Está en la página 1de 388

ANTONIO CRUZ

Adán y Eva
frente a Darwin
INDICE

Introducción

1. Historia de las ideas evolucionistas.


-El mito de la generación espontánea
-El fijismo o la inmutabilidad de las especies
-Primeros transformistas del siglo XVIII
-Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1774-1829)
-La epigenética como aliada de Lamarck
-Charles Darwin (1809-1882)
-Los pinzones de las Galápagos
-El reto de los fósiles y del ADN a la selección natural
-Gregor J. Mendel (1822-1884) y el origen de la genética
-El neodarwinismo y la teoría sintética de la evolución
-La supuesta ley biogenética de Haeckel
-Los árboles de la vida no coinciden
-El reloj molecular no es de fiar
-Influencias de la geología y la geofísica
-No todas las pruebas biogeográficas avalan el ancestro común
-¿Apoya la ecología al evolucionismo?
-El grave error histórico del darwinismo social
-Sociobiología: ¿ciencia o ideología?
-Los “memes” de Dawkins y la moral
-El misterio de los ácidos nucleicos
-Originalidad de la molécula de ADN
-La teoría cromosómica: lo que Darwin no sabía

2. Dificultades de la teoría de la evolución humana.


-La falsa iconografía de la marcha del progreso
-El fraude del hombre de Piltdown
-El error del hombre de Nebraska
-El caso español del hombre de Orce
-Paleontología humana: ¿azar o finalidad?
-Distintas hipótesis sobre el origen del hombre
1. Hipótesis multirregional
2. Hipótesis “fuera de África”
-Capacidad craneal e inteligencia
-El problema del tiempo

3. La singularidad del Homo sapiens.


-Chimpancés y humanos ¿especies hermanas?
-Restos fósiles de Homo sapiens en Marruecos
-¿Qué antigüedad tiene la especie humana?

4. La genómica comparada y sus implicaciones para los fósiles


-¿Un ADN bueno y otro malo?
-Los pulpos tienen más genes que nosotros
-La epigenética: ¿Darwin o Lamarck?
-Similitudes genéticas entre humanos y chimpancés
-El círculo vicioso de la homología
-Las aves picotean al árbol de Darwin
-¿Qué son órganos homólogos?
-El árbol de Darwin vuelto del revés
-¿Es el cromosoma 2 humano la unión de dos del chimpancé?
-La complejidad del ADN humano
-Los “elementos ultraconservados” contradicen el darwinismo
-Falsos genes no tan falsos
-Hombres, simios y retrovirus
-¿Demuestran los retrovirus nuestra descendencia común con los simios?
-Las ardillas voladoras y la teoría del ancestro común
5. Aspectos genéticos de los orígenes
-¿Demuestra nuestro genoma y el de los simios que tuvimos un mismo
antepasado?
-¿Deberíamos tener ADN inútil?
-Adán y Eva en el planeta de los simios
-¿Fue África la cuna de la humanidad?
-¿Descendemos de una sola pareja o de toda una población?
-Le especie única
-¿Somos también genéticamente únicos?
-¿Progresamos o degeneramos?
-Fe en la selección natural
-Dios no diseña basura
-¿Supervivientes de un cuello de botella?
-Los cromosomas de Adán y Eva
-¿Es la genética enemiga de Adán y Eva?
-La Eva bíblica y la mitocondrial
-El Adán “Y” cromosómico
-¿Son fiables los relojes moleculares?
-Conclusiones genéticas sobre el origen del hombre

6. ¿Pertenecieron Adán y Eva a la especie Homo heidelbergensis?


-¿Qué es un mito?
-¿En qué se asemeja Génesis a los mitos?
-Definición de mito-historia
-El Adán y la Eva de Heidelberg
-Un increíble millón de años

7. Conclusiones trascendentes
-¿Un Dios ateo?
-La singular cosmovisión de Génesis
-El Nuevo Testamento cree en el Génesis
-Adán y Eva bajo la lupa
-La Creación y el huerto del Edén
-Génesis 1 y 2: ¿dos relatos contradictorios?
-Relevancia bíblica de Adán y Eva

Epílogo
Bibliografía

INTRODUCCIÓN

La teoría de la evolución biológica, propuesta por Charles Darwin hace


más de 150 años, podría compararse a un taburete que se apoya sobre tres
patas o soportes. El primero es el hecho en sí de la evolución. Es decir, la
comprobación de que las especies cambian a lo largo del tiempo y que,
además, estarían emparentadas entre sí por descender de antepasados
comunes. El segundo soporte viene constituido por la historia de las
relaciones entre el hipotético ancestro y sus descendientes. En el caso
humano, por ejemplo, determinar el grado de parentesco existente entre
chimpancés, gorilas u orangutanes y el propio hombre sería un ejercicio de
dicha historia biológica que podría contribuir a descubrir las características
del supuesto ancestro común. Otra tarea podría ser también -tal como intenta
hacer la paleontología humana- el correcto ordenamiento de los numerosos
fósiles de simios y humanos del pasado que se han encontrado, en una
filogenia, o desarrollo evolutivo gradual, que condujera ininterrumpidamente
hasta el ser humano. Mientras que el tercer soporte consistiría en averiguar
las causas que determinan el cambio o la evolución. De manera que, hecho,
historia y causa, supondrían los tres sustentos fundamentales del asiento
evolucionista.

En esta obra intentaremos demostrar que semejante taburete no es


suficientemente sólido ni estable como para soportar el peso de la hipótesis
que pretende y que, por tanto, cabe otra posible interpretación de los mismos
hechos conocidos hasta el presente. Después de siglo y medio de
investigaciones evolucionistas, sobre todo en el tema de la evolución humana
así como también en el de la biología evolutiva en general, se ha descubierto
cierta peligrosa carcoma en cada una de estas tres patas.

La primera cuestión es la más básica. Nadie pone en duda el hecho de


que los seres vivos cambian en el tiempo. No obstante, el problema es saber
si dicho cambio es indefinido, general y sin limitaciones (como asume el
neodarwinismo) o bien está limitado dentro de determinados grupos
taxonómicos, como pueden ser los géneros o las familias. Hasta ahora, todas
las evidencias aportadas por las diferentes disciplinas científicas pueden
interpretarse tanto en un sentido como en el otro.
Cuando se dice, por ejemplo, que la evolución ha sido establecida con
un grado de certeza comparable al de otros conceptos científicos, como la
redondez de la Tierra, su rotación alrededor del Sol o la composición
molecular de la materia, se olvida esta matización anterior. Es evidente que
hay evolución en las especies, pero no lo es que ésta sea indefinida.
Extrapolar la microevolución observable a la macroevolución imaginable no
es un ejercicio tan evidente en sí mismo, como la esfericidad terrestre, el
heliocentrismo o la estructura molecular de la materia. El grado de certeza
entre ambos conceptos no es comparable porque uno, al no poder observarse
directamente en la naturaleza por ser un proceso de cambio lento,
supuestamente acaecido a lo largo de millones de años, permite generar
dudas razonables, mientras que el otro no, por estar perfectamente establecido
ya que se ha comprobado de manera directa. Por lo tanto, esta primera pata
referente al hecho mismo de la evolución flaquea o no es tan segura como
generalmente suele creerse. ¿Qué hay de la segunda?

La historia de la evolución está condicionada también por ideas


preconcebidas. Si se asume el principio indemostrado de que las especies se
parecen entre sí por descender del mismo antepasado, se tenderá a encajar los
fósiles descubiertos en series que conduzcan desde dicho antecesor común
hasta los seres vivos actuales. Las múltiples filogenias elaboradas, anuladas,
modificadas con cada nuevo hallazgo y reelaboradas incesantemente hasta el
presente, son un claro indicativo de que esta tarea no resulta fácil y depende
no sólo del material fósil disponible sino también de múltiples concepciones
previas subjetivas. De la misma manera, si se parte de la idea de que la
evolución ocurre dentro de los grupos biológicos principales pero no entre
ellos, se pueden interpretar los hallazgos fósiles humanos, por ejemplo, en
filogenias que evidencian esta separación fundamental entre especies de
simios y diversos grupos humanos. Con lo cual, la segunda pata histórica
queda asimismo alterada.

Por último, los recientes descubrimientos sobre el papel de las


mutaciones y la selección natural en la evolución de las especies rompen la
tercera pata, que tiene que ver con las causas del cambio en los organismos.
A finales del año 2016, se celebró en el Reino Unido una de las reuniones
científicas más prestigiosas del mundo, dentro del ámbito de la biología
evolutiva. En la Royal Society de Londres se trató durante tres días acerca de
las nuevas tendencias en esta área.[1] En realidad, lo que se puso de manifiesto
por parte de los diferentes especialistas que intervinieron -todos partidarios de
la evolución- fueron los graves problemas que presenta hoy la explicación
darwinista, así como el abismo que separa la opinión especializada de los
científicos que discuten tales problemas en foros selectos y la idea
mayoritaria que impera entre los laicos o la gente común. Algo que durante
años han venido denunciando también los partidarios de la creación y del
Diseño inteligente.

Pues bien, el primero de los cinco grandes problemas de la evolución


que se trataron fue el del mecanismo de mutación y selección natural. Se
concluyó que, después de muchos años de estudio, se ha podido comprobar
que tal mecanismo es incapaz de generar la complejidad de los rasgos
anatómicos de las nuevas formas de vida que han ido apareciendo a lo largo
de las eras y, sobre todo, durante las diversas explosiones ocurridas, como la
del Cámbrico. La genética ha puesto de manifiesto que la selección natural no
es una fuerza creativa sino únicamente estabilizadora y preservadora de las
especies biológicas. Sirve para eliminar individuos, poblaciones y especies
deficientes o peor adaptadas a un determinado medio ambiente, pero no crea
información nueva. Por lo que la selección natural de las mutaciones al azar
no puede ser la causa de la maravillosa biodiversidad existente en el mundo.
Los otros cuatro problemas actuales de la evolución que se analizaron en
dicho congreso fueron: el desconocimiento del origen de la información
biológica, las enormes lagunas o discontinuidades que evidencia el registro
fósil, el origen de la información epigenética (o influencia del medio
ambiente sobre la expresión del ADN) y la intuición de diseño universal que
existe en la naturaleza.

El taburete de la evolución, sin ningún sustento sólido, no puede


sostenerse de manera estable, segura y permanente. Quienes insisten en
seguir sentándose sobre él, lo hacen más por creencias y convicciones
personales que por lo que indican los últimos descubrimientos o las
evidencias científicas. Suelen hacerlo tanto científicos agnósticos o ateos
como creyentes. Unos defienden la cosmovisión materialista y suponen que
el Homo sapiens es sólo el producto de la casualidad. En este sentido,
algunos científicos enseñan que el estudio de la evolución humana no
pretende aclarar la aparición de nuestra especie como si se tratase de un
acontecimiento especial sino solamente explicar que el ser humano es una
especie biológica más entre las muchas especies que supuestamente
formarían nuestro linaje, desde que nos separamos, hace unos siete millones
de años, del linaje de los chimpancés.[2] Otros, los evolucionistas teístas,
opinan desde la fe que Dios pudo hacer surgir al ser humano a partir de
simios comparables a los australopitecos.

En este libro, analizaremos aquellos aspectos paleontológicos y


genéticos relacionados con el origen del hombre, desde una perspectiva
diferente a esta concepción evolucionista habitual. Veremos cómo todos los
huesos fósiles descubiertos hasta ahora, desde aquellos que son claramente
humanos hasta los que pertenecieron a determinados simios africanos,
pasando por los famosos Australopithecus, pueden interpretarse
perfectamente desde la idea de la creación y de un designio divino
inteligente. La creencia tradicional en un Adán y una Eva reales no queda
impedida por la ciencia contemporánea, como algunos piensan. Si esto es así,
la aparición del ser humano en el mundo no es un proceso vulgar y azaroso
de la naturaleza sino algo especial y extraordinario con implicaciones éticas
determinantes para toda persona. Las imágenes, dibujos y esquemas que
acompañan la presente obra son en su gran mayoría del propio autor.

Terrassa, enero de 2022


1. Historia de las ideas evolucionistas

Los griegos fueron uno de los primeros pueblos en interesarse por


buscar una explicación natural del origen del mundo y la vida sin apelar a las
divinidades. En la obra poética de Anaximandro (610–545 a.C.), quien creía
que la materia del mundo era eterna, infinita y siempre había estado
cambiando y originando organismos, se afirma que los seres vivos proceden
del agua y el hombre habría surgido a partir de algún otro animal inferior. En
su obra, Aecio, escribe: “Los primeros seres vivos nacieron del agua y
estaban cubiertos de una corteza espinosa; en una fase más avanzada se
trasladaron a terreno seco y al caérseles la corteza cambiaron en poco tiempo
su forma de vida. (…) El hombre, al principio, parecía otro animal,
concretamente un pez.”[3] Es evidente que se insinúan aquí ideas
evolucionistas, miles de años antes de que Darwin y otros las retomaran en el
siglo XIX.
El pez cirujano cebra (Acanthurus sohal) es muy abundante en los arrecifes coralinos del Mar Rojo y la
península arábiga. Alcanza los 40 cm de longitud y se le puede ver casi en la orilla a escasa
profundidad, alimentándose de algas. El pensador griego Anaximandro creía ya, seis siglo antes de
Cristo, que los seres humanos descendían de los peces.

El mito de la generación espontánea

La creencia en la generación espontánea de la vida, o en que ciertos


animales podrían surgir directamente a partir de la materia inerte, es también
casi tan antigua como el propio ser humano. Tres siglo antes de Cristo,
Aristóteles (384-322 a.C.) se refirió a ciertos insectos que “no son en manera
alguna engendrados a partir de animal alguno, sino a partir de líquidos en
putrefacción (en algunos casos, a partir de sólidos); ejemplos de éstos son las
pulgas, las moscas y las cantáridas”.[4] Muchos siglos después, durante el
XVII y XVIII después de Cristo, científicos como el italiano Francesco Redi
(1626-1697) demostraron que las larvas que se observaban durante la
putrefacción de la carne se formaban a partir de huevos depositados
anteriormente por moscas y no por generación espontánea, como se creía
hasta entonces. Un siglo más tarde, otro naturalista italiano, Lazzaro
Spallanzani (1729-1799), demostró también que los minúsculos animálculos
que se formaban en las infusiones (llamados por eso “infusorios”) se
originaban en realidad a partir de progenitores semejantes a ellos y no por
generación espontánea de la materia. No obstante, tales ideas no
desaparecieron del todo hasta el siglo XIX, gracias a que el químico y
bacteriólogo francés, Louis Pasteur (1822-1895), demostró lo mismo en
relación a las bacterias.[5]

Hasta el siglo XIX prevaleció la creencia en la generación espontánea de la vida. Se pensaba que las
moscas y otros insectos se originaban directamente a partir de la materia en descomposición. Sin
embargo, los experimentos de Louis Pasteur y otros naturalistas anteriores a él demostraron
definitivamente que esto no era así. En la imagen, ejemplar de mosca, Hemipenthes morio,
alimentándose sobre una flor de Cistus.

La teoría de la generación espontánea de la vida quedó así refutada


gracias a los experimentos de Pasteur y, por tanto, el problema del origen de
la vida en la Tierra quedó relegado durante medio siglo hasta que el
darwinismo volvió a ponerlo de moda, pero lo hizo cambiándole el nombre.
En vez de “generación espontánea” se creó el término “biopoyesis”, que
significa literalmente “paso de lo inorgánico a lo orgánico”. Lo que se
pretendía era indicar que, aunque hoy ningún ser vivo se origina por
generación espontánea, al principio, durante la supuesta evolución lenta de la
materia orgánica a partir de la inorgánica (evolución química), debió darse
dicha transformación hasta que aparecieron las primeras células. Los
experimentos de Alexandr I. Oparin (1894-1980), John B. S. Haldane (1892-
1964) y otros contribuyeron a proporcionar un marco teórico y los estudios
sobre el origen de la vida se actualizaron. Sin embargo, a pesar de los
numerosos esfuerzos realizados hasta el presente, la hipótesis evolucionista
de la biopoyesis se enfrenta a numerosos inconvenientes lógicos y químicos
que hasta hoy no han sido convenientemente resueltos.[6]

Cuando Grecia fue conquistada por Roma, la cultura helena fue


también asimilada por el Imperio romano. Y así, en la obra de otro antiguo
poeta y filósofo romano, Tito Lucrecio Caro (99-55 a.C.), pueden observarse
ideas evolucionistas como la lucha por la vida y la supervivencia del más
apto, tomadas a su vez de otros filósofos presocráticos anteriores a él. En su
De rerum natura (De la naturaleza de las cosas), Lucrecio escribe: “Y
entonces fue preciso que perecieran muchas especies, y que no pudiesen
reproducirse y propagar su vida; porque los animales existentes que ves
ahora, sólo se conservan o por la astucia, o la fuerza, o la ligereza de que
ellos al nacer fueron dotados.”[7]

En cuanto al origen del ser humano, Lucrecio considera que, como el


resto de las especies, habría surgido de la propia Tierra de manera natural: “Y
la Tierra aun entonces se esforzaba por sacar animales de figura y de
disposición extraordinaria.”[8] Los humanos primitivos “el uso no sabían aún
del fuego, ni el de las pieles, ni cubrirse el cuerpo con despojos de fieras;
antes se iban a los bosques (…) metiendo entre hojarasca sus miembros
asquerosos, (…) ni leyes ni morales relaciones entre sí establecer ellos
sabían.”[9] Y, “cuando por fin, supieron hacer chozas, y de pieles y fuego
hicieron uso, cuando la mujer y el hombre aparte se fueron a vivir en
compañía, (…) entonces empezó la especie humana.”[10] Lucrecio se refiere
incluso al origen del lenguaje como un don otorgado al hombre por la
Naturaleza. Con lo cual, ésta adopta connotaciones de inteligencia: “Enseñó
al hombre la Naturaleza las varias inflexiones de la lengua, y la necesidad
nombró las cosas. (…) Pues si las diferentes sensaciones al animal obligan,
siendo mudo, a proferir sonidos diferentes, ¿cuánto más natural es que haya
el hombre podido designar diversas cosas entonces con sonidos
peculiares?”[11] No cabe duda de que la teoría darwinista del siglo XIX hunde
sus raíces en este antiguo suelo naturalista del mundo clásico.

Diorama del American Museum of Natural History de Nueva York que representa una pareja de
supuestos prehomínidos. Esta concepción transformista del ser humano la sostenía ya el filósofo
romano Lucrecio, miles de años antes de Darwin.

El fijismo o la inmutabilidad de las especies

Durante los primeros siglos de la era cristiana, se aceptó


mayoritariamente que el origen de los seres vivos se había producido, tal
como afirma la Biblia, gracias a la acción de un Dios creador. La idea fijista o
de inmutabilidad de las especies, que aparentemente se desprende de ciertos
versículos del libro de Génesis, influyó para que muchos creyeran que Dios
creó al principio todas las especies animales y vegetales, tal como son en la
actualidad. Textos como el siguiente: “E hizo Dios animales de la tierra
según su especie, y ganado según su especie, y todo animal que se arrastra
sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno” (Gn. 1:25), fueron
interpretados según la hipótesis del fijismo que negaba la variabilidad de las
especies a lo largo del tiempo.

Sin embargo, algunos de los llamados Padres de la Iglesia, como


Gregorio de Nisa (335-394) y Agustín de Hipona (354-430) creyeron que esta
no era la única manera de entender el relato de Génesis y sostuvieron la
creencia de que el texto inspirado no afirmaba que todas las especies
biológicas hubieran sido creadas por Dios tal y como son ahora, sino que
posiblemente algunas podían haber cambiado de aspecto durante los tiempos
históricos, desde que fueron creadas por Dios.[12] De hecho, las distintas razas
o variedades de animales y plantas, obtenidas por medio de cruces selectivos
(selección artificial) por ganaderos y agricultores, evidenciaban precisamente
dicho poder transformador de las especies.

Gregorio de Nisa creía que Dios había creado el mundo en dos etapas
fundamentales. La primera, por fiat (del latín, “hágase” o “sea hecho”),
instantáneamente a partir de la nada; mientras que la segunda habría sido
gradual a lo largo del tiempo. En esta última etapa, el universo se habría ido
transformando lentamente hasta convertirse en lo que conocemos
actualmente. Agustín de Hipona, por su parte, escribió: “Ningún ser vivo hay
que no venga de Dios, porque Él es, de cierto, la suma vida, la fuente misma
de la vida.”[13] Y también: “todo lo formado, en cuanto está formado, y todo
lo que no está formado, en cuanto es formable, halla su fundamento en
Dios.”[14] En relación a la creación, Agustín mantiene un diálogo figurado con
el Creador y le dice: “sólo creas por la palabra; y, sin embargo, las cosas que
creas con tu palabra no reciben el ser todas a la vez, ni desde toda la
eternidad.”[15]

Sobre el orden universal de la creación, escribe: “Cuando cada uno de


estos seres (terrestres) está en el puesto que le corresponde, y gracias a la
muerte de unos pueden nacer otros; cuando los más débiles sucumben ante
los más fuertes, contribuyendo los vencidos a perfeccionar a los vencedores,
se da entonces el orden de los seres transitorios.”[16] Finalmente, en relación al
hecho de que todas las criaturas son como un canto de alabanza al Creador,
Agustín dice: “Las que no han recibido un ser estable sufren una mutación a
mejor o peor, según las circunstancias cambiantes de las cosas, sujetas a la
ley que les fijó el Creador.”[17] De todas estas reflexiones, se desprende la
idea agustiniana de que muchas especies de animales y plantas no fueron
creadas directamente por Dios, sino que estaban en potencia en los tipos
básicos originales. De manera que aparecerían tiempo después como
resultado de procesos naturales secundarios.

Durante la Edad Media, la ciencia y la cultura disminuyeron


notablemente a lo largo de varios siglos en la Europa occidental. El
conocimiento científico, teológico y humanístico se refugió en los
monasterios ya que las universidades no empezaron a funcionar hasta el siglo
XIII. La creencia en que los organismos originalmente creados pudieran
cambiar de manera natural a través del tiempo no fue desarrollada por el
cristianismo medieval. No obstante, algunos teólogos católicos como Alberto
Magno (1200-1280) y su discípulo Tomás de Aquino (1224-1274) tuvieron
en cuenta tal posibilidad e incluso llegaron a manifestar que la generación
espontánea de la vida no era incompatible con la fe cristiana. Hoy sabemos
que no existe generación espontánea de seres vivos sino que en el presente
todo ser vivo procede de otro ser vivo y que toda célula viene siempre de otra
célula anterior a ella. Sin embargo, en aquella época, estos dos teólogos no
veían imposible que Dios pudiera crear todavía organismos directamente a
partir de la materia.

Primeros transformistas del siglo XVIII

La influencia de la Ilustración francesa y de su obra fundamental la


“Enciclopedia” (Encyclopédie ou dictionnarie raisonné des sciences, des arts
et des métiers) se dejó sentir con fuerza en la reaparición del transformismo.
El clima intelectual de la época favorecía la idea optimista de progreso que
concebía al hombre como un ser perfectible, capaz de progresar
indefinidamente en todas las áreas. Esta Enciclopedia fue creada entre los
años 1751 y 1765, por Diderot y D’Alembert, con el fin de contener todo el
saber de la época pero desde una perspectiva laicista. Resultaba evidente que
lo que pretendía ser una completa biblioteca de instrucción pública se
convirtió en un órgano de propaganda antirreligiosa. En los diecisiete tomos
que constituyen la obra se trata acerca de cuestiones históricas, científicas,
morales y prácticas pero siempre desde una perspectiva racionalista que
rechaza el teísmo, la revelación bíblica y cualquier posible interpretación
sobrenatural del origen del universo y la vida. En esta gran obra, que marcó
no sólo una época sino también los siglos posteriores, colaboraron pensadores
como Voltaire, Montesquieu, Buffon, Rousseau, Diderot, etc.

En este ambiente del llamado Siglo de las Luces, se publicó un libro


clandestino del diplomático, geólogo y naturalista, Benoît de Maillet (1656-
1738), titulado Telliamed (que era el nombre de su autor al revés), en el que
se presentaba una historia de la Tierra mucho más dilatada de lo que hasta
entonces se pensaba y que influyó posteriormente en autores transformistas
como Lamarck y Darwin. De Maillet afirmaba en su obra que los seres vivos
habrían aparecido en el mar por medio de una especie de pangénesis. Es
decir, por la agregación o fusión de minúsculas gémulas o simientes que
llenan las aguas. Posteriormente, algunos animales marinos habrían
abandonado las aguas transformándose súbitamente en terrestres y así, de esta
manera, ciertos peces se habrían convertido en aves.[18]

La ocurrencia de Benoît de Maillet (1656-1738) de que algunos peces se habrían transformado en aves,
podía sustentarse aparentemente en el comportamiento de ciertas aves acuáticas como los cormoranes
que eran capaces de bucear, nadar y volar.

No obstante, otro naturalista de esa misma época, como Georges-Louis


Leclerc de Buffon (1707-1788), llamado vulgarmente el Conde de Buffon,
que tuvo una gran influencia en el ámbito de las ciencias naturales ya que
escribió una extensa Historia Natural de más de cuarenta volúmenes, no se
decantó abiertamente por las ideas evolucionistas. Aunque aceptaba que todo
en el cosmos cambia y puede degenerar, fue partidario de la constancia de la
especies o estirpes principales, dentro de las cuales los organismos podían
cambiar. En el tomo 14 de su Histoire Naturelle, se refiere a las
transformaciones experimentadas por los animales domésticos (cuadrúpedos),
debido sobre todo a la influencia humana, y escribe: “las doscientas especies,
cuya historia natural hemos estudiado, pueden reducirse a un número bastante
pequeño de familias o estirpes principales, de las cuales no es imposible que
todos los otros hayan salido.”[19] Aquí parece decantarse por una evolución
restringida (o microevolución) dentro del ámbito del tipo básico.

También el matemático francés, Pierre-Louis Moreau de Maupertuis


(1698-1759), contribuyó en el área de las ciencias naturales con su obra
Système de la Nature (1754), en la que se refiere a las mutaciones o cambios
bruscos en los seres vivos y esboza ligeramente el principio de la selección
natural de las especies. De alguna manera sus ideas transformistas se
adelantan al mutacionismo posterior. Es decir, los cambios en los animales y
vegetales no serían graduales sino discontinuos y la naturaleza eliminaría a
los individuos defectuosos. De la misma manera, Denis Diderot (1713-1784),
en su libro Pensées sur l’interprétation de la Nature (1753), recoge ciertas
ideas evolucionistas de sus contemporáneos.

El propio abuelo de Darwin ya tenía también ideas transformistas. El


médico inglés Erasmus Darwin (1731-1802), que fue además naturalista y
filósofo, escribió un extenso libro titulado, Zoonomia, or the laws of organic
life (1796), en el que abordaba ciertos problemas relacionados con la
evolución como los órganos rudimentarios en los animales, el mimetismo, la
lucha por la vida, declarándose partidario de la herencia de los caracteres
adquiridos como Lamarck. Su idea sobre el origen de los seres vivos se
basaba también en unos hipotéticos filamentos vivientes que habrían surgido
por generación espontánea.

Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1774-1829)

Las ideas evolucionistas volvieron a reaparecer con fuerza a finales del


siglo XVIII y sobre todo durante el XIX. La primera teoría general de la
evolución se debe al naturalista francés Jean-Baptiste Pierre Antoine de
Monet, caballero de Lamarck. Se podría decir que así como a Darwin casi
todo le fue bien en la vida, a Lamarck casi todo le fue mal y sus ideas
transformistas fueron ignoradas durante cincuenta años, hasta la aparición de
la obra de Darwin, que impuso la nueva hipótesis de la selección natural.
Lamarck nació en Bazentin, al norte de Francia, en el seno de una familia
noble de tradición militar. Fue el undécimo hijo de Philippe de Monet,
comandante del castillo de Dinan, quien a pesar de su origen no tuvo
demasiados recursos para mantener a tan numerosa familia. Empezó sus
estudios eclesiásticos en un seminario regentado por jesuitas pero, a la muerte
del padre, el joven Lamarck con tan sólo 16 años cambió la Biblia por el
sable y se hizo militar.

Después de lesionarse gravemente en Mónaco, estuvo convaleciente


durante más de un año en París y allí tuvo tiempo para reflexionar acerca de
lo que verdaderamente le gustaba. Leyó muchos libros, decantándose por el
estudio de las plantas y por la meteorología. Posteriormente abandonó la vida
militar e ingresó en la facultad de Medicina, sufragando sus estudios con el
sueldo que obtenía como banquero. Pocos años después abandonaría también
la medicina por la botánica, que era lo que realmente le gustaba, y en 1778
publicó su primera obra, Flora francesa, que fue todo un éxito y sirvió para
que le nombraran botánico real. A propuesta de Buffon, fue nombrado
miembro de la Academia de Ciencias y se le ofreció un sueldo de mil francos
por conservar los herbarios del Gabinete Real.
Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1774-1829)

En 1793, se le ofreció a Lamarck la cátedra de invertebrados que


ningún profesor deseaba ya que los pequeños “animales de sangre blanca”[20],
como se les llamaba entonces, no gozaban de mucho aprecio incluso entre los
propios zoólogos. Insectos, arañas, cangrejos, gusanos, pólipos, etc.,
constituían un grupo muy complejo y numeroso (unas 135.000 especies
conocidas en la época ante las diez mil que constituían a todos los
vertebrados). Sin embargo, como escribe Andrés Galera en la introducción a
la reciente traducción de la principal obra de Lamarck, Filosofía zoológica:
“Lamarck supo ordenar el caos: separó los crustáceos de los insectos, definió
los arácnidos, distinguió los anélidos entre los gusanos, diferenció los
equinodermos de los pólipos; y, fundamentalmente, tuvo la inteligencia, la
intuición, el acierto, de llamarlos animales sin vértebras. El reino animal
quedó dividido en dos grupos universalmente aceptados: vertebrados e
invertebrados.”[21] Lamarck continuó trabajando en el Museo Nacional de
Historia Natural de París hasta su fallecimiento en 1829. Los últimos años de
su vida fueron tristes ya que había visto morir a tres esposas y a varios de sus
ocho hijos. Las penurias económicas le obligaron a vender su biblioteca, los
herbarios y todas las colecciones de animales para poder comer. Murió ciego
y en la miseria a los 85 años y tuvo que ser inhumado en una fosa común del
cementerio de Montparnasse en París. Sus méritos científicos no fueron
suficientemente reconocidos durante su vida y tampoco, después de morir, se
le tuvo en cuenta ya que el darwinismo le relegó siempre a un papel
secundario.

Aunque se ha señalado que como botánico Lamarck fue fijista[22] al


principio, ya que aceptaba las ideas de Linneo de que las especies eran
estables y sólo podían aparecer nuevas formas vegetales por hibridación, lo
cierto es que el estudio del reino animal le proporcionó argumentos
suficientes para volverse completamente evolucionista. El pensamiento
lamarckiano supone, como el de Darwin, que la naturaleza ha producido
gradual y lentamente, a lo largo de las eras geológicas, a todos los seres vivos
del planeta. En Filosofía zoológica escribe: “Dado que, cuando nos
remontamos en la escala animal, desde los animales más imperfectos hasta
los más perfectos, la organización (…) se complica gradualmente (…) de una
forma extremadamente notable, ¿no debería concluir yo que la naturaleza
habría producido sucesivamente los diferentes cuerpos dotados de vida,
procediendo desde el más simple hacia el más compuesto?”[23]

Este cambio sucesivo se originaría a un impulso natural que actúa hasta


el presente, capaz de formar organismos muy simples directamente a partir de
la materia. Lamarck creía, como muchos de sus contemporáneos, en la
generación espontánea de la vida: “la naturaleza ha comenzado y comienza
todos los días por formar los cuerpos de organización más sencilla y que
directamente solo forma estos primeros bocetos de la organización, lo que
hemos designado mediante la expresión generación espontánea.”[24] Una vez
formados dichos supuestos esbozos animales y vegetales, directamente en los
ambientes adecuados, poco a poco éstos irían progresando en organización y
complejidad hasta dar la lugar a la biodiversidad actual. Por tanto, todas las
especies biológicas se habrían originado gradualmente, unas a partir de otras
que les precedieron en el tiempo y, aunque aparenten ser constantes desde la
perspectiva temporal humana, no lo son en absoluto.

Para Lamarck, el motor de este cambio continuo de las especies sería el


uso o desuso frecuente de los órganos que tiende a modificarlos y la
heredabilidad de las modificaciones así obtenidas. Es decir, lo que
posteriormente se resumió como “la función crea el órgano” y “la herencia de
los caracteres adquiridos”. En todo ser vivo el empleo frecuente de cualquier
órgano de su cuerpo lo va desarrollado poco a poco porque los fluidos
orgánicos se mueven más rápidamente, mientras que el desuso lo debilita
lentamente hasta hacerlo desaparecer, precisamente porque los fluidos se
paralizan. Estas ganancias o pérdidas de órganos se deberían sobre todo a las
circunstancias particulares de cada medio ambiente y supuestamente pasarían
de padres a hijos, siempre que los cambios hubieran sido adquiridos por
ambos sexos. Tales serían las dos leyes de la naturaleza propuestas por
Lamarck.[25]

Con el fin de aportar ejemplos concretos que confirmen sus dos leyes
teóricas, se refiere a la degeneración o pérdida de los dientes en las ballenas y
en los osos hormigueros; la disminución o desaparición de los ojos en topos y
otros animales cavernícolas (troglobios) como el proteo (Proteus anguinus);
la pérdida de extremidades en las serpientes; el desarrollo de membranas
interdigitales en las patas de las aves acuáticas como los patos o, en fin, el
alargamiento del cuello y las patas en las aves de ribera como las garzas.[26]

Sin embargo, el ejemplo por excelencia propuesto por Lamarck para


justificar su teoría y que ha pasado a todos los libros de texto de ciencias
naturales es, sin duda, el alargamiento del cuello de las jirafas. Refiriéndose a
estos enormes mamíferos africanos, escribe: “Sabemos que este animal, el
mamífero más grande, habita en el interior de África y vive en lugares donde
la tierra, casi siempre árida y sin pasto, le obliga a pacer el follaje de los
árboles y esforzarse continuamente por alcanzarlo. De este hábito sostenido
por mucho tiempo resulta que, en todos los individuos de su raza, las patas de
delante se han vuelto más largas que las de detrás, que su cuello se ha
alargado muchísimo y así la jirafa, sin levantarse sobre las patas traseras, alza
su cabeza y alcanza casi los seis metros de altura.”[27] Típico ejemplo de que
la función crea el órgano y esto se transmitiría a la descendencia.

No obstante, estos mismos libros escolares que ilustran el


lamarckismo por medio de dibujos de jirafas estirando sus crecientes cuellos
para alcanzar las mejores hojas de las acacias, terminan diciendo que gracias
a los conocimientos actuales sobre genética, la teoría de Lamarck es
incorrecta ya que los caracteres adquiridos no se transmiten a la descendencia
pues sólo se puede heredar aquello que está inscrito en los genes del ADN y
los cambios físicos o fisiológicos logrados en una generación no lo están. Por
ejemplo, el desarrollo muscular de una pareja de deportistas no se transmite a
sus hijos.

Lamarck creía que el esfuerzo continuado de las jirafas por alargar el cuello para alcanzar las hojas de
los árboles era la causa de dicho estiramiento singular que se habría ido transmitiendo de generación en
generación. Sin embargo, según la genética, sólo se puede heredar aquello que ya está inscrito en los
genes del ADN.

Medio siglo después, Darwin explicaría dicho cambio de otra manera.


Él creía que en una población de jirafas no todos los individuos tienen la
misma altura. Unos poseen las patas y el cuello algo más largos que otros. Si
las condiciones del medio cambiaban, por ejemplo, durante largos períodos
de sequía, las jirafas que tuvieran el cuello y las patas un poco más largas
tendrían ventaja sobre las otras ya que alcanzarían las hojas inaccesibles a
éstas. De manera que al ser un poco más altas tendrían mayores
probabilidades de sobrevivir y reproducirse en las épocas desfavorables,
mientras que el resto moriría de hambre sin dejar descendencia. Después de
muchas generaciones, los eventuales períodos largos de sequía irían
seleccionando de manera continua y gradual a las jirafas hasta que los
ejemplares con patas y cuellos más largos fuesen los más abundantes en la
población. Esta “selección natural” sería pues la respuesta darwinista frente a
la lamarckista de que “la función crea el órgano”. Lo que Darwin tampoco
pudo explicar en su tiempo fue cómo se originaba esa variabilidad dentro de
las especies sobre la cual actuaba la selección natural. Más tarde, el
neodarwinismo asumió que la fuente de la variabilidad eran las mutaciones al
azar y la reproducción sexual.

En cuanto al origen del hombre, Lamarck dice que desde el punto de


vista físico puede proceder de una raza de cuadrúmanos superiores que habría
dominado a las demás, adquiriendo la posición bípeda en función de un
cambio de costumbres: “si una raza cualquiera de cuadrúmanos, (…) por la
necesidad de las circunstancias o por cualquier otra causa, perdiera la
costumbre de trepar sobre los árboles y de aferrarse a las ramas para colgarse
de ellas con los pies y con las manos; y si los individuos de esta raza, durante
una serie de generaciones, se vieran obligados a no usar los pies más que para
caminar y dejaran de utilizar sus manos como si fueran pies, es indudable
que, (…) estos cuadrúmanos se transformarían finalmente en bímanos y que,
como los pulgares de sus pies dejarían de estar separados de los dedos, estos
pies no les servirían más que para caminar.”[28]

Incluso se refiere al origen del lenguaje diciendo que: “el ejercicio


habitual de su gaznate, de su lengua y de sus labios para articular los sonidos
habría desarrollado notablemente esta facultad”[29] de hablar. No obstante, en
esa misma página, Lamarck termina la primera parte de su Filosofía
zoológica con estas palabras que parecen contemplar la posibilidad de que el
ser humano tenga un origen diferente al del resto de los animales: “Tales
serían las reflexiones que podríamos hacer si el hombre, aquí considerado
como la raza predominante en cuestión, no se distinguiera de los animales
más que por los caracteres de su organización y si su origen no fuera
diferente del de los demás.”

Lamarck creía en el Dios creador del deísmo, que habría hecho el


mundo mediante la evolución de todos los seres vivos, pero sin intervenir en
los asuntos humanos. Refiriéndose al Autor supremo de todas las cosas,
escribe: “Sin duda habría que ser temerario o, mejor dicho, absolutamente
insensato, para pretender asignar límites a la potencia del Autor primero de
todas la cosas pero (…) nadie podría atreverse a decir que esta potencia
infinita no haya querido lo que la naturaleza misma nos muestra que ha
querido. (…) ¿no debo reconocer en este poder de la naturaleza, es decir, en
el orden de las cosas que existen, la ejecución de la voluntad de su Autor
sublime, que ha podido querer que ella tenga esta facultad?”[30] Hoy diríamos
que Lamarck fue un evolucionista deísta.

Las reacciones contrarias al transformismo de Lamarck no se hicieron


esperar. Apenas transcurridos cuatro años de la publicación de Filosofía
zoológica, el respetado botánico suizo Augustin Pyrame de Candolle
manifestaba en su Teoría elemental de la botánica (1813) que atribuir las
formas de los seres vivos a sus hábitos era una hipótesis absurda. Para el
filósofo alemán Friedrich Hegel, aunque no se refirió directamente a
Lamarck, la idea de una naturaleza cambiante, inconstante e incierta que
evoluciona sin rumbo fijo era una estrambótica ocurrencia y así lo manifestó
en su Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1830).

El paleontólogo y gran impulsor de la anatomía comparada, Georges


Cuvier, uno de los principales biólogos franceses de la época, también se
opuso radicalmente a las ideas transformistas de Lamarck. En la obra
Discurso sobre las revoluciones de la superficie del globo (1825), defendía
su teoría de las catástrofes que aseguraba que las múltiples subidas y bajadas
del nivel de los mares no habían sido lentas y graduales como proponía el
transformismo sino repentinas o catastróficas, tal como evidenciaban los
numerosos fósiles hallados.[31] Según Cuvier, en el pasado hubo especies
diferentes a las actuales que se mantuvieron sin cambios durante mucho
tiempo y que posteriormente se extinguieron de repente a causa de algún
cataclismo natural. Una vez desaparecidas dichas especies, fueron sustituidas
por otras diferentes procedentes de otros lugares del planeta donde no había
afectado el cataclismo. Estos fenómenos catastróficos se habrían dado
periódicamente y el último de los cuales debió corresponder con el diluvio
universal del que habla la Biblia.
También el reverendo escocés John Fleming, miembro de la Royal
Society de Edimburgo y que además era botánico, zoólogo y geólogo, se
opuso a la teoría lamarckista en su libro Filosofía de la zoología (1822).
Incluso el famoso geólogo inglés, Charles Lyell, cuyas ideas inspirarían
posteriormente a Darwin, quedó perplejo al principio con la teoría del señor
Lamarck. En la reciente introducción a Filosofía zoológica se dice que: “La
teoría lamarckiana de la transmutación representó para Lyell una
complicación singular porque si conceptualmente la idea contravenía sus
principios, metodológicamente la hipótesis representaba el postulado
fundamental de su esquema geológico: explicar los fenómenos mediante
causas naturales. Lamarck fue quien reveló la idea evolutiva a Lyell mucho
antes que Darwin.”[32]

De la misma manera, el filósofo Augusto Comte, en el tercer volumen


de su Curso de filosofía positiva (1838), se refería a la teoría de Lamarck
diciendo que representaba un problema contra el método natural y el orden
jerárquico ya que cuestionaba la realidad de los individuos. Era, por tanto,
una hipótesis ingeniosa pero falsa porque negaba la perpetuación hereditaria
de los caracteres permanentes propios del grupo. Así mismo, el paleontólogo
y geólogo suizo Louis Agassiz, que era antievolucionista, se refirió a
Lamarck en su obra Un ensayo sobre la clasificación (1859) para ponerlo
como ejemplo de defensor del transformismo de las especies. Y, en fin, todas
estas opiniones contrarias de científicos relevantes del momento
contribuyeron a que las ideas evolucionistas de Lamarck permanecieran
arrinconadas durante cinco décadas, hasta la aparición de El origen de las
especies (1859) de Darwin, donde se apuntaba a la selección natural como
fuente del cambio biológico.

Es verdad que la obra de Lamarck era muy especulativa y contenía


numerosos errores. Las observaciones del mundo natural que puso como
ejemplo de transformismo no fueron muy numerosas y las conclusiones que
sacó de ellas eran poco convincentes. Tenía fama entre sus colegas de ser un
naturalista muy bueno para la sistemática de plantas y animales pero también
de ser un teorizante al que no había que hacer demasiado caso. En contra de
lo que ya pensaban los físicos de su época, creía erróneamente que el sonido
no se transmite por el aire: “Es un error certificado por cantidad de hechos
conocidos, que demuestran que es imposible que el aire penetre por todas
partes o que la materia que produce el sonido penetre realmente.”[33] También
se equivocó en cuestiones químicas, atacando a reputados científicos como
Lavoisier, negando la participación del oxígeno en la combustión de los
materiales y defendiendo la superada “teoría del flogisto” de 1667, que
suponía que los cuerpos ardían porque contenían una sustancia especial (el
flogisto) que se perdía con la combustión. Durante la primera década del siglo
XIX, publicó una serie de almanaques en los que hacía predicciones
meteorológicas que resultaron equivocadas y perjudicaron su reputación
como científico. Se dice que en una audiencia mantenida con Napoleón, éste
rechazó un ejemplar de su libro Filosofía zoológica, al descubrir que
Lamarck era el autor de los famosos almanaques erróneos.[34]

Sin embargo, en la actualidad, después de dos siglos desde su


aparición, las ideas lamarckistas acerca de la influencia del ambiente sobre
las especies vuelven a estar de moda, gracias a los últimos descubrimientos
de la epigenética. Tal como indica Daniel Heredia: “la herencia de caracteres
adquiridos y el papel activo de los organismos en su evolución, que se creían
superados por el desarrollo de la genética clásica y de la moderna síntesis
neodarwinista, toman ahora un nuevo sentido bajo el paradigma de la
epigenética y de la llamada “herencia blanda”.”[35]

La epigenética como aliada de Lamarck

Por epigenética se entiende el conjunto de reacciones químicas y


demás procesos que modifican la actividad del ADN pero sin alterar su
secuencia. Ciertos cambios del medioambiente pueden alterar la biología de
los seres vivos y transmitirla a las generaciones siguientes, sin cambiar la
información del propio ADN. Aquí Lamark hubiera dado saltos de alegría ya
que sus teorías, que eran opuestas a las de Darwin, decían que el ambiente
podía modificar el aspecto de los seres vivos. Tal como se ha señalado, los
esfuerzos de las jirafas por alcanzar las hojas más tiernas y elevadas de las
acacias hacían que sus hijos nacieran con el cuello un poco más alargado y
esto se transmitía a los descendientes. De esa forma, un animal con el cuello
corto como el de un caballo podría evolucionar hasta originar a las jirafas de
cuello largo. Darwin, por su parte, decía que esto no podía ser así porque lo
que se transmitía de generación en generación eran los genes y no las
modificaciones fisiológicas adquiridas por los individuos en una generación.
De padres muy musculados por haber practicado ejercicios culturistas no
nacen bebés musculosos. Por mucho que se les corte la cola a los ratones,
durante varias generaciones sucesivas, nunca se obtendrán ratones sin cola.
Hasta ahora, los argumentos darwinistas imperaban sobre los lamarkistas. Sin
embargo, la epigenética vuelve a darle parcialmente la razón al señor
Lamark.

El genoma de los seres vivos podría compararse a una partitura


musical que, en función del ambiente, puede dar lugar a versiones diferentes.
Según sea el director, la orquesta, la calidad de los instrumentos, la habilidad
de los músicos, la acústica del local, etc., puede sonar de una manera o de
otra. Tomemos un ejemplo más dramático: el hambre en los campos nazis. Se
han hecho estudios con los descendientes de las personas que sobrevivieron a
los campos nazis y se ha podido comprobar que los nietos de estos hombres y
mujeres que pasaron hambre y muchas más penalidades, cuando nacieron
tenían un peso inferior al de los demás niños, cuyos abuelos no estuvieron en
dichos campos. ¿Cómo es posible esto? La única explicación lógica es que
las condiciones de vida influyen en la expresión de los genes, permitiendo
que unos se manifiesten, silenciando la información de otros y haciendo que
tales cambios genéticos pasen a la descendencia.

Otro ejemplo podría ser el de los gemelos univitelinos. Si a uno de


estos hermanos gemelos se le lleva a vivir a un país nórdico y toda su vida
transcurre en unas condiciones ambientales determinadas, nutriéndose de un
determinado tipo de alimento, respirando un aire más o menos contaminado,
con un cierto grado de estrés laboral, practicando o no ejercicio físico, etc.,
mientras que el otro hermano se cría en un país tropical con una
características ambientales totalmente diferentes, es muy posible que, a pesar
de poseer el mismo ADN, uno desarrolle un tipo de enfermedad genética
predeterminada en su genoma, mientras que el otro no. ¿Por qué? Pues
porque las múltiples influencias del ambiente han encendido o apagado genes
específicos y han provocado que se expresen unos o que se silencien otros.
Aunque ambos tengan la misma información hereditaria, la epigenética hace
que la expresión génica sea diferente en cada caso y susceptible de
transmitirse de padres a hijos.
La ciencia de la epigenética está revolucionado las ideas que se tenían
acerca de la evolución porque resulta que tal influencia del ambiente sobre el
ADN de los seres vivos depende de ciertas maquinarias moleculares muy
sofisticadas que ya existían en éstos. Se ha comprobado que la llamada
metilación puede modificar la disposición de las proteínas histonas del ADN.
Si estas histonas son marcadas por el ambiente con muchos radicales metilo,
se agrupan entre sí (formando grumos de heterocromatina) y no permiten que
la información de los genes pueda ser leída (estado apagado), mientras que si
ocurre lo contrario y existen poco grupos metilo (eucromatina), la
información del ADN puede leerse y se estaría en el estado encendido. Esa
metilación la coloca en el genoma el medio ambiente, la alimentación, el
estilo de vida que se lleva, etc.

Por tanto, la acción de la epigenética podría compararse a un sistema


de interruptores genéticos externos que encienden o apagan los interruptores
internos de los genes. Por ejemplo, cuando se come una fruta cualquiera,
cierto ARN de las células del vegetal pasa al estómago y le aporta
información al ADN de las células humanas sobre cómo debe ser digerida
dicha fruta. Es como si cada alimento viniera con su propio prospecto
informativo que explicara cómo debe ser convenientemente administrado y
asimilado. Hasta ahora esto era algo impensable que ha sorprendido a los
científicos.

Es evidente que la epigenética contradice al darwinismo porque los


cambios en los seres vivos no serían ya el producto de mutaciones o errores
aleatorios sino de mecanismos biológicos complejos, sofisticados y
exquisitamente programados para que los seres vivos se adapten a sus
ambientes y sobrevivan en ellos. No es el azar o las mutaciones erróneas en el
ADN sino que existe toda una maquinaria bioquímica que lo selecciona todo
y que requiere de una inteligencia programadora original. ¿Cómo es posible
que surgieran por casualidad y se conservaran tales mecanismos epigenéticos,
teniendo en cuenta que solo iban a ser de utilidad en algún tiempo
desconocido del futuro, cuando las condiciones del medio lo requirieran?
¿Cómo la selección natural podría anticiparse al futuro? ¿Por qué iba a
conservar unos mecanismos inútiles durante millones de años?

Charles Darwin (1809-1882)

Charles Darwin nació en Shrewsbury el 12 de febrero de 1809. Su


padre, Robert Waring Darwin, ejercía con éxito la medicina en esa ciudad. El
pequeño Charles siempre quiso mucho a su padre, pero a la vez, se sentía
cohibido delante de él. A su abuelo, Erasmus Darwin, que también había sido
un hombre de ciencia y miembro de la Royal Society, no le llegó a conocer.
La madre de Charles, Sussanah, murió también cuando él sólo contaba con
ocho años de edad. A pesar de ello fueron una familia muy unida formada por
el padre, cuatro hijas y dos hijos.

Desde sus años de colegial, Darwin, como muchos niños de su edad,


manifestó una gran afición por el coleccionismo. Guardaba toda clase de
conchas, minerales, insectos, sellos y monedas. A los nueve años ingresó en
la escuela del doctor Butler. Más tarde escribió que lo único que se enseñaba
allí era geografía antigua y algo de historia. En aquella época él prefería la
poesía, así como los libros de viajes y de pájaros. Su afición a los
experimentos científicos se satisfacía mediante las demostraciones que le
hacía su tío, el padre de Francis Galton, acerca del funcionamiento de
instrumentos físicos, como el barómetro o las reacciones químicas que
realizaban en un viejo almacén de herramientas con su hermano mayor.

A los dieciséis años, Darwin ingresó en la Universidad de Edimburgo.


Su padre quiso que estudiara la misma carrera que él ejercía y la que también
estudiaba su hijo mayor Erasmus. Sin embargo, esta no era la vocación de
Charles ni tampoco la de su hermano. Ambos abandonaron los estudios
frustrando así el deseo paterno de tener un hijo médico que le sucediera. Ante
el fracaso de Edimburgo, el padre decidió que Darwin debía ingresar en la
Universidad de Cambridge para estudiar teología. Todo menos permitir que
su hijo se convirtiera en un hombre aficionado a los deportes y ocioso. De
manera que a los diecinueve años cambió los estudios de medicina por la
Teología natural, de William Paley.

Bastante tiempo después escribió, que “por entonces no dudaba lo


más mínimo de la verdad estricta y literal de todas y cada una de las palabras
de la Biblia, pronto me convencí de que nuestro Credo debía admitirse en su
integridad.”[36] No obstante, Darwin prefería la amistad con botánicos y
geólogos, se inclinaba más por aprender a disecar aves y mamíferos o por
leer los libros de viajes del geógrafo Humboldt, que convertirse en un pastor
tal como eran los deseos de su padre.

El reverendo John Stevens Henslow, que era profesor de botánica y


amigo de Darwin, le escribió una carta en agosto de 1831 informándole de la
posibilidad de enrolarse como naturalista en el Beagle, un barco con misión
cartográfica y científica que iba a dar la vuelta al mundo. Aunque su trabajo
en la nave no sería remunerado, a Darwin le entusiasmó la idea y logró
convencer a su padre para que le permitiera ir. El Beagle zarpó de Inglaterra
en diciembre de ese mismo año con un Charles Darwin ilusionado que
todavía no era, ni mucho menos, evolucionista. Aceptó el empleo de
naturalista, sin tener ninguna titulación en ciencias naturales, aunque se
hubiera licenciado en teología, así como en matemáticas euclidianas y en
estudios clásicos.

No obstante, poseía una gran experiencia práctica. Sabía cazar y


disecar animales. Era experto en coleccionar rocas, fósiles, insectos y en
realizar herbarios. Además su curiosidad y capacidad de observación le
conferían unas cualidades idóneas para la labor que debía realizar a bordo del
barco velero Beagle. El capitán del mismo, Robert Fitzroy, que era sólo
cuatro años mayor que Darwin, poseía una personalidad muy fuerte y, a pesar
de que a Charles no le gustaba polemizar, llegó a discutir en varias ocasiones
con él. El marino defendía vehementemente la esclavitud, mientras Darwin se
rebelaba contra aquella denigrante costumbre. Pero la excesiva duración del
viaje, “cinco años y dos días” hizo inevitable que llegaran a entenderse.

Charles Darwin (1809-1882)

Las primeras semanas de navegación supusieron un verdadero


infierno para el joven naturalista. Durante la travesía del golfo de Vizcaya,
los frecuentes mareos le hicieron el trayecto insoportable. Se ha especulado
mucho sobre la salud de Darwin. Es cierto que cuando era un muchacho tenía
fama de ser buen corredor y de disfrutar de las actividades al aire libre como
la caza. Sin embargo, en su etapa de madurez escribió que a los veintidós
años creía que sufría una enfermedad cardiaca y que, durante todo el viaje en
barco, tuvo periódicas rachas de malestar, cansancio o dolores de cabeza.

Algunos historiadores atribuyeron después estos síntomas a las


secuelas de una tripanosomiasis que pudo haber contraído en América del
Sur. Era la enfermedad de Chagas, endémica de estas regiones y que venía
causada por un protozoo, un tripanosoma frecuente en los armadillos que
Darwin recolectaba y, en ocasiones, consumía. La enfermedad se transmite
por un insecto alado parecido a una chinche, la vinchuca, que chupa la sangre
del armadillo y puede picar también a los humanos. Años más tarde, en 1849,
Darwin escribió que sus problemas de salud le impedían trabajar uno de cada
tres días. De manera que sus dolencias pudieron deberse a dicha enfermedad
de Chagas o, como se ha especulado también, a una afección psiconeurótica o
a ambas cosas a la vez.

Cuando llegaron a Tenerife, el día 6 de enero de 1832, sólo pudieron


ver desde lejos el famoso pico volcánico del Teide, ya que el cónsul no les
permitió desembarcar en la isla, pues las leyes exigían que los barcos
provenientes de Inglaterra permanecieran doce días en cuarentena. Diez días
más tarde desembarcaron en el archipiélago de Cabo Verde. La isla de
Santiago fue la primera región tropical que Darwin visitó. Después se refirió
a esta experiencia con las siguientes palabras: “Volví a la costa, caminando
sobre rocas volcánicas, oyendo el canto de pájaros desconocidos y
observando nuevos insectos revoloteando alrededor de flores nunca vistas...
Ha sido un día glorioso para mí, como un ciego que recibiera la vista; al
principio, se quedaría anonadado ante lo que ve y no le sería fácil entenderlo.
Esto es lo que yo siento.”[37]

Darwin empezó a reflexionar sobre los nuevos organismos que veía y


a poner en tela de juicio las concepciones fijistas que hasta entonces se
aceptaban. Ya en las tres primeras semanas del viaje, quedó sorprendido al
observar la fauna sudamericana y compararla con la de los demás
continentes. Los avestruces americanos (ñandúes) le interesaron mucho e
incluso llegó a descubrir una segunda especie, que sería descrita por Gould y
denominada Struthio darwinii, en honor suyo (hoy el ñandú de Darwin se
conoce como Rhea pennata). También le llamaron la atención las llamas
(guanacos), así como los fósiles de armadillos gigantes que parecían tener
relación con las especies vivas de la actualidad.

Darwin observó y capturó ñandús de la especie Rhea pennata en Sudamérica. De ahí que los nombre
vulgares que se le dan hoy a dicha especie sean: ñandú de Darwin, suri, choique, ñandú petiso, ñandú
andino o ñandú cordillerano. El ejemplar de la imagen corresponde a la especie Rhea americana propia
de las regiones centrales y orientales de América del Sur.

Cuando Darwin dejó Inglaterra era creacionista y pensaba, como la


mayoría de los científicos de su tiempo, que todas las especies animales y
vegetales habían sido creadas a la vez y de manera independiente. Pero
cuando regresó del viaje, las dudas al respecto se amontonaban en su cabeza.
Había visto evidencias de que todo el planeta estaba implicado en un proceso
de cambio continuo y se preguntaba si las especies podían cambiar también y
dar lugar a otras nuevas. Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-
1788), en su Historia Natural, así como otros autores más, se habían referido
ya al transformismo biológico, que aún reconociendo la fijeza de los seres
vivos, admitía la posibilidad de que algunas especies se hubieran desarrollado
a partir de un antecesor común.

Darwin conocía perfectamente el libro de su abuelo, Erasmus Darwin,


Zoonomía, que era una defensa evolucionista de la idea de que todos los seres
vivos podían haberse originado a partir de un único antepasado. Había leído
así mismo la obra del biólogo francés, Jean-Baptiste de Lamarck, en la que se
sostenía que los caracteres adquiridos por los individuos de una generación se
transmitían a su descendencia. Esto haría posible, según se explicó
anteriormente, que a las jirafas se les fuera estirando gradualmente el cuello a
medida que se esforzaban por alcanzar los brotes más tiernos y más altos de
las acacias. Las ideas lamarkistas no prosperaron, pero es indudable que
influyeron en Darwin y en la sociedad victoriana, ya que poseían
repercusiones morales positivas. Si los padres eran trabajadores y se
abstenían de cualquier vicio, sus hijos serían genéticamente más fuertes,
podrían trabajar duro y llevarían una vida sana. También estaba familiarizado
con el pensamiento sociológico de Herbert Spencer, quien creía que la idea
de evolución era de aplicación universal.

En 1852, unos seis años antes de la aparición de El origen de las


especies, Spencer había escrito un artículo en el que curiosamente se
adelantaba a la teoría de la selección natural de Darwin. En este trabajo,
titulado Una teoría de la población, afirmaba que lo fundamental del
desarrollo de la sociedad humana había sido la lucha por la existencia y el
principio de la supervivencia de los más aptos. Según su opinión, el
permanente cambio se habría producido tanto en la formación de la Tierra a
partir de una masa nebulosa, como en la evolución de las especies, en el
crecimiento embrionario de cada animal o en el desarrollo de las sociedades
humanas.

Por lo que respecta a las diferentes etnias humanas que observó a lo


largo de su viaje, Darwin manifestó sus prejuicios sin ningún tipo de
escrúpulos. Algunos pasajes de sus libros presentan claras tendencias
etnocéntricas. Considera a los demás pueblos desde la óptica de la sociedad
europea. Compara los indígenas primitivos con los hombres civilizados y
llega a la conclusión de que los primeros no son seres del todo humanos ya
que carecen de sentido moral. Por ejemplo, los brasileños no le agradaron,
decía que eran “personas detestables y viles”, pero los esclavos negros le
merecieron todo tipo de alabanzas.

El Glyptodon es un género extinto de grandes mamíferos fósiles parecidos a los armadillos que se han
venido encontrando en estratos del Pleistoceno de Sudamérica y que llamaron la atención de Darwin en
su viaje alrededor del mundo.

Los nativos de Tierra de Fuego resultaron ser para él individuos poco


fiables, refiriéndose a ellos dijo: “Nunca me había imaginado la enorme
diferencia entre el hombre salvaje y el hombre civilizado... Su lengua no
merece considerarse ni siquiera como articulada. El capitán Cook dice que
cuando hablan parece como si estuvieran aclarándose la garganta... Creo que
aunque se recorriera el mundo entero, no aparecerían hombres inferiores a
éstos.”[38]

Tampoco le causaron buena impresión los maoríes de Nueva Zelanda,


que le parecieron también sucios y granujas, en contraste con los tahitianos
que le habían causado muy buena impresión. Estaba convencido de que con
sólo mirar la expresión de sus rostros era posible determinar que los primeros
eran un pueblo salvaje, ya que la ferocidad de su carácter les iba deformando
progresivamente el rostro y les daba unos rasgos agresivos, mientras que los
habitantes de Tahití formaban comunidades de personas pacíficas y
civilizadas.
Al llegar al archipiélago de las Galápagos y conocer los animales que
lo poblaban, escribió: “Cuando veo estas islas, próximas entre sí, y habitadas
por una escasa muestra de animales, entre los que se encuentran estos pájaros
de estructura muy semejante y que ocupan un mismo lugar en la naturaleza,
debo sospechar que sólo son variedades... Si hay alguna base, por pequeña
que sea, para estas afirmaciones, sería muy interesante examinar la zoología
de los archipiélagos, pues tales hechos echarían por tierra la estabilidad de las
especies.”[39] Sin embargo, Darwin se dedicó a recolectar especímenes de la
fauna local en las diversas islas del archipiélago. Esta era, de hecho, su
principal misión como naturalista del Beagle.

Los pinzones de las Galápagos

Entre los ejemplares recopilados, había algunos pájaros oscuros que


no parecían destacar por ninguna característica especial y, desde luego, según
se ha sabido después, no despertaron la curiosidad del joven coleccionista. Se
trataba de los pinzones. Esas famosas aves que se convertirían después en
símbolos totémicos de la teoría de la evolución. En este sentido, se afirma en
múltiples publicaciones actuales que la observación de numerosas especies de
pinzones en las islas Galápagos estimuló el interés de Darwin por averiguar
cómo se originaron las especies.[40] Esto es inexacto, como veremos. De
hecho, la obra por excelencia de Darwin, cuyo título completo es El origen de
las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas
favorecidas en la lucha por la existencia, dice muy poco sobre el origen de
las especies. Es un libro que no documenta siquiera el origen de una sola
especie por selección natural. El gran naturalista inglés llegó a convencerse
de que la evolución había tenido lugar, pero jamás la vio realizarse, ni
durante las cinco semanas que pasó en las islas Galápagos, ni en ningún otro
lugar.
En 1998, tomé esta imagen no muy buena de un pequeño pinzón negro en la isla Seymour de las
Galápagos. En general, los pinzones son pájaros poco atractivos cuya identificación en el campo es
difícil, dada la gran variabilidad intraespecífica y las semejanzas que existen entre las especies.

Al profundizar en la bibliografía existente en torno a la vida del gran


naturalista inglés, Charles Darwin, se descubre que con el tiempo se creó toda
una leyenda acerca de la gran influencia que ejercieron los pinzones en su
concepción de la teoría de la evolución. Sin embargo, lo cierto es que estos
pequeños pájaros negros casi le pasaron desapercibidos y apenas tuvieron
algo que ver con sus hipótesis. En su famoso diario de viaje, que fue
escribiendo a bordo del Beagle, sólo se les menciona de pasada pero sin
discutir cualquier posible implicación transformista. Tampoco nunca se habla
de ellos, desde esta perspectiva, en El origen de las especies. Lo cual sería
muy extraño si realmente Darwin les hubiera dado a los pinzones de
Galápagos tanta importancia como se cree en la actualidad.

Lo que ocurrió realmente fue lo siguiente. Después de que la


expedición regresara a Inglaterra y los especímenes disecados fuesen
entregados a los diferentes especialistas para su estudio, el ornitólogo John
Gould, a quien le confiaron los pinzones y el resto de las aves, se dio cuenta
de que buena parte de la información suministrada por el joven Darwin era
errónea. Al intentar resolver las relaciones geográficas de los pinzones
descubrió equivocaciones en algunas etiquetas indicativas de las localidades
de recolección de las muestras. Gould se puso en contacto con Darwin y éste
le confesó que de las quince localidades muestreadas, ocho las recordaba con
serias dudas y, por tanto, tuvieron que ser reconstruidas comparándolas con
las colecciones mejor etiquetadas del buque.

Jonathan Weiner, el ensayista que ganó el Premio Pulitzer en 1995 con


su obra, El pico del pinzón, lo reconoce así: “En contra de la leyenda,
Sulloway ha demostrado que Darwin no creía que los pinzones importaran
mucho. Ni siquiera creía que todos fueran pinzones. Le parecía que el pinzón
de los cactus era una especie de mirlo; confundió a otros pinzones con
carrizos o currucas. Darwin suponía que había muchos más como ellos en
algún lugar de la costa de Suramérica, donde el Beagle no se había detenido.
En otras palabras, por los mismos atributos que actualmente los hacen
interesantes, Darwin consideró que los pinzones no eran nada del otro
mundo. Su diversidad encubrió su singularidad. Para su eterno pesar, Darwin
puso los especímenes de los pinzones de sus primeras dos islas en la misma
bolsa, y no se le ocurrió etiquetar la procedencia de cada ave. Como las
condiciones en las islas parecían más o menos idénticas, supuso que los
ejemplares también lo eran.”[41]
En efecto, quien mejor supo desvelar la fábula creada en torno a
Darwin y sus pinzones fue el historiador de la ciencia, Frank J. Sulloway. En
junio de 1983, publicó un artículo en Nature titulado: “La leyenda de los
pinzones de Darwin”[42], en el que decía que, igual que la famosa anécdota de
la manzana de Newton o los experimentos de Galileo en la torre inclinada de
Pisa, la historia de los pinzones de Darwin que se enseña a millones de
estudiantes cada año, es un mito elaborado después de la muerte del propio
Darwin. Por tanto, decir que estas aves jugaron un papel crucial en el
naturalista decimonónico para la gestación de su teoría de la evolución es una
absoluta falsedad. Darwin prestó más atención a otras aves de Galápagos,
como los sinsontes, que a los famosos pinzones. No llegó a ser evolucionista
hasta muchos meses después de su regreso a Inglaterra y fue años más tarde
cuando hizo repasar los pinzones, justo después de comprobar la importancia
que les dieron a estas aves otros ornitólogos ingleses.

Entonces los reinterpretó a la luz de su nueva teoría. Nueve años


después de su viaje alrededor del mundo, en 1845, Darwin escribió en la
segunda edición de su diario de investigaciones: "Uno de los más curiosos
hechos es la gradación perfecta en el tamaño de los picos de las distintas
especies de pinzones. Viendo esta gradación y la diversidad de esta estructura
en un pequeño grupo íntimamente relacionado de aves, uno podría realmente
suponer que desde una primitiva especie de aves en este archipiélago, estas se
fueron modificando con fines diferentes".[43] Pero esto fue una especulación
posterior, no una inferencia de las pruebas que recogió cuando estuvo en las
islas. En realidad, no fue Darwin quien elevó los pinzones de Galápagos a su
actual prominencia sino el neodarwinismo de la década de 1930.

El primero que se refirió a estas aves como los “pinzones de Darwin”


fue el ornitólogo, Percy R. Lowe, en 1935. Ese año se conmemoró el
centenario de la visita de Darwin a las islas Galápagos y Lowe los denominó
así en una conferencia que impartió en la Asociación Británica, acerca de los
pájaros de tales islas. Lowe y muchos de sus colegas no compartían la idea
darwinista de que los pinzones fuesen un claro ejemplo de selección natural
en acción. Estaba convencido de que estos pájaros no eran en absoluto
especies separadas, sino enjambres híbridos ya que las diferencias en el
tamaño de los picos eran tan insignificantes como pueden serlo las
variaciones en el pelaje de perros y gatos vagabundos. De manera que, según
el ornitólogo Percy R. Lowe, los picos de los pinzones estaban fuera del
alcance de la selección natural.[44] Sin embargo, no todos los estudiosos de
estas polémicas aves pensaban de la misma forma.

Una década después, fue otro ornitólogo quien popularizó el


calificativo de “los pinzones de Darwin”, mediante un libro publicado en
1947 que tituló precisamente así. Su nombre era David L. Lack y defendía la
idea darwinista opuesta a la de Lowe. En esta obra correlacionaba las
variaciones de tamaño en los picos de los pinzones con la diferente
alimentación y argumentaba que dichos picos fueron adaptaciones causadas
por la selección natural. Los pinzones de Darwin ejercieron una gran
influencia tanto sobre el público en general como sobre los especialistas y
aficionados a las aves. Fue una obra que contribuyó a terminar con la crisis
del darwinismo, característica de esa época, a pesar de que su autor había
observado la selección natural en acción tanto como lo había hecho el padre
del darwinismo. Es decir, nada en absoluto.
A pesar de ello, fue Lack más que Darwin quien dotó de significado
evolutivo a los pinzones de las islas Galápagos. De manera irónica, fue
también este mismo biólogo y ornitólogo británico, David Lambert Lack,
quien contribuyó más que nadie a elaborar el mito de que los pinzones habían
sido decisivos a la hora de forjar el pensamiento transformista en Darwin. A
partir de ese momento, el mito fue creciendo con cada publicación posterior.
Incluso se llegó a decir que Darwin había "recogido y observado rasgos del
comportamiento de las especies de pinzones, tales como la notable costumbre
del pinzón carpintero de usar herramientas”, algo que Darwin ni siquiera
conoció en vida, según escribió -como ya hemos señalado- el historiador
Frank Sulloway en 1983.

Lo paradójico del caso es que, a pesar de que este investigador


desmintió la leyenda de los pinzones hace más de treinta años, muchos libros
de texto de biología moderna todavía afirman que los pinzones de las
Galápagos le inspiraron a Darwin la idea de la evolución. Este hecho muestra
el tradicional apego del ser humano por las ideas afines a sus convicciones
aunque, en el fondo, sea consciente de que éstas son claramente míticas. Al
parecer, el pensamiento científico también es capaz de generar sus propias
fábulas fundacionales. A pesar de que la contribución de Darwin a los
famosos pinzones es en gran parte mítica, éstos asumieron su actual
condición de iconos de la evolución casi un siglo después del padre del
darwinismo.
Bahía Sullivan de la isla Bartolomé del archipiélago de las Galápagos. Esta isla sólo tiene una
superficie de 1,24 km2 y una altitud máxima de 114 metros sobre el nivel del mar. Está constituida por
rocas volcánicas.

Volvamos ahora a la cuestión central acerca de si son o no, los pinzones


de Galápagos, un ejemplo de evolución en acción. ¿Constituyen las
variaciones del pico de estas aves una evidencia palpable de cómo la
selección natural crea nuevas especies? Actualmente se considera que existen
trece especies de pinzones repartidas por las dos docenas, más o menos, de
islas volcánicas que constituyen el archipiélago de Galápagos. Una
catorceava especie vive en la isla de Cocos, que pertenece a Costa Rica y no a
Ecuador como las anteriores, y está situada a casi 400 millas al noreste de las
Galápagos. Estas catorce especies en total de pinzones difieren
principalmente en el tamaño y la forma de sus picos y se cree que
descendieron de las aves que llegaron del continente americano en un pasado
remoto. Como los picos de los pinzones se adaptan bien a los diferentes
alimentos que consumen, parece razonable suponer que todas estas especies
son el resultado de la selección natural.

Unas de las personas que mejor conocen estas aves, ya que las han
estudiado durante cuarenta años, son sin duda el matrimonio de ornitólogos
formado por Peter y Rosemary Grant, profesores en Princeton (New Jersey).
En mayo del 2009, estuvieron en España invitados por la Cátedra de
Divulgación de la Ciencia de la Universitat de Valencia y el Institut d’Estudis
Catalans. Con motivo del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y
del 150º aniversario de la publicación de El origen de las especies,
impartieron conferencias que versaron acerca de sus trabajos con los
pinzones de Galápagos. El diario EL PAÍS llegó a afirmar categóricamente
que los Grant “en ese tiempo han tenido la oportunidad no sólo de reafirmar
con solidez la teoría de la evolución, que Darwin desarrolló, en gran parte,
gracias a lo que observó en ese archipiélago, sino de ver cómo la teoría
funciona en directo”.[45] Sin embargo, independientemente de las
interpretaciones, ¿qué es lo que los Grant han observado en realidad?

Las islas Galápagos sufrieron una sequía importante en 1977 que redujo
notablemente la población de pinzones debido a la escasez de alimento. En la
pequeña isla Daphne Mayor de este archipiélago, donde centraron su estudio,
se pudo comprobar que el número de estas aves disminuyó alrededor del
15%. Los que sobrevivieron mostraban un grosor del pico ligeramente
superior al de aquellos que no lo lograron. Se estimó que dicho aumento era
del 5% aproximadamente -medio milímetro en el grosor total del pico- y esto
se interpretó como una ventaja adaptativa que la selección natural había
favorecido, ya que un pico más grande facilitaba el consumo de aquellas
semillas más duras y grandes que quedaban en el suelo, después de que las
blandas y pequeñas hubieran desaparecido. La conclusión parecía obvia. Si
en tan poco tiempo, y como consecuencia de una sequía ocasional, aquellos
pinzones habían logrado aumentar lo suficiente el tamaño de sus picos para
sobrevivir a la escasez de recursos, resultaba razonable deducir también que
cualquier especie de pinzón se podría transformar en otra distinta, en tan sólo
unos pocos cientos de años. Esto sugería una demostración de la evolución en
acción, no ya a lo largo de millones de años sino en períodos breves que
cualquier científico podía comprobar durante su propia vida. Sin embargo,
los picos de los pinzones tenían otra sorpresa que ofrecer.
Al fondo, la pequeña isla Daphne de las Galápagos. En primer término, una ave marina común, el
piquero de patas azules (Sula nebouxii) propia del Pacífico americano.

El fenómeno del Niño, acaecido entre los años 1982 y 1983, trajo
intensas lluvias sobre las islas que repercutieron en una gran abundancia de
alimento. Las semillas que constituían la dieta de la mayoría de los pinzones
proliferaron por todas partes, volviendo a ser de todos los tamaños y texturas.
¿Cómo afectó tal abundancia al pico de las aves? El tamaño medio del pico
de los pinzones terrestres, estudiados por los Grant, regresó a las mismas
proporciones que tenía antes de la sequía.[46] Todos los ornitólogos se dieron
cuenta de que la selección natural puede oscilar entre los años secos y los
húmedos, produciendo picos grandes un año y picos menores al año
siguiente. A pesar de ello, Peter Grant escribió en la revista Scientific
American, refiriéndose al pico de los pinzones: “Si las sequías ocurren una
vez cada década, la selección natural a este ritmo podría transformar una
especie en otra en sólo 200 años”.[47]

He aquí un ejemplo evidente de cómo las ideas preconcebidas, acerca


de que todos los seres vivos se han originado por evolución, pueden influir
sobre los resultados observados en la naturaleza. El profesor Grant y sus
colaboradores realizaron un gran trabajo de campo sobre los pinzones
terrestres medianos (Geospiza fortis) de la pequeña isla Daphne mayor de
Galápagos, pero lamentablemente se equivocaron en sus conclusiones ya que
antepusieron su fe evolucionista en el poder de la selección natural a los
hechos objetivos hallados.

La realidad es que el mínimo aumento observado en el tamaño de los


picos, logrado en época de sequía, disminuye completamente a las medidas
originales cuando llega de nuevo la abundancia de alimento. Esto fue
admitido bastante tiempo después por Peter Grant y su discípulo Lisle Gibbs,
en la revista Nature.[48] De manera que no se trata de evolución en acción,
como sus autores pretenden, sino de fluctuación en función del nivel de
precipitaciones pero siempre dentro de un margen establecido. No ocurre
ningún cambio neto en el pico de estos pinzones. Aunque se diga que la
selección natural puede oscilar en dos sentidos, hacia delante y hacia atrás, lo
cierto es que por mucho que oscile el péndulo de un reloj, por ejemplo,
siempre lo hace en torno a un punto medio que no cambia. Y esto parece ser
lo que Grant observó en los miles de pinzones que midió. Tales fluctuaciones
en el grosor del pico no constituyen el dato real que el evolucionismo
gradualista está demandando sino, más bien, una “evidencia” ideológica
asumida más por la necesidad de la teoría que por la constatación de los
hechos. Semejante oscilación fluctuante no puede extrapolarse para explicar
cómo surgieron las supuestas catorce especies de pinzones conocidas.

La misión de la ciencia es reflejar lo más fielmente posible la realidad


natural, sin distorsionarla o entrar en especulaciones indemostrables. Las
exageraciones de los fenómenos materiales con el fin de acomodarlos a una
determinada teoría no deben formar parte de la verdadera investigación
científica. Sin embargo, esto es lo que hizo el profesor Grant al decir que una
especie de pinzón podía transformarse en otra distinta en tan sólo doscientos
años. De esta manera, oscureció su propia investigación al afirmar un
fenómeno que nunca había observado en la naturaleza.

Hay asimismo otro hecho que dificulta todavía más la creencia de que
en Galápagos están apareciendo especies nuevas de pinzones o que existan
realmente catorce especies distintas. Se trata del hibridismo entre especies.
Como es sabido, una especie biológica viene definida por una población de
individuos parecidos entre sí, con una morfología y características
funcionales similares, que son capaces de aparearse y tener descendencia
fértil entre ellos, pero no con miembros de otras especies diferentes. Pues
bien, algunos ornitólogos dudan de las famosas catorce especies de pinzones,
precisamente porque una significativa proporción de estas aves ha sido
observada cruzándose entre ellas. El propio profesor Grant admitió que el
número de especies de pinzones del archipiélago ecuatoriano podría ser
inferior a seis.[49] Los análisis genéticos indican también que no existen
diferencias significativas entre estos pájaros y que no hay evidencia de una
barrera genética absoluta entre las supuestas especies de pinzones.[50] Hoy se
sabe que resulta posible cruzar varias especies de estos pájaros por medio de
la hibridación, justo lo contrario de lo que cabría esperar de la evolución
darwiniana. Según ésta, se esperaría que de una especie surgieran dos
distintas, pero no que dos supuestas especies diferentes se hibridaran y
quedara sólo una.

Ejemplar de sisonte de Galápagos o cucuve de Galápagos (Mimus parvulus) alimentándose de un


cadáver de fragata en la isla Genovesa de las Galápagos. Estos sisontes o cucuves llamaron más la
atención de Darwin que los famosos pinzones.

En resumen, las hipotéticas catorce especies de pinzones de las islas


Galápagos podrían ser, en realidad, subespecies o razas de una única especie.
De la misma manera que existen por todo el mundo razas de perros, caballos
o palomas, obtenidas mediante selección artificial, o las propias razas
humanas aparecidas de forma natural, también entre los pinzones de estas
islas la selección natural ha podido conformar variedades distintas, dentro de
la misma especie, según los diferentes hábitats o ambientes insulares. Lo que
se ha interpretado como evolución innovadora sería entonces simple
variación genética dentro del potencial de la especie, que ya estaba presente
en los ejemplares que arribaron por primera vez a las islas procedentes del
continente. Es lo que se conoce como microevolución. Fenómeno
comprobado que no cambia una especie en otra distinta porque no añade
nueva información y, por tanto, no es evidencia de evolución en acción ya
que no franquea las barreras genéticas existentes entre las especies. Así pues,
los mínimos cambios oscilantes detectados en el pico de los pinzones son
insuficientes para derribar estos límites entre especies. En este sentido, y a
pesar de ser tan emblemáticos para el darwinismo, la supuesta evolución de
los famosos pinzones de las islas Galápagos es en definitiva otro gran mito
que lamentablemente se hace pasar por genuina ciencia.

A pesar de todo, se suele afirmar que este período de cuatro semanas


que Darwin pasó en las islas Galápagos, le sirvió para empezar a cambiar de
ideas y a gestar la teoría de la transformación evolutiva de las especies y que,
por tanto, fue el tiempo más decisivo de su vida. Igualmente fueron
importantes las observaciones de los organismos de Australia, con animales
tan extraños si se los compara con los del resto del mundo, como el
ornitorrinco, el equidna y los marsupiales, supusieron para Darwin otros
tantos argumentos en favor de los planteamientos evolucionistas. “La
desemejanza entre los habitantes de regiones diferentes puede atribuirse a
modificación mediante variación y selección natural, y probablemente, en
menor grado, a la influencia directa de condiciones físicas
[51]
diferentes.”
Los marsupiales australianos fueron observados con interés por Darwin y le sirvieron para reforzar su
teoría transformista.

El 2 de octubre de 1836 el Beagle amarró por fin, después de tan largo


periplo, en el puerto inglés de Falmouth. Darwin tenía tantas ganas de ver a
su familia que no perdió ni un minuto. Tomó el primer coche hacia
Shrewsbury, a donde arribó dos días después. Se presentó en su casa sin
avisar, en el preciso momento en que su padre y sus hermanas se sentaban
para desayunar. En medio de la alegría familiar y el caluroso recibimiento, el
padre se volvió hacia sus hijas y les dijo: “Sí, la forma de su cabeza ha
cambiado por completo”. Pero, en realidad, seguramente no era
completamente consciente de todo lo que en realidad había cambiado dentro
de su cabeza; eran las ideas gestadas en la cabeza de su hijo.

Después del feliz reencuentro con su familia, pasó tres meses en


Cambridge, relacionándose con profesores de la universidad, hasta que
finalmente se instaló en Londres. Allí clasificó, con la ayuda de otros
especialistas, las inmensas colecciones que había recogido durante el viaje y
que fueron publicadas en la obra Zoología del viaje del “Beagle”. Al poco
tiempo escribió también su famoso Diario de investigaciones, que tuvo gran
éxito.

Entre 1842 y 1846, una vez que terminó con todo el trabajo anterior,
al que estaba obligado como naturalista de la expedición, escribió y publicó
otros tres libros importantes: Arrecifes de coral, Islas volcánicas y
Observaciones geológicas sobre Sudamérica. Sus investigaciones geológicas
tuvieron un mal principio. En 1839 publicó un estudio acerca de unas
extrañas “sendas paralelas” que podían observarse en la ladera de una
montaña de Glen Roy, en Escocia. Llegó a la conclusión de que eran antiguas
playas marinas formadas a consecuencia del hundimiento de la tierra.

El ferviente defensor del darwinismo, Julian Huxley, lo explica así:


“Fue ésta una de las pocas ocasiones en que las conclusiones científicas de
Darwin resultaron totalmente erróneas; en realidad, aquellas sendas habían
sido originalmente playas de un lago glacial represado. Su desilusión debió
obligarle a ser sumamente cauto en la publicación de sus obras posteriores.
Desde luego, su imprudencia le enseñó una lección: nunca volvería a extraer
conclusiones antes de contrastarlas con gran número de datos recogidos a tal
fin.”[52] Fue por su interés en los estudios geológicos que entró en contacto
con famosos científicos ingleses, entre los que destaca Charles Lyell, geólogo
que sostenía su teoría del uniformitarismo o del actualismo, afirmando que el
presente es la clave del pasado. Es decir, que el estudio de los procesos
geológicos actuales constituye un medio para interpretar los acontecimientos
que ocurrieron en el pasado. Darwin aceptó estas ideas, y no sólo eso, sino
que las fusionó con su principio de la selección natural. En su opinión los
cambios geológicos progresivos afectaban también al conjunto de los
fenómenos biológicos.

Con la lectura de un libro aparentemente con poca relación con todos


los estudios anteriores, Darwin descubrió la idea que durante tanto tiempo
había estado buscando, la selección natural. Era el libro del economista
británico Thomas Robert Malthus (1776-1834), Ensayo sobre el principio de
la población. Malthus decía que las poblaciones tendían a crecer en
proporción geométrica si nada se lo impedía. Esto fue la clave para que
Darwin pensara en un mecanismo que llevaba a la conservación de las
variaciones más adecuadas para sobrevivir y a la desaparición de aquellas
otras que eran menos aptas para la vida. Esta debía ser la solución, la
naturaleza favorecía la supervivencia de las especies más adaptadas al
entorno y eliminaba sin contemplaciones a los débiles e inadaptados. Tal
selección era como una misteriosa fuerza que obligaba a todos los seres vivos
a penetrar en los huecos que dejaba la economía de la naturaleza. Desde
principios del otoño de 1838, Darwin dedicó el resto de su vida a demostrar
que la selección natural era el motor de la teoría de la evolución de las
especies.

Las iguanas marinas (Amblyrhynchus cristatus) son reptiles endémicos de las islas Galápagos que se
alimentan de algas tanto dentro como fuera del agua. Son los únicos lagartos marinos del mundo.
Darwin atrapó algún ejemplar y lo arrojó al mar para ver cómo reaccionaba y pudo comprobar que
invariablemente regresaba a la costa. Él lo achacó a la presencia de tiburones en las aguas, pero lo
cierto es que estas iguanas sólo bucean por necesidad cuando tienen hambre. Suelen pasar más tiempo
en tierra que en el mar.[53]

El 11 de noviembre de 1838, Darwin pidió la mano de Emma, quien


dos meses después se convertiría en su esposa. Su matrimonio resultó muy
afortunado. En diciembre del año siguiente nació el primero de los diez hijos
que tuvieron. La paternidad le permitió a Charles estudiar la conducta
humana y las emociones, realizando experimentos y observaciones en sus
propios hijos.

Darwin llevaba casi veinte años recopilando información que


confirmara su teoría de la evolución, pero frecuentemente emprendía otros
estudios que le impedían terminar su obra principal. No obstante, el 14 de
mayo de 1856, animado por su amigo Hooker y por Lyell, empezó a redactar
una obra definitiva sobre el tema que se titularía, La selección natural y sería
un trabajo monumental de 2.500 páginas. Pero dos años después, cuando
terminaba el décimo capítulo, recibió una carta inesperada, de un tal Alfred
Russel Wallace, un joven naturalista residente en las islas Molucas que había
llegado por su cuenta a las mismas conclusiones que Charles. El ensayo se
titulaba, Sobre la tendencia de las variedades a apartarse indefinidamente
del tipo original. En pocas hojas explicaba perfectamente la teoría de la
evolución por selección natural que tantos años había ocupado a Darwin.
Además le pedía su opinión y su ayuda para poder publicarlo. Esa misma
tarde escribió a Lyell contándole aquella coincidencia tan notable y
diciéndole que estaba dispuesto a quemar su libro antes que Wallace u otros
pudieran pensar que se había comportado con espíritu mezquino.

La primera reacción de Darwin fue pues, renunciar a la publicación de


su propia obra y cederle todo el mérito a Wallace. Pero Lyell y Hooker le
convencieron para que se hiciese público un anuncio conjunto de las
conclusiones de los dos autores y después, él escribiera un libro más breve de
lo que pensaba, para publicarlo en el plazo de un año. Así nació, después de
trece meses de redacción, El origen de las especies mediante la selección
natural. La obra se publicó por primera vez en 1859 y tuvo un éxito absoluto
ya que la primera edición, que contaba con algo más de mil ejemplares, se
agotó el mismo día de su aparición. La carta de Wallace fue como un
revulsivo que acabó con los temores de Darwin a publicar su teoría y los
libros se fueron sucediendo uno tras otro. El mérito de su trabajo consistió en
aportar un gran número de observaciones de campo a su teoría de la selección
natural que, según él, explicaba definitivamente la evolución biológica. El
éxito de su obra estuvo también, en el hecho de haber presentado tales ideas
en el preciso momento en que la visión romántica de progreso estaba de
moda y parecía indestructible.
Alfred Russel Wallace (1823-1913) a la edad de sesenta y dos años.

Por lo que respecta a sus convicciones filosóficas o religiosas,


conviene señalar que las expresó casi siempre en privado, en cartas
personales a los amigos que no fueron escritas pensando en que después se
publicarían. A pesar de haber estudiado teología en su juventud, a Darwin no
le gustaba hablar de estos temas. Seguramente, la manifiesta convicción
cristiana de sus más íntimos familiares, así como el ambiente religioso
general de la Inglaterra victoriana, le hacían sentirse cohibido para confesar
públicamente su falta de fe. Sin embargo, en una de estas cartas escrita hacia
el final de su vida respondió: “Pero, puesto que me lo preguntáis, puedo
aseguraros que mi juicio sufre a menudo fluctuaciones... En mis mayores
oscilaciones, no he llegado nunca al ateísmo, en el verdadero sentido de la
palabra, es decir, a negar la existencia de Dios. Yo pienso que, en general (y,
sobre todo, a medida que envejezco), la descripción más exacta de mi estado
de espíritu es la del agnóstico.”[54]
En cuanto al problema del mal en el mundo, en su obra Recuerdos del
desarrollo de mis ideas y de mi carácter, escribió también: “Nadie discute
que existe mucho sufrimiento en el mundo. Algunos han intentado explicarlo
en relación al hombre con la suposición de que esto mejoraría su moral. Pero
el número de personas en todo el mundo no es nada comparado con todos los
demás seres sensitivos, y éstos muchas veces sufren considerablemente sin
ninguna mejoría moral. Un ser tan poderoso y sabio como un dios que
pudiera crear el universo, parece omnipotente y omnisciente a nuestra mente
limitada, y la suposición de que la benevolencia de Dios no es limitada, es
rechazada por nuestra conciencia, porque ¿qué ventaja podría significar el
sufrimiento de millones de animales primitivos en un tiempo casi
interminable? Este argumento tan viejo de la existencia del sufrimiento contra
la existencia de una Primera Causa inteligente, me parece que tiene peso;
aunque, como acabo de comentar, la presencia de mucho sufrimiento
coincide bien con el punto de vista de que todos los seres orgánicos fueron
desarrollados por variación y selección natural.”[55]

El 19 de abril de 1882 Darwin falleció de un ataque al corazón cuando


tenía setenta y tres años. Fue enterrado en la abadía de Westminster y entre
los que llevaron su féretro había tres destacados biólogos amigos suyos,
Huxley, Hooker y Wallace. El nieto del primero, el naturalista ateo sir Julian
Huxley, escribió al final de su biografía sobre Darwin, las siguientes
palabras: “De esta manera acabaron unidos los dos mayores científicos de la
historia de Inglaterra: Newton, que había acabado con los milagros en el
mundo físico y había reducido a Dios al papel de un Creador del cosmos que
el día de la creación había puesto en marcha el mecanismo del universo,
sometido a las leyes inevitables de la naturaleza; y Darwin, que había
acabado no sólo con los milagros sino también con la creación, despojando a
Dios de su papel de creador del hombre, y al hombre, de su origen divino.”[56]
Esto es precisamente lo que todavía hoy quieren creer algunos. Sin embargo,
a lo largo de esta obra veremos que no existen pruebas científicas suficientes
para pensar así.

El reto de los fósiles y del ADN a la selección natural

La teoría de la evolución, cuyo origen se debe a Charles Darwin, ha


arraigado plenamente en la sociedad occidental. Es una teoría que ha logrado
fundamentar gran parte de las ideologías actuales y que se ha venido
enseñado durante muchos años en las universidades y centros de educación
secundaria e incluso en la escuela elemental. Sin embargo, a finales del año
2016 se celebró en Londres, en la Royal Sociaty, un encuentro mundial de
biólogos evolutivos con el fin de tratar acerca de los importantes problemas
científicos que todavía sigue planteando dicha teoría. En dicho encuentro
participaron investigadores de primera línea como: James Saphiro, Gerarg
Muller, Elis Nobel y Eva Jablonka, a quienes se les pidió que tratasen acerca
de las principales lagunas de conocimiento que tiene actualmente el
neodarwinismo.

Se debatieron diversos aspectos y se puso de manifiesto, en primer


lugar, la gran distancia que existe entre las opiniones de los eruditos y las del
resto de la sociedad. Es decir, los divulgadores y la gente común continúan
creyendo y enseyando principios, por medio de los libros de texto, que fueron
descartados hace ya tiempo por los expertos en evolución. En resumen, se
concluyó que la teoría de la evolución se enfrenta hoy a los siguientes
problemas fundamentales que aún no han sido convenientemente explicados
por lo evolucionismo.

La genética ha puesto de manifiesto que la selección natural no es una


fuerza creadora sino únicamente estabilizadora y preservadora de las especies
biológicas. La selección natural existe en la naturaleza pero no crea
información nueva sino que actúa manteniendo en perfectas condiciones a las
especies existentes. Es capaz de eliminar a los individuos deficientes,
enfermos o portadores de anomalías incompatibles con un determinado
ambiente, protegiendo y depurando así el patrimonio genético existente de
esa especie. Pero no aparecen genes nuevos capaces de generar órganos o
funciones distintas que añadan más información gracias a la selección
natural. Esta era una suposición fundamental del darwinismo que no se ha
visto corroborada en el mundo natural. De ahí que muchos biólogos estén
buscando algún otro mecanismo que sea capaz de dar cuenta de la gran
diversidad existente en la biosfera.
La selección natural no es una fuerza creadora sino únicamente estabilizadora y preservadora de las
especies biológicas.

Más bien, lo que puede observarse hoy es que las mutaciones o


errores en el ADN se acumulan en el genoma y son fuente de desorden,
disfunción y muerte. El genoma humano ha estado degenerando durante la
mayor parte de la historia registrada. Mutaciones perjudiciales que en el
pasado no existían, se han ido produciendo sólo en el período de la historia
humana. El genetista norteamericano, John Sanford, ha estudiado este
concepto de “entropía genética” y ha llegado a la conclusión de que, de la
misma manera que según la segunda ley física de la termodinámica, el grado
de entropía o desorden aumenta en los ecosistemas físicos cerrados, también
en las células de los seres vivos (que son sistemas biológicos) se producen
mutaciones degenerativas y desorganización.[57]

El grado de desorden se va acumulando lentamente en el ADN humano


y la selección natural sería incapaz de eliminarlo. Se ha comprobado que más
del 90% de las mutaciones perjudiciales no pueden ser eliminadas por la
selección natural. Existen desde luego mecanismo biológicos para solucionar
el problema de las mutaciones, es decir, cuando se producen esos errores de
copia, automáticamente hay una maquinaria en el ADN que repara esos
errores, pero a pesar de la rapidez con que opera esa maquinaria bioquímica,
los errores aumentan a mayor velocidad de lo que pueden ser eliminados.
En un conocido experimento evolucionista llevado a acabo a lo largo
de varias décadas, en el que fueron cultivadas unas treinta mil generaciones
de bacterias (E. coli) bajo condiciones artificiales, sus autores concluyeron
que habían demostrado la evolución en acción en el laboratorio. Sin embargo,
cuando estos resultados se analizaron detenidamente lo que se comprobó fue
precisamente todo lo contrario. No había habido evolución progresiva sino
degeneración. Es cierto que algunas de las bacterias que mutaban crecían más
rápidamente en el medio artificial del laboratorio, pero lo hacían sólo porque
estaban perdiendo los mecanismos que habitualmente utilizan en plena
naturaleza pero no ganaban nada nuevo.[58]

El biólogo Michael J. Behe, un evolucionista proponente del diseño


inteligente, escribió al respecto lo siguiente: “Las bacterias de Lenski y sus
colegas, cultivadas en condiciones de laboratorio, no tenían que competir con
otras especies distintas como ocurre en la naturaleza. Vivían en un ambiente
estable, con abundantes nutrientes diarios, temperatura adecuada y sin
depredadores que las eliminasen. Pero, ¿acaso los organismos no necesitan
para evolucionar cambios en el ambiente y competencia por los recursos?”[59]
La selección natural de las mutaciones al azar no puede ser la causa de la
enorme biodiversidad que existe en el planeta. Este es el principal problema
que tiene planteado actualmente el evolucionismo.

