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- VERSOS DEL SUR -

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Versos del Sur
Muestra de ecopoesía chilena

Idea original y edición:


Ángela Parga León y Pedro Favaron

Compiladores:
Ángela Parga León, Breno Onetto Muñoz, Giovana Iubini Vidal,
Isidora Vicencio, Mauricio Osorio Pefaur, Pedro Araya,
Patricio Barría, Pavella Coppola, Pedro Favaron, Sergio
Ojeda Barías, Thomas Harris, Yaxkin Melchy

Poemas y textos poéticos de:


Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Óscar Castro Zúñiga, Violeta Parra
Sandoval, Luis Oyarzún Peña, Efraín Barquero, Jorge Teillier, Pedro Humire,
Cecilia Vicuña, Raúl Zurita, Elicura Chihuailaf Nahuelpan, Sergio Mansilla
Torres, Jaime Luis Huenún, Sofía Abarca Fariña, Leonel Lienlaf, Mauricio
Osorio Pefaur, Idania Yáñez Avilez y Andrés González
Cactus del viento

Editorial ecopoética, artesanal y digital

Colección Ecopoéticas de la Madre Tierra

Tomo 2: Versos del sur: Muestra de ecopoesía chilena

ISBN: 978-956-404-149-0

© D.R. de los textos de las autoras y autores, 2021


Fotografías de las portadas: Cortesía Fundación Mar Adentro,
©Amparo Irarrázaval, ©Fundación Mar Adentro

Versos del sur: Muestra de ecopoesía chilena ha sido creada con un fin
estrictamente cultural, en el marco del respeto a los derechos humanos,
en particular atención a las personas con discapacidad, adultos mayores
y grupos sociales vulnerables. Los libros son de distribución gratuita.
Está prohibida su venta o lucro que se pudiera generar con la misma.
Lo anterior en los términos del artículo 10 de la Convención de Berna.

Versos del sur: Muestra de ecopoesía chilena bajo la


licencia Creative Commons Reconocimiento-
NoComercialSinObraDerivada 4.0 Internacional.

Idea orIgInal y edIcIón: Ángela Parga León y Pedro Favaron

compIladores: Ángela Parga León, Breno Onetto Muñoz,


Giovana Iubini Vidal, Isidora Vicencio, Mauricio Osorio Pefaur,
Pedro Araya, Patricio Barría, Pavella Coppola, Pedro Favaron,
Sergio Ojeda Barías, Thomas Harris, Yaxkin Melchy

prImera edIcIón: junio de 2021


Osorno, Chile / Ciudad de México, México /
Yarinacocha, Perú / Tsukuba, Japón

dIseño y dIagramacIón: Eder Gabriel Resendiz

revIsIón: Ángela Parga León, Pedro Favaron y Yaxkin Melchy


ÍNDICE
índice
Territorio y vida en la poesía chilena ............................. 8
Por Ángela Parga y Pedro Favaron

Gabriela Mistral
Gabriela Mistral ................................................................... 16
Vicuña, 1889 – Nueva York, 1957
(Selección y comentarios de Patricio Barría)

Pablo Neruda ........................................................................ 32


Parral, 1904 – Santiago de Chile, 1973
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)

Óscar Castro Zúñiga ............................................................ 47


Rancagua, 1910 – Santiago de Chile, 1947
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)

Violeta Parra Sandoval........................................................ 66


San Fabián de Alico, 1917 – Santiago de Chile, 1967
(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Luis Oyarzún Peña ............................................................... 86


Santa Cruz, Valparaíso, 1920 – Valdivia, 1972
(Selección y comentarios de Thomas Harris)

Efraín Barquero ................................................................... 97


Piedra Blanca, 1931
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)

Jorge Teillier ......................................................................... 109


Lautaro, 1935 – Viña del Mar, 1996
(Selección y comentarios de Isidora Vicencio)

Pedro Humire ....................................................................... 124


Socoroma, 1935 – 2020
(Selección y comentarios de Giovana Iubini Vidal)
Cecilia Vicuña....................................................................... 139
Santiago de Chile, 1948
(Selección y comentarios de Giovanna Iubini Vidal)

Raul
Raúl Zurita ............................................................................ 156
Santiago de Chile, 1950
(Selección y comentarios de Sergio Ojeda Barías)

Elicura Chihuailaf Nahuelpan ......................................... 167


Quechurehue, 1952
(Selección y comentarios de Pavella Coppola)

Sergio Mansilla Torres ....................................................... 179


Achao, Archipiélago de Chiloé, 1958
(Selección de Ángela Parga León y comentarios de
Breno Onetto Muñoz)

Pavella Coppola .................................................................... 196


Santiago de Chile, 1963
(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Idalia Yáñez
Idania YáñezAvilez
Avilez ............................................................ 208
Bahía Murta, 1962
(Selección y comentarios de Mauricio Osorio Pefaur)

Jaime Luis Huenún .............................................................. 224


Valdivia, 1967
(Selección y comentarios de Pedro Araya)

Sofía Abarca Fariña ............................................................. 244


Quillota, 1968
(Selección y comentarios de Ángela Parga)

Leonel Lienlaf ....................................................................... 267


Alepúe, 1969
(Selección de Ángela Parga León; comentarios
de Pedro Favaron)
Mauricio Osorio Pefaur
Pfeaur ...................................................... 284
Santiago de Chile, 1971
(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Andrés González .................................................................. 298


Santiago de Chile, 1986
(Selección y comentarios de Yaxkin Melchy)

Posfacio de la muestra chilena “Versos del Sur” ........... 317


Por Ángela Parga León
Territorio y vida en
la poesía chilena
Por Ángela Parga y Pedro Favaron

Quienes editamos esta pequeña muestra no nos


consideramos, bajo ningún motivo, especialistas de la amplia,
variada y profunda tradición poética chilena. Lejos de tales
consideraciones académicas, la realizamos, en primer lugar,
movidos por un profundo amor, y con el ánimo de realizar un
pequeño homenaje a tan vasta y exquisita estirpe de cantores.
Pero también con la intención de sugerir como inaceptable y poco
afortunada una notoria omisión en la construcción del canon de la
poesía chilena: desde los espacios académicos y de la elite letrada
se ha ignorado, o en todo caso no se le ha dado mucha importancia,
al hondo diálogo que muchos poetas chilenos han establecido
con el paisaje, con el resto de los seres vivos y con los elementos
fundantes de la vida. Este defecto, por lo demás, es común a buena
parte de los procesos de la literatura en el resto del continente.
Debido a nuestro carácter neófito y a nuestro lúdico acercamiento,
hemos pensado conveniente convocar a un buen número de
especialistas de la literatura chilena, pidiéndoles que vuelvan a leer
a sus poetas amados desde una hermenéutica distinta, ecológica,
cercana al territorio y buscando aquellos cantos en los que se
expresa la unidad del ser con todo lo existente; y sin sugerirles
que abandonen el rigor de sus aproximaciones académicas, les
hemos solicitado que comenten los versos que alguna vez los
conmocionaron libres de todo acartonamiento metodológico,
y que lo hagan con libertad poética y vocación aérea, desde una
intimidad cardíaca y afectiva. Entendemos que leer la poesía desde
metodologías frías y objetivantes es un cruel despropósito, que
termina por asfixiar la voz de los poetas y aburre a los lectores. Las
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lecturas rígidas contrastan con la flexibilidad del canto. La poesía
tiene que ser comentada y celebrada poéticamente. La selección
de los poetas, de los compiladores e, incluso, de la editorial con
la que se publicará este trabajo, ha sido decidida por vínculos de
amistad y de afinidad. De ahí que se optara por definir este trabajo
como muestra en vez de antología, ya que la palabra antología (en
el uso literario y académico corriente) tiene una connotación más
concluyente y canónica. Esperamos, sin embargo, ser un aporte en
la difusión de distintas lecturas que, desde los cauces fértiles del
amor a la vida y a la naturaleza, se acercan a los poetas chilenos,
actuales y pasados, que en sus versos han celebrado la unidad del
corazón humano con los territorios y con la totalidad de la vida.

Nuestro argumento crítico de partida es que el canon de


la poesía chilena (al igual que el propio proyecto de construcción
nacional), ha sido realizado desde perspectivas eurocéntricas que
deforman la comprensión de la producción literaria y de las propias
culturas del territorio. Estas concepciones intelectuales y prácticas
políticas, implantadas a la fuerza en todo el continente, nos alejan
de nuestras raíces culturales y espirituales, de nuestras herencias,
para volvernos un mero remedo de tendencias extranjeras. Chile,
resulta imposible negarlo, es un país cuya identidad nacional,
en buena medida, ha sido construida violentamente en base a
la exclusión de los pueblos indígenas, así como al sometimiento
de la geografía a las necesidades de la razón instrumental y
utilitaria, en términos modernos, ilustrados, positivistas. Las elites
nacionales no han tenido reparos en diezmar demográficamente
a los pueblos indígenas, en arrebatar sus territorios, en privatizar
lagos, en dinamitar montañas para hurgar en sus entrañas, en
talar árboles sagrados, en depredar excesivamente las especies
que alimentaron a las naciones originarias. Y buena parte de la
población chilena, a pesar de sus evidentes rasgos de mestizaje
genético y de transculturación, no se reconoce como descendiente
de aquellos ilustres pueblos que habitaron estos territorios desde
antes de la llegada de los españoles, y cuyos hijos aun habitan

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entre nosotros (y en nosotros). La mayoría prefiere identificarse a sí
mismo como occidental y hacer gala de cierto antepasado alemán,
o croata, o español. Y la construcción del campo de la literatura se
ha establecido, por lo general, siguiendo estos paradigmas racistas
de exclusión y de auto negación, que cada vez producen más
dudas e insatisfacción, y resultan menos atractivos y convincentes.

Sin embargo, y al mismo tiempo que tales estrategias


resultan innegables, desde la obra fundante de la literatura escrita
en Chile, La Auracana de Alonso de Ercilla, la geografía chilena
y la presencia indígena han resultado ineludibles; y aunque
Ercilla nunca abandona la perspectiva del conquistador en lucha
contra el enemigo autóctono, reconoció en el mapuche a un ser
libre, ligado a la tierra, indómito y portador de nobleza, al cual
rechaza al mismo tiempo que lo fascina. En mayor o menor
medida, la mayoría de poetas chilenos, al menos en algunas de
las instancias de su creación, han transitado rutas distintas a
las del desencuentro de la conciencia y del alma humana, con
los territorios y con las culturas locales; desde lo más canónico
hasta algunos de los actuales, los poetas se han rehusado a ver
a la naturaleza como algo muerto que el ser humano tiene la
potestad de manipular infinitamente y de sacar cuanto desee de
ella, sino que se han sentido emparentados con la tierra, capaces
de hablar con los ríos, de expresar sus propios mundos internos
acercándose metafóricamente a la piedra y al hielo, al lago y a la
montaña, a la vicuña y al choike, atentos a las voces internas de
las plantas y de las rocas. No en vano, el canónico Pablo Neruda,
comentando su visita a Machu Pichu, afirma que se sintió parte de
ese antiguo lugar; que entre el viejo templo de piedra de los Inkas,
se reconoció chileno y peruano (hermosa, necesaria y fecunda
reconciliación), americano, hijo del sol y del águila sideral. No cabe
duda de que la auténtica poesía, que la poesía del ser genuino, nos
devuelve a lo más profundo y desnudo del corazón humano, a las
íntimas necesidades de nuestra constitución. Y a pesar de todos
los intentos modernos por separar a la sociedad de la cultura, la

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totalidad de nuestro ser requiere, para su salud integral, retornar
a la tierra con los pies desnudos y reencontrarse con su propia
ancestralidad. Los poemas de esta muestra, entonces, señalan el
camino del saludable retorno a las montañas y a los desiertos, al
amplio océano y a los bosques del sur.

Fuera de Chile, pocos saben, por ejemplo, del vínculo


que desde el Valle del Elqui hasta Iquique y Arica se establece con
las culturas indígenas y criollas del norte de Argentina; así como
del cultivo de artes y tradiciones quechuas y aimaras, y el fluido
intercambio entre estas regiones chilenas con Bolivia y el sur del
Perú. De la misma manera, no resulta del todo conocida aun la
proliferación de las poesías y artes indígenas que, con renovada
vitalidad, agitan las regiones del Sur; y los vínculos Patagónicos
que tienden a disolver o ignorar la dureza de los límites nacionales.
Y aún no se ha explorado, al menos no con el ímpetu que nosotros
creemos necesario, sobre los posibles aportes filosóficos y
espirituales de estas culturas ancestrales que se mantienen vivas y
creando, transformándose y adaptándose, sin por ello perder sus
hondas raíces. Nuestra íntima convicción es que la sabiduría de
los sabios indígenas, de los hombres y mujeres herederos de tales
enseñanzas, tiene una contribución fundamental a la hora de
pensar nuestras formas de habitar el territorio; y que sus palabras
y pensamientos pueden ensanchar nuestra comprensión de la
propia condición humana, y clarificar la importancia de la poesía
para curar las enfermedades y desviaciones de la modernidad,
sumida, de forma evidente, en una crisis sin precedentes que
pone en riesgo el conjunto vital. Ciertos discursos del ecologismo
hegemónico y eurocéntrico quieren señalar a nuestra especie
como un virus que enferma al conjunto planetario, para de esa
manera justificar sus planes de diezmar y controlar a la población,
y sacar adelante sus propios negocios “verdes” y sostenibles; sin
embargo, la relación equilibrada y respetuosa que otrora los
pueblos indígenas establecieron con el resto de seres vivos, nos
señala claramente que no es nuestra especie, desde una visión

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esencialista, el problema, sino que lo son nuestros modos de
producción y relación con los territorios, nuestra pobre conciencia
y la codicia de ciertos grupos de poder, aliados al Estado y a las
grandes corporaciones, que no tienen reparo en exprimir la tierra
hasta quitarle su fuerza y aliento. Hemos de reencontrar formas
más saludables de habitar la tierra; formas más armónicas de ser
humanos.

Los saberes indígenas nos enseñan que el ser humano es


naturaleza. Y mediante los cantos sagrados, Ülkantufes1 y Machis2
saben conversar con el río y con el mañque3, con los árboles y
lagos; sus palabras se nutren del suelo y extraen la sabiduría
de las hierbas, de las nubes, del sol, para curar a los enfermos,
para equilibrar las transgresiones, para traer de vuelta las almas
capturadas y alejar los peligros de la envidia, para despertar
la compasión de los antepasados y la de los Ngen, Dueños de la
medicina. Los sabios curanderos Xo’on, de la nación Selknam, y
las sabias Machis entre los Mapuches, desde antiguo curaron con
la palabra (y actualmente aun lo hacen), guiando al pueblo con
los fuertes y dilatados pensamientos heredados de los antiguos,
mostrando los legítimos caminos de la humanidad; sus oraciones
sanadoras señalan, a la cansada y agotada poesía moderna, perdida
en rumbos cada vez más artificiales y en vanidoso hermetismo, que
la posibilidad real de la poesía auténtica, ligada a lo primigenio
y fundamental, a los grandes ciclos de la naturaleza y al aliento
del Espíritu, es la de sanar el corazón humano. El tambor sagrado
kultrún, que la Machi golpea con ternura y firmeza, es también
expresión del latido de la tierra, que nos llama como una madre
generosa, una madre que no vive para sí misma, sino que toda su
existencia es entrega y fecundidad, sosteniendo nuestros pasos y
envolviéndonos con la atmósfera como un cálido abrazo. De la
misma manera, la poesía que nos interesa para esta muestra no ha

1. Denominación para el oficio de cantor en el pueblo mapuche.


2. Sabia sanadora y entidad espiritual mapuche, en el Wallmapu.
3. Cóndor, en mapuzungún.
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de buscar el propio logro y fama, ni el exceso de la pirueta verbal y
del artificio, sino ser un aporte para los demás, dándose como un
manantial que sacia la sed de una humanidad estéril; otorgándose
como una estrella que orienta la barca que naufraga, como una
plegaria que alivia los delirios de la fiebre, como una mano que
nos rescata de los rumbos abismados de la muerte, del vicio y de la
destrucción. Una palabra que salva nuestra humanidad.

Sin lugar a duda, un vuelco sin precedentes en la


construcción canónica de la poesía chilena ha sido el Premio
Nacional de Poesía del año 2020, entregado al poeta mapuche
Elicura Chihuailaf, muy celebrado por todas las personas
interesadas en las manifestaciones culturales y artísticas de los
pueblos indígenas de América, pero recibida con cierta frialdad
por la ciudad letrada. Aunque se trata del reconocimiento a los
logros estéticos de un autor, en tanto creador individual, por
parte de una institucionalidad que solo de a poco deja de lado sus
apegos eurocéntricos, se hace explícito también el reconocimiento
literario a las honduras de la cultura y del colectivo humano de los
que Chihuailaf se nutre y que, en todo momento, expresa en su
poesía. En términos indígenas, el ser no puede ser entendido como
una categoría abstracta; aunque los pueblos indígenas suelen
dejar un amplio espacio de libertad individual y a la realización
plena de uno mismo, la plenitud del ser no se logra en soledad,
sino en relación, en contacto con los parientes, dentro del círculo
del estar-en-común, del que participan otros seres humanos, pero
también el resto de la vida. El arte indígena, aunque expresión del
alma singular de cada creador, se nutre de un sustrato cultural
compartido. Los premios literarios, finalmente, no siempre dan
cuenta de la calidad de una obra; y pueden ser muchos los motivos
extraliterarios que provocan que tal autor sea considerado (o no)
digno de tal distinción. Sin embargo, si hay algo que este Premio
Nacional pone en evidencia, de forma contundente, es que las
poéticas indígenas han ido ganando un espacio de reconocimiento
público que, hasta hace unas cuantas décadas, hubiera resultado

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inimaginable. Y esto permite que nuevos lectores se vinculen a
ese “país de la memoria”, al que mediante sueños se conectan los
sabios originarios para dialogar con los ancestros; y que podamos
navegar, junto con los antiguos soñadores, el río del cielo que
conecta los tiempos y los mundos en el instante poético y en la
videncia onírica.

Chihuailaf asegura que su lucha, como poeta y ser


humano, es “por la ternura”. Tal frase, que podría parecer ingenua
y poco sofisticada a ciertos cultores del verso enrevesado, da
testimonio de la necesidad primordial, que experimenta el ser
genuino, de conservar nuestro corazón libre de amarguras y
asperezas, abierto e inocente, para que aún sea capaz de sentir
dentro suyo las voces de las flores y de las cascadas. No hace falta
endurecerse con ideologías del resentimiento para salvaguardar
la voz prístina que revela a la humanidad su verdadera condición.
En el propio corazón ha de habitar un poco del fuego sagrado, de
la luz del sol y del calor de la hoguera, para sobrevivir al invierno
y recibir con alegría el verano. Y recordar cada día que es bueno
y necesario agradecer al sol que nos da calor y a la luna que
brilla en la noche. Al contrario de la dureza productiva y de los
cálculos financieros, la poesía surge desde el afecto, el asombro,
los vínculos familiares, la presencia del Espíritu en todo lo vivo y
desde el vínculo con el origen trascendente del alma humana. Esta
muestra ecopoética chilena, entonces, sin excesivas pretensiones,
rehuyendo a la pancarta, a la militancia y al manifiesto dogmático,
quiere dar cuenta de que esta salvaguarda de la ternura y del
propio corazón, del vínculo con la tierra y con el cielo, no es una
búsqueda aislada de un poeta mapuche, que el año pasado fue
laureado con justicia, sino que en tal intención se alían todos los
espíritus sensibles que, desde diferentes procedencias culturales
y trayectorias, cultivan el viejo arte de los versos. Y tal arte, para
ser auténtico, no requiere, solamente, un conocimiento técnico,
sino que exige vivir rodeados del misterio, respirar poéticamente,
habitar la tierra con respeto, abiertos a lo incierto y a la maravilla,

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en diálogo con todos los seres, cantando, cantando, cantando, para
conmover a las estrellas y recibir el auspicio y la guía de los sabios
de antaño.

Agosto de 2020

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Gabriela Mistral
Vicuña, 1889 – Nueva York, 1957
(Selección y comentarios de Patricio Barría)

Somos una curiosa raza que se ignora en la mitad de sus


orígenes, sino en más al ignorarse en su parte indígena.
Somos, además, pueblos que no han tomado una cabal
posesión de su territorio, que apenas comienzan a espiar
su geografía, su flora y su fauna. Somos para decirlo en una
frase, gente que tiene por averiguar su cuerpo geográfico
tanto como su alma histórica. Excepción hecha de nuestro
conocimiento de la raza conquistadora difundido por
España, desconocemos terriblemente nada menos que el
tronco de nuestro injerto, al saberlo tan poco del indígena
fundamental, del que pesa con dos tercios en la masa de
nuestra sangre.
(Gabriela Mistral, Origen indoamericano y sus derivados)

Hay tres vertientes de las cuales abreva la espiritualidad


de Gabriela Mistral: El cristianismo popular, la herencia indígena
y el esoterismo occidental. El cristianismo popular, corresponde
a la manera local –del territorio– en que se entiende y practica
el catolicismo, que guarda ciertos rasgos originales, producto de
la historia desde la llegada de los españoles, tal como un árbol
injertado cuya especificidad depende tanto de su origen como de lo
prohijado. Sumado a esto, para Mistral fueron fundamentales sus
intensas lecturas de la Biblia que marcaron su hondura espiritual.
En cuanto a la herencia indígena, aparece muy clara en su diálogo
constante con los seres que habitan su territorio: las Montañas,
que son para ella como sus padres, los antiguos espíritus que todo
lo ven y todo lo cuidan; el Viento, del cual alguna vez dijo que era el
elemento más espiritual de todos y razón de su elección de Mistral
como su apellido (debido una lectura sobre el viento mistral en la
obra del geógrafo Eliseo Reclus); el Agua, sobre la cual prodigó

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muchas de sus poesías. Menciono estos, entre otros Dueños del
territorio que aparecen de forma recurrente en la obra de Mistral.
Lucila Godoy, nombre heredado de Gabriela, proclamaba en
aquellas décadas su herencia indígena, especialmente por vía
paterna, ya que aseguraba que su padre Godoy era un “indio
puro”. Gabriela también estudió y escribió profusamente sobre
las culturas indígenas de América, especialmente la Quechua y la
Mapuche.

Uno de los aportes más importantes de Gabriela Mistral


es su proyecto de redención del mestizo chileno. Según Mistral, es
posible hallar nuestra memoria y herencia negada en medio del
folklore chileno y en la memoria oral, en las historias, prácticas
y tradiciones del campesino. Mistral propone que el folklore
carece de cualquier virtud si no es entendido desde la experiencia
indígena:

no creo que haya una posibilidad de averiguación cabal


de nosotros mismos, sino después de un largo registro
de nuestro folklore...esta lectura folklórica que teníamos
que hacer y que a mi me parece la fiesta más delicada,
más aguda y más cuidada, más escrupulosa, no puede
ir sino junto a un signo muy grande delante del indio. Si
el que está leyendo le dice al indio que lleva adentro, no,
se entontece, se embrutece; pero en cuanto comienza a
decir sí, a aceptar que este anda por su sangre, entonces lo
empieza a ver, y desde que lo empieza a ver toda la fábula
a él se le vivifica, toda la historia de la América entra a
chorros en su cuerpo y la América comienza a existir en
él.
(Gabriela Mistral, Algunos elementos del Folklore Chileno)

En esta propuesta, Gabriela fue una visionaria que


se adelantó en muchas décadas a planteamientos que recién
empiezan a ser considerados marginalmente en el Chile actual,
siendo esta vertiente de su obra, una de las menos notadas.

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Gabriela plantea que el problema del mestizo chileno es el
desconocimiento de su raíz indígena y el ansia de blanqueamiento
–así como el origen del mestizaje en un acto de violencia racial–,
lo que ocasionaría una serie de defectos y/o trabas en su desarrollo
sociocultural y espiritual. En este sentido, el planteo mistraliano
implicaría el reconocimiento de nuestra raíz indígena, por medio
de una larga y profunda indagación de nuestra memoria territorial,
buscando dar relevancia a la parte negada y ocultada. No se trata
de minimizar ni desmerecer el legado hispánico que también es
parte de nuestra herencia; la diferencia reside en que la herencia
hispánica ya es conocida y hegemónica entre nosotros al momento
de narrar lo identitario. En este sentido, el planteamiento de
Gabriela Mistral tiene algún parangón con ciertas posturas en
la América contemporánea, como, por ejemplo, la propuesta de
descolonización de Silvia Rivero Cusicanqui. Tuetues, salamancas,
meicas, piuchenes, son algunos de los temas relevantes del folklore
chileno que hunden sus raíces en nuestra herencia indígena; y si
bien Gabriela Mistral no llegó a concretar en profundidad la tarea
de revisión de nuestro folklore, si colocó la piedra fundacional,
legándonos el desafío. Ella es nuestra inspiración en el día a día,
desde el corral de cerros de Elqui.

Por aquella época, a fines de la primera mitad del siglo


XX, estaban en auge los primeros estudios regionales sobre
arqueología y el estudio de la prehistoria local llamaba la atención
de eruditos e intelectuales criollos. A esto se suma la creación, en
1943, del Museo Arqueológico de La Serena. En este contexto,
Gabriela declaraba sobre una polémica con Ricardo Latchman
quien publicó, en 1928, el primer estudio científico sobre la Cultura
Diaguita Chilena:

Me han contado cosa cómica: el señor Latcham habría


dicho en una conferencia de prensa que yo ‘me he
inventado la sangre india’. El chileno tonto recorre estos
países indios o mestizos declarando su blanquismo. Yo

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sé algo, espero, de mí misma. Por ejemplo, que mi padre
mestizo tenía en su cuerpo la mancha mongólica, cosa
que me contó mi madre; segundo, que mi abuelo Godoy
era indio puro.

La tercera vertiente que influenció la experiencia


espiritual de Gabriela fue el esoterismo occidental, interesándose
por la Teosofía. Paradójicamente, todas estas vertientes
espirituales mencionadas –cristianismo popular, herencia
indígena y esoterismo occidental– forman parte, en la actualidad,
del repertorio común de este territorio del Valle del Elqui, en
que históricamente, convive el catolicismo local con la herencia
indígena y, al menos desde la década del 1940, toda una gama
de grupos esotéricos y orientalistas de distinto tipo que han
encontrado, en esta tierra, un lugar para hacer su base. En la
propia alma de Gabriela entran en juego todas estas vertientes que
se yuxtaponen, a veces en un juego de contradicciones dinámicas.
Gabriela Mistral es un espejo de nuestra tierra; Lucila Godoy es la
Tierra que se piensa a sí misma.

La Madre Tierra

Para Gabriela la vida es una red tejida entre el alma, la


tierra y el cuerpo:

Desde que Dios sopló alma sobre el barro de Adán y


puso ese cuerpo animado en un jardín, se fijó la alianza
perdurable de alma, cuerpo y suelo. El alma pide el cuerpo
para manifestarse y el cuerpo necesita de la tierra para
que ella le sea una especie de cuerpo mayor que le exprese
a su vez y que le obedezca los gustos y las maneras.
(Gabriela Mistral, Conversando sobre la tierra)

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El misterio mismo de la vida solo podría aparecérsele al
ser humano en contacto con la naturaleza, en la vida con la tierra,
viviendo de ella y por ella. Por lo tanto Gabriela se lamenta del
urbanismo moderno y del destino de los niños criados en tal
contexto, desapegados de la tierra. Ya que en sus primeros pasos
el hombre debe aprender a conocer a sus dos madres. No es solo
el conocimiento el que se pierde al separarse de la tierra; según
Mistral, el vigor, la salud y la felicidad dependen de la comunión
del hombre con su tierra. El secreto de la vida, es guardado por
nuestros ancestros, a pesar de la ignorancia del presente:

Hay que saber, para aceptar esta afirmación, lo que


significa la tierra para el hombre indio; hay que entender
que la que para nosotros es una parte de nuestros bienes,
una lonja de nuestros numerosos disfrutes, es para el
indio su alfa y su omega, el asiento de los hombres y el de
los dioses, la madre aprendida como tal desde el gateo del
niño, algo como una esposa por el amor sensual con que
se regodea en ella y la hija suya por siembras y riesgos”.
(El pueblo araucano)

La sombra de Gabriela

Llegué al Valle de Elqui hace unas dos décadas,


impulsado por el interés de descubrir la historia y herencia
Diaguita –un pueblo indígena del Norte Chico de Chile– su pasado
prehispánico y la huella de aquello en el presente. Mi búsqueda
en aquel momento liminal estaba signada por un romanticismo
puritano sobre lo indígena. Era un entusiasta de la arqueología
regional y me maravillaba pensando en encontrar herencias
prístinas, incontaminadas por occidente, un legado detenido en
el tiempo, fosilizado.
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A poco tiempo de llegado, tenía la costumbre de consultar
a los lugareños, por historias de indios, incluso en los contextos más
insólitos, muchas veces dejando atónitos a mis interlocutores. Un
día consulté al chofer de un colectivo, durante el viaje, si conocía
alguna de estas tradiciones que tanto me fascinaban; y, después de
unos segundos de silencio reflexivo, me dijo: “Lo único que sé es
que como por agosto de cada año en el Cerro Mamalluca se forma
la silueta de la cara de Gabriela Mistral”. En aquel momento
me pareció algo sin importancia, debido a mi desconocimiento
sobre la real herencia indígena –más allá de lo romántico y de lo
científico que era los pensamientos que me animaban– y a una
visión normativa de la identidad.

Con el tiempo recopilé varios relatos que apuntaban a


lo mismo: la importancia de los rostros que se ven en los cerros,
tanto en la fisionomía misma de estos como en las sombras que
produce el sol, en sus diferentes posiciones. Al otro lado del Cerro
Mamalluca, hay otra sombra que se produce en determinada época
del año, cuyo rostro humano es explicado en otro relato local que
habla sobre el hijo de un cacique Diaguita (al cual correspondería
el rostro formado por el cerro y el sol) y un mineral de oro oculto
en aquel cerro.

La importancia de los cerros es central en los Andes;


información al respecto abunda por medios de público
conocimiento, tanto en Perú y Bolivia como en el Norte Grande
chileno y el Noroeste argentino. Son llamados de diversas maneras:
Wamanis, Apus, Mallkus o Achachilas. Estas tradiciones explican,
en general, que los cerros son antiguos ancestros primigenios,
fundadores de las comunidades donde se emplazan, poseyendo
una personalidad e historia propia. La veneración a las montañas
forma parte central de la espiritualidad tradicional en los Andes
desde tiempos inmemoriales; esto se verifica a través de ingente
evidencia arqueológica, etnográfica y etnohistórica. Los Señores
Cerros controlan el ciclo del agua y su acción es central para la
continuidad de la vida.
21
En el Valle de Elqui existe una narración tradicional que
explica que los ancestros más antiguos son quienes sobrevivieron
al primer aluvión devastador de la historia. Fueron las pocas
personas que lograron refugiarse en los cerros elquinos. De estos
ancestros primigenios descienden todos los habitantes del Valle
de Elqui; además, estos ancestros son fundamentales por su papel
de garantes de un orden tradicional y fuente de poder para los
hombres que se relacionan con ellos hereditariamente.

Esta manera andina de entender el territorio y la


importancia de sus montañas, la encontramos de manera clara
en los escritos de Gabriela, como el poema al Monte Aconcagua,
y en sus constantes referencias a las montañas elquinas. La
importancia de su obra, para este territorio, es de tal relevancia,
que completó el antiguo camino de los ancestros y su sombra se
eternizó en el Cerro Mamalluca.

Valle del Elqui,


Febrero de 2021

22
LA TIERRA

Niño indio, si estás cansado,


tú te acuestas sobre la tierra,
y lo mismo si estás alegre.

Hijo mío juega con ella...


Se oyen cosas maravillosas
al tambor indio de la Tierra:
se oyen el fuego que sube y baja
buscando el cielo y nos sosiega.
Rueda y rueda, se oyen los ríos
en cascadas que no se cuentan.
Se oyen mugir los animales;
se oye el hacha comer la selva.
Se oyen sonar los telares indios.
Se oyen trillar, se oyen fiestas.

Donde el indio lo está llamando,


el tambor indio le contesta,
y tañe cerca y tañe lejos,
como el que huye y que regresa...

Todo lo toma todo lo carga


el lomo santo de la Tierra:
lo que camina, lo que duerme,
lo que retoza y lo que pena;
y lleva vivos y lleva muertos

23
el tambor indio de la Tierra.
Cuando muera, no llores hijo:
pecho a pecho ponte con ella,
y si sujetas los alientos
como que todo o nada fueras,
tú escucharás subir su brazo
y la madre que estaba rota
tú la verás volver entera.

(Libro: Ternura)

24
MONTE ACONCAGUA

Yo he visto, yo he visto
mi monte Aconcagua.
Me dura para siempre
su loca llamarada
y desde que le vimos
la muerte no nos mata.
Manda la noche grande,
suelta las mañanas,
se esconde en las nubes,
bórrase, acaba...
y sigue pastoreando
detrás de la nubada.
Parado está en el sueño
de su cuerpo y de su alma,
ni sube ni desciende,
de lo absorto no avanza;
su adoración perenne
no se rinde y relaja,
pero nos pastorea
con lomos y llamarada
aunque le corran cuatro
metales las entrañas.
La sombra grave y dulce
rueda como medalla;
ella cae a las puertas,
las mesas y las caras,

25
los ojos hace amianto,
los dorsos vuelve plata,
conforta, llama, urge,
nos aúpa y abrasa,
Elías, carro ardiendo
¡Monte Aconcagua!
Cebrea los pastales,
tornea las manzanas,
enmiela los racimos,
enjoroba las parvas,
hace en turno de Jove,
tempestad y bonanzas
cuenta y recuenta hijos
y de contar no acaba...
Le aguardan espinales
a la primer jornada;
después, salvias y boldos
con reveses de plata,
y a más y a más que sube
el pecho se le aclara:
arrebatado Elías,
¡Elohim Aconcagua!
A veces las aldeas
son de su ardor mesadas
y caen desgranándose
en uvas rebanadas.
Mas nunca renegamos
su pecho que nos salva,
parece sueño nuestro,

26
parece fábula
el que tras de las nubes
su rostro guarda.
¡Elohim abrasado,
viejo Aconcagua!
Yo veo, yo veo,
mi Padre Aconcagua
de nuestro claro arcángel
desciende toda gracia.
Ya se oyen sus cascadas,
por las espumas blancas
la madre mía baja
y después se va yendo
por faldas y quebradas.
¡Demiurgo que nos haces,
viejo Aconcagua!
Di su nombre, dilo a voces
para que te ensanche el pecho
y te labre la garganta
y se te baje a los sueños.
Aconcagua “padre de aguas”,
Aconcagua, duro gesto,
besado del Dios eterno
y del arrebol postrero.
Algo ha en tus manos, algo
que invoca por tus dos pueblos.
“Paz para los hombres, paz”,
bendición para el pequeño

27
que está naciendo, dulzura
para el que muere...

(Libro: Poema de Chile)

28
MONTAÑAS MÍAS
En montañas me crié
con tres docenas alzadas.
Parece que nunca, nunca,
aunque me escuche la marcha,
las perdí, ni cuando es día
ni cuando es noche estrellada,
y aunque me vea en las fuentes
la cabellera nevada,
las dejé ni me dejaron
como a hija trascordada.

Y aunque me digan el mote


de ausente y de renegada,
me las tuve y me las tengo
todavía, todavía,
y me sigue su mirada.

(Libro: Poema de Chile)

29
A VECES, MAMÁ, TE DIGO…

—A veces, mama, te digo,


que me das un miedo loco.
¿Qué es eso, di, que caminas
de otra laya que nosotros
y, de pronto, ni me oyes
y hablas lo mismo que el loco
mirando y sin responder
o respondiendo a los otros?
¿Con quién hablas, dime, cuando
yo me hago el que duerme... y oigo?
Será con los animales,
la hierba o el viento loco.

—Porque todos están vivos


y a lo vivo les respondo.
También contesto a lo mudo,
por ser mis parientes todos.

—Ja, ja, ja, mama, la mama,


calla o me lo cuentas todo.

—Me llamaban “cuatro añitos”


y ya tenía doce años.
Así me mentaban, pues
no hacía lo de mis años:
no cosía, no zurcía,
tenía los ojos vagos,

30
cuentos pedía, romances,
y no lavaba los platos...
¡Ay! y, sobre todo, a causa
de un hablar así, rimado.

—¿Y qué más, qué más hacías?


¡Ve contando, ve contando!

—Me tenía una familia


de árboles, otra de matas,
hablaba largo y tendido
con animales hallados.
Todavía hablo con ellos
cuando te vas escapado.

Pero ellos contestan sólo


cuando no les hacen daño.
No lo hostigó mi Santo
Francisco y les dijo hermanos.

(Libro: Poema de Chile)

31
Pablo Neruda
Parral, 1904 – Santiago de Chile, 1973
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)

Entiendo que comentar a Neruda, aún más desde Chile,


resulta complicado. Se trata, no cabe duda, de una poesía de
evidente calidad y nervio, pero fundada en un ego colosal. No todos
los países llegan a tener una figura tan canónica y, hasta cierto
punto, opresora en su omnipresencia. No percibo, por ejemplo,
que en el Perú pase lo mismo con César Vallejo. Lo canónico de
Neruda se tendría que comparar, en el Perú, con el caso de José
Santos Chocano. De forma semejante a Neruda, Santos Chocano
también era movido a escribir por una vanidad implacable; en
ambos casos, muchas de sus conductas resultan, para decirlo
con suavidad, moralmente poco solventes; ambos fueron poetas
laureados y reconocidos en vida, revestidos de cierta oficialidad; y
los dos tenían una tendencia a la poesía monumental, épica, a la
oda y a la exterioridad, un talante que no penetra hasta la medula
del fenómeno poético. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido
con Neruda, el destino literario de Santos Chocano fue más cruel:
habiendo sido una de las innegables voces del modernismo
hispanoamericano, las siguientes generaciones peruanas, al
abrazar los ideales de la vanguardia, del socialismo, de la revolución
y del indigenismo de forma abrumadora, lo enterraron en un
olvido del que nadie ha podido rescatarlo. Y aunque Chocano
sigue siendo parte de las antologías escolares, no tuvo cultores
en las generaciones posteriores. De igual manera, entiendo que
a las actuales generaciones de la poesía chilena les resulta difícil
acercarse con una mirada prístina y gozosa a Neruda; sin embargo,
negar el aporte y la calidad de Neruda, como yo mismo he hecho
alguna vez, resultaría un despropósito parricida, más propio de la
rebeldía adolescente que de una madurez de criterios. Y digo esto
confesando que mi mayor interés, al menos en las obras literarias
32
de los últimos dos siglos, reside entre aquellos poetas en los que
percibo una saludable coherencia entre obra, vida y pensamiento,
cosa que, por supuesto, no encuentro en el vanidoso y egoísta
Neftalí Reyes.

Buena parte de la poesía de Neruda evoca (aunque pocas


veces de forma enraizada) las fuentes primordiales que posibilitan
la existencia, los elementos fundantes anteriores al surgimiento de
la civilización. A pesar de ser un poeta que ensalza su condición
letrada y reconoce con orgullo la herencia cultural hispánica y
europea, su poética tiene consciencia de que la fuente del canto
genuino es anterior a los logros de la civilización, más antigua
incluso que los primeros nombres, tal como canta en el primer
poema de su monumental Canto General. El verso, en Amor América,
retrograda a la semilla, “antes que la peluca y la casaca” traídas por
los conquistadores, para sobrevolar (más que hundirse) los “ríos
arteriales”, y “la humedad y la espesura” de las que surge el respiro
y el barro bilógico, hasta ensalzar al fulgor sonoro del “trueno / sin
nombre todavía”. Y nos dice, desde esa altura poética, propia de las
águilas y del cóndor tutelar, que el ser humano no está separado
del territorio, ya que somos “barro trémulo”, igual que las vasijas;
y también somos piedra y sílice, porque nuestros huesos tienen un
origen mineral. Se trata, sin duda, de una imaginación arquetípica,
en el sentido entendido por Carl G. Jung y sus herederos. Pero
luego el poeta nos dice, eludiendo un poco lo antes afirmado, que
“las iniciales de la tierra” fueron olvidadas, incluso por el viento;
desconoce así la existencia de algunos sabios indígenas (y tal vez
de los poetas videntes de otras latitudes) que, a pesar del silencio y
de la sangre volcada en las guerras de conquista, aún son capaces
de leer esta “escritura” primigenia de la naturaleza.

Sin embargo, Neruda mismo reconoce que esta lectura


poética del cosmos es una posibilidad: al decir “yo estoy aquí para
contar la historia”, se propone dar cuenta de lo anterior a la historia
misma; y parece sugerirnos que la vocación suprema del poeta es la
de hacernos recordar la luz prístina de aquella “lámpara de tierra”,
33
más arcaica que los códices y crónicas. El poeta, entonces, no ha
de ser solo el cantor de las vicisitudes civilizadas, de las guerras y
opresiones, ni de los delirios y traumas de la psique (al menos no
en un sentido personalista), sino que el canto también ha de dar
cuenta de la historia geológica, de los tiempos primordiales, de
“la paz del búfalo” y de las “azotadas arenas”. Resulta innegable
que, con mayor o menor sinceridad y fortuna, Neruda expresa
que lo americano es indisociable de la conciencia indígena,
del sustrato cultural y espiritual de las naciones originarias. Es
posible, sin embargo, que siguiendo la línea de otros autores
criollos, la exaltación de los pueblos anteriores a la conquista, no
trascienda la proclama romántica, desconociendo por completo
los aportes, creaciones y persistencias de las culturas indígenas
contemporáneas. De forma semejante, también en esto, a José
Santos Chocano, el poeta se presenta como una suerte de “cantor
de América / autóctono y salvaje”, que se sueña descendiente de
un antiguo cacique, del “indio emperador”, del Inka; sin embargo,
no se acerca al indígena vivo, al cual contempla con cierto
menosprecio, y a lo sumo con paternalismo, desde la distancia
letrada. A pesar de ello, la afortunada intuición poética de Neruda
le permite emparentarse con todas aquellas imágenes arquetípicas
de la “aurora humana”; y percibe el corazón del “joven guerrero de
tiniebla y cobre”, el pulso de la “planta nupcial” y la filiación con la
“madre caimán”, evidenciando así el parentesco fundamental del
ser humano con el resto de animales, con las plantas y con las rocas.
Neruda canta, con gozo sensual, continental y épico, a la unidad
con la tierra, con el suelo magnético anterior a que América sea
América, anterior a la espada toledana y a los Estados modernos.
Pero, sin quitar mérito alguno a esta intuición poética, no puede
dejar de señalarse que el prejuicio letrado se cuela y distorsiona
la visión: Neruda concibe lo anterior a España como “tierras sin
nombre y sin números”, desconociendo por completo a las lenguas
indígenas y sus abstracciones matemáticas. Es evidente que para
Neruda ninguna voz supera a la lengua de Castilla.

