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⟨ ¿Y es que esta mujer está loca?⟩ —Ángelo frunció el ceño.

La idea cruzó sus pensamientos como una estrella fugaz. Pero estaría tan loco como
suponía que ella estaba si le decía eso. Y aunque ganas no le faltaban. Ya era suficiente
con tenerla de superior.

Solución «sana».

Reuniendo toda la incredulidad que podía fingir, habló—. ¿Retirarme… de


la oficina? —Para mantener el teatro Ángelo intercalaba su atención entre
Gabriela y el camino hacia la salida—. Pero jefa, acabo de llegar.

La de ojos marrones, estaba haciendo su mayor esfuerzo para no sacarlo a patadas de


allí. Sabía que él no tenía la culpa, pero estaba en contra de las decisiones sin
premeditación.

⟨Termina de irte, ¡Dios mío!⟩ —Con la intención de ignorar –aún más– su


presencia. Gabriela se había desplazado sobre su espacio de trabajo. Encendió la
computadora y con una mirada fugaz verificó que no hubiese mensajes por
escuchar en la contestadora.

Desde entonces, Ángelo no se había movido ni un pelo.

Sobre su hombro podía verse un asa –perteneciente a un bolso bastante


simple—. ⟨ ¿Tanto te molesta que esté aquí?⟩ —Deslizando la gruesa tira de tela
por su brazo, se quitó el bolso.

Sujetándolo ahora con sus dos manos, abrió el bolsillo principal y buscó en él una
hermosa placa triangular.

Cuándo sintió el frío del material sobre sus dedos lo agarró y sacó de allí—.
⟨Me iré igualmente, pero no voy a dejar de amargarte la vida todas las
mañanas de ser necesario⟩. —La barra –de color dorado– tenía en una de sus
caras su nombre grabado—. Bueno, voy a… —Dando un par de pasos, se acercó al
escritorio dejando sus intenciones claras.

Agachado frente al mueble, Ángelo con ambas manos –y toda la parsimonia del planeta–
colocó la barra en una hendidura –especial para ella– que había en la superficie de
madera. Escuchado el “clic” generado por ambas piezas al engancharse entre sí. Sonrió.
⟨ ¡Atrevido!⟩ —Gabriela lo vio levantarse y ponerse el bolso
correctamente.

Cuándo él volvió a girarse hacia ella sintió cómo lo asesinaba con la mirada.

⟨ ¿No es suficiente aún?⟩ —Intercambiando su atención entre la mujer


enfurecida y su nuevo escritorio, Ángelo asintió despacio—. ¿Quedó bastante
bien, verdad?
Gabriela tragó grueso, luego asintió de manera mecánica—. Hermoso.
—Ya cuando tenga un par de semanas tendrá mejor cara. —Aseguró el de
cabellos oscuros.
—Y será maravilloso. —Continuó ella con las cejas alzadas y una
deslumbrante sonrisa—. Nos iremos a comer juntos, entrenaremos los fines de
semana, podrás usar mí cafetera, nos turnaremos para pagar las donas. —
Acabadas sus palabras, su sonrisa se esfumó, así como sus cejas volvieron a su
posición natural—. ¿Por qué sigues aquí, Gutiérrez?

Ángelo torció los labios mientras los apretaba entre ellos.

Gabriela se cruzó de brazos mientras apoyaba el resto de su cuerpo en el espaldar de la


silla.

Al ver en Ángelo las intenciones de hablar, separó los brazos y extendió


hacia él su palma extendida—. No te atrevas a interrumpirme.
⟨Maldita⟩. —Ángelo apretaba las manos con rabia—. ⟨Ya quiero verte
rogando por tu miserable vida⟩.
Gabriela le recorrió todo el cuerpo con la mirada—. No necesitas estar
aquí hasta mañana en la mañana. —Con la vista fija en sus ojos, continuó—.
¿Tienes dónde quedarte? Trata de descansar, ¿Tienes hambre? Ve a comer,
¿Sabes dónde estás? Conoce la ciudad. —Concluidas sus palabras, alzó ambas
manos a la altura de sus hombros—. No sé, ni me interesa, lo que vas a hacer.

Asombrado por el autocontrol que estaba demostrando, Ángelo tenía los pensamientos
convertidos en un huracán de insultos hacia ella.

Sus nudillos estaban blancos, las venas de sus brazos estaban hinchadas. Si pudiese
estaría echando humo por los oídos, sus orejas estaban enrojecidas.

Gabriela volvió a verlo y frunció el ceño—. Vete. —Separando la palabra en


sus dos sílabas, fue contundente.
Ángelo hizo una mueca de frustración bastante obvia—. ⟨Voy a matarte y
cuando lo haga, me tomaré la molestia en disfrutarlo, mucho ⟩. —Cansado, se
pasó una de las manos por la cara. Hecho, volvió a verla—. Mañana a primera
hora. Lo tengo. —Se dio media vuelta y caminó hasta la puerta. Abierta, se giró
hacia ella—. Hasta entonces, jefa.
—Ten un buen día, Gutiérrez. —Gabriela no apartó la vista de él, hasta qué
su cuerpo desapareció por la puerta. Esperó unos minutos más y se puso de pie—.
⟨ ¡No voy a trabajar con él!⟩ —Decidida, salió de su oficina y mientras andaba
por los pasillos, gritó—. ¡Samuel!

