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Índice
ó

í
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Sinopsis
L
a Academia Darke es una escuela como ninguna otra. Un
establecimiento de élite que se mueve a una nueva ciudad
exótica cada término, sus estudiantes son increíblemente bellos,
sofisticados y ricos. Y la nueva chica de becas Cassie Bell aprende acerca
de la Academia, que se convierte en la más curiosa.
¿Qué secretos siniestros son custodiados por unos pocos - el selecto
grupo de estudiantes que mantienen las distancias? ¿Quién es el oscuro
desconocido rondando los pasillos por la noche? ¿Y lo que realmente
sucedió el año anterior, cuando la chica de becas última murió en
circunstancias misteriosas? Una cosa es segura, Cassie descubrirá que un
poco de conocimiento puede ser algo peligroso, pero saber demasiado
puede ser mortal...
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Prólogo
—H
ola, ¿eres tú?
Ella miró de cerca esperanzada en la
oscuridad, su latido ya acelerado.
Sin respuesta. Algo crujió en el sotobosque;
un mosquito gimoteó. Decepcionada, cambió su posición en la pared del
viejo templo y se abrazó las rodillas. Ningún paso después de todo. Solo
alguna criatura. Bueno, él la había avisado que podría llegar tarde.
¡Espérame! Espérame, Jess, y estaré allí...
Ella se permitió una pequeña sonrisa. Por supuesto que estaría aquí.
Eran como dos imanes. Él podía encontrarla al instante, en cualquier
multitud, en cualquier clase, y no la perdería ahora, incluso en la oscuridad.
Ella le regañaría ligeramente por llegar tarde, y su risa haría que su corazón
se acelerara, justo como su maravillosa voz.
Te quiero, Jess. No te rías. Lo juro.
Ningún chico podía falsearlo tan bien. Especialmente él. Llegaría aquí.
Frunciendo el ceño, levantó su muñeca a la luz de la luna para mirar
su reloj. Diez minutos se habían convertido en veinte. ¿Y qué? No se sentiría
tan largo a la luz del día. No se sentiría tan largo en un bar abarrotado. Aquí
en las sombras inquietante de las ruinas del antiguo templo era fácil
asustarse, eso era todo.
Vamos.
Dejándose caer por la pared, ella estiró su pie, frotando sus brazos. La
piel de gallina por toda ella, aunque no tenía frío. Otro mosquito zumbó en
su oído y ella lo golpeó furiosamente. ¡Te pillé!
Vale, estaba empezando a calentarse ahora. Un poco tarde no
significaba que él tuviera algún derecho en dejarla tirada aquí en la
oscuridad. ¡Durante treinta minutos ahora! Esto se suponía que sería un
paseo romántico, no un examen para sus nervios.
Mejor ponerse furiosa con él. Si no se hubiera puesto furiosa podría
haber estado bastante asustada, sola aquí en las silenciosas sombras. O no
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tan silenciosas. Su cabeza giró alrededor cuando una rama muerta crujió,
cuando las hojas crujieron. Esa era una rata grande. Se estremeció.
Le gustaba este lugar a la luz del día. La generosidad verde de la
jungla, las gigantescas raíces abrazando las maravillosa paredes
desmoronadas, calientes y vivas y misteriosas. No era tan genial por la
noche, en las sombras de la luna cambiante que hacía un monstruo de
cada sólido árbol, un horror acechante fuera de cada animal que no se
veía.
¡Cuarenta y siete minutos!
Hora de irse. Él había tenido su oportunidad y todo lo que había hecho
era hacerla pasar por tonta. Chicos, iba a echarle una bronca... Comenzó
a caminar resueltamente, luego paró. Uh-huh, no iría hacia la rata
demasiado grande. Temblando, tragó fuerte, dio dos pasos hacia atrás y se
giró.
Crujido. Madera crujiendo. Ese sería el viento.
No había viento.
Otra enorme rata, luego, delante de ella. Bien, iba a tener que
pasarla, pero correría tan pronto la oyera venir. Era solo una rata, por amor
de Dios. O una serpiente. O...
¡Oh, solo avanza, Jess!
Había dado un paso más cuando vislumbró movimiento. No era
ninguna rata, y ninguna serpiente. Era grande —tan grande como ella. Una
forma moviéndose rápidamente en el enredo colgante de hojas y ramas.
Retrocedió, y volvió atrás otra vez. Eso se movía. Hacia ella. Había
respiración, suave y confiada y humana.
—¿Eres tú? —llamó ella. —¡Hey! ¡Deja de bromear!
Sin respuesta.
—¡Lo digo en serio! ¡Déjalo! —Ella intentó hacer que su voz sonara
enfadada, pero tembló, algo y aguda. —Esto no es divertido.
Ese sonido: podría haber sido hojas mojadas podridas, estimuladas
cuando una criatura pasó por encima. O podría haber sido una risotada,
susurrante y baja. No podía ser él. No podía serlo. De cualquier manera,
había dos personas. Ella sintió al otro acercándose por su derecha,
despacio, amenazador. Una vez más intentó gritar, pero cuando abrió su
boca todo lo que salió fue un jadeo de terror.
Se giró y rompió en una carrera dando un traspiés. Era muy difícil, en
la oscuridad, mantener el ritmo. Vides y hojas abofeteaban su cara, las
ramas tiraban de ella, las raíces se arrancaban a sus pies. ¿Era este el camino
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que había tomado para llegar aquí?


¿Camino? Esto no era un camino. Lo había perdido, y corrió
ciegamente a los árboles. Su latido estaba tronando en sus oídos pero aún
podía oírles detrás de ella, o quizás podía sentirles. Ellos estaban detrás suyo,
junto a ella, empujándola. Qué estúpida idea. Pero estaban. Arreándola...
Se deslizó bajando una cuesta, lanzándose sobre una gran raíz y
metiéndose en el espacio de detrás. Mordiendo fuerte sus nudillos, intentó
no llorar. Vale, quería estar de vuelta en casa ahora.
Mamá, esto es una locura. No es real, así que puedes venir y
despertarme ahora. Papá, entra y ríete de mí, dime que lo soñé. Asústame...
Asustada. Le recordó casi explotando de orgullo cuando la despidió
para su emocionante nuevo colegio:
—¡Adiós, hermana!
—¡Adiós, pequeña molestia! Ups... ¡hermano pequeño!
Risitas. Ondeando otra vez.
Asustada...
¿Qué fue ese sonido? Ella respiraba fuerte. Sobre ella, los edificios del
antiguo templo contorneaban la plateada luz de la luna. La raíz de un árbol
alrededor de un pilar como el brazo de un amante. Como su brazo.
¿Dónde estaba él? ¿Qué le ocurrió?
Raíces, zarcillos, ramas: serpenteaban en las antiguas paredes,
estrangulando, abrazando, agarrotando. Algo se movió en la frondosidad
por su oído y casi gritó, pero colocó una mano sobre su boca justo a tiempo.
Esto era estúpido, pensó otra vez. Loco. Si no era un sueño tenía que ser una
broma. Una broma estúpida.
Su cuerpo no pensaba así. Estaba empapada en sudor: por la
humedad, por la carrera, por el miedo. Un mosquito zumbó otra vez, y ella
golpeó su mano contra su cara, suprimiendo un chillido. Solo era un insecto.
Algo mucho peor estaba acechando en las ruinas. Cazando...
No entres en pánico, pensó ella. Quédate quieta. Había espesas
enredaderas detrás suyo, y las negras fauces de una antigua puerta, cuya
madera estaba podrida. Retrocedió en el espacio, pateando
frenéticamente hasta las viscosas hojas del interior la medio cubrieron, ya no
tenía miedo de las ratas o las serpientes o incluso las arañas. Nada la
asustaba ya.
Excepto ellos.
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Se quedaría allí, agachada en las ruinas, hasta que amaneciera.


Tendría problemas, se reiría de eso, pero ¿y qué? Unas pocas horas, y este
lugar estaría abarrotado de turistas. Por entonces probablemente se reiría.
Ahora mismo esos turistas estaban durmiendo en algún hotel con aire
acondicionado, soñando con el día por delante, y con Angkor Wat, el
templo de los antiguos: civilizaciones infestadas por la naturaleza bruta.
Salvajismo y belleza, sagrado y aterrador. Tan romántico y misterioso, para
un turista o un extraño.
Unas pocas horas. No era esperar mucho.
Había voces ahora en la noche: distintas, silenciosas, pero tensas con
la emoción de la persecución. Quizás no debería esperar después de todo.
Quizás debería correr ahora. No podía decidirse. Ferozmente, frotó sus
sienes.
Idiota, ¿qué estás haciendo aquí de todas formas? Nunca encajaste.
Un revoloteo de alas en su mejilla. Golpeó a la cucaracha, pero solo
tuvo éxito en frotarlo contra su cuello. Huyó por su pecho y ella sollozó en
alto. Golpeando su esternón, sintió que el bicho explotaba en la negra
porquería y los fragmentos del caparazón. Lloriqueó: un ruido alto.
La pegajosa sangre de la cucaracha hizo todo real. Esto no era un
sueño. Ahí fuera había algo que la estaba cazando, y era más real que la
escuela, que el hogar, que él. Por supuesto él no había venido. ¿Quién se
pensaba que era? La pequeña chica estúpida y triste de la beca. Él la había
dejado aquí sola y ahora ellos se acercaban...
Solo hacía veinticuatro horas que habían estado juntos, bebiendo en
las calles de Phnom Penh. En la adorable —había pensado ella—y
salvajemente excitada por el vuelo a Siem Reap y Angkor Wat. Recordó su
alta risa, ambos animaban a su guapa, divertida mejor amiga cuando hizo
poses y cantó “It’s Raining Men” en el karaoke. Emocionada con su
felicidad, se había girado para rastrear sus dedos a través de su mejilla.
Adorándole...
Se congeló. Una voz, ahora clara, cerca y hambrienta. Una voz
familiar, pero no de uno de sus amigos. Sin cantar, sin flirteo, sin bromas, sino
aullando por ella. Cerca. Tan cerca. Y lo supo seguro. Conocía esa voz.
Debería correr, pero su sangre era hielo líquido en sus venas.
Por favor. Porfavorporfavorpofavorporfavor...
Las voces, y una fría respiración, estaban en su oído.
—¡Te pillé!
Solo por un momento, un loco momento de esperanza, pensó que
estaba bien. Sí, todo era una broma. Una broma cruel. Hacer una novatada
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a una chica que no encajaba. Oh, gracias a Dios.


Ella olió la piel y el sudor, saboreó la eléctrica excitación y el miedo en
el aire.
—Eres tú, —susurró ella roncamente.
Una sonrisa, una mano levantada para golpear su mejilla.
—No precisamente.
Y entonces pudo verles claramente.
Ella gritó y se retorció, fuera de las ruinas, de vuelta a la jungla. Oyó
pies corriendo y jadeantes respiraciones hambrientas; vio una rápida figura
lanzándose a través de los árboles; olía su propio miedo. Y corrió.
Pero supo, incluso entonces, que nunca podría correr lo
suficientemente rápido.
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N
o pertenezco aquí.
Cassie Bell llegó a una abrupta parada, casi
tropezando con la mujer detrás suya.
—¡Mierda! ¡Imbécil!
—¡Lo siento!
Con una ráfaga de brillantes bolsas de compras la mujer enfurruñada,
lanzó otra maldición sobre su hombro.
El temperamento de Cassie llameó.
—¡Desperdicia el aliento! —gritó ella. —¡No hablo francés!
O la mujer no lo oyó o no le importó. Cassie se sintió encoger una vez
más.
—Oh, infiernos, —murmuró ella. —Realmente no pertenezco aquí.
Los edificios a su alrededor eran justo como la mujer: altos, orgullosos,
imposiblemente elegantes. El aire era emocionante y rico, una elusiva
combinación de olores caros, finales de verano y humos agotados. Incluso
el nombre de la calle se burlaba de ella, desde que difícilmente podía
pronunciarlo. ¿Qué estaba haciendo en la calle con un nombre así? ¿Qué
fue lo que la hizo pensar que esto sería una buena idea? ¡Rue du Faubourg
Saint-Honoré! Sus zapatillas de segunda mano debían afrontar las piedras
del pavimento. Ella pertenecía de vuelta en Cranlake Crescent, en lo que
les gustaba llamarlo como ‘cuidado’. No pertenecía a París.
Apartando el veteado pelo marrón de su cara, Cassie miró al trozo de
papel en su mano. Considerando que había estado haciendo esto mucho,
todo el camino desde la Gare du Nord, sería algo vergonzoso si fallaba en
encontrar la escuela ahora. Pero había esperado algo en-tu-cara,
arquitectónicamente hablando. Había unas enormes mansiones en esta
calle, pero eran casi adorables grupos detrás de impresionantes paredes y
puertas de hierro forjado. La calle apestaba a dinero, pero no muchas eran
directamente un espectáculo, excepto por las boutiques que había pasado
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con su mandíbula abierta.


Piensa en ello, quizás sería mejor si no podía encontrar la escuela. Sería
una excusa lo bastante buena, porque esto había sido un Gran Error. Vale,
habría tenido que volver escabulléndose a casa en Cranlake Crescent
pareciendo como una idiota. Vale, habría tenido que soportar los abucheos
de los otros chicos, los arrogantes te-lo-dije sonriendo superficialmente del
odioso Jilly Beaton. Incluso peor, tendría que enfrentarse a la triste desilusión
en los ojos de Patrick que no lo podía manejar lo suficiente para esconderlo.
Pero aún sería mejor que hacer el tonto así...
Su corazón se sacudió.
Cassie apenas se había dado cuenta de que aún estaba caminando,
avanzando su maltratada maleta detrás de ella. No sabía lo que la hizo
levantar la mirada y cruzar la carretera justo en ese momento. En su
aturdimiento de pánico desplazado debió haber estado en piloto
automático, porque estaba mirando una brillante placa de latón situada en
un pilar de piedra.

Nada más, no era tanto una invitación de Por Favor Llama de la


pequeña placa para tocar la campana que estaba situada en la piedra de
debajo. Todo parecía muy sencillo. Cassie casi podía haber estado
decepcionada, excepto que incluso desde ese lado de la carretera podía
ver la sugerencia del edificio —impresionantes pilares de piedra y frontones,
la curva verde bronce de una estatua medio escondida en el patio— detrás
de las elaboradas puertas de hierro forjado.
Tragando, Cassie apretó sus dedos en la costrosa asa de su maleta.
Caminó hacia la cuneta, la maleta saltando en sus ruedas torcidas detrás
de ella.
Su maleta.
¿Y cómo era el interior? La carta decía que pertenecía aquí. Que
Cassandra Bell, de toda la improbable gente, era lo bastante buena para
escolarizarse en la Academia Darke. La breve carta estaba escrita en papel
como el pergamino espeso y caro, y muy bueno —el papel barato se habría
caído a trozos por ahora, por el número de veces que lo había desdoblado
y vuelto a doblar, empapándose en las palabras hasta que estuvieron
grabadas con ácido en su cerebro. Ahora estaba metido cuidadosamente
dentro de la libreta encuadernada de cuero que Patrick le había dado
como regalo de despedida, el que debía haber tomado un gran trozo de
sus salarios.
Así que ¿qué iba hacer? ¿Devolverle la libreta, y decir lo siento, que
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había fallado incluso antes de llegar?


De ninguna manera. Esa carta lo confirmaba. ¡Era una estudiante de
la Academia Darke!
Sonriendo, Cassie corrió a través de la carretera, su maleta saltando
detrás de ella. Un conductor frenó fuerte y la gritó, y animadamente ella le
enseñó el dedo corazón.
Tenía derecho a estar allí. Encajaría. Y lo que era más importante, lo
adoraría.
Sin respiración, dejó que su índice se cerniera sobre el timbre. Eso es,
pensó. Aquí vamos...
Se retiró, sorprendida. Las puertas ya estaban balanceándose
ampliamente, en silencio y fluidas. Apretando su mano en un puño, se
mordió el labio. No había tocado la campana.
—¡Cuidado!
Una mano en su hombro la apartó cuando un coche negro, largo y
brillante, saltó muy gentilmente a través del pavimento y se asomó por las
puertas. Cassie consiguió la impresión de que nada habría detenido su
suave progreso, ni siquiera un peatón descuidado.
La mano la soltó abruptamente. Cuando se giró, sonriendo, su
propietario retrocedió un paso. Era un chico casi de su edad, alto y de
hombros anchos, su pelo marrón casi rapado. Tenía toda la pinta del tipo al
aire libre, así que dudó de que él normalmente fuera tan pálido. La expresión
en su apuesta cara era una de sorpresa; él parecía como si toda su sangre
hubiera sido drenada en sus desaliñadas zapatillas.
—Gracias, —dijo ella, rompiendo el aturdido silencio.
Él no respondió. En su lugar, giró sobre sus talones, siguió de largo sin
otra palabra y desapareció a través de las puertas de la Academia. Cassie
miró.
Hombre, rudo, y americano.
No fueron solo la palabra pronunciada lo que le había alejado, sino
las deprimentes ropas y su arrogante caminar. Bueno, se alegraba de que
no fuera la única en pantalones no-deliberadamente-desgarrados. Nerviosa
otra vez, tomó una respiración.
¡Entra ahí, Cassie! Es dónde perteneces, ¿recuerdas?
Cassie sonrió. Era como si pudiera oír la voz de Patrick justo en su
cabeza. Antes de que las puertas pudieran balancearse para cerrarse otra
vez, ella empujó su maleta a través de ellas y entró en el patio de más allá.
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Guau.
Era enorme, más grande de lo que parecía desde la carretera. La luz
del sol se filtraba a través de los castaños, moteando las lustrosas losas
erosionadas con la edad. El camino pavimentado se curvaba en un gran
círculo alrededor de una piscina que era verde con helechos y plantas
exóticas de hojas frescas, sus raíces expuestas como retorcidas serpientes.
En el centro de la piscina estaba la estatua que había vislumbrado: una
chica delgada de bronce de puntillas, soñadoramente estirando su brazo e
inclinando su cara hacia un cisne. No había nada soñador en el cisne. Las
patas estaban agarrando el cuerpo de la chica como talones, las alas
arqueadas sobre ella, su cuello y su salvaje cabeza levantadas como una
serpiente para golpear. Parecía brutal y triunfante.
Cassie sintió un estremecimiento a través de ella. Siempre había
pensado que los cisnes eran pájaros serenos. Delicados. Bonitos en sus
estanques.
No esto.
La estatua era maravillosa pero perturbadora. Se giró mejor hacia el
grupo de estudiantes cotillas, las voces se alzaron con la excitación de un
nuevo trimestre. Cassie tragó. Cada uno de ellos era elegante con riqueza y
belleza. Cuando apartó un mechón de pelo de su cara, deseó haber tenido
dinero para invertir en un corte de pelo de moda. Demonios, debería haber
conseguido el dinero. Hipotecar su alma al diablo o algo.
Cuando se arriesgó a sonreír, ellos se apartaron, desdeñosos. Una
chica japonesa la dio un ladrido de incrédula risa antes de apartar a su
amiga y murmurar algo que les hizo reír a ambas. Como el resto de los
estudiantes, tenían una apariencia arrogante de dinero y clase. Del chico
americano desaliñado, no había señal.
Una bola de enfado se formó en el intestino de Cassie, y tensó su
agarre en su maleta. La carta. Estaba allí dentro. Su carta. Su escolarización.
Esta multitud habían llegado aquí por sus casas. Ella se había ganado la
suya. No iba a huir de esto. De ninguna manera.
La negra limusina estaba aparcada a los pies de unos escalones de
piedra y su conductor estaba abriendo la puerta de atrás, las negras gafas
de sol eliminaban su expresión. Cassie observó, cínicamente esperando
vomitar sobre otro chico rico mimado. En su lugar una mujer mayor emergió,
débil y bonita como una flor marchitada.
Cassie nunca había imaginado que alguien tan viejo pudiera ser bello.
Pero esta mujer lo era. Frágil, imposiblemente delgada, como una telaraña,
pero aún impresionantemente adorable. Si eso era lo que la vida de París
hacía por ti, Cassie no solo iba a aguantar, iba a quedarse para siempre.
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La sonrisa en su cara murió cuando el conductor de la limusina cerró


la puerta con un suave golpe y se deslizó de vuelta al asiento del conductor.
¿No iba a ayudar a la mujer mayor a subir los escalones? ¿Qué tipo de
chofer era? Cassie le miró y luego a sus compañero estudiantes, quienes no
estaban tomando el más ligero aviso de la mujer mayor.
—Increíble, —dijo Cassie en alto. Desechando su maleta a los pies de
los escalones, fue al lado de la mujer.
—¿Necesita una mano?
Lentamente, muy lentamente, la mujer mayor giró su cabeza.
Cassie casi tropezó. La mujer se apoyaba en un bastón con el asa de
plata como si fuera todo lo que la sujetaba, aunque no había nada débil en
esa mirada. Sus ojos brillaron fieramente. No eran hostiles. Más bien...
asesinos.
Su piel era como la porcelana loca, traslúcida y apergaminada con
las líneas. Perfectamente el pelo blanco estaba recogido en un moño. Los
huesos de su cara podrían haber sido adorablemente esculpidos en granito.
Cassie tragó fuerte.
—Quiero decir, preferiría que yo no... no quisiera sonar...
Los labios pálidos se fruncieron.
—¿Me está ofreciendo ayuda, joven señora?
—Bueno, sí. —Cassie se movía inquietamente, sintiéndose un poco
estúpida.
—¡Cuan perfectamente encantadora es! —La imperiosa frialdad se
fundió en una sonrisa chispeante. —¿Podría tomar su brazo?
Torpemente, Cassie lo levantó, y los retorcidos dedos se curvaron
alrededor de su bíceps. Durante un instante Cassie pensó en el cisne del
patio, sus pies apergaminados abrazando a la chica de bronce como
talones; luego se sacudió y sonrió de vuelta. Detrás de ellas oyó el motor
poderoso del ronroneo de un leopardo, y el coche negro se alejó.
—Es adorable tener un cuerpo joven, —murmuró la mujer.
—¿Qué? —Parpadeó Cassie. —Quiero decir, ¿suplico su perdón?
—Un cuerpo joven, —sonrió ella, —para ayudarme. Cuan amable
eres.
El agarre en el brazo de Cassie se sentía sorprendentemente acerado,
pero el resto de la mujer era tan ligero como una hoja seca. Cassie tuvo
cuidado cuando la ayudó a subir los escalones. Parecían ser muchos.
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—Trece escalones, —reflexionó la mujer, como si leyera su mente.


Parando para tomar aliento, miró a la clásica fachada de la escuela.
—Ha pasado mucho desde que estuve aquí la última vez, pero
recuerdo esos escalones como si fuera ayer. Eres nueva, querida, ¿verdad?
—¿Tan obvio es? —Cassie sonrió.
Su risa sonó como una campana gentil.
—Sí... pero de una manera mejor. Toma mi consejo, ah...
—Soy Cassandra. Aunque todos me llaman Cassie.
—¡Cassandra! Cuan adorable. Debería llamarte Cassandra. Y yo soy
Madame Azzedine, pero tú me llamarás Estelle. Y mi consejo es que deberías
tomar todo lo que la Academia tenga que ofrecer.
Parando otra vez, Madame Azzedine se giró hacia ella, fiera con la
excitación.
—Es la más fina de las escuelas. Ciertamente, la Academia es mucho
más que una escuela. Haz lo mejor que puedas en todo, Cassandra, y
cambiará tu vida.
Solo había tres escalones desde la parte superior ahora, y la
respiración de la mujer mayor llegaba en rápidos y superficiales jadeos.
—Eso es lo que quiero. —Cassie casi quería situar su mano en la que
agarraba su brazo. Pero tocar libremente no era su naturaleza, aunque su
instantánea simpatía con esta amable e imperiosa mujer era fuerte. De
alguna manera, no la pondría sus uñas mordidas en ninguna parte cerca de
la piel de la mano inmaculadamente con manicura y apergaminada.
Madame Azzedine puso la mano en su pecho durante un momento,
tomando una respiración.
—¿Qué es eso, Cassandra? ¿Qué quieres?
—Quiero cambiar mi vida...
—¿Cambiarla? —Cuando alcanzaron el parte superior de los
escalones, Madame Azzedine liberó el brazo de Cassie. —¡No! La Academia
te enseñará a conquistar la vida, golpearla en sumisión y inclinarla a tu
voluntad. ¡Los verdaderos graduados de la Academia Darke toman la vida
por la garganta, Cassandra! ¡Recuerda eso!
Un extraño temblor corrió su columna, pero Cassie lo descartó y sonrió.
—Lo haré, —dijo ella. —¡Lo haré!
Sonriendo, Madame Azzedine apretó ambas manos de Cassie.
—¡Bien!
Una tos desde la puerta ensombrecida, y Cassie casi saltó fuera de su
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piel.
—Madame, bienvenida. —Un hombre bajito con uniforme serio inclinó
su cabeza. —Sir Alic la está esperando.
Ella rió alegremente.
—¡Por supuesto que lo está! Perdóname, Cassandra, querida. Y buena
suerte.
—Gracias, Madame Azz... um, Estelle, —murmuró Cassie.
—Y podrías tener muchos, muchos años gratificantes en la Academia.
—Madame Azzedine la dio una sonrisa contenta. —Estoy completamente
segura que lo harás.
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2
C
assie miró a la anciana irse, un poco incómoda. A ella le había
gustado Madame Azzedine. Mucho. Era sólo que...
Oh, por el amor de Dios. Era sólo que Cassie estaba fuera
de su profundidad. Pobre vieja, debía estar mucho tiempo en la sombra.
¿Qué edad creía Cassie que tenía? A los quince años, habría tenido dos o
tres años en la Academia, máximo, en lugar de muchos de ellos —
suponiendo que no la abandonara o la expulsaran. Madame Azzedine
podría verse fabulosa para su edad, pero estaba un poco perdida. No era
nadie a quien temer. Era elegante y segura, eso era todo. Era el momento
de que Cassie aprendiera a ser igual.
Sin embargo, pensó Cassie enfadada, al menos tenía una idea
aproximada de cómo comportarse como ser humano, a diferencia del
personal de por aquí. Ese portero, o lo que fuera, ni siquiera le ofreció a la
vieja una mano. El matón cara de hacha simplemente siguió de largo
mientras entraba cojeando en la vasta sala barroca. Momentos más tarde,
ambos se perdieron de vista.
Cassie se encogió de hombros. Nada que ver con ella. Recordando
que su maleta se encontraba todavía al pie de la escalera, se volvió sobre
sus talones y echó a correr hacia abajo, ligera e incluso un poco alegre.
Su corazón fue a estrellarse directo a sus zapatos deportivos. Un
pequeño grupo se había reunido en un semicírculo alrededor de su
abandonada maleta y, mientras se acercaba nerviosamente, la chica
japonesa le dedicó una sonrisa de soslayo.
—Tal vez deberíamos llamar a los gendarmes,— anunció en voz alta.
—Quiero decir, podría ser una bomba.
—Oh, Keiko. Creo que incluso los terroristas tienen un poco más de
clase.
El que hablaba era un chico americano, pero no podía ser más
diferente del chico que Cassie había visto antes. Éste llevaba gafas de
diseño, mocasines de cuero, frescos pantalones de algodón y una camisa
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polo con un caro logotipo reconocible. Parecía que acababa de darle a su


tarjeta de crédito un uso serio en esa avenida de fuera.
—Ahora, Perry,— arrastró las palabras un chico inglés, con sus manos
casualmente en los bolsillos. —No seas caritativo. No hay tal cosa como
elegante andrajoso.
Keiko rió.
—Richard, cuan condescendiente. Los pobres están siempre con
nosotros, recuerdas.
—Ahora estás siendo cruel, Keiko,— dijo Perry, empujando la maleta
de Cassie con la punta del pie. —Los pobres, después de todo, tienen un
cierto encanto obrero. Esto es más... ¿Cómo dicen los franceses? ¿Pequeño
burgués?
Richard alzó una ceja tan alto que se perdió en su oscuro flequillo
colgante.
—Oh, Peregrine. Ahora, ¿quién está siendo mezquino?
Durante unos tres segundos Cassie quería meterse en el agujero más
cercano y morir. El impulso pasó, y la apretada pequeña bola ardiente de
furia explotó a la vida. Ella juró, espectacularmente.
—¡Quita tus manos de mis cosas!— Saltando los últimos peldaños, ella
empujó a un lado a Keiko.
Keiko parecía absolutamente lívida, pero Cassie había estado en una
o dos peleas en su tiempo. Apretó los puños, podía manejar a esta perra
engreída. Perry el americano dio un paso atrás, tomando un profundo
suspiro que sonó casi asustado, pero Richard sólo se cruzó de brazos,
sonriendo.
—Esto debe ser bueno,— murmuró él.
Cassie se tensó, casi esperando que Keiko saltara a su garganta, pero
después de un momento la bella muchacha se echó a reír.
—Nunca toqué tus “cosas”, becaria. No ensuciaría mis manos.
Las uñas irregulares de Cassie estaban hincándose en sus palmas. Oh,
le encantaría golpear esa sonrisa de la cara de Keiko. Pero era obvio que la
pequeña zorra engreída no seguiría con algo tan burgués como una pelea
a puñetazos. De todos modos, ¿a ellos no les encantaba si conseguía ser
expulsada en su primer día?
De ninguna manera. No lo valía.
—De acuerdo,— dijo furiosa Cassie. —Ahora has demostrado que soy
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mejor que tú.


—Dios mío,— dijo Perry. —¿Cómo te atreves a hablarle a Keiko así?
—Oh, me gusta que se atreva,— dijo Richard arrastrando las palabras,
con un guiño perezoso al chico americano. —¡Esto podría ser entretenido!
Ahora, Peregrine, corre. Esto es un asunto pequeño.
La despedida fue tan dictatorial que Cassie esperaba que Perry
discutiera, pero él retrocedió obedientemente y, con una última mueca
hacia ella, se volvió y corrió por las escaleras hacia la entrada de la escuela.
Richard envolvió un brazo amistoso alrededor de sus hombros. Cassie
quería retorcérselo y empujarlo, pero podía sentir lo fuerte que era. Un
combate de lucha difícilmente sería genial, sobre todo si no tenía ninguna
garantía de ganar.
—Vamos, ahora, um... ¿cuál es tu nombre?
—Cassie Bell,— murmuró ella.
—Ahora bien, Cassie Bell, aclaremos esto. Todos queremos que
disfrutes de tu tiempo aquí. Perry y Keiko estaban haciendo una pequeña
broma. No una muy divertida, lo reconozco,— consiguió una mirada
resentida de Keiko por eso, —pero tendrás que desarrollar una piel más
gruesa. Si quieres sobrevivir, así es.
Cassie contuvo una respuesta fuerte. El problema era, que no estaba
segura de nada. Tal vez así era realmente cómo los estudiantes de élite se
comportaban; ¿cómo lo sabría? No sabía cómo comportarse, como
tampoco sabía qué diablos estaba haciendo allí. No pertenecía...
—¿Quieres encajar, verdad?— La voz de Richard era sedosa en su
oído. —He considerado tus mejores intereses en el corazón, créeme…
—¡Oye, inglés!
La voz insolente tenía un acento que Cassie no pudo ubicar. Un
segundo después, una chica irrumpió sobre ellos como un tornado de
energía, golpeando el brazo de Richard alejándolo con una palmada
juguetona. Era alta, esbelta como un árbol joven, su pelo caía oscuro y
brillante. Sus ojos castaños eran feroces.
—¿Qué estás haciendo, inglés? — Ella movió un dedo delgado hacia
el rostro de Richard. —Esta chica, ella es nueva, ¿verdad? ¡Apaga ese
encanto bestial tuyo!
—Ah, ¡bella Isabella!— Apasionadamente Richard tomó su mano y se
la besó, haciendo que el gesto burlón de Isabella se contrajera en las
esquinas. —Me encanta tu temperamento latino como me encantan tus
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ojos brillantes. ¡Sin embargo, me juzgas muy mal! Keiko y yo solo estábamos
dando a conocer a la joven Cassie Bell algunas reglas de la escuela…
—¿Cassie Bell? ¿Cassandra?
Isabella se volvió. Por un instante, pareció sorprendida, pero luego
sonrió.
Cassie trató de no sonreír. Ella no confiaba en ninguno de esos idiotas
seguros de sí mismos y egocéntricos.
—Sí. ¿Y qué?
Isabella se rió.
—Entonces, vendrás conmigo.— Su apretón en el brazo de Cassie era
más flojo que el de Richard, y con la otra mano agarró el asa de la maleta
de Cassie. —Te llevaremos lejos de la chusma.
Con una sonrisa coqueta a Richard, pero ignorando por completo a
Keiko, Isabella tiró a Cassie hacia una columnata de arcos en el borde del
patio, la maleta traqueteando y retumbando detrás suyo.
—Espera un minuto.— Clavando sus talones, Cassie llevó a Isabella
hasta un punto muerto. —No me empujes. ¿Quién te crees que eres?
Su agresión sólo hizo que la hermosa chica gritara con la risa.
—No creo, Cassie, ¡Sé! Soy Isabella Caruso. ¡Soy tu nueva compañera
de cuarto!
***
—Dime que eso es una impresión.
Cassie se detuvo asombrada al lado de un gran marco dorado.
Aún tirando de la maleta de Cassie por la alfombra de color azul
pálido, Isabella se volvió, frunciendo el ceño.
—¿Qué? ¿Oh, el Monet? No, por supuesto que no es una impresión,
tonta. Ninguno de ellos lo son. Vamos, Cassie.
Separándose a regañadientes de la pintura, Cassie la siguió. Estaba
tratando de parecer serena, desinteresada y en casa, pero tenía una terrible
urgencia de arrastrarse detrás de Isabella de puntillas. En cualquier
momento, alguien vendría y la sacaría, y entonces estaría fuera a su aire
como el fraude que era.
Ha habido un terrible error, le dirían con frialdad. Un caso de identidad
equivocada. ¿Puede encontrar su camino de regreso? ¿A Cranlake
Crescent, donde pertenece? Naturalmente pagaremos su pasaje. Parece
como si usted necesitara la caridad...
20

Mientras tanto, bien podría sumergirse en la atmósfera. Dios, esto era


hermoso. Ella había imaginado que tales edificios existían, pero sólo en los
cuentos de hadas. ¿No necesitaba vestidos de seda y crinolinas para pasar
el rato en un lugar como este? ¿O, al menos, un ovillo de hilo que le impidiera
perderse para siempre? Los pasillos dorados, corredores y arcos parecían
interminables, los techos con cornisa tan altos que estaba consiguiendo un
calambre en el cuello de mirar fijamente a los dioses y monstruos jugando
en el cielo pintado. La alfombra suave amortiguaba incluso el estruendo
chirriante de esa maleta de Precio Barato.
Observando a Isabella arrastrarla, Cassie se sonrojó. La Precio Barato
de segunda mano, además, parecía como si pudiera derrumbarse en
cualquier momento. No es de extrañar que los mocosos ricos se hubieran
reído.
—Está bien, no estamos muy lejos ahora. Te va a encantar, Cassie…
¡Ah!— Isabella la tiró hasta una puerta de paneles, señalando con el dedo
la placa pulida colocada en la madera.
CASSANDRA BELL
ISABELLA CARUSO
—¿Lo ves? ¡Compañeras de habitación!— Isabella apenas podía
contener su emoción, pero Cassie se quedó muda cuando la puerta se abrió
silenciosamente.
—¿Te gusta?— Isabella pasó de gozosa a fúnebre en un instante. —
¡No te gusta!
Por fin Cassie encontró su voz, pero era ronca.
—¿Gustarme? No puedo... Debe haber sido un error.
—Ningún error.— Alegre de nuevo, Isabella lanzó la maleta de Cassie
hacia una de las colchas de seda, justo al lado de una pequeña montaña
de maletas de diseñador.
Sabiendo que debía verse tan fuera de lugar como su maleta, Cassie
sintió una punzada de nostalgia por el foso estrecho que había compartido
con otras dos chicas en Cranlake Crescent. Ahora, en vez de las paredes de
abono y zócalos de color del vómito, tenía pintura rosa y dorada, y, por el
amor de Dios, una lámpara de araña.
En lugar de un baño común que olía a humedad y uñas de los pies,
podía ver a través de una segunda puerta un cuarto de baño con azulejos
de estilo eduardiano con una bañera con patas en forma de garra. En lugar
de pelearse por el maquillaje y los CDs con las chicas tan malhabladas y
tenaces como ella, tenía una compañera de cuarto que parecía y actuaba
como una estrella de cine exótica. Sin embargo, hasta ahora Isabella
21

realmente parecía... agradable.


—Esto no es una habitación, es un palacio.— Cassie no sabía si reír o
llorar. Débil en las rodillas, se dejó caer sobre la antigua colcha de seda. Ella
saltó hacia atrás levantándose, temerosa de arrugarla.
Isabella estaba mirándola pensativamente.
—Ajá. Ya veo el problema.
—¿Ah, sí?— Cassie se puso tensa. Si esta inverosímilmente hermosa
chica soltaba incluso la insinuación de una sonrisa burlona, la abofetearía
directa en su cara.
—¿Crees que eres mucho mejor que nosotros, eh?
No es lo que esperaba.
—Espera un minuto, tú…
Isabella hizo un gesto con la mano alegremente.
—Lo sé, lo sé. Has trabajado duro para llegar aquí, sí, sí, bla, bla. Bueno,
engreída señorita becaria. Puede que hayas ganado tu lugar aquí, pero voy
a tener que dejarte saber que algunos de nosotros ¡tenemos que comprarlo!
Durante unos dos segundos Cassie miró con la boca abierta a Isabella
antes de que ver que la boca ancha de la chica se contraía. En un instante
estaba sonriendo también, y luego ambas se desvanecieron en una
carcajada.
Isabella se dejó caer sobre el colchón suave.
—¿Ves? Vamos a pasarlo bien, Cassie Bell. Tú y yo, ¿verdad? No
importa ese aburrido de Perry Hutton, o esos snobs engreídos de los Únicos.
Voy a enseñarte todo sobre la Academia. De todos modos,— ella le guiñó
un ojo con picardía, — Richard es lindo y divertido, ¿no?
―Sí, claro. Lo que tú digas.— Cassie llegó tranquilamente a su maleta,
pero estaba sonriendo como un nerviosa. Nunca había hecho un amigo tan
instantáneamente. En realidad, apenas había hecho amigos en absoluto,
pensó con tristeza. ―Y a cambio, te enseñaré un poco de inglés adecuado.
Ya nadie dice más “engreída”, ¿de acuerdo?
―¿No?
―Nosotros decimos: “Keiko es realmente ella misma.”
―Ella misma. ¡Muy bien!— Isabella se rió.
―¿Quiénes son los Únicos? ¿Son una especie de prefectos o algo así?
―Algo así. No hablemos de ellos en este momento. ¡No! No
desempaquetes. Vamos.— Isabella le cogió la mano. ―¡Vamos a explorar!
***
22

―¡Háblame de la beca! ¡Vamos, becaria!


Cassie le dio a Isabella una sonrisa de soslayo. Becaria. Cuanto más
Isabella utilizaba el término de manera cariñosa, menos le molestaría
cuando alguien como Keiko lo utilizara como una burla, y Cassie tenía la
sensación que su compañera de cuarto sabía eso.
―No hay nada que contar. Había una especie de examen, pero no
fue tan difícil.
―Apuesto a que lo era,— dijo Isabella solemnemente. ―Apuesto a que
yo no podría hacerlo. Llegué a la Academia, porque mi padre es muy rico.
¿Aquí?— Dio unos golpecitos en su sien. ―Soy tan densa como un leño.
―Como una tabla,— dijo Cassie con sequedad, ―y no lo eres. De
todos modos, hubo una entrevista también. Querían saberlo todo. Lo que
había estudiado, lo que pensaba, de dónde venía. Como si estuvieran
seleccionando mis sesos. Menos mal que Patrick me entrenó.
―¿Y él es...
―¡No me vengas con eso! —Cassie se echó a reír. ―Él es mi consejero
en casa, ¿de acuerdo? Es encantador. Lástima que no sea el director.— Ella
tuvo un molesto escalofrío al recordar esa noche del mes pasado.
Despertando en la noche, como de costumbre, había escuchado la familiar
voz, cortante como un látigo, de la nueva chica, delgada y hosca de once
años, bañada en lágrimas.
—Infligiéndote daño, ¿ahora es esto, señorita? ¿Que no harías por un
poco de atención? Me cortaría un poco más profundo si fuera tú.— Jilly
Beaton era una cruel abusadora. Los inspectores la adoraban, pero era una
abusadora cuando se iban.
―De vuelta a casa en Argentina,— sorbió Isabella, ―las vacas son muy
importantes, pero conocen su lugar.
El horrible recuerdo se disipó en el acto. Reprimiendo una sonrisa,
Cassie le dio un codazo en las costillas a Isabella.
―De todos modos, Patrick es genial. No sé qué habría hecho sin él. Me
seguía acosando para qué fuera por la beca. Dijo que alguien más que
conocía había ganado un lugar y que yo también podía hacerlo, si lo
intentaba. ¿Y sabes qué? Tenía razón.
―Pero por supuesto que la tenía. Ahora, creo que hemos visto todo,
excepto los jardines. Y la forma del sexto edificio, por supuesto, pero ese está
separado, al otro lado de la calle. Mientras tanto, ¡aquí estamos! De vuelta
en la entrada principal.
¿En serio? Cassie debió haber perdido la compostura. Había estado
23

en este espacio elevado antes, por supuesto, pero por muy poco tiempo,
echando un vistazo para observar a Madame Azzedine desaparecer en las
sombras. Ahora tenía que jadear.
Una gran escalera curva bajaba desde donde estaban paradas a un
pasillo de mármol. Las escaleras estaban soportadas por enormes pilares, y
entre cada columna había una estatua blanca sobre un pedestal. Dioses y
monstruos de nuevo, reluciendo como el alabastro. El dorado era bastante
lujoso como para que Cassie contuviera el aliento, e incluso Isabella tenía
una mirada soñadora de orgullo.
―¿No es hermoso, Cassie? Espero que nos quedemos aquí más de un
trimestre. Es uno de los lugares más bonitos que hemos tenido. Bueno, en mi
tiempo. Creo que la escuela ha estado aquí antes, pero hace mucho
tiempo.
―¿Qué quieres decir? ¿No siempre ha estado aquí?
Con una carcajada, Isabella entrelazó su brazo con el de Cassie.
―¡Hemos hecho más que venir aquí! La Academia se muda cada
trimestre, ¿no lo sabías?
―No. ¿Cada trimestre? ¿En serio?
―Cada trimestre. ¡El último estuvimos en Sydney! Muy emocionante. El
trimestre de primavera, en Moscú. ¡Y el año pasado por estas fechas fue Río
de Janeiro! Me encantó Río.
Cassie se quedó boquiabierta.
―¿Se mueve por todo el mundo?
―¡Pero, por supuesto! Con la Academia he estudiado en Ciudad del
Cabo, Bangkok, Madrid... Oh, apenas puedo recordar.— Isabella sacudió el
pelo. ―Es lo que hace tan emocionante ser estudiante aquí. ¿Ellos no te
dijeron esto?
―No, nunca lo dijeron. Pero quiero decir, ¿por qué moverse?— Cassie
estaba sorprendida de la punzada de decepción. ―Esto es muy hermoso.
― A todas partes que va la Academia es hermoso,— dijo Isabella con
desdén. ―Sir Alric no lo haría de ninguna otra manera. ¡Ah! ¡Jake! ¡Jake
Johnson! ¡No te atrevas a fingir que no me has visto!
Al pie de la escalera, un chico se apartó de una chica rubia y miró
hacia arriba. Cabello castaño muy corto y pantalones vaqueros
desgastados: Cassie lo reconoció de inmediato. El americano, el macho con
la mala educación. Él sonrió a Isabella mientras ella corría bajando por las
escaleras de dos en dos, luego miró a Cassie, levantando una mano en
señal de saludo, indeciso. No hubo tiempo para más. Isabella se lanzó a sus
24

brazos y le dio un sonoro beso en cada mejilla.