Por otro lado, actualmente se conocen más de 300.000 especies


distintas en estado fósil, sin embargo, las formas de transición que requiere el
darwinismo no se han encontrado. Las principales clases de plantas y
animales fósiles aparecen de golpe y ya perfectamente formados. No hay
estadios intermedios ni se observan cambios evolutivos graduales en el
mundo de los fósiles. Se han descubierto, por ejemplo, muchas clases de
protistas fosilizados (organismos unicelulares o pluricelulares muy sencillos
sin tejidos diferenciados) desde el precámbrico inferior, muchos otros
invertebrados desde el precámbrico superior, aves en el precámbrico superior,
etc. y así hasta llegar al propio ser humano; pero a pesar de tal abundancia de
fósiles, apenas hay algunos que puedan considerarse como auténticos fósiles
de transición. Si la hipótesis del gradualismo darwinista fuera cierta, debería
haber miles y miles de estas formas intermedias. Pero, lo cierto es que no
existen tales fósiles a medio camino entre los grupos bien establecidos.
La inmensa mayoría de los fósiles hallados, como este trilobites fotografíado en el American Museum
of Natural History de Nueva York, pueden ser clasificados en grupos bien definidos pero no suele
haber muchos fósiles a medio camino entre los grupos bien conocidos.

Hubo una época, en la que se decía que el registro fósil era pobre
porque todavía no se había buscado bastante, pero que cuando se rastrearan
mejor los estratos de rocas sedimentarias, se encontrarían muchos eslabones
perdidos. Sin embargo, actualmente puede afirmarse que se ha encontrado
más bien todo lo contrario. Por ejemplo, ahí tenemos la famosa explosión del
Cámbrico. En un breve período de tiempo aparecieron de golpe todos los
tipos básicos de organización que conocemos hoy y algunos más que se
extinguieron después. Este hecho comprobable le da por completo la vuelta al
famoso árbol de la evolución darwinista. El propio Carlos Darwin decía que
el árbol de la evolución quizás debió origninarse a partir de una sola célula
que apareció en el mar primitivo y, a partir de ahí, se fue diversificando
dando lugar a todos los serse vivos actuales. Sin embargo, lo que tantos
fósiles demuestran es que en el pasado existieron muchos más tipos básicos
de organismos que en la actualidad y que, a pesar de eso, no se ha encontrado
ninguna forma que sea significativamente intermedia entre los distintos tipos
fundamentales.

Este problema del registro fósil llegó a ser tan grave que algunos
científicos evolucionistas, como el famoso paleontólogo, Stephen Jay Gould,
llegaron a perder la fe en la selección natural darwinista. Las evidente
lagunas que mostraban los fósiles y el hecho de que la mayoría de las
especies aparecieran ya perfectamente formadas en los estratos, le hicieron
dudar de que el gradualismo y la selección natural de Darwin fuera la causa
de la evolución. De ahí que Gould propusiera su nueva “teoría de los
equilibrios puntuados” en la que supuestamente la evolución no avanzaría
gradualmente, como sugirió Darwin, sino mediante saltos mutacionales
bruscos seguidos por largos períodos de estasis en los que no habría cambio
biológico o evolución.

De manera que quizás la evolución de las especies pudiera parecerse a


la vida de un soldado, “largos períodos de aburrimiento seguidos por breves
instantes de terror”. Pero, ¿dónde podrían ocurrir tales macromutaciones
bruscas? Gould dijo que quizás podrían haberse producido en los embriones,
por lo que sería muy difícil detectarlas en los ejemplares fósiles. En otras
palabras, la antigua teoría ya abandonada de que “algún día un reptil puso un
huevo y lo que salió del huevo fue un pollito” volvía a contemplarse como
posibilidad real. Ciertas macromutaciones embrionarias podrían haber
contribuido a que nacieran ejemplares significativamente diferentes a sus
progenitores. El problema es que no habría manera de verificar semejante
hipótesis ya que apenas hay fósiles de embriones tan bien conservados como
para estudiar tales divergencias. De ahí que actualmente los autores más
eclécticos digan que quizás el cambio evolutivo se haya producido unas veces
de forma gradual y otras según el equilibrio puntuado. Aunque, lo cierto es
que ni el gradualismo de Darwin ni el equilibrio puntuado de Gould pueden
explicar las muchas lagunas que muestra el registro fósil. Esto no lo dicen los
creacionistas, ni los partidarios del Diseño inteligente, sino los propios
biólogos evolutivos.

Por último, en dicho encuentro de biólogos evolutivos se planteó


también la siguiente cuestión: ¿cómo se han podido formar las estructuras
primaria, secundaria y terciaria que evidencian los ácidos nucleicos (el ácido
desoxirribonucleico o ADN y el ácido ribonucleico o ARN? El secreto de
tales ácidos nucleicos son las cuatro bases nitrogenadas y lo que se ha
observado es que aquello que cambia en las distintas especies es
precisamente la proporción entre enlaces adenina-timina (A-T) y citosina-
guanina (C-G). Tal divergencia de enlaces sería lo que define las
características distintivas de las especies biológicas.

Esto es algo muy interesante porque cuando se compara el ADN de


una especie con el de otra se observa que existen muchos parecidos. A veces
se dice, por ejemplo, que los chimpancés y los humanos tenemos un 98% de
ADN común, y esto se interpreta en el sentido de que ambas especies
descenderíamos de un antepasado común que supuestamente habría vivido
hace unos seis millones de años. El problema es que por mucho que nos
parezcamos genéticamente, semejate parecido se desvanece cuando se
analizan las proteínas de ambos grupos biológicos. En efecto, las semejanzas
del genoma no se dan también en el proteoma (o conjunto de proteínas de una
especie). Resulta que ese gran parecido del 98% del ADN entre simios y
personas disminuye notablemente a tan solo un 20% de parecido proteico.
Conviene recordar que las proteínas son en realidad las moléculas encargadas
de realizar casi todas las funciones biológicas celulares. Esto significa que la
información del ADN se expresa de distinta manera según la especie que la
posea y el ambiente en que ésta viva (epigenética). Hoy por hoy, el
evolucionismo carece de una explicación adecuada para semejante cuestión.

El ADN haploide contiene entre 3000 y 3200 millones de pares de


bases nitrogenadas. Lo cual representa una información similar a la que
podrían contener 860 libros distintos del tamaño de la Biblia. Tal información
es capaz de hacer especies tan diferentes como una bacteria microscópica o
una enorme ballena azul. Una sola copia de ADN en el núcleo de la célula
actúa como plantilla para crear muchas copias de ácido ribonucleico
mensajero (ARNm), que saldrán del núcleo por los poros de su doble
membrana y formarán numerosas proteínas en el citoplasma.

¿Qué tamaño tiene una molécula de ADN? Veamos la siguiente


analogía. Si pudiésemos realizar una maqueta a escala de tal molécula, en la
que cada peldaño formado por las bases (A-T y G-C) estuviese separado del
siguiente por unos 25 cm, la maqueta de la molécula de ADN que resultaría
sería como escalera de caracol de unos 75 millones de kilómetros de longitud.
Aproximadamente la distancia que separa la Tierra de Marte. En realidad, el
tamaño real del ADN es de un metro y medio de longitud. Pero lo
verdaderamente misterioso no es sólo su longitud sino cómo se repliega y
organiza para caber en el reducido espacio del núcleo microscópico de una
célula. Todavía no se comprende muy bien la biología de dicho super-
enrollamiento. ¿Pudo originarse esta estructura, así como la información que
contiene el ADN por puro azar? Esta es la cuestión que sigue preocupando
hoy a muchos científicos y que está en el fondo del debate entre el
evolucionismo y el Diseño Inteligente.

A lo largo de la historia se han dado diversas explicaciones a esta


cuestión. El premio Nobel, Jacques Monod, decía a principios de los 70:
“Nuestro número salió en el juego de Montecarlo”[60]. Con esto quería decir
que la vida en la Tierra apareció por casualidad, igual que el ADN. El
problema es que, cuando se hacen los cálculos pertinentes, la probabilidad de
que apareciara por azar una única proteína funcional pequeña de tan sólo
unos 100 aminoácidos es de 10130. Lo cual es imposible de imaginar ya que el
número total de átomos que posee nuestra galaxia, la Vía Láctea, es
aproximadamente la mitad de esta cantidad, es decir de 1065. De manera que
la posibilidad de que se formara dicha proteína al azar equivale a cero. Los
estudios estadísticos han contribuido a que se abandone la idea de que la vida
surigió por casualidad.

El código genético traduce un lenguaje de cuatro letras a otro de


veinte, la única diferencia entre el ADN y el ARN es que el primero es
bicatenario, en cambio el ARN tiene una sola cadena. La información que
contiene el ADN se transcribe al ARN y éste la traduce al lenguaje de las
proteínas, que está constituido por 20 aminoácidos diferentes. ¿Cómo se
realiza esta traducción? La maquinaria celular que constituye el código
genético traductor está compuesta por más de 50 moléculas proteicas que
están ellas mismas codificadas en el ADN. Es decir que la molécula de ADN,
con toda la información que contiene, requiere de esta cinquentena de
proteínas para traducirse al lenguaje de las proteínas, pero resulta que esta
máquina traductora necesaria está a su vez codificada en la información que
contiene el propio ADN. Esto plantea la siguiente cuestión: ¿qué fue primero
el ADN o las proteínas?

Los procesos ciegos del darwinismo no pueden explicar cómo la


complejidad e información del ADN, que habría dado lugar a la rica
biodiversidad del planeta, hubieran podido surgir de la materia inerte y
evolucionar en tan sólo 4.800 millones de años para dar todas las especies
actuales. El Sol habría estallado y quemado la Tierra antes de que estos
múltiples cambios que requiere la evolución se hubieran podido producir. En
realidad, lo que dice la teoría de la evolución es que a partir de la materia
muerta (o inorgánica), después de muchos millones de años, fue creciendo la
complejidad y aparecieron cosas tan sofisticadas como el cerebro humano o
la conciencia. Esto es lo que actualmente cree la ciencia sin haberlo podido
demostrar convenientemente. Sin embargo, ¿acaso no se parece esto a un
gran acto de fe? Hoy por hoy nadie conoce el origen de la información
contenida en el ADN.
Quizás, una de las mejores evidencias de que hoy dispone el
neodarwismo sea la existencia de genes en los genomas de las especies que
parecen no tener ninguna función conocida y que, por tanto, sugerirían que
son genes heredados de algún antepasado ancestral en el que sí eran
funcionales. Hay genes sin función que se podrían considerar como “genes
rotos” o “pseudogenes” que aparecen, por ejemplo, en los mismos lugares del
genoma tanto en humanos como en los chimpancés y que se interpretan como
evidencia de que ambas especies descienden de un antepasado común en el
que tales genes eran funcionales.[61] Sin embargo, investigaciones posteriores
de algunos de estos pseudogenes han descubierto que sí tienen función y que,
por tanto, no son genes rotos o inservibles. Dichos genes deben ser
estudiados uno por uno ya que pudiera ocurrir que se estuviera cometiendo el
mismo error que con el famoso “ADN basura”, que resultó no ser basura en
absoluto sino que, por el contrario, era vital por sus funciones reguladoras.

Gregor J. Mendel (1822-1884) y el origen de la genética

La hipótesis darwinista de la selección natural presentaba al principio


un serio inconveniente, ¿sobre qué actuaba? ¿qué era aquello que pasaba de
padres a hijos a través de las generaciones? No se sabía cómo persistían y se
transmitían a la descendencia las variaciones sobre las que actuaba la
selección natural. Algunos creían que los caracteres de los padres se pasaban
a los hijos como si fueran líquidos o fluidos coloreados. Por ejemplo, si la
herencia paterna era azul y la materna amarilla, los descendientes debían ser
verdes. Es decir, un color intermedio mezclado. Pero, si la herencia no era
más que una mezcla de caracteres, entonces la selección natural propuesta por
Darwin no podía actuar ya que las variedades favorables se irían diluyendo
cada vez más de generación en generación. Darwin estudió durante mucho
tiempo este problema de la transmisión de la herencia pero no logró
solucionarlo. Lo que le faltaba al darwinismo era precisamente la teoría de la
herencia de Mendel, que proponía la existencia de pares de factores (hoy
llamados genes o alelos, procedentes uno del padre y otro de la madre) que
no se mezclan como si fueran pinturas sino que permanecen separados o
segregados de generación en generación.

Gregor Johann Mendel nació en el seno de una familia humilde de


labradores y a los 21 años ingresó en el convento de agustinos de Brünn,
ciudad importante de la actual República Checa. Estudió ciencias naturales y
matemáticas en Viena y fue profesor de dichas materias en la escuela del
monasterio o abadía de Santo Tomás. Fue precisamente en las huertas de
dicha abadía donde, en sus ratos libres, se dedicó también a cultivar guisantes
y otras plantas con el fin de experimentar cómo se transmitía la herencia.
Realizaba cruzamientos entre distintas variedades de guisantes y analizaba
estadísticamente las formas que surgían en las siguientes generaciones. Sus
investigaciones fueron publicadas en 1866, en las Actas de la Sociedad de
Ciencias Naturales de Brünn, una revista científica poco conocida. Esto
influyó negativamente en la difusión de sus descubrimientos entre los
principales científicos del momento y su mérito no se reconoció hasta
muchos años después. Sin embargo, las leyes de Mendel supusieron el
nacimiento de la moderna ciencia de la genética.

Gregor J. Mendel (1822-1884)


La teoría mendeliana de la herencia está constituida por los siguientes
elementos:[62] a) cualquier carácter de una planta viene determinado por dos
factores hereditarios; b) estos dos factores provienen uno de cada progenitor;
c) los dos factores de cada carácter se segregan durante la formación de las
células germinales, por lo que cada célula germinal recibe sólo un factor; d)
cada célula germinal recibe con una probabilidad del 50% un factor u otro; e)
los distintos factores responsables de los diferentes caracteres se asocian al
azar durante la formación de las células germinales. Mendel realizó en su
trabajo, Experimentos acerca de la hibridación de plantas, aquello que se
debe hacer en toda experiencia científica: formular hipótesis, examinar su
coherencia con los resultados previos, someter las hipótesis a pruebas
experimentales y comprobar que las hipótesis resultan coherentes con las
observaciones.

Mendel empezó sus experimentos estudiando la transmisión de un


único carácter, como podía ser el color de los guisantes, entre la generación
parental (P) y sus descendientes. Para ello, fecundó artificialmente
(espolvoreando polen de los estambres de unas flores sobre los ovarios de la
otra raza) dos líneas puras que diferían sólo por el color de sus semillas
(fenotipo), que podían ser verdes o amarillas. Luego se descubrió que el
genotipo de las amarillas (AA) estaba formado por dos genes o alelos
dominantes idénticos (homocigótico), mientras que el de los guisantes verdes
era también homocigótico pero recesivo (aa). Obtuvo una descendencia en la
que todas las plantas híbridas dieron guisantes de color amarillo y
heterocigótico (Aa). No le salió ninguno de color verde porque el alelo
amarillo (A) era dominante sobre el verde (a) y lo enmascaraba. A esta
generación de guisantes amarillos heterocigóticos la llamó primera
generación filial (F1). Por tanto, la primera ley de Mendel es la de la
uniformidad de la primera generación filial y afirma que cuando se cruzan
dos razas puras, todos los descendientes son iguales entre sí.
Posteriormente cruzó entre sí las plantas de la generación F1 y
consiguió otra generación que llamó segunda generación filial (F2), en la que
aparecían guisantes amarillos y guisantes verdes. Concretamente crecieron el
triple de plantas con guisantes amarillos que con guisantes verdes (3:1). De
este segundo experimento, Mendel dedujo que la información biológica sobre
cada carácter debía estar por duplicado, ya que aunque todos los ejemplares
de la F1 eran amarillos, debían contener también algún “factor hereditario”
para el color verde, pues éste volvía a salir en la siguiente generación. Por lo
tanto, lo que se heredaba no eran los caracteres sino los factores que los
determinan y que se pueden manifestar o no en la descendencia.

Quedaba así definida la segunda ley de Mendel, o principio de la


segregación de los factores hereditarios, que afirmaba que cuando se cruzan
entre sí dos plantas o individuos de la primera generación filial (F1), al ser
estos todos heterocigóticos, en la segunda generación filial (F2), de cada
cuatro individuos, tres son amarillos (por llevar un factor dominante) y uno
verde (por llevar ambos factores recesivos). De manera que los dos factores
hereditarios que informan acerca de un mismo carácter no se fusionan ni se
mezclan sino que permanecen diferenciados durante toda la vida del
individuo y se separan y reparten (segregan), en el momento de la formación
de los gametos o células sexuales.

Después de comprobar estos resultados en los cruces de plantas que


sólo se diferenciaban por un carácter como el color de los guisantes, Mendel
se preguntó acerca de cuáles serían los resultados si se tenían en cuenta dos
caracteres distintos a la vez. ¿Seguirían cumpliéndose también las dos
primeras leyes que había deducido? Para responder a esta cuestión, decidió
cruzar dos líneas puras de

guisantes para dos caracteres diferentes: guisantes lisos y amarillos con


guisantes rugosos y verdes. En la primera generación filial (F1) que obtuvo,
todos los descendientes salieron iguales (guisantes amarillos y lisos). Esto le
permitió deducir que el color amarillo era dominante sobre el verde, de la
misma manera que la forma lisa dominaba a la rugosa. Lo cual confirmaba
también los resultados de sus dos primeras leyes.
A continuación, al fecundar dos individuos de la F2 obtuvo plantas que
presentaban todas las combinaciones posibles y siempre en la misma
proporción. De cada 16 semillas obtenidas, 9 eran amarillas y lisas, 3
amarillas y rugosas, 3 verdes y lisas, y sólo una era verde y rugosa. Por tanto,
siempre se obtenía la misma proporción 9:3:3:1. Corroboró estos
experimentos con otros realizados en plantas que tenían flores de color
púrpura y tallos largos, cruzándolas con otras de flores blancas y tallos
enanos. Siempre obtuvo la misma proporción, lo que le permitió insistir en
que cada factor se hereda de manera independiente y se puede combinar con
otros, dando lugar a combinaciones de caracteres que no existían en la
generación parental. De esta manera, dedujo su tercera ley de la
independencia de los caracteres que afirma que los factores hereditarios no
antagónicos, como la forma y el color de los guisantes, mantienen su
independencia a través de las generaciones, ya que se agrupan al azar en los
descendientes.

¿Por qué Darwin no consiguió llegar a las mismas conclusiones de


Mendel? Aparentemente, la solución al problema de la herencia era fácil de
alcanzar con experimentos simples y relativamente asequibles. Mendel lo
resolvió en su huerto sin más tecnología que la que también tenía Darwin en
su huerto de Down House. Quizá el problema fue que el padre de la teoría de
la evolución esperaba documentar adecuadamente las minúsculas y
numerosas variaciones que supuestamente llevaban de una especie a otra.
Buscaba la acumulación de pequeñas modificaciones que se heredaban de
padres a hijos. Pero sus experimentos, consistentes en contar semillas,
pesarlas, medirlas, plantarlas y evaluar su vitalidad, no podían dar ninguna
información acerca de la herencia porque establecían previamente lo que él
quería encontrar. Darwin buscaba mediciones cuantitativas de la variación,
por eso no supo ver los caracteres unitarios que Mendel descubrió.

Jonathan Howard escribió un artículo en la revista Journal of Biology


titulado: “¿Por qué Darwin no descubrió las leyes de Mendel?”, en el que
dice lo siguiente: “si Darwin no llegó a descubrir las leyes de Mendel, no fue
tanto por lo que le faltase en genio o capacidad matemática, ni en mentalidad
experimental, sino más bien debido al poder de la tendencia de lo que ya
poseía. Su enfoque en la variación continuada como la fuente de cambio
evolutivo no era erróneo, y junto con el poder que podía ver en la integración
de los infinitesimales a lo largo del tiempo, edificó su argumento sobre el
sólido fundamento del planteamiento actualista de Lyell. Mucha de la
variación y de la herencia resultaba simplemente opaca en estos términos,
pero para Darwin, el avance residía en la variación continua, no en los
caracteres unitarios. Así, Darwin se encajonó, incapaz de ver las leyes de la
herencia en la variación continua, incapaz de ver la verdadera importancia de
la variación discontinua donde podían discernirse las leyes de la herencia.”[63]
Generalmente se admite que los investigadores realizan su trabajo con la
mejor intención y fidelidad al método de la ciencia, sin embargo a veces son
las ideas previas o las construcciones mentales las que determinan el diseño y
la interpretación de sus experimentos y conclusiones.

A pesar de que el trabajo de Mendel constituye un ejemplo de rigor


científico que demuestra que los caracteres hereditarios dependen de factores
independientes entre sí, que permanecen estables a través de las generaciones
y que se combinan en la descendencia según las leyes de la estadística, no
despertó ningún interés entre los científicos de la época. Sus investigaciones
permanecieron desconocidas durante treinta y cuatro años hasta que, en 1900,
los botánicos Hugo de Vries, Carl Correns y Erich von Tschermak,
trabajando por separado y desconociendo la obra de Mendel, llegaron a la
misma conclusión que el monje agustino. ¿Por qué fue rechazada e ignorada
durante tanto tiempo la genial obra de Mendel?

En aquella época, la comunidad científica ya se había vuelto casi


totalmente darwinista y estaba mal dispuesta a considerar ideas que no
parecían ajustarse a la evolución. Las leyes de la herencia de Mendel, así
como sus opiniones sobre el evolucionismo, eran diametralmente opuestas a
lo que creía Darwin y sus seguidores. El mendelismo implicaba una
definición estática de las especies cuyos factores hereditarios eran constantes
de generación en generación. Algunos autores creen que Mendel llevó a cabo
sus experimentos precisamente para decidir entre las ideas evolutivas y las
que defendían la estabilidad de las especies[64] ya que él no creía que los
híbridos llegaran a convertirse finalmente en especies auténticas, como
proponían algunos autores evolucionistas. De manera que al impedir durante
más de tres décadas el conocimiento de la genética mendeliana, el
darwinismo constituyó un freno para la ciencia del momento.

El neodarwinismo y la teoría sintética de la evolución

Uno de los principales defensores del darwinismo de la segunda mitad


del siglo XIX, el biólogo alemán August Weismann (1834-1914) elaboró un
nuevo planteamiento evolutivo que se conoció como la “teoría del
germoplasma”. Según ésta, todos los organismos están constituidos
fundamentalmente por dos partes: el soma, que es la suma de todos los
órganos y tejidos corporales, y el germoplasma, formado por aquellas células
que originan los gametos y la descendencia. Después de la fecundación, en el
momento de la formación del embrión, las células germinales se separan por
completo de las somáticas. Según Weismann, esta separación entre soma y
germen hace imposible la herencia de los caracteres adquiridos (propuesta
por Lamarck) ya que los cambios experimentados por las células somáticas
como consecuencia del ambiente no afectan a las células germinales, que son
las que se transmiten a los hijos y, por tanto, esto permite pensar que la
selección natural es la única causa de la variabilidad biológica. Weismann
identificó su plasma germinal con los cromosomas del núcleo de las células y
a este seleccionismo dogmático o ultradarwinismo se le denominó, a partir
del año 1896, con el término de neodarwinismo.

Para comprobar su teoría del germoplasma, Weismann realizó una serie


de experimentos con numerosas generaciones de ratones a los que cortaba la
cola, comprobando que todos los descendientes seguían naciendo con cola
normal. Esto confirmaba, según él, que los caracteres adquiridos o perdidos
sistemáticamente por los individuos adultos durante generaciones no podían
heredarse y, por tanto, quedaba refutado el lamarckismo, mientras que la
selección natural se erigía como el único mecanismo válido del darwinismo.
El plasma germinal podría variar debido a factores internos y entonces la
selección de tales variaciones, en función del ambiente, sería el motor de la
evolución.

August Weismann cortó sistemáticamente las colas de 68 ratones blancos, durante cinco generaciones,
y posteriormente informó que de los 901 ratones obtenidos en total, a partir de padres mutilados
artificialmente, ninguno nació sin cola o con una más corta. En su opinión, esto demostraba que el
lamarckismo no era verdadero ya que los caracteres adquiridos o perdidos en una generación no se
transmiten a la descendencia.

Estas ideas de Weismann dividieron a la comunidad científica en


facciones hostiles. La teoría del plasma germinal o germoplasma polarizó las
opiniones debilitando al darwinismo. Por un lado, los seleccionistas o
neodarwinistas partidarios de Weismann creían que el motor de la evolución
continua y gradual era la selección natural, mientras que otros seguían
defendiendo las ideas de Lamarck e incluso algunos, como William Bateson,
pregonaban la evolución discontinua y otros, como Hugo de Vries, el
mutacionismo. El historiador de la ciencia, Peter J. Bowler, refiriéndose a las
teoría evolucionistas en las décadas en torno a 1900 escribe: “Podemos
afirmar que, en gran medida, el eclipse del darwinismo fue precipitado por
una serie de movimientos desde dentro del darwinismo, que crearon una
situación en la que los seguidores poco entusiastas de la teoría se convirtieron
en oponentes activos. Desde entonces, el lamarckismo y las restantes
alternativas no podían considerarse como complementos de la teoría de la
selección, sino como mecanismos opuestos que ofrecían una filosofía de la
naturaleza completamente distinta.”[65]

Cuando se redescubrieron las leyes de Mendel, en 1900, el botánico


holandés Hugo de Vries (1848-1935) propuso otra teoría de la evolución que
se conoce como el mutacionismo[66]. Esta teoría negaba que la selección
natural fuera la fuerza impulsora de la transformación de la especies
biológicas y, en su lugar, proponía las mutaciones genéticas o alteraciones
espontáneas de los genes como principal causa de las grandes modificaciones
en los organismos, susceptibles de formar nuevas especies. Por tanto, según
De Vries, las especies se originaban de repente, al azar, y sin ninguna
transición gradual entre ellas. Es famosa su frase: “La selección natural no
puede crear nada, sólo puede cribar lo creado”.[67]
Hugo de Vries (1848-1935)

Estas nuevas ideas fueron rechazadas por otros naturalistas del


momento, sobre todo por los llamados biometristas, como el matemático
británico Karl Pearson, que seguían creyendo en la selección natural como
causa fundamental de la evolución. Los biometristas pensaban que pequeñas
variaciones continuas (llamadas métricas o cuantitativas porque se podían
medir, tales como las que se dan en las distintas razas de perros y gatos) eran
las responsables de la evolución. La polémica entre ambos bandos generó
cierta incertidumbre acerca de las causas de la evolución, que quedó bien
reflejada en la siguiente frase del zoólogo y genetista británico William
Bateson (1861-1926): “hemos de confesar una ignorancia casi completa sobre
las condiciones esenciales, tanto de causa como de modo, mediante las cuales
la diversidad de especies ha llegado a ser tal como la vemos…”[68]

El debate entre mutacionistas y biometristas tuvo lugar durante la


tercera década del siglo XX y finalmente se decantó hacia el bando de los
segundos que apoyaban la selección natural neodarwinista. Se empezó a
asumir que la herencia de las pequeñas variaciones, como el tamaño de las
mariposas monarca o el dulzor de las frutas de un manzano, obedecía a las
leyes descubiertas por Mendel y que, por tanto, cualquiera de estos caracteres
venía determinado por el efecto pequeño de numerosos genes. Proliferaron
los estudios matemáticos que pretendían demostrar que la selección natural
podía actuar sobre estas pequeñas variaciones intraespecíficas y producir a la
larga grandes cambios evolutivos importantes. Es decir, se aceptó que los
mecanismos de la microevolución, capaces de producir numerosas razas o
variedades dentro de cada especie, eran los mismos que a la larga generaban
también los grandes cambios interespecíficos que requería la
macroevolución. Finalmente se rechazó el mutacionismo y se fusionó la
genética de Mendel con la selección natural de Darwin.

Esta cuestión acerca de si los mecanismos de la microevolución


pudieran explicar también la macroevolución sigue abierta hasta el día de
hoy. Mientras los neodarwinistas la continúan aceptando, muchos biólogos
evolucionistas (como los partidarios del saltacionismo y algunos cladistas) no
se sienten a gusto con tal posibilidad porque consideran que las pequeñas
divergencias como, por ejemplo, las diferentes coloraciones de la mariposa
Biston betularia, la especiación en las Galápagos o las variaciones en las
moléculas de hemoglobina, son incapaces de dar cuenta de las enormes
diferencias existentes entre un roble y una jirafa. El paleontólogo
evolucionista del British Museum, especializado en peces fósiles, Colin
Patterson, refiriéndose a estos biólogos insatisfechos, escribe: “Mientras que
aceptan que la selección gradual de pequeñas diferencias, debidas a
mutaciones puntuales y cromosómicas, pueden dar cuenta de la divergencia
en el interior de grupos como las mariposas o las aves, piensan que la
aparición de las aves, de los vertebrados terrestres o del conjunto de los
vertebrados requiere innovaciones que no pueden ser explicadas
satisfactoriamente por cambios graduales a pequeña escala. Por ello asumen
que las innovaciones de rango mayor se producen por una, a gran escala,
mutación favorable o macromutación.”[69]

No obstante, esta hipótesis de las macromutaciones, que recuerda la


idea del “monstruo prometedor” del genetista alemán Richard Goldschmidt,
[70]
choca con el inconveniente de que si los efectos de tal mutación son
grandes y aparece un individuo muy diferente a sus congéneres, el problema
de la expansión de la mutación sigue en pie, porque, ¿con quién se aparearía
dicho monstruo, por muy prometedor que fuera?

A pesar de todo, la teoría sintética de la evolución nació con la obra


del genetista ruso emigrado a los Estados Unidos, Theodosius Dobzhansky,
Genetics and the Origin of Species (1937), que integraba la genética
mendeliana con el darwinismo. A mediados del siglo XX, la teoría de la
evolución de Darwin, fundamentada en la supuesta omnipotencia de la
selección natural, gozaba ya de una amplia aceptación en el estamento
científico, aunque siempre hubo controversias por cuestiones de detalle.
Aparte de Dobzhansky, otros biólogos relevantes que contribuyeron a
difundir la teoría sintética en los Estados Unidos fueron el zoólogo
estadounidense Ernst Mayr, el paleontólogo Georges G. Simpson y el
botánico G. Ledyard Stebbins; en Inglaterra, el zoólogo Julian Huxley; y en
Alemania, el ornitólogo Bernhard Rensch.

Theodosius Dobzhansky (1900-1975)

La supuesta ley biogenética de Haeckel

El estudio comparado del desarrollo de los embriones aportaría, según


el darwinismo, otra de las pruebas clásicas en favor de la evolución. Al
parecer, determinadas similitudes entre embriones de peces, aves, mamíferos
y seres humanos demostrarían que todos ellos descenderían de antepasados
comunes parecidos a los peces. Darwin lo explicaba así: “De dos o más
grupos de animales, aunque difieran mucho entre sí por su conformación y
costumbres en estado adulto, si pasan por fases embrionarias muy
semejantes, podemos estar seguros de que todos ellos descienden de una
misma forma madre y, por consiguiente, de que tienen estrecho parentesco.
Así, pues, la comunidad de estructura embrionaria revela la comunidad de
origen; [...] La embriología aumenta mucho en interés cuando consideramos
al embrión como un retrato, más o menos borroso, del progenitor de todos los
miembros de una misma gran clase.”[71]

Estas ideas fueron recogidas en la llamada ley biogenética de Haeckel


que afirmaba que la ontogenia o desarrollo embrionario de un organismo era
una recapitulación breve de su filogenia o secuencia evolutiva de las especies
antecesoras. Es decir que, durante los primeros estadios en el útero materno,
los embriones pasaban por formas que recordaban las transformaciones
experimentadas por sus ancestros a lo largo de la evolución. Se señalaba, por
ejemplo, que en los embriones humanos igual que en los de gallina, se podían
observar arcos aórticos similares y un corazón con sólo una aurícula y un
ventrículo como el que poseen los peces actuales. Esto se interpretaba como
una prueba embriológica de que tanto los hombres como las aves habían
evolucionado a partir de sus antepasados los peces.
El problema de los dibujos que realizó Haeckel, como se pudo
comprobar años después, es que fueron maliciosamente retocados en las
primeras etapas para que se parecieran entre sí. En realidad, cuando se
analizan los embriones tempranos de las diferentes clases de vertebrados, se
observa que éstos presentan notables diferencias. El de los peces posee casi
un aspecto esférico. En los anfibios es más ovalado. Los reptiles se
caracterizan por su alargamiento, mientras que en las aves se alcanza un
mayor tamaño de la cabeza. No cabe duda de que el embrión de los
mamíferos es el más complejo desde el punto de vista estructural. Esto lo
explica con mucho detalle el biólogo norteamericano, Jonathan Wells, en su
obra Icons of Evolution.
Son tantos los datos de la embriología que contradicen esta ley que
pronto fue abandonada por la comunidad científica. Sin embargo, a pesar de
este rechazo lo cierto es que todavía continúa apareciendo en los textos
escolares de secundaria como una confirmación de la teoría transformista. En
la actualidad, los embriólogos saben que los embriones de los vertebrados se
diferencian progresivamente en varias direcciones, sólo para converger en
apariencia a mitad del proceso y luego volver a diverger hasta formar órganos
o estructuras que pueden ser parecidas entre sí, pero que se han formado a
partir de células o tejidos absolutamente diferentes.

Por ejemplo, la presencia en los embriones de los mamíferos de un


corazón con dos cavidades y unos arcos aórticos parecidos a los de los peces,
se debe a que tales embriones sólo necesitan en las primeras etapas de su
desarrollo una circulación simple, ya que están alimentados a través de la
placenta materna. Pero más tarde, la circulación sanguínea se vuelve doble a
fin de que los pulmones permitan la respiración autónoma del bebé. De
manera que la presencia de tales órganos se debe a las diferentes necesidades
fisiológicas del embrión durante el desarrollo y no a su pretendido parentesco
evolutivo con los peces. La forma de los órganos de los embriones viene
impuesta por las exigencias fisiológicas y no por su pasado filogenético.

Contra las pretensiones de la ley biogenética, finalmente ha sido la


genética quien ha aportado la prueba definitiva. El ADN de cada especie está
determinado únicamente para desarrollar el cuerpo de los individuos que
pertenecen a dicha especie. No es capaz de volver a recrear en el desarrollo
embrionario las etapas de otros organismos supuestamente anteriores y
relacionados entre sí. El genoma de cada ser vivo sólo expresa aquello que
corresponde a su propio género.

Como reconoce el evolucionista, Pere Alberch, del Museo de


Zoología Comparada de la Universidad de Harvard: “El descubrimiento de
los mecanismos genéticos dio la puntilla definitiva a las leyes de Haeckel,
demostrando que la teoría de la recapitulación no puede ser justificada
fisiológicamente... En resumen, la biología del desarrollo jugó un papel cada
vez menor en la teoría de la evolución. Muestra de ello, [...] es el
insignificante papel que tuvo la embriología en la llamada “Nueva Síntesis”
darwiniana de los años 40 de este siglo.”[72]

Incluso ya en su época, el famoso histólogo español, Santiago Ramón


y Cajal (1852-1935), después de estudiar el sistema nervioso de algunos
invertebrados, puso en duda la validez de la ley biogenética de Haeckel y
escribió: “La complicación de la retina de los insectos es algo estupendo,
desconcertante, sin precedentes en los demás animales. (…) ¡Y yo que,
engañado por el malhadado prejuicio de la seriación progresiva de las
estructuras zoológicas de función similar, esperaba encontrarme con un plan
estructural sencillísimo y fácilmente abordable!” Ramón y Cajal confiesa que
en “el estudio de dicha membrana (la retina de los insectos) sentí por primera
vez flaquear mi fe darwinista. (…) Con los conocidos principios de la
variación lenta y selección de la modificación útil, no es posible explicar
satisfactoriamente muchísimas disposiciones de los centros nerviosos…”[73]

La ley biogenética de Haeckel no es capaz de explicar los hechos


comprobados por la embriología, ni constituye tampoco un argumento sólido
en favor del darwinismo, y además fue abandonada por la ciencia hace ya
muchos años, ¿cómo es que continúa apareciendo todavía como prueba de la
evolución en tantos libros escolares?

Los árboles de la vida no coinciden

No cabe duda de que actualmente el principal apoyo que tiene la teoría


de la evolución proviene de la biología molecular y la genética. Tal como se
señaló anteriormente, el hecho de que ciertos trozos de material hereditario se
encuentren, por ejemplo, en simios y humanos se interpreta como evidencia
de que ambos descienden de un antepasado común. El desarrollo de estas
disciplinas se produjo sobre todo a partir de la década de los 50 del pasado
siglo. En el año 1953, el biólogo estadounidense James Watson y el físico
británico Francis Crick descubrieron la singular estructura helicoidal del
ácido desoxirribonucleico (ADN) que conforma los cromosomas del núcleo
de las células. El hecho más misterioso de la biología moderna es que esta
macromolécula contiene la información biológica necesaria para la existencia
de cada especie animal o vegetal. Nadie sabe cómo semejante volumen de
información sofisticada pudo originarse por primera vez porque entender
cómo se transmite dicha información a las proteínas no explica, ni mucho
menos, cómo surgió al principio.

Los ladrillos de la información genética son las cuatro famosas bases


nitrogenadas del ADN (adenina, timina, citosina y guanina) que forman los
nucleótidos que lo componen. Esta información se transmite al ARN (que en
vez de timina tiene uracilo) y a partir de éste se determina la secuencia de
aminoácidos de las proteínas, que son las encargas de realizar todas las
funciones vitales de los organismos. De manera que si se quiere estudiar la
información biológica de las especies hay dos formas de hacerlo: examinando
directamente la molécula de ADN o bien estudiando la cadena de
aminoácidos de las proteínas a que éste da lugar.

Esta comparación de la secuencia de nucleótidos en el ADN entre


especies biológicas, o de los aminoácidos de sus proteínas, se interpreta desde
el evolucionismo como indicativa de las divergencias o parecidos
filogenéticos entre los diferentes organismos. Se supone que si más se
parecen las moléculas de dos especies diferentes es porque éstas tienen mayor
parentesco evolutivo. En base a este criterio, se han elaborado árboles
filogenéticos que supuestamente reflejarían las relaciones evolutivas entre los
seres vivos.

Por ejemplo, el citocromo c es una proteína respiratoria pequeña de


sólo 104 aminoácidos que está presente en todos los seres vivos y cuya
misión es transportar electrones en las mitocondrias de las células. Pues bien,
en base al número de aminoácidos diferentes que presenta esta proteína en las
distintas especies biológicas se elaboró un árbol genealógico (o filogenético)
que supuestamente indicaría el parentesco evolutivo existente entre dichas
especies. Según este árbol, los monos estarían más próximos a los humanos
que los caballos. Lógicamente esto ya se suponía desde la anatomía
comparada, la paleontología y la simple lógica transformista. No obstante,
también aparecían datos contradictorios con los árboles clásicos, como que
las palomas y los perros estuvieran a la misma distancia de los humanos en
cuanto al número de cambios sufridos en los aminoácidos del citocromo c.
¿Cómo podían estar a la misma distancia filogenética del hombre un
mamífero y un ave? Lo mismo ocurría con los canguros, mamíferos
marsupiales que salían más cercanos al ser humano que los perros, que son
mamíferos placentarios como nosotros.

Primer árbol filogenético generado con computador y basado en las diferencias en la secuencia de
aminoácidos del citocromo c de una veintena de organismos distintos. Fue elaborado en 1967 por
Walter M. Fitch de la Universidad de Wisconsin y Emanuel Margoliash de la Northwestern University.
[74]
Cuando se pasa de las comparaciones morfológicas (aspecto físico de
los animales) a los parecidos entre secuencias moleculares (sean éstas de
genes, pseudogenes, nucleótidos o aminoácidos de las proteínas) surgen
también muchas dificultades. Lógicamente el darwinismo se fija en aquellas
que parecen corroborar la idea del ancestro común y descarta todas las que
contradicen tal supuesto, pero éstas últimas son tan abundantes que han
colocado en entredicho todo el árbol de la vida propuesto por Darwin. En vez
de un solo tronco con muchas ramas, la genómica ha dibujado un zarzal de
múltiples raíces y ramas conectadas entre sí a varios niveles.

Todos los seres vivos, desde las bacterias al hombre, poseemos ADN
constituido por las famosas cuatro bases nitrogenadas (A, T, C y G) y el
orden de éstas determina la secuencia de los aminoácidos en las proteínas.
Cuando las células se reproducen, o dividen, se copian perfectamente estas
secuencias de bases nitrogenadas. Sin embargo, a veces ocurren accidentes o
mutaciones que generan copias ligeramente diferentes a las de las células
progenitoras. Esto significa que los organismos podemos tener moléculas de
ADN e incluso proteínas que pueden diferir algo de las de nuestros padres,
abuelos o tatarabuelos. En 1965 se sugirió desde el evolucionismo que tales
diferencias genéticas podrían ser útiles para determinar las relaciones
evolutivas entre especies diferentes.[75] Aquellas cuyas proteínas o ADN
difirieran poco estarían supuestamente más estrechamente relacionadas, en
términos evolutivos, que quienes lo hicieran en un mayor número de
subunidades.

Después de comparar durante años los resultados obtenidos con


distintos árboles genealógicos para proteínas como los citocromos, globinas,
hemoglobinas, genes, cromosomas, etc., el famoso paleontólogo
evolucionista inglés Colin Patterson confesó que: “una computadora
(convenientemente programada) puede dibujar una genealogía a partir de
secuencias proteínicas de origen desconocido. Es importante no caer en el
error de pensar que estos árboles de secuencias de proteínas, por cuanto están
calculados mediante computadoras y contienen cifras concretas, representan
el curso actual de la evolución. No es así. El árbol producido por
computadora no es necesariamente más cierto o factible que uno diseñado por
un anatomista comparativo con su estudio de la estructura de una gran
variedad de especies. Los dos árboles pueden constituir un valioso test uno
para el otro, pero sin embargo pueden no ser mejores que la persona que
observó las especies o la que escribió el programa del computador. La
calculadora puede dibujar, a partir de una misma secuencia de datos, una gran
variedad de árboles, según el tipo de asunciones que haya hecho el
programador.”[76]

Al asumir que las mutaciones se han venido acumulado de forma


constante a lo largo del tiempo, entonces el número de diferencias entre los
organismos podría servir como una especie de "reloj molecular" que indicara
incluso cuántos años habrían transcurrido desde que su ADN o proteínas eran
idénticos. Es decir, cuánto tiempo hace que compartieron un antepasado
común. El problema es que la comparación de secuencias de ADN de los
distintos organismos vivos que existen hoy es una tarea compleja ya que
contienen miles de subunidades (bases nitrogenadas) y alinearlas
correctamente es difícil. Según como se alineen, pueden dar resultados muy
diferentes.

Por ejemplo, cuando se intentó datar la famosa explosión biológica


del Cámbrico, es decir, la aparición súbita de todas las clases de seres vivos
según atestiguan los fósiles, por medio de este reloj molecular, los diversos
investigadores llegaron a resultados muy dispares. Unos situaban el
antepasado común de todos los seres vivos entre los 900 y 1000 millones de
años de antigüedad.[77] Otras comparaciones moleculares recortaban esta
fecha a los 670 millones de años.[78] Mientras que algunos científicos
retrasaban a 1200 millones de años el tiempo en que supuestamente vivió el
ancestro común.[79] ¿Cómo es posible que los relojes moleculares mostraran
un retraso de 530 millones de años, entre los resultados máximos y mínimos?
¿No indicaba esta amplia gama de posibilidades que tales relojes no son de
fiar?

Desde la década de los 70 del pasado siglo, los biólogos


evolucionistas han estado esperando que las comparaciones de secuencias de
ADN entre las distintas especies superaran estas dificultades y permitieran
construir un árbol de la vida universal que corroborara de alguna manera sus
predicciones teóricas. Sin embargo, la mayoría de los descubrimientos han
venido frustrando esta esperanza. Cuanto más secuencias se comparan, tanto
de ADN como de ARNr (ácido ribonucleico ribosómico) o de proteínas, las
filogenias resultantes más se contradicen entre sí y con el supuesto árbol
evolutivo de la vida.[80] Las diversas moléculas rastreadas conducen a árboles
filogenéticos muy diferentes.

Un artículo científico publicado en 1996, que analizaba 88 secuencias


distintas de proteínas, situaba a los conejos más cerca de los primates que de
los demás roedores.[81] Otro estudio de trece genes en 19 especies animales
colocaba a los erizos de mar (invertebrados) entre los cordados (que incluyen
a los vertebrados). Y, en fin, de otro basado en doce proteínas distintas se
desprendía que las vacas están más cerca de las ballenas que de los caballos.
[82]
Tales inconsistencias han sumido la filogenia molecular en una grave
crisis. Se ha sugerido que quizás el hipotético antepasado común universal no
era un organismo vivo sino un proceso metabólico que podía intercambiar
material genético o que las discrepancias en las filogenias moleculares
pueden deberse a la transferencia lateral de genes entre especies distintas.
Pero lo que está claro es que el darwinismo necesita nuevas hipótesis, que
aún no se vislumbran, que sean capaces de solucionar satisfactoriamente tales
problemas. Hoy por hoy, la evidencia fósil y molecular demuestra que el
ramificado árbol de la evolución propuesto por Darwin es absolutamente
inconsistente.

La explosión de vida del Cámbrico confirma que los filos o categorías


más altas de la clasificación de los seres vivos aparecieron al principio y no
después de cientos de millones de años de evolución. Esto arranca el árbol de
la evolución y lo vuelve del revés. No se trata ya de un solo tronco ancestral
del que surgieron todas las ramas de los seres vivos sino que las principales
categorías de organismos estaban ya presentes en el comienzo de los tiempos
y han podido cambiar relativamente. Esto es precisamente lo que predice el
Diseño inteligente. Es decir, que la complejidad de los seres vivos, aunque
éstos hayan podido variar en el tiempo, existe desde los orígenes.

El reloj molecular no es de fiar

El genetista japonés Motoo Kimura propuso por primera vez en 1968


sus ideas acerca de la teoría neutral (o neutralista) de la evolución molecular,
que desarrollaría más ampliamente una década después.[83] Según Kimura, la
mayoría de los cambios o mutaciones que tienen lugar en el ADN y en las
proteínas son neutros desde el punto de vista evolutivo. No tienen efectos
significativos en la función de las moléculas proteicas y, por tanto, la
selección natural no puede actuar sobre dichos cambios. Pero si, a nivel
molecular, la evolución depende totalmente del azar, entonces la aparición de
órganos y estructuras biológicas complejas se convierte en un auténtico
enigma.

Estas ideas neutralistas fueron, al principio, como un jarro de agua


fría para el neodarwinismo pero posteriormente se integraron en el mismo y
contribuyeron a impulsar la llamada deriva genética de las poblaciones que
cambia aleatoriamente las frecuencias alélicas de las especies en el tiempo.
(Un alelo es una de las posibles formas de un gen y cada célula diploide suele
tener dos alelos de un único gen, uno procedente de cada progenitor). El
problema para el darwinismo es que la deriva genética tiende a la larga a
eliminar alelos de las poblaciones. No es enriquecedora sino simplificadora
ya que procura dejar un solo alelo de cada gen. Por lo tanto, el evolucionismo
se ve forzado a creer que las mutaciones y la selección natural deben ser las
causas necesarias del cambio en las especies, que actuarían contra dicha
tendencia simplificadora de la deriva genética.

La teoría neutral de Kimura condujo a la creación del llamado reloj


molecular de la evolución. Según esta teoría, la probabilidad de que se
produzca una mutación en un gen, o un cambio en los aminoácidos de una
proteína, es constante, puesto que la función de la proteína no cambia sino
que ésta sigue trabajando de la misma manera y, por lo tanto, la selección
natural no puede actuar sobre ella. Kimura consideró que, al ser neutras y
constantes la gran mayoría de las mutaciones que se producen al azar, las
diferencias de tales cambios neutros entre dos especies, indicarían el tiempo
transcurrido desde que ambas se separaron de un supuesto antepasado común.
Esta idea del reloj molecular de la evolución se emplea para reconstruir la
historia filogenética de las especies así como el tiempo transcurrido entre
cada acontecimiento evolutivo.
Motoo Kimura (1924-1994)

No obstante, la suposición de que las mutaciones ocurren de forma


constante a lo largo del tiempo se ha visto desmentida en varias ocasiones
desde que Kimura propuso su teoría. En un trabajo científico, publicado en el
2001 por investigadores de la Universidad de California en Irvine, se decía
que habían descubierto unas tasas de mutación muy diferentes a lo esperado,
incluso en especies estrechamente relacionadas. Esto condujo a sus autores a
la conclusión de que, en general, los relojes moleculares son mucho más
irregulares de lo que se creía anteriormente y que, por lo tanto, resultan
prácticamente inútiles para determinar un tiempo evolutivo exacto.[84]

Otros autores propusieron que quizás los relojes moleculares


funcionaban a diferentes ritmos según la época y las condiciones ambientales.
Seis investigadores del Dartmouth College de Hanover (USA) intentaron
averiguar cuándo aparecieron los primeros animales con simetría bilateral
(cuerpo compuesto por dos mitades simétricas). Es decir, los supuestos
antecesores de todos los vertebrados que debieron surgir justo antes de la
gran explosión del Cámbrico. La solución que aportaron para explicar tal
aparición repentina consistía en mover las manecillas del reloj molecular a
diferentes ritmos en las distintas ramas del supuesto árbol de la vida de
Darwin.[85]

En otro trabajo del 2011, firmado por los biólogos Ziheng Yang y Aris-
Brosou, se decía que los relojes moleculares eran poco fiables ya que,
dependiendo los genes estudiados o de los métodos de investigación
empleados, el último antecesor común de los protostomados y de los
deuterostomados (dos tipos de animales del Cámbrico que se diferencian por
el origen embrionario de la boca) podría haber existido en cualquier fecha
entre hace 452 millones de años y hace 2.000 millones de años.[86] Semejante
incertidumbre significa que, a pesar de la euforia de algunos neodarwinistas,
de la manipulación de cifras, las diversas estrategias y los análisis
matemáticos, lo cierto es que los relojes moleculares no han aportado la
exactitud cronológica que se pensaba ya que son imprecisos, inciertos y se
basan en un auténtico círculo vicioso. Primero se supone que la evolución de
las especies se ha producido por mutaciones a un ritmo constante y después
se afirma que el reloj molecular demuestra la evolución de las especies en el
tiempo.

Influencias de la geología y la geofísica

Durante la segunda mitad del siglo XX, la geología y la geofísica


experimentaron cambios profundos que influyeron también en las ideas
evolucionistas. La cuestión acerca de si la corteza terrestre era estable o se
había desplazado a lo largo de las eras geológicas fue debatida
acaloradamente por los especialistas. El geólogo y zoólogo estadounidense
James Dwight Dana (1813-1895) afirmaba que los continentes y los océanos
nunca habían cambiado de emplazamiento y que el armazón externo de la
Tierra había permanecido siempre estable. Sin embargo, otros naturalistas
como el botánico inglés Edward Forbes (1815-1854) veían difícil explicar
cómo los animales y plantas habrían podido emigrar de un continente a otro
sin que hubiera pasillos terrestres entre ellos.[87] En 1858, el geógrafo francés
Antonio Snider-Pellegrini (1802-1885) propuso en su libro, La Création et
ses Mystères dévoilés, la idea de que en el pasado todos los continentes
habían estado unidos, tal como evidenciaba la presencia de ciertos fósiles de
plantas hallados en yacimientos carboníferos de Europa y Norteamérica.
Mediante sendos mapas de la Tierra ilustró por primera vez su creencia en la
deriva de los continentes. No obstante, esta posibilidad fue considerada
fantástica por la mayoría de los naturalistas de la época.

Dibujos realizados por Antonio Snider-Pellegrini, en 1858, con el fin de ilustrar su hipótesis de la
deriva de los continentes.

No obstante, la teoría de la deriva continental no empezó a tomarse en


serio hasta que, en el año 1912, el geofísico y meteorólogo alemán Alfred
Wegener publicó un artículo titulado: La formación de los continentes.[88] Su
libro por excelencia, en el que desarrolló los argumentos que sustentaban sus
ideas, El origen de continentes y océanos, fue publicado en alemán años
después. En él propuso el nombre de Pangea (literalmente, “todo tierra”) para
referirse al único continente que en su opinión debió existir al principio y que
posteriormente se fue fracturando hasta dar lugar a la disposición continental
actual. Wegener sugirió que el Atlántico era una enorme grieta ensanchada
entre Sudamérica y África, continentes que estuvieron unidos en el pasado,
tal como se desprende de sus perfiles geográficos actuales. Las pruebas que
aportaba se referían a la existencia de cordilleras, formadas por el mismo tipo
de rocas y de la misma antigüedad, en diferentes continentes que debieron
estar unidos en el pasado. Asimismo, señalaba la distribución geográfica de
ciertos fósiles presentes en varios continentes. Sin embargo, muchos de sus
colegas rechazaron, al principio, la deriva continental porque Wegener no
proponía ningún mecanismo geofísico que pudiera explicarla adecuadamente.

La distribución geográfica de algunos fósiles presentes en cinco continentes distintos fue una de las
pruebas de la deriva continental aportadas por Alfred Wegener.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Deriva_continental#/media/Archivo:Snider-
Pellegrini_Wegener_fossil_mapa_es.svg).

Durante la década de los 60 del pasado siglo, la teoría de la deriva


continental, junto con la expansión del fondo oceánico, fueron incluidas en la
teoría de la tectónica de placas. Según ésta última, la causa fundamental del
lento desplazamiento de los continentes es la convección global del manto
terrestre. Es decir, los materiales magmáticos calientes y fluidos de la
astenosfera (zona superior del manto situada bajo la litosfera entre los 30 a
130 kilómetros de profundidad y hasta los 660 kilómetros), ascienden muy
lentamente alcanzando la litosfera fría y rígida. Un vez allí, friccionan con
ella y se desplazan horizontalmente contribuyendo al movimiento de las
placas tectónicas que soportan continentes y océanos. Cuando dicho magma
se enfría, desciende de nuevo hacia el interior terrestre, generando así las
llamadas corrientes de convección, que generarían movimientos parecidos al
del agua cuando hierve en una olla.

Dibujo que representa las corrientes de convección como causa de la deriva continental.
(https://geografiaplena.wordpress.com/2013/07/02/placas-tectonicas-celdas-de-
conveccion/celula_conveccion/).

Actualmente se ha podido detectar el movimiento de los continentes


gracias a tecnologías muy precisas, como los GPS y los radiotelescopios, y se
ha comprobado que éstos se desplazan hoy a una velocidad media de unos
dos centímetros y medio al año. En el 2000, Peter Ward y Donald Brownlee
publicaron un libro sobre el universo que tuvo mucho éxito en los Estados
Unidos,[89] en el que se decía que la tectónica de placas de la Tierra constituye
un aliado fundamental de la vida ya que al separar y unir continentes
promueve la biodiversidad. Por tanto, la configuración de las tierras
emergidas y de los océanos del mundo es dinámica y va cambiando muy
lentamente. Si realmente han transcurrido millones de años, como propone la
geología actualista y los partidarios de la Tierra antigua, durante esos largos
períodos de tiempo se habría alterado profundamente la faz terrestre, los
climas habrían variado de forma notable y esto habría provocado cambios en
los seres vivos. Los creacionistas de la Tierra joven proponen, en cambio, que
el movimiento de placas no es lento, como se observa hoy, sino catastrófico y
ocurrió rápidamente durante el Diluvio.[90]

No todas las pruebas biogeográficas avalan el ancestro común

Los estudios acerca de la distribución de plantas y animales a lo largo


de la geografía terrestre experimentaron también un cambio importante con la
aceptación de la teoría de la tectónica de placas. Por ejemplo, al asumirse que
Sudamérica estuvo unida a África durante mucho tiempo y que la India no
siempre perteneció a Asia, el origen de la flora y fauna de tales regiones se
empezó a entender de otra manera. Antes de conocerse el movimiento de los
continentes, Darwin ya se dio cuenta de que la distribución de ciertos fósiles
y animales vivos sugería la posibilidad de que hubieran evolucionado a partir
de antepasados comunes. La distribución geográfica discontinua de formas
emparentadas requería que hubieran emigrado a donde se hallan en la
actualidad y, a la vez, se hubieran extinguido en las regiones intermedias. La
alternativa de la creación especial de cada especie en varios sitios distintos
separados geográficamente parecía menos razonable.

En este sentido, Darwin escribió: “Entonces, ¿aceptaremos que las


distintas especies de rinocerontes que habitan en Java, Sumatra y las regiones
vecinas de Malaca fueron creadas, macho y hembra, a partir de las sustancias
inorgánicas de estos lugares? (…) ¿Diremos que sin ninguna causa aparente
fueron creadas según el mismo tipo genérico que el antiguo rinoceronte
peludo de Siberia…? (…) ¿O proceden, como nuestras razas domésticas, del
mismo grupo paterno?”[91] En base a la distribución geográfica de las
especies, la teoría de la evolución afirma que aquellos animales que viven
juntos en un área determinada evolucionan de forma similar, mientras que
cuando una población queda aislada, tiende a evolucionar hacia formas
diferentes. Este sería el caso, por ejemplo, de tres especies de monos
cercopitecos: la mona de Gibraltar (Macaca sylvana) que fue introducida por
el ser humano en el Peñón de Gibraltar, pero cuya área de distribución natural
comprende el norte de Marruecos y de Argelia; el macaco japonés (Macaca
fuscata), típico de las islas niponas; y el cercopiteco verde (Cercopithecus
aethiops) del África subsahariana. Tales especies se habrían ido modificado y
extendiendo lentamente a partir de un antepasado común desaparecido. Y, en
el presente, sólo se encuentran en estas regiones separadas porque
supuestamente en las zonas intermedias ya se habrían extinguido.

No obstante, la biogeografía no siempre respalda el concepto darwinista


del antepasado común. Existen numerosos ejemplos de distribución
disyuntiva de especies que lo contradicen. Se dice que la distribución
disyunta o disyuntiva se da cuando una especie o género tiene dos o más
poblaciones ampliamente separadas geográficamente una de la otra. Sin
embargo, a veces, hay organismos en determinadas regiones que no están
representados en las regiones adyacentes, o en aquellas que se supone que se
han separado por deriva continental. Un ejemplo paradigmático es el de las
singulares aves ratites (Ratitae), que son propias del hemisferio sur y se cree
que se originaron en el antiguo continente Gondwana, hace más de 90
millones de años. Se conocen más de 50 especies de ratites y la mayoría no
son voladoras, tales como avestruces (África), emús (Australia), casuarios
(Nueva Guinea y Australasia), ñandúes (Sudamérica), kiwis (Nueva
Zelanda), tinamúes capaces de volar (Centro y Sudamérica), las
desaparecidas moas (Nueva Zelanda) y los enormes epiornítidos o aves
elefante endémicas de Madagascar.
Los avestruces (Struthio camelus), como esta hembra de la imagen, pertenecen a las aves ratites de las
que se conocen más de 50 especies distintas, todas del hemisferio sur. Su origen sigue siendo
enigmático para los especialistas ya que la actual distribución geográfica de las mismas contradice el
modelo monofilético darwinista.

La mayoría de los ornitólogos evolucionistas suponía que este grupo de


aves era monofilético. Es decir, que todas las especies actuales descenderían
de un ancestro común incapaz de volar y que su actual distribución disyunta
podría explicarse como consecuencia de la fragmentación del antiguo
continente Gondwana. Sin embargo, cuando se examinan los trabajos
científicos que se refieren a este tema surgen varios inconvenientes para
semejante teoría. Resulta que las moas gigantes del género Dinornis propias
de Nueva Zelanda, que se extinguieron alrededor del 1500 d.C. por la acción
humana, no están genéticamente relacionadas con las cinco especies de kiwis
del género Apteryx, propias también de esta misma isla.[92] El estudio del
genoma mitocondrial de tales aves así lo pone de manifiesto.[93] Por el
contrario, se afirma que los epiornítidos o aves elefantes de Madagascar
serían los parientes más próximos de los kiwis de Nueva Zelanda.[94] Pero la
isla de Madagascar está situada a 11.480 kilómetros de la isla de Nueva
Zelanda. Además, la ruptura del continente Gondwana es demasiado antigua
(en el Cretácico, hace unos 150 millones de años) para explicar la
distribución de las aves ratites por deriva continental ya que estas aves no
pueden haberse originado antes del Paleógeno o Terciario temprano de la era
Cenozoica (hace entre 66 y 23 millones de años), según indica el mismo reloj
molecular propuesto por el evolucionismo.[95]

Distribución actual de las aves ratites en el mundo.

Ante estos problemas, algunos ornitólogos evolucionistas sugirieron


que quizás todas estas aves no voladoras similares a los avestruces habrían
evolucionado independientemente por convergencia múltiple de antepasados
distintos, que podían haber sido voladores y, por tanto, su actual distribución
geográfica se explicaría precisamente porque llegaron volando.[96] El
darwinismo supone que la evolución convergente, o convergencia múltiple,
se da cuando dos especies distintas adoptan o evolucionan
independientemente hacia estructuras o funciones similares. Siempre suele
ponerse el ejemplo del vuelo alcanzado por animales tan diferentes como las
aves, los murciélagos (mamíferos) y reptiles fósiles como los pterosaurios.
No obstante, el principal problema de la convergencia es que si ya resulta
estadísticamente difícil o poco probable que un órgano o función compleja
aparezca por mutaciones al azar, cuánto más lo será que surja en más de una
ocasión.
De manera que, en vez de un origen monofilético a partir de un
ancestro común y apoyado en la deriva continental, estos autores proponen
todo lo contrario: un origen polifilético para estas aves y aseguran que la
teoría de la deriva continental nunca fue completamente consistente ni con
ninguna filogenia publicada ni con el estudio de los fósiles. Ahora bien, ¿no
se parece algo este planteamiento evolucionista a lo que también propone el
Diseño inteligente, acerca de la aparición de varios tipos básicos originales
que pudieron variar en el tiempo? En mi opinión, la visión polifilética
concuerda mucho mejor con los hechos observados que el monofiletismo
darwinista de una descendencia común universal.

Los mayores problemas biogeográficos que se le plantean al


evolucionismo son aquellas distribuciones de especies que no pueden ser
explicadas mediante la deriva continental y entonces hay que apelar a la
dispersión a través de los océanos, con la indemostrable hipótesis del
balsismo. Se supone así que muchos organismos llegaron a islas y
continentes en balsas de vegetación flotante, después de navegar a la deriva
durante miles de kilómetros atravesando mares impetuosos.[97] El primer
naturalista que propuso dicha hipótesis fue Alfred Russell Wallace y, después
de él, otros autores la han venido desarrollaron.[98] Sin embargo, algunos
investigadores evolucionistas siempre se opusieron a ella, como el famoso
paleontólogo estadounidense George Gaylord Simpson (1902-1984), quien
creía que era una explicación fácil e indemostrable, a la que se echaba mano
cuando no se tenía otra mejor.[99]

Uno de esos ejemplos inexplicables lo constituye un pequeña araña


trampera (Moggridgea rainbow) presente en la isla Canguro (Kangaroo
Island), situada junto a la costa sur de Australia, pero que pertenece a un
género de arañas que sólo se encuentra en Sudáfrica.[100] Se trata de un grupo
de arácnidos muy sedentarios que no suelen moverse más de un par de metros
del lugar donde nacieron. Sin embargo, según la hipótesis del balsismo, se
supone que viajaron casi diez mil kilómetros a través del Océano Índico hasta
llegar a esta isla australiana. Los estudios genéticos realizados por sus
descubridores indican que esta especie debió separarse de sus congéneres
africanos hace entre 2 y 16 millones de años. Esto es mucho más tarde que la
separación de los continentes africano y australiano, supuestamente hace
unos 95 millones de años. ¿Cómo pudo realizar semejante periplo marino una
pequeña araña terrestre de dos centímetros y medio de longitud? Se supone
que haciendo surfing pero, ¿no es esto demasiado suponer?

Araña trampera (Moggridgea rainbow) presente en la isla Canguro (Kangaroo Island), situada junto a la
costa sur de Australia, pero que pertenece a un género de arañas que sólo se encuentra en Sudáfrica, a
casi diez mil kilómetros de distancia. Se supone que atravesó el Océano Índico en alguna isla flotante
de vegetación (Foto: Nick Birks, University of Adelaida) (https://www.earthtouchnews.com/natural-
world/how-it-works/fair-winds-and-following-seas-yes-a-spider-could-migrate-across-an-ocean/).

Ejemplos como estos de organismos que presentan distribuciones


disyuntas, difíciles de explicar mediante la teoría del ancestro común, son
numerosos por todo el globo.[101] Hay reptiles de la familia Amphisbaenidae,
llamados vulgarmente “lagartos de gusano” porque algunos parecen
lombrices de tierra, a la que pertenece la culebrilla ciega (Blanus cinereus) de
Europa; las numerosas especies americanas del género Amphisbaena o las
africanas y del Medio Oriente. Son reptiles escamosos, sin extremidades y
que viven enterrados alimentándose de insectos, moluscos y demás fauna del
suelo. Para explicar su distribución actual, los científicos se ven obligados a
suponer que tuvieron que atravesar los océanos en varias ocasiones. Esto es
algo que nunca se ha observado pero necesario, si se quiere seguir
manteniendo la idea del ancestro común.

Otro tanto ocurre con las iguanas y las boas que se encuentran sobre
todo en América, pero curiosamente también en la isla de Madagascar, a más
de diez mil kilómetros de distancia hacia el este, y en las islas Fiji y Tonga en
el Pacífico, también a más de diez mil kilómetros hacia el oeste de América
del Sur. ¿Pudieron llegar haciendo balsismo? Es evidente que no. Igualmente
pasa con los monos del Nuevo Mundo, llamados platirrinos por tener tabique
nasal cartilaginoso, que se supone arribaron de África atravesando el Océano
Atlántico; también reptiles como geckos, eslizones o tortugas; aves curiosas
como los hoatzines y asimismo roedores caviomorfos. Es curioso que apenas
ningún viaje transoceánico similar de ningún animal pueda ser observado o
registrado en la actualidad. Sin embargo, el darwinismo asume que a lo largo
de millones de años cualquier cosa puede suceder. Lo que está claro es que la
biogeografía no respalda, tanto como suele decirse, la tesis del antepasado
común universal porque las supuestas vías migratorias no siempre coinciden
con la historia evolutiva.

¿Apoya la ecología al evolucionismo?

Desde el neodarwinismo, suele afirmarse que el estudio de las


interacciones de los seres vivos con el ambiente en que viven ha contribuido
de manera notable a entender los procesos evolutivos. El hecho de que la
ecología recurra frecuentemente a las matemáticas, concretamente a la
estadística, para realizar estudios demográficos en poblaciones
experimentales de pequeños organismos, como levaduras, plantas
fanerógamas, ciliados, insectos, arácnidos, crustáceos y otros muchos
animales, con el fin de observar tasas de multiplicación, mortalidad,
resistencia del ambiente, relación depredador-presa, dinámica de poblaciones,
competencia interespecífica, etc., se ha interpretado como una ayuda valiosa
para la teoría de la evolución.
Sin embargo, muchos ecólogos son reticentes al diálogo en el binomio
matemáticas-biología ya que sus conclusiones no siempre se ajustan a la
realidad. Lo cierto es que ningún estudio ecológico (por muy matemático que
sea) demuestra que la teoría de que todos los seres vivos descienden de un
único antepasado común sea verdadera. Es más, tal como señalaba el gran
ecólogo catalán Ramón Margalef (1919-2004) (de quien tuve el privilegio de
ser alumno): “todavía no se poseen modelos matemáticos enteramente
satisfactorios en relación con la situación actual de la Ecología.”[102]

La primera dificultad tiene que ver sobre todo con lo que se entiende
por “evolución”. Tal como señalaba el profesor Phillip E. Johnson, graduado
de Harvard, “evolución puede significar cualquier cosa desde la declaración
no polémica de que las bacterias ‘evolucionan’ una resistencia a los
antibióticos hasta la magna declaración metafísica de que el universo y la
humanidad ‘evolucionaron’ por medio únicamente de unas fuerzas mecánicas
carentes de propósito. Una palabra tan elástica como ésta puede inducir a
error.”[103] En efecto, la teoría darwinista explica la complejidad y diversidad
de la vida por medio de pequeñas mutaciones genéticas y la supervivencia de
los más aptos. Sin embargo, esto sólo es válido para dar cuenta de las
variaciones que ocurren dentro de las especies biológicas, no para
transformar un pez en un anfibio o éste en un reptil y finalmente en un ser
humano.

Cuando se dice que los estudios ecológicos contribuyen a la evolución,


lo que se quiere decir en realidad es que tales investigaciones analizan
pequeños cambios como, por ejemplo, el melanismo industrial de la polilla
del abedul, la alteración en la frecuencia de alelos de las poblaciones
animales (deriva genética) o la variación conjunta (coevolución) de insectos y
aves con las flores de ciertas plantas de las que se alimentan. Pero todo esto
entra dentro de lo que se conoce como microevolución (algo que nadie pone
en duda porque es evidente en la naturaleza). No obstante, la ecología no
tiene acceso a la macroevolución darwinista o doctrina que asume que todas
las especies actuales derivan por transformación lenta y continua -gracias a
mutaciones aleatorias y selección natural de las mismas- de un único
antepasado común. Se trata de cosas distintas que, si se incluyen dentro del
mismo término “evolución”, inducen a un flagrante error.
Tal como señala el zoólogo inglés Colin Patterson: “La teoría de la
selección es presa de su propia sofisticación: afirma que pequeñas diferencias
de eficacia biológica son agentes efectivos de cambio evolutivo, pero tales
diferencias no son detectables en la práctica.”[104] La microevolución produce
ligeras variaciones a partir de la información genética ya existente en las
especies y esto es algo detectable en la naturaleza, sin embargo la
macroevolución requiere grandes cantidades de nueva información para
poder hacer nuevos planes corporales y numerosas innovaciones complejas.
El problema es que las mutaciones al azar y la selección natural son
incapaces de generar dicha información sofisticada. Por lo menos, no
tenemos experiencia de que esto esté ocurriendo en la naturaleza.

De la mariposa macaón (Papilio machaon) se conocen más de quince subespecies repartidas por casi
todo el hemisferio norte. La microevolución produce ligeras variaciones a partir de la información
genética ya existente en las especies y esto es algo detectable en la naturaleza, sin embargo la
macroevolución requiere grandes cantidades de nueva información para poder hacer nuevos planes
corporales y numerosas innovaciones complejas. Actualmente no se conoce ningún mecanismo que
esté actuando así en la naturaleza.

La teoría neodarwinista ha venido reivindicando, desde la década de


los 30 del siglo XX, que los cambios macroevolutivos a gran escala serían el
producto de la acumulación de pequeños cambios microevolutivos a pequeña
escala, en las frecuencias de genes dentro de las poblaciones. Sin embargo, a
principios de la década de los 70, esta idea empezó a desmoronarse bajo la
influencia de una nueva generación de jóvenes biólogos evolutivos que eran
también especialistas en paleontología y geología. Se trataba de los
estadounidenses Stephen Jay Gould, Niles Eldredge y Steven Stanley,
quienes se dieron cuenta de que el registro fósil no respaldaba la idea
darwinista de un cambio gradual desde la micro a la macroevolución. En el
año 1980, se celebró un congreso sobre macroevolución en el Field Museum
de Chicago donde se evidenciaron las posturas enfrentadas. Los biólogos
innovadores propusieron sus puntos de vista contrarios al gradualismo
neodarwinista y así surgió una nueva corriente dentro de las filas del
evolucionismo que opinaba que la macroevolución no podía derivarse de la
microevolución.[105]

En ese mismo congreso, estos jóvenes paleontólogos encontraron


aliados entre otros jóvenes estudiosos de la biología del desarrollo. Disciplina
que estudia los procesos mediante los cuales crecen y se desarrollan los
organismos (ontogenia). Es decir, cómo los genes controlan el crecimiento y
la diferenciación celular, cómo se forman los tejidos, órganos y en general
toda la anatomía de los seres vivos. Los biólogos del desarrollo no se sentían
cómodos con el neodarwinismo porque sabían que la genética de
poblaciones, que era la expresión matemática de la teoría de Darwin, sólo
cuantificaba los cambios en la frecuencia de los genes en las poblaciones pero
no explicaba el origen de los propios genes ni de los planes corporales
nuevos. Por tanto, también creían que la teoría neodarwinista no explicaba
satisfactoriamente la macroevolución.[106]

Al fusionarse ambas tendencias, la de los estudiosos de los fósiles y la


de los biólogos del desarrollo, surgió una nueva corriente evolucionista
llamada abreviadamente “Evo-Devo” o biología evolutiva del desarrollo
(Evolutionary Developmental Biology), que proponía la idea de que la
evolución no se debía solamente a pequeñas mutaciones graduales a pequeña
escala en el ADN sino que también podían darse grandes mutaciones con
efectos notables para el cambio evolutivo. Tales mutaciones a gran escala
podrían haberse producido en el desarrollo temprano de los embriones,
alterando así la formación del plan corporal de los organismos. Estas
mutaciones drásticas supuestamente habrían jugado un papel significativo en
la aparición de nuevas especies, géneros y familias a lo largo de la historia de
la vida. Algunos partidarios de la Evo-Devo se refieren a los genes
homeóticos (Hox), que son los que controlan el lugar, el tiempo y la
expresión de otros genes, como posibles candidatos susceptibles de producir
tales cambios a gran escala.[107] Finalmente, los nuevos evolucionistas
defensores del movimiento Evo-Devo rompieron con los neodarwinistas
clásicos, sobre todo por sus ideas acerca de la magnitud de las mutaciones y
del repentino cambio evolutivo.

¿Es capaz la biología evolutiva del desarrollo (Evo-Devo) de explicar


satisfactoriamente la macroevolución? No, tampoco lo es y por una razón
bastante simple: jamás se ha observado en la naturaleza. La idea de que las
mutaciones en el desarrollo incipiente de los embriones pueden dar lugar a
grandes cambios viables en las poblaciones, contradice los resultados
experimentales observados durante más de cien años en animales como las
moscas de la fruta (Drosophila melanogaster), gusanos nematodos
(Caenorhabditis elegans), o ratones y otras especies. Invariablemente, los
experimentos científicos han venido demostrando que las mutaciones
tempranas provocadas en el plan corporal de los animales dan lugar a
embriones muertos.[108] Es evidente que si nacen muertos no se pueden
reproducir ni la selección natural puede hacer nada con ellos.

Tal es el dilema que tiene planteado actualmente el evolucionismo: o


bien la mutación tiene muy poco efecto en el plan corporal de un individuo
como para que éste sobreviva, se reproduzca y la transmita, o bien la
mutación produce grandes cambios en un organismo que nace muerto. Dicho
de otra manera: los cambios importantes que requiere la macroevolución no
son viables y los cambios viables (microevolución) no son importantes
puesto que no cambian el plan corporal de los organismos.

El grave error histórico del darwinismo social

Las ideas de Darwin dividieron el mundo de su época. No sólo se le


opusieron la mayoría de los líderes religiosos sino también prestigiosos
hombres de ciencia, como el zoólogo Phillip Gosse que se mantuvo siempre
en el creacionismo; el profesor de geología Adam Sedgwick quien le censuró
por haber abandonado el método científico de la inducción baconiana; el
prestigioso paleontólogo y especialista en anatomía comparada, Richard
Owen, que era discípulo del gran científico francés, Georges Cuvier, padre de
esas mismas materias y enemigo declarado del transformismo. También en
Estados Unidos se levantaron voces contra la teoría de la evolución, como la
del naturalista de origen suizo, Louis Agassiz, que poseía una gran reputación
como zoólogo y geólogo.

Sin embargo, de la misma manera hubo científicos y teólogos


relevantes que asumieron el evolucionismo, contribuyendo a su difusión por
medio de escritos o a través de sus clases en la universidad. Cabe mencionar
aquí al zoólogo Thomas Huxley, al botánico Joseph Hooker y al geólogo
Charles Lyell, todos ellos ingleses. Pero también a sociólogos como el ya
mencionado Herbert Spencer o teólogos como Charles Kingsley que era
novelista y clérigo de la Broad Church. En Alemania, el biólogo Ernst H.
Haeckel, profesor de zoología en la Universidad de Jena, se puso también a
favor de las ideas de Darwin. Y así progresivamente la teoría de la selección
natural se fue difundiendo en todos los países occidentales.

Se ha planteado la cuestión acerca de si influyó la teoría darwiniana de


la evolución en el pensamiento de Karl Marx, quien vivía en Londres durante
el momento de máxima efervescencia transformista. Al parecer Marx sintió
siempre una gran admiración por Darwin, hasta el punto de querer dedicarle
la traducción inglesa de su obra El Capital. No obstante, Darwin se negó
amablemente a tal distinción. Marx se refirió, en varias notas de dicho libro, a
la opinión de Darwin acerca de ciertos órganos de animales y plantas capaces
de poseer diferentes funciones, con el fin de ilustrar su idea de que el
rendimiento del trabajo no sólo dependía de la habilidad del obrero, sino
también de la perfección de las herramientas que éste utilizaba.[109]

El transformismo de Darwin estuvo siempre presente en la ideología


marxista. También en Rusia el padre del evolucionismo fue considerado
como un héroe nacional e incluso se construyó en Moscú el famoso Museo
Darwin y, en 1959, se acuñó una medalla especial para conmemorar el
centenario de la publicación de El origen. Es lógico que, en un país
institucionalmente ateo, quien hiciera innecesaria con su obra la creencia en
un Dios creador fuera tratado como un superhombre. Ahora ya se disponía de
un argumento “científico” que apoyaba la idea de que la materia eterna, por si
sola, se había transformado dando lugar al universo, la tierra y todos los seres
vivos, sin necesidad de apelar a ninguna causa sobrenatural.

En sus primeros momentos el darwinismo fue más influyente en el


terreno ideológico que en el puramente científico y una de sus principales
secuelas fue la aparición del llamado “darwinismo social”. El intento de
aplicación de los aspectos más crueles de la teoría darwinista a la sociedad
humana. Los conceptos de “lucha por la existencia” y de “supervivencia de
los mejores” fueron empleados por Herbert Spencer en sus First Principles
(1862) para decir que el conflicto social y la guerra habían desempeñado un
papel positivo en la evolución de las sociedades. El sufrimiento de los
pueblos, la lucha armada y el derramamiento de sangre inocente habrían sido
fundamentales para el establecimiento de los mayores y más complejos
sistemas sociales, sobre todo en los primeros tiempos del desarrollo de la
humanidad.

Por tanto, según el darwinismo social, el éxito de las sociedades se


debería a la supervivencia de los más fuertes. Y tal supervivencia estaría
siempre moralmente justificada, independientemente de los medios que se
usaran para lograrla. No hace falta discurrir mucho para darse cuenta de que
con este tipo de creencias era posible justificar el racismo ya que se
establecían categorías entre los grupos humanos, pero también se fomentaba
la guerra, la eugenesia y hasta la ideología nacionalsocialista de individuos
como Hitler. La historia se ha encargado de demostrar, por medio de las
atrocidades que se produjeron, lo equivocados que estaban quienes creyeron
en el darwinismo social.
Reconstrucción del pequeño hombre de Flores (Homo floresiensis), tal como aparece en una ilustración
del American Museum of Natural History de Nueva York. Según el darwinismo social, el éxito de las
sociedades se debería a la supervivencia de los más fuertes. Sin embargo, el hombre de Flores sólo
tenía un metro de altura, pesaba unos 25 kilos y fue contemporáneo con el Homo sapiens.

Desde el momento en que las ciencias sociales asumieron el


evolucionismo, la concepción de las sociedades humanas adquirió una
dimensión completamente diferente. Si el hombre descendía de los primates,
¿cómo había podido liberarse de la animalidad, socializarse y llegar a crear
una verdadera cultura? Los modelos propuestos hasta el siglo XVIII se
tornaron obsoletos y empezó a buscarse otros nuevos. La prehistoria comenzó
a investigar cuál pudo ser la influencia del entorno sobre los hombres
primitivos. Los estudiosos se volcaron en el conocimiento de las costumbres
de los diferentes pueblos o grupos étnicos actuales, asumiendo que la
etnología proporcionaría el banco de pruebas necesario para descubrir cómo
se habría producido la hipotética transición del animal al ser humano. Las
excavaciones arqueológicas sólo aportaban pruebas de los utensilios y las
técnicas empleadas por el hombre de la antigüedad. Se establecieron así, sin
demasiadas discusiones, las diferencias entre el paleolítico, el neolítico y la
edad de los metales.

Sin embargo, con las cuestiones etnológicas las cosas no resultaron tan
sencillas. ¿Cómo se habían originado las primeras sociedades humanas? ¿qué
habría motivado la aparición de la cultura? ¿cuándo surgió la solidaridad
territorial? ¿cuál fue el origen de la familia? ¿se debería creer que al principio
fue el patriarcado, el matriarcado o la promiscuidad sexual? Todas estas
cuestiones alimentaron la polémica entre antropólogos y sociólogos durante
la mayor parte del XIX. Finalmente, a últimos de este siglo se empezaron a
matizar todas las interpretaciones y a reconocer la existencia de una gran
variedad de culturas que eran originales y diferentes entre sí. Por tanto, no
resultaba posible establecer unas leyes comunes o una única explicación que
diera cuenta de todos los hechos. Quienes realizaban trabajos de campo y
estudiaban los documentos de primera mano, se dieron cuenta de que el
evolucionismo no era capaz de interpretarlo todo.

Sociobiología: ¿ciencia o ideología?

Suele decirse de la etología -ciencia relacionada con la ecología pero


especializada en el comportamiento de los animales- que se trata también de
una disciplina impulsora del progreso de la teoría de la evolución. Y que una
de sus variantes, la llamada sociobiología, especializada en el análisis
evolutivo del comportamiento social de todo tipo de animales, desde insectos
como las hormigas a mamíferos como los elefantes o los simios, constituye
una activa rama etológica, aunque a partir de la década de los 60 generara
tanta polémica entre los estudiosos ya que las conclusiones obtenidas de los
animales se intentaron trasladar sin matizaciones al comportamiento humano.

El biólogo y entomólogo estadounidense especializado en hormigas,


Edward Osborne Wilson, definió la sociobiología como el estudio sistemático
de las bases biológicas de todo comportamiento social. Y en el primer
capítulo de su extensa obra, Sociobiología: la nueva síntesis, escribió que,
desde la perspectiva de la evolución darwinista, los organismos no existen
para reproducirse a ellos mismos sino que son puros accidentes biológicos
cuya misión es transportar temporalmente genes y pasarlos a las siguientes
generaciones. En este sentido, dijo que “el organismo es el sistema que tiene
el ADN para fabricar más ADN”.[110] Al año siguiente de la publicación del
libro de Wilson, Richard Dawkins lanzó también su famosa obra El gen
egoísta,[111] que divulgaba el concepto de sociobiología como si ésta fuera
una propiedad emergente de todos los individuos que existen en cualquier
sociedad, sea esta animal o humana.

En síntesis, la sociobiología supone que el comportamiento de los


animales viene determinado por ciertos genes y, por tanto, es hereditario.
Como supuestamente la selección natural podría actuar sobre los genes y
discriminar entre las posibles mutaciones que éstos pudieran sufrir, a la larga,
el comportamiento animal cambiaría para adecuarse a las condiciones del
medio ambiente. Se asume así que las conductas de todos los seres vivos
pueden variar con el tiempo, de la misma manera que lo hace el aspecto físico
de las especies. La sociobiología pretende explicar el comportamiento en
términos de selección natural darwiniana y entiende que cada individuo busca
ante todo preservar de forma egoísta sus propios genes entre la población. No
obstante, si esto es así, ¿cómo explicar la conducta altruista que muestran
ciertos animales? ¿Por qué entre las hormigas o las abejas, por ejemplo,
existen tantas obreras que no se reproducen y sacrifican toda su existencia al
bienestar de la reina o de toda la colmena?

La respuesta la proporcionó en 1964 un joven inglés, estudiante de


biología, llamado William Donald Hamilton (1936-2000), al señalar que los
insectos sociales como abejas, avispas y hormigas (himenópteros), así como
algunos otros grupos, poseen una reproducción especial conocida como
haplodiploidía que determina el sexo de los individuos según el número de
juegos de cromosomas que éstos reciben. En efecto, las hembras de tales
insectos tienen padre y madre, son diploides puesto que reciben una dotación
cromosómica del padre y otra de la madre, mientras que los machos carecen
de padre, son haploides ya que sólo reciben una única dotación cromosómica
de la madre.

Este curioso sistema permite pensar que las hembras de tales insectos
sirven mejor a sus propios intereses biológicos criando a sus hermanas
fértiles, en vez de criar a sus propias hijas fértiles, ya que con las hermanas
comparten un 75% de relación genética, mientras que madre e hijas sólo
comparten un 50%. Por tanto, esta “selección familiar” favorece la cría de
hermanas fértiles en lugar de hijas fértiles. En cambio, los machos no poseen
esa relación especial y no forman castas de obreros estériles. Es decir que,
desde el punto de vista sociobiológico, el altruismo de tantos insectos
sociales se debería, en el fondo, al egoísmo de los individuos por transmitir
sus propios genes.

Diagrama que representa el sistema de reproducción de algunos insectos himenópteros (hormigas,


abejas y avispas) conocido como haplodiploidía. Los machos sólo poseen una sola dotación
cromosómica (haploides) frente a las hembras que poseen dos (diploides), una procedente del padre y
otra de la madre. Cuando una hembra fértil se aparea con un macho siempre nacen hembras. En
cambio, los huevos no fecundados por ningún macho producen indefectiblemente machos
(partenogénesis). Este sistema genético hace que las hermanas compartan el 75% de sus genes,
mientras que madres e hijas sólo tengan en común el 50% de los genes. De ahí que, desde el punto de
vista de los genes, sea más rentable para una hembra obrera estéril cuidar y alimentar a su hermana que
a su propia hija (según Maynard Smilh, J., Scientific American, 1978).

En relación a los machos de estos insectos, Edward O. Wilson comenta


lo siguiente: “El egoísmo del comportamiento masculino es muy conocido,
pero nunca había sido adecuadamente explicado con anterioridad; en nuestro
idioma, la palabra “zángano” ha venido a designar a una persona gandula y
parásita. No sólo los machos de los himenópteros no contribuyen
virtualmente en nada al trabajo de la colonia, sino que también son altamente
competitivos en la petición de alimento a los miembros femeninos de la
colonia, y llegan a ser muy agresivos cuando luchan con otros machos por el
acceso a las hembras, durante los vuelos nupciales.”[112]
El problema principal de esta interpretación sociobiológica, basada en
la haplodiploidía de algunos insectos sociales, es que no se cumple en todas
las especies sociales existentes y, por el contrario, también se da en ciertos
insectos no sociales. Las termitas, por ejemplo, son claramente insectos
sociales pero en ellas no existe haplodiploidía y, por tanto, la teoría de los
genes egoístas ya no sirve para estos insectos. En cambio, hay escarabajos
coleópteros como los pertenecientes a la especie Micromalthus debilis, propia
del este de los Estados Unidos, que evidentemente no son insectos sociales
como las hormigas o las abejas y sin embargo sí suelen reproducirse
mediante haplodiploidía. Por tanto, la explicación sociobiológica del
altruismo en los insectos himenópteros como consecuencia del egoísmo de
sus genes por propagarse no es generalizable, ni mucho menos universal. El
propio Edward Wilson reconoce la dificultad que suponen estos insectos
como las termitas para su teoría y confía en que los biólogos sigan buscando
una explicación satisfactoria a su sociabilidad.[113]

Además, pretender usar el genoma para explicar las conductas


altruistas, no ya en los insectos sino también en los seres humanos, es algo
extremadamente controvertido. Los insectos no piensan y se rigen siempre
por el instinto para el que están programados. Sin embargo, la complejidad de
las acciones altruistas de las personas no puede ser clarificada apelando sólo a
intereses genéticos. Wilson parece admitir esta dificultad al pretender aplicar
la sociobiología al ser humano: “La experiencia con otros animales indica
que cuando los órganos se hipertrofian (como sería el caso del cerebro
humano), la filogenia es difícil de reconstruir. Éste es el problema crucial en
el análisis evolutivo del comportamiento humano.”[114] A pesar de lo cual,
Wilson insiste en que cuando se conozca bien tanto la neurona como el gen,
las personas puedan ser explicadas en términos mecanicistas y las ciencias
sociales alcancen su máximo esplendor, se descubrirá algo que quizás no
guste, que las personas son en todo iguales al resto de los animales.[115]

Este reduccionismo determinista de los sociobiólogos ha sido muy


criticado por otros biólogos evolucionistas relevantes como el paleontólogo
Stephen Jay Gould, el genetista Richard Lewontin y el neurobiólogo Steven
Rose; así como por el psicólogo Leon Kamin, el antropólogo Marshall
Sahlins y el pedagogo Alfie Kohn. Todos coinciden en señalar que las tesis
sociobiológicas, al afirmar que el comportamiento humano está siempre
controlado por los genes, evidencian un determinismo biológico similar al del
darwinismo social y la eugenesia de finales del siglo XIX. Tales ideas
contribuyen a anular el libre albedrío humano e incluso valores morales como
la solidaridad y el altruismo se interpretan en función del egoísmo de los
genes. Sin embargo, la mayor parte de los argumentos de Wilson, Dawkins y
otros colegas que pretenden explicar el comportamiento animal y humano por
medio de la adaptación evolutiva al ambiente, adolecen de una base empírica
convincente y apelan continuamente a puras abstracciones teóricas. Por el
contrario, se ignora el concepto de “cultura” como conjunto de conocimientos
y tradiciones heredados de generación en generación y en los que no suelen
intervenir los genes.

El filósofo de la ciencia inglés Michael Ruse, evolucionista y agnóstico,


escribe: “Una explicación naturalista de la moralidad como la de los
sociobiólogos puede ir muy lejos, pero, en último término, no puede ir tan
lejos como lo que exige el cristianismo en nombre del Señor”.[116] Es evidente
que los genes son incapaces de explicar el amor incondicional de Dios que se
refleja en Jesús de Nazaret.

Los “memes” de Dawkins y la moral

El “zeitgeist moral” -término alemán que podría traducirse por el


“espíritu moral de nuestra época”- constituye el título de un capítulo de la
obra El espejismo de Dios, que su autor, Richard Dawkins, ferviente defensor
del neodarwinismo, dedica al asunto de la moralidad contemporánea.[117]
Según el famoso biólogo británico nacido en Kenia, el sentido moral de hoy
que sería característico en la mayoría de los seres humanos, tanto entre ateos
como en cristianos o en fieles de otras religiosidades, no provendría de las
diferentes creencias religiosas, ni tampoco de la Biblia, sino de la evolución
que casualmente nos habría hecho a todos muy semejantes. Por ejemplo, si en
la actualidad disfrutamos de un creciente consenso liberal, creemos en la
libertad de expresión, no vemos bien el racismo, la esclavitud ni la
discriminación por razón del sexo, pagamos impuestos y no solemos hacer
trampas, ni matamos, ni cometemos incesto sería porque nuestros “memes”
nos han modelado culturalmente tal como somos. ¿Qué son los memes?
En su libro El gen egoísta, editado en 1976, Dawkins hizo pública por
primera vez su idea del “meme cultural”. En su opinión, el meme sería la
unidad teórica de información cultural transmisible de un individuo a otro y,
por tanto, de una generación a la siguiente. “Ejemplos de memes son: tonadas
o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar
vasijas o de construir arcos. Al igual que los genes se propagan en un pozo de
genes al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los
óvulos, así los memes se propagan en el pozo de memes al saltar de un
cerebro a otro mediante un proceso que, considerado en un sentido más
amplio, puede llamarse de imitación”.[118] De igual manera que los genes
biológicos se transmiten de generación en generación, así ocurriría también
con estos hipotéticos memes culturales. Y semejante proceso habría
originado el espíritu moral de nuestro tiempo que existe en casi todas las
sociedades civilizadas.

Aparte del hecho de que esta teoría de los memes no es aceptada


universalmente, ni siquiera dentro del ámbito evolucionista,[119] quizás
pudiera generar esperanza, a primera vista, la precipitada conclusión de
Dawkins de que los memes hayan hecho posible que no existan graves
desacuerdos morales entre creyentes y ateos. Sin embargo, cuando esta idea
optimista se analiza más detenidamente aparecen serios inconvenientes.
Aunque pudieran darse ligeras similitudes, es evidente que la concepción
cristiana de un mundo creado por Dios y su alternativa atea de un universo
que se ha hecho a sí mismo, sin la intervención de un Creador sobrenatural,
presentan también profundas e irreconciliables divergencias morales. Veamos
algunas de ellas.