Varios de sus compañeros se apartaban del camino con solo verla pasar.

El aludido –que estaba reunido con otros pocos agentes– al escuchar su nombre, se
apartó del grupo prometiendo que se reunirían después. Al ver la furia con la que
Gabriela lo buscaba, no pudo disimular su gracia.

Elevando una de sus manos por encima de su cabeza, la llamó—. ¡Duarte!


—Captada su atención, movió la mano, invitándola a acercarse—. Ven.
Hablaremos en mí oficina.

Gabriela, lo siguió con un gesto de pocos amigos clavado en la cara.

El camino hacia la oficina del mayor fue silencioso, Samuel no tenía duda alguna, sabía
por qué lo buscaba con ese humor.
Como buen jefe –y caballero–, abrió la puerta de su oficina para ella.

Gabriela le agradeció con la mirada y cruzó la puerta, entrando a la oficina. Samuel,


imitó su acción en silencio.

Dándole un vistazo a una de las mejores agentes de su unidad, se acercó a la pequeña


cafetera que tenía.

⟨Puede que funcione⟩. —Servida la oscura bebida, en una taza mediana se


acercó a ofrecérsela.

Gabriela caminaba de un lugar a otro –como era de costumbre cada vez que se enojaba–.

Al oír cerca de ella las pisadas de su jefe, se giró en su dirección con los labios separados,
una de sus manos y el dedo índice elevados –a la altura de los hombros–, preparada para
decirle todo lo que le pasara por la mente.
Detuvo su acción antes de golpear la muñeca de Samuel y derramar el café.

⟨Viejo inteligente⟩. —Gabriela agarró la taza mientras le dedicaba una


mirada llena de reproches silenciosos.

Antes de beber, disfrutó del amargo aroma. Mientras sus párpados seguían cerrados,
olvidó por qué estaba allí. Lástima que la situación no le permitía quedarse bebiendo café
toda la mañana.

—Samuel. —Llamó.

Cualquier otro agente en su lugar, sería amonestado por «tal atrevimiento» pero la
relación entre ellos dos era distinta.

Hace tres años, Samuel no descansó en ningún momento hasta dar con su paradero, a
miles de kilómetros lejos de su ciudad.

Algunos de sus otros colegas lo veían como un interés sentimental, pero ellos pasaban de
eso.

A pesar de las «faltas de respeto» constantes por parte de Gabriela, Samuel sabía que le
estaba agradecida profundamente.

Así como él sabía que podía contar con ella para todo. Fuera del edificio, eran amigos.

—Puedo con el caso, sola. —Habló lo más tranquila que pudo.


Samuel negó con suavidad—. Gabriela, sé que puedes enfrentarte al
infierno mismo. —Sus palabras fueron recibidas por un ceño fruncido—. Pero esta
vez, debo contradecirte e insistir en que no puedes con este caso tú sola.

Gabriela le devolvió la taza a Samuel y se cruzó de brazos. Él recibió el frágil contenedor


y lo dejó junto a la taza que él había utilizado en la mañana.

De regreso a la conversación, haciendo un ademán –con sus dos manos– le invitó a


sentarse, y así lo hizo mientras él rodeaba el mueble de madera.

Cuándo estuvieron ambos sentados, Gabriela volvió a hablar—. Samuel, se


convertirá en un sacrificio humano. —Afirmó la de ojos marrones, sin lugar a
dudas—. Es nuevo. No sé cómo trabaja, o si trabaja. Si será un estorbo, o alguien
realmente útil —Mientras daba sus «razones» elevaba –de a uno– los dedos de su
mano—. Voy a perder toda mi paciencia, y lo que me queda de cabello,
explicándole cómo debe hacer su parte del trabajo. —Al mismo ritmo que las
palabras salían de sus labios, el tono con el que las pronunciaba era menor—. No
quisiera vivir la experiencia de nuevo. —Susurró.

No había sido el primer candidato, muchos otros –anteriores a él– al saber que
trabajarían con la mujer del «Caso avispa» pedían retirarse o cambiar de pareja.

⟨Simplemente, es increíble que justo este, se quiera quedar hasta el final ⟩.


—Pensó ella mientras se colocaba una mano sobre la cara.
Samuel se quedó viéndola en silencio, cuando terminó de hablar, se tomó
el atrevimiento de colocar una de sus manos encima de la de ella—. No lo
escogería a la ligera Gabriela, mucho menos si tiene que trabajar contigo. —Al ver
qué ella no había lanzado ni dicho nada, continúo—. Tadeo y tú no necesitaban
comunicarse, hacían muy buen equipo. Trata de hacer lo mismo, pero con él.
Gabriela dejó que le diera unas palmadas, poco después suspiró resignada
y lo miró fijamente—. Quiero los expedientes mañana en la mañana sobre mi
escritorio. En mi oficina, no en la tarde, no otro día.
Samuel asintió—. Los tendrás, no te preocupes. —Gabriela imitó su acción
y procedió a levantarse. En ese momento el de piel morena, recordó un detalle
muy importante de su conversación pasada—. Antes de que se me olvide otra vez.
—Ella alzó una de sus cejas, esperando por sus palabras—. Mañana tendrán qué
moverse. He recibido información por parte de mis contactos y debes trasladarte
para verificarla.
—Bien.