Lo cuál era valiente, pensó Cassie, teniendo en cuenta cómo la
compañera de Jake la estaba mirando.
Si Jake era bien parecido, la chica rubia era impresionante. Sus ojos
eran azul hielo y su cara estaba rígida con el desdén, pero aun así era
preciosa. Al igual que la reina de las nieves, pensó Cassie, recordando viejos
libros ilustrados. Los diamantes brillando en sus oídos no eran tan duros y fríos
como ella, pero chico, era encantadora. Su piel era radiante. Al igual que
el sol de invierno.
―¡Jake!— gritó Isabella, apartándose.
―Es genial verte, Isabella,— dijo él, con una mirada de soslayo a la
diosa rubia.
Había algo ceremonioso y esquivo en su tono de voz, y el rostro de
Isabella se nubló con la decepción. Su sonrisa se hizo un poco nerviosa
cuando se volvió a la rubia.
―Hola, Katerina.
―Hola, Isabella.
La voz era gutural, el acento cortante. ¿Escandinava? Se preguntó
Cassie. ¿Alemana? Se acordó de las viejas películas en las aburridas tardes
de sábado en Cranlake Crescent. Katerina era etérea y distante, como
Greta Garbo, tal vez, o Ingrid Bergman. Fría como una rubia de Hitchcock.
―¿No es maravilloso estar de vuelta, cariño? ¿Y quién es ésta?— Su
intento de sonrisa hizo que Cassie se inquietara. ―¿Estábamos autorizados a
traer empleados en este trimestre? Desearía que me lo hubieran dicho.
La sangre se precipitó a la cara de Isabella.
―No, Katerina, esta es…
Logrando contener su irritación, simplemente, Cassie se obligó a
extender la mano.
―Soy Cassie Bell. Soy la nueva becaria.
Isabella se aflojo con el alivio. Katerina se llevó los dedos a la boca.
―Oh, perdóname.— Graciosamente tomó la mano extendida de
Cassie. ―Siempre, siempre soy tan torpe. ¿No es así, Jake?— Su sonrisa
brillaba.
―¡De ninguna manera, Katerina!
―Eso es amable de tu parte, Jake. Cassie, bienvenida a la Academia.
Estoy segura de que será una experiencia completamente nueva para ti, y
de la que vas a aprender mucho.
25

Con un esfuerzo sobrehumano, Cassie siguió sonriendo. Deseaba que


Katerina limpiara la suya de su cara. La chica era todo dientes.
―Bien. Hay mucho que hacer. Los Únicos han llamado a un Congreso
para mañana, y tengo que ayudar con los preparativos.— Ella le dio a
Isabella una mirada que a Cassie le pareció socarrona y burlona.
Oh, por el amor de Dios, pensó Cassie. Su imaginación estaba
trabajando a toda marcha. Katerina le había sonreído a Isabella, eso era
todo. La niña tenía el tacto y la sensibilidad de un Rottweiler, pero no era
Cruella de Vil. Si Cassie no dejaba de hacer esos juicios precipitados, nunca
haría amigos.
―Adiós, Katerina,— logró decir. ―Encantada de conocerte.
―Igualmente, estoy segura. Adiós, Jake.— Katerina dejó que su mano
se mantuviera en su brazo. ―Te veré más tarde.— Con una última sonrisa, se
alejó, grácil como una pantera.
Isabella se había quedado en silencio. Los pómulos de Jake
enrojecieron mientras miraba hacia Katerina con anhelo. Cassie se aclaró la
garganta y se tragó su orgullo.
―Gracias,— dijo ella alegremente. ―Me has salvado de una muerte
desastrosa esta mañana.
―¿Ah, sí?
―¿Debajo de un coche? ¿En la puerta?
―Oh. Sí.— Jake se rascó el cuello torpemente. ―Eso está bien. Lo
siento, fui un poco cortante. Tú me diste un... un susto.
―Bien. Ellos en realidad no me habrían atropellado, por supuesto.
―¿Tú crees?— dijo él sombríamente, antes de cambiar bruscamente
el tema. ―¿Así que estás disfrutando del día, carne fresca1?
Cassie hizo una mueca.
―¿Cómo dices?
―¡Jake!— lo regañó Isabella.
―Lo siento, ¿dije carne fresca? Quise decir novata1, por supuesto.—
Cassie parpadeó ante su amargo sarcasmo. ―Escucha, Isabella, es genial
verte, pero tengo que ir a inscribirme en las clases. Nos vemos más tarde,
¿de acuerdo?
―Oh. Está bien.— Su decepción era demasiado obvia.
26

1 Carne fresca – novata: es un juego de palabras, en ingles, carne fresca es fresh meat y novata o
estudiante de primer año, sea de secundaria o universitario, es freshman, de ahí fresh meat y
freshman.
―Encantada de conocerte, entonces,— dijo Cassie.
―Y a ti,— dijo Jake abruptamente. ―Bienvenida a la Academia. Oh,
¿Isabella?
―¿Sí, Jake?
Por Dios, pensó Cassie. La niña también podría haberse tatuado en la
frente “Pídeme cualquier cosa”.
Jake asintió hacia Cassie, pero él estaba mirando a Isabella.
―Cuida de ella, ¿de acuerdo? Tú conoces a este lugar. Ella no.
―Claro, Jake. Sabes que lo haré.
―Condescendiente,— murmuró Cassie mientras él se alejaba.
Isabella apartó la mirada de su retirada para mirar a Cassie.
―No, en verdad, él es sólo un poco…
Cassie le dio una lenta sonrisa.
Isabella se encogió de hombros, se mordió el labio con tristeza.
―¿Sólo un poco él mismo?
―Así es.
Las dos se rieron, Isabella un poco demasiado histéricamente.
Isabella entrelazó su brazo con el de Cassie.
―Vamos y registrémonos.
―Muy bien. Yo…
Algo erizó la nuca de Cassie. Frunciendo el ceño, se volvió.
En la curva de la escalera había un muchacho, impecablemente
vestido con un traje negro con estilo. Un libro estaba abierto en su mano,
pero no lo estaba leyendo, él la estaba mirando, fijamente, y parecía estar
conteniendo la respiración. Ella esperaba que él se sintiera avergonzado,
pero no se apartó. Su oscura y diáfana mirada estaba clavada en la suya,
pero no sonrió.
Cassie tampoco. Su cuello se estremeció de nuevo. Sentía una
especie de emocionante sorpresa en sus nervios, pero si él no iba a mirar
hacia otro lado, ¿por qué lo haría ella? Era de pelo negro, piel bronceada,
y hermoso. Tan hermoso como Katerina, pero de una manera diferente. Su
belleza no era fría. Era seria y cálida, y la palabra noble vino a su cabeza…
27

¡Por el amor de Dios! ¿En qué estaba pensando? Tiró del brazo de
Isabella.
―¡Vamos!— dijo ella entre dientes.
―Está bien.— Había risa en la voz de Isabella. ―Puedes mirar, sabes. Tú
también puedes. Eso es todo lo que cualquiera consigue con él.
—¿Por qué?— Ella no lo haría, no lo haría, no se giraría para ver si él
todavía estaba allí. A pesar de que el esfuerzo la estaba matando.
—Ese,— dijo Isabella, —es Ranjit Singh.
28
3
C
assie pateó fuera la última sábana de algodón y se tumbó
abierta de piernas, mirando a la lámpara. Esta parpadeaba en
la luz de la luna, tintineando gentilmente. Hacía media hora
había empujado las cortinas de damasco separándolas un poco y abrió la
ventana, pero eso no había ayudado mucho. La habitación estaba
demasiado caliente, la cama demasiado suave. La camiseta de su pijama
barato de supermercado estaba aferrada a su piel. E Isabella, durmiendo
en el sueño comatoso del inocente, estaba roncando gentilmente.
Cassie le dio a su compañera de habitación una sonrisa irónica. Era
bueno que incluso la tempestuosa belleza Latino Americana roncara. De
todas formas, Cassie no tenía intención de despertarla. Por supuesto que
Isabella no estaría tan excitada con una becaria en su primera noche.
Oh, esto era inútil. Deslizándose fuera de la cama, paseó hacia la
ventana y empujó la cortina un poco más. Reconsiderando el punto de
referencia que chisporroteaba como enormes joyas y familiares por los libros
que Patrick le había mostrado: el Arco del Triunfo, el elevado obelisco en el
lugar de la Concorde, la Torre Eiffel. Temprano esa noche, Isabella se había
arrastrado a través de la ventana.
—¡Son tan maravillosos, mira! La ville lumière, Cassie —¡La ciudad de
la Luz! —Isabella se había reído con deleite. —¿Qué mejor lugar para la
Academia Drake?
Su habitación estaba en el tercer piso. ¿Cuánto más, se preguntó
Cassie, vería desde la parte superior?
Cassie no podía soportar el calor opresivo así que se puso su bata y las
zapatillas. De todas formas, su camiseta-y-conjunto eran perfectamente
decentes, si un poco faltos del departamento de estilo parisino. Cuando
abrió la puerta, Isabella se movió, girándose, y volviendo a roncar.
Exhalando, Cassie salió al pasillo.
Estaba aliviada de ver que las pequeñas lámparas de la pared ardían
suavemente, creando piscinas de luz en la oscuridad. No es que tuviera
miedo a la oscuridad. Ella sabía que había cosas peores a las que temer que
29

a fantasmas y vampiros y hombres lobo.


Palabras, por ejemplo. Las palabras eran como los colmillos, si eran
afiladas por una experta como Jilly Beaton. Las palabras podían morder
profundo.
Oh, eres una pequeña puta sin valor, Cassandra Bell. Incluso una gran
puta sin valor que tu madre no quiso.
Ella solía tener miedo de Jilly Beaton. Demasiado miedo para contarle
a alguien su vil acoso.
Nadie te creerá, de todas formas, ¡eres una asquerosa pequeña
mentirosa! Está en tu expediente —mentirosa compulsiva. Intenta decírselo
a alguien y yo tendré que retirar tus privilegios otra vez.
Así que Cassie nunca se lo había dicho a nadie. Había aprendido a
defenderse ella misma en su lugar. Y cuanto más mayor y más alta, más
descubrió que una fría mirada en blanco de odio funcionaba mucho mejor
que llorar o gritar. Jilly Beaton la dejó en paz y persiguió a niños pequeños en
su lugar. Un día, Jilly nunca sabría cuando al girarse después de atormentar
a alguna pobre chica se encontraría a Cassie vigilando en silencio, con sus
ojos llenos de la silenciosa promesa de retribución. Eso parecía desalentarla.
La hacía mantener las distancias y le compraría a las otras pobres chicas
algún alivio, aunque fueran durante unas pocas semanas.
Cassie se estremeció, deseando haber llevado su salto de cama
después de todo. Al menos habría tenido a Patrick. Confiaba en él —no solo
con algo, sino con todo. Él la había sacado de sí misma, la hacía reír, la
enseñaba que valía la pena. Y ahora aquí estaba, en una de las más
prestigiosas escuelas del mundo.
La vida fue divertida...
Descalza, se arrastró hacia las grandes escaleras. No tenía miedo,
pero chico, este lugar era espeluznante. Si pensaba mucho, si escuchaba
demasiado fuerte, casi podía oír los sonidos. Crujidos. Susurros. La señal de
una débil brisa. Un paso.
Oh, no seas tonta. Se dio una sacudida mental.
No. Ahí estaba otra vez. Congelada, se enderezó para escuchar.
Sí. Definitivamente. El sonido vino de más abajo. Un paso muy suave;
si no hubiera caído en el suelo de mármol del vestíbulo de entrada, nunca
lo hubiera oído. Este no era un pisar cuidadoso de alguien que no quiere
molestar a los durmientes —era alguien que no quería ser descubierto.
30

Cassie conocía la diferencia.


¿Un intruso? Dudosamente, puso una mano en la dorada barandilla y
miró hacia la penumbra.
La luz de la luna y las sombras, y por un instante el pasillo estuvo lleno
de fantasmas. Su corazón dio un salto en su pecho, pero un segundo
después Cassie reconoció las formas blancas. Las estatuas que había visto
antes.
Algo aún estaba mal. Aquiles estaba matando a Hector,
despiadadamente, pero solo había dos figuras de mármol en ese pedestal.
Así que ¿por qué había tres sombras lanzándose en el suelo?
Alguien estaba escondido. Quien fuera se había zambullido detrás del
pedestal cuando oyeron que alguien se acercaba. Ahora Cassie también
podía oír unos pasos no amortiguados. Cuando observó, mantuvo la
respiración, el portero rechoncho apareció y se quedó de pies quieto, en
silenciosa alerta.
Cassie no se atrevía a respirar, y no se atrevía a moverse por si acaso
el movimiento llamaba su atención. Solo podía esperar que él no mirase
hacia arriba. No podía decir por qué, pero lo sabía, instintivamente y con
seguridad, que no quería que esos ojos mortales y salvajes del portero la
pillaran fuera de su dormitorio. No quería que pillara a nadie. Ni siquiera a un
ladrón.
Al final se giró, claramente reticente a investigar cada sombra en el
pasillo, y sus pasos decayeron.
Debajo del cuerpo moribundo de Hector, la tercera sombra se movió,
deslizándose desde el refugio de la estatua y dirigiéndose a la gran escalera.
Con su corazón en la garganta, Cassie retrocedió, buscando
frenéticamente un lugar para esconderse. El merodeador estaba subiendo
por las grandes escaleras —justo hacia ella. Maldición. Estaba fría y con
miedo. No había cortinas convenientes, solo sombras y pequeños huecos.
Se presionó hacia atrás, quedándose absolutamente quieta.
Sus pasos eran casi silenciosos ahora en la rica alfombra, pero cuando
le sintió acercándose ella tomó una pequeña respiración y la mantuvo, sin
hacer ruido. Excepto por su corazón, por supuesto, golpeando como un
martillo, pero afortunadamente él no podía oír eso. Ni verla, cuando pasó
cerca como un fantasma.
Jake Johnson.
Ella frunció el ceño. ¿Qué estaba haciendo levantado? Durante un
momento pensó en arriesgarse en volver a su dormitorio. Su bonita, segura,
maravillosa habitación con su compañera roncando suavemente. Podía
31

quedarse levantada con un pequeño insomnio.


Solo que había una cosa mal en ese escenario, decidió Cassie: no le
gustaba los demonios nocturno. Nunca estaban levantados para algo
bueno. Si algo estaba mal, quería ser la primera en saberlo. El conocimiento
era poder: había aprendido esa lección muy bien en Cranlake Crescent.
De cualquier manera, ¿de qué había que tener miedo? Esperando
hasta que Jake hubo girado en el siguiente descansillo, ella se deslizó de las
sombras y le siguió.
Maldición, él era bueno. Su antena era mucho mejor que la de Jilly
Beaton. Él supo parar inesperadamente, escuchar por si alguien le seguía.
Podía moverse rápidamente y usar la oscuridad justo como ella. En la parte
superior de las escaleras, ella casi había perdido el rastro.
Él se había deslizado en el pasillo superior. La negrura era más
completa aquí en el piso desierto de la parte más alta: el techo era bajo y
la única luz se filtraba de los niveles inferiores. La curiosidad de Cassie era lo
bastante fuerte para golpear sus nervios. Caminó hacia el pasillo.
Cuando se ojos se ajustaron, divisó una mancha arqueada de luz.
Encogiendo sus pies descalzos en la suave y consoladora alfombra, dio otro
tembloroso paso, luego otro. Vale: ahora estaba entregada. ¡Vamos, Cassie!
¿De qué tienes miedo?
Su progreso era dolorosamente lento. Medio esperaba que Jake
saltara fuera, pero no estaba en ninguna parte para ser visto. Luego,
después de avanzar mucho, divisó su silueta delante. Salió corriendo detrás
de él, y llegó a una parada mortal.
¿Eso podía ser otro conjunto de pasos? Seguramente tenían que ser
los de Jake.
No. Esos pasos estaban detrás de ella. Menos precavidos, pero aún
furtivos. Y definitivamente en la gran escalera. ¿El siniestro portero? Quizás.
¿Qué haría él si pensaba que se estaba escabullendo? ¿Delatarla a los
profesores? ¿O tratar con ella él mismo? ¿Y si no era el portero...
Oh, Dios.
Cassie rompió en una insegura carrera. Justo cuando el pánico
comenzó a saturarla, vio un arco de brillante luz más grande, y luego estuvo
debajo de ella. Agarrando el estuco, se recostó, intentando poner bajo
control su aterrada respiración. Una vez más oyó un paso, y tomó su decisión.
Se balanceó alrededor de la esquina y entró en una escalera más pequeña.
Era brillante como la luz del día después de la terrible oscuridad del
pasillo. Ni siquiera estaba preocupada por alertar a Jake; de alguna manera
sería tan malo como ser atrapado por quien fuera —o lo que fuera— que
32

estaba detrás suyo. Jake era un borrón moviéndose rápido, deslizándose por
las escaleras de dos en dos, pero casi estaba desesperada en alcanzarle
ahora, cual fueran las consecuencias. Agarrando la barandilla, siguió
bajando en silencio.
Alcanzando el tercer piso, Jake giró a través de un pasaje
abovedado. Tragándose su miedo, Cassie esperó un momento. Los pasos
detrás suyo aún se hacían eco suavemente. No mucho tiempo. Ajustando
su mandíbula, ella miró precavidamente alrededor de la esquina.
El nuevo pasaje era quizás treinta pies de largo. Estaba bien,
siniestramente, iluminado por hileras de pequeños huecos, cada uno
ocupado por un busto clásico. Jake debía tener unos nerviosos colosales,
pensó Cassie. Las cabezas de los guardias de mármol parecían
aterradoramente reales, sus cuencas oculares en blanco aterradoras. Aun
así Jake debía haber pasado entre ellas, porque estaba agachado en una
puerta al final del pasillo, comprobando el pomo.
Esta no le daba paso. Trabajó algo en la cerradura, empujando y
retorciéndola frenéticamente, pero cuando intentó el pomo otra vez aún no
le dio paso. Miró con miedo a los huecos en cada lado de la puerta, pero
nada se movió, nadie le retó. Después de unos pocos intentos más en la
cerradura, se apoyó contra la puerta, presionando su cabeza en la madera
como alguien desesperado.
Uh-oh. Iba a darse por vencido, y si se giraba ahora la vería
seguramente. El tiempo se acababa. Dando tres rápidos pasos hacia atrás,
ella dudó.
De ninguna manera iba a retirarse escaleras arriba hacia ese pasillo
oscuro, hacia ese segundo conjunto de pasos que se hacían eco. No.
Bajaría en su lugar, e intentaría encontrar su camino de vuelta por otro lugar.
Se zambulló escaleras abajo, rompiendo en una medio carrera. Si solo
pudiera llegar a la parte inferior, estaría a salvo, estaría segura. Casi estaba...
Cassie estaba a medio camino en el último tramo cuando sintió un frío
helado entre sus omoplatos. Estaba siendo observada.
Parando abruptamente, hundió sus dientes en el labio inferior e intentó
no gritar. Era demasiado tarde intentar esconderse. Si se giraba vería quién
o qué, estaba detrás suyo —y realmente, de verdad, no quería hacerlo.
Quizás era el portero. Quizás era Jake. Pero ¿quién sabía qué más podía
estar acechando en este lugar escalofriante en las tardías horas?
Estúpida. Qué cobarde era. ¡Por supuesto que tenía que mirar!
Apretando sus dientes, Cassie se giró y frunció el ceño.
Los ojos del observador brillaban. Cassie se puso rígida por el miedo.
Sin correr, la figura retrocedió.
33

Un temblor la estremeció bajando por su columna. No era Jake. Ni el


portero. Aun así había algo en esa silueta —algo en su tranquilidad— que
era alarmantemente familiar. Había sentido esa fría mirada animal antes,
hormigueando en su nuca.
No tenía manera de probarlo, incluso para sí misma, pero Cassie lo
sabía en su médula ósea.
¡Puedes seguir mirando, Cassie! Eso es todo lo que todos consiguen
hacer con él...
34
4
—¡M atemáticas!— se lamentó Isabella. —¿Por qué
debemos empezar con matemáticas?
Amontonando sus libros en un solo brazo,
Cassie estrujó el codo de su compañera consoladoramente.
—Tenemos que empezar con algo. No es tan malo.
—Es un terrible presagio. Fracasaré este año, sé que lo haré. Papá
estará furioso.
—¿Te refieres a que él rechazará comprarte una nueva serie de
caballos de polo?— Jake Johnson llegó junto a ellas. —Pobre heredera. Sólo
hazlo con los viejos.
Isabella lo codeó, no gentilmente.
—Sé amable conmigo, Jake. Soy muy frágil para aguantar tu
desdén.— Ella lanzó su melena de pelo. —Una delicada flor del sur.
Jake se rió a carcajadas.
—Sí. Y ¿debería enseñarte la costilla que acabas de romper?
—A cualquier hora.— Ella le dio una dulce sonrisa.
Cassie estaba entretenida, pero ansiosa. El flirteo de Isabella se veía
mucho más serio que el de Jake. De todas formas, ¿no estaba él colado de
la Congelada Mujer de Nieve? No quería que su compañera tuviera un
amor no correspondido.
Además ¿Qué estaba tramando él?
Jake se veía alegre, sin complicaciones, americano. Se veía como un
chico normal. Era difícil de creer que lo hubiera perseguido la noche
pasada. Cassie casi pudo haber creído que había soñado eso —si no
hubiera sido por las sombras de cansancio bajo sus ojos café. Cuando él le
sonrió, ella no le devolvió la sonrisa, y él frunció el ceño ligeramente.
No sé qué estás tramando, pero sé que estás tramando algo...
35

Incómodo, Jake devolvió toda su atención a Isabella.


—De todas formas, señorita Caruso, las matemáticas son justo lo que
necesitas. El mayor logro de la razón. — Una ancha sonrisa abierta suavizó
su cincelado rostro. —Esto no cede a una violenta emoción. Trae orden
fuera de un completo caos. ¿Estoy siendo directo? ¡Au!
Ella le pegó de nuevo con un libro de texto.
—Si vas a insultarme, Jake Johnson, no hablaré contigo en todo el
trimestre. ¡Ah!— La cara de Isabella brilló mientras llevaba a Cassie a una
parada al lado de un enorme retrato. —Debes ver esto Cassie. Tú, Jake
Johnson... Vete.
—¡Hey!— Él levantó ambas manos aún riendo. —Me considero fuera.
De todas formas,— él le lanzó una ojeada a la pintura —me excusarás si no
me quedo a hacer una reverencia.—Él se paseó hacia el salón de clases.
Isabella frunció el ceño.
—¡Ese chico es imposible!— exclamó. —No tiene respeto. Por nadie. Ni
siquiera por este asombroso hombre.— Ella ondeó sus dedos hacia la
pintura. —Mira Cassie. Podría ser todo lo que veas de él.
—¿Sí?— El retrato era tan grande que Cassie tuvo que retroceder un
paso para contemplarlo. —¿Quién es ese?
—Este es el señor Alric Darke.
Cassie lo estudió. ¿Así que este era el legendario fundador de la
Academia Darke? El retrato era moderno, su rostro angular definido en
engañosos casuales pincelazos. Sus ojos ardientes de viva inteligencia, sus
colores mezclándose en gris pero destellando como mica en granito. Su
oscuro cabello con mechones plateados crecía en una perfecta cúspide
de viudez, un cabello perdido rodeando su frente como una delgada
hoja. Había sido pintado en su escritorio, un libro abierto bajo su mano, y
estaba mirando al artista con una mirada fría, curioseando. Cassie sintió que
él estaba mirando directamente a su cerebro y alma.
—Mierda— dijo ella un momento después. —Apuesto a que esos ojos
te siguen alrededor de la habitación.
—Impresionante, ¿no lo crees?— Isabella tiró de su brazo. —Ven
Cassie, no puedes estar aquí para siempre. ¡Llegaremos tarde!
Cassie dejó que Isabella la arrastraba hacia el salón de clases, pero
no pudo entrar sin mirar atrás una vez. Sí, te seguían.
—Señorita Caruso.— El maestro de matemáticas miró detenidamente
a través de sus gafas de media luna, mientras Isabella volaba entre el salón.
—Es el primer día del trimestre. Por favor no me diga que su reloj será tan
36

abominable como su álgebra. Otra vez.


—Oh, Herr Stolz, lo siento mucho.— Isabella le lanzó una dulce sonrisa
mientras arrastraba a Cassie hacia dos escritorios vacíos. —Sólo sé que usted
hará algo de mí este trimestre.
Alguien al final del salón murmuró unas pocas palabras que Cassie no
logró entender. Miró alrededor: Katerina. La chica a su lado explotó en risas.
Keiko. Por supuesto.
Sin darse cuenta, Isabella descargó sus libros en el escritorio.
Stolz forzó su nerviosa boca en un ceño fruncido.
—¿Guiando a la perdición a nuestra chica nueva también?
Avergüénzate, Isabella. Pero bienvenida a la academia, Cassie. He visto su
expediente... muy impresionante. Espero grandes cosas de usted.
Cassie sintió que la sangre corría por su cara mientras cada estudiante
se giraba para mirarla. Ella se deslizó en su silla, los hombros encorvados,
tratando de ocupar la menor cantidad de espacio posible. Cuando Isabella
le dio un empujón en las costillas, ella jadeó y se sentó erguida, sus hombros
tirándose hacia atrás. Jake no estaba bromeando acerca de la costilla rota.
Mientras Stolz se giraba para garabatear en la pizarra, el mismo Jake
inclinó el escritorio a su izquierda.
—Eso es todo por el polo— explicó en una actuación susurrada. —Es
mortal con un mazo. Como te lo digo.
—Ignóralo— siseó Isabella. —Ahora, Cassie. El lindo chico rubio, es
Dieter. Él es de Bavaria. Cormac, a su lado... él es de Dublín. ¿No tiene unos
bonitos ojos azules?— Descaradamente, Isabella señaló más estudiantes. —
Ayeesha es de las Indias Occidentales. Barbados, creo. Es muy buena.— Ella
bajó su voz. —Más buena que algunos de ellos.— Disparadamente, hizo un
gesto en la dirección de Keiko y el grupo al final del salón, antes de continuar
sus presentaciones.
—Al lado de Ayeesha está su compañera de cuarto. Su nombre es
Freya: noruega. Alice. Es inglesa, como tú. Perry Hutton, ya sabes, peor
suerte, y el pobre Richard tiene que compartir con él.— Ella aspiró. —El
compañero de cuarto de Jake es sudafricano: Pumzile, allí. Tiene una
gemela, Graca, pero está en otra clase de undécimo año. Está muy bien
que dividieran a esos dos, si me preguntas...
—¡SEÑORITA CARUSO!
—Lo siento.— Ella sonrió dulcemente.
37

—No. No lo sientes— musitó Jake.


—Y usted, señor Johnson— dijo el maestro, quien no se había girado.
—Si fuera lo suficientemente bueno en darme su atención en lugar de estar
flirteando, ¿quizá podría decirme cuál es el valor de x en esta ecuación?
—Seguro— dijo Jake. Él ni siquiera miró a la pizarra. —Es b menos y
dividido entre z, ¿tengo razón? No, está bien Herr Stolz. Sé que tengo razón.
—Muy astuto por su parte, Jake.— Pero Stolz estaba sonriendo.
—Puede decirlo de nuevo— habló lentamente alguien desde la parte
de atrás del salón.
Cassie se giró. Sí, había reconocido la voz: Richard, el suave chico
inglés, le dio una sonrisa cálida y un guiño flirteante. Él, Keiko y Katerina se
sentaban juntos en ese —grupo no tan bueno— que Isabella había dicho.
Lo que golpeó a Cassie, ahora que tenía la oportunidad de mirarlos
fijamente, era su completamente colectiva belleza. Se veían como un
anuncio salido de alguna lustrosa revista. Vanity Fair, tal vez o Vogue, una
de esas publicadas cada mes que Lilly Beaton solía leer.
Katerina se sentí alerta, su pluma fuente Mont Blanc rebotando
bellamente contra su mejilla. Keiko, por otro lado, estaba ajustando su labial
en un espejo pequeño, una esmaltada uña en la esquina de su boca. Las
largas piernas de Richard estaban estiradas frente a él, sus manos juntas tras
su cabeza. No hubiera podido verse más desinteresado en las ecuaciones
aunque solo lo intentara.
Cassie esperaba que Stolz regañara a Richard como lo había hecho
con Isabella y Jake, pero no lo hizo. Ni siquiera se dio la vuelta. Mientras
miraba fijamente la pizarra, su cuello se enrojeció, y lo frotó ansiosamente
con una mano, obteniendo tiza en su pelo.
—Señor Halton-Jones— se detuvo de nuevo. —Creo que…
—Oh, vamos, vamos Herr Stolz.— Richard bostezó y se estiró. —Nuestro
amigo americano se está luciendo. Desafiando su autoridad, diría. No es un
buen inicio de trimestre para él. O usted.
—¡Richard!— siseó Ayeesha, girando su silla para fruncirle en ceño. —
Es suficiente.
Jake se erizó.
La voz de Stolz era conciliadora.
—Señor Halton-Jones, créame. No me importa cuando obtengo tales
respuestas tan exactas y rápidas. Ahora...
38

—De hecho, creo que esa ecuación es un ejemplo en el nuevo libro


de texto.— Richard miró con el ceño fruncido, frunciendo los labios. —Estoy
seguro de haberlo visto.
—El infierno que lo es— chasqueó Jake.
—Bueno, Jake, si sientes la necesidad de estudiar durante las
vacaciones, puedes quedarte con el resto de nosotros, no hay nada de qué
avergonzarse.
Jake medio se levantó.
—Puedes besar mi...
—¡Caballeros!— ladró Stolz. El rubor rojo había llegado hasta sus
pómulos. —Jake, siéntate. No tendré tal comportamiento en mi sala. Véame
después.
Cassie intercambió una mirada de sorpresa con Isabella, quien elevó
sus cejas. Stolz simplemente se giró a la pizarra, consultando su libro en su
mano izquierda. Este temblaba suavemente.
—Richard.— Una lánguida voz rompió el embarazoso silencio. —
Ayeesha tiene razón. Compórtate. Le estás dando a nuestra nueva
compañera un mal ejemplo.
Richard sonrió abiertamente.
—Lo que sea que digas, Katerina. Pido disculpas.
—De hecho, todos nosotros debemos disculparnos.— Katerina revisó
su reloj. —Herr Stolz, un Congreso ha sido convocado para los Únicos. ¿Por
favor nos excusa?— Su sonrisa esperanzada era dulce, pero ya estaba
reuniendo sus libros. Lo mismo hacían varios estudiantes.
Sólo Ayeesha se veía avergonzada mientras se ponía de pies.
—Lo siento mucho, Herr Stolz. Debería haber sido avisado.
Stolz se dio la vuelta.
—Gracias, Ayeesha. Tienes razón, no fui informado, pero... sí, por
supuesto.— Él tensó sus dedos en la tiza, y ésta chasqueó. —Deberían irse.
Qué desperdicio de respiración, pensó Cassie. Ellos ya se estaban
yendo, y Stolz ni siquiera trataba de retrasarlos. La expresión en su cara era
una extraña mezcla de furia, aprensión y alivio.
—Incidentalmente Ranjit envía sus disculpas.— La lengua de Katerina
se rezagó en el nombre. Su atención revoloteó al resto del salón. Luego vino
a descansar en Stolz. —Él tenía asuntos importantes de los Únicos esta
mañana, pero espera continuar sus clases mañana.
39

Cassie no pudo más que boquear. Nadie más se dio cuenta mientras
los estudiantes dejaban el salón, todos hablando despreocupados con
excepción de la silenciosa Ayeesha. Keiko lanzó una última mirada fruncida
en la dirección de Cassie, y luego se fueron.
El resto de la clase esperó expectantemente mientras Stolz
jugueteaba con la tiza quebrada. Cassie no podía creer lo que estaba
viendo. Aquella multitud había pedido al maestro un permiso para salir, pero
no habían esperado la respuesta, y ¿quién pensaba que era Ranjit Singh?
Stolz no hizo comentarios, ningún comentario.
—Ahora.— Él aclaró su garganta y clavó su pedazo de tiza
viciosamente en la pizarra. —El valor de z…
***
—¿Qué fue todo eso?— A Cassie le gustaban las matemáticas, pero
estaba muriéndose porque la lección terminara para poder acorralar a
Isabella en el pasillo. —¿Las clases son opcionales para los prefectos, o qué?
Isabella puso cuidadosamente su cabello detrás de su oreja.
—Ellos no son prefectos. Son los Únicos. Hacen más o menos lo que
quieran. —Encogiéndose de hombros se marchó en el pasillo. —Algunos de
ellos se aprovechan, otros no.
—Pero, ¿quiénes son?
—Los Únicos, te dije. Los favoritos del señor Alric.— Ella revoloteó los
dedos despectivamente.
—Pero no parecen darles una sacudida a los maestros.
—Bueno. Ellos son mucho más importantes que los mismos maestros,
Cassie.
—Oh, vamos.
—En serio. Los Únicos prácticamente recorren la escuela. No
oficialmente, pero es obvio, así es como realmente es. No te vayas al lado
malo de ellos, es mi consejo para ti. Algunos de ellos son perfectamente
buenos, pero otros…
—Es una locura. ¿Quién llega a ser uno de los Únicos?
Isabella se encogió de hombros, resoplando.
—Los mejores, más ingeniosos y más hermosos. ¡Hah!
Cassie la codeó, sonriendo.
—Y, ¿Por qué no eres uno de ellos?
Isabella se carcajeó.
40

—Eres muy amable, Cassie. ¿Quieres que te diga la verdad? ¡Ellos no


me lo han preguntado! Punto.
—Eso es algo difícil de creer,— dijo Cassie. —Quizá significa que están
celosos. Aislándote o algo. Eres más bonita que Keiko y te apuesto también
a que eres más inteligente.
—Oh, seguro. Y ella lo sabe.— Isabella le sonrió. —Bueno, tienen una
iniciación este trimestre, es lo que oí. Eso significa que alguien más se unirá a
los Únicos.
—Tienes que ser tú.
—Pueden preguntar, si quieren. O no. Como deseen.— Isabella inclinó
su barbilla altaneramente. —Perry Hutton está... ¿cómo lo dices?...
Atragantándose por eso. Pero no es como si me interesara de una manera
u otra.
Sí pensó Cassie secamente. Seguro.
—¿Qué hay de Katerina? ¿Es la chica principal?
—Más como Gato Jefe.— Isabella arrugó su nariz.
—¿De dónde es?
—Suecia,— dijo Isabella descuidadamente. Oh, correcto. Así que el
lanzamiento hacia el estrellato de Cassie había sido reconocido. Aunque,
no es que pudiera imaginar a Katerina en Vanting to Be Alone. ¿Quién más
era sueca? ¿Abba? Cassie arrugó su nariz. No era una buena comparación.
—Aunque, puedo verla en un traje plateado de gato,— masculló bajo
su respiración.
—¿Qué? Oh, mira. Ahí vienen,— Isabella le empujó en las costillas.
El castañeteo de la muchedumbre de estudiantes en el pasillo de
mármol se silenció, separándose nerviosamente.
Entre ellos venían los estudiantes faltantes de la clase de matemáticas,
juntos, con otros seis o siete igualmente hermosos. A algunos de ellos —
Ayeesha, una chica rubia a su lado, y el chico irlandés, Cormac— les
llamaron unos amigos y se fueron del altanero grupo. Los otros acecharon
pasando a sus compañeros como si nadie más que ellos existiera.
—Deben haber terminado su Congreso, ¿ves? Los favoritos del señor
Alric ni siquiera pueden tener reuniones como cualquiera. Tienen que tener
un Congreso.
Cassie captó la impresión que Isabella quería escupir, pero su aire de
diabluras fue rápidamente restaurado.
41

—Cassie, ¡ven! ¡Debo presentarte a Ranjit!


Oh, Dios.
¿Por qué el completo terror? Cassie sacudió su cabeza. Él sólo era un
chico. Un tipo lindo, incluso más lindo de cerca. Elegante. Y también tenía
estilo. Su negra chaqueta era tan fina como nada que ella hubiera visto,
pero él la usaba con una casual confidencia que Cassie nunca había visto
en su propia época. Ella sintió en su mente una lluvia de inteligentes
pensamientos mientras Isabella tiraba de ella hacia él.
—¡Ranjit!
Él se giró, y Cassie tomó una respiración. Él estaba de pie justo bajo
una de las más asombrosas estatuas. Dios, pensó Cassie, hace a Aquiles
verse como un desaliñado…
Era difícil creer que esos gentiles ojos ámbar se vieran tan terroríficos la
noche pasada.
Ranjit asintió
—Isabella.
La chica argentina lo besó rápidamente. Cassie esperaba que no
fuera a entrometerse en sus pómulos.
—Ranjit. Esta es Cassie Bell. Es nueva aquí. ¡Di hola!
—Hola,—dijo él, —Cassandra Bell.
Ella pudo sonreír, o algo. Más como una mueca, realmente. Jamás
había escuchado una voz tan baja y tan hermosa, e hizo mover sus
intestinos. Dios Todopoderoso. La única palabra que apareció en su cabeza
—aparte de guau— era inalcanzable.
—Cassandra Bell,— repitió él. —Tú eres la...
—Chica becaria— dijo ella fuertemente.
Ranjit hizo una extraña cara que era medio sonrisa, y medio ceño
fruncido.
—Iba a decir que eras la lista.
—Oh,— dijo Cassie sin convicción. —Correcto.
—Entonces, ¿qué piensas del lugar?
Él sonaba genuinamente interesado. Quizá no era tan inalcanzable
del todo.
—Bueno, es muy diferente...— empezó ella, pero la mirada de Ranjit
ya no estaba en ella.
42

—Estoy seguro,— la interrumpió él bruscamente, enfocándose ahora


en algún lugar sobre su hombro izquierdo. —Bueno, disculpad.— Y con eso
se fue y desapareció entre la multitud.
Au. Cassie nunca se había sentido tan comprensivamente desairada.
Bueno, no tan interesado, entonces
—Oh.— Llegando a una parada a su lado, Katerina hizo un puchero.
—Siempre se va corriendo. Pobre Ranjit. Tan trabajador.
Richard estaba en el hombro de Katerina, y murmuró en su oreja.
—¿No tenías algo que discutir con él?
—Lo tenía, cierto.— Sonriendo, Katerina lo besó en la mejilla y se fue.
Ahora ella tendría un momento para recobrarse. El vacío sentimiento
de la sorpresa de Cassie rápidamente fue llenado por enfado. Pobre Ranjit,
claro. ¿Quién se creía que era ese engreído?
Si alguien en este lugar merecía simpatía, era Jake. Casi todos los
chicos del pasillo estaban garantizadamente comiéndose con los ojos a
Katerina, incluso el americano, retrasadamente llegado después de su
reunión con Stolz, estaba hipnotizado.
Incluso con la sueca desaparecida de la vista, todavía miraba detrás
de ella. Oh, estaba bien loco. Pero el mismo chico que llevaba su corazón
en la mano esta mañana era el mismo chico que estaba merodeando en
los pasillo la noche pasada. ¿Qué iba a hacer?
—Cassie Bell, eres completamente la estrella.— Cassie regresó de un
brinco a la realidad mientras Richard tomaba y sostenía sus brazos y besaba
su mejilla antes de que tuviera tiempo de escaparse.
Ella le dio una mirada sospechosa.
—Oh, ¿sí?
—La nueva chica de oro de Stolz... la genio matemática. Me pondrás
en vergüenza.
—¿En serio?— dijo ella fríamente. —Pensé que el resto de nosotros
tendríamos que estudiar a última hora para permanecer en tu nivel.
—¡Touché!— Él le guiñó un ojo. —No el resto de ustedes. Sólo uno.— Él
se acercó más para susurrar en su oído. —Realmente, ¿Jake y yo? Son puros
celos de mi parte. Esos ojos de halcón, crueles, el cabello afeitado. Él es tan
americano, deberían esculpirlo en el Monte Rushmore, ¿no crees?—
Liberándola, suspiró, doblando sus brazos. —¡Y esa sucia elegancia! El cursi
inglés no se puede comparar.
Cassie se encontró a sí misma devolviendo su pícara sonrisa. Bueno, al
43

menos él era honesto.


