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Aprender historia a través de las imágenes: mapas, fotos y artes plásticas

Los mapas

Hoy en día, no se puede concebir la historia de la cartografía


independientemente de una reflexión teórica sobre la naturaleza
misma de su objeto (es decir, el mapa), así como sobre sus
componentes visuales y sus efectos intelectuales. Si no se formula
esta interrogación previa –que fractura y quebranta el “espejo del
mundo”, y permite desmontar la arquitectura, la retórica y las formas
de materialización del mundo–, el historiador se condena a adoptar
un punto de vista conceptual o ideal, que se desliza sobre las
imágenes y las encadena en una serie de sentidos ilusorios, en una
cinematografía vertiginosa donde un mundo toma forma, se moldea y
se depura hasta lograr la imagen estable y familiar que conocemos
en nuestros días. Esa imagen es tan familiar que resulta superfluo
interrogar sobre su legitimidad, su pertinencia y sus presupuestos.
Para abordar la historia de la cartografía, nos hemos apartado
deliberadamente del tranquilo curso de la diacronía, apoyado en las
convicciones de la historia de las ciencias tradicional
(sobreentendida, aunque con matices, como un progreso continuo e
irreversible de la razón humana y sus creaciones). En cambio, hemos
optado por un avance lento, que abriera sobre la superficie de los
mapas las profundidades de sentido, la estratificación de los
lenguajes y de los vectores de la comunicación. Renunciando al
sueño de una historia universal de la cartografía, fuera del alcance
para el investigador individual y aislado, hemos querido privilegiar
algunas etapas significativas y lugares problemáticos en los que el
mapa se articula con lo visible, con lo decible, con lo memorizable, y
con las prácticas imaginarias y didácticas. Frente a la certidumbre de
que un mapa es siempre un mapa, hemos preferido la hipótesis de
que un mapa puede siempre ocultar otro, y que la geografía no es
sino uno de los efectos de sentido suscitados por ese dispositivo
(Jacob, 1992).
Especialización docente de nivel superior en educación y TIC. Ministerio de Educación de la Nación

1. Los mapas
En la actualidad, los lenguajes cartográficos han alcanzado, por un
lado, tal grado de estabilidad que parece que fueran universales:
pocas personas dudarían en asociar la idea de un punto o pequeño
círculo acompañado por un nombre al emplazamiento de una ciudad
en una localización análoga a la que presente el mapa en cuestión.
Por otro lado, algunos mapas recuperan códigos gráficos que
funcionan en diversos dominios de las culturas visuales
contemporáneas: así, un mapa que represente la densidad de
población con una gama de colores que vaya del amarillo al rojo
(pasando por los naranjas) nos hará suponer, incluso antes de leer el
cuadro con la leyenda, que las áreas rojas son las más densamente
pobladas porque asumiremos a priori que la mayor intensidad de
color indica mayor intensidad del fenómeno representado.
Sin embargo, más allá de estos principios básicos, los mapas son
representaciones cuyos mecanismos no son siempre tan evidentes y,
sobre todo, nunca son del todo estables.
No hay una única manera de representar cartográficamente el
espacio: un mismo lugar puede ser objetivado en dos imágenes
diferentes, a veces tan diferentes que resultan difícilmente
comparables. Esas disimilitudes pueden deberse simplemente a que
sus autores tienen habilidades desiguales o a que pertenecen a
épocas o culturas diferentes. En algunos casos, los mapas pueden
haber sido readaptados y reelaborados con el objetivo de hacerlos
comprensibles a un público diferente. Veamos algunos ejemplos.
a. Dos culturas diferentes hacen mapas diferentes del mismo
espacio
Matthew Fontaine Maury (un polifacético marino estadounidense
[1806-1873] que se dedicó a la astronomía, a la oceanografía, a la
geología y a la cartografía) publicó un célebre libro sobre la geografía
física del mar en 1857. En esa obra se incluía un planisferio en el que
se representaban las corrientes marinas clasificadas según su
temperatura. De cierta manera, puede decirse que los sofisticados
mapas oceánicos actuales son versiones más refinadas de los
mismos principios que aparecen en este mapa: líneas para indicar la
dirección de las corrientes y rótulos para señalar si se trata de
corrientes cálidas o frías.

