Según Sócrates, el objeto de la filosofía es el de enseñar la virtud. A este efecto,
es preciso conocer previamente las normas éticas generales, el bien universal, pues la virtud y el conocimiento no forman más que una unidad. El conocimiento de sí, fuente de la virtud, comienza por la duda. “Sólo sé que no sé nada”, repetía Sócrates. El método socrático tiene por objeto el descubrimiento de la “verdad” por medio de las disensiones. Proponiendo preguntas a sus interlocutores, Sócrates los llevaba a reconocer su ignorancia (“ironía”), después a adquirir conciencia de la virtud, o, dicho de otro modo, ayudaba al pensamiento a “dar a luz” (“mayéutica”). La noción general del bien estaba determinada por la confrontación de una serie de casos particulares (“inducción”). Este método, que es coronado por la división de los conceptos en géneros y especies (“definición”), fue una de las fuentes de la dialéctica idealista del discípulo de Sócrates, Platón.