Lindamente, autocrítico, también. Era una apelante combinación,
especialmente viniendo de un chico que se veía tanto como un dios joven
como el resto de los Únicos.
—Oh, tú no eres ese feo,— le dijo ella delicadamente.
Capturando sus manos, él las llevó a sus labios y las besó, luego las
presionó contra su corazón. Ella pudo sentir sus latidos a través del algodón
blanco. Tomada por sorpresa, lanzó una mirada de ¡ayúdame! A Isabella,
pero la argentina no hizo nada para resolverlo.
Su expresión era deleitada, y un poco de suficiencia. Cassie intentó
fruncirle el ceño, pero no lo pudo controlar completamente.
—Has hecho mi día.— La risa de Richard era de alto vataje. —Déjame
comprarte un café y mostrarte un poco de París. Conozco ese pequeño
Café en el Marais. ¿A las nueve mañana?
—¿No tenemos clases?
—Es una mañana de estudio. Tiempo de salir a ver la ciudad.
Sumergirnos en su cultura. ¿Dónde nos encontraremos? ¿Justo aquí? Eres mi
ángel, Cassie Bell.— Él le envió un beso volador. Luego desapareció en la
estela de Katerina.
Cassie pestañeó.
—¿Cómo demonios pasó eso?
Isabella se carcajeó.
—Le gustas, Cassie.
—Él es un encanto, es lo que es.
—¡Por supuesto! ¿Por qué no? ¡Su padre posee la mitad de tu país
Inglés Occidental! No obtienes nada más mágico que eso.— Isabella le dio
un codazo y un guiño.
—Bueno.— Cassie sacudió arrepentidamente su cabeza, todavía
tambaleándose por el impacto de aquella sonrisa. —Es un café, ¿cierto?
¿Dónde está el daño en eso?
44
5
—¿Q
ué exactamente se supone que estamos
estudiando?— Cassie golpeó ligeramente su
cuchara contra su taza de café, muy consciente de
que se veía nerviosa. Richard se reclinó en su silla.
—Vida, señorita Bell. Personas. Cultura.— Él extendió un brazo como si
estuviera presentándola a la ciudad entera. Él probablemente podría,
pensó ella secamente.
—Por lo tanto, ¿no se trata sólo de una mañana jugando o haciendo
terapia de compras?
—Ahora, ahora. El señor Alric es grande en automotivación, iniciativa,
ese tipo de tonterías. Es por eso que te llevé al Pompidou Centre primero, y
el museo.— Su rostro se repartió en una sonrisa. —Ahora podemos perder el
tiempo.
—Oh. Vale.
El sol era cálido en la parte trasera de su cuello, y un ligero rayo de luz
jugaba entre las hojas de recortados árboles y las pequeñas mesas de zinc
del café. El humo del tráfico se mezclaba con los fuertes aromas de café y
pan y el cigarrillo a acre francés de alguien. Inquietamente, ella levantó su
taza, y la bajó nuevamente. Vacía.
—Deja que te pida otra de esas.— Con eso, se vio apenas más que un
parpadeo y una sacudida de un dedo, Richard llamó a un mesero. —¿Algo
para comer, Cassie?
—Bueno, yo...
Él no esperó, pero dio su orden en recortado francés, finalizando en
una deslumbrante sonrisa que incluso el arisco mesero tuvo que devolver.
Volviendo a poner su tradicional ceño fruncido, el hombre se volvió y se
alejó rápido, como avergonzado de haber mostrado una chispa de
humanidad.
—Hay pájaros en aquel árbol,— dijo Cassie asintiendo a uno de los
recortados árboles en la plaza. —Vamos, encántalos desde aquí, te reto.
45

Richard se rió con placer.


—Prefiero concentrarme en encantarte a ti.
Cassie buscó en su cara señales de burla, pero Richard se le quedó
mirando fijamente, sonriendo.
—No estés tan colgada en ser una becaria de estudios,—dijo él. —Eres
mucho más interesante que esas mimadas herederas e hijas de los déspotas.
Más bonita también.
—Oh, consigue una vida.— Cassie se sintió del color de la escarlata.
—¿O te refieres a que soy más bonita que los déspotas?
Richard dio una risotada.
—Me gustas, Cassie Bell. Eres una estudiante refinada, y divertida
también. Esas otras chicas, son comestibles.
Cassie pestañeó.
—Me he perdido.
—Puedo comérmelas de una mordida.— Él mostró sus blancos dientes.
—En tus sueños, compañero.
Cuídate, Cassie pensó, probablemente él podría escoger a las chicas
en la escuela. La combinación de miradas y encantos era vertiginosa.
—Aunque realmente, es en serio. Esas chicas son hermosas, seguro, en
una lustrosa medida, pero tú eres impresionante. Tus ojos podrían traspasar
hojas de menta, lo juro por Dios. ¿Cómo llamas a ese color? ¿Verde? Son
tan claros que son casi amarillos.
Cassie jugueteó con su cabello.
—No lo sé. ¿Ordinario?
—Oh, algo. Y tu estructura ósea es para morirse.
—Detente. Tengo una barbilla puntiaguda.
—Justo lo que dije. Increíble estructura ósea. ¿Sabes a quién te
pareces realmente? Realmente eres como...
—¿Cómo…
Pero Richard se había detenido a medias y estaba mordiendo el
interior de su mejilla.
—No eres bonita,— dijo él, dándole a la palabra un énfasis. —No como
los déspotas. Eres más natural. Real. Fresca. De todas formas,— agregó él
conspiratoriamente. —Algunas de ellas ni siquiera se afeitan las axilas.
46

Los nuevos cafés llegaron en ese instante, así que Cassie tuvo que
poner sus manos sobre su boca para contener una explosión de risa. El
mesero le dio una obscena mirada.
—Estás en el límite,— le dijo ella cuando él se fue. —¿Qué es esto?
—Pain au chocolat. Vamos, pruébalo, es celestial.
Dudosamente ella lo mordió. Estaba cálido y hojaldrado —como
Richard, pensó con una risa interna— y completamente delicioso. Dios, no
se había dado cuenta de cuán hambrienta estaba. No sabía si mojarlo en
su café au lait era correcto, pero qué demonios: lo mojó de todas formas.
Cuando el chocolate derretido golpeó su lengua, suspiró feliz.
Richard la estaba mirando entretenidamente y ella de repente
recordó estar avergonzada.
Honestamente, estaba comiendo como que si nunca hubiera visto
comida en un mes.
Se obligó a sí misma dejar el postre y tomar un trago de café.
—Me gusta una chica con un apetito saludable,— dijo él
arqueadamente.
Cassie le lanzó su servilleta.
—¿No tienes hambre?
—Esa no es realmente lo que me gusta.
Él recorrió un dedo alrededor del borde de su diminuta copa de
expreso.
—Aunque Dolor Con Chocolate sí suena muy apetitoso.
—Eso no es lo que significa,— le dijo Cassie. —Incluso yo lo sé. Eres
malvado.
Él elevó una lánguida ceja.
—No tienes ni idea.
Cassie tuvo que reír de nuevo, sacudiendo su cabeza. ¿Qué demonios
estaba haciendo aquí? Se preguntó de nuevo. Sentada en París bajo la luz
del sol en el pavimento de un café con un chico que estaba muy lejos de su
liga, él podría estar más bien en otra galaxia.
—Entonces, ¿De dónde eres, chico malvado?
Su sonrisa destelló.
—Hades y Norfolk— Él tomó un sorbo de su espeso café negro.
—¿Oh? Isabella dijo algo acerca de un País Occidental.
—Sólo porque tengamos mucho de eso no significa que tenemos que
47

vivir allí.
Su cara. Por primera vez sintió un cosquilleo de desaprobación. Frunció
el ceño.
—¿Es así como conseguiste unirte a los Únicos?
—Oh, Cassie, no me mires así, te lo suplico.— Él puso ojos de cachorro.
—Lo siento si te ofendí. Soy un niño rico mimado y eso a veces se muestra.
Por supuesto, eso también es un buen requisito para unirse a los Únicos.
—Entonces, ¿es por eso que Isabella no es uno de ustedes? Quiero
decir, ella es rica y bonita, pero no es una niña mimada.
—Cassie, tus palabras me cortan hasta el hueso.— Dramáticamente,
Richard chocó sus manos contra su corazón. —Es la verdad que pica con un
traumatismo cervical, supongo.— Él le dio otra sonrisa que derritió su
hostilidad. —Como por bella, bella Isabella, nunca sabrás. Estamos justo por
iniciar a otro miembro este trimestre, los Únicos no son tan cerdos como yo.
Ella podría tener una oportunidad. Y si Isabella obtiene una invitación al
tercer piso, no será antes de tiempo, en mi humilde opinión.
—¿Tu opinión siempre ha sido humilde?— Cassie todavía no pudo
reprimir una sonrisa. Aunque sus latidos del corazón de repente se habían
acelerado. —¿Qué hay en el tercer piso?
—Nuestro cuarto común. El de los Únicos, quiero decir.
—¿En serio?— Ella tomó un casual sorbo de café. —Apuesto a que es
algo más. No podrías dejarme verlo, ¿o sí?
—¡Tut tut!— Richard meneó un dedo hacia ella. —Ciertamente no.
Qué tentadora eres.— Él rió de nuevo. —No se ha sabido de invitaciones
especiales.
—Vamos. Me has puesto realmente curiosa.
Atrevidamente, él le golpeó ligeramente la nariz con el dedo índice.
—Las invitaciones al cuarto común tienen que venir de todos los
Únicos. Lo siento, querida, pero es una regla. No puedo llevarte allí.
Cassie se encogió de hombros como si no le pudiera importar menos.
—Hay leyes entre ustedes, muchos, ¿no? Los Únicos. Quiero decir,
¿Qué tipo de nombre es ese? ¿Qué hacen además de saltarse las clases?
Quiero decir, ¿para qué son ustedes?— Su risa salió un poco forzada.
Richard la estaba mirando de cerca nuevamente, su sonrisa un poco
más pensativa.
—El café está frío.— Él se paró, su silla de zinc deslizándose en las losas,
y echó un vistazo al reloj en su muñeca. —Y el tiempo de estudio se acabó.
48

Cielos, Cassie, eres completamente una distracción.— Descuidadamente él


tomó su mano y la p
6
—¡A
hí estás, Cassie! ¿Cómo fue la cita? ¡Vamos,
háblame sobre ello!
Isabella estaba en el segundo piso de la
biblioteca, posada con Jake en un sofá de cuero
del color del castaño más delicado. Cassie deseó no haber interrumpido.
Isabella había parecido más animada que nunca, tocando el brazo de
Jake, haciéndole reír, riendo de vuelta cuando dijo algo oscuro y gracioso.
Si ella hubiera estado en la posición de Isabella, Cassie se habría ofendido
por la molestia, pero la argentina golpeó sus manos y la hizo señas. Jake la
miró demasiado.
—¡Vamos! ¿Qué ocurrió? ¿Adónde fuisteis? ¿Cómo fue Richard? —
Isabella golpeó el asiento entre ella y Jake, pero Cassie eligió el brazo en su
lugar. No quería estar entre ellos y, de alguna manera, se sentía
completamente incómoda alrededor de Jake. La manera en la que la
miraba la ponía nerviosa.
¿Él sabía que le había seguido la otra noche? ¿La había visto después
de todo? Ella miró a las estanterías que se alcanzaban casi hasta el
elaborado techo estucado. La única sección de pared que no estaba
cubierta con lomos de libros era el gran espejo con brillante marco sobre la
chimenea barroca. Esta sala era tan magnífica como el resto de la mansión,
pero ¿quién encontraría tiempo para leer todos esos libros?
—¡Bueno, vamos, dale! ¿Richard te besó, Cassie?
—¡Por supuesto que no me besó! —Cassie se encogió de hombros,
sonrojada. —Él fue amable. Interesante. Me gusta.
—Hmm. —Isabella la dio un codazo en las costillas—. ¿Adónde fuisteis?
—¡Au! Primero al Centro Pompidou. Luego a ese maravilloso museo en
la Rue de Sévigné que solía ser una casa privada. Y finalmente a su perfecta
pequeña cafetería, — imitó ella. —En la Rue de la Bastille.
—¿No encerraban aristócratas allí? —murmuró Jake. —El mejor lugar
para él. Mira a ese tipo, Cassie.
49

Cassie le dio una mirada sorprendida, pero animadamente Isabella se


apoyó a través y golpeó su manga.
—Jake, no seas tan gruñón. ¡La llevó al musée Carnavalet! Es tan
romántico. Tan impresionante. —Ella suspiró. —Y también lo es Richard.
—Es una rata asombrosa y romántica. —Jake obviamente no iba a
dejarlo ir.
—Hey, déjalo, —dijo Cassie ligeramente. —¿Quieres decir que solo
puedo atraer a las ratas?
—Por supuesto que no. —Él la sonrió. —Pero él es encantador. Mírate,
está bien.
—Es un tipo amable, —dijo Cassie, comenzando a sentirse un poco
cruzada. —No puedes juzgarle por su familia. O por lo que vale la pena.
Apuesto a que no te gustaría eso de ti mismo. —De todas formas, pensó ella,
eres el único que necesita ser vigilado.
La cara de Jake se oscureció.
—Mi familia no tiene nada que ver con esto.
—¡Bueno, quizás la suya tampoco!
—Jake, sé que no te gusta Richard, pero no hay necesidad, —
interpuso Isabella suavemente. —No debes estar tan resentido. Eres igual
con Ranji.
Cassie nunca actualmente había visto la cara congelada de alguien
antes. Ella había pensado que solo era una figura de velocidad, pero la
expresión de Jake se había puesto rígida como la piedra. Esa mirada de
odio no quedaba bien. Pero eso era lo que era: odio.
—No hables de él, —siseó él, luego forzó a sus gestos a algo como una
sonrisa. —Y es una boñiga, por cierto.
La sorprendida respiración de Isabella se quedó atrapada en su
garganta, pero ahora ella sonrió con alivio.
—Muy bien, no lo haré. Richard no tiene nada que tú no tengas. Nada
importante.
Su humor parecía haber restaurado el de Jake.
—Sí, pero sé cuan encantador puede ser. Lo intentó una vez conmigo.
Cassie hizo una doble toma.
—¿Lo hizo?
—Oh, seguro. Pero él no es mi tipo.
50

Tomada por sorpresa, ella dijo bruscamente.


—¿Así que por eso no te gusta?
—No. No me importa que me tire los tejos, pero seguro como el infierno
que no me importa rechazarle. Lo ha hecho desde siempre.
Isabella codeó a Jake.
—Ahora estás arruinando la cita de Cassie.
—No, no lo hago. ¡Richard Halton-Jones es una pieza, Cassie!
—¿Sabes qué? Creo que eres muy dulce al preocuparte por Cassie.
No necesitas hacerlo, pero es muy galante por tu parte. —Isabella se inclinó
para besarle en la mejilla. Enrojecido, él la dio una sonrisa lateral y
sorprendida.
—Qué cómoda pequeña reunión, —dijo una voz helada.
Jake prácticamente pateó a Isabella fuera del sofá cuando se
sobresaltó, su sonrojo ahora casi termonuclear.
—Katerina, yo...
La chica sueca ondeó una mano elegante.
—No, Jake. No voy a interrumpir. Es adorable que Isabella esté
consiguiendo alguna atención. Algunas veces creo que está a falta de eso.
Sí: definitivamente más Reina de la Nieve que Reina del Baile.
Katerina había elegido dónde quedarse de pie deliberadamente,
decidió Cassie, porque sabía que la luz a través de las altas ventanas
adularían más su piel pálida. Ella recogió el fondo correcto, también: contra
las cortinas azul oscuro que colgaban ricamente así que brillaba como un
frío ángel. Jake pareció embrujado. Isabella estaba que explotaba.
—¡Katerina! No sigas, —suplicó Jake. —Solo estábamos hablando.
Isabella solo estaba siendo... demasiado entusiasta.
—¡Ah! Isabella siempre es entusiasta. ¡Sobre todo! ¡Eso es lo que adoro
de ella! Querida Isabella, creo que comprendes la vida y el amor mucho
mejor que nosotros. Siempre tan alegre. ¡Como un cachorro!
Katerina llevaba una sonrisa encantadora, pero Cassie no se perdió la
amargura debajo de sus palabras. Isabella succionó una respiración, pero
incluso ella se había quedado en silencio. Cassie miraba con expectación a
Jake, esperando que él jugara al galante otra vez y saltara en defensa de
Isabella. Durante un momento pareció como si lo fuera hacer. Entonces
cerró su boca y le dio a Isabella una mirada tímida.
51

—¡Sí, Isabella, adoro como disfrutas la vida! —dijo él, demasiado


brillantemente. Se cernió durante un momento, como si fuera a inclinarse y
volviera a besarla, pero fue distraído por una tos discreta.
—Jake, tan adorable, —Katerina se giró hacia las estanterías desde el
suelo al techo y acarició sus dedos a través de un conjunto de lomos de
cuero. Jake tembló, como si fuera su espalda lo que hubieran golpeado. —
Necesito el Voltaire, y los dos volúmenes de Rousseau, pero miradlos, ¡son
enormes! No creo que pueda manejarlos por mí misma.
—Sin problemas, Katerina. —Reverencialmente él sacó los libros de la
estantería y los llevó detrás de ella. Cassie observó cautivada cuando
desaparecieron en el pasillo.
—Ooh, ¿puedes llevar mis libros, Jake? ¡Chorrradas! —Isabella había
conseguido al final su voz de vuelta —un poco tarde, pensó Cassie con
arrepentimiento. —Ese chico será horriblemente deformado para cuando
deje este colegio.
—¿Lo será? —dijo Cassie.
—Por estar girando alrededor del dedo meñique de Katerina tan a
menudo. —Isabella apretó sus puños furiosamente. —Es demasiado estúpido
para saber cuando está siendo guiado por la nariz. Como uno de los toros
de mi padre. ¡Hah!
—No te preocupes. No creo que a ella realmente le guste. Quiero
decir, que creo que tienes razón, ella solo está atándole. Se hartará. Él la
olvidará.
—¿Preocupada? ¿Por qué me preocuparía? ¿Por qué me importaría
que él la olvidara, o que se lanzara al Sena por su amor? No estoy interesada
en un chico cuyo cerebro está pegado a su...
—¡Isabella!
Ellas rieron, y Isabella lanzó un brazo alrededor del hombro de Cassie.
—Tienes razón, lo sé. Pobre Jake, ha estado bajo su hechizo desde que
llegó a la Academia. Jake languidece por Katerina, y Katerina languidece
por Ranjit Singh, así que Jake no la tendrá. Le servirá bien. —Ella terminó en
una nota bastante venenosa.
—¿Ese es el por qué Jake no puede ver a Ranjit? Prácticamente
parecía homicida cuando lo mencionaste.
—Oh, eso. —Nerviosamente Isabella masticó sus nudillos, pero después
de un momento reunió su compostura. —Bueno. El amor puede hacer a los
chicos estúpidos. Es todo por las hormonas, por supuesto. El incansable
primitivo conducido por los órganos sexuales.
52

—¡Córtalo! —rió Cassie.


—Eso sería una solución extrema, pero...
Cassie dio un grito de risa.
—¡Para! En serio. ¿Jake es becado también?
—Sí. Creo que eso le salvó. —Isabella suspiró, toda suavidad y simpatía
otra vez. — Después de la muerte de su hermana, él estaba... ¿Cómo lo dirías
tú? ¿Fuera de sus cabales? Se volvió un poco loco. Muchos problemas:
peleas, gamberradas, drogas. Tres institutos le echaron, pero Sir Alric se
interesó por su futuro, quiso ayudarle.
¿La hermana de Jake murió? Así que ese era el por qué él era tan
irritante.
—Fue amable por Sir Alric, pero... —Cassie se encogió de hombros,
luego se mordió el labio. —¿Por qué haría eso? Quiero decir, Jake ni siquiera
parece muy agradecido.
—¡Oh, pero por supuesto que Sir Alric sintió una responsabilidad!
Jessica Jonson tenía una beca aquí antes de que Jake la tuviera.
—Oh. Vale. ¿Así que de alguna manera conocía a Jake a través de
su hermana?
—Él le ofreció a Jake la beca en memoria de su hermana. Sir Alric tenía
razones para hacerlo, creo. Fue una buena manera de comportarse, diga
Jake lo que diga. —Isabella apretó el brazo de Cassie, y bajó su voz. —La
escuela fue en dónde ocurrió.
—¿Dónde ocurrió qué? —Cassie sintió un escalofrío en su columna.
—El accidente. La hermana de Jake murió en la Academia Darke.
53
7
C
assie se inclinó en la balaustrada decorada y miró hacia las
escaleras del ala oeste. Allí era dónde Ranjit había estado
de pies, observándola, hacía tres semanas. Intentó recordar
cuan asustada había estado esa noche, pero a la luz del día las escaleras
parecían solo maravillosas, no amenazantes. Debajo de ella, otros
estudiantes estaban corriendo al comedor, charlando y riendo fácilmente.
Fuera de la charla general oyó el abrupto y seguro ladrido de risa de
Richard, y ella sonrió.
Aun así, no pudo sacudir la irritante sensación de maldad.
Cuando el ruido y el cotilleo cesó, Cassie se detuvo, frunciendo el
ceño. La balaustrada era todo giros de hierro negro, cortada con cortadas
florituras de plumas y soles. Mirando sobre su hombro, se vio y la ventana de
cara al sur reflejó un espejo adornado de oro. No pensarías que el lugar
podía parecer tan oscuro y siniestro. Cassie sacudió su cabeza.
Ella murió en la Academia Darke. La hermana de Jake murió...
En la Academia, en Cambodia. Isabella había sido reacia a explicarlo,
lo cual era muy impropio de ella. Cassie había tenido que acosarla durante
días.
—No debería hablar de esto. Honestamente, Cassie. Algo terrible. Muy
triste. Una muerte joven. Y no la primer...
Su compañera de habitación, inusualmente, se había sonrojado y
grapado sus labios juntos, y ninguna irritación de Cassie la persuadiría para
terminar esa afirmación.
Y no es la primera, tampoco. ¿Eso es lo que había estado por decir?
No. Podía ser cualquier cosa. Infiernos, Isabella podía haber estado
por decir, No es la primera vez que alguien tiene un accidente. O, No es la
primera vez que trágicamente una víctima joven sufre un ataque del
corazón.
Pero de alguna manera Cassie no creía que fuera nada de eso.
54

—No sé lo que ocurrió. —Isabella se encogió de hombros infeliz. —


Nunca mencionamos los detalles. Parecía... que no era correcto preguntar,
¿sabes? Había rumores. Siempre los hay.
Cassie se había mordido el labio, esperando no sonar macabramente
curiosa.
—¿Qué tipo de rumores?
—Oh, cosas terribles. La gente inventa cosas, cuando no hay
información. Ese es el porqué creo que deberíamos haber sido informados.
Entonces los cotilleos no comenzarían. —Isabella había dudado, cogiendo
un pintauñas. —Te pareces a ella, por cierto.
—¿A la hermana de Jake? —Cassie se estremeció. Parecerse a una
chica muerta no era un pensamiento atractivo.
—Un poco. No exactamente, por supuesto, pero sus ojos eran casi del
color de los tuyos. No tan pálido pero así, ese verde amarillento. Y un tipo de
cara similar... ¿cómo dices tú, afilada? Inteligente. Creo que Jake tuvo
miedo cuando te conoció.
Ella recordó. Espeluznante.
—¿Así que cuales eran los rumores?
—Oh, cosas alocadas. Que su cuerpo estaba... dañado.
—¿Qué? —Cassie tragó fuerte. —¿Quieres decir, mutilado? ¿Cómo si
hubiera sido asesinada deliberadamente? Pobre Jake.
—No, no. No lo sé. Mutilada no. Más bien... drenada, seca. Quizás se
cortó, sangró hasta morir; eso es lo que creo. Por accidente o no, ¿quién
puede decirlo? Algo tan simple y tan trágico.
—Por amor de Dios. Que drenaría su cuerpo completamente.
Isabella se encogió de hombros.
—Quizás se tumbó al sol mucho tiempo. Antes de que la encontraran,
quiero decir. Horrible, pero todo estaba exagerado, estoy segura. Oh, las
cosas terribles que la gente dice. Y eso es por qué...
—¿Por qué que? Vamos Isabella, escúpelo.
Isabella suspiró, pasando sus dedos a través de su pelo.
—Ese es el porqué a Jake no le gusta Ranjit. Jess era la novia de Ranjit,
ves. Había rumores en la escuela de que él estaba involucrado.
Cassie se quedó pálida.
—Pero eso es...
55

—¡Una locura, por supuesto! Pero es difícil para Jake ignorar el cotilleo.
No puede dejar de pensar que quizás Ranjit... bueno, ni siquiera me gusta
decirlo. Fue un terrible accidente, esto es todo, y Jake está apesadumbrado.
No puede golpear la culpa solo en la mala suerte de la escuela.
—Mala suerte, —repitió Cassie, lamiendo partes de sus labios. Seca...
—Sí. Solo mala suerte. Somos afortunados que Sir Alric tenga amigos
influyentes. Nuestro padres, también. Quiero decir... —Mordiéndose el labio,
se sonrojó furiosamente y se aceleró. —Semejantes accidente pueden
destruir una escuela, ¿sí?
—Semejantes accidentes. —En algún punto, pensó Cassie, pensaría
en algo original para decir, en su lugar se hizo eco de Isabella como un
papagayo aturdido.
—Accidentes, debería decir. Hubo otro hace unos pocos de años.
Antes de eso... bueno. No hablemos de eso, Cassie. ¡Hablemos sobre
Richard!
Lo cual, en ese momento de la conversación, Cassie había estado
más que feliz de hacer.
Aun así, no era como si Isabella se calmara. ¡Hah! Grandes
Incomprendidos de Nuestro Tiempo, pensó Cassie cariñosamente. Oh,
probablemente se estaba imaginando cosas. Siendo paranoica. No estaba
teniendo ninguna revelación milagrosa por quedarse de pies en las
escaleras. Además, estaba hambrienta, Isabella estaría en el comedor, y
Richard también. Supuestamente se reuniría con él después, pero sería
bonito chocar con él ahora.
Estaba medio bajando las volantes escaleras hacia el tercer piso
cuando oyó las voces. No eran atenuadas. Sonaban claras y seguras, y las
reconoció en la distancia.
Especialmente la de Richard.
—Oh, vamos, Katerina. No es como si estuvieras insegura.
—¿Insegura? —La voz congeló a Cassie dónde estaba de pies, había
mucha maldad en ella. —No puedo creer lo que estás diciendo, Richard.
Una puerta escondida se cerró afiladamente, y Cassie saltó. La pareja
estaba en ese largo pasillo con las hileras de los bustos clásicos, en el que se
había quedado atrapada con Jake. El que guiaba a la sala común de los
Únicos, se dio cuenta con una sacudida.
Dando una mirada al camino abovedado, Cassie corrió escaleras
abajo hacia el descansillo y se zambulló detrás del gabinete con la
encimera de mármol. Un enorme reloj bañado en oro y dos candelabros
obstaculizaban su visión, pero pudo mirar al pasar.
56

Loca, pensó Cassie, casi riendo. ¿Por qué se estaba escondiendo?


Solo era Richard. Y Katerina, por supuesto, pero no era como si tuviera miedo
del Rottweiler Polar. Aun así, cuando aparecieron al final del pasillo, ella no
salió para decir hola. Aún no. Esos instintos patearon otra vez...
—Querida, ella es de la rama macarra. —Doblando sus brazos,
Richard levantó una ceja irónica hacia Katerina. —Actualmente no te
sientes amenazada, ¿verdad?
Todo el cuerpo de Cassie se puso rígido. Durante un momento no
pudo respirar.
—Del tipo macarra. Que frase más pintoresca tienes, Richard. —
Katerina sonaba inmensamente cansada. —Esa cosa de pobre-chica-
becada. Cómo me irrita. Como un gato pequeño soñando despierto. Aún
parece que tienes un punto suave para ella.
—No seas absurda, Katerina querida. Ella es una compañía agradable
y la encuentro divertida. Como tú, si eres honesta.
—Oh, divertidísimo, —desechó Katerina.
—No soy el único con un punto suave, tampoco, —murmuró Richard.
—Jake apenas puede perderla de vista, si ves a lo que me refiero.
—Oh, sí. Sus instintos protectores, —dijo Katerina desdeñosamente. —
Ella es muy parecida a la pobre Jessica, es cierto.
—¿Eso no te preocupa? —Había maldad en su tono. —Jessica era
muy guapa también.
—¿Por qué me preocuparía? —dijo ella bruscamente. —Ranjit tuvo un
enamoramiento absurdo por una chica que era inferior a él. Y que terminó
en lágrimas, ¿verdad? —Sus labios se retorcieron cuando se comprobó en
el espejo más cercano. —Él difícilmente cometerá el mismo error dos veces.
—Eso es lo que adoro de ti, —le guiñó un ojo Richard. —Semejante
optimismo perenne.
Katerina le disparó una mirada torva.
—Y esa criatura de las granjas de ganado se animará ella misma. Buen
Dios, querido, pensarías que Isabella al menos podría animarla a conseguir
un estilo de peinado y algunas ropas decentes. Tu “macarra” no puede ni
siquiera pronunciar Versace. No conocería a Prada del Primark.
—Quizás la bella Isabella podría darla algo usado. —Rió Richard. —No
me sorprende que Sir Alric se esconda en su oficina. Quiero decir, alguien
bastante temido cree que los gustos de Cassie Bell o de Jake Jonson serían
llevar las Bolas de Navidad. Los rechazos de los hospicios no hacen nada por
la estética del lugar, ¿verdad?
57

Obviamente estaban planeando detenerse y quejarse antes de bajar


las escaleras, y Cassie podía oír cada palabra. Deseó no poder hacerlo. Sus
mejillas ardían con la vergüenza y la furia, y dolorida por saltar fuera, agarrar
una garganta en cada puño y decir a esos capullos lo que pensaba de ellos.
Pero algo sujetaba su espalda.
Ociosamente, Katerina retorció un mechón de pálido pelo satinado.
—No puedo creer por qué Sir Alric anima esas tonterías de becas.
—Ahora, ahora, querida, —dijo Richard oscuramente. —Sabes muy
bien porqué. Además, es un excelente relaciones públicas. Estaríamos en un
pequeño lío si Sir Alric no fuera tan habilidoso en ese departamento.
Incluso atrapada en una rabia miserable y vergonzosa —¡Como pude
haber sido tan estúpida! —Cassie se encontró intrigada. Había algo mal
aquí. No era su imaginación. La imagen del mundo perfecto de la
Academia escondía algo muy feo: estaba segura de ello.
Lo mismo podía decirse de las maravillosas caras de Richard y
Katerina.
Algo caliente picaba en sus ojos, y apretó sus dientes. Al infierno con
esto. Él no iba hacerla llorar. Él era una Katerina en masculino: colgándola
de la misma manera que Katerina colgaba a Jake. Estaba humillada, eso
era todo.
Richard se había girado hacia la parte superior de las escaleras,
sonriendo de vuelta a Katerina.
—¿No estás hambrienta?
—Famélica, querido. Pero creo que debería perderme el almuerzo. ¿Y
tú?
Richard dio ese repentino ladrido de risa otra vez.
—Ya sabes, prefiero un danés adornado.
—Mantente alejado de Ingrid. —La mirada de Katerina era como un
tiburón, y divertida. —Ella es mi compañera de habitación. Si Sir Alric pudiera
oírte...
—Sin sentido del humor, ese es su problema. —Con un risita de placer,
Richard corrió escaleras abajo.
Katerina se quedó durante un largo momento, inmóvil, sus ojos
parpadearon hacia el espejo. Cassie aún estaba allí.
Katerina se dio una última sonrisa reflejada, se giró, y desapareció de
vuelta por el pasillo lleno de bustos. Cassie no se atrevió a moverse hasta
58

que oyó la puerta abrirse y cerrarse suavemente una vez más. Luego
escapó.
No podía enfrentar el comedor: las paredes rojo seda, el lino y el cristal,
el alboroto de los cotilleos. No podía enfrentar las taimadas miradas de reojo
de los otros estudiantes. Enfermizamente, se dio cuenta que no necesitaba
molestarse en luchar para aprender como condenadamente se usaba el
tenedor: ellos siempre la despreciarían, siempre. Dios, ¿cada uno de ellos
sabía lo idiota que había sido? ¡Idiota, Cassie! Siendo deslumbrada por
dientes blancos, ojos cálidos y una suave línea de labios. Ni siquiera podía
enfrentar a Isabella o a Jake.
Retrocediendo, caminó hacia el pasadizo y se escabulló por las
ventanas francesas. Sus ojos picaban otra vez cuando corrió entre dos
grandes urnas de piedra, tomó unos volantes escalones curvados de dos en
dos y tropezó a través del espacioso césped a la sombra de los castaños
maduros. Ya teñidos con el otoño, los árboles estaban maravillosos.
Gruñendo, golpeó uno, fuerte. Luego lo golpeó otra vez. Y otra vez.
Eso se sentía mejor. No mucho, pero al menos sus irritados nudillos la
apartaron de su orgullo amoratado. Eso era lo que era, pensó ella. No un
corazón roto. Solo su estúpido orgullo rajado. ¿Quién se creía que era,
intentando impresionar a un capullo de último curso como Richard Halton-
Jones? Miserablemente cerró su puño arañado, luego lo levantó para alejar
una lágrima extraviada. Los árboles dorados-y-bronces estaban salpicados
con la luz del sol, animados como un cuadro impresionante. Mirándolos,
deseó más que nada estar de vuelta en el patio de hierba cortada, el
oxidado alambre y el picado césped marrón de Cranlake Crescent. Solo de
pensarlo emborronaba su visión.
Una forma diferente llegó a su vista distorsionada, moviéndose
resueltamente a través del césped. Alto y humanoide. Oh, infiernos. Cuando
llegó bajo la forma de los árboles igualmente borrosas, la figura paró muerta.
Espantada, Cassie frotó sus ojos para aclararlos y parpadeó.
No infiernos, doble infiernos.
Ranjit.
Durante un momento él se quedó de pies desconcertado, mirándola.
Furiosa consigo misma, ella parpadeó otra vez. El maravilloso Ranjit. Oh, Dios,
qué típico: esta era la primera vez en semanas que él había mirado más allá
de su principesca nariz para notarla, y aquí estaba ella con los ojos rojos, una
nariz bloqueada y un frunce como una malhumorada arpía.
Él la miró de arriba abajo.
—¿Qué pasa?
—Nada, —dijo ella bruscamente. —Estoy bien.— ¿Por qué no le
59

arrancas la cabeza, Cassie?


—No lo veo. ¿Cuál es el problema?
—No hay ningún problema. —Ella apretó sus puños. —O nada que no
pueda manejar. No necesito tu ayuda.
Su mirada era inmutable. La hizo temblar.
—No estés tan segura de eso.
Sin saber qué decir, ella solo pudo mirarle, respirando fuerte. Tú puedes
sacar a la chica de Cranlake Crescent, pensó ella amargamente, pero no
puedes sacar Cranlake Crescent de la chica. Su pura belleza no le hacía de
confianza: mira a Richard. Ella mantuvo la guardia alzada. La humillación de
la última media hora picaba bastante.
—Te daré un consejo, —dijo él.
—¿Tanto si quiero como si no?
—Sí. —Los ojos de Ranjit eran fríos. —Aléjate de Richard Halton-Jones.
—Ya he trabajado en eso por mí misma, gracias, —escupió ella.
—Oh. Ya veo. —Él hizo una mueca. —Lo siento.
—Por favor no lo hagas. Solo vete a la mierda. —Cassie se mordió
fuerte el labio, desesperada por no romper en lágrimas delante de él.
—Bien, si me haces un favor también. De hecho, hazte un favor.
Aléjate de todos nosotros.
—No soy lo bastante buena para los preciosos Únicos, ¿verdad?
—Oh, bájate de tu alto caballo antes de caerte. Escucha, si te
involucras con los Únicos, lo lamentarás.
Cassie sintió que la sangre se calentaba subiendo por su cuello y
garganta.
—¿Me estás amenazando?
—No. Te estoy avisando.
—¿Y como infiernos es asunto tuyo avisarme?
—Yo lo he hecho asunto mío, Cassandra.
Por la manera en la que él dijo su nombre casi sonó preocupado, pero
cuando ella le miró a la cara fue un estudio de inescrutabilidad. Capullo.
—Bien, puedes no hacerlo, entonces. No necesito tus consejos, o tus
advertencias. Y realmente no necesito que me acoses alrededor de los
pasillos por la noche.
60

Los ojos de Ranjit se abrieron, y Cassie dio una risa interior. Él no había
esperado eso.
—Yo no estaba... —Él se encogió de hombros y sonrió en una extraña
y amarga sonrisa. —Bien, si eres tan perfectamente auto suficiente, no
perderé mi tiempo preocupándome por ti.
Incrédula, Cassie le observó alejarse a través del césped. Él no volvió
a mirar atrás, el creído capullo. Podía irse a fastidiarse. Porque obviamente
nadie más sería lo bastante bueno.
Cassie cayó contra el tronco del árbol, aún mirando detrás de él.
Nunca había conocido semejante idiota en su vida.
Y fantaseara con él como una loca.
61
8
L
os ojos de Cassie se abrieron de golpe. Debía haber sido una
pesadilla. Frotando sus brazos, miró las estimulantes cortinas y
escuchó al silencio iluminado por la luna. Ella se había tumbado
despierta hasta bien pasada la medianoche, llorando interiormente por
Richard. ¿Así que la dura y espabilada Cassie Bell había perdido trozos del
encanto sin personalidad? Patético.
No es que él estuviera actualmente sin personalidad. Infernalmente
apuesto, de verdad. Pero todo eso se hundía en la piel. Y había una buena
oportunidad para que el resto de esos mocosos ricos fueran iguales. Así que
debería dejar que Ranjit se arrastrara en su cerebro de la manera que lo
hizo.
Estaba segura que él había sido parte de la pesadilla que acababa
de despertarla, aunque no podía recordar los detalles. Se habían disuelto
cuando despertó, pero aún podía sentir un par de ojos nocturnos marcados
dentro de sus párpados. Y el silencio siempre tan ominoso sacado de una
pesadilla, aunque podía oír el eco de un susurro imaginado.
No. Eso no era un eco, y no lo había imaginado. Eso era realmente un
susurro. Cassie balanceó sus piernas fuera de la cama y se mantuvo
tranquila.
Suaves pasos. Incluso voces más suaves.
Tan normal, Isabella estaba durmiendo como un bebé sedado. Cassie
casi quería despertarla con sacudidas, pero resistió la tentación. Podía
quedarse en la cama. Ella debería quedarse en la cama. Lo que debería
hacer ahora era poner las suaves ropas de la cama sobre su cabeza,
eliminar esas voces susurrantes y volver a dormir. Lo que realmente, de
verdad debería hacer era preocuparse de sus propios asuntos...
Uh-huh.
La larga chaqueta de casimir de Isabella estaba colgada sobre una
silla. Arrastrándola alrededor de sus hombros, Cassie abrió la puerta. Aún era
Octubre, y aunque no hacía frío tembló cuando caminó precavidamente
62

al pasillo. ¿Jake otra vez? Esta vez ella le enfrentaría. Esta vez averiguaría
qué estaba tramando.
No era Jake.
Cassie se presionó contra la pared. Dos chicas estaban caminando
en silencio hacia el ala oeste, y conocía a una de esas siluetas de alguna
parte: pequeña y perfectamente formada, con corte de pelo negro a
navaja. Keiko.
La chica con ella era un poco más alta, y el pelo claro. Le llevó un
momento a Cassie reconocerla, desde que su pelo normalmente estaba
atado en un nudo de moda: Alice, la compañera de habitación de Keiko.
Cuando la luz de un candelabro de pared cayó sobre la pareja, Cassie vio
que los dedos de Keiko estaban cerrados alrededor de la muñeca de Alice.
No estaba arrastrando a Alice, exactamente, pero Alice no parecía
demasiado entusiasmada por estar con ella.
Cassie frunció el ceño.
—Keiko. —El susurro de Alice fue a la deriva a través del silencioso
pasillo. —Esto no me gusta. —Ella tiró a Keiko a una parada.
Keiko se giró para enfrentar a su compañera de habitación,
observándola en silencio durante un momento. Cassie se encogió en la
pared.
—Te lo dije antes, —murmuró Keiko sedosamente. —Es una petición de
los Únicos. No puedes decir que no. Vamos, Alice. ¿Posiblemente que podría
pasar?
—No lo sé. Yo no... ¿Qué ocurrió la última vez? Quiero decir, no lo
recuerdo.
Keiko tensó sus dedos en la muñeca de Alice y tiró de ella.
—Eso es porque tomaste mucha bebida. Créeme, tuviste un gran
momento.
—¿Lo hice?
—Por supuesto. Vamos, es un privilegio. ¿Bebidas de madrugada en la
sala común de los Únicos? Hay chicas en esta escuela que matarían por la
oportunidad que has conseguido.
—¿Sí? ¿Y por qué yo?
—Eres afortunada por tenerme de compañera de habitación, eso es
todo. —Keiko la dio una sonrisa que a Cassie no le gustó ni un poco, incluso
en la distancia. Pero Alice parecía tranquila.
—Bueno, no me dejes beber mucho esta vez, ¿vale?
63

—Vale, intentaré no hacerlo. —El tono de Keiko se convirtió en más


insistente. —¿Qué recuerdas, de todas formas? De la última vez.
—Solo estar allí. Mucha charla. Bebidas. No mucho después de eso. —
Alice se encogió de hombros y casi rió. —No me di cuenta que estaba tan
borracha.
—Yo te cuidaré. —Apretando su brazo, Keiko sonrió. —No te
preocupes por eso.
Dejando ir a su compañera de habitación, Keiko se giró para seguir
como si no le importara que Alice fuera con ella o no. Alice dudó solo
durante un momento, luego corrió detrás suyo.
Siguiéndolas, Cassie se quedó bien atrás. No había manera de que
quisiera que Keiko la viera, y sabía a dónde iban. Keiko golpeó
resueltamente las escaleras del ala oeste, luego guió a Alice al tercer piso y
entró en el pasillo dónde los bustos de ojos negros estaban de guardia como
fantasmas vigilantes.
Cassie bordeó hacia el pasillo abovedado, arriesgándose a mirar
alrededor de la esquina. Al final del pasillo, las sombras se profundizaban,
pero una línea de luz verdosa se mostraba en la parte inferior de la puerta.
Keiko no llamó. Giró el pomo y tiró a Alice detrás de ella a la sala común.
Cassie exhaló con alivio. ¿Ahora qué? No podía quedarse allí hasta
que salieran. Por otra parte, si se arrastraba de vuelta a la cama no dormiría
de todas formas. Esta era su única oportunidad para investigar, y estaba
condenada si lo dejaba pasar. Vamos, Cassie. Apretando sus puños, se hizo
poner un pie delante del otro. Y otra vez. Vamos. Podía oír el tintineo
apagado del cristal ahora, y suaves voces murmurando. Difícilmente
sonaban como una salvaje fiesta a medianoche, pero la puerta era espesa,
los sonidos amortiguados. Tenía que acercarse.
Un destello por el rabillo del ojo casi la hizo gritar. En la oscuridad de
ese receso más profundo, algo se había movido.
Cassie se congeló. Cuando sus ojos se ajustaron, pudo divisar. Una
figura, una figura humana.
Jake Jonson. Por supuesto.
La luz había salido de su reloj y, cuando se arrastró hacia él, vio sus
dedos apretados sobre su muñeca para esconderlo. Él se había dado
cuenta.
Levantando sus ojos, encontró los de él. Él estaba sin expresión, pero
el diminuto tirón de su cabeza fue bastante claro. Lárgate y vuelve a la
cama...
64

Entonces algo le distrajo, y se retiró al hueco.


