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El gas de efecto invernadero más conocido es el dióxido de carbono (CO2). Este ingresa a la
atmósfera por la quema de combustibles fósiles como el carbón, el gas natural y el petróleo, o
de residuos sólidos y materiales biológicos; además de por ciertas reacciones químicas, como
la producción de cemento.
A pesar de que no se genere tanto metano como CO2, sus efectos en el calentamiento global
son más potentes. Según Oceana, en 100 años, una tonelada de metano podría calentar el
globo 23 veces más que una tonelada de dióxido de carbono. A pesar de que su concentración
en la atmósfera es 200 veces inferior en relación con el dióxido de carbono, el metano
contribuye al calentamiento global en un 15%, según ECODES.
Los Óxidos de nitrógeno (NOx) son gases que se crean por la combustión a altas temperaturas
(por la quema de materia vegetal o por actividad volcánica). La creación de estos gases ha
aumentado a causa de la fabricación de diversos productos industriales y subproductos de
vehículos a motor.
Dentro de los NOx, el óxido nitroso (N2O) es el único que actúa como gas de efecto
invernadero. Este es emitido por las bacterias del suelo, a través de la agricultura y la industria,
el uso de fertilizantes con base de nitrógeno y el tratamiento de los residuos animales.
Además, también se genera por la quema de combustibles fósiles y residuos sólidos, y durante
el tratamiento de aguas residuales.