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¿Te acuerdas de los calendarios?

Hoy mi cabello pinta canas, seguramente es debido a las gotas de hielo que
han caído en estos días en la ciudad, en esas mañanas hermosas en que se disfruta
el frío y toma un sabor delicioso el café calientito de la región, aunque en mi
infancia, lejos de acá no tenía esa dicha de degustarlo; aún recuerdo esas idas al
campo, para traer carrizo en Santos Degollado –que nosotros siempre conocimos
como EL CALVARIO, a San Gabriel, San Miguel o Guelache, lo mismo que a Santo
Domingo, esos días de montarse el burro e ir por las mañanas frías a traer la
materia prima para los canastos; lo mismo piscadores o altillos, que para el pan, o las
hamacas que se enviaban a Tierra Blanca o Fortín de las Flores, en Veracruz.

Esas idas a enviarlas al tren –el nocturno- como le llamaban las gentes, para
hacer el embarque, esas cosas, que ahora me llenan de melancolía y me hacen
recordar la tierra donde se quedó enterrado mi ombligo y la que siempre llevo en el
corazón.

Estos, eras los días que presagiaban la alegría, la dicha de acercarse la


navidad y las posadas, cuando arrancaban las hojas a los calendarios, esos de
cigarros Raleigh que eran ilustrados con bellas pinturas de las tradiciones
mexicanas, o del águila tomando el vuelo, así imponente y majestuosa.

Esos años, en los que no importaba andar descalzo o jugar futbol por las
noches con el frío, o gritar y chiflar mientras se reunían los vecinos para jugar a
los encantados, esos días de juntar acahual para hacer una lumbrada y calentarse,
entre bromas y risas, sin complicarse la vida pensando en los problemas o
angustiados por lo que pasaría en los años venideros.

Entonces no había tantos cuetitos, pues no abundaba el dinero para


comprarlos, y con unos cuantos, se reunía la palomilla para sacarles jugo y divertirse
al máximo.

Y empezaba la cuenta regresiva, ya casi olía a buñuelos, a una taza de ponche


y a los adornos de ese árbol que se acudía a buscar en el campo y al que se le
colgaban esferas de plástico o de vidrio, y una serie –si los recursos alcanzaban,
pero, eso era lo de menos, para cada hogar, era el más hermoso y significativo.
Entonces, no nos importaba el origen de esa tradición, lo relevante era ser felices,
quizás la edad nos llenó de controversias y olvidamos lo esencial, disfrutar de la
vida, de esos momentos, de la alegría de la familia, de compartir con los vecinos… y
quizás ahora vuelva a hacerlo, pues gracias a ese poder superior, sigo vivo…y hoy,
que inicia diciembre, vale la pena volver a vivir con esa inocente pero maravillosa
alegría.

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