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e n s ay o

Una ley sinie st r a


Es una idea peligrosa, y muy grave en los
menores, convencer a cualquiera,
de que su ‘yo’, o sea, su sola voluntad, puede
conseguir lo que quiera: como que puede elegir
su sexo. Esa ‘inflación’ del yo tiene riesgos.
I ÑA K I V I A R E C H EVA R R Í A

E
n España, y en otros muchos países, hay diariamente
miles de profesionales de la salud, de la enseñanza y del
activismo social, a la espera de que un niño de 10, 11, o
12 años de edad haga una manifestación acerca de que
se siente una niña; o una niña que dice que le gustaría
ser un niño. Inmediatamente pondrán en marcha unos
procedimientos y protocolos establecidos por ellos. Esperan con impa-
ciencia la nueva ley, “Para la igualdad real y efectiva de las personas
trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI”, que
les va a permitir actuar con los menores según los criterios de los
partidos y movimientos que promueven esta ley.
Tras entrevistas con los padres y los profesores del niño se plantea
la línea de actuación. Casi con toda seguridad van a considerar que
se trata de un transexual –no dicen “diagnosticar”, lo que es exigido
para proceder al tratamiento de cualquier persona. Deciden que, por

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el bien del niño o niña, habría que comenzar un proceso de “reasigna-
ción de género”. Es decir, según estos profesionales, el niño, o la niña,
tiene un cuerpo con un sexo que no se corresponde con su género
–confundiendo dos conceptos con ámbitos de significación diferen-
tes–. “Hay que ayudarle”, plantean, “de lo contrario será un desgra-
ciado toda su vida, sufrirá desprecio y agresiones por parte de la socie-
dad, y tiene muchas posibilidades de acabar suicidándose”. Los padres
–hundidos y aterrados unas veces, y otras animados y contentos por
la posibilidad que les brindan los servicios sanitarios de solucionar lo
que les confirman que es el problema de su hijo– aceptan en muchas
ocasiones el tratamiento que les proponen para resolverlo.
Así, si el proceso sigue su curso, el niño o la niña, primero cambia
de nombre en el registro civil por un nuevo nombre que significa el
otro sexo. Esta banalización del nombre propio –que permite cam-
biar de nombre en el registro según declaración del interesado– es
el comienzo de un recorrido en el que pueden ser sometidos a un
proceso de “bloqueo de la pubertad”, con medicaciones que inhiben
la producción de sus hormonas sexuales y que van a impedir, por
tanto, su desarrollo fisiológico normal.
Puede este menor, también, recibir la administración de hormonas
sexuales del otro sexo. Esta intervención iatrogénica se efectúa sobre
miles de niños desde hace tiempo en todo occidente. La sociedad no
dice nada. Lleva acatando calladamente durante años los presupuestos
de ese sintagma absurdo: “ideología de género”. Desde luego, lo único
cierto es que sí se trata de ideología. Que promete la dicha futura si
sigues sus directrices. Y que acusa de los peores males a quienes la
critican. En Estado Unidos, donde surgió este movimiento (pues de
eso se trata: de un movimiento ideológico y político, no sanitario)
sí existe un debate intenso ante la magnitud del atentado contra la
salud de los menores que suponen estas prácticas.
En algunas autonomías, en España, hace ya tiempo que se realizan
estos procedimientos. Aquí los políticos han emprendido una carrera
de sacos para ver quien es más progresista. Para algunas personas ha
supuesto un progreso hacia la muerte. Hago uso aquí de informacio-

