
Questione ecologica e coscienza cristiana, 155—166- cristiana, 137-153.
L a expectación de u n m undo regenerado y arm ónico constituye un equilibrio ecológico si no se afrontan directam ente las form as estruc
poderoso estím ulo p ara la osadía y el coraje para luchar, aquí y ahora, turales de pobreza existentes en el m undo» (n. 11).
contra todo aquello que en este m undo pretende arrogarse un carácter Pero la caridad h a de ser tam bién diacrónica. H a de im aginar y p re
de ultim idad definitiva y cum plida. C om o ya afirm aba el concilio Va parar la casa que han de encontrarse y d isfru tar las futuras generacio
ticano II, la esperanza del m ás allá no m engua la iniciativa ni la fuer nes. D e hecho «toda intervención en un área del ecosistem a debe co n
za p ara trab a jar activam ente y respetuosam ente p o r organizar el m ás siderar sus consecuencias en otras áreas y, en general, en el b ien estar
acá (GS 39). de las generaciones futuras» (n. 6).
En este m om ento, la vivencia y la teología de la esperanza, al an L a teología m oral acepta d e b u en grado las observaciones d e algu
ticipar el futuro del hom bre y el futuro de la creación, se revelan com o nos pensadores contem poráneos que tratan de traducir el im perativo
prom otoras de la acción y el com prom iso m oral. U na vez m ás, la ju s categórico kantiano en térm inos de p rev isió n de futuro. Según H ans
ticia - y aquí, la ju sticia hacia los hom bres que tienen derecho a u n m e Joñas este im perativo h a de reform ularse en los siguientes térm inos:
dio am biente a c e p ta b le - se revela com o m ediación ética de la espe «A ctúa de tal m odo que los efectos de tu actu ació n sean com patibles
ran za escatológica. Pero, aun en el diálogo con u n a com prensión que con la perm an en cia de la genuina vida hum ana»; o tam bién: «A ctúa
m irase con suspicacia este pretendido antropocentrism o, sería preciso de tal m odo que los efectos de tu acción no sean destructivos de la p o
reconocer que la esperanza cristiana en la renovación escatológica del sibilidad futura de tal tipo de vida»; o, sim plem ente: «N o com prom e
m undo im plica el respeto hacia este m ism o m undo creado36. tas las condiciones de un a continuación in d e fin id a de la hum an id ad
El m ensaje papal antes m encionado no deja de afirm ar que «el res sobre la tierra»37.
peto p o r la v id a y p o r la d ignidad d e la p erson a hum an a incluye tam Com o acabam os de ver, siguiendo la pauta del m ensaje de Juan Pa
bién el respeto y el cuidado de la creación, que está llam ada a unirse al blo II para la Jornada de la p az de 1990, en la teología cristiana las v ir
hom bre para glorificar a D ios (cf. Sal 148 y 96)» (n. 16). E s difícil re i tudes m orales y las teologales se unen en la prom oción de una nueva
vindicar un a dignidad-vocación m ás alta para el m undo creado. cultura de la paz con la creación, en la tarea m oral de una responsabili
dad individua], com unitaria y estructural ante el m edio ambiente.
c) Y así ocurre con el am or. Si la m oral cristiana encuentra su eje
y su centro en la caridad (OT 16), es im perdonable red u cir el am o r a
una caricatura. El am or se traduce en búsqued a de la ju stic ia y crea 4. Conclusión
ción de solidaridad. E l am or pasa, en prim er lugar, por el reparto equi
tativo d e los b ien es de la tierra, p o r el uso respetuoso y ju sto de sus re
L a doctrina de la Iglesia, com o en tantos otros cam pos, h a ido re
cursos y, finalm ente, por la igualdad a la h o ra de disp o n er de los
co rrien d o u n largo cam in o e n su reflex ió n sobre el m edio am biente
residuos m olestos y tóxicos generados p o r el m ism o progreso técnico.
hasta llegar a constituir un aceptable cuerpo de reflexión y de orienta
«L a crisis ecológica - d ic e tam bién el m ensaje p a p a l- pone en eviden
ció n ética p ara los cristianos y p ara todas las personas de buena vo
cia la urgente necesidad m oral d e u n a nueva solidaridad, especialm en
luntad, y a se vean enfrentadas a responsabilidades individuales o de
te en las relaciones entre los países en vías de d esarrollo y los países gobierno de la sociedad.
altam ente industrializados» (n. 10). E n tiem pos d e L eó n X III el p u n to d e interés d e la reflexión social
L a reflexión m oral sobre la ecología, que pone en entredicho los se encontraba en la necesidad de asegurar a todos los ciudadanos el ac
parám etros de u n cierto «desarrollo», es inseparable de la responsabi ceso a la propiedad privada. C ien años m ás tarde la preocupación fun-
lidad m oral ante la pobreza y de la opción preferencial por los pobres
de la tierra. 37. H. Joñas, The Imperative ofResponsability: in Search o f an Ethics o f the Tech-
La caridad es ciertam ente sincrónica, y prom ueve la ju sticia entre nological Age Chicago-London 1984, 11. Un planteamiento semejante se encuentra en
R. M. Green, Justice and the Claims o f Future Generations, en E. E. Shelf (ed.), Justi-
los p ueblos que hoy viven en la tierra. Por eso «no se logrará el ju sto
ce and Health Care, Dordrecht 1981, 198: «Estamos obligados a hacer lo posible por