Pasos. Ella también los oyó. Y no había manera de salir de allí.
Los pasos estaban en el descansillo ahora. No podía deslizarse al
pasillo sin ser vista. No podía correr hacia Jake, entrar y esconderse con él.
Pero entonces Cassie pensó en su siniestramente decidido vagabundeo
nocturno. ¿Quería estar con él en el oscuro silencio, asustada por ser
descubierta, completamente a su merced?
No, decidió ella. Hundiendo sus uñas en las palmas de sus manos,
tomó una profunda respiración asustada, Cassie giró sobre sus talones.
En la entrada del pasillo, un hombre llegó a una abrupta parada. Ella
solo había visto su retrato —y no le hacía justicia, decidió. Sus ojos grises
como el acero estaban fijos en ella, la única luz en una cara de piedra. Él
realmente no podía tener siete pies de alto, pero era la impresión que daba.
Los pelos se pusieron de punta en su cuello como si respondieran a un
campo eléctrico.
Sir Alric Darke sonrió.
—Cassie Bell.
Ella devolvió la sonrisa, la sonrisa más breve y estúpida que pudo
manejar.
—Es cierto. Hola. —Ella agitó los dedos de una mano en un saludo
pobre.
—Pareces perdida, y es muy tarde. ¿Podría ayudarte?
Con los nervios de punta consciente de que Jake estaba detrás de
ella, Cassie caminó más cerca de Sir Alric. Sus ojos parpadearon pasando
más allá de ella.
Ella caminó delante de él, determinada a mantener su atención.
—¿Podría, por favor? Ningún sentido de la orientación, la mía.
Él dio una gentil risa.
—Es un lugar bastante grande, ¿verdad? Encontraré a alguien que te
escolte de vuelta. Soy Alric Darke, por cierto.
—Lo sé. Sí. Quiero decir, —Cassie se aclaró la garganta, manteniendo
la sonrisa en su lugar. —Le he visto en su retrato.
Su mano agarró su codo y la guió a la puerta de la sala común. Él
parecía amable, pero ahí estaba el campo de fuerza que le rodeaba, de
dominio y amenaza potencial. Cuando pasaron el escondite de Jake,
Cassie mantuvo su mirada fija en la puerta, teniendo miedo de alejarse de
65

él.
Sir Alric abrió la puerta, y tiró a Cassie dentro de la sala.
La luz estaba atenuada, pero la sala común parecía tan elegante
como el resto de la Academia. Tuvo la impresión de sillones de cuero rojo
oscuro, lámparas barrocas, elaborados paneles y pinturas ricas en color.
Vislumbró a gente que conocía, también: Katerina, Keiko, un ruso de sexto
de clase de esgrima. Richard parecía sorprendido de verla. Había otros,
también, de los maravillosos Únicos, pero no Ranjit.
Y ahí estaba Alice en una silla recta bañada en oro, una taza
plateada en sus manos, rígida y estupefacta.
—Keiko. —La voz de Sir Alric era tranquila, pero helada con amenaza.
La chica japonesa se balanceó alrededor, la cara más pálida de lo
habitual.
—¿Qué está haciendo Alice aquí?
—Ella... esto, yo...
—Las compañeras de habitación, —siseó él, —deberían ser
respetadas.
—Yo solo estaba...
—Y debería ser informado de todas las reuniones de la noche a última
hora. ¿O no debería?
Sumisamente ella dijo:
—Por supuesto, Sir Alric. Lo lamento.
Tanto como la desagradaba Keiko, Sir Alric pareció estar
reaccionando de manera exagerada por una fiesta a medianoche. Sus
dedos en su brazo eran como el acero.
—Katerina. —Él habló sedosamente. —Limpia aquí. Cuando vuelva en
diez minutos, quiero a todos fuera. Tú, al menos, deberías saberlo bien. Keiko:
ven con nosotros, por favor. Cassie se ha perdido. La mostrarás el camino de
vuelta.
Keiko se puso de pies desde su lugar al lado de Alice, dando a Cassie
una mirada de odio extremo el cual se derritió en una dulce sonrisa para Sir
Alric.
—Por supuesto.
Cassie esperaba que Sir Alric la dejara a la tierna merced de Keiko,
pero él las siguió fuera, parando cerca de la puerta. Cassie echó una mirada
al hueco de Jake. Estaba vacío. Obviamente él había hecho bien en
66

escapar mientras habían estado dentro de la sala común.


—Cassie, por favor espéranos al final del pasillo. Keiko, puedes
quedarte aquí durante un momento.
Con una mirada viciosa a Cassie, Keiko se quedó atrás. Avergonzada,
e incluso un poco apenada por ella, Cassie se alejó.
Quizás Sir Alric no se dio cuenta de cuan buena era escuchando,
perfeccionada al espiar a Jilly Beaton. Cassie estaba segura que él no quería
que escuchara la regañina que le estaba dando a Keiko, a diez metros de
distancia. Su voz era suave, pero homicida.
—¡El compartir está prohibido!
—Lo sé Sir Alric, pero...
—Considera esta tu última advertencia, Keiko. Hay buenas razones
para que te asignaran a una compañera de habitación. ¿Comprendes?
—Sí, Sir Alric. Lo comprendo.
Sin otra palabra él se giró sobre sus talones y caminó al lado de Cassie,
Keiko caminaba de mal humor detrás de él.
—Lamento no haber hecho un punto de reunión contigo antes,
Cassie. —La voz de Sir Alric ya no era feroz y heladora: era adorable, pensó.
Resonando como música. —Me encuentro constantemente atado en
cuestiones administrativas.
—Oh sí, no se preocupe. Es una gran mejora en comparación con Jilly
Beaton. —Se sonrojó. —En Cranlake Crescent, quiero decir. Dónde estaba
antes.
Detrás de ellos, Keiko estaba en silencio, aunque Cassie podía sentir su
desprecio rezumando sobre ella como la brea.
—Por supuesto, —dijo Sir Alric después de una pesada pausa. —Esto
debe ser una cultura sorprendente para ti, pero creo que te estás
adaptando bien. Oigo cosas buenas de tus profesores, y de los Únicos.
Estamos encantados de tenerte aquí en la Academia Darke, Cassie,
encantados.
—Um, —murmuró ella torpemente, —genial. Gracias.
—¿Y eres feliz aquí?
Él tuvo que girar su cabeza, y ella se sintió obligada a mirarle.
Realmente era un hombre alucinante. Debía estar cerca de los sesenta,
pero aún se veía bien, y su carisma podía explotarte en medio de la siguiente
semana.
Ella sonrió.
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—Sí. Oh, es... alucinante. Sí, por supuesto que lo adoro. —Bastante
curioso, se dio cuenta ella, eso era absolutamente verdad.
—Bien. Eso es bueno. —Él asintió. —¿Hay algo que te preocupa?
¿Alguna... preocupación?
Cassie se encogió de hombros, evitando sus ojos.
—Um. No. ¿Debería? —Estúpido comentario, pensó ella, dándose una
patada mental.
Pero Sir Alric o no lo oyó, o pretendió que no lo hizo.
—Me alegro. He animado a los estudiantes a venir a mí con cualquiera
problema, sin importar cuan trivial sea. Recordarás eso, Cassie, ¿verdad? —
Él la dio otra sonrisa, tan radiante e infecciosa que ella solo pudo devolverla.
—Algunos estudiantes me encuentran un poco... inaccesible. O algo
remoto. Es culpa mía, por supuesto, pero no quiero que te sientas de esa
manera. Siéntete libre de venir a mi oficina en cualquier momento, Cassie —
si tienes preguntas, si necesitas pedir ayuda o consejo. Es por lo que estoy
aquí.
Había llegado a la parte inferior de las escaleras del ala oeste ahora,
y él la condujo hacia el pasillo. Keiko aún no había hablado, pero su silencio
era uno furioso. Estaba hirviendo, pero era imposible decir si Sir Alric lo había
notado. Cassie se alegró de que él estuviera entre ellas. Se sentía más segura
con él allí, así que su corazón cayó en picado cuando emergieron en la gran
entrada del pasillo y Sir Alric paró.
—Keiko te mostrará el camino de vuelta a tu habitación.
—Oh, no necesito... Estoy bien ahora, puedo arreglármelas por mí
misma.
Él chasqueó la lengua y rió.
—Me preocuparía. ¡Ese sentido de la orientación tuyo! Por favor,
Cassie, deja que Keiko te lleve de vuelta.
—Pero... vale. —Cassie miró a Keiko, pero la chica estaba mirando al
espacio.
—Me alegra haberte conocido al final. Serás un activo para la
Academia, lo sé. Encajas aquí como si hubieras nacido. —Él tomó su mano.
—Ten cuidado, Cassie. —Su voz helada. —Keiko. Mi oficina. Lo primero
mañana.
Keiko estaba en silencio hasta que sus pasos decayeron. Entonces
Cassie oyó su murmullo, tan suave que incluso no estaba segura de si Keiko
la estaba hablando.
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—¿Sabes de quienes son todas las estatuas?


¿Actualmente estaba intentando charlar? Tomada por sorpresa,
Cassie sacudió su cabeza.
—¿Aquiles? —dijo ella dudosamente. —Y reconocí a Leda y al Cisne
en la corte.
Keiko hizo una cara despectiva.
—El Cisne es Zeus disfrazado, haciendo como que le gusta ser un mero
mortal.
—Lo sé, —dijo Cassie, irritada por el tono condescendientes. —¿Y el
otro es Hermes, verdad?
—Sí. —Keiko, poco interesada en Hermes, giró hacia un ciervo que
estaba atrás con un miedo sin movimiento y un sabueso de mármol
acechando desgarrando sus cuartos traseros. Una mujer maravillosamente
esculpida miraba, con desdén.
Hubo un escalofrío en el aire, pensó Cassie.
—¿Y quién es esta?
—Artemisa. La diosa de la caza, —dijo Keiko, sonando divertida. —El
ciervo es Actaeon, un cazador que se atrevió a espiarla cuando se bañaba.
Artemisa le convirtió en un ciervo como castigo. Y entonces sus propios
sabuesos le desgarraron a trozos.
El silencio era espeso con la amenaza. No, Keiko definitivamente no
estaba intentando ser amistosa.
La chica dio una risa perturbadora.
—Oh, es solo un mito. Una advertencia de los antiguos. Los dioses no
deberían ser tratado a la ligera, ¿ves? Los dioses no deberían ser imitados.
Quiero decir, toma esta pequeña tragedia...
Casi contra su voluntad, Cassie se encontró siguiendo a Keiko a través
del pasillo, a dónde una mujer de mármol se encogía a los pies de otra. La
suplicante había levantado una patética mano, para escudarse o suplicar
misericordia. La mujer sobre ella, hacha preparada para golpear, no
parecía como si supiera el significado de la palabra.
—Esta es tu tocaya, ¿lo sabías? —Keiko tocó la mano de mármol de
la suplicante. —Cassandra. ¿Conoces la maldición de Cassandra?
Cassie sacudió su cabeza, no confiando en ella para hablar.
—Era una profetisa. Siempre tan fina e inteligente, porque sus
profecías siempre se realizaban. —Keiko bufó. —Cassandra nunca se
equivocaba. Oh, sí, siempre sabía cuando algo terrible iba a ocurrir. Pero
69

nadie la creyó nunca. —Su sonrisa era muy desagradable. —Nadie.


Cassie se aclaró la garganta.
—Eso es una decepción.
—¿No lo es? Esta es Clytaemnestra, quién la asesinó cuando
Agamemnon la llevó de vuelta de Troya. Cassandra sabía que ocurriría,
también. Se negó a entrar en palacio, gritando que olía a sangre.
—Ves. —El corazón de Cassie latía furiosamente. —¿Y nadie la creyó
tampoco?
—Nadie la creyó tampoco. —Keiko sacudió su cabeza con burlona
tristeza. —Y así ella entró en palacio.— Asintió hacia el hacha de
Clytaemnestra. —Y consiguió lo que estaba por llegarla.
—Pobre vieja Cassandra, —dijo Cassie, manteniendo su nivel de voz.
—Exactamente,— suspiró Keiko, pero entonces algo pareció romperse
dentro de ella. —Bueno, no perdamos más tiempo.
—No necesito tu ayuda, —dijo Cassie rígidamente. —No te molestes
en acompañarme. No se lo diré a Sir Alric.
—Eres demasiado amable. Como él, —siseó Keiko.
—¿Oh, sí?
—Sí. No encajas, Cassandra. Crees que eres muy inteligente, ¿verdad?
—Toda su burlona cortesía se había disuelto, y resopló con desprecio. —Eres
un ejercicio de relaciones públicas, y no lo olvides. Estás aquí para nuestro
beneficio, no al revés.
Cassie apretó sus puños para detenerse de abofetear a Keiko. No lo
pierdas, Cassie. Eso es lo que ella quiere.
—¿Cuál es su problema, de todas formas? ¿Por qué Alice no debe
estar en la sala común? —Añadió ella sarcásticamente. —¿Asuntos de los
Únicos, verdad?
Keiko no respondió. Retrocediendo un paso, luego dos, levantó una
mano para golpear el costado del ciervo aterrado. Sus dedos viajaron a
través del frío mármol para acariciar el hocico que gruñía de uno de los
perros de caza. Cassie se estremeció. Era algo tallado. Los colmillos parecían
como si estuvieran hundidos en carne de verdad.
—Mantente alejada, Cassie Bell, si sabes qué es lo mejor para ti. —
Keiko giró sobre sus talones, luego metió su glorioso pelo detrás de su oreja y
sonrió de vuelta a Cassie.
—Y duerme bien.
70
9
—N
unca me importaron las estatuas.— Isabella se paró
con sus brazos cruzados y una expresión de
emocionada determinación en su rostro. —Eso es a lo
que yo llamo un Hermes apropiado.
—Estás en las nubes.— Cassie elevó sus cejas. —Podrías comprar un
pequeño país por este precio.
Isabella acarició el suave, mantecoso cuero de la bolsa.
—¿Y que querría de un pequeño país? ¡Déjame comprar uno
también, Cassie! Nunca te decepcionará. ¡No es una satisfacción, es una
inversión!
—¿Un pequeño país?
Isabella le empujó las costillas, tan fuerte que la risa tonta de Cassie
salió en un jadeo.
—Una bolsa Hermes, tú filistea.
—Uh-uh. De ninguna manera.— Frotando su lado, Cassie sacudió
firmemente su cabeza. —Estoy feliz con la que tengo.
No estrictamente verdad —habían pasado seis meses en los que
todavía se sentía culpable por robarla— pero le gustaba su bolsa de cadena
de todos modos. De todas formas, no iba a empezar a dejar que Isabella
comprara sus cosas. Tendría una serie de caballos de polo antes de que lo
supiera. ¿Y dónde los pondría? Sonrió abiertamente.
—¿Qué es tan divertido? Oui— le dijo Isabella imperiosamente al
asistente. —Lo tomaré por favor. ¿Vous acepta esta tarjeta, sí? Merci muy
beaucoup2.
—Tu Francés es diabólico,— la dijo Cassie mientras Isabella tiraba su
tarjeta de crédito en la encimera. —Aunque, es mejor que el mío.
—¡No es cierto! ¡Y de todas formas, el mío cumple todos mis propósitos!
Vamos, las compras me hacen sentir terriblemente hambrienta. Compraré
el almuerzo y no te atrevas a discutir. ¿Qué era lo que me querías preguntar?
71

2 Muchísimas gracias. Isabella hace una mezcla de inglés y francés.


Reluctante para hablar delante de las altaneras grandes sacerdotisas
de la boutique, Cassie esperó hasta que estuvieron fuera, y dentro de un
restaurante en la avenida Montaigne. Furtivamente, caminó a la silla a la
que fue llevada, avergonzada de nuevo. Ese lugar era incluso más elegante
que el comedor de la Academia. Más a la moda, también.
—Queremos el poule au pot3. Es maravilloso.— Isabella le dio al
camarero una deslumbrante sonrisa y le devolvió el enorme menú tan
entusiasmada que voló como un disco volador.
—Vamos Cassie, termínalo. Has sido un gato en un bote de agua
caliente toda la mañana.
—En un caliente techo de hojalata,— dijo Cassie. —Casi decapitas al
camarero.
—No cambies de tema.— Isabella meneó un dedo.
—Isabella,— dudó. —¿Por qué alguien iría al cuarto común de los
Únicos en mitad de la noche?
Abriendo su elegante bolsa de compras, Isabella miró detenidamente
dentro de ella con una sonrisa de satisfacción.
—No lo sé. ¿Olvidaron sus libros? ¿Se reunía con un novio?
—No.— Cassie golpeteó sus dedos en la mesa. —Era algún tipo de
reunión. A las dos de la mañana.
—¿En serio?— Isabella toqueteó sus nuevas compras, distraída. —
Tienen reuniones a extrañas horas a veces. No te preocupes.
—No pudo haber sido una reunión. Sir Alric no sabía nada. Él se
encendió y estaba furioso. Oh, y de todas formas, ¿Alice estaba allí?
Isabella de repente era todo oídos.
—¿Alice?
—Ya sabes, Keiko...
—Sí, sí, por supuesto. ¿Pero Alice?— Isabella sonaba malhumorada. —
¿Por qué ella?
—Justo lo que me gustaría saber.
—Es obvio ¿no? Quieren inscribirla. Hacerla miembro,— dijo Isabella en
una voz con amargura. —Oh, sí, Alice encajará muy bien en la vacante.
Cassie detuvo su tamborileo y unió sus dedos.
72

3 Estofado de pollo. Plato tradicional francés.


—No lo creo. No la estaban entrevistando para los Únicos. Apostaría
eso.
—Es lo mismo para mí, ya sabes. No soy convocada. No hay
necesidad de hacerme sentir mejor.
—No, no, lo juro, no lo hago. Sólo estoy segura de que ese no era el
por qué ella estaba allí. Era la manera en la que ellos...
—¡Shh!— Enderezándose en su silla, Isabella golpeó su mano
urgentemente. —Para. No digas más.
Siguiendo el tirón de cabeza no-muy-sutil de Isabella, Cassie se
encontró calvada por una mirada azul hielo.
Tres mesas más lejos, Katerina Svensson y otras tres chicas se sentaron,
antiguas de sexto.
Katerina no sonrió, y tampoco lo hizo Cassie.
—¿Hace más frío aquí?— Ella codeó a Isabella y rió tontamente, pero
la risa murió en sus labios mientras la puerta del restaurante se abría de
nuevo. —Oh, demonios. Es él. ¡No! ¡Isabella, no mires!
Demasiado tarde. La cara completa de Isabella brilló mientras se
movía.
—Jake, ¡Hey, Jake!
—¿Puedes actuar un poco más tranquila?— musitó Cassie. —¿Es tan
difícil de comprender ese tipo de cosas?
—Pero no lo hago,— dijo Isabella de manera traviesa. —No en cuanto
a él concierne. ¡Hey, Jake!
Pero Jake Johnson, pensó Cassie, no tuvo la oportunidad de llegar a
su mesa. Pobre Isabella, Katerina se había girado, dejando caer una
delicada mano en el brazo de Jake mientras él pasaba, sonriendo
engañosamente.
—Jake, querido.
Cassie pudo leer los labios de Katerina, aunque no la podía oír sobre
el murmullo de voces de la hora del almuerzo. La chica sueca lanzó una
astuta sonrisa de desprecio hacia Isabella mientras Jake se detenía.
Inclinándose, besó su ofrecida mejilla y dijo algo. Katerina rió y apretó sus
dedos, y Cassie esperó con un hundido corazón a que Jake se sentara y
pusiera un brazo a su alrededor.
73

Él no lo hizo. Cassie frunció el ceño, sorprendida. Sonriendo. Jake se


enderezó, y liberó la mano de la chica sueca. La sonrisa satisfecha de
Katerina se evaporó mientras Jake se alejaba, hacia Cassie e Isabella. Cassie
tuvo que poner su mano sobre su boca para esconder su sonrisa de delicia.
¿Esa expresión en la cara de Katerina? Quería esculpirla en mármol para la
posteridad, y ponerla en un busto en el pasillo de la entrada.
—Hola Isabella. Hola Cassie.— Jake tiró de una silla y se sentó. —
Isabella, ¿no has estado comprando otra vez? ¿Papi hipotecó el rancho?
Isabella golpeó su brazo.
—Me hieres, Jake. Siempre, me hieres.
—Le dijo la Tetera al Cazo, encuentro ese comentario muy irónico.
¿Qué compraste?
Con las mejillas rosadas de placer, Isabella levantó la bolsa y la abrió
para la inspección. Mientras él examinaba los contenidos, Cassie miró al
lateral de nuevo.
—¿Te duele la espalda?— dijo ella secamente. —Porque está llena de
dagas.
—¿Huh?— Jake se giró, pero Katerina rápidamente apartó su
venenosa mirada. Él rascó su cuello, ruborizándose. —Oh. Katerina. Está
bien.— Sus pregoneras características se detuvieron en una indefensa
sonrisa. —Bueno. Increíble, en realidad.
—Increíble,— masculló Cassie. —Lo hiciste bien. Me pregunto dónde
está su amiga Keiko.
—En detención,— dijo Jake, guiñando un ojo a Cassie con malvada
satisfacción. —Fue llamada a la oficina de Sir Alric esta mañana. Obtuvo un
completo cohete, aparentemente.
—¿En serio?— dijo Cassie simulando sorpresa. ¿Así que Sir Alric no
había terminado completamente con la desdichada chica la noche
pasada. Aunque no pudo dejar de sonreír. —Pobre Keiko.
—Oh, querida. Sir Alric se molesta a veces, incluso con los Únicos.—
Isabella se las arregló para sonar preocupada. —¿Y está Katerina enfadada
por sentarte con nosotras?
—No. ¿Por qué debería estar enfadada? Sólo quería hablar con
vosotras... chicas.
Cassie escuchó la desairada duda, y se dio cuenta de que Jake
estaba enteramente enfocado en ella. Ella le dio un ceño fruncido. No sólo
el chico tenía un siniestro hábito de sonambulismo, tenía tanto tacto como
Katerina.
74

Deliberadamente, ella sonrió a Isabella, no a Jake.


—¿Sí? ¿Acerca de qué?
—Realmente, Cassie ¿me preguntaba si podría tener una... charla?
Cassie se preguntó si su pie alcanzaría lo suficientemente lejos para
darle una patada fuerte.
—¿Con nosotras? Por supuesto que puedes. ¿Qué quieres?
—Bueno, yo...—Él se movió inquieto, medio girándose hacia Isabella.
Cassie vio el rubor alcanzando la garganta de Isabella y oscurecer su
cara. Abruptamente, la argentina se puso de pie, su servilleta de lino se
aplastó en su puño.
—Lo siento. Estoy siendo obtusa. Por supuesto, es algo privado.— Ella
se inclinó para besar a Cassie en la mejilla y arrebató sus bolsas de compra.
—Sabes, no estoy tan hambrienta. Te veré de vuelta en la escuela, Cassie.
Manejando una sonrisa brillante, se giró y caminó fuera del
restaurante. Cassie no pudo perderse la sonrisa satisfecha de Katerina.
—Eso fue realmente grosero,— siseó ella, poniéndose de pies
rápidamente. —Iré con ella. Si tienes algo que preguntarme, puedes hacerlo
delante de mi amiga.
Sus dedos se hundieron en su muñeca.
—Cassie, por favor, por favor.
—Vete al infierno.
—Lo siento, ¿sí?— Su voz era un desesperado susurro. —Escucha, lo
arreglaré con ella. Juro que me disculparé. Por favor, quédate, Cassie. Esto
es importante. Realmente importante.
Ella le frunció el ceño.
—¿Lo arreglarás con ella?
—Sí. Um, sí. Lo prometo.
Cassie le dio una dura sonrisa.
—Flores.
—¿Qué?— Él pestañeó.
—Flores. Es la única forma de pedirle disculpas a una chica. ¿No sabes
nada?
—¿Flores?
La maliciosa inspiración golpeó. Él realmente debía pagar por esto.
—Que sea una orquídea. Una buena orquídea.
75

—Vale. Vale, lo prometo. ¿Ahora me escucharás?


—Cinco minutos,— dijo ella bruscamente. —Y aléjate de mí.
Él liberó su muñeca, como si estuviera sorprendido por estar
sujetándola aún.
—¿Qué estabas haciendo anoche, Cassie?
Ella dudó, sorprendida por ser tan directo, luego se sentó.
—¿Es algún tipo de pregunta personal?
—Vamos, por favor. No juegues, esto es serio.
—¿Sí? ¿Qué tan serio?
Levantando un tenedor, él lo giró y lo giró en sus dedos.
—Cassie, ¿Qué estabas haciendo en el tercer piso anoche?
—Sonambulismo. Supongo que es un hábito común, ¿cierto?
Hubo una pausa vergonzosa.
—Mira, yo...— Él tomó una respiración. —Yo sólo estoy...
—¿Sí? ¿Tú solo estás qué? ¿Cuál es tu juego, Jake? — Ella no pudo
suprimir una furiosa sonrisa de desprecio. —¿Estás tan desesperado que
sigues a la Reina de las Nieves por todos lados?
Él puso el tenedor de vuelta en el mantel.
—Cassie, sé que se ve extraño, pero te juro que no estoy haciendo
nada malo. Por favor, ¿sólo me dirás por qué estabas allí?
—No hasta que tú lo hagas, rayo de sol.
—Está bien.— Él recorrió sus manos alrededor de su cabello. —¿Dime
sólo esto? Sé que Darke desgarró en tiras a Keiko, pero ¿qué te dijo?
—No mucho.— Ella se encogió de hombros, escaneando el cuarto por
alguna distracción. ¿Dónde demonios estaba el camarero?
Jake no lo estaba dejando ir.
—Él... ¿Estaba amenazando?
—Por supuesto que no. No seas ridículo.
—¿Qué pasa con Ranjit?
—¿Qué? ¿Qué pasa con él?
—¿Te amenazó? En el cuarto común, quiero decir. ¿Dijo algo?
Cassie dudó. Pero él no estaba allí, Jake...
76

Pensativamente, ella se mordió el labio. No había razón para mentirle


a Jake. Pero tampoco había razón para confiar en él.
—No,— dijo al fin. —Ranjit tampoco me amenazó. ¿Por qué lo haría?
Jake no respondió. Se veía afligido.
—Necesito irme ahora. Espero que seas aficionado al pollo, porque
tienes dos menús para terminar.— Ella se puso de pie. —Y pagar.
Él parecía como que si fuera a agarrar su muñeca otra vez, pero se las
arregló para refrenarse.
—Cassie, ¿por favor serás cuidadosa? ¿Realmente cuidadosa?
—Realmente eres un ridículo protector, ¿no?
—Tal vez.— Jake sólo sonrió. —Pero es en serio.
—Lo mío también. No te atrevas a herir los sentimientos de mi amiga
otra vez.
—¿Por aquí alrededor?— Él le dio una sonrisa de labios delgados. —
No soy de esos que hieren.
Cassie giró sobre sus talones, lanzando a Katerina una última mirada
furiosa. Podía sentir el odio de la chica, y la mirada de Jake, así que salió
muy cuidadosamente. Ahora sería el peor momento en el mundo para
tropezar sobre sus propios pies.
Elegancia parisina. Se dijo severamente. Y orgullo. ¡Soy una estudiante
de la Academia, maldición!
Ella no les dejaría olvidarlo.
77
10
C
assie se enfocó atentamente en el maestro de arte. La clase
había dejado el Orangerie y sus tesoros, y ahora se sentaban
pestañeando a la luz del sol mientras Signor Poldino
gesticulaba entusiastamente alrededor del Jardin des Tuileries. No era una
pintura al óleo, bendecido, pero al final era relajante para mirar.
—Recuerden Les Numphéas— exclamó el pequeño maestro, hincado
en sus talones con emoción. —¡El impacto del ojo y del corazón! Piensen en
la textura y la luz, en crear su paisaje. ¡Véanlo con los ojos de Monet! ¡Usen
el color! ¡Usen la emoción!
—¿Usar una cámara tal vez?— murmuró una familiar voz inglesa,
cargando el claro aire de otoño. —La tecnología ha avanzado desde los
días de Monet.
Keiko puso su libro de bosquejos sobre su cara, bufándose con alegría.
Signor Poldino enrojeció.
Jake le lanzó a Richard una mirada mugrienta, pero Cormac frunció
el ceño y habló.
—Déjalo, Richard.
—Callaos,— chasqueó Ayeesha. —Continúe, Signor Poldino. Por favor.
Algunos de nosotros estábamos completamente abrumados por los
nenúfares. A algunos de nosotros nos gustaría aprender más.
Poldino le disparó una mirada agradecida.
—Los dejaré vagar en los jardines. Por favor regresen aquí en...—
Revisó su anticuado reloj de bolsillo —...dos horas. Estoy seguro que algunos
de ustedes producirán deleitantes bosquejos.— Él sonrió a Ayeesha y
Cormac, luego a Cassie.
—Dios,— le murmuró Richard a Perry mientras se ponía de pie y se
estiraba. —Ayeesha se está volviendo una insufrible mojigata. Y el viejo Ojos-
Irlandeses es casi tan malo.
Perry rió disimuladamente.
78

—Creo que a él le gusta ella.


—¡Perry!— llamó Keiko imperiosamente.
—Adelante, han sido convocados. Intentad conseguir terminar algún
trabajo también, Peregrine. No quiero que la pobre ejecución de mi
compañero de cuarto se refleje en mí.
Con una adulante risita, Perry se había ido.
Richard estaba cerca del hombro de Cassie, y ella sintió que sus latidos
se aceleraban mientras él se inclinaba.
—¿Vienes y ves mis bosquejos?— dijo él en voz seductora.
—Ha, ha— dijo ella sin girarse. Si él sólo supiera qué tan cerca estaba
de una buena bofeteada... Pero, ¿a por cuál de sus dos caras iría ella? No,
mejor pretender que todo estaba bien. Cassie no quería una pelea con él
delante de todos. Él ya le había causado suficiente vergüenza.
—Perdón. No es divertido. ¿Ven y se mi musa, entonces, hermosa
Cassie?
Cassie se concentró duramente en dividir los medio aplastados tubos
en su caja de pinturas.
—Richard, si está bien contigo, me gustaría... um... ¿estar en lo mío?—
Tomando un profundo suspiro ella pudo arreglárselas para levantar la
mirada y forzar una sonrisa. —Nunca he estado aquí antes. Es bastante
asombroso. Necesito pensar sobre ello. Si no te importa.
—Oh. Por supuesto que no.
Su confusa decepción sonaba genuina. Pero, de nuevo, tenía todos
sus complementos y Cassie sabía cuánto eran valorados ahora. Por unos
pocos segundos, Richard rondó, como esperando que ella cambiara de
opinión, luego se fue a vagar.
Ella expiró un suspiro de alivio, y se giró. Maldición. No había pensado
que Ranjit estaría allí todavía. Él miró en su dirección, y sus ojos se
encontraron durante medio segundo, antes de que el no sonriente hindú se
girara.
Con enfado, Cassie se puso de pie y caminó rápidamente hacia la
dirección opuesta. Había que matar dos horas. Seguramente podía
encontrar algo para pintar, desde que Poldino obviamente esperaba un
buen trabajo de ella otra vez. Los jardines no eran vastos, pero tenía que
evitar a Ranjit. Y a Richard. Y a Jake, quien andaba en modo arisco. Y
preferiblemente a Keiko también... Señor, su espacio de maniobra era
limitado.
79

Cuando se aseguró de que estaba lo suficientemente lejos de


cualquiera, Cassie se sentó en una pared baja y comenzó a dibujar figuras,
sin rumbo en su libro de bosquejos. Era más divertido y envolvente de lo que
esperaba, pero justo cuando su fascinación con los turistas se estaba
agotando, y las multitudes estaban disminuyendo, vio a una niña pequeña
con un impermeable amarillo sosteniendo un globo azul brillante.
Eso estaba mejor.
La niña se dio cuenta de la atención. Hizo una cara. Cassie le hizo una
de vuelta. Una pequeña lengua salió, y así lo hizo la de Cassie.
Rápidamente, bosquejando el globo agarrado en su puño, Cassie se
encontró en una competencia de caras. Ambas estaban riendo
tontamente al tiempo que uno de los padres capturó la mano de la niña y
la arrastró hacia la galería.
Demonios. No había conseguido bien el cuello. Se veía como la
gorguera de Elizabethan. Frustrada, miró fijamente al espacio donde la niña
había estado, y dejó que sus ojos vagaran por primera vez en una hora.
No podían concentrarse, así que se los frotó. Mientras su visión se
aclaraba, distinguió dos figuras familiares, apenas a veinte pies de distancia.
Ranjit y Jake.
Ranjit había estado sentado en un banco, pero se había medio
elevado para encarar a Jake, quien estaba parado frente a él. La postura
de Jake era agresiva, su expresión estaba retorcida con rabia y le estaba
echando a Ranjit una bronca. Ranjit se veía aturdido, como si hubiese sido
atrapado con la guardia baja, y cuando Jake elevó su voz, él también lo
hizo.
—Jake, me escucharías, por el amor de Dios...
Cassie se levantó. Dio unos pocos pasos hacia ellos. Ambas cabezas
se giraron simultáneamente. Sin una palabra, Jake se giró y se fue, sus pies
crujían en el camino de grava. Ranjit se sentó pesadamente.
Cassie dudó, pero algo en la expresión de Ranjit era tan miserable que
no lo pudo evitar. Se paseó frente a él. Tratando de parecer casual.
—¿Qué era todo esto? ¿Diferencias artísticas?
Con un bajo gruñido, él puso su cara en sus manos. Cassie esperó, feliz
de estudiarlo. Sus mangas estaban enrolladas, revelando brazos
bronceados. Sus manos eran hermosas, también, y fuertes, pero justo ahora
estaban con los nudillos blancos y tensas.
—¿No quieres hablar de eso, eh?
—Es correcto.— Él quitó las manos de su cara y miró fijamente a Jake.
80

—Justo como tú, Cassandra.


Ella se encogió de hombros, permitiéndose una sonrisa, desde que él
no la veía. Su libro de bosquejos estaba medio abierto a su lado, así que
echó otra astuta ojeada a su cara. Él todavía no estaba mirando.
Agachándose, ella tiró de la cubierta hacia atrás.
Si no hubiese jadeado, hubiera tenido más tiempo para examinar el
dibujo. Como fuera, él rápidamente se lanzó tan veloz como una cobra y lo
arrebató, sus oscuros pómulos se ruborizaron.
—¡Todavía no está terminado!
Ella se mordió la esquina de la boca, incompletamente capaz de
mirarlo.
—¿Puedo verlo cuando lo esté?
—Si alguna vez lo termino,— dijo él cortamente mientras se ponía de
pie. —Será mejor que regresemos.
Él no le dijo otra palabra, incluso aunque ella caminó a su lado todo
el camino hacia la Orangerie. Fueron los últimos en llegar y Cassie sintió
varios pares de ojos en ellos mientras llegaban.
La mirada de Keiko era feroz: no había duda de que no pasaría
mucho antes de que Katerina escuchara cómo Cassie y Ranjit habían
emergido juntos de los arbustos. La sonrisa de Richard era un poco menos
segura de lo habitual; Jake no miró a nadie ni a nada.
Al final Signor Poldino estaba deleitado de verlos. Palmeó sus
regordetas manos.
—Maravilloso. Ahora, debemos regresar a la escuela, ¡Pero Cassie,
Ranjit! Estoy esperando ver su trabajo terminado.
Espero que Ranjit termine el suyo, pensó Cassie tristemente. Y
realmente esperaba que la dejara verlo. Había dibujado dos simples figuras
que se estaban mirando la una a la otra con abierta delicia y
entretenimiento: una pequeña niña en su impermeable amarillo sosteniendo
un globo, y una sonriente joven de piernas cruzadas en un muro bajo,
bosquejándola, la chica mayor se veía muy despreocupada, hubiera sido
fácil no reconocerla.
Aunque, ella lo hizo.
***
—Oh, hermosa mujer,— cantó una voz americana.
Cassie levantó la cabeza rápidamente, esperando ver las familiares
características de Jake.
81

Pero era Richard. Dejó caer sus libros en el escritorio de Jake, tirando
de su silla y sentándose, entrelazando sus manos tras su cabeza en una
atractiva imitación de la actitud engreída americana.
Cassie lo inspeccionó.
—Eres bueno en eso.
—¿Qué?
—Hacer imitaciones. Sonaste justo como él.
—Por qué, gracias.— Él agitó sus largas pestañas hacia ella.
—Muy buen actor en todo, realmente.
—¿Hmm?— Su cuerpo se tensó, muy ligeramente.
Eso la puso en mente de serpiente de alguna manera. Como la
manera en que una serpiente está toda tensa como un resorte, justo antes
de atacar. Se cuidadosa, le había dicho Jake en el restaurante. Enamorarse
de Richard podría ser realmente, realmente estúpido, por más de una razón.
No es que estuviera siguiendo el consejo de Jake. Pero no podía
averiguar los secretos de la Academia por tener una pataleta con alguien
que la reventaba. Así que no te vuelvas loca, se dijo a sí misma. Desquítate.
Además, Richard no era el único actor decente por allí. Cassie le dio
una sonrisa abierta que puso la grande y fácil sonrisa en su rostro
nuevamente.
—¿Dónde está Jake?
—No vendrá a clase hoy.— Los hombros de Richard se levantaron
ligeramente. —He oído que no está muy bien. Sufre de insomnio, ya sabes.
Quizá tuvo particularmente una mala noche.
—Qué pena,— dijo Cassie ligeramente. —Entonces, ¿me has estado
evitando o algo?
—¡Querida!— Él se sentó un poco más recto. —¡Creía que tú me
estabas evitando!
—¡Por supuesto que no! He estado ocupada, eso es todo.
—Y un poco sonámbula. Casi me caí de mi silla cuando te vi en la
puerta del cuarto común la otra noche.— Él estaba todo inquieto,
inclinándose. —Escucha, si tanto deseas ver el lugar, puedo intentarlo y
arreglar algo.
Ella le dio una avergonzada sonrisa.
—En realidad, realmente me gustaría. Me perdí un poco, eso es todo.
Me gusta caminar por la noche cuando no puedo dormir. Siempre lo hice.
82

Mejor que sólo estar allí acostada, mirando fijamente el techo.