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Material de lectura: Los mapas

Fuente: Matthew Fontaine Maury,


“Sea Drift and Whales on which the
movements of the sea as indicated
by the thermometer as shone”, en
The Physical Geography of the Sea,
Nueva York, 1855.

En cambio, aunque motivados por la misma necesidad de poder


definir rutas seguras y confiables de navegación en alta mar, los
pobladores de las islas Marshall fabrican mapas con elementos
naturales que recogen de los ambientes donde viven: ramas,
conchillas y piedras. Estos mapas no solo son útiles para orientar la
navegación entre las islas de los archipiélagos pacíficos,
sino que también son resistentes a las condiciones en que
estos isleños navegan. En el mundo occidental, estos
mapas se conservan como curiosidades en los museos.

Mapa realizado por los pobladores de las islas Marshall.


Museum of Fine Arts, Boston.

Los materiales usados en uno y otro caso “hablan” de las


condiciones previstas para sus usos: en el primer caso, en el estudio
o gabinete o en el camarote de un barco; en el segundo caso, en
barcazas abiertas, en plazas y en otros lugares muy húmedos.
b. Dos épocas distintas suelen utilizar técnicas y códigos
diferentes para representar un mismo relieve
En el siglo XIX, cuando se quería señalar la existencia de terrenos
montañosos en los mapas, se dibujaban cadenas de montañas con
un estilo casi pictórico. Así, por ejemplo, aparece la cordillera de los
Andes en el Atlas de la Confederación Argentina que el médico

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francés Victor Martin de Moussy publicó en París en 1965 (luego de


haber permanecido casi catorce años en la cuenca del Plata
recogiendo información, subvencionado por distintos gobiernos
provinciales y nacionales de la Argentina).

Victor Martin de Moussy, 1866. Carte de la Confédération Argentine (detalle).


(Una versión completa de este mapa en alta definición está disponible en
http://www.davidrumsey.com/maps5111.html).

En las representaciones más sencillas, esos dibujos no indicaban


apariencias reales ni alturas (tal vez con la excepción de la cota de
algún pico). En la cartografía francesa decimonónica, a veces se
agregaban textos o siglas sobre la zona sombreada, y de ese modo
se sugería el tipo de pendiente: D (douce, suave) o F (forte,
pronunciada). Sin embargo, era posible que se apelara a un abanico
de dibujos más sutiles para diferenciar formas (cadenas de montañas
alineadas, macizos en bloque, altiplanos).

Fuente: Erwin Raisz, General Cartography,


1938.

Desde mediados del siglo XX, las alturas del terreno se representan
con curvas de nivel, es decir, líneas que unen puntos de igual cota o
altura, como si el terreno estuviera atravesado por distintos planos
paralelos entre sí allí donde el relieve tiene la misma altura. En su
transcripción al mapa, cada zona de contacto entre ese plano
hipotético y la superficie terrestre se dibuja con una línea conocida
como curva de nivel. En términos relativos, allí donde las curvas
aparecen más “apretadas” entre sí, la pendiente es más pronunciada.

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Material de lectura: Los mapas

Por el contrario, allí donde el espacio entre las curvas se dilata más,
el terreno reduce sus pendientes.
Un ojo entrenado puede reconocer unidades geomorfológicas a
simple vista porque las curvas de nivel proporcionan información
bastante precisa sobre las alturas y las formas del terreno (y no se
limitan solamente a señalar la existencia de montañas).

Fuente: Erwin Raisz, General Cartography, 1938.

La misma zona representada en la lámina de De Moussy, hoy en día


es cartografiada con curvas de nivel en las hojas topográficas del
Instituto Geográfico Nacional.

Instituto Geográfico Militar, 19, San Carlos de Bariloche.

