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LA EDAD MODERNA
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tan divertido que su música a lo que informan enfada por tan habla-
dor”, “un mono castrado con especiales gracias”, “una mica del Brasil
especial en habilidades con arreos correspondientes al uso femenino
parte nueces y ejecuta otros primores”. También en Madrid, la corte
al fin y al cabo, podemos encontrar animales exóticos: monos, loros,
papagayos, gallinas de guinea, pavos reales, y hasta un puercoespín
africano “muy extraño y criado domésticamente, que sigue como un
perrito”. En cambio, en Salamanca, ciudad del interior castellano,
las únicas referencias de mascotas perdidas corresponden a perros.
Pero la gran ausencia corresponde al gato. Y no porque los gatos
no estuviesen presentes en los hogares, sino, sencillamente, porque de
tiempo inmemorial estos animales son conocidos por sus prolongadas
ausencias de las que sus propietarios siempre han hecho caso omiso.
Gozaban además de una imagen siniestra, y ello venía ya de la época
medieval, cuando la literatura clerical les aplicaba cualidades demo-
níacas, asociándolos con el diablo, la muerte, el pecado, la brujería
y la herejía, si bien de ellos se esperaba que controlaran las plagas en
iglesias, catedrales y ciudades, y, de hecho, existen agujeros para gatos
excavados en muchas catedrales medievales. De todas formas, eran
considerados animales de baja estofa y no se les suele encontrar en las
mansiones aristocráticas, aunque aparecen en las viviendas populares
como depredadores. Solamente se convertirían en mascotas a partir
del siglo XVI, cuando fueron importados como animales preciados
y exóticos. Lope de Vega sentía mucho cariño por ellos, como revela
el hecho de que les dedicara toda una obra, La Gatomaquia, peroTo-
rres de Villarroel lo presentará como un animal agresivo que araña,
definiéndolo de natural agresivo, esquivo e ingrato. En el último
cuarto del siglo se publicaron numerosas obras que polemizan sobre
la conveniencia de tener o no gatos en casa so pretexto de eliminar
los ratones, como las de Mariano Madramany y Calatayud, Marcos
Antonio de Orellana, o Miguel Serrano Belezar. Y estas dudas sobre
su utilidad persistirán muy avanzado el siglo XIX.
Sin lugar a dudas, la mascota por antonomasia era el perro. Ello
no era tan antiguo, por cuanto la Antigüedad grecolatina los conside-
raba como seres impuros y mortíferos, y la Edad Media tampoco los
apreciaba, exceptuando los grandes perros de caza y más tardíamente
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