Desde los primeros años del cristianismo, los creyentes se han venido
manifestando en contra del aborto y del infanticidio. Ante un mundo pagano
que aceptaba y practicaba habitualmente la interrupción del embarazo y el
asesinato de recién nacidos, los primeros cristianos se declararon
abiertamente partidarios de la vida y asumieron una actitud de respeto hacia
los seres no nacidos y los bebés. Desde los documentos extra-
neotestamentarios más antiguos, como la Didaché, a los llamados padres de
la Iglesia de los siglos posteriores, la prohibición de matar y la idea de que
todos los humanos son creados a imagen de Dios alcanzaban tanto a los
recién nacidos como a los nonatos. Sin embargo, Dawkins escribe lo
siguiente en relación a este tema: “Probablemente el utilitarismo puede servir
para enfocar la cuestión del aborto de una forma muy distinta, intentando
ponderar el sufrimiento. ¿Sufre el embrión? (Probablemente, no, si se aborta
antes de tener un sistema nervioso; e incluso si es lo bastante maduro como
para tener un sistema nervioso, seguramente sufrirá menos que, digamos, una
vaca adulta en un matadero). ¿Sufre una mujer embarazada, o su familia, si
elige no abortar? Probablemente, sí; y, en cualquier caso, dado que el
embrión carece de sistema nervioso, ¿no debería recaer la elección en el bien
desarrollado sistema nervioso de la madre?”[120]

Según el biólogo Richard Dawkins, los embriones humanos al ser abortados supuestamente sufren
menos que una vaca o cualquier otro rumiante en el matadero porque su sistema nervioso aún no está
plenamente desarrollado. Es evidente que con semejante afirmación pretende quitarle importancia
moral al aborto. En la imagen, vacas de la raza watusi (Bos taurus) caracterizadas por sus enormes
cuernos, de más de 1,5 metros de longitud y que pueden sobrepasar los 50 Kg de peso.

Después de asegurar que todos los individuos compartimos un mismo


espíritu moral que nos hace hoy más humanos que en tiempos pasados para
enfrentar los dilemas éticos, Dawkins nos dice que los moralistas seculares
no se preguntan sobre la humanidad del embrión sino que se centran en la
intensidad de su sufrimiento. “Es más probable que los moralistas laicos
pregunten: ‘No se preocupen en si es humano (¿qué puede eso significar para
un grupúsculo de células?); ¿a qué edad es capaz de sufrir cualquier embrión
en desarrollo, de cualquier especie?”[121] Tal como reconoce, Dawkins no
solamente sigue la doctrina de Darwin sino también la del utilitarismo de
John Stuart Mill. Este filósofo inglés del siglo XIX pensaba que uno debe
actuar siempre con el fin de producir la mayor felicidad para el mayor
número posible de personas, dentro de lo razonable. Tales ideas recuerdan las
del epicureísmo antiguo presente en la época del apóstol Pablo y, a primera
vista, pueden parecer deseables. Sin embargo, presentan un problema. Si
merece más respeto el ser que más sufre, una vaca adulta que va al matadero
para ser degollada puede llegar a sufrir más que un niño en el vientre de su
madre o que un bebé recién nacido, por lo tanto, desde el punto de vista
moral, merece más respeto dicha vaca. El mamífero rumiante sería
moralmente superior al embrión o feto humano porque sufriría más. Y así, en
líneas generales, los seres humanos no tendrían por qué tener ninguna
preferencia moral por encima de otros animales desarrollados.

No es de extrañar que Richard Dawkins llegue a semejantes


conclusiones ya que, como él mismo manifiesta, sigue las directrices del
filósofo ateo y evolucionista Peter Singer. Admite como válido un estudio de
este autor en el que se afirma que los ateos y los creyentes poseen la misma
visión moral. Además, este filósofo judío australiano defiende la idea de que
todas aquellas especies animales que poseen una potencia cerebral importante
deberían recibir el mismo trato moral que el hombre.[122] Esta afirmación, que
en teoría parece muy humana y ecologista, termina en la práctica por
considerar a las personas como si fueran animales. Singer defiende la
eutanasia, el aborto y el infanticidio, no sólo para aliviar el posible
sufrimiento del recién nacido sino también para aclarar las dudas que los
padres pudieran tener sobre la conveniencia de criar o no al hijo. Asimismo
propone la eliminación precoz de todos los discapacitados, enfermos
mentales o portadores de defectos genéticos porque, en definitiva, esto es
también lo que suele hacerse con los demás animales que presentan tales
deficiencias. Y, en fin, por esta vía del respeto al animal llega incluso a
defender el bestialismo. Eso sí, siempre y cuando no se le provoque
sufrimiento a dicho animal.
No sabemos lo que opina Dawkins sobre este último asunto, pero en la
lista que ofrece de sus “Nuevos Diez Mandamientos” incluye lo siguiente:
“Prueba todas las cosas. (…) Disfruta de tu propia vida sexual (en tanto no
hagas daño a nadie) y deja a los demás que disfruten la suya en privado, sean
cuales sean sus inclinaciones, que, en ningún caso, son asunto tuyo.”[123] No
podemos decir qué incluye la frase “sean cuales sean sus inclinaciones”
porque no se especifica claramente, pero cuando se borran las fronteras
morales entre especies se puede esperar cualquier comportamiento.

Es evidente que, salvo puntuales excepciones, ateos y creyentes no


poseemos la misma visión moral de las cosas. Cuando las personas creían en
el Dios que se revela en Jesucristo, había prácticas que no se consideraban
lícitas. Sin embargo, después del proceso secularizador que se ha
desarrollado sobre todo en el occidente de tradición cristiana, tales prácticas
se empezaron a permitir y, con el transcurrir del tiempo, también llegaron a
decretarse. Este sería el caso, por ejemplo, de las leyes contra la eutanasia que
con el tiempo, en ciertos países, se transformaron en leyes que permitían la
eutanasia y, finalmente, se convirtieron en leyes que decretaban la eutanasia.

Resulta agradable y políticamente correcto decir que la amabilidad, la


generosidad, la comprensión y la misericordia son conceptos comunes en la
moral de creyentes y ateos. Sin embargo, estos términos pueden significar
cosas muy distintas cuando se llevan a la práctica en universos morales
diferentes. Desde la perspectiva cristiana podrían querer decir, por ejemplo,
cuidados paliativos hacia la persona moribunda que posee un alma inmortal
y, a diferencia de los animales, fue creada a imagen de Dios, pero no
eutanasia activa que acabe con su vida. Por el contrario, para quienes piensan
como Dawkins y Singer, al carecer las personas de alma y de destino eterno,
la amabilidad consistiría en aplicarles la eutanasia para que no sufran como se
haría con cualquier animal moribundo.

En cuanto al aborto se podría decir lo mismo. La mayoría de los


cristianos entenderían la generosidad como la acogida en adopción del bebé
que no se desea y la ayuda a la mujer embarazada que pasa por esa difícil
experiencia. Para quienes piensan como Dawkins, por el contrario, lo
generoso sería practicarle un aborto porque el embrión sufriría poco, o no
sufriría, mientras que la madre dejaría de padecer. El mandamiento bíblico
“no matarás” no se debería tener en cuenta frente a temas tan personales
como el aborto. Vemos, por tanto, que unas mismas palabras pueden tener
contenidos morales muy diferentes. ¿A qué se deben tales discrepancias?

El meollo de estas divergencias morales radica en el concepto de


humanidad que posee cada cual. El creyente entiende que el ser humano fue
creado por Dios a su imagen y semejanza. Esto significa una diferencia
cualitativa con el resto de la creación, que nos dota de consciencia,
espiritualidad y nos confiere trascendencia. Desde el ateísmo darwinista,
Dawkins concibe la humanidad como una continuidad evolutiva con las
demás especies biológicas. Como explica en su libro La magia de la
realidad,[124] la continuidad gradual entre los simios prehomínidos y los
humanos es un hecho ineludible de la evolución biológica. Si se pudieran
desenterrar todos los fósiles perdidos que unirían a monos y hombres, sería
difícil, o imposible, diferenciar el último simio del primer humano. ¿Dónde
situar, por tanto, la frontera de la moralidad? ¿Cómo surgieron las
distinciones morales humanas a partir de la pura bestialidad? Después de
comprobar las afirmaciones de Dawkins acerca del aborto y la eutanasia, así
como las de Singer sobre el infanticidio y el bestialismo, ¿podemos seguir
pensando que las implicaciones morales de la evolución son equivalentes a
las de la fe cristiana?

Es la negación de la diferencia entre especies la que provoca la división


moral entre el zeitgeist de Dawkins y el espíritu del cristianismo. Cuando la
Biblia pone en boca de Dios su mandamiento “no matarás”, no se está
refiriendo a no matar ningún ser vivo, sino a no matar seres humanos
inocentes. Sin embargo, si se borra la distinción entre especies como hace la
teoría de la evolución, es imposible trazar una línea moral respecto al acto de
matar. ¿No se deberían matar hombres, chimpancés, gorilas, ardillas… u
hormigas? ¿Por qué no? Decir que la potencia cerebral de los animales sería
un buen criterio es multiplicar el problema dentro del continuo sin fisuras de
la evolución.

Por otra parte, cuando se entiende el mandamiento de no matarás sólo


en relación a los humanos, está claro que matar y comer animales no
humanos es algo aceptable y moral. Pero si se elimina el estatus moral de los
seres humanos, ¿qué criterio queda para prohibir prácticas como el
canibalismo? Desde el darwinismo no existen motivos para condenarlo ya
que la evolución no recrimina ningún rasgo moral, sólo aspira a explicarlo.
En cualquier caso, se podría decir que el canibalismo es una mala estrategia
evolutiva, sobre todo si se practica dentro de la misma tribu. Pero nada más.
De otra parte, la utilización industrial que se hace hoy de los embriones
humanos en la sociedad liberal, para todo tipo de aplicaciones médicas y
cosméticas, ¿no constituye también una forma sofisticada de canibalismo?

Por mucho que Dawkins quiera hacer creer que no hay razón para
temer las propuestas morales evolucionistas de su zeitgeist, -el espíritu moral
de nuestra época- lo cierto es que su secularismo propone una ambigua
oscuridad moral que choca frontalmente contra los principios de la moral
cristiana.

El misterio de los ácidos nucleicos

Uno de los grandes problemas que tiene planteados actualmente la


ciencia es el del origen de la información contenida en los ácidos nucleicos,
es decir, en las moléculas de ácido desoxirribonucleico (ADN) y de ácido
ribonucleico (ARN), así como también de su transmisión posterior a las
proteínas. ¿De dónde provienen todas esas instrucciones integradas en el
minúsculo espacio de tales macromoléculas que son capaces de derramar
tanta diversidad biológica sobre este planeta? De hecho, se podría decir que
la cuestión fundamental acerca de los orígenes de la vida equivale a este
problema acerca de cómo se formó por primera vez la información biológica.
Hoy por hoy, no existe ninguna explicación científica satisfactoria que sea
capaz de resolver tal enigma. Ahora bien, ¿puede el azar generar este tipo de
información o esto sólo puede hacerlo la inteligencia?

Cuando Darwin escribió El origen de las especies no intentó explicar


en su obra cómo había surgido la vida. Sin embargo, una década después, dos
de sus seguidores, el alemán Ernst Haeckel y el inglés Thomas Huxley,
fueron muy optimistas al suponer que el problema del origen de la vida era
bastante fácil de resolver. Bastaba con combinar reactivos simples, como el
dióxido de carbono, el oxígeno y el nitrógeno, para conseguir una mezcla, a
la que denominaron “protoplasma”, capaz de producir células microscópicas.
[125]
No obstante, la cosa era mucho más compleja de lo que estos primeros
naturalistas habían imaginado. A partir de la tercera década del siglo XX, los
biólogos empezaron a convencerse de que las células presentan sistemas
metabólicos bastante más complejos de lo que se pensaba.

El bioquímico soviético, Aleksandr Oparin, propuso su teoría de la


abiogénesis, a mediados del siglo XX, en la que se decía que la vida no había
surgido rápidamente sino mediante un lento proceso de evolución química,
que habría durado miles de millones de años.[126] El título del primer capítulo
de ese libro: “La lucha del materialismo contra el idealismo y la religión en
torno al problema del origen de la vida”, indica suficientemente por donde
iban las ideas de Oparin. A pesar de todo, lo cierto es que los científicos de
esta época seguían subestimando la singularidad y notable complejidad
celular.

Durante las décadas de los 40 y 50, gracias a los trabajos de Frederick


Sanger y sus colaboradores, pudo comprobarse que las múltiples proteínas
que conforman las células no son moléculas simples, ordenadas y repetitivas,
como los cristales minerales, sino secuencias de aminoácidos complejas y
aperiódicas que también poseen estructura terciaria o tridimensional.[127]
Además de complejidad, se vio que las proteínas presentan especificidad. Es
decir, al estar constituidas por una sucesión de veintiún aminoácidos
diferentes entre sí, su función en la célula es altamente específica. Cada
proteína tiene una secuencia única de aminoácidos. Tanto si actúan como
enzimas para facilitar determinadas reacciones bioquímicas, como si son
hormonas mensajeras de señales concretas o simplemente forman parte de las
membranas celulares, su misión es precisa y depende no solamente de la
secuencia de aminoácidos que las constituye sino también de su exclusiva
forma espacial.[128] Con 21 aminoácidos distintos y un tamaño que puede
oscilar entre unos pocos y decenas de miles de ellos, resulta que el número de
posibles proteínas es prácticamente infinito. Por ejemplo, al cambiar la
posición de los aminoácidos en una cadena de tan sólo diez aminoácidos
diferentes surgen 21 elevado a 10 secuencias distintas. Esto es más de 1,65
billones de proteínas distintas.

Tal sucesión de aminoácidos se puede comparar a un collar de perlas,


siempre que se tenga en cuenta que dicha alhaja estaría formada por una
combinación de una veintena de perlas de diferentes colores. Es lo que se
conoce como estructura primaria de las proteínas. Dicho collar puede estar
formado solamente por unas pocas o por decenas de miles de estas perlas
aminoacídicas. Y la estructura se sigue complicando. En realidad, las
proteínas no tienen la forma de una cadena o collar longitudinal de perlas,
sino que dicho collar se voltea sobre sí mismo adquiriendo forma de muelle.
Tal aspecto, conocido también como “hélice alfa” recibe el nombre de
estructura secundaria de las proteínas. En algunas, la estructura secundaria no
es en hélice alfa sino en “lámina plegada beta” ya que las cadenas de
aminoácidos se pliegan como el fuelle de un acordeón. Cuando varias de
estas estructuras secundarias se ordenan en el espacio de tres dimensiones,
gracias a enlaces de hidrógeno y otras interacciones laterales, aparece la
estructura terciaria. Algunas proteínas contienen varias de tales estructuras
terciarias que se integran en una gran estructura cuaternaria. Es importante
señalar que las proteínas son jerárquicas en el sentido de que la estructura
cuaternaria se basa en la terciaria que, a su vez, depende en parte de la
secundaria y, en realidad, las tres de nivel superior están supeditadas a la
estructura primaria.

Son como llaves moleculares que encajan de manera perfecta en sus


cerraduras correspondientes y las abren eficazmente. Su forma determina su
función. Esta especificidad tridimensional imposibilita que una determinada
proteína pueda ser sustituida por otra diferente y, al mismo tiempo, hace que
ligeras alteraciones en la secuencia de sus aminoácidos sean capaces de
provocar la pérdida total de la función. Por ejemplo, en la hemoglobina
humana el cambio en un solo aminoácido puede provocar una grave
enfermedad. En algunas personas, el aminoácido valina sustituye al
glutamato en la posición 6 de una de las cuatro grandes cadenas de 146
aminoácidos que constituyen la proteína. Esto hace que la hemoglobina
cristalice cuando las concentraciones de oxígeno en la sangre son bajas.
Entonces los glóbulos rojos que transporta la proteína adquieren forma de hoz
-por eso se les llama falciformes- y ya no pueden pasar por los estrechos
capilares sanguíneos porque se enganchan en las paredes, se atascan y forman
tapones. Las células de los alrededores se quedan sin oxígeno provocando la
enfermedad conocida como “anemia falciforme”. En resumen, la
especificidad de la estructura primaria de las proteínas es fundamental para su
correcto funcionamiento y para conformar los niveles superiores de toda la
estructura proteica.
Estructura de la proteína hemoglobina: A) La estructura primaria corresponde a la secuencia lineal de
aminoácidos; B) Estructura secundaria en hélice alfa; C) Estructura terciaria tridimensional formada
por varias hélices alfa; D) Estructura cuaternaria constituida por cuatro estructuras terciarias.
Originalidad de la molécula de ADN

Igual que ocurrió con las proteínas, los científicos menospreciaron


también inicialmente la complejidad y especificidad del ADN. Se sabía que
éste estaba formado por un esqueleto de azúcar-fosfato del que surgían
periódicamente cuatro bases nitrogenadas diferentes (adenina, timina,
citosina y guanina). A principios del siglo XX, se creía que estas cuatro bases
se daban siempre en cantidades iguales en el interior del ADN, por lo que la
estructura molecular debía ser repetitiva, constante y sin interés. No cabía la
posibilidad de que dicha molécula fuera la fuente de la información necesaria
para ser la portadora de la herencia.

Sin embargo, a finales de los 40, estas ideas empezaron a


desmoronarse con los trabajos de Erwin Chargaff,[129] de la Universidad de
Columbia, quien demostró que la frecuencia de las bases nitrogenadas podía
diferir entre las especies. Chargaff estableció dos reglas empíricas: la primera
era que el número total de purinas (guanina y adenina) y pirimidinas (citosina
y timina) en el ADN es el mismo y, la segunda, que el número de timinas es
igual al de adeninas, de la misma manera que el de citosinas es igual al de
guaninas. Esto significaba que aunque el ADN de diferentes especies no
difería en la proporción de sus constituyentes, sí podía hacerlo en la
secuencia de las bases nitrogenadas. Lo cual proporcionaba a la molécula el
alto grado de variabilidad, aperiodicidad y especificidad necesario para
poseer la información genética de la vida.

Rosalind Franklin y Maurice Wilkins, una química cristalógrafa inglesa


y un físico neozelandés respectivamente, bombardearon la molécula de ADN
con rayos X y analizaron cómo se diseminaba la radiación resultante.
Descubrieron que tres distancias distintas de la molécula -medidas en
nanómetros- se repetían de forma periódica y que el aspecto general de dicha
molécula era el de una hélice o una espiral. Esto llevó a suponer que el ADN
tenía una estructura regular y repetitiva. Pero entonces, ¿qué tipo de hélice
poseería un esqueleto de azúcar-fosfato, seguiría las reglas de Chargaff y
encajaría con los resultados de las mediciones mediante rayos X? Todas estas
cuestiones quedaron perfectamente contestadas en un artículo de una sola
página que fue publicado en 1953 en la famosa revista Nature.[130] Lo
firmaban dos jóvenes: James Watson, de 25 años, y Francis Crick, de 37.
Nueve años después se les concedió el premio Nobel de medicina por sus
descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su
importancia para la transferencia de información en la materia viva.

Watson y Crick, entre los muchos modelos que imaginaron, acertaron


con uno formado por dos cintas paralelas. En realidad, tales cintas -que
representaban los esqueletos de azúcar-fosfato- llevaban direcciones
opuestas. De ahí que se las llame “antiparalelas”. Una iba en la dirección 5’ a
3’ y la otra al revés, 3’ a 5’. Estos números corresponden a los átomos de
carbono de los azúcares (desoxirribosas) unidos por enlaces fosfodiéster. Al
enrollar estas cintas para formar una doble hélice, los esqueletos de azúcar-
fosfato quedaban en el exterior de la espiral, mientras que las bases
nitrogenadas se disponían en el interior, a modo de peldaños de una escalera
de caracol. No obstante, para que las bases enfrentadas cupieran bien en el
espacio interior de la molécula de ADN, que medía sólo dos nanómetros de
ancho, debían formar parejas purina-pirimidina o a la inversa. Esta precisa
anchura impedía las parejas purina-purina, ya que no cabían, y también las
pirimidina-pirimidina, pues sobraba demasiado espacio libre. Así, Watson y
Crick, descubrieron el emparejamiento de bases complementarias: la adenina
siempre se une a la timina mediante dos enlaces de hidrógeno y la guanina a
la citosina, por medio de tres enlaces o puentes de hidrógeno.
Estructuras primaria y secundaria de la molécula de ADN. El esqueleto de azúcar-fosfato está
representado por medio de pentágonos (desoxirribosa) y círculos P que simbolizan el ácido fosfórico.
Los cuadrados y rectángulos indican las cuatro bases nitrogenadas: timina, adenina, guanina y citosina.
Es interesante señalar que los puentes de hidrógeno (líneas de puntos dobles o triples) existen entre las
bases complementarias de las dos hebras de la doble hélice, pero no hay enlaces entre las bases de la
misma hebra que son las que contienen la información.

De manera que los ácidos nucleicos, como el ADN y el ARN, poseen


también estructura primaria y secundaria análogas a las de las proteínas,
aunque bastante diferentes. ¿Cómo afecta esta estructura secundaria al
funcionamiento y la transmisión de la información que contiene el ADN? No
cabe duda de que el descubrimiento de esta estructura helicoidal de la
molécula de ADN causó sorpresa en el mundo científico ya que reveló que
esta molécula era capaz de almacenar y transmitir información biológica. De
la misma manera que las letras de cualquier texto literario comunican la
información impresa que su escritor ha querido darles, o las notas de una
partitura contienen la información musical que el compositor ha creado,
también los monómeros de un ácido nucleico contienen la información
biológica necesaria para formar cualquier especie, sea animal, vegetal o
microorganismo. Las cuatro bases nitrogenadas actúan como las letras de un
alfabeto. En vez de formar palabras con significado, forman genes con
significado. Todas las células de los seres vivos, desde las microscópicas
bacterias hasta las enormes ballenas o las gigantescas y longevas secuoyas,
poseen en su ADN la información imprescindible para desarrollarse, madurar
y reproducirse.

La teoría de la evolución química supone que la vida en la Tierra tuvo


que iniciarse a partir de una primitiva molécula autorreplicante. Es decir, una
que fuera capaz de copiarse a sí misma. Muchos pensaron que el ADN era la
solución ya que contiene la información necesaria para hacerlo. Sin embargo,
hoy se sabe que el ADN es incapaz de replicarse espontáneamente. Para
hacerlo, requiere de una complicada serie de reacciones catalizadas o
facilitadas por un gran número de enzimas proteicas. De manera que para
formar proteínas se requiere ADN y para elaborar ADN se necesitan las
proteínas. ¿Cuál de los dos fue primero? Este dilema es el responsable de que
la mayoría de los investigadores considere que es muy improbable que una
molécula de ADN se duplicara a sí misma en los inicios de la historia de la
Tierra.

El ADN muestra una impresionante complejidad química y estructural


ya que es una macromolécula muy larga que presenta un elevado peso
molecular con un gran potencial de variabilidad. Lo cual la convierte en la
molécula idónea para llevar la información genética. A principios de los 60 se
confirmó que la secuencia de las bases nitrogenadas del ADN determinaba la
secuencia de los aminoácidos durante la síntesis de las proteínas. En realidad,
lo que ocurre primero es que las cadenas del ADN se copian a sí mismas en
un proceso conocido como “transcripción”. Las copias resultantes son el
ácido ribonucleico mensajero (ARNm) que abandona el núcleo celular, por
cualquiera de los numerosos poros de la membrana, para iniciar un complejo
y sofisticado proceso de síntesis de proteínas o “traducción”. Cuando el
ARNm llega al citoplasma celular, se le une un orgánulo denominado
ribosoma que inicia la traducción con ayuda de otras moléculas, como los
ácidos ribonucleicos de transferencia (ARNt) que portan los diferentes
aminoácidos y ciertas enzimas específicas (aminoacil ARNt sintetasas). Se
inicia así la formación de la cadena de aminoácidos que concluirá con la
nueva proteína.

Procesos de transcripción y traducción en el interior de las células. La transcripción o proceso de


copiado del ADN al ARN mensajero se realiza dentro del núcleo y gracias a la acción de proteínas
como la ARN-polimerasa. Posteriormente el ARNm sale del núcleo y se une a los ribosomas del
citoplasma para realizar la traducción y formar proteínas.

Como no puede haber correspondencia directa uno a uno entre los


monómeros del ADN y los de las proteínas, puesto que el ADN únicamente
presenta cuatro tipos de bases nitrogenadas, mientras que las proteínas
derivan de la ordenación de veintiún aminoácidos distintos, resulta necesario
el recurso de los tripletes. Es decir, grupos formados por tres bases
nitrogenadas que especifican un solo aminoácido. Así por ejemplo, el triplete
formado por las bases: adenina-guanina-citosina (AGC) especifica siempre al
aminoácido serina (Ser); GGC especifica glicina (Gly); AAG especifica lisina
(Lys), etc. Y de esta manera se constituye el código genético que es casi
universal. Salvo algunas pocas excepciones, 64 tripletes o codones
especifican los mismos aminoácidos en todos los organismos. Se trata de un
código redundante. Lógicamente, si hay 64 tripletes diferentes y tan solo 21
aminoácidos, éstos vendrán especificados o codificados por más de un
triplete. Todos los aminoácidos, excepto la metionina y el triptófano, están
codificados por más de un codón. Después de numerosos y extensos análisis,
en los que se ha comparado este código genético de los seres vivos con otros
códigos generados artificialmente de forma aleatoria, se ha podido demostrar
que el de las células vivas está estructurado de tal forma que minimiza muy
eficazmente los pequeños cambios y errores que pudieran producirse en el
proceso de la traducción. Esto indica claramente que el código genético no
puede ser producto del azar o de la selección natural, como pretende el
darwinismo, sino que apunta a una inteligencia diseñadora.

El código genético. A cada triplete de bases nitrogenadas le corresponde un aminoácido. Puede haber
diferentes tripletes que codifiquen el mismo aminoácido. Algunos tripletes sirven para iniciar la cadena
polipeptídica (como el AUG), mientras que otros la finalizan (UAA, UAG y UGA). Los tripletes o
codones siempre se escriben en la dirección 5’ a 3’. Salvo pocas excepciones, este código es casi
universal y está diseñado para minimizar los posibles errores en el proceso de la traducción.
Hemos señalado que el orden particular que presentan las bases
nitrogenadas en la molécula de ADN determina también el orden que siguen
los aminoácidos en las proteínas. Sin embargo, tal afirmación no es
completamente exacta. En efecto, se sabe, desde mediados de los 90 del
pasado siglo, que existen enzimas especiales dedicadas a modificar las
cadenas de aminoácidos después de la traducción con el fin de lograr que
éstas permitan un mejor plegamiento de la proteína funcional. La estructura
primaria de las proteínas puede sufrir ligeras modificaciones en el retículo
endoplasmático del citoplasma de la célula. Incluso después, estas cadenas
que han sido correctamente modificadas, pueden necesitar a otras proteínas,
las llamadas “chaperonas”, para que les ayuden a adoptar la forma
tridimensional adecuada a su función. Se trata de proteínas presentes en todas
las células (tanto procariotas como eucariotas) que tienen por misión ayudar
al correcto plegamiento de otras proteínas recién formadas. No forman parte
de la estructura primaria de las proteínas funcionales sino que únicamente se
unen a ellas para colaborar en su ensamblaje, evitar plegamientos aberrantes
y trasportarlas al lugar de la célula donde llevan a cabo su función. Esto
significa que aunque la información necesaria para que las proteínas
adquieran su forma funcional correcta reside básicamente en la estructura
primaria de las propias proteínas, la forma final de éstas dependerá de la
acción de otras proteínas, las chaperonas.

Por tanto, podría decirse que tales modificaciones posteriores hacen


imposible predecir la secuencia final de las proteínas a partir de la secuencia
de nucleótidos del ADN. Pero, si esto es así, si no resulta posible adivinar el
resultado final, ¿qué sentido tendría hablar de información en el ADN? El
hecho de no poder predecir la forma definitiva que tendrán las proteínas, ¿no
hace que el concepto de información resulte superfluo para la biología
molecular? Esto es precisamente lo que dicen algunos autores evolucionistas
que cuestionan el diseño en la naturaleza.[131] Sin embargo, en mi opinión, se
trata de un pobre argumento contra la notable evidencia de la información
biológica. Veamos por qué.

El hecho de que no sea posible predecir exactamente el aspecto final


que poseerá una determinada proteína, no contradice para nada otro hecho
comprobable. A saber, que el ADN tiene una secuencia de nucleótidos
altamente específica. Una cosa no anula la otra. Semejante especificidad en el
ordenamiento de las bases nitrogenadas del ADN, constituye una condición
necesaria, aunque no sea suficiente, para lograr el plegamiento de la proteína.
Pero dicha condición necesaria implica, por sí misma, información específica
codificada. Además, todos los procesos bioquímicos, posteriores a la
traducción, implicados en adecuar las proteínas para que realicen
perfectamente sus respectivas misiones, resaltan todavía más la necesidad de
otras muchas moléculas preexistentes que también son poseedoras de
información sofisticada. ¿De dónde surgió esta otra información? El
problema se complica todavía más para el darwinismo. Encogerse de
hombros y decir que el concepto de información resulta superfluo en
biología, no es responder a la pregunta sobre el origen de tales informaciones.
Es cierto que la existencia de un complejo sistema de procesamiento de
información, como el que suponen las proteínas chaperonas, indica que la
información del ADN es insuficiente para originar completamente las
proteínas. Sin embargo, esto no demuestra que tal información sea superflua
o innecesaria para producirlas, ni tampoco invalida el hecho de que el ADN
posee y transmite información genética específica.

La teoría cromosómica: lo que Darwin no sabía

Cuando en 1900 fueron redescubiertos las trabajos de Mendel y, gracias


al desarrollo de la microscopía óptica, se empezaron a observar con mayor
detalle las estructuras que había dentro de las células, se descubrió que tanto
los animales como los vegetales estaban constituidos por células que
básicamente se dividían en dos partes: el núcleo y el citoplasma. Dentro de
tales estructuras parecía haber otros orgánulos aún más pequeños.
Posteriormente se comprobó que antes de que la célula empiece a dividirse se
forman unos filamentos oscuros en el interior del núcleo, los cromosomas o
“cuerpos coloreados”, llamados así por teñirse con determinados colorantes.

La teoría cromosómica de la herencia o de Sutton y Boveri (1902)


afirma que los factores de Mendel -hoy llamados alelos o genes mediante los
que se transmite la herencia- están localizados precisamente en los
cromosomas. Actualmente se sabe que cada cromosoma está formado por dos
hebras independientes o cromátidas soldadas entre sí en un punto
(centrómero). Estas cromátidas tienen forma de X y están constituidas por
ADN más ciertas proteínas. Es en las distintas fases de la división celular
(mitosis) cuando mejor se aprecia el número y la forma de los cromosomas.
Seguidamente se averiguó que cada especie de planta o de animal poseía un
número fijo y determinado de cromosomas en el núcleo de cada una de sus
células.

Por ejemplo, la inmensa mayoría de las células del cuerpo humano


tienen 46 cromosomas en su núcleo (23 pares), mientras que la pequeña
mosca de la fruta o del vinagre (Drosophila melanogaster), favorita de los
experimentos genéticos, sólo posee 8 cromosomas (4 pares) y la hormiga
saltadora australiana (Myrmecia pilosula) solamente dos. Algunas especies de
helechos cuentan con 1260 cromosomas (aunque muchos estén repetidos),
pero los plátanos sólo tienen 11; los salmones 92; algunos sapos 22; las
iguanas tropicales 100; los cerdos 38 y los perros 78.[132] Nadie sabe a qué se
debe esta disparidad cromosómica existente entre las especies. Desde luego,
lo que resulta evidente es que el número de cromosomas o de genes no parece
tener nada que ver con el supuesto nivel evolutivo o la complejidad de las
especies.

Los gametos o células sexuales humanas (óvulos y espermatozoides)


sólo poseen 23 cromosomas en sus núcleos. De ahí que, cuando se produce la
fecundación, el cigoto resultante tenga 46 cromosomas igual que la mayoría
de las células a las que dará lugar mediante sucesivas divisiones mitóticas.
Algunas células como los glóbulos rojos, eritrocitos o hematíes de la sangre
humana y del resto de los mamíferos carecen por completo de núcleo y, por
tanto, de cromosomas. Se cree que esto es así porque los capilares de tales
seres son en ocasiones de un diámetro inferior al del propio eritrocito, por lo
que éste debe plegarse para poder pasar. Lo cual sería imposible si tuviera
núcleo y así se incrementa también la fluidez de la circulación, haciendo
menos probable la obturación de los capilares.
La función básica de los cromosomas es repartir la información genética del ADN entre las células
hijas. En la metafase de la división celular, los cromosomas suelen tener dos brazos unidos por el
centrómero, donde aparecen dos pequeñas estructuras proteicas (en rojo en el dibujo) llamadas
cinetocoros, cuya misión es organizar los microtúbulos del huso acromático que moverán a los
cromosomas por el citoplasma. Los cromosomas de las células que se han dividido muchas veces
presentan la parte final de sus brazos, los llamados telómeros, muy desgastada, lo cual se relaciona con
el envejecimiento.

La división celular es un proceso constante en nuestro cuerpo pero


altamente complejo. El crecimiento y la sustitución de células viejas por otras
nuevas es necesario para la reparación continua de los tejidos biológicos.
Cuando una célula empieza a dividirse por mitosis, la cromatina del interior
del núcleo constituida fundamentalmente por ADN, se organiza en un
determinado número de filamentos (cromosomas). Éstos se contraen y se
hacen más gruesos por enrollamiento, mientras tanto la membrana nuclear
desaparece y surge una estructura tubular con aspecto de huso, formada por
numerosos túbulos que crecen vertiginosamente mediante la agregación de
partículas proteicas. Posteriormente, los cromosomas dirigidos por estos
microtúbulos se alinean en el plano ecuatorial de la célula. Las dos
cromátidas de cada cromosoma se separan para dirigirse a ambos polos del
huso y allí originan dos juegos completos de cromosomas hijos. Luego, el
huso desaparece y se forman dos nuevas membranas nucleares, una en cada
célula hija. Finalmente la célula madre se divide en dos células hijas que
llevan la misma información genética que su progenitora.

Esta extraordinaria secuencia de acontecimientos microscópicos tiene


lugar cada vez que una célula vegetal o animal se divide por mitosis. En cada
división, una sofisticada maquinaria bioquímica organiza y coordina cientos
de intrincadas operaciones consecutivas. Los cromosomas son extendidos y
recogidos mediante túbulos que actúan a modo de sedales de cañas de pescar.
De esta manera, se desenrollan y enrollan unos dos metros de ADN en el
reducidísimo espacio de cada célula. El huso mitótico que controla a los
cromosomas es una de las máquinas celulares más complejas que existen ya
que no sólo segrega a los diferentes cromosomas sino que también es capaz
de reparar posibles errores. Las máquinas moleculares son el fundamento de
la vida biológica y se puede decir que sin ellas nada tiene sentido en biología.
Pero la existencia de tales máquinas biológicas con memoria, capaces de
formar otras máquinas lógicas bajo pedido para realizar múltiples funciones a
escala microscópica, no se puede explicar mediante un proceso ciego y sin
ningún tipo de propósito. Solamente un Diseñador lógico y ordenado ha
podido crearlas.
En los órganos reproductores de los animales (ovarios y testículos) así
como en los de las plantas (ovarios, estambres y esporas) las células que
producen todos estos gametos no se dividen mediante el proceso de la mitosis
sino por medio de la llamada meiosis. Este término significa literalmente
“aminoramiento” porque cada célula madre da lugar a cuatro células hijas
que poseen cada una la mitad de cromosomas que su progenitora. En los
organismos de sexo masculino, cada uno de estos cuatro núcleos resultantes
se transforma en un espermatozoide, mientras que en el caso de las hembras,
tres degeneran y sólo uno se convierte en óvulo. En realidad, se producen dos
divisiones consecutivas. En la primera, los cromosomas homólogos (uno
procedente del padre y otro de la madre) se emparejan e intercambian
material genético (entrecruzamiento), antes de separarse en dos células hijas.
Éstas tendrán sólo la mitad de los cromosomas de la célula madre. Se trata
realmente de la verdadera división reductora. Después, los núcleos de estas
dos células se volverán a dividir por mitosis originando cuatro células
haploides. Es decir, con la mitad de los cromosomas originales. Durante la
fecundación, el espermatozoide introduce su cabeza en el óvulo y se funden
ambos núcleos. Como cada uno de estos núcleos tiene la mitad de los
cromosomas propios de la especie, la célula huevo resultante (cigoto) tiene
una dotación completa (diploide) formada por el 50% de cada progenitor.

La danza que realizan los cromosomas durante la meiosis está


perfectamente coreografiada. El citoesqueleto de la célula es el que impulsa
dicha danza para que cada cromosoma se una a su pareja adecuada. Esto se
realiza por medio de equipos de motores moleculares llamados dineínas. Se
trata de proteínas motoras de gran tamaño que, junto a la kinesina, “caminan”
sobre los microtúbulos del citoesqueleto transportando sustancias de un lugar
a otro de la célula. Se han estudiado sobre todo en los axones de las neuronas
y en los cilios y flagelos. Son como motores que generan fuerza para mover
los cromosomas durante la mitosis y la meiosis.

También se descubrió que estas dineínas ejecutan procesos de manera


precisa, monitorean sus propios errores y los corrigen satisfactoriamente. Es
más, se ha visto que la célula se comporta de manera tan inteligente que
incluso es capaz de usar sus errores a propósito, es decir, con una finalidad
concreta.[133] Algunas células causan sus propias mutaciones para protegerse.
Fabrican proteínas con algunos aminoácidos mal colocados para engañar a
virus invasores, bacterias peligrosas u otros agresores químicos. De esta
manera, el organismo queda protegido mediante errores regulados que serán
corregidos cuando pase el peligro o la situación de estrés. Esta técnica celular
ha sido copiada por algunos ingenieros de sistemas para rechazar el ataque de
los virus informáticos.[134] Ahora bien, si cualquier célula viva está tan
perfectamente diseñada que incluso es capaz de regular sus propios errores
para defenderse de los virus y mantener intacta su integridad genética, ¿cómo
es posible que semejante diseño surgiera a ciegas, sin propósito alguno, por
medio de la evolución al azar? Esto supone un grave inconveniente para el
neodarwinismo materialista.

2. Dificultades de la evolución humana

El año en que empecé a escribir este trabajo (2017) fue terrible para la
idea evolucionista de los orígenes humanos. Cada nuevo descubrimiento fósil
realizado durante el mismo, resquebrajó los anteriores árboles filogenéticos
elaborados por los paleoantropólogos y les obligó a dibujar otros nuevos, con
las consiguientes disputas y descalificaciones mutuas entre ellos. Pareciera
como si a medida que se obtienen más fósiles, aumentara también el
desconcierto general sobre la teoría de la evolución del hombre.

Seis descubrimientos polémicos fueron los que llenaron las portadas de


las revistas especializadas y de muchos otros medios divulgativos durante
aquellos doce meses:

1. Después de trece años de estudio y debate, resulta que el pequeño


hombre de la isla indonesia de Flores, apodado “hobbit” (Homo floresiensis),
no era un descendiente enano del Homo erectus, como se pensaba antes, sino
que estaría emparentado con el arcaico Homo habilis de África. Esto
complica notablemente las cosas ya que se suponía que el continente africano
era el único escenario de la evolución humana. ¿Qué hace una especie
cercana al Homo habilis viviendo en un lugar tan alejado de África y en una
época tan tardía (más de 1,75 millones de años después de la supuesta
extinción de H. habilis)?[135]

2. Los restos fósiles de la especie denominada Homo naledi, que fueron


hallados en una cueva en Sudáfrica y catalogados como el eslabón perdido
entre los australopitecinos y el género Homo, resulta que en realidad sólo
tenían unos 250.000 años de antigüedad. Esto significa que fueron
contemporáneos de los humanos modernos. Por lo tanto, suponen otra
auténtica paradoja ya que son demasiado recientes para optar el premio de los
eslabones perdidos entre simios y humanos, pero por otra parte sus
características anatómicas son demasiado primitivas para la antigüedad que
se les atribuye.[136]

3. Otro pretendido aspirante a eslabón perdido entre los simios antiguos


y los humanos, el denominado Australopithecus sediba, cayó también en
desgracia. Al principio, se dijo que era un buen candidato para ilustrar la
supuesta transición entre los Australopithecus africanus, hallados en el sur de
África, y el Homo habilis, o incluso, un antepasado directo del Homo erectus.
Sin embargo, el paleoantropólogo evolucionista Bill Kimble refutó que se
tratara de un antepasado del ser humano, asegurando que era sólo otra forma
más de australopitecino simiesco.[137]

4. Por si esto fuera poco, otra pretendida historia evolutiva que hasta
entonces se había venido enseñando como cierta en las escuelas
norteamericanas se venía también abajo. Un artículo de la revista Nature
afirmaba que los seres humanos no llegaron a los Estados Unidos hace sólo
14.000 años -como se creía- sino que ya vagaban por el sur de California
hace unos 130.000 años. Semejante descubrimiento está generando todo un
alud de controversias e indica que habrá que reescribir toda la historia de la
humanidad en el continente americano.[138]

5. Además, durante el mes de junio del 2017, se descubrieron algunos


trozos de cráneo humano junto a unas herramientas de piedra en Marruecos
(Jebel Irhoud), que han sido datados en 315.000 años de antigüedad.[139] Esto
contradice claramente la idea anterior de que el Homo sapiens se originó
unos 100.000 años después de esta fecha y casi 5.000 kilómetros hacia el este
de dicha localidad, en Etiopía. Se sacudían así los fundamentos de la historia
humana y su lugar de origen.[140]

6. Por último, después de estas cinco previsiones paleontológicas falsas


que antes se habían considerado como hechos indiscutibles de la evolución
humana, el 31 de agosto del 2017, la Universidad de Uppsala en Suecia
anunció que algunos de sus investigadores habían descubierto unas huellas
fósiles que desafiaban las teorías establecidas sobre los orígenes del hombre.
Se trata de huellas producidas indudablemente por pies humanos en Trachilos
(al oeste de la isla de Creta), que han sido datadas en 5,7 millones de años
(Mioceno tardío). Esto significa que dichas huellas serían unos 2,5 millones
de años más antiguas que la famosa Lucy (Australopithecus afarensis) y unos
1,3 millones de años anteriores al simiesco Ardipithecus, a pesar de lo cual ya
fueron hechas por pies humanos.[141]

El problema que plantea este último descubrimiento de Creta es que las


huellas fósiles humanas están fuera del lugar que les correspondería. Han
aparecido en una localidad geográfica “equivocada” según las previsiones
evolucionistas. Hasta ahora, los libros de texto enseñaban que todos los
primeros homínidos (con más de 1,8 millones de años de antigüedad) se
habían originado en África y sólo después de una lenta evolución hasta el
género Homo la saga humana habría salido de dicho continente. Sin embargo,
unos pies humanos modernos pero, a la vez, tan tempranos en la isla de Creta
no encajan en absoluto porque refutan la hipótesis “fuera de África”
generalmente aceptada hasta el presente.

Desde luego, muchos dirán que así es como la ciencia avanza,


reinterpretando tantas veces como haga falta las hipótesis anteriores. No
obstante, admitir que los escenarios hasta ahora bien establecidos de la
evolución humana eran en realidad falsos, es algo que como mínimo permite
abrigar ciertas dudas sobre el planteamiento general de la supuesta evolución
humana (tanto desde el punto de vista del gradualismo darwinista, como
desde el origen saltacionista o de los equilibrios puntuados, que tanto se
aproxima en el fondo al diseño inteligente).

Quizá, después de este controvertido año 2017 para las teorías de la


evolución humana, los paleontólogos evolucionistas se vuelvan más
cautelosos y humildes en sus declaraciones. O quizá no. No podemos estar
seguros. Pero lo que está claro es que, en realidad, se sabe mucho menos de
lo que se cree saber. A pesar de lo cual, se siguen enseñando ideas anticuadas
y equivocadas a los alumnos así como al público en general, que los propios
investigadores evolucionistas reconocen ya como erróneas. Se trata de la
fortaleza de los dogmas establecidos durante muchos años.

La falsa iconografía de la marcha del progreso

Los famosos dibujos evolucionistas que representan la marcha del


progreso humano desde un chimpancé hasta un hombre moderno, pasando
por formas simiescas intermedias, han entrado a formar parte del imaginario
colectivo de las sociedades modernas. Estos esquemas simplistas, inculcados
hasta la saciedad en los centros docentes, se han convertido en un símbolo
mítico de la evolución humana, ampliamente aceptado por la mentalidad
colectiva de Occidente.

Puede que se trate del más reconocido de los iconos emblemáticos de


Darwin, ya que resulta familiar a la mayoría de las personas por haber estado
expuestas a él desde la infancia. La imagen de un simio que se va
transformando gradualmente en una persona -llevada incluso a los dibujos
animados infantiles por Albert Barillé, a finales de los 80, en aquella famosa
serie francesa, Érase una vez la vida- marcó definitivamente a varias
generaciones. Desde que Darwin escribiera en su obra, El origen del hombre,
que éste “y los demás animales vertebrados se hallan construidos según el
mismo modelo general, (…) Consiguientemente a esto, hemos de admitir con
toda franqueza su comunidad de origen”[142], el icono de la marcha del
progreso humano se convirtió poco a poco en patrimonio cultural de la
humanidad.

Según el naturalista inglés, el origen de la especie humana habría


ocurrido igual que el de todas las demás especies biológicas. Es decir, a partir
de antepasados que fueron variando gradualmente y experimentando sobre
ellos la acción de la selección natural. Ancestros similares a los simios que
habrían dado lugar a los actuales chimpancés, gorilas y orangutanes, pero
también a los seres humanos.

Aparte de las críticas que esta teoría generó en su época, debido sobre
todo a cuestiones filosóficas y morales, también tuvo que enfrentarse a otros
inconvenientes científicos. No existía evidencia fósil para sustentarla.
Tampoco se tenían pruebas directas de que realmente se diera en la naturaleza
la selección natural. No se conocía la causa de las variaciones o cambios en
las especies. Sin embargo, a pesar de toda esta falta de evidencia sobre los
orígenes humanos, pronto se pusieron de moda los famosos dibujos que
mostraban a un simio, con los nudillos de las manos apoyados en el suelo,
que se erguía para caminar detrás de otro más alto que, a su vez, seguía a un
humano bajito con un leño en la mano y así hasta alcanzar al primero de la
fila, un hombre moderno. Estos dibujos se multiplicaron en exposiciones de
museos, libros de texto, revistas divulgativas e incluso anuncios publicitarios
y caricaturas humorísticas, convirtiéndose en el emblema por excelencia que
mejor representaba las implicaciones de la teoría darwinista para el sentido
último de la existencia humana.

Años más tarde, ya durante el siglo XX, los científicos creyeron


encontrar las pruebas que al principio no se tenían. Muchos restos fósiles de
simios y humanos fueron hallados, viniendo a ocupar los puestos intermedios
de la marcha del progreso humano. Ciertos experimentos llevados a cabo con
mariposas nocturnas como la polilla del abedul y otros organismos, parecían
demostrar que Darwin tenía razón y que el motor de la evolución era la
selección natural. La genética confirmó también la realidad de las mutaciones
del ADN. De manera que todo parecía encajar bien. Sin embargo, algunos
años más tarde, se supo que los experimentos de Kettlewell con las polillas
fueron defectuosos y no confirmaban la selección natural. Tampoco el
tamaño oscilante del pico de los pinzones de Darwin servía para demostrar
evolución a largo plazo ya que éste fluctuaba según las épocas de abundancia
y escasez de alimento. De la misma manera, las mutaciones observadas miles
de veces en las moscas de la fruta solamente producían ejemplares deficientes
que no eran aptos como materia prima para la evolución. Las supuestas
mutaciones beneficiosas requeridas por el darwinismo para originar especies
nuevas no aparecían por ninguna parte. Todo indicaba que la mutación y la
selección natural contribuían a la estabilidad de los seres vivos pero no
creaban las innovaciones necesarias para su macroevolución.
Por último, como veremos a lo largo de esta obra, la interpretación de
los diversos fósiles en que se apoya la evolución humana no es algo objetivo
sino que está notablemente influida por ideas previas, así como por creencias
y prejuicios personales. La paleoantropología es la disciplina más subjetiva y
polémica de toda la biología porque se fundamenta en la concepción
materialista de la existencia humana. En la idea de que no somos más que
animales surgidos por accidente a partir de simios anteriores. Sin embargo,
sustentar tal cosmovisión sobre los huesos fósiles hallados hasta ahora es una
temeridad acientífica que va mucho más allá de lo que permite la evidencia
real. Detrás de las aparentes descripciones neutrales de esta disciplina, se
esconden conceptos filosóficos ateos camuflados que se pretenden hacer
pasar por verdadera ciencia.
Después de décadas de aceptación y enseñanza de esta hipotética
marcha evolutiva del progreso humano, resulta que hasta los propios
investigadores evolucionistas no tuvieron más remedio que reconocer su
falsedad tendenciosa. El famoso paleontólogo, Stephen Jay Gould, se vio
obligado a admitir que “la falsa iconografía de la marcha del progreso tiene
hoy en día aceptación en todas las culturas”.[143] Y, precisamente, debajo de
una ilustración de la marcha del progreso humano, aparecida en uno de sus
muchos libros de divulgación evolucionista, se disculpaba así: “Una
ilustración, que personalmente me resulta embarazosa, (…) Mis libros se ha
dedicado a desprestigiar esta imagen de la evolución, pero no tengo control
sobre los diseños de las sobrecubiertas de las traducciones extranjeras”.[144]
Lo que Gould quería decir es que, al linearizar la evolución humana en una
serie ascendente y progresiva de especies intermedias, se estaba dando la
falsa idea de que existía en la naturaleza una fuerza misteriosa que conducía
inevitablemente la evolución hacia la aparición del hombre. Y él, como buen
materialista que era, creía que esto no era así sino que habríamos surgido por
casualidad como las demás especies. Según él, no habría diseño ni diseñador
en la naturaleza; ningún propósito de que al final surgiera el hombre; ninguna
tendencia misteriosa a la mejora o al progreso humano. Sólo seríamos una
ramita más sin importancia del enorme árbol evolutivo. Igual que las
hormigas, los salmones, el césped o los cuervos.

De la misma manera, muchos neodarwinistas (como Francisco J. Ayala


y Camilo J. Cela) reconocen hoy que “resulta, en cierto modo común,
apreciar las características de los humanos como si hubiesen pasado por
diversos ‘estadios intermedios’ hasta llegar a su forma actual. No es así; cada
especie, humana o no, contó en su momento con su particular proceso de
adaptación que, a todos los efectos, cabe considerar como significativo en sí
mismo, como completo, sin que tenga ningún sentido verlo al estilo de un
peldaño hacia futuras formulas adaptativas. Por añadidura, los cambios
evolutivos (…) se realizaron (…) con un alto contenido de azar como
componente esencial del proceso filogenético.[145] En opinión de tales autores,
tampoco habría una supuesta marcha del progreso, ninguna tendencia en la
evolución y el hombre no sería especial sino sólo el producto de la
casualidad.

Pero, si esto es así, ¿por qué el famoso icono de la marcha del progreso
humano sigue figurando en los libros de texto? ¿Cómo es que se les enseña a
los alumnos que hubo una continuidad progresiva desde Ardipithecus hasta el
Homo sapiens, pasando por Australopithecus anamensis, A. afarensis, A.
africanus, Homo rudolfensis, H. ergaster, H. antecesor y H. heidelbergensis?
[146]
Si la mayor parte de los investigadores evolucionistas han dejado ya de
creer en la marcha del progreso, ¿por qué el gran público todavía no se ha
enterado? Esto pone de manifiesto la disparidad de criterios y falta de
comunicación que existe entre los investigadores neodarwinistas y la
información al respecto que le llega al gran público.

Desde que Darwin publicó su teoría, la antigua idea materialista de que


el ser humano era de la misma naturaleza y sustancia que los brutos se fue
convirtiendo paulatinamente en un postulado de la ciencia. El nuevo icono
del simio al hombre, representado gráficamente incluso antes de descubrir
fósiles, empezó a corroborar la filosofía naturalista que lo sustentaba. Los
fósiles que se descubrirían después, simplemente se colocaron en esta vitrina
materialista preexistente. Al principio, el hombre de Neanderthal no figuraba
entre ellos, y no porque no se supiera de su existencia (se habían hallado sus
primeros restos en la ciudad belga de Enguis, 30 años antes de que Darwin
publicara El origen de las especies) sino porque la mayoría de los científicos
de la época lo consideraban completamente humano. Incluso el biólogo
británico, Thomas H. Huxley, conocido como el bulldog de Darwin por su
vehemente defensa de la teoría de la evolución, no creía que el Neanderthal
fuese un ancestro humano sino un hombre auténtico.

No fue hasta algunas décadas después, entrado ya el siglo XX, que el


paleontólogo francés, Marcellin Boule, estudió los fósiles del hombre de
Neanderthal y llegó a la conclusión de que se trataba de una especie distinta a
la nuestra. En su opinión, no era humano ni siquiera un antepasado de Homo
sapiens sino una rama lateral extinta del árbol de la evolución. Al analizar un
fósil descubierto en La Chapelle-aux-Saints (Francia), lo caracterizó como si
hubiera sido una criatura simiesca, con las rodillas curvadas y que, por tanto,
no podía erguirse por completo. En base a sus ideas darwinistas, lo dibujó
como si fuera un gorila peludo con los dedos pulgares de los pies oponibles,
como los de los simios actuales. Esta imagen errónea de los neandertales,
como hombres de las cavernas o criaturas primitivas, a medio camino entre
los simios y los humanos, perduró durante décadas y fue inmortalizada en
numerosos dibujos e ilustraciones “científicas” hasta que se descubrió que, en
realidad, el esqueleto estudiado por Boule padeció artritis y esta enfermedad
probablemente contribuyó a deformar sus huesos.

Hoy ya ningún paleoantropólogo defiende aquella imagen distorsionada


de los hombres de Neanderthal. Todos están convencidos de que Boule se
equivocó y que eran seres humanos que caminaban erguidos como nosotros.
[147]
Hombres y mujeres robustos, con un cerebro que era incluso mayor que
el nuestro. Vivían por toda Europa, el norte de Asia, hasta Siberia oriental y
quizás incluso en Mongolia y China. Hablaban, cazaban, recolectaban
alimentos, enterraban a sus difuntos, probablemente tenían ideas religiosas y,
como veremos más adelante, se hibridaron con el Homo sapiens.

Pero volvamos a lo anterior. Si en los días de Darwin se creía también


que los fósiles neandertales correspondían a seres humanos, ¿dónde estaban
entonces las formas intermedias de la marcha del progreso humano? No fue
hasta tres décadas después de la publicación de El origen de las especies que
el anatomista holandés, Eugène Dubois, encontró unos huesos fósiles en Java,
a principios de la década de 1890. Se trataba de la parte superior de un cráneo
y un fémur que primero atribuyó a alguna clase de chimpancé extinto, pero
después reconoció que se trataba del “hombre de Java”. Lo denominó según
la nomenclatura científica, Pithecanthropus erectus, (actualmente, Homo
erectus) por considerar que era mitad simio y mitad humano. Sin embargo,
cuando en 1895 regresó a Europa y dio a conocer su hallazgo, diciendo que
había encontrado el eslabón perdido de la evolución humana, sólo algunos
científicos lo recibieron con entusiasmo. La mayoría cuestionaron sus
conclusiones y se mostraron en desacuerdo con su interpretación. Sin
embargo, diecisiete años después (en 1912), en plena efervescencia de la
búsqueda del eslabón perdido, otro arqueólogo británico aficionado, Charles
Dawson, anunció que había descubierto lo que todos estaban buscando.

El fraude del hombre de Piltdown

El hombre de Piltdown constituye uno de los más grandes engaños de


la historia de la paleontología humana. Sobre todo porque se creyó que era
auténtico durante más de 40 años (desde 1912 hasta 1953) y, en ese período,
apareció en los más importantes medios científicos y divulgativos como
evidencia notable de la evolución del hombre. ¿Cómo pudo ocurrir un engaño
así en el seno de la comunidad científica?

La historia comienza con el hallazgo de los huesos realizado por un


obrero que trabajaba en una cantera de Piltdown (pueblo de Sussex en
Inglaterra). Este hombre encontró unos restos de un cráneo humano, un
diente suelto y una mandíbula con otros dientes, que dio a Charles Dawson,
un conocido buscador de fósiles. Éste los entregó al eminente paleontólogo
del Museo Británico, Arthur Smith Woodward, quien reconstruyó el cráneo
con la mandíbula y lo presentaron, en diciembre de 1912, a la Sociedad
Geológica de Londres. El asunto se discutió durante años y finalmente se dijo
que muy probablemente dichos fósiles correspondían al eslabón perdido. El
espécimen de Piltdown se ajustaba tan bien a lo que se esperaba que nadie lo
verificó a fondo para determinar si el cráneo y los fragmentos de la
mandíbula pertenecían al mismo individuo. De manera que se creó una nueva
especie de homínido fósil a la que se denominó, Eoanthropus dawsonii, en
honor a su descubridor, y que la comunidad científica aceptó, sin demasiados
cuestionamientos, como el intermediario que faltaba para demostrar la
evolución humana.

Es menester tener en cuenta que en aquella época, después de la


publicación de las ideas de Darwin, el ambiente social y académico era
propicio para la aceptación de supuestos eslabones intermedios de la
evolución. Se creía que tales seres prehumanos debían poseer una mandíbula
simiesca y un cerebro grande. Si, además, habían vivido en Europa y
deambularon por territorio inglés, pues mejor que mejor. ¡Cómo iban a
pensar aquellos paleontólogos británicos que los primeros homínidos
surgieron en África y tenían un cerebro del tamaño del que poseen los
actuales chimpancés, tal como creen hoy sus colegas modernos!

Las modas cambian con los tiempos y tuvieron que pasar cuatro
décadas para que las dudas sobre la antigüedad y el origen de estos fósiles se
fueran acumulando hasta que, finalmente, un dentista llamado, A. T.
Marston, fue el primero en darse cuenta de que aquella mandíbula fósil
perteneció en realidad a un orangután, mientras que el diente suelto era de un
chimpancé y el cráneo de un ser humano. En el año 1953, los antropólogos y
paleontólogos, Joseph Weiner, Kenneth Oakley y Wilfrid Le Gros Clark,
demostraron oficialmente que el cráneo de Piltdown, no tenía más de
quinientos años y era por tanto de un hombre moderno, mientras que la
mandíbula del orangután era más reciente y había sido químicamente tratada
para que pareciera fósil. Asimismo los dientes caninos fueron limados para
hacerlos similares a los de los humanos. Estos autores concluyeron que el
famoso hombre de Piltdown fue una falsificación intencionada realizada por
algún experto.
Fig. 1 Obra del artista John Cooke (1915), hecha tres años después de que apareciera el falso hombre de
Piltdown y precisamente para conmemorar dicho hallazgo. Los personajes que aparecen son (en la
segunda fila y de izquierda a derecha): F. O. Barlow, G. Elliot Smith, Charles Dawson, Arthur Smith
Woodward; (y en la primera fila): A. S. Underwood, Keith Arthur, Pycraft W. P., y Sir Ray Lankester.

No se sabe a ciencia cierta quién cometió el fraude. Unos lo atribuyen a


su descubridor, Charles Dawson, quien estaba obsesionado por encontrar
fósiles espectaculares en las islas británicas. Otros creen que fue el geólogo y
paleontólogo inglés, William Johson Solla, quien habría intentado
desprestigiar a su rival, Arthur Smith Woodward. Hay también diversas
teorías que se lo atribuyen a algunos hombres famosos de la época, como al
novelista y médico británico, Arthur Conan Doyle, creador del célebre
detective de ficción, Sherlock Holmes, o incluso al conocido
paleoantropólogo católico, Pierre Teilhard de Chardin, quien de joven había
trabajado en regiones de Indonesia donde abundan los orangutanes. No
obstante, algunos piensan que el principal sospechoso fue Martin Hinton,
conservador del Museo de Historia Natural de Londres, al que se le descubrió
un baúl en las buhardillas del museo, en 1996, con huesos manipulados muy
similares a los del hombre de Piltdown y dientes metidos en una lata de
tabaco para oscurecer el esmalte.[148]

Sea quien fuere el autor del fraude, lo cierto es que hoy, en la mayoría
de los libros de texto de biología, no suele mencionarse dicho acontecimiento
y cuando los críticos del darwinismo se refieren a él, inmediatamente se les
responde que la ciencia funciona de esta manera, autocorrigiéndose
continuamente. Y, en efecto, así fue en el caso del falso hombre de Piltdown.
Lo que pasa es que tal corrección tardó más cuarenta años en llegar. Quizás,
una conclusión que se podría sacar de tal historia es que los científicos, como
cualquier otro grupo humano, pueden ser también engañados para ver lo que
desean ver. De hecho, las incongruencias anatómicas que delataban el engaño
habían estado siempre allí. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta durante cuatro
décadas? Algunos paleontólogos recelosos intentaron examinar las piezas
pero sus descubridores no se lo permitieron, alegando la extrema fragilidad
de las mismas. Por tanto, únicamente podían ser estudiadas mediante copias o
moldes de escayola. Esto, con el tiempo, contribuyó a aumentar las
sospechas.
Otros muchos fósiles similares a los humanos han sido descubiertos
desde aquellas tempranas fechas de 1912 y, a diferencia del hombre de
Piltdown, se trata de ejemplares auténticos. Unos pueden compararse con los
simios actuales y otros se parecen más a los seres humanos. Sin embargo, la
mayor parte de los fósiles genuinos, que supuestamente tienen que ver con
los orígenes del hombre, han generado controversia entre los especialistas.
Cada nuevo hallazgo suele complicar aún más el problema de la filogenia
humana, en vez de simplificarla. La idea de que al descubrir más fósiles se
solucionará la cuestión parece chocar contra la evidencia que apunta más bien
a todo lo contrario. Los nuevos descubrimientos de fósiles humanos tienden a
agravar el problema porque obligan a replantear y cambiar los antiguos
esquemas. ¿Por qué es esto así?

Quizás porque la evidencia que aportan los huesos petrificados deja


demasiado espacio a la interpretación subjetiva. Cada paleoantropólogo lo
concibe y entiende a su manera. Además, un determinado resto fósil puede
ser reconstruido de diversas formas, en función de las ideas previas que tenga
el especialista. Si éste cree que se trata de una especie intermedia entre los
simios y el hombre tenderá a representarla como tal. Pero, lo cierto es que
ningún fósil aparece en las rocas con una etiqueta que indique su antigüedad
o de qué otra especie evolucionó o en cuál se transformó después, ni siquiera
con el nombre de la especie a la que perteneció. El registro fósil no muestra
las relaciones de parentesco entre especies. Éstas las deducen los
investigadores a partir de sus concepciones evolucionistas, la forma de los
huesos, los estratos y lugares en que se hallaron así como, últimamente
también, la comparación entre las secuencias de ADN obtenidas de los
fósiles. En realidad, todos estos datos dependen y se procuran encajar
siempre en el dogma darwinista generalmente aceptado que concibe al
hombre como descendiente de simios ancestrales.

Sin embargo, si, como se sugiere en ocasiones, cada fósil descubierto es


como una isla en medio de un inmenso océano de millones de años, ¿qué
posibilidades hay de hallar conexiones reales con otros fósiles? Y si esto es
así, entonces todos los árboles de la evolución humana que se han ido
construyendo y modificando constantemente, ¿no serán sólo invenciones
humanas que responden a prejuicios darwinistas previos, pero no a la
realidad? Tomar diversos huesos fosilizados y ordenarlos en una determinada
secuencia filogenética no es una hipótesis científica que pueda ser
demostrada sin lugar a dudas o contrastada con la realidad. De ahí que la
historia de la paleontología esté plagada de inconsistencias y errores que el
tiempo se encarga de corregir.

El error del hombre de Nebraska

Otro significativo ejemplo de imaginación desbocada, que demuestra


hasta qué punto algunos paleontólogos son influidos por sus ideas
evolucionistas preconcebidas en vez de atenerse a los hechos estrictos, es el
conocido caso del llamado “hombre de Nebraska”. En el año 1922, en plena
polémica ante los tribunales estadounidenses acerca de si enseñar o no la
teoría darwinista en las escuelas y en la que el político antievolucionista del
Partido Demócrata, William J. Bryan, estaba haciendo campaña contra dicha
enseñanza, su oponente presentó un diente fósil hallado en el mismo estado
de Nebraska como prueba fundamental de que los seres humanos
evolucionaron a partir de los simios.

El presidente del Museo de Historia Natural de los Estados Unidos, el


paleontólogo Henry Fairfield Osborn, manifestó que esta pieza dentaria
fosilizada había pertenecido al primer simio de América del Norte, pero no a
uno cualquiera, sino precisamente a uno relacionado con los humanos. Según
su opinión de experto, se trataba del “eslabón perdido” que faltaba, una
criatura que cambiaría la historia del pasado humano en el continente
americano, el “hombre mono del mundo occidental”. Osborn consideró que
aquel diente, encontrado en depósitos del Plioceno de Nebraska, constituía un
nuevo género y una nueva especie de homínido que denominó
Hesperopithecus haroldcookii, que significa “simio de la tierra donde se pone
el Sol” y que dedicó a su descubridor, el granjero y geólogo de Nebraska,
Harold Cook, quien encontró el diente en 1917. Este trabajo se publicó en
revistas científicas de la época[149] y algunos especialistas lo criticaron.[150]

Sin embargo, al otro lado del Atlántico, en Inglaterra, Sir Grafton Elliot
Smith, un profesor de anatomía en Manchester, apoyó plenamente la opinión
de Osborn y en la revista popular inglesa, Illustrated London News
(24.06.1922, pp. 942-943), apareció un artículo con una reconstrucción
gráfica de cómo se suponía que había sido esta nueva especie de homínido
(fig. 2). El dibujo lo realizó Amedee Forestier, basándose en las ideas del
propio Grafton Elliot Smith. Es significativo el hecho de que tal ilustración
no se publicara en ninguna revista científica, lo cual podría evidenciar las
dudas fundadas de algunos especialistas que, como ocurre a menudo en esta
disciplina, discrepan de las conclusiones de sus colegas. Pero, a pesar de
todo, la imaginación del artista lo representó con su pareja, empleando toscas
herramientas, en un ambiente típico del Plioceno norteamericano, en el que
figuraban también plantas y animales de la época. Esta imagen fue asumida
como cierta por el gran público y el nuevo fósil paso a formar parte de la saga
humana. Aunque la vida del Hesperopithecus fuese breve ya que duró
solamente cinco años.
Fig. 2 Representación del hombre de Nebraska (Hesperopithecus haroldcookii) aparecida en la revista
popular Illustrated London News (24.06.1922, pp. 942-943). Todo esto se dedujo a partir de un diente
fósil que resultó finalmente pertenecer a un cerdo extinto, una especie parecida a los actuales pecarís.

En efecto, posteriores investigaciones demostraron que aquel diente no


era humano sino que, en realidad, había pertenecido a una especie de cerdo, a
una forma extinta de pecarí americano perteneciente al género Prosthennops
muy parecida a los actuales pecarís.[151] De manera que, hubo que corregir la
nomenclatura sistemática y definir al género Hesperopithecus (del supuesto
hombre de Nebraska) como una sinonimia errónea del pecarí extinto
(Prosthennops).[152] La excusa que se dio, con el fin de suavizar tan craso
error, fue que los dientes de esta especie de cerdos salvajes son muy
parecidos a los humanos. Pero, precisamente por dicha semejanza, ¿no
debería la paleontología humana disponer de herramientas para distinguir
adecuadamente la dentición humana de la de otros mamíferos como los
cerdos? Sea como fuere, este importante debate en torno al hombre de
Nebraska y su corrección posterior quedó recluido durante bastante tiempo al
ámbito de las revistas científicas especializadas, pero apenas se le dio
publicidad inmediata entre el gran público.
El caso español del hombre de Orce

La historia del hombre de Orce, que empezó en la década de los 80 y


duró hasta principios del siglo XXI, ilustra de forma explícita las intrigas,
envidias, deslealtades, descalificaciones personales, así como las batallas
mediáticas que envuelven, a veces, el mundo de los fósiles humanos. En el
mes de junio de 1983, se presentó en el salón de actos de la Diputación de
Granada el fósil de un fragmento de cráneo, hallado en un yacimiento del
pueblo granadino de Orce, que sus descubridores denominaron VM-0 y que
los periodistas divulgaron pronto como “el hombre de Orce” (fig. 3). Tres
investigadores catalanes, Josep Gibert, Jordi Agustí y Salvador Moyà-Solà,
afirmaron ante una sala llena de reporteros que aquel hallazgo parecía
pertenecer a un antepasado del hombre y que, si era así, podría revolucionar
la paleontología humana por tratarse del primer europeo.

Ninguno de los tres jóvenes paleontólogos se imaginaba entonces las


desavenencias y disgustos que durante años les iba a proporcionar aquél
pequeño fósil. El VM-0 tenía la parte interna pegada a una roca y, por tanto,
no era posible observar las rugosidades de la superficie interna del cráneo
(endocráneo). Al principio, todo parecía ir viento en popa. La opinión pública
en España recibió bien la noticia y se empezó a hablar del “descubrimiento de
siglo”. Josep Gibert -que también era catedrático de ciencias naturales en el
Instituto de Bachillerato Egara (situado entre Terrassa y Sabadell)- se hizo
popular en los principales medios de comunicación del país y hasta los
políticos del momento, sobre todo el presidente de la Diputación de
Barcelona y el consejero de cultura de la Junta de Andalucía, firmaron un
convenio de colaboración científica para seguir financiando las
investigaciones en el yacimiento de Venta Micena. El descubrimiento fue
publicado en la revista científica del Instituto de Paleontología de Sabadell
(Barcelona) y algunos especialistas extranjeros, como el matrimonio francés
Henry y Marie-Antoinette de Lumley, estudiaron el fósil y dieron su
aprobación. En efecto, parecía tratarse de un resto humano.

No obstante, unos meses después de la presentación, todo empezó a


cambiar. En abril de 1984, después de eliminar la porción de caliza que
cubría parte del endocráneo, se descubrió algo que nadie se esperaba. Una
cresta interna que parecía incompatible con los cráneos humanos. Ante esta
dificultad, los tres investigadores llevaron el fósil a Paris, lugar donde residía
el matrimonio Lumley, para que éstos lo volvieran a examinar y dieran de
nuevo su opinión. La experta en anatomía, Marie-Antoniette, concluyó que el
famoso hombre de Orce no era, en realidad, un hombre sino un potro joven
prehistórico perteneciente al género Equus que incluye a los caballos y asnos.
El propio Dr. Gibert lo relata así: “A primeros de mayo de 1984, M.A. de
Lumley expresó su opinión de que podía tratarse de un potro de dos meses,
opinión que trascendió a la prensa y dio lugar a una gran campaña de
desprestigio, apoyada en parte por numerosos científicos de nuestro país que
nunca habían visto la pieza.”[153] Estas declaraciones de los paleontólogos
franceses provocaron la ruptura del equipo descubridor español. Agustí y
Moyà-Solà aceptaron el veredicto de los colegas galos, mientras que Gibert
continuó defendiendo al hombre de Orce hasta su fallecimiento, ocurrido en
el año 2007.

Fig. 3 Trozo de cráneo encontrado en Orce y colocado sobre un molde


correspondiente a otro cráneo de Homo erectus. Primero se pensó que dicho
fragmento era de un hombre pero después, al descubrírsele una cresta
interna, los medios informaron que, según laopinión de algunos expertos,
debió pertenecer a un asno prehistórico.
(https://granadablogs.com/gr-arquitectos/files/2013/11/14_Museo-de-
prehistoria-y-Paleontologia-de-Orce_265.jpg).
Hojeando el libro divulgativo del Dr. Gibert, El hombre
de Orce (Almuzara, 2004), se descubren parte de los
sentimientos que experimentó durante más de dos
décadas y también algunas ilustraciones imaginativas de
cómo se supone que debió ser el ambiente de tal criatura
(fig. 4). En esta obra se describe la división del equipo
investigador así como las rivalidades con los
paleontólogos de Atapuerca y con el congreso que se
celebró en Madrid, las descalificaciones personales y
también las acusaciones de fraude. Refiriéndose a tres
catedráticos españoles de paleontología, que habían sido
antiguos alumnos, como el propio Gibert, del Dr.
Crusafont (también catedrático de paleontología en la
Universidad de Barcelona), escribe que: “publicaron una
carta abierta a todos los medios de comunicación en
otoño de 1985, en la que criticaban la metodología de
nuestras investigaciones y me calificaban de ‘mero
coleccionista de fósiles’, que, sin duda, es una de las
peores afrentas que se le puede hacer a un investigador
en paleontología, pues pone de manifiesto,
inequívocamente, la falta de criterios científicos (…) Los
tres catedráticos, nunca se han retractado. Su carta fue
terrible. Ningún político se opone a tres catedráticos, así
que me cesaron como director del Instituto de
Paleontología de manera fulminante, y empezaron mis
problemas para conseguir recursos”.[154] Incluso, uno de
estos académicos le llegó a decir personalmente a Gibert
que “la verdad la tienen los catedráticos y Dios”.
Fig. 4 Representación de algunos homínidos, supuestamente pertenecientes
al grupo del hombre de Orce, buscando alimentos junto a las charcas de
Venta Micena, en el ambiente del Pleistoceno inferior (Gibert, 2004: 225).

Los medios de comunicación se hicieron eco


inmediatamente de tal desacuerdo entre especialistas y
El País publicó, en portada, las dudas entorno al hombre
de Orce, citando la opinión de la Dra. Marie-Antoinette
(fig. 5). Pronto el hombre de Orce se convirtió en “el
burro de Orce” y el único de los descubridores que
siempre defendió la causa de la existencia del homínido,
en contra de la opinión de la mayoría, fue el Dr. Gibert.
En el año 1987, sus otros colegas, Agustí y Moyà-Solà,
publicaron un trabajo científico en el que se asignaba
definitivamente el fragmento óseo al género Equus. Esto
se divulgó en casi todos los periódicos de la época que,
desde luego, representaron también un importante papel
en dicha controversia paleontológica. Actualmente,
después de transcurridas más de tres décadas, el que
fuera famoso hombre de Orce ya no es aceptado
oficialmente por la comunidad científica. Sin embargo,
en el pequeño Museo de Prehistoria “Josep Gibert” del
pueblo granadino de Orce, todavía se exhibe este
pedacito de cráneo como genuino hombre prehistórico.

Fig. 5 Detalle del artículo aparecido en el diario español, EL PAÍS, el 12 de


mayo de 1984, donde se informaba que el hombre de Orce podría ser un
asno joven.

Blanca, la hija del Dr. Gibert, colaboradora en las


campañas de su padre, manifiesta las siguientes palabras
en el epílogo del libro: “He visto muy de cerca que la
ciencia, en muchas ocasiones, y como otras tantas cosas
de la vida, se mueve por intereses no muy acertados.
Ahora pienso que si en paleontología existen estas
intrigas, no puedo llegar a imaginarme lo que debe ser
dentro de otras ciencias que mueven intereses
económicos (medicina, farmacia, genética, etc.) (…) A
partir de ese momento ya no sólo dejé de creer en cómo
funciona la ciencia sino también en cómo funcionan las
personas”.[155]

La historia de Orce pone de manifiesto, además


de estas dramáticas discrepancias científicas, ciertas
peculiaridades de la paleontología. Ninguna otra
disciplina suele generar tanta polémica en el avance y
desarrollo de sus conocimientos. ¿Cómo puede ser que la
relación entre el número de fósiles descubiertos y la
teoría que sustenta la especialidad sea inversamente
proporcional? ¿Cómo justificar que cuantos más datos se
tienen menos se comprenda la filogenia porque ésta se
complica? ¿Por qué un simple hallazgo fósil es capaz de
derribar todo un cuerpo de doctrina?

Estas cuestiones pueden evidenciar que las teorías


de la evolución humana, igual que los mitos primitivos,
refuerzan los sistemas de valores de sus creadores ya que
reflejan la imagen histórica que éstos tienen de sí
mismos y de la sociedad en la que viven. De alguna
manera, la idea evolucionista del origen del hombre
cumple hoy prácticamente la misma función que
cumplían los mitos en las culturas precientíficas. El
origen del ser humano suele concebirse a partir de un
supuesto héroe mítico, un simio (todavía desconocido)
que abandona su refugio seguro entre los árboles del
bosque para adentrarse peligrosamente en la sabana
abierta. Ahí adquiere el don de caminar erguido, su
cerebro aumenta de tamaño y le permite hablar, mientras
las manos logran mayor habilidad para manipular
objetos o hacer herramientas. Y, después de superar toda
una serie de adversidades naturales, sobrevive, desarrolla
cierta tecnología, crea sociedad con sus congéneres y se
transforma en un verdadero ser humano. Este relato se
intenta hacer pasar por científico y se rellena con datos
fósiles para justificarlo pero, en el fondo, excede con
mucho aquello que los restos petrificados pueden
realmente demostrar. De hecho, los paleoantropólogos
son como narradores de historias que poseen bastantes
elementos míticos. Esta naturaleza altamente subjetiva
de la paleontología humana hace que tal disciplina tenga
la forma pero no el contenido de una verdadera ciencia.

Paleontología humana: ¿azar o finalidad?

Todas las secuencias evolutivas o filogenias


propuestas para la aparición del Homo sapiens a partir de
supuestos simios anteriores han fracasado. ¿Cómo es que
los estudiosos de los fósiles humanos no han sido
capaces de ponerse de acuerdo durante más de un siglo?
Posiblemente el subjetivismo que subyace en cada
investigador, la convicción personal de considerar que
los fósiles hallados por uno mismo reflejan mejor la
realidad que los encontrados por los demás colegas, así
como las suposiciones e ideas previas y los deseos de
promoción o protagonismo, estén detrás de resultados
tan dispares. Esto hace que los modelos explicativos de
la evolución humana sean como un castillo de naipes
que, cuando se elimina una sola carta, se viene todo
abajo. A la opinión pública, rara vez se la informa de la
profunda incertidumbre existente entre los
investigadores de los orígenes humanos. Más bien, lo
que ocurre es que se divulgan los recientes
descubrimientos de algún nuevo fósil, o la última versión
de la hipótesis de alguien, pero sin mencionar la cantidad
de paleoantropólogos que la critican por estar en
desacuerdo con ella.

Además, dicha hipótesis suele ilustrarse mediante


dibujos artísticos de hombres de las cavernas o incluso
documentales y películas en los que figuran actores
convenientemente maquillados para parecer hombres-
mono. Si, a todo esto, se añade la melódica voz de un
conocido narrador que explica el pretendido valor
adaptativo de descender de los árboles, aprender a usar
herramientas, sustituir la caza por la agricultura y, en fin,
desarrollar una cultura, entonces la leyenda se convierte
en historia. Estas fantasías animadas son proyectadas a
los alumnos por sus profesores de ciencias naturales o de
ciencias sociales y éstos las asumen como si realmente
hubieran ocurrido así. Sin embargo, rara vez se les dice
que en realidad se basan en hipótesis narrativas previas
al hallazgo de los fósiles implicados o que tales historias
descansan sobre suposiciones y conceptos no verificados
ni aceptados por toda la comunidad científica. No se les
indica que se trata de relatos provisionales que
posiblemente cambiarán tan pronto como se descubran
nuevos fósiles.

Por supuesto, tampoco se les cuenta que el gran


relato de la evolución humana a partir de supuestos
simios del pasado se fundamenta sobre unos hechos
sumamente endebles. Un puñado de huesos que pueden
interpretarse de diversas maneras en función de las ideas
que tenga cada investigador. Nunca se cuestiona la
pregunta fundamental: ¿realmente evolucionó el ser
humano a partir de simios ancestrales? Esto se da por
descontado, como un axioma o principio indemostrable,
desde que Darwin lo sugirió. La pregunta que sólo se
permite es: ¿de qué simios evolucionó el hombre? Y, por
tanto, se buscan características anatómicas que parezcan
intermedias entre las de estos primates y las humanas.

Los simios fósiles que parecen tener tales


características se declaran inmediatamente antepasados
del Homo sapiens o parientes laterales y se les clasifica
dentro de la tribu de los homininos u Hominini (a la que
pertenece también el hombre). Mientras que los
orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos actuales se
incluyen en otras tribus y géneros de la misma familia
Hominidae porque, aunque se parezcan
morfológicamente a los humanos, éstos no habrían
evolucionado a partir de aquellos (esquema 1).
El evolucionismo asume que el parecido entre dos
especies implica necesariamente un parentesco entre
ellas o una filiación evolutiva. Se concluye que ambas
deben descender de un antepasado común. Por tanto, se
aceptan meras similitudes entre los huesos fósiles de
simios extintos y de los humanos actuales como si esto
fuera realmente una prueba o una demostración de que
fueron ancestros nuestros. Los parecidos entre las piezas
dentales, por ejemplo, -que suelen ser muy frecuentes
entre los fósiles de primates debido a su dureza- se usan
como pruebas para certificar nuestra supuesta
descendencia a partir de los simios. Es relativamente
fácil hacer semejantes comparaciones porque las
personas tenemos en general el esmalte dental más
grueso que el de los primates. Sin embargo, éstos tienden
a poseer los incisivos y caninos de mayor tamaño que los
humanos. De la misma manera, su mandíbula tiene
forma de “U” mientras la nuestra es más parabólica.

No obstante, el principal problema de afirmar que


un determinado fósil es un ancestro humano porque sus
dientes se parecen a los nuestros es que algunas especies
de simios y monos actuales poseen también dientes
similares a los humanos pero, evidentemente, no son
antepasados del hombre. Ciertas especies vivas de
babuinos, por ejemplo, presentan sus dientes incisivos y
caninos relativamente pequeños, mientras que los
molares son bastante grandes. Esto les hace parecerse
mucho a los humanos. De la misma manera, también los
orangutanes poseen un esmalte dental grueso como el
del hombre, a diferencia de la mayoría de los simios. Y,
está claro, que no existe una relación filogenética directa
entre nosotros y estas especies de primates. Lo que
seguramente indican mejor los dientes de los animales es
el tipo de dieta que caracteriza a cada especie, más que
sus supuestas relaciones evolutivas.

El problema se complica todavía más cuando los


especialistas pretenden obtener conclusiones etológicas,
o de comportamiento, a partir de los huesos fósiles. Se
intenta así reconstruir la vida social, cómo cazaban o
pescaban, qué jerarquía tenían en el clan, a qué
dedicaban la mayor parte de su tiempo y un largo
etcétera. La dificultad de este tipo de ejercicio
adivinatorio puede ponerla de manifiesto un simple
ejemplo actual. Los esqueletos del chimpancé común
(Pan troglodytes) y de los bonobos o chimpancés
pigmeos (Pan panicus) son prácticamente idénticos. Sin
embargo, estas dos especies de simios presentan grandes
diferencias de comportamiento. Ningún paleontólogo
hubiera adivinado jamás, en base al estudio de sus
respectivos esqueletos, las dramáticas divergencias
etológicas que existen entre ellos. Los bonobos, a
diferencia de los chimpancés, caminan erguidos la cuarta
parte del tiempo. No son tan hostiles sino que se
comportan de manera más altruista, compasiva y
paciente. Son más inteligentes que los chimpancés y
presentan un comportamiento sexual muy acentuado que
les sirve también para la resolución de conflictos. Esto
debe ponernos en guardia contra la pretensión de
reconstruir la vida social de especies extintas, a partir de
restos fósiles.

La idea principal que subyace hoy (sobre todo a


partir de los años 70) detrás del relato de la evolución
humana -y que suele quedar arraigada en las mentes de
los jóvenes alumnos- es que el ser humano no es más
que un animal. Se trata de la antigua filosofía
materialista de siempre pero barnizada con una capa de
ciencia experimental moderna. Es como si los hallazgos
realizados por la paleontología humana hubieran
confirmado la veracidad del materialismo ateo. Esta es la
píldora filosófica que se les hace tragar a los estudiantes.
Somos meros animales surgidos del barro por medio de
una evolución no dirigida. Simples accidentes del azar
que existimos en la biosfera terrestre pero,
perfectamente, podríamos no pertenecer a ella y todo
seguiría siendo igual (o incluso mejor) sin nosotros. No
somos especiales pues no representamos más que una
pequeña hoja entre millones del inmenso árbol evolutivo
de la vida. Tan importantes como los orangutanes, los
ruiseñores, las hienas o las higueras.

Semejante maridaje entre materialismo y


evolucionismo se fortaleció en el momento en que se
publicó el famoso libro del premio Nobel de Fisiología y
Medicina, el biólogo francés Jacques Monod, titulado El
azar y la necesidad (1970). Esta obra concluía con las
siguientes palabras: “el hombre sabe al fin que está solo
en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha
emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está
escrito en ninguna parte.”[156] Aquel antiguo finalismo
del paleontólogo y sacerdote jesuita de los años 50 y 60,
Pierre Teilhard de Chardin, que preconizaba la idea de
que la evolución había sido dirigida por Dios hacia la
aparición del hombre (seguida también en España por
destacados paleontólogos evolucionistas como los
doctores Miguel Crusafont, Emiliano de Aguirre y
Bermudo Meléndez),[157] fue disminuyendo
paulatinamente para dejarle paso al azar ciego, sin meta
o destino final. Del evolucionismo teísta de antaño se
pasó al evolucionismo materialista y ateo de hoy. No es
que en la actualidad el primero haya desaparecido, pero
sí ha perdido adeptos sobre todo en el ámbito científico.

Uno de los principales críticos de la evolución


dirigida fue el paleontólogo estadounidense Stephen Jay
Gould, quien, precisamente por eso, rechazaba también
la antigua imagen de la escala del progreso humano.[158]
Según su opinión, la transformación de unas especies en
otras no habría sido gradual y progresiva -como propuso
Darwin- sino brusca y a saltos. Más que un cono de
diversidad creciente, Gould preconizaba que la
evolución había sido todo lo contrario. La historia de la
vida que refleja el registro fósil se caracteriza por una
gran diversidad biológica inicial -la explosión del
Cámbrico- seguida por la extinción de numerosos linajes
y especies en una biosfera diezmada. En vez de la escala
del progreso, la iconografía de la aniquilación.
Curiosamente, ¿no recuerda tal visión lo que defiende el
creacionismo?

Gould creyó que no y fue muy crítico con


cualquier postura finalista. Él sostuvo siempre que las
extinciones de especies eran el antídoto contra la
peligrosa idea del progreso evolutivo porque éstas
habían ocurrido de manera accidental y no dirigida por
nada ni por nadie. De manera que la contingencia y la
casualidad de la evolución eliminaban dos ideas
importantes arraigadas en algunos científicos. A saber,
que ésta hubiera sido un proceso dirigido hacia la
aparición del hombre y que, por tanto, éste fuera superior
al resto de las especies. No seríamos seres espirituales
sino simples accidentes de la materia. Ahora bien, ¿hasta
qué punto estas afirmaciones categóricas de Gould
constituyen la única explicación posible de los hechos o,
por el contrario, son sólo una opinión filosófica de su
autor? ¿Cómo sabía el eminente paleontólogo
evolucionista que las extinciones son meros accidentes?
Aunque se pudieran llegar a conocer las causas físicas
que provocaron tales catástrofes, ¿acaso los fósiles
podrían decirnos si hubo o no propósito e intención en
tales acontecimientos? Es más, incluso aunque tales
extinciones hubieran sido accidentales, ¿eliminaría eso la
posibilidad de que la evolución estuviera orientada hacia
la aparición del ser humano y de las demás especies
biológicas?

Del hecho de que cada hombre, mujer, animal o


vegetal de este planeta, se vean abocados finalmente a la
muerte o la extinción, ¿puede deducirse que su
nacimiento fuera un mero accidente? Es verdad que
nuestra vida depende de múltiples factores como, por
ejemplo, que no provoquemos una guerra nuclear, que
no envenenemos los acuíferos, que no permitamos a
ningún país usar armas bacteriológicas o que el planeta
no sea destruido por algún asteroide. Pero, de todo esto,
no puede deducirse necesariamente que nuestra
existencia y la del resto de la creación sea un mero
accidente o que la vida humana no tenga sentido. Por
supuesto, cada persona puede dar a los hechos científicos
la interpretación filosófica que mejor le satisfaga, pero lo
que no se debe hacer es sobrepasar las fronteras de la
ciencia. Una cosa son las deducciones metafísicas y otra
diferente las conclusiones estrictamente científicas. Y
éstas, concretamente en el caso de los fósiles, no
imponen la cosmovisión materialista que defiende Gould
y muchos de sus colegas.

Cuando se sobrepasa el ámbito de la ciencia y se


afirma que la evolución determina una cosmovisión
materialista y accidental del mundo, lo que se está
haciendo es promover una determinada ideología o una
religión secular. Se usa el conocimiento científico para
elaborar sermones naturalistas. Esto es lo que puede
observarse en tantos autores evolucionistas a lo largo de
la historia, como Darwin, Huxley, Simpson, Monod,
Gould y Dawkins entre otros muchos, que pretenden
decir que la visión atea es la única que respalda la
ciencia. Sin embargo, esto no es cierto porque el
materialismo naturalista es una filosofía personal no una
conclusión que impongan los hechos. Todo el mundo
tiene derecho a tener su propia filosofía de vida y sus
convicciones personales, pero lo que no resulta lícito es
promover dicha ideología como si fuera evidencia
empírica de la ciencia. Por desgracia, esto es
precisamente lo que se hace en algunos textos de
paleontología.

Por ejemplo, en el epílogo de la extensa obra ya


citada de más de 800 páginas, Evolución humana, se
puede leer: “el estudio de la evolución humana no
pretende aclarar la aparición de nuestra especie como si
se tratase de un acontecimiento especial. Su objetivo es
la explicación de un proceso que dio lugar a Homo
sapiens como una más entre las muchas especies que
forman parte del linaje humano”.[159] ¿Cómo pueden
saber los autores si la aparición del hombre fue o no un
acontecimiento especial? ¿Aclaran eso los fósiles? Lo
que se ofrece aquí es “gato por liebre” o, mejor dicho,
credo materialista en vez de ciencia verdadera.

Distintas hipótesis sobre el origen del hombre

Hay dos hipótesis darwinistas diferentes que pretenden explicar los


orígenes humanos a partir de supuestos simios primitivos. Los
paleoantropólogos, estudiosos de los llamados fósiles de homínidos, parten
siempre de la convicción que les proporciona el marco evolucionista para
afirmar que tales homínidos deambularon sobre la Tierra hace entre 7 y 2
millones de años. En ese período de tiempo se sucederían las distintas
especies o formas de transición que habrían dado lugar al género Homo y
posteriormente a la especie propiamente humana (Homo sapiens). Antes de
analizar estas dos hipótesis sobre la génesis de la humanidad, veamos un
breve resumen de la supuesta filogenia que se propone en la actualidad.

La mayor parte de estos investigadores cree que el primate extinto,


Ardipithecus ramidus, cuyos fósiles se hallaron en Etiopía, habría dado lugar
a Australopithecus anamensis que, a su vez, evolucionó hacia el
Australopithecus afarensis. Algunos paleoantropólogos sugieren que A.
afarensis evolucionó después para producir A. africanus y que éste habría
sido el origen de Homo habilis. Sin embargo, en esto no hay unanimidad
entre los especialistas. Unos creen que A. afarensis fue la especie ancestral de
H. habilis, mientras que otros consideran que el verdadero ancestro directo de
H. habilis fue el Kenyanthropus. Casi todos los paleoantropólogos están de
acuerdo en que Paranthropus constituye una rama lateral que se extinguió.
Aunque no tienen claro si la especie que dio origen a este último género fue
A. afarensis o A. africanus. La mayoría piensa que H. habilis dio lugar a H.
ergaster. Pero aquí es donde terminan los acuerdos y empiezan las numerosas
divergencias (tabla 2).[160]

En síntesis, los especialistas de la evolución humana están divididos en


tres grupos por lo que respecta al origen de la humanidad. Los que creen que
el Homo sapiens evolucionó gradualmente a partir del Homo erectus, pero en
lugares diferentes como África, Asia y Europa, aunque muy conectados
genéticamente entre sí (hipótesis multirregional o poligenista); aquellos otros
paleontólogos que piensan, por el contrario, que H. sapiens evolucionó
solamente en el este de África, también a partir de una población muy
pequeña de H. erectus, y después migró hasta colonizar todo el viejo mundo.
Por tanto, ni los homininos asiáticos ni los europeos habrían contribuido con
sus genes a la aparición del ser humano (hipótesis “desde África” o
monogenista); y los partidarios de una posible mezcla de estos dos
planteamientos (hipótesis mixta). No existe un consenso entre los
especialistas acerca de cuál de las tres alternativas describiría mejor la
evolución humana, aunque la mayoría parece decantarse actualmente por el
origen africano.

¿Por qué no existe consenso? ¿Será quizás porque la evidencia fósil


resulta insuficiente para avalar la hipótesis de que los humanos descienden de
criaturas simiescas? Si se observa el esquema 2 puede apreciarse que los
fósiles de los homínidos se dividen en tres grupos principales: el de los
primeros homininos fósiles, el de los australopitecinos y el del género Homo.
Que existan relaciones de parentesco entre ellos es algo que los fósiles no
pueden demostrar. Las líneas discontinuas indican que no se conocen fósiles
intermedios entre las distintas especies catalogadas y que, por tanto, se asume
sin pruebas desde el darwinismo que tales seres debieron existir. Casi todo el
registro de los homínidos está repleto de fósiles fragmentarios, especialmente
en el caso de los primeros homininos, que no muestran claramente ser
auténticos precursores de los humanos. Podrían ser también antepasados de
los simios actuales. Desde una perspectiva no evolucionista, sin embargo,
estos tres grupos pueden dividirse perfectamente en especies equiparables a
los simios y especies similares a los humanos, con una profunda separación
entre ambos.

Se cree que hace alrededor de 4 millones de años aparecieron de forma


abrupta los Australopithecus con un aspecto muy parecido al de los simios.
No hay evidencia de transición entre ellos y su supuesto ancestro el
Ardipithecus. De la misma manera, el género Homo surge de forma abrupta
sin rastro de continuidad o transición con ningún australopitecino anterior.
Todos los miembros del género Homo son muy parecidos a los humanos
modernos y las diferencias anatómicas entre ellos equivalen a pequeños
cambios microevolutivos.
Esquema 2: Filogenia típica de los homininos (Luskin, 2017).

1. Hipótesis multirregional

Se trata de un modelo que estuvo vigente durante medio siglo como la


explicación principal para el origen del ser humano. Fue propuesto en 1943
por el antropólogo alemán Franz Weidenreich y se conoce como “hipótesis
de la evolución multirregional o de la hibridación” (HM). Este modelo
propone que los humanos modernos evolucionaron simultáneamente por todo
el mundo a partir de diferentes poblaciones de Homo erectus. De esta
manera, los pueblos asiáticos y los de Oceanía descenderían de los H. erectus
de Asia; los europeos lo habrían hecho también así pero pasando por el Homo
neanderthalensis; mientras que los pueblos africanos derivarían del Homo
sapiens arcaico de África que, a su vez, lo habría hecho del H. erectus.

