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COLECCIÓN CUENTOS CLÁSICOS

“Las alubias maravillosas”


Cuento popular
Adaptación: Eduard José
Ilustraciones: Eulàlia Sariola

© Copyright Parramon Paidotribo—World Rights


Published by Parramon Paidotribo, S.L., Badalona, Spain

ISBN Obra Completa: 84-7712-207-5


ISBN Tomo 35: 84-7712-334-9
ISBN EPUB: 978-84-9910-278-8

lmpreso en España por Sirven Grafic, S.A.


Santander, 62 - 08020 Barcelona
CUENTO POPULAR

Las alubias maravillosas


Ilustración: Eulàlia Sariola
Adaptación: Eduard José
Juan era un chico que vivía con su madre, que se había quedado viuda
pocos años atrás.
Una mañana la única cabra que tenían no dio más leche y como la
situación en casa de Juan era bastante delicada, su madre le dijo:
—Mira, Juan, lleva la cabra al mercado y trata de que te den el mejor
precio posible por ella.
A Juan no le gustó mucho tener que desprenderse de la cabra, ya que se
había hecho amigo del animal, pero la llevó al mercado y allí preguntó a
varias personas:
—¿Le interesa a usted una cabra? No da leche, pero es muy simpática y
fuerte.
Como es lógico, al enterarse de que la cabra no era lechera, los posibles
compradores rechazaban al animal. Pero hubo por fin un campesino que sin
que Juan le ofreciese la cabra, se interesó por ella.
—Me gusta esa cabrita —dijo el campesino—. ¿Por cuánto la vendes,
muchacho?
—Dijo mi madre que debería cobrar el mejor precio por ella —respondió
Juan.
—Pues te voy a pagar mucho más de lo que vale, porque me has caído
simpático —dijo el hombre.
Y acto seguido, dio un puñado de alubias a Juan, asegurando que no eran
semillas vulgares y que podían obrar maravillas. El chico entregó la cabra,
cogió las alubias y se fue canturreando a su casa. Su madre ya le aguardaba
en la puerta.
—¿Has hecho una buena venta, hijo mío? —le preguntó.
—¡Mejor de lo que nunca puedas imaginar! ¡He cambiado la cabra por
estas alubias maravillosas!
—¡Ay, Juan, que te han tomado el pelo! —exclamó la madre—. ¿Cómo
vas a comparar una cabra con media docena de alubias?
Y la pobre mujer, entristecida, tiró las alubias por la ventana, lamentándose
de la poca picardía de su hijo. Esa noche fue muy triste, ya que Juan y su
madre tuvieron que compartir un nabo y una patata, que eran los únicos
alimentos que había en casa.
A la mañana siguiente, nada más levantarse, Juan abrió la ventana y la
sorpresa que se llevó fue mayúscula: ¡las alubias habían germinado, haciendo
crecer una enorme planta, cuyo tronco central subía y subía hacia el cielo, sin
que se viese su final!
—¡Con razón me dijo el campesino que las alubias eran maravillosas! —
dijo Juan, entusiasmado.
Y viendo que las alubias crecían lozanas y frescas a un par de metros de su
cabeza, se encaramó al tronco y empezó a trepar por la planta, subiendo por
las gruesas ramas como si se tratasen de escalones. Sin embargo, bien pronto
se dio cuenta de que cada vez que tendía la mano para coger las vainas, éstas
parecían estar un poco más arriba.
Así fue como, sin apenas darse cuenta, Juan se halló a tan gran altura que
mirando hacia abajo apenas vio su casa. Los pueblos formaban grupitos de
casitas tan minúsculas que parecían viviendas de hormigas.
Juan pensó que ahora no podía retroceder. Necesitaba esa comida para su
madre. O sea que trepó y trepó, hasta que la Tierra no era más que una gran
bola rodeada de un halo azul.
De repente, la planta quedó cortada y todo el espacio apareció envuelto en
nubes. Y lo más raro era que aquellas nubes eran sólidas, se podía pisar sobre
ellas sin hundir los pies. Juan se aventuró a explorar aquel extraño lugar y
estaba dando los primeros pasos cuando una vocecita le llamó.
—¡Eh, muchacho!
Era una viejecita que estaba sentada sobre una pequeña nube. Su aspecto
era tan bondadoso y apacible que Juan no tuvo ningún miedo y se acercó a
ella.
—Hace mucho tiempo que te esperaba —dijo la anciana—. Yo conocí a tu
padre. Era un hombre muy bueno y había amasado una pequeña fortuna, que
pensaba legarte a ti, cuando él faltara. Pero un día llegó un gigante malvado y
le robó ese dinero.
—¿Y dónde está ese gigante? —preguntó Juan, muy enfadado.
—En ese castillo que ves frente a ti —respondió la viejecita, señalando un
grandioso castillo que parecía haber surgido de la nada, entre las nubes—. Ve
y recupera lo que es tuyo. Tendrás que usar tu astucia para engañar a ese
gigante, pero si logras llegar hasta esta planta de alubias, estarás a salvo.

