Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
13 Prácticas para Superar El Duelo María Rosa Serra Regol
13 Prácticas para Superar El Duelo María Rosa Serra Regol
A mi hermano, mi cuñada, mis sobrinos y a Laia por estar ahí todos los
días, del principio al fin, demostrando que el amor más que palabras
son hechos.
La muerte no existe,
Isabel Allende
Sumario
Introducción
Práctica 1
.
Llora cuando lo necesites
Práctica 2
.
Habla de tu dolor con otras personas. Compartir reduce la
angustia
Práctica 3
.
Comparte tu tiempo y estrecha el contacto con la gente que
quieres, la familia y los amigos
Práctica 4
.
Desarrolla una rutina para superar el día y comprométete a
cumplirla
Práctica 5
.
Camina por la playa, por la montaña, por un parque, por donde
sea
Práctica 6
.
Escúchate y medita, o solo prueba a estar sentado, en silencio,
con tus pensamientos
Práctica 7
.
Cuida tu alimentación. Este es un momento idóneo para mejorar
tu salud
Práctica 8
.
Cocina y comparte lo que preparas con las personas a las que
quieres
Práctica 9
.
Concéntrate el mayor tiempo posible en tu trabajo o en alguna
actividad
Práctica 10
.
Lee. Busca un tema que te atraiga y dedica un rato al día a leer
Práctica 11
.
Empieza algo nuevo: una afición, unas clases, la preparación de
un viaje, un cuadro, un libro…
Práctica 12
.
Cierra un capítulo. Hazlo como algo sagrado y di adiós a una
parte de tu vida
Práctica 13
.
Escribe lo que tu ser te dicte; déjate llevar por lo que sale de ti y
plásmalo en una página
Agradecimientos
Introducción
Práctica 2
Habla de tu dolor con otras personas. Compartir
reduce la angustia
Práctica 3
Comparte tu tiempo y estrecha el contacto con la
gente que quieres, la familia y los amigos
Práctica 5
Camina por la playa, por la montaña, por un parque,
por donde sea
Esta no es una práctica fácil de aplicar durante los primeros días tras el
fallecimiento de tu persona querida. De hecho, si al principio no tienes ni
ganas de comer, difícilmente tendrás ganas de cocinar.
Pero pasados unos días o alguna semana, sentirás la necesidad de estar
rodeado de personas queridas y la comida puede convertirse en una buena
excusa para reunirte con ellas.
Tal vez porque a Pat le encantaba cocinar o porque tengo un hijo chef
entiendo la importancia que tiene en nuestras vidas la comida y todo lo que
ella representa.
Preparar un plato con cariño implica hacerlo con atención, poniendo cuidado
en los detalles, probando y sazonando hasta que tiene el sabor, el aspecto, la
textura y el aroma que queríamos conseguir. Cocinar para otro es enviarle un
mensaje muy poderoso sobre lo que representa para nosotros. Por eso resulta
tan caro comer en algunos restaurantes. Hay mucha dedicación, pasión,
cariño y cuidado en algunos de los platos que nos sirven en esos
establecimientos exclusivos. También lo hay en otros más económicos y,
casi siempre, aunque no seamos expertos en cocina, detectamos si aquello
que nos sirven se ha hecho con cariño o se ha hecho solo para salir del paso.
Yo llevo varios meses experimentando con recetas nuevas. Nada
complicado, ya que no quiero ganar ningún concurso de cocina, pero sí
quiero que cuando mis familiares y amigos prueben lo que hago les encante.
Para ello practico la receta una y otra vez hasta que me queda bien. Empiezo
con un primer plato, después con un segundo y, finalmente, con el postre.
Cuando ya tengo las recetas de todos los platos del menú perfeccionadas,
llamo a algunos amigos o a mi familia y les invito a comer o cocino en su
casa.
Cada una de esas comidas es una celebración de la vida y una oportunidad
para recordar a quien se ha ido. Como las personas siguen vivas mientras
alguien las recuerda, yo hago un brindis por Pat cada vez que tengo ocasión.
Es una apreciación muy personal, pero tengo la sensación de que está
presente, participando y observando lo que hacemos, y que se siente feliz de
sentirse recordado y profundamente amado. Tal vez me equivoque, pero si
así fuera ¿qué más da? ¿Qué hay de malo en honrar a los que ya no están y
en recordarles? Yo creo que no solo no hay nada malo en ello sino que,
además, tiene la ventaja de que, cuanto más se hace, más se aprende a
convivir con su ausencia y a percibirles de otra manera que no puedo
explicar pero que, para mí, tiene mucho de real.