asegurar que nuestros descendientes tengan los medios para una progresiva mejor cali
36. J. R. Flecha, Escatología y ecología: Desafíos éticos de la esperanza, en O dad de vida que nosotros, y a que, como mínimo, no queden en una situación peor que
cristao e o desafio ecológico, Coimbra 1993, 127-141. la actual a causa de nuestras acciones».
dam ental se centra en el deber m oral de asegurar a todos los seres h u otro lado, ha articulado u n a profunda reflexión sobre el trabajo hum a
m anos el acceso a unos bienes naturales que trascienden la posibilidad no y su am biguo papel de creador o aniquilador del m undo que h a sido
de la apropiación privada y, lo que es m ás, de asegurar a las futuras g e confiado a la hum anidad. Sin dejar de ser profundam ente teológica, su
neraciones el disfrute de tales bienes. U n paso m ás, siquiera sea tím i reflexión sobre la ecología se h a hecho radicalm ente antropológica. Se
do, es p ercep tible en nuestros días en la defensa de los «derechos» gún él, la adecuada relació n con el m undo cósm ico depende de u n a
m ism os que analógicam ente se d icen correspo n d er a lo s elem entos y adecuada antropología: del descubrim iento de la v erdad ontológica del
habitantes n o hum anos del planeta. ser hum ano. L a ecología p o r otra parte, es u n problem a m oral y re
H asta llegar a estas convicciones, el recorrido secular de la doctri q uiere u n cam bio tanto d e hábitos com o d e estructuras sociales y eco
na social de la Iglesia po r lo que se re fie re a estas preocupaciones h a nóm icas. D e esas «estructuras de pecado» que, tras la teología de la li
sido ciertam ente largo y h a venido acom pasado p o r el m ism o ritm o de beración y el D ocum ento d e Puebla, h a denunciado ta n vigorosam ente
la historia y la concienciación d e la sociedad entera. en la encíclica Sollicitudo rei socialis38.
P ara P ío X I el discurso pre-ecológico se lim itaba todavía a exhortar L a ecología se h a convertido al fin en ecoética. L a reflexión teoló-
a los seres hum anos a contem plar y respetar la belleza de la naturaleza gico-m oral tiene abierto u n am plio cam ino. Seguram ente uno de los
que se desplegaba ante sus ojos com o rastro y reflejo de D ios. E sa in desafíos m ás llam ativos es el que plantea la cuestión de los eventuales
vitación no era, sin em bargo, superflua, teniendo en cuenta la idolatría derechos de la naturaleza racional. Por otra parte, el ser hum ano parece
del progreso técnico que había ya invadido todos los am bientes. Pasada que h a de adquirir conciencia de su irrefrenable capacidad de contam i
la segunda guerra m undial, y com enzado el proceso de reconstrucción n a r el m edio am biente y dificu ltar su regeneración natural. L as cues
de ! d s p aíses m ás industrializados, con P ío X II em pieza a hacerse sen tiones se refieren cada vez m ás urgentem ente a la necesidad de la con
tir la preocupación p o r un desarrollo industrial excesivo que, adem ás servación de la biodiversidad, y a n o solam ente en aras de u n egoísm o
de resultar discrim inatorio para la cultura rural y sus hom bres, consti transgeneracional, sino en virtud de un principio de respeto a la vida. El
tuye una am enaza para el m ism o equilibrio natural. Juan X X III descu problem a ecoético se h a ido revelando com o u n a cuestión a la v ez m e
bre, tam bién en este tem a, la am plitud universal de la llam ada cuestión tafísica y antropológica. Se trata de preguntarse p o r la m ism a n aturale
social, sin desconocer las im plicaciones que encierra para la preocupa za de la naturaleza y p o r el papel del hom bre en su m edio, es decir, p o r
ción por la explosión dem ográfica y el injusto reparto de los bienes de la autocom prensión y capacidad de conversión del ser hum ano.
la tierra entre los países ricos y los países pobres.
H oy no deja de llam arnos la atención el entusiasm o que se percibe
en los textos conciliares con relación a una cultura industrial y tecno
lógica, que en am bientes m ás seculares y a em pezaba a p reocupar se
riam ente a m uchos. C on todo, p asado el concilio V aticano II, Pablo VI
se hace eco p o r p rim era vez de la palabra m ism a «ecología», que co
m ienza a sig n ific ar todo lo relativo a la preocupación p o r el deterioro
del planeta. E n un m om ento que se h a calificado com o «desarrollista»,
y sin olvidar la urgencia del problem a del ham bre, no deja d e percibir
la alarm a ante una sociedad que explota inconsideradam ente los recur
sos del planeta.
E n u n a época en que la preocupación ecológica h a llegado a dina-
m izar p o r f in a todos los am bientes sociales y políticos y h a concita
do la preocup ació n ecum énica, Ju an Pablo II le h a dedicado la m áxi
m a atención. H a reflexionado, p o r u n lado, sobre la d ignidad ú n ica e
38. J. R. Flecha, La teología del desarrollo. Estructuras de pecado, en B. Poza
irrepetible del ser hum ano, llam ado a la m ás alta dignidad y atenazado (ed.), Comentarios a la Sollicitudo rei socialis, Madrid 1989,23-57; Id., Teología moral
po r el m iedo desencadenado p o r las obras de sus propias m anos. Por fundamental, Madrid 1994, 334-336.
ÍNDICE GENERAL