Juan le dio las gracias a la anciana por la información y decidido a


conseguir el tesoro que le pertenecía, en un santiamén se vio delante del
castillo. La puerta estaba abierta y el muchacho se aprovechó de ello,
entrando con cautela.
Las habitaciones tenían techos altísimos y todos los muebles eran tan
grandes que Juan no podía llegar hasta ellos ni siquiera poniéndose de
puntillas. El castillo parecía vacío, pero Juan no se confió. De un momento a
otro, podía regresar el gigante. Ahora, lo que más urgía era encontrar el
tesoro...
Había recorrido tres habitaciones sin resultado, cuando Juan oyó pasos y el
suelo tembló. ¡Ése debía ser el gigante! Buscó un lugar para esconderse y lo
halló en un viejo arcón que a él casi le hubiese servido como vivienda. Se
acurrucó en su interior y aguardó.
—¡Ah, qué felicidad! —tronó la voz del gigante—. ¡Me encanta volver a
casa, para poder contar mi tesoro!
Juan, a través de una rendija del arcón, vio cómo el gigante tomaba un
saquito de monedas y las colocaba sobre la mesa. El oro relució al instante. Y
mientras el espantoso personaje se frotaba las manos de gusto, Juan llevó a
cabo su plan. Cogió un gran botón que encontró junto a él, abrió un poco el
arcón y lanzó el circunstancial proyectil lo más lejos que pudo, haciéndolo
rebotar contra el suelo.
—¿Qué ha sido eso? —gritó el gigante—. ¡Ratones! ¡No me gustan los
ratones! ¡Pueden robar mis monedas!
Y empezó a buscar ratones por la estancia, pero antes tuvo la precaución
de esconder la bolsa del dinero en el arcón donde se acurrucaba Juan. ¡Mejor
no le podían haber ido las cosas al muchacho! Cargó con la bolsa —que para
él era un saco pesadísimo— y se deslizó hacia la salida del castillo, burlando
la presencia del gigante.

Corría cuanto podía entre las nubes, cuando escuchó un grito terrible que
procedía del castillo. ¡El gigante se había dado cuenta del robo! El suelo
volvió a temblar con las estruendosas pisadas del ogro y Juan supo que éste
ya venía a su encuentro. De pronto, la mata de alubias apareció ante sus ojos.
¡Era su salvación! La viejecita seguía sentada en su nube. Sonrió a Juan y le
dijo:
—¡Bravo, muchacho! ¡Ahora baja, baja tan rápido como puedas!
No se lo pensó dos veces el intrépido Juan e inició el descenso. Llevaba
una buena ventaja respecto al gigante, pero vio que su perseguidor descendía
también por el tronco.
El saco con monedas le pesaba horrores y cada vez estaba más cansado.
Hizo un último esfuerzo y por fin tocó tierra firme. Lo siguiente que cabía
hacer era ir en busca de un hacha y...
¡Tlac! ¡Tlac! El hacha manejada por Juan empezó a cortar el tronco de la
planta y cuando ésta se partió, cayendo lentamente, un alarido horroroso se
dejó oír por toda la región, seguido de un golpe tan terrible que pareció como
si la Tierra se hubiese partido en dos. El gigante acababa de caer tras las
colinas, muriendo por el batacazo. La madre de Juan salió de la casa,
alarmada.
—¡Mira, madre! —le mostró el muchacho su tesoro—. ¡Todo es nuestro!
¡Y gracias a esas alubias que ayer tiraste por la ventana!
Juan contó a su madre todo cuanto le había sucedido desde que se
levantara por la mañana y mucho nos tememos que ella no le creyó
demasiado. Sobre todo porque, al volver a mirar aquel tronco de la planta de
las habichuelas, éste se había convertido en una planta normal y corriente,
llena de jugosas y grandes vainas.
Pero como el saco con monedas de oro era una auténtica realidad, madre e
hijo dejaron de padecer privaciones, construyeron una nueva casa, fueron
muy felices y... ¡ah, sí!, ¡el precioso jardín estuvo presidido por la planta de
las alubias, que una vez fueron maravillosas para ayudar a Juan!
Los tomos de esta colección ofrecen los mejores Cuentos Clásicos que la
tradición ha conservado narrados para los niños de hoy con toda su pureza
original.
Una obra encomendada a prestigiosos especialistas de la narrativa infantil y a
los mejores ilustradores españoles, internacionalmente conocidos y
apreciados.
La colección «Cuentos Clásicos» no es una obra pasajera; es una colección
de libros destinada a ocupar un lugar permanente en la biblioteca familiar. Su
calidad garantiza su vigencia.

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