Cuando compartimos una comida que hemos preparado con amor abrimos la
puerta a la magia. Las personas se confían y cuentan cosas que tal vez no
tenían previsto compartir con nadie. Nos volvemos más tolerantes con los
demás y sentimos que formamos parte de una tribu que nos acepta y valora.
Supongo que nuestros ancestros solo compartían su escasa comida con
aquellos a quienes apreciaban y, por tanto, hay algo atávico y primitivo en
invitar a alguien a comer a tu casa y compartir tus alimentos de forma
generosa e intencionada.
Si no disfrutas de la cocina, prueba con algo sencillo, piensa en un plato que
te apetezca comer y atrévete a practicar la receta hasta que salga como
quieres. Para muchas personas es relajante estar en la cocina cortando,
salteando, pelando o colaborando con cualquier otra tarea mientras
elaboramos un plato. Si, a pesar de todo, detestas entrar en la cocina,
siempre tienes la opción de invitar a alguien a un lugar especial y aprovechar
ese momento para tener una conversación relajada y sincera sobre temas de
interés común.
Te paso una receta que me encanta. Es saludable, barata y tan fácil de
preparar que pensarás que te estoy tomando el pelo.
Las alcachofas de la felicidad
Ingredientes:
6 alcachofas medianas
1 limón
Una pizca de sal
Una pizca de pimienta
Una cucharada de aceite de coco
Elaboración:
1. Corta el rabito de las alcachofas.
2. Retira y desecha un 2
5
% de sus hojas.
3. Desecha también el extremo superior (entre dos y tres centímetros de
la punta).
4. Córtalas en cuartos.
5. Si tienen pelillos en el centro, retíralos con un cuchillo. Si son suaves,
no es necesario.
6. Lávalas y ponlas en un escurridor.
7. Calienta el aceite de coco hasta que esté totalmente derretido.
8. Echa las alcachofas en el aceite.
9. Cuando empiecen a chisporrotear remuévelas con una cuchara de
madera.
10. Añádeles el zumo de limón, una pizca de sal y otra pizca de pimienta.
11. Sube el fuego y cuando te parezca que ya están en plena fritura, baja
el fuego y tápalas para que se hagan a fuego lento durante unos quince
minutos o hasta que estén blandas.
Este plato es muy nutritivo y depurativo. Las alcachofas son excelentes para
el hígado que, cuando estamos sufriendo, es uno de los órganos que más se
agota. Puede disfrutarse frío o caliente. En ocasiones yo las tomo
acompañadas de almendras tostadas y un huevo frito mientras que otras
veces, me las como sin acompañamiento. De cualquier forma resultan
deliciosas.
Si te animas con este sencillo plato podrás seguir con otros y, cuando te des
cuenta, tendrás un estupendo repertorio de nuevos platillos con los que
deleitar a tus familiares y amigos.
Aprovecha cualquier ocasión para organizar una comida. Yo he
simplificado mucho lo que hago y me preocupo solo por preparar algo
sencillo y sabroso; procurando conseguir un ambiente distendido y
acogedor.
Piensa qué te apetecería comer a ti y atrévete a prepararlo.
Si hay alguna persona en tu vida a quien le gusta cocinar, persuádela
para hacerlo juntos.
Haz de cada comida una oportunidad para estar en paz contigo mismo
y con lo que te rodea. Yo desayuno temprano, en silencio, pongo la
mesa como si fuera a venir alguien a visitarme, preparo todo como si
tuviera que presentarme a un concurso y después me siento y disfruto
de lo que como con conciencia plena. Esta paz es menos efímera de lo
que parece: cuando empiezas bien el día el resto de la jornada se
confabula para seguir la misma tendencia. Lo que bien empieza, bien
acaba.
El gusto es un sentido que nos conecta a las emociones. Descubre
nuevos aromas, texturas y sabores. Hay platos que comía con Pat que
ahora no cocino. Todavía no. Más adelante los recuperaré, ahora estoy
ocupada descubriendo nuevos sabores y tratando de incorporarlos a mi
banco de memorias.
