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ciudad con sus altísimas temperaturas y el sofocante ambiente típico del norte. Pero las
gotas de lluvia azotaban en la ventana de su habitación con tal brusquedad, que le
ahorraron el trabajo a la alarma aquel día de mayo, fresco y lluvioso como no se dejaban
ver hasta bien entrado el mes de noviembre. Una mañana hermosa que hacía que pasar
en casa un minuto más de lo necesario, pareciera el equivalente a un crimen. —Pues que
me encierren. —Pensó Marco mientras escarbaba en su desordenado armario buscando
algún abrigo o suéter que usar, tomó un abrigo negro más grueso de lo necesario por ser
el único con capucha que encontró.
El sonido de las gotas golpeando la capucha le advertía que la lluvia era más
fuerte de lo que había pensado antes de salir de casa. Salió tarde a esperar el autobús,
caminando despacio, importándole un bledo que si lo perdía llegaría tarde a su primera
clase. Desde que cayó en la cuenta de que estaba gastándose su escaso salario en
estudiar una carrera que ya no lo apasionaba más, la apatía y el hastío se cernían sobre
sus pensamientos como las nubes grises llenas de lluvia se cernían sobre la ciudad. Una
mañana así debería inspirarlo o al menos motivarlo un poco, pero no, olía el asfalto
mojado en las banquetas y sentía la brisa que se colaba por la capucha mojándole las
mejillas, pero bien podía haber estado lloviendo lumbre, le daba igual.
Tenía veintiséis años cumplidos y le faltaba uno más para titularse en Derecho,
aún si terminaba la carrera se graduaría a los veintisiete, edad tardía para un mundo tan
competente como lo es el de las leyes, pero eso no importaba, ya trabajaba a tiempo
completo en el despacho de uno de sus profesores, mismo que había dicho a Marco que
una vez graduado, tenía las puertas abiertas para seguir fungiendo como su mano
derecha hasta que quisiera independizarse abriendo su propio despacho jurídico. Lejos
de alegrarse por saberse apadrinado una vez terminados sus estudios, pensó que haber
estudiado derecho para terminar siendo el mandadero de alguien que también estudió
derecho, no era gran cosa. Ahora que había aprendido lo que el mundo laboral exigía y
saber que el mundo de los abogados es muy lindo por fuera y no tanto por dentro, tenía
los ojos puestos en la carrera de periodismo. Investigar, escribir, entrevistar y hablar
eran cosas que siempre le habían gustado, incluso antes de creer que quería ser abogado,
pero si graduarse a los veintisiete era una edad tardía, ¿qué podía decirse de comenzar a
estudiar otra carrera a esa misma edad?
Divagó en esos pensamientos mientras la capucha de su abrigo se empapaba más
y más, cuando llegó a la parada de autobuses se conmovió por la única persona que
estaba allí esperando el camión bajo la lluvia, era una chica que se encogía de hombros
y temblaba de frío, también llevaba puesta sobre la cabeza una capucha gris del suéter
que usaba bajo una chamarra de piel café. Marco no resistió el impulso de asomarse a su
rostro, tenía un perfil afilado y los prominentes pómulos sonrojados, casi se sintió
culpable cuando vio que los labios le temblaban también a causa del frio y más culpable
aún, cuando ella notó que él la estaba mirando, de inmediato se bajo la capucha del
abrigo pensando en lo jodidamente raro que debió parecerle a la chica, si se daba la
vuelta sin decir nada no haría más que comprobar que estaba observándola con cierta
malicia, además, el tiempo que tardara el autobús en llegar sería muy, muy incomodo.
Como si la chica hubiera adivinado su pensamiento sobre el silencio incomodo que se
produjera luego de aquel accidental intercambio de miradas, fue ella quien habló, para
sorpresa de Marco.
—¡Qué frío está haciendo¡ —Dijo mirándolo de nuevo sin despegar los dientes,
tratando de hundir más las manos en las bolsas de su chamarra.
—No tanto como en Canadá. —Hizo una pausa y arrugó la nariz en un gesto
sarcástico. —Nunca he ido pero allá debe estar peor. —Ella soltó una carcajada
pequeña y su aliento se dibujó en una nube de vaho que le salió de la boca. Marco
decidió sonreír también y adoptar la actitud de un chico que estaba disfrutando a
montones ese clima de mierda, ¿porqué tenía ella que enterarse de lo mal que la estaba
pasando? —¿Soy el único que se alegra de un día así o qué?
—Al revés, yo soy la única que los odia. Soy friolenta. —Marco se adelantó dos
pasos y le extendió una mano.
—Pues yo soy Marco, mucho gusto. —Esta vez la sonrisa de ella fue pura
cortesía, la chica sacó su mano del bolsillo y estrechó la de Marco.
—Pues que mal, no creo que haya juzgados en el espacio. —La risa volvió a
ganarle cuando dijo “espacio”