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Solo una nes confidenciales recibidas de parte de
decidida voluntad colegas médicos. Las gentes hablan de
de no querer estos temas con gran cautela. Si las noti-
saber puede negar cias que circulan son erróneas, la Segu-
la nocividad ridad Social puede publicar las causas de
de estos fallecimiento de los pacientes sometidos
procedimientos: a estos procedimientos.
que produce un Solo una decidida voluntad de no
daño gravísimo al querer saber puede negar la nocividad
cuerpo y a la salud de estos procedimientos: que produce
de los menores un daño gravísimo al cuerpo y a la salud
de los menores.
El desarrollo y configuración sexual de los humanos comienza
en la pubertad, siguiendo el programa genético del que cada uno es
portador, y culmina, en general, en torno a la mayoría de edad legal.
Algo antes o algo después, ya que cada sujeto tiene su forma particular
de efectuar ese desarrollo.
El desarrollo del cuerpo es lo que nos permite acceder a las viven-
cias sexuales, y ello es necesario para que se pueda configurar la subje-
tividad del adulto. Hay un tiempo fundamental, necesario, en el que
las experiencias de goce y de afecto se irán anudando en la lengua de
cada sujeto niño y adolescente; en el que las pulsiones que relacionan
su cuerpo con los objetos del mundo se van constituyendo. Y llegarán
a alcanzar así sus modalidades de satisfacción definitivas. De este
modo se va constituyendo en el niño, y luego adolescente y joven, una
“narración” sobre sí mismo con la que podrá ir imaginando una iden-
tidad que considere propia, y con la que cada sujeto, de modo siempre
único y particular, efectuará su lazo social. Solo tras ese proceso de
años –en eso consiste pasar de niño a adulto– podremos considerar
a un sujeto con la consistencia que le proporciona estar ligado a lo
real de su cuerpo, y ser capaz de responsabilizarse de su decir. Más
allá de sus “ocurrencias” y anhelos infantiles.
Bloquear la pubertad supone interrumpir artificialmente, con
fármacos, el despliegue de ese proceso y su desarrollo. Se trata de

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una intromisión en el acontecer vital de un ser humano. El “blo-
queo hormonal” impide a los sujetos de estos tratamientos vivir las
experiencias propias de los distintos momentos de su edad, les priva
de la posibilidad de elaborar sus propias respuestas ante los encuen-
tros contingentes que les acontecerán en su vida juvenil. Eliminar la
contingencia en los menores es impedirles ser libres de decidir. Esta
libertad, y ese derecho, es del mismo orden que la de los humanos
adultos. Es la que la Ley trans quiere abolir para los menores.
Los fármacos y el adoctrinamiento les impide asimilar las expe-
riencias propias. Y el adoctrinamiento que suele acompañar todo el
proceso les introduce en una vida programada por otros.
Además, originan graves alteraciones, irreversibles con frecuen-
cia, que modifican su cuerpo y funciones fisiológicas: impotencia
sexual, imposibilidad de satisfacción, hacer imposible la paternidad
o la maternidad, y muchas otras.
Lo sorprendente es que presenten estos “tratamientos” negando
que lo sean. Sus promotores no aceptan que sean tratamientos, ya
que niegan que haya síntomas ni, por tanto, diagnósticos. ¿Cómo
llamaremos a medicar sin diagnóstico?
No hay estadísticas ni literatura científica. Hay una total opacidad
respecto a la evolución de las personas sobre las que se realiza este pro-
cedimiento. Por el contrario, esta propuesta se envuelve en un discurso
ideológico engañoso: “género” pretende borrar y sustituir a “sexo”, signi-
ficante denostado por ellos (como los integristas de antaño) y amenaza
con horribles consecuencias en caso de no admitir el tratamiento: sui-
cidios, maltrato por la sociedad, dificultad de adaptación…Sobre todo
alertan de que sufrirán ataques tránsfobos. El argumento de tomar hor-
monas para evitar las agresiones supone decirles a los jóvenes que deben
rendirse ante esa amenaza y “tratarse”, en vez de defender su libertad y
propugnar que las instituciones competentes, mediante sus órganos, el
personal docente y sanitario, y los agentes de la autoridad, la sociedad en
conjunto, defienda su libertad siempre que sea necesario. Esta cuestión
de cargar a la sociedad con la culpa del sufrimiento padecido por estos
menores revela el carácter tramposo de sus argumentaciones.