Si te gusta el chocolate, ¿qué puedo decirte? Este es el momento de ser
indulgente con este alimento. Solía comer solo un cuadradito de una
tableta grande. Ahora puedo comerme tres e incluso cuatro, y pienso:
«Chocolate, vete directo a mi alma y hazme sentir mejor». No sé que
piensa mi hígado de este diálogo pero, de momento, mi alma lo
agradece.
Práctica 9
Concéntrate el mayor tiempo posible en tu trabajo o
en alguna actividad
Cuando les comento a mis conocidos que estoy agotada por la cantidad de
horas que he de dedicar a mi trabajo invariablemente me responden: «Eso es
bueno, te distrae». Y aunque no siempre es lo que quiero oír, hay mucho de
cierto en esta aseveración.
Soy profesora en una escuela de negocios así que la mayor parte del tiempo
estoy frente a un público casi siempre interesado, pero en ocasiones también
cansado, inquieto y con falta de atención. Impartir formación en esas
circunstancias no es fácil. Si quieres que aprendan, que participen y que
mantengan la atención tienes que dedicarte en cuerpo y alma a lo que estás
haciendo y diciendo en clase. Se supone que debería ser siempre así, pero la
realidad es que los profesores también disponemos de otras opciones a la
hora de impartir una clase. Desde ponerles a trabajar en interminables
ejercicios, proyectarles un vídeo de larga duración para debatir después o
ponerles a hacer un trabajo que podrían haber hecho antes de venir a clase.
Hay muchas alternativas a dar una clase con total dedicación y, aunque lo
entiendo, no soy capaz de practicarlo. Cuando estoy en el aula mi entrega es
absoluta y eso, aunque es muy gratificante, también resulta agotador.
Por otra parte, la forma que tengo de abordar mis clases tiene un indudable
aspecto positivo para mi mente y es que, forzosamente, me sitúa en el
presente, en el
aquí y ahora
.
A los dos días del accidente de Patricio tuve que ir a dar una clase por la
tarde. Mi cuerpo me pedía llamar a la escuela, explicar la situación y
solicitar que pusieran un profesor sustituto. Intuitivamente yo sabía que, por
más que me costara, si lograba dar la clase aquel día me sentiría mucho
mejor. Y así fue. Durante las cuatro horas que estuve en clase pude
abstraerme de la pena, la angustia, el dolor y el miedo que me acompañaban
y centrarme solo en los alumnos, en el material, en lo que tenía delante de
mí. Curiosamente, al salir del aula y mientras iba caminando hacia la
estación del metro me sentí un poco más ligera, menos cansada, más
tranquila y con la sensación de que todo saldría bien. No salió bien o, al
menos, no como yo esperaba que saliera. Que yo fuera capaz de despojarme
momentáneamente de mi angustia y dolor no evitó que Pat se fuera, pero
aprendí que la fuerza para continuar está dentro de nosotros.
Cuando Pat falleció, tres semanas después del accidente, además de todos
los sentimientos que afloran en una situación así, también pensé que
mantenerlo con vida —sufriendo y haciéndonos sufrir— habría sido una
pérdida de tiempo. Me atormentaba pensar qué habría sentido durante las
frías noches en que estaba solo en el hospital. ¿Tendría miedo?, ¿dolor?,
¿angustia? Si de todas formas iba a marcharse ¿no hubiera sido preferible
que lo hubiera hecho cuanto antes y evitar esas tres largas semanas?
Con el paso del tiempo, he llegado a la conclusión de que si ocurrió así fue
para darnos tiempo, sobre todo a mí, tiempo de experimentar
progresivamente las sensaciones, como cuando nos introducimos en el agua
fría del mar y, tras el primer impacto, vamos acostumbrándonos a la
temperatura antes de poder sumergirnos por completo.
Si Pat hubiese fallecido el día del accidente, el golpe habría sido tan brutal
que no sé cómo habría reaccionado yo. Sin embargo, durante esos días en el
hospital o cuando estaba sola en casa, llorando y con la esperanza
desvaneciéndose, tratando de continuar con la vida aun cuando esta se me
había destrozado, aprendí que se puede, que podemos seguir adelante a pesar
de que a ratos queramos morir también.
Siempre le decía a Patricio que él debía de ser la reencarnación de un monje
budista. Que parecía que su misión en esta vida era enseñarme a ser mejor
persona. Que yo tenía mucho por aprender para acercarme al ser humano
que él era. Él se reía y decía que eso no era así, que él era
normal
y que yo
era maravillosa. Y con él yo me creía maravillosa, porque así era como él me
veía.