La suposición fundamental de tal hipótesis consiste en aceptar que el


paso de los simios antiguos a los humanos modernos habría sido gradual y
que
hubo un intercambio genético entre las distintas poblaciones humanas en
evolución en África, Asia y Europa, que nunca se interrumpió sino que se
mantuvieron continuamente relacionadas. Este flujo de genes habría
permitido la aparición de una única especie humana (Homo sapiens).
Mientras que las diferencias raciales serían consecuencia de la separación
geográfica a largo plazo.

Muchos especialistas consideran actualmente esta hipótesis


multirregional como difunta.[161] Ya no se acepta en general que el hombre de
Neanderthal fuese una especie intermedia entre el Homo erectus y el hombre
moderno. Tampoco se cree que las distintas etnias humanas actuales sean el
producto de una profunda división en el tiempo como propone esta “teoría de
los candelabros” (así se llama también a la hipótesis multirregional).
Semejante concepción racista de la humanidad era propia de principios del
siglo XX pero no del tiempo presente. A pesar de todo, las ascuas todavía
vuelan de vez en cuando en los debates paleontológicos acerca de los
orígenes del hombre. Lo cual demuestra lo difícil que resulta abandonar
viejos prejuicios e ideas preconcebidas.

2. Hipótesis “fuera de África”

El escenario geográfico propuesto para la evolución del Homo sapiens,


generalmente aceptado hasta ahora, se conoce como la hipótesis “fuera de
África o del reemplazo”. Según la cual, nuestra especie evolucionó en dicho
continente de manera independiente de las demás especies europeas y
asiáticas anteriores de Homo y, a continuación, se dispersó por el resto del
mundo para reemplazar a los homínidos preexistentes. Una vez fuera de
África, los seres humanos habrían migrado en tres direcciones principales:
una hacia Europa, otra hacia el noreste de Asia y América y la tercera al
sureste de Asia y las islas del Pacífico, poblando así toda la Tierra. Según tal
hipótesis, tanto Homo neanderthalensis como Homo erectus serían sólo
ramas laterales o callejones sin salida. Las diferencias fenotípicas (o de
aspecto físico) entre los humanos modernos serían el resultado de la deriva
genética y la selección natural.

Un primer inconveniente de esta hipótesis es que sostiene que no hubo


cruce entre los H. sapiens y los neandertales.[162] Algo que se ha visto
desmentido al secuenciar y comparar los genomas de ambas especies.[163] En
segundo lugar, implica que la historia de la evolución del hombre requiere no
una salida de África, sino dos diferentes. Lo cual es difícil de asumir. En
efecto, se supone que los seres humanos antiguos de la especie Homo erectus
surgieron de los simios africanos y después se extendieron hasta colonizar
Europa y Australia. Aquí tendríamos la primera salida del continente
africano. Después, los neandertales habrían evolucionado a partir de Homo
erectus en tierras euroasiáticas y, al mismo tiempo, los enigmáticos
denisovanos también se habrían originado del Homo erectus en Asia.

Poco después de todo esto, se nos dice que los seres humanos modernos
habrían evolucionado supuestamente del Homo erectus en África, justo antes
o durante el hipotético cuello de botella que les condujo casi a la extinción. A
tal evento le habría seguido una gran explosión de la población en el noreste
africano y una segunda salida del Homo sapiens de África que le permitiría
poblar el mundo. Por el camino de esta segunda migración, el hombre
moderno se hibridó tanto con los neandertales, con quienes supuestamente no
tenía nada que ver, (¿cómo pudieron hibridarse dos especies distintas?) como
con los denisovanos (ídem de lo mismo) y, además, después de reemplazar
para siempre a su ancestro, al Homo erectus, dio origen a todas las actuales
etnias humanas.

La mayoría de los especialistas coinciden en que todas estas especies


fósiles eran humanas ya que poseían un cerebro complejo con una capacidad
que entraba dentro del rango humano. Luego, cabe preguntarse, ¿a qué
especie ancestral pudo pertenecer la primera pareja humana, si es que la
hubo? El filósofo cristiano William Lane Craig cree que “es posible
identificar a Adán como un miembro del Homo heidelbergensis, que vivió
quizás hace más de 750.000 años.”[164] Afirma que incluso pudo vivir en el
Oriente Próximo y que sus descendientes emigraron hacia el sur, a África,
donde más tarde dieron lugar al Homo sapiens, y hacia el oeste, a Europa,
donde evolucionaron hasta convertirse en neandertales y denisovanos. Y
posteriormente, una vez que el Homo sapiens emigró fuera de África hace
más de 130,000 años, estas líneas separadas de sus descendientes
comenzaron a cruzarse dando descendencia fértil. Lo cual permite pensar que
todos estos Homo eran de la misma especie humana.

Las diferencias genéticas existentes actualmente entre los distintos


grupos de personas pueden entenderse bien a partir de una diáspora desde tal
región, así como a los “efectos fundadores” asociados con la fragmentación
de la reserva genética original. Teniendo en cuenta el reciente descubrimiento
de la mayor diversidad genética existente en los pueblos africanos, el modelo
bíblico requeriría simplemente que después del acontecimiento de la
dispersión (que podría coincidir con el evento de Babel), muchas más tribus
se hubieran trasladado a África que a Europa o Asia. Es muy probable que
estos grupos africanos fueran pequeños en tamaño y estuvieran aislados unos
de otros durante suficiente tiempo.[165] Un escenario así coincide bastante bien
tanto con la realidad genética conocida como con los parámetros bíblicos,
aunque la Biblia no aporta información sobre las etapas posteriores de esta
dispersión humana, ni tampoco de los grupos subsaharianos.

Quizás los neandertales y otras posibles formas mutantes de la familia


humana moderna, como los denisovanos, pudieron separarse pronto, incluso
antes del acontecimiento de la diáspora de Babel. Aunque también es posible
que fueran las primeras tribus en llegar a Eurasia después de tal dispersión
bíblica. La extrema uniformidad genética de los neandertales[166] resulta
inconsistente con su amplia dispersión y su supuesta enorme antigüedad. Sin
embargo, semejante uniformidad es consistente con un evento fundador
extremo, en el que un pequeño grupo de personas genéticamente diferente se
separa del resto de la humanidad, poco antes de producirse la diáspora desde
el Medio Oriente. Incluso tal grupo podría haber estado formado solamente
por unas pocas parejas marginadas con sus hijos que fueran obligadas a cazar
y recolectar en otras regiones. Esto habría provocado la dispersión e iniciado
la colonización de Eurasia.

Semejante perspectiva bíblica parece encajar bien con el patrón


genético mundial conocido. Darwin creía que las razas humanas eran
subespecies profundamente diferentes entre sí que habían estado divergiendo
durante miles de años. Sin embargo, la genética moderna ha revelado que el
concepto de “raza”, basado sobre todo en el color de la piel, es realmente una
clasificación muy superficial del ser humano. Existe poca base genética para
justificar una clasificación racial (no digamos ya racista). En cambio, parece
más exacto creer que la población humana original pudo separarse en tribus
que se convirtieron en grupos de personas, etnias y naciones. La genética
moderna pone también de manifiesto que tales grupos de seres humanos
divergieron pronto.[167] De manera que la evidencia genética que aportan las
actuales poblaciones humanas puede explicarse también en términos de la
dispersión desde Babilonia, tal como sugiere la Biblia.

Capacidad craneal e inteligencia

El tamaño del cráneo, así como el volumen del cerebro y la


complejidad de éste, ha sido tradicionalmente el rasgo anatómico humano por
excelencia que nos distinguía del resto de los primates ya que de él dependen
la inteligencia, el lenguaje, la estética, la moral, así como la capacidad para la
fabricación de herramientas. Pero, de estas características complejas, sólo el
aspecto del cráneo puede ser detectado en el registro fósil. Una calavera
petrificada es incapaz de dar cuenta del nivel de inteligencia del ser al que
pertenecía, así como si era capaz de razonar, hacer herramientas o decorar las
paredes de las cuevas. Todas las observaciones que se hagan al respecto,
sobre la única base de los huesos fósiles, constituyen suposiciones que
pueden ser más o menos acertadas.

Lo que hacen habitualmente los paleontólogos es comparar la


capacidad craneal de los fósiles hallados con la propia del ser humano, para
decidir desde la perspectiva evolutiva cuán próximos estarían entre sí. El
volumen cerebral, determinado por el tamaño del cráneo, constituye una
diferencia muy acusada entre el hombre y los simios. Esta capacidad craneal
media, que es de 1.350 centímetros cúbicos (cm3) en el hombre moderno,
disminuye considerablemente a unos 450 cm3 en simios como los actuales
chimpancés (esquema 3). Por tanto, los distintos cráneos fósiles se sitúan
entre estos dos extremos en función de su volumen. Ahora bien, ¿es correcta
dicha práctica? ¿Constituye la capacidad craneal una buena base para
construir sobre ella las hipótesis de la evolución humana? Hay varias razones
que permiten responder negativamente a estas cuestiones.

Esquema 3: Diagrama que refleja los márgenes de los distintos volúmenes cerebrales de simios y
humanos. Puede apreciarse la notable amplitud que manifiesta el Homo sapiens, así como su clara
separación de los simios. El rango de los australopitecinos, sin embargo, entra dentro de éstos últimos,
mientras que el de Homo erectus pertenece al humano.

En primer lugar, el tamaño del cerebro humano es muy variable y no


parece estar relacionado directamente con la inteligencia.[168] Aunque la
capacidad media de la especie humana -como decimos- es de 1.350 cm3,
existen personas, como ciertos aborígenes australianos, que sólo alcanzan los
830 cm3, mientras que otras en el umbral más alto pueden incluso llegar a los
2.800 cm3. Ambos extremos corresponden a individuos capaces de lograr los
mismos niveles de inteligencia. Esto significa que no es adecuado sacar
conclusiones sobre la capacidad intelectual en base al volumen del cerebro o
a las arrugas de su corteza.

Por otro lado, el cerebro de algunos delfines (Tursiops truncatus) es de


mayor tamaño y presenta más rugosidades que el humano, mientras que el de
los elefantes alcanza los 5 kg de peso (el nuestro sólo un kilo y medio) y el de
algunas ballenas puede llegar a los 8 ó 9 kg. Sin embargo, esto no significa -
como todo el mundo sabe- que tales animales sean más inteligentes que los
humanos. A pesar de todo, si se tiene en cuenta la relación existente entre el
tamaño del animal y el de su cerebro (tamaño relativo), el Homo sapiens
sigue siendo una de las especies que posee esta relación, -entre el volumen
del cerebro y la masa corporal- más grande, aunque similar a la de otros
pequeños mamíferos como las musarañas.

Actualmente se sabe que tanto el tamaño corporal del ser humano


moderno como el de su cerebro están también relacionados con el clima del
medio ambiente en el que viven. Las etnias humanas de hábitats fríos suelen
ser corpulentas y poseer cerebros con volúmenes superiores a los 1.400 cm3,
mientras que aquellas que habitan en climas cálidos son más pequeñas y
tienen volúmenes cerebrales comprendidos entre los 1.200 y 1.300 cm3. Esto
se puede trasladar también en los humanos fósiles. El hombre de
Neanderthal, por ejemplo, que habitaba sobre todo en regiones frías, tenía un
cerebro relativamente grande (de hasta 1.600 cm3), incluso superior a la
media del hombre moderno. Sin embargo, el Homo erectus, que fue
contemporáneo del Neanderthal, prefería los ambientes cálidos y su cerebro
era menor.

De manera que la neurología moderna ha demostrado que es imposible


definir la inteligencia o la conciencia reflexiva humana solamente en base al
volumen cerebral y la complejidad del encéfalo. El pensamiento abstracto y
simbólico propio del hombre, así como el lenguaje, el arte, la moral, la
espiritualidad y la conciencia que las personas tienen de sí mismas, aunque
dependen de las neuronas cerebrales, no pueden reducirse a ellas. El origen
de la mente humana continúa siendo uno de los grandes misterios para la
ciencia contemporánea. A pesar de todo esto, la paleontología humana
continúa asumiendo que el tamaño del cerebro refleja la inteligencia y
constituye un factor básico para ordenar los cráneos fósiles en la supuesta
escala entre los simios primitivos y los humanos. Esto es una auténtica
paradoja puesto que, por un lado, se dice que los cráneos más pequeños que
los del Homo sapiens reflejarían un crecimiento progresivo de la inteligencia,
mientras que aquellos que son de mayor tamaño que los del hombre moderno
-como es el caso de los neandertales- no tendrían más inteligencia que
nosotros puesto que desaparecieron. De manera que los criterios se cambian
para hacerlos encajar como conviene en la teoría evolucionista previa.

El problema del tiempo

¿Cómo se puede conocer la antigüedad real de los fósiles humanos?


Quienes aceptan la evolución como el método usado por Dios para crear al
ser humano y a las demás especies animales o vegetales (evolucionistas
teístas), así como aquellos otros que no creen en la existencia de un creador
(evolucionistas ateos), sostienen que el universo y la Tierra tienen miles de
millones de años. Esto es lo que se desprende de la expansión del universo
que contempla la teoría del Big Bang. Desde semejantes perspectivas, el
relato bíblico de Génesis no tendría demasiada relevancia en el debate acerca
del tiempo o el origen de los seres vivos, ya que supuestamente se trataría de
un texto mítico hebreo cuya finalidad sería solamente moralizadora.

No obstante, aquellos otros que conciben dichos textos como palabra


inspirada por Dios y ven en ellos algo más que simples enseñanzas éticas han
generado un importante debate en su seno, que permanece hasta el presente,
acerca de la duración de los días de Génesis. Unos los interpretan literalmente
y creen que en el plazo de una semana el creador lo hizo todo, mientras que
otros asumen la existencia de largos períodos de tiempo antes, entre, o en los
mismos seis días de la creación. Todos estos grupos creacionistas tienen en
común la creencia de que los seres humanos no han evolucionado a partir de
los simios y rechazan tanto la teoría neodarwinista de la macroevolución
como, por supuesto, el ateísmo. A la vez que coinciden en que las genealogía
bíblicas demuestran que Adán y Eva fueron personajes históricos creados, de
forma especial, hace algunos miles o cientos de miles de años.

Los creacionistas de la Tierra joven (CCJJ) interpretan al pie de la letra


el relato bíblico de la creación y mantienen que el mundo sólo debería tener
unos cuantos miles años. Sin embargo, aquellos otros creacionistas
partidarios de un planeta antiguo afirman que éste puede tener miles de
millones de años, tal como dice también la geología estándar. ¿Quiénes
tienen razón? Ambos defienden sus argumentos con vehemencia y sus
posiciones suelen estar bastante polarizadas. Veamos algunos de los
principales argumentos bíblicos y científicos que esgrimen cada una de las
partes.

La Biblia afirma que el mundo fue creado en seis días (Ex. 20:11) pero,
según la cronología que aceptan las ciencias experimentales actualmente, el
universo tendría alrededor de 14.700 millones de años de antigüedad. Los
creacionistas de la Tierra joven argumentan que las dataciones de la geología
y la astronomía están equivocadas e insisten en que el cosmos sólo posee
unos miles de años de antigüedad y que todo fue creado en seis días literales
de 24 horas (es decir, en 144 horas en total). Sus principales razonamientos
fundamentados en la Escritura son los siguientes: los días del relato del
Génesis se caracterizan por tener “tarde y mañana” (Gn. 1:5, 8, 13, 19, 23 y
31); se trata de días consecutivos numerados desde el primero al sexto, lo que
coincide bien con los días de 24 horas según se tratan en la Biblia; son días
que ejemplifican la semana laboral literal de seis días más uno de descanso y,
en fin, la vida no podría haber prosperado durante millones de años (desde el
tercer al cuarto día, según Gn. 1:11-14) sin la luz solar. Además, del texto
paulino de Romanos 5:12 se deduce que la muerte entró en el mundo a causa
del pecado de Adán y Eva, por lo que no pudo haber muerte animal antes de
dicha transgresión.

Así mismo, desde un punto de vista más técnico, también se refieren a


los numerosos errores que proporcionan los diversos métodos de datación
radiométrica de las rocas y los fósiles como un serio inconveniente que
supuestamente descalificaría tales resultados. Se rechaza la teoría del Big
Bang señalando ciertos problemas científicos de la misma, tales como la
inexistencia de los monopolos magnéticos (partículas elementales
constituidas por un solo polo magnético semejantes a un imán partido por la
mitad) que se deberían haber originado en las condiciones iniciales de alta
temperatura y que tendrían que haber llegado hasta el presente; la
inexistencia de antimateria que se debería haber producido en la misma
cantidad que la materia o la inexistencia de estrellas constituidas sólo por
elementos ligeros (hidrógeno, helio y trazas de litio) que todavía se deberían
observar en la actualidad pero no es el caso.[169]

Los creacionistas de la Tierra antigua o vieja (CCVV), por su parte,


admiten que el universo podría tener miles de millones de años de antigüedad
y que esto no tendría por qué entrar necesariamente en conflicto con un buen
entendimiento del relato bíblico de la creación. Los días de Génesis habrían
estado precedidos por un período de tiempo indefinido, tal como parece
sugerirse en los dos primeros versículos del capítulo uno. Quizás hubo
también enormes períodos intercalados entre cada día creacional. Es sabido
que existen lagunas intencionadas en las genealogías bíblicas ya que se
omitían nombres de personas y de sus descendientes que no fueron relevantes
en los propósitos del autor. Por ejemplo, en Mateo 1:8 no se mencionan las
tres generaciones existentes entre Joram y Uzías (comparar con 1 Cr. 3:11-14
donde sí se habla de ellas) ya que a Azarías también se lo conocía como
Uzías (2 R. 14:21).[170]

De la misma manera, la palabra hebrea “día” (yom) puede tener


diferentes significados en los dos primeros capítulos de Génesis. Unas veces
suele referirse efectivamente a períodos de 24 horas pero en otras ocasiones
su significado se amplía a tiempos mucho mayores. Por ejemplo, en Génesis
1:5 se utiliza este término para referirse solamente de las horas diurnas, no de
las nocturnas; en Gn. 2:4 se habla de los orígenes del cielo y la tierra
refiriéndose al “día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos”. Es evidente
que el término “día” se usa aquí para toda la semana de la creación. De la
misma manera, el día séptimo (en que el creador descansa de la obra
realizada) carece de tarde o de mañana y supuestamente duraría miles de años
hasta el presente (Heb. 4:3-11).

En los versículos 11 y 12 del primer capítulo puede leerse que, después


de la orden divina dada el tercer día, la tierra produjo hierba verde y árboles
frutales capaces de dar semillas y frutos según su naturaleza. Normalmente
tales procesos vegetativos no ocurren de la noche a la mañana sino que
requieren un tiempo adecuado que puede durar desde algunos meses hasta
bastantes años. Pero, si los días duraron miles de años y las grandes
lumbreras como el Sol no fueron creadas hasta el cuarto día, ¿cómo pudieron
subsistir las plantas tanto tiempo sin la luz solar?
Cuando se dice que “haya lumbreras en la expansión de los cielos para
separar el día de la noche” (Gn. 1:14 al 19), el texto hebreo usa el verbo
hayah (aparecer) y no bara (crear). Algunos comentaristas entienden que el
Sol, la Luna y las estrellas del firmamento no se habrían creado el cuarto día -
como tradicionalmente se acepta-, sino que ya existían desde el principio.
Tan sólo “aparecieron” en ese período cuando la oscura atmósfera terrestre se
tornó transparente. Por tanto, la idea principal aquí es que al eliminarse las
tinieblas resplandeció la luz (2 Co. 4:6). De manera que una tenue luz difusa,
capaz de atravesar la espesa capa de nubes y polvo atmosférico, pudo ser
suficiente para mantener con vida miles de especies vegetales. ¿Qué afirma la
ciencia al respecto?

Se cree que hace entre 3.800 y 3.500 millones de años, el bombardeo


cósmico de meteoritos empezó a disminuir y el agua de la Tierra se enfrió lo
suficiente como para empezar a condensarse originando unos océanos poco
profundos. La espesa atmósfera terrestre se comenzó a tornar translúcida a la
luz solar, aunque no completamente transparente como es en la actualidad.
Puede que el Sol no se pudiera apreciar todavía con la nitidez de hoy, no
obstante, “fue la luz” y gracias a ello empezaron los días y las noches
apreciables en el planeta, así como la posibilidad de fotosíntesis vegetal.
Estaríamos pues ante una coincidencia notable entre la Biblia y la ciencia: la
luz fue el primero de los ingredientes necesarios para la vida que apareció
en el gran escenario del mundo.

Así mismo, durante el sexto día fue creado el primer hombre Adán. Es
imposible que hubiera podido realizar la inmensa tarea de poner nombre a
todos los animales en el breve período de 24 horas. Quizás las palabras de
Éxodo 20:11: Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y
todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto,
Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó, pudieran interpretarse como
una comparación entre los siete períodos creacionales y los siete días
semanales. No necesariamente como una comparación minuto a minuto de
las 144 horas semanales. Y, en fin, la Biblia usa también el término “día”
para referirse a extensos períodos de tiempo, al decir que para con el Señor
“un día es como mil años y mil años como un día” (2 P. 3:8; Sal. 90:4).

Algunos CCJJ culpan a los CCVV de destruir el mensaje bíblico con su


afán por hacerlo coincidir con las presuposiciones evolucionistas. Mientras
que ciertos CCVV acusan a los CCJJ de debilitar la credibilidad bíblica
generando un falso conflicto entre la Biblia y la ciencia. Aunque, en realidad,
no existe contradicción entre el Génesis y la ciencia sino tan sólo entre las
diferentes interpretaciones del texto inspirado. Tal como señala el profesor
Norman L. Geisler del Southern Evangelical Seminary: “O bien, la mayoría
de los científicos modernos están equivocados al insistir en que el mundo
tiene miles de millones de años, o bien, algunos intérpretes de la Biblia se
equivocan al insistir en sólo 144 horas de creación, algunos miles de años
antes de Cristo, sin vacíos que permitan millones de años. Pero, en cualquier
caso, no es una cuestión de inspiración de las Escrituras, sino de
interpretación de las Escrituras (y de los datos científicos).”[171]

La Biblia no indica claramente la edad de la Tierra ni tampoco la del


universo. Toda extrapolación del texto que se realice en este sentido estará
siempre sujeta a interpretación. No obstante, actualmente las distintas
ciencias experimentales parecen apuntar de manera unánime hacia un cosmos
muy antiguo. Las propuestas del creacionismo de la Tierra joven en sentido
contrario no son aceptadas por la ciencia oficial, se las considera poco
convincentes y suelen interpretarse como motivadas más por intereses
religiosos que científicos. Con la finalidad de evitar confusiones, en el
presente trabajo nos referiremos a la antigüedad de los diversos fósiles
usando las dataciones propias de la paleoantropología generalmente aceptada,
que -como se ha mencionado- se basan en cientos de miles y en millones de
años.
3. La singularidad del Homo sapiens

Existen básicamente dos maneras de entender el origen del ser humano:


por evolución a partir de animales inferiores, según concibe la famosa teoría
neodarwinista actualmente imperante, o bien, por creación sobrenatural
directa, tal como afirma la Biblia. No obstante, ninguna publicación científica
contempla jamás la posibilidad de que el hombre hubiera podido ser creado
de manera especial y apareciera así sobre la Tierra sin ningún tipo de relación
de parentesco con los demás animales, a pesar de que esta opción es la
creencia de la inmensa mayoría de la población mundial.

Algunos opinan que estos dos modelos no tienen por qué ser
mutuamente excluyentes. Dios pudo también formar a la especie humana
mediante un proceso evolutivo y en algún momento infundirle sus
capacidades espirituales distintivas. Sin embargo, a efectos prácticos y
naturales, esta explicación intermedia apenas se distinguiría de la primera. De
manera que, en definitiva, se trataría sólo de dos perspectivas distintas
(evolución o creación) que habitualmente suelen caracterizarse como el
núcleo del supuesto conflicto entre la ciencia y la fe. Pero, ¿existe realmente
disputa entre ciencia y creencia? ¿Qué es ciencia y qué creencia? ¿Está
siempre la fe del lado de la revelación bíblica o, acaso, hay también creencia
e interpretación de parte de la ciencia?

La mayoría de las personas conoce hoy la teoría evolucionista desde su


infancia. No sólo se explica como un hecho confirmado por la ciencia en
escuelas, institutos y universidades sino que también se enseña en muchos
seminarios cristianos. Lo que no conoce, la mayor parte de la gente, es la
cantidad de problemas científicos importantes que presenta este modelo
evolutivo, ni el hecho de que muchos investigadores lo acepten también por
fe, a pesar de las muchas evidencias que lo contradicen.

De la misma manera, pocas personas son conscientes de que hay


hechos científicos que respaldan la realidad de un primer Adán y una Eva
literales. Los datos de la ciencia, especialmente de la genética, libres de
prejuicios e interpretaciones darwinistas, apoyan como veremos la
perspectiva bíblica de varias maneras. Y, si esto es así, resulta inadecuado
hablar de conflicto entre ciencia y fe ya que tal enfrentamiento se daría, en
realidad, entre las interpretaciones de los hechos. Hay unos datos científicos
concretos que pueden ser interpretados, bien desde la cosmovisión
evolucionista o bien desde la creacionista y del Diseño inteligente. Ni la fe ni
tampoco la ciencia son patrimonio exclusivo de ninguna de estas dos
perspectivas puesto que ambas (ciencia y creencia) se dan en las dos
cosmovisiones.

Es menester reconocer que la interpretación científica de sucesos que


pudieron o no acontecer en el pasado remoto estará siempre sujeta a cierto
grado de incertidumbre y, por tanto, a presentar algún elemento de creencia.
La evidencia forense -como saben bien los especialistas que se dedican a
dicha actividad- nunca es del todo concluyente. Esto quiere decir que, al
tratar asuntos acerca de los orígenes, debemos ser honestos y admitir que
siempre habrá algún elemento de fe en nuestras conclusiones finales. De la
misma manera, es muy probable que aquello que pensamos acerca del origen
de la humanidad esté bastante condicionado por lo que personalmente cada
cual haya elegido previamente creer.

Muchas personas creyentes han asumido esta falsa dicotomía entre


ciencia y fe, otorgándole preponderancia a la primera sobre la segunda. Han
optado por someter la Biblia a las interpretaciones evolucionistas.
Lamentablemente, bastantes líderes cristianos desconocen los grandes
avances científicos que desacreditan la hipótesis de que descendemos de un
antepasado común con los simios y, a la vez, respaldan la visión bíblica de
una sola pareja humana original. Es lógico que esto se desconozca ya que, al
suponer un inconveniente para el darwinismo, no se le da publicidad o los
datos que lo sustentan se reinterpretan pronto desde la cosmovisión
dominante.

Hace aproximadamente una década, muchos pastores y teólogos


cristianos, sobre todo en los Estados Unidos, empezaron a rechazar la
historicidad de Adán y Eva, en base a evidencias genéticas que parecían
convincentes entonces, pero que hoy resultan indefendibles. Gracias a los
nuevos descubrimientos de la genómica ya no hay razón para forzar o
eliminar el texto bíblico con el fin de adaptar la Escritura a la teoría
evolucionista. Hoy se dispone de gran cantidad de evidencia genética que,
interpretada desde la perspectiva de un diseño universal, refuta la idea de los
orígenes humanos y de los simios a partir de antepasados comunes, a la vez
que sustenta la visión bíblica tradicional.

Desde luego, tal evidencia no se revela explícitamente en la literatura


científica habitual ya que, como es sabido, ésta está absolutamente
condicionada por el estamento evolucionista. Cualquier trabajo de
investigación que apuntara hacia un diseño inteligente, o pusiera en
entredicho la cosmovisión evolucionista, sería inmediatamente censurado y
rechazado. Por tanto, hay que buscar minuciosamente tal evidencia en las
publicaciones que asumen la evolución y saber leer entre líneas qué es en
realidad lo que se ha descubierto, para separarlo de las posibles
interpretaciones transformistas. Lógicamente, este trabajo suelen hacerlo
científicos especializados que creen en el diseño y se cuestionan la evolución.
¿Qué deducciones fundamentales pueden hacerse a partir de los
estudios genéticos realizados durante los últimos diez años y publicados en
las propias revistas científicas evolucionistas? De entrada, como mínimo
pueden plantearse las diez conclusiones siguientes:

1. Tanto desde el punto de vista genético como funcional, los seres


humanos somos diferentes a todas las demás formas de vida existentes en la
Tierra.

2. Es evidente que existe cambio genético en la especie humana. Pero


éste es generalmente hacia abajo, no hacia arriba como requiere el
evolucionismo. La mayoría de las mutaciones que experimenta la humanidad
son degenerativas.

3. La sofisticada información biológica característica del ser humano no


puede haber surgido por medio de mutaciones al azar y selección natural.

4. El antiguo paradigma del “ADN basura” se ha demostrado falso y ha


dejado de ser una prueba de la evolución.

5. El hecho de que todos los seres humanos actuales seamos tan


similares, desde el punto de vista genético, apunta hacia una sola pareja
original. Como esto no encaja con la perspectiva del evolucionismo, éste
tiene que apelar a un supuesto e indemostrable “cuello de botella” de la
humanidad. También pone en entredicho la hipótesis tradicional que señalaba
al continente africano como la cuna de la humanidad.

6. La poca cantidad de diversidad del genoma del ser humano actual se


explica mejor mediante el diseño de una pareja original (heterocigosis) que
por medio de la evolución al azar de toda una población. Las mutaciones
degenerativas se habrían venido acumulando desde el origen de dicha pareja
fundacional.

7. El grado limitado de recombinación que evidencian los cromosomas


humanos es compatible también con una pareja original reciente. De igual
manera, el origen de las distintas etnias humanas se entiende mejor a partir de
dicha pareja fundadora, ya que sólo se requeriría: fragmentación de la
población, dispersión rápida, efectos fundadores, emparejamiento selectivo y
selección limitada.

8. Diversos estudios apuntan hacia una hembra ancestral singular que


sería la progenitora de todos los seres humanos (Eva mitocondrial). La
secuencia básica de su ADN es fácilmente detectable hoy en humanos vivos
y, desde luego, no es como la de los chimpancés.

9. De las misma manera, existe también un antepasado masculino


singular de todos los humanos (Adán Y cromosómico), cuya secuencia de
ADN es de sobras conocida y tampoco es en absoluto similar a la del
chimpancé.

Y, por último, 10. Los relojes moleculares y otros métodos de datación


indican que nuestro genoma es mucho más reciente de lo que se pensaba
desde el evolucionismo.

Por supuesto, cada una de tales afirmaciones requiere una explicación


más amplia y detallada que será desarrollada posteriormente, en la segunda
parte de este trabajo.

Chimpancés y humanos: ¿especies hermanas?

El evolucionismo viene afirmando -desde los primeros estudios de


hibridación del ADN realizados a mediados de los ochenta[172]- que la especie
de los chimpancés (Pan troglodytes) y la nuestra (Homo sapiens) comparten
alrededor del 98-99% de los nucleótidos del genoma. Independientemente de
las modificaciones que han experimentado tales cifras, lo cierto es que han
contribuido a crear la imagen de que somos dos especies hermanas muy
parecidas, puesto que evidenciamos una gran proximidad genética, y que, por
tanto, ambas habríamos evolucionado a partir de un mismo antepasado
común. ¿Es científicamente correcta esta imagen? Los estudios realizados
con posterioridad nos llevan a una respuesta que puede ser sorprendente para
muchos: no lo es.

Por ejemplo, los autores darwinistas frecuentemente citan el alto grado


de similitud que existe entre los genes de la insulina en humanos y otros
mamíferos como una evidencia de que todos descenderíamos de un
antepasado común. Se dice que la secuencia del gorila es idéntica a la del ser
humano, excepto por una sola base nitrogenada. La del chimpancé difiere
solamente por tres bases, mientras que la del orangután lo hace sólo por
cinco. ¿Cómo se podrían explicar tan notables semejanzas sino por evolución
a partir de un ancestro común? ¿Por qué iba un creador sabio a diseñar
especies tan parecidas entre sí, teniendo la capacidad de hacerlas bien
diferentes? ¿Acaso pretendía engañar a los humanos, al hacerlas tan
similares, cuando en realidad lo que deseaba era que éstos creyeran en
creaciones separadas? La única respuesta válida para los evolucionistas
teístas es que si dos especies -como estos simios y los humanos- se parecen
tanto es porque Dios las formó mediante procesos evolutivos a partir de los
mismos antepasados. Si no fuera así, el creador nos estaría mintiendo y
confundiendo. ¿Es esta realmente la única posibilidad?

Dios pudo haber creado a los humanos, gorilas, chimpancés y


orangutanes sobre la base de un modelo biológico común. Y si esto hubiera
sido así, la similitud genética entre estas especies no sería evidencia de
antepasados comunes sino de diseño común. Los ingenieros humanos saben
que cuando un diseño funciona bien, suelen repetirlo una y otra vez en sus
modelos. Por ejemplo, el diseño del tornillo resulta eficaz tanto para
ensamblar armarios como para fabricar automóviles, frigoríficos o
televisores. De la misma manera, las proteínas de los seres vivos se parecen
entre sí y pueden ser el producto de un diseño común ya que tienen que
cumplir con unos mismos requisitos funcionales. Esto podría explicar por qué
existen tantas semejanzas en la naturaleza.

Por otro lado, resulta arriesgado ponerse en el papel de Dios y


pretender decirle lo que debe o no debe hacer. Intentar averiguar cuáles
fueron sus motivaciones para crear, o si pretendía convencernos de algo
mediante sus creaciones, es siempre un ejercicio un tanto pretencioso porque
tiende a colocar ideas en la mente del creador que probablemente no
estuvieron ahí. ¿Acaso no pudo el Sumo Hacedor poseer intenciones
completamente diferentes a la hora de diseñar especies parecidas? ¿Por qué
tenía que amoldarse a los gustos humanos o intentar comunicar algún
mensaje acerca de la relación o falta de relación entre las mismas? Que los
humanos interpreten bien o mal el sentido de tales semejanzas no tiene por
qué ser algo que preocupe al creador. Más que apelar a cuestiones de carácter
teológico que nunca podremos saber con certeza, es mejor contemplar la
posibilidad de que aquellas especies biológicas diferentes que presentan, no
obstante, secuencias genéticas parecidas, las posean precisamente por tener
necesidades funcionales similares y no por descender de supuestos
antepasados comunes. Pero, además, hay algo muy significativo.

A pesar de que las diferencias entre los genomas puedan ser muy
pequeñas, lo cierto es que no sucede lo mismo con las proteínas resultantes
de dichos genomas. ¿Qué significa esto? Como es sabido, el ADN contiene la
información necesaria para fabricar todas las proteínas del organismo y éstas
son las encargadas de realizar las funciones que nos mantienen vivos. En
principio, cabría suponer que si hombres y chimpancés poseemos un ADN
casi idéntico, deberíamos tener también unos conjuntos de proteínas
(proteomas) casi idénticos. Sin embargo, esto no es así.

Desde hace más de una década, se sabe que las diferencias entre los
proteomas de chimpancés y personas rondan la increíble cantidad del 80%.
[173]
El cálculo realizado por Galina Glazko y su equipo colaborador (2005),
comparando las proteínas que formaban los cromosomas 21 y 22 de
chimpancés y humanos, evidenció esta espectacular divergencia. Tales
resultados explican, como es lógico, la enorme disparidad existente entre
estos simios y los seres humanos. No sólo a nivel bioquímico y fisiológico
sino sobre todo desde el punto de vista anatómico. Algo que ya se intuía
desde el sentido común pero a lo que no suele hacerse referencia
habitualmente porque no encaja con los planteamientos evolucionistas
imperantes.

Es indiscutible que las diferencias entre los simios y las personas son
tremendamente grandes. Esto lo reconocen hoy muchos partidarios de la
evolución: “hablar de la diferencia del 1% en términos que implican una
práctica identidad entre chimpancés y humanos supone dejar por completo en
el olvido la inmensa importancia de los procesos de desarrollo. Al fin y al
cabo, alrededor del 50% del material genético lo compartimos con las
Drosophila, las moscas del vinagre, sin que quepa sacar de eso grandes
consecuencias respecto de nuestras respectivas semejanzas. Y en términos
fenotípicos, el organismo adulto de un chimpancé y el de un humano difieren,
como ya hemos dicho de manera notable.”[174] De ahí que, cuando se intenta
compararnos con los chimpancés, aparezcan resultados paradójicamente
contradictorios. Según cuál sea el carácter estudiado, la conclusión podrá ser
que somos muy parecidos o bien todo lo contrario, muy diferentes. Nos
parecemos en los genomas, pero nos diferencian notablemente los proteomas,
el aspecto físico, el comportamiento y muchas cosas más como la conciencia,
el sentido moral, la espiritualidad, etc. Tanto la anatomía como la conducta
de ambas especies son muy diferentes.

Hay muchos rasgos físicos que distinguen a los humanos de los


chimpancés. Desde la forma del cuerpo y el tórax a la caja craneal y la cara.
Desde el tamaño relativo de su cerebro a la longitud relativa de las
extremidades. La topología cerebral. Su largo período de desarrollo
embrionario, así como la longevidad. Los dientes pequeños. Un cráneo
equilibrado situado en lo alto de la columna vertebral. El reducido vello
corporal. La forma de manos y pies. El tamaño de la pelvis. La barbilla. Una
espina dorsal en forma de “S”. Y, desde luego, la capacidad para hablar y
construir herramientas complejas.

Además de todo esto, hoy conocemos esta otra diferencia fundamental,


que comentamos en el presente trabajo, proveniente de la genética molecular.
Resulta evidente que la notoria discrepancia, entre el parecido genético y las
diferencias proteínicas, demuestra que el ADN no se expresa de la misma
manera en chimpancés y humanos. Además, el propio genoma presenta
también algunas diferencias importantes que no se manifiestan en distancia
genética cuando se compara secuencia por secuencia. Nuestro genoma es
comparativamente más grande que el de los chimpancés ya que presenta
mayor número de inserciones y recolocaciones (rearrangements) diferentes,
posiblemente relacionadas con la producción de proteínas distintas.

¿Cómo es posible que a partir de un mismo ADN (o en un tanto por


ciento muy similar) puedan formarse especies tan distintas como un ser
humano o un chimpancé? ¿Qué responde a esto el evolucionismo?
Simplemente, que se trata de una cuestión que escapa por el momento a las
posibilidades explicativas de la evolución.[175] Es decir, hoy por hoy, no se
puede dar una respuesta satisfactoria. En cambio, desde la hipótesis del
Diseño inteligente, un Creador pudo emplear los mismos ladrillos genéticos
(ADN) para construir edificios proteínicos (especies biológicas) diferentes.
Por tanto, no sería necesario apelar a un hipotético ancestro común sino a
diseños diversos hechos a partir de unos mismos materiales. Y eso es
precisamente lo que viene a confirmar ese 80% de diferencias proteínicas
entre humanos y chimpancés.

El diseñador pudo usar unas mismas frases de ADN para expresar cosas
bien diferentes. Por ejemplo, comparemos estas dos oraciones: “El
evolucionismo es la única cosmovisión a que puede acogerse un ateo” y “el
evolucionismo no es la única cosmovisión a que puede acogerse un ateo”.
Las dos frases son similares en un 96%. Sin embargo, significan lo contrario.
De la misma manera, las distintas secuencias génicas del ADN pueden ser
encendidas o apagadas por medio de pequeñas secuencias de control,
originando proteínas y mensajes diferentes.

Si los humanos no nos pareciésemos en nada a las demás especies


biológicas, ¿cómo podríamos vivir? Si nuestras células estuvieran hechas de
componentes bioquímicos distintos a los del resto de la creación, ¿de qué nos
nutriríamos? Necesitamos elementos químicos como el carbono, agua,
aminoácidos, proteínas, azúcares, lípidos, energía, etc., ¿de dónde
obtendríamos todo esto si las demás especies estuvieran hechas de otros
compuestos diferentes? ¿Cómo sería posible digerirlos y asimilarlos si cada
especie tuviera una química y un metabolismo diferente? La similitud
bioquímica entre nosotros y el resto de los seres vivos es imprescindible para
nuestra existencia y la de todos los ecosistemas naturales.

De manera que el ADN humano debe poseer cierto grado de parecido


con los demás organismos para que podamos sobrevivir en la Tierra. Y,
además, esta unidad que evidencia la creación constituye un testimonio de la
existencia de un Dios creador inteligente, tal como escribió el apóstol Pablo,
a propósito del linaje humano (Rom. 1: 20).
Es lógico, por tanto, que si dos animales se parecen físicamente entre sí
posean también cierta similitud entre sus respectivos genomas. El ADN de un
caballo y el de un perro, por ejemplo, deberían ser más parecidos entre sí que
el del caballo y el de una sardina. Es lógico que dos mamíferos posean más
similitudes genéticas que un mamífero y un pez porque tienen más cosas en
común. De lo contrario, la idea de que el ADN es el portador de la
información biológica de los seres vivos quedaría cuestionada.

De la misma manera, como hombres y simios presentan muchas


similitudes morfológicas, es de esperar que existan también notables
parecidos en su ADN. Y esto no solamente podría explicarse por medio de
una supuesta evolución a partir de antecesores comunes sino también
mediante un diseño deliberado. Que dos seres se parezcan en algo no
demuestra que ambos hayan evolucionado del mismo antepasado. Parecido
no implica necesariamente filiación evolutiva. Pueden parecerse en algún
aspecto y ser muy diferentes en cualquier otro.

En resumen: lo que sabemos ahora es que las notables semejanzas


genéticas existentes entre humanos y chimpancés se disuelven casi por
completo cuando se pasa al nivel de las proteínas de cada especie. Y, desde
luego, esto encaja mucho mejor con la concepción del diseño inteligente de
los seres vivos. Como dice la Escritura: E hizo Dios animales de la
tierra según su genero (Gn 1: 25); Y creó Dios al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn. 1: 27).

Restos fósiles de Homo sapiens en Marruecos

Los medios de comunicación se hacían eco, a primeros de junio del


2017, del último de los hallazgos fósiles de seres humanos. La reconstrucción
de un cráneo de Homo sapiens y de otros restos pertenecientes a un total de
cinco humanos, hallados en Jebel Irhoud (Marruecos), ha permitido a los
paleontólogos correr, nada más y nada menos, que 100.000 años hacia atrás
el origen del hombre moderno. Hasta ahora se pensaba, desde la teoría
evolucionista, que nuestra especie habría aparecido al este de África (Etiopía)
hace unos 195.000 años. Pero, si éstas recientes dataciones están en lo cierto,
los restos marroquís encontrados en una cueva situada a unos cien kilómetros
de Marrakech, podrían retrasar tal origen hasta los 300.000 ó 350.000 años de
antigüedad, poniendo en duda también que la actual Etiopía fuera la cuna de
la humanidad.[176]

Resulta curioso comprobar que la gran mayoría de los medios de


comunicación, que han comentado este descubrimiento, no parezcan darse
cuenta del auténtico problema que supone para la teoría de la evolución.
Empujar el origen de cualquier especie biológica hacia atrás en el tiempo no
es nunca una buena noticia para el evolucionismo. En el caso humano
implica, lógicamente, mucho menos tiempo para que los procesos evolutivos
al azar lleven a cabo la supuesta transición hasta nosotros. Cien mil años
menos de tiempo. Esto hace que no se desate la euforia entre los especialistas
ante tales hallazgos sino que se reestudien con recelo, precisamente por el
arduo trabajo de reinterpretación que suponen.

Ahora habrá que cambiar muchas hipótesis anteriores para seguir


manteniendo viva la idea fundamental de que hemos evolucionado a partir de
ancestros simiescos africanos. Se propondrá probablemente algún mecanismo
capaz de acelerar el motor mutaciones/selección natural en ciertos momentos
de la evolución y enlentecerlo en otros; o en la transferencia génica entre
especies; en herencia extragenética; o quizás en misteriosos cambios en el
desarrollo embrionario; o en las presiones del medioambiente, etc. Siempre se
inventará alguna hipótesis ad hoc que permita rellenar los huecos del
conocimiento sobre nuestros orígenes y se elaborarán nuevos esquemas. ¿No
es así como funciona la ciencia evolucionista?

En el caso concreto de los fósiles humanos que estudia la


paleoantropología, las múltiples investigaciones realizadas no suelen
conducir generalmente a una mayor claridad y comprensión de nuestros
orígenes sino más bien a todo lo contrario. Al aumentar los datos, se
incrementa también la confusión y la dificultad para justificar la evolución
humana a partir de alguna otra especie ancestral. El problema con tales
hallazgos fósiles es que nunca suelen esclarecer de manera duradera la
aparición del hombre. Lo que ocurre es que la complican cada vez más.
Cuantos más fósiles descubren los expertos en evolución humana, menos
parecen entender cómo apareció nuestra especie sobre la faz de la tierra. Por
lo menos, esto es lo que se desprende de algunos títulos divulgativos como el
que aparece en la revista Scientific American: “Fósiles antiguos de Marruecos
ensucian (o desordenan) los orígenes humanos modernos”[177]. Y así
sucesivamente.

Después de más de doscientos años de recolectar fósiles humanos y de


otros primates, seguimos sin saber cuál es el verdadero origen del hombre. Se
desconoce de dónde proceden los humanos modernos. No se sabe quién fue
el primer homínido. Se cree -desde el evolucionismo- que la humanidad se
expandió fuera de África hace unos 50.000 años, pero no se conoce por qué
lo hizo. Se supone que la evolución del Homo sapiens se aceleró
notablemente, pero tampoco se conoce cómo pudo ocurrir esto. ¿Por qué se
extinguieron nuestros parientes más cercanos y nosotros prosperamos?
¿Cómo es que perdimos el pelo y los demás primates no? ¿Por qué andamos
erguidos sobre dos piernas? ¿A qué se debe que desarrolláramos un cerebro
tan grande capaz de albergar una conciencia única? Se trata de preguntas
fundamentales y no de minucias o detalles sin importancia. Las soluciones
que suelen darse se parecen más a ejercicios de adivinación que a
explicaciones científicas demostrables. ¿Cómo es que después de dos siglos
seguimos sin respuestas?

Nunca se tiene en cuenta que quizás el problema esté en las


presuposiciones principales. ¿Y si realmente el Homo sapiens no hubiera
surgido de ningún antecesor común con los simios? Puede que los
Australopithecus y otras especies afines nada tuvieran que ver con nosotros.
¿No podríamos ser el producto de una creación o un diseño especial y
diferente al del resto de los seres vivos? Este es, precisamente, el significado
que el texto bíblico le da al verbo “crear”.

¿Qué antigüedad tiene la especie humana?

Después de más de dos siglos de investigaciones paleontológicas,


sorprende la discrepancia de fechas existente entre los especialistas. Las
opiniones de los genetistas difieren de las de sus colegas estudiosos de los
fósiles. Éstos afirman que los tiempos de divergencia estimados en los
distintos estudios no deben sorprender puesto que se basan en datos
relativamente reducidos. Sin embargo, la amplitud de los resultados
obtenidos resulta notablemente sospechosa. Mientras unos autores hablaban
hasta hace poco de 129.000 años para el origen del hombre, otros lo
retrasaban a 536.000 años.[178] ¿Cómo es posible tanta disparidad, sobre todo
teniendo en cuenta que todos estos estudios se basan en estimaciones
supuestamente científicas? ¿Cuándo empezó realmente el ser humano al dar
señales inequívocas de cultura, razonamiento y espiritualidad?

La antropología -ciencia que estudia los aspectos físicos y las


manifestaciones socioculturales de las comunidades humanas- ha encontrado
evidencias de explosiones culturales singulares en los albores de la
humanidad. Tales manifestaciones prehistóricas o “big bangs culturales”
reflejan bien la originalidad propia del espíritu humano. Aunque algunas
especies de primates bípedos diferentes al Homo sapiens sapiens hubieran
sido capaces de utilizar herramientas primitivas, ninguna de ellas evidencia la
elevada tecnología alcanzada por el hombre. Es con la llegada de los
humanos cuando aparecen artefactos minuciosamente elaborados con un
propósito determinado, tales como hachas de sílex, puntas de flecha,
punzones, agujas, mazas y martillos, anzuelos de afiladas púas, arpones,
palas, adornos, juguetes infantiles, vestidos, joyas y muchas cosas más.[179]
Todos estos objetos descubiertos por los arqueólogos, que demuestran la
existencia de una cultura propiamente humana, han sido fechados mediante
distintos métodos de datación (alteración de elementos radiactivos,
deposiciones estacionales, dendrocronología o paleomagnetismo) y
generalmente han indicado edades comprendidas entre los 40.000 y los
45.000 años de antigüedad.

Del análisis de algunos de estos artilugios y de las pinturas rupestres se


desprende que aquellos primeros humanos crearon arte gráfico, música
sofisticada y practicaron también ciertas ceremonias religiosas de adoración.
En España, por ejemplo, la famosa cueva de Altamira descubierta en 1868
(próxima a Santillana del Mar, Cantabria) conserva uno de los ciclos
pictóricos más importantes de la prehistoria. Contiene pinturas de varios
colores en su techo (negras, rojas y ocres) que representan animales, figuras
antropomorfas así como dibujos abstractos y no figurativos. Debido a su
belleza artística ha sido llamada la “Capilla Sixtina” del arte rupestre.
Difícilmente se puede pensar que aquellos primeros artistas no fueran
verdaderos seres humanos. Pues bien, se cree que la cueva fue habitada por el
hombre ya durante el Paleolítico superior, hace unos 35.600 años.[180]

De la misma manera, en el sur de Francia se descubrió una cueva en


1994 que, dos décadas después, fue declarada por la UNESCO como
patrimonio de la humanidad, debido a las antiguas y sofisticadas pinturas
rupestres que albergaba. Se trata de la cueva de Chauvet (gruta de Chauvet-
Pont d’Arc, Ardèche) cuyas pinturas están muy bien conservadas y
representan a numerosos animales (rinocerontes, mamuts, leones de las
cavernas, bisontes, etc.), algunos de los cuales ya se extinguieron. Aunque al
principio la datación fue motivo de controversia, finalmente se fijó entre los
30.000 y los 36.000 años atrás.[181] También en Alemania se han encontrado
figuras esculpidas por el hombre que datan de al menos 35.000 años de
antigüedad.[182] Y, en fin, existe también evidencia de que el ser humano de
esa remota época empleaba lenguajes complejos y existían ya diversos
idiomas hace unos 40.000 años.[183] Si esto es así, tal acumulación de pinturas
y objetos elaborados por el ser humano en diferentes lugares del mundo
requiere que la población existente tuviera ya un tamaño considerable y para
esto se necesita tiempo.

Ahora bien, ¿coinciden estas fechas arqueológicas -que evidencian


expresiones claras del singular espíritu humano- con las que sugieren las
Sagradas Escrituras? El creacionismo de la Tierra joven, que interpreta
continua y literalmente las genealogías del Génesis, opina que tales edades
serían demasiado extensas. Sin embargo, el Dr. Hugh Ross, astrónomo
cristiano canadiense y defensor del creacionismo de la Tierra antigua, cree
que sí pueden coincidir y escribe lo siguiente al respecto: “Una breve revisión
de los datos muestra que las fechas fósiles y arqueológicas del origen de la
humanidad coinciden aproximadamente con las fechas de los artefactos
religiosos más antiguos y del “big bang cultural” -la repentina aparición de
ropa, joyas, herramientas avanzadas, arte sofisticado y expresión musical-. La
historia bioquímica de los seres humanos es consistente con todas estas
fechas. Por lo tanto, todas las fechas y datos se ajustan a las fechas bíblicas
estimadas para el origen de Adán y Eva.”[184] Veamos primero cómo
interpreta Ross el calendario bíblico, para analizar después lo que quiere decir
con la datación bioquímica del origen de la humanidad, que proporcionan el
ADN mitocondrial y el cromosoma Y.

El uso de las genealogías bíblicas con el fin de fechar la antigüedad del


mundo y del ser humano ha venido generando debates y controversias desde
hace mucho tiempo. La lista de los descendientes de Adán que aparecen en el
capítulo 5 de Génesis, así como la de los hijos de Sem del capítulo 11 del
mismo libro, se han debatido hasta la saciedad. El hecho de que el nombre de
Cainán (Lucas 3:36) no aparezca en la genealogía de Génesis 11 establece al
menos un vacío que permite suponer que quizás existan otros huecos en tales
genealogías. Aunque la cantidad de tales huecos es algo abierto a la
especulación, puede resultar útil recurrir a fechas históricas relativamente
bien conocidas -como es el tiempo en que vivieron Abraham e incluso Peleg-
con el fin de calibrar estas genealogías.

Los registros históricos establecen que el patriarca de Ur vivió hace


aproximadamente unos 4.000 años, mientras que de Peleg se dice que “en su
tiempo se dividió la tierra” (Gn. 10:25, NVI). Algunos eruditos interpretan
esta expresión en sentido literal y la relacionan con catástrofes físicas en la
corteza terrestre, como la ruptura del puente de Bering (acontecimiento que
permitió la migración humana desde Eurasia a América) hace unos 11.000
años. Ross cree que si la media de vida registrada en las genealogías de los
capítulos 5 y 11 de Génesis era aproximadamente proporcional al actual paso
del tiempo, entonces las cronologías de Abraham y Peleg permitirían ubicar
el diluvio de Noé en una fecha comprendida entre los 30.000 y los 50.000
años a. C. y la creación de Adán y Eva, unas decenas de miles de años antes.
[185]

Aunque las genealogías bíblicas no sirven para establecer la fecha de la


creación del universo y la Tierra, sí pueden proporcionar una ligera
aproximación para la llegada de la humanidad. No obstante, hay que tener en
cuenta que las palabras hebreas empleadas para referirse al “padre” y al
“hijo” (“ab” y “ben”, respectivamente) presentan definiciones más amplias
de lo que habitualmente se ha traducido en las lenguas modernas. En
ocasiones, “ab” se refiere también al “abuelo”, “bisabuelo”, “tatarabuelo” y
así sucesivamente. De igual modo, “ben” puede traducirse por “hijo”,
“nieto”, “bisnieto”, etc. Esto se observa, por ejemplo, en el libro de Daniel
(5:2) donde se hace referencia a Nabucodonosor como el “padre” del rey
Belsasar, aunque en realidad no era su padre sino un antecesor, ya que otros
dos reyes les separaban y ni siquiera estaban relacionados biológicamente.
Semejante flexibilidad en la utilización hebrea de los términos “ab” y “ben”
indica por qué las genealogías paralelas pueden presentar variaciones (1 Cr.
3; Mt. 1 y Lc. 3).

De la misma manera, también en las genealogías donde se dan los años


transcurridos entre el nacimiento de los padres y los hijos, hay que tener en
cuenta que tales cronologías no son tan exactas como a primera vista pudiera
parecer. Tal como se mencionó anteriormente, en el evangelio de Lucas
(3:35-36) se inserta a Cainán entre Sala y Arfaxad, mientras que en la
genealogía de Génesis 11 aparece Sala como hijo directo de Arfaxad. No
obstante, aunque esto pudiera llevar a creer a algunos eruditos que las
genealogías bíblicas se pueden estirar tanto como se desee, lo cierto es que
otros datos bíblicos y científicos imponen unos límites determinados. El Dr.
Ross concluye que la fecha más confiable que se desprende de la bibliografía
creacionista especializada, propuesta para la creación de Adán y Eva, oscila
entre hace 10.000 y 60.000 años (con límites que pueden variar entre los
7.000 y los 100.000 años).[186] Ahora bien, ¿encajan tales períodos con los
datos recientes de la genética?

Actualmente, gracias al estudio del ADN mitocondrial (aquél que se


encuentra fuera del núcleo de la célula, en el interior de las mitocondrias y,
por tanto, diferente al ADN nuclear típico) y también al estudio del
cromosoma Y masculino, los genetistas son capaces de comprobar si el ser
humano desciende de muchos individuos o solamente de unos pocos, así
como también si apareció a la vez en muchos lugares distintos o en uno solo.
Las investigaciones que se han venido realizando durante los últimos 25 años
revelan que todos los seres humanos se originaron en el mismo lugar y
descienden de unos pocos individuos.[187] Dicho de otra manera, la genética
confirma que toda la humanidad proviene de una sola mujer y de un solo
hombre.

En efecto, durante la reproducción sexual humana existen dos


segmentos de material genético que no se mezclan o recombinan como hacen
los cromosomas del núcleo de espermatozoides y óvulos. Uno está
constituido por la mayor parte del ADN existente en las mitocondrias
(orgánulos que suministran casi toda la energía que necesita la célula) y
conocido con la sigla ADNmt. El otro segmento que tampoco se mezcla es un
gran trozo del cromosoma masculino Y. Los seres humanos obtenemos casi
todo nuestro ADN mitocondrial del óvulo de nuestras madres ya que el
masculino del espermatozoide no suele penetrar en dicho óvulo durante la
fecundación. Lo cual significa que este ADNmt se transmite de generación en
generación por vía femenina. Normalmente, la única manera de explicar que
el ADNmt de una mujer sea diferente al de su madre o su abuela es que éste
haya experimentado alguna mutación. Y con los varones ocurre algo similar.
Únicamente las células masculinas poseen en su genoma nuclear el
cromosoma Y (ADN-Y). De la misma manera, la única posibilidad de que
dicho cromosoma de un varón pueda ser diferente al de su padre o abuelo es
que haya sufrido algún cambio o mutación.

Ahora bien, cuando se miden adecuadamente las diferencias existentes


en estas dos moléculas de ADN de mujeres y hombres (ADNmt y ADN-Y), a
lo largo de varias generaciones y en diversas familias, los genetistas pueden
deducir las tasas a las que ocurren las mutaciones. Estas mediciones han
arrojado fechas comprendidas entre los 42.000 y los 60.000 años de
antigüedad para el ancestro masculino más reciente de toda la humanidad
(que podría corresponder con el Noé bíblico).[188] Mientras que para el
ancestro femenino común (la Eva bíblica) han resultado fechas comprendidas
entre hace 50.000 y 70.000 años.[189] Desde esta perspectiva, las fechas y
datos científicos para el origen del ser humano que se desprenden de la
arqueología, la paleontología y la genética coincidirían con las fechas que
pueden deducirse también de los relatos bíblicos para el origen de Adán y
Eva.

El salmista se preguntaba: ¿qué es el hombre, para que tengas de él


memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? (Sal. 8:4). Y llegaba a la
conclusión de que era ni más ni menos que la corona de la creación. Dios nos
creó de forma especial y ajustó todos los detalles del universo para
otorgarnos un hogar cósmico adecuado, y en el momento oportuno, para que
pudiésemos desarrollar nuestro conocimiento del mundo y de su creador. La
ciencia nos permite descubrir y comprender la obra maestra de la creación,
pero sólo el estudio de la Escritura puede revelarnos el propósito de Dios para
nuestra vida.

4. La genómica comparada y sus implicaciones para los fósiles

¿Cómo está hoy la reciente disciplina de la genómica comparada -que


estudia las semejanzas y diferencias entre el ADN de los diferentes
organismos-particularmente entre humanos y chimpancés? ¿Cuáles son los
nuevos datos que aporta? ¿Es cierto, como suele afirmarse desde el
darwinismo, que tales constataciones imponen la conclusión de que el
hombre y los simios actuales derivan de un antepasado común? ¿No caben
otras posibles explicaciones? Los nuevos descubrimientos genéticos no
obligan necesariamente a asumir la cosmovisión evolucionista al azar sino
que permiten ser interpretados también desde la perspectiva del Diseño
inteligente. Es decir, desde la cosmovisión teísta que acepta la necesidad de
un Creador sabio que organizó el cosmos meticulosamente y de manera no
aleatoria.

¿Un ADN bueno y otro malo?

La genética es una de las ciencias biológicas que más sorpresas está


dando en los últimos años, desde que en 2001 se finalizó la secuenciación del
genoma humano. Es sabido que solamente el 2% de nuestro ADN es capaz de
transcribirse a ARN y traducirse después para elaborar proteínas. De ahí que
se le llame ADN codificante. Pero lo que resultaba sorprendente es que el
resto (el 98%), al no fabricar proteínas, no sirviera para nada más. Desde la
cosmovisión evolucionista, inmediatamente se supuso que tan enorme
cantidad era basura genética inservible que se habría acumulado a lo largo de
las eras. Se pensó que quizás en el pasado pudo ser útil pero en la actualidad
habría perdido sus funciones. Quizás su análisis solo podía servir para
elaborar árboles filogenéticos de las distintas especies que corroboraran los
construidos mediante el registro fósil. El “ADN basura” podría ser, después
de todo, un buen fósil genómico útil para contrastar el hipotético árbol de la
evolución, basado en los fósiles pétreos. Por desgracia, es una práctica
habitual del darwinismo descartar los ejemplos contradictorios con la teoría y
publicitar solo aquellos que parecen confirmarla. Veremos, en su momento,
algunos de los más relevantes hechos que la contradicen.

A pesar de todo, la gran sorpresa para la genética contemporánea ha


sido descubrir que este ADN no codificante sí sirve y mucho más de lo que se
podría imaginar desde el evolucionismo. Los descubrimientos sobre este mal
llamado “ADN basura”[190] ponen de manifiesto la increíble relevancia que
tiene como regulador de la actividad de los genes codificadores de proteínas.
Hasta el extremo de que muchos genetistas creen que es, ni más ni menos, la
fuente de la complejidad biológica humana.

Los pulpos tienen más genes que nosotros

Otra sorpresa de la genómica se dio al comparar el número de genes del


hombre con el de los demás organismos. De nuevo, las expectativas
darwinistas suponían que, según la complejidad de nuestra especie,
seguramente teníamos muchos más genes que los demás seres vivos,
considerados más simples. La distancia genética que supuestamente nos
separa de la primitiva célula debía ser mayor que la que separa, por ejemplo,
a los pulpos o a cualquier otro invertebrado y, por tanto, nuestros genes
debían haber cambiado más y aumentado en número. De hecho, la mayoría
de los principales grupos animales o filos, como esponjas, pólipos, medusas,
moluscos, artrópodos, equinodermos, anélidos, etc., se conocen fósiles desde
el período Cámbrico, mientras que los homínidos son mucho más recientes.
En ese antiguo período geológico, surgen de repente casi cincuenta grandes
filos sin que existan precursores evidentes. Se tratas de la famosa explosión
del Cámbrico.[191]

Pues bien, los descubrimientos genéticos demuestran que esto tampoco


es así. No tenemos más genes que los animales inferiores. Nosotros poseemos
entre 20.000 y 25.000 genes, mientras que los pulpos tienen 33.000 y los
minúsculos gusanos nematodos (Caenorhabditis elegans), de tan solo un
milímetro de longitud, unos 20.200 genes. No sólo compartimos con los
gusanos aproximadamente el mismo número de genes sino que tales genes
tienden a producir (o codificar) las mismas proteínas. Esto significa que,
aunque existen diferencias, todos estamos constituidos por las mismas
“librerías” genéticas y proteicas fundamentales. No sólo compartimos
numerosos genes con los chimpancés sino también con ratones, peces,
moscas de la fruta, gusanos y microbios. Por tanto, es evidente que las
desigualdades entre el Homo sapiens y los demás animales no están causadas
por tener más genes, diferentes o superiores, como antes se pensaba. ¿Qué es
entonces lo que produce tales diferencias? El único rasgo del genoma que se
hace mayor a medida que los organismos son más complejos es curiosamente
la parte que no produce proteínas. Efectivamente, el menospreciado ADN
basura. Si las bacterias solamente poseen un 10% de éste, nosotros y los
ratones gozamos de un 98%. La diferencia es notable y significativa.

De manera que solamente el 2% del ADN humano se emplea para


fabricar los miles de proteínas distintas que nos permiten realizar todas las
funciones vitales. Mientras que el otro 98% que no codifica proteínas o no
codificante (ADNnc) -el antiguo ADN basura- tiene una importancia
fundamental para el buen funcionamiento de las células. Es cierto que éste no
forma proteínas pero sí genera ácidos ribonucleicos no codificantes (ARNnc)
pero funcionales, ya que sirven para realizar muchísimas actividades a nivel
celular. Algunos investigadores piensan que estos ARNnc son precisamente
los rasgos genéticos que hacen posible el funcionamiento del cerebro y
permiten los procesos mentales superiores del ser humano.[192] Esto supone
todo un cambio de paradigma en el seno de la genética.

Durante 40 años los biólogos moleculares y genetistas han estado


centrados casi exclusivamente en el estudio de los genes que codifican
proteínas (insisto, solo el 2% del ADN) y en las propias proteínas, sin
embargo, lo más importante para entender a los seres vivos no estaba ahí.
Resulta que la clave de todo radica precisamente en el supuesto ADN basura
(98% del ADN), que se transcribe a ARNnc, el que controla y regula la
expresión de los genes. El que conecta o desconecta cada gen para que actúe
o deje de hacerlo; protege y repara el ADN; facilita la tarea de los ribosomas
en su vertiginosa síntesis de proteínas y, en fin, constituye la fuente de la
complejidad biológica de cada ser vivo de este planeta. Aunque en nuestro
genoma pueda haber algunos pocos genes repetitivos o aparentemente sin
función, la mayor parte de este ADN no codificante es completamente
funcional. De hecho, las revistas científicas especializadas no paran de
publicar trabajos que evidencian cada vez más funciones importantes de
determinados trozos del ADN basura.
Por supuesto que estas sorpresas de la genética pueden adecuarse a la
teoría darwinista, reinterpretando las falsas previsiones de la misma en
relación al supuesto ADN basura inútil o diciendo, por ejemplo, que el
número de genes que compartimos con otros animales justifica la idea de que
descendemos de antepasados comunes. De hecho, esto es lo que suele hacer
habitualmente el evolucionismo: adaptar los nuevos datos a la teoría. No
obstante, tales descubrimientos también pueden interpretarse desde los
planteamientos del Diseño inteligente. En esta otra perspectiva, lo lógico
sería esperar que no hubiera tanto ADN basura y que cada estructura orgánica
tuviera su función concreta ya que habría sido planificada para ello. Lo cual
no significa que no pudieran darse, mutaciones, degeneraciones u órganos
atrofiados pero éstos serían siempre anomalías excepcionales y no lo
habitual.

El diseñador podría haber empleado similares genes y determinados


trozos de ADN no codificante para lograr una gran variedad de seres
distintos, en función de sus particulares ambientes y necesidades biológicas.
El hecho de que diversos organismos compartan muchas funciones
fisiológicas, como alimentarse, respirar, conducir oxígeno a todas las células,
excretar, reproducirse, etc. justifica que presenten genomas similares o
proteínas idénticas y no demuestra necesariamente una descendencia común.
El diseñador pudo emplear librerías de código para los mismos usos, tal como
hace un ingeniero de software que usa librerías de instrucciones idénticas en
diferentes programas (por ejemplo, una hoja de cálculo, una base de datos o
un programa de dibujo). Los nuevos datos genéticos evidencian previsión e
inteligencia y, por tanto, concuerdan con la hipótesis de un diseñador
original.

La epigenética: ¿Darwin o Lamarck?

La tercera gran sorpresa la constituye el descubrimiento de la


epigenética. Es decir, el hecho de que los cambios en el medioambiente sean
capaces de alterar la biología de los seres vivos y que, además, esa biología
alterada -en forma de rasgos o enfermedades- se transmita a las generaciones
siguientes.[193] Esto no sería darwinismo sino lamarckismo. Sin embargo, los
darwinistas han venido vilipendiando a Lamarck, y a todo aquel que
defendiera sus ideas, durante la totalidad del siglo XX. ¿Qué pueden decir
ahora?

Algunos evolucionistas empiezan a reconocer que el ritmo de las


mutaciones al azar en el ADN, que propone el darwinismo como causa de la
evolución, aunque éstas sean seleccionadas por el ambiente, es demasiado
lento para explicar muchos de los cambios observados.[194] A pesar de los
mecanismos propuestos por el evolucionismo para compensar esta dificultad,
como la deriva genética (en la que supuestamente unos grupos pequeños de
individuos sufren un gran cambio genético) o la epistasia (en la que un grupo
de genes suprimiría a otro), etc., lo cierto es que, incluso admitiendo todos
esos mecanismos, los ritmos de la mutaciones genéticas para organismos
complejos como el Homo sapiens son muchísimo más bajos que la frecuencia
de cambio que requieren nuestras características anatómicas y fisiológicas,
desde los ajustes metabólicos hasta la resistencia a las enfermedades. Las
cifras no encajan y los matemáticos lo venían diciendo desde hace tiempo: las
mutaciones son demasiado lentas para explicar la evolución.

Precisamente aquí es donde entran en acción los nuevos


descubrimientos de la epigenética que vienen a contradecir la teoría
darwinista. Los cambios en los seres vivos no son el producto de errores
aleatorios sino de mecanismos biológicos complejos y exquisitamente
programados. No son fenómenos lentos sino rápidos. No es una mutación en
particular lo que se selecciona sino cambios simultáneos a través de la
población. Y esto no es evolución al azar. El hecho de que los dispositivos
epigenéticos aparezcan en una amplia gama de especies y estén tan bien
conservados es una mala noticia para el darwinismo porque éste debería
explicar cómo estos increíbles mecanismos epigenéticos aparecieron
aleatoriamente en una época tan temprana en la historia de la evolución y,
además, no cambiaron casi nada a pesar de que el medioambiente sí lo hiciera
continuamente. ¿Cómo es posible que surgieran por casualidad y se
conservaran tales mecanismos epigenéticos, teniendo en cuenta que solo iban
a ser de utilidad en algún tiempo desconocido del futuro, cuando las
condiciones del medio así lo requirieran? ¿Por qué iba la selección natural a
conservar unos mecanismos inútiles durante millones de años?

Seguramente el evolucionismo inventará historias para explicar cómo


aparecieron estos mecanismos epigenéticos. Dirá cosas tan ridículas e
indemostrables como que pudieron surgir de partes preexistentes que al
principio se usaban para otros fines (el argumento de la exaptación o
cooptación) pero que con el tiempo el azar les proporcionó otras funciones.
Todo menos admitir que la teoría de Darwin está siendo seriamente
cuestionada por los nuevos descubrimientos de la genética. En resumen: estas
tres sorpresas científicas introductorias que acabamos de señalar contradicen
los planteamientos evolucionistas clásicos sobre la selección natural de las
mutaciones al azar y apoyan la idea opuesta de un diseño previo inteligente
de los principales grupos de seres vivos que, por supuesto, pudieron cambiar
a lo largo de las eras mediante los mecanismos de la microevolución.

Más adelante analizaremos asuntos como cuánto ADN compartimos en


realidad con los chimpancés, así como las cuestiones técnicas de la
homología (anatómica y genética), la sintenia, los pseudogenes del ADN
basura, la endosimbiosis, la supuesta imposibilidad de un cuello de botella
genético en el origen humano, etc. Se abundará en las lagunas que presenta el
evolucionismo, en su intento de explicar por azar tantos ejemplos naturales
que indican diseño inteligente auténtico y no solo aparente, para concluir que
existen muchas razones para dudar del paradigma darwinista.

Similitudes genéticas entre humanos y chimpancés

¿Cuánto ADN compartimos, en realidad, con los chimpancés? El baile


de cifras extraídas de las publicaciones científicas, y redondeadas por la
divulgación de los diversos medios de comunicación, ha sido continuo y
confuso, en función de los intereses y concepciones evolucionistas. Cuando
en 2005 se realizó la secuenciación del ADN del chimpancé (Pan
troglodytes), se aseguró en la revista científica Nature que la similitud con el
genoma humano era de algo más del 98%.[195] Algunas publicaciones, poco
después, elevaron esta cantidad por encima del 99%. De manera que, al
parecer y por lo que respectaba a los genes, prácticamente éramos idénticos.

Cuatro años más tarde, en la misma revista Nature aparecía otro


artículo en el que se rebajaban algo tales pretensiones[196] y se aseguraba que
la cifra anterior era incorrecta. Si antes se creía que sólo diferíamos en un
1.24% de los chimpancés, ahora se aseguraba que tal cifra podría ser “hasta
diez veces superior”. Semejante modificación se debía al estudio de las
duplicaciones segmentarias, fragmentos grandes de ADN repetidos muchas
veces a lo largo del genoma, que antes eran difíciles de distinguir con las
técnicas empleadas. Tal cambio les permitía a los autores reconocer que
quizás hombres y primates somos cualitativamente diferentes, desde el punto
de vista genético.

Dos años después, en el 2011, la bióloga evolucionista Nessa Carey -


profesora de Biología Molecular en el Imperial College de Londres-
reconocía que “no hay una cifra media sencilla y significativa que podamos
dar para expresar lo semejantes que son los genomas del hombre y del
chimpancé. Las estadísticas son, en realidad, muy complicadas, porque hay
que tener en cuenta que diferentes regiones genómicas (por ejemplo,
secciones repetitivas versus regiones de genes codificadores de una sola
copia codificadora de proteínas) afectan a las estadísticas de modo
diferente.”[197] Y se refería a una diferencia que podía ser determinante. Es
decir, a la distinta forma en que es tratado el ácido ribonucleico no
codificante (ARNnc) -antes considerado como producto del ADN basura- en
las células de las dos especies. ¿Qué significa todo esto?

El primer artículo de Nature del 2005, en el que se publicitaba el


famoso parecido del 98%, ya incluía en su conclusión una pista que podría
aclarar todo este baile de cifras. Contenía estas sospechosas palabras: “el
borrador de la secuencia del chimpancé estudiada es suficiente para los
análisis iniciales, pero todavía es imperfecto e incompleto. Los estudios
definitivos sobre la evolución del gen y del genoma -incluyendo la formación
de pseudogenes, la expansión de la familia de genes y la duplicación
segmentaria (es decir, el ADN basura)- requerirán una secuencia terminada
de alta calidad.”[198] Estas palabras parecían reconocer que lo que realmente
se había secuenciado era el ADN codificante (sólo el 2% que formaba
proteínas) pero no el llamado ADN basura que en el chimpancé, lo mismo
que en el hombre, supone alrededor del 98% del ADN restante. ¿Significaba
esto que el famoso parecido inicial del 98% entre humanos y simios se refería
solamente al 2% codificante de ambos genomas, ya que no se había
secuenciado todavía el ADN basura? Esto es precisamente lo que entendieron
y denunciaron en su momento algunos científicos críticos partidarios del
Diseño inteligente.
El Dr. Jonathan Wells, biólogo del Discovery Institute, publicó una
nota en el 2011, en la que hacía hincapié en que las pretendidas similitudes
del 98% o el 87% o lo que fuera, se referían en realidad únicamente al 2% de
los genomas del hombre y el chimpancé, puesto que el resto del ADN, el no
codificante, no se había comparado.[199] Y además, este ADNnc que no
formaba proteínas, difería notablemente entre los simios y las personas.
Wells se formulaba la siguiente cuestión. Si las llamativas semejanzas en el
ADN codificante de proteínas (2% del genoma) apuntan a una descendencia
común de chimpancés y hombres, ¿por qué las diferencias en el ADN no
codificante de proteínas, muchísimo más abundantes (98% del genoma), no
apuntan a sus orígenes separados? Él respondía que esto era un asunto tabú
ya que cuestionaba las tesis del darwinismo y que, en el fondo, se trataba del
típico razonamiento circular. ¡Si el ADN codificante de ambas especies es
similar, esto se debe a que comparten un antecesor común. Pero si el ADN no
codificante NO es similar, esto se debe también a que comparten un antecesor
común! Tal sería la lógica darwinista.

Otros autores han señalado que esta cifra del 98% es engañosamente
inexacta y no tiene ninguna base real. Cuando se compara la secuencia
tomada inicialmente del genoma del chimpancé con toda la secuencia
completa del mismo, analizada posteriormente, se observa que la identidad
genética general entre los humanos y estos simios es solamente del 70%.[200]
Si esto fuera así, tales datos significan que entre nuestro genoma y el de los
chimpancés habría una diferencia de 900 millones de letras o bases
nitrogenadas de ADN, ya que dichos genomas poseen alrededor de tres mil
millones de pares de bases nitrogenadas cada uno. Esto plantea un grave
problema para la teoría darwinista, que afirma que humanos y simios han
evolucionado a partir de un antepasado común que supuestamente habría
vivido hace alrededor de seis millones de años. Aunque dicho período
parezca muy extenso, en realidad es insuficiente para explicar la elevada tasa
de las mutaciones requeridas que hubieran generado semejante diferencia
entre los genomas.

En fin, desde planteamientos evolucionistas, se ha intentado hacer creer


que el pequeño porcentaje de similitudes genéticas en el ADN, que fabrica
proteínas en las dos especies, justifica su origen común y es más relevante
que el elevado porcentaje de diferencias en el ADN, que no fabrica proteínas,
pero hace otras tareas fundamentales. ¿Es suficiente este pequeño tanto por
ciento para afirmar que descendemos del mismo antepasado? Aunque es
verdad que no sólo los evolucionistas sino también algunos partidarios del
Diseño inteligente creen que sí, como el propio Michael J. Behe, -y desde
luego no les faltan razones para ello, como se verá en sucesivos trabajos-
cada vez son más los genetistas que piensan que la singularidad biológica
humana, aparte de la cultural, reside precisamente en nuestro peculiar ADN
no codificante. Después de todo, es el hombre quien estudia el genoma del
chimpancé y no al revés. Alguna diferencia importante debe haber ¿no?

En realidad, según se desprende de los últimos descubrimientos en el


ADNnc, pueden ser cientos de millones las divergencias genéticas que nos
separan de los grandes simios. Unas diferencias que la evolución ciega por
selección natural nunca hubiera podido desarrollar. Más adelante se
analizarán las similitudes existentes que plantea la homología darwinista
entre los genomas del chimpancé y humanos. Particularmente los errores o
mutaciones comunes que parecen corroborar un origen común. Veremos
también las explicaciones ofrecidas por los críticos del evolucionismo.

El círculo vicioso de la homología

El argumento darwinista que defiende la idea de la descendencia común


de todos los seres vivos se basa en las comparaciones o semejanzas existentes
entre los diversos organismos. Se asume, desde la teoría de la evolución, que
parecido implica necesariamente relación evolutiva a partir de un mismo
antepasado. Tales comparaciones se realizan a distintos niveles (anatómico,
genético, molecular, etc.) pero no suelen fundamentarse casi nunca en
secuencias filogenéticas comprobables. Es decir, en la historia evolutiva que
pudieran evidenciar los fósiles porque éstos casi siempre son escasos y
muestran numerosas lagunas. Además, en muchos trabajos, se seleccionan los
datos científicos que encajan bien con la teoría, mientras que se desprecian o
rechazan aquellos que la contradicen. Como es obvio, la omisión de pruebas
contrarias a la tesis de la descendencia común contribuye a distorsionar la
realidad de los hechos.

De manera que la primera línea de evidencia a que apela el darwinismo


es la llamada homología. O sea que si dos organismos (u órganos, genes,
proteínas, funciones metabólicas o lo que sea que los seres vivos posean) son
similares entre sí, se supone que debe ser porque ambos descienden de un
antepasado común, tienen el mismo origen aunque sus funciones puedan ser
distintas y, por tanto, se les considera homólogos. El ejemplo preferido de la
genómica evolucionista es el de las secuencias compartidas entre humanos y
chimpancés. Se asegura que la mayor parte del genoma humano coincide con
la de este simio, con sólo diferencias excepcionales. Ya vimos anteriormente,
a propósito del ADN basura, que tales diferencias no son tan excepcionales
como se pretende. También se afirma que la presencia de pseudogenes en
monos y hombres (falsos genes supuestamente mutados y sin función
conocida) indicaría un antepasado común. Pero, ¿cómo estar seguros de que
tales pseudogenes realmente han mutado y no sirven para nada? Más adelante
veremos la enorme cantidad de pseudogenes a los que se les ha descubierto
recientemente una importante función celular. Y si esto es así, su presencia en
chimpancés y humanos no indicaría antepasado común sino identidad de
diseño para fines semejantes.

Si las homologías que propone el darwinismo fueran una realidad


generalizada, se deberían encontrar numerosos ejemplos que las confirmaran
siempre en casi todos los seres vivos y no solamente entre hombres y simios.
Cabría esperar que los contraejemplos fueran más bien escasos o poco
significativos. Sin embargo, los resultados obtenidos demuestran que es
justamente al revés. Las comparaciones morfológicas y de secuencias
moleculares se enfrentan a numerosas dificultades. Por ejemplo, la estructura
del brazo humano, las patas delanteras de los caballos, las aletas de las focas
y las ballenas o las alas de los murciélagos, constituirían órganos homólogos
que mostrarían supuestamente que todas estas especies de mamíferos
descienden del mismo antepasado. El problema es que esta historia, repetida
hasta la saciedad en los libros de texto, no se corresponde para nada con la
realidad. Hoy se sabe que aunque tales extremidades puedan parecerse, su
aparente homología no se da a nivel genético ya que en su origen actúan
complejos de genes totalmente diferentes para cada especie señalada.

De manera que estructuras aparentemente homólogas no lo son, puesto


que derivan de genes reguladores diversos, situados en diferentes partes del
genoma. Tales genes provocan que durante la gestación de los embriones a
partir de la gástrula para dar lugar a los metámeros, pueda observarse que en
anfibios como las salamandras, por ejemplo, las patas delanteras se formen a
partir de los segmentos del tronco 2, 3, 4 y 5. Mientras que en reptiles como
los lagartos lo hagan a partir del 6, 7, 8 y 9. En los seres humanos, los brazos
se originan de los segmentos 13 al 18, etc.[201] Y esto contradice la pretendida
evidencia evolucionista de la homología. ¿Qué mecanismo podría producir
órganos aparentemente homólogos, con unos mismos patrones, a pesar de no
estar controlados por los mismos genes? La teoría de la evolución ha sido
incapaz de responder esta pregunta, sin embargo, desde la hipótesis del
diseño, un Creador pudo emplear baterías de genes diferentes para desarrollar
órganos parecidos o, al revés, un mismo gen para diseñar órganos diferentes.

En efecto, ya que los casos opuestos también abundan. Un mismo gen


puede estar implicado en el desarrollo de órganos que evidentemente no son
homólogos ya que se dan en diferentes grupos animales no relacionados
filogenéticamente (es decir, desde el punto de vista de su pretendido
desarrollo evolutivo). Por ejemplo, el gen Distal-less está implicado en la
formación de diversos apéndices en animales que no tienen nada que ver
entre sí, puesto que pertenecen a filos o grupos diferentes.[202] Dicho gen
interviene en el desarrollo de las patas de los ratones (mamíferos), en las
quetas o cerdas pilosas de los poliquetos (anélidos), en las patas de las
mariposas (artrópodos), en los pies ambulacrales de los erizos de mar
(equinodermos) y en las garras de los onicóforos o gusanos aterciopelados.
Obviamente los apéndices de estos cinco grupos de animales no son
homólogos, no siguen un mismo patrón anatómico, sin embargo todos se
forman gracias a la acción del mismo gen Distal-less. Esto contradice las
predicciones del darwinismo y obliga a sus partidarios a hacer malabarismos
teóricos para explicarlo. Pero semejante ejemplo no es excepcional sino que
la asociación entre un gen regulador y varias estructuras no homólogas parece
ser algo habitual entre los seres vivos. Tales evidencias, y otras muchas
existentes que se podrían dar, proporcionan serios argumentos para dudar de
la homología darwinista o de que los parecidos entre especies distintas son
indicadores indiscutibles de antepasados comunes.

Las aves picotean el árbol de Darwin

La genómica comparada entre los distintos grupos animales está


desconcertado a muchos especialistas ya que los genes no parecen confirmar
los antiguos árboles evolutivos elaborados a partir de las suposiciones de la
homología. Un ejemplo suficientemente significativo lo constituyen las aves,
aunque no son las únicas. En el 2008, la revista ScienceDaily publicó un
artículo que destapó el problema.[203] En síntesis, venía a decir que la genética
no confirma la filogenia evolucionista aceptada hasta ahora y que el estudio
más grande jamás realizado sobre genética aviar plantea un desafío a las
actuales clasificaciones y altera la comprensión de la evolución de las aves.
Los fósiles indican que éstas aparecieron de golpe (radiación explosiva),
como otros muchos grupos animales, en un lapso de tiempo muy corto desde
el punto de vista evolutivo. Apenas se conocen fósiles intermedios anteriores
de los que las aves hubieran podido evolucionar y que proporcionen pistas
sobre sus posibles relaciones con otros grupos de aves.

Pero, sobre todo, los mapas de los distintos genomas aportan sorpresas
destacables como, por ejemplo, que los halcones de cetrería están más
estrechamente emparentados con los jilgueros y demás pájaros cantores que
con otras especies de halcones y águilas. Pequeñas aves acuáticas que se
zambullen, como los somormujos, están relacionados genéticamente con los
enormes flamencos. Y, en fin, los minúsculos y vistosos colibrís, según este
estudio, son sencillamente primos especializados de los rechonchos y
corpulentos chotacabras. El nuevo árbol evolutivo reagrupa casi la tercera
parte de todos los órdenes anteriores de aves. ¡Quién lo hubiera podido
imaginar! Los ornitólogos creen que los textos de biología, así como las guías
de campo para la observación de aves, tendrán que reescribirse. El artículo
sugiere también que diversos estilos de vida, como los hábitos nocturnos de
mochuelos y búhos, la vertiginosa caza de águilas y halcones o la adaptación
a la vida marina de gaviotas y alcatraces, debieron evolucionar varias veces
en las distintas especies. Algo que dificulta notablemente las pretensiones
darwinistas. Los resultados del estudio son tan amplios que se tendrán que
cambiar incluso los nombres científicos de docenas de aves. ¿Qué significa
todo esto?

¿Qué son órganos homólogos?

La palabra homología fue acuñada, en realidad, por un científico


creacionista -el famoso paleontólogo y anatomista inglés Sir Richard Owen,
quien fue contemporáneo de Darwin y rechazó su teoría- para referirse a las
estructuras semejantes de los seres vivos que reflejaban un mismo plan
corporal arquetípico diseñado por el Creador. Sin embargo, los darwinistas
cambiaron este término para acomodarlo a sus planteamientos y dijeron que
la homología reflejaba más bien la supuesta existencia de un ancestro común.
Poco a poco se empezaron a inventar conceptos teóricos que encajaran con tal
definición. Las estructuras análogas -como las alas de una mariposa, un
gorrión o un murciélago- pasaron a significar semejanzas no debidas a
descendencia común sino a la convergencia (o supuesta evolución que llega a
la misma estructura partiendo de direcciones diferentes). ¡Como si fuera fácil
generar genes similares al azar varias veces! Otros neologismos inventados
fueron ortología (semejanzas en la misma rama del árbol filogenético);
xenología (parecidos que proceden de una transferencia lateral de genes) y
sintenia para referirse a genes dispuestos en el mismo orden en la regiones
genómicas. Toda esta jerga evolutiva ha venido a complicar aún más la idea
de homología, según reconocen los propios darwinistas.[204]

No obstante, la cuestión que subyace detrás de toda esta terminología es


la convicción previa de que la evolución es un hecho incuestionable y que,
como señaló el célebre genetista Theodosius Dobzhansky (1900-1975), nada
en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución. Sin embargo, hoy
se conocen demasiadas contradicciones que permiten la duda razonable de
que esto sea así. ¿Cómo puede nadie estar seguro de que dos estructuras o
secuencias similares sean homólogas y reflejen un antepasado común, a la luz
de los numerosos contraejemplos existentes? Los ojos humanos y los de los
pulpos, por ejemplo, poseen una anatomía similar pero según la teoría
darwinista no son homólogos porque no proceden de un antepasado común.
De manera que para saber si dos órganos son homólogos se debería
determinar primero si proceden del mismo antepasado. Sería necesario tener
evidencia de un ancestro común. Pero, ¿no es esto un razonamiento circular
que, en definitiva, dice dos veces lo mismo, que los ancestros comunes
demuestran la homología porque ésta demuestra la existencia de ancestros
comunes? Otro de los círculos viciosos propios del darwinismo.

El árbol de Darwin vuelto del revés


Cuando se pasa de las comparaciones morfológicas (aspecto físico de
los animales) a las comparaciones entre secuencias moleculares (sean éstas de
genes, pseudogenes, nucleótidos o aminoácidos de las proteínas) surgen
también muchas dificultades. Lógicamente el darwinismo se fija en aquellas
que parecen corroborar la idea del ancestro común y descarta todas las que
contradicen tal supuesto, pero éstas últimas son tan abundantes que han
colocado en entredicho todo el árbol de la vida propuesto por Darwin. En vez
de un solo tronco con muchas ramas, la genómica ha dibujado un zarzal de
múltiples raíces y ramas conectadas entre sí a varios niveles.

Todos los seres vivos, desde las bacterias al hombre, poseemos ADN
constituido por las famosas cuatro bases nitrogenadas (A, T, C y G) y el
orden de éstas determina la secuencia de los aminoácidos en las proteínas.
Cuando las células se reproducen, o dividen, se copian perfectamente estas
secuencias de bases nitrogenadas. Sin embargo, a veces ocurren accidentes o
mutaciones que generan copias ligeramente diferentes a las de las células
progenitoras. Esto significa que los organismos podemos tener moléculas de
ADN e incluso proteínas que pueden diferir algo de las de nuestros padres,
abuelos o tatarabuelos. Aquí es menester realizar la siguiente matización. No
es exactamente lo mismo comparar secuencias de ADN en el interior de la
misma especie -dentro de las etnias humanas, por ejemplo- que hacerlo entre
especies diferentes, como pudiera ser simios y hombres. La relevancia de los
resultados no es equivalente ya que, en el primer caso, la afinidad genética es
evidente, mientras que en el segundo ésta se basa en suposiciones de la teoría
darwinista.

A pesar de esto, en 1965 se sugirió desde el evolucionismo que tales


diferencias entre especies podrían ser útiles para determinar las relaciones
evolutivas de los organismos.[205] Aquellos cuyas proteínas o ADN difirieran
poco estarían supuestamente más estrechamente relacionados, en términos
evolutivos, que quienes lo hicieran en un mayor número de subunidades. Si
se asumía que las mutaciones se han venido acumulado de forma constante a
lo largo del tiempo, entonces el número de diferencias entre los organismos
podría servir como una especie de "reloj molecular" que indicara incluso
cuántos años habían transcurrido desde que su ADN o proteínas eran
idénticos. Es decir, cuánto tiempo hace que compartieron un antepasado
común.
El problema es que la comparación de secuencias de ADN de los
distintos organismos vivos que existen hoy es una tarea compleja ya que
contienen miles de subunidades (bases nitrogenadas) y alinearlas
correctamente es difícil. Según como se alineen pueden dar resultados muy
diferentes. Por ejemplo, cuando se intentó datar la famosa explosión
biológica del Cámbrico, es decir, la aparición súbita de todas las clases de
seres vivos según atestiguan los fósiles, por medio de este reloj molecular, los
diversos investigadores llegaron a resultados muy dispares. Unos situaban el
antepasado común de todos los seres vivos entre los 900 y 1000 millones de
años de antigüedad.[206] Otras comparaciones moleculares recortaban esta
fecha a los 670 millones de años.[207] Mientras que algunos científicos
retrasaban a 1200 millones de años el tiempo en que supuestamente vivió el
ancestro común.[208] ¿Cómo es posible que los relojes moleculares mostraran
un retraso de 530 millones de años, entre los resultados máximos y mínimos?
¿No indicaba esta amplia gama de posibilidades que tales relojes no son de
fiar?

Desde la década de los 70 del pasado siglo, los biólogos evolucionistas


han estado esperando que las comparaciones de secuencias de ADN entre las
distintas especies superaran estas dificultades y permitieran construir un árbol
de la vida universal que corroborara de alguna manera sus predicciones
teóricas. Sin embargo, la mayoría de los descubrimientos han venido
frustrando esta esperanza. Cuanto más secuencias se comparan, tanto de
ADN como de ARNr (ácido ribonucleico ribosómico) o de proteínas, las
filogenias resultantes más se contradicen entre sí y con el árbol evolutivo de
la vida.[209] Las diversas moléculas rastreadas conducen a árboles
filogenéticos muy diferentes. Un artículo científico publicado en 1996, que
analizaba 88 secuencias distintas de proteínas, situaba a los conejos más cerca
de los primates que de los demás roedores.[210] Otro estudio de trece genes en
19 especies animales colocaba a los erizos de mar (invertebrados) entre los
cordados (que incluyen a los vertebrados). Y, en fin, de otro basado en doce
proteínas distintas se desprendía que las vacas están más cerca de las ballenas
que de los caballos.[211] Tales inconsistencias han sumido la filogenia
molecular en una grave crisis.

Se ha sugerido que quizás el hipotético antepasado común universal no


era un organismo vivo sino un proceso metabólico que podía intercambiar
material genético o que las discrepancias en las filogenias moleculares
pueden deberse a la transferencia lateral de genes entre especies distintas.
Pero lo que está claro es que el darwinismo necesita nuevas hipótesis, que
aún no se vislumbran, que sean capaces de solucionar satisfactoriamente tales
problemas. Hoy por hoy, la evidencia fósil y molecular demuestra que el
ramificado árbol de la evolución propuesto por Darwin es absolutamente
inconsistente. La explosión de vida del Cámbrico confirma que los filos o
categorías más altas de la clasificación de los seres vivos aparecieron al
principio y no después de cientos de millones de años de evolución. Esto
arranca el árbol de la evolución y lo vuelve del revés. Se trata precisamente
de lo que predice el Diseño inteligente. Es decir, que la complejidad de los
seres vivos, aunque éstos hayan podido variar en el tiempo, existe desde los
orígenes.

A pesar de todo, tales hechos se ignoran y el darwinismo se sigue


enseñando como si fuera una ley natural demostrada. Jonathan Wells, el
famoso biólogo partidario del Diseño inteligente, comenta en su libro Icons
of Evolution, cómo un científico chino le compartía sorprendido que en su
país se podía criticar a Darwin pero no al gobierno, mientras que en Estados
Unidos era al revés. Pues bien, en mi país (España) también es así.
Cualquiera puede criticar al gobierno pero no al Sr. Darwin.

¿Es el cromosoma 2 humano la unión de dos del chimpancé?

La biología humana basada en el evolucionismo se enfrenta hoy a dos


grandes interrogantes. Cómo pudo el simio convertirse en hombre, mediante
los mecanismos propuestos por Darwin, y cómo fue posible que el cerebro
del animal originara la mente humana. Ninguna de estas cuestiones ha podido
ser resuelta todavía por el paradigma darwinista. Se supone que de alguna
manera la evolución debió hacerlo, pero lo cierto es que no sabemos cómo ya
que no hay constancia definitiva de ello. Los fósiles no explican de qué
manera un determinado grupo de simios se convirtió en el linaje de los
homínidos. Ni cómo pudieron surgir, al cabo de unos pocos millones de años,
personas capaces de pensar, amar, hacer valoraciones éticas, crear arte,
desarrollar sociedades complejas y creer en Dios o en seres trascendentes.
Nada de todo este supuesto cambio gradual se aprecia en el registro fósil
humano o en los hechos descubiertos por la paleoantropología. Es verdad que
se han hallado bastantes fósiles de especies de simios y también de diversas
razas o etnias humanas pero la pretendida transición gradual entre unos y
otros continúa siendo un concepto teórico controvertido y lleno de paradojas.