34
Sin desconocer estas contradicciones y puntos ciegos
en la poesía de Neruda, su presencia en esta breve muestra
resultaba ineludible; Neruda cantó a los vegetales de América, a
los animales, a los minerales, a las aves, a las islas, al océano, a
los ríos. La mujer y madre del poeta, su Musa, es en esencia la
tierra americana, “tatuada por los ríos”. Neruda canta desde una
“noche planetaria”, en la que puede abolir el mediodía de los
opresores, para traernos, desde esa aventura órfica, el recuerdo
de una confraternidad cósmica y anímica. La voz del poeta llega
a hacerse palabra convocante, ya que a su llamado “los ríos
acuden”; el poeta recuerda, gracias a las dinámicas primordiales
de la imaginación, que el lenguaje humano, al liberarse de los
límites prosaicos, es capaz de vincularse con el espíritu de los ríos
y hacerles llegar nuestra intención. Es decir, a contracorriente
del positivismo materialista y de su filiación marxista, el poeta
entiende que el río es un ser vivo, con afecto y consciencia. Y esto,
que desconcierta al intelectual demasiado confiado en los logros
del progreso y de los métodos ilustrados, emparenta a Neruda
(aunque tal vez de forma inconsciente) con las Machi Mapuches,
cuyos sentidos son más sensibles y piensan con el corazón. Es tan
profunda esta intuición en Neruda, que no solo se siente vibrar
en su poesía el cauce fecundo de los ríos de América, sino que
llega a afirmar que el Bío-Bío le enseñó “el lenguaje del canto
nocturno”. Neruda realiza así una supresión de las categorías
ontológicas de la modernidad y sus habituales separaciones; el
senema, para Neruda, no es construcción arbitraria ni artificial,
sino prolongación del territorio, del canto de los ríos y de las aves.

Además, en Neruda hay, sobretodo en el poema


“Minerales”, una anticipación a las denuncias ecológicas, poco
frecuente en su época y aun hoy escasa en la literatura hispánica.
Y se trata de una denuncia sin tapujos a la crueldad minera y a
la codicia por los metales. Tal señalamiento demanda no poca
valentía en un país, como Chile, cuya economía se basa, en buena
medida, en la explotación minera, defendida por políticos de todo

35
el espectro ideológico. Neruda llega a hablar de una “Madre de
los metales”, que es una noción indígena que asegura la vida y
consciencia de las montañas y sus Dueños espirituales; y afirma
que los conquistadores (los de ayer y los de hoy) la “quemaron”,
la “mordieron” y la “martirizaron”. Neruda se refiere a esta Madre
en primera persona, sabiendo que será escuchado, que es su
hijo. Y parece estarle pidiendo perdón por la avidez humana,
que la saquea con una dentadura de “tiburón acechante”, con un
“aguijón ácido” de “fiebre inoculada”, que nada deja en pie y tiñe
de sangre la tierra. Me parece notable que Neruda consiguiera
formular tal denuncia, de evidente carácter político, sin caer en el
panfleto militante y chato.

Uno de los valores superiores de la poesía de Pablo Neruda


es su conciencia rítmica, la cual no suele perder, salvándose así
de la proclama. A diferencia del lenguaje árido de la técnica, los
saberes primordiales se dicen a sí mismos desde una profunda
conciencia rítmica. El ser humano expresa sus anhelos íntimos en
el canto. Y con el canto habla con todos los seres. El ritmo no es
algo exotérico que se nos impone desde afuera, sino pulso y latido
que responden a la profundidad de lo que somos. Cada poeta, en
base a su pertenencia cultural, al temperamento de su lengua,
a la tradición en la que se inserta, tiene un ritmo propio. Pero
también hay algo más en el ritmo poético que nos hace participar
de una corriente vital que nos trasciende. Según Octavio Paz,
“la repetición rítmica es invocación y convocación del tiempo
original”; en el tiempo rítmico del poema coinciden el pasado y
el futuro en un presente absuelto, en un instante pleno, en el que
el ser recupera “la celeste unidad del universo”. El sentir poético,
en su estadio más alto, participa de un ritmo que es interno y que,
a la vez, nos sobrepasa; un ritmo que se expresa de una manera
única en cada poeta, pero que responde al influjo del Espíritu,
de ese mismo aliento rítmico que hace cantar a las aves y señala
las rotaciones sonoras de las esferas celestes. El ritmo es sonido
y también es silencio. La poesía del ser genuino es expresión

36
cultural del Verbo eterno y creador, de la palabra convocante que
alumbró el universo. Lo esencial del ejercicio poético es expresar
lo inexpresable, dar voz a lo inaudible, permitir que se exprese lo
innombrable.

CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha,


Ucayali, Perú
Octubre de 2020

37
AMOR AMÉRICA (1400)

Antes que la peluca y la casaca


fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado


del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.


Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

38
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.

Yo, incásico del légamo,


toqué la piedra y dije:
¿Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América,


estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.

(Libro: Canto General)

39
LOS RÍOS ACUDEN

Amada de los ríos, combatida


por agua azul y gotas transparentes,
como un árbol de venas es tu espectro
de diosa oscura que muerde manzanas:
al despertar desnuda entonces,
eras tatuada por los ríos,
y en la altura mojada tu cabeza
llenaba el mundo con nuevos rocíos.
Te trepidaba el agua en la cintura.
Eras de manantiales construida
y te brillaban lagos en la frente.
De tu espesura madre recogías
el agua como lágrimas vitales,
y arrastrabas los cauces a la arena
a través de la noche planetaria,
cruzando ásperas piedras dilatadas,
rompiendo en el camino
toda la sal de la geología,
cortando bosques de compactos muros,
apartando los músculos del cuarzo.

(Libro: Canto General)

40
BÍO-BÍO

Pero háblame, Bío-Bío,


son tus palabras en mi boca
las que resbalan, tú me diste
el lenguaje, el canto nocturno
mezclado con lluvia y follaje.
Tú, sin que nadie mirara a un niño,
me contaste el amanecer
de la tierra, la poderosa
paz de tu reino, el hacha enterrada
con un ramo de flechas muertas,
lo que las hojas del canelo
en mil años te relataron,
y luego te vi entregarte al mar
dividido en bocas y senos,
ancho y florido, murmurando
una historia color de sangre.

(Libro: Canto General)

41
MINERALES

Madre de los metales, te quemaron,


te mordieron, te martirizaron,
te corroyeron, te pudrieron
más tarde, cuando los ídolos
ya no pudieron defenderte.
Lianas trepando hacia el cabello
de la noche selvática, caobas
formadoras del centro de las flechas,
hierro agrupado en el desván florido,
garra altanera de las conductoras
águilas de mi tierra,
agua desconocida, sol malvado,
ola de cruel espuma,
tiburón acechante, dentadura
de las cordilleras antárticas,
diosa serpiente vestida de plumas
y enrarecida por azul veneno,
fiebre ancestral inoculada
por migraciones de alas y de hormigas,
tembladerales, mariposas
de aguijón ácido, maderas
acercándose al mineral,
por qué el coro de los hostiles
no defendió el tesoro?

Madre de las piedras

42
oscuras que teñirían
de sangre tus pestañas!
La turquesa
de sus etapas, del brillo larvario
nacía apenas para las alhajas
del sol sacerdotal, dormía el cobre
en sus sulfúricas estratas,
y el antimonio iba de capa en capa
a la profundidad de nuestra estrella.
La hulla brillaba de resplandores negros
como el total reverso de la nieve,
negro hielo enquistado en la secreta
tormenta inmóvil de la tierra,
cuando un fulgor de pájaro amarillo
enterró las corrientes del azufre
al pie de las glaciales cordilleras.
El vanadio se vestía de lluvia
para entrar a la cámara del oro,
afilaba cuchillos el tungsteno
y el bismuto trenzaba
medicinales cabelleras.
Las luciérnagas equivocadas
aún continuaban en la altura,
soltando goteras de fósforo
en el surco de los abismos
y en las cumbres ferruginosas.

Son las viñas del meteoro,


los subterráneos del zafiro.

43
El soldadito en las mesetas
duerme con ropa de estaño.

El cobre establece sus crímenes


en las tinieblas insepultas
cargadas de materia verde,
y en el silencio acumulado
duermen las momias destructoras.
En la dulzura chibcha el oro
sale de opacos oratorios
lentamente hacia los guerreros,
se convierte en rojos estambres,
en corazones laminados,
en fosforescencia terrestre,
en dentadura fabulosa.
Yo duermo entonces con el sueño
de una semilla, de una larva,
y las escalas de Querétaro
bajo contigo.
Me esperaron
las piedras de luna indecisa,
la joya pesquera del ópalo,
el árbol muerto en una iglesia
helada por las amatistas.

Cómo podías, Colombia oral,


saber que tus piedras descalzas
ocultaban una tormenta
de oro iracundo,

44
cómo, patria
de la esmeralda, ibas a ver
que la alhaja de muerte y mar,
el fulgor en su escalofrío,
escalaría las gargantas
de los dinastas invasores?

Eras pura noción de piedra,


rosa educada por la sal,
maligna lágrima enterrada,
sirena de arterias dormidas,
belladona, serpiente negra.
(Mientras la palma dispersaba
su columna en altas peinetas
iba la sal destituyendo
el esplendor de las montañas,
convirtiendo en traje de cuarzo
las gotas de lluvia en las hojas
y transmutando los abetos
en avenidas de carbón).

Corrí por los ciclones al peligro


y descendí a la luz de la esmeralda,
ascendí al pámpano de los rubíes,
pero callé para siempre en la estatua
del nitrato extendido en el desierto.
Vi cómo en la ceniza
del huesoso altiplano
levantaba el estaño

45
sus corales ramajes de veneno
hasta extender como una selva
la niebla equinoccial, hasta cubrir el sello
de nuestras cereales monarquías.

(Libro: Canto General)

46
Óscar Castro Zúñiga

Rancagua, 1910 – Santiago de Chile, 1947


(Selección y comentarios de Pedro Favaron)

Para Óscar Labarca Caro,


sabio artesano de Rancagua
que recuerda su pertenencia a la tierra.

Óscar Castro es el escritor más honrado de la ciudad


de Rancagua, capital de la provincia de Cachapoal. Es probable
que el nombre de Rancagua sea una toponimia mapudungun,
que significa región de las rancas (planta oriunda de Chile y de
Argentina). Aunque poco conocido fuera de Chile, su literatura
es comúnmente enseñada en los colegios; y en su región, hay
plazas y liceos con su nombre. Se trata de una querencia rural,
en la que ha primado, por muchos años, la cultura campestre de
los jinetes criollos, de los huasos campesinos y de las chinas, los
rodeos, los ponchos y la cueca. Este apego criollo al territorio, con
amor al caballo y a las plantas, se trasluce, notoriamente, en la
poesía de Oscar Castro de forma fina y acabada. Sus versos son
de evidente raigambre hispánica y popular, con maestría en la
métrica y la versificación. Su vocación autodidacta se manifiesta
en un amor profundo por la libertad, en relación bucólica con la
tierra como fuente de verdadera emancipación psíquica, espiritual
y cultural. Tiene, por otra parte, una profunda influencia de la
obra poética de Federico García Lorca y del cancionero popular.
Frente al vanguardismo cosmopolita de Vicente Huidobro, cuyo
reconocimiento continental y europeo le daba una preponderancia
entre las élites letradas, la poesía de Oscar Castro se decanta por la
claridad regionalista, por una transparencia matinal y un sencillo
vitalismo, ajeno a todo decadentismo y hermetismo. La suya es una
confianza casi plena en la naturaleza de las cosas y en la palabra
47
desnuda. Y una tendencia lírica y diáfana de fina sensibilidad
musical. Y cuando se decanta por la denuncia social, por la defensa
del campesino, lo hace libre de rencor y resentimiento; lo suyo
es una entrega total a la belleza, incluso cuando su voz impreca
contra la crueldad.

Aunque Oscar Castro suele ser considerado uno de


los escritores emblemáticos del criollismo chileno, no sin
cierta razón, su obra sobrepasa esta categoría. En su poema
Descubrimiento de América muestra una conciencia indigenista
que es digna de resaltar, sobre todo si tomamos en cuenta
la mentalidad hegemónica contraria a lo indígena entre las
élites ilustradas y la poca participación de lo indígena en la
construcción simbólica de lo nacional. No es cosa menor que la
capital de Chile lleve el nombre de San Santiago, patrón de guerra
para los españoles católicos, quienes se lanzaban, antes de 1492,
contra los guerreros musulmanes al grito de Santiago Matamoros,
y que en América fue convertido en Santiago Mataindios,
protector de los conquistadores en su lucha contra los “infieles”.
A contracorriente del pensamiento hegemónico, Castro propone
que la historia de Chile debe remontarse al alba para “empezar de
nuevo”, “ir al origen puro sin conceptos ya hechos”, desligándose
de prejuicios, discriminaciones y construcciones eurocéntricas;
solo libres de tales deformaciones conceptuales, podrá beberse
de lo indígena, asumiéndolo como la raíz de toda posible
sanidad, vigor y autenticidad cultural. Las relaciones espirituales
y amorosas de las naciones originarias con la geografía son el
sustrato geológico más hondo del alma chilena, cuya negación
solo puede traer desconcierto y debilidad. Hay que volver a nacer
desde el “vientre claro” de esa “América no descubierta” aún por
la ciudad letrada, en la que “extranjeras palabras definen gestos
nuestros”; la América negada, avasallada, reprimida, aquella que
no podemos contemplar por “no saber usar nuestros ojos”, por no
saberla ver en su fuerza genuina y en su hermosa e irreductible
singularidad. Pero ese influjo del territorio persiste en vitalidad

48
y creatividad en lo más hondo de nosotros. Se trata de volver a
recobrar el pálpito propio e indómito de América, que no ha
podido ser completamente disciplinado por la razón instrumental
de la modernidad ilustrada, y que conserva un “idioma cantador”
capaz de hablar con las montañas y el cielo. Es el eterno femenino
de América que nos convoca, con su magnetismo telúrico, pero
cuyo llamado rechazamos sedientos de cobre y oro. Y desde Chile,
en recuerdo al amor omniabarcante de Walt Whitman, Castro
expande su canto a la totalidad del continente fecundo, “la América
de los grandes ríos y las montañas grandes”. Si escucháramos a
la tierra, y nos aliáramos con ella, no solo probaríamos del sabor
implacable de sus múltiples frutos, de la piña y del maíz, y nos
extasiaríamos con el canto de sus aves en la pura mañana, sino
que desde el geomagnetismo americano también nos alzaríamos
a beber “leche de cielo en la cumbre del Aconcagua”, la nutricia
del oxígeno limpio. El cantor del poema de América, ligado a la
tierra, a las cumbres y al cielo, es un Zaratustra vernáculo.

Este cantor americano, valiente y severo, noble y rústico,


conoce el grito de la tierra cuando se hunde el arado. No huye a
las rudas labores matinales y agrarias, sino que en ellas encuentra
una puerta de acceso a la vida plena, simple e iluminada. Conoce
el habla de los campesinos y de los jinetes, y en ella encuentra los
recursos necesarios para expresar las honduras de su pensamiento.
No necesita forzar los acentos ni aplicar artificios exóticos. Su
canto no se separa del pueblo, no es de élites sofisticadas ni de
vano despliegue erudito, sino que a través de su palabra cantan
las generaciones de los labriegos: cantan las mujeres campesinas,
sabias, fuertes y fecundas (“hembras del pecho en dos racimos”,
capaces de parir hijos solas, en sus propias casas, para luego volver
a las faenas del campo aun dando de lactar a sus hijos) y también
cantan los “firmes varones solitarios”, los humildes campesinos de
alpargatas que comulgan con los elementos y entregan su fuerza
en las duras faenas ganaderas y agrícolas, para traer la cosecha a
casa. En los antiguos hombres y mujeres de campo, en el ejemplo

49
de los antepasados, encuentra Castro la más sublime y terráquea
sabiduría, a la vez trascendente e inmanente: “Ellos hablaban con
Dios vivo / en el mensaje de los cardos/ y conversaban con el agua
/ en el lenguaje de los pájaros”. La complementación de los huasos
campesinos de antaño con la tierra era completa y perfecta, en
dialogo perpetuo, de innegable herencia indígena; de tal raíz
autóctona y de sensibilidad acrecentada, aprendieron a escuchar
la voz de los cardos, el lenguaje secreto de las aves y del agua. Y
es de especial importancia en estos versos la figura de la madre,
la que, como toda madre indígena, sabe hablar con las plantas
perfumadas y conocer sus secretos medicinales: “En el silencio
de mi madre / dormía el yuyo de los campos, / la yerba-luisa, el
toronjil, / el vaso blanco de los nardos”. No conviene, entonces, en
loca carrera moderna, de estirpe parricida, descartar y hacer mofa
de los antiguos, ya que en esos saberes se halla la semilla de un
posible vida auténtica y saludable. “Sabiduría de mi sangre”. No le
conviene a la nación construirse de espaldas al territorio, olvidar
el saber campesino y la innegable fuente americana, ya que eso es
negarse y reprimirse a sí misma.

Toda la sabiduría del campesino surge de aliarse con la


tierra. El hombre de campo es él mismo “casi tierra, / casi claridad,
/ casi transparente / rama de verdad”. La verdad de la rama
no le viene de autónomo solipsismo, sino de su vínculo con el
tronco, que la sostiene; y de las raíces, que extraen sus nutrientes
del suelo y de la lluvia; y de elevarse hacia el cielo para captar,
como una antena cósmica, el alimento lumínico. El árbol, al
igual que el campesino, entra en una comunicación espontanea,
en su simpleza esencial, con la totalidad de los elementos que
posibilitan la vida. No está separado del mundo, sino que se realiza
en sus relaciones, en lo interno del aro sagrado. Y aunque el viejo
campesino nunca conoció el mar, ni salió en largos viajes, ni leyó
muchos libros, se conoce a sí mismo y conoce su raíz, material y
espiritual. Y conocerse a un mismo, como afirma el libro del Tao Te
King, es la verdadera sabiduría: el sabio conoce los fundamentos

50
de la existencia sin salir de casa, escuchando a las piedras, a los
grillos y a la albahaca, desde su propio latido afectivo; y aprende
de la cabra, solitaria en la montaña, una perdurable metáfora y
un canto arisco y alegre, rebosante con el agua de vida, como el
manantial de altura, abundante de fe y de presencia divina, un
amanecer de limones, una vida vivida como si la existencia fuese
sagrada. Y bien que lo es, a pesar de que la primacía técnica de
la modernidad quiera hipnotizarnos y arrebatarnos el alma,
para hundirnos en la depresión y el sin sentido. En un tiempo
en el que buena parte de los versos que se escriben se recrean
en estériles juegos del lenguaje (solo aptos para gente muy
inteligente e iniciada), o en una literatura del desasosiego, del
psicologismo y el sin-sentido, y cuando la humanidad es ajena a
la experiencia prístina de lo poético, conviene volver a la simpleza
clara y apacible de Oscar Castro. A su íntimo entrelazamiento con
el territorio, a su admiración hacia los saberes indígenas, y a la
reminiscencia de nuestra participación, en tanto hijos de América,
en la indigeneidad (entendida, ante todo, como estado espiritual y
de conciencia, en conexión con el resto de seres vivos). No puede
ser que olvidemos (o tomemos cínicamente por infantil y pueril)
que la labor de los poetas auténticos, en estos tiempos cibernéticos,
ha de ser recordar a la humanidad su pertenencia a la tierra y su
participación de lo sagrado. De lo contrario, la poesía seguirá
agonizando en camarillas secretas que solo sirven para regocijar el
ego de sus tristes cultores. Y su voz no dirá aquella verdad vital que
la modernidad transhumanista, proclive a imaginar desalmadas
distopías positivistas, precisa escuchar.

CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha,


Ucayali, Perú
Febrero 2021

51
DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

Habría que empezar de nuevo.


Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos la América no descubierta,
la América del vientre claro y los jocundos pechos,
la América con su propio idioma cantador,
galopando su libertad de yegua joven bajo cielo.

Tenemos cuatro siglos de invasiones.


No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
—amalgama de gritos y protestas—
surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres.

América. Digo: la América de los bananos,


y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
La América que pare abundancia.
La América de los grandes ríos y las montañas grandes.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre.
La América, si, la América que no necesita nodrizas,
porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua.

No la escolar América sabida por los mapas:

52
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador de muelles,
y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es la América, hermanos.

Es pura la mañana. Cantan los pájaros.


Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir la América nuestra.
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.

(Libro: Viaje del alba a la noche).

53
RAÍZ DE CANTO

Conozco el habla de los hombres


que van curvados sobre el campo
y el grito puro de la tierra
cuando la hienden los arados.

Conozco el trigo que madura


—sol en monedas acuñado—
y las mujeres que transportan
su llamarada entre los brazos.

Generaciones de labriegos
van por el cauce de mi canto;
hembras del pecho en dos racimos,
firmes varones solitarios.

Ellos hablaban con Dios vivo


en el mensaje de los cardos
y conversaban con el agua
en el lenguaje de los pájaros.

Un abuelo de mis abuelos


era padrino de los álamos.
Otro acuñaba lunas nuevas
al levantar su hoz en alto.

En el silencio de mi madre

54
dormía el yuyo de los campos,
la yerba-luisa, el toronjil,
el vaso blanco de los nardos.

Todos me cantan pecho adentro;


van por mi sangre río abajo;
giran en trilla de jacintos
por mi silencio deslumbrado.

La tarde pura de mi verso


tiene gavillas y ganados,
porque aún miran con mis ojos
los que sembraron y sembraron.

Cuando galope cielo arriba


sobre mi yegua de topacio,
es que me tiene desvelado
mi sementera de los astros.

Conozco el grito jubiloso


del trebolar recién regado
y ese licor que se derrama
desde las copas del zapallo.

Sé del lagar, sé de las viñas


y de los mostos fermentando,
y sé de Baco que solloza,
borracho azul, entre los pámpanos.

55
Sé de las lentas escrituras
del humo gris sobre los ranchos;
del viento sur cuyo relincho
puebla la noche de caballos.

Sé de la harina mañanera
que agosto vuelca de un cedazo
y de los pozos que gotean
en un crepúsculo de cántaros.

Sabiduría de mi sangre
donde los llantos fermentaron.
Sabiduría de mi pecho.
Sabiduría de mis manos.

Lento, en la tarde silenciosa,


por este surco voy pasando;
surco sutil hecho en el tiempo
con el arado de mi canto.

Tengo de greda hecha la frente.


De greda tengo mis dos manos.
Sabiduría de mi sueño.
Sabiduría de mi tacto.

Porque conozco y sé la tierra,


viviré siempre deslumbrado
y conversando iré por ella
con la semilla y con el árbol.

56
Si de repente me muriera,
como se cae un campanario,
retemblarían las campiñas
en un galope de centauros.

(Libro: Viaje del alba a la noche).

57
PEQUEÑA ELEGÍA

Por el valle claro


vienen a enterrar
al hombre que nunca
divisó la mar.

Era un campesino
de lento mirar
mediero tranquilo
de la soledad.

Cosechó los trigos


de ajena heredad
y se fue apagando
corazón en paz.

Era casi tierra,


casi claridad,
casi transparente
rama de verdad.

Tuvo una alegría:


la de cosechar.
Tuvo una tristeza:
ya no sabe cuál.

Por el valle claro

58
lo despedirán
tréboles y alfalfas
de verde mirar.

Aguas del estero


dirán un cantar
por el campesino
que nunca vio el mar.

Cuando lo sepulten,
alguien llorará.
y en el valle puro
todo será igual.

(Libro: Rocío en el trébol).

59
LA CABRA

La cabra suelta en el huerto


andaba comiendo albahaca.

Toronjil comió después


y después tallos de malva.

Era blanca como un queso,


como la luna era blanca.

Cansada de comer hierbas,


se puso a comer retamas.

Nadie la vio sino Dios.


Mi corazón la miraba.

Ella seguía comiendo


flores y ramas de salvia.

Se puso a balar después,


bajo la clara mañana.

Su balido era en el aire


un agua que no mojaba.

Se fue por el campo fresco,


camino de la montaña.

60
Se perfumaba de malvas
el viento, cuando balaba.

(Libro: Viaje del alba a la noche).

61
ROMANCE DEL HOMBRE NOCTURNO

Mi yegua subía, lenta


con firmes pasos de bronce.
La noche de crucifijos
fulgía sobre los montes.

Andaba el agua desnuda


En claras conversaciones
Con los grillos y las piedras
Y las huidas canciones

‘ Es mala la noche amigo,


y en el monte andan ladrones’

¡Buen viejo!, me lo decía


allá en el campo de trojes
y un sobresalto rondaba
por sus pupilas de azogue.

Pero era buena la sombra


Madura de oros y olores
¿Miedo?, mi yegua era firme
y yo llevaba un revolver en el cinto
y en el pecho, un ancho
corazón de hombre.

Sin embargo, sin embargo,

62
mi mano sobresaltose.
Cuatro jinetes venían,
Pausados bajando el monte.
Los vi recortarse, negros
Contra las constelaciones.

Mi bestia irguió las orejas


en agudos aguijones
Y la estría de un lucero
Rieló sobre mi revolver.

¡Quién va!

Los vi detenerse,
y mi voz multiplicose
rebotando en los picachos
como en cojín de resortes.

Cruzaba en ese momento


un paso de angostos bordes:
A la derecha, el abismo,
tinta o residuo de noche;
adelante, los jinetes;
a la izquierda —muro— el monte.

Seguí avanzando en la sombra,


hacia las sombras inmóviles.
traspuesto el paso difícil,
me tropecé con sus voces:

63
—¿Adónde marcha el amigo?
—Al pueblo de más al norte.

Me esperan mi vieja madre


Y mis hermanos menores.
Los dejé un día de marzo;
Cinco años van desde entonces.

Ancha mi voz y serena;


La suya opaca y de cobre
Miré brillar las pupilas
en un fulgor de emociones.

—Acompañaré al amigo
hasta que trasponga el monte.

Cinco jinetes tomaron


Rumbo a las constelaciones
Bajaron cinco jinetes
Con firmes pasos de bronce.

Cuatro pararon de pronto


Y el otro siguió hacia el norte,
Después de estrechar las manos
Tendidas de los cuatro hombres.

Clareó más tarde en el cielo.


Amanecer de limones.
Palabras de agua liviana.

64
Pájaros madrugadores

Cerca, maitenes y boldos;


lejos, Rancagua y sus torres;
y entre sus casas, mi casa,
con ciruelos y parrones
¡y mi madre con sus ojos
de mares y horizontes!

Detrás el recuerdo grande


de un bandido que era un hombre.

(Libro: Camino en el alba).

65
Violeta Parra Sandoval
San Fabián de Alico, 1917 – Santiago de Chile, 1967
(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Se me pide que diga con urgencia a la


portentosa Violeta Parra que conocí.
A esa no se la dice: se la es.
Por esencia esencial se la es, y eso le consta al eje de la tierra.
A la otra única que se la es y se la sigue siendo
por fundadora y mágica es a la Mistral,
por rotación y traslación, por incesantemente y necesaria.
Son distintas, cada una en su luz, pero en las dos arde
el mismo Chile, el permanente, el cataclístico de oleaje y piedrerío:
dos genias de pensar y de decir, de hilar y deshilar
el villorrio-mundo que es América.
(Gonzalo Rojas, 1985).

El respeto internacional por Violeta Parra conduce a


especialistas en su obra y a espontáneos estudiosos, a abordar
metodológicamente y de forma variada la densidad con que
la cantora abraza la belleza de la vida. Allí donde su alma
posee la delicadeza del junco4, la existencia del mundo es un
poema, melodía o rizoma; en él, Violeta estampa la reflexividad
con que su pensamiento lírico proporciona en la esfera de las
representaciones afectivas, los mismos beneficios de composición
coherente de todas las interrelaciones del género humano con el
universo; tal como lo anhelan la astronomía o la geometría.

Críticos y poetas como Rosabetty Muñoz, Nicanor Parra,


Pablo Neruda, Pablo de Rokha y hasta el mismo José María
Arguedas, insistieron en la lucidez de la artista para reconciliar
los elementos de lo indio, lo popular, lo campesino, lo negro, lo

4. Juncus prucerus, planta chilena nativa.


66
folclórico, en matices propios de una obra plenamente original.
Según dijo Arguedas en 1968, Violeta Parra “es lo más chileno que
yo tengo la posibilidad de sentir; sin embargo, es al mismo tiempo,
lo más universal que he conocido en Chile (…) allí se encuentra
la palpitación de la gente más pretérita”. No existe contradicción
entre lo uno y lo múltiple en las manifestaciones visuales,
materiales y escritas de la artista; más bien, es en atención a una
conciencia ecuménica —en la amplitud de la palabra— que
Violeta desbordó sus instrumentos, sean estos la poesía, el canto
o la plástica (pinturas y bordados en arpillera) en un sentido
potencial, desplazando tales lenguajes y mixturando sus códigos.
Toda su obra moviliza las imágenes primeras, las emociones, el
devenir y las memorias de los pueblos reunidos con la flora, fauna
y geografía continental.

El potente imaginario de la cantora permitió a lo


popular desprenderse matricialmente y exhibir la experiencia
de su novedad bajo una expresión cuasi evasiva, inscribiendo y
borrando la tradición para extender cada vez más, una aureola
mayor poblada de composiciones originales e intertextos con
los que recreó o se apropió de lo vernáculo y del canon de la
época. Primordial y con el tiempo, su labor le permitió captar la
sensibilidad poética del territorio chileno en sus cantos y oralidad
indígena, en la tradición campesina, en la música religiosa y, a
su vez, conciliar estas expresiones con pervivencias de la trova
francesa o árabigo-andaluza, tal como afirma Paula Miranda en
su libro sobre Violeta. Parra produjo una obra creativa, rebelde
y sincrética, capaz de percibir las tramas de la historia global,
abriendo nuevos caminos desde la tradición.

En constante vigilia respecto del avenir, la estética


personal de la artista se orientó también hacia la renovación de
todas las voces en tensión planetaria. Es esta oxigenación violenta
en sus composiciones lo que nos asombra; sus repertorios poéticos,
tal como la errante Violeta, vagabundos corren desparramando
triguito y repasando los pormenores de pájaros, flores y la entera
67
existencia; hay en su obra un conjunto complejo de dinamismos
y contagios, de transformaciones y simbiosis: gavilán me sacó las
entrañas. / En el monte quedé abandonada, / me confunden los siete
elementos5. Instalada en el linde de la galaxia, es ella misma cantora
heterogénea desbordando las materias poéticas, sucesivamente,
hasta llegar a la infinidad en que sus tonadas, cuecas, centésimas
y bordados, devienen entre edades, géneros y reinos. Algunas
veces la palabra misma es forma sustancial: le abrí mi canto y en mi
vihuela / lo repitió el bordón; en otras, participa de una agitación que
no se reduce a la voz de la poeta, sino, tal como el filósofo francés
G. Deleuze reparara, el sujeto es pasible de una adición que le
evapora o le condensa en un cuerpo o un conjunto de cuerpos
cartografiados. Al respecto, nos tocan los conjuntos de imágenes
poéticas que a su vez forman parte de la conciencia creadora de la
artista; estos conjuntos se constituyen unos en los otros a su vez,
bajo relaciones y pasiones estrechas: Arriba está el cielo brillante de
azul, / abajo, la tribu al son del cultrún / le ofrece del trigo su primer
almud / por boca de un ave llamado avestruz.

Ávido de imágenes, todo lo vivo —también lo muerto—


invoca la libertad en la obra de Violeta, sus variadas rítmicas y
cromáticas, marchas y reposos, que hermanan a la poeta con
el ternero, al indígena con el árbol de mañío, al ostinato que
interpreta la vihuela con el trino de la voz poética. Los poemas
de Parra son ante todo afectivos; en ellos los mundos animales,
vegetales y espirituales recogen las capacidades de cada ser,
otorgándoles presencia, posibilitando afectar y ser afectados, y,
en definitiva, conseguir la más alta naturaleza: deshojo un blanco
manzanillón: / si me quiere mucho, poquito o nada, / tranquilo queda mi
corazón.

Desde su estancia poética, animales y plantas


medicinales conocen la palabra indistinta, y celebran estar

5. Fragmento de “El Gavilán”, en Yo canto a la diferencia (Poemas escogidos).


Valparaíso: Editorial U.V, 2016.
68
albergados como filigranas preciosas, cubiertos de la luminosidad
bajo los movimientos del cielo; son partículas de algún verano, de
un astro en alta voz, de un pejerrey en las manos de un niño, de
un canto de canario o tañido de guitarra; en ellos el movimiento
y el sosiego vehiculan la metamorfosis poética y aérea de los
elementos, y la poeta lee direccionalmente la empatía que el
entorno le proporciona, especular a sus vivencias. El ecosistema
se transforma y se presenta inopinadamente en tanto índice:
Amiga del solitario / lucero de la mañana / y de la brisa temprana / que
brilla como rosario6; también a la manera de una señal o mensaje:
¡Por Dios, qué barbaridad! / repite tarde y mañana; / afuera canta la
rana / con mucha severidad7; o una despedida: Dios ha llamado a la
diosa / a su mansión tan sublime. / De sur a norte se gime / se encienden
todas las velas / para alumbrarle a Gabriela8. Razón natural, modo
de conocer del entorno al que Violeta atiende, y a través del que
por momentos anticipa, quizás, el sabio consejo ctónico al que
regresan los deseos de la humanidad.

6. Fragmento de “Amigos tengo por ciento”, En toda Violeta Parra.Ibid.


7. Fragmento de “Así creció la maleza” en Décimas. Autobiografía en versos
chilenos. Santiago: Ediciones Nueva Universidad. Universidad Católica de
Chile y Editorial Pomaire, 1970.
8. Fragmento de “Hoy se llora a Chile”. A Gabriela Mistral, “verso por
despedida”. Ibid, 1976.
69
Weyeli ñi piuke
Kuifikeche ñi dungunmew
Rofülenew ina
Kachill kütral9.

(Leonel Lienlaf, 2003).

Antiguas Palabras.

Uno de los tópicos más relevantes de la obra de Violeta


Parra, entre los múltiples contenidos y filiaciones de ésta, es el
de la experiencia de producción e investigación con el pueblo
mapuche de la Región de la Araucanía, particularmente con la
autoridad espiritual Machi, María Painén Cotaro de la comunidad
de Millelche, sumando a seis cantoras y un cantor de la zona de
Lautaro. Al prestar atención a las prácticas que produjeron los
textos El Gavilán, Es una barca de amores y El guillatún y los cuarenta
cantos grabados el año 1958 en mapuzungún, la labor de Violeta
ha rectificado nuestra concepción de la cultura indígena a lo largo
del siglo. Constituye un espléndido ejemplo del lazo ineludible
entre una auto exigencia y erudición acerca del mundo campesino
y la integridad con que los pueblos indígenas ejercen su historia
cultural. Ya tempranamente la poeta conoció la ruralidad palpando
la profunda espiritualidad que, aún a mediados del siglo XX,
el pueblo chileno mantenía con la tierra. Violeta, por entonces,
no solo registró su existencia en un presente cotidiano lleno de
recuerdos, sino que escribió también acerca de su presencia como
sujeto discursivo. El encuentro de Violeta Parra con el pueblo
mapuche subrayó en su creación una poiesis nueva, cercana a la
9. Konpanpun. En antiguas palabras / navega mi corazón / y me abraza / cerca
del fuego.
70
vida en equilibrio entre todos los elementos.

Pensar a esta poeta precisa de un gesto que reúna lo que


representan sus escritos, las formas y soportes de éstos, así como
las maneras de intercambio de sentimientos y conocimientos con
la recepción, la alteridad y lo sagrado. La honda comprensión sobre
la lengua y el eje filosófico de su pensamiento y comportamiento
expresa la activa compenetración de Violeta con la bio-estética
indígena y su fertilidad de estímulos. Ante la miseria, el canto
mapuche florece en la poeta, con un alcance absoluto de arraigo
y agradecimiento a la vida, amor por la familia y preservación
de los vínculos comunitarios. En El guillatún, observamos dicha
poética expresarse en la realidad de lo sagrado mediando el ritual,
las imágenes y la música como materias que abren y robustecen la
conciencia. La palabra e imagen primeras que Parra emplea en el
poema son tomadas del espíritu humano: la machi repite la palabra
“sol”/ y el eco del campo le sube la voz.

Las condiciones sensibles en que Violeta compone


su poética adhieren al subsuelo, al suelo y al espacio aéreo; a
la alegría del pueblo, a la música y al saber que habita cada
existencia: cogollo de toronjil, / cuando me aumenten las penas, / las
flores de mi jardín / han de ser mis enfermeras. Es el canto manifiesto
y revelador de los conocimientos10 aprendidos con el Wallmapu11;
canto12 sanador, una traza de luz en el territorio nacional. Esta
expresividad emotiva es eminentemente ecológica e intercultural.
Su obra reconoce la variedad de géneros y subgéneros de la música
mapuche, de los lenguajes de la tradición y sus sincretismos. Su
labor no es meramente la de compendiar expresiones etnográficas,
sino, ante todo, la de iniciar un sistema de relaciones estéticas y
epistemológicas en las que el mundo mineral se comunica con
lo somático en tanto conocimiento; no es de extrañar que, al

10. “Kimvn”, en lengua mapuche.


11. Totalidad territorial mapuche, involucra a Chile y Argentina como a los
planos etéreos y espirituales en una tangente vertical a la tierra.
12. “Vl” en lengua mapuche.
71
igual que Mistral, la cantora recogiera la figura del mestizo —
contra las pretensiones eurocéntricas del proyecto nacional y
modernizante— estableciendo su ascendencia indígena como
lugar de enunciación.

En las hojas que bailan, en el humo gozoso de la brasa,


en la fuerza del viento, la palabra mapuche encuentra su razón;
la palabra es reflejo espiritual y latido de todo lo que existe. En la
obra de Violeta Parra, estos conocimientos preservan la oralidad
ancestral y abundante en artes discursivas; recopila la experiencia
onírica y el pensamiento inspirado de los relatos, cantos y
narraciones con cariz histórico, espiritual-medicinal, y natural.

La obra de la artista testimonia la trascendencia dialógica


y relacional del protocolo social originario: parlamentar y cantar
tiene el propósito de dar sentido a la experiencia a través de la
locución respetuosa y tranquila con un otro, en una suerte de
oscilación hacia la existencia ilimitada. Tal como los actuales poetas
mapuche, Violeta se nutrió de palabras antiguas de solidaridad y
anuncios que ciñen a distintos seres y recorren espacios terrenos
y sutiles: Es una barca de amores / que va remolcando mi alma / y va
anidando en los puertos / como una paloma blanca. Las imágenes
de fuerte contenido emotivo se sumergen en la cosmogonía
ancestral del instante poético, “sin aceptar el tiempo del mundo
que reduciría la ambivalencia o la antítesis y lo simultáneo a
lo sucesivo” (Bachelard). En su acepción temporal, la barca
amorosa nos devuelve a la reconfortante agua materna, símbolo
de reposo universal; donde las almas descansan en el azul cielo
reintegrándose al infinito. La rosa del corazón es una prolongación
natural hacia lo cósmico y circular. Las aguas preceden a toda
forma creada.

Violeta Parra ha augurado la comprensión entre mundos,


la bienhechora amistad entre hombres y hierbas, el descanso
en el verde, el lar análogo al sueño inmortal de la crisálida. Las
composiciones de la artista extienden nuestra esfera ética a todo
72
lo viviente y encomian la identidad humana a partir de su relación
con lo animal, vegetal, climático y los artefactos que le permiten
desenvolverse históricamente.

Osorno, Región de Los Lagos


Enero de 2021

73
DEJEMOS LO TRISTE A UN LADO

Dejemos lo triste a un lado,


pongámonos en camino;
escuchen el dulce trino
de un cuento muy agradecido.
Estoy en el campo amado
arriba de una higuerilla,
abajo hay unas chiquillas
desparramando triguito,
gallinas, pollos, pollitos
comiéndose la semilla.

Presento primeramente
con verdadera alegría,
la casa en que yo vivía
de mis lejanos parientes;
con ellas cándidamente
reviso los pormenores
de pájaros y de flores
y los insectos del suelo,
de los misterios del cielo
la lluvia y los arreboles.

Al centro de los viñales


la huella real culebreaba
donde un pueblo empezaba
perdido entre los nogales.

74
Le orillan verdes zarzales,
Lo ensombran los ocaliptos,
Anduv’este caminito
cuando me fui pa’ Malloga,
saltando con una soga,
como feliz ternerito.

Por la mitad d’esta ruta,


como que se hace una loma
como que gira y que toma,
la forma de una herradura.
Al centro hay una espesura
de arbusto’entre las higueras,
divide’l patio la hoguera
del horno en que arde el sarmiento,
y una barra cubr’el centro
del corredor d’esta puebla.

Dos puertas y tres ventanas


debajo del corredor,
por ellas penetra el sol
entero por las mañanas;
en la cornisa, una llama
de cebollares maduros,
y en cada poste los nudos
del árbol de la montaña;
y en los rincones, las cañas
de los choclitos dientudos.

75
Aquí, la piedra moliendo
la fragancios’harinita,
del fuego la calientita
tortilla del mate, hirviendo.
Allá, las vacas mugiendo
al son de la ordeñadora,
que llena las cantimploras
con música sin igual,
cuando le saca el raudal
de leche por las bordonas.

(Libro: Violeta Parra. Poesía)

76
CUANDO LLEGABA EL VERANO

Cuando llegaba el verano


con sus destellos dorados,
salíamos disparados
a pulmonear aire sano.
A ver, a ver, de la mano
nos recomiend’afanosa
la madre qu’es cuidadosa
como la mía lo es
con sus flores que hoy son diez;
falta un clavel y una rosa.

Pa’ no mentir, yo recuerdo


dos espacios lugares,
paseos muy populares
para la gente del pueblo.
Con sus docenas de cuentos,
el río como una fragua,
con matas de canchanlagua,
con historietas de “cueros”.
Fatal y muy pendenciero
el viejo “animal del agua”.