Fue generoso hasta para morir y, en lugar de rendirse ante el inmenso dolor
provocado por el infarto, el fallo renal y la infección generalizada, se aferró
a la vida, a la poca vida que le quedaba, hasta que le di permiso para
marcharse. Nunca he tenido que hacer nada tan difícil en mi vida y espero no
tener que volver a hacerlo.
Te explico todo esto para que comprendas que, a pesar del dolor y la pena
que sientes, has de esforzarte por centrar tu atención en otras cosas y volver
a tus obligaciones. No tiene por qué ser rápidamente, cada uno debe tomarse
el tiempo que necesita, pero te animo a que no te quedes anclado en la pena,
y a que, al menos durante unas horas, te centres en lo que tienes que hacer e
intentes distraerte porque tu mente también necesita un respiro.
Tu cuerpo necesita serenidad para curarse. Es probable que tu sistema
nervioso esté afectado y, dado que la mente juega un papel tan importante en
lo que le sucede a todo el organismo, cuanto antes salgas del dolor, la
depresión y la tristeza antes empezarás a sanar.
Volver a tu trabajo, si lo tienes; buscar alguna ocupación que involucre a
otras personas; llevar a cabo alguna actividad que te obligue a salir de casa,
que te exija levantarte, ducharte y arreglarte, aunque te cueste lo indecible, te
ayudará a salir de la pena y a empezar a recuperarte. No es lo mismo pasar
este proceso solo, lamentándote y llorando, que hacerlo rodeado de personas
que están dispuestas a ayudarte o, por lo menos, a entender por la situación
que estás pasando.
Retoma tus actividades cotidianas lo antes posible.
Crea una rutina y síguela como si tu vida dependiera de ello.
Inicia una nueva actividad o una ocupación que te distraiga y te resulte
agradable.
Involúcrate en acciones que conlleven ayudar a otras personas. Salir de
nuestra pena para ayudar a otros y reconocer que no somos las únicas
personas que sufren en el mundo también contribuye a relativizar
nuestro dolor.
Práctica 10
Lee. Busca un tema que te atraiga y dedica un rato al
día a leer
Patricio y yo teníamos una frase que regía nuestras vidas: «Siempre hay que
tener zanahorias». Nuestras zanahorias solían ser viajes porque es lo que más
nos gustaba hacer. Apenas regresábamos de un viaje y ya estábamos
pensando en el siguiente. No era necesario que fuesen grandes viajes, a
veces era solo un fin de semana en algún hotel rural. Pero siempre, siempre,
teníamos planes en el horizonte. Personalmente, siempre me he movido por
zanahorias. Trabajar y tener obligaciones es parte de la vida, pero yo
necesito constantemente la emoción de generar algo nuevo.
De la mano de esa creatividad he hecho cursos de cerámica, de vitrales, de
cocina, de joyería, de terapias naturales y hasta uno de zapatería en el que
me hice unas manoletinas rojas muy bonitas. Sobrellevo la rutina de la vida
porque siempre me busco algo que me haga levantar feliz e ilusionada por lo
que me depara el futuro.
Ahora percibo más que nunca esa necesidad. Compartir la vida con Pat fue
un privilegio. Con él todo resultaba fácil y divertido. Éramos como una sola
pieza y muchas veces lo que pensaba uno lo complementaba el otro.
Habíamos logrado tal sintonía que, en ocasiones, él decía algo y yo
contestaba:
—No me lo puedo creer, eso mismo es lo que estaba pensando.
—Sí, pero yo lo he dicho primero —replicaba él.
Su ausencia y la ausencia de cualquier persona a la que amamos nos deja un
enorme vacío que hemos de llenar con rutinas, pero también con zanahorias.
En estos momentos yo estoy escribiendo el libro que tú estás leyendo. Hacía
tiempo que deseaba escribir algo —de hecho, tengo varios libros empezados
— pero nunca había sentido la necesidad o la energía de terminarlos. Tal vez
porque no encontraba la utilidad necesaria y solo buscaba demostrarme a mí
misma que podía hacerlo. Este libro es diferente. A mí me hubiera gustado
poder contar, durante los primeros días de duelo, con una guía, un manual o
algo que me ayudase a orientarme. Son tantas las cosas que suceden cuando
un ser querido fallece inesperadamente que nuestro sistema nervioso no es
capaz de gestionar la sobrecarga de impactos que recibe.
