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FIELES AL PROPÓSITO DE DIOS PARA EL MATRIMONIO

(PARTE I – EL ESPOSO CRISTIANO)

TEXTO PRINCIPAL

«Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él
mismo por ella» (Efesios 5:25).
INTRODUCCIÓN
El matrimonio es uno de los principales inventos de Dios, equipado para brillar con una
luz resplandeciente en el mundo de Dios. Está llamado a iluminar su entorno. ¿Cómo?
Reproduciendo el resplandor de la gloria de Dios. Pocos matrimonios, sin embargo,
comprenden la naturaleza completa de su llamado. En cambio, se imaginan que están
unidos meramente por:

• Los placeres del afecto romántico.


• Los intereses comunes.
• La crianza de los hijos.
Esto es verdadero hasta cierto punto, pero el matrimonio es mucho más que la
realización mutua. En la Biblia, los cónyuges se unen con un propósito que va más allá
de ellos mismos: difundir la gloria de Dios en un mundo oscuro. Para tal fin, el apóstol
Pablo emite un mandato noble: «Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a
la iglesia y se dio Él mismo por ella» (Ef 5:25). Los esposos deben dedicar a sus esposas
el mismo tipo de amor que Cristo dedicó a los miembros de Su familia, la iglesia. No
podía haber un encargo más elevado.
¿Quién puede medir el amor abnegado de Cristo?¿Pero cómo es posible impartir un
amor tan grande? No todo esposo puede hacerlo. Pero Dios les da un don especial a los
esposos cristianos.
DESARROLLO
I. PARA EMPEZAR, ¿ERES UN CRISTIANO DE VERDAD?
Nadie puede dar lo que no tiene. Y esto aplica sobre todo en la vida cristiana. Limpios de
pecado por la sangre de Jesús, se convierten en recipientes adecuados para el Cristo
que mora en ellos. Cuando Cristo mora en los esposos, los transforma a Su imagen,
pasando de una etapa de gloria a otra imprimiendo Su amor en sus corazones:
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor.” (2 Co 3:18)
Un verdadero y fiel esposo cristiano se encuentra con Dios, lo conoce, se deja moldear
a su imagen y sólo entonces, estará listo para amar a su esposa como es debido. Pablo
dijo:
“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y
cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos
cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de
Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de
Dios.” (Ef 3:17-19).
¿Cómo describirías el amor por tu esposa? ¿Puedes medir su anchura (no la de tu
esposa, sino de tu amor por ella? ¿Excede cualquier otro amor?
A través de la obra interna del Espíritu, los esposos cristianos pueden recurrir al gran
depósito del amor de Cristo y derramar ese amor por sus esposas.
¿Sabes por qué no puedes amar a tu esposa como Cristo amó a la iglesia? Porque no
has dejado que Dios te transforme a la imagen de Cristo o porque, muy probablemente,
tú mismo no conozcas realmente al Señor.

II. PROGRESO EN TRES ETAPAS


¿Cómo se ve este amor? Debemos seguir el ejemplo de Jesús mismo, cuyo amor se
desarrolla en una progresión de tres etapas.

1. El amor mira profundamente.


En primer lugar, el amor de Cristo mira profundamente. Nos examina con una visión de
rayos X, mirando más allá de nuestro revestimiento exterior y entrando en nuestros
corazones:
“Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el
que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo conozco tus obras…”
(Apocalipsis 2:1-2)
De la misma manera, un esposo, en el que habita Cristo, puede «estudiar» a su esposa,
pidiendo en oración al Señor que le revele lo que la mueve en el nivel más profundo, lo
que explica sus disposiciones, lo que la alegra, lo que provoca su dolor y, sobre todo, lo
que constituye su necesidad más profunda. Este es el amor de Cristo en un esposo: es
un amor que mira profundamente.
2. El amor actúa rápidamente.
En segundo lugar, el amor de Cristo actúa con rapidez. No solo examina nuestros
corazones e identifica nuestras necesidades, sino que se mueve con prontitud para
atenderlas. No considerando el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, Jesús hace
todo lo contrario: se da a Sí mismo. En un amor que se despoja de sí mismo, nos sirve
en nuestro punto de mayor necesidad:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo
en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio
un nombre que es sobre todo nombre.” (Fil 2:6-9).
¿Eres cabeza? Sirve a tu esposa. ¿Quieres que ella vea tu nombre y tu persona por
encima de cualquier otra? Sirve, ama y humíllate por tu esposa.
Un esposo en el que habita Cristo considera que las necesidades de su esposa son más
urgentes que las suyas:
«Voy a ocuparme de sus preocupaciones antes de ocuparme de las mías».
«Voy a dejar mis intereses de lado mientras atiendo los de ella».
Este es el amor de Cristo en un esposo: es un amor que actúa rápidamente.