Tampoco las ciencias neurobiológicas han resuelto el misterio de cómo


las señales fisicoquímicas que arriban a los órganos de nuestros sentidos se
convierten en percepciones, sentimientos, ideas, argumentos, emociones o
valores éticos y estéticos. Ni, por supuesto, cómo tales experiencias generan
la conciencia y el yo humano. El origen del lenguaje, la capacidad del libre
albedrío, la tendencia para formar instituciones sociales y políticas, las
habilidades tecnológicas, manipulativas, artísticas, etc., siguen siendo
misteriosas propiedades de la mente humana que aún no han sido
convenientemente explicadas. A pesar de estas dos cuestiones fundamentales
no resueltas, se cree que tarde o temprano la ciencia revelará la verdad. Ni
siquiera se contempla la posibilidad de que el origen de la humanidad, como
el de la vida y el universo, estén fuera del terreno de la ciencia. Y, desde
luego, esto podría haber sido así si realmente fuésemos el producto de un
diseño milagroso o sobrenatural. No obstante, siguiendo el discurso
evolucionista, la genómica comparada pretende tomar el relevo de la
paleontología y sigue trabajando con el ADN de simios y humanos para
establecer los paralelismos que supuestamente indicarían un ancestro común
del que habrían surgido ambas especies.

Cuando se comparan los genomas del chimpancé y el hombre, lo


primero que llama la atención es que este simio presenta 48 cromosomas en
cada núcleo celular (dos series de 24, una serie heredada de cada progenitor)
mientras que los humanos sólo tenemos 46 cromosomas (dos series de 23).
¿No deberíamos tener el mismo número si, en verdad, descendiéramos de un
antepasado común? El darwinismo responde que en algún momento, en la
evolución de nuestro linaje, se debió producir una fusión de cromosomas y
señala al cromosoma número dos (cromosoma 2 humano) como el que sufrió
semejante cambio. Se supone que tal cromosoma correspondería a los dos
cromosomas separados que siguen presentando hoy los chimpancés y otros
grandes simios. Además se afirma que la fusión se produjo por los telómeros
(o parte final de los cromosomas) y que los genes de estos dos cromosomas
de los simios se alinean (sintenia) dentro del cromosoma 2 humano en el
mismo orden que en los simios. El hecho de que este cromosoma 2 muestre
también dos telómeros en su interior y dos centrómeros (o constricciones que
regulan los movimientos cromosómicos durante la división celular),
permitiría pensar en dicha supuesta fusión. De manera que en nuestro
cromosoma 2 encontraríamos exactamente lo que debería esperarse
basándose en el supuesto darwinista de un antecesor común. ¿Hay alguna
explicación alternativa a estos hechos desde el Diseño inteligente?

En primer lugar, la existencia de tal fusión en nuestro cromosoma 2 no


implica necesariamente que, junto con los chimpancés y otros simios,
descendamos todos del mismo antepasado común. La fusión podría haberse
producido solamente dentro de nuestro género Homo, creado
independientemente de los simios. Sería verosímil pensar que al principio el
ser humano podría haber tenido 48 cromosomas que, después de la fusión,
quedaron reducidos a los 46 actuales. Mientras que los grandes simios
siempre se mantuvieron con el mismo número que poseen en el presente. Las
similitudes genéticas entre ambos genomas podrían ser consecuencia, como
ya se ha señalado en otros trabajos, de los mismos requerimientos
fisiológicos o funcionales de ambas especies. De manera que, desde una
concepción no darwinista, tal fusión cromosómica no exige obligatoriamente
una ascendencia común.

En segundo lugar, pueden señalarse también otras cuestiones más


técnicas sacadas de la propia bibliografía evolucionista. Veamos por qué las
actuales investigaciones acerca de los telómeros, o mecanismos para la
reparación de las terminaciones de los cromosomas, parecen entrar en
contradicción con el modelo de la fusión del cromosoma 2 humano. ¿Qué son
en realidad los telómeros de los cromosomas? ¿Para qué sirven? Los últimos
estudios ponen de manifiesto que se trata de aparatos especialmente
diseñados para permitir la existencia de las formas superiores de vida, ya que
bacterias y arqueas carecen de ellos. Son estructuras muy complejas y
equilibradas, formadas básicamente por ADN, ARN y enzimas como la
telomerasa, que regulan la duplicación de los cromosomas en las células
reproductoras (meiosis) e impiden que éstos se acorten en cada división. Si
no fuera por la acción de estos telómeros, que añaden nuevas secuencias
TTAGGG a los extremos de los cromosomas, el ADN de éstos se acortaría
entre 50 y 100 nucleótidos cada vez que se duplican y, al final,
desaparecerían por completo. De manera que los telómeros terminales son un
sofisticado mecanismo de reparación cromosómica.

Los telómeros no contienen genes que fabriquen proteínas, en cambio,


consisten en cortos fragmentos de bases duplicados una y otra vez. En
humanos, la secuencia de ADN del telómero es muy larga y está formada por
muchas unidades de estas seis bases nitrogenadas (TTAGGG) que se repiten
en tándem y pueden tener una longitud comprendida entre las 5.000 y 15.000
bases nitrogenadas. Esta interesante enzima, la telomerasa, participa en la
replicación de los telómeros, sintetizando ADN nuevo a partir de una plantilla
de ARN y añadiéndolo al extremo del cromosoma para impedir que éste se
acorte peligrosamente. De esta manera, la telomerasa alarga y repara el
saliente de la hebra terminal del ADN. Cuando se analizan tales mecanismos
inteligentes, surge siempre la misma cuestión, ¿cómo creer que se originaron
por pura casualidad? Pero ese es otro asunto. Volvamos a lo que nos ocupa.

Como decíamos, el descubrimiento de estas secuencias teloméricas en


medio del cromosoma 2 humano ha permitido al darwinismo proponer que se
originaron por la fusión de dos cromosomas más pequeños de los
chimpancés. Y esto explicaría, tal como hemos señalado, las discrepancias
existentes en nuestro número de cromosomas y el de la mayoría de los
simios. El problema es que los datos genéticos que sustentan este modelo de
la fusión son sumamente ambiguos, problemáticos y cambian con cada nuevo
descubrimiento genético. Resulta que, sorprendentemente, la presencia de
secuencias teloméricas internas completamente intactas, como las que
presenta el cromosoma 2, pueden darse también en otros lugares por todo el
genoma humano.[212] ¿Qué significa esto? Si dos cromosomas distintos de un
supuesto antecesor simiesco se fusionaron para formar uno solo en el
hombre, lo lógico sería observar las únicas secuencias teloméricas de dichos
cromosomas en un lugar concreto de nuestro cromosoma fusionado. Pero,
¿qué sentido tiene descubrir que todos nuestros cromosomas (no solo el
cromosoma 2) presentan muchas regiones internas con repeticiones
teloméricas perfectas?

La presencia de secuencias teloméricas repartidas por todo el genoma


humano podría indicar que éstas no tienen por qué ser fusiones cromosómicas
ocurridas en el pasado sino, más bien, pequeños trozos de ADN que realizan
alguna función práctica especial todavía por descubrir. Que existan tantas en
lugares concretos de todos los cromosomas, puede interpretarse como basura
genética inservible desde el darwinismo. No obstante, desde el Diseño
inteligente reacio al ADN basura, tales estructuras ubicuas y repetitivas
resultan sospechosas de poseer algún tipo de funcionalidad. Actualmente
prosiguen las investigaciones de los biólogos moleculares con el fin de
determinar la naturaleza exacta de tales secuencias teloméricas internas.

Por otro lado, en un trabajo publicado en 2009 por científicos catalanes


de la Universidad Autónoma de Barcelona, se dice lo siguiente: “En este
artículo demostramos que las ITSs (secuencias teloméricas intersticiales) no
están ubicadas en los puntos de rotura evolutiva exacta de las inversiones
entre los cromosomas humano y de chimpancé y entre los cromosomas
humano y de macaco Rhesus. Hemos demostrado que las ITSs no son señales
de reparación en los puntos de rotura de las reorganizaciones del cromosoma
objeto de análisis. (…) La presencia de ITSs en estas ubicaciones no se da
por azar. (…) Las ITSs están conservadas en las especies comparadas, lo que
demuestra que estaban presentes antes que tuvieran lugar las
reorganizaciones.”[213] ¿Qué implicaciones tiene este trabajo para el tema en
cuestión?

Las secuencias teloméricas intersticiales (ITSs) son unidades repetitivas


del ADN del telómero que no se encuentran al final de un cromosoma -como
sería lo normal- sino en medio del mismo o cerca del centrómero. En el lugar
exacto de la supuesta fusión de dos cromosomas de simio, en el cromosoma 2
humano, se observa que la secuencia de repeticiones TTAGGG cambia
repentinamente a repeticiones CCCTAA, que constituyen la secuencia
complementaria de la inversión. Esto se considera, desde el evolucionismo,
indicativo de que el ADN de un telómero de un cromosoma y el ADN de otro
telómero de otro cromosoma se rompieron y posteriormente se fusionaron
por los extremos rotos. A este lugar concreto se le denomina como 2q13 (“2”
es el número del cromosoma; “q” se refiere al brazo largo del cromosoma y
“13” es la posición que ocupa en dicho brazo). Este ejemplo, en efecto,
parece confirmar la fusión de dos cromosomas.

Pero, ¿qué pasa entonces con los otros muchos ejemplos documentados
de estas secuencias teloméricas intersticiales (ITSs) repetitivas existentes por
todo el genoma humano y también en el de los chimpancés? ¿Acaso
demuestran antiguas fusiones cromosómicas? Es evidente que no. Luego,
¿por qué tomar el único dato que parece apoyar la hipótesis de la fusión y
despreciar la mayoría de los ejemplos que la contradicen? La secuencia
telomérica intersticial 2q13 es la única que se podría asociar con un punto de
fusión evolutivo. Sin embargo, todos los demás datos de estas secuencias que
se poseen no concuerdan en absoluto con puntos de rotura cromosómica en
los primates. Como reconocen los autores evolucionistas del artículo
publicado en Cytogenetic and Genome Research: “La disponibilidad de
secuencias genómicas completas (Hubbard et al., 2007) ofrece la oportunidad
de caracterizar las regiones que flanquean los puntos de rotura de
reorganizaciones cromosómicas a nivel molecular. Sin embargo, por lo que
sabemos, sólo la ITS cabeza a cabeza situada en la región humana 2q13,
que es una reliquia de una antigua fusión telómero-telómero, es
precisamente asociada con un punto de rotura evolutivo.”[214]

De manera que fundamentar la hipótesis de que el cromosoma 2


humano es la antigua fusión de dos cromosomas del chimpancé, diciendo que
la secuencia 2q13 es típica de lo que se observa en hombres y simios, es una
deliberada y cuidadosa selección de los datos muy poco científica. Algo que,
por desgracia, se da con demasiada frecuencia en la biología evolutiva. ¿Por
qué se ignoran conscientemente las observaciones opuestas? ¿En base a qué
se decide no mencionarlas? Si la sola secuencia 2q13 confirma la hipótesis de
la fusión de cromosomas, ¿por qué las otras muchas secuencias que la
contradicen no anulan tal hipótesis? Se trata de una balanza desequilibrada
donde un solo dato parece pesar más que cien. Estas omisiones interesadas
hacen del darwinismo una doctrina cada vez más alejada de la verdadera
ciencia.

La complejidad del ADN humano

Nuestro ADN haploide (es decir, el de los 23 cromosomas que


heredamos de cada progenitor) está constituido aproximadamente por 3000 a
3200 millones de pares de bases nitrogenadas (conocidas por las siglas A, T,
C y G). Si se compara, por ejemplo, con el número de letras que tiene la
revisión Reina-Valera (1960) de las Sagradas Escrituras en castellano, resulta
que en el genoma humano cabría toda una librería formada por más de 860
libros distintos del tamaño de la Biblia. Y, además, semejante biblioteca está
en el núcleo de cada célula de nuestro cuerpo, que tiene de media un diámetro
de tan solo unas seis micras o micrómetros (una micra es la milésima parte de
un milímetro). Esto puede dar una ligera idea de la cantidad de información
que posee el ADN del hombre y del poquísimo espacio que se necesita para
contenerla.

No obstante, secuenciar los genomas es solo el principio del trabajo que


hay que hacer para conocer toda esta información. Si se comparasen, por
ejemplo, los datos en bruto de las secuencias de ADN con el principio del
texto bíblico de Juan 3:16, podría leerse algo parecido a esto:
“porquegobarraderotutalmorumanerababuamórimuDiosgogoalitmundo”.
No hay separaciones entre palabras, ni comas, ni negritas como las que
hemos señalado. ¿Cómo saber entonces dónde empiezan y terminan los genes
de “porque”, “de”, “tal”, “manera”, “amó”, “Dios”, “al”, “mundo”? ¿Son
importantes los segmentos intermedios “gobarra”, “rotu”, “moru”, “babu”,
“rimu”, “gogo” y “it”? ¿Son ADN basura porque carecen de función o quizás
son simples espaciadores o acaso intervienen controlando y regulando a los
genes? Tal como se indicó en trabajos anteriores, los genes son importantes
para la formación de las proteínas pero hay muchas clases de segmentos
intermedios que no sintetizan proteínas y, sin embargo, son fundamentales
también para el buen funcionamiento y adecuación al ambiente de todos los
organismos.

De manera que actualmente la genética conoce varios tipos diferentes


de ADN y, aunque todavía no se sabe cual es la función exacta de algunos,
poco a poco se va descubriendo la elevada complejidad de los diversos
genomas. Esto ha reducido notablemente la cantidad del antiguo ADN basura
y ha hecho que algunos científicos digan que el siglo XXI será sin duda el de
la genómica. Veamos cómo son y cómo se denomina a estos tipos de ácido
desoxirribonucleico presentes en el genoma humano.

La división fundamental se da entre el ADN que forma parte de los


genes (intragénico), útil para la síntesis de proteínas, y el que existe fuera de
dichos genes (intergénico), que no participa en tal síntesis. El primero se
divide básicamente en cuatro tipos: a) los genes de ADN, los más estudiados
ya que son las unidades básicas de la herencia que portan la información
necesaria para la síntesis proteica o de algún ARN no codificante; b) los
genes de ARN (ácido ribonucleico) que no producen proteínas pero sí ARN
de transferencia (ARNt), ARN ribosómico (ARNr), microARN (miARN) y
otros genes de ARN no codificantes; c) los elementos ultraconservados o
regiones de ADN que suelen ser idénticas en casi todos los seres vivos y
aunque no se conoce su función se intuye que debe ser muy importante ya
que no han cambiado a lo largo del tiempo y d) los pseudogenes o genes que
en teoría no se transcriben (no forman ARN ni proteínas) y que se supone que
han acumulado diversas mutaciones a lo largo de la historia. El segundo tipo,
el ADN intergénico, se divide a su vez en dos grupos: el ADN repetido en
tándem que forma los llamados satélites, minisatélites y microsatélites, útiles
por su especificidad individual para obtener las famosas huellas personales
del ADN; y, por último, el ADN repetido disperso por el genoma, al que
pertenecen los retrogenes o retrotransposones (SINE, LINE), retrovirus
como HERV y los transposones de ADN.

Debido a esta complejidad y variedad del ADN, sobre todo para


quienes no están familiarizados con estos temas, procuraremos analizar de la
manera más clara posible las características de cada uno de los tipos
implicados en el debate sobre los supuestos antecesores comunes de humanos
y simios. Se resaltarán algunas de las cuestiones problemáticas para el
darwinismo que habitualmente no suelen comentarse. Hasta ahora el
evolucionismo ha hecho hincapié en las similitudes existentes entre los genes
de ADN de chimpancés y hombres con el fin de justificar el supuesto ancestro
común. Ya vimos que tales semejanzas se pueden explicar también desde el
Diseño inteligente, apelando a la idea de que tales genes son idénticos o muy
parecidos en ambas especies porque forman las mismas proteínas que
actuarán en similares procesos metabólicos. Es lógico, por tanto, que un
Creador usara los mismos genes de ADN para producir las mismas funciones
fisiológicas en especies distintas.

Por lo que respecta a los genes de ARN, que antes se consideraban


como espectadores pasivos de las funciones celulares. Hoy sabemos que
cumplen múltiples funciones esenciales en la regulación del crecimiento de
las células. Por ejemplo, los genes del ARN ribosómico (ARNr) codifican el
andamiaje enzimático de los ribosomas y con ello llevan a cabo quizás la más
básica de las funciones de gestión interna, así como el control de aspectos
importantes de la conducta celular. Son capaces de silenciar algunos genes y
además poseen copias de seguridad disponibles en el caso de que los genes
sufran daños. Sin su actividad, la célula moriría. Algo parecido ocurre con
cada tipo de ARN. De manera que los genes de ARN evidencian un
mecanismo de diseño inteligente que no ha podido generarse por casualidad.
La sofisticada traducción que realizan estos genes pone de manifiesto una
convención de lenguaje solo explicable mediante el designio.

El darwinismo, por el contrario, cree que todo este complejo equipo se


formó por azar a partir de unos sencillos ribozimas de ARN que manifiestan -
por supuesto, bajo condiciones controladas en el laboratorio- algo de
actividad catalítica y replicación. Pero lo cierto es que hay un enorme vacío
de complejidad entre estos ribozimas artificiales y la maquinaria existente en
células tan simples como por ejemplo las levaduras. ¿Cómo pudieron saber
tales levaduras que era positivo guardar centenares de copias de seguridad
para el futuro y crear por azar todo el mecanismo adecuado para mantenerlas
hasta que fueran necesarias? Esto es algo que excede con mucho las meras
necesidades de supervivencia y que, desde luego, la selección natural a ciegas
es incapaz de crear.

Los “elementos ultraconservados” contradicen el darwinismo

Se llama elementos ultraconservados a ciertas regiones del ADN de


humanos y otros animales que muestran un gran parecido entre sí (del 100%
en muchos casos), lo que implica una constancia casi absoluta desde el
principio. Incluso han cambiado menos que las proteínas a lo largo del
tiempo. Se conocen alrededor de medio millar de tales segmentos de ADN
que poseen un tamaño mayor de 200 pares de bases y están totalmente
conservados entre los genomas del hombre, el ratón y la rata.[215] Esto supone
un serio contratiempo para las previsiones evolucionistas puesto que se
pensaba que el genoma de las distintas especies biológicas reflejaría el
supuesto linaje de éstas. El neodarwinismo confiaba en que, ya que los fósiles
y la anatomía comparada no confirman la historia de Darwin, por lo menos
los genes lo hicieran. Sin embargo, los elementos ultraconservados
demuestran que éste tampoco es el caso. Veamos por qué.
La teoría de la evolución afirma que las mutaciones al azar se acumulan
en los seres vivos con el tiempo. De manera que peces, anfibios, reptiles, aves
y mamíferos (los animales vertebrados) habrían tomado ramas separadas del
árbol de la vida. Diferentes caminos que se independizaron hace millones de
años. Entonces, ¿cómo es que estos miles de segmentos ultraconservados (no
sólo entre humanos y roedores sino también entre otras especies) no han
cambiado en absoluto? ¿No debería la evolución divergente haber modificado
genomas tan distantes? ¿Qué responde a esto el darwinismo?

Teóricamente, las mutaciones pueden ser perjudiciales, beneficiosas o


neutras para los individuos que las presentan. Si son dañinas se supone que la
selección natural las elimina. Si, por el contrario, presentan algún beneficio,
la selección tendería a preservarlas. Pero las mutaciones neutras, que no
causan perjuicios ni beneficios, se deberían ir acumulando con el tiempo
según resulta de la deriva genética o los cambios en la frecuencia de los genes
en las poblaciones. Se supone que la cantidad de tal deriva entre dos especies
de mamíferos, tan alejadas como el ser humano y los ratones, sería muy
elevada si, en verdad, sus antecesores se separaron hace decenas de millones
de años. Este problema se multiplica cuando se comparan los genomas de
peces y aves, con elementos ultraconservados al 95% y divergencias
temporales de 300 a 400 millones de años. ¿Cómo es posible que unas partes
del genoma estén como congeladas en el tiempo mientras otras parecen
cambiar con rapidez?

La respuesta darwinista es que tales regiones ultraconservadas


probablemente han sufrido una “selección purificadora” ya que se trataría de
segmentos de ADN muy importantes para los seres vivos y que, por lo tanto,
deben ser protegidos de los cambios o mutaciones accidentales. Cuando éstas
aparecen se corrigen o purifican de inmediato. Esto significa que la selección
purificadora realizaría el trabajo inverso a la selección natural. En vez de
seleccionar positivamente los cambios para darles una nueva función, actúa al
revés, selecciona negativamente en contra de todo cambio. Tal pirueta teórica
indemostrable pretende justificar la evidencia contraria que suponen los
elementos ultraconservados, a costa de invertir por completo el sentido del
motor de la evolución. Cualquier hipótesis puede valer para mantener la
metafísica darwinista, antes que reconocer las implicaciones negativas de los
hechos observables.

El problema de esta explicación poco satisfactoria es que no todos los


elementos ultraconservados se encuentran en los genes activos o exones que
forman proteínas sino que muchos de ellos existen también en los intrones
(que no codifican proteínas) o regiones que se consideran como ADN basura.
Pero, ¿por qué iba la selección natural a conservar con tal exactitud trozos de
ADN basura sin función durante millones de años? Es evidente que no puede
tratarse de basura genética sino de algo que, aunque todavía se desconozca su
utilidad, debe ser vital para los organismos. Todos los indicios apuntan a que
estos segmentos, tan alejados de los genes, actúan como potenciadores de los
mismos y que deben ser importantes para regular el desarrollo embrionario.

Sin embargo, el misterio de los elementos ultraconservados todavía


puede complicarse más para el darwinismo. En un artículo publicado en
Public Library of Science: Biology, se decía que ratones a los que se les había
privado de uno de estos elementos ultraconservados del genoma sobrevivían
con total normalidad.[216] ¿Cómo podía interpretarse esto? ¿Acaso no se
suponía, desde la evolución, que si tales secuencias de ADN estaban tan bien
conservadas era porque debían ser muy importantes para la supervivencia?
¿Por qué entonces el ratón al que se le había suprimido una secuencia de 1,6
millones de bases de ADN seguía viviendo como si tal cosa, igual que sus
congéneres no alterados? A pesar de la ocurrencia de la selección
purificadora, lo cierto es que actualmente no se conoce ningún mecanismo
molecular que pueda explicar una conservación de esta naturaleza. Semejante
hallazgo va contra todas las expectativas de la genética evolutiva porque, si el
darwinismo fuera cierto, no deberían existir estos elementos ultraconservados
en nuestro ADN y en el de otros muchos animales. Los genetistas reconocen
que todavía nos queda mucho que aprender de la complejidad del ADN
humano.

Falsos genes no tan falsos

Aunque a primera vista los argumentos a favor de la descendencia


común de hombres y simios puedan parecer sólidos, lo cierto es que cuando
se analizan meticulosamente aparecen las incongruencias. En muchas de las
supuestas pruebas, lo que se hace es escoger selectivamente aquellos datos
que podrían confirmar la hipótesis evolucionista y desechar todos los
ejemplos contrarios que aparecen en la literatura científica. Esto ocurre
también con los llamados falsos genes o pseudogenes.

Generalmente se supone, desde el darwinismo, que los pseudogenes


son trozos de ADN o ARN que se parecen a los genes funcionales pero, por
el contrario, no elaborarían ningún producto funcional. Se cree que, en el
transcurso del tiempo, habrían acumulado diversas mutaciones sin sentido y
podrían también haberse duplicado, por lo que hoy no servirían para nada.
Serían, por tanto, un buen ejemplo evolucionista de ADN basura.[217] Francis
Crick, uno de los famosos descubridores de la estructura helicoidal del ADN,
acuñó junto a otros colegas la expresión “ADN egoísta” para describir tales
regiones del genoma.[218] De manera que la concepción imperante hasta hoy
es que los pseudogenes viajan de gorra y son como vagabundos genéticos o
escombros dejados ahí por la evolución. Se deduce entonces que si el ser
humano y otras especies comparten tales genes falsos es porque descienden
de los mismos antepasados. ¿Es esto realmente así? ¿No cabe otra posible
explicación? ¿Son verdaderamente inútiles los pseudogenes?

En realidad, cuando se analizan los trabajos científicos al respecto, se


descubre que hay en la bibliografía especializada ejemplos de pseudogenes a
los que se les ha descubierto recientemente determinadas funciones en los
seres vivos y, por tanto, no serían falsos genes. Desde el evolucionismo se
responde que tales pseudogenes con función son escasos, en relación al total
de los que se conocen, y que tal proporción sería insignificante. Sin embargo,
lo cierto es que la cantidad de estos “falsos genes con función” aumenta
progresivamente con las nuevas investigaciones y esto permitiría pensar que
quizás ocurra como con el resto del ADN basura. Es decir, que poco a poco a
tales pseudogenes se les vaya encontrando también alguna funcionalidad
biológica. Veamos algunos ejemplos al respecto.

En enero de 2012, varios científicos publicaron un trabajo en la revista


RNA Biology, que llevaba el sugerente título de “Los pseudogenes han dejado
de serlo”.[219] En él se podía leer que el análisis comparado de pseudogenes
presentes en los genomas del ratón y el ser humano demostraba
sorprendentemente que el 60% de los mismos eran similares y se habían
conservado en ambas especies de mamíferos. Esta gran abundancia y
similitud en una diversidad de especies biológicas (no sólo entre hombres y
ratones) sugiere que estos elementos genéticos se han conservado
probablemente porque deben realizar importantes funciones biológicas.
Además, los autores confirman que los pseudogenes, tanto de los ratones
como de las personas, producen transcripciones estables. O sea que el ADN
que los constituye genera copias de ARN que permanecen inalterables en la
célula. La experiencia muestra que esto ocurre cuando dicho ARN va a ser
usado en alguna función posterior. Pero, si los pseudogenes no sirven para
nada, ¿cómo es que se expresan tan abundantemente? ¿No representa esto un
enorme desperdicio de los recursos de la célula? Lo más lógico es pensar que
se transcriben porque poseen alguna función todavía desconocida.

De hecho, en este mismo artículo, se aporta una lista de funciones


descubiertas para los pseudogenes. Se sabe que pueden funcionar como
inhibidores internos en el desarrollo celular. Algunos regulan la expresión
génica interfiriendo en el ARN y generando pequeños ARNs (siRNAs) con
funciones concretas en determinadas rutas de ARNi. Incluso pueden
transcribirse y dar lugar a proteínas funcionales como las que produce el
pseudogén “nanog”, capaces de actuar en líneas de células cancerígenas. Y
todo esto en ácidos nucleicos que, desde el darwinismo, se había supuesto
que eran basura genética.

Hay que reconocer también, en honor a la verdad, que descubrir


funciones en los pseudogenes es muy difícil ya que depende de técnicas y
metodologías complicadas, de las que hasta hace relativamente poco no se
disponía. No sólo era la concepción darwinista del ADN basura. De manera
que, con toda probabilidad, en el futuro se seguirán descubriendo más
pseudogenes funcionales según se vayan desarrollando nuevas tecnologías
biológicas en los laboratorios especializados.

El estudio de los mal llamados falsos genes se encuentra sólo en sus


comienzos. De ahí que la actitud más prudente sea la de esperar para ver los
resultados finales. Pero lo que está claro es que considerar el genoma de los
seres vivos, y en especial el nuestro, como algo lleno de restos inútiles
acumulados a lo largo de la evolución ya no resulta justificable. Los
especialistas están empezando a desarrollar la tecnología necesaria y a
comprender las múltiples funciones de los pseudogenes. De hecho, los datos
descubiertos hasta ahora indican que no son basura inservible sino que, tal
como cabría esperar desde la concepción del Diseño inteligente, poseen
sofisticadas funciones biológicas que apuntan a la sabiduría de una mente
muy singular.

Otro ejemplo significativo, de lo que estamos comentando acerca de los


pseudogenes, lo proporciona un artículo publicado recientemente (2016) en
Nature con el título: “Pseudo-pseudogenes en receptor olfativo”.[220] Los
científicos suizos que lo firman encontraron algo, en una especie de mosca de
la fruta endémica de las islas Seychelles (Drosophila sechellia), que también
desafía el paradigma de los pseudogenes. Veamos en primer lugar la
siguiente cuestión: ¿cómo supone un genetista que un determinado
pseudogén es en realidad un gen estropeado? Fundamentalmente porque
encuentra en medio de él un codón de terminación prematuro (PTC por sus
siglas en inglés). Es decir, una breve secuencia de bases nitrogenadas en el
ADN que sirve para detener su expresión. Una especie de STOP molecular.
Es evidente que un gen así no podría traducirse en una proteína funcional ya
que la transcripción se detendría antes de formarse el ARN mensajero. Pues
bien, lo que estos científicos descubrieron en un pseudogén de tal mosca es
que, a pesar de presentar un PTC, seguía siendo funcional. ¿Qué sentido tenía
esto?

En efecto, los investigadores examinaron el locus Ir75a (o lugar del


ADN donde se localiza un gen de un receptor olfativo de la mosca), -ya que
en otra especie más famosa y mejor estudiada de mosca de la fruta
(Drosophila melanogaster) se sabía que en ese mismo locus está el gen que
codifica también un receptor olfativo para el ácido acético- y lo que
encontraron en la especie de las islas les sorprendió, ya que vieron un codón
de terminación prematuro (PTC), por lo que creyeron que se trataba de un
gen mutado sin función. No era esto lo que esperaban hallar. Asimismo, les
llamó la atención que dicho pseudogén estuviera fijado en la población de
moscas, lo cual sugería paradójicamente que debía tener alguna función. Y,
efectivamente, vieron que la maquinaria de la transcripción y traducción
podía seguir leyendo como si tal cosa a través del codón de terminación
prematuro pero sólo en las células nerviosas (o neuronas), no en todas las
demás. Este descubrimiento abre una nueva forma de entender los
pseudogenes ya que algunos podrían ser reguladores de la actividad
específica de determinados tejidos. Y, por supuesto, tendrían una función
muy concreta.

Los diversos experimentos han puesto de manifiesto que este “pseudo-


pseudogén Ir75a” de la mosca de las Seychelles produce en realidad un
receptor de olores, pero no para el ácido acético como en D. melanogaster,
sino para otros olores ácidos exclusivos de los alimentos que se dan en tales
islas. Esto le permite al insecto detectar otras fuentes alimentarias propias de
su medio ambiente. Ha perdido la sensibilidad olfativa al ácido acético, que
en su ecosistema no le resulta útil, pero ha adquirido nuevas sensibilidades a
los olores que le son frecuentes. ¿Cómo se logra esto? Precisamente al leer un
PTC en el pseudogén Ir75a se produce una proteína nueva, con algunos
aminoácidos cambiados, que permite detectar otros olores. Esto significa que
se trata de un “pseudo-pseudogén” o de otro mal llamado pseudogén que
posee una importante función vital para la supervivencia de este pequeño
insecto.

Por supuesto, desde el darwinismo puede decirse que tal cambio se


produjo de alguna manera por selección natural. No obstante, otra forma de
verlo es como un rasgo de diseño. De hecho, este codón de terminación
prematuro (PTC) es algo mucho más elegante que una simple señal de STOP.
Aparece como un conmutador que ordena a la maquinaria bioquímica de la
traducción que preste atención al código en sentido descendente, en el caso
de que dicha traducción esté ocurriendo exclusivamente dentro de una
neurona. Sin embargo, en las demás células significa sólo STOP y, por tanto,
la transcripción es inmediatamente interrumpida. Se trata de un mecanismo
inteligente que permite a las neuronas de esta mosca de la fruta detectar
estímulos medioambientales capaces de disparar unas rutinas bioquímicas
preexistentes que afinarán su sensibilidad a determinados olores de plantas
que le servirán de alimento.

¿No se habría descubierto antes este mecanismo si se hubiera supuesto


que en los genomas no hay tanta basura? Es evidente que las ideas previas
(evolución al azar o diseño inteligente) tienen implicaciones importantes en
los resultados científicos. La experiencia de los últimos años ha sido
esclarecedora al respecto. Muchas estructuras que fueron descartadas por
considerar que eran desechos evolutivos carentes de función, revelaron
después que presentaban niveles superiores de organización y actividades
sofisticadas. Se supuso, por ejemplo, que los intrones (trozos de ADN no
codificante) que se recortan de los ARN mensajeros eran basura; que los
grupos metilo que interfieren con la traducción eran errores; que los
retrotransposones debían ser parásitos y que los pseudogenes eran genes
mutados y estropeados. Hoy sabemos que no es así. Cada año aparecen
nuevos trabajos que desmienten tales suposiciones. Si los genetistas hubieran
esperado diseño en la naturaleza, probablemente habrían descubierto mucho
antes las actuales concepciones genéticas y epigenéticas, así como la
regulación génica y el splicing alternativo. La tesis del Diseño inteligente no
exige que todo sea diseñado. La selección natural puede modificar a los seres
vivos. No obstante, considerarlo todo como no diseñado puede conducir a
errores y a interpretaciones precipitadas.

Hay otros trabajos que corroboran también esta idea de que los
pseudogenes no son reliquias sin función. Se sabe, por ejemplo, que los
llamados PTENP1 y KRAS1P actúan como supresores de tumores.[221] Un
estudio publicado en Annual Review of Genetics señalaba roles funcionales
para determinados pseudogenes, tales como expresión y regulación génica,
generación de diversidad genética (anticuerpos, antígenos y otros),
recombinación genética y otras actividades que serían propias de genes
normales.[222] Otro artículo de Nature News indica que los péptidos del arroz
brillante podrían tener implicaciones sobre posibles funciones de los
pseudogenes.[223] En fin, la bibliografía especializada no para de aumentar en
este sentido.

De manera que la existencia de los pseudogenes en los genomas


humanos y de otros animales puede interpretarse también, desde el diseño,
como necesaria para el buen funcionamiento de las especies ya que poseen
funciones muy concretas, aunque en muchos casos éstas estén todavía por
descubrir. Y, por tanto, utilizarlos como argumento para decir que
compartimos con los simios un antepasado común es una suposición que
pierde notable solidez.

Hombres, simios y retrovirus


Las regiones que no forman genes (intergénicas o extragénicas) del
ADN constituyen en realidad la mayor parte del genoma humano y,
generalmente, su función resulta todavía bastante desconocida. Muchas de
estas regiones están formadas por elementos repetitivos que no responden a
un patrón definido ni resultan fácilmente clasificables. Desde el darwinismo
se supone que buena parte de este ADN intergénico podría ser un artefacto
evolutivo que actualmente ya no poseería ninguna función. De ahí que a tales
regiones se las incluyera también -junto a las demás secuencias intrónicas
(que no forman genes) y los pseudogenes- en la denominación tendenciosa de
“ADN basura” (Junk DNA).

Aunque, tal como hemos visto en esta serie sobre el genoma humano,
semejante designación no es precisamente la más acertada, dado el
importante papel regulador descubierto recientemente en muchas de tales
secuencias. Además, el elevado grado de conservación de algunas de ellas,
entre diferentes especies, indica que probablemente poseen otras funciones
esenciales aún por descubrir. De manera que, hoy por hoy, sería mejor hablar
de “ADN no codificante” o de “ADN repetitivo” en lugar de ADN basura.
Para complicar las cosas, cada vez resulta más difícil definir una región del
genoma como “génica” o “intergénica”, ya que los genes y las secuencias
relacionadas con ellos se extienden también a las regiones habitualmente
consideradas como intergénicas. En los tiempos de Darwin, los naturalistas
pensaban que las células apenas tenían misterios. Hoy sabemos cuán
equivocados estaban, ya que con cada nuevo descubrimiento biológico se
abre todo un abanico de nuevas complejidades y enigmas.

A pesar de todo, el ADN intergénico puede dividirse hoy en líneas


generales en dos clases principales: el que se repite en tándem formando los
llamados satélites, minisatélites y microsatélites; y el que lo hace de manera
dispersa, originando retrotransposones y retrovirus. Los satélites son
secuencias de ADN que suelen contener entre cinco y varios cientos de
nucleótidos que se repiten miles de veces en los cromosomas. Los
minisatélites sólo presentan secuencias de seis a veintitantos nucleótidos
repetidos en tándem. Se estima que el genoma humano posee unos 30.000
minisatélites que regulan la expresión de los genes, la transcripción, la
actividad de los telómeros y otras funciones. Son muy útiles en genética
forense para determinar la huella genética o análisis del ADN de cada
persona. Como los loci, o lugares que ocupan minisatélites y microsatélites
en el genoma, varían tanto entre los individuos, esto permite realizar el perfil
de cada cual. Y, en tercer lugar están los microsatélites, que son fragmentos
muy pequeños (de dos a cuatro nucleótidos), de los que se conocen unos
200.000 en nuestro genoma y son también útiles como marcadores. Nada de
este ADN intergénico en tándem resulta relevante para el tema que nos ocupa
de la ascendencia común entre humanos y simios. Sin embargo, aquel que se
repite de manera dispersa sí presenta repercusiones interesantes. Veamos por
qué.

El ADN repetido disperso constituye el 45% del genoma humano y se


repite diseminado por todos los cromosomas. A él pertenecen los llamados
retrogenes (o retrotransposones) y los retrovirus. Los retrogenes,
considerados hasta ahora como ADN basura, se originan cuando el ARN
mensajero de un gen celular normal es copiado, de manera poco habitual, en
forma de ADN y reinsertado de nuevo en el genoma. Se supone que esto
puede haber sucedido muchas veces al comienzo de la evolución. Diversos
estudios han señalado que algunos retrogenes pueden tener importancia en la
regulación génica. Sin embargo, también se sabe que son capaces de provocar
enfermedades como la distrofia muscular facioescapulohumeral (FSHD).[224]

Se conocen cuatro clases de estos elementos repetitivos intercalados o


retrogenes: los SINES (Short Interspersed Nuclear Elements o elementos
nucleares dispersos cortos); los LINES (Long Interspersed Nuclear Elements
o elementos nucleares dispersos largos) que codifican proteínas y se parecen
a los retrovirus, por lo que algunos autores opinan que podrían derivar de
ellos. Se sabe que si la reinserción de un LINE tiene lugar en células
reproductoras que van a convertirse en óvulos o espermatozoides, el retrogén
copiado pasará a la descendencia y podrá causar una mutación que, con toda
seguridad, provocará alguna enfermedad o disminuirá la eficacia biológica de
los hijos; los LTR (Long Terminal Repeats o elementos con repeticiones
terminales largas); y los HERV (Human Endogenous Retrovirus o retrovirus
endógenos humanos) que son virus capaces de integrar su genoma de ARN
en una célula infectada humana. El darwinismo supone que durante la
evolución de los vertebrados ciertas infecciones retrovirales afectaron a las
células humanas de la línea germinal. Los estudios sobre estos elementos de
transposición y transferencia lateral de genes han revolucionado la
concepción que hasta ahora se tenía del genoma, ya que tales elementos de
ADN o ARN se muestran como mucho más dinámicos y complejos de lo que
se creía.

¿Demuestran los retrovirus nuestra descendencia común con los simios?

Como acabamos de ver, los retrovirus son virus con ARN capaces de
transcribirse a la inversa a ADN, gracias a una enzima llamada transcriptasa
inversa. Dicho ADN se incorpora a continuación al genoma del organismo
huésped mediante la acción de otra enzima, la integrasa. El darwinismo
supone que un retrovirus endógeno (ERVs) es una clase especial de retrovirus
que carece de función (por tratarse de ADN basura) y puede invadir la línea
germinal humana, o de cualquier otra especie biológica, y pasar así a la
descendencia. Si tales estructuras parásitas que no servirían para nada,
derivadas de un hipotético virus que nos infectó en el pasado, se detectan en
los genomas de humanos y otros simios actuales, esto sería un claro indicio
de que ambos descendemos de un antepasado común. En este sentido, se
citan algunos ejemplos de estos ERVs que parecen corresponderse con la
filogenia estándar de los primates superiores, lo que parecería favorecer las
tesis evolucionistas. ¿Hasta qué punto es esto así?

Lo primero que conviene señalar es que ya se ha descubierto que


muchos retrovirus endógenos no son ADN basura sino que presentan
funciones importantes para la célula. Esto desmonta el argumento
evolucionista puesto que los ERVs que compartimos con los simios podrían
explicarse también como componentes de un diseño común, en vez de una
descendencia común. Se han publicado numerosos trabajos que demuestran
esta funcionalidad de los retrovirus endógenos. Los datos del proyecto
ENCODE han servido para encontrar grandes porcentajes de ERVs en el
genoma humano asociados con la cromatina y que son transcritos de manera
no aleatoria, lo que indica una función precisa.[225] Durante la última década
se ha identificado una multitud de funciones para los ERVs que van desde ser
promotores activos para la transcripción en células humanas,[226] hasta la
supresión de tumores[227] o la intervención en el desarrollo embrionario de los
ratones.[228] También existe hoy mucha bibliografía que evidencia la función
de los ERVs para conferir inmunidad a la especie anfitriona frente a
infecciones de retrovirus exógenos.[229]

Incluso se ha documentado la existencia de proteínas retrovirales que


son absolutamente necesarias en el desarrollo de la placenta de humanos,
ratones y otros mamíferos.[230] Además, en este último trabajo, los autores
evolucionistas dicen algo sorprendente. Confiesan todo lo contrario de lo que
cabría esperar de los ERVs compartidos por especies distintas. Si el
argumento evolucionista es que ciertos retrovirus comunes a hombres y
simios demostrarían una ascendencia común, ahora resulta que existen
también retrovirus comunes a diferentes especies pero adquiridos
independientemente y, por tanto, no se deberían a descendencia común. En
efecto, los autores del artículo manifiestan que “estos datos son un poderoso
argumento a favor de una función crucial de la sincitina-A y -B en la
formación de los sincitiotrofoblastos en los murinos, con lo que se llega a una
situación más bien singular donde dos pares de retrovirus endógenos,
adquiridos independientemente por los linajes de primates y de roedores,
hubieran sido seleccionados positivamente para una función fisiológica
convergente.” (Énfasis añadido). Es decir, se apela a la idea darwinista
indemostrable de la evolución convergente como única explicación posible.
Pero, desde el punto de vista del diseño, es sumamente improbable que esto
haya podido suceder varias veces por medio de mutaciones al azar y
selección natural. ¡Que le toque a uno el premio gordo de la lotería es muy
difícil, pero que le toque dos o más veces seguidas es algo inimaginable!

Es cierto que los humanos compartimos retrovirus (ERVs), en los


mismos lugares del genoma, con los chimpancés así como con otros grandes
simios. También con gibones y cercopitecos o monos del viejo mundo. Esto
se interpreta desde el darwinismo como que los hombres y los demás
primates debemos tener un antepasado común, una especie ancestral que fue
infectada por tales retrovirus y los transmitió por vía sexual a su
descendencia. No obstante, este argumento evolucionista presenta ciertos
inconvenientes que no se suelen tener en cuenta. Por ejemplo, cuando se
compara el genoma humano con el de los gorilas y chimpancés no siempre
los retrovirus coinciden en los mismos sitios. El ERVs conocido como
provirus HERV-K, que está presente en la misma posición del genoma
(ortóloga) de gorilas y chimpancés, curiosamente no aparece en el genoma
del ser humano.[231] Nuestro ADN muestra un sitio intacto en ese locus
concreto. La explicación más lógica para dicha ausencia es que se trate de
una inserción independiente en los linajes del gorila y del chimpancé ya que,
al estar intacto ese lugar, no resulta posible que se haya perdido del genoma
humano por procesos de recombinación genética. De manera que las
inserciones de tal retrovirus en los linajes del chimpancé y del gorila han de
ser sucesos independientes y no de descendencia común.

Otro inconveniente es el de los llamados puntos calientes. Algunos


trabajos han puesto de manifiesto que los retrovirus tienen ciertas
preferencias por insertarse en determinados puntos concretos de los genomas
y no aleatoriamente como hasta ahora se pensaba desde el darwinismo. Dicha
selectividad de los retrovirus por los puntos calientes se ha mostrado hasta
280 veces más frecuente que la predicha matemáticamente.[232] Algunos
retroelementos, como el llamado Alu, se insertan habitualmente de manera
preferente en ciertas clases de elementos transponibles ya presentes, y lo
hacen siempre con una orientación específica y en ubicaciones concretas
dentro de la secuencia del elemento móvil.[233] La revista Science publicó un
estudio sobre el genoma de la pulga de agua, en el que se decía que los
intrones se insertan rutinariamente en los mismos loci.[234] Esto le llevó a
decir a uno de los firmantes del trabajo, el conocido biólogo Michael Lynch:
“Cosa increíble, hemos encontrado muchos casos de adquisiciones de
intrones paralelos en esencialmente los mismos sitios en genotipos
independientes. Este es un poderoso argumento en contra de la suposición
común de que cuando dos especies comparten intrones en el mismo sitio se
debe siempre a herencia desde un antecesor común”. De manera que estas
preferencias por lugares diana, o puntos calientes, de los genomas están muy
bien documentadas en la bibliografía. ¿A qué podría deberse tal preferencia
de sitio de los retrovirus? Es muy posible que tales lugares concretos
contribuyan mejor al éxito reproductivo de los ERVs.

Ahora bien, de entre las decenas de miles de estos retrovirus existentes


en el genoma humano, ¿cuántos se sabe que ocupan los mismos sitios en
humanos y chimpancés? Se han documentado tan sólo siete, pero pongamos
como mucho una docena.[235] No obstante, dada la enorme cantidad de
retrovirus en nuestro genoma, y teniendo en cuenta lo que acabamos de ver
sobre las preferencias de ubicación y los puntos calientes, ¿cuáles son las
probabilidades de que este reducido número de ERVs se haya insertado
independientemente en el mismo locus? Yo creo que muchas y, si esto
hubiera sido así, el argumento darwinista del ancestro común se queda sin
fundamento. En ausencia de un mecanismo natural factible capaz de explicar,
sin apelar a la imaginación, cómo pudo haber tenido lugar una evolución
desde un antecesor común, ¿cómo podemos estar seguros de que realmente
fue así? Se debería poseer alguna prueba espectacular que demostrara tal
descendencia. Sin embargo, lo que se posee, la docena de retrovirus, es algo
sumamente endeble.

Las ardillas voladoras y la teoría del ancestro común

Los elementos de transposición o transposones (antiguamente llamados


“genes saltarines”), que se hallan por todo el genoma humano y de otras
especies, son segmentos de ADN capaces de moverse de un lugar a otro, o
transponerse, en un genoma. Poseen enzimas especiales (transposasas) que
les permiten “cortar y pegar” su ADN para trasladarse a otro lugar del mismo.
Son parecidos a los virus pero, a diferencia de ellos, no salen de la célula que
han infectado para buscar otras a quienes infectar de nuevo. Simplemente se
dedican a copiarse a sí mismos y moverse a otros lugares del genoma pero
siempre dentro de la misma célula. Lo que sí pueden hacer es transmitirse de
padres a hijos cuando forman parte del genoma de las células germinales. Se
cree que el ADN humano posee alrededor de 300.000 copias de estos
elementos repetidos dispersos originados por los transposones.[236] Lo cual
constituye el 3% de nuestro genoma.

Los biólogos evolucionistas, desde su conocida cosmovisión,


consideran que los transposones son también “genes egoístas” ya que
sobreviven y se reproducen dentro de las células pero supuestamente no
aumentan la eficacia biológica de éstas. De manera que, tanto los virus como
los elementos de transposición, se clasifican como parásitos porque
consumen tiempo y recursos celulares, y además son capaces de alterar las
funciones genéticas al moverse a otros lugares del genoma. Como resultado,
disminuyen la eficacia biológica de la célula huésped y le perjudican
considerablemente.

Desde el punto de vista evolutivo, se considera que los transposones


constituirían una sólida prueba de nuestro pasado simiesco, pues si se supone
que éstos se insertan al azar en cualquier lugar del genoma y resulta que
simios y humanos presentamos los mismos elementos de transposición en los
mismos lugares del ADN, lo lógico sería pensar que ambas especies
habríamos heredado dichos transposones de un antepasado común. Puesto
que la probabilidad de que dos de estos elementos se insertaran
independientemente en el mismo lugar del genoma de dos especies distintas,
como el hombre y el chimpancé, sería excepcionalmente insignificante.

Por tanto, la cuestión fundamental es saber si realmente los


transposones se insertan al azar o bien lo hacen condicionados por las
enzimas que les dirigen a determinados puntos diana del ADN. Si la
integración fuera aleatoria, el darwinismo estaría en lo cierto, pero si no lo es,
dicho argumento perdería toda credibilidad. Se trata de la cuestión de
siempre, el azar de las mutaciones y la selección natural frente a la
programación del diseño inteligente. Tal como se verá en la propia
bibliografía evolucionista, que los transposones se inserten aleatoriamente en
el genoma es una suposición que carece de suficiente fundamento. Veamos
por qué.

En primer lugar, es menester señalar que la narrativa darwinista suele


“explicar” muchos acontecimientos extraordinarios de la historia de la vida
diciendo que se debieron al azar. Cuando no es posible razonar de otra
manera sin apelar al diseño, siempre se recurre al mismo “argumento”. ¡Nos
tocó la lotería y punto! El problema es que resulta inapropiado y altamente
sospecho que siempre nos toque la lotería. Tal manera de razonar suele
taparse con subterfugios o términos que parecen científicos pero no lo son.
En este sentido, se habla de convergencia entre especies o de convergencia
molecular para explicar lo inexplicable en términos evolutivos. Es decir, que
dos animales o dos macromoléculas se parezcan entre sí -y supuestamente
hayan evolucionado al azar de la misma manera- a pesar de no tener casi nada
más en común. Características complejas que habrían surgido por mutaciones
aleatorias de forma independiente más de una vez.

Por ejemplo, se dice que las ardillas voladoras placentarias del


hemisferio boreal (que en realidad no vuelan sino planean) han seguido las
mismas pautas evolutivas (evolución convergente) que las especies de ardillas
planeadoras marsupiales del hemisferio austral. Ambos grupos presentan
grandes ojos, así como una membrana (patagio) que se extiende lateralmente
desde las patas delanteras a las traseras y les permite planear entre los árboles
o huir de los depredadores. Sin embargo, estos dos tipos de ardillas son muy
diferentes entre sí ya que el desarrollo embrionario de unas se realiza, como
el nuestro, en el interior del cuerpo materno mediante una placenta, mientras
que el de las otras no. Y esto las coloca, según el darwinismo, en grupos
filogenéticos muy diferentes. Se afirma que sus órganos, aunque se parezcan,
son análogos (no homólogos) y que, de alguna manera, la selección natural
adaptó ambos linajes para estilos de vida similares.

He aquí una muestra de cómo la evidencia contradictoria de los hechos


impulsa al evolucionismo a asumir historias irracionales, que no pueden
demostrarse en la práctica, apelando siempre al misterio del azar. Pero lo
cierto es que la selección natural es incapaz de crear órganos nuevos porque
lo único que puede hacer es eliminar las malas estructuras que no funcionan
bien en un determinado ambiente. No influye en las mutaciones al azar que
deberían surgir con diseños tan sorprendentes como los que se pretenden. De
ahí que el darwinismo, con el fin de explicar los hechos observados, se vea
obligado a usar un lenguaje teleológico que dota de intención al proceso de la
selección natural y lo convierte, de forma engañosa, en un diseñador
inteligente. Tales ejemplos incongruentes de supuesta evolución convergente
al azar no son excepcionales sino muy abundantes por toda la biología
evolutiva. Suelen ser la regla y no la excepción. Desde la misteriosa aparición
independiente de mecanismos de biosíntesis de ADN, en eubacterias y
arqueas, hasta el origen de los sistemas de ecolocación de murciélagos y
cetáceos como los delfines. Todo esto se echa al cajón de la evolución
convergente que lleva un gran título en mayúsculas: DEBIDO AL AZAR.

No obstante, cuando el azar no conviene al darwinismo se rechaza por


completo. Este es precisamente el caso que estamos tratando acerca de las
inserciones de transposones en los genomas de humanos y chimpancés.
Como se supone que dichas inserciones de elementos móviles son
esencialmente procesos aleatorios, la probabilidad de que dos inserciones
independientes se den en el mismo lugar (locus) del genoma son
extremadamente bajas y, por tanto, no se aceptan. Sin embargo, esta
improbabilidad no es mayor que las múltiples improbabilidades que requiere
cualquier ejemplo de las supuestas evoluciones convergentes señaladas.
Desde el diseño se podría decir que el hecho de que aparezcan los mismos
transposones en humanos y simios, en idéntica posición del genoma, puede
deberse también al azar y no necesariamente al ancestro común. Es difícil
aceptar esto -y, de hecho, nadie lo pretende- pero, puestos a especular, ¿por
qué no podría haber ocurrido así? ¿no sería factible que les tocara también la
lotería a los partidarios del diseño? ¡Ah, no -se replicaría pronto- eso es
altamente improbable! De acuerdo, quizá lo sea, pero, ¿no es esto como jugar
con dos barajas o tener dos varas distintas de medir? Se acepta la magia del
azar cuando conviene al darwinismo, mientras que se rechaza cuando no es
así.

Veamos ahora la segunda parte de este asunto de los transposones. ¿Es


la inserción de tales elementos móviles esencialmente aleatoria, como
pretende el darwinismo? En un artículo publicado en la revista científica
Nucleic Acids Research se decía que, a pesar de lo poco que se conocía
todavía sobre los elementos transponibles (TEs), después de analizar miles de
ellos presentes en el genoma humano, se había descubierto que la mayoría no
se insertaba en cualquier lugar al azar sino en determinados “puntos
calientes”.[237] Se identificó una tendencia cuatro veces mayor en dichos
elementos a colocarse donde ya existían otros TEs, en orientaciones
específicas, que a hacerlo en regiones sin tales elementos. También se
demostró, en otro trabajo, que los intrones son capaces de integrarse repetidas
veces en los mismos lugares de genomas de especies independientes.[238] Esto
evidentemente venía a contradecir la hipótesis aleatoria. De la misma manera,
es posible señalar muchos más ejemplos bibliográficos en este sentido[239] que
apuntan hacia la conclusión de que el argumento darwinista para la
descendencia común se apoya sobre una selección deliberada y sesgada de
los datos disponibles. Se resaltan aquellos que parecen confirmar la hipótesis
y se ocultan o menosprecian los que la contradicen claramente.

Ante la constatación de tales estudios y de que el darwinismo ha


resultado incapaz, hasta ahora, de aportar un mecanismo natural convincente
que explique el origen y la evolución de las especies, ¿no sería prudente tratar
esta hipótesis, del antepasado común de humanos y simios, con un cierto
grado de escepticismo? Carecemos todavía de la información completa
acerca del funcionamiento global de nuestro genoma. Decidir
precipitadamente qué característica del mismo es importante y cuál no, es
algo estéril que puede conducir a errores. Puede que no todos y cada uno de
nuestros miles de millones de pares de bases nitrogenadas que hay en el ADN
tengan una función concreta, pero esto no significa que debamos
menospreciarlos. Es todavía mucho lo que no sabemos.

Actualmente, el genoma humano puede compararse con un tablero de


ajedrez. Si nos preguntamos cuántos cuadrados tiene en total, la respuesta
inmediata que nos viene a la mente es 64, ya que ocho por ocho dan esa
cantidad. Sin embargo, la solución correcta sería 204. ¿Por qué? Con las
casillas blancas y negras se pueden dibujar cuadrados de diferentes tamaños,
no sólo de uno. Podemos hacer también cuadrados de 4 casillas, de 9, 16, 25,
36 y 49, antes de llegar al total de 64. Y, al sumarlos todos, desde una sola
casilla hasta las 64 nos resultan las 204 casillas. Pues bien, con el genoma
pasa algo similar. Un fragmento de ADN puede incluir un gen que fabrica
proteínas pero también un ARN largo que no las fabrica. Además puede
contener muchos ARN pequeños, ARN antisentido, señales de empalme,
regiones que no se han traducido, promotores y potenciadores, variaciones en
la secuencia de ADN entre individuos de la misma especie, modificaciones
epigenéticas dirigidas y aleatorias, enlaces a proteínas y otros ARN, efectos
de un entorno constantemente cambiante, etc. En fin, no comprendemos
todavía la complicación de nuestro tablero de ajedrez llamado genoma,
aunque lo poco que sabemos de él nos llena de asombro y humildad.

A medida que progresa el conocimiento del genoma humano y el de


otros animales, se pone de manifiesto la elevada complejidad de los mismos.
Los antiguos estereotipos evolucionistas que suponían que la mayor parte era
basura inservible se han visto refutados por nuevos descubrimientos. Todo
parece indicar que una inteligencia previsora está detrás del ADN y de las
funciones que éste realiza en los seres vivos. No es posible que tal
información se haya originado al azar mediante mutaciones ciegas. Esto ya se
está empezando a reconocer en el mundo académico, aunque todavía no ha
llegado adecuadamente al gran público. Es difícil predecir cuándo se
producirá el derrumbamiento del paradigma evolucionista, pero resulta
evidente que cada vez está más cercano.

Quizás el gran científico alemán, Max Planck, que obtuvo el premio


Nobel de Física en 1918, estuviera en lo cierto al decir que “las teorías
científicas no cambian porque los científicos viejos cambien de opinión;
cambian porque los científicos viejos se acaban muriendo”.[240] En estos
momentos, ente el tema del diseño universal que evidencia la naturaleza,
estamos precisamente en medio de uno de estos cambios de paradigma en
biología. Y desde luego, muchos rechazan tal conclusión por las evidentes
implicaciones espirituales que posee. Otros quizás lo hacen porque durante
toda su carrera profesional han estado casados con el darwinismo y les cuesta
reconocer sus graves deficiencias explicativas. Sin embargo, lo cierto es que
la ciencia no es un buen aliado para negar la realidad de un Dios creador,
como algunos pretenden. Es más bien al revés. En el siglo XXI, casi todos los
descubrimientos científicos apuntan a una inteligencia previa detrás del
universo y la vida que éste alberga. Hoy por hoy, el diseño que empapa la
realidad es algo innegable.

5. Aspectos genéticos de los orígenes

¿Resulta posible sostener todavía la existencia real de la primera pareja


humana ante los nuevos descubrimientos de la ciencia moderna? Acaso, si se
elimina la literalidad bíblica de Adán y Eva, ¿no se pone en peligro el núcleo
central del cristianismo?
El apóstol Pablo escribió: Porque así como por la desobediencia de un
hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la
obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos (Ro. 5:19). Pero,
¿cómo pudo desobedecer un “hombre” que nunca existió? ¿De qué manera
pudimos ser constituidos pecadores por la desobediencia de un primer
hombre inexistente? Si Adán no existió realmente y, por tanto, no pecó ni
constituyó pecadores al resto de los seres humanos, ¿de qué nos tiene que
salvar Jesucristo? Al eliminar un Adán y Eva literales, se anula el principio
fundamental del evangelio.

De manera que la Biblia ha venido siendo cuestionada desde que las


ideas evolucionistas se impusieron en la sociedad. El mecanismo general
propuesto por Darwin para la aparición de todos los seres vivos, conocido
como la “descendencia con modificación”, se aplicó también al origen de los
seres humanos. La ciencia lo asumió como un hecho incuestionable y hoy se
acepta generalmente que las personas surgieron también por un proceso de
selección natural a partir de unos antepasados simiescos.

El estudio de los fósiles de homínidos (paleoantropología) ha venido


tratando de reforzar científicamente esta evolución y se han encontrado restos
de especies que muestran mezclas de características humanas y de simios.
Fósiles como Australopithecus, Ardipithecus, Homo habilis, Homo erectus y
el hombre de Neandertal, entre otros, constituirían supuestas formas de
transición que unirían las especies más antiguas localizadas en África con los
Homo sapiens modernos.

No obstante, ni el estudio de los fósiles ni ninguna otra disciplina


relacionada con la teoría de la evolución puso a prueba, la tesis central de
Darwin. Es decir, la ascendencia común de simios y hombres o de cualquiera
de las demás especies biológicas.

No ha sido hasta el surgimiento de la genética moderna y del papel del


ADN en la herencia que el evolucionismo ha intentado aportar la verdadera
prueba sobre los orígenes humanos. Durante las últimas décadas, se han
publicado montañas de datos acerca del ADN de muchas especies, no sólo de
la humana, y esto ha brindado una oportunidad de oro para corroborar las
afirmaciones darwinistas.

En base a esto, se ha afirmado -tal como vimos- que los chimpancés


son la especie genéticamente más próxima a los seres humanos, ya que
supuestamente compartiríamos del 98 al 99% de nuestro ADN. Al parecer, la
comparación de genomas indicaría también que los linajes genéticos más
antiguos se encuentran en el continente africano. Y, lo más preocupante, que
la cantidad de diversidad genética existente en los humanos modernos sólo
podría explicarse si descendemos, no de una sola pareja como dice la Biblia,
sino de toda una población antigua formada por miles de individuos que
vivieron hace cientos de miles de años. En fin, un rechazo en toda regla de la
enseñanza bíblica acerca de un Adán y Eva históricos.[241]

Tales descubrimientos genéticos parecen, a primera vista, presentar un


importante desafío al relato bíblico de Génesis. Sobre todo por lo que
respecta a la historicidad de nuestros primeros padres, pero también a la
separación fundamental entre el ser humano y el resto de los animales.

No obstante, cuando se analiza meticulosamente lo que realmente ha


descubierto la genética, desde una óptica no evolucionista, dichos datos
muestran unos resultados muy diferentes que cuestionan el modelo evolutivo
generalmente aceptado.

¿Demuestra nuestro genoma y el de los simios que tuvimos un mismo


antepasado?

Si, en verdad, compartiéramos un mismo antepasado con los


chimpancés, nuestro ADN y el suyo deberían ser más parecidos entre sí que
con el de cualquier otra especie animal. Muchos trabajos parecen confirmar
que esto es así. En líneas generales, los humanos tenemos más ADN en
común con los primates que con otros mamíferos. De la misma manera,
compartimos más ADN con los mamíferos que con los reptiles o los peces,
que estarían mucho más alejados de nosotros en el supuesto árbol de la vida
de Darwin. Pero también tenemos más en común con los vertebrados, como
aves, reptiles, anfibios y peces, que con invertebrados como los insectos.
Todo esto parece reflejar bien las expectativas genealógicas de la
evolución, así como las jerarquías genéticas relativas de su hipotético árbol
filogenético. Ahora bien, ¿significa esto que la evolución de las especies ha
sido ya científicamente demostrada? En realidad, no. Decir que el parecido
entre los distintos genomas es una “prueba” de la evolución es un clásico
ejemplo de especulación pseudocientífica. ¿Por qué? Porque lo mismo podría
decirse si todos los seres vivos fueran el producto de un diseño inteligente.

En efecto, un creador podría haber diseñado anatómicamente los


organismos, más o menos parecidos entre sí, en función de múltiples factores
biológicos (alimentarios, fisiológicos, estructurales, ecológicos, etc.). Y sería
lógico pensar que las semejanzas entre ellos se reflejaran también en sus
respectivos genomas. De manera que las similitudes y divergencias de su
ADN no indicarían entonces ninguna filogenia evolutiva sino, más bien, un
diseño común para la adecuación a cada ambiente particular.

El método científico es un proceso de eliminación de aquellas hipótesis


poco probables y, por el contrario, de refuerzo de las más viables. Pero las
pruebas científicas nunca pueden demostrar positivamente nada. De manera
que el parecido genético entre especies no demuestra necesariamente que
todas hayan evolucionado a partir de un ancestro común, tal como suele
decirse, sino que también puede ser explicado por medio de una hipótesis de
diseño genérico, que predice asimismo patrones jerárquicos estructurales
entre las diversas especies.
Este patrón jerárquico que se observa entre todos los seres vivos, y que
permite clasificarlos mediante grupos dentro de grupos, en clases, órdenes,
familias, géneros y especies, fue identificado ya en siglo XVIII por el
naturalista sueco Carl von Linneo, cuando no se sabía todavía nada del
darwinismo. Entonces se aceptaba perfectamente que tal patrón de
clasificación en grupos distintos era coherente con el diseño realizado por el
creador.

Sin embargo, Darwin le dio la vuelta a esta idea y dijo que semejante
patrón era consistente con su teoría e inconsistente con el diseño. A pesar de
que resulta difícil encajar las pretendidas sucesiones graduales e
ininterrumpidas de organismos -que proponía Darwin- con una clasificación
discontinua por grupos -como la descubierta por Linneo-, el darwinismo le
dio la vuelta a la tortilla y logró imponerse. Pues bien, actualmente, el
evolucionismo continúa con esta misma idea y la lleva hasta la genómica para
decir que ésta refleja también el árbol de la evolución de Darwin.

No obstante, lo cierto es que el hecho de que existan en la naturaleza


patrones jerárquicos y que los seres vivos se puedan agrupar
sistemáticamente no demuestra que desciendan de un antepasado común.
También los distintos vehículos para el transporte humano, por ejemplo, se
pueden agrupar por jerarquías sistemáticas (terrestres, acuáticos, aéreos,
motorizados, sin motor, etc.) y, sin embargo, todos han sido diseñados por el
hombre. De manera que el descubrimiento de tales patrones jerárquicos en la
naturaleza no demuestra que la evolución tenga más posibilidades que el
diseño, o que humanos y simios descendamos de un antepasado común.

¿Deberíamos tener ADN inútil?

Quizás una prueba más científica que los patrones genéticos para
evaluar el dilema “evolución versus diseño” sería el análisis de las funciones
del ADN. En efecto, la evolución predice que buena parte del genoma
humano será no funcional ya que se supone originado mediante el proceso
ciego de la selección natural. Por tanto, se debería encontrar gran cantidad de
ADN inútil junto al genoma funcional. Por el contrario, el diseño, al suponer
que somos el producto de una planificación inteligente, no espera hallar
demasiado ADN basura en el interior de nuestras células. Esto es algo que sí
puede ponerse a prueba y que, de hecho, la ciencia ya lo ha realizado. ¿Cuál
ha sido el resultado?

Durante la última década, numerosos hallazgos genéticos han mostrado


poderosas evidencias para pensar que no existe gran cantidad de ADN basura
en el genoma humano, en contra de las predicciones evolucionistas. El
famoso proyecto ENCODE ha descubierto funcionalidad en el 80% de
nuestro ADN y es muy probable que esta cifra aumente durante los próximos
años. Desde luego, estos resultados no encajan con lo esperado por el
evolucionismo ya que se suponía que casi el 90% del ADN carecía de
utilidad. Esto ha generado bastante polémica entre los especialistas y, por
supuesto, muchos están ya readaptando la teoría. Pero lo cierto es que los
resultados hablan por sí solos. La funcionalidad del genoma humano
contradice las expectativas evolucionistas.

A pesar de esto, la existencia de ciertos trozos de ADN, considerados


como “errores”, todavía suponen un desafío para la hipótesis del diseño
inteligente. El evolucionismo afirma que si los chimpancés poseen en su
genoma uno o muchos de tales errores y en la misma posición que nosotros
es porque ambas especies derivamos de un ancestro común, que es quien
sufrió dicha mutación o error genético y lo transmitió a su descendencia.
Estos errores compartidos por ambas especies son secuencias de ADN como
los llamados pseudogenes, denominados así porque se parecen a los genes
funcionales verdaderos pero se supone que mutaron en el remoto pasado y
dejaron de ser útiles.

No obstante, el prefijo pseudo (falso) se les aplicó antes de realizar


cualquier prueba para determinar si realmente tenían o no alguna función. Se
supuso que no la tenían y lo que está ocurriendo actualmente es parecido a lo
que pasó a propósito del mal llamado ADN basura. Es decir, que un número
cada vez mayor de estos supuestos pseudogenes resulta que sí poseen
también determinadas funciones, relacionadas con el procesamiento de
información intracelular. Esto significa que, en realidad, hay poca evidencia
de que humanos y chimpancés hayan heredado su ADN de un ancestro
común.

Otro argumento evolucionista, basado también en las supuestas


equivocaciones genéticas, se refiere al orden en que aparecen las letras en el
ADN (A, T, C y G) de los genomas humano y del chimpancé. Si se compara
el genoma con un libro, los cromosomas podrían ser los capítulos. Pues bien,
el evolucionismo afirma que nosotros y estos simpáticos simios compartimos
un número similar de capítulos y una disposición parecida de letras de ADN a
lo largo de dichos capítulos o cromosomas (un fenómeno denominado
sintenia).

Y, de nuevo, se comete el mismo error de siempre ya que se supone que


la disposición física de las letras de ADN a lo largo de los cromosomas no
tiene ninguna relación con la función de dichas letras o bases nitrogenadas.
Es decir, según el neodarwinismo no habría ninguna razón funcional por la
que las personas y los chimpancés tuvieran que compartir sintenia, o el
mismo orden de letras en el ADN. Por lo tanto, la ascendencia común debería
ser la única explicación posible.

Sin embargo, este razonamiento vuelve a ser culpable de especulación


prematura antes de comprobar aquello que se supone cierto. En líneas
generales, se ha hecho poca investigación acerca de la sintenia, o si tiene
función o no la disposición espacial de las letras de ADN a lo largo de los
cromosomas. No obstante, recientemente se han publicado estudios que
indican que, en efecto, la sintenia desempeña un papel funcional en las
células.[242] Y esto modifica por completo los argumentos evolucionistas.

Como es sabido, los humanos tenemos 46 cromosomas (dos conjuntos


de 23) en el núcleo de nuestras células, mientras que los simios poseen 48
(dos grupos de 24). Esta es una diferencia significativa. Sin embargo, según
la teoría de la evolución, tal disparidad cromosómica se explicaría mediante
la hipótesis de que en el supuesto simio antecesor de la especie humana se
debió producir una fusión de dos de los 24 cromosomas. De esta manera, el
evolucionismo ha tomado tal discrepancia entre hombres y simios para
convertirla en un argumento a favor de la evolución humana, diciendo que el
cromosoma 2 humano confirmaría esta hipótesis ya que llevaría las cicatrices
de dicha fusión. Pero, ¿refrendan los datos dicho argumento?

Una vez más, la interpretación evolucionista condiciona los hechos


genéticos y los convierte en otra especulación prematura. A pesar de la
amplia publicidad que se le ha dado a este asunto, lo cierto es que cuando se
analiza detalladamente el cromosoma 2 humano -sin prejuicios darwinistas-
los datos rechazan esta hipótesis al menos de dos maneras. En primer lugar, si
dos cromosomas ancestrales se hubieran fusionado, tal como el
evolucionismo pretende, se debería encontrar la señal de dicha unión en el
lugar exacto del ADN donde supuestamente se produjo la unión. Como los
extremos de los cromosomas suelen poseer muchas secuencias cortas y
repetitivas llamadas telómeros, tales estructuras deberían hallarse por
duplicado en medio del cromosoma 2 humano.

Pero, lo cierto es que semejantes secuencias de telómeros -


supuestamente procedentes de los dos cromosomas fusionados del simio
ancestral- están completamente ausentes del cromosoma del hombre. Aunque
se diga que tal fusión fue algo excepcional, ocurrida hace muchísimo tiempo,
y que ya se habrían borrado las huellas de las repeticiones teloméricas que se
deberían encontrar, la verdad es que tales huellas no existen. Insisto, el hecho
de que el 70% de estos dos cromosomas del chimpancé coincida con otro
tanto del cromosoma 2 humano puede explicarse también porque ambas
especies son fisiológicamente muy parecidas. Cuando se afirma que es como
juntar dos libros en los que millones de páginas coinciden, se olvida que
precisamente las “pocas” páginas teloméricas que faltan son precisamente las
que demostrarían tal fusión cromosómica. Y dichas páginas siguen siendo
una entelequia en la que el evolucionismo deposita su fe.

En segundo lugar, no sólo no hay rastro de telómeros sino que en el


mismo lugar donde éstos deberían encontrarse, si se hubiera producido la
pretendida fusión, existe una secuencia de genes funcionales. Resulta difícil
imaginar, desde la propia perspectiva evolucionista, cómo una supuesta
fusión de cromosomas agrupó miles de secuencias teloméricas para después
eliminarlas por completo y, más tarde, crear por evolución (mutaciones al
azar y selección natural) las actuales secuencias funcionales perfectamente
integradas en los circuitos de información intracelulares, en tan sólo seis
millones de años, que es el tiempo que se le supone a dichos cambios.

Según lo veo yo, la hipótesis evolucionista de la fusión de dos


cromosomas de simio en uno humano, no tiene suficiente base científica. Más
bien es al revés, la diferencia que se observa hoy entre el número de
cromosomas de hombres y simios es un argumento a favor de que tuvieron
ascendencias separadas. De manera que ni las jerarquías genéticas relativas ni
tampoco la función genética apoyan la conclusión evolucionista de que los
simios fueron nuestros antepasados.

Nos queda por tratar asuntos como el tanto por ciento de ADN que
realmente compartimos con los simios, nuestro pretendido origen africano y
si podemos a no descender de una sola pareja humana. Pero esto será, D. M.,
la próxima semana.

Adán y Eva en el planeta de los simios


En la confrontación entre la hipótesis evolucionista y la del diseño,
acerca del origen del ser humano, resulta relevante también la cuestión del
tiempo. El estudio de la frecuencia con que se producen las mutaciones tanto
en el hombre como en los simios podría proporcionar un nuevo apoyo a la
supuesta ascendencia evolutiva humana. Relacionar genéticamente estas dos
cosas, la evolución y el tiempo, es algo relativamente simple. Como el ADN
no pasa intacto de padres a hijos sino que aparecen siempre ciertas
modificaciones, esto permite evaluar las diferencias que van haciendo
genéticamente más distantes a las generaciones. De manera que la cantidad
de divergencias en el ADN de dos especies distintas, como el hombre y el
chimpancé, debería reflejar cuánto tiempo habría transcurrido desde que
ambas especies compartieron un antepasado común. Puesto que la evolución
hace afirmaciones muy concretas acerca de la antigüedad de esta ascendencia
común, también realiza predicciones específicas sobre la cantidad absoluta de
diferencias genéticas entre las dos especies.

De alguna manera, el pretendido parecido genético del 98-99% entre


humanos y chimpancés sería un reflejo de esto. Según el evolucionismo, el
tiempo transcurrido desde que estas dos especies se separaron (unos 6
millones de años) sería muy breve en relación al tiempo total que se supone
para la existencia de vida en la Tierra (unos 540 millones de años). Por tanto,
las pocas diferencias genéticas existentes entre nosotros y estos simios, en
relación con otras especies biológicas, parecen corroborar dicha expectativa.

No obstante, esta cantidad es engañosamente inexacta y, de hecho,


carece de base real. Cuando se realiza un cuidadoso análisis de los trabajos
publicados sobre el genoma del chimpancé, (independientemente de las
polémicas iniciales entre evolucionistas y partidarios del diseño, de si se
trataba sólo de ADN funcional o de todo en genoma, referidas en artículos
anteriores, y aceptando que en definitiva se compara la totalidad del mismo)
resulta que la identidad genética con el genoma humano se ha visto rebajada
al 70%.[243] Dado que los genomas humano y del chimpancé poseen cada uno
cerca de 3.000 millones de bases (o letras de ADN), esto significa que
diferimos, nada más y nada menos, que en 900 millones de letras. ¿Resulta
coherente esta diferencia con la hipótesis de que hombres y chimpancés
descendamos de un ancestro común que existió hace unos seis millones de
años?

Si se asume que ambas especies divergieron hace 6 millones de años y


que nunca más, desde ese momento, formaron parte de la misma población
reproductiva, resulta que tanto los humanos como estos simios deberían haber
mutado a razón de 75 bases de ADN por año (900.000.000 / 2 / 6.000.000 =
75). Como estas dos especies alcanzan la madurez sexual entre los 10 y los
20 años de edad, cada una tendría que mutar su ADN como mínimo entre 750
y 1500 veces en cada generación para conseguir este nivel de diferencia. Y
aquí es donde se plantea el problema para la hipótesis darwinista. Resulta que
la cantidad media real de mutaciones del ADN observada por generación, en
cada una de estas especies, es de tan sólo entre 40 y 80 veces.[244] Algo
notablemente alejado de lo que requiere la hipótesis. De manera que el
modelo evolutivo del ancestro común entre hombres y chimpancés hace
predicciones, en cuanto a la cantidad de mutaciones que deberían darse en los
genomas, que son mucho más elevadas de lo observado en la realidad.

Desde luego el darwinismo no esperaba que estos resultados genéticos


coincidieran también con las observaciones del registro fósil. Ya en la época
de Darwin se reconocía la escasez de “formas intermedias o de transición”
que mostraban los fósiles. Después de 150 años de exhaustivas
investigaciones paleontológicas, los “eslabones perdidos” siguen
mostrándose tan tímidos como siempre y las lagunas sistemáticas existentes
entre los principales grupos de clasificación se han consolidado
definitivamente. Esta tendencia del mundo de los fósiles se evidencia también
en el de la genética. Las grandes lagunas paleontológicas entre humanos y
simios coinciden con las grandes lagunas genéticas. Y esto, qué duda cabe,
contradice los planteamientos evolucionistas.

¿Fue África la cuna de la humanidad?

Hace más de una década que los científicos conocen la existencia de la


elevada diversidad genética existente en poblaciones humanas no africanas.
Se sabe que dicha diversidad -estudiada a partir del ADN mitocondrial- es el
doble de la que existe en algunos grupos étnicos africanos.[245] Esto supone
otro problema para las tesis darwinistas. En efecto, si los africanos
evolucionaron primero, tal como se asume desde la teoría de la evolución en
función del registro fósil hallado en dicho continente, esto significa que las
etnias de África han existido durante más tiempo que los humanos no
africanos surgidos después. De manera que habrían tenido más tiempo
(muchas más generaciones) para acumular cambios en el ADN. Una mayor
diversidad genética significa, por tanto, que se desciende de un linaje más
antiguo. Sin embargo, el estudio de la diversidad de los genomas humanos
actuales demuestra que los africanos no son los más antiguos y que habría
que buscar la cuna de la humanidad fuera de África.

El evolucionismo asume que la tasa de mutaciones en el ADN es


constante a lo largo del tiempo. Aunque esta suposición no explica las
diferencias genéticas entre humanos y chimpancés, como hemos visto, resulta
esencial para defender la idea de que los más antiguos linajes humanos son
africanos. La segunda asunción consiste en creer que cada linaje humano ha
mutado a un ritmo idéntico. Ahora bien, ¿son válidas estas dos creencias?

La suposición de una tasa de cambio constante no es exclusiva de la


biología, antropología o paleontología sino que se extiende también a otros
campos de la ciencia, como la geología o la cosmología. En base a tal
creencia, se han elaborado los llamados “relojes” científicos para medir el
tiempo. No obstante, si esta tasa constante tiene el mismo valor absoluto o no
en diferentes grupos humanos es una cuestión enteramente diferente. Los
datos publicados ya indican que los grupos étnicos africanos experimentan
tasas más rápidas de recombinación (un tipo diferente de cambio en el ADN)
que los grupos no africanos.[246]

Sin embargo, la hipótesis de que los africanos también experimentan


una elevada tasa de cambio en las bases del ADN mitocondrial aún no se ha
demostrado. Si las etnias de África sufrieran una mutación dos veces más
rápida que el resto de los humanos, esto iría contra la elevada diversidad
genética observada en las poblaciones humanas no africanas y contra el
modelo de un origen humano fuera del continente africano. Por el contrario,
no favorecería en nada a la hipótesis de un ancestro común entre humanos y
chimpancés ya que la discrepancia entre los datos genéticos y las
predicciones evolutivas no es el doble, sino diez veces mayor. De manera que
la geografía de la diversidad genética humana hace más bien poco por
mejorar el modelo evolutivo. ¿Existe algún otro modelo mejor que haga
predicciones más exactas?

El libro de Génesis -tan denostado en nuestro tiempo- sugiere que


nuestros orígenes genéticos deberían rastrearse hasta la primera pareja
humana creada por Dios, Adán y Eva. La Biblia enseña que la humanidad
apareció geográficamente en el Medio Oriente, no en África. Si la tasa de
cambio en el ADN de los africanos es más rápida que en los no africanos,
esto explicaría que las diferencias en el ADN de los distintos grupos humanos
se habrían producido en el mismo tiempo y además sugeriría que todas las
etnias humanas se originaron simultáneamente, tal como dice la Escritura.

¿Descendemos de una sola pareja o de toda una población?

Uno de los grandes desafíos al modelo bíblico de los orígenes humanos


ha venido del estudio de la diversidad genética humana a escala global. El
evolucionismo argumenta que una sola pareja sería incapaz de dar lugar a la
cantidad de diversidad genética que existe hoy, ni tampoco a su actual
distribución geográfica. Aunque se admite que ciertas secuencias de ADN
(como el ADN mitocondrial de las hembras y el cromosoma Y masculino) se
remontan a un solo individuo, se sostiene que la mayor parte del ADN
humano no puede provenir de una sola pareja original.[247]

La suposición fundamental que hay detrás de estas afirmaciones


evolucionistas es creer que todas las diferencias existentes en el ADN
humano se deben exclusivamente a las mutaciones (cambio de letras o bases
del ADN) ocurridas al azar, a lo largo de millones de años. Ningún
investigador evolucionista considera jamás la posibilidad de que exista, o
hubiera podido darse, una segunda fuente de variedad genética. Sin embargo,
esta otra fuente podría haber sido la creación directa por parte de Dios de
múltiples diferencias genéticas en Adán y Eva, tal como se desprende del
relato bíblico. Y esto es lo que enfrenta a los partidarios de la evolución con
muchos del diseño. Los defensores de la una dicen que esto no es ciencia, que
sólo la visión evolucionista es científica y, en fin, que no se puede permitir
que “un pie divino cruce la puerta” de la ciencia. Mientras que los del diseño
piensan que la ciencia debe buscar la verdad, independientemente de las
implicaciones que ésta conlleve.

No obstante, ¿es científicamente plausible esta hipótesis de la


diversidad originalmente creada? Si se toma la Biblia en serio, es menester
admitir que si nuestros primeros padres no hubieran tenido dicha diversidad
genética creada, todos sus hijos habrían sido auténticos clones. Y, desde
luego, la clonación, según el punto de vista del mandamiento divino de
“fructificad y multiplicaos”, hubiera sido, cuanto menos, teológicamente
inquietante.

Hoy sabemos, como se ha dicho anteriormente, que el genoma de todos


los seres humanos está formado por dos copias de 3.000 millones de letras de
ADN. Una copia heredada de la madre y otra del padre. La reorganización y
recombinación de estas dos copias que tienen lugar antes de la producción de
los espermatozoides y óvulos permiten que cada una de ellas sea única en la
concepción y, además, proteja a los individuos de posibles errores genéticos.
Por lo tanto, la hipótesis de que Adán fuera creado con dos copias diferentes
de su secuencia de ADN es perfectamente coherente con los hechos genéticos
conocidos.

De la misma manera, esta hipótesis de la diversidad creada explica


también la distribución global de la diversidad del ADN en la actualidad. La
ciencia de la genómica ha dividido las diferencias genéticas de la población
humana en variantes “comunes” y variantes “raras”, en función de su
frecuencia a nivel mundial. Tales variantes comunes son fácilmente
explicables como resultado de la recombinación del ADN y de un proceso
llamado conversión génica. En cambio, las variantes raras sí serían
claramente el resultado de mutaciones sufridas a lo largo de la historia
humana. Hoy se sabe que muchas de estas variantes raras surgieron por
medio de mutaciones producidas en los últimos cinco mil años. Cuando se
reconoce que algunas diferencias del ADN pueden remontarse a la creación
del ser humano y no serían, por tanto, consecuencia de las mutaciones,
mientras que otras diferencias sí se deben a mutaciones posteriores, el relato
bíblico adquiere sentido y es capaz de explicar la diversidad genética de la
humanidad actual.

Se puede concluir, por tanto, que toda la evidencia científica disponible


en la actualidad es consistente con la creación especial por parte de Dios de
una primera pareja humana literal separada de los primates. Los datos
genéticos y paleontológicos, libres de la interpretación evolucionista, no
requieren ancestros comunes sino que se oponen a dicha hipótesis. El origen
de la humanidad a partir de dos personas es posible si se acepta esta otra
hipótesis de la diversidad genética creada. De manera que desaparece así el
desafío evolucionista al modelo bíblico de los orígenes y se refuerza la
confiabilidad y autoridad de la Escritura. Y, tal como dijera el apóstol Pablo,
las cosas de Dios “se hacen claramente visibles desde la creación del mundo”
(Ro. 1:20), dejando a los incrédulos sin excusa para rechazarle.

La especie única

El salmista reflexionaba acerca de la singularidad del hombre y se


dirigía a Dios con estas palabras: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él
memoria,
y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los
ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra (Sal. 8:4-5). ¿Es realmente el ser
humano “poco menor que los ángeles”, como creía el rey David, o se trata
quizás de un animal más del presunto árbol de la evolución biológica, a quien
el azar le habría concedido la peculiaridad de tener mayor complejidad
cerebral que otras especies, pero nada más, como piensan todavía algunos?
Actualmente estamos asistiendo al colapso de este paradigma evolucionista
fundamental. Es decir, a la creencia errónea de que sólo somos una especie
más entre los millones que habitan el planeta.

Por supuesto, resulta evidente que en determinados aspectos nos


parecemos mucho a ciertos simios, como los chimpancés, gorilas,
orangutanes o bonobos. Por desgracia, no sólo desde la perspectiva física
(anatómica, genética y bioquímica) sino a veces también por la agresividad,
el desprecio de quien no piensa como nosotros y el comportamiento poco
solidario que nos caracteriza. En demasiadas ocasiones somos excesivamente
simiescos incluso desde el punto de vista moral. Éste es sin duda un
importante argumento con el que el evolucionismo intenta justificar su
creencia de que el ser humano es sólo otra especie de primate parecido al
chimpancé, pero más inteligente.
No obstante, a pesar de las muchas semejanzas que puedan existir entre
simios y humanos, nuestra singularidad se explica mejor por medio de un
diseñador común que mediante un ancestro común. En efecto, estas dos
hipótesis asumen que los seres vivos que parecen similares también deben
serlo desde el punto de vista genético. Antes de que se realizara la
secuenciación de los genomas respectivos (del hombre y del chimpancé),
nadie estaba en condiciones de decir qué cantidad de parecido genético debía
existir entre ambas especies. El tanto por ciento de similitudes necesarias y
suficientes para afirmar que humanos y simios tuvieron un antepasado común
era inexistente. Esto significa que cualquier manifestación posterior a dicha
secuenciación, que diga que un determinado porcentaje de similitud
demuestra la ascendencia común, es lógicamente inválida. A pesar de todo,
esto es precisamente lo que se ha hecho con tal asunto.

Es innegable que poseemos ciertas semejanzas con los simios. Pero


también lo es que, en los aspectos más importantes, el Homo sapiens es una
especie singular y única. Quizá la mejor evidencia de ello sea el progreso
científico y cultural que hemos alcanzado. El ser humano no sólo ha sido
capaz de secuenciar su propio genoma sino también de pisar la Luna, diseñar
complejas ciudades, crear enormes bibliotecas, elaborar poesía o música y,
sobre todo, realizar proezas éticas, como amar sin esperar nada a cambio o
comunicarse espiritualmente con Dios. Y todo esto muestra que
trascendemos el mundo natural porque somos capaces de representarlo como
un objeto. Aunque evidentemente somos seres naturales, también
trascendemos el nivel natural.

El sacerdote húngaro, Stanley L. Jaki, que fue especialista en historia y


filosofía de la ciencia, escribió: “A diferencia del ángel que no necesita
conquistas, y a diferencia del simio que no está interesado en ellas, el hombre
se apoya en conquistas que son el fruto de una misteriosa unión de materia y
mente en él.”[248] Las conquistas humanas han permitido tener dominio sobre
la Tierra, aunque muchas de ellas se estén volviendo hoy contra el propio ser
humano. Pero esta ambivalencia de nuestra especie no anula el hecho de que
seamos increíblemente únicos.

Otro autor no creyente, como el paleoantropólogo evolucionista, Juan


Luis Arsuaga, reconoce: “Nos hemos quedado solos en el mundo. No hay
ninguna especie animal que se parezca verdaderamente a la nuestra, ya que
somos únicos. Un abismo nos separa en cuerpo y sobre todo en mente del
resto de las criaturas vivientes. Ningún otro mamífero es bípedo, ninguno
controla y utiliza el fuego, ninguno escribe libros, ninguno viaja por el
espacio, ninguno pinta cuadros, y ninguno reza. Y no se trata únicamente de
una cuestión de matiz, sino de todo o nada: es decir, que no hay animales que
sean medio bípedos, hagan pequeños fuegos, escriban frases cortas,
construyan rudimentarias naves espaciales, dibujen un poco o recen de vez en
cuando.”[249]

Yo añadiría a las palabras de estos dos autores que la diferencia


esencial entre los simios y las personas es el soplo divino del aliento de vida
en la nariz del primer ser humano cuando fue creado por Dios. La Biblia no
realiza predicciones científicas sobre parecidos o diferencias genéticas entre
los humanos y los animales. Sin embargo, insiste en aquellas cuestiones
espirituales que constituyen una profunda sima entre ambos tipos de seres.
Según la Escritura, el hombre no es una especie más de la creación sino algo
muy especial que fue formado aparte por el creador. Desde tal perspectiva
bíblica, se podría incluso afirmar que el ser humano debería agruparse en un
reino separado de los demás organismos y no como un primate más. Esto
significa que, en sentido taxonómico, en vez de contemplar sólo los cinco
reinos famosos de los seres vivos, se debería hablar en realidad de seis reinos
distintos: móneras (bacterias), protoctistas (protozoos y algas), hongos,
vegetales, animales y humanos.

El evolucionismo no ha sido capaz de explicar cómo las mutaciones


casuales del ADN hubieran podido crear la conciencia humana, la
inteligencia, la responsabilidad moral o la propia alma. De ahí que
continuamente algunos minimicen e incluso nieguen todos estos rasgos
fundamentales del ser humano. Pero la realidad es que la humanidad
evidencia unas señales trascendentes que la separan de los demás seres vivos
y que tales características no pueden haberse producido mediante un proceso
evolutivo continuo. Hay algo distinto en nosotros que nos aleja del resto de la
creación. Un especie de chispa divina que marca la diferencia. Y semejante
chispa resulta incompatible con la perspectiva evolucionista-naturalista. Por
eso, esta idea resulta hoy contracultural y muchos no quieren reconocerla.
No obstante, la cruda realidad es que aquellos genes que nos permiten
hacer ciencia, crear obras de arte, amar apasionadamente o relacionarnos con
Dios, jamás habrían podido aparecer por medio de mutaciones al azar,
filtradas por la selección natural, independientemente de los millones de años
que hicieran falta. La teoría de la evolución no aporta un mecanismo creíble
capaz de originar la mente, la conciencia, la inteligencia, el alma o el espíritu
humano. Por la sencilla razón de que tales rasgos trascienden la mera
biología. El hombre está diseñado para ser más que el animal. Nuestro cuerpo
físico es como una vasija de barro que alberga en su interior algo inmaterial y
trascendente. Tal es la visión antropológica que ofrece la Biblia al decir que
somos imagen de Dios (Gn. 1:27) y que él insuflo su espíritu en nosotros
(Gn. 2:7).

¿Somos también genéticamente únicos?

Este es otro de los grandes paradigmas evolutivos que se está


derrumbado en nuestros días. La idea de que somos un 98% idénticos a los
chimpancés ya no se puede sostener. Tal cantidad ha descendido
significativamente pero esto no se ha comunicado convenientemente al gran
público. Los libros de texto y los medios de comunicación siguen repitiendo
como si fuera un mantra la misma cifra, aún cuando la evidencia que la
sustenta se ha venido abajo. Estos elevados tantos por ciento, publicitados a
principios del presente siglo y divulgados ampliamente, se basaron en gran
medida en el uso selectivo de datos y en las presuposiciones evolucionistas.
Sin embargo, durante la última década nuevos trabajos han venido a
desmentir tal dogma. A pesar de lo cual, los números correctos nunca se
divulgan convenientemente.

En el año 2002, se dijo que el parecido genético entre hombres y


chimpancés era inferior al 95%.[250] Ocho años después, se demostró que los
cromosomas Y masculinos de humanos y chimpancés se parecían entre sí
menos del 70%.[251] ¡Los autores de este último trabajo concluyeron que las
diferencias entre los cromosomas Y del hombre y el chimpancé eran tan
grandes como las que cabría esperar entre nosotros y las aves!

Lo más significativo de todo esto es que cuando, algunos años después,


dos genetistas partidarios del diseño, compararon el parecido genético,
cromosoma por cromosoma, entre las dos especies de hombres y chimpancés,
encontraron que este tope máximo del 70% de semejanzas no correspondía
sólo a los cromosoma Y de ambas especies sino también a todos los demás
cromosomas.

En efecto, Jeffrey Tomkins y Jerry Bergman, vieron que la reducción al


70% de parecido genético propia del cromosoma masculino podía ampliarse
también a los 23 cromosomas restantes. Utilizando una herramienta de
búsqueda especial, conocida en genómica como BLASTIN, analizaron el
porcentaje de alineación de secuencias de ADN entre chimpancés y humanos,
viendo que en todos los cromosomas el porcentaje promedio de similitud era
inferior al 70%. Lo cual significaba que la diferencia porcentual aumentaba
considerablemente, pasando de un 2% a aproximadamente un 30%. Es decir,
unas 15 veces mayor de lo que se decía anteriormente.[252] Sus conclusiones
pueden observarse en el siguiente gráfico que muestra dicho 70% de parecido
promedio entre los cromosomas del chimpancé y del hombre:
El genoma del simio se ensambló usando el genoma humano como
modelo, lo que desvió considerablemente dicho ensamblaje y excluyó quizás
hasta el 20% de las secuencias de chimpancé más divergentes. Durante
mucho tiempo, las comparaciones se limitaron a aquellas partes que eran más
parecidas. Es verdad que muchas porciones del ADN humano son casi
idénticas a otras del chimpancé y del gorila, pero sería erróneo concluir que
tales semejanzas se extienden a todo el genoma completo de estas especies.
La supuesta similitud del 98% se obtuvo eliminando sistemáticamente en los
análisis la parte más divergente de los genomas. Es decir, fue la ideología
previa evolucionista, que requería elevados parecidos genéticos, la que
influyó en unos resultados erróneos.