Es cierto que, en términos generales, podemos considerar que la


hoja topográfica del Instituto Geográfico Nacional incluye información
más precisa acerca del relieve. Sin embargo, sería inapropiado decir
que el mapa de Martin de Moussy es impreciso ya que fue hecho con
el mayor grado de precisión de su época y así fue tomado por
quienes lo usaron. La precisión es también un concepto histórico que
no ha tenido siempre la misma significación ni tampoco la misma
(buena) apreciación social.

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Material de lectura: Los mapas

2. Los mapas y el registro de las exploraciones


A menudo se considera que las exploraciones ultramarinas que los
europeos desarrollaron sistemáticamente desde fines del siglo XV se
tradujeron en la elaboración de mapas más completos y precisos. Se
asume que el conocimiento de la geografía de la superficie terrestre
ha progresado tanto por la posibilidad de navegar y constatar la
existencia de continentes e islas como por el perfeccionamiento de
los instrumentos de medición con los que se registraban esos
descubrimientos. Es cierto que, en especial desde la Ilustración en
adelante, se multiplicaron las empresas colectivas de expediciones
que partían a explorar distintas zonas del globo: en la práctica, eso
implicaba la configuración de una red de agentes que participaban de
la recolección de datos, de las redes de intercambio de información,
de la circulación de textos e imágenes impresas –todo ello en un
clima que era tanto de cooperación como de competencia–. En su
conjunto, todas esas expediciones contribuyeron a la empresa
colectiva de hacer, corregir y actualizar el mapa del mundo. Sin
embargo, hay que recalcar suficientemente que no se trató de un
proceso lineal en el que los conocimientos se acumularon
positivamente, ni tampoco hubo una evolución del conocimiento
geográfico basado en datos más certeros que se correspondiera
linealmente con la cantidad de viajes realizados.
Veamos cómo, a veces, se encontraron geografías que no existen.
A mediados del siglo XVI, en los planisferios incluidos en las historias
generales, en los tratados de cosmografía y en otros libros de
géneros similares, aparece un gran continente austral que habría de
permanecer allí hasta que el capitán James Cook y su tripulación
completaran su exploración del Pacífico y demostraran su
inexistencia. Los artículos y los libros consagrados a este “monstruo
geográfico”, como lo llama el historiador francés Numa Broc,
coinciden en atribuir la persistencia de un objeto geográfico que
nadie había visto al fuerte peso de las teorías clásicas sobre la
cosmografía y sobre la Tierra: con más o menos consistencia como
para formularlo bajo el modo de una teoría general, a la mayoría de
los eruditos renacentistas les parecía sensato que por debajo del
ecuador existiera alguna masa de tierra que balanceara el ecúmene
y que, al mismo tiempo, dotara de armonía y equilibrio a la creación
(Broc, 1980; Vignolo, 2003).
Sin embargo, la existencia del continente austral no se explica
solamente por la influencia innegable de los libros clásicos. Para
entender la aparición de esa gran masa terrestre meridional (y, sobre
todo, para comprender su larga vida), hay que considerar también los

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modos en que fue interpretada la evidencia geográfica disponible


(esto es, básicamente, los datos que se recopilaban en las
exploraciones). Porque, es necesario recalcarlo, el continente austral
no es una fantasía ridícula de gente ignorante. Es, por el contrario,
un gran esfuerzo de interpretación y de representación e inscripción
de indicios efectivamente vistos y registrados durante las
exploraciones del gran océano meridional.
Cuando se atravesó el estrecho de Magallanes, pero aún no se había
confirmado la insularidad de Tierra del Fuego, muchos planisferios
asumieron que las costas fueguinas conocidas podían formar parte
de esa gran masa terrestre austral y no hicieron sino prolongar el
trazado costero hasta hacer aparecer un gran islote.

Fuente: Gastaldi, Giacomo


(1562), La universale
descrittione del mondo.
Venecia.

A medida que las expediciones se multiplicaban, otros “puntos”


efectivamente avistados –que eran islas– fueron usados para seguir
interpolando puntos que permitieran dar forma a ese gran continente
esperado y verosímil: los puntos reconocidos en las expediciones no
hacían sino conformar empíricamente la geografía del continente
austral. En su conjunto, esos puntos reconocidos servían de
apoyatura para interpolar otros puntos imaginados y, al unirlos con
una línea, dar forma cartográfica a la geografía que se buscaba
encontrar.