Presentación............................................................................................. 9
Bibliografía y siglas ................................................................................ 11

I
CUESTIONES INTRODUCTORIAS

1. La defensa de la vida humana ........................................................... 21


1. La defensa de la vida en la Escritura........................................... 22
a) El precepto «No matarás» ....................................................... 22
b) «Libra a los que son llevados a la muerte» ........................... 25
c) «Ve a reconciliarte con tu herm ano»...................................... 26
2. Valor y defensa de la vida en la teología cristiana .................... 28
a) Una cuestión teológico-moral ................................................ 29
1. En los escritos de los Padres .............................................. 29
2. La teología medieval ........................................................... 30
3. En la escuela de Salamanca ............................................... 33
b) Ética de la vida en un mundo secular..................................... 35
3. Reflexión eclesial sobre la v id a ................................................... 37
a) Concilio Vaticano II ................................................................ 38
b) Magisterio posterior ................................................................ 39

2. Estatuto de la bioética ........................................................................ 45


1. Sobre la bioética............................................................................ 46
a) ¿Etica sectorial o ciencia nueva?............................................ 47
b) Los principios de la bioética moderna .................................. 49
c) Los principios tradicionales .................................................... 53
2. Bioética y derechos del enferm o................................................. 56
3. Doctrina de la Iglesia católica...................................................... 58
4. Conclusión ..................................................................................... 60

