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Los años cincuenta marcaron la última gran década de la alta costura, antes de que esta se

postrara en su lecho de enferma para no abandonarlo, ni viva ni muera, hasta la fecha. Nunca
antes y nunca después ha habido tantos modistos independientes.
Lo cierto es que la época había madurado para provocar un cambio radical en la moda.
Después de la ropa espartana y concisa de los tiempos de guerra, las mujeres soñaban con líneas
suaves y con abundantes y opulentos tejidos, en contra de todo sentido común.
Sin embargo, tras el horror de la guerra, muchas mujeres deseaban eso: que las mimaran,
las protegieran y relevaran de toda responsabilidad.
La estricta visión de lo moderno, en que la forma se supeditaba a la función, cedió ante el
diseño agradable, que al igual que la moda tenía como objetivo la seducción
De este modo, las ideas de la alta costura llegaron a la calle. Más aun, el estilo de vida de
las clases privilegiadas parecía estar al alcance de todo el mundo: el hombre insignificante se
permitía el estereotipo del gran mundo.
El progreso social no significo el fin de la sociedad de clases, sino al contrario. Las
diferencias cada vez eran más sutiles y estaban más vilmente definidas. “Lo que hace la gente” no
tardó en convertirse en la norma indiscutible para todo aquel que deseara progresar.
“La gente” era, en primer término, la “mujer”. Durante los años cincuenta, la mujer se vio
atrapada de nuevo en un estrecho corsé, tanto en sentido literal como figurado. Tras haber
apoyado a su marido durante la guerra, deseaba volver a ser totalmente femenina, y para ello
renunció, sin sospecharlo, a parte del terreno que había ganado para volver tras los fogones.

Hubert de Givenchy

En 1952, al abrir su salón en Paris, tenía solo 25 años, lo que le convertía en el más joven
de los grandes modistos. Antes había sido el diseñador responsable de la linea de boutiques
Schiaparelli durante cuatro años, para las cuales desarrollo piezas individuales simples pero muy
combinables: un estilo joven que más tarde incorporó a la alta costura.
Su primera colección, en la que mostró, entre otros, una discreta blusa de algodón blanco
con sorprendentes volantes en las mangas de color blanco y negro, consiguió tanta atención de la
prensa como el New Look de Dior. Los patrones divertidos y colores frescos de Givenchy parecían
renovar la alta costura, aunque personalmente no se considerara revolucionario. Lo que buscaba
era la perfección.
Eligio como modelo y maestro al estricto diseñador español Balenciaga, y no tardo en
convertirse en un defensor de la alta costura clásica, que eleva la técnica del corte y los acabados a
un arte.
Givenchy se unió a Balenciaga cuando este decidió, a partir de 1957, no admitir a la prensa
en sus desfiles. Los periodistas no podían ver sus nuevas colecciones hasta ocho semanas más
tarde que los compradores, para que no pudiesen influirles con sus opiniones.
Evidentemente, la prensa hizo un llamamiento al boicot. Pero como Balenciaga estaba
considerado el modisto más importante después de la muerte de Dior, la prensa no podía
permitirse ignorarle. Y Givenchy se aprovecho de ello, normalmente para que le citasen de pasada
junto a su amigo y protector.
No obstante, tuvo la atención de los medios de comunicación asegurada desde que
empezó a vestir a la nueva estrella de Hollywood, Audrey Hepburn, tanto para la pantalla como en
la vida privada.

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