Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo:
—¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador! Lucas 5:8
La gran ambición de un discípulo es ser como su maestro. En Israel la gran ambición de un
discípulo es ser como su rabino. Esa también es nuestra ambición como discípulos de Jesús. Lo que mas queremos es saber lo que el sabe o hacer lo que el hace. Lo que realmente queremos es convertirnos en personas como él. Cuando nos encontramos con Jesús, la primera conciencia que adquirimos es la distancia absoluta que existe entre nosotros y él, entre quién es Jesús y quiénes somos nosotros. Esa es la experiencia de Pedro. Después de una noche entera de intentos fallidos de pesca, Jesús se sube a su bote y le ordena a él y a su hermano Andrés que tiren las redes. El resultado es una pesca extraordinaria. Entonces, sucede un cambio en el corazón de Pedro. Es en este momento que se da cuenta de la grandeza y majestad de Jesús. Es en ese momento, que Pedro cae al suelo y dice: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador!” Esa distancia que tenemos de Jesús no es simplemente una distancia moral. También, no es una distancia de inteligencia o de poder y capacidad. De hecho, esa distancia es una distancia del ser, de la naturaleza del ser, que los filósofos y teólogos llaman distancia ontológica. Es más o menos la distancia que existe entre un muñeco y un hombre, entre una muñeca y una mujer. Ser pecador, como percibe Pedro, no se trata de robar o no robar, de mentir o no mentir, de matar o no matar. Ese concepto de pecado habla de conducta, y trata de ética y moral. El concepto de pecado en la Biblia es un poco más profundo que eso. En la ley de Moisés el pecado era lo que tu hacías o dejabas de hacer. Jesús cambia el enfoque y enseña que el pecado es lo que llevas dentro de tu corazón, tus intenciones, tus motivaciones –no puedes matar a una persona, pero si la odias, eso ya es pecado. Pablo dice lo siguiente: pecado no es lo que hago o dejo de hacer, ni las intenciones que tengo o dejo de tener, el pecado es lo que soy. El grita desesperado: “¡Miserable hombre que soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rom. 7.24). Fue por personas como Pedro, Pablo, tú y yo, que Jesús vino. Jesús vino, se convirtió uno de nosotros, pero sin pecado, es decir, sin perder la pureza de su naturaleza divina. Entre nosotros Jesús nos llama a caminar con él, para que, andando con él, seamos completamente transformados, y la distancia que hace de nosotros muñecos de trapo delante del Hombre de verdad que es Jesús, deje de existir. Un día seremos personas exactamente iguales a él. AMEN.