“El saco”, el otro paseo,


de mi maqui dulce y jugoso,
de bellos copihues rojos,
de verde y fresco poleo.
Con gusto yo deletreo
77
la tierra del indio mío,
frondoso como el mañío
cuando el chileno lo estima.
Mi mamá era la madrina
del “güeñe” Juancho Canío.

Al río en tardes de sol


como patitos al agua,
nadando como una tagua
d’espaldas al arrebol;
después, con un caracol
me pasa el tiempo volando;
caracolcito rogando:
yo quiero verte los cuernos
o bien, te mando al infierno,
si te andas caracoleando.

El monte se halla enfiestado


de la mañan’a la noche;
lo miro y está fantoche
con todos sus invitados;
el humo del cabro asado
se anida en un maitencillo;
Romasa picó el cuchillo,
la mesa ya está servida
con hartas papas cocidas;
felic’están los chiquillos.

(Libro: Violeta Parra. Poesía)

78
PUPILA DE ÁGUILA

Un pajarillo vino a posarse


bajo mi arbolito.
Era de noche, yo no podía
ver su dibujito.
Se lamentaba de que una jaula
lo hizo prisionero,
que las plumillas, una por una
se las arrancaron.
Quise curarlo con mi cariño,
mas el pajarillo
guardó silencio como una tumba
hasta que amaneció.

Llegan los claros de un bello día,


el viento sacudió
todo el ramaje de mi arbolito
y allí se descubrió
que el pajarillo tenía el alma
más herida que yo
y por las grietas que le sangraban
su vida se escapó.
En su garganta dolido trino
llora su corazón.
Le abrí mi canto y en mi vihuela
Lo repitió el bordón.

79
Ya mejoraba, ya sonreía
con mi medicina,
cuando una tarde llegó una carta
de su jaula antigua.
En mi arbolito brotaron flores
negras y moradas
porque el correo vino a buscarlo,
mis ojos lloraban.
Desaparece, me deja en prenda,
toda su amargura,
se lleva ufano mi flor más tierna,
mi sol y mi luna.

En el momento de su partida,
en mi cuello un collar
dejó olvidado y como Aladino,
yo lo empecé a frotar.
Pasan minutos, pasan las horas
Y toda una vida,
por el milagro de aquella joya
lo he visto regresar
con más heridas, con más silencio
y con garras largas.
Sus buenos días mi piel desgarra
con ácida maldad.

Ave que llega sin procedencia


y no sabe a dónde va,
es prisionera en su propio vuelo,

80
ave mala será.
Ave maligna, siembra cizaña,
bebe, calla y se va,
cierra tu fuente, cierra tu canto,
tira la llave al mar.

Un pajarillo vino llorando,


Lo quise consolar,
Toqué sus ojos con mi pañuelo:
Pupila de águila,
Pupila de águila.

(Libro: Violeta Parra. Poesía)

81
EL GUILLATÚN

Millelche está triste con el temporal,


los trigos se acuestan en ese barrial.
Los indios resuelven después de llorar,
hablar con Isidro, con Dios y San Juan,
con Dios y San Juan, con Dios y San Juan.

Camina la machi para el guillatún,


chamal y rebozo, trailonco y cultrún,
y hasta los enfermos de su machitún,
aumentan las filas de aquel guillatún,
de aquel guillatún, de aquel guillatún.

La lluvia que cae y vuelva a caer,


los indios la miran sin hallar qué hacer,
se arrancan el pelo, se rompen los pies,
porque las cosechas se van a perder,
se van a perder, se van a perder.

Se juntan los indios en un corralón,


con los instrumentos rompió una canción,
la machi repite la palabra “sol”
y el eco del campo le sube la voz,
le sube la voz, le sube la voz.

El rey de los cielos muy bien escuchó,


remonta los vientos para otra región,

82
deshizo las nubes, después se acostó,
los indios lo cubren con una oración,
con una oración, con una oración.

Arriba está el cielo brillante de azul,


abajo, la tribu al son del cultrún
le ofrece del trigo su primer almud
por boca de un ave llamado avestruz,
llamado avestruz, llamado avestruz.

Se siente el perfume de carne y muday,


canelo, naranjo, corteza’e quillay.
Termina la fiesta con el aclarar,
guardaron el canto, el baile y el pan,
el baile y el pan, el baile y el pan.

(Libro: Violeta Parra. Poesía)

83
LA JARDINERA

Para olvidarme de ti
voy a cultivar la tierra,
en ella espero encontrar
remedio para mis penas.
Aquí plantaré el rosal
de las espinas más gruesas.
Tendré lista la corona
para cuando en mi te mueras.

Para mi tristeza, violeta azul,


clavelina roja pa’mi pasión,
y para saber si me corresponde,
deshojo un blanco manzanillón:
si me quiere mucho, poquito o nada,
tranquilo queda mi corazón.

Creciendo irán poco a poco


los alegres pensamientos,
cuando ya estés florecidos
irá lejos tu recuerdo.
De la flor de la amapola
seré su mejor amiga,
la pondré bajo la almohada
para dormirme tranquila.

Para mi tristeza, violeta azul,


clavelina roja pa’mi pasión,

84
y para saber si me corresponde,
deshojo un blanco manzanillón:
si me quiere mucho, poquito o nada,
tranquilo queda mi corazón.

Cogollo de toronjil,
cuando me aumenten las penas,
las flores de mi jardín
han de ser mis enfermeras.
Y si acaso yo me ausento
antes que tú te arrepientas,
heredarás estas flores:
¡ven a curarte con ellas!

Para mi tristeza, violeta azul,


clavelina roja pa’mi pasión,
y para saber si me corresponde,
deshojo un blanco manzanillón:
si me quiere mucho, poquito o nada,
tranquilo queda mi corazón.

(Libro: Violeta Parra. Poesía)

85
Luis Oyarzún Peña
Santa Cruz, Valparaíso, 1920 – Valdivia, 1972
(Selección y comentarios de Thomas Harris)

Luis Oyarzún publicó en vida dos libros de poesía en


verso: Mediodía, en 1958 y Alrededor, en 1963. Libros de escasa
tirada, el primero fue editado por la “Colección Extremo Sur”
y el segundo por la ya mítica “El viento en la llama”. También
publicó los libros de prosa poética Las murallas del sueño (1940),
Poemas en prosa (1943) y Ver (1952). Estos “llamados urgentes” de la
lírica de Luis Oyarzún quieren dejar cuenta que, tanto en prosa
y en verso, su poesía se adentra en lo que podríamos llamar hoy
ecopoesía; es decir, una poesía que se instala y nos advierte de un
mundo que agoniza. Si no ponemos la mirada en la tierra y en la
mirada ecológica, el mundo dejará de ser lo que deseamos; si no
nos instalamos en él de una manera humanista y consciente de
que habitamos un espacio que debemos amar, nuestra vida y la
vida del planeta tienen las horas contadas. Y no es una forma de
ver nuestro espacio vital amenazado en vano. También su amigo
y contemporáneo, Nicanor Parra, lo advirtió. Luis Oyarzún tenía
claro aquello, con urgencia y amor: en cada libro suyo advertía
que esa era la premisa que la poesía debe contener; como su obra
poética en verso, tanto la de sus libros citados, como la publicación
póstuma, Tierra de Hojas, editada por LAR, en 1987, con motivo de
un homenaje hecho en Valdivia al autor.

La poesía concebida como un ejercicio de la mirada, del


ver el Mundo, es uno de los rasgos más destacados en la obra de
Luis Oyarzún, y no solo de sus “poéticas”, sino en su totalidad
filosófica. Pero es en sus textos poéticos en los que el ejercicio de
la mirada (de la “visión”), sin duda, se manifiesta como uno de sus
ejes privilegiados, que estructura el texto: “Ayer le decía a Salvador
Reyes que me interesaba actualmente la poesía como un ejercicio

86
de la visión. Le pido que me enseñe a ver y quisiera que fuese
como la pintura de los flamencos. Nada me parece desdeñable.
Cualquier objeto visto plenamente, o cerca de su verdadero ser,
trae consigo la revelación total. Si pudiera ver a ese pájaro que
ha pasado volando en este instante sobre el cielo —un ave de
presa que se balanceaba voluptuosamente en medio del viento—,
sabría lo que le escribo con su vuelo. Sabría qué es lo que Dios
lee”, escribe Oyarzún en el Diario íntimo. La visión, como ejercicio
poético de carácter epistemológico, iluminador de ciertas zonas
de realidad, aparece unida muy íntimamente en su obra con la
naturaleza. La naturaleza le otorga identidad, ser, ubicación,
plenitud. Poder nombrar la naturaleza que le rodea le confiere al
poeta arraigo en el mundo; en cambio, el desconocimiento de los
nombres del entorno natural le provoca un profundo sentimiento
de nostalgia, de desarraigo, de “morriña del terruño”: “Escribo
frente a mi ventana, con mi Diario paisaje de Highgate delante
de los ojos. Inglaterra no tiene colores. Es una tierra plateada sin
la transparencia de los cristales empañados. Siempre hay aquí
un cristal entre nuestras pupilas y el mundo exterior. Creo que
recordaré siempre estos grandes árboles del jardín de mi casa, tal
vez castaños. No sé precisamente que árboles son. Una de las cosas
que me hacen extranjero es no conocer el nombre de los árboles
y de las flores”.

En sus dos libros publicados en vida, Mediodía y Alrededor,


pienso que sus poemas demuestran el pathos de la tierra, del lugar
en el Mundo. De lo que nos gustaría llamar un ecosistema poético,
un ecosistema lírico, que nos habla de aquello que en Defensa de la
tierra, defiende y poetiza. Y más: también adelanta una forma de
hacer poesía que ahora es fundamental y necesaria y, sobre todo,
una nueva (vieja) forma de hacer poesía y de ver el Mundo.

87
Como escribió en su Diario íntimo:

Peñaflor, 20 de diciembre: “Pleno verano. Hortensias que se


acercan al rosa de su madurez, plenitud en la puerta de sus
vainillas, en medio de las oscuras hojas carnosas. Sentado
bajo un abeto reconozco la melodía de estas aguas que se
despeñan desde la cordillera y supo la mirada de los negros
y pequeños ojos ribeteados de una línea de amanecer
lo alto del cuerpecillo de barro de un sapo. Amado por
los latidos de su húmedo corazón. Reconozco este viento
refrescante que atraviesa los follajes más urgentemente
que en otras partes del mundo. ¡Ah, el sol sobre los lejanos
reflejos la leña desparramada en el suelo y las dadivosas
hojas de los plátanos orientales! Montañas a través de los
árboles, hervidero de un sol templado sobre los negros
terrones del suelo abierto para sembrar. Luz consumada
en su más perfecta posición de equilibrio. Termina la
primavera. Las amapolas están crecidas y un escalofrío de
verdor matinal sacude las altas malezas entre los perales
y duraznos cuyas frutas maduran. Zorzales, queltehues
que conocen y reciben los regalos de la humedad. Buitres
aéreos que definen la claridad del cielo, todo. Vosotros
habláis entre vosotros y ahora os puedo escuchar. Esta es
mi tierra. Quisiera describir realmente algo. Descubrir un
objeto. Romper de un solo tajo en mí el destierro del alma
humana. ¿O estamos fuera del paraíso porque no vemos?
¿Oigo a este jardín? ¿Lo veo? Hay en la flor del azulino un
tiritón de mi alma que no puedo expresar. También en el
mismo azul de los ojos. En el agua, ¿debería beberla toda?
88
(…) Quisiera tener en la palma de mi mano una de estas
magnolias en que la suavidad de la tierra hace opaca y
amable a una concha marina. Objetos que se me escapan.
Más sabio que yo, pesado por el oro de su pelaje. Un
abejorro se luce al sol. Desde pequeño quise con templar
el mundo desde el interior de un animal. Es esta luz lo que
más amo. Brillante. Discreta, de los colores propios de las
cosas. Una luz que quema, que deja perfectamente al de
descubierto la forma, el estremecimiento de los árboles.
Los vellones plateados y lilas de los jóvenes rábanos
silvestres en el camino” (…)

“Una luz que quema, que deja perfectamente al de


descubierto la forma, el estremecimiento de los árboles”, es un
enunciado que tal vez ahora leeríamos como un contexto; pero
hay algo más: Oyarzún, en su mirada del mundo, sin duda veía
el espacio, el exterior, el paisaje, como sus inextinguibles poetas
románticos. Me atrevo a afirmar que Luis Oyarzún tenía, tiene, en
su escritura, un ethos romántico, en su mirada, no sólo ecológica
del paisaje del Sur de Chile, sino en todo paisaje, y sobre todo de
su paisaje interior, una mirada sublime, en el sentido de Kant, pero
no demoledora, sino más bien amainada y amorosa, erótica, si se
quiere, de ese erotismo por la tierra, por el lar, por el mundo, por el
Ser, un erotismo hacia el mundo que lo hace ser y lo define como
hombre, el Mundo que le abraza y le devuelve, a él (Oyarzún) su
abrazo romántico y fundamental, y no por eso menos político, en
el sentido amoroso y más vital y actual, del término.

Santiago de Chile
Febrero de 2021

89
RÍO VALDIVIA
I
Descansa libremente sin cuidados la tierra
cuando el azar le ofrece un río cristalino.
Su negra llama se cambia en onda fresca
como sordo gusano en mariposa en vuelo.
Azogada y sinuosa, la golondrina deja
sorprendido al salmón que la cree su sombra
cuando en el vuelo nubla su veloz transparencia.
Lentamente respira, sin suspirar, el agua.
Sin la urgencia del mar, se demora, se queda,
dueña del tiempo, hundida en sueños matinales,
tranquila como un árbol y como el cielo, tersa.
¿Para qué conmoverse? ¿Qué agitación, que vértigo
valdrán más que este río que no acaba ni empieza?

II
Onda Clara y unida como una pupila,
ojos del sosegado verano de la tierra,
el río avanza en calma a la unidad marina.
Hoja y pez se extasían en esta muerte viva.
Lo que el azar amarra el mismo azar lo suelta
en el agua que roba su claridad al día
y sigilos celestes en la noche refleja.
Onda Clara y unida como una pupila,
ojos del sosegado verano de la tierra.

90
III
Como pastor que guía a su rebaño
a la fuente del agua cristalina,
la tersa luz que pacentando al día
da bebida a las horas con su canto,
alcanza ahora su perfecto estado
en libélula azul y golondrina,
en líquido reflejo, musgo y linfa
y en fija claridad, nube de mármol.
Todo ahora por fin logra descanso.
Zumba la abeja inmóvil en su prisa
y el árbol sabe que su calma es dicha
cuando la luz, al mediodía, es canto.

IV
El Vogui Vogui con su andar trenzado
al arrayán le cuenta su secreto.
Plumilla blanca y cáliz encarnado
encrespan de espesor al aire quieto.
Pluma de bodas, beso apasionado,
cándido estambre y fuego de espesura
que amor en selva fría ha desencadenado,
cristalizada luz y llamarada oscura.
El ulmo suspendido sobre el río
cargado de siringas festivales
canta las nupcias del verano ardiente
con el agua feliz y no remada.
Vogui Vogui y pellín se dan la mano

91
sobre húmeda tierra y musgo frío.
Lámpara transparente y tronco erguido
juntan su luz, su fuego y su descanso.
Crespo follaje y sangre sin herida
alimento le dan al fiel ramaje
que en libertad la atmósfera reparte
para que ondule en paz la flor cautiva.

V
Quién viviera y muriera
en el bosque sonoro,
bosque hervidor y vivo
que airea su tesoro.
Quién viviera y muriera
cogiendo moras
en colina herbosa.
Quién viviera escuchando
bandurria sorprendida
y vergonzosa.
Quién viviera mirando
un vuelo de vilanos.
Quién viviera sin ahora,
atento solamente
ala pausada aurora
y a la rápida mosca
que zumba mediodía.
Quién fuera tan feliz
como el diente de león

92
o el llantén siete venas.
Quién viviera y muriera
en el bosque sonoro.

VI
Tendido en la colina
con el sol a la espalda
todos mis males sanan.
La tierra engendra bosques,
se alimenta y descansa
y mi nostalgia sana.
La cigarra me cuenta
su dicha que no pasa
y mi desdicha sana.
El viento hincha la vela
de la goleta blanca
y mi fatiga sana.
El sol ofrece mieles
al fruto de la zarza
y mi amargura sana.
Tendido en la colina
con el sol en la espalda
todos mis males sanan.

VII
Redondeada colina
sobre pausado río

93
quisiera acariciarte
y escuchar tu latido.
Lisa colina umbrosa,
tú no tienes destino.
Me dices que no mudas
si acerco a ti el oído.
Cómo poner las manos
sobre tu pecho fijo
para cogerte viva
en hondo torbellino.
Redondeada colina
sobre pausado río
quisiera acariciarte
y escuchar tu suspiro.

VIII
Los hombres hacen la trilla
del denso trigo barbón
sobre dentada colina
vecina a un mar sin hervor.
Mar tranquila, mar tranquila,
cosecha sin sembrador,
mar dormida en cada vela
de su barco pescador.
El hombre toma los peces
que el mar para él sembró
y en la era donde giran
las bestias que el sol unció

94
recoge puñados de trigo
en un dorado temblor.
Verde península erguida
sobre la mar sin pasión,
azul absoluto, azul
de cielo y mar temblador,
dadnos tierra labrantía,
dadnos gesto sembrador,
una mañana sin naufragios,
arado, vela y verdor.

IX
El lagarto en la orilla
disfrutaba del sol
tendido sobre un alga
de balsámico olor.
Pececillo en el agua
gozaba del color
jacinto fiel del cielo
tendido sobre mullido
arroyo saltador.
Araña en la ribera
columpiaba su tela
desde la sombra al sol,
tendida sobre fragante
hojuela de verbena.
Araña, pececillo
y lagarto burlón,

95
vivid el resplandor
del entero verano,
que mañana cautivo
de las heladas horas
nuestro buen Padre Sol
ya no tendrán lagarto,
pececillo saltón
ni araña tejedora.

(Libro: Mediodía)

96
Efraín Barquero
Piedra Blanca, 1931
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)

La vida de Efraín Barquero ha estado, desde siempre,


vinculada a los ríos. Como escribió Marcelo Somarriva, Barquero
“nació cerca del río Teno en Piedra Blanca; pasó parte de su infancia
y juventud en Constitución en las orillas de la desembocadura del
Maule, y años más tarde vivió cerca del río Maipo, en Lo Gallardo”.
Aunque luego vivió años en el exilio, el territorio chileno nunca
abandonó su poesía; Barquero no es como esos sujetos extraños
y artificiales que, al olvidar su lugar de nacimiento y la mesa de
los abuelos, “perdió como el hilo que une una vida con otra” y se
hunden así en “un pozo sin fondo”. El mundo campesino que,
como el mismo Barquero aseguró en la entrevista concedida a
Somarriva, “ha sido tantas veces tratado de forma peyorativa”,
resulta fundamental para entender el pensamiento poético de
Barquero, fuente de infinita vitalidad y de salud, incluso en lo
que escribió en el destierro. Según Barquero, la mayoría de “la
gente no sabe que el campesino está pensando en todo lo que
está ocurriendo alrededor suyo, en el cosmos. A veces me definen
como un poeta campesino con intención de rebajarme y yo lo
tomo muy bien, porque realmente aprendí mucho en el campo.
La cercanía de la semilla y de las herramientas de labranza, no
me abandonaron jamás […] En mi infancia en el campo recibí
los alimentos esenciales para mi poesía. Esa fuente fue una gran
escuela poética, en un mundo sin libros. A los diez años ya había
llegado a la poesía sin tener ningún acceso a un libro”. Y esto que
afirma Barquero es solo pensable si aceptamos que la experiencia
poética antecede a lo literario; y si la entendemos como parte
indesligable del vínculo desnudo del ser con el territorio, tal como
señala Henry David Thoreau, en su célebre Walden:

97
Existe la misma adecuación entre un hombre que construye
su propia casa y un pájaro que construye su propio nido.
¿Quién sabe si, en el caso de que cada hombre construya
su casa con sus propias manos y obtuviera alimento para
él y para su familia de forma lo bastante simple y honesta,
no se desarrollaría universalmente la facultad poética,
al igual que las aves cantan universalmente mientras se
hallan tan ocupadas?

Lo que más valoro de la poesía de Barquero es su


temperamento humilde y su constante anhelo de simpleza, que
vuelve a su canto poético una suerte de prolongación del paisaje.
Su poética nace, en buena y admirable medida, de este ensueño
bucólico que lo acompaña desde la infancia y que, sin duda alguna,
le ha dado sus horas vitales de mayor gozo. Se trata del sueño
que el influjo de la tierra siembra en el labrador y en sus hijos;
y que en el poeta se manifiesta como anhelo de dormirse en un
“áspero aroma”, junto a las garzas, para soñar envuelto en niebla
con la infancia humana, con aquella “edad azul del río / y con las
yemas rosadas del silencio”. El poeta es así un ser afortunado (y
no siempre una triste figura, tan cara a cierto malditismo urbano y
depresivo) que, lejos de los ruidos del mundo, cosecha “el primer
trigal recién nacido” y alza “el primer fruto de la tierra” entre “greda
húmeda”. Poesía celebratoria de la vida, de lo que surge, de lo que
brota sin ceso en el suelo humedecido por el cielo. De la luz que
despierta en los surcos de la comunión humana con el territorio.
Barquero percibe que incluso el vapor es un pariente humano,
“un abuelo blanco”, cuya longeva sabiduría le permite abolir las
complejidades de las relaciones sociales y retornar al principio,
para así escuchar el canto “del primer pájaro del mundo”. ¿Y no
todo poema auténtico debe su canto al trino de esa ave dichosa
que solo algunos seres sensibles escuchan con los oídos de su
corazón?

Este sano anhelo poético por lo primero, por lo primigenio


y puro, presente en buena parte de la poesía de Barquero, contrasta

98
con el ánimo edificante de una sociedad que, demasiado insegura
de sus propias raíces culturales y de su incierto abolengo, se lanza
constantemente hacia el futuro, poseída por su prepotente voluntad
de poder, de aparentar y de progresar. A contracorriente de estas
carreteras del ingenio y del deseo egoísta, que nos han llevado al
peligro de la deshumanización y de la extinción, el ensueño poético
de Barquero no le teme al retroceso. Por el contrario, halla su
sustento y su salud enraizándose en el origen, en un limo que aun
siendo “poco firme” (sobre todo para los enamorados de las cifras
cuantitativas), es pleno de potencia en su blandura y flexibilidad. Y
acaso la poesía en estos tiempos transhumanos y maquinales, ¿no
es siempre una ligereza floreciendo donde los demás no se desean,
brillando en medio de la oscuridad, un brote de quietud ajeno al
afiebrado movimiento? Entiendo que la palabra poética no ha de
ser concreto que se cree firme y prepotente frente a la naturaleza y
el tiempo, sino fluidez, arroyo, ciclo e incesante transformación. Tal
vez paradójicamente, es aceptando su fragilidad, su precariedad,
su vulnerabilidad y mutabilidad, que el poema se vincula con “lo
eterno”, con aquellas imágenes primeras que nacen, como el maíz
y el trigo, “de los surcos nuevamente abiertos”: la vida misma, que
no cesa de germinar de las cenizas, alzándose al sol y alimentada
por un aliento subterráneo. Se trata, sin duda, de un constante
resurgimiento amoroso, casi sagrado, que surge de la cópula “de
tierras y aguas sin descanso despertadas”. Como bien señala el
pensamiento de los pueblos andinos, así como el de otras culturas y
tradiciones, la existencia (y, por extensión, el poema mismo), surge
del encuentro complementario, amoroso, de lo duro y lo blando, de
la luz y de la oscuridad, de lo seco y de lo húmedo, de lo femenino
y lo masculino. Y no hay teoría alguna, por más sofisticada que
pretenda mostrarse, que pueda negar dialécticamente la simpleza
contundente de este principio existencial.

Barquero reconoce que el corazón humano no solo está


emparentado a la niebla, ya que en el poema “La Miel Heredada”,
también llama abuelo al “río que fecundaba a la tierra”. Esta

99
tendencia a llamar abuelo y abuela a diferentes elementos de la
naturaleza, como la piedra o la montaña, a los cuales se considera
más viejos, sabios y antiguos que la propia humanidad, vincula
la poética de Barquero con el pensamiento de diversos pueblos
indígenas. Pero, a la vez, y gracias a la multisignificancia de la
palabra poética y a las diversas posibilidades de lectura, es su
propio abuelo humano el que es comparado con un río. El ser
humano, ligado a la tierra, es semejante a los otros seres vivos de
la naturaleza, comparte sus atributos y se impregna de sus fuerzas
materiales y espirituales. Difícilmente se podrá comparar con
un río a un abuelo urbano, dedicado a la catedra o a la oficina;
pero tales metáforas y símiles son especialmente agudos para
dar cuenta del corazón generoso del abuelo “sembrador”, tan
enraizado a la tierra como un árbol. Y también es dable este tipo
de metáforas para describir a la abuela campesina, “rama curvada
por los nacimientos”, por tanto dar fruto, humilde parturienta,
como la tierra misma, que muere y renace, que vive para sustentar
a sus hijos. Y, como la huerta santa, la abuela es portadora de
secretos vegetales: “era la mano del romero y la voz del conjuro”.
La abuela, criolla o mestiza, no importa, enraizada al territorio,
sabedora de las plantas, tiene al menos un poco de Machi, de sabia
curandera conocedora de los ánimos y sabidurías de los vegetales.
Es también mujer de la tierra, de la Mapu.

Entre el abuelo y la abuela, una vez más, se establece una


complementación de los dos principios constituyentes de la vida.
La vinculación de lo distinto, del macho y de la hembra, es origen
de la vida y sustento anímico de la salud. Resulta difícil imaginar
una plena salud anímica lejos de este marco de complementación
recíproca y de la naturaleza, del vínculo del ser humano con la
totalidad. Del diálogo entre el corazón humano y lo cardiaco
del territorio, surge el primer poema. Esa relación privilegiada
con la tierra y esos recuerdos de la infancia campesina, son la
riqueza insustituible del poeta humilde, aunque el empresario
agroindustrial lo desprecie y tase el campo con complejos cálculos

100
y balances. En la poesía de Barquero canta, al menos parte, del
Chile profundo, negado por las grandes cadenas comerciales, por
la cultura del crédito y del endeudamiento, de siempre querer
aparentar y de las fantasías mercantilistas de los Chicago Boys:
quien canta, con toda su generosidad, es esa estrecha y fecunda
franja de tierra, entre los Andes y el Pacífico, capaz de hacer comer
a sus hijos “de sus manos milagrosas” y de elevarlos “con su sueño
de águila”. El poeta campesino es inevitablemente atravesado
por la nostalgia de un tiempo perdido con su propio crecimiento
y madurez, pero también con el de los monstruos devoradores
del progreso. Y anhela volver a mirar esos rostros ancestrales,
“poderosos como los caballos percherones”, como si el tiempo no
hubiese transcurrido, porque en el territorio se halla la redención.
Descender de tales abuelos, “que recordaban las cosas más
cercanas a la tierra”, permite al poeta no perderse en el artificio
del neón. Por el contrario, Barquero siempre vuelve a “la voz del
río y de la tierra”. Ha ahí la matriz que dona belleza y altura a su
canto, que dona potencia a lo frágil, a lo pequeño, a lo humilde,
ya que todos esos seres fugaces, se sustentan en su precariedad e
impermanencia de un aliento eterno que da de sí sin mezquinar,
y nunca se agota.

CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha,


Ucayali, Perú
Octubre de 2020

101
DETRÁS DE JUNIO

Sueño tiene la tierra nuevamente arada.


Y los bueyes parecen caminar dormidos.
Y el labrador seguirlos con los ojos cerrados.
Y yo quisiera dormirme en este aroma áspero
y en esta bandada de garzas desatadas,
dormirme junto a la boca entreabierta
y junto a los ojos de niebla despertados.
Y soñar con la edad azul del río
y con las yemas rosadas del silencio,
cruzar el primer trigal recién nacido
y alzar el primer fruto de la tierra
como un pájaro de greda humedecida.
Me envuelve el vapor como un abuelo blanco.
Entre los surcos parece despertar la luz
crecer el cielo como una fronda espesa
levantarse el aire con un escalosfrío
y cantar el primer pájaro del mundo
con una voz insegura de barro poco firme.
Pero a medida que lo eterno nace
de los surcos nuevamente abiertos
nosotros nos dormimos.
Nos da sueño este amor oscuro
de tierras y aguas sin descanso despertadas.
Nos da sueño el olor de las raíces.
Y el buey parece avanzar sin dirección
y el hombre vagar con los ojos perdidos,

102
nadie pensar ni proponerse nada
nadie poner atención en sus semillas,
sino caminar con milagrosa inconsciencia
como reconociendo vagamente algo.

(Libro: Enjambre)

103
LA MIEL HEREDADA

Mi abuelo era el río que fecundaba esas tierras.


Lleno de innumerables manos y ojos y oídos.
Y, al mismo tiempo, ciego y taciturno como un árbol.
Era la barba antigua y la voz profunda de la casa.
Era el sembrador y el fruto. La cepa rugosa.
El índice del tiempo y la sangre propicia.
Mi abuelo era el invierno con las manos floridas.
Era el propio río que poblaba las tierras.
Era la propia tierra que moría y renacía.

Mi abuela era la rama curvada por los nacimientos.


Era el rostro de la casa sentado en la cocina.
Era el olor del pan y la manzana guardada.
Era la mano del romero y la voz del conjuro.
Era la pobreza de los largos inviernos
envuelta en azúcar como humilde golosina.
Quince hijos comían de sus manos milagrosas.
Quince hijos dormían con su sueño de águila.
Muchos nietos y biznietos hemos seguido
pasando por sus brazos enjutos.
Pero ella es siempre la mano que mezcla agua y harina.
Es el silencio de la noche lleno de pájaros dormidos.
Es el brasero de la infancia con la tortilla corredora.
Mi padre era el que más se parecía a la tierra.
Debe haber nacido junto con el maíz o el trigo.
Mi padre era moreno, y dormía en su caballo.
Era como el jinete lento de la primavera.
104
Mis otros tíos todos se parecían a las aves del lugar.
Todos tenían algo de los árboles y las serranías.
Algunos eran poderosos como los caballos percherones.
Pero todos recordaban las cosas más cercanas a la tierra.
Era un enjambre turbulento que llenaba la casa.
Era una bandada de queltehues que anunciaba la lluvia.
Eran los zorzales que se robaban las cerezas.
Yo nací cuando eran viejos ya; cuando mi abuelo
tenía el pelo blanco, y la barba lo alejaba como niebla.
Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo.
Y lo primero que recuerdo es la voz del río y de la tierra.

(Libro: La compañera)

105
SEMILLA SERÁ EL HOMBRE

Semilla será el hombre, y la mujer, vasija,


y en el día serán como dos caras,
como la mano izquierda y la derecha,
pero en la noche serán la bestia inmemorial
de dos cabezas,
mitad de ave y de serpiente :
el hombre y su mujer a la espalda.
Será él el arco tenso del océano,
el oscuro ceñidor de los trigales,
y ella la esparcida cabellera,
la redondez sin forma ni dureza ;
será él como el viento en la montaña,
despierto siempre,
y ella la nocturna vestidura ;
como el resuelto pescador será el varón
y la hembra como la noche y la ballena ;
como el hombre en la nave serán ambos
reunidos en medio del espacio :
él desnudo y perdido, y ella plena
como una bodega y una casa,
él todo de sal, de sabor y de soplo,
y ella de harina, condensadora del mundo.

Porque el hombre vendrá con el anuncio


y la mujer con el hijo de la tierra,
él vendrá con el cuchillo del fuego

106
y ella con el agua habitadora;
ruptura es el hombre, avance, comienzo,
tejedora es la mujer, de fibra y orden,
y en la tela incendiada trabaja,
en la quietud de las frutas se perfuma,
sólo en su gran serenidad todo revive.

Y el hombre en ella nace, en su tejido:


en la infancia es más pequeño que su hermana
y de madre en madre va creciendo
hasta llegar al mar que lo madura.
Y en la mañana terrible de la luz
es la mujer lo que descubre,
y en el bosque arrasado de la tierra
es la mujer quien lo sostiene,
y en la noche que extravía a los hombres
es ella quien lo guía a su casa.

(Libro: La compañera)

107
UN POZO / UN ÁRBOL
Veo al mismo extraño en el jardín
detenerse ante un árbol
acariciar su tronco
— el mismo que muere en mí cuando me voy muy lejos
— el mismo que me aguarda florido
entre la puerta y el pozo
— diciéndome que todos los caminos del hombre se parecen
que un extraño
es el sueño de un invierno muy largo
al olvidar el rincón donde nació
la mesa donde comió con los suyos.
Al olvidarlos
perdió como el hilo que une una vida con otra.
Y hoy camina por dentro de sí mismo
donde nunca se halla la puerta
dando vueltas
alrededor de un pozo sin fondo.

(Libro: El pan y el vino)

108
Jorge Teillier

Lautaro, 1935 – Viña del Mar, 1996


(Selección y comentarios de Isidora Vicencio)

Nostalgia sí, pero del futuro,


de lo que no nos ha pasado, pero debiera pasarnos.
(Jorge Teillier)

Y si los lares fueran el mantel de mesa heredado durante


generaciones en un pueblo. Un fondo añejado y humilde que gozó
de gran admiración en un tiempo ya borroso, todo lo que no parece
un simple mantel viejo. Todo lo que no es un fondo. Un legado de
los muertos incorporados por los vivos, la voz de una cadena de
memoria oscura, ¿memoria de un pueblo? Si los lares fueran el
aroma de las mirtáceas templadas por la luz de un veranito de San
Juan, los componentes de una vida confeccionada por la lluvia
y el olor a humo o por la sequedad del desierto que, no solo el
suelo, sino también la piel agrieta. Los retazos del entramado de
un pueblo, los trozos del mosaico de un presente. Si los cuerpos
parten del territorio y el territorio parte de los cuerpos, el cuerpo
es territorio y el territorio es cuerpo.

¿Pero acaso el lar será una cosa diferente a la nostalgia


por el lar? ¿Por qué tanta soltura al asumir lo lárico como
principalmente melancólico?

Los lares han sido abandonados en el alféizar interior


de una ventana o en la parte alta de las bibliotecas para llenarse
de polvo, como los objetos preciados pero inútiles, tal vez hasta
endeudados con un aura que debiera ser correspondida, y que
no da para tanto. Cuando se alza un gesto en referencia a ellos,
entre los balbuceos es posible detectar algunos elementos como

109
la naturaleza, la infancia dorada, el pueblo fantasma, la lluvia, el
poeta borracho y solitario.

Durante el golpe de estado de 1973 en Chile, las voces


del quiebre realista parecen haber gritado más fuerte que los
lares habitantes de la imposibilidad de las palabras verdaderas.
Si los lares quedaron suspendidos, ¿fue ahogándose o flotando?
“El lirismo ha muerto, la forma es ahora”. Vino el golpe y se
erigió la dictadura del experimento neoliberal, compañero de
la democracia venidera ¿Acaso ese hiperrealismo novedoso
empuja los lares al rincón? ¿Los hiere? ¿Los acalla? Mientras las
voces directas y rabiosas, la facturación de la ironía y las nuevas
vanguardias llenaban de ruido el espacio, ¿qué potencia tenían
los lares? ¿Qué potencia de consigna o rebelión? Algo lento y
silencioso requiere ser testigo reflexivo de los acontecimientos. La
potencia superviviente que tienen las ilusiones perdidas, su duelo
necesario para reconfigurar ese lugar vacío, requiere tiempo. El
melancólico no sabe lo que ha perdido, dando tumbos contra las
murallas en la niebla. La nostalgia del pasado reseca los brotes. Tal
vez quepa la posibilidad de comprender lo lárico sin esa impotencia
melancólica. Como algo que se hace en una oscuridad, detrás del
velo de lo verdadero, donde una luminaria podría solo hacerlo
desaparecer. Su potencia radicaría en la imposibilidad de clavarle
un sentido estable. Los lares son los sobrevivientes de su propia
muerte, se incorporan al ahora de manera orgánica, como cuerpo
autoformado en un continuo surtido de recursos del entorno,
incluyéndose a sí mismo, hasta volverse completamente otro y a la
vez guardando algo de lo que fue. Ni imaginario ni utópico.

***

No son solo cuerpos los que habitan territorios, sino que


los territorios también habitan cuerpos. Hay cosas que se habitan
a sí mismas. Los elementos del territorio se inscriben como
parte del cuerpo que aprende un paisaje, un clima, un fruto. Un
110
cuerpo incorporado, hermanado con su entorno. La insistencia
de una forma de vida en la memoria casi hecha instinto. El
territorio como configurador de poéticas. Todavía conflictuamos
comprendiendo apenas relaciones entre elementos de sistemas
orgánicos, que se complejizan mucho más cuando se incorporan
aquellos inorgánicos: los metales, las ciudades, las máquinas. Y
más borrosa vuelven la taxonomía aquellos mitos propiciados, en
parte, por la imaginación: como la poesía o el capitalismo. El deseo
de incorporación al paisaje y la reconciliación con la muerte, más
que una quimera de melancolía, puede ser la voluntad formada
por un sentimiento de disenso con la realidad que nos muestra
la injusticia producida por los dispositivos avasalladores del
capitalismo, que usurparon y separaron los territorios de los
cuerpos, orientando las relaciones de lo orgánico-inorgánico hacia
la explotación, el extractivismo, la concentración centralizada del
poder y el aumento del capital, a expensas de los sistemas vivos y
sus formas de vida integradas a sistemas colectivos y más amplios.

***

¿Qué es pueblo? ¿Singularidades mancomunadas?


¿Individualidades que cobran sentido en tanto parte de una
colectividad? ¿Un sistema? ¿Es pueblo un sistema vivo? Si hubiera
una posibilidad para reconciliarse con la muerte al volverse pueblo,
disolver lo solamente individual, responder como responde una
vida configurada por los detalles a los que los discursos estáticos
no prestan atención, hacer un tiempo de lo indeterminado,
independizarse de la linealidad histórica para la vitalidad de
un presente que por fin enfrenta alegremente la derrota de su
estabilidad. Dejando actuar a la memoria de las vidas y sus cuerpos
hechos todos con hilos compartidos en distintas proporciones
y formas, un tejido pensante que reclama sus deseos, los deseos
que tal vez responden a esas imágenes insignificantes que nos

111
convirtieron en lo que somos ahora. Las relaciones entre el lar y
el pueblo parten del disenso con la realidad establecida. Nuestro
presente es producto del progreso modernista, la pulida técnica.
Seguimos experimentando el disenso con la realidad construida
por el poder económico. Ese disgusto es el motor de nuestras
ficciones, nuestras maneras de inventar un habitar alternativo. En
ese sentido, la poética y la actitud lárica, no pertenecen a una época
pasada. Es una forma de vida que responde ante la deforestación
del progresismo con la semilla de la memoria. El peligro de perder
esa memoria es parte de la pugna de la condición humana y ha
existido de manera transversal en la historia. Las cosas vividas, las
cosas de nuestros abuelos, no están en declive, están siempre en
pugna con el progreso. Nuestras formas de vida independientes
de la máquina capitalista no están en declive, están resistiendo
el desgarrador avasallamiento de la ciencia al servicio de los
intereses económicos. Ya no se trata de conservar lo real en vías
de extinción, sino de resistir esas viles trampas de vida para
configurar nuevas formas. Configuración de algo nuevo, mas no
retroceso a “lo de antes”. La antigua conexión con el dínamo de las
estrellas desdibuja su calidad de antigua al mezclarse con la vida
cotidiana y eso ocurre por el simple hecho de existir la biografía
de cada individuo del pueblo, donde algunos comunes convergen.
Una biografía que proviene de un legado que se alimenta del
intercambio con los portadores de memoria. Esos portadores de
memoria no necesariamente humanos o individuos, elementos de
la configuración de realidad que dota de sentido a nuestra biografía
en relación con nuestra historia. Un árbol, una piedra, un río, un
bosque, un anciano. Los seres y las cosas son los portadores de esa
historia y, al reconocemos como hermanos, podremos escuchar lo
que nos tienen que contar y hacer memoria viva.

La reducción de la poética lárica a su elemento nostálgico


es un acto de violenta castración. La nostalgia puede ser o no un
comentario de ésta, más no su núcleo. Sobre todo si se habla de
mera nostalgia retrospectiva. El comentario nostálgico da un largo

112
recorrido si se vuelve crítico, prospectivo. Las poéticas de los lares
cobran vida a medida que conocen que la poesía es una posibilidad
de hablar con los muertos. Ya no se trata entonces de melancolía
inerte, sino de memoria y siembra, de muerte nutritiva, de duelo
para una reconfiguración del presente. Como el botón de las flores
que aparecen en su ciclo, el lar se sigue abriendo. Toca sacarlos del
cajón, desempolvarlos y buscar la potencia de las aristas que aún
no se han tomado en cuenta.

Valdivia, Región de los Ríos


Febrero de 2021

113
PARA HABLAR CON LOS MUERTOS

Para hablar con los muertos


hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como a los fuegos fatuos los pantanos.

Para hablar con los muertos


hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea,
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en el umbral.

(Libro: Muertes y maravillas)

114
DARÍA TODO EL ORO DEL MUNDO

Daría todo el oro del mundo


por sentir de nuevo en mi camisa
las frías monedas de la lluvia.

Por oír rodar el aro de alambre


en que un niño descalzo
lleva el sol a un puente.

Por ver aparecer


caballos y cometas
en los sitios vacíos de mi juventud.

Por oler otra vez


los buenos hijos de la harina
que oculta bajo su delantal la mesa.

Para gustar
la leche del alba
que va llenando los pozos olvidados.

Daría no sé cuánto
por descansar en la tierra
con las frías monedas de plata de la lluvia
cerrándome los ojos.

(Libro: Los Dominios Perdidos).

115
IV

El viento y el miedo golpean los muros.


Se ha ido el relámpago del caballo del alba.
Uvas marchitas sueñan con el vino
donde podrían resucitar.
La muerte,
esa manzana llevada por la bruja,
y ahora golpea los muros
sin dejarnos dormir.