—Pensando de Inglaterra.— Richard arrastró las palabras. —Me gusta
la imagen de ti haciendo apariciones.
Cassie rió.
—Lo diré de nuevo. Estás al límite, tuyo.
Desde la parte delantera de la clase hubo una tos.
—Víctor Hugo, damas y caballeros. Por favor vayan a la página
catorce...—
Madame Lefévre no era exactamente la disciplinaria más dura en la
escuela, y era corta de vista en el regateo. Cassie pudo sentir la inquietud y
el revoloteo de Richard a través de las páginas. Al final se inclinó.
—Estás interesada en los Únicos, ¿o no?— susurró.
Cassie golpeteó su libro abierto con el índice, simulando
desaprobación. Él regresó a su asiento y suspiró. Aunque, en menos de un
minuto se estaba inclinando nuevamente hacia ella.
—Mira, puedo decirte lo que pasa. He visto la película.
—¿Hay una película?— susurró ella. —¿Sobre los Únicos?
Él sonrió abiertamente.
—Broma. Quiero decir El Jorobado. Él muere, ¿vale? Estoy aburrido.
¿Qué tan interesada estás?
—Supérate y cállate.
Él cubrió una sonrisa.
—Sobre los Únicos quiero decir. ¿Qué tan interesada? ¿Te gustaría ser
miembro?
Cassie parpadeó, estupefacta. Eso no lo había esperado. El bajo sol
entraba a través de las altas ventanas haciéndole más difícil ver la cara de
Richard, pero había algo ansioso en su voz.
—¿Es en serio?
—¡Madmoiselle BELL!
—Perdón.
Cassie intentó llegar a la página frente a ella, pero su concentración
estaba hecha añicos. ¡Ser miembro de los Únicos! ¿Qué mejor manera de
descubrir qué estaba pasando aquí? A escondidas, se volvió de nuevo
hacia Richard. Ella lo había pillado por sorpresa, y su mirada era diferente,
más concentrada. Avergonzado, él fingió una sonrisa y regresó a su libro.
83

¡Ajá! Sí le gustaba, después de todo, se dio cuenta con


entretenimiento. No le engañaría de nuevo, pero en realidad le gustaba. Él
había estado actuado como la bruja con Katerina aquel día, justo como
había actuado el corazón lastimado con Cassie. Pero no sabía que Cassie
lo había oído por casualidad. Eso le daba una ventaja. Era muy obvio que
él no quería ofender a Katerina —pero tampoco quería enamorarse de
Cassie. Oh, esto podría ponerse interesante. Ella suavizó una sonrisa.
Qué montón de máscaras usaba. Quizás ni Richard sabía cuál de
todas era la real. Aunque, no había nada siniestro sobre la actuación. Él
estaba buscándose a sí mismo, y Cassie tenía que admitir que eso la atraía.
Sabía cómo cuidarse a sí misma, también. Podía entender el instinto.
Se cuidadosa, Cassie. Escuchando de nuevo la voz de Jake en su
cabeza, frunció en ceño. De todos modos, ¿qué había pasado con Jake?
¿Demasiado merodeo nocturno, como Richard había insinuado?
Tampoco era el único ausente. Alice no estaba en su escritorio.
—Serías genial para los Únicos,— murmuró Richard. —A algunos de
ellos realmente les agradas. Piensan que tienes... espíritu.
—Oh, ¿sí?— Cassie recordó el escritorio vacío tres filas por delante. —
¿Qué le ha pasado a Alice?
—Oh, Alice.— Había una sonrisa en su baja voz. —Aún superando la
resaca, debería pensar.
—¿Desde hace tres noches?— Cassie elevó sus cejas.
—Buena. Esa chica puede dejarnos atrás, déjame decirte. Y por
supuesto que estaba un poco sobreexcitada por haber sido invitada al
cuarto común. Nunca serías tan tonta, ¿o sí?
Cassie frunció el ceño ¿sobreexcitada? Así no sería como ella lo
llamaría. No era así como Alice se veía, posada en la silla con la copa de
plata en sus manos, la pálida piel, los ojos opacos, el cuerpo débil.
—No,— murmuró ella al final, manejando una risa seca. —No soy de
esas que se impresionan fácilmente, rayo de sol.
—Lo sé.— Él guiñó un ojo. —Es por eso que serías ideal. Y alguien ya te
recomendó.
Cassie le miró fijamente.
—¿Quién? ¿Sir Alric?
—Dios, no.— Richard se veía alarmado. —No le digas que tuvimos esta
conversación, ¿vale? No se supone que yo... um... hable fuera de turno.
Mantenlo en secreto por ahora, ¿vale?
84

—Difícilmente estoy como para tener una cómoda charla con él.— El
tono de Cassie se congeló. ¿Por qué Sir Alric la rechazaría? Obviamente
Richard aún era un golpeando snob, si no podía reconocer que ella le
gustaba. Una vez más, estaba insegura si le gustaba y confiaba en Richard,
o no lo pudo soportar. —Entonces, ¿quién? ¿quién me recomendó?
—Alguien muy importante. Eso es todo lo que tú...
—¡Monsieur Halton-Jones! ¿Tal vez le gustaría darnos sus ideas sobre la
estructura de estos primeros capítulos?
—¡Madame Lefévre! Por supuesto.— Richard le lanzó a la maestra una
deslumbrante sonrisa y se aclaró la garganta, abriendo su cuaderno.
Ella probablemente lo había imaginado, pensó Cassie: El nervioso
alivio en la cara de Madame. Un poco de rubor, como si hubiera escapado
con atroz descaro, por desafiar y regañar a un miembro de los Únicos. El
pulso palpitaba rápido en sus sienes.
Richard estiró sus largas piernas y luego las cruzó en los tobillos.
—Pobre Quasimodo,— comenzó. —La tragedia es anunciada desde
el principio...
85
11
H
abía demasiado en la mente de Cassie. Sus pensamientos y
sospechas eran caóticos, y no sabía más acerca de Victor Hugo
de lo que había sabido hace una hora.
A este ritmo sería expulsada por incompetencia antes de descubrir
algo. Los estudiantes empujaban pasándola en el pasillo, corriendo a su
siguiente clase, pero Cassie descubrió que tenía que caminar lentamente,
pensando furiosamente y examinando sus opciones.
Richard no había mencionado la posibilidad de que se convirtiera en
uno de los Únicos, si no lo dijera en serio; estaba segura de eso. Pensando en
Isabella, su conciencia vibró dolorosamente. Si Cassie fuera invitada a unirse
a los Únicos, ¿estaría su compañera de cuarto muy herida? ¿Debería confiar
en Isabella, o dejarla en la dichosa y segura ignorancia? ¿Y qué tan
arriesgado era dejarse reclutar? Distraída, Cassie apenas sabía dónde
estaba, ni mucho menos a cual clase se estaba dirigiendo.
Lo cual era el porqué casi saltó fuera de su piel cuando se abrió la
puerta a su lado.
Se detuvo de pronto, con el corazón desbocado.
—¡Cassie! Tenía la esperanza de que te atraparía.
La voz meliflua fue instantáneamente reconocible, al igual que la
altura y la presencia. Menos mal, ya que estaba tan cerca que estaba
boquiabierta sólo ante su chaqueta de botones y su elegante corbata de
seda.
—Hola, Sir Alric.— Ella parpadeó hacia el crudamente hermoso rostro.
—¿Perdida de nuevo?— preguntó con picardía.
Ella negó con la cabeza. Detrás de él vislumbró su oficina. Unas
cortinas de color verde oscuro estaban sujetas hacia atrás con cordones
dorados. Una gran mesa de caoba ocupaba la mayor parte de una pared,
más allá una extensa alfombra gruesa. En el centro de la habitación había
una mesa pequeña, tazas de porcelana de Sevres y una tetera de plata
86

encaramada en lo alto; dos sillones de color amarillo pálido se apiñaban


cerca alrededor de esta como viejos amigos. En uno de ellos se sentaba una
figura reconocible, que se rió un poco y palmeó sus frágiles manos juntas.
—Cassandra, querida mía.— Estelle Azzedine no intentó ponerse de
pie. — ¡Qué encantador! ¿Estás disfrutando de la Academia?
—Genial. Bien. Quiero decir, me encanta.— Cassie sonrió torpemente
en respuesta. —Hola, madame Azzedine.
—Estelle.— Ondeando un dedo, Madame Azzedine le hizo una mueca
juguetona.
Sir Alric miró de una a la otra.
—¿Os conocéis?
—El primer día de Cassandra. Fue lo suficientemente amable para
ayudarme a subir los escalones.
Él le lanzó a la anciana una sonrisa divertida.
—¿Ella, de verdad? Y hablando de tu primer día, Cassie, cuando
finalmente nos reunimos esta semana, recordé de cuánto tiempo habías
estado en la Academia antes de que me presentara. Permíteme corregirme
por mis malos modales. Únete a nosotros para tomar el té.
Nerviosa, ella miró su reloj.
—Pero tengo…
—¿Una clase con el Sr. Chelnikov? No te preocupes por eso. ¡Marat!
Cassie casi saltó hacia un lado. El portero achaparrado había
aparecido en silencio a su espalda. Tenía una expresión siniestra en su rostro
pétreo.
—Marat. Por favor, informa a Gospodin Chelnikov de que la señorita
Bell está excusada de su clase del día de hoy. Quiero hablar con ella.
Discúlpate con él en mi nombre.
Marat asintió una vez, en silencio, y se alejó.
—Entra, Cassie. — Sir Alric cerró la pesada puerta y acercó otra silla
frente a la de Madame Azzedine, quien le guiñó un ojo a Cassie.
—Qué encantador trato hacia mí. Compañía joven. ¿Estás
aprovechando al máximo las oportunidades de la escuela como te
recomendé, Cassandra?
—Sí. Quiero decir...— Con una punzada de culpa, Cassie recordó la
última hora desperdiciada. —Lo estoy intentando.— Se encogió de hombros
con tristeza.
87

—Y teniendo éxito también. Cassie es muy capaz en una amplia gama


de temas.— Sir Alric le dirigió una mirada de aprobación. —Creo que puedo
decir con seguridad que es uno de los becarios más meritorios que hemos
tenido.
—¡Qué maravilloso!— Madame Azzedine se sentó un poco más
erguida. —¿Inteligente, entonces?
—Sí, efectivamente,— dijo Sir Alric, vertiendo el té de manera
constante en una delicada taza de Cassie.
—¡Y muy bonita, también! Que sorprendente apariencia tienes,
querida mía. Nunca he visto unos ojos de un color tan inusual. ¿No lo cree
así, Sir Alric?
—No había pensado en ello.— Sonrió a Cassie, casi cómplice. —Me
atrevo a decir que tienes razón. Cassie, lo que realmente quería hablar era
de la otra noche. Me preocupa que no duermas bien. Y espero que no
vieras... que te molestaras. Quise decir lo que dije acerca de venir a mí con
cualquier problema.
—Oh, no se preocupe,— dijo ella alegremente, satisfecha de que
hubieran terminado con el tema de su apariencia. —Nunca he dormido
bien. Y había muchos más problemas en Cranlake Crescent.
—Ah. Por supuesto. Imagino que la vida no siempre fue sin problemas
allí.— Él la miró con amabilidad.
Mientras ella decidía que realmente le gustaba, Madame Azzedine
embistió de nuevo.
—Háblame de eso, Cassandra. ¿Has tenido una vida difícil, no?
Tomada por sorpresa, Cassie se detuvo para tomar un sorbo de té.
Tenía un sabor perfumado que no le gustaba mucho, pero le dio un
momento para pensar.
—Yo... Supongo que sí. No sé. Tuve algunas familias de acogida. No
muchas, sin embargo.— Ella sonrió de repente. —Un poco perturbador,
supongo. Es difícil de manejar. Siempre terminaba de vuelta en Cranlake
Crescent.
Nadie te quiere, pequeña basura del espacio. ¡Nadie!
—¡Difícil de manejar!— Irrumpió la voz de Jilly en su cabeza, Madame
Azzedine soltó una risa gutural. —Eso simplemente significa que tienes
espíritu, querida mía. Y para hacerlo bien en tus estudios a pesar de todas
las dificultades, bueno, que maravillosa. Tenemos la suerte de tener a
Cassandra aquí. ¿Verdad, Sir Alric?
—Por supuesto.— Él cambió su posición entre Cassie y Madame
Azzedine, bloqueando un poco la intensa mirada de la anciana. Cassie se
88

ruborizó mucho, incómoda con el torrente de elogios. Sin embargo,


apreciaba que Madame Azzedine fuera tan amable con ella. Sir Alric no
tenía que parecer tan desaprobador.
Ella dejó la taza rápidamente.
—Será mejor que me vaya.
Sir Alric miró su reloj de pulsera.
—Sí. Tal vez es mejor que lo hagas.
Ambos estaban observándola, sólo uno de ellos sonriendo, mientras la
puerta se cerró suavemente una vez más.
***
—¡Cassie! ¡Cassie, mira esto!
El miserable estado de ánimo de Isabella de las últimas cuarenta y
ocho horas se había evaporado. Maldita sea, pensó Cassie mientras
vacilaba en la puerta de su habitación.
—¡Mira lo que él me ha dado!
Nora llameante. No tenía ni idea de que las orquídeas crecieran tan
grandes. ¿Estaba genéticamente modificada o qué? De color blanco puro
y muy hermosa, debió haberle costado a Jake mucho más de lo que podía
permitirse. Esto podría haber sido una de las ideas menos inteligentes de
Cassie; después de todo, no quería que Isabella renovara sus esperanzas. Al
menos Jake había sido fiel a su palabra, sin embargo.
—Sabes, hay algo acerca de las orquídeas que no me gusta.— Cassie
arrugó la nariz. —¿Esas negras en el patio de la estatua? Son siniestras.
—Oh, esas son las favoritas de Sir Alric. La flor símbolo de la Academia,
pero nunca nadie las ha visto ni oído hablar de ellas. He peguntado. Incluso
mamá no las conoce, y es algo así como una experta.
—¿En serio?— Cassie de pronto se sintió incómoda.
—Ah, ¡pero esta orquídea!— Isabella se rió, no muy fuerte, y pasó su
dedo por un pétalo prístino. —Pura, pero sexy. ¡Y tan romántico!
Cassie tuvo que sonreír.
—Está bien. Es una preciosidad.
—Como Jake, ¿eh?— Isabella plantó un beso delicado en la flor. —Y
hay algo para ti, Cassie.
—¿De Jake?— preguntó Cassie, sorprendida.
89

Isabella se encogió de hombros, sin dejar de sonreír estúpidamente a


su orquídea.
—No sé. No lo creo, no es su letra. Aquí.
Le lanzó un sobre a Cassie, que lo agarró en el aire. Reconocí ese rico
y apergaminado papel. Papel de la academia. Oh, diablos; ¿Sir Alric había
encontrado sus malos modales a la hora del té? ¿Era esta su carta de
despedida?
Con un dedo tembloroso cortó la tapa del sobre y sacó una tarjeta
con relieve. Cassie tuvo que leerla tres veces antes de poder atreverse a
encontrar la mirada curiosa de Isabella.
—Isabella.— Ella se mordió el labio.
—¿Qué? ¿Qué es?
—Yo realmente espero que no te importe esto. No quiero echar a
perder tu velada.— Tragando, Cassie giró la tarjeta hacia su amiga, y vio
que la sonrisa de Isabella moría mientras leía:
La Academia Darke
Desde la Oficina de los Únicos
Su nombre ha sido presentado al Congreso como candidato potencial a la
adhesión de los Únicos.
Por favor asista a la Sala Común de los Únicos
el 12 de noviembre, a las 7:00 p.m.
Se espera puntualidad.
90
12
—C
aballeros, ¿listos?
Ambos chicos asintieron, saludaron al
Señor Alvarez y mutuamente, luego deslizaron sus
caretas de esgrima sobre sus caras.
—En garde, entonces, ¿listos? Luchen.
Mientras Richard atacaba fuerte a Ranjit, y Ranjit daba un paso hacia
atrás, parando el golpe y recuperándose, Cassie jugueteaba inquietamente
con su cable. Ya había hecho un desastre consiguiendo su kit y nunca se
vería tan elegante como Ranjit o Richard. O ninguno de ellos, en ese caso.
Isabella, en esgrima blanco y con una brillante cola de caballo cayendo por
su espalda, se veía como una diosa marcial.
Ella descansaba las yemas de sus dedos despreocupadamente en su
epée4, la careta colocada bajo un brazo; mientras conversaba con Perry, a
quien le había comprensivamente dado una paliza.
La culpa invadió a Cassie, Isabella estaba tratando difícil de actuar
normal, pero su —no-podría-importarme-menos— actitud hacia las noticias
de Cassie, no sonaba completamente verdadera. Cuando se sentó al fin,
empujando húmedos mechones de cabello caoba, Cassie le sonrió. Quizás
estaba haciendo demasiadas sonrisas últimamente, y tal vez eso no era muy
normal, tampoco.
Cassie tomó un respiro:
—Isabella.— Hizo una pausa. —¿Te importa que tenga una entrevista?
La entrevista era mañana. El pensamiento de eso ya la había estado
manteniendo despierta, y ahora un pequeño estremecimiento ondeaba
bajo sus vértebras.
Por una vez Isabella no protestó o evitó la pregunta con una risa.
Seriamente estudió el rostro de Cassie.
—De verdad, no me importa. Lo mereces. Tú...— Isabella se detuvo. —
Quizá estoy sólo decepcionada. Eso de que otra vez no me lo hayan
91

preguntado. Pero estoy feliz por ti, ¿vale?— Su sonrisa se veía tensa.

4Espadín, se diferencia de la espada actual de esgrima en que la segunda tiene la punta roma para
no herir al adversario.
—Deberías haber sido tú. Lo siento, soy nueva, y tú tenías más derecho
a esto, y...
—No, no es eso. Es sólo...— Enrojeciendo, Isabella cerró la boca.
—¿Qué?— Cassie frunció el ceño.
—Nada.
—Eso no es nada. Dímelo.— El tono de Cassie tenía un filo peligroso. —
Dilo, Isabella.
—Mira, no es lo que pienso. La gente ha quedado desconcertada,
eso es todo. Porque...
Cassie esperó.
Las palabras de su compañera salieron de prisa.
—Una estudiante becada nunca ha sido llamada antes. Eso es todo.
—Ya veo.— Cassie se sacó su guante de esgrima y lo retorció.
Isabella liberó su cabello de la cola de caballo.
—Cassie, no pienso que sea... malo o algo. Eso sólo mostrará cuán
especial eres, ¿vale? Es sólo que algunos en la escuela están...
—Sorprendidos,— dijo Cassie —Sí. Y supongo que no es en una buena
manera.
Isabella abrió su boca para responder, pero un pitido electrónico
señaló otro golpe y Cassie llevó su atención de regreso a la pista. Ranjit, sin
aturullarse, había vencido a Richard. De nuevo.
Crueldad y magnificencia, rostros oscurecidos por la malla negra,
chaquetas y pantalones ajustados a los músculos... Era suficiente para hacer
a una chica marearse. Aunque nunca podrías confundir a uno del otro,
incluso cuando sus rostros estaban cubiertos. Ambos eran rápidos y de pies
ligeros, y ambos hacían sus ataques como ingeniosas serpientes, pero sólo
uno de ellos era locamente elegante, cada movimiento económico, lleno
de gracia y efectivamente hiriente.
Chico, Ranjit se veía bien con un arma.
—¡Cassie!
Ella pestañeó, aturdida, e Isabella la codeó fuerte.
—Ojos al frente,— susurraba su compañera de manera traviesa, todo
92

su buen humor restaurado. —Estás dentro.


El combate había terminado, Richard y Ranjit se habían quitado las
caretas y estaban sacudiendo sus manos. Quince a nueve, notó, echando
un vistazo a la puntuación. A favor de Ranjit, por supuesto.
Ella intentó estar decepcionada.
—Cassie,— dijo Señor Alvarez de nuevo. —En piste, por favor. Uno de
ustedes dos. Quédese.
—Lucharé con ella,— ofreció Richard con entusiasmo.
—No.— Ranjit se paró delante de él. —Yo lo haré.
Richard se veía a punto de discutir, luego se encogió de hombros y se
quitó el cable del cuerpo, ofreciendo la conexión a Cassie.
—Maldición,— musitó ella. —Me machacará.
—Huh,— susurró Richard, ofendido. —¿Crees que yo no lo haría?
—Sí. Vale.— Ella sonrió abiertamente mientras él insertaba el cable en
la parte de atrás de su chaqueta, girándola por un hombro y cerrando el
cuello de velcro. Richard estaba tan cerca que podía sentir su cálida
respiración, oler su fresco sudor; sus dedos estaban casi rozando su
garganta.
Pudo sentir desaprobación, también, radiando del silencioso Ranjit
como una fuerza física.
Ranjit no sonrió mientras saludaba, luego se puso su negra careta
sobre su rostro.
—Recuerda Cassie,— dijo el Señor Alvarez tras ella. —Mantén tu
muñeca así, tu cuerpo orientado así. Aún le estás dando a tu oponente
muchas oportunidades, eres vulnerable para los golpes. ¡Y no te alejes todo
el tiempo! No tengas miedo a atacar. ¡Ahora! ¿Listos?
Asentir, saludar, caretas puestas.
—En garde. ¿Listos? ¡Ahora!
Era imposible. Ranjit esquivaba cada golpe sin esfuerzo, bloqueaba
cada estocada que ella hacía. El contador electrónico sonaba con
vergonzosa regularidad, y Cassie casi se desmayó con alivio cuando Ranjit
cometió un error y ella hizo un punto por defecto. Al menos, él no estaría
limpiando el suelo con ella, quince a cero.
Cassie era bien consciente de Katerina, su propio encuentro terminó,
mirando y sonriendo con suficiencia, y cuando Ranjit dio un paso atrás y se
quitó la careta, luego extendió sus dedos enguantados para una corta
sacudida de manos, Cassie se sintió abrumadoramente alegre de que se
hubiera acabado.
93

—Quince a uno, si tengo razón.— El Señor Alvarez sonaba


decepcionado, pero no remotamente sorprendido.
—Isabella, Richard, en piste por favor.
Mientras Cassie desconectaba su cable y le ofrecía a él la conexión,
los dedos de Richard rozaron los suyos.
—Muy poco caballeroso,— murmuró él. —Yo te hubiera dejado hacer
unos pocos puntos.
—¿Cuál sería el punto de eso?— preguntó Ranjit despectivamente
mientras pasaba hacia el banco.
Cuando se había ido, Cassie le gruñó a Richard.
—Él tiene razón, por supuesto.
—No obstante un potente dolor en el trasero.
—Buena suerte.— Ella sonrió mientras Richard se giraba para saludar
a Isabella.
Ranjit se sentó solo en el banco, un espacio de seis pies entre él y uno
de décimo llamado Hamid, quien, a pesar de ser uno de los Únicos, evadía
a Ranjit con algo cercano al nerviosismo.
Bueno, Cassie no estaba asustada de él.
No fuera de piste, en todo caso.
Cassie se dejó caer al lado de Ranjit, moviendo agitadamente su
careta de arriba a bajo.
—¿Te importaría no hacer eso? Es muy irritante.
Suspirando, Cassie puso su careta en sus piernas.
Katerina le estaba lanzando dagas desde su lugar por la portátil
nevera de agua, pero el rápido timbre del choque de las hojas y el
constante zumbido en el monitor significaba que no escucharía nada de lo
que Cassie le decía a Ranjit.
—Obtendré un adecuado punteo sobre ti algún día, compañero— le
dijo ella alegremente.
—Me atrevo a decir que lo harás. Pero no porque te deje.
Él le dio a Richard, quien estaba retrocediendo de una estocada de
Isabella, una mirada de desdén.
¿Y él tenía el nervio de decir que ella era irritante?
Cassie se giró enojada.
—No te agrado, ¿verdad?
94

—No tiene nada que ver con eso.


—¿Con qué tiene que ver, entonces? ¿Financiamiento educacional?
—Eso es indigno de ti.
—Divertido. Pensé que era indigno de ti.
—Cassandra.— Él tomó un respiro. —Deja de intentar hacer que me
disgustes.
Ella se encogió de hombros.
—No creo que tenga que intentarlo, ¿o sí?
—Te lo dije. No tiene nada que ver con que me disgustes.
—No me has dicho que tiene que ver con eso ¿o sí?
Él tiró ferozmente del cuello de velcro de su careta, lo cual hizo un alto
y desgarrador sonido. Lo volvió a poner y lo hizo de nuevo. El Señor Alvarez,
parado cerca de ellos, hizo muecas, así que Ranjit dejó de jugar con el
velcro y miró duro hacia Cassie.
—No me gusta cómo me haces sentir, ¿vale?
—Oh.— Eso alejó el viento de sus velas.
—Posiblemente no puedo estar involucrado con alguien como tú.
La furia destelló de nuevo, rápida y feroz. El estúpido.
—Oh, lo mismo digo yo.— Ella se puso de pie.
Ranjit se mordió su labio.
—No quería decir...
—Sí. Creo que lo querías.
Capturando su muñeca, él tiró y ella cayó rápidamente a su lugar en
el banco. Él era increíblemente fuerte.
—No quería decir eso, lo juro.— Soltándola, él recorrió una mano por
toda su cara. —Quiero decir, la manera en que me haces sentir... y tú
haces... bueno, no puedo aceptarlo, Cassandra.
—¿No puedes aceptarlo?
—Correcto.— De repente y sin advertencia, él extendió su mano y
acarició su pelo muy gentilmente. La ligera sensación la hizo estremecerse.
—¿Qué significa?— Alejándose, ella dobló sus brazos.
—Significa lo que digo.— La irritación creció en su voz. —Siempre lo
hago.
Cassie sintió una mirada. Katerina, incandescente con rabia.
95

—Se ve que la clase ha terminado,— dijo ella abruptamente


poniéndose de pies de nuevo. —Y espontáneamente me quemaré si no
salgo de la línea de visión de alguien.
Mirando más allá de ella, la expresión de Ranjit se endureció cuando
atrapó la brillante mirada de la sueca.
¿Qué pasaba con él? Le crispaba los nervios como las puntas de los
dedos bajo una pizarra, pero aún se encontraba buscando su compañía. Ni
siquiera le importaba una mierda el quince-a-uno, si estaba en sus manos.
Dándose a sí misma un golpe mental, se fue a dónde Richard e
Isabella estaban guardando sus armas y cables.
Richard estaba chorreando de sudor.
—Me ha ganado,— le dijo a Cassie lastimosamente.
—Naturalmente.— Isabella sonrió con suficiencia.
—Nunca haré esgrima contigo de nuevo cuando esté así de cansado.
Lánzame esa toalla por favor.
Mientras Isabella se giraba para alcanzarla, Richard se quitó la
chaqueta y plastrón5 de esgrima. Bajo ella, estaba usando sólo un chaleco
sin mangas que estaba pegado fuertemente a sus músculos. Presumido
malvado, pensó Cassie, distraída. Él sabía perfectamente que se veía
malditamente bien derrotado.
Mientras ella enrollaba su cable, su entrecejo se arrugó. Había una
desagradable cicatriz en la esquina del hombro de Richard. Aunque
cuando la miró más de cerca, pudo ver que la marca era un claro patrón
de líneas entrelazadas, cerca de dos pulgadas de diámetro. Era
permanente, como una marca, y nunca había visto nada totalmente como
eso.
Richard le sonrió sobre su hombro, pero cuando la pilló mirando, su
sonrisa murió y rápidamente tiró de una camiseta y se la puso encima. Eso
no era una actuación, decidió Cassie. Eso había sido un error real. Y la
manera en que Ranjit estaba frunciendo el ceño a Richard, también lo
pensaba.
—¡Hey!— Isabella la codeó fuerte de nuevo y empujó una toalla en
sus manos. —¿Podrías dejar de comerte con los ojos al sudoroso costado de
Richard por un segundo? Vamos a bañarnos, tú malvada, malvada chica.
¡Antes de que veas algo que no tienes que ver!
Cassie trató de encontrar la mirada de Richard mientras Isabella la
empujaba al pasillo de deportes, pero él se había dado la vuelta.
—Isabella,— murmuró ella bajo su respiración. —Creo que ya lo hice.
96

5 Parecido a una corbata.


13
—R
ichard, querido. Gracias por traer a la candidata.
Katerina estaba sentada en su silla dorada,
los tobillos elegantemente cruzados. Ella no
miraba mucho a Cassie, pero cada persona en el
cuarto lo hacía. Cassie pudo sentir el impacto de su colectiva mirada como
una fuerza física. Si no hubiera sido por la firme mano de Richard en la parte
baja de su espalda, ella se habría dado la vuelta y los habría dejado.
—Estarás bien,— murmuró; luego, habló alto. —Creo que la mayoría
de nosotros conocemos a Cassie, ¿no? Excepto quizás vosotras, chicas.—
Richard hizo un gesto hacia tres altas y hermosas chicas de sexto, a quien
Cassie había visto desde una distancia. —Vassily, India, Sara, esta es Cassie
Bell. Se unió a la Academia este trimestre.
—Oh, todos conocemos a Cassie.— Katerina se sirvió ella misma una
copa de vino rojo, intercambiando una astuta sonrisa con Keiko. —Se siente
como si hubiera estado siempre con nosotros.
—Ven aquí y siéntate, ahora, Cassie.— Cormac Doyle hizo un gesto a
la silla del centro del grupo, dándole un guiño e intercambiando una sonrisa.
—Katerina puede ser intimidante, pero nadie más muerde.
Richard agitó la silla alentadoramente.
—Sí,— agregó Ayeesha. —Háblanos acerca de ti, Cassie. Es por lo que
estás aquí.— Su sonrisa era radiante.
Dudosamente, Cassie se sentó, medio esperando un cojín. Aunque no
semejantes trampas infantiles. Ellos estaban sentados en un semicírculo
alrededor suyo, algunos holgazaneando, otros sentados elegantemente
erguidos, pero todos concentrados y alerta. No Ranjit, no pudo dejar de
notarlo. De nuevo.
—¿Va a venir Ranjit?— preguntó Cormac, como si leyera su mente.
—No,— dijo rápidamente Katerina. Sonaba tensa, pero casi aliviada.
—Mikhail, si te sientes bastante preparado, quizás podríamos empezar.
97

—Está bien,— dijo una voz ronca desde la orilla del semicírculo. —
Adelante.
Cassie se giró para mirar. El chico de décimo con despeinado pelo
rubio tenía una estructura ósea casi tan bonita como la de Katerina, pero
era de una manera demasiado prominente. Su rostro era demacrado y
suscitante, su piel pálida y seca como el papel. Un bote de agua puesto en
el suelo junto a su silla, pero cuando lo levantó a su boca, estaba vacío.
Katerina dio un exasperado suspiro mientras Ayeesha se paraba y le
daba otro. Agradecidamente, él lo sujetó y bebió a tragos sedientamente.
—¿Aún tienes esa cosa desagradable?— preguntó Richard
suavemente. —Mala suerte, Mikhail. Ahora, he sido llamado para proponer
a Cassie. ¿Qué puedo decir? Es ingeniosa, aunque, ha sido criada a la
manera difícil... diferente a la mayoría de nosotros... y es completamente y
sorprendentemente hermosa.
—Hmph,— musitó Keiko. Katerina sólo puso sus dedos sobre su boca,
no completamente escondiendo una sonrisa superior.
—Y,— continuó Richard, sin perturbarse, —déjame enfatizarlo de
nuevo: ella ha llamado la atención de un altamente respetado miembro de
los Únicos. Todos nosotros sabemos cuánto peso trae esta particular opinión,
así que creo que esto es todo lo que necesito decir. ¿Alguna pregunta?
—Bien, Richard,— dijo Mikhail después de un breve silencio. —Nadie
pudo incluso acusarte de despotricarlo.— Aclarando su garganta
ásperamente, tomó otro largo trago a su agua.
—Cassie.— Ayeesha se inclinó un poco, y Cassie sonrió con alivio. Ella
al menos era amigable. —¿Qué te trajo a la Academia Darke?
Ella no lo dudó.
—Una beca.
Ayeesha asintió, pero una risita estalló de Keiko. Con un esfuerzo de
voluntad, Cassie intentó no lanzarse al acoso.
—Por supuesto, eso lo sabemos,— dijo Ayeesha. Se veía complacida
con la franca respuesta de Cassie. —Bien por ti.— Elevó un dedo de
advertencia hacia los otros. —Eso presenta un ligero problema. Un detalle
técnico, realmente.
—No del todo. Una beca,— dijo Cormac, —significa que Sir Alric la
trajo aquí. Él revisa los resultados de los exámenes y sus transcripciones en las
entrevistas. Bueno, ahora, ¿podría haber una recomendación más
grande?— Él inspeccionó el semicírculo, sonriendo.
—Los Únicos nunca han aceptado a una estudiante becada.— Keiko,
por supuesto. Sus brazos estaban fuertemente doblados, sus labios fruncidos.
98

—Nunca he oído nada como eso.


—Ahora,— murmuró Katerina. —Debo admitir que sería
completamente romper con la tradición. Pero hay una primera vez para
todo, Keiko.
Cassie frunció sus labios, más para detenerse a sí misma de reír que
para intentar morderse. Katerina y Keiko estaban siendo ridículamente
pomposas, y algunos de los otros miembros de los Únicos obviamente
pensaban eso también. India imitó un bostezo en la espalda de Katerina,
Ayeesha codeó a Cormac, casi riéndose. Richard, desplomándose en un
sofá, le dio un guiño.
Katerina los ignoró.
—¿Por qué no nos hablas un poco acerca de tu familia?
—Porque no tiene,— dijo bruscamente Keiko, roja por la humillación.
Cálmate Cassie, quédate calmada.
—Mi padre está fuera de imagen,— dijo ella cuidadosamente, —pero
como el resto de vosotros, tuve uno.
—Y tu madre de descuidó tu cuidado, es de suponer. ¿Eras un
pequeño inconveniente?
—Hace un hábito de eso,— gruñó Keiko.
—O quizá,— continuó Katerina, —sólo no valías el esfuerzo.
La miseria era tan caliente y repentina que Cassie tuvo que respirar. Y
aún lastimaba. Como Jilly Beaton otra vez, haciéndola creer eso. No vales
el esfuerzo, puta.
Richard la estaba mirando continuamente.
Cassie sonrió, extensivamente y con poca sinceridad.
—Mi madre no me pudo manejar.
Richard dio un asentimiento apreciativo.
—¿Quién podría?
—Totalmente,— dijo Cassie cortamente. —Su nuevo chico no me
quería alrededor. Ella lo quería a él más de lo que me quería a mí, y de todas
formas, tienen un reemplazo ahora. Un chico. Francamente, estoy
complacida de estar fuera de eso. No estoy más interesada en ellos de lo
que ellos están en mí. ¿Siguiente pregunta?
Los había silenciado, pensó con feroz satisfacción.
99

Sólo por un momento había callado a los petulantes bastardos.


En el silencio, alguien se aclaró la garganta y dijo roncamente:
—¿Podemos considerar las bases de la escuela?
Mikhail de nuevo. Su atención estaba fijada en Cassie mientras
hurgaba en su botella de agua una vez más.
Algo del líquido chorreó de un lado de su boca, y él tuvo que secarse
la barbilla con el dorso de una temblorosa mano. Se veía peor que antes,
pero nadie se veía muy preocupado. Cassie frunció el ceño.
—Hubo un tiempo,— continuó él, su voz casi reducida a un susurro, —
cuando los estudiantes becados tenían una función más útil que...
relaciones públicas.
La simpatía de Cassie se derritió. reemplazada por la inquietud.
¿Función? Las palabras de Keiko en el pasillo regresaron a ella. Estás aquí
para nuestro beneficio, no al revés.
—Mikhail.— Fue el prodigio de ajedrez de sexto llamado Yusuf. Estaba
de pie en la sombra, y Cassie no lo notó hasta que habló. —No has sido uno
de nosotros durante mucho tiempo. Eres nuevo y sin experiencia. No
pretendas saber tanto como nosotros.
—Es parte de la historia de los Únicos, he estado leyendo acerca de
eso.
Mikhail había unido sus dedos, tan duramente que sus nudillos estaban
blancos. Su cuerpo estaba encorvado, enrollado como un resorte, pero se
veía incapaz de dejar de mirar a Cassie.
Bien. Lo que debía hacer era pararse e irse. Sería un retiro que nunca
borraría, pero qué diablos. Ni siquiera le gustaba el cuarto común, ahora
que estaba en él. Los muebles eran todos demasiado oscuros. Sillas, cortinas,
pantallas de seda: todas las telas eran rubí y morado y verde agua profundo.
El cuarto estaba cálido con color, pero algo amenazante, también. Era
bonito, todo en este lugar era bonito, pero el aire era opresivo.
Ella no quería estar allí dentro. Ni ahora, ni nunca.
No. No iba a irse. Esa era su oportunidad de descubrir los secretos de
los Únicos, pero eso no era todo. Era tan buena como este montón. Mejor.
No iba a dejar que le tomaran del pelo y salir a hurtadillas como un ratón
asustado. Apretando su mandíbula, miró hacia Keiko, estudiando a la chica
minuciosa y desdeñosamente como Keiko la estaba inspeccionando.
Aquella fresca camiseta blanca que estaba usando, un aturdidor
contraste con su pelo negro azulado: era Channel ¿no? Por supuesto, por
100

todo lo que Cassie sabía podría ser George At Asda, excepto que la
reconoció como una que Isabella había rechazado justo la semana
pasada.
Entonces, mejor no mencionarle eso a Keiko. La rígida sonrisa de
Cassie se relajó en una genuina, extensa sonrisa. Se sentía mucho mejor
ahora.
—Las tradiciones cambian.— Richard le sonreía radiantemente.
Se veía complacido y orgulloso. —Evolucionan. Todo evoluciona. Incluso
nosotros.— Él dio una gorgogeante risa.
—Estoy muy sediento.— Se lamentó Mikhail suavemente.
—Mirad, — dijo Cassie, mirando ansiosamente alrededor de los
restantes Únicos, y luego de vuelta a Mikhail. —Sé que no es de mi
incumbencia, pero, ¿te encuentras bien?
—Bien,— dijo bruscamente Mikhail, los ojos febriles quemándose.
—¡Oh, por el amor de Dios!— Katerina chasqueó sus dedos.
Al final del cuarto, Hamid se levantó con una mirada aburrida y
reemplazó la botella vacía por una llena una vez más.
Cassie se quedó mirando.
—Mirad. Él no está bien.
—Ahora, realmente no es de tu incumbencia.— Katerina le dio una
apretada sonrisa formal. —No hasta que seas uno de nosotros.
La de sexto, Sara, se inclinó, sonriendo intensamente.
—Y realmente pienso que tienes una buena oportunidad para esto,
Cassie. Estoy segura de que podemos superar las... objeciones. Eres muy
bonita, creo.— Dirigió esa remarca al cuarto en general, obviamente no
esperando una respuesta.
—A los Ancianos les gusta una candidata así.
¿Qué tiene que ver eso con algo? Vosotros multitud de superficiales
fenómenos. Cassie se las arregló para morder la pregunta mientras la mano
de Richard tocaba su hombro suavemente.
—¿Bonita?— musitó Katerina. —Supongo. Tiene una mirada inusual. La
belleza, creo, requiere un toque de crueldad. Sé que eso falta.
—Bien,— musitó Cassie bajo su respiración.
Richard le lanzó una mirada de advertencia.
101

—Con la correcta... guía, creo que podrá ser adorable.— Sara sonrió
de nuevo, Cassie estaba empezando a despreciar esas sonrisas. —¿No estás
de acuerdo?
¡Sacadme de aquí! Estos Únicos no solo eran superficiales, eran
siniestros. Quizá era el momento de irse después de todo.
Richard palmeó sus manos.
—¿Alguien más tiene otra pregunta?
—La más importante.— La voz de Mikhail era tímida. —La que
acordamos que era necesaria.
—Por supuesto, — Katerina giró su copa en sus dedos mirando al rojo
vino arremolinarse. —Hay solo una vacante, y es desesperadamente
deseada por varios estudiantes.
—Uno, Perry Hutton,— dijo bruscamente Keiko. Era obvio a quién
quería.
—E Isabella Caruso,— dijo alegremente Katerina. —Bella, bella
Isabella.
La voz de Yusuf era un hipnótico murmullo.
—Así que, nuestra pregunta es...
—Cómo te sentirías...— dijo Vassily.
—Acerca de negarle a tu querida amiga...— dijo Sara.
Los labios de Katerina se curvaron en una reluciente sonrisa.
—... el deseo de su corazón.
Hubo silencio mientras la miraban.
Cassie tragó. La impecable Katerina Svensson, se dio cuenta con
entretenimiento, con minúsculas manchas de vino alrededor de sus labios.
Ella no tenía miedo de ellos, pero tenían razón. De lo que ella tenía miedo
era de herir a Isabella.
Qué ingeniosa pregunta, y de ella podría depender su futuro con los
Únicos. ¿Lo quería tanto? ¿Incluso para descubrir el oscuro corazón de la
Academia? ¿Lo quería lo suficiente para sacrificar la amistad de Isabella?
—Sediento, — dijo Mikhail con voz áspera.
Su garganta dio un tirón mientras tomaba agua. Los otros lo estaban
tratando con apacible lástima, pero poca preocupación. ¿Cuál era su
problema? ¿No era lo suficientemente bonito cuando estaba enfermo?
Isabella era más bonita que cualquiera de ellos, y no tenía crueldad. Su
belleza no era todo en su epidermis.
—¿Y bien?— dijo Katerina. —Estamos esperando. ¿Te importa herir a
102

tu mejor amiga? ¿Hasta los huesos?


La respuesta llegó a ella repentinamente y se veía cegadoramente
obvia.
—No.— Cassie encontró duras miradas de vuelta. —No. ¿Por qué me
importaría?
Vassily persistió.
—Porque es tu mejor amiga, ¿y sois furiosamente cercanas? Sólo es
una noción que pensamos que te gustaría considerar— agregó
sarcásticamente.
—Sois un montón de mocosos mimados.
—Hey,—interrumpió Cormac. —¿A quienes llamas mimados?
Cassie lo ignoró.
—No sabéis lo que significa estar en esta escuela. No esperaría que lo
entendierais. Nunca habéis conocido nada que no sea privilegios, ¿verdad?
Nunca habéis sido miserables o inútiles.
Todos estaban rígidos. Incluso la sonrisa de bienvenida de Ayeesha se
había evaporado. Mikhail se veía como si estuviese a punto de pararse y
llegar a ella, pero Katerina había levantado una mano de advertencia, y
por ahora él estaba agarrando los brazos de su silla y quedándose donde
estaba. Los más mayores —Sara, Vassily, Yusuf— tenían una mirada extraña.
¿Diversión? ¿Curiosidad?
Ahora, pensó Cassie. Ahora era su oportunidad de decirles a ese
montón lo que pensaba de ellos y salir de allí. ¿Qué estaba haciendo con
esa gente? Tú no quieres estar aquí, Cassie...
No. Internamente se dio una patada. Después de todo, sabía muy
bien lo que estaba haciendo allí. Cuanto más veía a esta pandilla, más
quería saber. El conocimiento es poder, Cassie. Y un poco de poder podría
ser algo que necesitara allí, si no se iría a pique.
Ella tomó un tembloroso respiro.
—La Academia Darke es mi oportunidad de hacer algo de mí misma.
¿Si fuera un miembro de los Únicos también? Nunca sería miserable, o
impotente, o pobre de nuevo, ¿verdad? Estoy enferma de todo eso.
Enferma de esto.
—¿Qué tan enferma exactamente?— preguntó Vassily, suavemente.
—No soy lo suficientemente tonta para pensar que os agrado a todos
vosotros, — dijo Cassie, manteniendo su voz tranquila. —Pero sois contactos.
103

Sois un tipo de cadena ¿verdad? ¿No es eso para lo que están los Únicos?
Los Únicos se miraron los unos a los otros. Algunos de ellos sonrieron.
Mejor no golpear, pensó Cassie. Ahora no.
—Así que podría perder a una amiga, ¿y qué? Puedo hacer más.
Seguro, me gusta Isabella. Pero ella no es...— Endureciendo su corazón,
tomó un respiro, —Ella no es indispensable.
El silencio era incluso mayor. Richard miraba sin ninguna expresión,
Sara asombrada, Ayeesha un poco decepcionada. Katerina tenía un
sorprendente aire satisfecho.
Vassily se inclinó hacia atrás en su silla y se estiró.
—Bueno, creo que Cassie ha tratado admirablemente con nuestra
preocupación principal. Gracias Cassie. Todos, es suficiente. ¿Acordamos
todos que tenemos suficiente para que la propuesta siga adelante?— Los
de sexto escanearon el cuarto dudosamente.
—Absolutamente,— dijo Ayeesha revisando su reloj. —Estoy de
acuerdo, y no veo necesidad de alargar esto. Le dije a Freya que la
encontraría en la biblioteca en quince minutos y no quiero fallarle.
—Totalmente,— musitó Vassily apenas reclamando. —Después de
todo, ella nunca te falla.
Cormac le lanzó una mirada sucia.
—Vamos Ayeesha.— Él se puso de pie. —No desperdicies más tiempo.
Cassie, esa fue una entrevista muy interesante. Muy interesante. Te tenía
calada como otra persona.
—Yo también.— Ayeesha estaba sonriendo de nuevo, pero más
cautelosamente.
Luego, tomó la mano de Cormac y se fueron.
Mucho para la molestia de Cassie, otros pocos también se fueron,
India entre ellos. No quedaba ninguna cara simpática. Excepto por Richard,
por supuesto.
—Bueno,— dijo ella brillantemente. —Supongo que me debería ir.
Gracias por invitarme. Ha sido...
—Quédate un poco más,— murmuró Richard presionando la parte de
atrás de su asiento. —Pensé que querías ver el cuarto común.
—Sí, pero...—Ella miró un poco desesperada a la puerta, sólo
cerrándose tras una chica de Décimo que vagamente conocía y le
agradaba.
104

—Vamos, te enseñaré el Mattisse, es increíble.


