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En Honduras, el aborto es ilegal en todas las circunstancias, incluso

cuando es resultado de una violación. Cualquier mujer que se someta a


un aborto, y cualquier persona que se determine que la haya ayudado,
puede ser acusada penalmente y encarcelada.

En ese contexto, La Línea  era un recurso inusual en Honduras.


Mencionada discretamente entre amigas o conocida a partir de
volantes repartidos en universidades y escuelas secundarias en la
capital de Tegucigalpa, La Línea era uno de los pocos recursos donde
las mujeres hondureñas podían encontrar información precisa sobre el
aborto.

Pero a fines de agosto de 2018, el número telefónico de La


Línea simplemente dejó de funcionar, y dejó a muchas mujeres que
necesitaban información y apoyo sin un lugar al cual recurrir.

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Una de las fundadoras de La Línea, una línea telefónica de


información sobre aborto en Honduras. Ella y las demás voluntarias
que administran La Línea responden llamadas y mensajes de mujeres
que buscan información sobre aborto.  © 2019 Amy Braunschweiger
para Human Rights Watch

Las mujeres que administraban La Línea eran voluntarias. Hacían su


trabajo en secreto y conocían los riesgos. El aborto es un tema que
genera opiniones encontradas en el país, donde tanto la Iglesia
católica como las iglesias evangélicas apoyan la rigurosa prohibición
del gobierno. Aun así, tras dos años de brindar información sobre el
aborto a mujeres en situación desesperada —y poco antes de que la
línea telefónica se cortara— el personal de La Línea decidió que tenía
que llegar a más mujeres. Ese mes de agosto, intentaron colocar un
anuncio, que incluía su número de teléfono, en el periódico La
Tribuna. El periódico se negó a publicar el anuncio. Poco después, el
teléfono celular de la organización dejó de funcionar y recibieron un
mensaje de error que decía que no era posible comunicarse con la red.

Temiendo por su seguridad, las voluntarias de La Línea entendieron


que necesitaban un plan para reactivar el servicio que ofrecían. Si el
periódico había denunciado el número de teléfono a las autoridades,
instalar el teléfono en una oficina podría exponerlas. Pero si
desechaban la tarjeta SIM y cambiaban el número de teléfono, las
mujeres que sabían sobre La Línea tendrían un número equivocado.
En enero, decidieron que tenían que intentarlo. Demasiadas mujeres
necesitaban su ayuda. Y las mujeres de La Línea  tenían un plan: el
primer paso implicaba confiar en un conocido que trabajaba en la
compañía telefónica.

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