Está en la página 1de 1

DISTANCIA - 3

Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo:


—¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!
Lucas 5:8

La gran ambición de un discípulo es ser como su maestro. En Israel la gran ambición de un


discípulo es ser como su rabino. Esa también es nuestra ambición como discípulos de Jesús.
Lo que mas queremos es saber lo que el sabe o hacer lo que el hace. Lo que realmente
queremos es convertirnos en personas como él.
Cuando nos encontramos con Jesús, la primera conciencia que adquirimos es la distancia
absoluta que existe entre nosotros y él, entre quién es Jesús y quiénes somos nosotros. Esa es
la experiencia de Pedro. Después de una noche entera de intentos fallidos de pesca, Jesús se
sube a su bote y le ordena a él y a su hermano Andrés que tiren las redes. El resultado es una
pesca extraordinaria. Entonces, sucede un cambio en el corazón de Pedro. Es en este
momento que se da cuenta de la grandeza y majestad de Jesús. Es en ese momento, que
Pedro cae al suelo y dice: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador!”
Esa distancia que tenemos de Jesús no es simplemente una distancia moral. También, no es
una distancia de inteligencia o de poder y capacidad. De hecho, esa distancia es una distancia
del ser, de la naturaleza del ser, que los filósofos y teólogos llaman distancia ontológica. Es
más o menos la distancia que existe entre un muñeco y un hombre, entre una muñeca y una
mujer. Ser pecador, como percibe Pedro, no se trata de robar o no robar, de mentir o no
mentir, de matar o no matar. Ese concepto de pecado habla de conducta, y trata de ética y
moral.
El concepto de pecado en la Biblia es un poco más profundo que eso. En la ley de Moisés el
pecado era lo que tu hacías o dejabas de hacer. Jesús cambia el enfoque y enseña que el
pecado es lo que llevas dentro de tu corazón, tus intenciones, tus motivaciones –no puedes
matar a una persona, pero si la odias, eso ya es pecado. Pablo dice lo siguiente: pecado no es
lo que hago o dejo de hacer, ni las intenciones que tengo o dejo de tener, el pecado es lo que
soy. El grita desesperado: “¡Miserable hombre que soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte? (Rom. 7.24).
Fue por personas como Pedro, Pablo, tú y yo, que Jesús vino. Jesús vino, se convirtió uno de
nosotros, pero sin pecado, es decir, sin perder la pureza de su naturaleza divina. Entre
nosotros Jesús nos llama a caminar con él, para que, andando con él, seamos completamente
transformados, y la distancia que hace de nosotros muñecos de trapo delante del Hombre de
verdad que es Jesús, deje de existir. Un día seremos personas exactamente iguales a él.
AMEN.

También podría gustarte