—Quizá en otra ocasión.
Muy tarde. La puerta se cerró, y un intenso silencio cayó en el cuarto.
Cassie intentó capturar los ojos de Richard, pero él no estaba poniendo
atención. Ella se inquietó, preguntándose si debería ponerse de pies y
marcharse.
Pero luego Mikhail se puso de pies abruptamente, derribando su
botella de agua, y dio un paso hacia ella. Cassie ya no sólo se sentía
inquieta, ahora estaba asustada.
Katerina chasqueó.
—¡Mikhail!
Él se detuvo, tambaleándose.
—Regresa a tu cuarto. No estás en forma para estar aquí. Tu
compañero debe estar de vuelta ahora. Él puede... cuidar de ti.
—Oh, Katerina, deja que de un trago.— Keiko batió sus pestañas. —Un
trago apropiado ¿y por qué no le ofrecemos uno a Cassie, mientras estamos
en eso?
—Bueno,— dijo Yusuf mirando a Mikhail, cuyo pecho estaba subiendo
y bajando fuertemente. —¿Dónde está el daño en eso?
Atónito, Hamid se giró.
—¡Yusuf! Sabes lo que dijo él.
—Oh, Hamid,— se burló Keiko. —Tú puedes tenerle miedo a Ranjit,
pero Katerina no.
—Claro que no,— dijo Katerina. —Pero hay ciertos deseos que
debemos respetar.
—Creía que eso era lo que intentábamos hacer. Más que la lástima.
—Las opiniones varían, Keiko. Las opiniones varían.
—Que alguien... ofrezca a nuestra invitada... una bebida. Por favor.
—Mikhail, estás delirante. Qué novato eres. ¡La próxima vez esperamos
que planifiques tu futuro un poco mejor! ¡Hamid, llévalo a su cuarto!
—Pero, Katerina...— rogó Mikhail.
—Para ser honesto,— se encogió de hombros Vassily, —Estoy con
Keiko y Yusuf. No es como si no pudiéramos considerarlo. Es sólo un trago.
Sara se rió entre dientes.
—Hamid, Katerina ¡Relajaos! Ahora, Cassie, no hemos sido
105

hospitalarios. ¿Beberías con nosotros?— Levantándose, se giró hacia una


bandeja en una oscura banqueta.
Cassie vio la escultural belleza, sintiéndose terriblemente inquieta. No
se veía bien, ni siquiera posible saltar y marcharse. Eso sería huir. Pero sí que
no quería un trago...
—Después de todo,— habló lentamente Keiko. —Ranjit no está aquí.
No le importaría tanto.
—Pensé que tenías una advertencia final, Keiko.— Vassily se veía
entretenido por su rebeldía.
Keiko se arregló el pelo.
—Sí, pero Sir Alric tampoco está aquí, ¿verdad?
—Oh, hazlo a tu manera,— dijo Katerina. —Hazlo rápido Mikhail.
Feliz, Mikhail suspiró, toda la tensión dejó su cuerpo. Caminó
rápidamente hacia Cassie, estirando una temblorosa e impaciente mano.
—¿Qué es esto?
Todos se congelaron. La puerta se había abierto y Ranjit estaba
parado allí, rígido.
Sus ojos fríos viajaron de cara en cara, quedándose en Richard y luego
en Katerina. Varios de los Únicos se pusieron de pie, e incluso los de sexto se
veían un poco avergonzados. Al final, atónito, enfadado, y por un instante
estupefacto, miró a Cassie.
—¿Qué está haciendo ella aquí?
Hombre, él sabía cómo irritarla —incluso si eso era lo que ella misma se
estaba preguntando. Surgiendo, Cassie se dio la vuelta lista para disparar
unas pocas maldiciones, pero al ver su cara, se encontró sin palabras.
Un pulso estaba golpeando fuerte en su garganta. Algo más
fugazmente cruzó su expresión, algo que Cassie no pudo definir
completamente. ¿Miedo? ¿Tenía miedo? ¿De ella?
Seguramente no.
¿Por ella?
Richard interrumpió el silencio.
—Ella es una candidata, Ranjit.
—Oh, ¿lo es? Pensé que había dejado claras mis opiniones.
Katerina deslizó su brazo a través del suyo, girándolo firmemente lejos
de Cassie mientras ella golpeaba su solapa.
—Vamos, Ranjit, querido. Me gusta tu nuevo traje. ¿Es Armani?
106

El labio de Ranjit se curvó.


—Mikhail, te ves terrible. Ve a tu cuarto.
—Justo lo que le he estado diciendo,— murmuró Katerina
rápidamente dejando caer los halagos.
El chico rubio caminó furtivamente fuera del cuarto común, sus
nudillos blancos, todavía alrededor de otra botella de agua. Ranjit no lo vio
irse.
—Cassandra, por favor, excúsanos. Tu proponente...— Le dio a
Richard una mirada salvaje. —Te acompañará a tu cuarto.
—Gracias,— dijo ella bruscamente. —No necesito escolta.
—Richard.— El tono de Ranjit tenía un filo distinto.
—Vamos Cassie.— Richard puso un brazo sobre sus hombros
ganándose otra sucia mirada de Ranjit. —Vamos y encontremos a tu...
amiga. Isabella, quiero decir.
—Nuestra decisión será tomado en un mes,— sonrió Katerina con
suficiencia. —Otros candidatos tienen que ser entrevistados, y una
aprobación final tiene que ser vista por los Miembros del Consejo. Te lo
haremos saber.— Ella movió sus dedos en un gesto de despedida.
—Lo hiciste bien— dijo Richard, mientras la puerta se cerraba
silenciosamente y él la llevaba por todo el pasillo lleno de bustos.
—Bien,— dijo Cassie torpemente. Así no es como me siento.
—Creo que tuviste una actitud genial. ¿Y sabes qué? No creo que a
Isabella le importe mucho, de todas formas. Es teórico, ¿verdad? Sólo un
caso de mostrar tu determinación. Tu ambición.
—Crueldad,— masculló Cassie.
—Si quieres. Pero no vendrá a eso.
Espero que no, pensó Cassie miserablemente. Cuando imaginó cómo
podría reaccionar Isabella, medio esperaba que los Únicos la rechazaran.
Pero también esperaba violentamente ser aceptada.
De todas formas, se dijo a sí misma por enésima vez, que necesitaba
saber qué estaban haciendo. Descubrir cosas, descubrir gente, cuidar de sí
misma: eso era lo que la había sacado de allí, y traído a París.
Si jugaba bien sus cartas, eso también la ayudaría a sobrevivir en la
Academia.
107
14
A
llí tenía que haber alguien con quién pudiera hablar. Cassie
echaba de menos a Patrick Malone y su animado buen sentido
más de lo que lo hizo durante semanas. Él habría sabido qué
hacer. Él habría sabido qué estaba bien. Pero él no estaba allí. Ella estaba
por su cuenta.
Infeliz, Cassie miró de reojo a Isabella. Fuera por las ventanas, un frío
amanecer bordeaba los desnudos árboles.
¿Herr Stolz? No, no le conocía lo suficiente. ¿Madame Lefèvre?
Difícilmente. ¿Los otros profesores? Algunos de ellos eran completamente
intimidantes; el maestro de ciencias Chelnikov era aterrador. La única
persona a la que había ido corriendo con cualquier otro problema era
Isabella. Y confiar en ella, por supuesto, estaba fuera de cuestión.
¿Sir Alric Darke? De ninguna manera.
¿Quién más era lo suficientemente viejo para haberlo visto y hecho
después de todo, quién sabía todo lo que había que saber sobre la
Academia? ¿Qué te parece Madame Azzedine? La vieja mujer parecía
gustarla. De alguna manera a Cassie también le gustaba, y confiaba en ella.
Podía hablar con Madame Azzedine.
Después de todo, había mucho que quería preguntar. El escritorio de
Alice aún estaba vacío. Cassie difícilmente conocía a la chica, pero en el
último par de semanas se había encontrado anhelando ver a Alice de
vuelta en las clases. Cuanto más se alargaba su ausencia, más incómoda
se sentía Cassie. Al menos Richard había dejado de pretender que era un
resto.
—Pobre cosa vieja. —Ayer en la cafetería él solo se había encogido
de hombros, y pidió a Cassie otro croissant. —Ella ha reaccionado muy mal
a ese virus.
—¿Pero alguien ha llamado a un médico?
—Por supuesto. Pero estaba tan desconcertada como todos los
108

demás. Un síndrome post-viral, pensó. Alice se recuperará. Necesita


descansar, eso es todo. —Él sacudió sus cejas. —Vamos, chica vieja, no dejes
que eso arruine tu apetito.
Al menos, pensó Cassie, Mikhail Shevchenko se veía mejor. Mucho
mejor, actualmente. Por la mañana después de la entrevista de Cassie,
Mikhail había estado saludable otra vez, las mejillas brillaban con color, los
ojos brillantes y traviesos. No había ni un resto de su extraña e intensa sed.
Su pobre antigua compañera de habitación Sasha era la que se veía
drenada. Levantada cuidando de Mikhail toda la noche, probablemente.
Ese era un misterio que podría haber discutido con Isabella, excepto
que Isabella no podía hablar sobre nada excepto de su propia entrevista.
La estampada tarjeta había aparecido debajo de su puerta el día después
del regreso de Cassie de la sala común. El mismo mensaje, la misma hora,
diferente fecha.
—¿Ves? ¿No es maravilloso? —La cara de su compañera de
habitación había caído justo un poco. —Solo una vacante, lo sé. —Su volátil
humor cambió otra vez, y Isabella había reído con deleite. —¡Pero la próxima
vez que haya una vacante, ambas deberemos ser miembros de los Únicos!
Dientes del infierno, pensó Cassie, espero que no.
—¡Es la hora, señoras y caballeros! —La severa voz de Madame Lefère
interrumpió su ensueño. —Parece que todos están muy distraídos hoy. Por
favor intenten llegar mañana en un estado mental más curioso.
Oh Dios, pensó Cassie, si solo supieras...
Cuando salieron de la clase, Cassie tuvo que poner una mano en el
brazo de Isabella para refrenarla.
—¡Hey, espérame!
—Oh, Cassie, lo siento. ¡Estoy entusiasmada, eso es todo! —La chica
era como una botella descorchada de champán, burbujeante.
—Es esta noche. —Un sentimiento de horror se clavó en el estómago
de Cassie. Por supuesto que la entrevista era esta noche. Eso lo sabía. Se
había arrastrado en ella, eso era todo, y había estado intentando no pensar
en ello.
—Isabella. —Ella tiró a su amiga a una parada. —¿Realmente crees
que te llevarás bien con todos esos?
La perplejidad revoloteó a través de los maravillosos gestos de
Isabella.
—Cassie, ¿te importa que tenga una entrevista también?
—No. Por supuesto que no. Estoy feliz por ti. Es solo que... —Cassie se
109

dio cuenta de que no había nada que pudiera decir. Todo lo que iba hacer
era meter la pata en su amistad con Isabella, si seguía en esa torpe
dirección.
—Es solo que no puedo imaginarnos a las dos siendo de los Únicos. —
Recuperándose, le dio un guiño a Isabella. —Pueden ser un poco...
—Estirados, —susurró Isabella, y explotamos en risitas reprimidas. —No
te preocupes, Cassie. ¡Cuando ambas seamos miembros —¡y lo seremos! —
deberemos cambiar la cultura! ¡Deberemos ser revolucionarias! ¡Haremos
divertido ser de los Únicos!
Bailando hacia atrás unos pocos pasos, rió alto y trotó por las
escaleras. Cassie la siguió, con el corazón mucho más pesado.
Divertido ser de los Únicos.
Cierto.
***
—Te ves fabulosa. —Asombrada, Cassie miró a Isabella.
—¿Te gusta? —Isabella se giró en un elegante círculo, dejando que la
resplandeciente seda del vestido de Valentino girase alrededor de sus
rodillas.
—Es maravilloso. Honestamente. —Dejando su bolígrafo, Cassie
levantó las cejas. —Ni siquiera voy a preguntar cuanto cuesta. Me
desmayaría y me haría daño.
—Cierto. —Isabella rió. —Pero tengo que verme bien para mi
entrevista, ¿verdad? Hablé con papá hoy y está muy entusiasmado, y dice
que debo dar una espléndida impresión. Insistió en que saliera esta tarde y...
Tan normal, la cara de Isabella se oscureció con los remordimientos.
Se mordió el labio fuerte.
—Oh, Cassie, lo siento mucho. Siempre contigo digo semejantes cosas
estúpidas. Tengo —cómo lo dirías— el tacto de un...
—¿Una excavadora? ¿Ladrillo? —Cassie rió. —No te preocupes, por
amor de Dios. No soy una flor sureña sensible como tú. Deja de morderte,
arruinarás la barra de labios.
—¿El...
—El pintalabios. Deja de mordértelo.
Isabella rió, feliz otra vez. Honestamente, pensó Cassie, si empleara los
cambios de humor de la chica podría alimentar a los Greater Manchester.
—Estoy segura que no seré elegida esta vez, —la aseguró Isabella,
aunque su amplia sonrisa contradecía eso. —Estoy segura que tú les gustarás
110

más. ¡Justo como a mí! Pero pronto, Cassie —¡pronto, lo juro, seremos las dos!
—Por supuesto que lo seremos. —Cassie se puso de pies y la dio el
abrazo más tenso que pudo manejar sin arrugar el imponente vestido. —
¿Isabella?
—¿Qué? —Isabella dudó al abrir la puerta, con ganas de irse.
—Espero que lo consigas, —mintió Cassie. —Eso es todo. Buena suerte.
***
No fue un incentivo del momento. Había estado planeando esto
desde que Isabella había recibido su invitación. Había pensado en todo,
sopesado todos los riesgos, y había sabido después de todo que no podía
dejar pasar semejante oportunidad de oro.
Keiko estaría ocupada con la entrevista. A la chica japonesa no le
gustaba Isabella; quería estar allí —ridiculizarla, hacer preguntas difíciles,
hacerla parecer pequeña. La propia entrevista de Cassie había durado
años, incluso después de media hora de haber dejado a los Únicos. Por
supuesto, llevaría mucho más si el saltarín de Ranjit no hubiera interrumpido.
Él no tendría ninguna objeción para una chica rica como Isabella, así esta
noche eso no sería un problema. Todos los Únicos estarían juntos, encerrados
con Isabella en su opresiva sala común.
Nunca tendría una mejor oportunidad para husmear. Aún estaba la
cuestión de los compañeros de habitación de los Únicos, por supuesto;
compañeros de habitación que podrían estar despiertos, alertas en sus
habitaciones. Todos excepto uno. Uno de los Únicos tenía un compañero de
habitación indispuesto crónicamente que podría fácilmente estar en
cuarentena en la enfermería...
Había pensado en todo esto en su cabeza unas cien veces. Estaría
bien.
Era estúpido tener dudas ahora. Cassie sacudió su cabeza y se
aseguró el pelo revoltoso con una goma, luego se dobló para atar los
cordones de sus deportivas. Su corazón estaba latiendo tan fuerte que
apenas podía respirar. ¿De qué tenía miedo? Vale, lo que estaba haciendo
estaba mal. Era deshonesto, y deshonorable también. Podía ser expulsada.
Pero difícilmente iba a ser asesinada.
¡Cálmate, Cassie!
Lo cual la recordó...
Isabella pasó mucho tiempo con los accesorios de su pelo cuando
hacía algo más, pensó Cassie con aprobación. El pelo agarrado en su
pequeño moño era caro, fuerte pero flexible, decorado con pequeñas lilas
doradas. Cuando salió de su habitación y atravesó los tranquilos pasillos,
Cassie solo esperaba no arruinar lo único que había elegido —pero pasó a
111

través de las cerraduras con horquillas poco estables, destornilladores y


tarjetas de crédito, y nunca rompió nada.
Mantuvo su expresión vaga y un poco espesa, y nadie que pasó la
notó lo más mínimo. Al menos sabía seguro que los Únicos estarían ocupados
con la entrevista de Isabella. Y había podido fingir su camino al pasar a los
ordinarios estudiantes y a los profesores en los viejos días. La única persona
de la que realmente tenía miedo como para huir era Marat el portero, pero
no había señales de él.
Cassie deambuló tranquilamente por el pasillo oeste en la segunda
planta. La habitación de Alice y Keiko era fácil de encontrar: sabía
aproximadamente dónde estaba, y como la cooperativa de la escuela
ponía las placas en las puertas.
Mirando rápidamente arriba y abajo del pasillo, se inclinó más cerca
de la puerta. Ni un sonido. Ningún rasguño de bolígrafo, ni crujido de una
revista, ni murmullo de una radio; ni siquiera un ronquido. O la habitación
estaba vacía, o Alice se había dormido rápido y estaba muerta para el
mundo. Si estaba dormida, Cassie se iría; era buena moviéndose en silencio
dentro y fuera de las habitaciones mientras las otras personas dormían. Al
menos entonces sabría que Alice estaba bien. Al menos eso lo aseguraría.
Si Alice no estaba aquí... Bueno, sería una pena no echar una segunda
miradita.
Ociosamente intentó el manillar de la puerta. Cerrado, pero no había
esperado nada más. Abriendo los retorcidos agarres del pelo de Isabella, la
sacudió en la cerradura. Podía hacer esto con los ojos cerrados.
Literalmente. Incluso podía hacerlo mientras estaba apoyada contra la
puerta, casualmente mirando a ambos lados del pasillo...
Dentro de la cerradura, la horquilla atrapó algo. Un último contoneo,
un último empujó fuerte y un giro de sus dedos, y hizo un ruido sordo
apagado. Cassie mantuvo la respiración durante un largo y doloroso
momento, pero aún no hubo sonidos desde el interior de la habitación.
Intentó el manillar otra vez. En silencio lo hizo, y la puerta se abrió.
La luz en el interior era tenue, lanzada solo por una lámpara rosa, pero
Cassie podía ver a Alice, tumbada encima de las mantas. Llevaba un pijama
blanco bordado de algodón, suelto, maravillosamente limpio y con un brillo
caro. Ella seguramente no había estado llevando eso todo el tiempo que
había estado enferma. La chica tumbada sobre su costado, enfrentando la
puerta, el pelo salvajemente suelto alrededor de su cuello y a través de su
frente. Su mano estaba extendida delante de su pecho, una pierna
enganchada como en un tirón. Su mirada estaba tan en blanco que por un
horrible instante Cassie pensó que estaba muerta; entonces la oyó respirar,
superficial y casi inaudible.
112

—¿Keiko? —murmuró Alice. —¿Eres tú?


Rápidamente, en silencio, Cassie cerró la puerta.
—Keiko, por favor no lo hagas. —La voz estaba mal articulada, pero
Cassie pudo oír que Alice estaba demasiado débil para aguantar. —Por
favor, otra vez no. Es suficiente. ¿Por favor?
Cassie sabía que no debería hablarla, pero la chica parecía muy
patética, no podía ayudarla.
—Alice, Alice, está bien. —Ella se agachó al lado de la cama y tomó
la mano de Alice.
—¿Keiko?
—No. Soy yo, Cassie Bell. ¿Alice?
La chica no pareció haber oído.
—Por favor no lo hagas...
—Alice, —susurró Cassie urgentemente. —Alice, voy a ayudarte. No sé
cómo. ¿Qué hago? ¿A quién llamo? Alice, por favor. Despierta. Escúchame.
Salvajemente ella miró alrededor de la habitación. Un teléfono móvil
sonó en la mesilla de noche; Cassie lo abrió y miró por el directorio. Abbie.
Granny Colette. Jack. Keiko. Mamá...
¿Mamá? ¿Qué le diría a la madre de Alice? ¿Su madre tendría alguna
prueba de qué estaba haciendo Cassie? ¿Consideraría tomarla en serio?
Nadie creerá a Cassandra. Nadie ni siquiera la creyó. Con impotencia,
Cassie se dio cuenta que no sabía cómo reaccionarían las madres en
situaciones como esta. Los supervisores de las casas de acogida no
contaban. No los que había tenido ella, de todas formas.
De repente se sintió como si quisiera llorar. ¿Era auto compasión? Se
preguntó desdeñosamente. ¿O era que Alice parecía tan penosa, allí
tumbada? Por la manera que difícilmente podía hablar estaba apostando
a que... Cassie miró el iluminado mamá, el dedo se cernía sobre el teclado.
El manillar de la puerta vibró. Una llave repiqueteó en la cerradura que
ya estaba abierta.
Cassie se giró. Una voz habló desde fuera, intercambiando
impacientes cumplidos con alguien en el pasillo. No podía oír las palabras,
pero conocía la voz de alguna parte.
Keiko.
113
15
—A
hora, aquí está la cosa.
Keiko estaba sentada en el borde de la
cama. Tomando los dedos flojos de Alice
ausentemente los masajeó, como si devolviera la
calidez. La chica japonesa se veía... terrible. Casi tan mal como Alice:
pálida, delgada, exhausta. Parecía encorvada, como una mujer vieja.
Había un vago hedor de ella que Cassie no podía situar.
—Estoy en desarrollo. Tengo hambre. Es... lo que puedo decir, un
crecimiento acelerado. —Keiko dio una risa seca. —Te necesito, pero no
durará mucho más, lo prometo. Le he preguntado a Elder. Terminará pronto,
y te pondrás bien. Ni siquiera recordarás esto. Es por eso que te pedimos
beber.
Cassie observó, horriblemente fascinada, desde la oscuridad del
cuarto de baño. La puerta estaba ligeramente entreabierta, no se había
atrevido a cerrarla cuando Keiko entró, por si acaso la chica oía el clic del
pestillo. Ahora tenía miedo de que su corazón fuera audible, porque latía
dolorosamente en su pecho, la sangre golpeaba en sus oídos. De pies en el
baño, presionada contra la pared de azulejos y protegida solo por el cristal
trasparente de la puerta de la ducha, difícilmente estaba bien escondida.
No entres en pánico, se dijo a sí misma. Se quedaría de pies tranquila, y se
iría.
Por favor no la dejes echar una mirad...
Alice había dejado de protestar. Aún estaba tumbada de costado,
intentando acurrucarse, pero Keiko tomó su hombro y la giró fácilmente
sobre su espalda. Alice miró más allá de Keiko al techo, temblando con
terror.
—Ahora, shh. Todo estará bien. Sé que te sientes débil ahora mismo
pero Sir Alric me dijo que eres muy fuerte. Te pondrás bien.
Con eso, Keiko se agachó sobre Alice y la besó.
114

Las cejas de Cassie se dispararon hacia arriba. ¿Quién lo habría


pensado? Oh bueno, ¿qué dirían los parisinos? Chacun à son gôut —cada
uno con lo suyo... Aunque había tenido la noción de que Keiko estaba
buena como Perry Hutton.
Alice no respondió al beso después de todo. Su cuerpo estaba
temblando violentamente ahora. Olvidando su vergüenza, Cassie frunció el
ceño. El beso de Keiko no era uno tierno. Sus labios se amarraban a los de
Alice, estaba succionando a la chica como una Aspiradora demente.
Los pies descalzos de Alice se sacudieron. Las venas en ellos eran
escuetos y morados, resaltando como delgados y oscuros alambres, como
si intentaran explotar a través de su piel. Su mano, golpeaba el costado de
Keiko en una inútil protesta, estaba igual. Cuando Keiko se retiró para
respirar, Cassie vio la cara de Alice claramente. Estaba demasiado
enmarañada con las venas palpitantes, pulsando hacia sus labios debajo
de la piel que estaba blanca como el papel. Las lágrimas se habían secado
en sus sienes, como si ya no tuviera más para llorar.
Keiko sacudió su cabeza hacia los lados, como si oyera algo. Se veía
mucho mejor ahora. Piel suave y adorable. El pelo brillante. Los labios
húmedos.
—Está bien, —tranquilizó, acariciando la frente de su compañera de
habitación con sus dedos. —Soy hábil, Alice, no cometo estúpidos errores.
He practicado laboriosamente. No serás dañada. No permanentemente.
Alice estaba completamente sumisa cuando Keiko se inclinó hacia su
boca una vez más.
Cassie se alegraba de los fríos y duros azulejos en su espalda. Si no
hubieran estado allí pensó que podría haberse caído, sus piernas se sentían
demasiado débiles. Se apoyó tensamente en la esquina, manteniendo un
ojo en las dos chicas en la habitación de al lado.
Keiko succionaba los labios de Alice otra vez, pero esta vez solo
durante unos pocos segundos. Luego su cuerpo se quedó tranquilo y tenso,
su cabeza se levantó, y apartó su brillante pelo negro de sus ojos.
Estaba mirando la mesilla de noche. Estaba mirando el lugar dónde el
teléfono de Alice había estado, dónde el agarradero de pelo dorado de
Isabella estaba ahora.
Oh, infiernos.
La puerta del cuarto de baño golpeó al abrirse, vibrando, y Keiko saltó
hacia Cassie como un leopardo cazando. Algo destelló en los puños de la
chica. Largo, curvado, pálido. Un cuchillo.
115

Cassie cerró de golpe la puerta de cristal de la ducha en Keiko


cuando ella saltó. Perdiendo el equilibrio, Keiko gritó con rabia, tropezando
y deslizándose hacia los azulejos del suelo. Cassie golpeó la pantalla de la
ducha otra vez, fuerte contra la cabeza de la chica japonesa, luego se
balanceó cuando el cristal lo hizo, saltando desde el baño y saliendo por la
puerta del cuarto de baño. Una mano agarró su tobillo, increíblemente
fuerte, y el pánico la enmudeció. Keiko había tirado su cuchillo, pero ahora
estaba arañando para alcanzarlo en los lisos azulejos.
Sacudiéndose salvajemente, Cassie golpeó los nudillos de Keiko con
el teléfono de Alice, hasta que la chica liberó su tobillo con un grito animal.
Cassie lanzó el teléfono a la cara de Keiko y corrió. Cerrando de golpe la
puerta del dormitorio detrás suyo, la oyó abrirse de golpe otra vez casi
inmediatamente.
Corre, Cassie, corre. Solo corre.
El pasillo estaba desierto. Condenadamente típico. Cassie giró hacia
las escaleras. La noche había caído. Los candelabros de la pared brillaban.
¿Cuánto tiempo había estado escondida, observando a Alice?
Demasiado largo. Ágiles pasos corrían detrás de ella, ganando,
ganando.
Cassie agarró la parte de atrás de un caballo de piedra de una
estantería de mármol y se giró para tirárselo a Keiko, jadeando con su peso.
La chica se detuvo, levantando una mano, pero golpeó la escultura como
un guijarro. La sonrisa en su cara era viciosa, pero lo que Cassie registró más
claramente eran sus ojos. Ya no eran bonitos, con iris negros en blancos
claros. Eran rojo sangre de esquina a esquina.
Keiko gruñó, cambiando su cuchillo de una mano a otra, cortando.
Esquivando, Cassie corrió, tropezando por las escaleras. Los pasos llegaban
detrás de ella ahora. A través de sus jadeos oyó una risa baja de júbilo, casi
en su oído. Cassie saltó sobre la barandilla, cayendo torpemente en el
siguiente piso, y corriendo otra vez.
No dejes que te alcance.
Cassie se lanzó sobre la barandilla y se quedó pasmada a sus pies en
el vestíbulo de entrada. Sus pulmones dolían, el miedo congelaba sus
músculos. No podía correr lo suficientemente rápido. Agarrando un brazo de
mármol para apoyarse, se balanceó debajo de la estatua y entró en las
profundas sombras. Cassandra y Clitemnestra. Qué apropiado. Huelo bien a
sangre ahora.
Algo cayó elegantemente hacia los azulejos del vestíbulo.
La respiración de Cassie tembló dentro y fuera de sus pulmones. Tenía
que quedarse quieta, muy quieta. Pero había un sonido agudo en su
116

garganta: su propio miedo. Keiko había dejado de reír. Atenta ahora,


confiada, pasó el cuchillo a su mano izquierda, y vuelta a su derecha. La
cuchilla brilló malvadamente, pero era la empuñadura lo que llamó la
atención de Cassie. El metal parecía estar en movimiento debajo de los
dedos de Keiko, como si se estuviera retorciendo, liberándose, esforzándose
por sangre. Incluso a través de su miedo helador, Cassie estaba fascinada.
De pie bastante quieta, Keiko levantó su cabeza y olfateó
delicadamente el aire. Sonrió.
Paseando casualmente hacia la estatua, Keiko golpeó el mismo brazo
de mármol que Cassie había agarrado. Cuando entró en la oscuridad,
Cassie oyó su entusiasmada respiración, olió su caro perfume. El enfermizo
olor de la muerte en ella se había ido.
Cerrando sus ojos, Cassie esperó al agarre de un poderoso puño, el
golpe de una cuchilla. Por favor no dejes que me haga daño. Mucho.
Apretó sus ojos tensamente contra las lágrimas.
Cuando Keiko gritó, los abrió de golpe otra vez. No era un grito de
triunfo, sino de rabia y confusión. Keiko tropezó hacia atrás, medio cayendo,
arrastrada por un chico que agarró su pelo en su puño. Le llevó a Cassie un
momento desconcertante divisar la figura detrás de Keiko.
Jake Johnson.
Cuando Cassie salió desde las sombras, él lanzó a Keiko a un lado y
agarró la mano de Cassie.
—¡Vamos!
—¡Espera! —Cassie se giró alrededor. Keiko había saltado
rápidamente a sus pies.
—¡Jake!
Jadeando, él levantó un brazo para protegerse cuando Keiko saltó
hacia delante. Zambulléndose, Cassie giró libre, luego golpeó como una
tonta. Perdido. Lo intentó otra vez, arremetiendo contra Keiko y
agarrándola, pero aún fue sacudida como una mosca, cayendo fuerte en
el suelo. Dios, Keiko era fuerte.
Cuando se tambaleó, aturdida, vio a Keiko y a Jake enredados, Jake
luchando para mantener el cuchillo lejos del lado de su cuello. Era fuerte
también, pero Keiko estaba forzando la punta del cuchillo lentamente hacia
su carne, sus labios retirados en una sonrisa horriblemente deliberada.
Una vez más Cassie saltó a la espalda de Keiko, tirando de su pelo.
Aullando como un gato, Keiko la arañó, y Jake tomó su oportunidad,
golpeando su brazo con toda su fuerza en la estatua, golpeando el cuchillo
de su agarre.
Este repiqueteó y giró en el suelo. Los tres saltaron hacia él
117

simultáneamente, pero Jake cargó torpemente contra Keiko, haciéndola


perder el equilibrio, mientras Cassie aterrizaba sobre su estómago en el suelo,
su nariz a una pulgada del cuchillo.
Sus dedos titubearon sobre la empuñadura del cuchillo, resbaladizos
por el sudor, pero cuando se cerraron sobre él al final, encajó
perfectamente en la palma de su mano. Durante un momento lo miró
maravillada, casi hipnotizada: luego volvió en sí con un grito de Jake. Giró
sobre su espalda. Keiko se acercaba a ella. Instintivamente, sin pensarlo,
empujó el cuchillo delante de ella, justo cuando Jake aterrizó una patada
voladora entre los omoplatos de Keiko. Keiko salió volando hacia la parte
superior de Cassie, su cabeza chocó en las costillas de Cassie lo bastante
fuerte para sacar el aire de sus pulmones.
Loca con el pánico, Cassie olvidó el cuchillo, liberándolo para
empujar y luchar frenéticamente contra el sorprendente peso de la chica.
Empujándola, jadeando, se puso de pies y se giró para enfrentar el siguiente
ataque de Keiko.
No llegó.
Intentando ponerse de pies, un pie se deslizó, Keiko se deslizó y cayó
otra vez, luego se recuperó, poniéndose a cuatro patas. El silencio era
horrible. Jake puso a Cassie de pies, pero ninguno de ellos podía correr.
Keiko lanzó hacia atrás su cabeza en un ángulo imposible, y con un
bandazo de horror Cassie vio sobresaliendo el mango del cuchillo. La
cuchilla no estaba visible. Estaba hundida hasta la empuñadura en la
garganta de Keiko.
La bella y viva Keiko que había succionado de Alice estaba
desvaneciéndose rápido, sus labios retirados más y más en un rictus gruñón.
Su camisa raída y desintegrada, dándole a Cassie un vistazo de la etiqueta
antes de que se desmoronase más en la nada. Cuando la piel de debajo se
secó y se agrietó, los ojos de Keiko brillaron más rojos con una furia mortal.
Entonces Cassie lo vio: una marca en el omoplato de la chica.
Elaboradas líneas retorcidas, una patrón de dos pulgadas de diámetro. No
era una marca, ni un tatuaje. Las líneas eran cegadoras, blancas caliente.
Keiko arañó el cuchillo, desesperada por sacarlo de su carne
rápidamente descompuesta. Sus manos estaban retorcidas y como garras,
sus uñas amarillas y afiladas. Jake agarró el brazo de Cassie tan tensamente
que pensó que su circulación se detendría.
Cuando Keiko se cayó retorcida en el suelo, su pelo se convirtió en
madejas secas y marchitas donde estaban, ella agarró una vez más
118

débilmente la empuñadura del cuchillo. La cuchilla cambió, pero no salió


sangre, solo un susurro de luz que se disolvió en el aire. La marca blanca
caliente en su hombro se fue como cuando soplas una vela. Con un siseo
interminable, Keiko se arrugó, y murió. Cuando Cassie se hizo volver para
mirar a los ojos de la chica, estos no estaban.
Se sintió como un siglo antes de que pudiera oír a Jake respirando otra
vez. Su cuerpo estaba temblando contra ella; ella se sentía fría como el
hielo. La cara sin ojos ajada y reseca de Keiko aún estaba fija en ellos.
Jake juró.
—Esto no puede ser... no puede ser que muriera... —Todo su cuerpo se
sacudía violentamente.
La realidad pateó fuerte.
—Tenemos que salir de aquí. Vamos, —dijo Cassie. Frío y tranquilo todo
a su alrededor, ella le alejó de los restos de Keiko.
—Espera. —Jake parecía drenado, pero sus temblores habían parado,
y ahora estaba demasiado frío y determinado. Dudó brevemente, luego
alcanzó a la cosa en las baldosas y retiró el cuchillo. La cuchilla estaba seca
y polvorienta.
Jake lo deslizó en su camisa.
—Ahora vámonos.
119
16
—E
spera —susurró Jake—. Mira.
Él detuvo a Cassie en el rellano superior,
inspeccionando el gran pasillo. Ambos miraron
detenida y furtivamente sobre el dorado
pasamanos.
Keiko aún era discernible, una mancha de polvo hecha añicos en los
destellantes azulejos de mármol. Ahora una figura estaba de pie,
pensativamente sobre su cadáver. Era difícil de decir en la oscuridad y la
persona estaba escorzada por el ángulo, pero Cassie estaba segura de que
era Marat. El portero tenía un móvil presionado contra su oreja y algo muy
pálido caía sobre su brazo. Hablando inaudiblemente en su teléfono, miró
alrededor del pasillo, luego elevó su fea cabeza para escanear las sombras
de la gran escalera. Cassie retrocedió filosamente, tirando de Jake con ella.
Las luces se encendieron, las puertas se abrieron, las voces curiosas se
elevaron.
Mientras ellos arriesgaban una mirada más sobre el pasamanos, hubo abajo
un destello de blanco en la oscuridad. Cassie y Jake intercambiaron una
mirada.
Marat había rápidamente lanzado una sábana de lino sobre lo que había
quedado de Keiko.
Cassie se estremeció.
—Vamos.
***
—¿Dónde has estado?— Isabella brincaba mientras Cassie tiraba a
Jake dentro de su cuarto y cerraba firmemente la puerta. —¿Qué está
pasando? Estaba muy preocupada. ¿Qué está pasando, Cassie? ¿Jake?
Cassie frotó su frente. Ferozmente alejó las lágrimas. Ahora no era
momento para romperse.
—¡Isabella! Tu entrevista. ¿Qué pasó?
120

—Estuvo bien. Bien,— dijo Isabella. —Bebimos, ellos fueron amigables.


Hablamos. Por el amor de Dios, Cassie, qué...
—¿Cuánto tiempo estuviste allí?— interrumpió Cassie. —¿Cuánto duró
la entrevista?
Isabella se veía confundida.
—¿Una hora, dos horas? No sabía que el tiempo se hubiera ido tan
rápido. Pero luego hubo problemas, algún tipo de alboroto justo ahora y me
sacaron.— Ella se detuvo. —Así que regresé aquí, Cassie, para descubrir que
no estabas. ¿Ahora me dirás qué demonios está pasando?
—Keiko está muerta,— espetó Jake.
Eso silenció incluso a Isabella, aunque sólo por un momento.
—¿Muerta? ¿Qué quieres decir con muerta?
—¿Qué crees que significa?— chasqueó Jake. Estaba pálido. Cassie
puso una mano alarmante en su brazo. —Un... accidente. Es difícil de
explicar...
Isabella tenía su mano sobre su boca, pero la bajó a su garganta.
Tragó.
—Ponedme a prueba.
—No quisimos decir... no quise... Escucha, ¡Estaba intentando matar a
Cassie!— Jake puso su cabeza en sus manos durante un momento. —Cassie,
¿qué pasó antes de que yo estuviera allí?
Ella abrió su boca, pero dudó. Parecía como una loca pesadilla, y no
podía creerse esa historia tan pronto como intentó decirla en voz alta. Pero
Jake estaba pálido y aturdido, Isabella enfadada y curiosa.
Cassie tomó un profundo respiro.
—Fui al cuarto de Keiko. Forcé la cerradura.
—¿Hiciste qué?— explotó Jake.
—Quería descubrir cosas acerca de los Únicos. Sólo quería ver si había
algo escrito, algún papel. Y estaba preocupada por Alice.— Cassie torció su
labio, desafiante. —Considero que hubieras hecho lo mismo, señor
Sonámbulo.
—Oh, lo haría, si hubiera tenido el coraje. He intentado entrar en el
cuarto común antes, pero nunca a uno de sus propios cuartos, ¿sabes cuan
peligroso fue eso?
—Oh, sí. Ahora lo sé. Keiko se estaba comiendo a Alice.
—¿Qué?— gritó Isabella. —¡Cassie!
121

—No estoy bromeando. Lo juro. Keiko entró, y me tuve que esconder,


y la vi. Ella estaba... era como que si se estuviera alimentando de Alice, algo
así.
—¿Como un vampiro?— Isabella hizo una cara. —Eso es raro. Algunos
de los chicos, ven esas cosas en Internet, y ellos...
—No,— dijo Cassie impacientemente. —Quiero decir, alimentándose
de su energía. Sacándola de ella. Las vi a ambas y juro que no estaban
jugando. No era un juego. Keiko estaba prácticamente chupando la vida
de Alice. Sin sangre, no así. Sólo... su vida. Y luego ella me vio. Y luego...—
Cassie tragó fuerte. —Ahí fue cuando vino detrás de mí. Con ese cuchillo.
Isabella miró, detenidamente.
—¿Qué cuchillo?
Jake buscó entre su camisa.
—Este cu...
Un golpe tronó en la puerta.
Los tres se miraron el uno al otro, congelados.
—Jake,— susurró Isabella. —Jake te tienes que esconder, ahora.
—Cassie Bell, sé que estás ahí dentro. Abre esta puerta, ¿me
escuchas?
Cassie articuló en silencio una maldición.
Katerina.
—Baño— susurró Isabella, y agarró el brazo de Jake.
No había tiempo para que Cassie discutiera, no había tiempo para
que dijera cuan pésimo lugar para esconderse era un baño. Cuando Jake
se deslizó dentro y vació la cisterna, Cassie cerró fuerte la puerta y asintió a
Isabella. Tomando un profundo respiro, Isabella abrió la puerta de la
habitación, ahora estremeciéndose bajo los golpes de ese determinado
puño.
Enmarcada en la puerta, elegante con rabia, Katerina se veía como
hielo ardiente. Si algo era incluso más alta, pensó Cassie, y no se dio cuenta
ni en lo más mínimo de Isabella. Sus ojos azules se mantuvieron en los de
Cassie.
—¿Dónde has estado?— siseó ella.
—Eso es cierto, no sabes dónde he estado.— Cassie la sonrió
estúpidamente. —No quiero tener nada que ver.
122

—No trates de ser ingeniosa, señorita Becaria. ¿Qué estabas haciendo


esta noche? ¿Dónde estabas?
Isabella dobló sus brazos y lanzó una mirada feroz a Katerina.
—Cassie ha estado mal. Un malestar estomacal.—
Ella ladeó su cabeza hacia el sonido de la cisterna llenándose.
Cassie hizo una cara.
—Dios, sí. No sé quién hizo los crepés en la cena, pero...
—No insultes mi inteligencia.— El pecho de Katerina estaba creciendo.
¿Por qué no? Cassie se las arregló para no decirlo en voz alta.
—Por supuesto que no lo haría.— Apretó su estómago, haciendo
muecas. —Aquí viene de nuevo.
—Cassie, querida.— Con una expresión de simpatía, Isabella puso su
brazo alrededor de sus hombros. —¿Debo ir a buscar a una enfermera?
—No, estaré bien. Yo...— ella boqueó. —¡Ohhhhh!
Los dientes de Katerina estaban rechinando, pero miró de la una a la
otra, dudosamente. La debilidad humana obviamente la repelía.
—Si descubro,— siseó ella. —Si descubro que esta noche viste algo
que no deberías, Cassie. Luego será muy malo para ti. ¿Entiendes?
—¿Uh-uh? ¿Por qué habría algo que no debería ver?— Cassie recordó
hacer otra mueca de dolor de estómago imaginaria.
—Creo que lo sabes, pequeña merodeadora.— El labio de Katerina
se retorció. —Eres como ese patético, sonriente y tonto Jake Johnson,
siempre husmeando donde no debería. Sé cuidadosa de lo que buscas,
chica becaria. Un día podrías encontrarlo.— Le dio a Cassie una
despreciante sonrisa. —Y luego lo lamentarás. Lo lamentarás terriblemente,
y demasiado tarde.
—Y lo lamento terriblemente ahora, pero vas a tener que
excusarme.— Cassie puso una mano en el cerrojo de la puerta del baño, la
otra sobre su boca.
—No cometas el error de pensar que soy una tonta,— soltó Katerina.
Retrocedió lentamente de Cassie. —Si tienes algo que ver con lo que paso
con Keiko esta noche, te prometo que lo pagarás, ¿me entiendes?
—No.— Cassie empujó la puerta del baño una pulgada, sosteniendo
la congelada mirada, sin estremecerse. —¿Qué le ha pasado a Keiko?
Disgustada, Katerina dio la vuelta y dio un portazo.
123

Cassie descansó su frente contra el marco de la puerta. Deberían


estar teniendo una risa tonta ahora. Deberían estarse sintiendo triunfantes al
conseguir un punto de Katerina. Recordando el destino de Keiko, Cassie ya
no sintió risa, y obviamente tampoco Isabella. Miserable, Cassie vio a su
amiga comenzar a llorar.
—Isabella,— Cassie palmeó sus dedos fríos. —Lo siento mucho. Te juro
por Dios que fue un accidente. Lamento que pasara, pero me estaba
atacando, y si Jake no hubiera...
—No lo lamento por Keiko.— A través de sus lágrimas, el tono de
Isabella era ultrajante. —¡Ella intentó matarte! Oh, Cassie. ¿Y si lo hubiera
hecho?
—No lo hizo.— Jake había emergido de la oscuridad del baño. Se dejó
caer contra la puerta, aún temblando, mirando fijamente hacia el lugar
donde Katerina había estado.
—Gracias a ti,— señaló Cassie.
—Seguro. Quizá no completamente un tonto sonriente, ¿uh?
Él dobló sus brazos.
—Oh, Jake.— Isabella se abrazó a sí misma, enterrando sus dedos
entre sus brazos, como para evitar abrazarlo a él. —Lo siento. De verdad que
lo siento. Lamento que escucharas eso.
Y realmente lo lamentaba, pensó Cassie, entretenida y conmovida.
La sensible flor sureña estaba preocupada por los sentimientos de Jake.
Isabella estaba bien afligida.
—Está bien.— Jake se encogió de hombros. —Supongo que he sido
un poco iluso, ¿no?
—Eso es porque eres amable,— insistió Isabella fieramente. —¡No eres
como ella! No soñarías que una persona fuera cruel y desagradable e...
intrigante. ¡No es como funciona tu mente!
—Es lindo que lo digas, Isabella.— Le dio una sonrisa débil y se encogió
de hombros. —Pero creo que quizá fui sólo un tonto, ¿vale? Mis sesos están
abajo en mi...
—¡No!— exclamó Isabella, mortificada. —¡No digas tales cosas sobre
ti mismo!
¡Guau! ¡Eso fue intenso!
—Um,— dijo Cassie secamente. —¿Si vosotros dos pudierais deteneros
durante un minuto?
—Bien.— Jake sonrió.
Cassie tomó un respiro.
124

—¿Qué es lo que tramas, Jake Johnson?