Pero, ¿por qué es tan importante este cambio del 98% al 70% en el
parecido de nuestros genomas? En primer lugar, porque demuestra que no
somos tan similares como se pretende. Una diferencia genómica de casi el
30% entre estos simios y nosotros representa aproximadamente unos mil
millones de bases nitrogenadas o letras de ADN distintas. Esto es muchísima
información nueva, necesaria y suficiente para sustentar nuestra singularidad
humana.

Y, además, semejante información no puede haber surgido por ensayo y


error en el poco tiempo que supuestamente mediaría entre nuestro antecesor
simiesco y la aparición del Homo sapiens. Ya desde los años 50 del pasado
siglo, los matemáticos se dieron cuenta de que la evolución desde los simios
al hombre presentaba el gran problema del tiempo. Unas diferencias
genómicas entre nosotros y los chimpancés del 2% podrían ser asumidas por
la evolución, pero si éstas son mayores suponen una contradicción importante
de la teoría ya que hacen imposible la historia de la descendencia común. De
manera que este colapso del 98% de parecido genético, al que asistimos hoy,
derrumba la explicación evolucionista de los orígenes humanos y, a la vez,
respalda un origen independiente de nuestra especie. Tal como indica la
narración bíblica del Génesis.

¿Progresamos o degeneramos?

Es evidente que el ser humano ha progresado muchísimo desde el punto


de vista cultural. El hombre ha dejado su huella en el suelo lunar, ha
construido complejas megalópolis, sofisticadas máquinas y robots que le
simplifican el trabajo, así como increíbles obras de arte que demuestran su
sensibilidad especial. Sin embargo, ¿hemos progresado también desde el
punto de vista biológico, tal como se nos viene enseñando desde la escuela
primaria? ¿Somos mejores que nuestros antepasados?

Actualmente estamos asistiendo al derrumbamiento de esta importante


creencia evolucionista. Es decir, a la convicción de que la selección natural,
al eliminar casi todas las mutaciones malas, impediría la degeneración de las
especies biológicas y, por el contrario, las haría progresar.

Los últimos descubrimientos genéticos demuestran que esto no es así.


En efecto, es sabido que con cada división celular aparecen nuevas
mutaciones, tanto en las células somáticas -casi todas las de nuestro cuerpo-
como en las de la línea germinal, que son las que se transmiten a la
descendencia. Se trata de errores que se van acumulando en el libro de
instrucciones de los seres vivos (genoma). Una buena parte de tales errores
son perjudiciales porque estropean o destruyen sistemáticamente la
información biológica. Pero la evolución exige que todas estas mutaciones
malas sean eliminadas poco a poco para que los organismos puedan
evolucionar positivamente.

Sin embargo, lo que se está observando en el genoma humano es


precisamente lo opuesto. Las malas mutaciones (deletéreas) se están
acumulando en el ADN de la humanidad mucho más rápidamente de lo que
están siendo eliminadas por la selección natural. Los genes del hombre han
estado degenerando durante la mayor parte de la historia registrada. Esto ha
sido perfectamente constatado y documentado por varios científicos
evolucionistas.[253]

Hoy sabemos que las mutaciones al azar en las células somáticas


juegan un papel muy importante en el origen de numerosos tipos de cáncer.
Según investigaciones llevadas a cabo en la Universidad Johns Hopkins de
Baltimore (Maryland, USA),[254] las mutaciones ocurridas cuando las células
madre se dividen son responsables de casi dos tercios de los tumores
humanos, mientras que los factores ambientales (estilo de vida, tabaquismo,
obesidad, etc.) sólo contribuyen en un 29% y los factores hereditarios en un
5%. Desde luego, este descubrimiento desafía la creencia tradicional que
suponía que el cáncer era mayoritariamente el producto de la herencia y el
medio ambiente. Sin embargo, se ha visto que esto no es así, sino que son las
mutaciones al azar las principales responsables de nuestro deterioro
fisiológico.

Según el evolucionismo, supuestas mutaciones beneficiosas, tamizadas


por la selección natural, serían las responsables de la maravillosa creatividad
que muestra la naturaleza. Tales cambios azarosos, vendrían a ser el
combustible de la innovación, la complejidad, la información y la increíble
sofisticación de la vida. No obstante, estas recientes investigaciones nos
dicen lo que ya se intuía: los errores en el ADN son generalmente fuente de
desorden, disfunción y muerte. El cáncer es lo que realmente pueden producir
las mutaciones al azar en las células somáticas. Y, si esto es así, ¿por qué
deberíamos suponer que en las de la línea germinal se dan mutaciones
beneficiosas? ¿Acaso porque lo exige el guión evolucionista?

Es fácil de entender que los cambios no intencionados (al azar) que se


realicen en cualquier manual de instrucciones precisas serán casi siempre
perjudiciales y tenderán a destruir la información ordenada que éstos
presentan. Puede que una sola mutación no tengas efectos muy graves, pero
la acumulación constante de millones de errores en nuestro genoma será letal
para la especie humana, a menos que casi todas estas equivocaciones sean
pronto identificadas y subsanadas de alguna manera. Nuestras células poseen
sofisticados mecanismos para realizar esta tarea reparadora. A pesar de todo,
como acabamos de ver, las mutaciones perjudiciales se acumulan
peligrosamente en ellas.

Actualmente podemos decir que el genoma humano no está


progresando sino degenerando y que semejante fenómeno es mucho peor de
lo que generalmente se reconoce. Esto lo analiza en profundidad el genetista
estadounidense, John C. Sanford,[255] famoso por haber inventado un método
para transferir genes de manera directa a las células y generar así organismos
transgénicos (biolística). Él fue uno de los primeros biólogos en hablar de
“entropía genética”, es decir, del grado de desorden que se acumula
lentamente en el ADN humano. Sus trabajos mediante simulaciones
numéricas evidencian que más del 90% de las mutaciones deletéreas no
pueden ser eliminadas por la selección natural. Incluso aplicando tasas
teóricas muy intensas de la misma.

La entropía genética ha sido cuidadosamente documentada en


diferentes sistemas biológicos, como el virus de la influenza,[256] las
mitocondrias humanas[257] y las poblaciones de la bacteria Escherichia coli.
Todos estos estudios muestran que la principal razón por la que la mayor
parte de las mutaciones nocivas no se eliminan con el tiempo es porque son
muy sutiles (casi neutras) y resultan invisibles para la selección natural.
Además, por lo que respecta al genoma humano, las mutaciones no neutras se
están dando a un ritmo alarmantemente elevado y la selección natural, al ser
mucho más lenta, es incapaz de eliminarlas.

No hace falta discurrir mucho para darse cuenta de que este declive
genético que se detecta hoy en la humanidad, contradice el modelo
evolucionista y supone un espaldarazo al relato bíblico de los orígenes del ser
humano. Según la Escritura, el hombre fue creado con unas condiciones
óptimas y, desde entonces, habría estado degenerando continuamente. La
hipótesis del simio a la persona resulta inviable porque el cambio en nuestro
genoma ha sido siempre descendente, nunca ascendente. Pero la
degeneración genética es notablemente consistente con la perspectiva bíblica
de una pareja creada perfecta, una Caída literal, una población humana en
decadencia y un mundo que envejece “como una vestidura” (He. 1:11).

Definitivamente no, no somos mejores que Adán y Eva porque, además


de la inocencia, hemos ido perdiendo otras muchas cosas por el camino.

Fe en la selección natural

Un siglo después de publicarse El origen de las especies, obra principal


de Charles Darwin, en el año 1958, el evolucionista sir Julian S. Huxley
declaró: “El gran descubrimiento de Darwin, el principio universal de la
selección natural, está firme y definitivamente establecido como la única vía
de cambios evolutivos importantes”.[258] Sin embargo hoy, casi sesenta años
después de estas palabras del que fuera primer director de la Unesco, estamos
asistiendo al colapso de tal paradigma evolutivo fundamental. La creencia de
que la selección de las mutaciones al azar es la principal fuerza creativa que
explica la aparición de todos los seres vivos, incluido el ser humano, ha
entrado en decadencia ante la mejor comprensión de los mecanismos
genéticos.

Por supuesto, esto no se refleja todavía en los libros de texto, pero la


creciente evidencia científica indica, cada vez con mayor intensidad, que la
selección natural no es una fuerza creativa sino únicamente estabilizadora que
contribuye a preservar las distintas especies biológicas, eliminado a los
individuos disfuncionales o peor adaptados a su ambiente. Es evidente que
una fuerza natural así es incapaz de crear algo tan sofisticado como nuestro
genoma, por no hablar de la mente o del alma humana. Lo único que puede
hacer la selección natural es ralentizar la tasa de degeneración genética, pero
poco más.

Claro que, en determinadas ocasiones, permite algún pequeño ajuste


genético cuando un organismo está experimentando un cambio en su entorno,
como ocurre con las bacterias que adquieren resistencia a los antibióticos.[259]
A veces se habla de “microevolución” para referirse a tales pequeños
cambios, aunque este término puede también resultar confuso ya que, desde
el evolucionismo, se supone que tal microevolución, si se le añaden
suficientes millones de años, sería la causa de la “macroevolución”. Algo no
evidente en sí mismo.

Lo cierto es que, como consecuencia de la gran abundancia de


mutaciones perjudiciales (deletéreas) y ante la extrema rareza de mutaciones
beneficiosas, no resulta posible para la especie humana lograr una ganancia
neta de información genética. Dejamos por el camino más de lo que
ganamos. En términos de pérdida neta de información biológica, resulta que
cada generación es como descender un peldaño más por la escalera de la
humanidad. Mientras que, por otro lado, las mutaciones favorecedoras son
demasiado escasas para contrarrestar este daño genético provocado
continuamente por las mutaciones deletéreas. Incluso aunque no se
produjeran mutaciones perjudiciales en nuestro genoma, todavía seguiría
siendo imposible crear cualquier cantidad significativa de información nueva,
simplemente mezclando aleatoriamente grandes cantidades de bases
nitrogenadas (como A, T, C y G). Hay estudios que demuestran que la
información relevante no puede surgir de esta manera.[260]

En un conocido experimento evolucionista llevado a acabo a lo largo de


varias décadas, en el que fueron cultivadas unas treinta mil generaciones de
bacterias (E. coli) bajo condiciones artificiales, sus autores concluyeron que
habían demostrado la evolución en acción en el laboratorio.[261] Sin embargo,
cuando estos resultados se analizaron detenidamente lo que se comprobó fue
precisamente todo lo contrario. No había habido evolución progresiva sino
degeneración. Es cierto que algunas de las bacterias que mutaban crecían más
rápidamente en el medio artificial del laboratorio, pero lo hacían sólo porque
estaban perdiendo los mecanismos que habitualmente utilizan en plena
naturaleza. No ganaban nada nuevo.

Tal como explica el Dr. Michael J. Behe,[262] las bacterias de Lenski y


sus colegas, cultivadas en condiciones de laboratorio, no tenían que competir
con otras especies distintas como ocurre en la naturaleza. Vivían en un
ambiente estable, con abundantes nutrientes diarios, temperatura adecuada y
sin depredadores que las eliminasen. Pero, ¿acaso los organismos no
necesitan para evolucionar cambios en el ambiente y competencia por los
recursos? Behe acepta la evolución de las especies pero reconoce que el
experimento de Lenski no la demuestra. ¿Por qué?

Porque no produjo nada fundamentalmente nuevo. No hubo nuevas


interacciones proteína-proteína. No aparecieron nuevas máquinas
moleculares. Es cierto que, como en el caso de la talasemia humana, se
obtuvieron algunas ventajas evolutivas pero a costa de romper el buen
funcionamiento de lo que ya existía. Muchas bacterias perdieron su capacidad
para reparar el ADN y para producir el azúcar ribosa, constitutivo del ARN.
Algunos de sus genes se estropearon, como el gen regulador llamado spoT
que influye sobre el funcionamiento de otros 59 genes más, aumentando o
disminuyendo la actividad de los mismos.

Las células bacterianas de este mencionado experimento crecieron más


rápidamente en el laboratorio porque redujeron información y gasto
energético. Pero la reducción o pérdida de funciones celulares importantes no
es ejemplo de progreso sino de evolución a la inversa, a pesar de todo el
sensacionalismo divulgativo que se le quiera dar. Resulta irónico que las
bacterias de Lenski, supuestamente tan “evolucionadas”, (y tan deterioradas
que eran incapaces de sobrevivir en cualquier ambiente natural) se
propusieran como ejemplo de cambio progresivo y de selección natural en
acción. Lo que, en realidad, muestra tal experiencia es que incluso en
poblaciones que se están adaptando a un nuevo ambiente, el proceso de
selección natural de las mutaciones es fundamentalmente destructivo, no
creativo.

En un intento desesperado por justificar las conclusiones, alguien


sugirió que la absorción de citrato que realizaban algunas poblaciones de
estas bacterias podía considerarse como una mutación creativa. No obstante,
lo que ocurre es que las bacterias ya poseían la información necesaria para
realizar esta actividad y el gen que normalmente la controla puede activarse o
desactivarse según las necesidades. Si la mutación altera casualmente dicho
gen, permitiendo así la absorción de citrato, lo que sucede sigue siendo una
pérdida de información.
Después de muchos años de simulaciones numéricas en los
laboratorios, no ha sido posible lograr una evolución progresiva, significativa
y realista, aplicable a los seres humanos. Solamente se han detectado unas
pocas mutaciones benéficas aisladas que son el resultado de una limitada
adaptación a algún ambiente o circunstancia especial. Desde luego, esto es
absolutamente insuficiente para explicar cómo apareció el ADN o la propia
humanidad. El evolucionismo supone que, en un período de unos seis
millones de años, una antigua población prehumana se transformó
gradualmente en el hombre moderno. Sin embargo, las matemáticas
demuestran que se necesitarían miles de millones de años para crear y
establecer una nueva cadena de ADN con sentido, de tan sólo ocho bases
nitrogenadas (como por ejemplo, GTGGCTGC). Pero semejante pequeñez
sería insignificante en la tarea de lograr que un simio se convirtiera en
persona.

Se puede concluir, por tanto, que la selección natural existe en la


naturaleza y está diseñada para conservar los distintos tipos de vida, pero no
es una fuerza creativa capaz de originarlo todo, como cree el evolucionismo.
La función de la selección natural es frenar la degeneración que se está
produciendo continuamente en todos los seres vivos del planeta y hacer
posible pequeños reajustes para la adaptación de los organismos a ambientes
cambiantes. En el fondo, se trata de una actividad natural perfectamente
compatible con la economía de la Caída, tal como se desprende de la
perspectiva bíblica, que contribuye a poblar de vida todos los rincones de la
biosfera, según el eterno plan redentor de Dios.

Dios no diseña basura

La afirmación de que el 98% del ADN humano era pura basura


genética ha sido otro de los grandes paradigmas evolucionistas que se ha
derrumbado recientemente. La coincidencia casual del número 98 (en el
supuesto parecido entre humanos y chimpancés que ya se vio cómo quedaba
reducido al 70% y en el pretendido porcentaje del ADN basura) parece
haberle traído mala suerte al evolucionismo. Se trata de una cifra que ha
estado tendiendo continuamente a la baja, en contra de los requerimientos
darwinistas.
Ya en la década de los 50, el famoso genetista, J. B. S. Haldane, calculó
que únicamente un reducido número de mutaciones podían haberse fijado
permanentemente en la población humana, durante el tiempo que
supuestamente habíamos evolucionado desde los simios.[263] Más tarde, a
finales de los 60, el evolucionista Motoo Kimura reconoció también el
problema planteado por Haldane y se dio cuenta de que la selección natural
presentaba serias limitaciones. Con el fin de responder a esta dificultad,
Kimura propuso su “teoría neutralista de la evolución molecular”[264] y sugirió
que casi todo el genoma humano debía carecer de función y ser, por tanto,
basura neutra o inservible.

Así, este ADN basura no necesitaría de la selección natural para su


origen o su mantenimiento y podría acumular mutaciones neutras a un ritmo
constante, convirtiéndose en un buen reloj molecular para medir el tiempo de
la evolución. De manera que estos tres conceptos: ADN basura, evolución
neutra y reloj molecular pasaron a ser los fundamentos principales de la teoría
evolucionista moderna. Se suponía que, como no había mucha información
útil en nuestro genoma, la selección natural sólo actuaba en el 2% del mismo
ya que el resto era inservible. Por lo tanto, la suposición de que el 98% era
ADN basura se convirtió en un argumento muy poderoso para sustentar la
creencia de que el genoma humano había surgido por evolución al azar.

Durante cuarenta años, esta teoría del ADN basura ha sido considerada
como un dogma académico que todos los estudiantes de biología y genética
debíamos conocer y aceptar. Sin embargo, cuando se completó la segunda
fase del Proyecto Genoma Humano (el denominado Proyecto ENCODE
encargado de determinar qué proporción de ADN estaba activa), más de 400
científicos se dieron cuenta de algo inesperado. Casi todo el genoma humano,
incluso el llamado ADN basura que no se traduce en proteínas, se transcribía
activamente a ARN.[265]

Se vio que una sola letra típica de ADN perteneciente a cualquier gen
se utilizaba para codificar un promedio de seis o más transcripciones
diferentes en el ARN. Esto significa que cualquier cambio al azar en una sola
letra del “ADN basura” puede afectar a múltiples procesos celulares
independientes. Se descubrió que, aunque solamente poseemos alrededor de
22.000 genes, tales genes sintetizaban varios cientos de miles de proteínas
diferentes. De manera que diversas partes de un mismo gen pueden actuar
como bloques de construcción para elaborar muchas proteínas distintas. Algo
parecido a lo que ocurre con las piezas del Lego. Todo esto implica la
existencia de un complejo código de empalme de estas distintas partes de los
genes. Y, además, que tal maquinaria de unión funciona a la perfección y está
formada precisamente por lo que antes se creía que era basura del ADN.

Tales descubrimientos han cambiado nuestra imagen del genoma. Éste


ya no se concibe sólo como un generador de proteínas sino como un
complejo ordenador del ARN, capaz de realizar múltiples cambios dentro de
lo que antes se llamaba ADN basura. Por su parte, las proteínas son productos
elaborados por tales sistemas de computación de los ácidos nucleicos. En
cualquier tramo del ADN humano existen muchos códigos que se
superponen. Lo cual significa que cualquier cambio aleatorio de una letra o
nucleótido podría estropear diferentes mensajes genéticos. Y esto, qué duda
cabe, es una mala noticia para el evolucionismo ya que éste es incapaz de
explicar el origen por azar y la conservación de tales códigos genéticos
superpuestos.

La idea de que el 98% del genoma humano era basura inservible se ha


demostrado falsa por las propias investigaciones genéticas. Casi todo nuestro
ADN es importante y esencial para la vida. Negar esta realidad, como todavía
hace cierto sector del evolucionismo, es como darse coces contra el aguijón.
Tarde o temprano deberán enfrentarse a ello, porque lo cierto es que cuanto
más conocemos sobre los múltiples niveles de complejidad que hay en la
célula y el genoma, más difícil resulta aceptar que todo esto se generó por
evolución. Es decir, solamente por mutaciones fortuitas y selección natural de
las mismas. El colapso del mito del ADN basura es devastador para la teoría
de Darwin.

Tal como reconoció el biólogo molecular de la Universidad de


Houston, Donen Graur, ferviente evolucionista: “Si ENCODE tiene razón,
entonces la evolución es incorrecta”.[266] Esto es cierto, aunque él lo dijera
intentando defender todavía el concepto de ADN basura. Pero si éste se
derrumba, se lleva consigo también la idea de la evolución neutra y esto
implica que la humanidad está degenerando poco a poco. El ADN basura se
inventó por la necesidad de proteger a los genes funcionales de la pesada
carga genética que suponían las numerosas mutaciones. Sin embargo, con el
colapso de tal concepto, resulta que las mutaciones se acumulan en un
genoma que es operativo o funcional. Éstas ya no pueden considerarse
neutras sino “casi neutras” o “ligeramente perjudiciales”. Lo cual significa
que la entropía genética, o el grado de desorden, va aumentado
progresivamente en el genoma humano.

Además, la suposición evolucionista del reloj molecular se vuelve


indefendible. Hay mucha más información en el genoma de lo que se puede
explicar por medio de la selección natural. Los numerosos códigos y
lenguajes que se superponen nunca podrían haberse originado por simple
mutación/selección como propone la evolución. Y, en fin, la creencia en un
antepasado común de hombres y chimpancés pierde credibilidad porque gran
parte de su evidencia se basaba en la suposición de la existencia del ADN
basura, que ahora se ha demostrado falsa.

En realidad, el argumento del ADN basura es una readaptación genética


de la tesis decimonónica de los órganos vestigiales, que supuestamente
habrían perdido su función original a lo largo de la evolución. De la misma
manera que a tales vestigios anatómicos se les ha ido encontrando con el
tiempo un función concreta, también está pasando lo mismo con el ADN
basura.

Por ejemplo, tanto los seres humanos como los chimpancés y otros
simios presentan el pseudogén de la beta-globulina, que supuestamente sería
una versión defectuosa de un gen funcional del pasado. Desde el
evolucionismo se dice que este error compartido prueba que simios y
hombres descienden del mismo antepasado, en el que ocurrió dicho error.
Esto parecía un buen argumento hasta que se descubrió que dicho pseudogén
no es un error genético sino que posee un función concreta. Su ARNm regula
a toda una familia de genes, actuando como un interruptor capaz de
desactivar el gen de la globina en los embriones y activarlo en los adultos. Si
está presente en humanos y simios es porque en todas estas especies realiza la
misma función.[267]

Algo parecido está ocurriendo con el pseudogén de la vitamina C, que


parece alterado tanto en el hombre como en otras especies, pero cuando se
analiza la naturaleza de dicha alteración genética se descubre que es única
para cada especie animal. Esto apunta a otra interpretación diferente. En vez
de tratarse de un error genético compartido por diversas especies que
sugeriría un antepasado común a todas ellas, como interpreta la evolución,
evidenciaría en realidad la entropía o desorden genético que está ocurriendo
continuamente en todas las especies.

Como ya se comentó en un trabajo anterior, el evolucionismo ha estado


diciendo desde hace décadas que la ascendencia común entre humanos y
simios venía demostrada por el cromosoma 2 humano. Se suponía que éste
era el resultado de la fusión de dos cromosomas más pequeños del
chimpancé. Pero esta explicación no es la única posible y, además, presenta
serios inconvenientes. Es verdad que el ser humano tiene dos cromosomas
menos que estos simios y que nuestro cromosoma 2 se parece a una
combinación hipotética de los cromosomas 2a y 2b de ellos (el contenido de
genes y patrones de bandas cromosómicas son similares). No obstante, esta
similitud puede deberse tanto a un ancestro común como a un diseño común.

Lo cierto es que la hipótesis de que dos cromosomas de chimpancé se


fusionaron en el cromosoma 2 del hombre nunca tuvo un apoyo científico
riguroso e indiscutible. Su principal fundamento fue muy especulativo y la
poca evidencia que supuestamente parecía apoyarla ha sido refutada
recientemente, aunque muchos evolucionistas se nieguen a reconocerlo. En
contra de lo que suele divulgarse popularmente, cuando se analiza
meticulosamente el lugar del ADN humano donde se supone que se
fusionaron los cromosomas del chimpancé, no se observan secuencias
teloméricas auténticas (o sea, el ADN repetitivo que suele haber en los
extremos de los cromosomas) sino un gen muy importante y activo llamado
DDX11L2. Ni tampoco se observan las dos mitades de este gen humano en
los extremos de los dos cromosomas del chimpancé.

En los extremos de los cromosomas 2A y 2B de los chimpancés se han


encontrado grandes cantidades de un ADN específico (denominado satDNA)
que está ausente en el cromosoma 2 del hombre.[268] Desde el evolucionismo
se asegura que este satDNA debió eliminarse durante la fusión. Pero, ¿cómo
pudieron desaparecer aproximadamente 24Mb de ADN sin dejar rastro? Esto
nadie lo ha explicado.

La idea de una fusión telomérica (cabeza-con-cabeza) surgió cuando el


supuesto lugar de fusión fue clonado y secuenciado. Se vio entonces que en
el cromosoma 2 humano había una huella, con una longitud de alrededor de
unas 800 bases, en la región denominada 2q13.[269] Una década después, los
investigadores realizaron la secuenciación completa, descubriendo unos
614Kb de ADN que rodeaban el sitio de fusión.[270] Se trataba de dos trabajos
que pusieron de manifiesto toda una serie de problemas graves que
contradecían completamente el modelo de la fusión.

En primer lugar, está el asunto de la falta de sintenia (u orden de los


genes y similitud de la secuencia de ADN a lo largo del cromosoma) entre el
chimpancé y la región de supuesta fusión en el cromosoma 2 humano. En
realidad, este lugar de nuestro cromosoma está rodeado por una amplia gama
de genes funcionales y supuestos pseudogenes que no se corresponden (no
son homólogos) con los que existen en los extremos de los cromosomas 2A y
2B de los chimpancés. ¿Cómo explicar dicha anomalía? Al no poder
encontrar ninguna similitud con estos simios, en cuanto al contenido de genes
que rodean el sitio de la hipotética fusión, se dijo que “probablemente” tales
genes habrían sido transferidos a otras partes del genoma después de la
fusión.

En segundo lugar, la secuencia de fusión está altamente degenerada


según se deduce de la escala de tiempo evolucionista. En los mencionados
trabajos de Fan y colaboradores se reconoce que “sólo el 48% de las 127
repeticiones en RP11-395L14 y el 46% de las 158 repeticiones en M73018
son unidades TTAGGG o TTGGGG perfectas” y también “si la fusión
ocurrió dentro de los telómeros, en una pequeña porción inferior a 6 Mya,
¿por qué el orden del sitio de fusión está tan degenerado?”. De manera que la
supuesta secuencia de fusión no sólo es ambigua en sí misma, sino que
además se restringe a una pequeña región de unas 800 bases de longitud.

Por último, uno de los descubrimientos más notables sobre este


hipotético lugar de fusión, realizado también por Fan y sus colegas (2002b),
fue su peculiar localización. Se hallaba dentro de un pseudogene (CHLR1),
que actualmente se denomina el gen DDX11L2. Curiosamente en ese trabajo
no se discutía de manera especial esta localización anómala, a pesar de que en
los gráficos aportados se demostraba claramente que lo era. Actualmente, esta
región del genoma humano se conoce mucho mejor gracias a los datos del
proyecto ENCODE y se ha visto que el debatido sitio de fusión se halla, en
realidad, en este gen funcional. Concretamente, se encuentra en el interior del
primer intrón de la cadena negativa de un gen de la helicasa, que está
implicado en una amplia variedad de procesos celulares. Y esto hace
imposible que dicho lugar sea el producto de la supuesta fusión de telómeros
que propone el evolucionismo.

En resumen, igual que ocurrió con los antiguos órganos vestigiales,


cuando se profundiza un poco más en el ADN basura, se descubre que los
argumentos darwinistas no son válidos. No estamos diciendo que todo
nuestro ADN tenga que ser funcional. El genoma ha sido sometido a miles de
años de mutaciones degenerativas. Es seguro que presenta elementos
parásitos, desechos genéticos y funciones rotas o alteradas. Pero la mayor
parte del mismo tiene que ser funcional pues, de lo contrario, ya nos
habríamos extinguido como especie. Y, si esta enorme parte de nuestro ADN
es compleja en información y funciona bien, entonces la evolución progresiva
por mutación/selección se torna imposible por muchas razones. En cambio, el
colapso del paradigma del ADN basura es lo que cabría esperar desde la
perspectiva bíblica.

¿Supervivientes de un cuello de botella?

La teoría de la evolución supone que cualquier población grande de


seres vivos irá acumulando mutaciones a lo largo de millones de años y que
esto generará, lógicamente, una enorme cantidad de diversidad genética en
las especies. El problema con los humanos actuales es que los estudios
genéticos muestran todo lo contrario. Es decir, hoy está claro que la
humanidad es muy homogénea y que presenta una limitadísima variación
genética. Si bien esta evidencia supone un grave problema para la perspectiva
evolutiva, es exactamente lo que cabría esperar si todos los seres humanos
descendiéramos de una sola pareja original, tal como afirma la Biblia. Una
población humana homogénea, con una diversidad limitada, es fácil de
explicar desde la perspectiva bíblica. Pero, ¿cómo se justifica desde el
evolucionismo?

Nuestra limitada diversidad genética actual, según la perspectiva


evolucionista, requiere de un gran acontecimiento de casi extinción total (un
“cuello de botella” de la población o bottlenecks) que supuestamente se
habría producido poco antes de que apareciera repentinamente el hombre
moderno y se expandiera pronto por todo el planeta. Hasta ahora se creía que
tal evento ocurrió hace unos 70.000 años, -un suspiro para la evolución-
inmediatamente antes de que el Homo sapiens se diversificara por todo el
mundo.[271] Sin embargo, los recientes descubrimientos genéticos han
provocado el colapso de este otro paradigma evolutivo. La idea de que se
produjo un cuello de botella en los humanos modernos, que disminuyó
drásticamente su población hasta casi la extinción, ya no se puede sostener.

El darwinismo cree que durante los famosos seis millones de años, en


que los ancestros de los chimpancés estaban evolucionando para originar
también a las personas, las mutaciones al azar habrían generado una gran
cantidad de diversidad genética. Con el fin de explicar esta evidente falta de
diversidad que se observa actualmente en la población humana, tuvieron que
apelar a un hipotético evento de extinción casi total. Es decir, a lo que en
genética se llama un cuello de botella en la historia de la población humana.
¿Qué son y cómo funcionan los cuellos de botella?

Hay muchas especies animales que suelen experimentar oscilaciones


estacionales en cuanto al número de individuos que las constituyen. Por
ejemplo, las moscas de las regiones templadas son muy numerosas durante el
verano, pero al llegar el invierno su población se reduce a unos pocos
ejemplares. Sin embargo, estas pocas moscas que sobreviven a la estación
fría serán las progenitoras de las del siguiente verano. Pues bien, tal
disminución de individuos, y por tanto de genes, es lo que se llama un cuello
de botella genético.

Lo mismo se puede ilustrar de forma más gráfica. Supongamos que


tenemos una botella llena de bolas o canicas de distintos colores. Cada color
representa un gen y en la botella hay canicas azules, verdes, blancas, rojas y
amarillas. Si removemos bien la botella y dejamos caer solamente dos bolas
en el interior de un vaso, éstas pueden ser del mismo color o de diferentes
colores. Imaginemos que una es azul y la otra amarilla. Esto significa que los
demás colores (verde, blanco y rojo), o los genes que los representan, ya no
saldrán más en la descendencia. Después de muchas generaciones, las canicas
más abundantes en la población resultante serán precisamente las azules y las
amarillas. Más aquellas otras que hayan surgido por mutación aleatoria. De
manera que la sociedad final será mucho más homogénea y menos diversa
que la primitiva, representada por los cinco colores iniciales. Esto es lo que
ocurre con los cuellos de botella y lo que el evolucionismo supone debió
ocurrir con la primitiva humanidad.

Es también lo que insinuaba, ya en 1976, el Dr. José Pons Rosell,


catedrático de antropología de la Universidad de Barcelona: “Durante los
primeros períodos de la Humanidad debieron de constituirse colectividades
extraordinariamente reducidas (…) las luchas, epidemias y escaseces
determinarían de cuando en cuando fuertes disminuciones, comparables,
hasta cierto punto, con los bottlenecks (cuellos de botella).”[272] Pues, ya
entonces, aunque no se había propuesto ninguna catástrofe concreta, se intuía
la necesidad de tal mecanismo reductor para poder explicar la homogeneidad
genética del ser humano.

Dos décadas después, en 1989, el profesor Stanley H. Ambrose, de la


Universidad de Illinois, propuso la teoría de la catástrofe de Toba,[273] en la
que se refería a una gran erupción volcánica ocurrida en un enorme volcán
situado en el lago Toba, al norte de la isla de Sumatra (Indonesia). Tal
cataclismo habría ocurrido hace entre 70 y 75 mil años y sería supuestamente
el responsable de producir un cuello de botella en la especie humana. Esta
teoría afirma también que cuando se restableció el clima y los demás factores
ambientales, los seres humanos se empezaron a diseminar por todo el mundo
partiendo del continente africano. La teoría de la catástrofe de Toba supone
que la población mundial pudo reducirse a unas diez mil personas, o quizás a
tan sólo unas mil parejas reproductoras.[274]

No obstante, una investigación posterior llevada a cabo por el


antropólogo evolucionista, Michael Petraglia, de la Universidad de
Cambridge, concluyó que la erupción de Toba no tuvo unos efectos tan
catastróficos sobre el clima de la Tierra, ni sobre la evolución humana, como
pretendía en Dr. Ambrose,[275] puesto que, en el año 2009, al sur de la India,
se encontró un yacimiento repleto de artefactos de piedra fabricados por el
hombre que indicaban que las poblaciones locales permanecieron vivas en la
región después de la erupción volcánica de Toba. Por lo que dicha catástrofe
no podía ser la causa del supuesto cuello de botella.

Además, el hecho de que la humanidad se redujera sólo a dos mil


individuos significa que llegó al borde de la extinción. Si se mantuvo así
durante muchos años, sufriría una grave pérdida de diversidad genética, que
sumada a la fijación de mutaciones perjudiciales y la lógica endogamia
reproductiva, la habrían empobrecido genéticamente. Sin embargo, casi
simultáneamente o poco después, esta misma población se transformó
supuestamente de Homo erectus en Homo sapiens y entró en un crecimiento
exponencial ilimitado que rápidamente se extendió por los cinco continentes,
originando todas las etnias humanas modernas.

De manera que cuando el hombre moderno (H. sapiens) superó esta


etapa genéticamente empobrecedora de casi extinción, pronto empezó a
aparearse con los neandertales,[276] así como con los denisovanos[277] y a
provocar la extinción total de Homo erectus. Todo esto suena como una
historia bastante difícil de creer porque una especie que ha estado al borde de
la extinción, y ha visto como se reducía drásticamente no sólo el número de
sus individuos sino también su variabilidad genética, ¿cómo podría
explosionar repentinamente en un torbellino de vida capaz de poblar y
dominar todo el planeta?

La ecología nos dice que las pequeñas poblaciones que experimentan


cuellos de botella suelen tener graves problemas. Por ejemplo, los guepardos,
que son los animales terrestres más veloces del planeta, están actualmente en
peligro de extinción. Algunos zoólogos aseguran que para el 2030 los
guepardos salvajes habrán desaparecido. Hoy quedan aproximadamente unos
diez mil en todo el mundo (curiosamente la misma cantidad que se supone
para el presunto cuello de botella humano) que muestran signos de
endogamia y declinación genética. Su diversidad se ha visto erosionada
debido a esta reproducción entre parientes y la especie está empezando a
sufrir muchas mutaciones recesivas perjudiciales. A la vista de tales
resultados, ¿es lógico creer que un cuello de botella genético semejante pudo
estar detrás de la evolución del hombre?
Por otro lado, cuando se secuenció el genoma del hombre de
Neanderthal, la hipótesis del cuello de botella africano se volvió todavía más
problemática. Pudo comprobarse que el neandertal era totalmente humano ya
que se había cruzado con el hombre moderno y estaba relacionado
genéticamente con los europeos y otros grupos humanos.[278] Esto contradice
claramente la historia del cuello de botella que nos habría llevado casi a la
extinción.

Según la cronología evolucionista, el hombre de Neandethal se habría


separado de la población humana principal hace unos 400.000 años, por lo
que no pudo experimentar el cuello de botella africano próximo a la extinción
de hace sólo unos 70.000 años. Después, se nos dice que estos mismos
neandertales se reunieron con la emergente población humana que acababa de
salir de África y tuvieron relaciones sexuales inter-fecundas. Pero, si el Homo
sapiens había sufrido una remodelación genética tan radical en dicho
continente, ¿cómo podía seguir siendo inter-fértil con el neandertal? Y si,
tanto los neandertales como los denisovanos y el Homo erectus podían
cruzarse sin problemas con el Homo sapiens africano y ninguno de ellos
había experimentado el famoso cuello de botella genético, ¿cómo se puede
decir siquiera que hubo un cuello de botella real?

Por tanto, esta hipótesis del cuello de botella evolutivo, que


supuestamente habría llevado al hombre primitivo al borde de la extinción y a
una severa endogamia, no es de ningún modo factible. De manera que la
homogeneidad genética que actualmente evidencia la especie humana
constituye un problema teórico muy serio que aún no ha sido resuelto desde
la perspectiva darwinista.

Sin embargo, desde la cosmovisión bíblica no existe ninguna dificultad


con una población humana relativamente homogénea. La humanidad podría
haber empezado perfectamente sólo con dos personas. Lo que ya de por sí era
como un cuello de botella extremo pero benigno ya que duró solamente una
generación y además, al no haber mutaciones perjudiciales acumuladas en los
genomas que produjeran efectos negativos de consanguinidad, pudo dar lugar
a un crecimiento explosivo de la población.
En resumen, la reducida diversidad genética del hombre constituye un
gran problema para la teoría de la evolución ya que obliga a buscar historias
constantemente que suelen ser revisadas y cambiadas de manera periódica.
No obstante, esa misma evidencia genética humana es compatible con el
relato bíblico y no necesita que imaginemos otros relatos inverosímiles.

Los cromosomas de Adán y Eva

Las dos sinuosas cadenas que forman la doble hélice de la molécula de


ADN se enrollan sobre sí mismas gracias al emparejamiento de las bases
complementarias. Es decir, de esas cuatro letras (A, T, C y G) que
constituyen los peldaños de semejante escalera de caracol. Pero el
arrollamiento no se detiene aquí, ni muchísimo menos. No se conoce en la
naturaleza una estructura tan liada sobre ella misma como esta singular
molécula de la vida. Para comprender bien el fenómeno del empaquetamiento
del ADN hay que pensar que casi cada célula de nuestro cuerpo contiene
unos seis mil millones de pares de bases. Si se pusieran en línea recta,
formarían una doble hélice de cerca de dos metros de largo. El problema es
que el núcleo de las células que contiene este ADN mide sólo unas 5 micras
de diámetro, menos que el grosor de una página de papel. ¿Cómo logra
albergar en ese reducido espacio a una molécula tan enorme?

El ADN se retuerce y vuelve a retorcer muchas veces sobre él mismo,


asociándose con ciertas proteínas (histonas) y dando lugar a la llamada
cromatina, algo parecido a un collar de perlas. Solo que las perlas se conocen
como nucleosomas y éstos, a su vez, se siguen superenrollando originando
estructuras densamente empaquetadas. Todavía no está claro cómo son en
realidad tales estructuras de orden superior, pero lo que sí sabemos es que al
final de semejante empaquetamiento progresivo aparecen nuestros famosos
cromosomas, en un número de 46 por célula. De manera que básicamente los
cromosomas son como microscópicas bobinas formadas por ADN y
proteínas. Y esto conduce al conocido problema del huevo y la gallina. ¿Qué
fue primero? La información contenida en el ADN se transcribe al ARN y
sirve para producir las proteínas. Pero para que este proceso sea posible se
requieren proteínas que vienen codificadas precisamente en el ADN. Esta
mutua dependencia constituye un problema para el evolucionismo. ¿Quién
apareció primero, el ADN, las proteínas o ambos a la vez?

No obstante, de lo que deseo hablar hoy es de los cromosomas de


nuestros primeros padres. ¿Resultaría posible para los modernos genetistas
reconstruir los componentes cromosómicos de la población humana original?
Es evidente que la recombinación genética ha mezclado los genomas con
cada reproducción a lo largo de la existencia humana. Sin embargo, nuevas
evidencias sugieren que quizás muy pronto podamos estar en condiciones de
reconstruir de manera fiable cómo debieron ser aquellos cromosomas
primitivos. Y, lo que se está comprobando hasta ahora, refuta el paradigma
evolucionista de que una población parecida a los simios se transformó
gradualmente en una población humana.

En efecto, los cromosomas pueden compararse a cadenas de texto


sumamente largas. Si tales cadenas no se hubieran recombinado nunca, todos
los genes y demás rasgos codificados en el ADN estarían unidos o ligados
siempre entre sí. Por ejemplo, imaginemos que hubiera dos rasgos humanos
dominantes que pudiéramos denominar “alto” y “rubio” y que estuvieran
presentes en uno de los dos cromosomas complementarios de las 23 parejas
existentes. Mientras que los recesivos, o no dominantes, fueran “bajo” y
“moreno” y estuvieran en el otro cromosoma complementario. Si, como
decimos, los cromosomas no se pudieran recombinar, entonces nunca podrían
nacer personas “altas” y “morenas” o “bajas” y “rubias” porque estos
caracteres (fenotípicos) de altura y color del cabello estarían siempre unidos
en el mismo bloque de ligamiento (linkage block). Como existen miles de
caracteres codificados en cualquier cromosoma, todos ellos se heredarían
siempre juntos como un solo bloque de ligamiento. Esto sería un grave
problema puesto que limitaría seriamente la variabilidad humana.

Sin embargo, los cromosomas están diseñados para recombinarse entre


sí, romper estos bloques de ligamiento y permitir toda una increíble gama de
variaciones humanas. La recombinación genética es algo parecido a mezclar
una baraja de cartas. De la misma manera que una baraja española -que posee
50 cartas (48 naipes y 2 comodines)- bien mezclada puede dar lugar a un gran
número de combinaciones, también la recombinación genética es capaz de
originar una variación casi ilimitada, incluso aunque posea pocos nucleótidos
diferentes. En la reproducción sexual, las dos copias complementarias de
cada cromosoma individual se recombinan. Esto permite pasar una copia
recombinada a cada hijo. De manera que los padres transmiten a sus
descendientes versiones codificadas de los cromosomas de los abuelos. Como
tal proceso se produce en cada generación, se van creando bloques cada vez
más pequeños de las cadenas del texto original.

A pesar de todo, cuando se analiza un gran número de genomas


humanos puede observarse que los cromosomas se componen todavía de
bloques de ligamiento relativamente grandes que representan las cadenas de
texto originales que nunca se han mezclado. Esto significa que el genoma
sólo se ha barajado parcialmente y que existen aún grandes bloques de
ligamiento (cadenas intactas del texto original) constituidos por decenas de
miles de nucleótidos. Tales cadenas son fragmentos conservados de los
cromosomas de los primeros seres humanos que pueden ser estudiados en la
actualidad. Como fósiles genómicos vivientes susceptibles de análisis
científico. Lo cual permite aventurar que cuando se reúnan los datos de
muchas personas actuales, pertenecientes a diferentes etnias, será posible
reconstruir los cromosomas de la primera población humana, anteriores
incluso a la recombinación o a las posteriores mutaciones.

Semejante trabajo podría ser especialmente significativo ya que los


datos descubiertos hasta ahora están mostrando que la tasa de recombinación
es mucho mayor de lo que se pensaba, debido a lo que se conoce como
“conversiones genéticas” (genetic conversions). Tales conversiones ocurren a
una frecuencia mucho más alta que la recombinación cromosómica cruzada.
[279]
Si esto es así, entonces los cruces y recombinaciones genéticas deberían
haber mezclado rápidamente los bloques de ligamiento a lo largo del tiempo
que supone la evolución. Pero esto constituye un doble problema para el
evolucionismo porque, primero, éste no cree que haya habido una “primera
población” de humanos y, segundo, porque se supone que cualquier
población inicial debería haber estado constituida no sólo por dos personas -
como afirma la Biblia- sino por unos cuantos miles de individuos cuyos
cromosomas serían muy antiguos y, por tanto, estarían muy mezclados.

Desde el punto de vista del neodarwinismo se debería haber producido


una completa mezcla en el genoma humano durante mucho tiempo y, por
tanto, no debería quedar ni rastro de los cromosomas originales. Sin embargo,
los últimos descubrimientos sugieren claramente que resulta posible discernir
todavía gran parte de las cadenas cromosómicas originales. Los datos
preliminares indican que los cromosomas primitivos eran poco numerosos.
No como sería lo propio de una gran población humana sino que
corresponden más bien a una muy pequeña comunidad inicial. Tal vez
incluso formada por sólo dos personas (Adán y Eva) o poco más. Desde
luego, se trata de un área de estudio muy reciente que está aportando datos
prometedores en este sentido.

Si se considera la población humana actual, se observa que los genomas


se dividen en bloques de ligamiento de tamaño limitado, que oscilan entre
diez mil y varios millones de nucleótidos.[280] Estos datos son consistentes con
la perspectiva bíblica que sugiere pocas generaciones humanas desde la
creación de Adán y Eva hasta nuestros días. Pero desde el punto de vista
evolucionista esto no debería ser así. Los bloques de ligamiento tendrían que
ser casi indetectables ya que el elevado número de generaciones que se
requieren habría recombinado tanto los cromosomas que el tamaño de tales
bloques debería ser insignificante. Además, la mayoría de las regiones de los
bloques de ligamiento del genoma humano únicamente poseen entre dos y
cuatro versiones alternativas. Esto es exactamente lo que podría encontrarse
en Adán y Eva. Es lo que cabría esperar si se hubiera empezado con una
única pareja fundadora y con sólo cuatro conjuntos de cromosomas.

Existen también en nuestro genoma algunos lugares especiales en los


que una determinada región de ligamiento tiene muchos bloques diferentes
(llamados técnicamente haplotipos), pero éstos aparecen siempre en lugares
diseñados para mutar y recombinar mucho más rápidamente como, por
ejemplo, en ciertos genes asociados con la producción de anticuerpos. Un
haplotipo es el conjunto de alelos presentes en un único cromosoma o
segmento cromosómico.

Se ha observado que las etnias africanas tienden a tener cromosomas


que están subdivididos en bloques de ligamiento más pequeños que las etnias
no africanas. Esto se muestra desde el evolucionismo como evidencia de que
las poblaciones africanas son más antiguas que los demás grupos humanos y
que en dicho continente aparecieron los primeros hombres. Sin embargo, esta
mayor diversidad africana no requiere necesariamente más tiempo para la
acumulación de mutaciones. También puede explicarse mediante la
inmigración a África de un mayor número de tribus que arribaran después de
la dispersión de Babel.

Además hay que tener en cuenta que ciertos grupos humanos


probablemente tienen diferentes tasas de conversión de genes, de
recombinación cromosómica, diversos tamaños de población, diferentes
edades medias de los matrimonios o parejas reproductoras, así como distinto
número de nacimientos y de mortalidad. Todos estos factores afectan la
composición genética de las etnias actuales y son variables en cada una de
ellas. Se sabe también, por ejemplo, que las etnias africanas experimentan
más recombinaciones por generación que el resto de los humanos.[281] Pero, a
pesar de que las tasas de cambio no son uniformes, los datos genéticos
indican que todas las etnias humanas deben ser de la misma edad y tienen que
remontarse a la misma población original. Los estudios sobre los bloques de
ligamiento que existen todavía en el genoma humano respaldan la idea de que
todos los humanos descendemos de una única pareja fundadora.

¿Es la genética enemiga de Adán y Eva?

Durante la última década se ha venido desarrollando en el mundo


evangélico -sobre todo entre los evolucionistas teístas- la idea de que el grado
de diversidad genética observado en el ser humano actual es incompatible
con la existencia de un Adán y una Eva literales, tal como afirma la Biblia.
Algunos científicos evangélicos famosos han realizado declaraciones en este
sentido. Por ejemplo, el genetista Francis Collins dijo que “no hay manera de
que se pueda desarrollar este nivel de variación entre nosotros a partir de uno
o dos antepasados.”[282] Mientras que su colega, Dennis Venema, manifestó:
“Tendríamos que postular que ha habido una tasa de mutación absolutamente
astronómica que ha producido todas estas nuevas variantes en un período de
tiempo increíblemente corto. Esos tipos de tasas de mutación no son posibles.
Dejaríamos de existir.” [283] Pues bien, a pesar de lo autorizadas que puedan
sonar tales declaraciones, lo cierto es que evidencian una consideración
sumamente superficial de esta cuestión. En efecto, la idea de que el nivel de
diversidad genética de la especie humana excluye la historicidad de Adán y
Eva puede ser fácilmente refutada. Veamos cómo.
Resulta paradójico que, por una parte, los evolucionistas apelen a un
supuesto cuello de botella genético, relativamente extremo y reciente, para
explicar por qué hay tan poca diversidad en los humanos actuales, mientras
por la otra digan que existe demasiada diversidad como para creer en un
Adán y una Eva bíblicos. ¿En qué quedamos? ¿Hay poca o hay demasiada
diversidad?

Si Dios hubiera diseñado inteligentemente los genomas de Adán y Eva,


(mediante el milagro de su creación y sin tener que esperar millones de años a
que éste se originara por medio de mutaciones al azar) sería lógico pensar que
la primera pareja humana poseería un gran número de variantes genéticas,
porque de lo contrario todos sus descendientes habrían sido básicamente
clones de ellos. Y, desde luego, esto supondría un mal diseño por razones
obvias. Ahora bien, ¿qué cantidad de variación genética podrían contener los
genomas de Adán y Eva así creados?

La respuesta puede parecer sorprendente pero no es imposible. Todas


las variantes de una sola letra o base nitrogenada (llamadas polimorfismos de
nucleótido único o SNPs) conocidas dentro de la población humana actual,
podrían haber sido programadas en sólo dos individuos diploides como
nuestros primeros padres. Entre los dos poseerían cuatro conjuntos de
cromosomas y, como sólo hay cuatro letras (A, T, C y G), Adán y Eva
podrían haber tenido cualquier combinación posible de variantes de SNP.
Cabe la posibilidad de que hubieran sido heterocigóticos en 100 millones de
nucleótidos, aunque esto no es necesario para explicar la actual diversidad
humana. Incluso hoy, una sola persona es heterocigótica para unos cuatro
millones de nucleótidos aproximadamente y esto le permite poseer una gran
parte de toda la variación humana. Existen alrededor de 15 millones de SNPs
comunes en toda la humanidad.[284] Una única pareja moderna podría
representar una parte muy grande de toda la variación humana y, como las
variaciones más comunes no suelen estar asociadas con enfermedades, la
mayor parte de la variación existente se podría atribuir razonablemente a la
variación diseñada originalmente.

¿Qué impediría al Dios creador del universo originar a la primera pareja


humana con entre 10 y 15 millones de variantes heterocigóticas en sus
genomas desde el principio? Desde luego, él puede hacer lo que quiera,
cuando quiera y como quiera, pero no es necesario invocar algo más que la
simple heterocigosis ya que ésta, por sí sola, es suficiente para explicar casi
toda la diversidad humana.

Además de estas variaciones comunes, existen también otras muchas


menos frecuentes o muy raras que forman parte del genoma humano.
Normalmente suelen estar restringidas a grupos específicos de personas y a
áreas geográficas muy concretas, lo que significa que probablemente se
deben a mutaciones nuevas que se han ido agregando a las variaciones
diseñadas al principio. Tales mutaciones suelen estar asociadas muy a
menudo con algún daño genético evidente[285] y habrían aparecido a lo largo
de la historia humana después de la Caída. Pero, a pesar de estas mutaciones
negativas posteriores, sería razonable concluir que la mayor parte de la
variación genética observable fue creada originalmente por Dios. Esta
perspectiva bíblica, que difiere de la evolucionista, posee un poder
explicativo único que proporciona un marco coherente a la asombrosa
variedad de rasgos y habilidades humanas.

Además, desde este otro punto de vista, jamás hubiera sido posible
hablar de genotipos superiores o inferiores, como por desgracia ocurrió en
base a las ideas darwinistas. Todos los humanos tenemos conjuntos únicos de
dones y talentos que reflejan adecuadamente un buen diseño original, por el
que debemos estar agradecidos y darle siempre gracias a Dios. La genética no
es enemiga de Adán y Eva. Tal como dijo Pablo: “El Dios que hizo el mundo
y todas las cosas que en él hay (…) de una sangre ha hecho todo el linaje de
los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado
el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a
Dios” (Hch. 17: 24-27).

La Eva bíblica y la mitocondrial

En el tercer capítulo del libro de Génesis, se dice que Adán llamó Eva a
su mujer, por cuanto ella sería la madre de todos los vivientes. Miles de años
después de que se escribieran estas palabras, y a pesar de tantas hipótesis
como se han sugerido en tiempos recientes, estamos asistiendo hoy a la
reafirmación de esta enseñanza bíblica fundamental. A saber, que Eva fue la
madre de todos los seres humanos.

Quizás ciertos científicos evolucionistas lamenten ahora haber acuñado


el concepto de “Eva mitocondrial” -creado de manera burlona para ser como
una bofetada en plena mejilla de la famosa historia bíblica- porque lo cierto
es que los estudios genéticos respaldan esta idea de que sólo hubo una
progenitora de toda la humanidad. A pesar de que se diga que esta primera
mujer no fue la única que existía en su momento y que el ADN nuclear
indicaría que el tamaño de la población humana antigua nunca decayó por
debajo de algunas decenas de miles de personas, la verdad es que la Eva
mitocondrial sigue siendo un problema para la teoría de la evolución.

Aclaremos en primer lugar qué es una mitocondria, para qué sirve y


qué contiene que la hace tan relevante en el tema que nos ocupa. Las células
de nuestro cuerpo requieren energía que obtienen por medio de reacciones
químicas muy complejas. La mayoría de estas reacciones, sobre todo aquellas
en las que interviene el oxígeno, ocurren en el interior de unas minúsculas
bolsitas u orgánulos llamados mitocondrias. Cada célula puede contener
centenares de ellas. Pero, además de esta importante función energética, la
singularidad de las mitocondrias se debe a que poseen su propio material
genético. Es decir, tienen un ADN circular que constituye un pequeño
cromosoma parecido al de las bacterias.

Este ADN mitocondrial (ADNmt) es muy importante en los estudios


sobre el linaje humano por dos razones principales: primero, porque su
variabilidad sólo puede deberse a las mutaciones ya que nunca experimenta el
proceso de la recombinación que ocurre entre los cromosomas del núcleo
celular de machos y hembras. Y, segundo, porque únicamente se transmite a
la descendencia por vía materna. En efecto, los orgánulos de la célula huevo
(cigoto) proceden solamente del óvulo materno y, por tanto, se transmiten
siempre a través de las mujeres. En la fecundación, el espermatozoide sólo
aporta sus cromosomas nucleares, ya que el ADNmt masculino queda fuera
del óvulo y es eliminado. De esta manera resulta posible rastrear la
ascendencia del cromosoma mitocondrial a través de las generaciones. De la
hija a la madre, de ésta a la abuela materna, la bisabuela materna, la
tatarabuela materna y así sucesivamente hasta llegar a la Eva mitocondrial, el
ancestro común femenino que poseía las mitocondrias de las cuales
descienden todas las mitocondrias de la población humana actual.

Uno de los primeros trabajos publicados sobre la variación del ADNmt


en los seres humanos[286] produjo una gran conmoción entre los estudiosos
evolucionistas del origen de la humanidad moderna. Las conclusiones de este
estudio genético sugerían que el hombre no era tan antiguo como decía la
ciencia de los fósiles humanos (paleoantropología). Basándose en la técnica
del reloj molecular, se estimó que el tiempo transcurrido desde que se
produjo la separación de todas las líneas de ADNmt era tan sólo de unos
200.000 años.[287] Los análisis apuntaban a que en ese momento vivió la
mujer hasta la que podían remontarse dichas líneas. Por supuesto, este trabajo
fue muy criticado por los paleontólogos ortodoxos que proponían una mayor
antigüedad, dando lugar a discusiones académicas que se sucedieron durante
años. La polémica entre genetistas y paleontólogos (todos evolucionistas) en
torno a la antigüedad humana no hacía más que empezar.

No obstante, posteriormente se han analizado más de 800 secuencias


mitocondriales humanas y ha sido posible reconstruir una aproximación a la
primera secuencia de la Eva mitocondrial.[288] Los resultados indican que el
ser humano actual ha experimentado sólo alrededor de una veintena de
mutaciones desde la secuencia original de la primera mujer. Aunque en
algunos individuos esta cantidad puede ascender al centenar de mutaciones o
cambios en el ADNmt. Las estimaciones más recientes para la tasa de
mutación en las mitocondrias humanas son de alrededor del 0,5 por
generación.[289] Esto significa que la mayor parte de las secuencias mutadas
sólo requieren unas 200 generaciones (alrededor de seis mil años) para
acumular 100 mutaciones. Lo cual significa que la secuencia de la Eva
mitocondrial es exactamente la que cabría esperar desde una perspectiva
bíblica. Si dicha tasa de mutación es correcta, no haría falta esperar 200.000
años a partir de la primera mujer para obtener las actuales secuencias
mitocondriales.

Sin embargo, la idea de una única madre de todos los vivientes no es lo


que predice el evolucionismo. Éste afirma que había muchas otras mujeres,
aparte de la Eva mitocondrial, con descendientes cuyos genes habrían llegado
también hasta hoy, aunque no por vía mitocondrial. Por ejemplo, si una mujer
sólo tiene hijos varones, se interrumpe la transmisión del ADNmt, aunque no
la del ADN cromosómico nuclear. El ADNmt de esta mujer dejará de estar
representado en la población. ¿Podría explicar esto la poca variabilidad que
existe hoy en las poblaciones no africanas? Algunos autores han señalado
también que la historia evolutiva de las mujeres puede no coincidir con la del
conjunto de la población humana. Todos estos argumentos han tenido sus
correspondientes réplicas y contrarréplicas en la literatura científica, aunque
no se ha alcanzado la unanimidad.

No obstante, si la perspectiva evolucionista fuese correcta, debería


haber muchos más tipos mitocondriales antiguos. Si la humanidad salió por
primera vez de África hace más de un millón de años, como propone la teoría
evolutiva, y divergió después en las poblaciones de Homo erectus en África,
Europa, Asia y Australia, durante todo ese tiempo en cada continente se
debería haber formado una propia secuencia mitocondrial distintiva. Pero esto
no se observa en las diferentes etnias humanas actuales. Si realmente el ser
humano (Homo sapiens) procedente del continente africano se hubiera
apareado con descendientes del Homo erectus (como los neandertales y los
denisovanos), la humanidad actual debería tener una enorme diversidad
mitocondrial y no sería posible detectar una secuencia de comienzo
claramente discernible como la encontrada.

Pero lo cierto es que cuando se trazan mediante mecanismos genéticos


los árboles genealógicos de las diversas poblaciones humanas que habitan
actualmente el planeta, se encuentran ramas coincidentes, denominadas
haplogrupos, que van convergiendo cada vez más hasta alcanzar una sola
rama común. Y esta rama es el ADN mitocondrial proveniente de un primer
ancestro femenino.

Otros científicos han argumentado que quizás la secuencia común de la


Eva mitocondrial podría haber surgido por casualidad, incluso aunque no
hubiera existido una Eva literal. Esta otra hipótesis se conoce como la “teoría
de la coalescencia”. El problema con este planteamiento -que asume que la
primera mujer pertenecía a una gran población- es que requiere muchas
suposiciones más que resultan poco realistas. La coalescencia global necesita
el mantenimiento sostenido a lo largo del tiempo de una única población de
reproducción unificada y con apareamientos perfectamente aleatorios. Pero
esto falla en cuanto se dan condiciones biológicas reales como intercambios
entre subpoblaciones aisladas o tribus diferentes. Entonces el cálculo de la
coalescencia se vuelve imposible.

Lo que se observa históricamente es que los grupos humanos han


tendido siempre a mezclarse, extenderse y distanciarse de las poblaciones
competidoras, constituyendo así nuevas tribus locales. Lógicamente, etnias
como los aborígenes australianos antiguos, por ejemplo, no se acoplarían
normalmente con los pueblos africanos por razones geográficas. Pero cuando
éstas no existían, las integraciones eran habituales. Esto significa que la
coalescencia evolutiva no puede aplicarse de forma realista a la humanidad
primitiva a nivel mundial. En los orígenes de la humanidad, las tribus
aisladas se diferenciaban claramente unas de otras, dando lugar a la aparición
de rasgos étnicos o casi raciales. Lo cual habría repercutido negativamente en
la preservación de cualquier diversidad mitocondrial que hubiera estado
presente al principio. De manera que, desde el evolucionismo, resulta muy
poco razonable esperar una clara secuencia mitocondrial de Eva, teniendo en
cuenta lo que se sabe acerca de la reproducción humana.

Pues bien, esto que supone un serio inconveniente para la teoría de la


evolución, es lo que cabría esperar si el Diseñador inteligente hubiera creado
de manera sobrenatural a la primera pareja humana, tal como afirma la
Escritura. Independientemente de la cronología asumida, lo que está claro es
que la Eva mitocondrial encaja bien con la Eva bíblica. Es evidente que los
200.000 años propuestos desde el evolucionismo no suponen un
inconveniente para el creacionismo de la Tierra antigua, ni para muchos
partidarios del Diseño inteligente y que será únicamente el creacionismo de la
Tierra joven quien critique esta cantidad de tiempo. Como todos aportan
argumentos razonables, es menester ser prudentes y estar abiertos a nuevos
datos o descubrimientos. A pesar de todo, la Eva mitocondrial coincide
mejor, desde el punto de vista genético, con la bíblica que con una antecesora
simiesca.

El Adán “Y” cromosómico

Una buena manera de contrastar los resultados obtenidos con el ADN


de la Eva mitocondrial,[290] sería estudiar también la variabilidad de alguna
parte del ADN del núcleo celular que se transmitiera sólo por vía paterna y
tampoco experimentara recombinación. El candidato perfecto para ello fue el
cromosoma “Y” masculino que sólo lo heredan los varones. Estudios de la
genética de poblaciones sobre el mismo han puesto de manifiesto otra verdad
bíblica fundamental: Adán es el padre de toda la humanidad.

De la misma manera que en el caso de Eva, muchos evolucionistas


lamentan ahora haber acuñado este nombre, “Adán cromosómico” (o Adán
cromosomal-Y), y actualmente tienden a evitarlo. Sin embargo, existe
consenso en que existió este ser humano -homólogo de la Eva mitocondrial-
y que correspondería al ancestro común de todos los hombres, que poseía el
citado cromosoma “Y” del que descienden los demás cromosomas “Y”
masculinos de la población humana actual.

Por otro lado, cuando se realizó la secuenciación del cromosoma “Y”


del chimpancé se vio que era radicalmente diferente al cromosoma “Y” del
ser humano.[291] Su tamaño alcanza sólo la mitad del que posee el cromosoma
del hombre. En un primer momento, se dijo que ambos cromosomas diferían
en más de un 30% pero estudios posteriores aumentan esta cantidad hasta
casi el 40%. El problema para la tesis evolucionista es que conseguir
semejante divergencia entre simios y humanos en tan sólo 6 millones de años
-como requiere el evolucionismo- supondría una tasa de mutación
increíblemente alta para este cromosoma “Y” de los machos. A pesar de todo,
como suele ocurrir habitualmente ante los datos incómodos que no encajan
con la teoría, se supuso que el cromosoma “Y” humano habría evolucionado
muy rápidamente, adquiriendo numerosos genes en poco tiempo, mientras
que el de los chimpancés habría degenerado mucho, perdiendo hasta el 40%
de sus genes originales. Al parecer, las teorías metafísicas permiten tales
malabarismos acomodaticios.

No obstante, el doctor Hughes y los demás autores de este estudio


afirmaron que las diferencias genéticas existentes entre chimpancés y
hombres, por lo que respecta al cromosoma “Y”, son parecidas a las que
existen entre los humanos y las aves. En este sentido, hay que tener en cuenta
que el hipotético ancestro común entre los seres humanos y las aves habría
vivido supuestamente hace por lo menos 300 millones de años, para poder
dar cuenta de tan drásticas diferencias genéticas.[292] Y, desde luego, no es
posible que esta misma cantidad de cambio genético haya podido ocurrir en
tan sólo una fracción pequeña de ese tiempo, ya que los humanos
supuestamente divergieron del hipotético antepasado de los chimpancés hace
solamente unos 6 millones de años. Es decir, en un período de tiempo 50
veces inferior.

Usando polimorfismos de nucleótido único (SNP), que son variaciones


en el ADN que afectan a una sola base nitrogenada de la secuencia, se han
estudiado los cromosomas “Y” de centeneras de hombres pertenecientes a
múltiples poblaciones humanas modernas. Esto ha permitido reconstruir una
aproximación a la secuencia original del cromosoma “Y” del primer varón,
tal como se realizó a propósito de la Eva mitocondrial, y determinar cuántas
mutaciones separan a los hombres modernos del Adán cromosómico. Los
resultados indican que los cromosomas “Y” actuales sólo se diferencian en
unas 300 mutaciones del cromosoma “Y” original. Lo cual es muy poco e
implica que, según la actual tasa de mutación para este cromosoma “Y”, sería
posible que semejante cantidad de diferencia se hubiera originado en muy
poco tiempo. No en millones de años sino solamente en unos pocos miles.

El inconveniente para el evolucionismo es que, si las secuencias del


cromosoma “Y” mutan muy rápidamente (tal como se supone para explicar
las grandes diferencias entre el chimpancé y el hombre discutidas
anteriormente), ¿cómo es posible que todos los varones actuales posean
cromosomas “Y” casi idénticos y éstos sean tan similares al del Adán
cromosómico?

Incluso si se asume una tasa de mutación normal para el cromosoma


“Y” (de aproximadamente una mutación por cromosoma y por generación),
sólo se necesitarían unas 300 generaciones (alrededor de seis mil años) para
obtener las 300 mutaciones que nos separan del Adán cromosómico. Es
evidente que esto concuerda perfectamente con la perspectiva bíblica. Sin
embargo, desde el evolucionismo los números no encajan. Si el antepasado
varón de todos los hombres actuales vivió hace entre 100.000 y 200.000 años,
como propone la teoría, (aunque con los recientes hallazgos de Marruecos
esta fecha se pretende estirar hasta más de 300.000 años)[293] se deberían
hallar más de cien mil mutaciones entre los hombres modernos y el
cromosoma “Y” de Adán. Sobre un 333% más de lo que realmente se ha
observado.

Hay que tener en cuenta que todos estos cálculos suponen una tasa de
mutación humana típica. Pero, ¿cómo justificar que la tasa de mutación en el
cromosoma “Y” haya sido enormemente superior a la que se da en el resto de
los cromosomas humanos? Se mire como se mire, el cromosoma “Y”
masculino constituye un grave problema para la teoría de la evolución. Lo
que observamos en él, encaja perfectamente con el modelo bíblico y no es en
absoluto compatible con la perspectiva evolucionista.

¿Son fiables los relojes moleculares?

Estamos asistiendo al desmoronamiento de otra de las grandes


herramientas clásicas del evolucionismo para datar los tiempos de la
evolución. El reloj del ADN parece haberse estropeado o es que quizás nunca
llegó a funcionar bien. Los biólogos moleculares se sienten frustrados al
descubrir que este método de datación, usado durante décadas, resulta que no
es fiable. Desde mediados de los 60, se han estado proponiendo árboles
evolutivos que pretendían reflejar cómo habían ocurrido las transformaciones
entre las especies, en base a la suposición de que las mutaciones en su ADN
se habían venido acumulando a un ritmo constante a lo largo del tiempo. Sin
embargo, a principios del presente siglo se empezaron a publicar trabajos que
desmentían tal suposición.

En uno de los primeros, realizado por investigadores de la Universidad


de California en Irvine,[294] se comunicaba que las tasas de mutación eran muy
diferentes incluso para especies estrechamente emparentadas y que esto
convertía los relojes moleculares en herramientas inútiles en la práctica para
marcar de forma exacta el tiempo evolutivo. Más tarde, se pudo corroborar
este hecho, a propósito de la explosión cámbrica (la aparición repentina de
los planes corporales de todos los tipos de animales) y el evolucionismo no
tuvo más remedio que reconocer que los relojes moleculares debían correr a
diferentes ritmos dependiendo de las condiciones.[295] Seis investigadores del
Dartmouth College de Hannover (New Hampshire) intentaron averiguar
cuándo aparecieron los primeros animales con simetría bilateral (es decir, los
supuestos antecesores de gusanos, vertebrados, humanos y todo animal
formado por dos mitades más o menos simétricas).

Se creía que este hipotético ancestro común debió haber vivido justo
antes de la explosión cámbrica, un período en el registro fósil que continúa
desafiando cualquier explicación evolucionista. Pues bien, la conclusión a
que llegaba este trabajo dependía de hacer correr el reloj molecular a
diferentes ritmos según las distintas ramas del árbol de la evolución de
Darwin. Unas veces debió ir muy rápido, mientras en otras ocasiones se
habría retrasado notablemente. ¿Cómo se podía calcular entonces la
antigüedad de las especies biológicas, si no se disponía de un ritmo de
mutación estable?

Según los datos paleontológicos, los fósiles con simetría bilateral más
antiguos tenían aproximadamente unos 555 millones de años. Pero los
análisis mediante el reloj molecular indicaban que estos vertebrados
divergieron de los invertebrados, como las moscas, hace unos 900 millones
de años. ¿Qué había pasado durante esos 345 millones de años de diferencia?
La respuesta que se ofreció, con el fin de preservar las tesis evolucionistas,
fue que, o bien los invertebrados aceleraron su ritmo de evolución molecular,
o bien los vertebrados lo ralentizaron. Los autores del artículo se decantaron
por lo segundo, aunque reconocieron la magnitud del problema que plantea la
explosión cámbrica para la teoría de la evolución y manifestaron: “Debido a
que los relojes moleculares tienen varios problemas inherentes, incluyendo
cómo se calibra el reloj, cómo se estiman los ritmos de sustitución molecular,
y cómo se detecta y corrige la heterogeneidad en estos ritmos, así como un
prejuicio estadístico inherente para la sobreestimación de las fechas, no puede
refutarse aún una fecha mucho más reciente para el último antecesor común
de los bilaterales (LCB).”[296] En vez de “homogeneidad de ritmos” (un reloj
constante, tal como antes se pensaba), habría “heterogeneidad de ritmos”
(varios relojes relativos en los diferentes grupos que funcionarían a diferentes
velocidades).

Semejante conclusión está plagada de dificultades y es menester hacer


muchas suposiciones más para aceptarla. Es evidente que la explosión
cámbrica fue rápida, pero entonces todos los diversos planes corporales de
los animales tuvieron que aparecer casi inmediatamente a partir de un
supuesto y nunca visto antecesor común. De alguna manera, y sin dejar rastro
-a pesar de que las condiciones de los estratos eran ideales para la
conservación de fósiles- este antecesor precámbrico originó una riquísima
diversidad de animales en un tiempo increíblemente corto. ¿Qué clase de
mecanismos genéticos pudieron producir semejante biodiversidad de
especies, constituidas por órganos altamente complejos?

El dilema en que se encuentra aquí el evolucionismo es el siguiente: si


se le concede a este supuesto antecesor común (LCB) más tiempo para poder
evolucionar, hay que explicar por qué no aparecen fósiles en los estratos
durante cientos de millones de años; pero si se acorta el tiempo para su
evolución, es necesario explicar cómo aparecieron casi a la vez tantos planes
corporales complejos. ¿Cuál fue la fuente de la información necesaria para
construir repentinamente veinte nuevos planes corporales? Cuando este
problema se mira sin las gafas del evolucionismo, deja de tener apariencia de
evolución y adquiere otra muy diferente: parece creación y apunta a que la
fuente de la información sólo pudo ser la inteligencia.

Este colapso de los relojes moleculares echa por tierra otro paradigma
clave fundamentado en ellos. A saber, que el Adán cromosómico y la Eva
mitocondrial vivieron en un pasado muy lejano y que no se conocieron entre
sí puesto que habrían estado separados por más de 100.000 años. Es habitual
que desde el evolucionismo se le conceda una gran credibilidad a las fechas
que proporcionan los métodos radiométricos. Sin embargo, por extraño que
parezca, éstas son cambiadas constantemente cada vez que entran en
conflicto con algún dato importante para la teoría evolutiva. Lo mismo ocurre
con las dataciones de los relojes moleculares que suelen modificarse cada vez
que se analizan nuevas secuencias de ADN. La antigüedad propuesta para el
Adán cromosómico ha venido variando desde los 50.000 años iniciales hasta
los 581.000 años atrás.[297] Semejante grado de variabilidad indica lo poco
precisos que resultan tales cálculos y, a la vez, ponen de manifiesto la
reducida certeza científica que aportan.

A pesar de todo, un equipo de investigación de la Universidad de


Stanford en California, después de secuenciar el cromosoma Y de 69 varones
de todo el mundo, descubrió en 2013 cerca de 9.000 variaciones
desconocidas de dicha secuencia de ADN.[298] Emplearon dichas secuencias
para crear un reloj molecular, como se suele hacer habitualmente, y llegaron a
la conclusión de que la Eva mitocondrial y el Adán cromosómico habían sido
contemporáneos. ¿Qué más sorpresas nos deparará el futuro?

Conclusiones genéticas sobre el origen del hombre

Durante los últimos trabajos publicados en este medio hemos intentado


señalar ciertos aspectos de los orígenes humanos, relacionados directamente
con la genética, que socavan la concepción evolucionista y por el contrario
respaldan un marco de creación directa, como el propuesto en la Biblia.
Somos conscientes de que tales ideas sorprenderán a muchos, sobre todo en
el ambiente transformista que impera en colegios, universidades y en la
propia sociedad actual. Sin embargo, consideramos conveniente que estas
nuevas interpretaciones de los mismos hechos científicos descubiertos
recientemente sean también conocidas por el gran público. Creemos que
reflexionar acerca de tales asuntos es bueno, con el fin de conocer todos los
datos e interpretaciones de los mismos y de que así, cada cual pueda extraer
sus propias conclusiones.

A modo de resumen, recordaremos aquí los principales enunciados que


ya han sido tratados en su momento:

1. El ser humano posee unas capacidades únicas que no pueden


aparecer espontáneamente por mutaciones al azar, a pesar del mucho tiempo
que se les quiera conceder.

2. La gran cantidad de información contenida principalmente en el


ADN, que hace a las personas superiores a los chimpancés, no han podido
aparecer por mutación/selección natural en ninguna cantidad de tiempo y,
desde luego, no en seis millones de años, como propone el evolucionismo.

3. La degeneración genética constante que puede observarse hoy en los


genomas humanos hace imposible la supuesta evolución progresiva a lo largo
de millones de años y sugiere poderosamente que el genoma humano es
mucho más reciente.

4. La selección natural no es una fuerza creativa de nuevos órganos y


nuevos tipos de organismos sino estabilizadora y mantenedora de los mismos
y, por tanto, es incapaz de crear sistemas de información biológica,
independientemente del tiempo que se le conceda.

5. La constatación de que el genoma humano no está constituido en su


mayor parte por “ADN basura”, sino por sistemas de información muy
sofisticados, invalida los conceptos de mutación neutra y evolución neutra.
Esta descomposición de los paradigmas de “ADN basura” y de “evolución
neutra” hace también inviables casi todas las mediciones de los relojes
moleculares referidas a tiempos muy antiguos.

6. El supuesto episodio de casi extinción del Homo sapiens hace 70.000


años (cuello de botella), seguido por la hibridación con otras especies
humanas y posterior divergencia o aparición de todas las etnias actuales,
resulta inverosímil ya que, además, se basa en relojes moleculares poco
confiables.

7. La hipótesis “fuera de África” asume que los niveles más elevados


de diversidad genética en dicho continente demuestran que el hombre
apareció allí y por tanto las etnias africanas serían más antiguas que el resto
de la humanidad. Sin embargo, esta no es la única explicación posible. La
mayor diversidad africana podría deberse también a la arribada de grupos
extranjeros procedentes de otras regiones. La mención bíblica de la
dispersión de Babel pudo ser una de estas causas. La divergencia entre los
distintos grupos humanos no requiere necesariamente de una lenta
acumulación de mutaciones fortuitas a lo largo de muchos millones de años,
sino que puede surgir en poco tiempo mediante la fragmentación de
poblaciones originales, seguidas de importantes efectos fundadores y de
apareamientos posteriores con otros grupos. De manera que las divergencias
entre los distintos grupos de personas son más consistentes con un
fragmentación reciente de la raza humana.

8. La persistencia de bloques de ligamiento (linkage blocks)


importantes por todo el genoma humano actual, que reflejan cómo debían ser
los conjuntos de cromosomas de los primeros seres humanos, es incompatible
con la teoría de la evolución. Sin embargo, encaja perfectamente con la
perspectiva bíblica. Con los medios genéticos disponibles en la actualidad,
resulta posible pensar que en un breve período será posible reconstruir los
cromosomas humanos originales. Esto implica que nuestros genomas son
relativamente recientes y que no ha habido tiempo suficiente para que los
cromosomas originales puedan recombinarse por completo.

9. La diversidad que se puede observar hoy en los genomas humanos


no requiere necesariamente de una gran población inicial, ni de muchos
millones de años. Resulta consistente también con la diversidad diseñada en
Adán y Eva, que habría podido ser muy heterocigótica y manifestarse
inmediatamente en cada uno de sus descendientes.

10. Según el reloj molecular propuesto por el evolucionismo, la Eva


mitocondrial habría vivido hace unos 120.000 años. Esta fecha se basa en
varias suposiciones algo enrevesadas, como la tasa de mutación que se
adoptó, que ahora se sabe que era entre 10 y 20 veces más lenta de lo normal.
Simplemente corrigiendo esta errónea tasa, resulta que la Eva mitocondrial
podría haber vivido hace tan sólo entre 6.000 y 12.000 años. ¿Por qué no se
ha corregido esta datación si se sabe desde hace años cual es la tasa de
mutación correcta en el ser humano? Evidentemente, por exigencias del
guión evolucionista. Sin embargo, cuando se realizan análisis desde la
perspectiva de la creación, adoptando una tasa de mutación relativamente
constante, se observa que la humanidad moderna difiere de la secuencia de la
Eva mitocondrial sólo en 22 mutaciones. Incluso suponiendo una tasa de
mutación en el ADN mitocondrial tan baja como el 0,1 por generación
(aunque en realidad está más próxima al 0,5), el reloj molecular reciente
indica que Eva pudo vivir hace aproximadamente unas 220 generaciones. Lo
cual es notablemente consistente con la perspectiva bíblica.

11. De la misma manera, se dice que el reloj molecular indica que el


Adán cromosómico vivió hace mucho tiempo. Las fechas publicadas son muy
variables, abarcan desde hace alrededor de 50.000 años hasta más de 300.000
años atrás. Estas fechas se basan en datos arqueológicos incompletos, que a
su vez se basan en datos radiométricos para “calibrar” los relojes
moleculares. Como consecuencia de la gran cantidad de errores, en relación a
la datación del Adán Y-cromosómico, es imposible concluir que Adán y Eva
vivieron en épocas diferentes. Por lo menos se puede estar seguros de algo: la
mayor parte de las dataciones publicadas deben estar equivocadas ya que dan
respuestas muy diferentes. De igual manera que con la Eva mitocondrial,
todas estas fechas se basan en suposiciones tenues y enrevesadas. No
obstante, análisis realizados por genetistas partidarios de la creación, que sólo
contemplan una tasa de mutación relativamente constante, indican que el
hombre moderno medio difiere de la secuencia del Adán cromosómico por
solo unos 300 SNPs (polimorfismos de nucleótido único). Suponiendo una
tasa de mutación en el cromosoma Y masculino de 1,0 por generación, esto
indica que Adán vivió hace unas 300 generaciones. Teniendo en cuenta la
naturaleza de este tipo de cálculos, cualquier fecha inferior a los 25.000 años
atrás podría favorecer la perspectiva de la Biblia, pero no la evolucionista.

Y, finalmente: 12. El Adán cromosómico y la Eva mitocondrial


vivieron esencialmente al mismo tiempo, en un pasado no tan remoto. No
estuvieron separados por cientos de miles de años. Esto respalda de manera
asombrosa lo que dice la Escritura.

6. ¿Pertenecieron Adán y Eva a la especie


Homo heidelbergensis?
Esta es precisamente la conclusión a la que llega el famoso apologista
cristiano William Lane Craig en su último libro, El Adán histórico: una
exploración bíblica y científica.[299] El asunto no ha dejado indiferente a
ningún creyente de habla inglesa ya que la obra se publicó primero en inglés.
[300]
Sus evidentes y peliagudas implicaciones teológicas han hecho correr
mucha tinta en las revistas y publicaciones cristianas del mundo anglosajón.
Durante la última década, se han venido organizando debates y conferencias
entre expertos para tratar este asunto y, en vez de alcanzar un consenso, las
opiniones de los creyentes se polarizaron todavía más. Es muy probable que
todo este revuelo mediático se traslade también al mundo hispano con la
reciente traducción del libro de Craig ya que, como se afirma en el prefacio,
“no importa lo que digas (o escribas) sobre los primeros capítulos de Génesis,
tendrás muchos problemas con mucha gente”.

Las principales cuestiones que se suscitan en el libro son: ¿se ha logrado por
fin reconciliar la Biblia con la ciencia? ¿Debe entenderse Gn. 1-11
literalmente o estamos ante otro mito fundacional similar al de los pueblos
antiguos que rodeaban a Israel? ¿Existieron realmente el Adán y la Eva
tradicionales -tal como afirma la Escritura y han venido creyendo millones de
personas desde hace milenios- o, por el contrario, se trata sólo de una leyenda
que pretende explicar los orígenes de la humanidad, como creen muchos
otros? Veamos la historia reciente de tal cuestión, así como los principales
temas teológicos y científicos tratados en esta obra, antes de aportar nuestra
propia opinión que, desde hace años, viene siendo esbozada ya en este mismo
medio.[301]

Todo se inició con el bestseller del famoso genetista evangélico y padre


del proyecto genoma humano, Francis S. Collins, ¿Cómo habla Dios?, en el
que podía leerse: “estudios de la variación humana, junto con el registro fósil,
señalan el origen de los humanos modernos hace aproximadamente cien mil
años, y muy probablemente en África occidental. El análisis genético sugiere
que cerca de diez mil ancestros dieron lugar a la población entera de seis mil
millones de humanos en el planeta. ¿Cómo mezclar entonces estas
observaciones científicas con la historia de Adán y Eva?” [302]. Pocos años
después, un artículo del periodista Richard N. Ostling, especialista en asuntos
religiosos, fue publicado en el periódico evangélico Christianity Today [303], al
que siguieron otros muchos de diversos autores[304] en otros medios, iniciando
así el debate teológico y científico sobre el Génesis y, en particular, acerca de
si Adán y Eva fueron o no personajes históricos.[305]

¿Qué es un mito?

Dos terceras partes del libro de Craig -que tiene 358 páginas en su
versión en español- están dedicadas a analizar la naturaleza del mito en las
narraciones primigenias de los pueblos periféricos a Israel. Se aporta y
comenta una abundante bibliografía de los principales expertos en el tema y
se concluye que los mitos son narrativas tradicionales, orales o escritas, que
se transmiten de generación en generación. Tienen carácter sagrado para la
sociedad que los acoge y, por tanto, constituyen objeto de creencia. Suelen
estar ambientados en una época primigenia en la que los dioses intervienen
con el fin de anclar las realidades del presente en dicho tiempo pretérito.
Presentan elementos fantásticos y no tienen problemas con la contradicción
lógica o las incoherencias racionales.

Después de ver los grandes temas comunes entre el relato de Génesis y los
mitos babilónicos, asirios y egipcios, tales como la creación del mundo, el
origen de la humanidad y su semidestrucción en el diluvio, Craig comenta
que, a pesar de la semejanzas, “ninguno de estos mitos tiene nada parecido a
la historia de Adán y Eva, su tentación y caída, tan fundamental en Gn. 1-11,
antes del diluvio, ni leemos nada parecido a la historia posterior de la torre de
Babel”.[306] Por tanto, se plantea la cuestión sobre si el relato bíblico debe
considerarse o no como una recopilación de los mitos extrabíblicos. Algunos
autores, como Hermann Gunkel y la escuela panbabilónica que le siguió,
creyeron que sí, que los relatos de Gn. 1-11 se derivaban de los mitos del
Antiguo Oriente Próximo. Sin embargo, en la actualidad, pocos académicos
defienden esta tesis de la dependencia. Uno de los primeros en rechazarla fue
Samuel Sandmel, quien habló del error de la “paralelomanía” que cometían
algunos eruditos bíblicos al exagerar primero las supuestas similitudes de
ciertos pasajes bíblicos con los mitos y proceder luego a describir la fuente y
la conexión literaria.[307] Craig cita numerosos ejemplos de tales
exageraciones para mostrar lo difícil que es establecer la dependencia entre
narraciones paralelas. En su opinión, es cierto que las narrativas de Gn. 1-11
comparten suficientes parecidos de familia con los mitos pero eso no sería
concluyente ya que los relatos bíblicos muestran además un gran interés por
la historia. Y esto es algo que no suele darse en los mitos.

¿En qué se asemeja Génesis a los mitos?

Dios aparece en la creación del ser humano como una deidad


humanoide similar a la de los mitos politeístas ya que forma al hombre del
polvo de la tierra y sopla aliento de vida en sus fosas nasales; se pasea por el
Edén buscando a la primera pareja escondida entre los árboles; dice
arrepentirse de haber creado al hombre; se complace con el olor grato del
holocausto de Noé y, en fin, baja para examinar de cerca la torre de Babel
recién construida. Todos estos antropomorfismos parecen incompatibles con
el Dios trascendente que crea los cielos y la Tierra en el primer capítulo de
Génesis. No obstante, es posible que el autor humano de tales relatos no
pretendiera que se interpretaran literalmente y asumiera que los lectores
entenderían que eran simbólicos.[308] Se trata de una manera coloquial de
referirse a Dios, no de un tratado teológico para seguir al pie de la letra. Sin
embargo, sería un grave error confundir tales antropomorfismos (recursos
literarios o lenguaje figurado) con la realidad de los milagros y creer -como
hacen Gunkel[309] y otros- que la aparición de milagros en los relatos de Gn.
1-11 es una indicación concluyente de que son míticos. Si Dios hizo el
mundo mediante el magno milagro de la creación, es lógico pensar que pueda
intervenir también en él de manera milagrosa cuando lo desee.
Según Craig, “lo que es fantástico y, por tanto, mitológico en Gn. 1 es
la creación del mundo en seis días consecutivos”.[310] Él cree que es posible
que el propio autor del relato considerara fantástica la creación en seis días
literales ya que relata hechos que bien sabía que no podían haber sucedido de
forma natural en veinticuatro horas, pero que tampoco eran milagrosos. Por
ejemplo, la expansión de las aguas oceánicas en el día segundo, cuando se
compara con Gn. 8:3 donde se dice que las aguas del diluvio “decrecían
gradualmente” durante “ciento cincuenta días”. También la tierra
produciendo vegetación con semillas y árboles frutales el día tercero. Es
evidente que una semilla requiere más de un día para convertirse de manera
natural en árbol frutal. Todo esto lo sabía muy bien el redactor de Génesis y
es posible que considerara su relato como algo simbólico, por lo que no le
preocupaba demasiado la existencia del día y la noche antes de la creación
del sol en el día cuarto. La serpiente del Edén sería otro elemento simbólico y
fantástico ya que no sólo habla sino que es intrigante, malévola y se opone a
Dios. Los antiguos israelitas sabían perfectamente que las serpientes no
hablan y, por lo tanto, no habrían entendido esta descripción de forma literal
sino simbólica.

Estas reflexiones de Craig han molestado a los creacionistas de la Tierra


joven que interpretan el Génesis literalmente y creen que el universo sólo
tiene unos pocos miles de años de antigüedad. Sin embargo, han sido
refrendadas por los creacionistas de la Tierra vieja que asumen la cronología
estándar, aunque no todos los planteamientos de la teoría evolutiva, -con los
que personalmente me identifico desde hace muchos años- y también por los
evolucionistas teístas.

El autor de El Adán histórico es muy meticuloso en sus análisis y profundiza


bastante en todos los temas tratados. Por ejemplo, acerca de la idea,
generalizada hasta hoy entre muchos autores, de que los antiguos hebreos
compartían una geografía cósmica con el resto de culturas próximas, en la
que la tierra se concebía como un disco plano rodeado por un mar
circundante y el firmamento se concebía como una cúpula sólida sobre la
tierra, en la que estaban pegadas las estrellas, Craig escribe: “quizás el
ejemplo más atroz de literalidad injustificada con respecto a los materiales
del AOP (Antiguo Oriente Próximo) sea la afirmación de que, según la
llamada “geografía cósmica” del AOP, el cielo o los cielos son una cúpula
sólida sobre la tierra, que toca su horizonte, en la que están grabadas las
estrellas.”[311]

En realidad, todos en el mundo antiguo podían ver claramente que las


estrellas se movían en el cielo y no estaban pegadas a una supuesta bóveda.
Si se suponen varias esferas concéntricas con las estrellas inscritas en la más
interna, que sería giratoria, esta superficie tendría que estar en constante
movimiento para explicar la subida y bajada de las estrellas en el cielo. Algo
incompatible con que esa cúpula estuviera en contacto con la tierra en su
horizonte, apoyándose sobre pilares, montañas, polos o lo que fuere. Por lo
que Craig concluye: “los eruditos modernos occidentales del Antiguo
Testamento, cuando afirman que los antepasados mesopotámicos pensaban
en la tierra como un disco plano en un mar circunferencial cubierto por una
cúpula sólida, son así, a pesar de sus pretensiones de entender la cultura del
AOP, culpables de importar un literalismo rígido que es ajeno a los textos
mesopotámicos.”[312]

Definición de “mito-historia”

Después de analizar las definiciones aportadas por dos eruditos, el


asiriólogo, Thorkild Jacobsen, quien se refirió a Gn. 1-11 como un género
único de literatura que llamó “mito-histórico” y el comentarista bíblico,
Gordon Wenham, quien preferiría el término “protohistoria” ya que mito
conduce a malentendidos en el lenguaje popular, Craig dice que no hay
diferencia entre ambos conceptos. Los dos se refieren a “individuos reales del
pasado primitivo cuyas acciones son significativas para toda la
humanidad.”[313] Son relatos que exponen verdades teológicas profundas, de
forma vívida y memorable, pero altamente simbólicas. En la mentalidad
moderna, el término “mito” implica falsedad, sin embargo el autor de Génesis
quería que su audiencia creyera que los eventos registrados realmente
sucedieron, por lo que se puede decir que tales narrativas son “históricas”,
aunque posean elementos figurativos o imaginarios. Esto es lo que Craig
denomina en su libro “mito-historia” y lo que le lleva a concluir que los
parecidos de familia entre Gn 1-11 y los mitos del AOP conducen a pensar
que la historia primigenia comprende mitos hebreos. Sin embargo, el
entrelazamiento de estos relatos primigenios con las genealogías que se
refieren a personas reales, demuestra un interés histórico por parte del autor
en hombres y mujeres que alguna vez vivieron y actuaron.

Yo creo que, aunque no se esté de acuerdo en todo lo que se expone en


este libro, su lectura enriquecerá notablemente al lector y sin duda marcará un
hito en el estudio de los orígenes. En próximo artículos, analizaremos la
opinión de William L. Craig sobre el Adán y la Eva históricos, así como la
posibilidad de que pertenecieran a la especie Homo heidelbergensis.

El Adán y la Eva de Heidelberg

Reconstrucción artística del Homo heidelbergensis (también llamado Homo rhodesiensis), a partir de
los huesos fósiles encontrados, según aparece en El Adán histórico (p. 338).
(https://twitter.com/Qafzeh/status/653993493581295616/photo/1).
Contra la opinión de diversos autores modernos de que Adán y Eva no
fueron personajes históricos sino puramente literarios o simbólicos, William
L. Craig, afirma en su libro El Adán histórico, que “Adán es considerado por
Pablo como una persona histórica cuyas acciones afectaron al curso de la
historia”[314] ya que, en el pensamiento del apóstol de los gentiles, el pecado
de Adán es en cierto sentido la fuente del pecado y de la muerte espiritual de
toda la humanidad. Y esto sería suficiente para creer en la existencia de un
Adán histórico o real (1 Cor. 15:21-22; Rom. 5:12-21). De otro modo, si
Adán y Eva hubieran sido personajes ficticios, habría que admitir que Pablo
estaba malinterpretando el Génesis. Algo incompatible con la inspiración
divina de sus escritos.

Por tanto, si nuestros primeros padres fueron personajes reales que


dieron origen a todos los seres humanos, tal como afirma la Biblia, ¿en qué
época vivieron? ¿Qué aspecto físico tenían? ¿Puede la ciencia humana
aportar datos significativos al respecto o acaso ha demostrado que Adán y
Eva nunca existieron? Craig se formula todas estas cuestiones en la tercera
parte de su libro y propone al Homo heidelbergensis como posible especie
humana a la que pudieron pertenecer la primera pareja. “Si pensamos en la
diversidad de nuestra población humana contemporánea, desde los
aborígenes australianos hasta los nórdicos de Laponia y los inuit de Canadá y
Groenlandia, incluir a los humanos arcaicos en la familia humana no es un
paso tan radical. Muchos de nosotros en Occidente tenemos una tendencia
profundamente arraigada en pensar en Adán y Eva como caucásicos
europeos, lo cual no es más que un prejuicio cultural y racial. Si podemos
acostumbrarnos a pensar que Adán y Eva pudieron parecerse más a los san
africanos (bosquimanos) que a los blancos, entonces seguramente podemos
acostumbrarnos a la idea de que Adán y Eva se parecían al Homo
heidelbergensis más que a nosotros.”[315] Pero, ¿por qué elige esta especie
fósil y no otras, como el propio Homo sapiens, el neandertal, el denisovano o
incluso el Homo erectus?

Craig escribe: “Por lo tanto, es posible identificar a Adán como un


miembro del Homo heidelbergensis, que vivió quizás hace más de 750,000
años. Incluso podría haber vivido en Oriente Próximo, en el lugar bíblico del
jardín del Edén, aunque mucho antes de lo que se suele pensar, por supuesto.
Sus descendientes emigraron hacia el sur, a África, donde dieron lugar al
Homo sapiens, y hacia el oeste, a Europa, donde evolucionaron hasta
convertirse en neandertales/denisovanos. Una vez que el Homo sapiens
comenzó a migrar fuera de África hace más de 130,000 años, estas líneas
separadas de sus descendientes comenzaron a cruzarse”.[316] De manera que la
principal sugerencia de William L. Craig en este libro es que la ciencia
convencional de la paleoantropología se puede reconciliar con el Adán y la
Eva tradicionales. Esto contradice la opinión de muchos otros evangélicos -
como Francis Collins y el equipo de BioLogos- que afirman lo contrario. En
este sentido, la erudita y bien argumentada obra de Craig supone una
respuesta en favor de la existencia real de Adán y Eva como progenitores de
la humanidad.

Cráneo fósil perteneciente al hombre de Neanderthal (Homo neanderthalensis).