La muerte será una hoguera


junto a la cual nos agruparemos.
Quizás alguna vez he muerto. Y era otro
el que alejándose de la cocina huérfana
donde los duendes echaban de menos
a aquélla de la que ocultaban ollas y sartenes,
deletreaba el nombre de la Agencia de enfrente
mientras oía el chirrido de la soldadura del ataúd.
Llegaba hasta la calle el runruneo de los rezos.
Los tíos salían a tomar una cerveza antes de seguir el cortejo.
Es largo el camino al cementerio.
Los visitantes miraron por última vez la cara de la muerta.
(“Un niño se murió y lo sembraron” oí
decir a una niña de cuatro años).
Yo sabía que alguna vez se lloraría por mí mismo.
Todos seguimos alguna vez nuestro cortejo
y hemos resucitado tantas veces

116
en el moscardón que ronda las casas.
Todos hemos estado
en el puñado de tierra
que lanzamos por primera vez a ese ataúd.

(Libro: Crónica del forastero).

117
V

Un desconocido
nace de nuestro sueño.

Abre la puerta de roble


por donde se entraba a la quinta de los primeros colonos,
da cuerda a relojes sin memoria.

Las ventanas destruidas


recobran la visión del paisaje.

Aparecen en los umbrales las marcas


que señalaban el crecimiento de los niños.

Mientras dormimos junto al río


se reúnen nuestros antepasados
y las nubes son sus sombras.

Se reúnen los que partiendo de Burdeos o Le Havre


llegaron a la Frontera por caminos recién trazados
mientras sus mujeres daban a luz en las carretas.

Se reúnen los que fueron contrabandistas de ganado,


ladrones de tierra, dueños de hoteles o almacenes,
bandoleros, pioneros de hachas y arados.
Los que mataron mapuches y aprendieron de los mapuches
a beber sangre de corderos recién sacrificados,
y fueron enterrados en lo alto de una colina

118
mientras los deudos se reunían a tomar aguardientes en el Bajo.

Hablan de su resurrección
los ríos cuyos primeros puentes construyeron
las herramientas aún guardadas en los galpones,
y los que ahora son partículas de alerce
creen escuchar las campanadas anunciando el primer incendio
del pueblo levantado con tablas sin labrar
en medio del invierno del fin del mundo.

En los establos y prostíbulos


se entrelazan parejas furtivas.
Se celebran matrimonios en capillas rústicas.
Los hermanos se matan por herencias.
Los hijos volverán cantando canciones de trincheras.
Las carretas cargadas con los sacos de las primeras cosechas
llegan a las bodegas.

El sol quiere alcanzar el árbol de nuestra sangre,


derribarlo y hacerlo cenizas
para que conozcamos a los visibles sólo para la memoria
de quienes alguna vez resucitaremos en los granos de trigo
o en las cenizas de los roces a fuego,
cuando el sol no sea sino una antorcha fúnebre
cuyas cenizas creeremos ver desde otras galaxias.

El silencio del sol nos despierta.


¿De dónde viene ese chirriar de puertas invisibles?
Los visitantes miran la mesa vacía y tratan de decirnos

119
que hace falta derramar la ofrenda de vino en las tumbas.
En el corazón de los alerces se apaga un tictaqueo repitiendo:
“No hay tiempo, no hay memoria”.

Griterío de choroyes
en busca de trigales.
A orillas del río
buscamos huellas.
Rápido parpadeo
de un día de verano
que despierta con nosotros.

(Libro: Crónica del forastero).

120
XIX

A Pierre de Place

Sangre color planeta muerto.


Ves correr la sangre de tu mano herida por alambres de púa.

Conoces la sangre que destilan los pinos,


aquella confundida con el pecho imperial de la Iloica,
la de las tablas en el aserradero
y sabes que los ríos son heridas infligidas por el cielo a la tierra.

Los mayores aman salir de caza.


Te despiertan temprano.
Todo el día pasará de potrero a potrero, se treparán los cerros.

Ves echar aves aún palpitantes al morral.


Tus pies van a añorar los esteros
y la pureza adánica de la mañana
reluciente como una escopeta recién bruñida.

A veces te dejan disparar


y aún te duele el hombro con el rechazo.
Te enseñaron que frotando pedernales se enciende una fogata.

Una vez pasaste un puente de cimbra.


Para ir a la escuela atraviesas un puente
que el viento hace interminable.
Aprendes a leer en diarios que anuncian la Segunda Guerra.

121
Semana a semana leerás “El Peneca” ilustrado por Coré.
A veces lo irás a comprar a la estación para
saber más luego la suerte de tus héroes.
Llegas atrasado al colegio por ver a Dick Turpin
galopando por los caminos reales de Inglaterra.
Tus sueños están iluminados por las linternas
que agitan en la “Hispaniola” los piratas.
Desde una guardilla oyes el bastón del ciego golpear el hielo.
Afrontas tempestades en la Malasia junto a Yáñez y Sandokán,
sufres junto a Coretta y Garrón en el libro “Corazón”
y hablas con Gulliver, Robinson Crusoe y Herne el Cazador.

Todos los domingos vas al cine en matiné,


sigues las seriales en doce episodios.
Sabes que hay mundos más reales que el mundo donde vives:
cualquiera calle puede ser una calle del Far West.
Surge Buck Jones jinete en Silver.
Buffalo Bill lucha a muerte con los Sioux.
Oyes la sirena del auto del Avispón Verde.
Si piensas en los muertos
ellos resucitan junto al reloj de pared como
los abuelos de Tylil y Myltil.

Vives cerca de un convento iluminado por antorchas.


Los viajes de Flash Gordon harán que no te
asombres de ninguna conquista espacial.

Mira los puentes que la lluvia hace transparentes.


Anda al patio a oír crecer los naranjos.

122
Quedé solo en medio de un bosque.
El bosque ya no me reconocía.
Hermanos y amigos partieron
hacia los cuatro brazos del horizonte.
En la lejanía se encendían fogatas en círculos de piedra.

Me senté junto a una hoguera a punto de extinguirse


sin poder recordar
cuáles eran las piedras de donde nacía el fuego,
esas piedras que me enseñaron a frotar
una mañana de caza.

El bosque se estremece soñando


con los grandes animales que lo recorrían.
El bosque cierra sus párpados
y me encierra.

(Libro: Crónica del forastero).

123
Pedro Humire
Socoroma, 1935 – 2020
(Selección y comentarios de Giovana Iubini Vidal)13

A don Pedro Humire,


con amor sureñoandino desde la selva valdiviana.

Este año subió al Alax Pacha el poeta, cantor, educador y


lingüista aymara, don Pedro Humire. Desde Coronel a las alturas
de Socoroma caminó con su quena, su guitarra y charango, y
guiado por un perro negro cruzó la gran laguna, saludando w’akas
y al Tata Huayna Phutisi, nevado tutelar del pueblo aymara en las
cordilleras.

Su trayectoria se inicia en Socoroma, en las alturas de Putre,


Región de Arica y Parinacota en Chile, zona predominantemente
aymara, en cuya lengua, cultura y cosmovisión se educó. Quizá
por eso, y por su afán de reivindicar su cultura originaria migró
a Santiago, para estudiar lingüística en la Universidad de Chile
y unirse a la cultura popular que potenciaban los movimientos
musicales de los años 60. Allí, a través del folklore, ayudó a la
formación de grupos de música nortina como Santiago Marka,
hasta que fue detenido por las fuerzas espurias de la dictadura
militar de Pinochet. Fue torturado en el Estadio Nacional,
acusado de ser un infiltrado revolucionario de Bolivia, en total
desconocimiento de la condición transfronteriza de la cultura
aymara (lo cual refleja el férreo racismo de la cultura chilena),
para luego ser trasladado a la Salitrera Chacabuco, donde estuvo
detenido un año. Fue liberado en complejas condiciones de salud

13 Este estudio se realizó en el contexto del Proyecto de investigación


“Umbrales estéticos: poesía y visualidad de la cultura andina en la obra de
escritores chilenos y peruanos contemporáneos” (INS-INV-2020-19), de la
Universidad Austral de Chile.
124
física y mental producto de la tortura.

Dice don Pedro Humire que escribe y canta para olvidar


ese momento, el peor período de su vida y de todo un país; por
esta razón, en su obra se funden la poesía y el canto, la geografía
y la cosmovisión andina, el sacrificio del trabajo y la alegría de las
fiestas patronales, así como el amor y la locura por una tierra que
se añora desde la nostalgia de un sujeto migrante, que se enfrenta
a la muerte en un lugar ajeno.

En este momento de tránsito en su poesía aparece la voz


de un migrante que desde la soledad de la gran ciudad añora a
Parinacota, como el ayllu primario donde vuelve la memoria en
tiempos de desgarro: “Me partes a mí / y al tiempo, / Parinacota
de los pedregales, / lugar primero, madrugada del Universo/
iniciación de los pensamientos / donde piensa el viento grande /
y se encuentran las edades”. Para el poeta, Parinacota es el lugar
donde anida el ajayu: “Yo te entregué mi locura / y tú me confiaste
el frío de tu tristeza / en el lenguaje perenne de América…”. Por eso
su voz, asentada en la geografía andina y siendo particularmente
local, trasciende las fronteras con una subjetividad que se
torna continental, profundamente americana, transfronteriza y
transcultural.

Esas tierras son testigo del amor del hombre andino,


un amor que florece en las fiestas patronales, donde la música
y el éxtasis del baile avivan la pasión y el encanto. Eso hace que
su poesía se pueda cantar con ritmo aymara y, en ella aparezcan
“las zampoñas y el bombo / de este wayñu montañero / sonarán
fuerte en tu corazón”, y nos invita a adentrarnos en la cosmovisión
andina: la mujer, la palomita, kukuli, es el opuesto complementario
del hablante, al cual le canta como una forma de seducción.

En tanto wayñu, su poesía está vinculada a la nostalgia de


una cultura que se está diluyendo con la amenaza de la modernidad
y de la cultura criolla chilena; por eso la poética de don Pedro

125
Humire implica una recuperación del canto tradicional como una
manera de preservar la cultura aymara. Así, su poesía anuncia la
confianza en un nuevo tiempo para el mundo andino: “Ha llegado
el día / ¿no has oído cómo cantan los puku-puku? / ya no cantan a
la muerte. / ¿No has oído cómo vuela / el cóndor de cuello blanco?
/ Despeja tu sien y salúdalo diciendo: / ¡Suerte mallku, suerte
mallku! ¡suerte mallku!/ urusa purk’iwa / Chuimasa kusisk’iwa”.
En este collage lingüístico, el castellano y el aymara se mezclan en
el poema, dando cuenta de la condición de diálogo intercultural
de su poesía; pero en esa “interculturalidad”, la cultura aymara
adquiere una condición de primacía. Por eso, cuando dice “urusa
purk’iwa / Chuimasa kusisk’iwa”, su voz se eleva como un canto
mesiánico que incita al despertar del pueblo andino, diciendo:
“nuestro día está llegando/ nuestro corazón se alegra”, por lo que
llama al Pachakuty, a romper las cadenas y a dar vueltas el rumbo
del tiempo histórico.

En este sentido, su poesía también implica una búsqueda


de justicia para los habitantes del desolado mundo del norte
de Chile, en el cual se opone la opulencia de los dueños de las
salitreras al trabajo duro de los mineros: “A la misma hora en
que / los Undurraga, / los De Castro, / los Urruticoychea, / los
Gustavo Roos, / brindaban por las ganancias / que aumentaban
sus bolsillos/ a costa de los pulmones / de los abuelos obreros
/ que entregaron la fuerza de toda su vida / en la calichera”. Su
poesía hace eco del grito de denuncia del movimiento obrero,
con su crítica a la injusticia social y el rol de las fuerzas policiales,
quienes actúan como esbirros del capital, pues son los encargados
de “apagar con balas de metralla/ los gritos de justicia, / un trato
humano, / un salario justo, / pan para sus hijos, / terminar con ese
bestial trato / de peligrar y perder / tantas veces la vida”. La voz
de don Pedro Humire parece estar recordándonos los momentos
más trágicos de la masacre de la Escuela de Santa María de
Iquique de 1907, cuando la protesta de los obreros fue acallada por
la milicia chilena. Lo hace como una forma de mantener viva la
memoria del mundo obrero, para hacernos ver lo importante del
126
“nunca más” en nuestra historia y para denunciar los vicios de un
sistema capitalista que explota al ser humano y acaba con la tierra,
destruyendo el sustento natural del mundo andino, contaminando
sus ríos y suelos.

Esta perspectiva crítica se aprecia también en el poema


“Taruja”. Allí el hablante lírico, en tanto sujeto migrante, retorna
al imaginario del mundo andino como una forma de escape de la
modernidad citadina en la cual se encuentra inmerso. Se trata de
un poema de tintes autobiográficos, donde el sujeto, perdido en
el dolor de la ajenidad, recuerda la figura de un venado andino,
una taruja, que actúa como figura espiritual que le permite el
retorno a su tierra: “Ahora estaría allí / en los sueños y / los bailes
Pacha Incaicos, / en los tambores con / cuero de llamo (…) / Estaría
allí estudiando / en los “Chaska Lucero” / en los “Ojos de llamo”
/ en las constelaciones / indias”. En este poema, la memoria del
migrante actúa en contrapunto, pues mientras añora la imagen
de la bóveda celeste de Atacama, se opone la situacionalidad
de un sujeto que se encuentra “en el kirófano / entregado a la /
computadora / anormal de las / edades”, pues lo asedia tanto la
enfermedad (la “tisis moderna”), como la soledad. En este sentido,
lo aqueja un desequilibrio físico y espiritual que solo un yatiri
(‘adivino andino’) puede curar; esa es la razón por la que eleva una
plegaria hacia la taruja, en tanto ser tutelar, para que lo transporte
a su tierra: “Taruja de los / cerros de Socoroma / ¡ven a buscarme!
/ No espantes de / mi cuerpo. / Reconoce mis postemas / tuyos
son mis huesos / tuyo lo que me / queda de espíritu / aymara”,
ya que solo allí el sujeto andino puede encontrar el arraigo y la
pertenencia.

En consecuencia, la poesía de don Pedro Humire respira


de la tierra; a través de ella se siente el viento de las quebradas
andinas con el sonido de las quenas y los sikuris, se escucha el
rítmico caminar de los animales que recuerda la cadencia del
tambor y aparece el canto andino, el wayno, con contrapunto
entre el amor y la desesperanza. Ese vínculo especial con la tierra
127
da cuenta de una poesía enraizada en un mundo que lucha por
permanecer contra una modernidad arrasadora que rompe los
lazos culturales y vacía de sentido a la memoria: por ese motivo
la voz, palabra y canto de don Pedro Humire debe perdurar, y
convertirse en una planta perenne para el desierto de Atacama.

Valdivia, Región de Los Ríos


Diciembre de 2020

128
PARINACOTA
(Poblado cordillerano de Arica)

Me partes a mí
y al tiempo,
Parinacota de los pedregales,
lugar primero, madrugada del Universo
iniciación de los pensamientos
donde piensa el viento grande
y se encuentran las edades.

Cuando nos conocimos


me envolviste con tu grito
y tuve la sensación de hundirme
en tu perennidad,
Parinacota, residencia de mi espíritu.

Dejé marcada en tus adobes


mi locura,
y se partió la blanca pared de las casas
cuando te conté aquello,
Parinacota de mi recuerdo.

Los dos llorábamos,


el ave bajo el arbusto
a sepultar su plumaje;
más hará navegar su canto
hoy y siempre, en mi profundidad
y en los reflejos de tu laguna.

129
Tristemente vimos a las vicuñas
doblegar su salvaje trote frente a la muerte,
pero desde aquel tiempo
siento correr la dulce sensibilidad de ellas
entre mi sangre,
Parinacota, mi necesario hallazgo.

¡Cómo estás en mí!


que cuando te sueño
me responde tu ventarrón,
ese de tus tardes,
de tu lluvia,
de tus confidencias en esa blancura
del tiempo de invierno,
de esos días en que buscas
y corres riendo sobre tus penas
o llorando frente a tu encuentro.

Nuestra dulce desgracia,


Parinacota, los dos la guardaremos,
y no habrá más quien la sepa.
Yo te entregué mi locura
y tú me confiaste el frío de tu tristeza
en el lenguaje perenne de América…
Todo multiplicará entre tú y yo solamente.
Parinacota, maternal huella encontrada.

Parinacota, 1962

(Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti)


130
NOCHE DE SANTA ROSA
(A Liria Baltazar)

Las zampoñas y el bombo


de este wayñu montañero
sonarán fuerte en tu corazón,
mañana cuando me vaya;
ya no bailaremos más juntos
la noche de Santa Rosa,
ni en la plaza, ni en el cielo,
ni en los verdes bofedales
de tus sueños y los míos;
el nocturno cielo cordillerano será como yunque,
donde habrán de golpearse tus pasiones,
quemándote los sentimientos con las estrellas,
y habrás de llorar, ya verás,
lágrimas heridas de soledad y en silencio;
encontrarás la montaña llena
con este wayñu que te he versea’o, palomita,
la noche de Santa Rosa
que se quedó con nuestras palabras,
temblando en el firmamento.

Caquena, 1962

(Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti)

131
URUSA PURK’IWA

Ha llegado el día
¿no has oído cómo cantan los puku-puku?
ya no cantan a la muerte.
¿No has oído cómo vuela
el cóndor de cuello blanco?
Despeja tu sien y salúdalo
diciendo:
¡Suerte mallku, suerte mallku! ¡suerte mallku!
urusa purk’iwa
Chuimasa kusisk’iwa.

Ya no llorarás palomita kukuli,


que saltabas tristemente por la quebrada,
ahora tu arrullo se oirá
junto con el agua del río por la mañana.

Ya no serán negras tus noches


chinchiercoma wayta, flor sensible,
amor que no puedes dejar la sierra;
ya no estaré contigo,
pero espérame cada vez que aclare sobre la nieve.

Y tú, madre,
que al nacer nos amamantas
con aquellas canciones,
huayñus antiguos,

132
estaremos cerca de ti
siempre
en el agua y el viento
el sol.

Alegrémonos,
hoy ha llegado el día.
Urusa purk’iwa
chuimasa kusisk’iwa.

Corre, Sikuri, corre


hacia los montes.
Está clara la señal:

Una pastorcita cantando


sobre esa ladera,
bajo el cordón que tiene una flor
que parece estar riendo.
allí sikuri desesperado
Ahí está el entierro.
Escarba, escarba con cuidado.

Ten presente
que fueron tantos años
que allí dejaron los viejos instrumentos
y los versos aquellos.

Corre, Sikuri, corre


traed aquellos atados

133
de cañas sonoras;
y vuelve tocando alegre,
gritando a todos,
ha llegado el día.
Urusa purk’iwa
Chuimasa kusisk’iwa.

Arica, 1967

(Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti)

134
TARUJA

Yo vi un venado
una taruja
allá en el cerro
Anco-Anco
vecino al Socoroma.

Apareció de una
falda de
tierra blanca
parece que salía
de la nieve.
Sentiría de lejos
nuestras pisadas
que movía sus
astas
lado a lado.

Asustado, huidizo
desapareció.
Pienso,
cómo no me fui
enredando en su
piel,
mezclado en su
carrera
bañándome en

135
sus ojos,
hundido en
su estómago,
saltando en su
corazón.

Cómo no me fui
hasta los confines
del cerro Socoroma
más allá de
las Pascanas
desiertas.
Más allá de
los cerros deshabitados,
más allá de
las tumbas Sunkunallas,
más allá de las
gredas,
de los tejidos,
de las zampoñas,
de las p’ichakas,
de las chajgrañas,
de los charangos,
de las pusk’as
de los millus.

Al centro de
la K’ora
al centro de la suerte india.

136
Ahora estaría allí
en la fiesta
atizando hornos,
y no parado en esta
ciudad,
muriéndome de
hambre.
Ahora estaría allí
en los sueños y
los bailes Pacha Incaicos,
en los tambores con
cuero de llamo,
y no tosiendo
esta tisis moderna.
Estaría allí
haciéndome
remedios con un
yatire,
y no aquí
en el kirófano
entregado a la
computadora
anormal de las
edades.

Estaría allí estudiando


en los “Chaska Lucero”
en los “Ojos de llamo”
en las constelaciones

137
indias
y no en estas Academias
de falsos conceptos
de malquistas
abstracciones.

Estaría allí acariciando


el arrullo maternal,
sería Sullo indio
para perdurar
en el tiempo
de Thihuanacu.

¡Llévame en tu carrera
desafiando al
laika tiempocibernético!
¡Taruja
ampe, jilatanan
¡ven a buscarme!
¡Taruja!

(Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti)

138
Cecilia Vicuña
Santiago de Chile, 1948
(Selección y comentarios de Giovanna Iubini Vidal)

“El poeta es solo el que habla


la dirección del llanto
que vuelve a la tierra”
(Semi-ya, Cecilia Vicuña)

La poesía de Vicuña se sitúa en un lenguajear


transfronterizo, pues su poesía es un constante fluir del lenguaje,
en una especie de metarreflexión sobre la posición de la poesía
—y el rol del poeta— en la creación de la naturaleza a través del
lenguaje, debido a que, para Vicuña, el escritor es el encargado
de tejer las redes de sentido que intervienen en el mundo natural.

En la poesía de Vicuña, el cuerpo y el tejido son el soporte


textual de la palabra y un espacio de creación estética en que se
articula el imaginario cultural andino, el lenguaje y la naturaleza,
como una forma de reivindicación de sí y de la memoria. Así
ocurre en los poemas seleccionados de Luxumei o el traspié de la
doctrina (1983), en los cuales vemos que el cuerpo es el sustrato de
sentido, por cuanto se encuentra íntimamente vinculado con la
naturaleza, deviniendo en cuerpo-vegetal: “Soy de cuatro patas /
preferiblemente las ramas / me saldrán por la piel / estoy obligada
a ser / un ángel con la pelvis en llamas”. La hablante lírica reniega
de la condición humana para buscar otras especies con las que
pueda identificarse para constituir una forma distinta de ser, ya
sea “flores” o “ramas”, que dotan de una cualidad casi inanimada
a un ser que llega a metamorfosearse en un “ángel sexuado con la
pelvis en llama”.

139
Algo similar sucede en “Retrato físico”, donde
nuevamente aparece la metáfora vegetal como una forma de
identificación del sí mismo hacia el Reino Plantae: “tengo el cráneo
en forma de avellana / y unas nalgas festivas a la orilla / de unos
muslos cosquillosos de melón / tengo rodillas de heliotropo / y
tobillos de piedra pómez / cuello de abedul africano”. La imagen,
por supuesto es paródica, pues observamos un cuerpo-fetiche que
se fragmenta como una pintura cubista, en la cual solo podemos
ver una parte del todo. Este cuerpo experimenta, en sí mismo, una
construcción caótica, ya que sus partes parecen desplomarse como
un injerto precario: “Tengo veinte dedos y no estoy muy segura /
de poder conservarlos / siempre a punto de caerse / aunque los
quiero mucho”. Humor e ironía se funden en la visión de un ser en
constante devenir, que parece florecer en un proceso de autopoiesis:
“Después me termino y lo demás / lo guardo a la orilla del mar”.

En la poesía de Vicuña las transformaciones del ser


constituyen una forma de acontecimiento, en tanto agenciamiento
en una nueva especie, que le permite a la hablante explorar otras
posibilidad de sentido. Por tanto, si en los poemas seleccionados
de Luxumei o el traspié de la doctrina (1983), vemos una indagación
en el mundo vegetal, en los poemas de La Wik’uña (1990) nos
encontraremos frente a un devenir animal, pues la autora se
acercará al mundo andino a partir de su apellido como incidente
vital que la vincula con esa cultura. Allí, la hablante y el poema
se identifican con este camélido que habita en la profundidad del
altiplano: “El poema / es el animal / hundiendo / la boca / en el
manantial”.

El poemario completo es un canto a la gracia y a la


belleza de este animal andino, y por extensión, a los paisajes de
la cordillera serrana que éste habita y guarda, cual ser tutelar.
Es también una forma de rendir homenaje a las formas de vida
que surgieron en este espacio, que pese a su esteparia condición,
alberga y desarrolla múltiples modos de existencia del mundo
vegetal, animal y humano, así como de los seres tutelares que
140
pueblan en mundo andino. Así, la voz poética le canta a la Wik’uña:
“Amanecer / del amor siendo / animal // Pálpita pálpita / saltarina
// Señora de las / altitudes andinas”.

Para la hablante, la Wik’uña, nombrada desde la lengua


quechua, es un animal que le entrega belleza y riqueza al lugar
que habita, por eso la identifica con la fertilidad del valle del
Urubamba: “Tu eres la Uru / y la Bamba (…) // Apu aquí / oro en
monte / Rimac allá (…) // Vivísima fuente / del lanar / pelo al sol
// Hija y madre / del tiempo mejor”. En este poema se concentran
distintos elementos del mundo andino, como la importancia
del animal como ser sagrado que permite la abundancia y
la sobrevivencia del sujeto andino y su condición de antiguo
habitante de la serranía.

En el poemario de Vicuña se aprecia, igualmente, una


perspectiva ecocrítica, en tanto preocupación por la depredación
de la Pachamama, una tierra que conjuga espacio-tiempo y que
debe recuperarse de la extracción de los hombres y la industria,
por eso dice: “La tierra / una gota de agua en el vacío / Pachawawa
Pachatira”. Al contrario de lo que plantea la cultura occidental
moderna, Vicuña asume la perspectiva cosmovisional y de
cuidado de la Pachamama de la cultura andina, por cuanto para
ella hay una íntima relación simbiótica entre el ser humano y la
Pachamama, ya que somos de la tierra (pachawawa, ‘hijos de la
tierra’ o ‘ser nacido de la tierra’) y a ella volveremos, y todo el daño
que le hagamos retorna a nosotros en una compleja ciclicidad:
“Amnio sacrificial / Vaso comunicante // contaminar una fuente /
es contaminarlas todas // Cloaca y vertiente / tarde o temprano se
encontrarán”.

Vemos, entonces, que para sanar nuestra relación con la


tierra es necesario retornar a los ritos andinos: “limpia cantando
/ challa asperjando”. Es decir, para recuperar el equilibrio es
necesario alimentar a la Pachamama, pedir su protección y tutela, sin
olvidar que todo en la naturaleza tiene vida, espíritu y significado;

141
por eso la tierra y el agua se unen para dotarnos de aliento vital:
“madre de agua / serpiente zigzag”. Las aguas, entonces, adquieren
una condición especial, debido a que permiten la conexión de los
mundos en la cultura andina; así, la Pachatira es un riachuelo que
brota de la tierra, a través del cual fluye el Amaru. La Pachamama
y Amaru, en tanto deidades, conforman parte de la cosmovisión
andina, pues la serpiente de agua —Amaru— permite que la
Pachamama se fertilice y florezca, cree y crie vida para el sustento
del ser humano

En La Wik’uña, por tanto, hay una crítica ecológica a la


modernidad como forma de arrasar la naturaleza, una naturaleza
que requiere respirar y recuperarse con seres humanos amorosos
que la alimenten y la protejan, para obtener, a su vez, alimento,
protección y sabiduría.

Los modos de devenir que hemos visto en Luxumei o el


traspié de la doctrina (1983) y La Wik’uña (1990), los observamos
plasmados desde otro prisma en su extenso poema (o poemario)
Palabra e Hilo/Word & Thread (1996), libro de edición bilingüe.
En esta obra la reflexión se centra en la textualidad de la obra
literaria en tanto tejido cultural que permite la activación de la
memoria como dispositivo en el que se deposita la espiritualidad
y la cosmovisión de una cultura de la cual somos herederos. La
voz lírica en este texto se asume como una tejedora de la palabra
y de la semiótica de la significación poética, diciendo: “La palabra
es un hilo y el hilo es el lenguaje / cuerpo no lineal / una línea
asociándose a otras líneas”.

En la composición poética y en el telar, palabra e hilo


tensionan el universo de sentido en la creación de un lenguaje
que solo se puede comprender bajo códigos cosmovisionales
comunitarios. Por eso: “la tejedora ve su fibra como la poeta su
palabra / El hilo siente la mano, como la palabra la lengua (… ) /
¿La palabra es el hilo conductor, o el hilo conduce al palabrar? /
Ambas conducen al centro de la memoria, a una forma de unir y

142
conectar”.

De este modo, la escritura en este poema es un


significante en constante expansión, tal como el lenguaje, debido
a que, desde perspectiva de la hablante, este ya no se limita por
la racionalidad occidental del logos y del fonocentrismo, ya que
se constituye en un campo “no lineal”, que hunde su sentido en
función de la construcción de patrones que se encuentran en la
cosmovisión andina, esto es, en los quipus, los tocapus, los pallares
y los diseños textiles como una forma de transmitir conocimiento
y espiritualidad.

Así, la propuesta de Vicuña es que volvamos a posar la


mirada en la profundidad de la cultura andina, como profundo es
el sentido que para nuestras culturas originarias tienen sus “otras”
formas de escritura, invisibilizadas por la grafía occidental. Su
invitación es que nos acerquemos a este modo de conocimiento
cosmovisional, en tanto ejercicio de descolonización epistémica.
Por eso, el quipu es tan importante en su quehacer artístico,
tal como aparece aludido en este fragmento: “La energía del
movimiento tiene nombre y dirección: lluq’i, a la / izquierda, paña,
a la derecha // Una dirección es un sentido y la forma de la torsión
transmite / conocimiento e información (…) // La palabra y el hilo
se comportan como los procesos del cosmos”.

Desde su sensibilidad poética y estética, Vicuña moviliza


una especial forma de identificación con el mundo andino, pues
desde su actividad artística, y su recreación y reflexión moderna
sobre los quipus, la poeta se transforma en una quipucamayoc
contemporánea, pues asume el rol tradicional de transmitir
y guardar la cosmovisión andina, en función de la promover
complementariedad y reciprocidad que debe existir entre el ser
humano y el mundo en que habita.

En definitiva, en su poesía observamos una estética del


devenir en el que la subjetividad se agencia de modos diversos:

143
deviene vegetal, deviene animal, deviene tejedora; siempre como
un modo de explorar las múltiples dimensiones del ser humano
en distintos contextos, siempre como un modo de ser la otredad.

Valdivia, Región de los Ríos,


Enero de 2021

144
LUXUMEI

Necesito decir
que mi atavío natural
son las flores
aunque me vestiré
de un modo increíble
con plumas
dientes de loco
y manojos de cabellera
de Taiwan y Luxumei.
Cada vez que estornudo
se llena el cielo de chispas
hago acrobacias
y piruetas endemoniadas
cada noche
me sale una espalda adyacente.
Soy de cuatro patas
preferentemente,
las ramas
me saldrán por la piel,
estoy obligada a ser
un ángel con la pelvis
en llamas.

(Libro: Luxumei o el traspié de la doctrina)

145
RETRATO FÍSICO

Tengo el cráneo en forma de avellana


y unas nalgas festivas a la orilla
de unos muslos cosquillosos de melón.
Tengo rodillas de heliotropo
y tobillos de piedra pómez
cuello de abedul africano
porque aparte de los dientes
no tengo nada blanco
ni la esclerótida de color indefinible.
Tengo veinte dedos
y no estoy muy segura
de poder conservarlos
siempre están a punto de caerse
aunque los quiero mucho.
Después me termino y lo demás
lo guardo a la orilla del mar.
No soy muy desvergonzada
a decir verdad
siempre que hay un hoyo
me caigo dentro
porque no soy precavida
ni sospechosa.

(Libro: Luxumei o el traspié de la doctrina)

146
EL POEMA…

El poema
es el animal

Hundiendo
la boca

En el manantial

(Libro: La Wik’uña)

147
LA WIK’UÑA

La wik’uña
Es pastar y correr

Pecho blanco
al atardecer

Cúspido brote
a todo dar

Cerril corpar

Ojos colmando
el cabezal

Flor de lanío
y del ultra fugaz

Me duermo
en tu potestad

Perder la cabeza
y volverla a recuperar

Lo wikuño
del wik’uñar

148
Pensar lumínico
y cabal

Face de hilo

Entrando
en el cristal

Fibra de orar

Poliedro impensable

Y ahí está

Tú que comes
y ludes

Tú que eres
y eludes

Fina devolvedora
del sentido

La fuerza
entre nos

Amanecer
del amar siendo
el animal

149
Pálpita pálpita
saltarina

Señora de las
altitudes andinas

Tú eres mi
cósica calórica
camótica

Mi cáspita bruces

La Cupisnique

Tú eres la Uru
y la Bamba

Qué andas haciendo

Apu aquí
oro en monte
Rimac allá

Qué andas haciendo

Wik’uña al monte
tres prístinos mugidos
tres rápidos tris-trás

150
Salvaje y frugal

Vivísima fuente
del lanar
Pelo al sol

Hija y madre
del tiempo mejor

Aquí te vas
y tu ijar se vuelve
grupa tonaz

Tú lo has querido
mandado y dolido

¿A qué te soy?

Wikuñar y pastar

Mover el pelo
al norte y al sur

¿A qué flaquita?

Pepita de ají

¿A qué has venido?

(Libro: La Wik’uña)

151
LA TIERRA…

La tierra
una gota de agua en el vacío
Pachawawa, Pachatira.

Amnio sacrificial
Vaso comunicante

Contaminar una fuente


es contaminarlas todas

Cloaca y vertiente
tarde o temprano se encontrarán

Limpia cantando
Challa asperjando

Madre del agua, serpiente zig zag.

(Libro: La Wik’uña)

152
PALABRA E HILO

La palabra es un hilo y el hilo es lenguaje.

Cuerpo no lineal.

Una línea asociándose a otras líneas.

Una palabra al ser escrita juega a ser lineal,


pero palabra e hilo existen en otro plano dimensional.

(…)

La tejedora ve su fibra como la poeta su palabra.

El hilo siente la mano, como la palabra la lengua.

Estructuras de sentido en el doble sentido


de sentir y significar,
la palabra y el hilo sienten nuestro pasar.

¿La palabra es el hilo conductor, o el hilo conduce al palabrar?

Ambas conducen al centro de la memoria,


a una forma de unir y conectar.

(…)

153
Metáforas en tensión, la palabra y el hilo llevan al más allá
del hilar y el hablar, a lo que nos une, la fibra inmortal,

(…)

En el Ande, la lengua misma, quechua


es una soga de paja torcida,
dos personas haciendo el amor, varias fibras unidas.

Tejer diseños es pallay, levantar las fibras, recogerlas.

Leer en latín es legere, recoger.

La tejedora está leyendo y escribiendo a la vez, un texto


que la comunidad sabe leer.

Un textil antiguo es un alfabeto de nudos, colores y direcciones


que ya no podemos leer.

(…)

La energía del movimiento tiene nombre y dirección: lluq’i, a la


izquierda, paña, a la derecha.

Una dirección es un sentido y la forma de la torsión transmite


conocimiento e información.

154
Los dos últimos movimientos de una
fibra deben estar en oposición:

una fibra se compone de dos hilos lluq’i y paña.

Una palabra es raíz y sufijo: dos sentidos antitéticos en uno solo.

La palabra y el hilo se comportan como los procesos del cosmos.

(…)

La palabra y el hilo son el corazón de la comunidad.

El adivino se acuesta sobra un tejido de wik’uña para soñar.

(Libro: Palabra e Hilo/Word & Thread)

155
Raul Zurita
Santiago de Chile, 1950
(Selección y comentarios de Sergio Ojeda Barías)

La poesía de Raúl Zurita, desde sus albores, contiene una


fuerte presencia de la geografía chilena, es así como los mares,
los ríos, las cordilleras y los acantilados actúan como soportes
poéticos y simbolizaciones que establecen una geografía del dolor,
en la cual se intersectan comunidad y sujeto. No es un canto a la
belleza y a la omnipresencia de los lagos y nieves cordilleranas,
más bien se abre a una cosmosvisión, una profunda ecología que
incumbe a los sujetos con su comunidad. De ello surge en el poeta
la necesidad por entender lo humano respecto del territorio.

El tema de los lugares, del hábitat y del entorno


geográfico son de preocupación capital en diversas disciplinas
de las ciencias naturales y de las humanidades. La relación filial
del sujeto con su geografía es central e involucra tres aspectos
fundamentales del vivir: el lugar, la existencia y la espacialidad.
En este sentido, la comprensión ecopoética, acerca la escritura
de Zurita al pensamiento del geógrafo chino-estadounidense,
Yi-Fu Tuan, quien denomina al fenómeno de entronque con
el territorio: Topofilia; concepto que etimológicamente deriva
de dos palabras: topos (lugar) y filia (amor a), es decir “amor
por el lugar”. A mediados del siglo XX Gastón Bachelard, es el
primero en utilizar este térmno en su obra La poética del espacio,
antecedente afín con la Topofilia. Esta última, se relaciona con las
formas en que el sujeto se arraiga en un espacio, cómo lo percibe
y qué sentimientos le arroja. Para Yi-Fu Tuan la topofilia viene a
ser “el lazo afectivo entre las personas y lugar o medio ambiente
circundante”. Su análisis arranca de un conjunto de interrogantes
que pueden abrir pistas en las posibles lecturas respecto de la

156
presencia de la geografía chilena en la obra de Zurita.

Tuan se pregunta: ¿Cuáles son nuestras visiones del


entorno material, sea éste natural o artificio humano? ¿Cómo lo
percibimos, cómo lo estructuramos, cómo lo valoramos? ¿Cuáles
han sido y cuáles son nuestros ideales con respecto al medio? ¿De
qué modo la economía, los estilos de vida e incluso el marco físico
afectan nuestras actitudes y valores hacia él? ¿Qué relación existe
entre entorno y cosmovisión?.

En la búsqueda de respuestas a estas indagaciones,


Tuan define tres conceptos capitales para entender el concepto
de Topofilia. Estos son: percepción, actitud y cosmovisión. La
percepción, por un lado, es la respuesta de los sentidos a los
estímulos externos, y por otro, el proceso específico por el cual
ciertos fenómenos se registran claramente mientras otros se
desvanecen o se eliminan. La actitud es una perspectiva cultural,
una postura que se toma con respecto al mundo y la cosmovisión
vendría a ser la experiencia conceptualizada, que en parte es
personal, pero en su mayor parte es social, es la suma de la actitud
y un sistema de creencias, en donde la palabra sistema supone
que las actitudes y las creencias están estructuradas, por más
arbitrarias que parezcan sus conexiones.

En esa línea, el desierto, la cordillera y el océano en la


poesía de Zurita, materializan la ambivalencia de un discurso
donde todo parece perdido, pero que logra abrirse a caminos
de esperanza. Su relación topofilica es fuerte. Al igual que su
mejilla sangrante, el desierto también sufre y se transforma, se
desdobla y se puebla de pastos y ovejas. La geografía ensancha su
significado y se percibe como un espacio de tránsito y devorado
por la desesperanza, pero que se vuelve sueño y deseo del sujeto
que aspira a que las cosas cambien.

157
Di tú del silbar de Atacama
el viento borra como nieve
el color de esa llanura
i. El Desierto de Atacama sobrevoló infnidades de
desiertos para estar allí
ii. Como el viento siéntalo silbando pasar entre el
follaje de los árboles.

La filiación que establece Zurita con la geografía chilena


no es sólo de tipo biográfica, pues el inmaculado y desolado
lugar que es el desierto-cordilerra-acantilado-ríos, transgrede
a la escritura y más allá. El poeta consuma su sospecha acerca
del lenguaje como instrumento capaz de explicar el mundo y de
cuidarlo en él mismo.

Esa geografía no es sólo material; aunque se nombre el


desierto de Atacama, la cordillera y los mares chilenos en todos
sus libros. También la constituye la geografía mental del sujeto,
que en su relación con el lugar necesita tomar distancia de los
hechos. Por eso la palabra del “yo” se ausenta, y en este caso es
más bien un “nosotros”.

Por ello, el sujeto poético objetiva el desierto, lo sueña,


lo pinta y lo imagina. Lo onírico aparece con gran fuerza en la
escritura y hace del discurso zuritiano un espacio limítrofe donde
se hibridizan las voces.

La relación topofílica de Zurita con el desierto, por


ejemplo, abre paso a una cosmovisión de las pasiones y dolores
humanos, que dejan sus huellas en los lugares que habita el sujeto.
Esos lugares no son sólo lugares de permanencia, son lugares
mentales que se preservan en los fragmentos. La geografía es un
dispositivo amplio, pletórico de vida y muerte, es un buen lugar
para que la ambivalencia del lenguaje encuentre su sitio. El paisaje
no constituye un telón decorativo o evocativo, sus coordenadas

158
pueden pertenecer a cualquier lugar del mundo, pues el universo
que retrata simbólicamente incluye la expansión y el desajuste
con las palabras.

En definitiva, Zurita encuentra en la geografía chilena


otro elemento capaz de ser poetizable e intervenible, otro sitio
donde las significancias interseccionen en las distintas fronteras
de la conciencia humana con su propio territorio. Es un desierto
donde el flujo constante de las voces cantan y sueñan la posibilidad
de la expiación, Purgatorio puede ser leído, también, como un
espacio para la piedad:

Para cuando vean alzarse ante sus ojos los desolados


paisajes del Desierto de Atacama mi madre se
concentre en gotas de agua y sea la primera lluvia en
el Desierto
v. Entonces veremos aparecer el Infinito del Desierto
vi. Dado vuelta desde sí mismo hasta dar con las
piernas de mi madre
vii. Entonces sobre el vacío del mundo se abrirá
completamente el verdor infinito del Desierto de
Atacama (Purgatorio).

Como lo plantea Yi-Fu Tuan (2007), los seres humanos


buscan infatigablemente el entorno ideal, la pregunta respecto
de su aspecto incide y difiere de una cultura a otra. Y, agrega,
finalmente:

(…) en esencia, parece utilizar dos imágenes opuestas:


el jardín de la inocencia y el cosmos. Los frutos de
la tierra proporcionan seguridad, como tarnbién lo
hace la armonía astral que, además, ofrece grandeza.
De este modo, nos movemos de un mundo al otro:
de la sombra bajo el baobab al círculo mágico bajo

159
el cielo, de la casa a la plaza pública, del suburbio a
la ciudad, de unas vacaciones costeras al goce de las
artes refinadas, buscando un punto de equilibrio que
no es de este mundo. (Tuan 2007 336).