Papeles, llamadas, más papeles, la vida que continúa, rutinas que ya no
sirven, nuevas rutinas que crear, ganas de abandonar, necesidad de continuar
y dolor; siempre ese dolor sordo y silencioso que te atenaza el corazón y el
alma y que no sabes cómo sacarte de encima. Si a eso le sumamos la poca
empatía y escasa consideración que tiene la administración estatal con los
que se quedan, nos encontramos ante situaciones francamente insólitas para
las que no estamos preparados.
Esta es la ocasión ideal para reflexionar sobre lo que quieres hacer, qué te
apetece, qué es eso que nunca te habías atrevido a iniciar; en pocas palabras:
¿qué te pide tu corazón?
Todos somos diferentes y es complicado recomendar a otra persona lo que
debe hacer, sin embargo, reflexiono sobre algunas actividades que pienso
que pueden resultarte útiles.
Preparar un viaje puede ser una actividad agradable. Yo tengo la excusa
perfecta porque me hijo vive en el Valle de Napa, en Estados Unidos, y
cualquier ocasión para ir a visitarle es buena. Pero como no quiero
resultar pesada, también organizo otros viajes. He organizado uno con
una amiga a Italia; y he dicho que sí a la invitación de mi mejor amiga
para ir a Ibiza este verano. Llevaba toda la vida oyendo hablar de Ibiza
y siempre había querido ir. Por fin lo haré este año. Y cuando regrese
de todos esos viajes, estaré pensando en los próximos.
Unas clases para profundizar en un tema que nos interesa. A mí ahora
me interesa la espiritualidad y los temas sobre la vida después de la
muerte. Como me apasiona el tema y deseo seguir profundizando en él,
seguramente me apuntaré a algunas clases en cuanto pueda.
El yoga es una actividad que siempre me había atraído. Dicen que es
saludable para el cuerpo y, sobre todo, para la mente y la paz interior.
Cuando regrese de mis viajes, me apuntaré a yoga.
Iniciar una afición. En estos momentos no se me ocurre ninguna pero
seguro que si pienso en algo que me gustaría hacer, se me ocurrirá.
Pintar resulta terapéutico porque a través de la pintura se pueden
expresar muchas emociones. A mí no se me da bien la pintura, pero
una buena amiga, que también ha quedado viuda, le encantan las
manualidades y pintar. Tal vez sea una actividad que te apetezca
explorar.
Escribir. Yo ya estoy en ello. No me darán el Nobel de Literatura, pero
tampoco lo pretendo. Lo que me interesa es sacar todo lo que está
dentro de mí y volcarlo en una página. Cuando lo consigo siento que
mi alma se aligera. Si, además, puedo resultar de ayuda a alguien me
sentiré muy feliz.
Redecorar alguna estancia de la casa también puede ser una buena
alternativa. Pintar una pared o cambiar los muebles de sitio; deshacerse
de todo lo superfluo: limpiar armarios, cajones o escritorios. Hay
infinitas posibilidades, sin necesidad de invertir mucho dinero, para
crear un ambiente más relajante que nos permita descansar la mente y
sentirnos en paz por unas horas.
Lo importante de esta práctica es que reflexiones sobre la necesidad de
tomar las riendas de tu situación y recuperes tu vida. Nadie vendrá a sacarte
de lo que te está pasando. Las personas que te aprecian pueden ayudarte y
seguramente se acercarán a ti si se lo pides, pero solo tú puedes iniciar el
camino de la recuperación. Solo tú puedes decidir volver a sonreír, a
experimentar tu dolor de forma intermitente, a buscar la fuerza dentro de ti
para seguir adelante. Solo tenemos dos opciones: hundirnos o seguir. Y si
decidimos seguir ¿no tiene sentido hacerlo de la mejor manera posible?
Estoy leyendo a Wayne Dyer, un escritor que, seguramente, te aconsejaría
hacer algún tipo de trabajo social, como leer a los enfermos en un hospital;
acompañar a ancianos a hacer la compra; o ayudar en algún comedor social.
Según Wayne, cuando nos entregamos de forma desinteresada sanamos con
más rapidez. Yo todavía no he probado esta experiencia, pero intuyo que
tiene razón.
Ahora suelo ir cada fin de semana a casa de mis padres para cocinarles algo.
Me encanta estar con ellos, me relaja y disfruto de las comidas que hacemos
juntos ¿Tengo más cosas que hacer? Sí, muchas, pero dedicarles este tiempo
y transmitirles mi amor a través de lo que les cocino le da un propósito a mi
vida y hace que yo me sienta querida.
