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La idea cruzó sus pensamientos como una estrella fugaz. Pero estaría tan loco como
suponía que ella estaba si le decía eso. Y aunque ganas no le faltaban. Ya era suficiente
con tenerla de superior.
Solución «sana».
Sujetándolo ahora con sus dos manos, abrió el bolsillo principal y buscó en él una
hermosa placa triangular.
Cuándo sintió el frío del material sobre sus dedos lo agarró y sacó de allí—.
⟨Me iré igualmente, pero no voy a dejar de amargarte la vida todas las
mañanas de ser necesario⟩. —La barra –de color dorado– tenía en una de sus
caras su nombre grabado—. Bueno, voy a… —Dando un par de pasos, se acercó al
escritorio dejando sus intenciones claras.
Agachado frente al mueble, Ángelo con ambas manos –y toda la parsimonia del planeta–
colocó la barra en una hendidura –especial para ella– que había en la superficie de
madera. Escuchado el “clic” generado por ambas piezas al engancharse entre sí. Sonrió.
⟨ ¡Atrevido!⟩ —Gabriela lo vio levantarse y ponerse el bolso
correctamente.
Cuándo él volvió a girarse hacia ella sintió cómo lo asesinaba con la mirada.
Asombrado por el autocontrol que estaba demostrando, Ángelo tenía los pensamientos
convertidos en un huracán de insultos hacia ella.
Sus nudillos estaban blancos, las venas de sus brazos estaban hinchadas. Si pudiese
estaría echando humo por los oídos, sus orejas estaban enrojecidas.
Varios de sus compañeros se apartaban del camino con solo verla pasar.
El aludido –que estaba reunido con otros pocos agentes– al escuchar su nombre, se
apartó del grupo prometiendo que se reunirían después. Al ver la furia con la que
Gabriela lo buscaba, no pudo disimular su gracia.
El camino hacia la oficina del mayor fue silencioso, Samuel no tenía duda alguna, sabía
por qué lo buscaba con ese humor.
Como buen jefe –y caballero–, abrió la puerta de su oficina para ella.
Gabriela caminaba de un lugar a otro –como era de costumbre cada vez que se enojaba–.
Al oír cerca de ella las pisadas de su jefe, se giró en su dirección con los labios separados,
una de sus manos y el dedo índice elevados –a la altura de los hombros–, preparada para
decirle todo lo que le pasara por la mente.
Detuvo su acción antes de golpear la muñeca de Samuel y derramar el café.
Antes de beber, disfrutó del amargo aroma. Mientras sus párpados seguían cerrados,
olvidó por qué estaba allí. Lástima que la situación no le permitía quedarse bebiendo café
toda la mañana.
—Samuel. —Llamó.
Cualquier otro agente en su lugar, sería amonestado por «tal atrevimiento» pero la
relación entre ellos dos era distinta.
Hace tres años, Samuel no descansó en ningún momento hasta dar con su paradero, a
miles de kilómetros lejos de su ciudad.
Algunos de sus otros colegas lo veían como un interés sentimental, pero ellos pasaban de
eso.
A pesar de las «faltas de respeto» constantes por parte de Gabriela, Samuel sabía que le
estaba agradecida profundamente.
Así como él sabía que podía contar con ella para todo. Fuera del edificio, eran amigos.
No había sido el primer candidato, muchos otros –anteriores a él– al saber que
trabajarían con la mujer del «Caso avispa» pedían retirarse o cambiar de pareja.
Samuel le despidió con una sonrisa pequeña, ella intentó devolverle el gesto antes de
salir, pero terminó siendo una mueca extraña.
(1)
Sin demora, le hizo pasar hasta la mejor de sus piezas, mientras le hacía saber las reglas.
Ángelo ignoraba la mayoría de sus palabras, hasta qué se detuvo a medio
pasillo—. Oh no. —Frunciendo el ceño, tomó al señor por uno de los hombros y
con agresividad le dio media vuelta para poder verlo a la cara—. Sí traeré visitas y
haré muchísimo ruido, ¿Debo pagar más? Solo dígamelo.
Una pieza individual, con algunas cosas. Entre ellas una cocina y una nevera pequeña.
Una mesa con dos sillas, un closet, una cama y a un lado otra puerta que conducía a un
baño. Todo útil.
Mientras la máquina se encendía, buscó una parte iluminada donde tomarle una buena
foto a la llave.
Dado con él, capturó ambas caras de la pieza y las envió—. Con eso tienes
más que suficiente.
Volviendo su atención a la laptop –que ya estaba encendida– movió una de las sillas
hacia él y poco después se sentó en ella.
Verificada la conexión a internet, tecleó un par de contraseñas y entró a un foro.
Mientras buscaba una de las conversaciones en especial, vio que varios de sus conocidos
estaban en línea.
(2)
Leyó en voz alta, sin evitarlo puso los ojos en blanco—. ⟨ ¿Te tardaste
tanto para escribir solo esa pendejada?⟩ —Dio una larga inhalación –para tratar
de calmarse–, y después se dispuso a escribir.
(3)
Unos puntos suspensivos que bailaban en el medio de la pantalla, le hacían saber qué su
compañero estaba escribiendo. Si tenía ya su atención, no había tiempo que perder.
(4)
—Claro. —Lanzó la mirada lejos de la pantalla en una mueca mientras
habló como si pudiese escucharlo. Una vez más puesta su atención en la pantalla,
Dragón ya se había desconectado.
Mientras eso se hacía, de uno de los bolsillos ocultos de su bolso sacó un puñado de
dinero, lo contó con destreza y, los guardó en su pantalón.
De la mesa recogió la llave, guardó la laptop en su bolso, se lo guindó sobre los hombros
y salió por comida.
(5)
Su nuevo objetivo era un equipo que trabajaban de manera limpia y sin dejar más que
símbolos para hacerse notar entre las pandillas.
Siguió leyendo por horas hasta que un sonoro bostezo le recordó que debía trabajar por
la mañana. Cerró todas las ventanas del computador, lo apagó y se hizo a un lado, antes
de acostarse, fue a la habitación de su hermano, besó su frente y volvió a la suya a tratar
de conciliar el sueño.
—Más te vale que sea buen compañero Samuel, así como espero de mí,
mantenerlo con vida.
(6)