Desde que se comprendió que el Nuevo Mundo era la Quarta Pars


del ecúmene, se había vuelto verosímil la idea de que era posible
seguir encontrando otros nuevos mundos conforme avanzaran las

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Material de lectura: Los mapas

exploraciones. En el siguiente texto, publicado en 1589, se explica


esta progresión posible de descubrimientos geográficos:
Prendendo adunque il nome di Geografia e quello di Cosmografia in
uno stesso significato, dico che la terra si può modernamente dividere
con gran comodità e convenevolezza in sei parti principalissime, per
essere quasi dalla natura stesa à questa manera distribuita. La prima
è detta Libia overo Africa, la seconda Europa, la terza Asia con le
provincie e isole a ciascuna vicine e pertinenti, coasi con quelle che
son state ritrovate & aggiunte novamente da moderni, perche si sa
che Tolomeo (come ben prova il Ruscello) di tuta la superficie ò di
tutta la circonferenza della terra non hebbe congnitione. La quarta
delle Indie occidentali non conosciuta da gli antichi è detta America.
La quinta parte settentrionalissima scoperta si ma anconra non ben
conosciuta, la possiamo da una sua isola, overo provincia, chiamare
Grutlandia. La sesta parte australlisima scoperta, ma niente
conosciuta, è innominata fino al presente (Garzoni, 1589: 313).

La cuestión del continente austral ilustra de qué modo las


expectativas, las convicciones y las experiencias inciden sobre las
prácticas cartográficas: en este caso, ese horizonte intelectual que se
configuró con la incorporación de América al imaginario europeo hizo
posible que las exploraciones pudieron efectivamente “descubrir” y
dar encarnadura cartográfica a continentes que jamás existieron.

3. Los mapas y los procesos de formación


territorial de los Estados modernos
Tras la ruptura de los lazos coloniales con el reino de España, las
elites locales se involucraron en los procesos de formación de los
Estados. Una parte de esos procesos implicó la definición de sus
respectivos territorios: al mismo tiempo que estadistas, abogados,
militares y otros profesionales diseñaban la burocracia estatal,
también trabajaban en la delimitación de las fronteras exteriores así
como en la administración de los recursos y las poblaciones
circunscritas por esos límites.
Los Estados-nación construyen su legitimidad remitiendo a la
existencia de una comunidad identitaria de la cual provendría su
poder y a la cual, en contrapartida, reclaman una lealtad exclusiva: a
esto se denomina “principio de la nacionalidad”. En América Latina,
la inexistencia de tradiciones nacionales agudizó la necesidad de
implementar un conjunto convergente de políticas que promovieran la
formación de la conciencia colectiva en torno a ideas tales como
ciudadanía y nacionalidad.

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Una de las estrategias consistió en poner en circulación mapas que


repitieran una silueta territorial fácilmente reconocible. A través de la
enseñanza de la geografía y a través del uso de esa imagen
territorial como un logo reproducible en los más diversos soportes, se
lograría naturalizar un referente territorial que los ciudadanos
internalizarían como el ámbito ideal de pertenencia.
Benedict Anderson, en la segunda edición de su conocido libro
Comunidad imaginada, incorporó un capítulo titulado “El censo, el
mapa y el museo”. Los definía como tres instituciones que sirvieron
para que el Estado moderno imaginara sus dominios (“la naturaleza
de los seres humanos que gobernaba, la geografía de sus señoríos y
la legitimidad de su linaje” [Anderson, 1991: 229]) y para crear
sentimientos de pertenencia en una comunidad. En el contexto de la
formación de los nacionalismos modernos, las siluetas territoriales
fueron transformadas en mapas-logotipos. En su dinámica social,
hablar de mapa-logotipo implicaba asumir que:
“[…] el mapa entró en una serie infinitamente reproducible, que podía
colocarse en carteles, sellos oficiales, marbetes, cubiertas de revistas
y libros de texto, manteles y paredes de los hoteles. El mapa-logotipo
penetró profundamente en la imaginación popular, formando un
poderoso emblema de los nacionalismos que por entonces nacían.”
(Anderson, 1991: 245).