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Lo que estos activistas ocultan son los suicidios por realizar la
“reasignación de género”, los cada vez más arrepentidos por haber
iniciado ese proceso (algunas estimaciones consideran que un 80%),
la queja por los daños irreversibles y las cada vez más numerosas
demandas que realizan los perjudicados. Estamos ante un debate
de enorme alcance que afecta a nuestras sociedades: en Inglaterra la
Corte Suprema ha promulgado una sentencia, a raíz de una demanda
interpuesta por una ex-usuaria de la Tavistock Clinic donde se le
trató de “reasignación de género”, en la que establece: la “poca cali-
dad de los estudios que ocultaban datos desfavorables de los trata-
mientos hormonales, el modo equívoco en que se exhibían datos
de supuestos suicidios en trans no tratados con hormonas, falta de
información adecuada a los usuarios sobre las consecuencias negati-
vas de los tratamientos hormonales y quirúrgicos. En consecuencia,
el National Health Institute ha modificado su página web y se están
realizando modificaciones de los protocolos sobre esta cuestión. En
Suecia, en el Karolinska Instituet, centro de referencia, han decidido
suspender los tratamientos hormonales en menores porque “están
potencialmente cargados de consecuencias adversas e irreversibles,
enfermedades cardiovasculares, osteoporosis, infertilidad, aumento
de riesgo de cáncer, trombosis…” Han pedido disculpas a las personas
perjudicadas. En Francia hay debates de actualidad en los medios
con dolorosos testimonios de jóvenes que afirman que han sido
engañados, que han destruido sus vidas…
La simple pregunta: ¿Cómo se puede tomar con carácter con-
cluyente la afirmación de un niño o niña de que quiere ser del otro
sexo, y decidir que hay que intervenir en su cuerpo? Solo mediante
una actitud perversa que no respeta los tiempos del desarrollo físico y
psicológico humanos. Actuar con un menor como si fuera un adulto
es una forma de actuar indigna. Con los deseos e ilusiones de los niños
(que incluye a las niñas, ya que escribo en castellano) les daremos el
tiempo necesario para confirmar, o abandonar, esas aspiraciones. Con
el sexo no proceden así estos activistas. Irresponsablemente, el decir
del menor es tomado como definitivo, palabra que siempre hay que

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utilizar con prudencia cuando se trata ¿Cómo se
de menores. Se le administran fármacos, puede tomar
y adelante, concluyen. Esta es una pra- con carácter
xis de planteamiento finalista. De quien concluyente la
considera que sabe cual es el objetivo afirmación de
a alcanzar. Por ello excluyen cualquier un niño o niña
interrogación sobre los motivos del de que quiere ser
malestar de menor con su cuerpo. No del otro sexo, y
hay preguntas. No les dan otra oportu- decidir que hay
nidad. No les invitan a hablar. No les que intervenir
interesa si no es para ratificar el punto en su cuerpo?
de partida. Es una praxis que recuerda
la de las sectas religiosas, que va contra los principios de todo saber
que debe ser sometido a su convalidación.
Al menor que manifiesta algún sufrimiento sobre su condición
sexual hay que darle la oportunidad de poder hablar, durante el tiempo
que haga falta, para que pueda tener la posibilidad de subjetivar el
conjunto de circunstancias que tienen relación con lo que le preo-
cupa y elaborar respuestas propias. A cada uno, ya que cada uno es
diferente, hay que darle la palabra y el tiempo. No se puede tratar con
una norma general para todos. Porque cada uno es diferente.
Si con el desarrollo se constata la existencia de una incongruencia
entre el cuerpo y el sentimiento íntimo del sujeto, si se confirma la
certeza que manifiesta sobre la oposición entre su sexo sentido frente
a la evidencia de un cuerpo que no se corresponde con éste, que es
del otro sexo, será el propio sujeto quien confirme su transexualidad.
Y como todo sujeto tiene derecho a que se le ofrezca la posibilidad
de tratar de encontrar el modo, el suyo propio, de vivir de la mejor
manera, de tratar su sufrimiento, cuando lo hay. Y será una elección
del propio sujeto recurrir a la medicación y a la cirugía. No sin ser
informado cuidadosamente de los riesgos que concurren en esas opcio-
nes. Cada sujeto debe ser acogido como único en su particularidad, y
no recurrir jamás a normas generales, iguales para todos, que borran
e impiden la solución individual que elabore cada uno.