Se identifica a la primera pareja humana con el Homo heidelbergensis


en base a que los neandertales, los denisovanos y el Homo sapiens muestran
ya una capacidad cognitiva avanzada y, por lo tanto, deberían ser
descendientes de Adán y Eva. Si esto es así, nuestros primeros padres
tendrían que haber pertenecido a una especie anterior que hubiera dado lugar
a todos ellos. Esa especie, según la paleoantropología actual, sería
precisamente el Homo heidelbergensis, que poseía un tamaño cerebral grande
y debía ser muy inteligente. Además, Craig se refiere a múltiples análisis
genéticos que ponen de manifiesto que la diversidad genética humana actual
podría haber surgido de una sola pareja inicial que vivió hace alrededor de
500,000 años y esto coincide con el tiempo en el que se cree que existió el
Homo heidelbergensis.[317]

La obra de Craig me parece admirable, está científicamente muy bien


documentada y es menester reconocerle el mérito que indudablemente tiene.
Sin embargo, dicho esto, creo que es necesario comentar también que
contiene argumentos evolutivos de dudosa validez. El primero de ellos tiene
que ver con el supuesto origen del hombre y de los simios actuales a partir de
un antepasado común, como consecuencia de mutaciones en el ADN y
selección natural. La principal evidencia que Craig acepta para apoyar dicha
tesis evolucionista se fundamenta en “los pseudogenes rotos que
compartimos con los chimpancés”.[318] El razonamiento es que tales trozos de
ADN son genes estropeados que en el pasado tuvieron alguna función pero
que mutaron y dejaron de tenerla. Si los humanos compartimos tales
pseudogenes sin función con los simios, no sería porque Dios los hubiera
puesto en ambas especies -eso no tendría sentido- sino porque las dos
descienden de un mismo antepasado común en el que se habría producido tal
mutación heredable. La lógica parece correcta, sin embargo, ¿están realmente
rotos los pseudogenes? ¿Es cierto que carecen de función? ¿No pasará lo
mismo que con el mal llamado “ADN basura” que, al final, resultó tener
importantes funciones?

Si los pseudogenes que compartimos con los actuales chimpancés no


fueran ADN basura sino trozos importantes del genoma con funciones
concretas, entonces la razón por la que están presentes, tanto en estos simios
como en el ser humano, no sería la ascendencia evolutiva a partir de un
antepasado común, sino el hecho de ser necesarios para la vida. Lo cual
reflejaría un diseño común. Pues bien, cuando se analiza la bibliografía
científica, se tiene la sensación de que algo así parece estar ocurriendo. Por
ejemplo, los genetistas rusos, T. F. Kovalenco y L. I. Patrushev, confesaban
en el 2018 que: “Durante mucho tiempo, los pseudogenes se han considerado
como "ADN basura" que surge inevitablemente como resultado del proceso
evolutivo en curso. Sin embargo, los datos experimentales obtenidos durante
los últimos años indican que esta comprensión de la naturaleza de los
pseudogenes no es del todo correcta y muchos pseudogenes realizan
importantes funciones genéticas. (…) los pseudogenes son componentes
integrales de extensas redes reguladoras de genes que interactúan.”[319] De
hecho, la cantidad de trabajos que informan acerca de la funcionalidad de
pseudogenes es extensísima y se hace cada vez mayor.[320] Ante esta realidad,
¿no sería más razonable tener una actitud prudente frente a los pseudogenes
que compartimos con los simios y esperar a ver si son basura o tienen
funciones concretas?

Cráneo fósil del hombre de Cromañón (Homo sapiens).

Al defender la ascendencia común de simios y humanos, se hace difícil


explicar cómo encaja tal modelo con el hecho bíblico de que Adán y Eva
fueran creados milagrosamente “de novo”. Craig afirma que la evidencia
científica apoya un “cuello de botella” de dos personas que fueron nuestros
únicos progenitores genéticos. Pero, a la vez, se refiere a la “hipótesis del
mestizaje” en la que Adán y Eva no habrían sido nuestros únicos antepasados
genéticos ya que su descendencia se cruzó con otros homínidos que también
descendían del antepasado común, que supuestamente compartimos con los
simios. Por eso tendríamos pseudogenes en común con los chimpancés. A
esto se llama “la hipótesis del Adán y Eva genealógicos”, en la que tales
personajes serían antepasados genealógicos de la humanidad, aunque no los
únicos, debido como decimos al mestizaje con otras especies de homínidos.
La ascendencia común de humanos y simios que propone el evolucionismo
parece incompatible con la creación “de novo” de la primera pareja humana.

El segundo planteamiento de Craig que llama la atención es la elección


de la especie fósil Homo heidelbergensis como candidata para Adán y Eva.
En principio, su razonamiento es lógico, resulta convincente y desde luego
podría ser cierto. Aunque esto es algo que -tal como él mismo reconoce al
final del libro- nunca lo sabremos con certeza. Sin embargo, el hombre de
Heidelberg no parece gozar de mucho prestigio entre los propios
paleontólogos, algunos de los cuales no lo consideran siquiera como una
especie válida. Por ejemplo, el biólogo evolucionista español Francisco J.
Ayala escribe: “de acuerdo con Christopher Stringer (1993) un esquema así
permite de hecho eliminar el taxón Homo heidelbergensis dentro de la cadena
evolutiva por ser innecesario. Los humanos “arcaicos” europeos serían, de
acuerdo con esta idea, unos neandertales incipientes que no justifican la
asignación de una especie distinta.”[321] Son muchas, dispersas
geográficamente y dudosas las supuestas especies del género Homo que
“entrarían también en ese cajón de sastre”, comenta Ayala en otro lugar.[322]

Conviene tener en cuenta que las relaciones entre los homínidos fósiles,
desde la óptica evolutiva, son muy difíciles de interpretar y suele haber casi
tantas opiniones como especialistas. El hecho de que varios autores no
consideren válido al Homo heidelbergensis no significa necesariamente que
Craig esté equivocado, ya que otros autores sí creen que se trata de una
especie válida. Lo que ocurre con todas estas especies fósiles, supuestamente
descendientes del hombre de Heidelberg (H. sapiens, H. neanderthalensis, H.
denisova, etc.) es que se parecen mucho entre sí, hasta el extremo que podían
cruzarse entre ellas y producir descendencia fértil. Lo cual plantea dudas
acerca de si deberían considerarse como pertenecientes a la misma y única
especie Homo sapiens.

De manera que la transición del Homo heidelbergensis a Homo sapiens,


neandertales y denisovanos, se podría considerar como un ejemplo de
microevolución, o cambio a pequeña escala, dentro de la especie humana. Por
lo tanto, existen varias opciones viables entre los seres humanos de la
antigüedad para ser candidatos a Adán y Eva. Es difícil saber cual sería la
correcta y, como dice William Craig, “dada la insuficiencia de los datos y la
provisionalidad de la ciencia, la búsqueda del Adán histórico no podrá
concluirse nunca en nuestra vida, ni en la de nadie, de hecho.”[323] A pesar de
todo, el trabajo del apologista estadounidense viene a reforzar la
compatibilidad entre la Biblia y los hallazgos de la ciencia.

Un increíble millón de años

Reconstrucción artística del Homo erectus (https://www.ancient-


origins.es/noticias-historia-arqueologia/evolucion-homo-erectus-005750).
Una evidencia importante de la presencia histórica del ser humano en
un determinado lugar es, sin duda, aquella que aporta la ciencia de la
arqueología. Los artefactos, utensilios, construcciones, etc., que evidencian
pensamiento abstracto, una planificación previa y un comportamiento
simbólico, constituyen un claro testimonio de que fueron elaborados por una
mente como la nuestra o muy similar a la del Homo sapiens moderno.
Muchos de estos rasgos que definen y son característicos del ser humano
actual se han encontrado también junto a fósiles, atribuidos por la
paleoantropología a otras especies de homínidos, tales como Homo erectus,
H. heidelbergensis, H. neanderthalensis, H. denisova, H. floresiensis, H.
antecessor y otros H. sapiens antiguos.

Una de las cuestiones que se suscita es la de si estamos realmente ante


especies diferentes, en cada una de las cuales se habría desarrollado
independientemente la mente moderna, o bien si se trata de razas distintas de
la misma y única especie humana, que pronto adquirió una notable variedad.
Desde luego, sería un dato muy significativo saber si tales grupos hablaban,
sin embargo el uso del lenguaje no será directamente detectable hasta la
aparición de la escritura y esto ocurriría mucho más tarde. Por tanto, si tales
individuos podían o no hablar y transmitir información oral es algo que
únicamente se podrá inferir de manera indirecta por los objetos arqueológicos
encontrados. Por ejemplo, se sabe que Homo erectus y el pequeño humano de
un solo un metro de estatura, Homo floresiensis, a pesar de tener un cerebro
más reducido que los demás homínidos (alrededor de 1000 cm3 el primero y
menos de 400 cm3 el segundo, respectivamente) ambos dominaron la técnica
de la navegación. Esto implica la necesidad de algún tipo de lenguaje que les
permitiera comunicarse para construir y manejar embarcaciones. Luego, si
hablaban entre sí es porque eran humanos.

Otra cosa que pone de manifiesto esta cuestión es que el tamaño del cerebro
no siempre es directamente indicativo del nivel de inteligencia,[324] sino que
ésta dependería más bien de otras variables como la complejidad y
organización interna de dicho órgano. Por ejemplo, es bien sabido que en la
población humana moderna hay personas que poseen un gran tamaño
cerebral, como el novelista ruso Iván Turguénev (1818-1883), cuyo cerebro
pesaba 2.021 gramos. Pero, a la vez, existen otras con un cerebro pequeño,
como el novelista francés Anatole France (1844-1924), premio Nobel de
literatura, cuyo peso cerebral era de tan solo 1.017 gramos.[325] Prácticamente
como el Homo erectus y, sin embargo, ambos eran escritores famosos.
William Lane Craig descarta, en su libro El Adán histórico, al Homo erectus
como especie a la que hubieran podido pertenecer Adán y Eva, debido sobre
todo al reducido tamaño cerebral de dicha especie fósil. Sin embargo, no
parece que el peso del cerebro sea un buen indicativo de la inteligencia.

Algunos ejemplares de Homo erectus tenían una altura de hasta 1,85 metros,
lo que supera la media de la población humana actual. Aunque el promedio
de la especie es de 1,70 metros y su capacidad craneal estaba comprendida
entre los 700 y los 1.250 cm3,[326] lo que la sitúa dentro del rango típicamente
humano. (El volumen craneal medio del ser humano adulto actual es de unos
1.200 cm3). Los múltiples huesos fósiles hallados de esta especie, distribuida
por África, Arabia, Turquía, Europa, India, China y Tailandia, indican un
elevado parecido con el Homo sapiens, hasta el extremo que algunos autores
propusieron en su día que se la incluyera dentro de nuestra misma especie.[327]
Aunque otros siguen creyendo que se trata de una especie diferente, lo cierto
es que sus características humanas abren la puerta a la posibilidad de que
nuestros primeros padres hubieran podido pertenecer a ella.
Cráneo de Homo erectus (Foto: Antonio Cruz).

Según se ha señalado, se cree que Homo erectus construyó


embarcaciones y navegó por aguas difíciles, lo cual requería de un lenguaje
que le permitiera comunicarse con sus congéneres. La aparición de
herramientas y hachas bifaciales en el período achelense del Paleolítico
inferior está correlacionada con la presencia del H. erectus [328] hace 1,7
millones de años, según la cronología estándar. Es verdad que resulta posible
enseñar a los chimpancés que viven en cautividad a fabricar herramientas de
piedra como las encontradas en la garganta de Olduvai (África). Algunos de
estos simios adquieren la habilidad de golpear piedras oblicuamente con el
fin de conseguir lascas afiladas para cortar. Por tanto, descubrir dichos
artefactos de piedra no es indicativo de comportamiento humano moderno
sino que se ha relacionado más bien con los australopitecos y con el Homo
habilis (que, a pesar de su nombre genérico, muchos autores consideran como
un australopitecino).

No obstante, el hecho de que estas rudimentarias herramientas


persistieran en el registro arqueológico sin cambios durante tanto tiempo (“un
increíble millón de años”, escribe Craig), indica que hubo un estancamiento
cultural importante y una capacidad cognitiva muy inferior a la humana. La
falta de innovación en las herramientas líticas durante tantísimo tiempo es
“impensable” para la mente humana moderna. [329] Algunos autores han
manifestado que esta poca inventiva indica que aquellos simios no pensaron
en fabricar herramientas sino que solamente realizaban algo automático,
similar a lo hacen los pájaros tejedores cuando elaboran sus nidos. Una
actividad instintiva que sería muy diferente de una planificación meditada. Lo
cual indica una profunda laguna intelectual entre aquellos simios antiguos y
los verdaderos seres humanos.
Hacha de mano achelense que refleja simetría y diseño inteligente,
encontrada en Kathu Pan (Sudáfrica).

Así pues, desde la perspectiva transformista, tan extensísimo período de


tiempo en la supuesta evolución gradual del simio ancestral al ser humano es
difícil de explicar. ¡Cómo pudo vivir un ser con mentalidad humana durante
un millón de años usando piedras como si fueran cuchillos y no se le
ocurriera innovar nada más! A mi modo de ver, los datos que se poseen no
sólo reflejan una profunda laguna sistemática en el registro fósil entre ambos
seres (simios y humanos) sino también un lapso de tiempo demasiado
extenso. Creemos que esto permitiría pensar que los distintos grupos
humanos no descendieron de los Australopithecus, o de cualquier otra especie
de simio antiguo, sino de una primera pareja creada “de novo” por Dios. El
Adán y la Eva bíblicos pero -tal como señala Craig- mucho más antiguos de
lo que generalmente suele creerse.
7. Conclusiones trascendentes

Durante más de veinte años, estuve trabajando junto a dos profesores


amigos que eran hermanos gemelos. Yo enseñaba biología y ellos, dibujo y
tecnología, respectivamente en el mismo instituto. Por supuesto, se parecían
mucho entre sí. No sólo físicamente sino también en la manera de expresarse,
en ciertos gestos así como también en su sentido del humor y forma de reír. A
nadie se le escapa que los gemelos, sobre todo aquellos que son idénticos
(univitelinos), constituyen una buena base para estudiar el papel que puede
tener la herencia en la conducta del ser humano. Son numerosos los estudios
que se han venido realizando al respecto. ¿Qué conclusión se puede sacar de
ellos? ¿Hay evidencia real de que el comportamiento y ciertas características
de la personalidad sean heredables? ¿Es posible evaluar la función de los
genes y del ambiente en aspectos humanos tan complejos como por ejemplo
la inteligencia, agresividad, preferencia sexual o la propia espiritualidad?

Quienes han tenido la oportunidad de conocer bien a gemelos idénticos


saben que, por mucho que se parezcan entre sí, suelen diferir en cuanto a sus
personalidades. Cada uno posee su propio carácter. De ahí que, durante siglos
se les haya estudiado intentando medir cosas como la capacidad cognitiva,
extroversión, simpatía, laboriosidad, apertura, tendencia al conservadurismo,
neurosis o rebeldía. Hasta el presente, ninguna de estas investigaciones había
relacionado tales características con alguna base molecular real, por lo que
resultaban poco precisas. Sin embargo hoy, gracias a la creciente
comprensión del funcionamiento del genoma humano, se sospecha que la
herencia es importante en muchas de estas características de la personalidad.
Ciertos detalles moleculares de los mecanismos hereditarios se están
empezando a descubrir y la definición genética de algunas conductas
humanas ya se está dando. Quizás debamos empezar a acostumbrarnos y a
reflexionar acerca de esta relación entre herencia, medio ambiente,
temperamento y conducta.

Los neurotransmisores son sustancias que transmiten los impulsos


nerviosos en las sinapsis, o sea entre las neuronas del cerebro y demás
órganos del encéfalo. Pues bien, se sabe, por ejemplo, que determinadas
variantes de un receptor del neurotransmisor dopamina están relacionadas
con la tendencia a la búsqueda de novedades por parte de las personas. Otra
variante en un transportador para el neurotransmisor serotonina, se asocia
con la ansiedad y con el hecho de sufrir depresión después de algún
acontecimiento muy estresante. Esto indicaría una clara interacción entre
genes y ambiente.

En relación con el debatido asunto sobre la base genética de la


homosexualidad, el doctor Francis S. Collins -padre del Proyecto Genoma
Humano- manifestó que “la probabilidad de que los gemelos idénticos de un
hombre homosexual también sean homosexuales es de cerca del 20 por ciento
(comparado con el 2 a 4 por ciento de los hombres en la población en
general), lo que indica que la orientación sexual se ve genéticamente
influenciada, pero no que esté integrada en el ADN, y que los genes que estén
involucrados representan predisposición, no predeterminación”.[330] Es decir,
que no existe el famoso gen gay o de la homosexualidad que determinaría
inexorablemente a quienes lo tuvieran para manifestar dicha tendencia. Lo
que probablemente hay es una conjunción entre algunos factores genéticos y
ciertas situaciones ambientales negativas en el momento de la gestación, que
pudieran acabar provocando tales tendencias sexuales en algunos embriones.
Ni siquiera en todos.

No se trata, pues, de un determinismo genético como pretenden


algunos. Dicha predisposición génica puede manifestarse o no, siempre en
función de la epigenética. Es decir, en la forma en que los genes pueden ser
activados o desactivados por factores ambientales externos. De manera que
dos hermanos, con la misma predisposición genética, uno podría llegar a
desarrollar tendencias homosexuales mientras que el otro no, según las
particulares influencias del ambiente que hubiera experimentado cada uno.

En cuanto a la inteligencia puede decirse lo mismo. Los numerosos


estudios y exámenes realizados para medir el Coeficiente de Inteligencia (CI)
de las personas ponen de manifiesto que realmente existe un fuerte
componente hereditario. Lo cual tampoco contradice al sentido común ya que
de padres inteligentes es lógico que nazcan hijos que también lo sean.
Aunque, por supuesto, como todo el mundo sabe, puede haber excepciones
en ambas direcciones. En el año 2004, unos investigadores de la Universidad
de Barcelona demostraron que, en general, los niños catalanes eran un 15%
más inteligentes que los niños de hace treinta años. El principal motivo de
dicho incremento era la mejora nutricional y, en segundo lugar, los estímulos
educativos. ¿Cómo puede la alimentación y la educación mejorar la
inteligencia que, además, viene influenciada por los genes que cada cual
recibe al nacer?

La inteligencia depende del cerebro, que es un órgano formado entre


otras cosas por múltiples neuronas interconectadas, que funcionan gracias a
ciertos programas genéticos. Cada persona puede tener más o menos
neuronas, poco o muy conectadas entre sí, y que funcionen a una mayor o
menor velocidad. Además, en todo esto influye la alimentación y la
educación recibida (conocimientos, afecto, estímulos culturales, creencias,
etc.). Entonces, si buena parte de nuestra inteligencia depende de la herencia,
alimentación y educación que hemos recibido, ¿hasta qué punto somos
responsables de nuestros éxitos o fracasos en la vida? Esta cuestión recuerda
el juego del póquer. Uno no es responsable de las cartas que recibe, o que le
tocan, pero sí de cómo las juega.

Hubo una época en la que se habló mucho del gen de la criminalidad y


se corroboró que, en efecto, nacían más hijos que delinquían de padres
criminales que de quienes no lo eran, así como también de la influencia que
el ambiente social tenía en todo esto. Se sabe desde hace muchos años que los
hombres son más violentos que las mujeres. Ciertos genes presentes en el
cromosoma sexual Y son los responsables de que seamos un 16% más
agresivos que ellas. A pesar de todo, ningún juez suele tener esto en cuenta a
la hora de juzgar los casos de violencia de género, ni es algo que, a pesar de
su incuestionable gravedad, vaya a acabar con la sociedad humana.

Un estudio realizado en un clan familiar de los Países Bajos reveló que


ciertas conductas antisociales y criminales de varios varones pertenecientes a
dicha familia podían estar relacionadas con una mutación producida en el gen
MAO-A del cromosoma X. Aunque hubo muchas excepciones, no todos los
hombres portadores de dicha mutación delinquían, solamente lo hacían
aquellos que de niños habían sido maltratados o abusados. Es decir, otro
posible ejemplo de interacción entre los genes y el ambiente.

Por último está el asunto de la espiritualidad humana. ¿Hay algún gen


que la determine? En su libro El gen de Dios,[331] Dean Hamer, proponía la
existencia de cierto gen que codificaba un transportador de monoamina, una
proteína que controla la cantidad de sustancias químicas que emiten señales
en el cerebro, como el responsable principal de la espiritualidad. Sin
embargo, en una crítica irónica posterior a este trabajo, aparecida en la revista
Scientific American, se decía que Hamer había sido demasiado optimista y
que un título más apropiado para su libro, podría haber sido el siguiente:
“Gen responsable de menos del 1% de la variación encontrada en
puntuaciones de un cuestionario psicológico diseñado para medir el factor
llamado autotrascendencia, que puede significar cualquier cosa, desde
pertenecer a un partido ecologista hasta creer en el poder extrasensorial,
conforme a un estudio no publicado y no reproducible”.[332] Un título bastante
largo pero que reflejaba bien lo que se argumentaba en el libro. En mi
opinión, no hay ningún gen de Dios que determine a nadie a creer o a ser
agnóstico.

En resumen, ¿somos o no responsables de nuestro comportamiento? Es


evidente que hay componentes hereditarios en la conducta humana.
Seguramente poco a poco se irán descubriendo más genes implicados en ella,
así como en la personalidad de cada cual. Pero estos componentes del ADN
nunca serán predictivos ni determinantes. Es el medio ambiente, en el que se
gesta y crece la persona, así como las elecciones libres que realiza cada uno a
lo largo de su vida, quienes ejercen un profundo efecto sobre cada criatura
humana. Es verdad que nacemos con unos determinados cromosomas
repletos de instrucciones, pero la forma en que se manifiesten depende de
nosotros y de nuestras particulares circunstancias. Por lo tanto, el ser humano
es responsable de su conducta y no puede excusarse apelando a ningún
determinismo de los genes.

Tal como escribió el apóstol Pablo, la conciencia humana acusa o


defiende el comportamiento de cada persona (Rom. 2: 14-15). Hay algo en
nuestro interior que nos dice si aquello que estamos haciendo es bueno o
malo y, por tanto, somos responsables delante de Dios y de las leyes
humanas. No obstante, también el mismo Pablo entendía que algunos
hombres podían tener cauterizada la conciencia y no reconocer sus malas
acciones (1 Tim. 4: 2). Al tener entenebrecido el conocimiento, se les
endurecía el corazón, perdían la sensibilidad y vivían vidas de desenfreno e
inmoralidad (Ef. 4: 18-19).

Por el contrario, aquellos que hemos creído en Jesucristo como nuestro


salvador personal, estamos llamados a esa clase de madurez espiritual que
nos permita tener los sentidos ejercitados para discernir el bien del mal (Heb.
5: 12-14). No debemos conformarnos a las costumbres pecaminosas de la
sociedad sino que tenemos que transformar nuestro entendimiento
continuamente, buscando siempre la voluntad de Dios en nuestra vida.

¿Un Dios ateo?

Hasta hace poco más de un siglo y medio, predominaba en occidente la


creencia de que todos los seres del mundo habían sido creados por Dios de
forma sobrenatural e incomprensible para la razón humana. Eso es lo que se
puede leer en la Biblia y lo que la Iglesia ha venido enseñando a lo largo de
los siglos. Sin embargo, con el advenimiento de la teoría de la evolución a
mediados del siglo XIX y su aceptación universal por parte de la ciencia, el
término “creación” ha adquirido otras connotaciones diferentes, incluso en el
seno de la teología cristiana.

Muchos científicos defienden hoy que la ciencia debe tener un


compromiso previo con el materialismo. Como ésta sólo busca causas
materiales para explicar los fenómenos de la naturaleza, parecería lógico una
adherencia a priori de los investigadores a las soluciones exclusivamente
materialistas o que descarten siempre las causas sobrenaturales. Por otra
parte, un buen número de hombres y mujeres de ciencia creyentes asumen
también ese materialismo metodológico pero aceptando que en el origen de
todo estaría la acción y planificación del Dios creador. Él podría haber
formado el universo y la vida por medio de lentos procesos evolutivos.
Ahora bien, ¿cuáles son los límites de la ciencia? Los científicos
investigan la naturaleza siguiendo reglas y principios fijos que les permiten
describirla, gracias a la reproducción experimental de sus fenómenos. Sin
embargo, las limitaciones aparecen cuando se intenta reconstruir procesos o
acontecimientos que ocurrieron en el pasado y que no se pueden reproducir
en el laboratorio. Los problemas surgen cuando se pasa de la ciencia a la
historia. Por ejemplo, hoy es posible observar cómo muchos animales
cambian para adaptarse al medio en que viven. Pero, ¿demuestran estos
cambios que un animal parecido al hipopótamo sea capaz de transformarse
con el tiempo en una ballena? Esto sería un ejercicio de “extrapolación” que
sobrepasaría el límite de lo que la ciencia puede observar, medir o
comprobar.

No es que la ciencia no pueda hacer extrapolaciones. Lo que ocurre es


que si las mismas están sometidas siempre a unas condiciones previas, que
dicen que en la naturaleza nunca jamás puede haber influencia sobrenatural,
se está aceptando un principio que no proviene de la propia ciencia sino de
prejuicios ideológicos (como el materialismo, ateísmo metodológico, no
intervencionismo, etc.). Desde esta perspectiva, por ejemplo, el análisis
científico de los milagros bíblicos sería problemático. La creación, el pecado
original, el diluvio, la confusión de lenguas, la conversión de agua en vino, la
resucitación de un cadáver y la propia resurrección de Jesús, serían
acontecimientos milagrosos imposibles de describir mediante leyes naturales.
¿Quiere esto decir que porque la ciencia no tenga acceso a ellos no ocurrieron
en realidad?

El ser humano -tal como yo lo veo- al no poder llegar al conocimiento


absoluto de la verdad por sus propios medios, depende de otras posibles
fuentes de conocimiento. De ahí la importancia del mensaje de la Biblia, que
nos dice cosas trascendentes que no podríamos saber de ninguna otra manera.
Pero la revelación exige algo diametralmente opuesto a la metodología de la
ciencia. Se trata de la fe. Es menester fiarse de la Escritura para aceptar la
manifestación e intervención de Dios en el mundo natural. Y esta confianza
es precisamente la línea que divide el mundo entre creyentes y escépticos. La
fe es la condición sine qua non para entender cosas como el relato bíblico de
la creación: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la
palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”
(He. 11: 3).

Por supuesto, nunca será posible demostrar la existencia de Dios. Él no


es demostrable de manera concluyente. De hecho, las auténticas
demostraciones sólo se pueden dar en el ámbito formal de las matemáticas. Y
aunque a Dios pueda gustarle jugar con los números, desde luego, no es
posible reducirlo a ellos. La Biblia no aporta demostraciones filosóficas o
racionales sobre la realidad Dios, sino que únicamente lo presenta como
creador del cosmos y el ser humano a partir de la nada. Sin embargo, ¿acaso
no es la propia creación una prueba suficiente de su existencia? Tal es el
argumento que presentó el apóstol Pablo: “Porque las cosas invisibles de él,
su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del
mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas...” (Ro. 1: 20).

La inteligencia divina no se evidencia solamente en la creación sino


también en la historia del ser humano. El clímax de su presencia en el mundo
de los mortales es Jesucristo. La verdadera imagen del Dios invisible. Un
Señor que no obliga a nadie a creer en él sino que deja en libertad al ser
humano para que elabore su propia filosofía de vida. Incluso para que crea en
un cosmos sin Dios que se ha hecho a sí mismo. Lo que pasa es que para
creer en un mundo así, sin un Creador inteligente, también se sigue
necesitando la fe en las posibilidades de la materia. Ninguna demostración
científica es capaz de sustituirla. Pero la Escritura afirma claramente que sin
fe es imposible agradar a Dios (He. 11: 6). Por pura lógica, a Dios no le
complace el ateísmo.

La singular cosmovisión de Génesis

Todos los sabios de los diversos pueblos se han planteado el gran


interrogante de los orígenes del mundo y del ser humano. Es ésta una
cuestión que va inevitablemente ligada a las grandes preguntas filosóficas de
siempre. ¿De dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos? Hasta
mediados del siglo XIX, Occidente aceptaba generalmente las respuestas de
la Biblia. Un Dios trascendente único y eterno, que preexistía antes, fuera y
sobre todas las cosas, creó el cosmos, la vida y a nosotros de la nada. No
somos, por tanto, una emanación de la divinidad, como pensaban otros
pueblos ajenos a las Escrituras, sino la expresión de su voluntad manifestada
mediante la Palabra. Seres distintos al Creador aunque hechos a su imagen.
Venimos de él y también hacia él nos dirigimos. Un relato original para la
humanidad inspirado por la inteligencia divina que hizo bien todas las cosas.
La autoridad de la Biblia en tales cuestiones era ampliamente reconocida.

No obstante, desde que se descubrieron -mediado el siglo XIX- en la


biblioteca de Asurbanipal las grandes epopeyas mitológicas de Mesopotamia
(Poema de la creación, epopeya de Gilgamesh, mito de Adapa y de Etana),
surgieron dudas acerca de la posible influencia que hubieran podido tener
estas tradiciones mitológicas en el relato del Génesis. Muchos creyeron que
la literatura bíblica sólo era una copia, más o menos elaborada, de esta
literatura mesopotámica. Otros, más moderados, no tuvieron inconveniente
en suponer que quizás algún genio religioso posexílico del mundo hebreo,
conocedor de tales tradiciones míticas de sumerios, acadios y asirios, realizó
una síntesis con las creencias monoteístas propias de su pueblo y elaboró los
relatos bíblicos. Tales creencias se mantienen hasta la actualidad.

A pesar de todo, entre las leyendas politeístas sobre el origen del


mundo -propias de los pueblos del antiguo Oriente, de los egipcios u otras
culturas- y el relato monoteísta de la Biblia, existen unas diferencias tan
obvias y fundamentales que los hacen absolutamente incomparables. Veamos
en qué consisten tales desigualdades básicas.

En la mentalidad politeísta del antiguo Oriente, los dioses suelen


considerarse como formando parte del mundo real. Tanto los seres humanos
como el resto de los organismos que pertenecen a la naturaleza (sean objetos,
plantas o animales) comparten el cosmos con las divinidades. Ellas también
forman parte de éste. De manera que los límites entre dioses o espíritus, seres
humanos y naturaleza son inexistentes o, como mínimo, pueden traspasarse
con facilidad. Semejante identificación de lo humano con lo divino lleva a
creer que los dioses son semejantes a los hombres en muchos aspectos y que
también el mundo natural posee matices tanto de la divinidad como de la
humanidad. Por tanto, se supone que aquellas cosas que parecen iguales es
porque, en realidad, son iguales. Por ejemplo, la escultura que representa al
dios Baal es realmente Baal y todo aquello que se le haga a dicha estatua
material, se le está haciendo al dios. Si se considera que Baal es responsable
de la lluvia o la tormenta, -en ocasiones impetuosa pero siempre necesaria-
entonces se supone que lo que se le haga al ídolo de piedra tendrá influencia
directa sobre la climatología porque ésta depende del estado de ánimo divino.
De la misma manera, aquello que le acontezca a cualquier sacerdote de Baal,
repercutirá también en el mismísimo dios. Es la idea de que manipulando
seres físicos resulta posible influir en las divinidades. Esto permite entender
aspectos concretos del enfrentamiento histórico entre los hebreos y los
profetas de Baal (1 R. 18:20-46; 2 R. 10:18-28).

Y por ende, si en la naturaleza existen los sexos, se concibe que los


dioses también serán sexuados. Si las semillas no germinan por falta de agua
o los ganados abortan a sus crías, la prostitución ritual entre sacerdotes y
sacerdotisas motivará a las divinidades para que sean generosas y fecundas.
No hay límites reales entre naturaleza, humanidad y divinidad. Los pueblos
primitivos politeístas dedujeron tales cosmovisiones de lo que observaban
cada día. Estaciones cíclicas, inundaciones, tormentas, terremotos, eclipses,
etc., todo les producía temor y les llevaba a hacer algo para que los dioses
estuvieran satisfechos y no les provocaran demasiados desastres.

La falta de límites entre el mundo natural y el espiritual tenía también


implicaciones morales y conductas que escandalizaban a los hebreos. Al no
haber fronteras entre lo humano y lo animal, la bestialidad era habitual. Si no
existían límites en la relaciones conyugales, la prostitución o la poligamia
eran bien vistas. El incesto era aceptable porque tampoco las relaciones entre
padres e hijos debían limitarse. Y así, un largo etcétera. Todo se
fundamentaba en unas afirmaciones teológicas politeístas que -insistimos- no
conocían limitaciones definidas entre los dioses, las personas y la naturaleza.

En síntesis, las cosmovisiones politeístas periféricas a Israel se


caracterizan por la tendencia a crear imágenes ideales de los dioses que no
son sólo estatuillas o esculturas materiales sino que además se consideran
como divinidades auténticas. No solamente representan al dios sino que son
el dios. Generalmente asumen la eternidad del mundo ya que, al no saber
cómo explicar el origen de la materia prima que constituye el cosmos, tienden
a pensar que los dioses simplemente manipularon los materiales
preexistentes. No pudieron crear el mundo de la nada, como sugiere la Biblia,
precisamente porque ellos mismos son parte fundamental del mundo.
De la misma manera, el individuo carece de importancia en los
esquemas politeístas. Es como una gota de agua en medio del océano. Lo
importante será siempre el universo o la totalidad de lo que existe. Tampoco a
las divinidades se las consideran como moralmente superiores a los mortales
sino exactamente igual que ellos. Son dioses que en ocasiones se comportan
bien pero en otras se muestran egoístas, caprichosos, inmorales y violentos.
Por tanto, hay que hacer continuamente todo lo posible por mantenerlos
satisfechos.

La realidad se concibe como una dualidad ontológica. Es decir, las


fuerzas contrarias del orden y el caos, el bien y el mal, la construcción y la
destrucción, etc., están permanentemente en conflicto. No existe ninguna
esperanza de que pueda alcanzarse alguna vez el equilibrio o el triunfo de la
una sobre la otra. Los dioses suelen intentar poner orden sobre las fuerzas del
caos pero no siempre lo consiguen.

En cuanto al ser humano, al ser concebido por la cosmovisión pagana


como esclavo de los dioses, malvive continuamente humillado. Las personas
no cuentan para nada, ni como individuos, ni tampoco como colectividades o
razas. Todo el mundo debe comportarse según se espera de él. Si alguno
pretende sobresalir de la normalidad institucional constituye una amenaza
para el resto de la sociedad.

La diversidad de dioses con valores y preferencias diferentes


imposibilita la existencia de una ética normativa y coherente en las
sociedades politeístas. De ahí que las leyes de tales sociedades antiguas se
basaran más en cuestiones pragmáticas que en la naturaleza de las distintas
divinidades.

La historia se concibe de forma cíclica como las estaciones de la


naturaleza. La existencia del ser humano y de las sociedades forma parte de
una gran rueda que gira eternamente. El progreso no tiene sentido porque el
acontecer diario carece de meta o de propósito. El destino está escrito y no
hay manera de cambiarlo.

Tal como se mencionó, los dioses de las cosmovisiones paganas


también poseen sexualidad y esto les lleva a comportarse como los mortales.
Procrean, fornican incluso con los seres humanos, comenten adulterio y
frecuentemente padecen ataques de envidia y celos. De ahí, la importancia de
la magia, los amuletos y sortilegios con el fin de manipular a las diversas
divinidades para obtener sus favores y beneficios.

Frente a todas estas características generales del mundo pagano que


rodeaba al pueblo de Israel, la cosmovisión de la Biblia -centrada en un único
Dios trascendente que interactúa voluntariamente con el ser humano- se eleva
con un marcado contraste y una oposición casi absoluta. La sobriedad,
justicia y lógica del monoteísmo bíblico permiten pensar que tales creencias
no pudieron surgir de una humanidad sumergida en el politeísmo sino que
tuvo que ser el mismo Dios Creador quien se revelara al ser humano. Desde
luego, este milagro de la revelación escapará siempre, como todos los
acontecimientos sobrenaturales, a cualquier metodología científica humana.
Sin embargo, a muchas personas, a lo largo de la historia y hasta hoy, sólo les
ha bastado leer la Escritura para darse cuenta de dicha realidad trascendente
que se intuye detrás de cada renglón bíblico.

La Biblia rechaza categóricamente que Dios sea representado mediante


imágenes materiales porque al tratarse de un ser trascendente no puede ser
identificado o manipulado mediante objetos físicos de este mundo. Él es
totalmente distinto al universo material que ha creado. Y aquí reside la gran
diferencia entre el politeísmo y el monoteísmo bíblico. El hombre de la Biblia
acepta que Dios creó el mundo y puede penetrar o intervenir en él cuando lo
desee. Sin embargo, hay una frontera infranqueable entre la creación y el
Creador, en el sentido de que ni la naturaleza, ni la humanidad pueden por
propia iniciativa traspasar dicha frontera y penetrar o manipular el ámbito
divino. No existe tampoco ningún tipo de interpenetración entre la
humanidad y el mundo natural. Cada entidad permanece siempre en su propio
ámbito y sólo Dios -el “otro” completamente distinto a todo lo creado- es
capaz de intervenir cuando lo crea adecuado. La materia no es eterna, como
pensaba el politeísmo, sino finita y creada, igual que la energía, el espacio y
el tiempo. Lo único que no tiene principio ni fin es el propio Dios.

El relato de Génesis revaloriza la importancia que cada persona tiene


para el Creador, al mostrarle dialogando con Adán y con otras seres
humanos. La dignificación del ser humano llega a su máxima expresión con
el Señor Jesucristo, quién se entregó por nosotros hasta su muerte cruenta. La
Escritura ratifica la fidelidad de Dios y menciona en varias ocasiones que no
cambia ni es voluble como el hombre. Por tanto, se puede confiar en todas
sus promesas.

La cosmovisión bíblica tampoco acepta la dualidad ontológica pagana


del bien y el mal sino que reafirma la unidad o existencia de un único
principio, el del bien. Sólo existe un Dios que es bueno. El origen de la
maldad estuvo en la rebeldía humana pero, al final de la historia, el bien
volverá a triunfar sobre el mal. Si en los mitos paganos se aseguraba que el
ser humano fue creado para servir a los dioses, la Biblia afirma que la
humanidad fue hecha a imagen y semejanza de Dios con el propósito de
administrar la creación. Hay aquí un elevado concepto del hombre y la mujer.
Y, a pesar de que se opusieron a la voluntad divina, el Creador tomó la
iniciativa para redimirlos y hacerlos reyes y sacerdotes.

Las normas éticas de la Biblia son estables porque están basadas en la


misma naturaleza inmutable de Dios. La historia tiene sentido, el mundo se
dirige a una meta concreta porque la divinidad posee el control del desarrollo
de todos los acontecimientos según sus planes predeterminados.

El Dios de la Biblia no es un ser sexuado. No procrea ni es masculino o


femenino. La sexualidad no forma parte de su realidad definitiva sino sólo de
las criaturas creadas. De ahí que sea absurdo usar el sexo en el culto con la
intención de manipularle, como en el paganismo. Y tampoco, Dios discrimina
al ser humano por razón del sexo. La magia no tiene ningún poder sobre él, ni
sirve para manejarlo en beneficio propio. Por tanto, la actitud sabia del
creyente consiste en servirle, obedecerle y confiar en que su voluntad es
siempre lo mejor.

Curiosamente hoy, en la cosmovisión posmoderna que domina nuestra


sociedad occidental, pueden detectarse algunos de los aspectos de las
antiguas visiones paganas. El humanismo secular ha rechazado la perspectiva
bíblica y en su lugar ha entronizado al individuo como medida de todas las
cosas. Pero, si el ser humano se idolatra y convierte en el centro del mundo,
resulta que estamos ante un politeísmo moderno de millones de ídolos.
Las imágenes veneradas actualmente, a las que se les dedica todo el
tiempo que haga falta, son esas pequeñas estatuillas digitales, como teléfonos
móviles, iPhone, iPad, iPot, Tablet y toda la subsiguiente saga de fetiches,
que reflejan ese afán por adquirir cada vez más bienes materiales que
dulcifiquen el tedio del sinsentido existencial y de no sentirse solos. Porque,
en realidad, cada criatura está sola ante su propia existencia y ante la
respuesta personal que tenga para ella. Sin embargo, la soledad y el silencio -
que se rechazan hoy- pueden abrirnos la puerta a la trascendencia.

Algunos científicos contemporáneos, obviamente huyendo del terreno


que les es propio, vuelven a postular la eternidad de la materia y de los
mundos, -aparentemente contra la de Dios- igual como en los días de las
antiguas religiones politeístas. De la misma manera, el relativismo actual
fusiona el bien con el mal, o intenta acabar con éste, declarando que la
medida de lo que es bueno es únicamente un criterio individual.

El ser humano se degrada y pasa a ser de nuevo casi como una parte
indistinguible de la naturaleza. Una especie más del hipotético árbol de la
evolución cuyo valor, en ocasiones, puede considerarse inferior al de una
ballena, un gorila o un oso polar. El trato que reciben los fetos humanos, en
comparación con el que se les otorga a otras especies, así lo pone de
manifiesto. Y todo esto se relaciona con unas normas éticas subjetivas y
personales. En fin, a nosotros nos parece que la cosmogonía contemporánea
debería volver a la singularidad de aquella que reveló Dios en las páginas de
la Biblia.

El Nuevo Testamento cree en el Génesis

Una de las evidencias más poderosas para la historicidad de Adán y


Eva, y de los demás relatos escritos en los once primeros capítulos de
Génesis, es la constituida por las referencias del Nuevo Testamento (NT) a
dichos pasajes del Antiguo (AT). La primera pareja humana creada por Dios
es vista por todos los escritores del NT como formada por dos personas
históricas literales. Si se desafía la opinión de estos autores, negando dicha
historicidad, se socava la autoridad que les concedió el propio Señor
Jesucristo (Jn. 14:26; 16:13). Veamos algunos ejemplos concretos.

La Creación del Universo (Génesis 1):

El evangelista Marcos relata cómo Jesús, sentado en el monte de los


Olivos frente al templo, les dijo a sus discípulos: …porque aquellos días
serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación
que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá. (Mr. 13:19). En este versículo
puede apreciarse claramente que Jesús creía en la creación literal del universo
por parte de Dios. De la misma manera, el evangelista Juan refiriéndose al
Verbo escribe que: Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho (Jn. 1:3). Y también el apóstol Pablo dice:
Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las
que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él (Col.
1:16). De manera que según el NT la creación divina del cosmos, como un
acontecimiento literal tal como se relata en Génesis, era aceptada por
Jesucristo y los demás autores inspirados.

La Creación de Adán y Eva (Génesis 1-2):

El NT reconoce también la creación de Adán y Eva como parte del


relato original de Génesis y la acepta literalmente. A propósito de una
pregunta sobre el divorcio que los fariseos formularon a Jesús para tentarle, el
Maestro respondió: pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo
Dios (Mr. 10:6). En 1 Tim. 2:13, Pablo incluso menciona el orden de la
creación que se da en el segundo capítulo de Génesis: Porque Adán fue
formado primero, después Eva. Y escribiendo a la iglesia de Corinto, vuelve
a insistir en esta idea: Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer
del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la
mujer por causa del varón (1 Co. 11:8-9). Hablando acerca de la resurrección
de los muertos, el apóstol comenta: Así también está escrito: Fue hecho el
primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante (1
Co. 15:45). Está claro que creían en un Adán y una Eva reales de carne y
hueso.

El matrimonio de Adán y Eva (Génesis 2):


En Mateo 19:4-6, a propósito de una pregunta malintencionada de los
fariseos sobre el divorcio, Jesús reafirma la historicidad del relato del Génesis
acerca del primer matrimonio de la humanidad, el de un Adán y una Eva
literales: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra
los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su
mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una
sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. La primera
pareja matrimonial formada por Adán y Eva se emplea como ejemplo de todo
matrimonio. También el evangelista Marcos confirma este matrimonio
original entre dos personas literales: …pero al principio de la creación, varón
y hembra los hizo Dios. De ahí que el hombre deba aferrarse a su esposa para
ser una sola carne. Así que no son ya más dos, sino uno (Mr. 10:7-8).

La tentación de Eva (Génesis 3):

Hay dos pasaje en el NT que se refieren a la tentación y caída de Eva (1


Ti. 2:14 y 2 Co. 11:3). El primero dice: …y Adán no fue engañado, sino que
la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Aquí Pablo le habla
claramente a Timoteo sobre una primera pareja literal ya que creía en su
existencia tal como se relata en Génesis. Mientras que en el segundo pasaje,
el gran apóstol de los gentiles les dice a los corintios: Pero temo que como la
serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna
manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. De manera que también
se refiere a una mujer literal, Eva, que era la esposa de Adán.

La desobediencia de Adán (Génesis 3):

Según Génesis 2:17, Dios le dijo al hombre: …más del árbol de la


ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás. Al desobedecer este mandamiento, es comprensible que
el hombre incurriera en el juicio divino. Es evidente que se está narrado una
conversación personal entre Dios y un Adán literal. De ahí que
posteriormente, en Romanos 5:12-14, se diga: Por tanto, como el pecado
entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte
pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (…) No obstante, reinó
la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera
de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir. Las
referencias a la muerte física de Adán, Moisés y Jesucristo (Ro. 5:21)
demuestran que Pablo se está refiriendo a un Adán literal, mediante el cual la
muerte entró en el mundo, y de ella únicamente podemos ser salvados gracias
a un Cristo también literal que murió en la cruz.

Concepción y nacimiento de Caín y Abel (Génesis 4):

La concepción y el nacimiento literal de Caín y su hermano Abel


confirman también la existencia real de sus padres. La Biblia dice que Adán
“conoció” a su mujer Eva (refiriéndose al contacto íntimo o sexual) y que
ésta concibió y dio a luz a Caín (Gn. 4:1). Y después dio a luz también a su
hermano Abel (Gn. 4:2). Todo esto son términos habituales que denotan
relaciones sexuales entre personas literales. Más tarde, engendraron también
a Set y a otros hijos e hijas (Gn. 4:25; 5:4).

Los sacrificios de Abel y Caín (Génesis 4):

En el capítulo cuarto de Génesis se puede leer que Adán y Eva tuvieron


dos hijos literales: Caín y Abel. Mientras que en el NT (Heb. 11:4) dice: Por
la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual
alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas;
y muerto, aún habla por ella. Una vez más, vemos que el autor de Hebreos
entiende el relato de Génesis como una narración de naturaleza real o
histórica.

El asesinato de Abel a manos Caín (Génesis 4):

De la misma manera, el NT confirma que el hijo literal de Adán, Caín,


mató a su hermano Abel. En la acusación de Jesús contra la hipocresía de los
escribas y fariseos, el Maestro se refiere a Abel como descendiente literal de
Adán y Eva, incluyéndolo junto a Zacarías en la historia real de Israel: (…)
para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado
sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías
hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar (Mt. 23:35).
Asimismo, en la primera epístola universal del apóstol Juan, en relación al
mandamiento de amarnos los unos a los otros, se dice: No como Caín, que
era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus
obras eran malas, y las de su hermano justas (1 Jn. 3:12). Y también el
versículo once de Judas menciona a Caín como personaje real que siguió el
mal camino.

La comparación de Adán y Cristo:

Por último, como ya se ha señalado, el NT realiza una comparación


muy importante y significativa entre un Adán literal y un Cristo literal (Ro.
5:14). Esta equiparación entre tipo y anti-tipo favorece notablemente la
conclusión de que Adán fue una persona tan real e histórica como lo fue el
propio Señor Jesucristo. Y lo mismo puede decirse de 1 Co. 15:45, que
compara también “el primer hombre Adán” con “el postrer Adán” (Cristo).

Es importante tener en cuenta que el hecho de que muchos de estos


versículos sean citas del propio Señor Jesús, hace que sea aún más difícil
rechazar la historicidad de Adán y, en general del Génesis, sin alterar por
completo la doctrina cristiana. Quizás podría replicarse que, tal vez, Jesús
estaba más interesado en amoldarse a las creencias de sus oyentes que en
sacarles del error de creer que Adán y Eva hubieran sido personas reales. Sin
embargo, no me parece que tal actitud hubiera sido propia del talante del
Maestro que se nos revela en el NT.

Cristo no disimuló nunca sus convicciones personales. No se mordió la


lengua ante los errores del tradicionalismo farisaico. Denunció pronto las
falsas creencias que tenían acerca del Mesías libertador de Israel. Les llamó
hipócritas, generación de víboras y sepulcros blanqueados, sin temblarle la
voz. Criticó el error que practicaban a diario de confundir la verdadera
espiritualidad con el ritualismo y la religiosidad externa. Y enfrentó con
valentía el terrible sacrificio de la cruz por amor a la humanidad pero
desafiando abiertamente las equivocaciones doctrinales de los líderes
religiosos.

Debido a esta personalidad comprometida y coherente de Jesús, no creo


que se hubiera prestado a seguirles el juego a sus compatriotas y a comulgar
con un error tan fundamental y trascendente. Si realmente hubiera estado
convencido de tal equivocación humana en la Biblia, seguramente la habría
denunciado y corregido a tiempo. Más bien, pienso que lo que creían sus
coetáneos acerca de la literalidad de Adán y Eva era también lo que aceptaba
el Hijo del Altísimo.

La idea que sostienen algunos de que Jesús era plenamente consciente


de que la Escritura que se leía en su tiempo era errónea, por lo que respecta a
la historia de los primeros padres, o al menos malinterpretada por los
hebreos, y que él deliberadamente adaptó sus enseñanzas a aquello que
pensaban sus oyentes, carece totalmente de fundamento y no se ajusta a los
hechos. Por el contrario, Jesucristo se mostró siempre contundente cuando se
refería al AT, manifestando que “la Escritura no puede ser quebrantada” (Jn.
10:35) y que es “más fácil que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una
tilde de la ley” (Lc. 16:17).

Adán y Eva bajo la lupa

Tal como se comentaba anteriormente, la evidencia bíblica que sustenta


la existencia real de Adán y Eva es sumamente sólida. Está claro que la
intención del autor inspirado del libro de Génesis es presentar a los primeros
padres como personajes auténticos ya que narra acontecimientos concretos de
sus vidas, no sólo como la creación milagrosa sino también como
determinadas actividades humanas, tales como poner nombre a ciertos
animales, relacionarse conyugalmente, desobedecer el mandamiento divino o
ser expulsados del huerto de Edén. Además, engendran hijos verdaderos a los
que se les pone nombres propios que, a su vez, tendrán otros hijos cuyas
relaciones fraternales serán muy significativas para la descendencia posterior
(Gn. 4 y 5). El Adán bíblico es un ser individual profundamente inteligente y
humanizado que actúa libremente pero se equivoca en su elección.

La palabra hebrea “Adán” aparece más de 500 veces en el Antiguo


Testamento, mientras que en el Nuevo lo hace solamente en nueve ocasiones,
aunque todas relevantes. Casi siempre significa “hombre” o “ser humano” y
es el nombre común para indicar el primer progenitor del linaje humano. Su
origen etimológico es dudoso,[333] algunos lo relacionan con el sumerio Adan
que significa literalmente “mi Padre”. También se ha indicado que Adán está
en íntima relación con Adamah, la tierra, tal como se desprende de Gn. 2:7;
3:19; 10:8 y Sal. 7:5. Y, en fin, otros, como Gerhard von Rad, insisten en que
se refiere a un colectivo y que se debería traducir por “humanidad”.[334]

Es muy significativo el hecho de que este famoso teólogo evangélico


(profesor de Antiguo Testamento en las universidades alemanas de Jena,
Göttingen y Heidelberg hasta su fallecimiento en 1974), a pesar de su
conocida defensa de la hipótesis documentaria (que afirma que el pentateuco
depende de varias fuentes) y de que Génesis refleja las tradiciones de su
tiempo, así como de una interpretación simbólica de los dos primeros
capítulos y del nombre de Adán, no tenga más remedio que reconocer -como
ya se indicó en un artículo anterior- que el primer capítulo de Génesis
pretende ser tenido por válido y exacto porque está escrito en un lenguaje a-
mítico y no dice nada que deba entenderse simbólicamente.[335] Si la
honestidad intelectual de toda una autoridad teológica como von Rad le lleva
a confesar semejante opinión, por algo será.

Por otro lado, algunos han manifestado que los dos primeros capítulos
de Génesis no son más que una copia calcada de la epopeya de Gilgamesh,
porque en este poema sumerio, que narra las peripecias de dicho rey, se
menciona también el origen del hombre así como un diluvio muy similar al
bíblico. No obstante, cuando se leen ambos relatos, el sumerio y el bíblico,
pronto se descubren las notables divergencias que les separan. El primero
supone que el ser humano vivió primitivamente una etapa animalesca en la
estepa con el ganado pero que, poco a poco, fue progresando hacia la vida
urbana o sedentaria. Curiosamente algo muy parecido a lo que afirma hoy el
evolucionismo pero con cuatro milenios y medio de antelación. Sin embargo,
el autor bíblico lo concibe al revés. Dios crea a Adán y Eva como seres
completamente humanos y los coloca en un ambiente privilegiado que
posteriormente tendrán que abandonar por no haber reconocido las
limitaciones y el consejo divino.

Un experto en las tradiciones del Antiguo Oriente, como el Dr.


Maximiliano García Cordero (1921-2012), que fue catedrático de la
Universidad de Salamanca y también aceptaba la hipótesis documentaria así
como las demás tendencias teológicas comunes a católicos y protestantes del
siglo XX, escribió unas palabras tan sugerentes como éstas: “Por eso, en la
perspectiva bíblica, la trayectoria del hombre, lejos de ser una promoción de
un estado mísero a otro de bienestar, es al revés: descenso de una situación
privilegiada de colono de Dios en un oasis a la de un beduino, que tiene que
luchar con la hostilidad del ambiente de la estepa en pugna por la simple
supervivencia. Resulta, pues, insostenible la hipótesis de que el relato bíblico
está calcado en la leyenda de la epopeya de Gilgamesh”.[336] A nosotros nos
parece que García Cordero está aquí en lo cierto. No hay ningún parecido
entre el inteligente Adán del Génesis y el salvaje Enkidu, que vive en la
estepa, llevando una vida zoológica como el resto de los animales y sin
ningún deseo de superación. Por el contrario, Adán no se siente feliz con los
animales, le aburren cuando les pone nombre, porque anhela una idoneidad
distinta que solamente se la podrá proporcionar Eva.

Las frases bíblicas “estos son los orígenes” y “el día en que creó Dios”
de Gn. 2:4 son utilizadas también por Adán posteriormente (Gn. 5:1) para
referirse a personas relevantes de la historia de Israel, que vendrían después,
como Ismael (Gn. 25:12), Isaac (Gn. 25:19), Esaú (Gn. 36:1) y Jacob (Gn.
37:2). El apóstol Pablo, ya en el Nuevo Testamento, se refiere a Eva en varias
ocasiones diciendo que fue formada después de Adán, y considerándola como
una persona real que fue tentada por el maligno (1 Ti. 2:13-14; 2 Co. 11:3).
El autor de Hebreos incluye a Caín y Abel, así como a Enoc y Noé, en la lista
de personajes del Antiguo Testamento que alcanzaron buen testimonio por la
fe que profesaban en Dios (Heb. 11:4-7).

Según el libro primero de Moisés, el huerto de Edén era un lugar


geográfico concreto que existía en la realidad y poseía verdaderos ríos,
algunos de cuyos nombres se conocen hasta el día de hoy. Han sido
identificados tres de los cuatro que se mencionan en el texto bíblico: Gihón,
Hidekel (que es el río Tigris) y Éufrates (Gn. 2:10-14). El primer libro de
Crónicas, en el Antiguo Testamento, incluye a Adán al comienzo de la
genealogía de personas consideradas reales por el pueblo hebreo (1 Cr. 1:1).
Y el profeta Oseas se refiere a Adán como la primera persona que quebrantó
el pacto con Dios (Os. 6:7). La evidencia bíblica de que lo que se registra en
Génesis es histórico puede apreciarse también en el hecho de que el Nuevo
Testamento coloca a Adán al comienzo de la genealogía de Jesús. El
evangelista Lucas, aunque culturalmente procedía del mundo griego, incluye
en su evangelio la genealogía del Maestro, llegando hasta Adán, “hijo de
Dios” (Lc. 3:23-38). De manera que también el médico de origen gentil creía
en la historicidad de nuestros primeros padres.

El propio Señor Jesús dijo “el que los hizo al principio, varón y hembra
los hizo” (Mt. 19:4-5) para enseñar que la unión conyugal de la primera
pareja literal humana, creada por Dios, constituye la base del matrimonio. De
la misma manera el apóstol Pablo declaró que la realidad de la muerte entró
en el mundo por el pecado de un hombre literal llamado Adán (Ro. 5:12-14).
Es más, incluso llega a comparar la persona real de Cristo con la persona
literal de Adán (1 Cor. 15:22). ¿Cómo se pueden entender todos estos
versículos bíblicos si decimos que Adán y Eva nunca existieron? ¿Estaban
equivocados los autores inspirados? ¿Acaso los engañó el Espíritu Santo?

Es verdad que la metodología de la ciencia puede ayudar en el estudio


de la Palabra de Dios, pero la ciencia cambia continuamente y, por tanto, su
apoyo exegético es susceptible de sufrir la influencia de las costumbres
literarias, científicas e interpretativas de una época determinada de la historia
que, con el tiempo, muy probablemente también cambiarán. ¿A quién le
gustaría hoy ser intervenido quirúrgicamente por un médico medieval que
poseyera sólo los conocimientos de aquella época? No hay nada tan
desfasado como un libro de ciencia del Renacimiento, sea de la disciplina que
sea. Muchos medicamentos que se pensaba que eran buenos para salud hace
tan solo unos años, ahora resulta que pueden producir cáncer u otras
enfermedades. Todo el mundo sabe que la ciencia evoluciona
constantemente.

Sin embargo, si hubiéramos leído la Biblia hace mil años, habríamos


podido comprobar que decía exactamente lo mismo que dice hoy. La
Escritura no refleja el conocimiento humano de una época particular de la
historia porque el Dios Creador que la inspiró sabía todas las cosas mucho
antes de que el ser humano llegara a descubrirlas. Si la Palabra fuera
solamente una recopilación de textos y tradiciones humanas no inspiradas por
Dios, cabría esperar que estuviera plagada de errores y contradicciones
propias de aquellos tiempos en que fue redactada. Pero afortunadamente no
es así, a pesar de todos los intentos por desprestigiarla.

La historicidad de Adán y Eva posee también una confirmación


extrabíblica procedente de la arqueología. El doctor E. A. Speiser, notable
asiriólogo del Museo de la Universidad de Pensilvania, encontró en 1932 un
sello de piedra muy singular. En un montículo llamado Tepe Gawra,[337]
situado a unos veinte kilómetros de Nínive, se halló este sello que representa
a un hombre y una mujer desnudos caminando inclinados y en actitud
decaída, seguidos por una serpiente erguida. Actualmente este pequeño sello
de unos tres centímetros de diámetro está depositado en el Museo de la
Universidad de Filadelfia y se estima que fue construido hacia el año 3.500 a.
C. Ya en su época, el Dr. Speiser señaló que la imagen del sello sugiere
poderosamente la historia bíblica de la expulsión de Adán y Eva del huerto de
Edén.

Ahora bien, si realmente este sello corresponde al cuarto milenio antes


de Cristo, esto significa que la historia de nuestros primeros padres ya era
conocida mucho antes de que se escribieran la epopeya sumeria de
Gilgamesh o los relatos sacerdotales y no sacerdotales, en los que
supuestamente se habría inspirado el redactor de Génesis. Luego, no fueron
tales documentos los que crearon “el mito de Adán y Eva” -como suele
decirse- sino que tal historia ya existía miles de años antes. Dado que se
considera que las tablillas de arcilla de la epopeya de Gilgamesh son
posteriores al 2500 a. C. Mientras que los relatos sacerdotales y no
sacerdotales no llegarían al milenio antes de Cristo. De manera que este dato
arqueológico vendría también a respaldar la historicidad de nuestros primeros
padres según el relato de la Biblia.

Por último, es menester señalar que los parecidos entre el relato bíblico
de la creación y otros relatos mitológicos antiguos no demuestran que el libro
de Génesis sea mítico. Decir que los dos primeros capítulos de la Biblia son
un mito porque existen algunas similitudes, por ejemplo, con el mito
mesopotámico de Adapa, del segundo milenio antes de Cristo, es obviar otras
posibles explicaciones. En primer lugar, los parecidos pueden deberse a que
dicho mito de Adapa fue copiado del relato del Génesis. Y, en segundo lugar,
también cabe la posibilidad de que tales semejanzas pudieran resultar de dos
relatos diferentes, escritos por culturas distintas, pero que se referían a los
mismos acontecimientos primitivos.

Sea como fuere, cuando se analizan detenidamente estos escritos de la


más remota antigüedad y se comparan con la narración bíblica, la diferencia
es abismal y mucho más significativa que las semejanzas. La grosera
cosmovisión politeísta nada tiene que ver con el fino tejido monoteísta,
sobrio y elegante, que envuelve toda la Escritura. Y esta cosmovisión
monoteísta de la Biblia supone todo un universo de diferencias en cuanto al
sentido y trascendencia de los acontecimientos descritos.

La Creación y el huerto del Edén

Cuando se lee por primera vez el Génesis sorprende que algunas


historias se expliquen dos o tres veces. Tales duplicaciones o repeticiones se
interpretan, desde la hipótesis documentaria, como pruebas que demostrarían
que el redactor tenía ante sí diversos documentos, o fuentes antiguas, que
contaban la misma historia de diferentes maneras, y que él extrajo lo que
encontró disponible, incorporando así todo el material utilizable sin
preocuparse de repetirlo dos o más veces. Esto es lo que suele decirse, por
ejemplo, del relato de la creación y del huerto del Edén. No obstante, una
tarea así, de recopilación de leyendas antiguas, o de recorta y pega, no parece
muy acorde con el carácter de un redactor inspirado por el Espíritu Santo,
según manifiesta la Biblia. En especial, el texto del apóstol Pablo cuando
afirma que: Toda la Escritura es inspirada por Dios… (2 Ti. 3:16). ¿Existe
alguna otra explicación diferente que sea más respetuosa con el texto bíblico
y con la reputación del autor inspirado? Estamos convencidos de que sí y
vamos a procurar desarrollarla.

En el relato de Gn. 1:1 hasta Gn. 2:3 se describe la creación del


universo en seis días y se resalta el séptimo como el momento en el que Dios
se abstiene de crear y se complace en lo que había hecho. Inmediatamente
empieza la historia del huerto de Edén (Gn. 2:4), en la que se narra la
creación individual de Adán y Eva (que los académicos partidarios de la
hipótesis documentaria consideran como otro relato diferente de la creación).
Según esta opinión, se trataría supuestamente de una segunda cosmogonía
contradictoria con la primera y que no tendría nada que ver con ella.
Antiguamente esto se fundamentaba diciendo que el primer relato
pertenecería a la fuente P (porque se refiere a Elohim), mientras que el
segundo, al emplear YHWH (Yahvé), se debería asignar a la fuente J. Ante la
poca solidez de tal argumento, actualmente ya no se habla tanto de cuatro
fuentes documentales para el Pentateuco sino sólo de dos (sacerdotal y
deuteronomista o no sacerdotal), pero lo cierto es que se sigue creyendo en
dos relatos diferentes que no salieron de la pluma del mismo autor. En fin,
dos historias distintas sin apenas nada en común.

Desde luego, es evidente que estas dos secciones presentan un carácter


diferente. Esto nadie lo pone en duda. La primera sección ofrece una visión
general de la creación en la que el Creador (Elohim) es un ser trascendental
que está por encima de lo finito y temporal y, por tanto, no parece tener
contacto directo con el ser humano ni con las demás criaturas. Mientras que
la segunda sección ofrece una bella y, a la vez, dramática narración al estilo
oriental que cautiva e intenta inculcar enseñanzas éticas y religiosas,
apelando más a los sentimientos que al intelecto de los lectores. Dios
(YHWH) está aquí en contacto directo con el ser humano y con los demás
seres creados.

No obstante, a pesar de tales diferencias obvias, ¿demuestra esto que se


trata de dos relatos contradictorios procedentes de dos autores o tradiciones
diferentes? ¿No pudo redactar ambas historias la misma persona inspirada
por Dios? Actualmente, existe cierto cansancio entre los especialistas por
tanta hipótesis indemostrable, subjetiva y estéril sobre el proceso histórico de
composición de los textos. Hoy interesa más la teología del relato final que
las fuentes del mismo y suele rechazarse la clasificación de palabras y frases
atribuidas a tradiciones diversas como ha venido haciendo la hipótesis
documentaria.[338]

Al escribirse el Pentateuco, ya existían seguramente entre los propios


israelitas ciertas tradiciones sobre la creación del mundo y la vida humana.
Todos los pueblos de Oriente las tenían, de acuerdo a su propia cultura y
creencias. Es posible que hubiera toda clase de interpretaciones y leyendas.
Quizás unas más eruditas que otras. Los sabios y filósofos que habían
meditado acerca del origen de las cosas tendrían sus propias explicaciones,
mientras que la gente común poseería sus narraciones populares para hacer
comprensibles los temas difíciles a las mentes sencillas. Es fácil entender que
cuando el autor de los primeros libros bíblicos intentó relatar los orígenes no
era ignorante de todas estas interpretaciones existentes. Y, desde luego, el
Pentateuco tenía la necesidad de manifestarse ante la realidad de tales relatos
externos e internos a Israel. Retener lo bueno y desprenderse de lo erróneo. Y
así lo hizo.

Es posible que las tradiciones de algunos pueblos periféricos al pueblo


escogido por Dios y las propias de Israel pudieran servir al redactor inspirado
como materia prima para su propia elaboración. Él seleccionaría todo lo que
fuera idóneo. Quizás lo purificó y extrajo aquello que pertenecía a las
cosmovisiones paganas y, en cambio, resaltó lo que estaba de acuerdo con la
voluntad del Dios de Israel y era adecuado para la educación del pueblo. No
es descabellado pensar que las tradiciones procedentes del círculo de los
“sabios” y aquellas que corrían en el ámbito popular pudieron servir al
propósito de la Biblia, convenientemente filtradas y depuradas por el mismo
autor inspirado por el Espíritu de Dios.

Quizás las primeras pudieron reflejarse en el primer relato bíblico, que


muestra la creación de los cielos y la tierra por medio del fiat o mandato
milagroso del Creador, y no -como afirmaban otras cosmogonías paganas- a
causa de las luchas intestinas entre distintos dioses, que mostraban las
mismas debilidades y pasiones humanas, o como la guerra entre Dios y las
fuerzas de la naturaleza. Mientras que las segundas, las domésticas o propias
del vulgo, podrían haber sido empleadas en la antigua historia de Adán y Eva,
como fuente de instrucción moral para la vida religiosa y ética. Todo esto es
posible porque el redactor humano no existe aislado de la cultura de su época.

Que esto hubiera sido así, no significa sin embargo que el Génesis no
haya sido inspirado por Dios. La auténtica inspiración, en la que el Espíritu
Santo toma posesión del ser humano y le estimula, o provoca, para que
exprese fielmente la voluntad divina, no implica necesariamente que el
redactor deba transformarse en una especie de computadora impersonal y
transcriba automáticamente relatos que no comprende. Es verdad que, en
ocasiones, el poder del Espíritu inspira incluso en contra de la voluntad
humana del profeta o no expresa los propios pensamientos de éste, sino que
sigue sólo la mente de Dios. Pero, por lo general, la inspiración respeta los
conocimientos del autor y le sitúa en una atmósfera propicia a la recepción de
lo divino. El escritor del texto bíblico conserva toda su capacidad intelectual
y moral, así como sus características personales, a la hora de escribir la
revelación que viene de lo alto. Dicho esto, volvamos a la cuestión planteada.
¿Es incongruente el primer capítulo de Génesis con el segundo? ¿Fueron
ambos capítulos escritos por la misma persona o no? Para responder tales
preguntas, es menester tratar primero las siguientes cinco cuestiones.

1) ¿Cómo es que el primer relato dice que la creación se realizó en seis


días, mientras que el segundo indica que cielos y tierra fueron creados en un
día (Gn. 2:4)? En realidad, no existe aquí ninguna discrepancia. Los expertos
en lengua hebrea reconocen que la expresión “el día en que Jehová Dios hizo
los cielos y la tierra” significa “en el tiempo en que lo hizo” y, por supuesto,
no se refiere en absoluto a un día de veinticuatro horas. La Biblia muestra
muchos ejemplos de esto. En Números 3:1 está escrito: en el día en que
Jehová habló a Moisés en el monte Sinaí, aunque el coloquio duró cuarenta
días y cuarenta noches. También en el Salmo 18:1 puede leerse: el día que le
libró Jehová de mano de todos sus enemigos, y de mano de Saúl, sin embargo
es sabido que David no fue liberado de la mano de todos sus enemigos en un
solo día. Es lo mismo que cuando en castellano decimos: cuando llegue mi
hora, evidentemente no nos referimos a una hora de sesenta minutos sino a
un momento concreto.

2) ¿Cómo es que, en la primera sección, la creación se inicia con las


aguas del abismo (la faz del abismo o de las aguas, Gn. 1:2), mientras que en
la segunda se parte de una tierra seca (Gn. 2:5ss.)? Esta pregunta es
pertinente sólo si se parte de la base de que existen dos relatos distintos. Es
decir, si se considera como demostrado precisamente aquello que se debe
demostrar. Pero, si ambas secciones forman un todo continuo escrito por un
solo autor, como nosotros defendemos, es evidente que desde la perspectiva
de la segunda sección, la creación también comenzó con las aguas del abismo
mencionadas al principio.

3) ¿Por qué en la primera sección se dice que “varón y hembra los


creó” (Gn. 1:27), dando a entender que ambos fueron creados juntos, y en la
segunda se explica que primero fue creado el hombre (Gn. 2:7) y después la
mujer (Gn. 2: 21-22)? Tampoco esto entraña mayor dificultad desde la
perspectiva de un único redactor. Al hacer referencia, el primer relato, al ser
humano como una criatura entre todas las demás creadas, -aunque fuese la
más racional de ellas- y constituir el último eslabón en la cadena de los actos
creativos de Dios, su génesis se describe lógicamente en términos generales
y, por eso, se resume con la escueta frase: varón y hembra los creó. No se
explica aquí detalladamente cómo fueron creados. Sólo se ofrece una
declaración indefinida de que fueron hechos por el Creador como el resto de
los organismos. Será más tarde, en el capítulo dos y a propósito de la
creación específica de la humanidad, cuando se explique detalladamente
cómo fueron creados el hombre y la mujer. Aquí no existe ningún tipo de
incongruencia que demuestre la existencia de dos autores distintos, sino una
declaración general seguida de un relato detallado. Algo que constituye un
recurso literario habitual a lo largo de todo el Pentateuco.

4) En la primera sección se dice que las plantas fueron creadas el


tercer día y el ser humano durante el sexto, mientras que en la segunda se
afirma que hasta la creación del hombre no había plantas sobre la tierra
(Gn. 2:4-5). También se especifica que después de creado el ser humano,
Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno
para comer (Gn. 2:9). Se trata de una contradicción aparente que se disuelve
cuando se analiza en profundidad. Conviene observar, en primer lugar, que
las plantas que se mencionan como aún no creadas cuando ya existe el
hombre son “toda planta del campo” y “toda hierba del campo”. Los términos
hebreos que se usan para “planta” (siah) y para “hierba” (esebh) no se
refieren a toda la vida vegetal ya existente. El error de creer que
representaban la totalidad de las especies botánicas ha sido cometido por
numerosos comentaristas no hebreos. No obstante, lo que dice la Biblia es
precisamente que estas plantas en concreto todavía no habían crecido pero
que las otras plantas estaban ya presentes sobre la tierra. ¿Qué significado
tenían entonces estas últimas especies determinadas?

En Génesis 3:18, puede leerse: Espinos y cardos (siah) te producirá, y


comerás plantas del campo (esebh). De manera que los indeseables espinos y
cardos así como las plantas que servirían de alimento a las personas -como el
trigo, la cebada y similares- no fueron creadas hasta después de la
transgresión humana porque en el Huerto no eran necesarias, al haber plantas
y árboles con semilla de los que podían comer. Sin embargo, después del
castigo, fuera ya del Edén, los esebh sí serían importantes para su
manutención diaria, mientras que los siah constituirían una desastrosa
consecuencia más de la Caída. De manera que hay aquí un vínculo
importante entre el comienzo y el final de la sección.
Es curioso que el texto insista tanto en las plantas “que den semilla” y
en los árboles frutales “que su semilla está en ellos” (Gn. 1:11-12; 29). ¿Por
qué lo hace? La idea es precisamente demostrar con claridad al lector que no
existe discrepancia entre lo que se dice aquí, en el capítulo uno, y lo que se va
a decir después en el capítulo dos. Las plantas que fueron creadas el tercer día
son las que se reproducirán después por medio de semillas. Esto excluye
aquellas para las que la semilla sola no es suficiente, ya que necesitan algo
adicional que todavía no había venido al mundo. Y, ¿qué puede ser este algo
adicional? Pues, precisamente, el agua de la lluvia y el ser humano que
labrase la tierra (Gn. 2:5b). Por tanto, no había siah del campo porque Dios
aún no había hecho llover sobre la tierra, y la esebh del campo no había
brotado todavía porque no existía ningún agricultor. Incluso hoy se puede
comprobar que aunque haya miles de semillas de cardos y espinos (siah)
esparcidas sobre el terreno, éstas son incapaces de germinar a menos que
llueva adecuadamente. Y, por lo que respecta a las hierbas de cereales y
gramíneas (las esebh), aunque pueda existir trigo y cebada en estado salvaje,
no suelen formarse grandes extensiones en estado natural, suficientes para
alimentar a la población. Los campos de cereales sólo los produce el hombre.

Por otro lado, la declaración de que Dios hizo nacer de la tierra todo
árbol delicioso a la vista y bueno para comer (Gn. 2:9) debe entenderse
también dentro de su propio contexto. Si en el versículo anterior se dice que
el Creador plantó un huerto en Edén -una declaración general seguida de otra
particular- no hay que entender que creó nuevas especies vegetales sino que
hizo que creciesen buenos árboles de las especies que ya había creado
anteriormente en el tercer día.

5) Y, por último, la quinta cuestión que es similar a la anterior. La


segunda sección nos informa de que Dios formó de la tierra las bestias del
campo y los seres voladores y se los trajo a Adán para que los nombrase
(Gn. 2:19), pero la primera sección dice que las bestias y los seres voladores
fueron creados antes que el ser humano. ¿Cómo puede entenderse esto? Hay
que observar que el ganado -que debería haber sido lo primero en presentarse
al hombre- no se menciona en absoluto entre las clases de animales que Dios
hizo entonces. Pero poco después (Gn. 2:20) se dice que Adán puso nombre
al ganado, a las bestias y a los organismos voladores. Esto significa que el
ganado ya debía encontrarse en el Huerto con el hombre, de acuerdo con el
capítulo primero. De manera que para que todas las especies de bestias y
seres voladores esparcidos por el mundo tuviesen también una representación
en el lugar que habitaba Adán, Dios formó del suelo del Huerto bestias y
animales voladores de los tipos creados previamente, y se los trajo al primer
ser humano.

La segunda sección no contiene ninguna descripción cosmológica.


Tampoco hay en ella ninguna referencia a la abierta expansión de los cielos,
ni al mar, ni a los peces o animales acuáticos. La creación de los cielos y la
tierra sólo se menciona de pasada. El origen de los animales domésticos se
pasa completamente por alto y del reino vegetal sólo se mencionan las
árboles del huerto de Edén y las especies relacionadas con el pecado humano.
Mientras que de las bestias y los seres voladores sólo se hace referencia a
aquellos que fueron presentados a Adán para que les pusiera nombre. Todo
esto constituye una detallada descripción de la creación del hombre -apuntada
ya en el primer capítulo- que va de lo general a lo particular, según el método
literario común al Pentateuco.

Por tanto, en nuestra opinión, no existe disparidad entre estas dos


secciones, ni nada que indique que no estuvieran unidas desde el principio de
su redacción o que no fueran escritas por el mismo autor inspirado. Ante la
cuestión de cómo es posible que en el mundo creado por un Dios bondadoso
y justo exista el mal, el sufrimiento y las calamidades, el Pentateuco responde
claramente que el Creador hizo un mundo bueno (Gn 1:31), pero debido a las
transgresiones humanas surgió el mal en el mundo (G. 3:16-19). Esta es la
respuesta que nos ofrecen los capítulos uno y dos de Génesis. Pero si los
separamos e individualizamos, cada uno de ellos nos aporta sólo la mitad de
la respuesta.

Génesis 1 y 2: ¿dos relatos contradictorios?

Está todavía de moda, en ciertos ambientes, decir que el primer capítulo


de Génesis presenta un relato de la creación (Gn. 1-2:4a) (procedente de la
fuente P o sacerdotal), mientras que el segundo capítulo recoge otro distinto
e incluso contradictorio con el primero (Gn. 2:4b-25) (que provendría de la
supuesta fuente J o yahvista). Tal disparidad de narraciones se emplea, entre
otras cosas, como evidencia para negar la historicidad de Adán y Eva y, en
general, la importancia de los primeros capítulos de la Biblia. Se señala, por
ejemplo, que la fuente J del capítulo dos sería curiosamente la más antigua -
unos trescientos años anterior a la sacerdotal del capítulo uno- y que el
ambiente que describe no es un caos acuático, como en el primero, sino una
tierra seca o esteparia. Tampoco el orden en que van apareciendo los seres
creados sería el mismo ya que el ser humano surgiría antes que el resto de los
animales. Y, en fin, que se utilizan muchos más antropomorfismos (o
atribuciones a Dios de cualidades humanas) que en el capítulo primero. ¿Qué
hay de cierto en estas afirmaciones de la crítica moderna? ¿Están de acuerdo
hoy todos los especialistas?

Esta creencia de los dos relatos contradictorios no es nueva ya que fue


sugerida por primera vez a mediados del siglo XVIII, con los trabajos del
médico francés Astruc, a quien se le considera como el “padre de la hipótesis
documentaria”. Tal hipótesis, enriquecida posteriormente con las
aportaciones de muchos autores más, se impuso durante los siglos XIX y
hasta mediados del XX. La mayor parte de los exegetas académicos
aceptaban que el Pentateuco era una recopilación realizada en el período del
Segundo Templo a partir de diversos documentos o fuentes: una fuente era la
J (yahvista), que empleaba el tetragrámaton, o las cuatro letras hebreas de
Jehová (YHWH), desde el principio de la historia de la creación; otra fuente
era E (elohista), según la cuál el nombre Jehová fue revelado primero a
Moisés, y por ello, utiliza Elohim en todas las narraciones anteriores a la
revelación de Dios a Moisés en el monte Horeb; la tercera fuente sería la P
(de Priestly code o código sacerdotal), proveniente de círculos sacerdotales y
que se negaba también a usar el nombre de Jehová antes de la generación de
Moisés; y, por último, la fuente D, que comprendería la parte principal del
libro de Deuteronomio. Esta hipótesis documentaria gozó de una posición de
dominio absoluto en el mundo científico hasta los años 20 del pasado siglo.

Sin embargo, a partir de 1924, empezaron a surgir algunas voces


académicas discrepantes. A pesar de que el método analítico del texto bíblico
parecía muy científico ya que se centraba en las repeticiones y duplicaciones,
en contrastes y contradicciones, variaciones lingüísticas y estilísticas, así
como en la disección casi microscópica de los versículos, lo cierto es que
algunos empezaron a sospechar que quizás los resultados obtenidos bien
podrían deberse a la manera subjetiva que tenían los investigadores de
estudiar el texto y no a datos puramente objetivos. ¿Por qué no se abordaban
los pasajes de la Escritura según las normas propias del antiguo Oriente y del
pueblo de Israel, en vez de hacerlo mediante los criterios literarios y estéticos
de nuestro tiempo? ¿No se podría llegar a resultados completamente
diferentes si se profundizara en la cultura, costumbres e idiosincrasia del
pueblo hebreo?

La hipótesis documentaria se fundamenta principalmente en las


porciones narrativas del Pentateuco y especialmente en el libro del Génesis.
Sus argumentos se basan -tal como se ha apuntado- en el uso de diferentes
nombres para referirse a Dios, variaciones del lenguaje y estilo,
contradicciones y divergencias de criterios, duplicaciones y repeticiones, así
como en señales de estructura compuesta en las secciones. Veamos cómo
pueden explicarse tales hechos desde la mentalidad hebrea y no desde las
propuestas modernas de la hipótesis documentaria.

En primer lugar, está la cuestión de por qué en los cinco primeros libros
de la Biblia se usan diferentes nombres para Dios. Unas veces aparece Jehová
o Yahvé, otras Adonai o Señor, y también Elohim o Dios en general, a parte
de El o de Sadday. Por ejemplo, en el primer capítulo de Génesis el nombre
que se utiliza para nombrar a Dios es Elohim. Sin embargo, a partir del
versículo cuatro del segundo capítulo se habla ya de Jehová Dios. ¿Indican
tales nombres necesariamente que Génesis es una combinación de
documentos procedentes de fuentes diferentes o existe otra mejor
explicación?

Es menester recalcar que tales variaciones de los nombres divinos no


son accidentales, sino completamente deliberadas. En unos textos copiados
tantísimas veces, este hecho no podía pasar desapercibido a nadie. El
lenguaje del Pentateuco es siempre escrupulosamente exacto hasta en sus
detalles más pequeños. Esto quiere decir que semejante cambio de nombres
debía tener algún importante significado. ¿Cuál debía ser?

Los hebreos usaban Elohim como el nombre común de Dios, tanto para
referirse al Dios de Israel como a los dioses de los demás pueblos paganos.
Sin embargo, el nombre de YHWH (Jehová o Yahvé) era un nombre propio y
exclusivo del Dios de Israel. No sólo era Yahvé el creador del universo sino
también quien los había escogido como su propio pueblo. Ningún judío
ignoraba esto. De manera que cuando la Biblia dice: En el principio Elohim
creó los cielos y la tierra” se refiere al Dios creador en general que podía ser
adorado también por otros pueblos, no sólo por los hebreos. Pero cuando se
emplea YHWH, como ocurre en el capítulo dos de Génesis, está expresando
la concepción personal de la Deidad exclusiva de Israel. Y lo mismo suele
ocurrir en los escritos proféticos, legales, poéticos y en la literatura
sapiencial.

De manera que, en todas las ramas de la literatura hebrea, cuando a


Dios se le llama YHWH, se están tocando temas de contenido puramente
israelita, en especial de carácter ético y personal (como cuando Dios trata con
los individuos concretos), mientras que el uso de Elohim indica que se habla
de asuntos que no son exclusivos de Israel sino de alcance universal, como la
idea abstracta de la Deidad concebida como creador del universo físico,
gobernante trascendente del mundo o fuente de la vida que existe fuera y por
encima del cosmos físico. El autor de Génesis escogió cada nombre en
función del contexto y de la intención pedagógica.

En la historia del huerto de Edén se representa a Dios como el


gobernante moral que impone ciertas obligaciones al hombre, que serán
simbólicas de los preceptos rituales que más tarde se darán a Israel. El
Tetragrámaton demanda responsabilidad personal al ser humano, por eso se
resalta el aspecto personal del Dios que se relaciona con el hombre y las
demás criaturas. La relación entre la creación y el huerto de Edén es similar a
la que existe entre las dos partes del salmo 19. En la primera parte (1-6: Los
cielos cuentan lo gloria de Dios), el poeta alaba a Dios como creador de la
luz física y emplea el nombre El, mientras que en la segunda, lo alaba como
la fuente de la luz moral de la Escritura, y para eso emplea YHWH.

No hay razón para sorprenderse de que los nombres de Dios varíen en


el Pentateuco. Lo extraño sería, más bien, que no cambiaran. No se trata de
ninguna contradicción entre documentos diferentes, ni de una especie de
amalgama de textos separados -como supone la hipótesis documentaria- sino
que cada autor hebreo escribió así porque esto es lo que demandaba el
significado primario de tales nombres y toda la tradición literaria del antiguo
Oriente. Lo mismo puede decirse de las disparidades lingüísticas que pueden
explicarse perfectamente por referencia a las reglas generales del lenguaje, a
su estructura gramatical, a sus léxicos y a las convenciones literarias hebreas
de los autores y no porque se trate de diferentes documentos.

De la misma manera las supuestas diferencias en el asunto de las


secciones pueden darse también en una obra homogénea y, a la vez,
polifacética como es el Pentateuco que presenta temas desde diferentes
perspectivas. Las duplicaciones y repeticiones siempre tienen una intención
específica que se hace evidente en el texto y también las secciones
aparentemente compuestas, en realidad, poseen una estrecha vinculación
entre ellas. Pero no es necesario recurrir a la hipótesis documentaria para
explicar todo esto, también puede hacerse apelando a la unidad de los
primeros libros bíblicos.

Un análisis más detallado de estos relatos bíblicos revela que no son


contradictorios, ni mucho menos, sino que pueden entenderse perfectamente
como complementarios. El autor va desde lo general hasta lo particular. La
narración de Génesis dos no es, en contra de lo que habitualmente suele
pensarse, un relato de creación. Dicha creación se resume aquí sólo en medio
versículo: el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos (Gn. 2:4b). El
autor no está hablando en estos textos sobre el origen del mundo sino acerca
del origen del mal por causa del hombre. De manera que el capítulo dos está
preparando el drama del pecado humano que estallará en el capítulo tres y
trastocará toda la realidad creada.

Si el primer capítulo de Génesis presenta una creación cronológica o


siguiendo una secuencia temporal, el capítulo dos se sitúa en el presente de
Adán. Dios aparece como el creador del mundo en el primer capítulo,
mientras que en el segundo es más bien el Señor del pacto o de la alianza con
Israel. El ambiente general o escenario global en el que se desarrolla todo el
proceso creador del universo es distinto también del huerto del Edén, en el
que se dan detalles concretos de la creación del ser humano, pero también de
ríos, lugares y minerales. Y, por último, el primer capítulo se refiere a la
creación de los animales, mientras en el segundo, Adán aparece nombrando a
esos animales anteriormente creados por Dios.
Quizás la única tensión significativa se encuentre en el siguiente
versículo: Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda
ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar;
y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre (Gn.
2:19). ¿Está diciendo este texto que Dios creó antes a Adán que a los
animales? ¿Acaso no afirma el primer capítulo que el hombre fue la última
creación? La confusión se debe a la mala traducción del verbo “formar”. No
es que “Dios formó” sino que “Dios había formado” en pasado. Muchas
traducciones de la Biblia repiten sistemáticamente este error. Sin embargo,
existen dos versiones inglesas -la New International Version (NIV) y la
English Standard Version (ESV)- que lo hacen correctamente.

El prestigioso comentarista judío, Umberto Cassuto (1883-1951), gran


rabino de la comunidad judía de Florencia, profesor de lengua y literatura
hebrea en la Universidad de Florencia y catedrático de estudios bíblicos en la
Universidad Hebrea de Jerusalén, rechazó la hipótesis documentaria y
escribió al respecto: “… la explicación usual dada en los comentarios
modernos, a saber, que tenemos aquí dos relatos contradictorios -en los que
según uno las criaturas fueron creadas antes que el hombre, y según el otro,
después de él- no es tan simple como parece a simple vista”. Y añade: "Por lo
tanto, parece que en el pasaje que tenemos delante (…) debemos entender la
creación de toda bestia del campo y toda ave de los cielos en un sentido
similar al del crecimiento de los árboles en 2:8-9., a saber, que de todas las
especies de bestias y criaturas voladoras que ya habían sido creadas y se
extendían sobre la faz de la tierra y el firmamento, el Señor Dios formó ahora
unas especies particulares con el fin de presentarlas ante el hombre en medio
del Jardín”.[339]

Es evidente que antes de que los textos bíblicos de Génesis fuesen


escritos, había numerosas tradiciones relacionadas con el comienzo de la
historia del mundo que probablemente procedían de diversos orígenes. No
obstante, el autor del Pentateuco seleccionó sólo aquello que se ajustaba a sus
propósitos. Lo purificó, ordenó e integró en un todo unificado. Le imprimió
la impronta de su propio espíritu guiado por el Espíritu Santo. Este es el
misterio de la interacción entre Dios y el autor humano inspirado. Y
consiguió hacer del caos una armonía singular, una homogénea obra de arte
eterna que todavía nos ilumina hoy. De ahí que sea imposible para el erudito
moderno resolver el problema de las fuentes en que bebió el autor porque hay
algo en lo que ningún investigador puede entrar: el enigma del alma del
escritor bíblico y la inspiración divina que ilumina su obra literaria.
Seguiremos tratando tales asuntos en los próximos trabajos.

Relevancia bíblica de Adán y Eva

¿Fueron nuestros primeros padres dos personas de carne y hueso o, por


el contrario, sus nombres son símbolos de una presunta población humana
primitiva? ¿Descendemos de una sola pareja original, como afirma la Biblia,
o de un grupo formado por miles de individuos, tal como propone hoy la
genética evolutiva? Tradicionalmente, la respuesta que se ha dado a esta
cuestión ha venido condicionada por el relato bíblico de Génesis y, en
general, por la interpretación natural de toda la Escritura. Es impresionante el
número de referencias que hay en ella en relación al primer hombre creado.
Tanto Moisés como el autor del libro de Crónicas y el evangelista Lucas
creen en un Adán histórico y así lo incluyen en sus genealogías como cabeza
de la raza humana (Gn. 5:1; 1 Cr. 1:1; Lc. 3:38). Además del testimonio del
Antiguo Testamento, los autores del Nuevo fundamentan también
importantes doctrinas cristianas sobre la historicidad de Adán y Eva. Y, en
fin, el apóstol Pablo llega a comparar el primer Adán con Cristo, “el postrer
Adán” (1 Co. 15:45), ligando así la causa de la muerte al primer hombre y la
resurrección a otro hombre, el Señor Jesucristo. Quien, al hablar sobre el
matrimonio y el divorcio, dirá: ¿No habéis leído que el que los hizo al
principio, varón y hembra los hizo,..? (Mt. 19:4).

No obstante, el desafío a tal creencia bíblica no ha surgido de la propia


teología sino curiosamente de la cosmovisión evolucionista. Desde que
Darwin señalara la idea y, más tarde, Teilhard de Chardin recalcara aquello
de que “el hombre ha aparecido exactamente siguiendo el mismo mecanismo
(geográfico y morfológico) que cualquier otra especie”[340], hasta nuestros
días, se ha venido dudando de la historicidad de Adán y Eva. Más
recientemente, hace sólo una década, el famoso genetista evangélico, Francis
S. Collins, quien había liderado el Proyecto Genoma Humano, se descolgó
con su libro ¿Cómo habla Dios?, afirmando que: “estudios de la variación
humana, junto con el registro fósil, señalan el origen de los humanos
modernos hace aproximadamente cien mil años, y muy probablemente en
África occidental. El análisis genético sugiere que cerca de diez mil ancestros
dieron lugar a la población entera de seis mil millones de humanos en el
planeta. ¿Cómo mezclar entonces estas observaciones científicas con la
historia de Adán y Eva?”.[341] Y, en la siguiente página, ofrece su respuesta.
Lo de nuestros primeros padres sería “una alegoría poderosa y poética del
plan de Dios para la entrada de la naturaleza espiritual (el alma) y la ley
moral en la humanidad”.[342]

De manera que, según Collins y muchos otros evolucionistas teístas,


Adán y Eva no serían realmente personajes históricos sino sólo los
protagonistas ficticios de una poderosa fábula poética que pretendería ilustrar
el origen de la naturaleza espiritual humana. Actualmente puede constatarse
que cada vez son más los creyentes que se apuntan a esta idea (hasta el Sumo
Pontífice de la iglesia católica lo hace) ya que supuestamente vendría
respaldada por la sublime ciencia moderna. Y ya se sabe, “donde hay patrón,
no manda marinero”. Si la ciencia lo dice y las autoridades religiosas se lo
creen, habría que revisar, adaptar, contextualizar, poner al día o modificar el
mensaje de la Escritura. La cuestión es saber si, en verdad, los hechos
comprobados por los estudios genéticos actuales, libres de prejuicios
darwinistas, contradicen la historicidad de Adán y Eva o, por el contrario, la
respaldan. Es mucho lo que se ha descubierto desde que Collins escribió su
polémico libro y, cuando tales datos se vislumbran juntos, resulta que -como
se intentará explicar- apoyan mejor la idea de una pareja original, que la de
una población sometida a un supuesto cuello de botella evolutivo.

Deseo iniciar una serie de trabajos, que aparecerán D. M. en esta


sección de ConCiencia, con el fin de profundizar en dicho tema de los
orígenes humanos, desde las perspectivas bíblica y científica, pero mostrando
las explicaciones no evolucionistas que se han venido aportando
recientemente. Los últimos descubrimientos en el campo de la genómica
hacen, a mi modo de ver, que la discusión entre la genética y la historia de
Adán y Eva resulten fascinantes. Es posible también que muchas de las ideas
que se analicen no hayan sido todavía escritas en el idioma de Cervantes (en
el de Shakespeare sí, por supuesto). De manera que la historia, la teología, la
ciencia y la apologética se entrelazarán para considerar la realidad de un
primer hombre y una primera mujer (nuestros primeros padres creados
milagrosamente a imagen y semejanza de Dios), según afirma la Sagrada
Escritura. Veamos, en primer lugar, la relevancia que le concede la Biblia a
esta primera pareja humana, así como los argumentos bíblicos que la
sustentan.

La historia de la creación de Adán y Eva siempre ha sido


extremadamente importante como doctrina bíblica fundamental. Sobre ella se
sostienen implicaciones teológicas prioritarias como el origen del pecado y el
mal en el mundo, así como la naturaleza de la salvación. Si los primeros seres
humanos no hubieran sido creados moralmente buenos, como asegura el libro
de Génesis, ¿qué sentido tendría la Caída? Es más, cuando decimos que
Jesucristo es nuestro salvador, ¿de qué nos tiene que salvar? Si somos el
resultado de la supervivencia del más apto en la lucha evolutiva e injusta por
la vida, ¿no sería Dios el responsable de nuestra maldad natural? ¿No nos
habría hecho pecadores por naturaleza? Si se toma literalmente la teoría de la
evolución humana a partir de animales carentes de moralidad, ¿acaso no
peligra toda la estructura teológica de la Biblia?

