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Es domingo en la madrugada y me preparo para cumplir con mi labor, como siempre. Llevo
mucho tiempo haciendo este trabajo, no tengo descanso ni tiempo libre. Estoy disponible
las 24 horas de los 365 días del año y muchos no agradecen lo que hago. Pero sigo
haciéndolo con la misma emoción de la primera vez, disfruto darle la bienvenida a las
criaturas y la indiferencia de algunos no le resta importancia a mi arte.
Sé que estaré con cada uno hasta el día de su partida, pero el momento cero es
especial aún más especial que la primera vez que se ama. ¡Sí, así de especial! Estoy
hablando de la primera vez que alguien usa sus pulmones, cuando con pánico abre sus vías
respiratorias, toma una bocanada de aire y lo deja salir acompañado de un llanto
enmudecido, un llanto que alegra los oídos de quien con ansias lo esperaba.
Esta experiencia es a lo que llamo “el primer respiro”, la aventura en la que yo soy
el invitado principal. Mientras viajo a cada espacio de sus pulmones me gusta recordar la
misión que el creador del universo me confió el día de mi creación, en mi mente se repiten
con claridad las dulces palabras que pronunciaron sus labios “debes mantener la vida”. Así
es, mi propósito es proteger la vida.
-Luz Arévalo