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Hay un hecho que descubre claramente la falacia de este fenómeno
actual entre los menores: según las estadísticas de la Tavistock Clinic,
de casos atendidos entre 2011 y 2020, hasta 2014 la de los menores que
acudían a se tratados de “disforia de género”, la inmensa mayoría eran
varones. Actualmente la inmensa son mayoría las niñas. Mayoría de 4
a 1 entre las adolescentes. Una variación impensable. Este cambio no se
explica más que por un fenómeno clínico de identificación masiva que
ha afectado a las niñas. Es inverosímil que este aumento se pueda deber a
la transexualidad. No se corresponde, ni remotamente, con la incidencia
posible de esta. Ni ahora ni en el transcurso de la historia. No hay otra
forma de explicar un aumento tan enorme, en tan poco tiempo, mas que
por el efecto de sugestión, por la identificación a lo que escuchan a otros:
profesores, educadores, padres, redes sociales, series de TV. Una moda
a la que se agarran para sobrellevar el desconcierto de su edad. Estos
activistas le dan un estatuto definitivo a una afirmación de los niños, y
les aseguran que se acabarán todos los problemas que tienen. Y lo dicen
a adolescentes, en el tiempo que florecen los conflictos por doquier y en
que tienen que abordar el mundo para constituir su ser. Así se ha gestado
este drama que puede someter a las niñas a un proceso que puede privar-
les de su sexualidad futura, de la vivencia de ser mujer, de ser madres…
En esto estriba el carácter siniestro de este proyecto de Ley: en que
es en el entorno familiar y educativo, en que el menor tiene puesta su
confianza y es casi imposible que se oponga, donde se gesta el daño
que se le va a infligir.
No ha debido valorar este Gobierno el daño que puede causar a
la mujer el proyecto de ley que propone. Suele ocurrir que se acaba
dañando lo que se defiende desmedidamente. Algunos grupos femi-
nistas han denunciado que esta ley es un ataque a las mujeres. Tienen
razón, esta ley va contra la mujer, y creo que responde a un oscuro
odio a la mujer en tanto encarna el poder de dar la vida: pues ellas
hacen desde siempre traer al mundo varones y hembras que serán, a
su tiempo, hombres y mujeres.
Este movimiento en torno a la ley trans representa un ataque
contra la diferencia sexual, contra un fundamento de la civilización.

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“Binarios, no binarios, unarios…” Un lenguaje de robots, en el que
la lengua se holofrasea y el sujeto de nuevo se pierde; ha quedado
forcluido, ha sido descatalogado de su lugar para interpretar la vida.
Se borra así lo real del sexo y el inconsciente. Es una desorientación
generalizada lo que, al parecer, constituye su meta.

¿Y qué ocurre en España?


En nuestro país este procedimiento se mueve en una total oscuridad.
Son opacos los resultados después de años de tratamiento en muchos
países. Algunos medios de información presentan algunas personas
que manifiestan su satisfacción con haber realizado la “reasignación de
sexo”. Se trata de personas que su relato hace suponer que realizaron
esta opción ya en mayoría de edad. ¿Y los que no? ¿Saben a cuantos les
ocurrió lo contrario? ¿Cuántos han visto su vida desgraciada? Esto no
es información científica. Esto es propaganda. A favor de esta opción
están laboratorios farmacéuticos que proporcionan los fármacos y que
los venden en todo el mundo, centros sanitarios, psicólogos, psiquia-
tras, asesores pedagógicos y activistas sociales que tienen su lugar en
este procedimiento. Es ya una industria a nivel mundial que provee
de trabajo a muchas gentes. Su fin: la “libre autodeterminación de
género”, como si fuera un referéndum sobre el sexo.
Es una idea peligrosa convencer a cualquiera, y muy grave en los
menores, de que su “yo”, o sea, su sola voluntad puede conseguir lo
que quiera: como que puede elegir su sexo. Esa “inflación” del yo tiene
derivas peligrosas. Resuenan aquí los personajes con “superpoderes”.
Las soluciones mágicas que le harán feliz.
Esta ley pretende establecer que los menores a partir de los 16 años,
por sí mismos, los de entre 14 y 16, con la asistencia de progenitores
y tutores, y a partir de los 12, con autorización judicial, podrán pedir
el cambio de nombre y sexo sólo con su voluntad.
Parece una historia de horror. Y lo es. Es que la ley autorice el
cambio de sexo a menores autorizando a los psicólogos, psiquiatras,
pedagogos, activistas de su causa, que son los que irán a “asesorar” a
los jueces y padres, porque son los que apadrinan el proceso.