La repetición en serie de siluetas cartográficas hizo que el mapa


nacional se transformara en una imagen tan visible y omnipresente
que cualquiera podría reconocerla.
Para que esta estrategia funcione adecuadamente, es necesario
recurrir a algunas simplificaciones gráficas. Por un lado, esas siluetas
pierden la complejidad del trazado estrictamente cartográfico (por
eso las podemos llamar siluetas y no, por ejemplo, retratos), pero
conservan algunos elementos claves de la forma del territorio que
permiten darle una identidad específica e incluso verbalizable: en el
caso del mapa de la Argentina, la “patita” de Misiones, el pequeño
triángulo de Tierra del Fuego o la “panza saliente” de Buenos Aires.
También admite simplificaciones aún más radicales, como las formas
geométricas: se ha utilizado, por ejemplo, la figura del triángulo para
iconizar el mapa argentino y la del hexágono para el mapa francés.
Por otro lado, la loguificación del mapa requiere la definición de los
elementos esenciales que constituyen ese territorio. Y ello puede
requerir fuertes intervenciones o “reinterpretaciones” acerca de la
extensión, la disposición y los límites de los “territorios reales”.
El mapa de la Argentina tuvo, al menos, dos momentos de
intervención muy fuerte. El primero de ellos consistió en la
incorporación de la Patagonia a la silueta territorial de la Argentina.

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Material de lectura: Los mapas

Para organizar la presentación oficial que la República Argentina


llevaría a la Exposición de Filadelfia de 1876, fue convocado Richard
Napp, un publicista alemán que trabajaba en la Universidad Nacional
de Córdoba, para coordinar la elaboración de la obra de geografía en
la que consistiría la presentación oficial. El resultado fue Die
Argentinische Republik, una obra que contaba con veinticinco
capítulos temáticos y seis mapas. Uno de ellos es el Mapa de la
República Argentina, realizado por la Oficina Nacional de Ingenieros
en 1875 bajo la responsabilidad de Arthur von Seelstrang y A.
Tourmente. Este mapa es considerado el primer mapa oficial de la
Argentina y se le ha reconocido la particularidad de haber sido la
primera obra que incluyó “en forma explícita y concreta a toda la
Patagonia en el mapa del territorio argentino” (Navarro Floria y
McCaskill, 2004: 103).

“Mapa de la República Argentina”, de Arthur von


Seelstrang y A. Tourmente (Buenos Aires, 1975)

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Sin embargo, los mapas extranjeros siguieron publicando el mapa de


la Argentina sin la Patagonia (como muestra el mapa que la empresa
norteamericana Rand McNally publicó en la edición de 1897 de su
atlas) y, asimismo, mapas de la Patagonia como una unidad
autónoma (como muestra el mapa de South America-Patagonia del
Atlas Popular publicado en Londres en 1883).

Fuente: Rand, McNally & Co.’s indexed atlas of the world


Letts’s popular atlas, being a series of maps
containing large scale maps of every country and civil
delineating the whole surface of the globe,
division upon the face of the globe, together with
with many special and original features; and
historical, descriptive, and statistical matter relative to
a copious index of 23,000 names. Complete
each... Accompanied by a new and original compilation
edition. Letts, Son & Co. Limited, 33, King
forming a ready reference index... Engraved, printed and
William Street, London Bridge, E.C. Factory
published by Rand, McNally & Company, Chicago and
and works at New Cross, S.E. 1883.
New York, U.S.A., 1897 (on verso) Copyright, 1894, by
Rand, McNally & Co., Chicago... (complete in two
volumes).
American Geographical Society Library.