Son muchos los estudiosos que han intentado responder a tales


cuestiones con la intención de hacer compatibles el darwinismo y las
Sagradas Escrituras. Sin embargo, las respuestas generalmente aportadas no
han sido plenamente satisfactorias y no han logrado convencer a todos los
creyentes. Por ejemplo, el conocido pensador cristiano, C. S. Lewis, que no
tenía inconveniente en aceptar que el ser humano podía haber evolucionado
físicamente a partir del animal, reflexionando acerca de la Caída, escribe:
“No sabemos exactamente lo que sucedió cuando cayó el hombre. Mas si se
me permite hacer conjeturas, brindo el siguiente cuadro. Se trata de un “mito”
en sentido socrático, no de una fábula inverosímil.”[343] El mito socrático es el
relato de lo que acaso haya podido ser un hecho histórico. Vemos aquí el
esfuerzo de Lewis por compatibilizar la evolución con la Caída moral de la
humanidad.

No obstante, el conocido teólogo y pastor evangélico alemán, Gerhard


von Rad (1901-1974), gran especialista en Antiguo Testamento, escribiendo
acerca del primer capítulo de Génesis, manifestó lo siguiente: “Cuanto ahí se
dice, pretende ser tenido por válido y exacto, tal como ahí está dicho. El
lenguaje es extremadamente a-mítico; tampoco se dice nada que haya de ser
entendido simbólicamente y cuyo sentido profundo tengamos que empezar
por descifrar.”[344] Después, sigue diciendo que aunque en este relato
probablemente se nos ofrece mucho de la ciencia de la época sobre el origen
del mundo, no es ésta quien toma aquí la palabra sino que sólo ayuda a
formar enunciados concretos sobre la creación hecha por Dios. Esta opinión
de von Rad contradice la idea de algunos -como Collins- que creen que los
dos primeros capítulos de la Biblia son poéticos y de la misma naturaleza que
los cantos de la creación que poseían los antiguos pueblos del Próximo
Oriente (como los poemas de Gilgamesh y de Atrahasis).

Lo cierto es que el estilo poético, así como las convenciones


lingüísticas y el tono doxológico, propio de tales antiguos himnos de las
culturas periféricas a Israel, están completamente ausentes del relato bíblico.
La poesía hebrea hace servir frecuentes paralelismos o repeticiones de la
misma idea, como puede verse por ejemplo en el Salmo 104, sin embargo los
primeros capítulos de Génesis presentan una forma narrativa normal que nada
tiene que ver con la poesía. No hay paralelismos frecuentes. Además, cuando
se deja que la Biblia se interprete a sí misma, es posible comprobar que el
Nuevo Testamento entiende la narrativa de Génesis como si se tratara de
acontecimientos reales. De manera que estamos ante relatos escritos en prosa
narrativa, no en poesía.

Decidir, de antemano y basándose en fuentes extrabíblicas, que los


once primeros capítulos de Génesis no son históricos supone no hacer una
buena exégesis del texto inspirado (una interpretación objetiva, crítica y
completa) sino una eiségesis (o interpretación subjetiva que introduce alguna
presuposición ajena al texto). Por ejemplo, el capítulo 12 de Génesis empieza
diciendo: Pero Jehová había dicho a Abram… (Gn. 12:1). Esto significa que
todo lo que sigue a continuación -desde el capítulo 12 hasta el 50- es
consecuencia de lo que ocurrió antes. Por lo tanto, según la Biblia, los once
primeros capítulos deben ser entendidos como históricos, puesto que los
restantes también lo son.

Toda la estructura del libro de Génesis está conectada por diez frases
como las siguientes: estos son los orígenes de los cielos y la tierra (Gn. 2:4);
este es el libro de las generaciones de Adán (Gn. 5:1); estas son las
generaciones de Noé (Gn. 6:9; 10:1); Sem (11:10); Taré (11:27); Ismael
(25:12); Isaac (25:19); Esaú (36:1) y Jacob (37:2). Tales frases son como
bisagras que pretenden señalar que todos estos acontecimientos y personajes
mencionados fueron realmente históricos. Ya que seis de estas frases se
encuentran en los once primeros capítulos de Génesis y cuatro de ellas en los
restantes, debe entenderse que ambas secciones del libro son consideradas
históricas. Además, estas dos partes están conectadas entre sí por el texto de
Gn. 11:27-32, que narra la historia de Abram, Lot y Sara. Una historia que se
inicia al final de la primera sección pero finaliza en la segunda sección del
libro.

De la misma manera, el capítulo 12 tendría poco sentido sin la


genealogía preparatoria ofrecida en los once primeros capítulos. Habría que
hacer verdaderos malabarismos interpretativos para considerar históricos a
personajes como Abraham, Isaac y Jacob pero no hacerlo con Adán, Noé,
Sem y Jafet. De hecho, el Nuevo Testamento se refiere indistintamente a
ambas secciones de Génesis y las considera históricas. Por tanto, rechazar la
historicidad de Adán y Eva (Gn. 1-5) equivale a negar también la del resto de
los personajes que se mencionan en el libro. Estamos ante un bloque sólido
pero que se desmoronaría por completo si le arrancáramos los once primeros
capítulos. Y, al revés, aceptar la historicidad de los capítulos posteriores es
reconocer que los primeros capítulos nos presentan a un Adán literal.

La realidad histórica de Adán y Eva es también la base sobre la que


descansan doctrinas evangélicas fundamentales. Jesús y los autores humanos
del Nuevo Testamento se refieren a la primera pareja considerándola como
formada por personas auténticas. Esto significa que si no fueron reales, la
base de tales doctrinas quedaría socavada. Por ejemplo, veamos algunas que
son cruciales para la fe cristiana:

1. La doctrina de la unidad esencial de la raza humana: Y de una sangre ha


hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la
tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su
habitación (Hch. 17:26). Si no existe esta unidad en Adán, las enseñanzas de
Pablo sobre la Caída y todas sus consecuencias carecen de sentido.

2. La doctrina de la Caída de la humanidad: Por tanto, como el pecado entró


en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había
pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No
obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no
pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que
había de venir (Ro. 5:12-14). Sin la existencia de un Adán literal del que
descenderíamos todos los seres humanos, la unidad y universalidad del
pecado no tienen fundamento.

3. La doctrina de la redención: Así también está escrito: Fue hecho el primer


hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante (1 Co.
15:45). De la misma manera, si Adán no fue un ser vivo, la comparación con
Cristo que hace Pablo sería completamente absurda.

4. La igualdad y dignidad de hombres y mujeres ante Dios: Y creó Dios al


hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn.
1:27). Y también: Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer
sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón
nace de la mujer; pero todo procede de Dios (1 Co. 11:11-12). La
discriminación por razón de sexo -por desgracia tan practicada hasta hoy- no
encuentra apoyo en la Escritura, ya que ésta fundamenta la igualdad humana
en la creación de la primera pareja.

5. La doctrina del matrimonio: ¿No habéis leído que el que los hizo al
principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y
madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? (Mt. 19:4-5).
De la misma manera, la unión conyugal del hombre y la mujer descansa en la
creación original. Y, por último:

6. La doctrina sobre la muerte humana: Entonces Jehová Dios formó al


hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre un ser viviente (Gn. 2:7); con el sudor de tu rostro comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y
al polvo volverás (Gn. 3:19). Estos textos así como Job 34:15, Eclesiastés
3:20 y Daniel 12:2 se entienden mejor si realmente Adán fue creado
sobrenaturalmente, tal como afirma la Biblia, del polvo de la tierra.

En resumen, si le arrancamos a la Escritura la primera pareja humana


creada por Dios, toda su estructura se resquebraja estrepitosamente. ¿Obligan
los hechos científicos hoy, libres de prejuicios, a realizar semejante cirugía
teológica? Nosotros creemos que no.

Epílogo

Una de las principales objeciones científicas a la creencia en una


primera pareja, de la cual descendería toda la humanidad, proviene de la
genética de poblaciones. Algunos genetistas se refirieron a la imposibilidad
de que la actual diversidad humana pudiera derivar de solo dos personas y,
por lo tanto según su opinión, Adán y Eva serían personajes míticos o
ficticios.[345] Los argumentos empleados en este debate son muy técnicos y se
hacen difíciles de entender para los no iniciados ya que se habla de
multiplicidad de alelos (un alelo es la forma en que se manifiesta un gen),
tamaño efectivo de la población, variaciones transespecíficas, distribución de
la variación alélica, introgresión, etc. Después de analizar todos estos datos,
tales autores llegaron a la conclusión de que la población humana nunca ha
podido bajar de los diez mil individuos. Además, para suponer que
descendemos de solo dos personas habría que postular tasas de mutación muy
superiores a las observadas en cualquier especie animal.
No obstante, otros autores han rechazado posteriormente estos
argumentos aludiendo a que no se conoce ninguna manera correcta de estimar
el tamaño real de la población humana antigua, basándose únicamente en el
número o la variedad de los alelos de la población actual.[346] Incluso un
“cuello de botella” de sólo dos personas no conduciría a una disminución
masiva de la diversidad genética, si fuera seguido de un rápido crecimiento
de la población. Si el tamaño de esta población se duplicara en cada
generación, después de muchas generaciones la población tendría más de la
mitad de la heterocigosidad de dicha población antes de cuello de botella. De
manera que es completamente posible que, en algún momento del pasado, el
número total de humanos con capacidad reproductora fuera exactamente de
dos. Los datos genéticos no impiden que hace unos 500.000 años se
produjera un cuello de botella en una pareja fundadora que sería la de los
ancestros comunes del Homo sapiens, denisovanos y neandertales.[347] Tal
como vimos, William L. Craig cree que el Adán y la Eva bíblicos
pertenecieron a la especie Homo heildelbergensis, que habría dado lugar a
todos los grupos humanos.

De manera que para los evolucionistas teístas, Adán y Eva habrían


podido surgir gracias a una mutación especial que aumentó su inteligencia y
los distinguió del resto del grupo homínido al que pertenecían, mientras que
para los partidarios del Diseño inteligente, Dios pudo crear “de novo” a
nuestros primeros padres, sin relación física con ningún otro homínido
existente y con unas condiciones genéticas singulares, tales como la presencia
del gen de la inteligencia (NOTCH2NL), el del habla (FOXP2), etc., que no se
dan en ningún otro animal. La ciencia actual no impide ninguna de estas
creencias. Sin embargo, los creacionistas que creen en una Tierra muy joven,
del orden de unos pocos miles de años, que cuestionan la cronología estándar
y por tanto buena parte de las afirmaciones de la ciencia, seguramente
encontrarán estas conclusiones inaceptables.

Es evidente que la ciencia humana es cambiante y por tanto provisional,


lo cual genera un importante grado de incertidumbre. En mi opinión, este
tema de los orígenes siempre lo viviremos con cierto desasosiego porque
como bien dice el apóstol Pablo: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas
entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces
conoceré como fui conocido” (1 Co. 13:12).

Bibliografía

ABBAGNANO, N. 1982, Historia de la filosofía, 3 vols., Hora, Barcelona.


ALBERCH, P. 1984, La embriología en el darwinismo: un problema clásico
con nuevas perspectivas, en P. Alberch y otros (ed.), Darwin a Barcelona,
PPU, Barcelona, 401-442.
ALEXANDER, R. 1989, Darwinismo y asuntos humanos, Salvat, Barcelona.
ARDREY, R. 1978, La evolución del hombre: la hipótesis del cazador,
Alianza, Madrid.
ARSUAGA, J. L., 1999, El collar de neandertal, Temas de Hoy, Madrid.
ARTIGAS, M. 2000, La mente del universo, Eunsa, Pamplona.
ATKINS, P. W. 1989, La creación, Salvat, Barcelona.
AYALA, F. J. 1983, Origen y evolución del hombre, Alianza, Madrid.
AYALA, F. J. 1984, “El método científico en Mendel”, en En el centenario de
Mendel: La Genética hoy, Alhambra, Madrid, p. 99.
AYALA, F. J. 1989, La naturaleza inacabada, Salvat, Barcelona.
AYALA, F. J. 2007, Darwin y el Diseño Inteligente, Alianza Editorial,
Madrid, 2007.

BACALLADO, J. J. y DE ARMAS, R. 1992, Islas Galápagos: volcán, mar y


vida en evolución, Lunwerg Editores, Barcelona.
BARASH, D. P. 1989, La liebre y la tortuga, Salvat, Barcelona.
BEHE, M. J. 1999, La caja negra de Darwin, Andres Bello, Barcelona.
BEHE, M. J., DEMBSKI, W. A. & MEYER, S. C. 2002, Science and
Evidence for Design in the Universe, Ignatius Press, San Francisco.
BEHE, M. J., 2008, The Edge of Evolution, Free Press, New York.
BERRY, A. 1983, Los próximos 10.000 años: el futuro del hombre en el
universo, Alianza, Madrid.
BONÉ, E. 2000, ¿Es Dios una hipótesis inútil? Evolución y bioética. Ciencia
y fe, Sal Terrae, Santander.
BOOTH, B. & FITCH, F. 1988, La inestable Tierra, Salvat Barcelona.
BOWLER, P. J. 1985, El eclipse del darwinismo, Labor Universitaria,
Barcelona.
BRADLEY, W. L. 1999, El universo diseñado justo a punto, Mere Creation,
USA.
BRESCH, C. 1989, La vida, un estadio intermedio, Salvat, Barcelona.
BROOM, N. 2001, How Blind Is the Watchmaker? InterVarsity Press,
Downers Grove, Illinois.
BRUGGER, W. 1988, Diccionario de Filosofía, Herder, Barcelona.
BUFFON, G.-L. L. 1766, De la dégénération des animaux, en Histoire
Naturelle, XIV.
BUNDSCHERER, N. 1969, Ciencias naturales y fe cristiana, Paulinas,
Barcelona.

CALVO, M. 2000, La Ciencia en el Tercer Milenio, McGraw-Hill, Madrid.


CAMPBELL, B. 1988, Ecología humana, Salvat, Barcelona.
CAREY, N., 2016, ADN basura, Buridán.
CELA, C. J. y AYALA, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia
nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid.
COLLINS, F. S. 2007, ¿Cómo habla Dios?, 3a Edición, Planeta, México.
COLSON, CH. & PEARCEY, N. 1999, Y ahora... ¿cómo viviremos?, Unilit,
Miami, USA.
CRAIG, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y científica,
Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos.
CRICK, F. 1994, La búsqueda científica del alma, Debate, Madrid.
CRUSAFONT, M y otros, 1976, La evolución, BAC, Madrid.
CRUZ, A. 1993, L’origen de l’univers i la teoria del Big Bang, en Preséncia
Evangèlica, n° 139-140, Sabadell, Barcelona, 16-18.
CRUZ, A. 1996, ¿De dónde venimos?, en F. Ortiz y otros (ed.), Expediente
X, ideas y recursos para el estudiante cristiano, Clie, Terrassa, Barcelona,
85-105.
CRUZ, A. 1997, Postmodernidad, Clie, Terrassa, Barcelona.
CRUZ, A. 1998, Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno, Clie,
Terrassa, Barcelona.
CRUZ, A. 1999, Bioética cristiana, Clie, Terrassa, Barcelona.
CRUZ, A. 2000, El origen del universo, en
www.elportalcristiano.com/canales/estudios/ciencia/universo.htm
CRUZ, A. 2001, Sociología, una desmitificación, Clie, Terrassa, Barcelona.
CRUZ, A. 2003, El cristiano en la aldea global, Vida, Miami, Florida.
CRUZ, A. 2017, A Dios por el ADN, CLIE, Viladecavalls, Barcelona.
CUELLO, J. & VIDAL, A. M. 1986, Antología de la Historia de la Biología,
PPU, Barcelona. CUVIER, G. 1825, Discours sur les révolutions de la
surface du globe, Dufour & D’Ocagne, Paris, (reeditado por Culture et
Civilisation, Bruselas, 1969).

CHAISSON, E. 1989, El amanecer cósmico, Salvat, Barcelona.


CHAUVIN, R. 2000, Darwinismo. El fin de un mito, Espasa, Madrid.

DARWIN, Ch. 1972, Teoría de la evolución, Península, Barcelona.


DARWIN, Ch. 1973, El origen del hombre, 2 vols., Petronio, Barcelona.
DARWIN, Ch. 1977, Autobiografía, Alianza Editorial, Madrid.
DARWIN, Ch. 1980, El origen de las especies, Edaf, Madrid.
DARWIN, Ch. 1983a, Recuerdos del desarrollo de mis ideas y carácter,
Nuevo Arte Thor, Barcelona.
DARWIN, Ch. 1983b, Ensayo sobre el instinto y apunte biográfico de un
niño, Tecnos, Madrid.
DARWIN, Ch. 1994, El origen de las especies, Reseña, Barcelona.
DAVIES, P. 1986a, Otros mundos, Salvat, Barcelona.
DAVIES, P. 1986b, El universo accidental, Salvat, Barcelona.
DAVIES, P. 1988a, El universo desbocado, Salvat, Barcelona.
DAVIES, P. 1988b, Dios y la nueva física, Salvat, Barcelona.
DAVIES, P. 1988c, Superfuerza, Salvat, Barcelona.
DAWKINS, R. 1979, El gen egoísta, Labor, Barcelona.
DAWKINS, R., 2011a, El espejismo de Dios, ePUB.
DAWKINS, R. 2011b, La magia de la realidad, Espasa, Barcelona.
DE BEER, G. 1970, Atlas de evolución, Omega, Barcelona.
DE CHARDIN, T., 1967, El grupo zoológico humano, Taurus, Barcelona.
DEMBSKI, W. A. 1998a, The Design Inference: Eliminating Chance Throgh
Small Probabilities, Hardcover, USA.
DEMBSKI, W. A. 1998b, Mere Creation: Sciencie, Faith & Intelligent
Design, InterVarsity Press, Downers Grave, Illinois.
DEMBSKI, W. A. 1998c, El acto de la Creación, Ponencia presentada al
Foro de Millstatt, Strasborug, Francia, 10/08/98.
DEMBSKI, W. A. 1999, Intelligent Design, InterVarsity Press, Downers
Greve, Illinois.
DEMBSKI, W. A. & KUSHINER, J. M. 2001, Signs of Intelligence, Brazos
Press, Grand Rapids, Michigan.
DENNETT, D.C. 1995, La conciencia explicada, Paidós, Barcelona.
DENNETT, D.C. 1999, La peligrosa idea de Darwin, Círculo de Lectores,
Barcelona.
DENTON, M. J. 1996, Evolution: A Theory in Crisis, Adler & Adler, Chevy
Chase, Maryland.
DENTON, M. J. 1998, Nature’s Destiny, The Free Press, New Cork.
D’ESPAGNAT, B. 1983, En busca de lo real. La visión de un físico, Alianza,
Madrid.
DEWITT, B. S. 1984, Gravedad cuántica, en Mas, L. (ed.) Cosmología,
Libros de Investigación y Ciencia, Barcelona, 26-38.
DICKSON, R. E. 1987, El ocaso de los incrédulos, Clie, Terrassa, Barcelona.
DOU, A. 1993, Els científics i la fe cristiana, Claret, Barcelona.
DUBOS, R. 1986, Un dios interior, Salvat, Barcelona.

EINSTEIN, A. 1985, Mi visión del mundo, Tusquets, Barcelona.

FARRINGTON, B. 1981, Ciencia y filosofía en la Antigüedad, Ariel,


Barcelona.
FERRIS, T, 1995, La aventura del Universo, Grijalbo Mondadori, Barcelona.
FEYERABEND, P. K. 1995, Adiós a la razón, Altaya, Madrid.
FEYERABEND, P. K. 2000,Tratado contra el método, Tecnos, Madrid.
FINLAYSON, C., 2010, El sueño del neandertal, Crítica, Barcelona.
FLORI, J. & RASOLOFOMASOANDRO, H. 2000, En busca de los
orígenes ¿evolución o creación?, Safeliz, Madrid.
FREEMAN, S., 2009, Biología, Pearson, Madrid.
GALE, G. 1982, El principio antrópico, en Mas, L. (ed.) Cosmología, Libros
de Investigación y Ciencia, Barcelona, 192-201.
GARCÍA CORDERO, M., 1977, La Biblia y el legado del Antiguo Oriente,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.
GEISLER, N. y BROOKS, R. 1997, Apologética, herramientas valiosas para
la defensa de la fe, Flet-Unilit, Miami.
GEISLER, N. L. & HOWE, Th. 2008, The Big Book of Bible Difficulties,
BakerBooks, Grand Rapids, Michigan.
GELLNER, E. 1994, Posmodernismo, razón y religión, Paidós, Barcelona.
GIBERT, J., 2004, El hombre de Orce, Almuzara.
GIDDENS, A. 1998, Sociología, Alianza Editorial, Madrid.
GINER-SOROLLA, A. 1983, Un nou Génesi: a l’entorn dels orígens,
Edicions 62, Barcelona.
GLEICK, J. 1998, Caos. La creación de una ciencia, Seix Barral, Barcelona.
GOULD, S. J. 1983a, Desde Darwin, Hermann Blume, Madrid.
GOULD, S. J. 1983b, El pulgar del panda, Hermann Blume, Madrid.
GOULD, S. J., 1991, La vida maravillosa, Crítica, Barcelona.
GOULD, S. J. 2000, Ciencia versus religión. Un falso conflicto, Crítica,
Barcelona.
GRASSÉ, P. P. 1977, La evolución de lo viviente, Hermann Blume, Madrid.
GRIBBIN, J, 1986, Génesis, Salvat, Barcelona.
GRIBBIN, J. 1988, En busca del Big Bang, Pirámide, Madrid.
GUITTON, J. y otros, 1994, Dios y la ciencia. Hacia el metarrealismo,
Debate, Madrid.
GUTH, A. H. 1984, El universo inflacionario, en Mas, L. (ed.) Cosmología,
Libros de Investigación y Ciencia, Barcelona, 12-25.
GUTH, A. H. 1997, El Universo Inflacionario, Debate, Madrid.

HAAG, H. et al., 1987, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona.


HALLAM, A. 1985, Grandes controversias geológicas, Labor, Barcelona.
HAMER, D. 2006, El gen de Dios, La Esfera de los Libros, Madrid.
HAWKING, S. W. 1988, Historia del tiempo, Crítica, Barcelona.
HAWKING, S. W. 2002, El universo en una cáscara de nuez,
Crítica/Planeta, Barcelona.
HOAGLAND, M. 1988, Las raíces de la vida, Salvat, Barcelona.
HOLMES, A. 1971, Geología física, Omega, 6a Ed., Barcelona.
HORGAN, J. 1998, El fin de la ciencia, Paidós, Barcelona.
HUXLEY, J. & KETTLEWEL, 1984, Darwin, Salvat, Barcelona.

INSTITUTO DEL ATEíSMO CIENTíFICO DE LA ACADEMIA DE LAS


CIENCIAS SOCIALES DE LA URSS, 1983, El ateísmo científico, Júcar,
Madrid.

JAKI, S. L. y otros, 1991, Física y religión en perspectiva, Rialp, Madrid.


JAKOSKY, B. 1999, La búsqueda de vida en otros planetas, CUP, Madrid.
JASTROW, R. 1978, God and the astronomers, Norton, New York.
JOHNSON, Ph. E. 1995, Proceso a Darwin, Portavoz, Grand Rapids,
Michigan.
JOHNSON, Ph. E. 1997, Defeating Darwinism by Opening Minds,
InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois.
JOU, D. 1992, Algunes qϋestions sobre ciéncia i fe, Claret, Barcelona.

KAPLAN, R. W. 1982, El origen de la vida, Alhambra, Madrid.


KING, I. R. 1985, Cúmulos globulares, en Mas, L. (ed.) Cosmología, Libros
de Investigación y Ciencia, Barcelona, 107-115.
KUHN, T. S. 2001, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de
Cultura Económica, Madrid.

LACUEVA, F. 2001, Diccionario Teológico Ilustrado, Clie, Terrassa,


Barcelona.
LAíN, P. 1992, Cuerpo y alma, Espasa Calpe, Madrid.
LAKATOS, I. & MUSGRAVE, A. 1974, La crítica y el desarrollo del
conocimiento, Grijalbo, Barcelona.
LAMARCK, J.-B. 1809, Filosofía zoológica, La Oveja Roja (2017), Madrid.
LEITH, B. 1988, El legado de Darwin, Salvat, Barcelona.
LENNOX, J. C. 2003, ¿Ha enterrado la ciencia a Dios?, Clie, Terrassa,
Barcelona.
LEWIN, R. 1989, Evolución humana, Salvat, Barcelona.
LEWIS, C. S., 2016, El problema del dolor, Rialp, Madrid.
LÓPEZ, C. 1999, Universo sin fin, Taurus, Madrid.
LUBENOW, M. L. 2003, Bones of contention, Baker Books, Grand Rapids,
Michigan.
LUCRECIO CARO, T. 1968, De la naturaleza de las cosas, Espasa-Calpe,
Madrid.

MADDOX, J. 1999, Lo que queda por descubrir, Debate, Madrid.


MARGALEF, R. 1974, Ecología, Omega, Barcelona.
MEYER, S. C. 2013, Darwin’s Doubt, HarperOne.
MOLES, M. 1981, Cosmología y observaciones. Un análisis crítico, en Mas,
L. (ed.) Cosmología, Libros de Investigación y Ciencia, Barcelona, 48-61.
MOLTMANN, J. 1986, El hombre, Sígueme, Salamanca.
MOLTMANN, J. 1987, Dios en la creación, Sígueme, Salamanca.
MONOD, J., 1977, El azar y la necesidad, Barral, Barcelona.
MORELAND, J. P. & REYNOLDS, J. M. 1999, Three views on Creation
and Evolution, Zondervan P. H., Grand Rapids, Michigan.
MOSTERíN, J. 2001, Ciencia viva. Reflexiones sobre la aventura intelectual
de nuestro tiempo, Espasa, Madrid.
MOTA, E. 1995, Ciencia y fe ¿en conflicto?, Andamio, Barcelona.

NICOLAU, F. 1965, La teoría del indeterminismo en la física actual,


Seminario Conciliar de Barcelona.
NICOLAU, F. 1984, L’evolucionisme, avui, Catalunya Cristiana, Barcelona.
NICOLAU, F. 1985, Origen i estructura de l’univers, Catalunya Cristiana,
Barcelona.
NICOLAU, F. 1986, La constitució de la matéria, Edicions Terra Nostra,
Barcelona.
NICOLAU, F. 1987, La cél.lula i la reproducció dels éssers vius, Catalunya
Cristiana, Barcelona.
NICOLAU, F. 1992, Els astres i l’astrofísica. I. El sistema solar, Catalunya
Cristiana, Barcelona.
NICOLAU, F. 1993, Els astres i l’astrofísica. II. Estrelles i galàxies,
Catalunya Cristiana, Claret, Barcelona.
NICOLAU, F. 1995, Els elements que componen el cosmos, Claret,
Barcelona.
NICOLAU, F. 1996, El cerebro y el alma humana, Santandreu, Barcelona.
NICOLAU, F. 1997, El planeta Terra i la seva historia, Claret, Barcelona.
NICOLAU, F. 2002, Església i ciència al llarg de la história, Claret,
Barcelona.
NOGAR, R. J. 1967, La evolución y la filosofía cristiana, Herder, Barcelona.
NOVO VILLAVERDE, F. J., 2007, Genética humana, Pearson, Madrid.
NîVIKOV, I. 1990, Cómo explotó el universo, Mir, Moscú.

OPARIN, A. I. 1980, El origen de la vida, Akal, Madrid.

PANIKKAR, R. 1994, Pensamiento científico y pensamiento cristiano, Sal


Terrae, Santander.
PANNENBERG, W. 1981, Teoría de la Ciencia y Teología, Libros Europa,
Madrid.
PATTERSON, C. 1985, Evolución, la teoría de Darwin hoy, Fontalba,
Barcelona.
PENROSE, R. 1996, La nueva mente del emperador, Grijalbo Mondadori,
Barcelona.
PENROSE, R. 1996, Las sombras de la mente, Crítica-Grijalbo, Mondadori,
Barcelona.
PÉREZ MERCADER, J. 1996, ¿Qué sabemos del universo?, Debate,
Madrid.
PEUKERT, H. 2000, Teoría de la ciencia y teología fundamental, Herder,
Barcelona.
PINILLOS, J. L. 1995, La mente humana, Temas de hoy, Madrid.
POLANYI, M. 1961, Ciencia, fe y sociedad, Taurus, Madrid.
POLKINGHORNE, J. 2000, Ciencia y teología, Sal Terrae, Santander.
PONS, J. 1976, “Los mecanismos genéticos en el hombre”, en Crusafont, M.,
Melendez, B. y Aguirre, E., La Evolución, BAC, Madrid.
POPPER, K. R. 1977, Búsqueda sin término, Tecnos, Madrid.
POPPER, K. R. & ECCLES, J. C. 1993, El yo y su cerebro, Labor,
Barcelona.
POPPER, K. R. 2001, La lógica de la investigación científica, Tecnos,
Madrid.
PRIGOGINE, I. & STENGERS, I. 1983, La nueva alianza. Metamorfosis de
la ciencia, Alianza, Madrid.
PRIGOGINE, I. 1983, ¿Tan sólo una ilusión? Una exploración del caos al
orden, Tusquets, Barcelona.
PRIGOGINE, I. 1996, El fin de las certidumbres, Taurus, Madrid.

RAE, A. 1995, Física cuántica, ¿ilusión o realidad?, Robinbook, Teia.


RAMÓN Y CAJAL, S. 1981, Recuerdos de mi vida: Historia de mi labor
científica, Alianza Universidad, Madrid.
RANA, F. y ROSS, H. 2015, Who was Adam? rtb Press, Covina, CA.
RAÑADA, A. F. 1994, Los científicos y Dios, Nobel, Oviedo.
REEVES, H. 1996, Últimas noticias del cosmos, Alianza, Madrid.
RIDLEY, M. 2001, Genoma: La autobiografía de una especie en 23
capítulos, Taurus, Madrid.
ROSS, H. 1999a, Beyond the Cosmos, Navpress, Colorado Springs,
Colorado.
ROSS, H. 1999b, El Creador y el cosmos, Mundo Hispano, El Paso, Texas.
ROSS, H. 2001, The Genesis question, Navpress, Colorado Springs,
Colorado.
ROSS, H. 2015, A Matter of Days, rtb press, Covina, CA.
RUELLE, D. 1995, Azar y caos, Alianza, Madrid.
RUIZ DE LA PEÑA, J. L. 1986, La otra dimensión, Sal Terrae, Santander.
RUIZ DE LA PEÑA, J. L. 1992, Teología de la creación, Sal Terrae,
Santander.
RUIZ DE LA PEÑA, J. L. 1995, Crisis y apología de la fe, Sal Terrae,
Santander.
RUSE, M. 1983, La revolución darwinista, Alianza, Madrid.
RUSE, M. 1989, Tomándose a Darwin en serio, Salvat, Barcelona.
RUSE, M. 2009, ¿Puede un darwinista ser cristiano?, Siglo XXI, Madrid.

SALET, G. 1975, Azar y certeza, Alhambra, Madrid.


SAMPEDRO, J. 2002, Deconstruyendo a Darwin, Crítica, Barcelona.
SANFORD, J. C. 2014, Genetic Entropy, FMS Publications, USA.
SCHMIDT-NIELSEN, K., 1976, Fisiología animal, Omega, Barcelona.
SCHRÖDINGER, E. 1983, ¿Qué es la vida?, Tusquets, Barcelona.
SCHWOERBEL, W. 1986, Evolución. Teorías de la evolución de la vida,
Salvat, Barcelona.
SEARLE, J. R. 1996, El descubrimiento de la mente, Crítica, Barcelona.
SEGUNDO, J. L. 1993, ¿Qué mundo? ¿qué hombre? ¿qué Dios?, Sal Terrae,
Santander.
SEQUEIROS, L. 1992, Raíces de la humanidad ¿Evolución o creación?, Sal
Terrae, Santander.
SHAPIRO, R. 1989, Orígenes, Salvat, Barcelona.
SIMÓN, J. 1947, A Dios por la ciencia, Lumen, Barcelona.
SMITH, C. U. M. 1977, El problema de la vida, Alianza, Madrid.
SOKAL, A. & BRICMONT, J. 1999, Imposturas intelectuales, Paidós,
Barcelona.
SOLíS, C. 1998, Alta tensión: Filosofía, sociología e historia de la ciencia.
Ensayos en memoria de Thomas Huhn, Paidós, Barcelona.
STEWART, I. 1996, ¿Juega Dios a los dados?, Crítica, Barcelona.
STONER, P. W. 1960, La ciencia habla, Moody, Indiana, USA.
STROBEL. L. 2001, El caso de la fe, Vida, Miami, Florida, USA.

TAYLOR, G. R., 1983, El gran misterio de la evolución, Planeta, Barcelona.


TEILHARD DE CHARDIN, P. 1967, El grupo zoológico humano, Taurus,
Madrid.
TEILHARD DE CHARDIN, P. 1982, El fenómeno humano, Taurus, Madrid.
TEMPLADO, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas, Alhambra,
Madrid.
THAXTON, Ch. B., BRADLEY, W. L. & OLSEN, R. L. 1992, The Mystery
of Life’s Origin, Lewis and Stanley, Dallas, Texas, USA.
THOMAS, J. D. 1972, Razón, ciencia y fe, Irmayol, Madrid.
TIPLER, F. J. 1996, La física de la inmortalidad, Alianza, Madrid.
TREFIL, J. S. 1986, El momento de la creación, Salvat, Barcelona.
TREVIJANO, M. 1997, Fe y ciencia. Antropología, Sigueme, Salamanca.

UDíAS, A. 1993, Conflicto y diálogo entre ciencia y religión, Sal Terrae,


Santander.

VALENTINE, J., JABLONSKY, D. & EDWIN, D. H., 1999, Fossils,


molecules and embryos: new perspectivas on the Cambrian explosion,
Development 126, pp. 851-859.
Van RIESSEN, H. 1973, Enfoque cristiano de la ciencia, Acelr, Barcelona.
VILA, S. 1951, Fe y razón, Junta Bautista de Publicaciones, Buenos Aires.
VILA, S. 1987, A Dios por el átomo, Clie, Terrassa, Barcelona.
VILA, S. 1988, Pruebas tangibles de la existencia de Dios, Clie, Terrassa,
Barcelona.
VOGEL, G. & ANGERMANN, H., 1974, Atlas de biología, Omega,
Barcelona.
VON FRISCH, K. 1989, Doce pequeños huéspedes, Salvat, Barcelona.
VON RAD, G., 1988, El libro del Génesis, Sígueme, Salamanca.

WATSON, J. 1989, La doble hélice, Salvat, Barcelona.


WEBER, M. 1995, La ética protestante y el espíritu del capitalismo,
Península, Barcelona.
WEINBERG, S. 1983, Los tres primeros minutos del universo, Alianza,
Madrid.
WEINER, J. 2002, El pico del pinzón, Círculo de Lectores, Barcelona.
WELLS, J. 2000, Icons of Evolution. Science or Myth? Regnery Publishing,
Inc., Washington.
WILSON, E. O. 1980, Sociobiología: la nueva síntesis, Omega, Barcelona.

YOUNG, J. Z., 1971, La vida de los vertebrados, Omega, Barcelona.

ZILLMER, H.-J. 2000, Darwin se equivocó. ¿Existió realmente la


evolución?, Timun Mas, Barcelona.

[1]
https://royalsociety.org/science-events-and-lectures/2016/11/evolutionary-
biology/
[2]
Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia
nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 687.
[3]
Citado en Farrington, B. 1981, Ciencia y filosofía en la Antigüedad, Ariel,
Barcelona, p. 37.
[4]
Aristóteles (384 – 322 a.C.), De la generación de los animales, libro I,
capítulo 16 (fragmento), citado en Cuello, J. y Vidal, A. M., 1986, Antología
de la Historia de la Biología, PPU, Barcelona, p. 59.
[5]
Templado, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas, Alhambra,
Madrid, p. 19.
[6]
Cruz, A. 2017, A Dios por el ADN, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, pp.
90-96.
[7]
Lucrecio Caro, T. 1968, De la naturaleza de las cosas, Espasa-Calpe,
Madrid, p. 219.
[8]
Ibíd., 218.
[9]
Ibíd., 222.
[10]
Ibíd., 224.
[11]
Ibíd., 225-227.
[12]
Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia
nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 21.
[13]
Ropero, A. 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona, Tomo I, CLIE,
Viladecavalls, p. 74.
[14]
Ibíd., p. 85.
[15]
Ropero, A. 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona, Tomo II, CLIE,
Viladecavalls, p. 373.
[16]
Ropero, A. 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona, Tomo III, CLIE,
Viladecavalls, p. 467.
[17]
Ibíd., p. 468.
[18]
Templado, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas, Alhambra,
Madrid, p. 23.
[19]
Buffon, G.-L. L. 1766, De la dégénération des animaux, en Histoire
Naturelle, XIV, p. 358.
[20]
Lamarck, J.-B. 1809, Filosofía zoológica, La Oveja Roja (2017), Madrid,
p. 125.
[21]
Lamarck, J.-B. 1809, Filosofía zoológica, La Oveja Roja (2017), Madrid,
p. 21.
[22]
Templado, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas, Alhambra,
Madrid, p. 31.
[23]
Lamarck, J.-B. 1809, Filosofía zoológica, La Oveja Roja (2017), Madrid,
pp. 41-42.
[24]
Ibíd., pp. 96, 365.
[25]
Ibíd., p. 190.
[26]
Ibíd., pp. 193-199.
[27]
Ibíd., p. 202.
[28]
Ibíd., p. 272.
[29]
Ibíd., p. 276.
[30]
Ibíd., p. 97.
[31]
Cuvier, G. 1825, Discours sur les révolutions de la surface du globe,
Dufour & D’Ocagne, Paris, pp. 16-17 (reeditado por Culture et Civilisation,
Bruselas, 1969).
[32]
Lamarck, J.-B. 1809, Filosofía zoológica, La Oveja Roja (2017), Madrid,
p. 33.
[33]
Ibíd., p. 195.
[34]
Templado, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas, Alhambra,
Madrid, p. 41.
[35]
Lamarck, J.-B. 1809, Filosofía zoológica, La Oveja Roja (2017), Madrid,
p. 16.
[36]
Huxley, J. & Kettlewel, H.D.B., 1984, Darwin, Salvat, Barcelona, p. 33.
[37]
Ibíd., p. 50.
[38]
Ibíd., p. 61.
[39]
Ibíd., p. 85.
[40]
F. J. Ayala, Darwin y el Diseño Inteligente, Alianza Editorial, Madrid,
2007, p. 47.
[41]
J. Weiner, El pico del pinzón, Círculo de Lectores, Barcelona, 2002, p. 44.
[42]
Frank J. Sulloway, The Legend of Darwin's Finches. Nature, 303 (1983),
p. 372.
[43]
Journal of Researches into the Natural History, 1845, p. 380 (citado por J.
Wells en Icons of Evolution).
[44]
J. Weiner, El pico del pinzón, Círculo de Lectores, Barcelona, 2002, p. 93.
[45]
“Testigos de la selección natural”, EL PAÍS, 28.05.2009.
[46]
J. Wells, Icons of the Evolution, Regnery Publishing, 2000, p. 168.
[47]
Peter R. Grant, “Natural Selection and Darwin’s Finches,” Scientific
American, October 1991, p. 82-87.
[48]
Lesli Gibbs, Peter Grant, “Oscillating Selection on Darwin’s Finches”,
Nature, vol. 327, 1987, pp. 511-513.
[49]
Peter R. Grant, B. Rosemary Grant, “Speciation and Hybridization of
Birds on Islands”, in Peter R. Grant (editor), Evolution on Islands, Oxford
University Press, 1998, pp. 127-137.
[50]
James L. Patton, “Genetical processes in the Galapagos”, Biological
Journal of the Linnean Society, Vol. 21, 1984, pp. 91-111; A. Sato, C.
O’huigin, F. Figueroa, P. R. Grant, B. R. Grant, H. Tichy, J. Klein,
“Phylogeny of Darwin’s finches as revealed by mtDNA sequences”,
Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 96, Issue 9, 27 April
1999, p. 5101-5106; P. Michaela Hau, Martin Wikelski, “Darwin’s Finches”,
Encyclopedia of Life Sciences, 2000, g.els.net
[51]
Darwin, Ch. 1980, El origen de las especies, Edaf, Madrid, p. 372.
[52]
Huxley, J. & Kettlewel, H.D.B., 1984, Darwin, Salvat, Barcelona, p. 97.
[53]
Bacallado, J. J. y De Armas, R. 1992, Islas Galápagos: volcán, mar y vida
en evolución, Lunwerg Editores, Barcelona, p. 136.
[54]
Citado en Abbagnano, N. 1982, Historia de la filosofía, T. 3, Hora,
Barcelona, p. 284.
[55]
Darwin, Ch. 1983, Recuerdos del desarrollo de mis ideas y carácter,
Nuevo Arte Thor, Barcelona, p. 80.
[56]
Huxley, J. & Kettlewel, H.D.B., 1984, Darwin, Salvat, Barcelona, p. 194.
[57]
Sanford, J. C. 2014, Genetic Entropy, FMS Publications, USA.
[58]
Paul D. Sniegowski, Philip J. Gerrish & Richard E. Lenski, 1997,
“Evolution of High Mutation Rates in Experimental Populations of E. coli”,
Nature, 387 (June 12): 703-704.
[59]
Behe, M. J., 2008, The Edge of Evolution, Free Press, New York, p. 141.
[60]
Monod, J., 1977, El azar y la necesidad, Barral, Barcelona, p. 160.
[61]
Behe, M. J. 2007, The Edge of Evolution, Free Press, New York, p. 70.
[62]
Ayala, F. J. 1984, “El método científico en Mendel”, en En el centenario
de Mendel: La Genética hoy, Alhambra, Madrid, p. 99.
[63]
Howard, J. C. 2009, Why didn't Darwin discover Mendel's laws?, Journal
of Biology, 8:15, 1-8 | doi:10.1186/jbiol123.
[64]
Castrodeza, C. 1984, “Mendel y su entorno científico”, en En el
centenario de Mendel: La Genética hoy, Alhambra, Madrid, p. 67.
[65]
Bowler, P. J. 1985, El eclipse del darwinismo, Labor Universitaria,
Barcelona, pp. 50-51.
[66]
De Vries, H. 1906, Species and Varieties: Their Origin by Mutation, 2ª
ed., Chicago, Open Court Publishing.
[67]
Citado en Templado, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas,
Alhambra, Madrid, p. 111.
[68]
Ibíd., p. 113.
[69]
Patterson, C. 1985, Evolución. La teoría de Darwin hoy, Fontalba,
Barcelona, p. 142.
[70]
Goldschmidt, R. (1940 [1982]). The Material Basis of Evolution. Yale
University Press.
[71]
DARWIN, Ch. 1980, El origen de las especies, Edaf, Madrid, pp. 446-
447.
[72]
Alberch, P. 1984, La embriología en el darwinismo: un problema clásico
con nuevas perspectivas, en P. Alberch y otros (ed.), Darwin a Barcelona,
PPU, Barcelona, P. 410.
[73]
Ramón y Cajal, S. 1981, Recuerdos de mi vida: Historia de mi labor
científica, Alianza Universidad, Madrid, p. 320-321.
[74]
Fitch, W. M. & Margoliash, E. 1967, Construction of Phylogenetic Trees,
Science, 20 Jan 1967: Vol. 155, Issue 3760, pp. 279-284.

[75]
Zuckerkandl, E. & Pauling, L., 1965, Molecules as Documents of
Evolutionary History, Journal of Theoretical Biology, 8, pp. 357-366.
[76]
Patterson, C. 1985, Evolución: La teoría de Darwin hoy, Fontalba,
Barcelona, p. 137-139.
[77]
Runnegar, B., 1982, A molecular clock date for the origin of the animal
phyla, Lethaia, 15, pp. 199-205.
[78]
Doolittle, R. F., et al., 1996, Determining Divergence Times of the Major
Kingdoms of Living Organisms with a Protein Clock, Science, 271, pp. 470-
477.
[79]
Wray, G. A., et al., 1996, Molecular Evidence for Deep Precambrian
Divergences Amoung Metazoan Phyla, Science, 274, pp. 568-573.
[80]
Lake, J. A. et al., 1999, Mix and Match in the Tree of Life, Science, 283,
pp. 2027-2028; Phillippe, H. & Forterre, P., 1999, The Rooting of the
Universal Tree of Life Is Not Reliable, Journal of Molecular Evolution, 49,
pp. 509-523.
[81]
Graur, D. et al., 1996, Phylogenetic position of the order Lagomorpha
(rabbits, hares and allies), Nature, 379, pp. 333-335.
[82]
Cao, Y. et al., 1998, Conflict Amoung Individual Mitochondrial Proteins
in Resolving the Phylogeny of Eutherian Orders, Journal of Molecular
Evolution, 47, pp. 307-322.
[83]
Kimura, M. 1968. "Evolutionary rate at the molecular
level", Nature, 217 (5129): 624–626; Kimura, M. 1979. "The Neutral Theory
of Molecular Evolution", Scientific American, 241 (5): 98–129.

[84]
Rodríguez-Trelles, F., Tarrío, R. & Ayala, F. J., 2001, “Erratic
overdispersion of three molecular clocks: GPDH, SOD, and XDH”,
PNAS, 98 (20) 11405-11410; https://doi.org/10.1073/pnas.201392198.
[85]
Peterson et al., 2004, “Estimating metazoan divergence times with a
molecular clock”, Proceedings of the National Academy of Sciences,
10.1073/pnas.0401670101
[86]
Meyer, S. C. 2013, Darwin’s Doubt, HarperOne, p. 106.
[87]
Holmes, A. 1971, Geología física, Omega, 6ª Ed., Barcelona, p. 476.
[88]
Wegener, A. 1912. “Die Entstehung der Kontinente”. Geologische
Rundschau, 3 (4): 276-292.
[89]
Ward, P. & Brownlee, D. 2000, Rare Earth: Why Complex Life is
Uncommon in the Universe, Copernicus Books.
[90]
Snelling, A. A. 2006, “¿Pueden las catástrofes de las placas tectónicas
explicar la geología del Diluvio?, en Ham, K. El libro de las respuestas,
Patmos, pp. 159-169.
[91]
Citado en De Beer, G. 1970, Atlas de Evolución, Omega, Barcelona, pp.
48-49.
[92]
Cooper, A. et al. 2001, Complete mitochondrial genome sequences of two
extinct moas clarify ratite evolution, Nature, 409, 704-707.
[93]
Haddrath, O. & Baker, A. J. 2001. Complete mitochondrial DNA genome
sequences of extinct birds: Ratite phylogenetics and the vicariance
biogeography hypothesis. Proceedings of the Royal Society, B, 268, 939-
945.
[94]
Mitchell, K. J. et al. 2014, Ancient DNA reveals elephant birds and kiwi
are sister taxa and clarifies ratite bird evolution, Science, 344, 898-900.
[95]
Prum, R. O. et al. 2015, A comprehensive phylogeny of birds (Aves)
using targeted next-generation DNA sequencing, Nature, 526, 569-573.
[96]
Harshman, J. et al. 2008, Phylogenomic evidence for multiple losses of
flight in ratite birds, PNAS, 105(36), 13462-13467.
[97]
de Queiroz, A. 2005, The resurrection of oceanic dispersal in historical
biogeography, Trends in Ecology and Evolution, 20(2), 68–73.
[98]
Houle, A. 1998, Floating Islands: A Mode of Long-Distance Dispersal for
Small and Medium- Sized Terrestrial Vertebrates, Diversity and
Distributions, 4(5/6), 201-216.
[99]
Simpson, G. G. 1940, Mammals and Land Bridges, Address delivered
before the Washington Academy of Sciences, February 15.
[100]
Sophie E. Harrison, Mark S. Harvey, Steve J. B. Cooper, Andrew D.
Austin, Michael G. Rix, 2017, Across the Indian Ocean: A remarkable
example of trans-oceanic dispersal in an austral mygalomorph spider. PLOS
ONE, 12 (8): e0180139 DOI: 10.1371/journal.pone.0180139.
[101]
Betchly, G. 2018, Entrando en aguas tempestuosas: cuando la
biogeografía contradice a Darwin, Diseño Inteligente, Jul 4,
https://diseñointeligente.org/entrando-a-aguas-tempestuosas-cuando-la-
biogeografia-contradice-a-darwin/
[102]
Margalef, R. 1974, Ecología, Omega, Barcelona, pp. 8-9.
[103]
Johnson, Ph. E. 1995, Proceso a Darwin, Portavoz, Grand Rapids, MI, p.
17.
[104]
Patterson, C. 1985, Evolución. La teoría de Darwin hoy, Fontalba,
Barcelona, p. 71.
[105]
Gilbert, S. F. et al., 1996, “Resynthesizing Evolutionary and
Developmental Biology”, Developmental Biology, 173: 362.
[106]
Palopoli, M. & Patel, N., 1996, “Neo-Darwinian Developmental
Evolution: Can We Bridge the Gap between Pattern and Process?”, Current
Opinion in Genetics and Development, 6: 502.
[107]
Schwartz, J. 1999, “Homeobox Genes, Fossils, and the Origin of
Species”, The Anatomical Record, 257: 15-31.
[108]
Nüsslein-Volhard, Ch. & Wieschaus, E. 1980, “Mutations Affecting
Number and Polarity in Drosophila,” Nature, 287: 796.
[109]

Marx, K. 1999, El Capital. Crítica de la Economía Política, Vol. 1, Fondo de


Cultura Económica, México, pp. 276, 303.
[110]
Wilson, E. O. 1980, Sociobiología: la nueva síntesis, Omega, Barcelona,
p. 3.
[111]
Dawkins, R. 1979, El gen egoísta, Labor, Barcelona.
[112]
Wilson, E. O. 1980, Sociobiología: la nueva síntesis, Omega, Barcelona,
p. 431.
[113]
Ibid., p. 433.
[114]
Ibid., p. 565 (las itálicas son añadidas por el autor).
[115]
Ibid., p. 593.
[116]
Ruse, M. 2009, ¿Puede un darwinista ser cristiano?, Siglo XXI, Madrid,
p. 239.
[117]
Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB, p. 235.
[118]
Dawkins, R., 1979, El gen egoísta, Labor, Barcelona, p. 281.
[119]
Véase la crítica de Marvin Harris, 2004, Teorías sobre la cultura en la
era posmoderna, Crítica, Barcelona.
[120]
Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB, p. 263.
[121]
Ibid, p. 269.
[122]
Singer, P., 2009, Ética práctica, Akal, Madrid.
[123]
Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB, p. 237.
[124]
Dawkins, R. 2011, La magia de la realidad, Espasa, Barcelona.
[125]
Haeckel, E. The Wonders of Life, traducido por J. McCabe (London:
Watts, 1905), 111; Huxley T. H., “On the Physical Basis of Life,” Fortnightly
Review 5 (1869): 129-45.
[126]
Oparin, A. I., 1980, El origen de la vida, Akal, Madrid.
[127]
Freeman, S., 2009, Biología, Pearson, Madrid, p. 52.
[128]
Alberts, B., Bray, D., Lewis, J., Raff, M., Roberts, K. y Watson, J. D.,
1986, Biología molecular de la célula, Omega, Barcelona, pp. 116-148.
[129]
Chargaff, E., 1963, Essays on Nucleic Acids, Amsterdan, Elsevier, p. 21.
[130]
Watson, J. D. & Crick, F. H. C. 1953, Molecular Structure of Nucleic
Acids: A Structure for Deoxyribose Nucleic Acid, Nature, 171: 737-738.
[131]
Sarkar, S., 1996, “Biological Information: A Skeptical Look at Some
Central Dogmas of Molecular Biology”, en The Philosophy and History of
Molecular Biology: New Perspectives, ed. S. Sarkar (Dordrecht, Netherlands:
Boston Studies in Philosophy of Science, 1996), 196, 199-202, (citado por
Meyer, S. C., “El ADN y el origen de la vida”, en López, M. A., 2010,
Diseño inteligente, OIACDI, p. 171.
[132]
https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_organisms_by_chromosome_count
[133]
University of California – Berkeley, "Meiosis: Chromosomes dance and
pair up on the nuclear membrane", ScienceDaily, 25 November 2009.
<www.sciencedaily.com/releases/2009/11/091114080604.htm>.
[134]
https://www.newscientist.com/article/mg20427355-600-dumb-code-
could-stop-computer-viruses-in-their-tracks/
[135]
Argue, D. et al., 2017, The affinities of Homo floresiensis based on
phylogenetic analyses of cranial, dental, and postcranial characters , Journal
of Human Evolution, Volume 107, June 2017, pp. 107-133
https://doi.org/10.1016/j.jhevol.2017.02.006
[136]
Dirks, P. et al., 2017, The age of Homo naledi and associated sediments
in the Rising Star Cave, South Africa, eLIFE, 6:e24231; Barras, C., 2017,
Homo naledi is only 250,000 years old – here’s why that matters, New
Scientist, 25 April 2017.
[137]
Gibbons, A., 2017, A famous 'ancestor' may be ousted from the human
family, Science, April, 23 ,doi:10.1126/science.aal1099.
[138]
Holen, S. R. et al., 2017, “A 130,000-year-old archaeological site in
southern
California, USA”, http://www.nature.com/doifinder/10.1038/nature22065
[139]
Hublin, J. J. et al., 2017, New fossils from Jebel Irhoud, Morocco and the
pan-African origin of Homo sapiens, Nature, 546, 289-292 (08 June 2017)
doi:10.1038/nature22336; Richter, D. et al., 2017, The age of the hominin
fossils from Jebel Irhoud, Morocco, and the origins of the Middle Stone Age,
Nature, 546, 293-296, (08 June 2017), doi:10.1038/nature22335.
[140]
Sample, I., 2017, Oldest Homo sapiens bones ever found shake
foundations of the human story, The Guardian, 7 June 2017, 18.00 BST;
Tarlach, G., 2017, Meet The New Oldest Homo Sapiens — Our Species
Evolved Much Earlier Than Thought, Discover Magazine, September 21,
2017 11:00 am; Newitz, A., 2017,
https://arstechnica.com/science/2017/06/300000-year-old-early-homo-
sapiens-sparks-debate-over-evolution/
[141]
Gierlinski, G. D. et al., 2017, Possible hominin footprints from the late
Miocene (c. 5.7 Ma) of Crete? Proceedings of the Geologists' Association,
http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S001678781730113X;
Bennet, M. R. & Ahlberg, P., 2017, Our controversial footprint discovery
suggests human-like creatures may have roamed Crete nearly 6m years ago,
The Conversation, august 31, https://theconversation.com/our-controversial-
footprint-discovery-suggests-human-like-creatures-may-have-roamed-crete-
nearly-6m-years-ago-82326;
Tarlach, G., 2017, What Made These Footprints 5.7 Million Years Ago?,
Discover Magazine, September
1, http://blogs.discovermagazine.com/deadthings/2017/09/01/what-made-
these-footprints-5-7-million-years-ago/#.WctY8Uwzm1v.

[142]
Darwin, Ch., 1871, El origen del hombre, Petronio, Barcelona (1973), p.
35.
[143]
Gould, S. J., 1991, La vida maravillosa, Crítica, Barcelona, p. 26.
[144]
Ibíd., p. 25.
[145]
Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia
nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 687.
[146]
Juan, E. y Andrés, M. A., 2008, Ciències per al món contemporani, 1
Batxillerat, Santillana, Barcelona, p. 72.
[147]
Finlayson, C., 2010, El sueño del neandertal, Crítica, Barcelona, p. 8.
[148]
Gee, H., 1996, “Box of Bones ‘Clinches’ Identity of Piltdown
Paleontology Hoaxer”, Nature, 381, 261-262.
[149]
Osborn, H. F., 1922, "Hesperopithecus, the first Anthropoid Primate
found in America," American Museum Novitates, No. 37 (reprinted, without
figures, in Science, vol. 55, PP. 463–465, May 5, 1922); “Hesperopithecus,
the Anthropoid Primate of Western Nebraska”, Nature, 110, 281-283 (26
August 1922).
[150]
Woodward, A. S., 1922, “A Supposed Ancestral Man in North America”,
Nature 109, 750 (10 June 1922).
[151]
Gregory, W. K., “Hesperopithecus apparently not an Ape nor a Man”,
Science 16 Dec 1927: Vol. 66, Issue 1720, pp. 579-581, DOI:
10.1126/science.66.1720.579
[152]
http://fossilworks.org/?a=taxonInfo&taxon_no=42438
[153]
Gibert, J., 2004, El hombre de Orce, Almuzara, p. 45.
[154]
Ibíd., p. 56.
[155]
Ibíd., p. 432.
[156]
Monod, J., 1977, El azar y la necesidad, Barral, Barcelona, p. 193.
[157]
Crusafont, M., Meléndez, B. y Aguirre, E., 1976, La evolución, BAC,
Madrid.
[158]
Gould, S. J., 1991, La vida maravillosa, Crítica, Barcelona.
[159]
Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia
nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 687.
[160]
Luskin, C., 2017, “Missing Transitions: Human Origins and the Fossil
Record” in Theistic Evolution, Moreland, J. P. et al., Crossway, Wheaton,
Illinois, p. 442.
[161]
Finlayson, C., 2010, El sueño del neandertal, Crítica, Barcelona, p. 137.
[162]
Freeman, S, 2009, Biología, Pearson, Madrid, p. 766.
[163]
Martin Kuhlwilm et al., 2016, “Ancient gene flow from early modern
humans into Eastern Neanderthals”, Nature, 530, (25 February 2016): 429-
433.
[164]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 312.
[165]
Doron M. Behar, et al., 2008, “The Dawn of Human Matrilineal
Diversity”, American Journal of Human Genetics, 82 (May 2008): 1130-
1140.
[166]
David Reich, et al., 2010, “Genetic History of an Archaic Hominid Group
from Denisova Cave in Siberia”, Nature, 468, nº 7327 (December 23, 2010):
1053-1060.
[167]
Alon Keinan & Andrew G. Clark, 2012, “Recent Explosive Human
Population Growth Has Resulted in an Excess of Rare Genetic Variants”,
Science, 336, nº 6082 (May 11, 2012): 740-743; Matthew Nelson, 2012, “An
Abundance of Rare Functional Variants in 202 Drug Target Genes
Sequenced in 14.002 People”, Science, 337, nº 6090 (July 6, 2012):100-104.
[168]
Jakob Pietschniga et al., 2015, “Meta-analysis of associations between
human brain volume and intelligence differences: How strong are they and
what do they mean?”, Neuroscience and Biobehavioral Reviews, 57 (2015)
411–432.

[169]
Lisle, J. 2015, “¿Encaja el Big Bang en la Biblia?”, en Libro de las
Respuestas 2, Ken Ham, Master Books, Green Forest, Arkansas, p. 101-107.
[170]
Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, Tennessee, USA,
p. 558.
[171]
Geisler, N. L. & Howe, Th. 2008, The Big Book of Bible Difficulties,
BakerBooks, Grand Rapids, Michigan, p. 33.
[172]
Sibley, C. G. y Ahlquist, J. E., 1984, “The Phylogeny of the Hominoid
Primates, as Indicated by DNA-DNA Hybridization”, Journal of Molecular
Evolution, 20: 2-15. La hibridación del ADN es una técnica que consiste en
cortar un trozo de la doble hélice de esta molécula humana, en pequeños
filamentos simples, para insertar sobre ellos otros filamentos
complementarios del chimpancé, con el fin de comprobar así el grado de
correspondencia o similitud entre ambas especies.
[173]
Glazko, G. V. et al., 2005, “Eighty percent of proteins are different
between humans and chimpanzees”, Gene, 346: 215-219.
[174]
Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, Alianza Editorial,
Madrid, p. 138.
[175]
Ibíd., p. 80.
[176]
Jean-Jacques Hublin et al., 2017, “New fossils from Jebel Irhoud,
Morocco and the pan-African origin of Homo sapiens”, Nature, 546: 289-292
(08 June 2017).
[177]
https://www.scientificamerican.com/article/ancient-fossils-from-
morocco-mess-up-modern-human-origins/
[178]
Cela, C. J. y Ayala, F. J. 2013, Evolución humana, Alianza Editorial,
Madrid, p. 656.
[179]
Anikovitch, M. V. et al., 2007, “Early Upper Paleolithic in Eastern
Europe and Implications for the Dispersal of Modern Humans”, Science, 315
(January 12): 223-226.
[180]181
Ministerio de Cultura, 2013, “Investigación arqueológica y Arte
paleolítico: Referencias bibliográficas sobre investigación arqueológica y de
arte paleolítico”, Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira.
[181]
Clottes, J. 2010, “La Grotte Chauvet: l’art des origines”, Seuil, France.
[182]
Conard, N. J. 2009, “A Female Figurine from the Basal Aurignacian of
Hohle Fels Cave in Southwestern Germany”, Nature, 459 (May 14, 2009):
248-252.
[183]
Knight, A. et al., 2003, “African Y Chromosome and mtDNA Divergence
Provides Insight into the History of Click Languages”, Current Biology, 13
(March 18, 2003):464-473.
[184]
Ross, H. 2015, A Matter of Days, rtb press, Covina, CA, p. 239.
[185]
Rana, F. y Ross, H. 2015, Who was Adam?, rtb Press, Covina, CA, p.
252.
[186]
Ross, H. 2015, A Matter of Days, rtb Press, Covina, CA, p. 238.
[187]
Loogväli, E-L et al., “Explaining the Imperfection of the Molecular Clock
of Hominid Mitochondria,” PLoS ONE, December 29, 2009; Caramelli, D. et
al., “Evidence for a Genetic Discontinuity between Neandertals and 24.000-
Year-Old Anatomically Modern Europeans,” Proceedings of the National
Academy of Sciences, USA 100 (May 27, 2003):6593-97; Zhivotovsky, L. A.
et al., “Features od Evolution and Expansion of Modern Humans, Inferred
from Genomewide Microsatellite Markers,” American Journal of Human
Genetics, 72 (May 2003): 1171-86; Richards, M. et al., “In Search of
Geographical Patterns in European Mitochondrial DNA,” American Journal
of Human Genetics, 71 (November 2002): 1168-74; Salas, A. et al., “The
Making of the African mtDNA Landscape,” American Journal of Human
Genetics, 71 (November 2002): 1082-111; Thomas, M. G. “Founding
Mothers of Jewish Communities: Geographically Separated Jewish Groups
Were Independently Founded by Very Few Female Ancestors,” American
Journal of Human Genetics, 70 (June 2002): 1411-20.
[188]
Garrigan, D. et al., “Inferring Human Population Sizes, Divergence
Times and Rates of Gene Flow from Mitochondrial, X and Y Chromosome
Resequencing Data,” Genetics, 177 (Decembre 2007): 2195-207; Semino, O.
et al., “Ethiopians and Khoisan Share the Deepest Clades of the Human Y-
Chromosome Phylogeny,” American Journal of Human Genetics, 70
(January 2002): 265-68; Pritchard, J. K. et al., “Population Growth of Human
Y Chromosomes: A Study of Y Chromosome Microsatellites,” Molecular
Biology and Evolution 16 (December 1999): 1791-98; Thompson R. et al.,
“Recent Common Ancestry of Human Y Chromosome: Evidences from DNA
Sequence Data,” Proceedings of the National Academy of Sciencies, USA 97
(June 20, 2000): 7360-65; Underhill, P. A. et al., “Y Chromosome Sequence
Variation and the History of Human Populations,” Nature Genetics 26
(November 2000): 358-61; Whitfield, L. S, et al., “Sequence Variation of the
Human Y Chromosome,” Nature 378 (November 23, 1995): 379-80; Wade,
N. Before the Dawn: Recovering the Lost History of Our Ancestors (New
York: Penguin, 2006), 54.
[189]
Tully, L. A. et al., “A Sensitive Denaturing Gradient-Gel Electrophoresis
Assay Reveals a High Frequency of Heteroplasmy in Hypervariable Region 1
of the Human mtDNA Control Region,” American Journal of Human
Genetics 67 (August 2000): 432-43; Gibbons, A., “Calibrating the
Mitochondrial Clock”, Science 279 (January 2, 1998): 28-29.
[190]
http://protestantedigital.com/magacin/40208/ADN_basura_el_error_neodarwinista

[191]
Gould, S. J. 1991, La vida maravillosa, Crítica, Barcelona.
[192]
Mattick, J.S., 2010, BioEssays, 32: 548-552.
[193]
http://protestantedigital.com/magacin/12493/La_epigenetica_proxima_frontera_del_Disentildeo_inteligente.
[194]
https://aeon.co/essays/on-epigenetics-we-need-both-darwin-s-and-
lamarck-s-theories
[195]
Chimpanze Sequencing and Analysis Consortium, 2005, Inicial sequence
of the chimpanzee genome and comparison with the human genome, Nature,
437: 69-87.
[196]
Marquès-Bonet y otros, 2009, “A burst of segmental duplications in the
genome of the African great ape ancestor”, Nature (12 de febrero de 2009).
[197]
Carey, N., 2013, La revolución epigenética, Buridán, Barcelona, p. 209.
[198]
Chimpanze Sequencing and Analysis Consortium, 2005, Inicial sequence
of the chimpanzee genome and comparison with the human genome, Nature,
437: 69-87 (El paréntesis en itálicas es añadido por el autor).
[199]
Wells, J., 2011, “Darwinian Logic: The Lates on Chimp and Human
DNA”, Evolution News.
[200]
Jeanson, N., 2014, “Did Adam and Eve Exist? Genetic Clocks Sharpen
the Origins Debate”, Christian Apologetics Journal, 12:2 (Fall 2014),
Southern Evangelical Seminary, pp. 35-36.
[201]
Chauvin, R., 2000, Darwinismo, el fin de un mito, Espasa, Madrid, p.
219.
[202]
Panganiban, G. et al., 1997, The origin and evolution of animal
appendages, Proceedings of the National Academy of Sciences, USA, 94, pp.
5162-5166.
[203]
Huge Genome-scale Phylogenetic Study Of Birds Rewrites Evolutionary
Tree-of-life, June 27, 2008, ScienceDaily,
<www.sciencedaily.com/releases/2008/06/080626141117.htm>.
[204]
Webber, C. & Ponting, Ch. P., 2004, Magazine: Genes and homology,
Current Biology, Vol. 114, pp. 332-333.
[205]
Zuckerkandl, E. & Pauling, L., 1965, Molecules as Documents of
Evolutionary History, Journal of Theoretical Biology, 8, pp. 357-366.
[206]
Runnegar, B., 1982, A molecular clock date for the origin of the animal
phyla, Lethaia, 15, pp. 199-205.
[207]
Doolittle, R. F., et al., 1996, Determining Divergence Times of the Major
Kingdoms of Living Organisms with a Protein Clock, Science, 271, pp. 470-
477.
[208]
Wray, G. A., et al., 1996, Molecular Evidence for Deep Precambrian
Divergences Amoung Metazoan Phyla, Science, 274, pp. 568-573.
[209]
Lake, J. A. et al., 1999, Mix and Match in the Tree of Life, Science, 283,
pp. 2027-2028; Phillippe, H. & Forterre, P., 1999, The Rooting of the
Universal Tree of Life Is Not Reliable, Journal of Molecular Evolution, 49,
pp. 509-523.
[210]
Graur, D. et al., 1996, Phylogenetic position of the order Lagomorpha
(rabbits, hares and allies), Nature, 379, pp. 333-335.
[211]
Cao, Y. et al., 1998, Conflict Amoung Individual Mitochondrial Proteins
in Resolving the Phylogeny of Eutherian Orders, Journal of Molecular
Evolution, 47, pp. 307-322.
[212]
Tomkins, J. & Bergman, J., 2011, The chromosome 2 fusion model of
human evolution-part 1: re-evaluating the evidence, Journ. of Cre., 25 (2):
106-110; Tomkins, J. & Bergman, J., 2011, The chromosome 2 fusion model
of human evolution-part 2: re-analysis of the genomic data, Journ. of Cre., 25
(2): 111-117.
[213]
Farré, M. et al., 2009, Interstitial telomeric sequences (ITSs) are not
located at the exact evolutionary breakpoints in primates, Cytogenetic and
Genome Research, 124(2): 128-131.
[214]
Ibid., p. 130.
[215]
Bejerano Gill, Pheasant Michael, Makunin Igor, Stephen Stuart, Kent
WJames, Mattick John S, Haussler David. 2004, “Ultraconserved Elements in
the Human Genome.” Science (New York, N.Y.) 2004 May 28,
304(5675):1321–1325.
[216]
Ahituv et al, «Deletion of Ultraconserved Elements Yields Viable Mice»,
Public Library of Science: Biology 5(9): e234 doi:
10.1371/journal.pbio.0050234.
[217]
Freeman, S. 2009, Biología, Pearson, Madrid, p. 425.
[218]
Orgel y Crick, 1980, Nature 284: 604-607.
[219]
Yan-Zi Wen, Ling-Ling Zheng, Liang-Hu Qu, Francisco J. Ayala y Zhao-
Rong Lun, 2012, «Pseudogenes are not pseudo any more», RNA Biology,
Vol. 9(1):27-32 (enero, 2012).
[220]
Lucia L. Prieto-Godino, Raphael Rytz, Benoîte Bargeton, Liliane Abuin,
J. Roman Arguello, Matteo Dal Peraro & Richard Benton, 2016, “Olfactory
receptor pseudo-pseudogenes”, Nature 539: 93–97 (03 November 2016).
[221]
Laura Poliseno, Leonardo Salmena, Jiangwen Zhang, Brett Carver,
William J. Haveman & Pier Paolo Pandolfi, 2010, “A coding-independent
function of gene and pseudogene mRNAs regulates tumour biology”, Nature,
465: 1033–1038 (24 June 2010).
[222]
Evgeniy S. Balakirev & Francisco J. Ayala, 2003, “Pseudogenes: Are
They “Junk” or Functional DNA?”, Annual Review of Genetics, Vol. 37:1-
646 (December 2003).
[223]
Heidi Ledford, 2010, “Mystery RNA spawn gene-activating peptides:
Short peptides that regulate fruitfly development are produced from 'junk'
RNA.” Nature News, 15 July 2010, doi:10.1038/news.2010.356

[224]
Carey, N., 2016, ADN basura, Buridán, p. 295.
[225]
Pierre-Étienne Jacques, Justin Jeyakani, Guillaume Bourque, 2013, “The
Majority of Primate-Specific Regulatory Sequences are Derived from
Transposable Elements”, PLOS Genetics, (9 de mayo de 2013).
[226]
Andrew B. Conley, Jittima Piriyapongsa and I. King Jordan, 2008,
“Retroviral promoters in the human genome”, Bioinformatics Discovery
Note: Genome analysis,
Vol. 24 no. 14 2008, pages 1563–1567 doi:10.1093/bioinformatics/btn243
[227]
Ting Wang, Jue Zeng, Craig B. Lowe, Robert G. Sellers, Sofie R.
Salama, Min Yang, Shawn M. Burgess, Rainer K. Brachmann, and David
Haussler, 2007, “Species-specific endogenous retroviruses shape the
transcriptional network of the human tumor suppressor protein p53.”
California Institute of Technology, Pasadena, CA, (received for review April
27, 2007).
[228]
Kigami D., Minami N., Takayama H., Imai H., 2003, “MuERV-L is one
of the earliest transcribed genes in mouse one-cell embryos”, Biol Reprod.
NCBI, 2003, 68(2):651-654.
[229]
Malik, H. S. and Henikoff, S., 2005, “Positive Selection of Iris, a
Retroviral Envelope–Derived Host Gene in Drosophila melanogaster”,
PLOS Journal,
http://dx.doi.org/10.1371/journal.pgen.001004.
[230]
Anne Dupressoir, Geoffroy Marceau, Cécile Vernochet, Laurence Bénit,
Colette
Kanellopoulos, Vincent Sapin, and Thierry Heidmann, 2005, “Syncytin-A
and
syncytin-B, two fusogenic placenta-specific murine envelope genes of
retroviral
origin conserved in Muridae”, PNAS, vol. 102 no. 3: 725–730.
[231]
Barbulescu, M., Turner, G., Su, M., Kim, R., Jensen-Seaman, M. I.,
Deinard, A. S., Kidd, K. K. y Lenz, J., 2001, “A HERV-K provirus in
chimpanzees, bonobos and gorillas, but not humans”, NCBI, Curr Biol.,
11(10):779-83.
[232]
Eugene D. Sverdlov, Shemyakin-Ovchinnikov, 1998, “Perpetually mobile
footprints of ancient infections in human genome”, FEBS Letters, 428: 1-6.
[233]
Asaf Levy, Schraga Schwartz and Gil Ast, 2009, “Large-scale discovery
of insertion hotspots and preferential integration sites of human transposed
elements”, NCBI, 38(5): 1515–1530.
[234]
Wenli Li, Abraham E. Tucker, Way Sung, W. Kelley Thomas y Michael
Lynch, 2009, “Extensive, Recent Intron Gains in Daphnia Populations”,
Science, Vol. 326, Issue 5957, pp. 1260-1262.
[235]
Douglas Theobald, 2004, “29+ Evidences for Macroevolution, Part 4:
The Molecular Sequence Evidence” The TalkOrigins Archive, Copyright ©
1999-2004.
[236]
Novo Villaverde, F. J., 2007, Genética humana, Pearson, Madrid.
[237]
Asaf Levy, Schraga Schwartz and Gil Ast, 2009, “Large-scale discovery
of insertion hotspots and preferential integration sites of human transposed
elements”, NCBI, 38(5): 1515–1530.
[238]
Wenli Li, Abraham E. Tucker, Way Sung, W. Kelley Thomas y Michael
Lynch, 2009, “Extensive, Recent Intron Gains in Daphnia Populations”,
Science, Vol. 326, Issue 5957, pp. 1260-1262.
[239]
Guo-chun Liao, E. Jay Rehm, and Gerald M. Rubin, 2000, “Insertion site
preferences of the P transposable element in Drosophila melanogaster”,
PNAS, vol. 97 (7): 3347-3351.
[240]
Scientific Autobiography and Other Papers (1950).
[241]
Venema, D. R., 2010, “Genesis and the Genome: Genomics Evidence for
Human-Ape Common Ancestry and Ancestral Hominid Population Sizes”,
Perspectives in Science and Christian Faith, 62: 166-178.
[242]
Alejandro Rodriguez & Pemilla Bjerling, “The links between chromatin
spatial organization and biological function”, Biochemical Society
Transactions 41 (2013): 1634-1639; Michael D. Wilson, et al, “Species-
Specific Trancription in Mice Carrying Human Chromosome 21”, Science
322, no. 5900 (October 2008): 434-438.
[243]
Tales análisis se realizaron por genetistas partidarios del diseño que
dudaban de las cifras infladas del evolucionismo y, por supuesto, fueron
publicados en revistas no evolucionistas. Véase, por ejemplo: Jerry Tomkins,
“Comprehensive Analysis of Chimpanzee and Human Chromosomes Reveals
Average DNA Similarity of 70%”, Answers Research Journal 6 (February
2013): 63-69.
[244]
Donald F. Conrad, et al., “Variation in Genome-wide Mutation Rates
within and between Human Families,” Nature Genetics 43 (June 2011): 712-
714; Oliver Venn, et al, “Strong Male Bias Drives Germline Mutation in
Chimpanzees”, Science, 344 (June 13, 2014): 1272-1275.
[245]
Max Ingram, et al., “Mitochondrial Genome Variation and the Origin of
Modern Humans”, Nature 408 (December 7, 2000): 708-713.
[246]
Anjali G. Hinch, et al., “The Landscape of Recombination in African
Americans”, Nature, 476, nº 7359 (August 11, 2011): 170-175.
[247]
Dennis R. Venema, “Genesis and the Genoma: Genomics Evidence for
Human-Ape Common Ancestry and Ancestral Hominid Population Sizes”,
Perspectives on Science and Christian Faith 62 (September 2010): 166-178.
[248]
Stanley L. Jaki, 1983, Angels, Apes, and Men, Sherwood Sugden, La
Salle, Illinois, p. 99.
[249]
Juan Luis Arsuaga, 1999, El collar del neandertal, Temas de hoy,
Madrid, p. 27.
[250]
Roy J. Britten, 2002, “Divergence between Samples of Chimpanzee and
Human DNA Sequences Is 5% Counting Indels”, Proceeding of the National
Academy Science (USA), 99, no. 21 (October 15, 2002): 13633-13635).
[251]
Jennifer F. Hughes, et al., 2010, “Chimpanzee and Human Y
Chromosomes Are Remarkably Divergent in Structure and Gene Content”,
Nature 463 (January 28, 2010): 536-539.
[252]
Jeffrey Tomkins & Jerry Bergman, 2012, "Genomic Monkey Business-
Estimates of Nearly Identique Human-chimp DNA Similarity Re-evaluated
Using Omitted Data,” Journal of Creation 26, n ° 1 (April 2012): 94-100,
http://www.creation.com/human-chimp-dna-similarity-re-evaluated;
Jeffrey Tomkins & Jerry Bergman, 2012, “Is the Human Genome Nearly
Identical to Chimpanzee?-a Reassessment of the Literature, “ Journal of
Creation 26, nº 1 (April 2012): 54-60, http://www.creation.com/human-
chimp-dna-similarity-literature;
Jeffrey Tomkins, 2013, “Comprehensive Analysis of Cimpanzee and Human
Choromosomes Reveals Average DNA Similarity of 70%”, Answers
Research Journal 6 (February 20, 2013): 63-69,
http://www.answersingenesis.org/answers/research-
journal/v6/comprehensive-analysis-of-chimpanzee-and-human-
chromosomes.

[253]
James F. Crow, 1997, “The High Spontaneous Mutation Rate: Is It a
Health Risk?”, Proceeding of the National Academy of Science (USA) 94, nº
16 (August 1997): 83-80; Alexey S. Kondrashov, “Contamination of the
Genama by Very Deleterious Mutations: Why Have We Not Died 100 Times
Over?”, Journal of Theoretical Biology, 175, nº 4 (August 1995): 583-594;
Michael Lynch, “Rate, Molecular Spectrum, and Consequences of Human
Mutation”, Proceeding of the National Academy of Science (USA) 107, nº 3
(January 19, 2010): 961-968.
[254]
Tina Hesman Saey, 2017, “Random mutations play large role in cancer,
study finds”, Science News, March 23.
[255]
John C, Sanford, 2014, Genetic Entropy, (Waterloo, NY: FMS
Publications).
[256]
Robert W. Carter & John C. Sanford, "A New Look at an Old Virus:
Mutation Accumulation in the Human H1N1 Influenza Virus since 1918”,
Theoretical Biology and Medical Modelling, 9 , Nº 42 (2012).
[257]
Robert W. Carter, “Mitochondrial Diversity within Modern Human
Populations,” Nucleic Acids Research, 5, nº 9 (March 2007): 3039-3045.
[258]
https://es.wikiquote.org/wiki/Julian_Huxley#cite_note-9
[259]
Véase al respecto, en este mismo medio:
http://protestantedigital.com/magacin/36948/las_bacterias_resistentes_a_los_antibioticos_
[260]
John C. Sanford, et al., 2013, “Selection Threshold Severely Constrains
Capture of Beneficial Mutations”, Biological Information: New Perspectives
(R. J. Marks III, et al., eds.), 264-297.
[261]
Paul D. Sniegowski, Philip J. Gerrish & Richard E. Lenski, 1997,
“Evolution of High Mutation Rates in Experimental Populations of E. coli”,
Nature, 387 (June 12): 703-704.
[262]
Michael J. Behe, 2008, The Edge of Evolution, Free Press, New York,
141-142.
[263]
J. B. S. Haldane, 1957, “The Cost of Natural Selection”, Journal of
Genetics 55, nº 3 (December 1957): 511-524.
[264]
Motoo Kimura, 1968, “Evolution Rate at the Molecular Level”, Nature,
217 (February 17, 1968): 624-626.
[265]
The ENCODE Project Consortium, “An Integrated Encyclopedia of DNA
Elements in the Human Genome”, Nature, 489 (September 6, 2012): 57-74.
[266]
Donen Graur, SMBE/SESBE Lecture on ENCODE & junk DNA
(December 20, 2013), accessed November 24, 2014.
[267]
Jeffrey P. Tomkins, 2013, “The Human BetaGlobin Pseudogene is Non
Variable and Functional”, Answers Research Journal 6: 293-301.
[268]
Ventura, M., et al., 2012, “The evolution of African great ape
subtelomeric heterochromatin and the fusion of human chromosome 2”.
Genome Research 22, nº 6:1036-1049.
[269]
Ijdo, J. W., et al., 1991, “Origin of human chromosome 2: An ancestral
telomere-telomere fusión”. Proceedings of the National Academy of Sciences
of the United States of America, 88, nº 20:9051-9055.
[270]
Fan, Y., et al., 2002a, Genomic structure and evolution of the ancestral
chromosome fusión site in 2q13-2q14.1 and paralogous regions on other
human chromosomes”, Genome Research, 12, nº 11:1651-1662; Fan, Y., et
al., 2002b, “Gene content and function of the ancestral chromosome fusion
site in human chromosome 2q13-2q14.1 and paralogous regions”, Genome
Research, 12, nº 11:1663-1672.
[271]
http://ecob.scienceontheweb.net/genetica/HistoriaGenetica.html
[272]
Pons, J. 1976, “Los mecanismos genéticos en el hombre”, en Crusafont,
M., Melendez, B. y Aguirre, E., La Evolución, BAC, Madrid, p. 846.
[273]

https://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_la_cat%C3%A1strofe_de_Toba
[274]
Michael C. Campbell and Sarah A. Tishkoff, 2010, “The Evolution of
Human Genetic and Phenotypic Variation in Africa”, Current Biology, 20, nº
4 (February 23, 2010): R166-R177.
[275]
Sanderson, K., 2007, Super-eruption: no problem?, Nature, 5 July 2007,
doi:10.1038/news070702-15, News.
[276]
Richard E. Green, et al., 2010, “A Draft Sequence of the Neandertal
Genome”, Science, 328, nº 5979 (May 2010): 710.722.
[277]
David Reich, et al., 2010, “Genetic History of an Archaic Hominid Group
from Denisova Cave in Siberia”, Nature, 468 (December 22, 2010): 1053-
1060.
[278]
Qiaomei Fu, et al., 2014, “Genome Sequence of a 45,000-year-old
Modern Human from Western Siberia”, Nature, 514 (October 23, 2014): 445-
450.
[279]
Alec J. Jeffreys & Celia A. May, 2004, “Intense and Highly Localized
Gene Conversion Activity in Human Meiotic Crossover Hot Spots”, Nature
Genetics, 36 (January 4, 2004):151-156.
[280]
Kelly A. Frazer, et al., 2007, “A Second Generation Human Haplotyape
Map of Over 3.1 Million SNPs”, Nature, 449 (October 18, 2007): 851-862.
[281]
Anjali G. Hinch, et al., 2011, “The Landscape of Recombination in
African Americans”, Nature, 476, nº 7359 (August 11, 2011): 170-177.
[282]
“Francis Collins Speaking at the Christian Scholars”, Conferencia en la
Universidad de Pepperdine, Malibu Times, (June 29, 2011), accessed
Nevember 25, 2014, www.malibutimes.com/news/article_3c135e3d-7695-
5e22-b21c-9ceb8f752a7a.html
[283]
Barbara Bradley Hagarty, entrevista a Dennis Venema, “Evangelicals
Question the Existence of Adam and Eve”, August 9, 2011, acessed
November 25, 2014, www.npr.org/2011/08/09/138957812/evangelicals-
question-the-existence-of-adam-and-eve.
[284]
Frazer, et al., 2007, “A Second Generation Human Haplotype Map of
over 3.1 Million SNPs.” Nature, 449: 851-861.
[285]
J. A. Tennessen, et al., 2012, “Evolution and Functional Impact of Rare
Coding Variation from Deep Sequencing of Human Exomes”, Science, 337,
nº 6090 (July 6, 2012): 64-69.
[286]
Cann, R., Stoneking, M., y Wilson, A., 1987, “Mitochondrial DNA and
human evolution”, Nature, 325, 31-36.
[287]
“New ‘molecular clock’ aids dating of human migration history”, 2009,
https://www.leeds.ac.uk/news/article/245/new_molecular_clock_aids_dating_of_human_m
[288]
Robert W. Carter, 2007, “Mitochondrial Diversity within Modern Human
Populations,” Nucleic Acids Research, 35, nº 9: (May 2007): 3039-3045.
[289]
Lorena Madrigal, et al., 2012, “High Mitochondrial Mutation Rates
Estimated from Deep-rooting Costa Rican Pedigrees,” American Journal of
Physical Anthropology, 148, nº 3 (July, 2012): 327-333.
[290]

http://protestantedigital.com/magacin/42463/La_Eva_biblica_y_la_mitocondrial
[291]
Jennifer F. Hughes, et al., 2010, “Chimpanzee and Human Y
Chromosomes are Remarkably Divergent in Structure and Gene Content”,
Nature 463, nº 7280 (January 28, 2010): 536-539.
[292]
Brian Switek, 2014, “Chisel-toothed Beasts Push Origin of Mammals”,
National Geographic, September 10, accesed November 27, 2014,
www.news.nationalgeographic.com/news/2014/09/140910-fossil-mammal-
china-triassic-origin.
[293]
Véase al respecto el siguiente artículo publicado en este mismo medio:
http://protestantedigital.com/cultural/42427/Restos_fosiles_de_Homo_sapiens_en_Marrue
[294]
Francisco Rodríguez-Trelles, Rosa Tarrío y Francisco J. Ayala, 2001,
“Erratic overdispersion of three molecular clocks: GPDH, SOD, and XDH”,
PNAS, vol. 98, nº 20: 11.405-11.410.
[295]
Peterson, K. J., et al., 2004, “Estimating metazoan divergence times with
a molecular clock”, PNAS, vol. 101, nº 17: 6536-6541.
[296]
Ibid.
[297]
Mendez, F. L., 2013, et al., “An African American Paternal Lineage Adds
an Extremely Ancient Root to the Human Y Chromosome Phylogenetic
Tree”, American Journal of Human Genetics, 92, nº 3: 454-459.
[298]
http://www.nature.com/news/genetic-adam-and-eve-did-not-live-too-far-
apart-in-time-1.13478.
[299]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos.
[300]
Craig, W. L. 2021, In Quest of the Historical Adam: A Biblical and
Scientific Exploration, William B. Eerdmans Publishing Company, Grand
Rapids, Michigan, USA.
[301]

https://protestantedigital.com/magacin/41505/Relevancia_biblica_de_Adan_y_Eva
https://www.protestantedigital.com/conciencia/41675/adan-y-eva-bajo-la-
lupa;
https://www.protestantedigital.com/conciencia/41772/el-nuevo-testamento-
cree-en-adan-y-eva.
[302]
Collins, F. S. 2007, ¿Cómo habla Dios?, 3ª Edición, Planeta, México, p.
222.
[303]
Ostling, R. 2011, “The Search for the Historical Adam,” Christianity
Today (June 3,
2011), https://www.christianitytoday.com/ct/2011/june/historicaladam.html.
[304]
Collins, C. J. 2011, Did Adam and Eve Really Exist? Who They Were and
Why You Should Care, Crossway, Wheaton; Enns, P. 2012, The Evolution of
Adam: What the Bible Does and Doesn’t Say about Human Origins, Baker,
Grand Rapids; Barrett, M., Caneday, A. B, y Gundry, S. N, 2013, Four Views
on the Historical Adam, Zondervan Academic, Grand Rapids, Michigan;
Halton, C. H. y otros, 2015, Genesis: History, Fiction, or Neither? Three
Views on the Bible’s Earliest Chapters, Zondervan, Grand Rapids, Michigan;
etc.
[305]
Véase también el documentado artículo de Alfonso Ropero “El Adán
histórico y la inerrancia bíblica” en Lupa protestante;
https://www.lupaprotestante.com/el-adan-historico-y-la-inerrancia-biblica-
alfonso-ropero/
[306]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 40.
[307]
Ibid, p. 77.
[308]
Ibid, p. 106.
[309]
Gunkel, H. 1901, The Legends of Genesis: The Biblical Saga and
History, GlobalGrey, 2019, pp. 10-11. Hay que tener en cuenta que el biblista
protestante Hermann Gunkel, autor del método de la historia de las formas,
estuvo muy influido por el naturalismo de la teología alemana del siglo XIX
y esto le llevó a rechazar los milagros.
[310]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 111.
[311]
Ibid, p. 168.
[312]
Ibid, p. 174.
[313]
Ibid, p. 150.
[314]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 224.
[315]
Ibid., p. 338.
[316]
Ibid., pp. 312-313.
[317]
Ibid., pp. 315-330.
[318]
Ibid., p. 348.
[319]
Kovalenko, T. F. & Patrushev, L. I. 2018, Pseudogenes as Functionally
Significant Elements of the Genome, Biochemistry (Moscow), volume 83, pp.
1332-1349.
[320]
Yan-Zi Wen et al., “Pseudogenes are not pseudo any more” RNA
Biology 9 (January, 2012): 27-32;
S. Hirotsune et al. “An expressed pseudogene regulates the messenger-RNA
stability of its homologous coding gene,” Nature 423 (May 1, 2003): 91-96;
Oliver H. Tam et al., “Pseudogene-derived small interfering RNAs regulate
gene expression in mouse oocytes,” Nature 453 (2008): 534-538; D. Zheng
and M. B. Gerstein, “The ambiguous boundary between genes and
pseudogenes: the dead rise up, or do they?,” Trends in Genetics 23 (May,
2007): 219-224; D. Pain et al., “Multiple Retropseudogenes from Pluripotent
Cell-specific Gene Expression Indicates a Potential Signature for Novel Gene
Identification,” The Journal of Biological Chemistry 280 (February 25,
2005): 6265-6268; J. Zhang et al., “NANOGP8 is a retrogene expressed in
cancers,” FEBS Journal 273 (2006): 1723-1730; Habib et al., “Microdeletion
in a FAAH pseudogene identified in a patient with high anandamide
concentrations and pain insensitivity,” British Journal of Anaesthesia,
Volume 123, Issue 2, August 2019, pp. e249-e253; Lucia L. Prieto-Godino,
“Olfactory receptor pseudo-pseudogenes,” Nature, Vol. 539, pp. 93-97
(November 3, 2016); Poliseno et al. “A coding-independent function of gene
and pseudogene mRNAs regulates tumour biology.” Nature 465 (2010):
1033-1038; Zhe Ji, Ruisheng Song, Aviv Regev, Kevin Struhl, “Many
lncRNAs, 5’UTRs, and pseudogenes are translated and some are likely to
express functional proteins,” eLife, 2015, 4:e08890 DOI:
10.7554/eLife.08890; Enrique M. Muro, Nancy Mah, Miguel A. Andrade-
Navarro, “Functional evidence of post-transcriptional regulation by
pseudogenes,” Biochimie, 93 (2011): 1916-1921; Armin P Piehler, Marit
Hellum, Jürgen J Wenzel, Ellen Kaminski, Kari Bente Foss Haug, Peter
Kierulf, and Wolfgang E Kaminski, “The human ABC transporter
pseudogene family: Evidence for transcription and gene-pseudogene
interference,” BMC Genomics, 2008, 9:165; Nicole A Rapicavoli, Kun Qu,
Jiajing Zhang, Megan Mikhail, Remi-Martin Laberge, Howard Y Chang, “A
mammalian pseudogene lncRNA at the interface of inflammation and anti-
inflammatory therapeutics,” eLife, 2013, 2:e00762; Suzuki et al., “Human-
Specific NOTCH2NL Genes Expand Cortical Neurogenesis through
Delta/Notch Regulation,” Cell, 173: 1370-1384; Fiddes et al, “Human-
Specific NOTCH2NL Genes Affect Notch Signaling and Cortical
Neurogenesis,” Cell, 173: 1356-1369; Hayashi et al.,
“The OCT4 pseudogene POU5F1B is amplified and promotes an aggressive
phenotype in gastric cancer,” Oncogene, 34: 199-208.
[321]
Cela Conde, C. J. y Ayala, F. J. 2013, Evolución humana, Alianza
Editorial, Madrid, p. 534.
[322]
Ibid., p. 519.
[323]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 351.
[324]
Bernard Wood and Mark Collard, “The Human Genus,” Science, 284
(April 2, 1999): 65-71.
[325]
Christoph Koch, “Does Brain Size Matter?” Scientific American
Mind (January/February, 2016), 22-25.
[326]
Cela Conde, C. J. y Ayala, F. J. 2013, Evolución humana: El camino
hacia nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 423.
[327]
Ibid., p. 418.
[328]
Craig, W, L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 267.
[329]
Lewin, R. & Foley, R. A. 2004, Principles of Human Evolution, 2nd ed.,
Oxford: Blackwell, p. 319.
[330]
Collins, F. S., 2007, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Madrid, p. 278.
[331]
Hamer, D., 2006, El gen de Dios, La Esfera de los Libros, Madrid, p. 27.
[332]
Collins, F. S., op. cit,. p. 281.
[333]
Haag, H. et al., 1987, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona, p. 17.
[334]
von Rad, G., 1988, El libro del Génesis, Sígueme, Salamanca, p. 68.
[335]
Ibid., p. 56.
[336]
García Cordero, M., 1977, La Biblia y el legado del Antiguo Oriente,
Biblioteca de Autores Cristianos, p. 21.
[337]
https://www.penn.museum/documents/publications/expedition/PDFs/45-
3/One%20of%20Iraq.pdf
[338]
A. Giménez González, “Pentateuco” en Ropero, A., 2013, Gran
Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p.
1941.
[339]
Umberto Cassutto, 1989, A Commentary on the Book of Genesis: Adam
to Noah, Magnus Press, Jerusalem, p. 129.
[340]
de Chardin, T., 1967, El grupo zoológico humano, Taurus, p. 71.
[341]
Collins, F. S., 2009, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Madrid, p. 222.
[342]
Ibid., p. 223.
[343]
Lewis, C. S., 2016, El problema del dolor, Rialp, Madrid, p. 91.
[344]
von Rad, G., 1988, El libro del Génesis, Sígueme, Salamanca, p. 56.
[345]
Venema, D. R. & McKnight, S., 2017, Adam and the Genome: Reading
Scripture after Genetic Science, cap. 3, Brazos Press, Grand Rapids,
Michigan.
[346]
Swamidass, S. J., 2017, “Heliocentric Certainty against a Bottleneck of
Two?”, Peaceful Science (blog), 31 Diciembre, 2017.
https://discourse.peacefulscience.org/t/heliocentric-certainty-against-a-
bottleneck-of-two/61
[347]
Craig, W. L. 2021, El Adán histórico: Una exploración bíblica y
científica, Kerigma, Salem, Oregón, Estados Unidos, p. 327.

También podría gustarte