3. Manipulación de la vida humana ...................................................... 63


1. El hombre, de manipulador a manipulado ................................. 64
2. Los múltiples campos de la m anipulación................................. 65
3. En tomo a la preocupación é tic a ................................................. 66
a) Dialéctica entre el poder y el deber: técnica y é tic a ............. 66
b) Dignidad de la vida humana naciente ...........................................102
b) Dialéctica entre autonomía, beneficencia y ju sticia......................67
4. La dignidad del embrión humano en la B ib lia..................................105
c) Dialéctica entre la experimentación y la terapia .................. .........68
a) Antiguo Testamento ................................................................ .......105
d) Dialéctica entre la mutilación y la prótesis ....................................70
b) Nuevo Testamento................................................................... .......106
e) Dialéctica entre el órgano y el organism o............................. .........70 5. Una larga historia .......................................................................... .......107
4. Normativa internacional............................................................... .........72
a) Animación progresiva ............................................................. .......107
a) La Declaración de Helsinki-Tokyo-Venecia ................................. 72 b) Animación inm ediata.............................................................. .......108
t ) Convenio de biom edicina................................................................ 73
6. Doctrina reciente de la Ig lesia.............................................................109
5. Conclusión ............................................................................................. 75 7. Conclusión ............................................................................................112

4. Problemas éticos de la biotecnología ............................................... ........ 77 6. Reproducción humana asistida.................................................................113