160
A LAS INMACULADAS LLANURAS

i. Dejemos pasar el infinito del desierto de Atacama


ii. Dejemos pasar la esterilidad de estos desiertos
para que desde las piernas abiertas de mi madre se
levante una plegaria que se cruce con el infinito del
Desierto de Atacama y mi madre no sea entonces sino
un punto de encuentro en el camino
iii. Yo mismo seré entonces una Plegaria encontrada
en el camino
iv. Yo mismo seré las piernas abiertas de mi madre
para que cuando vean alzarse ante sus ojos los desolados
paisajes del Desierto de Atacama mi madre se concentre
en gotas de agua y sea la primera lluvia del desierto
v. Entonces veremos aparecer el Infinito del Desierto
vi. Dado vuelta desde sí mismo hasta dar con las piernas
de mi madre
vii. Entonces sobre el vacío del mundo se abrirá
completamente el verdor infinito del Desierto de
Atacama

(Libro: Purgatorio)

161
EL DESIERTO DE ATACAMA II

Helo allí Helo allí


suspendido en el aire
El Desierto de Atacama
i. Suspendido sobre el cielo de Chile diluyéndose
entre auras
ii. Convirtiendo esta vida y la otra en el mismo
Desierto de Atacama áurico perdiéndose en el
aire
iii. Hasta que finalmente no haya cielo sino Desierto
de Atacama y todos veamos entonces nuestras propias
pampas fosforescentes carajas encumbrándose
en el horizonte

(Libro: Purgatorio)

162
LA SINFÓNICA DE LAS AGUAS

Llegaron entonces los ríos: los ríos del


sueño, cielo y vientos primero, los de la
vida después. En notas empezaron a hablar
entre ellos, en silencios las cosas de la
intimidad, en pausas las del entendimiento
y en acordes todo. Así fue el encuentro,
la comprensión, el sonido. Fue mente, opus
y música su llegada, y cuando rompieron
planeando sobre las cordilleras, se vio
el comienzo y el acabo al mismo tiempo.
Así es y se lee: notas de los primeros
torrentes tendieron el pasto coloreándose;
miles, millones de pastos poblando las
praderas en comunidad total de repartición,
ecología, luz y vastas planicies. Ese fue
el canto, el torrente, el vuelo,la sinfónica de las aguas.

(Libro: Canto de los ríos que se aman)

163
CANTO DE LOS RÍOS QUE SE AMAN

Canto, canto de los ríos que se vienen,


canto de los anchos del Biobío y las
praderas que cuando rompen cantan
tras los inmensos cielos de pasto.
Canto del cielo que se viene gritando
porque todas las cosas hablan y cantan
tocándose. Canta el Baker y los ríos
de las aguas más heladas que aún
no tienen nombres. Cantan sí, todas
las cosas de este mundo: las grandes
montañas y los cielos llenos de pasto.
Canto de mi amor que eres tú, y de
todas las llanuras empapadas que se
abren también cantando; los muchachos
y las muchachas abrazados y tú que
caminas bajando por los ríos: mi lluvia
buena, mi verano más ardiente, la
primavera de mis sueños,
mis aguas.

: En las horas de A. M. de
las aguas de norte y sur
este y oeste

(Libro: Canto de los ríos que se aman)

164
HOMENAJE DE AMOR DE LAS CORDILLERAS
Queridas cordilleras

Todas las cosas viven y se aman. Las grandes


montañas y las nieves que se levantan
azules y se miran
Como ustedes se miran te miran
Como ustedes se esperan te esperan
Te he esperado tanto, se van diciendo unas
a otras las preñadas montañas, arriba,
besándose
Toda la nieve te he esperado, responden al
unísono los desbordados horizontes
de los Andes abriéndose igual que todas las
cosas,
igual que tú
a quien ahora saludan estas cumbres
y a quien yo saludo
largando la nota más alta de las cordilleras

(Libro: El amor de Chile)

165
LOS TORRENTES HABLAN DE SÍ MISMOS
Queridos lagos, queridos torrentes

Para ustedes se tiende entonces el Canto del


amor de Chile
Para ustedes que han oído hablar de estos
poemas y que están aquí
como están todas las cosas con nosotros
Amigo, los escribo para ti, para que tu veas
mis ojos
y yo imagine los tuyos,
los lagos inmensos donde nuestros ojos se
pierden
y nacen los torrentes que juntan los míos
con los tuyos
Como las aguas que se largan rompiéndose
los escribo
como las corrientes del Baker, del Cisnes
y la ancha lengua del Biobío
perdiéndose en la muchedumbre que
camina entre nosotros,
hermano que te llamas Jack o Patricia o tú
mismo

(Libro: El amor de Chile)

166
Elicura Chihuailaf Nahuelpan
Quechurehue, 1952
(Selección y comentarios de Pavella Coppola)

Elikura Chihauilaf le concede a la naturaleza la plenitud


del lugar poético, no por razones estrictamente estéticas, sino
porque es parte de lo mapuche —hombre de la tierra, y por tanto
también su palabra. No hay otra posibilidad para su cosmovisión
que contemplar el mundo y que éste entre por los ojos, lo que
corresponde a la unicidad: no hay posibilidad epistemológica
de distancia entre el mundo de los hombres y el resto de los
animales, entre el hombre y los ríos, los árboles, el cielo y el
conjunto de signos emanando de aquello que conforma el mundo
en su totalidad, “los elementos fundantes de la existencia”14. No se
trata de juntura, ni aldaba alguna, menos de suma: hay una sola
mecánica moviendo y potenciando la interrogativa de la palabra;
irrefutable propuesta de su proyecto poético: Viejo estoy y desde un
árbol / en flor miro el horizonte/ ¿Cuántos aires anduve?, no lo sé / Desde
el otro lado del mar el sol / que se entra /me envía ya sus mensajera s/ y a
encontrarme iré con mis abuelos. El sol expresa el mensaje para dirigir
el gesto humano. ¿Cómo se expresa, cuál es su lengua, cómo y por
qué descifra el hombre el mensaje? ¿Habla el sol? ¿Qué dice, cómo
es su voz? ¿Murmura? Inconmensurable este planeta sol cuyo
lenguaje es la luz, entrelazando de modo sencillo a los seres vivos.
El poeta mapuche, entonces, pone oído al mensaje: ¡muévete,
debes desplazarte hacia la memoria! Los viejos acumulan lo
narrado, el hombre quiere regresar a esa prosperidad de signos,
porque allí resuena la inmensidad. Entonces, la sentencia: Azul
es el lugar adonde vamos. Para los occidentales el azul es un color;
para el mapuche el azul es una cosmovisión, energía desde

14. Prólogo “Voces de limo: Ecopoética y razón efectiva en el Perú” por Pedro
Favaron, el tomo I de esta colección.
167
donde se viene y hacia donde se va, porque “el primer espíritu
mapuche vino arrojado del azul”15. El poeta Chihauilaf sintetiza
el legado, no hay posibilidad alguna para distraerse, menos para
equivocar el sendero azul. Los poderes del agua me llevan paso a paso
/ Wenulewfv, el Río del Cielo trasladan al yo que habla; corresponde
a los poderes invisibles mostrar el camino: la región acuosa no
es simple referencia material, no resume, porque ella no se deja
comprimir, es libertaria; allí los espíritus animan quizás también
las características físicas del agua: la insipiencia, su transparencia,
la implacable naturaleza inodora, la posibilidad que otorga para
disolver casi todo, la conductividad eléctrica que permea las
moléculas, su condición diamangnética, la incomprensibilidad
que la extiende como océano más libre que el propio viento, su
principio sonar que propaga todos los sonidos como el inevitable
diálogo submarino de los crustáceos, la docilidad de sus cambios
de estado, la extrema tensión de su piel-superficie sobre la cual
flotan hojas y bailan con innegable flacura las patitas de los
pequeños insectos. Los poderes del agua realizan la acción, no el
agua física sino la inevitable energía espiritual de lo moviente. El
poeta —ahora— define: es apenas un pequeño círculo / en el universo
/ En este sueño me quedo: ¡Remen remeros! En Silencio / me voy / en el
canto invisible de la vida.

¿Qué es el azul? Por cierto, una cosmovisión, también un


lugar, una narración, la oralidad fecunda que el poeta hace suya.
Pero en este azul la pertenencia del hombre al paisaje / territorio,
en tanto pregunta ontológica, no proviene desde un afuera, porque
sería insistir en lo binario; no se trata de la traslación del hombre
hacia un lugar para lograr la esperada teleología occidental, sino
del azul en tanto ecología o ecosistema: “como la vida es energía,
esa energía que vemos en el azul, habita en ese color, entonces, el
azul habita en el espíritu y también el corazón nuestro, pensando

15. Entrevista realizada a Elikura Chihuailaf por poesiaulblogspot.com, 6.


9.2005, Temuco.

168
que el ser humano es un habitáculo“16. Así, el ser viviente humano
es una casa, una arquitectura –recipiente la cual se moldea a sí
misma en la medida en que la energía la habita toda vez que la
vida mueve para luego acceder al poniente, porque es apenas un
pequeño círculo que se dirige a la muerte, final que no es conclusión
sino transformación, liberación del espíritu que continúa siendo
vida17 : me voy / en el canto invisible de la vida. En este sentido,
el poema titulado Los poderes del agua me llevan viene a decir la
circularidad, no como retorno ni repetición de lo dado, sino como
anillo de energía moviente cuya mecánica interna la agitan las
aguas, el cielo, el árbol en flor, el aire andado, el Wenulewfv/Río
del Cielo, el universo, el sol entrante porque allí —en ellos—
también habita la memoria hablada de los abuelos.

La poesía de Chihuailaf está llena de espíritus, se


mueven invisibles entre líneas, moldean el verso. Acuden cuando
el poeta los evoca como gesto original de una protomemoria18
que intercede y construye el tiempo presente, porque aunque el
idioma del colonizador constituye la herramienta castellana para
la grafía en un pretérito pluscuamperfecto y simple, el dolor del
amor perdido se calma con la savia de la flora cicatrizante en
la probabilidad de la experiencia: Qué dolorido durmió todo ese /
tiempo / mi corazón sin saber nada de ti / Con las estrellas Azules de la /
mañana / mi alma fue preguntando al rocío / al aroma de las plantas y
de las flores. Pero la experiencia frente a la naturaleza no se limita
a constatar únicamente la aflicción, sino también corresponde al
soberano gesto de un tiempo presente arrojado como síntesis de
la inmanencia: De tanto mirar tu rostro sonriente / en la Luna / pensé
que habían pasado ya / muchos años / pero en el canto de las bandurrias/
sonaron recién las campanas del atardecer / (Las oyes lo sé, me dijo mi /
corazón dolorido). Se sacude la experiencia, casi fenomenología de

16. Ibídem.
17. Ibídem.
18. Para una revisión pormenorizada del concepto protomemoria, confróntese
mi libro Fragmentos para una literatura desbordada, Santiago de Chile: Cuarto
Propio, 2010.
169
un velo corrido, así esta metafísica: Ahí entonces supe que eras el /
espíritu de un sueño / del que nunca jamás despertaría.

Azules, árboles, ríos, cielos, bandurrias, lluvias, también


sueños, cantos, amores, memorias interceden en la escritura de
Chihuailaf para conformar un sistema poético que también es
geográfico-ecológico y metafísico, sin oponer a las ánimas y a los
espíritus a quienes pueblan los poemas de concretud, clorofila
y lluvia. Esta diversidad propone cierta perplejidad, nos desafía,
puesto que nos propone hablar de la oralitura19 toda vez que
intentamos acceder a eso que clasificamos como poesía mapuche,
porque la oralidad constituye el amasijo de la palabra poética.
De este modo, la sintaxis del verso es oralitura, más cercana a la
conversación —palabra entrecortada, ágil, accidentada, sencilla—
que a una gramática acabada, lejos de una morfología limada.

La selección de poemas que propongo está tocada por


la lejanía. A más de dieciocho mil kilómetros de distancia el
mundo no es únicamente una bola sino también una hora de
nostalgia, aunque aqueje el deber de hacerla resolutivamente
pasajera. Sobre la superficie de esta extensión, los poemas aquí
incorporados suceden volcánicos y me llevan —inevitablemente—
al sur, para dirimir el juicio de quien se desplaza, quizás como
eterno navegante, quizás como suicida al amparo del corazón
del vagabundo Rimbaud. En este desplazamiento, la presente
muestra es apenas un botón en el cielo de Chihuailaf, también en
medio de una ciudad poblada de edificios.

Berlín, Alemania
Octubre de 2020

19. Propuesta de Elikura Chihuailaf.


170
KO ÑI NEWEN YENEENEW

Zewma fvchan iñche aliwen


rayilelu mu
azkintulen fiñ ti afpun mapu
Tunten kvrvf mew miyawken?
kimlam
Nome lafken mew petu konchi
antv mew
werkvlenew zewma ñi Kallfv Kvyen
amuan ka ñi llowmeafiel
pu Fvchakecheyem
Kallfv, kallfvley tati mapu
chew yiñ amuan
Ko ñi newen ñochikechi yeneenew
Wenu Lewfv kiñe pichi troykeley
mvten tuwaykvlelu kom
afpun Mapu mew

Tvfachi Pewma mew mvlewean:


Remumvn pu remukelu! Ñvkvfkvlen
amutuan
lakenochi vlkantun mogen mew.

(Libro: Sueños de Luna Azul)

171
LOS PODERES DEL AGUA ME LLEVAN

Viejo estoy y desde un árbol


en flor miro el horizonte
¿Cuántos aires anduve?, no lo sé
Desde el otro lado del mar el sol
que se entra
me envía ya sus mensajeras
y a encontrarme iré
con mis abuelos
Azul es el lugar adonde vamos
Los poderes del agua me llevan
paso a paso
Wenulewfv, el Río del Cielo
es apenas un pequeño círculo
en el universo

En este Sueño me quedo:


¡Remen remeros! En Silencio
me voy
en el canto invisible de la vida.

(Libro: Sueños de Luna Azul)

172
KURA

Kura nike pvllv


feypikey taiñ pu Che
fey mew
guyu gekelayay
ñi Gutramkangeael feyegun
Mvley kumeke kura
ta pu Machi tukukey
—purukemu—
ñi Kultrug mew
Ka mvley wezakekura
Wilvfvke fizrio
Reke kare llawfeñ pelom wvlkey.

(Libro: Sueños de Luna Azul)

173
PIEDRA

Las piedras tienen espíritu


dice nuestra Gente
por eso no hay que olvidarse
de Conversar con ellas
Hay piedras positivas
que las Machi / los Machi ponen
—para que dancen—
en sus Kultrun
Y hay piedras negativas
que brillan como vidrios
y sólo dan sombras de luz.

(Libro: Sueños de Luna Azul)

174
Feyti chi rvpvl rvgan puliwen mew
Ñi pvllv ramtulerpuy
Ti ayikawvn mew

Kimlu iñche ta mi goymafiel


Pewlafuy ñi ge ti afvlkan mvlelu
Mapu mew
ka zumiñ mew, rakizuam
rupa nampiyaufuy kom mapu pvle
Femgechi kintuyaeelfuy ta mi chumgen
kim noelchi tukulpan mew
Wñangkvn umaqtulu kom fey chi antv
ñi piwke, rvf kimnon ta mi chumlen mun
Feyti puliwen Kallfv waglen mew
ñi am ramtulerpuy mvlfen mew
eeyti nvmvn anvmka ka ti pu rayen
Azkazifi ti mvpv chi pu vñvm
ka ti pu llampvskeñ
Fey kompuy pu lif (kurv) mawvn ko mu
Alvkeñma zugun kam, pienew
Kvrvf mew ka ti alof antv mew
Iñche mvna kutrankvlefun kimkalu mvten
ta mi goymafiel
Afkentu azkintun ta mi age ayiwkvlen
ta Kvyen mew
fentren tripantv rupalu trokiwtun
Welu feyti pu rakiñ ñi vl mew
fewla zuguy ti kon antv kullkull

175
(Allkvfimi, kimfiñ, pienew ñi weñagkvn piwke)
Fey wvla fey kimfiñ ñi Pvllvgen Pewma mu
ñi rumel nepewenoafel.

176
ESTOS CANTOS

Los arreboles del alba


sostienen mi espíritu
Así como estos cantos
sujetan la angustia
de mi corazón.

Por los amados surcos de la mañana


MI ALMA FUE PREGUNTANDO POR EL AMOR

Cuando supe que tú me habías olvidado


se borró en mis ojos el color de la
Naturaleza
y, en su oscuridad mis pensamientos
sólo desearon vagar por todas las tierras
Así anduvieron buscando tu realidad
la fuente misteriosa del recuerdo
Qué dolorido durmió todo ese tiempo
mi corazón sin saber nada de ti
Con las estrellas Azules de la mañana
mi alma fue preguntando al rocío
al aroma de las plantas y de las flores
Acompañó el vuelo de las aves y
de las mariposas
y entró en las aguas claras turbias
de la lluvia

177
Largamente hablé también, me dijo
con el viento y con la luz del sol

Yo estaba muy enfermo desde


que supe que tú me habías olvidado.

De tanto mirar tu rostro sonriente en la Luna


pensé que habían pasado ya muchos años
Pero en el canto de las bandurrias
sonaron recién las campanas del atardecer
(Las oyes lo sé, me dijo mi corazón dolorido)
Ahí entonces supe que eras el espíritu de un sueño
del que nunca jamás despertaría

(Libro: Sueños de Luna Azul)

178
Sergio Mansilla Torres

Achao, Archipiélago de Chiloé, 1958


(Selección de Ángela Parga León
y comentarios de Breno Onetto Muñoz)

Sergio Mansilla Torres es un poeta ubicado en la zona sur


chilena: franja geográfica que se estira desde la zona de Concepción
hasta ese territorio de la Isla Grande de Chiloé, a la que pertenece
por igual esa otra isla menor, Achao, donde nace el autor en medio
de bosques y aguas cristalinas, entre coigües y verdes manzanas,
en una ruralidad no tan depredada, y ocupando un doble lugar
en el tronco literario del sur chileno. Mancilla se vincula a dos
grupos de escritores del sur: El grupo Aumen, de Chiloé y el grupo
Índice, de Valdivia, lugar de residencia y enseñanza en su casa: la
Universidad Austral de Chile.

Estos poemas recientes de Sergio Mansilla indagan y


evocan con imágenes de su medio natural inmediato, experiencias
existenciales que le lanzan a ese otro espacio de la vida, uno allende
la vida, quizás hasta de manera demasiado anticipada. El vate es
un visionario de esta vida y también del otro lado de ella. Existe
cierta tradición en la poesía chilena, no siempre destacada, que
camina recto por esa dirección. Un cierto orfismo metafísico pero
también una poética imperiosa del fallecer: poesía anticipatoria
del conjuro. Los siete poemas seleccionados se emparentan en
una línea al parecer semejante. En un proceso que me atrevería
a designarla una mántica: una adivinatoria de la muerte. Y la
naturaleza aparece allí como un medio y fuente de equilibrio, no
siempre presente. Y Mansilla lo mueve de esa manera, desde su
primer poema; en la esperanza que describe La Tierra prometida, tal
como lo ha testimoniado a su vez el relato bíblico. En aquel relato
judeo-cristiano en el que la divinidad compromete su palabra por

179
la tierra que ha de heredar toda la descendencia de las familias
de Israel (Gen., 15:18). Una promesa que el poeta anhela ver ahora
cumplida a su llegada a esa nueva tierra (“Al fin, llegamos”). Y la que
recorre con su mirada desde fuera de sí mismo, sintiendo el peso
de la naturaleza que le rodea como sombra de un cielo muy visto y
del que no verá mucho más. Hay alguien que parece acompañarlo,
¿pero quién? ¿acaso los oyentes de su mensaje? No lo sabemos.
Pero el mundo y la naturaleza se muestran, al principio, de un
modo no familiar. Y, no obstante, resultan similares a la conocida
realidad del poeta, la misma que encontramos en el paisaje de
la zona sur, su tierra, con la diferencia de hallarnos, ahora, en
el sitio de los difuntos: Había (…), un cementerio con flores que nos
hablaban en un idioma desconocido. En un humedal cercano, entre
juncos, nadaban cisnes, y el frío del invierno zapateaba sobre nuestras
cabezas descubiertas. ¿Es nueva en verdad esta tierra? Preguntamos
con el poeta: ¿a qué país nos hace llegar esta voz? ¿Acaso deberían
ser recibidos, anunciados todos los recién llegados? Resignados y
“sin lágrimas” guardan estos recién llegados su memoria del viejo
hogar, en un diálogo fantasmal con los familiares que han dejado
atrás. Todo lo traen, como el mar, encerrado en nuestra mirada de
la memoria, cuando se evoca aquello sido. Y aquí ya lo advertimos
con el propio poeta: arribamos ahora, existimos, otra vez, en un
lugar donde no somos nadie, donde las diferencias de felicidad y desdicha
son restituidas en paz, y permanecen alegres en la tupida espesura
que nos rodea.

La imagen de este primer poema es la del despertar en la


otra tierra, la otra vida. El país es el cementerio con otro paisaje,
un hablar en sueños con los nuestros. Un lugar pacífico. Una
tupida espesura o niebla que puede constituir un sueño; como
afirma Mansilla, en su artículo Teoría del Entender, “un sueño que
necesitamos para que algo podamos percibir / Sin esa niebla,
sin esa reducción de la realidad, tal sería la plenitud de todo que
no podríamos siquiera por un instante ver. La ceguera, solo la
ceguera sería real.” El mismo poeta nos abre, hace mucho ya, con

180
esas palabras la espesura que rodea a habitantes y visitantes en ese
umbral de renacimiento. Entender la vida es también entender el
sueño y la embriaguez que está en el hombre y la naturaleza.

La vida suele pasar en silencio, si no nos entregamos


conscientes a ese lugar natural que nos toca pertenecer, y nos
alejamos pensándonos demasiado diferentes de la tierra, del
animal que también somos y compartimos, de la vida que encierra
el cielo que nos cubre y descubre. Si olvidamos el goce que nos
procura cada día, cada mañana. La vida pasa. ¿A dónde se va? —
pregunta el segundo poema. Pasajera como la misma mañana. La
que un día al despedirla —sin saber— nos despedirá, haciéndonos
olvidar toda la belleza del mundo, impidiendo ver el rostro de
los insectos que nuestros ojos ya no verán. Y, ¿a dónde se irá ella,
pasajera como un tren que no tiene crepúsculo visible? ¿Pueden
los astros saberlo? ¿No son acaso nuestros testigos más lejanos y
visibles? Él tampoco tiene certeza de ello. La voz lírica es realista,
incluso no se pierde en un naturalismo romántico, siendo su
imagen concreta y dialógica en su prosa. La imagen del árbol que
deja caer sus hojas para volver a pensar en su renacer es cíclica
como el tiempo natural. La vida desaparece llevándose a cada uno
a su paso, al pasar de una mirada sin un crepúsculo definitivo o
“escamoso”.

En mitad del río suena la voz del tercer poema escogido. El


río ha sido desde hace mucho tiempo la metáfora de la vida y de
un presunto y “correntoso” devenir, que incierto nos acompaña a
toda hora, en cada minuto. El poema en cinco estrofas, en las que
se distinguen dos partes, habla del río y luego de pensamientos
precisos en torno a éste. Pensamientos que invaden la segunda
estrofa y apuntan a la imagen de la memoria “correntosa” de la
misma vida: los pensamientos flotan como botellas / llenas de mensajes
de amor. Oímos una voz lírica que se eleva y distancia observando
el devenir de las aguas en su imagen llena de vida, y no obstante
haciendo un alto para separar en sus pensamientos el reflejo de
nubes y cauce. Y deteniéndose a pensar de igual forma en nuestra
181
separación definitiva: y las nubes pasan del nacimiento / a la muerte /
en el reflejo de la espuma temblorosa. Otra vez esa imagen extrañada de
la naturaleza espesa. “En mitad del río”, tal es el comienzo de cada
una de las tres primeras estrofas que ubican al poeta y a nosotros
mismos, en el centro del cauce del río, como insistiendo en la
mitad de la vida y su no poca posibilidad de naufragar. De allí que
al comienzo diga: En mitad del río el barco quiebra / la hierba invisible
de la tarde. Preguntamos, por esto: ¿qué es lo quebrado? Puesto que
lo que se quiebra, a veces, en la palabra, ha dejado de existir en su
visión normal, en lo que está viendo esa voz. Ese barco —como lo
piensa Pascal, el filósofo, refiriéndose al hombre—, ese frágil junco
es el mundo de reflexiones que constituyen al poeta en medio del
vaivén de las aguas espumosas que representan la imagen de la
vida incesante y “correntosa” que bulle junto a la naturaleza. Con
todo, la corriente de este río no ha sido tan adjetivada en el poema,
pero los presagios externos son múltiples, ya que en la misma
estrofa prosigue: Se arremolinan las gaviotas / burbujea la algarabía
de los cormoranes / y el mar está cerca / con sus hijos salvajes esperando.
La lectura aquí es profética, la imaginación interpreta designios
instalados en la naturaleza, en la ruta de las aves que se aglomeran
junto a otros “hijos salvajes” de esa gran madre acuosa que es el
mar. ¿Intuición entonces de una totalidad amenazante? Todo río
va a dar al mar. Pero el presagio que el poeta lee no es un buen
augurio. La tercera estrofa, empero, reitera el hallazgo preciso
de estos agitados presagios. Señalándonos el poeta, sin embargo,
dónde hallarlos: En medio del río en el borde agudo / de las caras sin
nombre. Entremedio de ambas orillas, en la corriente misma: los
designios del hombre. Y ambas estrofas siguientes asienten la
meditación del poeta, pues estos, sus pensamientos crecen sobre el
agua corriente de la memoria. Luego, en este mundo existe ya una luz
desconocida y un silencio azul que tiene muchos caminos.

La imagen que prevalecía hasta aquí en los poemas era


la del agua: el río, el mar. Instante crucial para el cuarto poema:
que se acerca más a la tierra, al centro de una Conversación con los

182
coigües. El poeta se aleja del río hacia la tierra, vamos a los bosques
y su conversación resulta vital. Un diálogo que se lleva mucho
mejor ahora con la naturaleza: una conversación entre los coigües
y el poeta, que no se le da mal, como canta en la primera estrofa.
Al fin, aquella voz ha conseguido, sí, la misma extraña voz de La
Tierra prometida, ha logrado establecer la comunicación (“Nos ha
tomado tiempo dar con el idioma justo”) con la naturaleza, en ese
nuevo estado de claridad en que se halla el poeta, observando las
señas que también son presagios de un estado de comunicación
plena con el ambiente exterior que lo rodea. En un lenguaje,
sin lugar a dudas, que no es el propio del código humano ni
hablado ni escrito: las señas no funcionan porque “ellos no leen
papeles garapateados (…), mensajes electrónicos, no atienden llamadas
por teléfono; más bien están ahí siempre presentes, “en acto”; su
obrar es ser abiertamente naturales en un diálogo trasmitido casi
telepáticamente en todo el orden de lo existente. La presencia
de la naturaleza es allí esencial, y el poeta lo sabe, es nuestra
comunicación “necesaria” con “ellos”. La primera parte del poema
reitera esa posibilidad potencial de comunicación y el poeta
comparte su vida con “ellos”: Les cuento mis historias, les hablo de
los míos. Y aquí: Ellos me acompañan al atardecer / y al crepúsculo lo
llenan de murmullos. Ellos son todos los entes vivos que desean y
habitan la Tierra, que suelen acompañarnos en el atardecer. Así
es como “habla” la naturaleza, en el mundo del poeta. Con agua
y viento, humedad y aire, que nos atraviesa y comunica con todas
las cosas, nos dispersa e indetermina. Conversación con los coigües,
sin embargo, pone ciertos límites a este diálogo. La naturaleza
permanece en un solo lugar. Somos nosotros los que nos movemos
de un sitio a otro, o nos comportamos diferente. Por cierto, mis
palabras no producen oxígeno, afirma irónico el poeta; ellos en el oficio
de hacer aire son maestros, en definitiva, nuestra comunicación no
siempre consigue la armonía con esa naturaleza, lo que puede
ser hasta una injusticia frente a los designios de que dispone la
naturaleza: no oirla, por tanto, es un despropósito. En verdad,
hombre y naturaleza se asemejan en los elementos que les hablan

183
y comunican, en la misma vida sostenida por ellos. Pues, nos
une la necesidad de aire, de agua, de tierra; entre esa naturaleza y la
nuestra, su unión es posible. Una conversación allana también los
sentimientos de dentro y de afuera, se me aparece / una gran llanura
en el corazón / y las palabras solas se llenan de rostros que sonríen.

El primer y último poema de esta muestra de poesía del


sur son dos poemas en prosa: el primero —lo vimos— la descrita
llegada a La Tierra prometida; el séptimo y último, en cambio,
una Decisión Irrevocable, que expresa empero el firme propósito
—tras largo analizar, meditar y dudar— de no dirigirse hacia el
final de la vida y el encuentro con la muerte aún, sino devolverse
radicalmente al vientre materno; y ello: una vez que la decisión
se haya tomado. El poeta como aquel viejo Quijote encerrado en
su oscuro cuarto, lleno de libros, se arrepiente de lo no hecho, las
deudas de amor quedan, los libros faltantes lo mismo. Y decide
lisa y llanamente regresar al punto de partida, al nacimiento,
porque sopesando pros y contras, duda. Y lo que ve no predice lo
suficiente, lo que para él resulta dramático, decidiendo retornar,
perdiendo pausadamente tronco y extremidades así como todo
peso de su cuerpo, para partir con el primer vuelo al encuentro
del aire, del sol, del rumor de las olas del mismo mar que es más
auspicioso al parecer que la propia vida. ¿Pero no es esto acaso,
temor nada más? ¿No podría suceder que hubiese igualmente un
renacer en el final del cauce, que de igual manera nos lleve al mar
y nos comunique una vez más con el todo natural de aire y tierra,
sin olvidar lo acontecido necesariamente? Como si todos hubiesen
de tomar idéntica dirección.

Al final de este comentario a la poesía de Mansilla, he


dejado un lugar especial para el quinto de los poemas porque se
muestra también extenso y algo enigmático. Se trata del quinto
poema, Tenemos el mar adentro. En este poema y el sexto, que acarrea
las Curiosidades del Cuerpo, aparece el tema de los elementos o de
impulsos que podríamos asumir como connaturales a nosotros y
la naturaleza. El sujeto y su entorno se mueven entre el agua y
184
el fuego, y luego entre el aire y el hielo. Quizá la clave en ellos
se halle, justamente, en cómo pensemos esa propia constitución
material del hombre.

Tenemos el mar dentro es, sin duda alguna, una experiencia


del amor de los cuerpos. Y en el amor dos elementos son ahí
destacados, ya que usan de nuestro cuerpo. La piel como medio
es un alga húmeda que oscila, que hace retroceder al aire, esa cuarta
parte que también nos usa en el exterior, transfiriendo vida a este
interior desbocado por el amor en olas de sangre y delirio. El aire
se retira para mojar el alga comunicante con la otredad que yace
fuera de nosotros. Esa pasión que hace a un lado la parte terrena
que nos da forma y se inflama por las brasas del amor, por los
besos compartidos de los amantes. Cuando ese estado se mitigue
(y el fuego deje su rastro en los silencios de la saliva) nos volveremos
ceniza y un hielo retornará a ocupar el espacio de los antiguos
elementos. El fuego se apagará en el interior de las piedras / El infierno
será entonces de hielo.

Curiosidades del Cuerpo, sin embargo, es la última


advertencia desde los elementos que se mueven en el universo,
y nuestro propio cosmos; el peligro de que se quiebre esa
comunicación relativa y única con el entorno, de que la era
que vivimos se descontrole y trastorne el clima, provocando el
aumento de la temperatura del globo, desmoronando el equilibrio
de los elementos. Confirmando los peligros que ya asoman en las
lomas secas, la ausencia de agua y pérdida total de los bosques,
y el extravío y muerte de nuestra tierra errante como asteroide
natural seco y sin vida, un planeta sin atmósfera, sin órbita por un
cataclismo futuro ya definitivo. Y una vez más es el poeta quien nos
advierte, entonces, en su poesía conjuradora del presagio, de las
señas que no debimos nunca desoír: decir de la Tierra, bregando
siempre en su defensa.

Valdivia, Región de Los Ríos


Enero de 2021

185
LA TIERRA PROMETIDA

Al fin llegamos. Había un crepúsculo escamoso, huesos mondos,


un cementerio con flores que nos hablaban en un idioma
desconocido, ladridos, corazones que pendían de los cables
eléctricos. Y de los patios de las casas se elevaban espirales de
humo. En un humedal cercano, entre juncos, nadaban cisnes, y el
frío del invierno zapateaba sobre nuestras cabezas descubiertas.
¿A qué país llegamos? ¿Acaso debían esperarnos con alfombra
roja y sones? Conformémonos con recordar sin lágrimas nuestro
antiguo hogar, con hablar en sueños con los nuestros que se
quedaron allá lejos en esas playas neblinosas; no pudimos traernos
el mar sino en el interior de los ojos cerrados. Llegamos a un lugar
donde somos nadie, o sea, a un lugar donde nuestra desdicha y
nuestra felicidad hacen por fin las paces y desaparecen, alegres
ambas, entre la tupida espesura que nos rodea. Y quedamos, ahora
sí, solos ante la noche, ante las murallas del tiempo, ante el trueno
de la muerte, bajo las nubes que se alejan.

(Inédito)

186
LA VIDA PASA ¿A DÓNDE SE VA?

Sigilosamente se aleja; no dice adónde.


Como alguien que se va de casa
a escondidas y desparece en la penumbra
de una mañana cualquiera.
La hoja en su pecíolo se queda en silencio,
la misma que mañana no estará ahí
ni para deleite de los ojos
ni para banquete de los insectos.
¿Adónde se fue? Acaso las lejanas estrellas
tengan la respuesta.
¿Cómo saberlo? La vida pasa: siempre ella
de pasajera en el último tren de un día
que no tiene crepúsculo.

(Inédito)

187
EN MITAD DEL RIO
En mitad del río el barco quiebra
la hierba invisible de la tarde.
Se arremolinan las gaviotas,
burbujea la algarabía de los cormoranes,
y el mar está cerca
con sus hijos salvajes esperando.

En mitad del río los pensamientos


flotan como botellas
llenas de mensajes de amor,
y las nubes pasan del nacimiento
a la muerte
en el reflejo de la espuma temblorosa.

En mitad del río, en el borde agudo


de las caras sin nombre,
ahí se arremolinan las gaviotas,
y burbujea la algarabía de los cormoranes.

Y los pensamientos humanos


crecen sobre el agua corriente
de la memoria.

Y entonces hay una luz desconocida


en este mundo,
y un silencio azul que tiene muchos caminos.

188
(Inédito)
CONVERSACIÓN CON LOS COIGÜES

Entre los coigües y yo la conversación


no va del todo mal.

Nos ha tomado tiempo dar con el idioma justo;


las señas no funcionan,
ellos no leen papeles garabateados con poemas,
no se dan el trabajo de ver sus correos electrónicos,
no atienden llamadas por teléfono…

Les cuento mis historias, les hablo de los míos.

Ellos me acompañan al atardecer,


y al crepúsculo lo llenan de murmullos.
Pero también extienden sus largos brazos bajo las faldas
de la niebla de la mañana.

No me siguen si voy lejos,


ni les apetece tampoco;
les basta con permanecer en el mismo lugar,
pero su largo monólogo sí echa raíces
en mis cambiantes palabras.

Nos une la necesidad de aire, de agua, de tierra;


sentimos el mismo amor por la música del silencio;
estamos bajo el mismo sol, la misma luna, las mismas nubes,

189
y en materia de ignorancia sobre Dios
nos parecemos como dos gotas de agua.
No va mal nuestra conversación.

Por cierto, mis palabras no producen oxígeno


como sí lo hacen las de ellos:
en el oficio de hacer aire son maestros.

Cuando conversamos, se me aparece


una gran llanura en el corazón
y las palabras solas se llenan de rostros que sonríen.

Hablar con ustedes es, pues, tan necesario como imposible.

(Inédito)

190
TENEMOS EL MAR DENTRO

En las noches del amor dos elementos


usan nuestros cuerpos: agua y fuego.

Cuando eres agua adentro tienes un incendio,


y cuando eres fuego el mar interior ruge
en las rompientes del tiempo.

La piel es un alga húmeda que oscila


al ritmo de olas desbocadas.

El aire se retira, su espacio lo ocupa la espuma,


y el que hasta hace poco era el espacio de la tierra
ahora lo ocupan las brasas encendidas de los besos.

Sabemos que al final vendrán la ceniza,


el carbón, el humus, la fiesta de los hongos locos.

El fuego se apagará en el interior de las piedras;


el infierno será entonces de hielo.

Pero no ocurrirá ahora.

Dejemos nada más que el incendio deje su rastro


en los silencios de la saliva.
Y que la boca abierta del infierno sea para nadie.

191
No podemos quejarnos:
Tenemos el mar dentro de nosotros.

(Inédito)

192
CURIOSIDADES DEL CUERPO

Ahora sabemos que tres cuartas partes del cuerpo es hielo,


el cuarto restante es aire.

El aumento de temperatura del planeta lo derretirá,


y la charca que entonces quede sobre el camino de ripio
no durará mucho tiempo.

Al primer sol se evaporará


y por un rato andará flotando sobre las colinas
y humedecerá las alas de las aves migratorias.

Quizás vuelva a la tierra un par de veces


en forma de lluvia.

Mas, un cambio de órbita del planeta


vendrá a complicarlo todo.

El planeta perderá su atmósfera


y ese cuarto de aire que hoy todavía es cuerpo
se irá por ahí, entre asteroides, hasta alcanzar lejanas galaxias
como si cruzara nada más un viejo puente de madera
sobre un arroyo modesto pero persistente.

Será una muerte natural, espontánea, sin colgajos,


nada de sangre en el piso o paredes.

193
Es la ventaja de estar hecho de hielo y aire,
y en proporciones tan desiguales, para más gracia.

(Inédito)

194
DECISIÓN IRREVOCABLE

En su cuarto de libros, en soledad, piensa, duda, vuelve a meditar,


analiza una y otra vez los pros y los contras. La decisión final es
dramática: regresará al vientre materno antes de mañana, como
sea. Se acuerda de unos cuadernos dejados por ahí, que contienen
varios libros sin terminar. Prefiere dejar las cosas así, ni mencionar
siquiera ciertas deudas de corazón. Esta noche dormirá en las
bancas de un aeropuerto. En cuanto amanezca se dejará atravesar
por el viento, por la luz del sol, dejará que los pájaros entren
libremente a su cabeza, nadie notará su falta de piernas, de brazos,
de tronco. Su rostro, en cambio, sentirá, como nunca, la brisa fresca
del mar que lo llama con su lento rumor de olas.

(Inédito)

195
Pavella Coppola

Santiago de Chile, 1963


(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Aún no se había levantado el sol. No se distinguía el mar del cielo,


con la excepción de que el mar tenía unas tenues líneas
como un paño con arrugas.
Gradualmente, al blanquear el cielo, aparecía
una línea obscura en el horizonte,
y dividía mar y cielo, y se llenaba el paño gris de
surcos de trazos gruesos en movimiento,
uno tras otro, bajo la superficie, siguiéndose unos a otros,
persiguiéndose unos a otros, perpetuándose.
(De Las Olas, Virginia Woolf ).

Pavella Coppola suele trabajar en su jardín, extender las


enredaderas y podar los arbustos que le empolvan gozosamente
el cuerpo; en el jardín de su casa chilena, reduplicación de los
otros hogares en Alemania, Italia o en el mismo litoral central de
nuestro país. —Donde voy forjo una casa— explica, —la llevo
conmigo. —Aún huelo el olor a té de hoja que vertía mi abuela
sobre una hiedra silvestre como abono cariñoso— agrega para no
aseverar cosas, ni ideas o frases hechas; sino para expresar con la
arbitrariedad de los signos aquello que está destinado a ser dicho,
acerca de una experiencia que se reconstruye, de un tiempo en el
que no se estuvo, en el que la ausencia requiere un puente para
encontrar ahí, los retazos biográficos asentados en el mundo.
Pavella Coppola, crítica literaria y de arte, y poeta, arranca palabras
al verbo interior para perpetuar su estadía temporal y espacial;
los lares han emergido como continentes o islas realizando por
completo su arraigo verde en el exilio.

196
Víctor Segalen afirmó que, una vez visto el mundo, se le
debía decir, sentirlo, como si se fuere un segmento de este, enlazado
a un macizo de flores, a una zanja atravesada por bueyes o por
los rayos de sol. En el corazón de todo desplazamiento y retorno,
como recupera el cielo la esperanza azul luego de una tormenta, la
escritura de Pavella ha recobrado la existencia terrestre mediante
los sentidos diseminados en las imágenes de sus poemas20; más de
forma simultánea, está manifiesta la condición de posibilidad de
su propia existencia humana. No es sino in medias natura que la
poeta existe, poeta ella misma abono, humus, concentración salina
de palabras e imágenes gemelas del Ser. Los espacios diversos en
la vida de la poeta han constituido una serie de nacimientos, de
prospecciones, de reconocimientos: Yo fui búho con mi huella en
la maraña de la tarde enrevesada. Las palabras han buscado hacer
su nido en la memoria, pero también han visto en el instante, las
noticias de un lenguaje nutricio: el murmullo de la arena en el
paisaje que reintegra al propio cuerpo en la naturaleza, que no le
distingue y que de antemano le hace reconocer su muerte.

Hinchada o tempestuosa la vida sigue los hilos de la


hiedra que otorga continuidad a la existencia de Pavella Coppola y
a esa otra, la que vigila desde arriba lanzándole signos o preguntas
para exaltar la vida entera; hidratada y remineralizante niebla
prolongada más allá de los límites de la individualidad de la
poeta en tanto ejemplar de su género. La buscadora arriba: continúa
temblando, es azul y envía signos en escorzo al mismo hombre
con quien hundirse segundos en el fondo marino es la alternativa a
la noche rasgada. Antes que el tiempo aparte la mirada de los
amantes, antes que la voluntad de la albacora reintegre a todos los
cuerpos difuminando el horizonte, la voz lírica colecciona en la
palabra, con la alegría de una vida inocente, la expresión justa en
el lenguaje de las cosas mismas, destinadas a su inacabamiento,

20. Nombre dado a los acantilados costeros de la Playa de Horcón, zona formada
hace 160 millones de años y lugar de cuantiosos hallazgos paleontológicos.
Océano pacífico, Región de Valparaíso, Chile.
197
soberanas hijas de la voz de los acantilados. Las imágenes acuáticas
en los poemas de Pavella Coppola son símbolos de una restitución
y acoplamiento de los cuerpos, de los seres rehabilitados por un
agua hembra. El descenso de la poeta hacia un psiquismo de
repatriación, repasa el camino a casa excavando —polvo eres— o
zambulléndose: la albacora me dialoga, pero los botes han desdeñado
el oficio celeste de mis uñas. Con un tremolar esmeralda la intensidad
del oleaje revigoriza a los ojos viejos en botes hasta volvernos
cunas recaladas en un momento geológico: A estas rocas las moldeó
lo desconocido, / asperezas de sombras anteriores, / posibles materias del
tiempo. El mundo enteramente bañado en los poemas advierte la
presencia de los desperdicios, las sobras, el bolo masticatorio de
los imperios cotidianos, prisioneros de la topografía de la ciudad
moderna; no es ajuste de cuentas, ni vendetta, señala la poeta, sino
despojo mortal, antífrasis de la muerte en la cámara nupcial,
bóveda que cimbra entre olas abanicándose, estremeciéndola
los navíos. No ha sido una locura esconderse en el mar, dejar
que la columna vertebral construya su propio laberinto amado
en el cosmos acuoso. También el oratorio posee esta aspiración a
encaminarnos a la iluminación interior.

