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En un lindo jardín rodeado de setos de avellanos y repleto de flores preciosas vivía

un caracol. Éste se sentía infravalorado rodeado de tanta belleza que aportaba el


rosal y los avellanos y se repetía así mismo todos los días: “Paciencia. Ya llegará mi
momento. Yo conseguiré algo más importante que dar rosas o avellanas”.
Un día el rosal escuchó sus palabras y le respondió: “Esperamos bastante de ti
querido amigo. ¿Podríamos conocer cuando nos enseñarás lo que puedes conseguir
hacer? Estamos impacientes.” El caracol le respondió: “Yo necesito mi tiempo, las
prisas no son buenas. Las mejores sorpresas se preparan con delicadeza”.
Un año después, cuando el rosal estaba desbordante de capullos de rosas, el caracol
salió de su casita para conocer qué situación había fuera. Vio que todo seguía igual.
El rosal seguía brillando con todo su resplandor. Trascurrido un año completo con
todas sus estaciones, el caracol se asomó de nuevo y le dijo al rosal: “Eres muy viejo
ya Rosal. Pronto te morirás y ya has dado todo lo que puedes dar de ti. Creo que no
has hecho nada por crecer internamente, puesto que siempre das el mismo fruto.
Pronto estarás seco”.
El rosal le respondió: “Me asustas, nunca he pensado ello”.
El caracol prosiguió: “¿Nunca te preguntaste por qué florecías y por qué de esa
forma?”
“No, florecía contento. El sol era tan intenso y calido, el aire tan refrescante, la
lluvia tan generosa…! Me sentía lleno de fuerza y de felicidad” contestó el rosal.
El caracol le recriminó: “Tu vida fue demasiado fácil”
El rosal le replicó: “Tienes razón. Me lo daban todo, pero tú tuviste más suerte aún.
A ti te han dotado de gran inteligencia para sorprender algún día al mundo”.
“No, no, para mí no existe el mundo. Ya tengo yo bastante con preocuparme de mí
mismo” continuó el caracol.
El rosal reflexionó en alto: “Pero, ¿no deberíamos dar lo mejor de nosotros al
mundo? Yo solo he dado rosas, pero en cambio tú que posees tantos dones, ¿Qué
puedes darle?
“¿Darle? Yo al mundo le escupo” replicó el caracol. “Para mí no significa nada. Tú
sigue cultivando rosas que es tú único propósito  y para lo que sirves. Yo me recojo
en mi interior que es lo que me interesa”. Así hizo se metió en su caparazón.
“¡Qué pena, yo aunque quisiera esconderme no podría! Siempre tengo que estar
mostrándome y volver a florecer aunque cuando mis pétalos caen y la gente los
recoge siento que aporto algo de alegría a sus vidas y me siento bien” se decía a sí
mismo el rosal.
Así pasaron los años, el rosal siguió floreciendo mientras el caracol se pasaba la
vida.

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