1. En tomo a la ingeniería genética................................................. ........ 77 1. Fecundación in v iv o ..............................................................................115
2. Cuestiones morales fundamentales ............................................. ........ 78 a) Inseminación asistida conyugal (IAC) .................................. .......115
a) La investigación sobre el ser humano y sus límites ............. ........ 79 b) Inseminación asistida mediante donante (IAD) ................... .......118
b) Investigación-manipulación versus sacralidad de la vida .... 79 c) Transferencia intratubárica de gametos (TIG) ..................... .......121
c) Investigación y preocupación teleológica ............................. ........ 79 2. Fecundación in viíro y transferencia embrional ................................121
3. Cuestiones morales específicas............................................................ 80 3. Otras formas de procreación asistida .................................................125
a) La IG al servicio de la persona .............................................. ........ 80 a) Maternidad subrogada............................................................. .......125
b) Respeto a la identidad, la libertad y la dignidad personal .... 81 b) Selección del s e x o .......................................................................... 126
c) Cuando la investigación parece ser fin en sí misma ....................81 c) Parejas homosexuales.............................................................. ...... 126
d) Evaluación de los riesgos implicados ................................... ........82 4. Conclusión ........................................................................................... 127
e) Las aplicaciones bélicas ..................................................................82
f) Preparación y competencia profesional ................................ ........82 7. La clonación humana ............................................................................... 129
g) El principio del tobogán.......................................................... ........82 1. La clonación en sus diversas fo rm as........................................... ...... 130
h) Sobre la «inviolabilidad» de la naturaleza ....................................83 a) Algunos datos históricos ............................................................... 130
4. Algunos pronunciamientos de la Iglesia católica...............................83 b) Actualidad del problema ético ............................................... ...... 132
5. Cuestiones de moralidad pública ................................................ ........86 2. Algunas normas positivas ............................................................ ...... 135
a) Necesidad de tutelas legales............................................................86 a) El Consejo de E u ro p a.............................................................. ...... 135
b) La cuestión de la ética c iv il.............................................................87 b) Legislación española............................................................... ...... 136
c) Límites de las reglamentaciones ............................................ ........88 c) Comisión norteamericana de bio ética................................... ...... 137
d) Una nueva conciencia deontológica...............................................88 d) El Convenio europeo de bioética ........................................... ...... 139
6. Normativa de la Europa comunitaria ................................................. 88 e) Naciones Unidas ............................................................................ 141
7. Conclusión ............................................................................................ 89 3. Doctrina de la Iglesia ................................................................... ...... 141
a) La instrucción Donum v ita e ................................................... ...... 142
b) Catecismo de la Iglesia cató lica............................................. ...... 142
II c) Conferencias episcopales.............................................................. 143
EL COMIENZO DE LA VIDA d) Academia pontificia para la vida ........................................... ...... 143
4. Cuestiones é tic a s........................................................................... ...... 147
5. Estatuto del embrión humano ........................................................... ....... 93
5. Conclusión ........................................................................................... 151
1. Selección y reducción de em briones........................................... .......93
a) Selección de em briones........................................................... .......94 8. Células m ad re............................................................................................ 153
b) Reducción de embriones ................................................................94 1. Utilización de células troncales.......................................................... 154
2. Sobre el comienzo de la vida hum ana................................................95 a) Informe Donaldson ................................................................. ...... 154
a) Las opiniones ........................................................................... .......95 b) Recomendaciones para España .............. ~.............................. ...... 155
b) Los desafíos.............................................................................. .......97 2. Doctrina de la Iglesia cató lica............................................................ 156
3. Dos grandes cuestiones é tic a s.............................................................99 a) Doctrina p o n tificia......................................................................... 156
a) El estatuto del embrión .............r....................................................99
b) Organismos de la Curia ro m an a............................................. 158 4. Legislación española..................................................................... 220
c) Pontificia Academia para la vida ........................................... 159 5. Conclusión ..................................................................................... 223
d) Diversos episcopados.............................................................. 164
e) Conferencia episcopal francesa.............................................. 164 11. Drogadicción y ética ......................................................................... 225
f) Episcopado alemán ................................................................. 166 1. El azote social de la d roga............................................................ 225
g) Obispos de Andalucía.............................................................. 167 a) Un fenómeno antiguo.............................................................. 226
3. Síntesis ........................................................................................... 167 b) Situación actual del problem a................................................ 227
2. Datos básicos sobre las drogas.................................................... 228
9. Ética del aborto ................................................................................... 171 3. Doctrina de la Iglesia .................................................................... 232
1. El drama social del aborto............................................................ 171 a) Santa S e d e ............................................................................... . 232
a) Sobre la definición del ab o rto ................................................ 172 b) Episcopado español................................................. ............... 236
b) Actualidad del ab o rto .............................................................. 173 4. Para un juicio é tic o ........................................................................ 237
2. Los motivos del ab o rto ................................................................. 175 a) Ambivalencia ética del consumo de drogas .......................... 238
3. ¿Una enseñanza bíblica? .............................................................. 176 b) Uso de drogas con fines terapéuticos.................................... 239
a) Antiguo Testamento ................................................................ 177 c) Administración de drogas a moribundos............................... 239
b) Nuevo Testam ento.................................................................... 178 d) Responsabilidad en el uso de medicamentos ........................ 240
4. Doctrina de la Iglesia .................................................................... 179 e) Consumo de drogas fuera del uso terapéutico...................... 240
a) Edad antigua............................................................................. 179 f) Consumo de «drogas» cotidianas........................................... 243
b) Edad m ed ia............................................................................... 181 g) Sobre la despenalización o legalización de las d ro g as......... 244
c) Edad moderna .......................................................................... 182 5. Conclusión ..................................................................................... 245
d) Edad contem poránea............................................................... 183
e) Episcopado español................................................................. 187 12. Tratamiento de los enfermos mentales ........................................... 247
5. Elementos para una reflexión ética ............................................. 190 Introducción ........................................................................................ 248
1. Cuestión de principios.................................................................. 249
a) Moralidad objetiva ................................................................... 190
b) Responsabilidad personal........................................................ 191 a) Los grandes principios de la bioética..................................... 249
c) Responsabilidad política ......................................................... 193 b) Los principios tradicionales................................................... 251
2. Doctrina de la Iglesia .................................................................... 253
6. Conclusión ..................................................................................... 197