3. El amor se despoja por completo.


En tercer lugar, el amor de Cristo se despoja por completo. Identifica y atiende nuestra
mayor necesidad. Pero no se detiene allí:
«En esto conocemos el amor: en que Él puso Su vida por nosotros» (1 Jn 3:16).
Para resolver nuestra mayor necesidad, para redimirnos de nuestros pecados, el Rey del
cielo somete Sus miembros y Su corazón a ser abierto en las vigas de una cruz
despreciable. Se despoja totalmente de Sí mismo.
Para un esposo, una cosa es ver lo que su esposa necesita; otra cosa es hacer algo al
respecto. Otra muy distinta es hacer lo que sea necesario para resolver sus necesidades,
incluso hasta dar la vida. Este es el amor de Cristo en un esposo: es un amor que se
despoja por completo.
Sin embargo, para Pablo este amor es más radical aún. Lo que impulsó el amor de Cristo
por nosotros fue, sorprendentemente, no nuestro atractivo inherente, sino nuestros
defectos naturales. Fue nuestro sucio lastre, nuestro pasado sórdido, nuestras
inconsistencias molestas, nuestro egoísmo y pecado lo que le movió a dar Su vida por
nosotros.
Para decirlo en pocas palabras, un esposo cristiano deja de lado su propia vida para
levantar la de su esposa. Trata la de ella como si fuera suya. Hace que su vida —sus
necesidades, sus intereses, sus penas, sus alegrías— sean su principal interés.

III. REPRESENTAR EL AMOR CRUCIFORME


¿No te parece extraño que la única instrucción que Pablo da a los esposos sea: «Amen
a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia» (Ef. 5:25)? Difícilmente podría ser más
radical. Representar el amor cruciforme, tomar la vida de su esposa y hacerla suya —
mirar profundamente, actuar con rapidez y despojarse completamente— representa
un amor que va mucho más allá de las aspiraciones de la mayoría de los esposos.
Un esposo en el que habita el amor de Jesús:
• Invertirá en su esposa, no por sus rasgos atractivos, sino por sus hábitos
agotadores.
• Son sus cargas desagradables las que asumirá y hará suyas.
Como observó C. S. Lewis en Los cuatro amores, este no es el esposo «que todos
desearíamos ser»; más bien, es aquel cuyo matrimonio «se parece más a una
crucifixión; cuya esposa recibe más y da menos, es más indigna de él, es —en su
propia naturaleza— menos adorable». Un esposo cristiano carga sobre sus hombros
las cosas que agobian a su esposa:
i. Sus inseguridades.
ii. Cambios de humor.
iii. Mal genio.
iv. Culpa persistente.
v. Miedos, Y, ante todo…
vi. Su pecado.
Un fiel esposo cristiano se entrega a sí mismo para sobrellevarla.

IV. DOS GRANDES MOTIVACIONES


¿Qué motivaría a un esposo a despojarse tanto de sí mismo? Dos realidades
extraordinarias.
1. La gloria de Dios.
En primer lugar, está la certeza de que la expresión del amor marital dará gloria a Dios.
¿Qué podría ser más estimulante para los ojos hastiados del mundo que ver a un hombre
que dignifica a su esposa invirtiendo en su bienestar? Los hijos que nazcan de esa unión,
los vecinos que compartan la calle con esa pareja, los colegas que sean testigos de ese
amor… todos se sentirán conmovidos y tal vez transformados por una muestra del único
ingrediente que nuestra sociedad obsesionada por sí misma anhela: amor abnegado.
Contemplar ese tipo de amor en un esposo hacia su esposa glorificará la fuente de ese
amor, Dios mismo.
2. Su belleza.
En segundo lugar, un esposo que ama a su esposa como si su vida fuera suya no se
perjudica a sí mismo. Tal amor conlleva una promesa espectacular. Así como el amor de
Cristo transforma a la iglesia, el amor de Cristo en un esposo transforma a la esposa. La
pone por encima de lo común, la limpia de las contaminaciones pasadas, purga toda
arruga y la deja sin mancha (Ef 5:26-27).
Como pronto descubre el esposo, lo que mejora a su esposa no son sus correctivos o
críticas, sino el amor que se entrega. Como dijo Lewis con sencillez:
«No la encuentra, sino que la hace hermosa».
Lejos de ser un deber gravoso, el amor abnegado redunda en beneficio del esposo:
«El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5:28).

CONCLUSIÓN
¿Quieres disfrutar de los deleites del amor conyugal? Ama a tu esposa. ¿Deseas no
tener que exigir lo que sientes que es tu derecho en el matrimonio? Ama a tu esposa.
Ella responderá cuando la trates como Cristo trata y ama a su iglesia. Ella da la vida por
Él, porque Él la dio primero por ella.
El amor de Cristo es un poderoso agente de cambio, especialmente en nuestros
matrimonios. Transforma las uniones matrimoniales de gloria en gloria. El esposo, en
dependencia de Dios, es el principal responsable de saturar el matrimonio con el amor
de Cristo. Qué cosa tan extraordinaria es un esposo piadoso, un canal de amor
cruciforme no solo para su esposa, sino también juntos a través de su matrimonio, para
el mundo entero.

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