El mar absorbe a sus afluentes y al cielo, todo es salino


incomparablemente, aun las preguntas subterráneas de la poeta.
La vida singular de la brisa comunica al bosque, y consciente de su
curso asciende desde la orilla a la rocosa cima. Allí se detienen los
ojos cartográficos. Quirilluca es más que una caleta de pescadores,
es un ser vivo. En la poesía de la autora, es tan poderosa la
naturaleza en su designación oriental, en el sentido de original
(origo, naciente, punto de partida y avance, vértice que se posee
ante sí cuando uno se orienta) que la conciencia creante no puede
sino abandonarse, de nudo en nudo, a toda floración universal
(según lo expresó René Guenón). Su propia vida, su capacidad para
nombrar y ver con ojos ciegos de árbol, dependen de su habilidad
para aquello que Virginia Woolf llamaba “sujetar un tallo de flor,
ser el tallo”. Bajo la materia misma de los crepúsculos, el aullido

198
del pescador reproduce su eco en el perfil costero: Vamos, el grito
en medio de la nube, el pescador, refugio, receptáculo paradisíaco
(agua, árbol y piedra) donde la “mano temblorosa de la poeta se
confunde con la premura de la red”, genitrix que acoge el corazón
sobre la roca.

Las existencias simultáneas e instantáneas salen al


encuentro en su aparecer poético y el reflejo de la luna en el ojo del
búho. El estado transitorio de la poeta siendo ave, rama o simple
canto son acontecimientos fugaces, emplazamiento portátil de la
voz que responde a más palabras hechas de elementos antiguos.
Todo cuanto es posible conocer en el bosque y su tarde, desde
arriba y abajo, enigmático, y en la propia vida de la voz lírica, se
muestra aquí y ahora: indiqué con la punta de la cola gris alguna línea
/ pero la vida del búho es menos que el ojo húmedo / apenas un gramo
más que este río. El misterio del signo animal en el ojo humano
agita a la poeta encaramada en un árbol y alimentada por el
fruto lunar. La virtud del alimento evidencia la condición morosa
del hombre ante su hábitat. Las aguas de la vida, celestes o en el
fondo marino, lacustres, bebidas de juventud, lágrimas, leches,
sales, savias y clorofilas, son en los poemas de Pavella, expresiones
de “lo íntimo de lo íntimo”, materias de los cuerpos del mundo,
como la añañuca (flor enrojecida) o el pecho carmín de la loica;
concentraciones simbólicas de una química litoral, refractaria a
las desgracias civilizatorias y políticas en el territorio y en la propia
biografía de la autora.

En la poesía de Pavella Coppola, la naturaleza trepa con


su tallo voluble de espiral en espiral, divinidad femenina de la
fecundidad que expresa la genealogía de la poeta, la clorofila repite
el canto (…) en la diminuta mano. La tradición familiar posee su
propia mitología de creación; el nacimiento de una niña sostiene el
recuerdo de todos los misterios y alimentos terrestres; los poemas
manifiestan la obstinada floración toda: el verde no es coral / sin
embargo esta epopeya cruza la vida / la clorofila repite lo que sabe. Las
imágenes sueñan con un bienestar que fusione y comprometa a los
199
cuerpos con el ecosistema, mundos cultivados dentro de mundos
abotonados a una flor. Como se abona y cultiva cuidadosamente
—cuasi epopeya— la vida de una trepadora robusta, porque nadie
sujeta ese cielo, es necesaria la voz confortable y familiar de los
lazos que perseveran, que suben por los ojos como clorofilas, ADN
comunitario, inter-especies. Es menester dejar a la palabra unir y
acrecentar las conexiones entre existencias, “la clorofila repite lo
que sabe” y prosa el mundo de manera ligosa, para cruzar, subir,
reír, tocar, parecer, interceptar, hablar, sujetar, mostrar, balbucear
y volver a repetir las variaciones de la simbiosis hereditaria.

Todos los poemas parecieran ser construidos por el


mismo movimiento de restitución —Wiederherbringung— de la
vida y su belleza; en ellos, la ensoñación registra una comunidad
en la que muchas especies viven, se desarrollan y evolucionan
juntas bajo la luna, estado sine qua non para la existencia de la
poeta. Una fuerza socializante que fortifica la inmunidad y amplía
la conciencia de la escritora, muestra en sus poemas breves
recuadros de la creación de ambientes simbióticos, estructuras
aglutinantes que revisten finalmente el sentido de garantía ante
el deterioro material del cuerpo propio, de los seres y de las cosas.
El modo de oír desde muy cerca la voz del acantilado, de sentir
a ras la brisa marina, de coleccionar conchas o caracoles, es la
condición en que Pavella Coppola se impregna con la existencia: el
bosque, la luna, los navíos, la sombra, son fuerzas vivas propias del
lenguaje poético; en el gran hueco del acantilado nacen las voces
de la distensión, del ensanchamiento y el silencio del ánima, del
espíritu femenino de la felicidad, de aquello que Bachelard llama
“agua verdadera (…) el reloj de lo femenino anda de continuo, en
una duración que transcurre calmadamente”.

De aquí la riqueza adhesiva de la poesía que presentamos.


En ella los seres se tocan, se reúnen bajo preguntas y signos acerca
del amor, disolviendo sus formas individuales, desintegrando el
paisaje material en valores de complementariedad recíproca,
de reposo y refugio dulce: la niña ríe / parece un corazón el toque
200
simple / parece agua la vida. Ahora pues, podemos considerar los
movimientos de las imágenes en estos poemas como pliegues
y repliegues, perpetuos descensos y arremolinamientos de los
líquidos y la bruma, de los renuevos de un árbol o de las plantas
cual extremidades humanas. Sueños en los que se metamorfosean
los destinos humanos en agua, noche, grieta o abismo.

Osorno, Región de Los Lagos


Enero de 2021

201
NO SERÁ EL MAR UNA LOCURA
para Sergio Ojeda

Qué partícula segrega la ventisca,


qué desperdicio recorre la superficie del dedo meñique,
mientras toda luz voltea la albacora,
qué insinuación define el manejo de tu boca
si nada señala la sombra anticipada,
la brisa principal, polvorienta,
cuando el caballo husmea la leña del vecino.

No es ajuste de cuentas, ni vendetta, ni ceño aburrido,


menos niebla entre manos perpetuas,
ni barco quisquilloso moldeando el atril sobre la tela.
Simple empuje de polea antigua, quizás;
mecánica del ombligo del abuelo del abuelo
ese viento soplando de allá para acá
entre el resuello para deslizarnos desnudos sobre la arena.

No sé cuántos segundos nos hundiremos en el fondo de este mar,


por cuántos minutos abundará en el puño
azulado la penumbra del ojo ausente,
cuánto peso sostendremos,
desconozco si la raíz, si el caballo, si la sombra
con su revés, apartarán la ley de mirarnos,
tampoco por cuánto la albacora en su locura
ordenará la inquietud de mi tiempo.
Yo tengo preguntas.
Las junto como loca.

202
La albacora me dialoga entre desperdicios cuando
ruje el engranaje de troncos fecundos.
Atesoro preguntas como loca
y ojos viejos en botes husmean porque diseñan el mar.
Atesoro jaibas, conchas de choros
plateados, preguntas como loca;
la albacora me dialoga, pero los botes han
desdeñado el oficio celeste de mis uñas.

A estas rocas las moldeó lo desconocido,


asperezas de sombras anteriores,
posibles materias del tiempo,
expresiones de mi adelantada ira, antes
del viento en tu cuerpo en el mío.
A estos peñascos los arrastró el otro —aquél— fuego.

No sé cuántos segundos nos hundiremos en el fondo marino,


cuánto océano acá dentro,
cuántos crustáceos, cuánto molusco, cuánto verde, cuánto frío.
Tengo preguntas.
La albacora me enfrenta entre desperdicios
cuando ruje el engranaje acuoso,
barcos estremecen en navíos sin fin.
Manchada la vía láctea desgarra el ciclo
nocturno, pero tú y yo sumergidos.
La buscadora, arriba: continúa temblando, es azul.
Ya no fue vendetta hundirnos en el mar ni locura.
Otros dirán que sí. Asombrados los pájaros. Déjalos.

(Libro: Mapa de Quirilluca)


203
DESDE LA NIEBLA, QUIRILLUCA

Un balanceo de gaviota
revisa su mundo bajo el gran ojo de lupa
en medio del agua.
—Vamos, el grito en medio de la nube, el pescador.

Ahí, una manzana confunde el viaje,


ahí el viento otra vez impide
y Quirilluca no detiene el cielo.

—Vamos, aúlla el pescador.


Pero, el abismo desciende en el mar último.
Pero, no responde el eco la superación de lo terrestre.
Acuosa la plenitud del hombre rodea el cuello de la mujer:
levanta el dedo índice encima de su frente,
revisa la pestaña inquieta, acomoda el seno
dormido para cantar la victoria del oleaje.

—No soy quien escribo: me lanzan signos:


me surge el ojo del barco en medio de la ira clandestina.
—No escribo: me lanzan marejadas: crustáceos me retuercen,
revisan este muñón desesperado en medio de la ira derrotada.

Hubo cuerpos entrelazados, ojos, hiedra,


tierra, espuma en el silencio.
Hubo tarde agitada, hubo patria, cercana, nupcial.
Hubo banderas y una tristeza situada.

204
—Vamos, persiste el hombre en el mar.
—Vamos, ruega su boca.
No habrá retorno cuando el roquerío esculpa
su puerta en el párpado del acantilado
y duerma el pescador en su orilla.
No habrá retorno cuando el trazo albergue aromos detenidos
y el tiempo recuerde tu mesa.
No habrá retorno cuando el viento diseñe
tu signo en el pez inquieto,
menos un navío para brazos dilatados.

Se confundirá el anhelo con la saliva en tu hora


cuando la arena sea niebla
cuando se aquiete el sol eterno.
Se confundirá la premura de la red con mi mano temblorosa
cuando la piedra inicial recoja mi paisaje
cuando el tiempo lance el corazón sobre la roca.
Incolora el agua en su navío. Quirilluca, la boca en este mapa.

(Libro: Mapa de Quirilluca)

205
DISCURSO DEL BÚHO

Yo fui búho con mi huella en la maraña de la tarde enrevesada


conversé con la rama y el pájaro vecino
traté de resolver el enigma de la luna, pero su
redonda claridad fue más que el tiempo.
Yo fui búho e intercepté la voz del primer hombre
para recordarle que el agua parecía veneno
traté de enredarme en mi propia vida
miré hacia la médula del convencimiento.
Cuando quise caminar mi huella desdibujó
la conquista de la tierra roja
ni decir que fue signo.
Doblé un día —con mi cara ancha y este cuerpo
sano— la calle principal del bosque
miré la tarde de arriba y de abajo
indiqué con la punta de la cola gris alguna línea
pero la vida del búho es menos que el ojo húmedo
apenas un gramo más que este río.

Fui búho
fui canto
tarde bajo la luna y lloré.

(Libro: Exordio del animal y la rosa)

206
PRIMERO, SUS OJOS

en la diminuta mano
el verde no es coral
sin embargo, esta epopeya cruza la vida
la clorofila repite lo que sabe
sube por los ojos de la niña
en círculo el botón de la risa
la hiedra sube
la niña ríe
parece un corazón el toque simple
parece agua la vida
la hiedra intercepta todo arriba
habla de la bondad del hombre
nadie sujeta ese cielo
un escarabajo rojo
le muestra el camino
le habla del territorio único
Ailmi Shun balbucea la delgada palabra animal
la clorofila repite el canto

(Libro: Exordio del animal y la rosa)

*Ailmi Shun: “Ailm” es la primera letra del alfabeto celta-escocés y


corresponde al símbolo del abeto de los bosques nórdicos, símbolo que
significa la fuerza vital de la naturaleza y su restitución. “Shun” es una
voz japonesa y significa belleza.

207
Idania Yáñez Avilez

Bahía Murta, 1962


(Selección y comentarios de Mauricio Osorio Pefaur)

Aysén, la tierra imaginada y su espejo en la realidad, es


una inmensidad que “habita” a sus habitantes. En esa clave de
la existencia, ¿Cómo vivenciar un rincón de aquella vastedad,
hacerlo crecer y luego reducirlo hasta que quepa completo en la
mirada que lo evoca? ¿O en las manos capaces de guardar retazos
de sol?

Idania Yáñez Avilez, poeta nacida en la cuenca del lago


General Carrera, hoy llamado popularmente “lago Chelenko”,
lo logra con su “poesía aldeana”, que agita las cuerdas de la
inmensidad desatando una vibración antigua y boscosa. Digo
aldeana, para acrecentar el timbre de su construcción con giros
láricos, románticos, rurales. Digo aldeana para resaltar la aldea,
el cobijo humano que como especie hemos construido al interior
de la naturaleza, para convivir con ella, para dialogar con sus
otros habitantes, para entender que se es parte de ella si se logra
comprender todos sus idiomas, todos sus silencios, todas sus
presencias.

Idania nos presenta su aldea, primero a través del canto


de los pájaros que la habitan y deshabitan, que le cantan dentro
de las estaciones, que luego de trinar expiran sobre la nieve. Para
luego retornar en las palabras que llevan el canto de esa aldea: te
anuncio estas palabras como si fueran pequeños pájaros.

Los pájaros son los mensajeros de la aldea, son los


encargados de expandir los hallazgos que surgen de la conversación
entre la infancia y la naturaleza. Los pájaros cantan el mensaje
surgido en la casa de la infancia, siempre después de haber ido a
llorar las historias antiguas del poblamiento, colmadas de dolor y

208
tristeza antes que de heroísmo o gloria.

Luego nos presenta el bosque, habitando el cuerpo de


sus poemas hasta hacerlos reverdecer a pesar de todos los dolores,
a pesar de la devastación provocada por los incendios forestales
o la extracción de los aserraderos a vapor. Esto gracias a que aún
quedan bosques de mañíos que sueñan bajo la luna y los renovales,
que van surgiendo alrededor de la aldea, recogen la memoria de
la infancia. El mutualismo entre aves y bosques es una enseñanza
siempre dispuesta para el ser humano, que a pesar de ello —nos
advierte la poeta— la desecha, la quiebra, la olvida en pos de las
ciudades; y, cuando siquiera intenta el retorno, no lo logra porque
he perdido mi caballo mientras caminaba bajo la lluvia / no recuerdo el
sendero de coigües y canelos que va bordeando el río. El ser humano
se vuelve entonces sordo, desmemoriado, incapaz de reconocer el
despertar de los pájaros en el bosque azul que duerme junto al río. La
poeta registra este extravío, porque busca disolverlo, para que el
ser humano reencuentre el sendero a todas las aldeas. Lo enfrenta
también proponiendo en su poesía un “país de las abejas” del que
todos somos ciudadanos, porque es la casa de nuestras infancias,
la aldea que nos habita o la que puede ser nuestra casa para
remendar el daño que nos provoca el artificio de lo urbano: Te
llamaremos dije un día, país de las abejas, lugar donde habita la infancia
de la tierra y las madres guardan retazos de sol entre sus manos.

Este sentido ético y solidario en la poesía de Idania


Yáñez, se constituye en la trama y urdimbre de un nuevo canto en
la poesía aysenina. La poeta escribe esperanzada en la reunión de
todas las infancias: sentémonos junto al fuego mientras regresan los
ausentes, / encendamos la vieja lámpara y compartamos el pan mientras
cae la nieve.

Ese país contiene un lago que aparece de pronto con toda


su propia inmensidad, lago-mar, creador de distancias y semillas;
con todo su dolor, lago-coihue, dolor del bosque llorando; lago-
aborigen, dolor de la tierra estremecida por el llanto de Kooch. Lago que

209
espejea la mirada sublime del ser humano libre y conmovido por
la inmensidad que lo habita, y que al mismo tiempo espejea la
violencia que desata ese mismo animal humano sobre los bosques
y sobre las otras naciones que antes ya habían comprendido
los idiomas de la naturaleza y convivían trashumantes en ella,
estableciendo aldeas de sentido que fueron arrasadas por los
desmemoriados y sordos.

Aquel espejo de agua —el más grande dentro de la


inmensidad de la gran aldea de Aysén—, en cuyas riberas la
casa de la infancia se acrecienta, es navegado por el recuerdo: En
pequeños botes de ciprés los niños de aquel tiempo descubrimos siete
reinos nacidos de la lluvia: las flores, el aire, los pájaros, el sol, el agua, la
nieve y los caballos danzando entre las nubes.

El silencio y el canto marcan el ritmo de las estaciones


en el país que la poeta nos presenta: así, las infancias pueden
escuchar la respiración del bosque dormido, el canto del viento
sobre el fogón encendido, el silencio provocado por la nieve, el
leve sonido de las violetas surgiendo del manto blanco.

Las mujeres que habitaron y habitan el país de las abejas,


aldeas ellas mismas para infancias despojadas, colonas recias de
un antiguo poblamiento, son como esas violetas que palpitan bajo
la nieve, poderosas guardianas de la casa de la infancia: Pero las
bravas colonas como las violetas florecen / en la eterna transparencia de
la lluvia. Este acto de reivindicación de madres e hijas del bosque
aldeano es también una propuesta de retorno a la vida de las
señales naturales que marcan el tiempo y dibujan la esperanza de
sostener la memoria de la aldea.

El canto de Idania Yáñez todavía no se escucha en la poesía


de Aysén, ni siquiera se le intuye. Las vibraciones de su poema
al cacique Quinchamal que conocemos desde hace más de una
década, junto a otros textos de la autora, publicados en antologías
de circulación limitada, siguen siendo su carta de presentación

210
entre los lectores locales, pero ellas mismas se acrecientan cuando
su canto al país de las abejas comienza a poblar la inmensidad
que cabe en nuestras palmas, porque la poesía de Idania Yáñez
nos toma de manera resuelta para que abramos nuestra aldea y
dejemos que la habiten todos los bosques, todas las aves, todas
las aguas, todas las neblinas y huellas antiguas que han forjado
este paisaje, guiados por la memoria del cacique que en la voz de
Idania nos dice:

Yo Quinchamal
habitante austral
de la Patagonia misteriosa
refugio de aves
asustadas por el viento.
Yo, lugar de verbo,
nacimiento de flores
que rigen las luces del alba,

Yo, Quinchamal
flecha, aurora,
canto de las aguas
en su festival de cristales.

Ya lo manifestaba el poeta León Ocqueteaux en su


presentación a la poesía de Idania Yáñez, que transcribimos en
extenso21:

Sin pretender ser un Juan Bautista para anunciar la


aparición de una nueva voz en nuestra lírica, la de
Idania Yáñez Avilez, me atrevo a consignar que su obra
significará un aporte importante, y me sorprende que
hasta el momento permanezca inédita, sólo publicaciones

21. Texto mecanografiado y con firma original de León Ocqueteaux, fechado el


17-12-2007. Facilitado por Idania Yáñez para esta presentación.
211
aisladas en revistas y antologías de circulación restringida,
que no se haya proyectado como merece. Me consta de su
calidad, ya que conozco gran parte de sus poemas, lejos de
la retórica barroca y de la antipoesía que ha erosionado
nuestra poesía.
Estoy cierto que, cuando acceda a la publicación de sus
libros, se destacará en el primer plano, ya que entre otras
cualidades, recoge un homenaje a las culturas originarias
del Extremo Sur, lo que no ocurre si no aisladamente.
Aporte y rescate de importancia que conviene a otros
soslayar. Asimismo, de su entusiasmo y convicción con
que realiza sus trabajos basados en el estudio y análisis
de estudios y ensayos sobre nuestras etnias en vías de
extinción.
Por ello, y amparado en mi experiencia como lector, y sin
riesgos, es que saludo a una nueva voz poética de Chile
en Idania Yáñez Avilez, y celebro su pasión y autenticidad
con que cultiva el amor a la poesía y su universo mágico.

Tal vez es el silencio la ruta que sigue su canto, el que


solo se escuchará si nos adentramos en los bosques que resisten y
protegen las aldeas de nuestra infancia, mientras nos extraviamos
en lugares desalmados y tristes.

La poeta sabe de este extravío, lo ha vivenciado, su


cuerpo y su alma conocen el dolor que ha provocado, sus palabras
/ pájaro reconocen cada cicatriz y por ello replican el canto de los
primeros pueblos: cantando con las piedras y los pájaros, / cantando
en la nostalgia de las flores, / en el bostezo gris de los árboles / y en el rocío
de la madrugada, para descubrir el camino de retorno a la casa de la
infancia, allá, en el país de las abejas.

Coyhaique
Diciembre de 2020

212
LOS PÁJAROS

Los pájaros son cantares de luz que se quiebran en las sombras,


mientras regresan con la tarde primaveras lejanas.
La semilla cae al surco
y no el recuerdo sino la muerte viene a colmarse de trinos,
no su canto, sino sus alas van girando en el espacio,
huérfanos del tiempo. La ciudad cuelga
sus ausencias en las nubes,
los pájaros se han ido a llorar a la antigua casa de la infancia.

(Libro: Noticias del país de las abejas)

213
REGRESO

Hoy las madres regresaron al País de las Abejas


portando retazos de sol entres sus manos,
las vecinas de siempre,
las que nunca se han ido.

Nos abrazaremos sonrientes por la dicha del reencuentro,


tomaremos mate reunidas en la cocina,
afuera ruge el invierno
y los cerezos danzan junto a la ventana.

No ha pasado el tiempo,
nadie jamás se ha marchado,
sólo se han ido los niños,
sus barcos,
sus muñecos y sus tamangos.

Nadie se ha marchado del País de las Abejas,


sentémonos junto al fuego mientras regresan los ausentes,
encendamos la vieja lámpara y compartamos
el pan mientras cae la nieve.

(Libro: Noticias del país de las abejas)

214
ÚLTIMO ZARPE

Hoy que has llamado a mi puerta han regresado


desde el sur los coigües y los pájaros,
me sorprendió el acento de tu voz,
y tus manos que en otro tiempo cubrían
mis cabellos de margaritas,
ningún pétalo es más dulce que los días luminosos de la infancia,
como si la vida fuera un breve ritual de imágenes amadas.

Regresaste al País de las Abejas añorando el canto de la lluvia,


nos abrazamos en silencio,
lejanas y tristes se oyen las campanas de la Capilla vieja,
una columna de flores avanza por el camino,
y me dispongo a cargar de margaritas nuestros pequeños barcos.

(Libro: Noticias del país de las abejas)

215
REGALO

Yo recibí un hijo en la soledad del alba


y los pájaros lo vistieron de rocío,
en mi corazón cantaba el mar, el bosque, el río
y la lluvia azul de todos los inviernos.

Mi hijo era pequeño como las golondrinas,


un capullo de sol entre mis manos,
mi niño era grande como las montañas
vencedor de dragones y bestias de guerra.

Yo recibí del cielo un hijo,


toda la primavera cabía en su llanto,
toda la lluvia en sus rondas de niño-bosque
todo el tiempo en sus ojos otoñales,
todo el sol, todas las flores
en su casa perfumada de niño-infancia.

Mi hijo era pequeño como las golondrinas,


su vuelo se hizo eterno una tarde mientras soñaba,
los pájaros lo vistieron de margaritas blancas
en mi corazón lloraba el mar, el bosque, el río
y la lluvia azul de todos los inviernos.

(Libro: Noticias del país de las abejas)

216
PAÍS LAS ABEJAS

Hasta ti llegamos país verde y profundo,


retazo de infancia
oculto en las raíces dormidas bajo la tierra.

Hasta ti,
plegaria de nieve,
sueño azul de los arco iris.

Hasta ti,
paisaje de rosales y canto de lluvia,
hasta ti llegamos con la ofrenda interminable del tiempo,
los recuerdos,
la vida.

Hasta ti llegamos tierra amada,


bosque de mañíos que sueñan bajo la luna,
hasta ti llegamos como pequeñas sombras
que se abrazan y poco a poco
desaparecen en la interminable noche.

Hasta ti llegamos quebrantados y tristes,


ahora que todo está en silencio,
ahora que no cantan los pájaros en el bosque
milenario que duerme junto al río,
ahora que nada queda
salvo algunas flores temblando en las trizaduras de la escarcha.

(Libro: Noticias del país de las abejas)


217
LEYENDAS DEL AGUA

Descubro que otros siglos de mar transitan tu azul avalancha,


mármol y molusco pétreo,
vida milenaria oculta en alturas desconocidas,
fogones donde germinó el tiempo
la transparencia de tus aguas.

Lago-mar de memorias ancestrales, lago


laberinto de peces y métales
Lago-ser de caracoles y silencios,
Lago-mar de aves peregrinas y fiesta de
arcoíris en la bóveda del cielo,
Lago-mar de minerales infinitos.

Lago-cordillera, refugio de guanacas tutelares,


Lago-hombre, anciano azul del universo,
Lago-mar, creador de distancias y semillas,
Lago-tempestad, dulce naufragio de hojas
que sueñan y cantan en tus aguas.

Lago-mar amasando figuras de arcilla y soledades,


Lago-madreselva anunciando primaveras en tu oleaje,
Lago-mar de pueblos que escribieron su
historia en tu manto cristalino,
Lago-coigüe, dolor del bosque llorando la
trágica huella de los aserraderos.

218
Lago –mar que reparte el olor de las
cerezas y el canto de los pájaros,
Lago-esperanza que atrapa cada tarde las luces del día,
Lago-mar que abraza a tantos pueblos y les regala peces,
lago-mar del otoño y sus crepúsculos de fuego.

Lago-niño jugando en los viejos polvorines de Puerto Cristal,


Lago-mar, paisaje de casas esculpidas entre los árboles
como si fueran diminutas señales del tiempo,
como si en ellas vivieran los pájaros.

Lago-mar de marineros navegando la ruta de la eternidad,


Lago-mar de sus sueños y cantares
que se han quedado como los puertos, abandonados y en silencio.

Lago-sol, cuna de luz esmeralda donde duermen los crepúsculos,


Lago-aborigen, dolor de la tierra estremecida
por el llanto de Kóoch,
Lago-mar de los Aónikenk cantando la anunciación del alba,
Lago-mar, danza infinita bajo el cielo del sur.

(Libro: Noticias del país de las abejas)

219
A MANUEL QUINCHAMAL
(Cacique Tehuelche)

Yo, destino misterioso de los astros,


ruta de la vida y de los sueños,
yo, hijo de Elal
roca, pluma o sendero
donde descansan los planetas
su universo de luz.

Yo, habitante de la Patagonia,


coirón, divina pampa de guanacos,
estrellas donde germinó el tiempo
pueblos ancestrales,
volcanes que Kooch transformó en paisajes
mar en que fueron creados
cordones y montañas,
roca misteriosa de memorias glaciares,
aurora de cristal
respiran en tu fuego
las semillas
engendrando perfumes y capullos de sol.

Yo, Quinchamal,
sobre mis huesos tristes,
extiendo la bóveda
celeste del universo
para llorar la pampa

220
y sus voces de silencio,
para llorar la tristeza
de una diosa tehuelche
y recordar sus cabellos
descansando
la noche eterna de los sueños.

Yo Quinchamal
habitante austral
de la Patagonia misteriosa
refugio de aves
asustadas por el viento
yo, lugar de verbo
nacimiento de flores
que rigen las luces del alba,

Yo, Quinchamal
flecha, aurora,
canto de las aguas
en su festival de cristales.

Yo, Quinchamal,
declaro, en esta hora amarga,
que eran puras las manos
de mis hermanos muertos
y era bello el paisaje
de sus toldos y cacerías
y aún el humo de su existencia helada

221
peregrina en el cielo
sus lágrimas de escarcha.

(Libro: Cacique Manuel Quinchamal y otros poemas)

222
SOMBRAS DE DIOSES
(A Lola Kiepja, chamán Selk’nam)

La luna había caído sobre el mundo, rodando


como un ojo amarillo en la soledad
del Lago Fagnano y allí estabas,
dormido el paisaje
el tiempo,
la infancia,
los años,
la vida
y tú cantando
el linaje de tus hijos y los hijos de tus hijos,
cantando con las piedras y los pájaros,
cantando en la nostalgia de las flores,
en el bostezo gris de los árboles
y en el rocío de la madrugada,
allí estabas esperando el regreso de antiguos
cantares guardados en la memoria,
ausentes tus hermanos en la tierra,
sólo infinitas sombras llorando bajo la nieve,
y tú en silencio mientras la danza de la muerte cae sobre tus ojos.

(Libro: Sombras de Dioses)

223
Jaime Luis Huenún

Valdivia, 1967
(Selección y comentarios de Pedro Araya)

Nvxam, Vl, Epew22.

1.

Siete meses, no bastan siete meses para nacer, Huenún


Jaime Luis. Para andar y desandar, comulgando en los territorios
de la garúa, a ras de vuelo, williche, wingka, mestizo. Traes pan y
cuchillo, corazón a cielo abierto, para bailar el lepún frente a las
aguas. Siete meses se convive con el fuego enterrado al fondo de
todo. Siete meses, el amor adentro. Siete los meses prolongados
en el nvxam, la conversa de vivos y difuntos, en la casa del ser. Cae
una leve garúa mientras escribo, la luz se cuela en filigrana por tus
versos. Contra el significado monolingüe y su clausura, se alza el
sentido, la viada, el vuelo de tu poema.

2.

Dices que las lenguas se tocan y se revuelven. La exigencia


de tu poética, tu escritura, tu destino, aun cuando nadie la lea,
es ser leída en su propia pregunta, su lugar ilegible, su diálogo
de poemas anclados en las numerosas voces y relatos, vl, epew,
personas, humanas y no-humanas, fundidas en las espesuras de
la tierra que se anda. El guardián predilecto de esos poemas no

22. “Conversación”, “canto” y “narración”, respectivamente, en lengua


mapuche.
224
es otro que esa suma de voces, iluminando, buscando iluminar,
el enigma: la honda vida y la muerte, sus tesituras, sus pewma
sueños, conjuntados de raíces hacia las aguas infinitas por romper.

La derrota no es sólo desbande sino camino abierto


rompiendo obstáculos: “Canturrear entre las flores no es difícil,
/ florecer en triste fango sí lo es”. El amor se te fragua en la caída
del mundo, Huenún Jaime Luis. Va el ojeo hacia los otros, desde la
derrota, desde el yermo poblado de memorias y sueños, y coligües
con tus hermanos un nosotros. Pájaros, árboles, humanos y
sueños, ríos todos. Y revisitas lo interrumpido, con sus manchas y
grietas, alrededor del fogón devastado, pero aún ardiendo.

No hablaremos de paisajes, aquí, sino de territorios,


peñi. Territorios experienciados, territorios apócrifos. Allí tu
danza purrún sonríe digna sus palabras. El che zungun aflora por
todas partes, lengua nombrada y nombradora, yuxtaponiendo
fragmentos, textura de la vida misma que no se deja someter
y se abre al mundo. Chamán poeta, cruzas imaginarios, mitos
y conflictos políticos en estos nuevos tiempos de horror y
acallamientos. Cruzas mundos, barreras corporales y espirituales,
a flor de lengua, entre sentidos con ritmo, cambiando de lugar.

Qué guardan tus palabras, empeñándose en la nvxam


conversa al borde del fogón, el tiznado eco de una historia que no
ceja de pedir ser contada. Qué cuidados obligan al ojo y al oído a
detenerse en tu página, a manducar los barruntos que te rondan.
La historia es una mordida (“la mordida inevitable / de la historia”,
escribes) que se encaja y se abate sobre los pueblos originarios
desta parte del mundo. Preguntas quién es ese “nosotros”, abres
fisuras. Eres nuestro contemporáneo, aquel que se sumerge en lo
oscuro de nuestro tiempo y nos habla, en kimvn conocimiento
williche de lengua urdida en el transitar particular del mundo, del
trasiego, la viada de todos. “Salir de aquí”, es lo que hace el poema,
en su doble acepción: pertenecer a un lugar, un territorio; irse de
allí. Es tu doble viaje.

225
Por toda la tierra pasas, Huenún Jaime Luis, pasamos.
Y en la fuerza de tu piwke corazón escrito pueden descansar
los fantasmas a caballo que recorren las sombras. Fantasmas
a caballo bajo la garúa del mundo. Y no habrá miseraciones en
la waria. Por las noches leeremos tus palabras antes de exigir
justicia, orillados al bosque de nuestros fragmentos y las viejas
nubes. Cuando recobremos el pasado, la tierra abrirá sus secretos
[Manuel Rauque Huenteo, Compu, Chiloé].

3.

Nací y me crié en una aldea, en la intersección del campo


y la ciudad, del Sur de Chile, en la FutaWilliMapu, las grandes
tierras del Sur. Fui parte y constituí ese contingente nacional que
vio negada su identidad por los efectos de la colonización brutal
que el Estado impuso en todos los territorios de este país: la
reducción, no solo territorial, sino también espiritual y cultural.

Dentro de ese marco, fui poco a poco armando mi propia


vida y mis propios vínculos, desde una mirada un poco más amplia:
escuchando a mi abuela, a mis padres, a mis tíos del campo,
williches todos. Visiones amplias de convivir con numerosos
mundos: colonos, criollos, españoles, alemanes, comerciantes
árabes, entre otros, descendientes, diversidad concreta en
estos pagos. Y desde esa mirada, fui construyendo una historia
personal, una comprensión personal, situada en ese contexto:
el de comprarle al comerciante árabe nuestros suministros del
mes; el de trabajar en un fundo alemán, con todas las historias
que eso conlleva; el de dialogar con una chilenidad que se tenía
por española y blanca. Y todo ello fue dando cuenta de cómo el
mundo se va concentrando en un grano de arroz, cómo el mundo
se va concentrando en un poroto, en una papa, en la papa local.

226
Cómo todo eso va generando lo glocal, según algunos estudiosos
de estas situaciones geopolíticas y culturales.

Y desde ahí, el conocimiento de la literatura fue por dos


vías: la vía de lo oral y la vía de lo escrito. Y todo ello en una aldea,
un espacio reducido, donde la modernidad era el tren, el telégrafo,
como mucho la radiotelefonía, donde toda la modernidad estaba
en la ciudad, que quedaba a 5 ó 6 kilómetros de mi pequeño barrio.
La mitología de las personas viviendo allí, con esa otra proyección
de una modernidad cercana pero lejana a la vez, va generando
esta ansiedad por conocer otras realidades, no sólo en el ámbito
de lo inmediato, sino que también en el ámbito literario. Creo que
ahí subyace esta tendencia a transitar por esta doble vía. Vía de lo
ancestral, lo tradicional, lo local; vía otra, amplia, universal. No sé
si estas vías se tocan, no sé si hay una suerte de convergencia. Es
muy probable.

El camino de mi poesía está situado en ambos


territorios. Y si bien nos enfrentamos a esta idea añeja de que
los pueblos indígenas no tenían relaciones con otros pueblos,
con otras naciones, vemos que sí tenían vínculos entre sí, ya sea
de manera pacífica o de manera no pacífica; había comercio,
relaciones, alianzas, un transitar por el territorio que hoy
llamamos Latinoamérica. Somos transfronterizos, simplemente,
actualizando aquello en nuestros imaginarios. Furor y misterio;
historia, mito y ficción; crónica y tensionados lenguajes mestizos,
es lo que conjuga aquella poesía que me moviliza.

4.

Sabemos que ningún poeta surge de la nada, dices, Huenún


Jaime Luis. Y si toma en serio su trabajo, debe asumir un interminable
aprendizaje. Si escribir poesía es, en gran parte, recordar y testimoniar,
227
también es un acto de solitaria esperanza, de precaria reconciliación con
uno mismo y su tribu, aunque para ello se recurra a lo más sórdido y
terminal de la condición humana. “Yo les dejé poemas que pensaba
llevar a mi tumba / como prueba de mi paso por la tierra”.

Sin embargo, el baile de los choikes, el zungun de las


flores, el canto en la memoria, lo que nos sostiene, el rumor de los
ríos, trayencos, las bandadas de treiles, galopando en la noche del
NagMapu, todo inventa una piel.

5.

“Escribo mi poema / en las hospederías del bosque. / Los


pájaros vuelan / y borran con sus cantos / lo que escribo”. Escritura,
canto y vuelo: maneras de participar de la contingencia del mundo.
Pero no sólo eso. Nada es sólo. Cada una de estas maneras requiere
algo: atención, lectura, escucha, observación detenida; ojo y oído,
corazón. Y también, bajo ciertas circunstancias, requieren (piden)
una respuesta: un acto, otro acto, en la reciprocidad de la con-
vivencia; escribir sobre, cantar sobre, volar sobre aquello. Volar,
escuchar, leer, entonces. A ras de pájaro y de personas; a ras
de mundos posibles; la voz que emerge de la tierra, el verbo, la
vibración de la materia, la palabra que responde al ambiente, el
medio y el entorno. Nvxam, vl, epew.

Qué dices, Huenún Jaime Luis. En el poema habla el lector


o el auditor de poesía. Éstos construyen su propio poema, en ese ejercicio
se convierten en poetas y se genera allí un diálogo interno, íntimo, que
me interesa potenciar o colaborar en que se genere. Escribo también
para dar cuenta de mi propia realidad, de mi propia crisis o armonías,
pero finalmente, todo lo que pueda escribir busca la posibilidad de que el
poeta desaparezca de la escena y quede el lector individual o colectivo ahí
enfrentado a su propio lenguaje.
228
El poema promueve así la libertad de aquello que,
traducido con cuidado hospitalario, despliega una significación
impredecible en el ámbito de lo propio: ese dejarse afectar por lo
otro, dejarse llevar por las vidas. Ningún poema termina en su última
palabra; más bien con ella recién empieza a urdir la tupida trama de los
eternos y a la vez cambiantes símbolos íntimos y colectivos. Y ese trabajo
no tiene descanso ni final.

6.

Del río recoges lo que te dio el silencio, el rostro


trastornado, cantando en lengua, bailando lepvn. Del río que
pasa frente a esa niñez que aún te sueña, te habla y te conduce.
Del agua recoges la compañía de tantos y tantas. Y agradeces a
la tierra en la que empobreces los pasos y la sombra tuya. Bebes
gotas de luz en copa de latúe, Huenún Jaime Luis, y amas a los
pájaros, canto vl, vuelo epew sueño, borrando lo que aún no has
escrito. Los enterrados, y los que no, vienen a tu nvxam conversa
junto a los fogones de la casa cubierta por los musgos y líquenes
del Sur. Memorias la sangre. Venteas a los treiles con los nombres
de los idos. No hay sueño que descanse, ni piedra que entregar a
la nada. Sigues naciendo, sietemesino, en cada sombra conjugada
de esa inmensa cordillera que es tu estirpe: esa que enseña la tibia
canción de morir, los bosques apócrifos, lo aún por brotar.

Valdivia, Región de Los Ríos


Enero de 2021

229
FOGÓN
Menos que el silencio pesa el fuego, papay, tu
gruesa sombra que arde
entre leños mojados;
menos que el silencio a la noche
y al sueño,
la luz que se desprende
de pájaros y ríos.
“Hermano sea el fuego”, habla, alumbra
tu boca,
la historia de praderas y montañas
caídas,
la guerra entre dioses, serpientes
de plata,
el paso de los hombres
a relámpago y sangre.
Escuchas el galope de las generaciones,
los nombres enterrados
con cántaros y frutos,
la lágrima, el clamor de lentas caravanas
escapando a los montes de la muerte y la vida.
Escuchas el zarpazo del puma
al venado,
el salto de la trucha en los ríos
azules;
escuchas el canto de aves adivinas
ocultas tras helechos
y chilcos florecidos.

230
Respiras ahora el polvo de los nguillatunes,
la machi degollando el carnero
elegido;
respiras ahora el humo ante el rehue, la hoguera
donde arden los huesos del largo sacrificio.
“Hermano sea el fuego”, dices retornando,
el sol ancho del día
reúna a los hermanos;
hermano sea el fuego, papay, la memoria
que abraza en silencio la sombra
y la luz.

(Libro: Ceremonias)

*Papay es el nombre afectuoso que se da a las ancianas.

231
LIBRO

Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis,


sietemesino feo, sólo
puedo leer tu mitad hijo,
tu mitad hueso y calavera encarnada
tu débil número negativo
hecho de cuarteada eternidad
y carne.

Sólo puedo leer tu mitad


padre, hermano, aquel
que diariamente sale a conseguir
una mísera ración de estrellas, exiguo alimento
de palabras que no saben todavía ni
siquiera balbucear.

Sólo puedo leer al lado de Otro,


sólo junto a los conjuntos rotos de tu madre,
sólo solitario pero nunca solo,
mal ladrón de la blancura de las Páginas.

Sólo puedo leerte juntando las letras


al pie de un título de un poema de Tu Fu.

Sólo puedo tu raíz falsa, huenún


jaime luis, hombre
o duende porfiado o malo de la cabeza,

232
sólo puedo leer la mitad
del aire que te hace viejo,
la otra mitad la ganas
con el sudor de tus ojos
y aquello
no tiene explicación en mi
alfabeto.

(Libro: Ceremonias)

233
LAMGEN

Aquellos ojos del color del color, a una


altura azul,
cunden copihues, humo de agua,
con tanto encanto blanco en el espíritu.

¿Había viento a aquellas horas o


eran abejas borrachas
trayendo miel y sangre
al panal de mi cráneo?

Porque el agua es hermosa


y el cielo es hermoso
y ambos son buenos amigos —dijo—

Porque la luz es la cruz de la estrella


y mis pechos la cruz de la luz...

Porque en silencio sabemos lo que somos,


a una altura azul:
el águila y el cisne,
el venado y el puma,
montañas de carne y hueso,
cementerio de la eternidad.