El segundo momento de intervención sobre la imagen cartográfica


oficial de la Argentina consistió en la incorporación de la Antártida y
las Islas Malvinas y del Atlántico Sur como parte del territorio
argentino durante la década de los dos primeros gobiernos
peronistas. En rigor, no era solo una política cartográfica aislada, sino
que, por el contrario, se articulaba con otras medidas
gubernamentales: por esos años se creaba el Instituto Antártico y se
oficializaba el reclamo de territorios antárticos ante la comunidad
internacional. Mientras que hasta ese momento había sido posible
encontrar libros escolares que se refirieran a las islas Malvinas como
“Malvinas o Falklands” sin que eso significara ninguna ofensa
nacional, desde mediados de siglo XX, esas nuevas geografías
también se introdujeron como contenidos obligatorios en el currículo
escolar: se agregaron mapas especiales y de gran tamaño en los
libros escolares de manera de adoctrinar sobre las “nuevas piezas

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Material de lectura: Los mapas

del rompecabezas” que acababan de ser añadidas a la por entonces


ya familiar silueta territorial.

El sector antártico que reclama el Estado


argentino en los manuales escolares en
la década de 1940

Simultáneamente, se pusieron en circulación mapas de la “Nueva


Argentina” no solo en textos educativos, sino también en
publicaciones destinadas al gran público: se trataba de crear una
conciencia territorial nueva que reforzara la idea de que el territorio
de la Argentina tiene una composición tripartita (continental, insular y
antártica), dos triángulos cuyos vértices están orientados hacia el sur.
En ese clima de intervenciones, se reafirmó la censura de mapas que
no concordaran con esta imagen-logo: aunque se pretenda sostener
que la imagen cartográfica es solo el producto de operaciones
geodésicas y matemáticas, lo cierto es que el mapa de la Argentina
es tanto el producto de la mensura topográfica como el resultado de
una serie de leyes que regulan aquello que se puede inscribir
cartográficamente y aquello que no.

Revista “Argentina”, 1949

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Aquí repasamos algunas de las leyes y de los decretos que dieron


forma cartográfica al territorio nacional.
 En 1935, con motivo de la “evidente arbitrariedad imperante en
materia cartográfica con respecto a la representación geográfico-
política del país” (IGM, 1979: 44), se dicta una resolución del
Ministerio de Justicia e Instrucción Pública para que todos los mapas
publicados con fines educativos sean aprobados por la Dirección
General del Instituto Geográfico Militar (IGM).
 En 1937 el Decreto Nº 114.428 prohíbe publicar mapas que no
representen el territorio nacional en toda su extensión, “lo que
implicaba el reemplazo de todos los mapas de la República Argentina
que estuviesen mutilados por otros que se ajustasen al texto del
decreto” (IGM, 1979: 44).
 En 1940 el Decreto Nº 75.014 determina que toda obra que
incluyera mapas del país y que se presentase al Registro Nacional
de la Propiedad Intelectual, conforme a la Ley Nº 11.723, debería
previamente ser remitida al IGM para comprobar su contenido y si
cumplía los requisitos del decreto citado anteriormente (Decreto
Nº 114.428).
 En 1946 el Decreto N.º 8.944 (compilación de todas las normas ya
enunciadas) prohíbe la publicación de mapas de la República
Argentina: “a) que no representen en toda su extensión la parte
insular del territorio de la Nación; b) que no incluyan el sector
Antártico sobre el que el país mantiene soberanía; y c) que
adolezcan de deficiencias o inexactitudes geográficas, o que falseen
en cualquier forma de la realidad, cualesquiera fueran los fines
perseguidos con tales publicaciones” (Boletín Oficial, 28/11/1946).
En octubre de 2010 se sancionó la Ley Nº 26.651 que establece la
obligatoriedad de utilizar el mapa bicontinental de la República
Argentina en todos los niveles y en todas las modalidades del
sistema educativo, así como también exige su exhibición pública en
todos los organismos nacionales y provinciales.
Esta normativa obliga a eliminar el recuadro lateral que permitía
utilizar una escala menor para representar el sector antártico que la
Argentina reclama y, en cambio, exige que se reduzca
considerablemente el espacio destinado a la representación del
sector continental para “hacer lugar” a la masa antártica sobre la que
el Estado argentino reclama soberanía.
Ese recuadro lateral, que tradicionalmente se ubicaba sobre el
Atlántico, era una solución gráfica que respondía a la necesidad de
hacer un mejor uso del espacio del mapa: en lugar de dedicar medio
mapa al contorno del triángulo antártico, cuya superficie es casi

