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Basilio II logró prevenir las rebeliones al mantener las leyes locales de la nobleza de
Bulgaria, que se incorporaron en la aristocracia bizantina como arcontes o estrategos,36
garantizando así la indivisibilidad de Bulgaria con sus antiguos límites geográficos y
reconociendo la autocefalía del Arzobispado búlgaro de Ohrid.37 Después de su muerte,
las políticas internas bizantinas cambiaron, lo que condujo a una serie de rebeliones sin
éxito, la más grande de ellas fue dirigida por Pedro Delyan. Sin embargo, no fue hasta
1185 cuando los nobles de la dinastía Asen, Ivan Asen I y Pedro IV, organizaron un gran
levantamiento que logró restablecer al Estado búlgaro, marcando el inicio del Segundo
Imperio Búlgaro.
A lo largo de los casi cinco siglos de dominación otomana, el pueblo búlgaro respondió a la
opresión mediante el fortalecimiento de la tradición del haiduk ("bandolerismo"), y trató de
restablecer su estado organizando varias revueltas, destacando los dos levantamientos de
Tarnovo (en 1598 y 1686) y la rebelión de Karposh (1689). El despertar nacional de
Bulgaria fue uno de los factores clave en la lucha por la liberación, resultando en
la sublevación de abril de 1876, la rebelión búlgara más grande y mejor organizada de
todas. Aunque fue derrotada por las autoridades otomanas (en represalia, los turcos
masacraron a unos 15 000 búlgaros), el levantamiento llamó a las grandes potencias a
actuar. En 1876, convocaron a la Conferencia de Constantinopla, pero sus decisiones
fueron rechazadas por las autoridades otomanas, lo que permitió al Imperio ruso buscar
una solución por la fuerza sin correr el riesgo de una confrontación militar con otras
grandes potencias (tal y como había sucedido en la Guerra de Crimea, de 1854 a 1856).