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Esto es un claro ejemplo de lo que los radicales llaman conseguir
la “hegemonía” en la sociedad.
Y esto ha sido posible porque esa sociedad ha enmudecido.
Porque han proliferado en estos años de modo permanente ideas
y opiniones que han presionado a los niños creando la confusión
con sexo y género, y engañándoles con falsas promesas. Porque hay
una presión inmensa en los centros sanitarios y docentes. En muchos
departamentos de psicología, incluso de Universidades católicas, se
enseñan estas falacias como si fueran lo más avanzado y progresista.
Y eso supone en los jóvenes estudiantes, igual que en otros ámbitos
de la sociedad, un modo de coacción moral inaceptable. La amenaza
de descalificación sobre los sujetos que se opongan a esta “ideología
de género” está ampliamente extendida. Porque los promotores de
esta ley se presentan como detentadores de una moral superior y lo
fundamentan en haber sido objeto de la privación de un derecho
indefinible. Ello les da derecho a denigrar a quien no comparte sus
criterios. Como todas las utopías, prometen un mundo de armonía
y felicidad. Y porque sus proposiciones van siendo aceptadas por una
amplia opinión popular, se van trasformando en la doxa, la opinión
popular que dicta los criterios dominantes. Y esa es la razón por la
que reina el silencio. La “gran utopía del género” ya va dejando los
desechos que caen de la misma.
La ministra de Igualdad, Irene Montero ha afirmado: “Hacemos
historia con una ley que da un paso de gigante…” Sí. Hacia el abismo
en la salud de los menores. Y continuó la ministra: “El orgullo es
siempre un momento de reivindicación para muchas personas que
han podido sentir que estaban solas, solos o soles”. Es esta la gramática
de la ideología de género. Donde el sujeto de la palabra no sabemos
dónde está. Es un intento de sustituir nuestras palabras por una orto-
pedia de palabras asexuadas. También el ex-ministro de Justicia, Juan
Carlos Campo se sumó a esta celebración: “Aquí es donde podemos
decir que nuestra legislación se pone a la vanguardia de Europa, de
aquellos países que luchan y protegen a sus ciudadanos, sin importar
sus diferencias porque todos son iguales en derechos”. El principal

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derecho de los menores es ser protegidos por los adultos. Es un prin-
cipio de civilización. Y esta ley que proponen es la eliminación de
ese derecho. Permite que los menores puedan ser usados en prácticas
iatrogénicas. La ministra María Jesús Montero ha dicho: “Le pese a
quien le pese, este gobierno va a seguir desarrollando esta línea de
conquistas sociales y de derecho civil”.
Nos preguntamos por qué no pueden esperar estos activistas a que
el menor cumpla su mayoría de edad, a partir de la cual es totalmente
libre de aplicarse las medidas que desee, y con total responsabilidad.
Parece que la prisa es de los activistas y de los políticos que la impul-
san. Todas las sociedades, todas las religiones, todas las culturas, y en
todos los tiempos, han protegido a los menores. Es un principio de
Humanidad. Ahora estamos ante un fenómeno inédito e inaudito.
¿Podrá la sociedad española proteger a sus menores de los estragos
que les puede acarrear esta ley? •

Iñaki Viar Echevarría es psicoanalista y psiquiatra.

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