Jurando, él frotó sus sienes con un dedo pulgar.
—Quiero decir,— continuó Cassie. —Todos aquí se ve que hacen algo.
Pero tú no... bueno, incluso si tienes un grave problema de sonambulismo,
creo que no haces nada realmente malo, ¿cierto?— Ella hundió sus dientes
en su labio.
Jake se sentó en el suelo y palmeó sus manos tras su cuello. Luego de
una pausa, dijo, —Algo está mal en esta escuela
Cassie resopló.
—Eso ya lo había captado.
—Jake.— Isabella se hundió en su cama y se inclinó hacia él, llena de
preocupación. —Es Jessica, ¿verdad?
Infelizmente, él asintió.
—¿Qué? Jake.
—Necesito descubrir quién la mató. Qué la mató.— Él se quedó
callado durante un minuto. —¿Bien? Necesito saberlo.
El silencio era tan pesado que Cassie quería abrir la ventana y dejar
entrar el aire nocturno.
—Jake,— dijo Isabella gentilmente. —Sé cuan disgustado estabas,
estás, pero no fue...— Ella tomó un respiro profundo y susurró, —Podría haber
sido un accidente.
—No fue un accidente. Alguien la mató.— Le dio a Cassie una mirada
sobria. —Algo la mató.
—Pero no puedes atreverte a...
—¿Pero quién más lo haría? ¿Darke? ¿La policía? La policía de
Cambodia no estaba interesada. Nadie lo está. Ella sólo era una becaria,
¿no?
Cassie se encogió de hombros.
—Jess no fue la primera tampoco,— dijo Jake.
—Es la mala suerte de la escuela,— dijo Isabella. —Un mal de ojo, es
lo que dicen.
—Algún mal de ojo.
—Y Sir Alric... Escucha, no puedes culparlo. Él estaba terriblemente
disgustado cuando pasó. Y te dio la beca, Jake, en su memoria.
125

—Para mantener a mi familia callada, quieres decir. Para reparar el


daño. Mamá podría haber caído por su proeza de caridad, pero seguro que
yo no lo hice. Tomé la beca para poder descubrir lo que le pasó a Jess.
—¿Así que, qué has descubierto?— dijo Cassie.
—No mucho.— La voz de Jake era más baja. —Tiene que ver con los
Únicos, eso es todo lo que sé. Uno de ellos la mató, y calculo que sé quién.
Necesito probarlo, eso es todo.
—Si demuestra un asesinato,— dijo Isabella. —Si se sabe que una
estudiante fue asesinada aquí, que estaba cubierto, será el final de la
Academia.
—Uh-uh— Jake se encogió de hombros. —Quiero cerrar este lugar,
Isabella, esa es la verdad. Es por lo que no espero que te guste lo que estoy
haciendo. Solo, por favor, no se lo digas a nadie.
Isabella se paró inmediatamente.
—Piensas que soy una heredera estropeada, ¿no? ¡Dilo, de veras!
Debería darte una bofetada, Jake Johnson.
—Bueno, yo...
—¿Piensas que lo arruinaría todo?
—Llave,— dijo Cassie ausentemente.
—Sí, sí. ¿Piensas que lo arruinaría porque me gusta mi escuela? Me
gustaba Jessica mucho más. Si alguien la mató, lo quiero a él, a ella, a ellos
atrapados. Si piensas que algo es siniestro aquí, Jake, si piensas que alguien
en la Academia fue responsable de lo que le pasó a Jess, no me quedaré
fuera de ello.
Desconcertado él dijo, —Espera un minuto...
—Cállate,— dijo ella secamente. —Estúpido americano. No seas tan
orgulloso. No seas tan insolente. Te ayudaremos. Sí. ¿Cassie?
—Oh, sí.— Cassie sonrió a Jake. —Ella tiene razón, ¿lo sabías?
—Siempre tengo razón,— soltó Isabella.
Cassie le hundió en las costillas.
—Nosotros tres podemos llegar a donde uno no puedo. Eso es obvio,
¿no? Podemos hacer tres veces más. ¿Y después de lo que vi esta noche?—
Ella se estremeció. —Creo que necesitas toda la ayuda que puedas obtener,
Jake.
—Y yo soy una pequeña princesa con un padre rico y buenos
contactos.
126

Jake se mordió un nudillo.


—Podría ser peligroso.
—Peligro.— Isabella agitó su cabello. —Es mi segundo nombre.
—¡Bien! ¡Bien!— Jake dio un ladrido de alegría. —¿Sabes qué? Estoy
agradecido de haberte seguido esta noche, Cassie.
—Ni la mitad de agradecida de lo que yo estoy,— dijo ella secamente.
—Jake, ¿quién piensas que mató a Jess?
—No lo sé. No puedo probarlo, no con seguridad. Pero Ranjit sabía
dónde estaba esa noche.
El estómago de Cassie se contrajo.
—¿Lo sabía? ¿Estás seguro?
—Si. Y Ranjit y Jess eran... Bueno, ellos tenían una cosa juntos. Quizás
tuvieron una pelea, quizás había alguien más y él se puso celoso, no lo sé. Es
la explicación más probable, ¿no? He intentando decirle que lo explique,
pero no hablará sobre ello. Ni siquiera discute sobre los Únicos. Está
escondiendo algo. Quizás está enfermo.
Cassie se sintió enferma ella misma.
—¿Pero a qué te refieres con que él sabía dónde estaba ella?
La cara de Jake se puso fría.
—Porque él fue quien la encontró. Ranjit encontró en cuerpo de Jess.
127
17
—M
e siento tan culpable. Si no hubiera estado enferma,
¿quién sabe? Podría haberme dado cuenta de que
algo andaba mal. Podría haber sido capaz de
ayudarla.
El lloroso acento inglés era familiar. Cassie se detuvo y se dio la vuelta
rápidamente frente de la pizarra de avisos. Las voces estaban justo al doblar
la esquina, acercándose a través del pasillo de la entrada.
—No debes culparte, Alice. — La otra chica tenía un acento de ritmo
alegre. ¿Ayeesha?
—No puedo evitarlo. Que cosa tan mala hizo. Debió haber estado
desesperada, debería haberme dado cuenta de algo. Alguien en el
desayuno dijo que se veía horrible, no como ella misma. Oh, debería
haberme dado cuenta...
—Ahora, ahora. — Sí. Definitivamente era Ayeesha. —Las personas
pueden ser hábiles escondiendo esas cosas, y Keiko debió haber estado
muy determinada. ¡Para saltar desde el piso superior! Por favor, Alice. No
había nada que pudieras haber hecho.
Cassie miró con atención la noticia del Baile de Navidad mientras las
dos chicas doblaban la esquina, pero Ayeesha se detuvo y puso una mano
en su brazo.
—Cassie, ¡Hola! — Sonrió Ayeesha.
—Oh. ¡Hola, Ayeesha! Estaba a millas de distancia. — Oh querida,
pensó Cassie: no muy convincente. —Hola Alice. — Tragó torpemente —
¿Estás bien?
—Sí. Supongo. — Alice estaba casi en lágrimas. Su cara estaba
aturdida y un poco con pánico. —No. Terrible. Sólo quiero ir a clases.
—Pero esta mañana… ¿Estás segura de que es una buena idea?
—Necesito estar ocupada. Me he perdido mucho, eso me mantendrá
128

ocupada.
Ayeesha sacudió su cabeza.
—Creo que las clases serán canceladas, Alice. Pero será mejor que
estemos a tiempo de todas formas. Vamos, Cassie.
Cassie caminó junto a Alice.
—Lo lamento por Keiko.
—Yo también.— Lágrimas bajaron por sus mejillas.
Infiernos, pensó Cassie, desconcertada. Era obvio que Alice no
recordaba lo que Keiko había intentando hacerle, sólo la noche pasada.
—Aunque, ¿te sientes mejor? ¿Estás segura? Quiero decir, ¿te has
recuperado de tu…
—Fiebre glandular.— Alice se frotó la nariz. —No pudo haber pasado
en un peor momento, ¿verdad? Y todo lo que oigo es cuanto está
preocupada mamá por mí. Cómo papá ha contratado a un tutor para
ayudarme a ponerme al corriente en las vacaciones. Han estado al teléfono
desde las cinco y media esta mañana pero no se ve que les interese
Keiko…— Alice puso su mano sobre su boca.
Cassie escudriñó a Ayeesha, pero ella era toda simpatía para Alice.
—Bueno, no pueden haberse hundido aún. Y estarán muy
preocupados por ti.
—Dios, sí. Mamá ha tenido que reservar un spa durante una semana.
Para ayudar a sus nervios, ¿sabes?
Ayeesha miró secamente a Cassie mientras conducía a Alice al salón
de Herr Stolz.
—Necesitas una semana para ti. Ven y siéntate, Alice.
Ella no estaba bromeando, pensó Cassie mientras se sentaba cerca
de Isabella. Alice aún se veía terrible —demacrada, pálida y cansada—
aunque no tan frágil como el día anterior; la muerte de Keiko debió haber
empezado a restaurarla de inmediato. Cassie pudo entender por qué
necesitaba volver a la normalidad, por qué necesitaba salir de su cuarto.
Probablemente entendía los motivos de Alice mejor que Alice. La
fiebre glandular y el supuesto suicidio de una compañera de habitación no
era de todo lo que necesitaba escapar.
Herr Stolz tosió, silenciando el suave murmullo de los estudiantes, y fue
directo al punto.
—Son conscientes por ahora de la terrible tragedia que ocurrió
anoche.— Él estaba pálido, también, completamente exhausto y atónito. —
129

No estarán sorprendidos de saber que las clases están canceladas para hoy
y mañana.
Todos escucharon en silencio, incluso los Únicos. Cassie ya se había
dado cuenta de que Ranjit no estaba. ¿Otra vez? Esta vez, Katerina
tampoco estaba. Miró hacia afuera de la ventana, la voz de Herr Stolz se
redujo a un murmullo. No se podía concentrar, había demasiadas
preguntas, demasiadas medio recordadas conversaciones comenzaban a
encajar.
Por qué, por ejemplo, ¿era Ranjit un caso especial? Parecía que
trataba a la escuela como su feudo personal, incluso más que el resto de los
Únicos, para actuar como si las clases fueran para meros mortales. Algo de
eso no encajaba en que Jessica hubiera sido su novia. Si Jess era algo como
Jake, Cassie no podía imaginársela a ella y a Ranjit juntos. Sería tan extraño
como ponerse ella misma y a Ranjit…
Su columna se estremeció. Ella se veía como Jess; todos lo decían.
La manera en que me haces sentir… No puedo aceptarlo, Cassandra.
¿Qué significaba aquello? ¿No podía aceptarlo porque había estado
enamorado de Jess? ¿O porque la había matado?
Ranjit había advertido a Cassie. Ranjit no la quería en los Únicos,
cuando incluso la perra de Katerina estaba dispuesta a aceptarla. ¿Qué
hizo que a él le disgustara tanto ella? ¿Conciencia culpable?
Jess se había ido por la noche a Angkor Wat, y nunca fue vista viva de
nuevo. ¿Cómo debió haber sido para ella, sola y asustada en la oscuridad
de la jungla? Escuchando la suave cercanía, un asesino rondando más
cerca en la noche…
Él encontró el cuerpo de Jess.
—…y todos nosotros la extrañaremos.
Cassie brincó. Le llevó un momento darse cuenta de que Herr Stolz
estaba hablando sobre Keiko.
—El Baile de Navidad no será cancelado, pero un minuto de silencio
se realizará al principio. Sir Alric me ha dicho que les dejara saber que los
arreglos serán hechos para un servicio memorial en una fecha cercana el
próximo ciclo. Mientras tanto, cualquier estudiante que sienta la necesidad
de hablar con un miembro Adulto del personal, debería sentirse libre de
hacerlo. Alice.— Él sonrió amablemente a la chica inglesa. —Esto es un shock
particular para ti. Sé que estás entusiasmada por ponerte al día en tus
estudios, y trabajar puede ser una buena distracción. Por favor, quédate
unos minutos. El resto de ustedes son libres de pasar su día de hoy y mañana
como deseen. Naturalmente, no habrá comportamientos escandalosos.—
130

Él los inspeccionó a todos severamente. —¿Quizá una visita de estudio a una


Capilla o a una catedral sería más apropiado que la avenida Montaigne?
Jake se inclinó hacia Cassie e Isabella mientras recogían sus libros y el
murmullo de chismes y especulaciones se elevaba alrededor de ellos.
—¿Notre Dame, entonces, chicas? ¿Once en punto?
Cassie puso una cara dudosa.
—La mitad de la escuela podría estar allí después de este discurso.
Jake sonrió.
—La mitad de la escuela estará en la avenida Montaigne flexionando
sus tarjetas oro, sin importar lo que Stolz diga.
—¿Qué hay acerca de Bois de Boulogne? — dijo Isabella. —Un lugar
sereno para pensar y reflexionar, ¿no? Mucho espacio. Mucha privacidad.
—Buena idea. Os encontraré en el Lac Inférieur.— Jake le dio un guiño
a Isabella. —Por los botes.
***
—Me estoy congelando,— gimió Isabella. —Me congelaré hasta la
muerte.
—Alégrate, mi flor del sur. — Jake tiró de los remos. —Esta fue tu
brillante idea. De todas formas, puedes morir espectacularmente de
neumonía, y alguien escribirá una gran novela trágica sobre ti.
Isabella le dio una sonrisa castañeante, pero su expresión se tornó
soñadora y distante, como si ya estuviera imaginando su último latido.
Cassie se aclaró la garganta en exasperación.
—¿Podemos no hablar de muertes espectaculares?
La sonrisa de Jake se desvaneció mientras dejaba los remos en su
lugar.
—Creo que tenemos que hacerlo, ¿no?
—¿Cómo pueden creer todos que Keiko se mató a ella misma? — Se
quejó Isabella, envolviendo su vicuña bufanda una vez más alrededor de su
cuello y metiendo sus dedos bajo sus brazos. —¿Creí que dijiste que tenía un
cuchillo en su garganta?
—No en ese entonces. — Mientras el pequeño bote se dejaba llevar
por la corriente bajo los helados castaños, Jake hurgó entre su chaqueta y
sacó el cuchillo de Keiko. Su hoja estaba envuelta en tiras rotas de una vieja
camisa, y le llevó un minuto desdoblarlas. Tentativamente, sostuvo el cuchillo
en sus dos manos. Las chicas lo miraron, cautivadas.
—Marat cubrió su cuerpo antes de que alguien lo viniera, — le dijo
131

Cassie a Isabella. —Lo vimos hacerlo. Después de que todos fueran enviados
de vuelta a la cama, debió haberlo movido, rápido.
—Ellos debieron haberlo movido,— corrigió Jake. —Marat no puede
ser el único involucrado. Alguien más debió haber visto ese cuerpo.
—¿Y quienes exactamente son ellos? — murmuró Cassie.
El lago estaba tranquilo, y el bote cambiaba sólo un poco en el agua
mientras estaban inquietos en el frío. Plumas de hielo se formaban en la
superficie e Isabella temblaba. Cassie no tenía tanto frío, pero se estremeció
también mientras examinaba la hoja del cuchillo. Era como de seis pulgadas
de largo, ligeramente curvado, la orilla suave y brillante en la luz invernal de
diciembre.
Diciembre. Era primeros de Diciembre. Cassie apenas podía creerlo.
Había estado en la Academia Darke casi un trimestre completo. Chico,
había aprendido un montón…
—Mirad el mango,— dijo Jake. —Es extraño. Nunca he visto nada así.
—Ni yo,— dijo Isabella. —Y papá colecciona antiguas espadas,
dagas, cosas así. Estoy segura de que él podría decirnos algo acerca de
eso, pero no he visto nada como esto en su colección.
Cassie se estiró para tocar el mango. Se sentía antiguo. Los elaborados
talles se veían suavizados por los siglos, brillantes por la edad. Golpeó la
yema de su índice en ellos. Tenía que inspeccionar más de cerca el mango
para ver los detalles, porque todas las figuras y bestias y ornamentación
estaban entrelazadas: serpientes, sirenas, cariátides, demonios —
enredándose cosas retorcidas que podrían haber sido gatos o lobos.
—Apuesto a que vale una fortuna,—remarcó. —Sabéis, por la noche
se ve increíble. Hay un tipo de ilusión óptica. Parece que los cariátides se
mueven.
—Son muy realistas, ¿no? — Isabella tocó el cuchillo, luego
arrebatadamente alejó su mano. —Aunque, no me gusta.
—A mí sí,— dijo Cassie.
—A mí ni me gusta, ni me disgusta.— Jake volvió a envolver la hoja y
lo colocó de nuevo dentro de su chaqueta. —Es una evidencia, eso es todo.
—¿Evidencia de qué? — dijo Cassie. — Eso no es una prueba de nada,
a menos que tenga el ADN de Keiko en él. O el nuestro. Y luego estaríamos
en problemas, vaquero.
—Lo sé, lo sé. Pero tiene que haber más para encontrar.
Aspirando, Isabella frotó su nariz violentamente. Se le estaba poniendo
roja.
132

—Bueno, ¿Cómo encontramos más? ¿Dónde empezamos?


—Necesitamos conexiones con los Únicos, es obvio. — Jake frunció el
ceño. —Ellos son el corazón.
Isabella se encogió de hombros.
—Cassie y yo hemos sido entrevistadas. Al final, una de nosotras será
escogida.
Él sacudió su cabeza.
—No me gusta esa idea.
—Sí, pero no tienes otra opción, ¿o sí? — dijo Cassie. —¿Qué es lo peor
que puede pasar? Una de nosotras será miembro, descubriremos tanto
como podamos, luego decimos que fue un error, no tenemos tiempo,
necesitamos estudiar… algo. Resignarnos de los Únicos.
—No creo que alguien pueda abandonar a los Únicos,— dijo Jake.
—Nunca he escuchado eso,— acordó Isabella. Tomó un profundo
respiro. —¿Qué pasa con Ranjit?
Jake se congeló.
—¿Qué pasa con él?
—Él es el más importante. Es prácticamente la cabeza. Todos le tienen
miedo, ¿no te has dado cuenta? Y creo que le gusta Cassie. Él tiene la...
¿cómo se dice?... la tentación hacia ella.
—Estás equivocada,— musitó Cassie. —Él nunca puede esperar para
huir de mi compañía.
—No creo que eso sea cierto, ¿sabes? He visto cómo te mira.
—Eso es por a quién se parece,— dijo Jake amargamente. —Es el
fantasma de su acogedor pequeño banquete. No hay forma de que Cassie
se pueda involucrar con él. Es demasiado peligroso. ¿Quién sabe lo que hará
si ella se acerca demasiado? Quizá eso fue lo que le pasó a... — No dijo
nada más.
Isabella frotó sus brazos.
—¿Richard, entonces?
Suspirando, Cassie movió un dedo a través de la capa de hielo del
agua, hasta que se dio cuenta de que los otros aún la estaban mirando en
silencio.
—Mira, Richard no tiene mucha influencia,— protestó. —Algunos de
los Únicos creen que él no debería haberme propuesto. A Ranjit no le
agrada, y Katerina lo trata como a una mascota. Probablemente no sabe
133

nada útil.
—Él aun es nuestro único punto de contacto,— dijo Jake. —Y a él
definitivamente le gustas. Si él no es uno de los principales, podrías al menos
ser amigable con los otros a través de él.
—Consigue que te lleve al Baile de Navidad,— sugirió Isabella. —No
sería difícil.
—¿Sí? — soltó Cassie. —Si es así de fácil por qué Jake no se lo pide y
van al condenado Baile de Navidad. A Richard le gusta también, ¿no?
—Mira, sé que te sientes mal por usarlo,— dijo Jake. —Pero Richard te
usaría si necesitara hacerlo. Así es él. No tendría ningún instante de duda,
Cassie.
—No estoy segura. Él está bien, sabes. Richard. — Sus mejillas estaban
ardiendo, incluso en el aire congelado.
—Sería más seguro que tratar de obtener información de Ranjit. —
Señaló Jake.
Cassie suspiró, derrotada.
—Lo intentaré, ¿vale? Pero no prometo nada.
—Lo aprecio. Gracias, Cassie.— Tomando los remos, Jake empezó a
empujar el bote de regreso a la orilla. —¿Sabes que somos los únicos idiotas
en un bote?
—No estoy sorprendida,— siseó Isabella. —El barquero, pensó que
estábamos locos.
—Estamos locos,—murmuró Cassie. —¿Sabemos en lo que nos
estamos metiendo?
—¡Infiernos, no! — Jake sonrió. —La vida es un desafío, ¿no?
Un alto estallido de música los hizo brincar, y el bote se tambaleó
ligeramente. Cassie hurgó en el bolsillo de su abrigo con sus manos frías.
—Perdón,— dijo avergonzadamente sacando su teléfono y mirando
a la pantalla. Elevó sus cejas. —No vais a creer quién es,— respondió el
teléfono. —Hola, Richard.
Jake se encorvó hacia adelante, dejando descansar los remos y
chorreando agua. Isabella se amontonó más cerca de Cassie, intentando
que sus dientes no castañetearan tan alto.
—La Bois de Bolougne, si puedes creerlo… Sí, hace un frío mortal. —
Cassie rió y se mordió el labio. —Con Isabella… —un poco de duda. —…Y
Jake… Sí, bueno, no te vi después de que las clases fueran canceladas… Sí,
por supuesto que miré. Te habías ido.— Haciendo una cara a Jake, ella cruzó
134

sus dedos.
Hubo un momento de silencio al otro lado del teléfono, y Cassie lo
presionó más cerca de su oreja, un poco ansiosa.
—Por supuesto que no te estoy evitando. ¿A dónde te fuiste de todas
formas? ¡Oh! ¡Notre Dame! — Cassie elevó una ceja a Jake, y él barrió un
sudor imaginario de su frente en señal de alivio. —No pensé que fueras tan
obediente…
Después de una pausa, ella rió de nuevo.
—Por supuesto. ¿A qué hora?... Eso suena genial, Richard. De todos
modos, te veo después, probablemente.
Cerró el teléfono de un tirón.
—Misión cumplida,— dijo, un poco infeliz.
—Misión en marcha,— dijo Jake oscuramente. —Difícilmente
cumplida, ¿tienes una cita?
—El Arco del Triunfo. Mañana. Dice que es realmente un día especial.
Quiere mostrarme algo espectacular. Me siento como un gusano.
Isabella golpeó ligeramente su mano.
—Escucha, sondéale cuidadosamente, ¿hmm? Quizá incluso quiera
ayudarnos.
—Quizá.
Jake empujó de nuevo los remos.
—Gracias, Cassie. Mucho. Estás haciendo lo correcto, lo sabes.
—Lo sé.— Apenas sobrevivió al paseo invernal.
—Así que no te preocupes,— dijo Jake. —Es sólo una cita. ¿Qué puede
ir mal? Y no tienes que hacer nada que no quieras.
—Sí. Aunque, no lo sé.— Cassie se lamió los labios; se sentían secos y
tostados en el congelado aire.
—¿No sabes qué?
—Realmente tengo un mal presentimiento acerca de mañana.
135
18
—¿I
ncreíble, verdad? —Richard apretó sus hombros.
Dejado atrás el Arco del Triunfo, el sol era un
fuego dorado. Cuando el resplandor se intensificó,
iluminó los bordes del Arco y lo volvió en un halo de
llamas. Toda la estructura parecía incandescente.
Atrapando su respiración, Cassie sintió los dedos de Richard
moviéndose hacia su cuello. Ella no podía hablar, pero no estaba segura de
que eso que bajaba fuera deseo o miedo.
—Es el aniversario de la Batalla de Austerlitz. La gran victoria de
Napoleón. El día de cada año cuando el sol se pone en línea con el Arco y
los Campos Elíseos. Magnifique,—murmuró él en su oído,— ¿n’est-ce pas?
—Apuesta a que sí,—respiré.
Estaban de pies inmóviles hasta que la luz cayó y los turistas a su
alrededor hubieron embolsado sus cámaras digitales y se dispersaron en un
alboroto de lenguajes. Richard aún sujetaba tensamente a Cassie, y Cassie
se sintió débil.
—¡Vamos, o nos perderemos la vista! —Él rompió a correr hacia los
Campos Elíseos. Cassie corrió detrás suyo, pero él ni siquiera desaceleró
cuando se acercó al torbellino de tráfico debajo del Arco.
—¿Estás loco? —gritó ella. Se deslizó a una parada cuando él corrió
entre los coches y las motos, distraído al sonido de las bocinas. Por una
fracción de segundo ella dudó, pero parecía un reto, y había captado su
medio locura. Sonriendo, ella tomó una profunda respiración y se tiró a
través del tráfico.
Locura. No sabía cómo pasó. El chirrido de los neumáticos y el grito de
las bocinas casi la ensordecieron, los estroboscópicos faros medio la
cegaron, pero se sentía como algún pescado o pájaro con un sexto sentido,
como si nada pudiera tocarla. Y tenía razón, pensó con una urgencia de
fiero deleite, cuando saltó la hilera de bajas balizas alrededor del Arco.
136

¡Maldición, era inmortal esta noche!


—¡Cassie Bell, sabía que eras perfecta! —gritó Richard, agarrándola y
girándola a su alrededor. —¡Lo sabía!
—Seguro que lo soy,—jadeó ella. —Pero seremos arrestados.
—No. ¡Vamos!
El brillo dorado se había ido de la piedra, y de sus elaborados tallados
y sus frisos. En su lugar, los focos le daban al Arco un aura fantasmal, lanzado
a caballos y soldados en inquietante alivio. Había un frío en el aire; se estaba
haciendo tarde. Ahora el rugido del tráfico parecía lejano.
—Doscientos ochenta y cuatro escalones,—rió él. —¡Correré contigo!
Dios, él estaba en forma. Resueltamente, Cassie le siguió el ritmo
cuando tomó los primeros cien escalones dentro del Arco de dos en dos, y
no estaba muy lejos cuando él tropezó en la parte superior y la empujó
detrás suyo. Recuperando la respiración, ella observó la noche azul
cayendo en París. No sabía si la obstrucción en su garganta era por la vista
o por su irritante culpa, pero incluso el jocoso Richard parecía serio. En el
polvoriento aire, parecía como si cada detalle de la ciudad estuviera vivo.
Remotamente, Sacré Coeur brillaba sobre Montmartre como una perla
blanca.
—Te dije que te gustaría,—susurró él.
Ella tragó.
—Es alucinante. —A él también le gustaba, ese era el problema.
—¿Quieres ver algo incluso mejor que esto? ¿Incluso mejor que la
puesta?
—Vamos.
—No, de verdad. En serio. Hay algo mejor. ¡Confía en mí!
Ella se dio cuenta que durante la última hora se había olvidado de
qué supuestamente estaba haciendo. En la tenue tarde, cuando el tráfico
giraba alrededor del Arco y la ciudad chisporroteaba en color y vida, era
difícil leer la expresión de Richard. No confíes en él, había dicho Jake. Pero
no podía evitarlo. Ella sacudió su cabeza.
—Por supuesto que confío en ti. Tendrá que ser bastante alucinante
para golpear todo esto.
—Créeme, es más que bastante alucinante.
A regañadientes Cassie le dejó arrastrarla lejos de las barandillas con
puntas plateadas y volver a los escalones.
—¿Cuál es la prisa?
137

—¿Tienes miedo de las alturas, verdad?


—Uh-huh. ¿Puedes reducir la velocidad un poco? —Miedo a las
alturas o no, ella no quería tropezar y caer por las escaleras, aún Richard
estaba corriendo para bajarlas tan rápido que ella difícilmente podía
mantener el ritmo. Inundado con la excitación, él difícilmente podía
contenerse y no parecía haberla escuchado. Cassie tiró fuerte de su mano.
—¡Guau! —Ella jadeó enfadadamente, arreglándoselas para
arrastrarle a una parada.
—¡Lo siento! —Él la dio una dulce, sonrisa de disculpa. —Me dejé llevar.
—Como yo, casi. Tómatelo con calma, hay mucho tiempo.
—No tanto como crees. —Sus ojos estaban tan brillantes que casi eran
febriles. —¡Vamos!
Ella se soltó de su mano, sintiéndose más segura de esa manera que
cuando corrió bajando los escalones detrás de él. Él esquivó ágilmente a
otros turistas, su entusiasmo infeccioso, y ella se encontró riendo cuando
saltaron juntos a la parte inferior.
—Estoy esperando la revelación,—bromeó ella.
—Casi, Cassie Bell. —Él la sonrió y apartó un mechón de pelo negro de
sus ojos. —¿Estás lista para la sorpresa de tu vida?
—¿Me va a gustar?
—Eso depende de ti. Pero creo que te conozco demasiado bien.
—¿Así que crees... —dijo ella,—...que me conoces muy bien?
—¡Bebé, creo que lo adorarás!
Sus dedos se engancharon alrededor de la esquina de una piedra,
delicadamente golpeando el borde de un enorme bloque. Cuando miró
alrededor un poco nervioso, así como ella, había muy pocos turistas aquí
debajo del Arco, solo una pequeña parte absorbida por el parpadeo de la
llama de la Tumba del Desconocido Soldado y distraídos por sus guías.
Richard le dio un solemne guiño, y empujó gentilmente, y el bloque de
piedra se balanceó en silencio.
Ella jadeó.
—¿Qué demonios...
—¡Shh! ¡Rápido! —Él apretó su brazo. —¡Vamos, o nos verán!
—Pero adónde...
—Hay gendarmes por aquí,—susurró él. —¡Corre!
138

Ella juró, riendo, y pasó junto a él hacia el borde de oscuridad de la


cámara. Rápidamente él estuvo detrás de ella, soltando la piedra otra vez
desde el interior hasta que la puerta escondida se cerró otra vez.
La oscuridad era sólida, el frío apasionante. Cassie cerró sus ojos y los
abrió otra vez, ero no había diferencia. Había un débil olor a piedra seca y
fragante humo, un dulzor en el aire que no era completamente agradable.
El latido de Cassie se aceleró.
—¿Richard? —Su voz se hizo eco siniestramente.
—Está bien, estoy aquí. Espera un segundo. —Con el chirrido de un
encendedor Zippo, una llama saltó a la vida. Cassie parpadeó.
Paredes de piedra, débilmente doradas como el Arco, cerradas sobre
ella desde dos laterales, pero sorprendentemente no podía divisar el techo:
se desvanecía demasiado lejos en las sombras. A sus espaldas la puerta
estaba sólidamente cerrada, pero la oscuridad más allá de la llama hacía
daño hacia abajo sin límite en la vista. Obviamente había un pasadizo: uno
largo. Cassie mantuvo su respiración, tensa para escuchar. ¿Eso fue un débil
crujido, o... algo reptando?
Algo estúpido en lo que pensar. Se frotó los brazos brevemente.
—Esto es... alucinante. Pero no estoy segura de adorarlo.
—Espera. Hay luces, apropiadas. Si puedo encontrar el... ah. Déjame
pasar. —Él la apretó para pasar en la estrecha cámara, y se giró, sonriéndola
expectantemente en la bailarina luz del Zippo.
—¿El interruptor? —señalé.
Una explosión de dolor en su cabeza. Su cuerpo entero cayó hacia
delante. La piedra del suelo golpeó para encontrarla.
Y entonces incluso la última luz, de la pequeña valiente llama, se
apagó.
139
19
U
n dolor de cabeza como nada que hubiera sentido antes. Era
como cortar su cerebro con un frío cuchillo y cuando intentó
abrir sus ojos, la luz quemó. Los apretó cerrados otra vez,
sintiendo otra punzada de dolor. ¿Migraña? Nunca padeció de migrañas.
¿Qué había estado bebiendo? Intentó girar hacia su costado y balbuceó
para un paracetamol.
No. No podía moverse. Sus brazos estaban estirados sobre su cabeza
y no podía moverlos. Cuando lo intentó, afiladas puñaladas corrieron a
través sus hombros, y algo cortó en sus muñecas.
Ella abrió sus ojos otra vez. Su visión era borrosa, pero podía divisar que
la sala no era terriblemente brillante después de todo. La pared con
candelabros era tenue, parpadeante.
¡Hay luces! Déjame pasar...
Richard. Recordó. Oh Dios.
Intentó tirar. No era demasiado bueno tampoco; sus pies estaban
sujetos también. Estaba estirada tensamente en algún tipo de mesa de
piedra, suave y dura debajo de su espalda. Aún llevaba sus pantalones y su
delgada camiseta, pero estaba descalza, y extremadamente helada. Su
jerséis con capucha no estaba. Aterrada, se retorció otra vez, y el metal
mordió otra vez sus muñecas y tobillos. Dio un afilado grito de miedo.
Una mano golpeó su frente. Intentó desesperadamente enfocarse,
aún luchando con sus ataduras.
—Calla, ahora. Tranquila. No te hagas daño. No queremos que te
hagas daño, Cassie.
La voz masculina estaba amortiguada por algún tipo de capucha. Ella
pensó que conocía quién estaba hablando, pero no podía estar segura. Ni
podía responder, desde que su respiración era estridente y aguda y el
pánico tensó su garganta.
140

—¿Te duele la cabeza? Lamento mucho que eso fuera necesario.


Cassie intentó enfocarse, intentó no tener miedo. Ese débil olor a
humo aromático era más fuerte ahora, pero lo que fuera que se estuviera
quemando, no tenía el borde helado.
—Teníamos miedo de que te resistieras. Parece como si tuviéramos
razón.
Ella sintió una sonrisa debajo de la oscura capucha carmesí, pero no
había manera de saberlo con seguridad, desde que el único agujero en ella
eran unas estrechas rajas para los ojos.
—No te preocupes. Pronto no sentirás tanto dolor. Nunca más.
Ese comentario se secó en su boca totalmente. Ella se lamió sus labios,
pero eso no ayudó.
—¿Voy a morir? —Se las arregló para graznar.
Risotada.
—Qué ridícula idea.
—¿Lo es?
—Por supuesto que lo es. Cassie Bell, no vas solo a vivir. Vas a vivir como
nunca has vivido antes.
La figura se alejó, así que podía ver en la oscuridad de la cámara.
Ahora que sus ojos se habían ajustado, podía divisar la mayoría. Las
antorchas salteadas en las sombras en el techo, dónde podía divisar
criaturas en la piedra. La recordaron a algo más, si sólo pudiera pensar
correctamente.
Oh, sí. El cuchillo. Los monstruos y demonios sobre ella eran como los
tallados en esa antigua empuñadura. Y justo como esas, los tallados sobre
ella parecían moverse.
No, no parecían moverse. Se estaban moviendo. Reprimiendo un
grito, Cassie luchó y tiró de sus ataduras, sintiendo la sangre en sus muñecas,
la sangre en sus tobillos, y no le importó.
—Es suficiente. Shh. No se te permite hacerte daño a ti misma. —La voz
era severa cuando alguien caminó hacia delante, y Cassie se quedó
tranquila. Luchar hacía que su cabeza doliera demasiado de todas formas.
Con un esfuerzo giró su dolorida cabeza para encontrar otra mirada rajada,
otra capucha carmesí.
—Estoy muy contenta contigo. —Esta vez la voz distorsionada era
femenina, el acento seductoramente familiar. —Muy contenta, Cassie.
Seremos grandes amigas.
141

La chica encapuchada llevaba una llave en una larga cadena


dorada alrededor de su cuello. Detrás de ella había más formas siniestras.
Había un círculo entero de ellas. Al menos uno de ellos no estaba disfrazado.
—¿Richard?
La incómoda culpa dejó su cara. Con una sonrisa forzada avanzó,
estirando una mano para tocar sus esposas. Cuando ella solo devolvió la
mirada, él unió sus dedos a través de los suyos, y apretó nerviosamente.
—¡Buenas noticias, Cassie! ¡Has sido la elegida!
—¿He sido qué? —Esta vez se las arregló para gritarlo.
—Elegida. ¡Aceptada! Eres una de nosotros ahora. ¡Una de los Únicos!
—Aún no lo suficiente,—murmuró la primera figura. —Pero pronto.
—Cassie, lo sabía, ¿verdad? ¿No te dije que serías perfecta? ¡Fuiste
elegida!
Ella habló a través de los dientes apretados.
—¿Y si no quiero ser elegida?
Una severa voz interrumpió, despreciativa.
—Te ofreciste voluntariamente. Asististe a un Congreso para ser
entrevistada.
—Nunca oí que hubiera una votación. No me lo dijeron.
—No hubo votación. —Richard sonaba incómodo. —El propósito
estaba prohibido desde arriba, así que este Congreso es... ah, uno no oficial.
Pero has sido favorecida por un miembro muy influyente de los Únicos. Eso
es más que suficiente.
—A pesar de algunas insignificantes reglas del colegio,—añadió
alguien.
¿No oficial? ¿Qué se suponía que significaba eso?
—Una vez seas de los Únicos, siempre serás de los Únicos. No hay nada
que Sir Alric pueda hacer sobre eso.
Cassie atrapó su respiración.
—¿Te refieres a que Sir Alric no lo sabe?
—Eres muy privilegiada. —Otra fría voz habló desde el círculo. Otra vez
no pudo ponerla una cara. Era irritante, pero intentar trabajar en sus
identidades la calmaba más. —Los miembros de los Únicos nunca han sido
una fun...
—Una función de escolares,—escupió Cassie, temblando. —Así que
142

¿cuál es su función, entonces?


—Una vez seas de los Únicos, sabrás todo lo que hay que saber. No te
arrepentirás.
—Presiento que lo haré,—murmuró Cassie.
La primera figura encapuchada asintió a alguien detrás suyo. De
repente Cassie recordó a Alice tumbada indefensa, demasiado débil
incluso para gritar, pies y dedos tiraron cuando sus venas sobresalieron en su
piel...
—Richard,—susurró ella. Las lágrimas saltaron a sus ojos, y Cassie se
odió por parecer tan débil delante de los Únicos. —No les dejes hacer esto.
Por favor. Sea lo que sea. Por favor.
Sus dedos se tensaron en los suyos.
—¡Cassie, cariño! ¡Cállate! Sé que estás asustada. ¡Yo también lo
estaba!
Ella le miró, boquiabierta, luego se lamió los labios.
—¿Esto es lo que te ocurrió?
—Por supuesto. Nos ocurrió a todos nosotros, Cassie. No es tan malo.
¡Ja! —Rió en voz alta. —¿No es tan malo? ¡Oh, es mucho mejor que eso!
—¡Pero yo no quiero esto!—gritó ella roncamente.
—Eso es lo que pensaba. ¡Creía que no lo quería, pero espera hasta
que lo sientas dentro de ti! ¡No hay nada como eso!
—¿Qué demonios es ESO?
Él dudó.
—No te preocupes. ¡Acéptalo! ¡Disfrútalo, cariño!
No confíes en él, había dicho Jake. Te usará, lo sabes. Ella dio otro fiero
tirón de sus manos, aunque tomó toda su energía. Richard chasqueó la
lengua y se inclinó más cerca para dar un toquecito a la sangre en sus
muñecas. Con mucho esfuerzo como pudo arreglárselas, se enfocó y
escupió.
En el blanco. Justo en el ojo del bastardo. Ella sonrió.
Limpiando su mejilla, Richard se alejó tristemente.
—No tiene ningún modal,— pronunció otra voz demasiado familiar. —
Ninguna. No puedo creer por qué...
—Ahora, Katerina. Estás decidido.
Dolorosamente Cassie giró su cabeza a su alrededor. Katerina no
estaba encapuchada tampoco, y estaba adorando esto, la fría vaca
143

sangrando. Al sonido de los pasos, el frío de una corriente de una puerta


abierta, Katerina se giró.
La línea de los Únicos se movió, separándose como dejando pasar a
alguien, y cuando el círculo se cerró otra vez se encogió un poco. Otra vez
se acercaron, luego otra vez. El círculo era tenso como un lazo. El frío miedo
se agarró en el intestino de Cassie. ¿Cuál era Ranjit? ¿Quién de ellos había
asesinado a Jess?
No podía ver detrás suyo, pero podía sentir la nueva presencia. De la
manera en la que tiraba de su cuello, arañando su cuero cabelludo sobre
la piedra, no podía ladear su cabeza lo suficiente para averiguar quien
estaba allí. Su respiración se hizo más rápida, e intentó no lloriquear. No les
des la satisfacción...
—Es la hora. —Levantando la llave dorada de alrededor de su cuello,
la chica encapuchada abrió las esposas, liberando las manos de Cassie. Eso
no hizo ningún bien. De inmediato Richard y otro de los Únicos tomó una de
sus muñecas, sujetándola tan tensamente como cualquier cadena, sus
dedos se sentían como el acero.
—Por favor,—dijo Richard nerviosamente. —Intenta relajarte.
Oh, seguro.
Alguien estaba soltando las cadenas de sus pies, aunque no fueron
removidas completamente. Tan pronto como la tensión fue liberada,
Richard y su colega tiraron de ella para que su cabeza cayera por el borde
de la mesa de piedra, y sus hombros descasaran en el borde. Su cuello dolía
alocadamente ahora, pero al menos podía ver la presencia detrás suyo,
incluso si estaba invertido. La mujer mayor parecía casi derrotada por la
diversión.
Madame Azzedine.
La mujer mayor estaba sentada en una silla dorada, su cara cerca de
la de Cassie. Sus frágiles manos se deslizaron debajo de la cabeza de Cassie
para sujetarla, aligerando el dolor en su cuello. Cassie miró a los azules ojos
arrugados, solo a pulgadas de distancia. La mujer mayor parecía casi
derrotada con la alegría.
—Gracias por esto, Cassandra, querida. —Los pulgares arrugados y
secos golpearon sus sienes. —Me gustaste en el momento que te conocí, ¿lo
sabes verdad?
—¡No! ¿Qué eres tú...
—Mírame, Cassandra. Soy vieja. He tenido todo lo que de este cuerpo
posiblemente he podido esperar. Es la hora de que Madame Azzedine se...
144

retire. Es la hora para que tome un nuevo cuerpo. Un cuerpo joven.