Samuel le despidió con una sonrisa pequeña, ella intentó devolverle el gesto antes de
salir, pero terminó siendo una mueca extraña.

(1)

Al mismo tiempo, en otra parte de la ciudad, Ángelo le entregaba a su arrendatario el


pago equivalente a los siguientes seis meses en efectivo.

El señor de avanzada edad, trató de disimular su asombro al ver la facilidad y la cantidad


de billetes –de la más alta denominación– que le entregó.

Sin demora, le hizo pasar hasta la mejor de sus piezas, mientras le hacía saber las reglas.
Ángelo ignoraba la mayoría de sus palabras, hasta qué se detuvo a medio
pasillo—. Oh no. —Frunciendo el ceño, tomó al señor por uno de los hombros y
con agresividad le dio media vuelta para poder verlo a la cara—. Sí traeré visitas y
haré muchísimo ruido, ¿Debo pagar más? Solo dígamelo.

El arrendatario, le miraba aterrado pero –por su seguridad– decidió «dejarlo pasar».

Al detenerse frente a la habitación, de un juego de llaves, sacó y le entregó la que le


correspondía.

—Disfrute de su estadía. —Una sonrisa nerviosa fue su despedida antes de


retirarse.

Antes de cambiarse de ciudad, varios de sus amigos le habían recomendado algunos


lugares buenos para vivir.

Ya dentro de la habitación, decidió darle un vistazo al lugar.

Una pieza individual, con algunas cosas. Entre ellas una cocina y una nevera pequeña.
Una mesa con dos sillas, un closet, una cama y a un lado otra puerta que conducía a un
baño. Todo útil.

—Bien. —Un suave asentamiento –señal de conformidad– fue suficiente


para darse a sí mismo la libertad de andar dentro del lugar.

Ángelo se acercó a la mesa, se quitó el bolso y lo dejó sobre la superficie cuadrada de


madera. Abierto el cierre buscó y sacó de allí una laptop junto a su cargador. De su
bolsillo, sacó su celular.

Mientras la máquina se encendía, buscó una parte iluminada donde tomarle una buena
foto a la llave.

Dado con él, capturó ambas caras de la pieza y las envió—. Con eso tienes
más que suficiente.

Volviendo su atención a la laptop –que ya estaba encendida– movió una de las sillas
hacia él y poco después se sentó en ella.
Verificada la conexión a internet, tecleó un par de contraseñas y entró a un foro.

Mientras buscaba una de las conversaciones en especial, vio que varios de sus conocidos
estaban en línea.

—Ahí estás. —Sin más, entró y escribió.

(2)

Leyó en voz alta, sin evitarlo puso los ojos en blanco—. ⟨ ¿Te tardaste
tanto para escribir solo esa pendejada?⟩ —Dio una larga inhalación –para tratar
de calmarse–, y después se dispuso a escribir.
(3)

Unos puntos suspensivos que bailaban en el medio de la pantalla, le hacían saber qué su
compañero estaba escribiendo. Si tenía ya su atención, no había tiempo que perder.

(4)
—Claro. —Lanzó la mirada lejos de la pantalla en una mueca mientras
habló como si pudiese escucharlo. Una vez más puesta su atención en la pantalla,
Dragón ya se había desconectado.

Cerró el programa, el reproductor de música y otras ventanas que estaba utilizando.


Apagó la computadora.

Mientras eso se hacía, de uno de los bolsillos ocultos de su bolso sacó un puñado de
dinero, lo contó con destreza y, los guardó en su pantalón.

De la mesa recogió la llave, guardó la laptop en su bolso, se lo guindó sobre los hombros
y salió por comida.

(5)

Luego de un día de muchas reflexiones Gabriela se encontraba en casa, le dio un ligero


vistazo al reloj, las cero horas. Se frotó con algunos dedos los ojos por debajo de los
lentes. Para después seguir en su investigación.

Su nuevo objetivo era un equipo que trabajaban de manera limpia y sin dejar más que
símbolos para hacerse notar entre las pandillas.

Según la información disponible en su plataforma, el grupo tenía diez integrantes ¿Dos


líderes? ¿Cinco y cinco? ¿Un líder y nueve miembros? ¿Cada quien por su cuenta?

Siguió leyendo por horas hasta que un sonoro bostezo le recordó que debía trabajar por
la mañana. Cerró todas las ventanas del computador, lo apagó y se hizo a un lado, antes
de acostarse, fue a la habitación de su hermano, besó su frente y volvió a la suya a tratar
de conciliar el sueño.

—Más te vale que sea buen compañero Samuel, así como espero de mí,
mantenerlo con vida.
(6)

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