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Material de lectura: Los mapas

íntegramente un casquete de tierras congeladas y hielo, se priorizaba


dedicar la mayor superficie cartográfica posible para representar con
un grado de detalle apropiado aquellos territorios en los que viven
millones de personas y donde se realizan las actividades económicas
más importantes. Ello no implicaba en modo alguno la negación del
reclamo de soberanía. En rigor, el “triángulo antártico” también está
en esos mapas –ya que, como vimos, el hecho de incluirlo (o no) no
es una prerrogativa individual de cada cartógrafo o diseñador gráfico,
sino que está obligatoriamente prescrito por ley nacional desde hace
ya más de medio siglo–. Así que, efectivamente, los mapas
anteriores también eran bicontinentales. Sin duda, la manera de
presentar este mapa como la reafirmación del compromiso de las
reivindicaciones territoriales sigue estando en sintonía con la
preocupación por socializar e instalar una determinada silueta del
territorio nacional.

Bibliografía citada
 ANDERSON, Benedict (1991), Comunidades imaginadas.
Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México,
Fondo de Cultura Económica.
 BROC, Numa (1980), La géographie de la Renaissance, París,
CTHS.
 JACOB, Christian (1992), L'empire des cartes. Approche théorique
de la cartographie à travers l’historie, París, Albin Michel.
 NAVARRO FLORIA, Pedro y Alejandro MCCASKILL (2004), “La
‘Pampa fértil’ y la Patagonia en las primeras geografías argentinas”,
en NAVARRO FLORIA, Pedro (comp.) (2004), Patagonia, ciencia y
conquista. La mirada de la primera comunidad científica argentina,
General Roca, Centro de Estudios Patagónicos.
 VIGNOLO, Paolo (2003), L’Europe à l’envers: les antipodes dans
l’imaginaire de la Renaissance, tesis doctoral, École des Hautes
Études en Sciences Sociales, París.

Bibliografía complementaria
 ANDERMANN, Jens (2000), “Entre la topografía y la iconografía:
mapas y nación, 1880”, en MONTSERRAT, Marcelo (comp.), La ciencia
en la Argentina entre siglos. Textos, contextos e instituciones,
Buenos Aires, Manantial.

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Especialización docente de nivel superior en educación y TIC. Ministerio de Educación de la Nación

 HARLEY, J. Brian (2001), La nueva naturaleza de los mapas.


Ensayos sobre la historia de la cartografía, México, Fondo de Cultura
Económica.
 NADAL, Francesc y Luis URTEAGA (1990), “Cartografía y Estado.
Los mapas topográficos nacionales y la estadística en el siglo XIX”,
Neocrítica, Nº 88, julio, Facultad de Geografía e Historia, Univesitat
de Barcelona.
 ROMERO, Luis Alberto et al. (2004), La Argentina en la escuela,
Buenos Aires, Siglo XXI.
 THROWER, Norman (1996), Mapas y civilización. Historia de la
cartografía en su contexto cultural y social, Barcelona, Ediciones del
Serbal.
 GARZONI, Tomasso (1589), La piazza universale di tutte le
professioni del mondo / nuevamente ristampata & posta in luce da
Thomaso Garzoni da Bagnacavallo; con l’aggionta d’alcune bellisime
annotationi a discorso per discorso. Venecia.
 IGM (1979), 100 años en el quehacer cartográfico del país (1879-
1979). IGM, Buenos Aires.

Autor: Carla Lois

Cómo citar este texto:

Lois, Carla (2012), “Material de lectura: Los mapas”, Especialización docente de nivel superior en educación y
TIC, Buenos Aires, Ministerio de Educación de la Nación.

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