A n ex o .............................................................................................. 199 3. Un abanico de problem as............................................................. 255
a) Voluntariedad del tratamiento ................................................ 256
b) Los medios terapéuticos.......................................................... 258
III 4. Conclusión ..................................................................................... 264
SALUD Y ENFERMEDAD
13. Ética del tratamiento del s id a ........................................................... 267
10. Trasplantes de órganos............................................................................ 203 1. Doctrina de la Iglesia .................................................................... 270
1. Cuestiones introductorias............................................................. ...... 203 2. Estrategias de prevención.............................................................. 272
a) Nociones fundamentales ............................................................... 204 a) Modificación de conductas.................................................... 273
b) Problemas quirúrgicos............................................................. ...... 204 b) Medidas técnicas de prevención............................................. 275
c) Otros problemas .............................................................................205 c) Prevención y drogodependencia............................................. 275
2. Magisterio de la Ig lesia ................................................................ ......206 3. Métodos de análisis y control...................................................... 275
3. Principios éticos ............................................................................ ......213 a) Voluntariedad-obligatoriedad................................................. 276
a) Donación entre v ivos............................................................... ......214 b) Realización del control............................................................ 276
b) Trasplante de cadáver a vivo .................................................. ......215 c) Los destinatarios del co n tro l.................................................. 277
c) Trasplantes entre herm anos...........................................................218 d) Utilización de los datos ........................................................... 278
d) Trasplantes híbridos ................................................................ ......218 1. Comunicación de los datos ................................................ 279
e) Trasplantes de «material fetal» .............................................. ......219 2. Ocultamiento de los d a to s.................................................. 279
f) Ética de las prótesis................................................................. ......220 3. Recalcitrantes e irresponsables .......................................... 280
4. Cuidado de los pacientes.............................................................. ...... 281 a) Tolerancia h istó rica................................................................. 323
a) Tratamiento de enfermedades incurables.............................. ......281 b) Historia del abolicionismo ...................................................... 325
b) Experimentación con los enferm os..............................................283 2. Reflexión cristiana sobre la pena de muerte .............................. 329
c) Inhibición de los sanitarios ...........................................................284 a) Fundamentos bíblicos ............................................................. 329
5. Conclusión ...........................................................................................285 1. Antiguo Testamento ............................................................ 329
2. Nuevo Testam ento............................................................... 331
b) Planteamiento de santo Tomás ............................................... 332
IV 1. Suma contra g en tiles........................................................... 332
CUESTIONES ÉTICAS ANTE LA MUERTE 2. Suma teológica..................................................................... 333
c) Doctrina reciente de la Iglesia................................................ 334
14. El suicidio ante la ética cristiana............................................................ 289 3. Contra la pena de muerte ............................................................. 340
1. El drama social del suicidio ......................................................... ...... 289 a) Una voz civil ............................................................................ 340
a) Sobre la definición del suicidio ............................................. ...... 289 b) La voz de la Iglesia de los Estados Unidos de A m érica...... 341
b) Tipología del suicidio.............................................................. ...... 290 1. Finalidad de la pena de muerte .......................................... 341
2. Un problema antiguo........................................................................... 291 2. Valores cristianos en la abolición de la pena de m uerte.... 342
3. En la sagrada E scritura........................................................................ 294 3. Dificultades inherentes a la pena capital........................... 342
a) Antiguo Testamento ................................................................ ...... 295 c) La voz de la Iglesia de Irlanda ............................................... 343
b) Nuevo Testamento ..........................................................................296 4. Para un juicio é tic o ........................................................................ 344
4. En la historia de la Ig lesia............................................................ ......296 a) El discurso filo só fico .............................................................. 344
a) En la Iglesia antigua.......................................................................296 b) El discurso cristiano................................................................ 345
b) En la historia de la teología...........................................................297
c) En la Iglesia contemporánea .................................................. ......298 17. Eutanasia y muerte d ig n a ................................................................. 347
5. Para una valoración ética.............................................................. ..... 300 1. La muerte y el morir ante la ética ................................... ........... 347
a) Moralidad objetiva .................................................................. ..... 301 a) Aspectos generales de la ética de la m u erte.......................... 348
b) Responsabilidad y culpabilidad ............................................. ..... 302 b) Aspectos particulares: el conflicto de valores...................... 349
6. Algunas preguntas actuales.......................................................... ..... 303
1. Situaciones eutanásicas...................................................... 350
a) Fundamentación de la argumentación................................... ..... 303
2. Situaciones distanásicas..................................................... 351
b) El suicidio y su sentido ........................................................... ..... 304
2. La eutanasia ante la doctrina de la Iglesia.................................. 352
c) Suicidio y eutanasia ................................................................ ..... 305
a) Análisis de los documentos de la Iglesia .............................. 352
1. Intervenciones de Pío XII .................................................. 353
15. La tortura ........................................................................................... ..... 307
2. El concilio Vaticano II y doctrina posterior ..................... 357
1. Precisiones iniciales ........................................................................... 307
2. Algunos datos históricos.............................................................. .....309 3. Declaración de la Congregación para la doctrina de la fe 359
3. El pensamiento cristiano.............................................................. .....313 4. Encíclica Evangelium v ita e ................................................ 361
a) En la antigüedad............................................................................313 5. Declaraciones del episcopado español.............................. 362
b) En la Edad media ..........................................................................314 b) Síntesis del magisterio de la Ig lesia ...................................... 363
c) En la época m oderna............................................................... .....315 1. Gravedad del problema de la eutanasia............................. 363
4. Doctrina reciente de la Iglesia...........................................................315 2. Delimitación de conceptos................................................. 364
a) Antes del concilio Vaticano II ................................................ .....316 3. Personas implicadas en la eutanasia.................................. 364
b) Después del concilio Vaticano I I ............................................ .....316 4. Relaciones entre el derecho y la moral ............................. 366
5. Para un juicio é tic o .............................................................................318 3. Para una reflexión é tic a ................................................................ 366
a) Argumento negativo................................................................ .....318 a) Una metodología tradicional.................................................. 367
b) Argumentos positivos.............................................................. .....318 1. Eutanasia positiva indirecta................................................ 369
2. Eutanasia negativa.............................................. ................ 370
16. La pena de m u erte............................................................................. .....321 b) Hacia una nueva metodología ................................................ 374
1. Resumen histórico de la cuestión................................................ .....322 1. Conflicto de valores y situaciones eutanásicas ................ 375
2. Conflicto de valores y situaciones anti-distanásicas ........ 377
3. La alternativa de la ortotanasia .......................................... 379
4. Conclusión ..................................................................................... 379