No es el único gesto, pero es muy importante. La pérdida de alguien que
amas te enseña a valorar más a los que todavía permanecen a tu lado. Ahora
no dejo de decir
te quiero
cada vez que deseo hacerlo. Y cuando abrazo, lo
hago de verdad, con el corazón, con todo lo que soy, porque sé lo duro que
es desear abrazar, aunque solo sea un instante, a quien ya no está.
Práctica 12
Cierra un capítulo. Hazlo como algo sagrado y di
adiós a una parte de tu vida
Esta práctica está casi al final del libro porque es una de las más difíciles. En
cada pertenencia de quien ya no está encontramos una parte de esa persona,
un poderoso recuerdo que hace más evidente su pérdida.
Es una actividad que aún no he terminado y a la que solo puedo dedicarme
cuando me encuentro en un estado de ánimo especial. No puedo hacerlo en
cualquier momento y de cualquier manera porque sentiría que le falto el
respeto a Pat.
Cuando empecé con el cajón de su mesita de noche, no lo puedo negar, me
cogí un berrinche. Saqué sus gafas, sus bolígrafos, la navajita que le había
regalado su hijo, la que le había dado mi padre, sus pequeños tesoros y las
cosas más irrelevantes, como una tarjeta de visita o un resguardo de una
compra cualquiera…
Todo me parecía interesante por el mero hecho de que le había pertenecido.
Pero sabía que no podía guardarlo para siempre así que decidí quedarme solo
con lo que tenía un valor muy especial y el resto lo he regalado, lo he tirado
o lo he depositado con cariño en una bolsa de papel junto al contenedor de
basura.
Comprobé que todo desaparece en cuestión de minutos, y eso es bueno
porque indica que alguien lo aprovechará y eso es lo que Pat hubiese
querido.
Los compañeros de trabajo de Pat me entregaron varias bolsas con sus
pertenencias. Después de trabajar más de veinte años en la misma empresa,
había acumulado muchas cosas en su escritorio, en la taquilla y en el
despacho.
En cuanto a su ropa, le he dado alguna a mi hermano: su suéter favorito, el
anorak recién estrenado y alguna que otra camisa. El resto irá a parar a
Humana o a Cáritas, a excepción de algún jersey que me quedaré para mí y
de su sudadera favorita, que será para mi hijo. No puedo deshacerme de todo
a la vez. Unos días bajo un par de zapatos al contenedor, otro día dejo una
bolsa con tejanos en los depósitos de Humana y así, poco a poco, voy dispo-
niendo de todas sus pertenencias. Es muy duro decir adiós a las últimas
cosas materiales que queda de la persona que tanto amamos.
Hay quien prefiere hacerlo todo de golpe, en un solo día. Y hay quien
prefiere pedirle a algún familiar que lo haga en su lugar. Uno tiene que
buscar lo que más le convenga, aquello más adecuado y más acorde para su
estado de ánimo.
Pat y yo éramos muy independientes. Hacía muchos años que todo o casi
todo lo hacíamos juntos, así que esta última actividad también prefiero
hacerla sola, como si él estuviera conmigo y, juntos, fuéramos disponiendo
de sus cosas.
Todavía no he terminado con todo, pero no tengo prisa en hacerlo. Voy
disponiendo de sus cosas según mi estado de ánimo o según voy necesitando
el espacio. Me duele, pero también me sirve para ir cerrando este capítulo
con delicadeza y cariño. A mí no me gustaría que pusieran todas mis cosas
en una caja, sin más, y las dejaran en un contenedor o donde fuera. Preferiría
que alguien se tomara tiempo para recordarme, llorando o sonriendo al
evocar el día que me regaló aquello, o la ocasión en que lo compramos
juntos.
Son tantas las cosas que tenemos en común que resulta abrumador pretender
borrarlas de la noche a la mañana.
Los primeros días llevaba su anillo de boda, pero después decidí quitármelo
porque, como me queda demasiado grande para ponérmelo en el dedo, tenía
que llevarlo colgado en una cadena al cuello y no me resultaba cómodo.
Tómate tu tiempo y, si necesitas que alguien te ayude, házselo saber.
Práctica 13
Escribe lo que tu ser te dicte; déjate llevar por lo que
sale de ti y plásmalo en una página
Agradecimientos