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14.

DIVINIZACIÓN
Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas
para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay
en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte
en la naturaleza divina.
2 Pedro 1:4

No es suficiente para los discípulos de Jesús la ambición de ser iguales a su Maestro y llegar a
ser como él en carácter y estilo de vida. Siguiendo la misma lógica del apóstol Pablo, que dice
que el propósito de Dios es transformar a todos los seres humanos a imagen de Jesús, para
que la familia celestial tenga muchos hermanos, el apóstol Pedro hace una declaración aún
más sorprendente: el propósito de Dios es hacernos partícipes de su naturaleza divina.
Irineo de Lyon, un teólogo del siglo II, dijo que “Dios se hizo hombre para que el hombre
pudiese convertirse en dios”, y que ese “hombre está destinado a ser por la gracia lo que Dios
es por naturaleza”. Basilio de Cesárea, en el siglo IV, creía que "el hombre es un ser que
recibió la orden [digo yo, el llamado] que se convierta en dios”.
El proceso de convertirse en participantes de la naturaleza divina es lo que los teólogos de
Oriente llaman divinización: convertirse semejantes a Dios, ser uno con Dios, siendo este el
significado esencial de la salvación y de la redención que Jesús ofrece a sus discípulos.
Cuando el Espíritu de Dios se une a mi espíritu, en ese momento paso de la muerte a la vida y
de las tinieblas a la luz, es decir, cuando tengo la experiencia del nuevo nacimiento, no
significa que el gran propósito de mi vida es escapar de las llamas del infierno después de la
muerte física. La redención propuesta por Jesús es convertirse participantes de la naturaleza
divina. En Jesucristo, Dios viene a nuestro mundo, y dentro de nuestro mundo, nos lleva para
dentro de sí mismo, Dios.
AMEN.

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