18. Testamentos vitales ........................................................................... 381


1. La muerte como tarea é tic a .......................................................... 382
a) Conflicto de derechos.............................................................. 382
b) Conflicto de principios............................................................ 384
2. Directrices anticipadas ................................................................. 385
a) Aplicabilidad y efectividad ..................................................... 386
b) Riesgos y responsabilidad....................................................... 387
3. Los testamentos vitales ante la doctrina de la Iglesia ............... 388
a) Cautelas morales ...................................................................... 388
b) Una decisión subrogada .......................................................... 389
4. Un modelo de «Testamento v ita l» ............................................... 391

19. Ecología y ecoética ........................................................................... 395


1. Introducción a la ecología ............................................................ 396
a) Paradigmas de la ecología....................................................... 396
b) Ecología y teología................................................................... 397
2. Perspectivas de la doctrina de la Ig lesia...................................... 398
a) Pablo V I ..................................................................................... 399
b) Juan Pablo I I ............................................................................. 402
3. Reflexión cristiana sobre la ecología .......................................... 412
a) Sobre los fundam entos............................................................ 412
b) Consecuencias éticas............................................................... 414
1. Ecología y virtudes m orales............................................... 415
2. Ecología y virtudes teologales ........................................... 416
4. Conclusión ..................................................................................... 419

También podría gustarte