(Libro: Ceremonias)

234
CEREMONIA DEL AMOR

Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín e


hualle
tineo e lingue nudo a nudo amáronse
amantísimos, peumos
bronceáronse cortezas, coigües mucho
besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor
despertar de las aves ya arrulladas
por las plumas de sus propios
mesmos amores trinantes.

Mesmamente los mugrones huincas


entierráronse amantes, e las aguas cholas
abrieron sus vertientes alumbrando, a sorbos
nombrándose, a solas diciéndose: aguas buenas, aguas
lindas, ay pero violadas somos aguas
Rahue, plorosas Pilmaiquén, floridas e parteras e aún
felices
las arroyos que atraviesan como liebres
los montes e los cerros.

E torcazos el mesmo amor pronto ayuntáronse,


los Inallao manantiales
verdes, las Huaiquipán bravas
mieles, los Llanquilef veloces
ojos, los Relequeo pechos
zorzales, las Huilitraro quillay pelos tordos,

235
los Paillamanque raulíes nuevos.

Huilliche amor, anoche amaron más


a plena chola arboladura,
a granado cielo indio perpetuo
amáronse, amontañados
como aguas potras e como anchimallén encendidos, al alba
oloroso
amáronse, endulzándose
el germen lo mesmo
que vasijas repletas de muday.

(Libro: Ceremonias)

236
CISNES DE RAUQUEMÓ

Buscábamos hierbas medicinales en la pampa


(limpiaplata y poleo, yerbabuena y llantén).
El sol era violeta, se escarchaban los pastos.
Bajaba el Rahue oscuro, ya sin lumbre de peces.

Oímos mugir vacas perdidas en la Vega,


y el ruido de un tractor camino a Cancha Larga.
Llegamos hasta el río y pedimos balseo,
un bote se acercó silencioso a nosotros.

Nos hablaron bajito y nos dieron garrotes,


y unos tragos de pisco para aguantar el frío.
Nadamos muy ligero para no acalambrarnos.
La neblina cerraba la vista de la orilla.

En medio del junquillo dos cuerpos de agua dulce,


blancos como dos lunas en la noche del agua,
doblaron sus dos cuellos de limpia plata rotos,
esquivando sin fuerza los golpes y el torrente.

Cada uno tomó un ave de la cola o las patas


y remontó hacia el bote oculto entre los árboles.
Los hombres encendieron sus linternas de caza
y arrojaron en saco las presas malheridas.

Nos marchamos borrachos, emplumados de muerte,

237
cantando unas rancheras y orinando en el viento.
En mitad de la pampa nos quedamos dormidos,
cubriéndonos de escarcha, de hierba y maleficios.

(Libro: Ceremonias)

238
MELI MARRI

Buscamos en la tierra de los cielos


nuestros nombres de mortales.

Buscamos en los soles de la nieve


el calor agazapado
de las almas encendidas.

Afiebradas cordilleras nos siguieron,


sanguinarios animales otorgaron
la simiente del silencio
que nos hizo germinar.

Esqueletos a caballo
detuvieron en la noche del Nag Mapu
nuestros pasos.

Grandes pueblos de plata y de pirita


contemplamos desnudos
bailando junto al mar.

Las nocturnas mariposas del quilanto


se cebaron insaciables
con los sueños y las pieles
de los hijos.

Bruscas plantas de poder y de dolor

239
nos hicieron masticar y escupir
sus desvaríos.

Oh, miyaye que nos diste la locura


y la rápida belleza
de la infancia.

Oh, latúe deslumbrante y amargoso


que ofreciste a la machulla
alimento y protección.

Hombres solos y mujeres de la luna


vigilaron nuestros cuerpos
para darnos tibios nombres
al amanecer.

Altos kalkus de las cuevas y los bosques


nos cedieron la memoria
y la caricia de los pájaros.

Tú eres Traro
y serás toqui y señor
de vientos fríos.

Tú eres Hueque
y darás lumbre y abrigo
a tus parientes.

Huenchullán forjará armas y joyas

240
con los blancos
metales extranjeros.

Melivilu hará la guerra


de emboscadas
a las huestes de otro mundo
y otro dios.

Pillán peumarain,
lulul lululvi nga wenu yem,
ta amun mapu penon em,
nawel peuma ngelul am chi
tremgemkevin mapu yem.

Como rayos de la muerte y de la noche


brillaremos,
como truenos celestiales
correremos por las nubes.

La visión de hambrientos tigres


dejaremos en la tierra.

El exilio sigiloso y flagelante


nos hará
revivir y palpitar.

(Libro: Kawiñtun üyelüwün mew/ Ceremonia


de los nombres. Inédito)

241
VÍCTOR LLANQUILEF EMPUJA EL BOTE
EBRIO AL RÍO DE LAS CANOAS

Un coipo nada en el sol


y tú te recoges en el agua, silencioso.
Son tus orillas el berro y el junco,
y la ancha sombra de los sauces
el destino de tu sombra bajo el agua.
Un pez alza la luz sobre el remanso.
El destello es tu espíritu
que se hunde en lo profundo
nuevamente.

(Libro: Reducciones)

242
[FANON CITY MEU]

El amor acabará contigo –me dicen.


El amor será un puñal en tu espalda –escucho.
El amor es la cárcel del rebelde –repiten.

El amor es la única justicia –les respondo,


contemplando mi cara deslizarse
por la rota ventana de la oscuridad.

(Libro: La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos)

243
Sofía Abarca Fariña
Quillota, 1968
(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Ha llegado el momento,
mi niño, de alumbrarte;
de mostrarte a los otros,
sin más que mi dolor.
(S. Abarca)

Sofía Abarca Fariña ha cimentado su vida familiar y


comunitaria hace ya dos décadas en Hanga Roa, al sudoeste de Rapa
Nui, “el ombligo del mundo”, en lengua nativa: Te pito o te henua.
Como investigadora de la cultura tradicional isleña, asociada al
Centro de Estudios Rapa Nui de la Universidad de Valparaíso,
no concluye su labor en el campo académico, sino en la activa
implicación con los linajes de oralitores, cantores, escultores y
representantes vivos del patrimonio material e inmaterial de la
cultura originaria, embebiendo la propia producción musical
y literaria, de la observancia histórica y ceremonial, de la
consideración de las relaciones de parentesco y cuidado familiar,
de la enseñanza acerca de la reciprocidad entre tierra, océano,
cielo y todo lo vivo.

Los poemas de Sofía Abarca aquí presentados,


parecieran surgir desde el fondo de la gran cadena submarina
de volcanes, como si ahí en las cavernas o cráteres hubiera otro
cielo iluminando un tiempo y conocimiento discursivo y reflexivo,
raíz de todas las manifestaciones y partes reverberantes de un Sí
mismo en las palabras ancestrales que magnifican a toda criatura
que se reconoce llanamente en ellas. Las composiciones de la poeta
mapean estelarmente la naturaleza fundamental e inmutable y a

244
su vez, relativa y accidental: “Desde las otras islas / por el viento
esparcidas (…) De allí venimos todos / los que aquí descendimos /
de las barcas guiadas / por Hotu Matu’a”.

Aquello que fue, es y será, se ha expresado desde la


antigüedad en las artes de la memoria polinésica, magníficas y
finas expresiones de sentido y conocimiento autóctono basadas
en la enunciación ritual, el canto y la iconografía, depositarias del
recuerdo y, empero, demostrativas manifestaciones del porvenir
y de la toma de posesión por el pueblo de un pensamiento y
un estado de conciencia completos. Desde esta óptica, de la
ruptura al hábito nacional de mirada simplificadora, y de frente
a los procesos de esclavitud, colonización, enfermedades y
aniquilamiento del ecosistema isleño, Sofía Abarca repasa una
poética irreductible a la temporalidad homogénea y lineal que
sustenta la experiencia intercultural del pueblo chileno en la
actualidad y sitúa otro tiempo —el de la nación rapanui— en el
cual la existencia se ha articulado con otras experiencias aún no
codificadas, obliteradas o dolorosas en la memoria habitual. En
la escritura de Sofía se encuentran las señales de una transición
hacia otros modos de enfrentar el testimonio isleño, sus imágenes
devienen en márgenes y residuos cada vez más amplios: “¡Viento,
viento! / Escucho venir quince gigantes / desde Rano Raraku hasta
la orilla”. En palabras de la autora, por desplazamiento continuo
la poética redime las cosas del olvido:

Tras la extracción y destrucción de las tablillas parlantes


Rongo-rongo —el antiguo sistema escritural rapa nui—
quemadas en su mayoría por los misioneros católicos;
y la desaparición de los sabios intérpretes de estos
grafismos en manos de los esclavistas, durante las cacerías
perpetuadas desde el Perú en la segunda mitad del siglo
XIX, los cantos ancestrales de Rapa Nui se constituyeron
como una fuente narrativa fundamental de la historia
y la tradición oral de este pueblo (…) La tradición oral,
especialmente los cantos, ofrecen detalles exclusivos
245
de muchos aspectos de la antigua cultura rapa nui. Por
ello registrarlos en términos musicales ya es un hecho
bastante exclusivo, pero lo que realmente constituye un
privilegio es acceder a sus espacios ocultos, narraciones
tan específicas que plantean a veces, una interpretación
alternativa a la llamada ‘historia oficial’.

Proponemos entonces, una comprensión ecopoética para


la escritura de Sofía Abarca, desechando la racionalidad clásica
con que se acallan las poéticas de la alteridad, ya sea mediante
las reglas del lenguaje, o a través de las epistemologías que no
permiten pensar y que respaldan la violencia colonial y/o el
modelo programático del desarrollo. En efecto, la exigencia de
nuevas palabras no es un mero ajuste del vocabulario, sino una
rectificación ética y estética, puesto que, como afirmaba Maurice
Blanchot, “la nada en el lugar de todo es demasiado y demasiado
poco (…) torna quizá vana la muerte”; y esta nueva forma de
nombrar, al disuadirnos de lo catastrófico, nos conecta con lo
más antiguo, con aquello que jamás ha sido dado. Siguiendo al
taoísmo, no nos preguntaremos si el principio está en esto o en
aquello, ya que está presente en todos los seres, en la totalidad,
en la condensación: “Hubo un tiempo de cantos y alegrías, /
de trabajo, de gente y de pequeños. / Mirándolos como se ve lo
inalcanzable, / respirando entre cuerpos de dioses inmortales […]
Aquí vivió la gente, aquí nacieron niños, / pero el hombre murió /
y enterró las respuestas”.

Ha sido en la piedra toba donde los antepasados


registraron “su mirada obscura y profunda”; hoy en día, los Moai
encarnan esa presencia comprometida que parece repetirse,
indolora al paso del tiempo, distante al sueño en el que las
cenizas de Rano Raraku acunan. Las formas-cantos de los poemas
organizan una serie de rasgos manifiestos del parto eterno, como
representa lúcidamente la autora; en él los hombres, reyes ‘Ariki
y dioses han nacido de pie para arraigar en el bosque húmedo

246
—actualmente deforestado— o navegar sobre “las aguas madre,
de todas las culturas”. En la isla Mata ki te rangi, “ojos que miran
al cielo”, Sofía Abarca reconoce la debilidad del hombre frente a
todo lo que nos volvió omnipotente; por ello canta, se sumerge
en la imaginación poética y celebra a través de la palabra de los
espíritus: “Asombrado miré como los hombres / al llegar a la tierra
prometida (…) hicieron con sus manos maravillas (…) los sabios,
los astrónomos y artistas, / y hasta el último rey de este lugar”. Los
poemas son conscientes de la fuerza de la afirmación sensible. El
canto persevera en subsanar la obsolescencia humana y el uso de
la técnica como herramienta de extracción total de las potencias
de la naturaleza, ya sea para su consumo, almacenamiento o
indolente disponibilidad de éstas. Esta perseveración yace en
la razón de que la técnica misma ha sido ya el sujeto histórico,
excediendo la experiencia de lo biótico.

En los poemas, alumbrar un tiempo sin culminación


apremia la necesidad de decir y de sentir. Como la floración,
se anuncia una conciencia que toma el lugar de la historia,
se ensancha y se fortifica apasionadamente para nombrar,
aclarar y hacer crecer filialmente las ideas y acciones humanas:
“caminarás erguido, / mirarás a los ojos / y no te rendirás”. En la
comunión con los antepasados, en su morada de piedra y aguas,
la poeta ha conocido cómo la paz de lo femenino ha protegido las
grandiosas travesías de los pueblos polinesios, en la concavidad
del firmamento; los cantos que amasan la cultura en su doble
terráqueo, devuelven, a quien escribe, los privilegios de un
ensueño navegante, infiltrado en el fluido femenino, hasta intimar
con todas las edades del hombre. En el sentimiento de Vakai a
Heva, la imaginación poética armoniza el alma de Hotu Matu’a; rey
y reina transportan al lector hacia la ensoñación soberana donde
figura una comunidad genuina: “Soy Vakai: la estatuilla / de las
piernas abiertas, / soy el fiel testimonio / de una cultura viva”.
Para contar y celebrar el destino rapanui, las palabras de Sofía

247
Abarca van tejiendo, como un kai kai23, los diferentes registros y
formas de la experiencia; la filigrana poética nutre de imágenes
lo mismo que el tallado, los cantos y los bailes actuales. Pareciera
ser que los mundos van templándose mediante la voz lírica hasta
recíprocamente respirarse y abrirse de par en par, como el mar
crecido.

Nos resta finalmente suponer que los poemas escogidos


descubren un modo variante de imaginar, y no solo mediante la
palabra: se incluyen imágenes y gestos que aventajan la visión y son
percibidos internamente, en afinidad con el recuerdo colectivo, con
el decir iniciático y ritual, transformando o develando la creación
y actuando sobre ésta. Es así como palabra e imagen juntas
confirman estéticamente toda la complejidad histórica y cultural
de la nación rapanui; y conmemoran, a su vez, los fundamentos
espirituales y materiales en los que se nutre el verbo primero. En
él se encierra toda la producción de las narraciones isleñas, no
en la forma de un compendio, sino en la de una bandada, o en
la de un hábitat, una extensión tranquilizadora y unificada con la
existencia del pueblo encomiado. Por ello, quizás, Sofía Abarca se
suspende entre las formas escondidas de la lengua originaria y los
propios límites de su escritura, en la vertiente fragmentaria de un
estado supraliterario, de una meditación, si se quiere.

Osorno, Región de Los Lagos


Febrero de 2021

23. Es una forma de expresión de la tradición mítica y ritual de Rapa Nui. Es


un juego de hilos entrelazados que da forma a una figura o ideograma entre
ambas manos. A estas figuras se les asocia un verso recitado llamado pata’u
ta’u.
248
HE VAIKAVA TE ARA O TE TUPUNA

Mai roto i tuʼu hōhonu, e te vaikava ē, vai


nui-nui ʼe ʼina he hopeʼa raʼa,
i eʼa mai ai te motu e kōkohu rō ʼana
i te meʼe kai ʼite ʼana e te taŋata ki ʼaŋarīnā.

E kī atu ena i tuʼu ʼīŋoa e te nuʼu taʼe māhani atu ko Haumārū.

I takeʼa rō te hāpaki iŋa pūai


o tuʼu rima ʼi Hiva.
I oti era, pa he kope e tauromi ʼana
i tāʼana kope haŋa,
i haka tika i oho mai ai koe
i te nuʼu ora mai rā ʼati
ʼātā ki te motu nei.

He vaikava
te ara o te tupuna.

Mai te tētahi motu


haka maraŋa e te tokerau,
e uʼi era a ruŋa i te hetuʼu,
te tātū iŋa ʼi ruŋa
i te vaikava i te ara
o te ŋā poki māʼea ʼāʼau.

He vai ʼe he matuʼa vahine koe

249
o te haka tere iŋa taʼatoʼa
tātū hai toto ōʼou,
he ŋā motu taʼatoʼa ena o te porinetia.

Mai ira tātou taʼatoʼa


te hakaara o te hora neii oho mai ai,
mai te pahī haka tika oho
mai era e Hotu Matuʼa.

(Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA


OHO MAI ERA E HOTU MATU’A)

250
EL AGUA FUE EL CAMINO DE LOS
ANTEPASADOS

Desde tus profundidades,


inmenso mar
de aguas eternas,
ha surgido la isla
que acuna los misterios.

¡Pacífico te llaman
los que no te conocen!

Vi tu implacable puño
golpeando contra Hiva,
y luego, como quien
acaricia lo amado;
guiar hasta estas costas
a los sobrevivientes.

El agua fue el camino


de los antepasados.

Desde las otras islas


por el viento esparcidas,
mirando las estrellas,
sobre el mar dibujaban
la ruta del misterio
de tus hijos de piedra.

251
Eres agua, la madre
de todas las culturas
que a través de tu sangre
dibujan Polinesia.

De allí venimos todos


los que aquí descendimos
de las barcas guiadas
por Hotu Matuʼa.

(Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a)

252
RÍU O TE VARUA

E māere rō ʼana a au ʼi te takeʼa pē hē te taŋata


i aŋa ai hai rima o rāua i te meʼe nehe-nehe
ʼi te hora tuʼu ki te henua hōrea ki a rāua
takeʼa e Haumaka ʼi roto i tōʼona moe vārua.

Ko takeʼa ʼana e au te ʼoka iŋa ʼi roto i te māʼea, te aŋa iŋa i


te manavai, te pī iŋa i te karu, te tā iŋa i te kūpeŋa, te hī iŋa,
te topa iŋa ki raro i te rano kimi hai meʼe mo rāua mo kai.

Ko takeʼa ʼana e au i te ŋā viʼe e ʼamo ʼana


i te ipukaha mo maʼu i te vai ora
o te kona pū vai māʼeha ki te rāua hare,
e huki rō ʼana i te tiare nehe-nehe ʼi te rāua pūʼoko.

Ko topa mai ʼā te manaʼu ki te ŋā poki,


ki te ʼaʼamu o koā koro, ki te kata,
ki te hīmene o koā nua,
ki te taureʼa-reʼa ʼe ki te rāua huru koa,
ki te uka ʼe ki te rāua hakari kahu kore.

E maʼu takoʼa rō ʼana ʼi roto i tōʼoku manaʼu


te ki-kiu iŋa ʼi te riʼa-riʼa ʼe ʼi te mamae.
I takeʼa rō e au te tuʼu iŋa mai o te pahī o te hau
papaʼā ʼe te haka ʼekaravo iŋa i tōʼoku taŋata.

I pariŋi rō tōʼoku matavai ʼi te oho iŋa

253
o te nuʼu e ko hoki mai: o te maʼori,
o te taote uʼi hetuʼu, o te nuʼu tarai
ʼe ʼātā o te ʼariki hopeʼa o te henua nei.

(Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA


OHO MAI ERA E HOTU MATU’A)

254
CANTO DE LOS ESPÍRITUS

Asombrado miré como los hombres


al llegar a la tierra prometida
del sueño que Haumaka les contara,
hicieron con sus manos maravillas.

Les vi sembrar el campo pedregoso,


armar los huertos y tirar semillas,
tejer la red, pescar, bajar el cráter
buscando la ración de su comida.

Vi a la mujer cargando calabazas,


para llevar el agua de la vida
de un claro manantial hasta su casa,
su pelo con flores encendidas.

Los niños, las historias de los grandes;


las risas, las canciones de cuna.
Los jóvenes, sus formas, sus encantos,
las doncellas y su piel desnuda.

Guarda también mi memoria reseca


los gritos del espanto y del dolor.
Yo vi venir los barcos extranjeros
y esclavizar a mi gente hasta el terror.

Mis ojos han llorado despedidas

255
de todos los que nunca volverán:
los sabios, los astrónomos y artistas,
y hasta el último rey de este lugar.

(Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a)

256
TE MARAMARAMA O TE TOKERAU

Tokerau maʼu mai i te ero-ero reʼo ko ŋaro ʼā.


Hahau vaikava maʼu i te hauʼa o te taʼu taʼatoʼa.

¡E te tokerau, e te tokerau!
ʼĪ e au e ŋaroʼa mai nei, nā ka pū rō mai
e hoʼe ʼahuru mā pae mōai mai Rano Raraku
ki te taha-taha tai. ¿E ŋaroʼa takoʼa rō ʼā
e koe, e te tokerau reʼo kore ē?

Ko takeʼa ʼana e au te ʼara iŋaʼe te eʼa iŋa ki


ruŋa. Hai moʼa au i tono pūai ai.
Mai te rano i tuʼu ai ki Toŋariki
ʼe ki te hopeʼa raʼa i mou ai.

Hai māʼea hio-hio i tarai ai,


ʼe te mata
hai kōrare ʼe hai matā.
ʼI te taʼu taʼatoʼa
he noho kiva-kiva
e uʼi e ʼauario ʼana.

ʼE ʼi muri e haŋu-haŋu era


te ŋā poki riki-riki ʼe te taŋata e aŋa era
koia ko koa ʼe ko hīmene.
Taʼatoʼa e uʼi era i te meʼe e ko rovaʼa mai,
he ora ʼina he hopeʼa raʼa i te ʼatua māʼea
he mōai.
257
Koroʼiti koroʼiti i topa ai ko rāua mau nō
ʼi te meʼe era e ŋaro rō ʼana te rahi raʼa o te meʼe
ʼe te meʼe mau nō i taʼe ŋaro he māʼea.
ʼI te motu nei i noho ai te nuʼu,
ʼi te motu nei i poreko ai te ŋā poki,
ka ai atu pē ira, ko mā-mate tahi ʼana
ʼe ko ŋāro ʼā te meʼe nei e haŋa nei mo ʼite.

(Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA


OHO MAI ERA E HOTU MATU’A)

258
LA MEMORIA DEL VIENTO

¡Viento, viento!
Viento que traes susurros olvidados,
brisa que arrastras
aromas de las eras.

¡Viento, viento!
Escucho venir quince gigantes
desde Rano Raraku hasta la orilla.
¿Los oyes tú también,
viento silente?

Los he visto despertar y levantarse.


Les empujé con fuerza y con respeto.
Llegaron del volcán a Toŋgariki
y guardaron silencio para siempre.

De piedras poderosas
y miradas obscuras y profundas,
tallados en coral y en obsidiana.
Ellos quedaron mudos,
perdidos en el tiempo,
vigilantes, atentos y solemnes.

Hubo un tiempo de cantos y alegrías,


de trabajo, de gente y de pequeños.
Mirándolos como se ve lo inalcanzable,

259
respirando entre cuerpos de dioses inmortales.
Ellos se fueron quedando solitarios;
porque todo se va, menos la piedra.
Aquí vivió la gente, aquí nacieron niños,
pero el hombre murió
y enterró las respuestas.

(Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a)

260
VAKAI, MATU’A VAHINE O TE RAPA NUI

¡E Rapa Nui!
¡E Rapa Nui!
¡Mai nei au e ohu ena ʼi ʼaŋarīnā
i te pūai o te mana o te hau
ʼa-ʼaru hio-hio
i te pito o te henua!

Ko tano ʼā te hora,
e poki ʼāʼaku ē, mo haka poreko
ʼe mo haka takeʼa i a koe ki te tētahi,
koia ko tōʼoku parautiʼa.

Hai tuʼu iŋa mai ōʼou,


he ai a au he viʼe pūai,
he maŋa hio-hio
o te tumu o te haŋa.

Hai toto ena ōʼou,


e te poki nehe-nehe ʼāʼaku ē,
ka haka ara ka oho ena te hau e tahi
ʼātā ki te hopeʼa raʼa.

E maʼu rō koe i tuʼu ʼāriŋa a ruŋa,


e haʼere tī-tika rō,
e uʼi rō ha roto i te mata
ʼe ʼina koe e ko riʼa-riʼa.

261
He tētahi atu te nuʼu taparahi-taʼata,
te nuʼu haka ʼekaravo i te rua.
He tētahi atu te pāhī
o te riri ʼe o te riʼa-riʼa.

A koe he ʼariki,
ʼariki manaʼu i te meʼe pe muʼa ka oho ena,
ko koe te kope haʼataʼa era,
mo rē ki te raʼā,
ki te vaikava,
ʼe mo tarai i te ʼatua.

¡E Rapa Nui!
¡E Rapa Nui!
Ka uʼi koe pē hē e oŋa mai ena
tōʼona vaʼe a roto i tōʼoku kōmari.
Pē ira e poreko ena te ʼariki,
i kī mai ai e tōʼoku tupuna.

E māroa ena ʼi te ao nei


hai pūai,
ʼina he tū-turi
ʼe he noi te pūʼoko.

Ko Vākai au: he mōai


vaʼe ha-hata era,
hai au mau ʼā e ʼite ena
e ora nō ʼā te haka tere iŋa nei.

262
He aʼu iŋa era nei i te poki ʼina he hopeʼa raʼa
o te miro tūai,
taʼe aŋi-aŋi ki te hora hopeʼa,
haka māroa ʼi roto i te hare hūe taoʼa tupuna.

He ʼāriŋa a au o tōʼoku hau


pohe mo nui-nui haka ʼou
o te mātou haka tere iŋa
pa he meʼe era ʼā o muʼa ʼana

mai te tuʼu iŋa mai mai te henua roa-roa,


ki te mōai nui-nui tarai e rāua,
ki te haka tere iŋa i te meʼe moʼa ʼe tapu,
ʼe ki te ahu aŋa era hai māʼea.

(Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA


OHO MAI ERA E HOTU MATU’A)

263
VAKAI, MADRE DE RAPA NUI

¡Oh Rapa Nui!


¡Oh Rapa Nui!
¡Desde aquí grito hoy día
el gran poder del hombre
que firme ha sostenido
al ombligo del mundo!

Ha llegado el momento,
mi niño, de alumbrarte;
de mostrarte a los otros,
sin más que mi dolor.

Pero por tu llegada,


seré la mujer fuerte,
seré la rama firme
del árbol del amor.

Ha de ser por tus venas


mi niño del encanto
por donde corra el tiempo
que no tiene final.

Serás muy orgulloso,


caminarás erguido,
mirarás a los ojos
y no te rendirás.

264
Serán otros los crueles,
los esclavizadores.
Serán otras las naves
del odio y del terror.

Pero, tú eres ʼAriki,


un rey, un visionario,
eres el elegido,
doblegarás el sol,
dominarás los mares,
esculpirás a dios.

¡Oh Rapa Nui!


¡Oh Rapa Nui!
Mira cómo se asoman
sus pies por mi vagina.
Mis ancestros han dicho
que así nacen los reyes.

Enfrentan este mundo


parados con firmeza,
y nunca se arrodillan
ni bajan la cabeza.

Soy Vakai: la estatuilla


de las piernas abiertas,
soy el fiel testimonio
de una cultura viva.

265
Este es el parto eterno
de la madera vieja,
expuesta en los museos
y jamás comprendida.

Represento la vida
de mi pueblo que sueña
con volver algún día
a su antigua grandeza

Con su gran travesía,


con grandes monumentos
con sus ritos sagrados
con la piedra hecha templo.

(Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a)

266
Leonel Lienlaf

Alepúe, 1969
(Selección de Ángela Parga León,
comentarios de Pedro Favaron)

Es conocida la estirpe guerrera del pueblo Mapuche.


Los Inka no pudieron vencerlos, ni tampoco convencerlos de
unirse a la confederación del Tawantinsuyo. Los Mapuche
estaban seguros de las bondades de su propia cultura, del vigor
de sus formas de vida, de su civilización y espiritualidad. Luego,
las tropas virreinales, con potros y pólvora, y acompañadas de
indígenas guerreros fieles al Rey de España, trataron también de
arremeter contra ellos, varias veces, con poco éxito y sufriendo,
en algunos casos, humillantes derrotas. Tal vez por eso prefirieron
las autoridades virreinales hacer tratados con los Mapuche,
negociar con ellos y pactar, permitiéndoles libertad de comercio
y autonomía de gobierno en su territorio. Al sur del Río Maule
no gobernaba la corte de Lima, ni lo haría la Real Audiencia de
Santiago. La fortaleza de Valdivia era un lugar fiero, al que solían
mandar como castigo a los españoles que hacían tumulto en el
Perú. España no conquistó a los Mapuche, sino que lo hizo Chile.
El Estado moderno, con nueva tecnología bélica y el respaldo de
capitales ingleses, logró lo que España no pudo: la milicia winka
arrinconó a los Mapuche, reduciendo sus territorios, alejándolos
de la costa, para entregar las tierras más fecundas y propensas a
colonos extranjeros, a los que se suponía más aptos para implantar
el progreso económico, civilizatorio y moral (desde la perspectiva
eurocéntrica de la República ilustrada) en las ásperas regiones del
sur.

Sin embargo, la resistencia Mapuche frente a esta pérdida


territorial nunca ha cesado, ni parece próxima a resignarse. Por
el contrario, y con diversos tintes, los dirigentes indígenas tienen

267
una creciente importancia en la esfera pública y en las políticas
de Estado. Sin embargo, nadie entra al juego de la política
representativa y sale indemne. La corrupción es intrínseca al
poder. Y las batallas ideologizadas suelen desgastar el núcleo del
propio ser, quitando autenticidad, hondura, humedad y tierra a la
voz. En cambio, el canto de quienes mantienen un vínculo vivo con
la tierra, de los que hablan y escriben desde una profunda relación
respiratoria con el territorio, expresa un amor insobornable y
común a toda nuestra especie (seamos o no conscientes de ello):
somos hijos de la generosidad elemental, de la tierra y del cielo,
del sol y de los ríos, hermanos de los árboles y de los auquénidos.
Siendo parte de la gran familia cósmica, dejar de honrar estas
relaciones nos hunde en la desdicha y la ofuscación, en la escasez
de entendimiento; en cambio, persistir agradeciendo nuestra
vida a los ancestros y al territorio, es el camino necesario para
conservar la salud y comprender nuestra verdadera naturaleza.
Desvincularse de las raíces para homogenizarse en la identidad
nacional y en la transculturación acrítica, tratando de pensarnos
a nosotros mismos como occidentales (de segunda clase), no
solo resulta de mal gusto y risible, por el pobre espectáculo
que terminamos dando; ante todo, es un camino de ignorancia,
infecundo y de muerte. La carrera loca, ciega y matricida del
progreso a raja tabla, “por la razón o por la fuerza”, asfixian en
nosotros toda autenticidad y vigor.

Felizmente, no es este el camino por el que todos se


sienten obligados a transitar, sino que hay quienes, desde la
preservación de su singularidad y diferencia, pueden recordarnos
nuestro propio origen y la necesidad de retomar una relación más
empática y cercana con la primicia del territorio. Leonel Lienlaf no
es solo un poeta Mapuche que escribe sus versos en mapuzungún
y en castellano, sino que también es un cantor tradicional y un
soñador, un Vlcantufe; su palabra, por lo general, es respetada
por las comunidades mapuches como la de un sabio, alguien que
porta un saber que no es mero fruto de una experiencia y una

268
reflexión individual, sino que expresa, en término actuales, la
sabiduría atemporal de los antiguos, de los viejos sin edad, de los
espíritus de la naturaleza, de aquello que permanece al paso raudo
de las generaciones. Su canto poético, por lo tanto, está ligado a
la conciencia y memoria del territorio y del pueblo. El territorio
habla al poeta y el poeta habla con su canto al territorio, a todos
los seres vivos, en la reminiscencia del parentesco que relaciona a
los seres humanos con el resto de la existencia. El poema es canto
del territorio. Lienlaf afirma que “la poesía es como un mapa para
entender la vida”. El canto poético no tiene un lugar marginal
en la cultura mapuche, como sucede en la sociedad moderna,
productivista y utilitaria; el canto es necesario para que el ser
humano dialogue consigo mismo y con las fuerzas fundantes
de la vida, para que no olvide su propia humanidad y su propio
corazón. La voz del cantante alegra las fiestas y los reencuentros;
expresa las tristezas y las apacigua; cura y devuelve los equilibrios;
es palabra rítmica de sabiduría que subsana la orfandad; da nueva
vida a las palabras que nunca deben olvidarse, las palabras que
fundan nuestra condición humana, las palabras sin edad, que en
cada cantante se renuevan, como el río que fecunda las huertas,
como la nieve de las montañas, como las olas del océano.

El poeta de la tierra sabe que su vida y la del árbol


comparten un mismo aliento, una misma substancia espiritual
que las alimenta y las hace prosperar. Y esto no puede conocerse
mediante determinadas técnicas objetivas, que se basan en la
separación artificial entre la humanidad y el resto de la naturaleza;
para conocer esta hermandad, hay que hacerlo imbuido en
el pálpito mismo de la vida, desde el interior del aro sagrado,
impregnado del misterio de la existencia, del vibrante asombro de
estar vivo y unido a todo lo existente, de respirar la vida por todos los
poros. Se trata de un pensamiento afectivo que le permite al poeta
afirmar que “la vida del árbol”, con toda su contundencia material
y espiritual, lo invadió por entero; y el poeta, completamente
expuesto a la otredad, comenzará a sentirse árbol (aliwen), a

269
experimentar la existencia desde la sensibilidad y la temporalidad
vegetal, bebiendo de la lluvia y de la luna, hundiendo sus raíces
hasta eras geológicas imprevistas. Y es mirando y pensando la
existencia desde la perspectiva cardiaca del árbol, que el poeta
alcanza a comprender que el árbol tiene afecto y sentimiento; no
es entonces un inerte compuesto de moléculas sin conciencia, una
vida carente de hondura, sino que el árbol tiene mundos afectivos,
y puede sentir tristeza, llorar por sus hojas y raíces, y conmoverse
con el ave que se posa y duerme en sus ramas. El permanente
diálogo poético que Lienlaf mantiene con el resto de los seres
vivos, le otorga a su poesía una profundidad ecopoética y ancestral.
A través del tronco y de las raíces el poeta se hunde en la tierra y
escucha las voces de su genealogía. “Por el tronco camine a través
/ de cientos de generaciones”. Y en esas voces siente la tristeza de
su herencia, la cabeza cercenada de los antiguos sabios bajo el
cuchillo de la turba conquistadora, el atropello cometido contra
su pueblo; pero en su poesía también arde un imbatible amor y
fuerza, como el fuego de la casa de piedra, en la ruka. Su poesía es
generosidad y entrega de sí mismo, semejante a la hoguera, para
traer calor y nueva vida a la familia. En la memoria hay tristeza,
pero también fuente de vitalidad y contante creación. Hay chispa
solar en los versos de Leonel. El fuego de la casa, que es el fuego
de la poesía, es símbolo del sol y de la luz interior; de la vida y del
cuidado paternal; de la semilla lumínica que se gesta en la circular
matriz de piedra, en el centro uterino de la casa. Y con el humo
ascienden nuestros pensamientos al cielo ilimitado, al río del cielo
en cuyas “aguas se refrescan / las almas de mis antepasados”.

Lienlaf asegura que su poesía vive en la tensión bilingüe


entre el castellano y el mapuzungún, “dos idiomas que van en
direcciones opuestas. Sin embargo, asumirlos y mirar desde ambos
lados permite generar un puente, al menos desde lo semántico,
que me lleva a trazar senderos que pueden ser recorridos en ambos
sentidos”. Su propuesta poética, por lo tanto, no pretende retornar
a una supuesta cultura indígena incontaminada, enclavada en una

270
noche sin historia, sino que se abre al diálogo con la modernidad.
Pero este diálogo no significa, bajo ningún motivo, la aculturación
y la pérdida de lo sagrado. En medio de la modernidad, el vínculo
con el territorio recuerda al poeta que, a pesar de sus estudios y
lecturas, de su inevitable proceso transcultural, hay un esencial
afecto que no puede perder; olvidar el parentesco humano con
el resto de la vida significa, de forma irremediable, perdernos
a nosotros mismos en la estandarización urbana y globalista.
Cuando el poeta mira la flor de copihue, tan abundante en las
huertas de las mujeres mapuche, reconoce que la voz ilustrada no
es su verdadera voz, sino que la suya es palabra de aire, de agua, de
fuego y de tierra. La ternura femenina y jardinera lo devuelve a la
autenticidad de su propio corazón. Y el pequeño pájaro chucao, de
canto augural, le señala que con sus lágrimas debe regar las flores,
hermosear el mundo, perfumar la existencia. No debe endurecer su
corazón en la aceleración urbana, en la seriedad del cemento y de
los claustros académicos. Los poemas son flores que transforman
la tristeza en una afirmación de la belleza, y de las ganas de vivir,
para vencer el menosprecio y la melancolía. El consejo del chucao
viene desde los antiguos y desde el propio territorio. No en vano el
chucao hace su nido en los bosques húmedos del sur, en la planta
de quila, a orillas de ríos o esteros; y en esos espacios habitan los
gnen, espíritus de la naturaleza, que donan a los sabios sus cantos
y saberes. Debemos escuchar el mensaje oracular del chucao para
mantenernos en la autenticidad y en equilibrio con el resto del
cosmos.

Desde la vertiente canta el chucao para recordar las


voces de los antiguos. La poesía de Leonel Lienlaf bebe de los
manantiales de su herencia cultural y espiritual; y en ellos se
nutre de una fuerza vital que el desgastado y vanidoso campo de
lo artístico y de lo literario, en las grandes ciudades, suele echar
de menos. El verso de los pseudo-poetas contemporáneos, por lo
general, abandona lo poético, y cae en el mero desvarío y en el
narcicismo, cuando carece de vínculos con lo sagrado; cuando no

271
tiene la videncia para percibir lo sagrado del pálpito y del respiro,
y carece de la educación iniciática adecuada para conversar
respetuosamente con el mar y con el bosque. En cambio, los
cantores del territorio, aquellos que aún practican las ceremonias
originarias y conservan la sensibilidad prístina de los arroyos,
dejan que sea la vida misma, sin artificios, la que se exprese en su
palabra. El poeta primordial, el legítimo sabio y cantor, contempla
que los espíritus se acercan al fogón de la humilde morada de
piedra desde el rocío. Aún es posible, para quienes escuchamos la
voz de los mayores, ascender a las moradas del cielo. El tronco del
canelo acompaña al escalonado prapahue, especie de axis mundi
que une las distintas dimensiones existenciales; por él sube la
Machi, sabia y vidente, para escuchar a Chao Ngenechen y a los
dueños espirituales de la sabiduría. Sobre el rewe, que es el espacio
ceremonial, el poeta aprende junto a la Machi a escuchar, en el
viento, las voces de los múltiples seres, de los diversos tiempos, de
los más variados espacios. Los pensamientos viajan por el aire y la
mujer sabia, al igual que el poeta cantor, puede captarlos como si
tuviera una antena. Los treiles o queltehues, aves que anidan en
el pasto, anuncian el amanecer y el atardecer, los dos pasos que
separan al día de la noche, los umbrales del misterio. El poeta
recurre a Ngenko, espíritu del agua, para limpiar sus sueños,
dejando de lado los malos augurios. Y es así como solo quedan
en él los afortunados vaticinios oníricos que anuncian, a pesar
de la adversidad, que los Mapuche seguirán viviendo y cantando.
¡Sea siempre con los sabios cantores, la bendición y guía de los
elementos y del misterio!

CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha,


Ucayali, Perú
Enero de 2021

272
KAWUN

Kiñe aliwen ñi newen


ñi newenuwi
aliwenuwvn ince.
Kimvn wvla
cemew ñi jadkvlen
gvman ina ñi caninmew
ñi folilmew
Klñe epelaleci guñvm
umagtumekey ñi rowmew
kuruf lelitupefilu
ñi paxigvlmaetew
ñi mvpv

Inche aliwen-uwen
aliwengefuy ñi newen

(Libro: Nepey ñi gvñvm piuke)

273
TRANSFORMACIÓN

La vida de árbol
invadió mi vida
comencé a sentirme árbol
y entendí su tristeza.
Empecé a llorar por mis hojas
mis raíces
mientras un ave
se dormía en mis ramas
esperando que el viento
dispersara sus alas.
Yo me sentía árbol
porque el árbol era mi vida.

(Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón)

274
RUPAMUM

mi agemew
kimnoelci takue tukuniey
ti zgun xayen
kuifike pvji ñi xayen
Lelituenev ñi pewma
welu kimlan cemew

mi agemew xipan
muxugreke
kiñe we pvñvn ñi kuwu
mvxvmenew

muxugreke xekan
cew
ñi rupamum fvcake antikuyem
gvmanmew, ayenmu
zakinmew ñi pewma
ina pen kiñe kruz kaxvnmaketew ñi lonko
ka kiñe espada, bendecipetew petu ñi lanon

gvypecimuxugen
mi rukamew, ñuke

(Libro: Nepey ñi gvñvm piuke)

275
PASOS SOBRE TU ROSTRO

Madre, sobre tu rostro, con un traje desconocido


apareció el murmullo del agua.
Todos los recuerdos presentes
envolvían ese sonido
y algo me miró.
Yo era un tronco formado
por miles de caras
que salían de tu rostro.
Por el tronco camine a través
de cientos de generaciones
sufriendo, riendo,
y vi una cruz que me cortaba la cabeza
y vi una espada que me bendecía
antes de mi muerte.
Soy el tronco, madre
el que arde
en el fuego de nuestra ruka.

(Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón)

276
PIN ZUGU

Ñaley mi pin
kockvja zuguenew
epe gvmafun
ccukao zuguenew,
mi kvjeñu
mvley mi eluafiel
rayen

(Libro: Nepey ñi gvñvm piuke)

277
PALABRAS DICHAS

“Es otra tu palabra”


me habló el copihue
me habló la tierra.
Casi lloré
“Tus lágrimas debes
dárselas a las flores”
me habló el pájaro chucao.

(Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón)

278
WENUMAPU LEUFV

Wenumapu leufv
Umagtuy ragin rvpv
Kajfvwenu leufvko
Wixuwixugey
Feymew fvckvtukey
Ñi fvcakeceyem
Ka mvñetukey tvfaci mapu
Ñi lifkomew, Wenuko
Kiñe alegeci xafuya
Kiñe cokon xafuyamew

(Libro: Nepey ñi gvñvm piuke)

279
EL RÍO DEL CIELO

El gran río del cielo


se ha dormido a mitad del camino
y en sus aguas se refrescan
las almas de mis antepasados
En el río del cielo se baña la tierra
en sus aguas claras
aguas altas
en una noche constelada, con luna
o en una noche de frío.

El río se ha quedado dormido


está descansando
esperando las aguas de nuestras almas.

El gran río del cielo duerme y me espera.

(Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón)

280
WE TRIPANTU

Kuifitulen ta leufü,
nepelkeinmew tachi liwen,
wünotualu antü
kiñe trekan achawüll tuwalu –
pikey pu che
wuñoalu antü, wuñoalu antü
ülkantunmu nagpay trayen

Trayen ñi ülmew
allkütukefi-in ñi füchake-cheyem ñi ñütram.
Feyengün ñi Púlli nepelpake-inmew fachi warriamew.
Mongelei petu – wetripantu akuy
mongelein petu!
wirarümekein fachi wariamew

Kachill kütral tayül-tumekey machi,


ko-reke füch kullmaenew ñí piuke,
rehuemew foye lelituenew.
kuifike che ñi pülli
pürupürungey wente Kütral.

Nepemüm nepemüm
wirarümekey chucao trayenmew.
Küpaley wün, Küpaley wün
wirarünmu miawi walfemew tregül.

281
Trayenmew witrukoumeayu papai
ngenko liftuay iñ wedake pewma.

(Libro: Pewma dungu)

282
Hace años,
que el canto del río nos despierta
en este amanecer
y vuelve el sol
con sus pasos de gallo sobre los cerros.

Sobre el rocío del canelo


mis antepasados vuelven
y a orillas del fogón
la machi escucha
el murmullo del viento
sobre el rewe

Despierten, despierten
grita el chucao desde la vertiente.
el amanecer —el amanecer
anuncian los treiles en el valle
ya es hora de cantar junto al agua papay.
Ngenko nos limpiará de los malos sueños.

(Libro: Palabras soñadas)

283
Mauricio Osorio Pfeaur

Santiago de Chile, 1971


(Selección y comentarios de Ángela Parga León)

Se me cae la bandera en la explanada


de un cementerio inhabitado,
muerto.
Se me arrastra el emblema
como poncho de peón traicionero
preparado para cobrarse
de patria.
(M. Osorio Pefaur)24

Cursos de agua nival, suelos rocosos, mesetas, laderas


empinadas, follajes profusos y espejos de hielo, no son sólo
matices estéticos en la escritura de Mauricio Osorio Pefaur, sino
salientes caleidoscópicas de la memoria sur austral, rugosas
fuerzas internas que en la dorsal cordillerana arraigan industriosos
destinos en sus gentes, poniendo en práctica individual y
socialmente una serie de imágenes e inventos culturales para vivir
la propia historia, distinta de la historicidad nacional. Es en un
modo lacónico y lleno de sombras en el que el poeta escucha cada
tarde el golpe del hacha sobre la madera, trayendo a su recuerdo
las pericias de los Tehuelche cazando guanacos o avestruces sobre
el pasto nuevo o a los Chono y Kawéskar navegando los canales
australes, antes de combatir a los Mapuche o ser diezmados por
el poder económico, político y militar de los estados chileno y
argentino respectivamente. Siendo Osorio afuerino en la zona,
e involucrado con la variedad y potencialidad del entorno y de
la cultura, desde la experiencia de la investigación de campo,

24. Fragmento de Se me cae la Bandera, en “Mirada Intrusa” (1992), Aysén: Ñire


Negro.
284
la mirada intrusa - de menos en menos - del escritor, se ha
incorporado a las comunidades ocupándose de las relaciones de
diferencia entre los espacios y los tiempos; la expresividad del
patrimonio oral y material indígena, los acervos tradicionales de
los pueblos colonos y migrantes avenidos a la zona, nacionales
y transnacionales, le han proporcionado la inquietud por la
multiplicidad, por la libertad del movimiento y la conversación
con otros. Como editor de Ñire Negro, Osorio rescata y promueve
las producciones escriturales locales en sus variados lenguajes,
soportes y testimonios, contribuyendo al relato mancomunado
de la historia de la zona, ciertamente su preocupación por los
conflictos políticos, económicos y culturales es profunda y así lo
manifiesta en sus textos respecto de la mortandad de los obreros
de Bajo Pisagua en el río Baker, a inicios de siglo, o en el rescate de
las narrativas del Valle Simpson y Patagonia; en efecto Osorio ha
contribuido a que la realidad social de la región tome forma en los
discursos endémicos: Chile de nuevo hecho, por almas en resaca
sobre el desplaye de la nación.

En una suerte de claroscuro, la escritura de Osorio


mantiene el proyecto vital de los ausentes ante el escarpado rostro
de la finitud; en sus poemas la exposición de las comunidades
humanas declara restos de espíritu histórico y político, pero
también un estado que evoca la ausencia de todo, bruta apariencia,
artificialidad contemporánea; en sus imágenes poéticas, la
entelequia toma forma en las figuras del proceso continuo de
territorialización y reterritorialización del capitalismo dentro
del horizonte temporal patagónico: Volando se alejó la marea
/ inundada y ciega quedó la esperanza. Las factorías flotantes
bamboleaban. Los versos denuncian la instrumentalización
socioecológica, la vanidad y el derroche de la potencia humana
en su intercambio desigual de materias con la naturaleza. Por ello,
poetizar entonces, no admite otra cosa que decir sin aditamentos,
evocar las voces prendidas al ser, a aquellas provenientes de
la familiaridad del lar y de las armonías naturales; desde una

285
posición en la que no hablan los hombres sino el propio lenguaje
en tanto sonido, flujo, errancia e intimidad con la madre creadora,
reemplazando a la experiencia literaria por la experiencia de
metamorfosis, el poeta es exigido en la búsqueda y ejercicio
del espíritu; así, una cálida inmersión en las formas vivientes se
apodera de los poemas transfigurando el sentido existencial de los
seres: árboles germinan en el interior de la conciencia creante como
vuelos en el cenit, el otoño es un bocado tornasol que fulgura en
el interior del poeta, al mismo tiempo en que este último atestigua
el soplo de la planicie; el ecosistema posee las capacidades para
restaurar la voz lírica tornándola insurgente, hermanada a una
literatura menor pero no encerrada en ella, transcribe la nobleza
de la vida sobre la tierra. En la perspectiva filosófica de la mixtura,
esta poesía intenta sortear la identificación inmediata del animal
humano con el resto de los animales y luego con sus intentos de
separación subordinante, insuficiencia epistemológica que los
poemas impugnan en tanto la vida vegetal, mineral y climática es
la vida en continuidad y comunión global con el medio, la vida
de estas existencias es en sí una cosmogonía en acto. Percibir
en profundidad el entorno requiere ser penetrado por él, los
poemas han de ser atraídos y modificados cósmicamente, como
el gusano dispuesto a su última mutación; habitar tranquilamente
los viejos remolinos sobre el lomo del lago, mirar quietamente y
sorprenderse por el más humilde de los graznidos pese al mundo
transtornado, es admitir la inmensidad en la contemplación y
meditación solitaria. Incluso lo infinito se dibuja en el espacio
íntimo del poeta, compañero del río. Este último es un ser singular
cuya subjetividad disputa la racionalidad extractiva encarnando
en una “racionalidad afectiva” (Favaron, 2020) y propia de las
dinámicas comunitarias del bioma austral: El gigante aniñado
se retuerce / y arriba, ya no cóndores buscando la víscera /
helicópteros sí, bajando el ojo experto / para posar la herida total
/ en el río niño.

286
Y es que en los poemas de Mauricio Osorio lo humano se
constituye a través del medio y con él, no contra éste. Se trata por
tanto de un replanteamiento de la humanidad como naturaleza,
sobre todo en sus relaciones de simbiosis, mutualismo o parasitismo
por las que hombres, flora y fauna configuran cuerpos sociales,
actuantes con otros y por los otros; es la imagen del paraíso frío,
no del jardín ni del huerto; es la multiplicidad de convergencias
en los paños del invierno, en la continuación del granizo y su
pesada felicidad de habitar todo aquello que se multiplica que, las
palabras meditan voluntades y signos - usando la noción etológica-
de un “organismo extenso”, de una madre creadora actuante sobre
flujos de energía de materia y de información entre las existencias
y su entorno; de una acción extensiva - diríamos conspirativa -
por preservar la vida: Madre, me voy al Sur (…) a encontrar una
muerte / dentro de bosques que ya no existen, / pero que crepitan
bajo la nieve. Las palabras captan la asimilación de un entorno en
otro, así como los antiguos canoeros sabían de la sola unidad del
afuera y dentro en las sombras del agua eterna, los poemas oyen el
rumor del ser en el vaho a ras de suelo cual si hubieran ido hasta el
extremo de la experiencia, en tono dramático lo dentro y lo afuera
pliegan el vértigo: Su canto era el silencio. Y nuestra emoción /
viajó entre los helechos.

No es menor el tema de fondo en estos escritos, la


velocidad y escala de adaptación y transformación de nuestra
especie según el ritmo y orientación de los cambios tecnológicos,
políticos, sociobiológicos, entre otros, junto a las prácticas
y conocimientos explosivos de los últimos años no nos han
proporcionado suficiente tiempo para la adaptación biológica,
por el contrario, nos hemos transformado de acuerdo al geógrafo
David Harvey en complejos creadores de normas y compulsivos
transgresores de ellas, la decisión según este último es superar
las dificultades medioambientales diversificando hacia algo no
competitivo, cooperativo; habrá que producir territorialidad,
concluye. La poesía de Osorio Pefaur en este sentido, algo

287
nocturna, constituye sin embargo un momento imaginativo acerca
del territorio y las condiciones emergentes del flujo energético de
las especies, la tierra, el cielo y el mar en la actualidad de la región;
sin duda la contemplación de la grandeza geológica trae a imagen
la tranquilidad de un primer sueño poético, expansivo y que
anhela vivir ígneo, vivir el sosegado corazón terrestre, sueño de
poeta atraído a la gravedad helada del alma sureña, impregnado
de siglos azules. El infinito es una cavilación gravitante en los
textos de Osorio bajo la forma del follaje enrojecido o las mareas
aceradas, reinos de lo ancestral, profundizan la dimensión
temporal en su poesía: esta tiende a musitar huellas, viajes sin
retorno anunciado, bamboleos de gran edad, lejanías; las imágenes
de anciano psiquismo depositan su confianza en el desenlace final
del avatar humano y rebasan la angustia por ausencia: Era una
sed en llamas el bosque donde la frontera no existe / pese a sus
mojones de fierro y concreto (…) El paisaje continuo y bello sigue
ahí, como hace siglos. Esta imaginación de la inmensidad no es
más que el rostro de lo Uno, la proyección espacial del tiempo
tranquilizador, la comunión del poeta con las alternancias,
oleajes, rotaciones, lunaciones y fin de todas las cosas; añadimos
aquí la transformación de la voz poética en inagotable murmullo,
pluralidad, abundancia como ejercicio del espíritu en el que
irrumpen todas las palabras, corriente arriba.

A la sazón, naturaleza y poeta acuerdan la restitución


de la red de la vida, poniendo en marcha la apertura a las
posibilidades de mediación entre aniquilación y germinación:
La luna brilla hija, porque está naciendo. Ayer había muerto en
su circular crisálida. Hija y luna parecieran reduplicar las fuerzas
de la ensoñación esperanzadora, una filiación vigorosa sintetiza
la oportunidad vital y ecológica ante el comercialismo rapaz y el
empobrecimiento y marginación de poblaciones específicas del
sur de Chile; el deterioro de los recursos hídricos y forestales o
la degradación de la biodiversidad, entre otros prosaísmos de
la zona, subyacentes a los poemas, aguardan oblicuamente el

288
instante dialéctico en que el beneficio de la regeneración de la
primera mujer-luna, repare la confianza de supervivencia, el
mito celeste tehuelche evoca la apaciguadora potencia de anima
- en palabras de C. G Jung -. En la lucha de la vegetación contra
la sequedad, del tiempo pasado y futuro, todo evento humano
encuentra su moderación en el estado del alma silvestre, el mito
trae al presente los conocimientos iniciáticos femeninos para la
organización de la sociedad, su dominio del fuego, manejo de la
reproducción social, habilidad de inmersión en las aguas lustrales,
conocimiento de la selva fría y mullida. La luna en efecto, es un
símbolo de totalización señalarán los mitólogos, una imagen que
actúa directo en la reunión de todas las posibilidades naturales,
incluyendo el devenir fatal que el poeta atestigua junto a otros, la
voz poética en consecuencia, ensueña un delicado equilibrio en el
seno del cambio.

Osorno, Región de Los Lagos


Noviembre de 2020

289
UN CIPRÉS ME BROTÓ DENTRO

Estaba ya hecha la mañana de toda su luz.


Pero a mí algo de sueño me quedaba.
Un tropel de gorriones jugaba
en el entretecho de la cabaña.
No me importó eso,
pues algo de sueño me quedaba.
Cerré otra vez los ojos y soñé
de nuevo el sueño que me quedaba.
Entonces, un bello ciprés brotó del piso, abriendo
un pequeño cuadrado en la madera.
Surgió su figura, rizoma verde y perfecto. Creció
lo justo para mí. Lo justo y su belleza
se desvaneció.

Un ciprés me brotó dentro.

(Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos)

290
EL OTOÑO VA ENTRÁNDOSE

Es una época llena de respiración el otoño,


en Patagonia se lo traga uno por los ojos
y el corazón aviva la paleta derramada
desde bosques y planicies.

Croma,
croma inusitado,
ataviado de almas en vuelo,
cada vez más denso
alimenta la gravedad helada
del alma sureña.

(Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos)

291
ME VOY AL SUR

—Me voy al Sur— le dije a mi madre.


Y su tristeza se iluminó.

Aprendió a llorar entre los rosales de la casa.


Entonces las rosas se sumaron a su canto
con colores imposibles

—Me voy al Sur—.


Deja que me lleve la maleta negra,
aquella que guarda viajes que no hicimos
aquella que se ha endurecido con las costras de nuestro silencio

Madre, me voy al Sur,


a sacudirme el alma.
Sí, a encontrar una muerte
dentro de bosques que ya no existen,
pero que crepitan bajo la nieve.

(Libro: Quemar las alas)

292
VOLANDO

Una vez vi un ave,


volando.
Su pecho acarició
la salada superficie del Yacaf.

Tornó la vista antes de estrellarse


con la marea que volvía.

Quise arrancarme los ojos


para desaguar esa mirada.

El ave aleteaba en los roqueríos


y no sabía yo si morir o vivir
en la belleza.

Volando se alejó la marea


inundada y ciega quedó la esperanza.

Las factorías flotantes bamboleaban,


un vacío millonario las mecía
había un hombre que tal vez arrimaba
el alma bajo su capa naranja,
lanzaba algo que atrapaban miles de peces encerrados.

El ave dejó de aletear,


pero no de observarme

293
le sonreí y de este modo, dejó escapar un graznido
que se trepó sobre los arrayanes.

Allí estaban las huellas de otros tiempos,


una familia conversaba
la mejor manera de disponer las valvas
luego de darse el primer festín del día.

(Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos)

294
EL BAKER

Si le arrojo toscas negras


el Baker sólo me sonríe y se las traga.
Unos remolinos antiguos sobre su lomo turquesa
juegan a reflejar bosquetes.

Si camino a su lado, trato de emular


la calma
de su viaje hacia la sal.
El Baker se tiende ante la ambigüedad del cielo,
rumorea una historia rizada mientras
juguetea
con enormes troncos
que parecen palillos viejos
de una abuela que ya no teje,
pero sigue con la vista pegada a la ventana.
Afuera, el inexorable cambio de todo lo conocido.

Lágrimas alimentan al Baker entonces


lágrimas que ya no encuentran pañuelos bordados
que ya no encuentran consuelo bordado al agua
de río tranquilo

El gigante aniñado se retuerce


y arriba, ya no cóndores buscando la víscera
helicópteros sí, bajando el ojo experto
para posar la herida total

295
en el río niño,
en el gigante río niño.

(Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos)

296
LENGALES

Millones de hachas clavadas en los lengales


sillones de chocos sangrantes por todas partes veía
pasaban carretas atestadas de leña
allá, el pueblo las comía.

Era una sed en llamas el bosque


donde la frontera no existe
pese a sus mojones de fierro y concreto.
A veces había vacunos bufando dentro
que los niños imaginaban monstruos mitológicos.

Los renovales, ahora son rajados con sonajeros


que ahogan el canto de los pájaros.
Aún están frescas
las huellas de los Ural de otro tiempo
y nosotros,
recogemos ramas secas para abrigarnos luego.

La luna brilla hija, porque está naciendo.


Ayer había muerto en su circular crisálida.
El paisaje continuo y bello sigue ahí, como hace siglos.

De vuelta en casa, abro la estufa a leña y lloro.

(Libro: Quemar las Alas)

297
Andrés González

Santiago de Chile, 1986


(Selección y comentarios de Yaxkin Melchy)

La propuesta ecopoética de Andrés González abreva


de varias fuentes: la inspiración mística de la poesía antigua y
contemporánea, las resistencias en defensa del territorio, los
debates intelectuales de la filosofía y la ética ambiental, sus
ejercicios de contemplación y una práctica compasiva hacia otros
seres que recientemente ha volcado a la enseñanza. Su propuesta
ecopoética, que es un legado relevante por su perspectiva
multicultural y espiritual se encuentra sintetizada en su libro
reciente: Crear un común habitar: reflexiones, ejercicios y textos para
talleres ecopoéticos (2019) publicado en México por el sello El eterno
retorno a casa. Este preámbulo sirve para introducir al lector que
los poemas de Andrés aquí presentados van de la mano de sus
reflexiones en los talleres de formación ecológica-poética. Es
decir, se trata de creaciones poéticas que vienen de una toma de
conciencia del entorno o hábitat, de forma individual y grupal.
Estos poemas nos hablan de los cerros de sotobosque de la región
en la que se asienta la ciudad de Santiago de Chile: La sierra de
Ramón, y los cerros que dan a las comunas de La Reina, Peñalolén
y La Florida, así como el de los territorios que conviven con las
plantaciones agroforestales que se extienden por la zona central
del territorio chileno. Se trata de lugares a los que Andrés ha
vuelto por temporadas para conocer con los pies, los sentidos y
con el corazón.

La propuesta de Andrés es también una invitación a


reflexionar el sentido de la ecopoesía. Entre todas las reflexiones
que se nos plantean en el mencionado libro y manual Crear un
común habitar… hay una pregunta que ocupa un lugar central:
“¿Cuál podría ser el camino de la ecopoesía en el contexto del
298
Antropoceno/Capitaloceno y la degradación ecológica?” Es
decir, si la ecopoética es una práctica de toma de conciencia de
la necesidad de cambiar los fundamentos del pensar y el sentir
de esta civilización, ¿cómo podemos ensayar una nueva relación
creativa con el territorio en medio de la perturbación y la crisis
ecológica? Como respuesta, Andrés apuesta por la apertura
de la voz poética a la diversidad en un gesto que resuena con la
propuesta de las llamadas etnopoéticas y la voz de distintos poetas
y líderes espirituales. La diversidad como fuente de la ecopoética
se manifiesta en su postura de pensar la ecopoesía como ecopoesías
y el mundo como mundos. Rechazando la postura que limita lo
poético a un asunto literario, Andrés nos propone una postura
más adecuada con estos tiempos para nutrir el crecimiento de la
conciencia ecológica:

Creemos que la práctica poética no está realmente


relacionada con la idea de la poesía como un género de
la literatura, que no está cerrada ni por ni en lo literario,
por una idea burguesa de lo estético según la cual la
producción escritural se orientaría hacia un consumo y
goce individuales, en fin, sino que creemos que la poesía
es una práctica situada en el mundo y abierta a éste, que
la poesía hace, nutre y entreteje mundos.

Y más adelante, Andrés define la ecopoesía como una


poesía nutrida del contacto y el entendimiento sensible:

Situada en el mundo, la poesía nutrida por una conciencia


ecológica, la ecopoesía, se da en la interacción radical
entre lo ético y lo estético, en el buen encuentro entre
sensibilidad y habitar.

299
Los poemas que aquí presentamos podrían ser tomados
como ejemplo de la propuesta de ecopoesía de apertura y contacto
que ensaya Andrés. En estos poemas se recorre uno de estos paisajes
perturbados característico del Capitaloceno25: los bosques nativos
(sotobosques) amenazados por la extensión de las zonas urbanas
y monocultivos industriales en la zona central de Chile. En estos
territorios, la búsqueda de la escucha y el recorrido meditativo que
propone Andrés, rehúye del acercamiento irreflexivo, soberbio y
atolondrado, para recorrer practicar la apertura de los sentidos y
la conciencia del entorno (aquello que en inglés se suele expresar
con la palabra awareness). Aunque en principio pareciera que este
paisaje de los valles centrales es un paisaje fantasmal, apoderado
por la monotonía, poco a poco comenzamos a observar los
múltiples seres que aquí manifiestan su presencia:

como fantasmas se agitan


las hojas falciformes de los eucaliptos
atravesadas por los vientos
de los valles centrales

el viento mueve las hojas y las hojas


mueven el viento

A partir de las observaciones sensibles, el territorio se


despliega como un ser pleno de vida y un espacio donde tienen
lugar múltiples encuentros que rechazan la visión de que se trate
de un lugar inhóspito o artificial. El poema nos lanza una pregunta
por esa misteriosa vitalidad de los encuentros:

qué es este misterio


en tiempos del capitaloceno
este antiguo misterio de amor?

25. Es decir, la era geológica del capitalismo, a veces renombrada como


Plantatioceno o era de los grandes monocultivos.
300

cómo van conviviendo


esos vientos y los eucaliptos?

Cuando comenzamos a notar estos encuentros, nos


preguntamos si aquello que quizá suponíamos que era un
paisaje vacío y aislado, no es más bien una nueva comunidad que
pertenece a una tierra poblada y en comunicación. Es decir, la
poesía de Andrés nos presenta que esas “especies introducidas” son
también pueblos que han sido desplazados, pero que son pueblos
como otros pueblos en el mundo, sintientes y con conciencia. Esto
se extiende a las plantas, y también a los animales que habitan
estos cerros: zorros culpeos, chingues, cururos, degús, pericotes,
loicas, chincoles, chiricocas, águilas moras y perros abandonados
que han aprendido a convivir con estos bosques de eucaliptos.
Juntos, tanto los nativos como los recién llegados, han aprendido a
sobrevivir resistiendo la escasez, la muerte y el peligro: pues todos
sufren con la erosión y la amenaza vociferante del incendio que
acecha en los monocultivos. Entonces, habiéndonos trasladado
a una sensibilidad capaz de percibir este lugar con los lentes
sensibles al otro, recién entonces, aparece la pregunta política:

Agustín pregunta sin embargo


cómo recibir a los eucaliptos
si les ofreceremos
muerte u hospitalidad
si el final de nuestras preguntas
es la pureza que aniquila para conservar
o si más bien
es preciso poner atención
a esa rama de eucalipto
que guardándose bajo la almohada
elabora un alivio.

301
En este punto nos damos cuenta de que el poema ya
nos ha puesto frente a una nueva complejidad, en la cual no se
trata de estar a favor o en contra del eucalipto, sino de participar
de una discusión en la que hay un punto de vista humano entre
otros puntos de vista. Es decir, la decisión de qué hacer con los
eucaliptos no es una mera cuestión de la política humana y sus
términos monetarios, científicos o eco-ideo-lógicos. Pues, como
plantea el poema (en una visión que está en sintonía con las
visiones de muchos pueblos originarios) para deliberar estos
asuntos habría primero que estar en el mundo de cierta manera:
no frente a seres delimitados como recursos o especies, sino
frente a seres animados con voz, interés y agencia. A partir de
allí, comienza la pregunta de esta asamblea, que se formula en
torno a la hospitalidad que merecen o no estos nuevos pobladores
(trasplantados) que no solamente erosionan el suelo, sino que
también dan alivio medicinal. La poesía nos muestra que quizá
al cambiar la forma del mundo que se percibe, siente y se piensa,
cambia la forma de hablar de las cosas y cambia la forma de hacer
política. 26

La ecopoesía de Andrés González nos brinda una


visión poética que propone una complementación de la ecología
científica y el activismo necesario para que los fundamentos
de la conciencia ecológica se renueven. Esta renovación viene
acompañada de una nueva riqueza del lenguaje que incluye
en sus perspectivas relaciones energéticas como la amistad: “el
misterio trófico / de la amistad”. Así, en el cruce cuidadoso entre
lenguajes y la apertura hacia otra política, la propuesta de Andrés
se revela como un puente entre mundos, naciones y territorios
del alma humana que se fueron escindiendo más y más desde
la expulsión de los poetas de la antigua polis griega o la soledad

26. Esta visión política en la poesía de Andrés podría ejemplificar un puente


poético al problema que la pensadora Marisol de la Cadena ha propuesto
filosóficamente como la imposibilidad del diálogo político debido a un exceso
ontológico de los mundos indígenas (o una carencia ontológica de los otros
mundos).
302
del retiro de los antiguos poetas chinos. Su poética sugiere que
si los poetas vuelven a sus ciudades y asambleas de la mano de
una genuina preocupación ecológica, no es para convertirse en los
nuevos burócratas de la eco-ideo-logía, sino para mostrarnos las
formas de la ecología en el corazón y el sentido de la existencia
que se fortalece con la escucha y el silencio. La poesía es también
un ejercicio del silencio y apertura para escuchar a los pueblos
desapercibidos, ignorados y negados. Esta ecopoesía que “pega la
oreja” es la que sobrepasa la sordera existencial, como en su poema
del sotobosque. En ella, no hay una ética del “escúchenme”, tan
común al narcicismo literario, ni le interesa la moda, tan común
a la ignorancia espiritual. También rehúye de un exceso de
malabarismo léxico y, en cambio, se esmera en escuchar y sentir
el mundo de una manera amplia y dialogante con el cosmos. Esta
es la visión que abreva en la poesía que no tiene tiempo, donde
el sujeto se actualiza a sí mismo con las miradas de los antiguos
poetas de la dinastía Tang, los haijin japoneses y las poetas
mapuches. La ecopoética de Andrés apunta a que escuchar es solo
el preámbulo de la apertura genuina del corazón, como la que
resuena en su poema que habla con “el cerro, pequeño cerro”. Allí,
la voz humana teje un hilo de comunión, bondad y apertura de su
humanidad pidiendo aprender el camino de retorno a casa.

Finalmente, quiero apuntar que este tipo de ecopoesía


tampoco posee una actitud solemne, ni heroica, sino mundana
y natural que recuerda al llamado parriano de bajar a los poetas
del Olimpo y a la filosofía del morral de Úrsula Le Guin. Se trata
de una poesía centrada en experimentar las cosas del vecindario
de una manera sencilla y profunda. Como he conversado alguna
vez con Andrés, “aunque sea una vez, subir un cerro o recorrerlo
con la emoción de un niño es una experiencia inolvidable”. Esto
se lo dije mientras conversábamos sobre la senda ecopoética
de los cerros urbanos (una entre muchas sendas), que quizá no
tiene la grandilocuencia del montañismo, pero sí la capacidad
de ponernos en contacto con nuestro sudor, el sol, el viento y la

303
energía de un ser vivo que ha estado aquí desde antes de que la
ciudad existiera. Esto, tan simple, puede hacer renacer nuestra
mirada hacia los cerros de las ciudades latinoamericanas: cuando
decidimos recorrerlos, y cuando surge el deseo de conocerlos,
podemos aprender mucho de ellos y comprender la compasión
y amor que nos tienen. Si esta atención despierta en nosotros
sentimientos de amor, y la ecopoesía puede nutrir ese espíritu,
comenzaremos a percibir que, a pesar de la basura, las drogas,
el miedo y la penuria, los cerros nos siguen hablando y que no
somos los únicos que vivimos un destino común con ellos. El trato
que les damos es el trato que nos damos a nosotros mismos. La
ecopoesía esforzada y maravillada como la de estos poemas puede
ser un medio para el despertar de una nueva conciencia ecológica
en las ciudades y zonas urbanizadas.

Tsukuba, Japón
Enero de 2021

304
Plantaciones de eucaliptos
en la zona central
cerros pelados
suelo expuesto
seco
rojizo

como fantasmas se agitan


las hojas falciformes de los eucaliptos
atravesadas por los vientos
de los valles centrales

el viento mueve las hojas y las hojas


mueven el viento

qué es este misterio


en tiempos del capitaloceno
este antiguo misterio de amor?

se seca también el viento en los eucaliptos


enloquece ahí su travesía
ese viento que incesantemente nace de los sueños
y es el ritmo de los quillayes
los maitenes, los boldos?

cómo van conviviendo


esos vientos y los eucaliptos?

los eucaliptos que se producen

305
en monocultivos
en Brasil, Chile, Argentina
sienten el dolor de los eucaliptos
que están muriendo quemados
en los grandes incendios de Australia?
existe una red
que los comunica
de una íntima manera?

en estos valles ya asoman


las primeras lenguas
del lenguaje incendio
con que dictan
las industrias inmobiliaria y forestal

el viento en las hojas


falciformes de los eucaliptos
fragmentos de sus cortezas
en los suelos
áridos y resecos
casi rojos
suelos que van despejando
el rostro de la erosión en los valles

en estos veranos secos


de los climas mediterráneos
peumos, litres, espinos
molles y maitenes
el bosque esclerófilo

306
de la zona central
en estos cada vez
más secos veranos
la desertificación
traba las lenguas
los saludos
se cuaja silencio
en las diversas ramas agitadas por el viento
y se escucha el silencio también
que viene ardiendo del Amazonas

y sin embargo
entre las cuarteaduras
que abren las hablas neocoloniales
los zorros culpeos
los chingues, cururos
degús, pericotes
loicas, chincoles
chiricocas y águilas moras

en la sequía indagan
dónde remojarse las lenguas
parlamentan
sus políticas
se preguntan
cómo resistir
entre el avance de las concesiones
madrigueras y saltos y carreras

307
los vuelos de los picaflores gigantes
en fricción y convivencia

entre jaurías de perros abandonados


perdidos en una hambre impuesta

por todas partes se nutren


siempre nuevos movimientos
se tienden lazos
se provocan compañías
se abreva
en el misterio de la amistad
que va transmitiendo el viento

Agustín pregunta sin embargo


cómo recibir a los eucaliptos
si les ofreceremos
muerte u hospitalidad
si el final de nuestras preguntas
es la pureza que aniquila para conservar
o si más bien
es preciso poner atención
a esa rama de eucalipto
que guardándose bajo la almohada
elabora un alivio

el viento de los valles centrales


sopla en las hojas falciformes
de los eucaliptos que piensan

308
y sufren lo que sufren
sus hermanos en Australia
que sienten el suelo
seco y ardiente
en sus raíces
que extrañan
a la polilla fantasma
zelotypia stacyi
y al petauro gigante
petauroides volans

estos eucaliptos
abiertos
a la muerte que traen
y a la pregunta
por cómo seguir
coexistiendo
implicados
en el viento donde vuelan
los picaflores gigantes
en fricción y
convivencia

y los animales y plantas


de los valles centrales
comparten su sed
y en común se proponen
las preguntas
cómo resistir

309
mientras siguen transmitiéndose
el misterio trófico
de la amistad

(inédito)

310
Una oreja se pega al sotobosque — una oreja gira, se levanta
— aquellos sin oreja abren sus modos otros de escucha — está
lleno de hablas — lleno de escuchas — en el sotobosque, en
el río, en la calle, en la cuneta, en el terreno eriazo donde la
inmobiliaria planea y parcela, en las alcantarillas, en la mina a
cielo abierto, en el monocultivo de paltos y de pinos insignes,
en las salmoneras donde a los salmones se les ulcera la piel, en
los galpones de la ganadería industrial donde los cerdos caen
de rodillas — está lleno de hablas — se habla sobre lo justo y lo
injusto — se habla sobre cómo hacer — se intercambian palabras
que tantean en busca de la libertad, la dignidad y la paz — y esas
hablas que se encuentran van componiendo un territorio — un
territorio que es tejido, proceso incesante de hilar e hilarse — y
hay silencio — el silencio en común que precede
al tejer
un lenguaje nuevo

(Libro: Crear un común habitar: reflexiones, ejercicios y textos para


talleres ecopoéticos)

311
Hace unos días
al cruzar la calle
vi el follaje de un fresno
cabrillear en la brisa

ayer antes de dormir


recordé tu voz
y cómo se movían en ella
las palabras

y así, en estos días


en que sigo confundido
quiero preguntarme
qué es la belleza

como cuando se pregunta


por qué el cielo es azul
por qué la nieve cruje

por qué hay dunas que cantan


o cuál fue el primer dinosaurio emplumado

y me gustaría ir haciendo esto


lento
muy lentamente

entonces voy pensando en la belleza


como en un cerro
en las periferias de una ciudad

312
situada en un valle
en la cuenca de un río
rodeada de montañas

pero, digo, voy pensándola


no como la montaña
ni la cuenca
sino como un cerro
en las periferias
junto a poblaciones y campamentos

un cerro seco
pero que resiste
a la sequía

un cerro explotado
con plantaciones de eucaliptos,
pinos y paltos
donde se construyen
condominios para la élite
y se extrae piedra, arena y grava

un cerro con cadáveres


de todo tipo de seres
donde rondan perros abandonados

y sin embargo un cerro que resiste

que abre aún tiernamente el cielo

313
y estira sus manos a las nubes
para recoger la lluvia

cerro, pequeño cerro


de la belleza
cuando cae la lluvia

cuando cae la lluvia y te llenas


y vuelve tu pálpito verde
y los quillayes y los peumos
y los maitenes y los boldos
se levantan como pulmones del viento
llenos de pequeñas flores

cerro, pequeño cerro


de la belleza
cuando cae la lluvia

cuando cae la lluvia y te llenas


de pájaros

y el canto de la turca
gotea ascendente
y el sol entra en los ojos
del diucón posado

cerro, pequeño cerro


de la belleza
cuando cae la lluvia

314
y los pumas muerden las nubes
y los degús se asoman
desde sus madrigueras

cerro, pequeño cerro


de la belleza
cuando cae la lluvia

cuando cae la lluvia y te abres


como un espejo
lleno de estrellas

y todos caminamos
reflejándonos
en tu resistencia

cerro, pequeño cerro


de la belleza
cuando cae la lluvia
y eres tú el que llueve

cerro, pequeño cerro


labio y oreja
y pie y mano
y pata y ala
y hoja y pétalo

cerro, pequeño cerro


de la belleza

315
cuando la lluvia cae
y se va desatando
paciente
el Amor

cerro, pequeño cerro


de la belleza
en la mañana llena
y en la noche vacía
lloviendo como llueve el Amado

cerro, pequeño,
pequeño cerro
cuando ardes
completamente
en la lluvia
y la belleza
ya no existe
y todo es
el rostro
del Amor en el Amado

(inédito)

316
Posfacio de la muestra chilena
“Versos del Sur”
Ángela Parga León

Tras invitarme Pedro Favaron a escribir sobre la lírica del


Perú, vuelvo aprendiz a la Colección de Ecopoéticas de la Madre
Tierra para continuar su segundo tomo, destinado a la poesía
chilena y su realización en la oralidad, visualidad y musicalidad
naciente en el horizonte desértico, en las faldas y picos de los
Andes, en el océano Pacífico y los mares australes, en la selva
templada y la Patagonia. “Versos del Sur” piensa las relaciones
de lo escrito y una conciencia ecológica que desea dar cuenta
de los vigorosos pueblos y territorios del continente americano.
Digo aprendiz, para agradecer y honrar la severidad y fortaleza
del llamado de Pedro Favaron, de nuestras conversaciones sobre
las imágenes que en vigilia, ante la selva amazónica, en San José
de Yarinacocha, cumplieron con reestablecer el temple vital y
espiritual en mi proceso de sanación mediante plantas y cantos
medicinales.

Producto de aquel renuevo, se gestó esta muestra


voluntariosa de poemas. Con el dulce aire de la amistad que nos
reúne, Pedro y mi persona, convocamos a queridos poetas, artistas
y estudiosos chilenos y extranjeros a pensar la esencia de la palabra
en su extensión ininterrumpida, material, metafísica, original
y sobre todo —permítaseme esta libertad— epistemológica.
La noche más blanca del corazón rebasa el aislamiento entre la
psique y el mundo, ansía penetrarlo e inseminarse de él. Por ello,
la palabra poética que aquí se pone en valor ha madurado desde
el recogimiento: a mi juicio, desde el núcleo de toda existencia.
317
Hay en ello una intimidad entre quienes escribieron y el objeto de
su escritura. Afirmo esto no solo para aludir a la muestra reunida,
sino a la inspiración con la que se leyeron, reflexionaron y
orientaron dichas manifestaciones. Sus énfasis e interpretaciones
desinteresadas adhirieron más a la propia experiencia de sí
y con el medio que les ampara de modo complejo, distraídos
de los antagonismos entre Ser y cuerpo colectivo, identidad y
diversidad, naturaleza y cultura, etc. En ello reside el germen de
una mirada ecopoética y lúcida. Su palabra reflexiva es potencial
realizándose a sí misma en el torrente de la conciencia y no en la
fijación de sus realizaciones. La mirada ecopoética otea las estelas
de una eternidad que aún no ha sido conquistada, de un espacio
mediador de lo sensible donde confluye todo lo vivo, rebasando lo
meramente material.

Se puede hablar de una ecopoesía en el estricto sentido


de una crítica, lo que nos llevaría a la cuestión estilística, histórica
o al tratamiento de los poemas desde el tema: cierta imposición de
las “escrituras naturales”, técnicas y el objetivismo inscripto en la
recepción de lo real. Ahora bien, la Colección a la que pertenece
esta muestra, ahonda en la cercanía —no solitaria— con lo real,
especialmente invocada por la palabra sagrada. No reniega de los
enfoques representacionales, revisionistas, poscoloniales, entre
otros activismos; pero, como ya lo ha señalado el poeta Yaxkin
Melchy, este ejemplar se entrega a la “poesía de la belleza y de la
vida diaria”, a los lugares experimentados y medidos por estados
interiores, a esferas en relación con un tiempo existencial donde
el Ser se encuentra profundamente en su verdad espiritual. Es en
este sentido que esta muestra ha apostado por una imaginación
libre para diversificar las comprensiones sobre el canon nacional,
en correspondencia con otras formas y figuras del pensamiento
vegetal-filosófico y que involucran no sólo al cuerpo entero de
un individuo, sino a territorios enteros, a las diferentes especies
que los constituyen, a todas las edades de la memoria identitaria
y transcultural donde se funden la potencia creadora, la

318
sentimentalidad, la sabiduría y la cosmopercepción de los pueblos
de la región. Nuestra vocación vital por la poesía se alimenta de
una lectura pletórica, cosmológica y arquetípica emocionada por
la diversidad de esta compilación. Y aunque traza su perspectiva
desde los vínculos y trasiego cultural contemporáneos, también
atiende a su congregación en lo mistérico. La recuperación de la
lengua (rapa nui, aimara, mapuche, castellana) aquí viene a darse
no como discurso de lo uniforme, sino en tanto inhalación silvestre,
por intercambio, fluyendo entre los cuerpos y el medio; palabras
que atraviesan todas las lenguas y cuya materia poética retoña/
retorna hacia las formas de la tradición oral indígena, afrocriolla,
campesina y ancestral: el canto a lo sagrado y profano, la poesía
cantada, las expresiones visuales y performáticas rituales, el relato
visionario u onírico.

En esta época se hace más necesario un sentimiento


ecopoético una vez que el afán ideológico desarrollista se
ha materializado simbólica y geográficamente a través del
establecimiento del capitalismo mundial y de los desplazamientos
transnacionales de comunidades diezmadas, entre otros. La
relación de la poesía con el mundo, en este sentido, es propicia a
proponer su objeto y lugar ineludible para reconciliarnos con él.
No es sino mediante el diálogo intercultural y la lealtad humilde,
solidaria e inteligente hacia la naturaleza —incluida la humana—
como nuestra vida puede acrecentarse. La ensoñación poética
constructiva nos acerca al alma del mundo, contenedora y centro
de nuestra intimidad. En mi experiencia personal y etnográfica,
las enseñanzas que han exhibido el equilibrio de una vida estable
han emanado de los adjetivos calificativos de antaño, como de
un cielo astronómico; de las prácticas y discursos acabados en
el jardín huerto, surgidos en la alborada de la pesca artesanal,
curtidos en la cuenca intramontana, soñados y celebrados por los
numerosos sabios sanadores amerindios. Esta muestra chilena
oye los rumores del pirquinero, el silbido de la pastora, no puede
apartarse de la tierra en la que el lepvn remece el axis mundi,

319
hila versos con la esperanza y belleza de una fruta; nos suma a
una poesía comunitaria que recupera la primera imagen del
relámpago, su centella inaugural y bramido infinito. En el reguero
de la vendimia, en el desasosiego de la trilla, en el bufar de la
ventisca patagónica y en la desolada muerte antártica, las materias
son siempre distintas pero la poesía es la misma: nos ata al mismo
descanso en el cuesco del planeta.

En su cariz relacional, bajo la preocupación ecológica


frente al aniquilamiento de ciertos ecosistemas y desvanecimiento
de culturas y cosmovisiones, “Versos del Sur” ha permitido
“hacer contacto” intertextual dentro de la poesía oriunda; y en
la Colección misma, vale decir, se han comprendido los criterios
y substancias de la imaginación creadora en cada selección de
autor, declinando los enfoques disciplinarios y teóricos; se han
privilegiado las imágenes poéticas que iluminan la conciencia en
torno a un futuro, que la reconcilian con la abundancia biótica
en lugar de adiestrarla en la ocupación y la riqueza suntuaria;
poemas que sueñan e imaginan dinámicamente los territorios,
en amistad y reconocimiento de los pueblos que vieron en la
geografía su primer cuerpo y en aquellos migrantes que hoy se
agregan a la urdimbre común. En palabras de Gabriela Mistral,
con “hombres cuyo capital no sea sino su cuerpo sano y lo que
el cuerpo comprende de porción divina”. Así mismo y no menos
importante, la selección ha sido obra y lectura mancomunada,
amorosa, una prueba capital que aunó escrituras desde Japón,
Alemania, Perú y Chile; y cuyas singularidades coinciden en
readaptar la cartografía, readecuar los valores y objetos literarios
que han uniformado física y simbólicamente nuestro saber acerca
de la región sur del continente.

Por último, distingo la pasión y tránsito incesante de


estas escrituras hacia lo simple, hacia imágenes invisibles pero
atrayentes, poéticas de un secreto, de una vigilia: espejo en el
que todos descubrimos la tierra natal. Reconozco nuevamente el
prodigio de los saberes ambientales y medicinales que me han
320
sido develados y con los que actualmente transformo mis propias
aptitudes para la vida. En afecto y confianza en los lazos que aquí
se han realizado, esta muestra es parte de un transcurso mayor de
meditación entre Pedro Favaron y Yaxkin Melchy, respecto del que
me honra escribir y perseverar, tal como el acto de preocupación
material por el alivio de un otro, la sed y hambre de un otro, su
respiro.

Osorno, Región de Los Lagos


Marzo de 2021

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