Ella sonrió adorablemente hacia Cassie.
—Tu cuerpo.
Congelada por el miedo, Cassie buscó la cara de la mujer. Algo se
movió detrás de esos pálidos y viejos ojos, y no pudo pensar por qué no lo
había visto antes. Quizás lo hizo. Algo girando, agitándose. Cuyos ojos
habían hecho eso también: ¿hervir con la vida y un brillo animal? No
importaba. De alguna manera sabía lo que estaba por venir ahora. No
había manera de detenerlo: solo retrasarlo. Habla. Habla.
—¿Qué vas hacer cuando hayas terminado conmigo?—Respiró
fuerte, suavizando su miedo con enfado. —¿Pelarme como la vieja piel de
una serpiente? ¿Justo como con Madame Azzedine?
—Vamos, vamos... —Rió ella con esa tintineante risa. —He tenido una
vida larga y buena. He sido fuerte, y poderosa, y bella. ¡Puedes esperar lo
mismo! No tienes nada que perder, Cassandra. Nada.
—¡Excepto mi alma! —gritó Cassie. —¿Cierto? Excepto yo misma.
Ella ya no podía ver ninguna cara excepto la de Madame Azzedine.
—Ahora, Cassie. ¿Crees que tu amigo Richard se ha perdido? ¿Ranjit,
Ayeesha, Katerina? ¿Crees que Sir Alric se ha perdido? —Una risita femenina.
—Seguramente no. Aún somos nosotros mismos. Hemos dado presencia a
los espíritus corpóreos, después de todo. Ellos no nos han abrumado. Se han
unido a nosotros.
—¿Espíritus? —Cassie intentó respirar apropiadamente. El olor de
Madame Azzedine era abrumador, y la piedra era dolorosamente dura
contra su espalda.
—Antiguos espíritus, muy antiguos,—meditó la vieja mujer. —Una
nueva vida con cada generación. No puedes esperar que nos disipemos y
muramos por la conveniencia de unos pocos mortales. Especialmente
cuando esos mortales tienen mucho que ganar.
—¿Cómo qué? —El miedo estaba empezando a asfixiarla otra vez.
¿Quién la estaba hablando? ¿Madame Azzedine, o la cosa dentro de ella?
Quizás incluso la vieja mujer no lo sabía ya. Los labios arrugados estaban más
cerca de los de Cassie ahora, la encantadora cara envejecida.
—Todo, chica becaria. —El frío tono de Katerina era despiadado. —
¡Hay todo para ganar! Nosotros los huéspedes no somos almas perdidas. El
espíritu solamente añade su esencia a la nuestra.
—¿Espíritu? ¿Es un demonio o qué?
145

—No seas tan ruda. —La chica sueca sonaba más divertida de lo que
Cassie hubiera pensado posible. —Con el espíritu somos más fuertes, más
crueles, más despiadados. Más bellos. Mejor equipados para el mundo de
hoy en día, en otras palabras.
—¡Estás enferma!
—No. Personalmente, nunca me sentí mejor. ¿Qué te gustaría ser,
Cassie, cuando seas mayor? —Se rió disimuladamente Katerina. —¿Una
primer ministro? ¿Una presidenta? ¿Directora de una corporación
internacional? ¿Una celebridad de la lista A? Alguno de nosotros lo somos,
ya lo sabes. Aunque para ti, quizás deberíamos hablar de lista D.
—¡Quiero ser yo misma!
—Pero lo serás,—tranquilizó Madame Azzedine. —Eso y más.
—¡No!
—Demasiado tarde, querida.
Los labios secos se amarraron a los suyos, poderosos, e irresistibles. El
olor de la muerte y el perfume barrió sobre ella tanto que casi la hizo sentir
nauseas, pero era imposible hacer un sonido, menos vomitar. Cassie se
retorció, esperando sentir lo que Alice había sentido, esperando que la vida
fuera succionada fuera de ella. ¿Dolería? Había parecido como si lo hiciera.
Una lágrima goteó a su línea de pelo. Intentó una última vez luchar, pero el
agarre en sus muñecas era demasiado fuerte. Desde el círculo de los Únicos
llegó un bajo aullido por la excitación colectiva.
Entonces la peor descarga de dolor se disparó a través de su cabeza,
su corazón saltó en su pecho como un animal intentando escapar, y todo el
mundo se volvió cegadoramente blanco.
Y todos, en todas partes, gritaron.
146
20
N
o era debilidad. Era fuerza.
Cassie de repente estaba en alerta, completamente
viva. El flacucho cuello de Madame Azzedine estaba tan
cerca que no podía enfocarse apropiadamente, pero podía
ver las venas moradas saltando y latiendo, podía sentir el viejo cuerpo
comenzando a sacudirse y temblar, podía saborear la carne podrida. Sus
bocas aún estaban cerradas juntas pero ella ya no se sentía enferma.
Se sentía fuerte.
El distante chillido llegó otra vez, y Madame Azzedine liberó la cabeza
de Cassie abruptamente, apretando sus puños hasta que los nudillos
mostraron el hueso blanco a través de la delgada piel. Cassie esperaba que
su cabeza golpeara en la mesa de piedra, pero no lo hizo. Había poder en
su cuello; ni siquiera dolía al mantener su cabeza alzada. Ni siquiera perdió
el contacto, incluso cuando el antiguo cuerpo se retorció y la mujer intentó
alejarse.
Otro gemido agónico, como si viniera desde muy lejos, y Cassie supo
que Madame Azzedine no estaba haciendo ese jaleo en voz alta, solo
dentro de la cabeza de Cassie. El agarre en sus brazos se aflojó un poco, y
Cassie forcejeó furiosamente para sentarse. Durante un instante, Madame
Azzedine rompió el contacto, y Cassie vislumbro su cara blanca y torturada.
Katerina soltó una palabra, y sus brazos fueron liberados.
Cassie se levantó de golpe y agarró la cabeza de Madame Azzedine.
Tirando la vieja boca hacia la suya, retorció sus dedos en el pelo blanco.
Ella lo necesitaba. Eso la necesitaba. Sin problemas...
Algo estaba quemando su omoplato, un dolor concentrado, intenso,
pero no le importó. Lo que tenía que hacer era mantener el contacto.
Mantener a la vieja mujer cerca. Nada más importaba. Calientes agujas en
su hombro. No, no. No importaba...
Otro grito. Aunque no en su cabeza. Este era real y cercano, y parecía
147

terriblemente familiar. Furioso. Tempestuoso. Verdadero drama.


Americano latino...
Algo duro golpeó en el lateral del cráneo de Madame Azzedine,
alejándolo de golpe. Cassie agarró a la vieja mujer cuando cayó en silencio
hacia el lado, pero con sus propias piernas aún sujetas no pudo atraparla.
Cuando el cuerpo cayó al suelo en un montón seco y muerto, un remolino
de blanco traslúcido fue a la deriva desde los labios de la vieja mujer,
girando hacia el techo con un alto gemido chirriante.
Katerina arremetió hacia la voluta que escapaba.
—¡Tontos! —aulló ella. —¿Qué han hecho?
Exactamente los sentimientos de Cassie. Sus dedos se clavaron en la
huidiza niebla también, hasta que con un grito de frustración se acurrucó,
desgarrando las cadenas. Luego se congeló, la respiración atrapada en su
garganta.
Allí estaba él.
Ranjit estaba de pies delante suyo, frío y tranquilo, enfrentando al resto
de los Únicos. Su espalda estaba hacia ella pero ella claramente oyó su serio
murmullo.
—Katerina, bruja. ¿Qué has hecho?
Katerina se encorvó, escupiendo con rabia, pero no respondió.
¿Así que Ranjit no estaba en esta ceremonia no oficial? Como si la
cabeza de Cassie no estuviera girando lo suficientemente rápido ya... ¿Esto
significaba que él estaba de su lado?
En cualquier caso, ¿qué demonios le había retenido?
A su izquierda, Cassie vislumbró a Jake cortando con el extraño
cuchillo de Keiko en un extraño arco amenazante a los gruñones Únicos.
Isabella había trepado a la mesa de piedra y ahora estaba de pies sobre
Cassie, amenazando a todos los que llegaran con lo que parecía un martillo
muy largo, y muy flexible.
—¿Dónde conseguiste eso? —gritó Cassie, frotando sus sienes
fieramente, luchando para enfocarse.
—¿Esto? —Isabella lo balanceó hacia una figura encapuchada
cuando arremetió hacia ella, golpeando su arma en su cabeza. La figura
cayó como una piedra. —¡Traigo esto todos los trimestres de la escuela,
Cassie! Sabía que sería magnífico.
—Útil, —dijo Cassie, sacudiendo su cabeza clara al fin.
—Te lo dije, —llamó Jake sobre su hombro, su enfoque aún en el
148

semicírculo de los malvados Únicos, quienes miraban su cuchillo con


extrema cautela.
—Sí, sí, —dijo Cassie. —Lo sé. Asesina con un mazo. —Abrazando un
tobillo encadenado alrededor de su puño, ella lo retorció, pero fue inútil.
La voz de Ranjit era baja pero clara.
—Jake. Las cadenas. Usa el cuchillo.
Jake le lanzó un frunce desconfiado.
—Como va a...
—¡Dije, usa el cuchillo!
Con un último brillo sospechoso, Jake retrocedió, luego se giró y
golpeó el cuchillo en la cadena. Los eslabones se hicieron añicos, pero él ya
se había girado para alejar a dos más de los Únicos, quienes habían saltado
a una distancia de golpe. Ellos dudaron, gruñeron, y retrocedieron un paso.
Luego otro.
Jake miró el cuchillo sorprendido.
—Hay algo en la cuchilla.
Ranjit pareció no notarlo. Estaba de pies perfectamente tranquilo, y
ninguno de los Únicos se atrevía a acercársele. Su enfoque estaba sobre
todo en Katerina, algo chisporroteando entre ellos. ¿Lujuria? ¿Furia? ¿Odio?
Oh, a quién demonios le importaba.
—¡Jake! —gritó Cassie, tensando la otra cadena. —¡Otra vez, rápido!
Un golpe más, y las astillas de piedra explotaron en una nube de polvo
desde la mesa. Jake juró.
—Fallaste. ¡Hazlo otra vez! —gritó Cassie.
Una vez más, y tres eslabones de la segunda cadena se desintegraron.
Bien. Cassie saltó de la mesa a tiempo para darle un fuerte puñetazo a una
de las figuras encapuchadas cuando finalmente saltó hacia Jake. El puño
de Cassie conectó con lo que debía haber sido la mandíbula, haciendo un
ruido satisfecho, y el atacante se tambaleó hacia atrás.
—Buen momento, —dijo Jake, quién parecía avergonzado por
esquivarlo.
—Tú también. ¿Cómo llegasteis aquí?
Isabella estaba girando el mazo sobre su cabeza.
—Te lo diremos más tarde. ¿Podemos irnos ahora?
—Sí. ¡Retrocede! —gritó Jake, cuando un figura se escabulló de las
149

sombras a su izquierda. Katerina estaba pálida y inmóvil por la furia.


—¡Tú tienes el cuchillo! —siseó ella. —Tú.
—Realmente lo lamento, —dijo Jake. —¿Va contra las reglas de la
escuela?
—No empieces a cotorrear, —gimió Isabella. —Corre. Cassie. ¡Vamos!
Cassie se empujó entre Isabella y todavía otro encapuchado, quién
estaba acechando asesinamente a la argentina. Retirando sus labios,
Cassie gruñó. Era divertido cuan naturalmente salía eso...
Ranjit y Katerina aún estaban obsesionados el uno con el otro, como
si estuvieran luchando algún tipo de duelo psíquico. Él obviamente no
estaba preocupado por los otros Únicos. Estaba sin moverse y era
amenazador como la piedra, pero sus ojos ardían.
Esto podía ser malo, Cassie lo sabía en sus huesos.
—¡Isabella! ¡Jake! ¡Volved a la puerta, vamos!
Pero Isabella estaba dudando ahora.
—Ranjit está en problemas.
—Puede cuidarse solito, —gritó Jake. —¡Vamos, Isabella!
Pero Cassie estaba inquieta también. Ranjit aún estaba de pies
mortalmente tranquilo, enfrentando a los Únicos, pero ahora ellos estaban
recuperando su valor, rodeándole. Cassie avanzó hacia él, a pesar de que
Isabella tiraba de su brazo.
—¡Cassie, por favor! ¡Vamos!
Richard estaba de pies en el lado más lejano de la mesa, la tristeza y
la desaprobación en sus maravillosos ojos. Cassie dudó, leyendo en sus
labios la palabra, Por favor... Ella no respondió cuando se deslizaron hacia el
pasillo abovedado debajo de las retorcidas serpientes. Una lengua de
piedra parpadeó, casi tocando su hombro, y ella hizo una mueca.
—¡Cassie! —gritó Richard otra vez. —¡Por favor!
Ella curvó sus labios.
—Ve a jugar con el tráfico, Richard.
Ella empujó a Jake.
—¡Salgamos de aquí!
Isabella le estaba reteniendo.
—¿Qué pasa con Ran...
—Vamos, —gritó Jake. Esta vez él empujó a Isabella con él.
150

Cassie se detuvo. Katerina estaba gruñendo ordenes a los dudosos


Únicos cuando rodearon a Ranjit.
—Vete, Cassandra, —dijo él, frío como el mármol. —Te seguiré.
Estúpido discutir. Estúpido, también, sentir este terrible miedo por él. Él
sabía lo que estaba haciendo. ¿Verdad? A regañadientes, ella giró sobre
sus talones, y corrió detrás de Jake.
Jake y Isabella ambos eran rápidos corredores, pero ella les alcanzó
fácilmente.
—¿Cómo me encontrasteis?
—Cuando no regresaste a la hora que acordamos, fuimos a buscarte,
—explicó Isabella sin respiración. —Todos buscamos en la academia.
Eventualmente, fuimos a la sala común de los Únicos.
—Obviamente no estaban allí, —añadió Jake, —pero tampoco lo
estaban la mitad de los Únicos. Ayeesha sí estaba, y Cormac, y un par más,
pero dijeron que Katerina y los otros se había ido para reunirse con Richard.
Así fue cómo supimos que estabas en problemas.
—Y entonces Ranjit entró, —dijo Isabella.
—Sí. Y él sabía a dónde te habían llevado, —escupió Jake. —Bastante
curioso.
El pasadizo parecía terriblemente largo y sinuoso, serpenteando hacia
arriba en una pendiente creciente, pero Cassie corrió sin esfuerzo, debía
estar más en forma de lo que había pensado.
—¡Jake, eso es injusto! —protestó Isabella sin respiración. —¡Ranjit no
sabía sobre la... la ceremonia!
—Él lo dijo, —gruñó Jake a regañadientes.
—¡Él solo adivinó lo que estaba pasando, Jake! Y nos trajo al Arco,
¿verdad? ¿Nos mostró la puerta secreta? —Jadeando, le lanzó a Cassie una
sonrisa malvada. —¡Así que él está atraído por ti! ¿Ves?
Girándose una vez más para enfocarse en el camino de delante,
Isabella dio un jadeo sorprendido. Cuando derrapó a una parada, Jake casi
cayó sobre ella.
—¿Qué demonios...
—Hola, Jake, cariño.
Delante de ellos, bloqueando su camino hacia la puerta, estaba de
pie una delgada figura, el pelo largo pálido brillando. Katerina les estaba
sonriendo.
151

En cierto modo.
—Mierda,—murmuró Cassie, —esa chica realmente es toda dientes.
—Y bastante largos, y afilados también.
—Deberías saber contra quién te estás metiendo, —murmuró Katerina
guturalmente. Muy guturalmente.
La chica no parecía ella misma ya, por ponerlo amablemente. Los ojos
estaban rojos, la piel gris, los labios retraídos en un rictus de sonrisa. Y aún de
alguna manera era Katerina. De la cabeza a los pies.
—¡Debería haberlo sabido! —explotó Jake. —¡Es una trampa! Singh
nos trajo aquí y ahora la envió detrás nuestra.
—No, —dijo Cassie llanamente. —¿Dónde está Ranjit, Katerina?
Con una risa vibrante, Katerina usó una garra para meter un mechón
de su pelo detrás de su oreja.
—Ella tiene razón, Jake. No necesito la ayuda de Ranjit. ¿Crees que no
conozco estos antiguos laberintos? Los conozco todos, en toda la ciudad.
Los he conocido durante siglos.
—Y estás mirando tu edad, —dijo Cassie.
Katerina siseó.
—Sois un par de idiotas. Ella no os dará las gracias, lo sabéis, —les dijo
a Isabella y a Jake, tirando su cabeza en la dirección de Cassie. —Al final
ella no lo hará. De hecho os querrá muertos por esa estúpida interrupción.
Jake apretó sus dientes.
—Sal de nuestro camino, Katerina. No quiero hacerte daño.
—No, en serio. ¿Crees que tomo órdenes de los becarios? —Una larga
lengua salió para lamer los dientes de Katerina cuando una horrible sonrisa
apareció. —¿Crees que puedes hacerme daño? ¿No me conoces muy
bien, verdad? Scooby.
La toma de la respiración de Jake fue aguda.
—¿Qué has dicho?
—Ya lo oíste. Scooby-dooby-doo. No puedo decirte lo alto que lo gritó
para ti, al final. ¿Ella nunca usó tu verdadero nombre?
Jake parecía paralizado, aunque estaba temblando. El cuchillo
colgaba flojo e inútil en su mano; en cualquier momento ahora se deslizaría
de sus dedos.
—Tú, —dijo él, apenas audible. —¿Fuiste tú?
152

Las viciosa boca se retorció en una burla.


—Oh, crece, Scooby. Por supuesto que fui yo. Bueno, Keiko y yo. Ranjit
simplemente la entregó, eso es todo.
Ansiosamente Cassie miró a Jake. Ella ni siquiera podía verle respirar,
pero creía que podía oír el duro latido de su corazón.
—¿Solo había un año entre vosotros dos, verdad? Cuan cercanos
debíais haber sido, Jess y tú.
—Sí, —susurró Jake.
—Y lo seréis otra vez. Terminemos esto rápidamente. —Frunciendo el
ceño, Katerina examinó una uña como un talón amarillo, ligero y retorcido.
—Necesito irme y ver a mi compañera de habitación.
—¿Oh? —Isabella hervía con la furia. —¿Enfadada?
—Francamente, sí. Ingrid es deliciosa, y cooperativa. A diferencia de
Jessica. Lamento decirlo, Jake, pero tu hermana era un poco amarga, un
poco glacial. Todo eso corriendo, ya ves, todo ese miedo. Toda esa
adrenalina...
Jake rugió y saltó hacia Katerina, cortando salvajemente con el
cuchillo. Ella le esquivaba como una serpiente, escapando de su agarre y
abrazando un poderoso brazo alrededor de su garganta. Isabella fue a por
ella, gritando, pero Katerina retorció el cuello de Jake hacia atrás y esquivó
el mazo. Recuperando el equilibrio, ella pateó fuerte, golpeando a Isabella
en el estómago y golpeándola y haciendo volar hacia el suelo.
La sangre de Cassie se sentía tan fría en sus venas que no podía
moverse. Las garras de Katerina estaban hundidas en el cuello de Jake y él
se retorcía desesperadamente en su abrazo, tirando el cuchillo.
Instantáneamente, Cassie supo a qué estaba esperando. Se zambulló a por
el cuchillo, arrancando un mechón del pelo de Katerina con la otra mano
y, cuando la sueca chilló por el dolor, balanceó el cuchillo salvajemente a
través de la mejilla de Katerina. La sangre salpicó.
Ups, pensó Cassie, aún agarrando la monstruosa cabeza de la chica.
¿Ahora qué...
Después de un horrible segundo en silencio, Katerina aulló. Su agarre
en Jake se aflojó lo suficiente para dejarle tomar aire, pero no le dejó ir.
—¡Principiante! —gritó ella en la cara de Cassie. —¡Cómo te atreves!
Cassie no esperaba la fuerza del golpe de Katerina. La golpeó hacia
el lado más lejano del pasadizo, y cuando golpeó contra la pared el cuchillo
cayó de sus dedos y giró a través del suelo. Katerina arremetió contra él, sus
153

dedos cerrándose en la empuñadura retorcida mientras la otra garra


mantenía un agarre en la garganta de Jake. Cassie intentó ponerse de pies
pero su cabeza estaba girando locamente otra vez. Unos pocos pasos
distantes, Isabella aún estaba intentando respirar. La cuchilla del cuchillo
brilló cuando Katerina lo levantó.
—Ahora observa morir a Jake, —sonrió ella.
Pero algo se movió más rápido que la cuchilla, golpeando fuerte a
Katerina, tirándola a lo largo. Tanto Jake como el cuchillo cayeron, gimiendo
con rabia y miedo, Katerina pateó y luchó indefensamente contra su nuevo
atacante. Ella parecía, pensó Cassie, como un leopardo intentando luchar
a un tigre. Cuando los dos cuerpos giraron, luchando cayendo contra la
pared del pasadizo, Cassie vio al tigre claramente. Ranjit.
Sus dientes estaban viciosamente desnudos, y sus ojos, como los de
Katerina, eran rojos de esquina a esquina. Sus poderosas manos encontraron
su garganta y Katerina se retorció, jadeando por respirar, azotando sus
garras a través de su cara y produciendo sangre. Pero cuanta más sangre
se escapaba del corte del cuchillo en su mejilla; más las manos de Ranjit
estaban empapadas de esta. Finalmente girando sus dedos flojos
resbaladizos por la sangre, Katerina gritó roncamente y le dio una salvaje
patada en el pecho. Él tropezó hacia atrás, y ella se revolvió hacia los
cuatro, escupiendo.
—Sal de mi vista, hermana oscura, —gruñó Ranjit. —Antes de que te
mate.
—Nunca, —siseó Katerina, una mano ensangrentada agarraba su
mejilla. —Nunca. Es a ella a quién mataré. Oh, tú no me matarás.
Ella le miró codiciosamente durante un momento. Luego saltó a sus
pies, y corrió.
Por lo que pareció una edad, los cuatro se quedaron de pies en
silencio. Jake fue el primero en moverse, levantando a Isabella a sus pies.
Cassie no estaba del todo segura de que su compañera de habitación
necesitara presionarse tan cerca de Jake, o colgar tan tranquilamente tan
sin fuerzas en sus brazos, pero qué demonios. Cassie arregló una sonrisa, pero
murió cuando Jake se inclinó y se dejó caer una vez más a por el cuchillo.
Temblando en sus dedos cuado señaló la punta hacia Ranjit. Su boca
estaba retorcida con rabia.
—Katerina dijo que tú... dijo que tú la entregaste. Para ser asesinada.
Ranjit no parpadeó. Sus ojos eran normales otra vez, aburridos, y la piel
en su cara era pálida y tensa.
—Ella estaba mintiendo. ¿Cómo podía hacer daño a Jess? La amaba.
—¿No ayudaste a Katerina?
154

—No. Había arreglado una reunión con Jess. Pero llegué tarde,
alguien me traicionó. Fue deliberado, me di cuenta de eso después, pero fui
muy estúpido al no verlo en el momento. Lo juro, Johns... Jake. No la maté,
y no la tomaría para ser asesinada.
Por primera vez, Jake pareció inseguro.
—¿Así que por qué ella fue... —preguntó él, y en un terrible silencio
añadió tranquilamente, —...asesinada?
—Katerina. —Ranjit se encogió de hombros indefensamente. —No sé
cuánto ella... cuanto ella...
—¿Quería a Jess fuera del camino? —dijo Cassie, la comprensión
amaneciendo. —¿Así podía teneros a todos?
Él la dio una larga e infeliz mirada.
—Sí.
—¿Y que pasa con Keiko?
Ranjit suspiró.
—Ella solía ser la mejor amiga de Jess, antes de que fuera elegida. Pero
después de unirse a los Únicos, cambió. Se hizo más temeraria... peligrosa,
incluso. Estaba bastante loca para ir junto con Katerina solo por eso.
Cassie no dijo nada. Si abría su boca diría, ¿Y quién te traicionó, Ranjit?
¿Quién fue ese que te retrasó el tiempo suficiente para que ellos mataran a
Jess?
Pero la verdad era que ella no quería saberlo.
Ranjit descendió su cabeza.
—Pero incluso aunque no hice daño a Jess, fue culpa mía que
Katerina y Keiko supieran dónde encontrarla, así como es culpa mía que
esté muerta. Lo siento, Jake. Lo siento mucho.
A los oídos de Cassie, él sonaba más apenado. Sonaba con el corazón
roto. No le sorprendía que el chico hubiera estado manteniendo al resto de
la escuela en la longitud del brazo. No era snob, era dolor. ¿Cómo alguien
podía superar ese tipo de culpa?
Cassie alcanzó el cuchillo, deslizando su gentil mano sobre la de Jake
y apretándola.
—¿Jake? Creo que él está diciendo la verdad. ¿Por favor?
Sus dedos se tensaron, sujetando el cuchillo rígido, luego de repente
lo soltó, y Cassie fácilmente alejó el cuchillo. Girándose hacia Ranjit, ella lo
sujetó hacia él.
155

—No. —Él dio un paso atrás, receloso. —Es de Jake ahora.


Jake se quedó de pies allí rígidamente, aún enfadado y confuso. Pero
como lo veía Cassie, Isabella deslizó sus brazos consoladoramente alrededor
de su cintura. Un momento después, él puso su brazo alrededor de ella,
también.
—Tómalo, Jake, —dijo Cassie. —Por favor.
Él miró el cuchillo por lo que pareció como una eternidad. Pero
cuando su mente se contentó, levantó la mano y lo agarró, triste y seguro.
—¿Qué pasa con los otros? —Cassie señaló de vuelta al oscuro
pasadizo.
—No vendrán aún. No sin Katerina. Supuestamente me estaban
manteniendo ocupado mientras ella os alcanzaba. Nosotros... discutimos. —
Haciendo una mueca, Ranjit tocó un profundo agujero en su brazo. —Pero
vieron mi punto de vista al final. Aun así, sugiero que nos vayamos
rápidamente. —Él levantó su cabeza. —Si Jake me dejara.
Jake dudó, tenso. Isabella apretó sus hombros.
—Nos llevó a Cassie, —susurró ella. —Nos ayudó.
El aire en el pasadizo, frío como era, parecía pesado y opresivo.
—Jake, ¿me crees? —preguntó Ranjit. —¿Sobre Jess?
—¿Por qué lo haría?
Ranjit dio un diminuto encogimiento de hombros.
—Por ninguna razón. Excepto que te estoy diciendo la verdad.
—Quizás, —dijo Jake.
—¿Confías en mí, entonces? —Ranjit sonaba casi desesperado.
Jake tomó la mano de Isabella firmemente en la suya, y se giró hacia
la puerta escondida.
—No. Pero pretenderé hacerlo. Por ahora.
156
21
E
stúpidos pijamas. ¿No deberían ser demasiado pequeños para
ella? Estaban holgados y deformes y caídos; los recordaba
bien. Sacó el deforme dobladillo y frunció el ceño a la imagen
de las Bratz sobre la tela. ¿No era demasiado vieja para esto?
El pasillo estaba a oscuras. Pero una sombra se movía, delgada y
malévola como un cuervo. Un cliqueteo de tacones. Jilly Beaton,
comprobando para ver si los niños estaban bien. Porque si lo estaban, algo
debía haber hecho...
Ella sonrió.
Sin correr. Sin miedo. Acunando sus manos contra el rellano de la
ventana, Cassandra miraba el desaliñado patio. Uno de los cubos de basura
estaba volcado, la basura vomitada sobre el hormigón agrietado. Eso debía
haber sido lo que la había despertado. Un zorro esquelético hociqueaba
alrededor de los restos, pero como si sintiera su mirada, se congeló y la miró,
una zarpa aún levantada.
Ella le sonrió. El zorro volvió a la basura derramada, y ella se giró hacia
la sombra acechante. Había parado fuera de la puerta de Loris,
presionando un oído en la delgada madera para enterarse de los
nostálgicos gemidos de las chicas. ¿Cuánto años tenía Lori? Ocho. La misma
edad que había tenido Cassandra cuando Jilly comenzó a destruirla de
dentro a fuera.
Chasqueando la lengua en silencio, sacudió su cabeza y continuó.
¿Cómo había conseguido llegar tan lejos la mujer? ¿Justo a la puerta de la
habitación de Lori? Oh, sí. Porque ella la había dejado. Pobre, pobre Jilly.
Una rata en una trampa, era.
¿Ahora que hacía? ¿Una amenaza para ir a las autoridades?
¿Telefonear a Patrick y demandar que él escuchara? ¿O simplemente
levantar el infierno y a toda la casa?
No.
157

Jilly había situado una mano en la puerta de Lori, había comenzado


a girar el pomo, pero se detuvo por un sonido. Se giró. Miró.
Hola, Jilly.
La sonrisa de la mujer de sádica anticipación murió, y se encogió
cuando Cassandra caminó hacia ella. ¡Cassandra solo tenía diez años pero
la mujer tenía miedo de ella! Ella rió. Si este era un recuerdo había algo mal
con él —ella nunca se había atrevido a enfrentar a Jilly cuando tenía diez
años. ¿Pero a quién le importaba? Esto era delicioso. La mujer se encogió
de miedo, gimoteando.
Patético. Justo como la esposa del senador, Flavia Augusta, la que
había intentado envenenarla. Patética, como la sacerdotisa codiciosa en
el Renacimiento de Turín, la que no tenía mucho apetito por el celibato.
Como el cursi Lord Acton cuando le atrapó solo —Navidades, 1790,
¿verdad?— lento e impactante con la bebida y la lujuria. Todos habían
tenido miedo de ella, al final.
Bastante cierto también.
Entonces, en esta también. Cassandra la odiaba. Había hecho que
Cassandra tuviera miedo, la había hecho odiarse a sí misma. Había
intentado succionar el alma de Cassandra, y eso no lo haría. No lo haría
después de todo. ¡Bueno, ahora era la mujer la que tendría miedo, y no solo
ella! Era una sutileza. Parecía como si pudiera ensuciarse.
¡Un beso entonces, querida Jilly! ¡Un pequeño beso encontrado! Solo
para mostrarte que no hay sentimientos difíciles. Solo para mostrar como se
siente, ser drenada de una misma. Un beso...
Ella puso una mano a cada lado de la cabeza de la mujer.
Inclinándose, sonrió justo a sus ojos y apretó, destruyendo esos tensos,
viciosos labios en una parodia de una mueca. Y a través de su boca
distorsionada, la mujer comenzó a gritar.
Detrás de la puerta, tranquilo, Lori sollozaba suavemente para dormir.
Pero Cassie se despertó de golpe.
***
No había gritado en alto; los tranquilizadores ronquidos de Isabella
siguieron sin interrupción. Intentando tranquilizar el latido de su corazón,
Cassie se frotó la parte de atrás del cuello. En su cara podía sentir la fría
transpiración del aire de Diciembre: la ventana estaba abierta. Una ventana
hacia París, no hacia Cranlake Crescent. No tenía diez años en un pijama
de las Bratz; esos podrían ser baratos pero eran de su talla. Y si había algo
acechante fuera, no era un zorro urbano.
158

Un grito. Una pesadilla.


Deslizándose fuera de la cama, paseó hacia la ventana y se inclinó
hacia fuera, engullendo el aire frío. Eso la mareó.
Cuidado. Podrías caerte.
—¡Por supuesto que no me caeré!
Tensándose, miró hacia la red de luces que era la ciudad. Eso
realmente no había sido una voz murmurando en su oído. Así que ¿por qué
la había respondido?
—¿Estelle? —susurró ella.
Nada. Respiró profundamente. Esto era estúpido.
¿Qué hay de estúpido en la justicia, querida? Podrías tenerla, lo sabes.
—¿Qué?
Sabes que es posible. Sabes lo que quieres. Me prometiste que harías
lo que quisieras. Me lo prometiste.
Cassie retrocedió, agarrando el alfeizar de la ventana, mirando
fijamente a la noche.
La dejaste huir con ello, Cassandra. ¿Verdad?
—¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Qué podía hacer? ¡Nada!
Porque estabas asustada. Eso es todo. ¡Déjame entrar,
Cassandra!¡Déjame entrar en ti y nunca tendrás miedo otra vez. ¡De nadie!
¡Juntas, tú y yo! ¡Déjame entrar!
Silencio, un largo silencio arrastrado. Se estaba imaginando la voz,
decidió Cassie. Era sonámbula. Eso era todo. Alucinaciones.
Un día la encontraremos, Cassandra.
Puso sus manos sobre sus oídos.
—¡Vete!
Ella estará allí para nosotras. Comida fácil. ¡DÉJAME ENTRAR!
—¡NO!
—¿Cassie? —El adormilado gruñido de Isabella la hizo alejarse de la
ventana y se giró. —¿Cassie, que pasa? ¿Con quién estás hablando?
—¡Nadie! —La voz de Cassie era sacudida. —Lo siento, Isabella,
estaba soñando.
—¿Al lado de la ventana? —Isabella se sentó, escéptica.
—Estaba, um... tomando algo de aire. Comencé a quedarme
159

dormida. Vuelve a dormir.


—¿Estás bien?
—Bien. —Cassie se giró de vuelta a la noche, y murmurando, —
Estamos bien.
Ella esperó hasta que la respiración de Isabella se profundizó y un
ronquido se agitó, luego fue de puntillas al cuarto de baño. Tirando de la
parte superior de su pijama, miró su omoplato en el espejo. La marca no era
tan clara y definida como la de Richard, y no quemaba fieramente como
había hecho la de Keiko cuando murió. Parecía un poco borrosa, y parecía
estar perdiendo líneas, lugares dónde el patrón estaba roto. Pero estaba ahí.
No dormiría ahora. Intentando difícilmente estar tranquila, se movió
con cuidado hacia el armario y sacó el vestido que Isabella había insistido
en comprarla. ¡Por el amor de Dios, Cassie! ¡Cállate y llámalo un temprano
regalo de Navidad!
Versace: el que no podía pronunciar. Cassie sonrió. La tela crujió
cuando lo dejó encima de su cama, y paró, pero Isabella no se movió.
Nunca lo hacía, pensó Cassie cariñosamente. Cassie no había tenido ni una
sola noche de sueño sin interrumpir desde los eventos del Arco hacía dos
semana, pero ninguno de sus paseos nocturnos había molestado a su
compañera de habitación. La señal de una fácil conciencia, por supuesto.
Cassie golpeó el maravilloso corte del vestido. Se sentía frío y rico y
suave: todo en ella no lo era. No podía pensar cómo iba a llevarlo, pero
quizás era lo bastante fabuloso para eclipsar su falta de confianza. ¿El
tafetán era amarillo verdoso o verde amarillento? No podía decidirlo.
Isabella decía que hacía juego con sus ojos.
La pena era que no tenía compañero para el baile. Ni siquiera podía
usar a Richard, pensó culpablemente. Él la había estado evitando como un
virus. Uno contagioso y fatal. De hecho él apenas había hablado con
alguien desde que había sido llamado a la oficina de Sir Alric, el día después
de la ceremonia en el Arco: Dios sabía lo que le había dicho Sir Alric, pero
había dejado a Richard en silencio y avergonzado y, pensó Cassie, un poco
resentido. No era él mismo.
Ja. No era él mismo: eso era seguro.
Ni, por supuesto, lo era ella.
Richard había sido derrotado ligeramente, como los otros,
comparado con su cabecilla. Desde la columnata de tres tonos, Cassie
había observado la elegante salida de Katerina de la Academia Darke, justo
veinticuatro horas después de haber huido de ellos en su monstruosa forma.
La belleza rubia se había pavoneado bajando los escalones, la cabeza alta,
el pelo y la piel brillando como cualquier reina normal de la promoción.
160

Había llevado grandes gafas de sol, pintalabios rojo sangre, y una nueva
marca en diagonal cicatrizada en su mejilla. Eso, pensó Cassie, había
curado extraordinariamente rápido, pero no iba a irse completamente.
¿Cómo se sentía la inmaculada rubia de Hitchcock? Se preguntó. ¿Por estar
marcada, deshonrada, y expulsada? ¿Estaba arrepentida? No
completamente. ¿Vengativa?
Sir Alric había estado de pies en la parte superior de los escalones,
observando a Katerina hasta que se deslizó con gracia en la negra limusina
y el chofer había cerrado la puerta. Entonces él se había girado, y sus ojos
atraparon los de Cassie, solo por un momento.
Ella estaba segura que él se había estremecido.
Durante dos semanas Cassie había esperado agitada su propia
invocación a su oficina, pero nunca llegó. Darke parecía estar evitándola
casi tan intensamente como Richard. No es que ninguno de ellos fuera
capaz de evitarla esta noche. Era el Baile de Navidad. Y todos, incluso si no
se sentían así, tenían que asistir.
A pesar de los recientes sucesos, toda la escuela estaba zumbando
con la tenue excitación. Ella no podía sentir nada de eso. Los preparativos,
los planes, los cotilleos y la anticipación: nada de eso significaba algo. La
Academia Darke estaba acabada para ella. Estaba terminando con ella.
No vería a su enigmático fundador otra vez. Él estaba dejando que
Cassie trabajara en este caos por sí misma, que era limpiar. Era una
vergüenza, un error, un asqueroso error lanzado sobre él por unos pocos de
sus favoritos indisciplinados. Sir Alric probablemente no podía esperar a ver
su espalda. Bueno, a Cassie no le importaba. Estaba ansiosa, asustada,
confusa, pero no la importaba.
Había aprendido mucho. Volvería a su vieja vida, y sobreviviría.
Siempre lo hacía.
Mientras tanto, podría divertirse.
***
La fea del baile de la escuela, pensó Cassie con arrepentimiento. Lo
que de una manera terminaría con su carrera no tan brillante en la
Academia Darke. Al menos la atmósfera era mucho más feliz sin Katerina y
Keiko: la banda era buena, la aglomeración de estudiantes con el espíritu
alto de finales del trimestre, y los profesores charlaban entre ellos,
observando a los bailarines cariñosamente. Aunque evitaban a Cassie.
Incluso Herr Stolz la había tratado con nerviosa delicadeza la pasada noche.
Jake era un fabuloso bailarín, y también Isabella, y aunque habían
161

intentado incluirla, Cassie se alegraba de que ellos también se abrazaron el


uno al otro. No se sentía sociable, y holgazaneó al lado de Cassandra y
Clytaemnestra que hacían juego bastante bien. No había mejor compañía
para ella en este humor.
—Buenas tardes, Cassie.
Ella saltó pero no se giró alrededor. La voz era inconfundible, después
de todo: miel quemada mezclada con grava.
—Hola, Sir Alric.
—¿No estás bailando?
—No. —Ella paró, luego pensó: Qué demonios. —Estelle no se siente
así.
Hubo un largo silencio mientras estaban de pies juntos en las sombras
observando a la banda y a los estudiantes chillando y riendo. Alice se veía
bien, pensó Cassie, si un poco insegura y llorosa después de cuatro copas
de champán. Richard no estaba en ninguna parte a la vista; él había
contribuido con una aparición, luego se escabulló temprano. El resto de los
Únicos parecían en plena forma. Ella no había intentado dibujarles en una
capucha carmesí, pero no lo necesitaba.
—¿No sabes cual de ellos estuvo involucrado? —preguntó Sir Alric
tranquilamente.
Cassie sacudió su cabeza.
—No. Pero eso no importa ahora.
—Me importa a mí.
—Bueno, entonces, trabaje en ello. Gracias, por todo. He tenido un
gran tiempo aquí. —Ella se mordió el labio. —Mayoritariamente. Excepto por
el momento con las cadenas y los demonios.
—Cassie...
Ella esperó a que él continuara, y cuando no lo hizo, giró su cabeza
para examinar su cara. Era muy seria.
—Debes volver el siguiente trimestre, —dijo él.
—No, no creo que deba. Gracias de igual manera.
—No lo comprendes. —Él la dio una mirada exasperada.
—Cuéntemelo, entonces. —Ella levantó una ceja.
Él suspiró en derrota.
—El ritual podría haber sido interrumpido, pero hay parte de un espíritu
en ti ahora. Quiere unirse a ti completamente. Y no parará hasta que lo
haga.
162

Cassie se encogió de hombros.


—Resistiré.
—Es valiente por tu parte, querida, pero no es suficiente, —dijo Sir Alric
con oscura diversión. —O lo acomodas, o lo derrotas. No puedes huir de él.
—Puedo intentarlo.
—Nunca correrás bastante rápido para eso, Cassie. —Su tono era más
amable que sus palabras. —Nunca.
Incómodamente jugueteó con su ramillete. Isabella había elegido la
impresionante orquídea blanca, arrancada de la planta que Jake la había
dado. Ella no debía arruinarla. Mordisqueó una uña en su lugar, luego apretó
sus dedos.
—Siga, —dijo ella al fin.
—No somos completamente malvados, Cassie. Has conocido lo peor
de nosotros. Necesitas volver para que puedas conocer lo mejor.
Ella curvó sus labios.
—No quiero tener nada que ver con ninguno de vosotros.
—Esto no es una opción, créeme. Lo siento. Debería haberme tomado
más en serio las pequeñas fantasías de Estelle, pero nunca pensé que
tendría el nervio para desafiarme. Es un espíritu testarudo el que tienes
dentro de ti, Cassie. Testarudo y maléfico.
—Medio, —le corrigió Cassie. —Medio espíritu testarudo y maléfico.
Sir Alric dudó, tomó una profunda respiración.
—Y uno que aún necesita ser alimentado.
Con un pequeño gemido, Cassie puso su cara en sus manos.
—Debes haberlo sospechado. ¿Ahora lo ves, Cassie? Tienes que
volver a la Academia Darke.
Ella no habló, se negaba incluso a mirarle.
—En el momento que llegues a Nueva York, estarás desesperada por
alimentarte. El espíritu comenzará a crecer, a crear la casa que necesita.
Eso toma mucha fuerza vital, Cassie, créeme.
—¿Y si lo mato de hambre? —gruñó ella.
—Créeme, Cassie, te alimentarás. —Sonó triste. —No sabes cómo,
aún... no sin causar daño. Es mi trabajo enseñarte.
—¡Nunca haré daño a nadie! —dijo ella fieramente.
—Pero lo harás, cuando estés lo suficientemente hambrienta. Es decir,
163

cuando el espíritu lo haga. Te alimentarás porque no puedes evitarlo, y


podrías matar a alguien. ¿Es eso lo que quieres?
Lentamente, Cassie sacudió su cabeza.
—Te alimentarás. Tendrás que alimentarte toda tu vida; te alimentarás
de extraños, de gente que conoces, de gente que amas.
—No, —dijo Cassie desesperadamente.
—Sí. Tu espíritu te da belleza, fuerza y poder. ¿Crees que consigues eso
sin nada?
Ahora su voz mantenía un dolor melancólico, como si su cabeza
estuviera explotando con los recuerdos. Cassie se encontró temblando.
—Te succionará la vida, Cassie. Ese es el porqué tienes que
succionarla de otras personas.
—Oh. —Recordando a Alice, cerró sus ojos tensamente. —Oh, Dios.
—Si no te alimentas, el espíritu dentro de ti morirá, y también tú. Pero
no llegará así. Hasta entonces, matarás. No serás capaz de detenerte. Te
enseñaré a alimentarte sin matar.
—¿Tú me enseñarás? ¿Y cómo vas hacerlo? ¿Ratas de laboratorio?
¿Mis amigos?
Por primera vez, él no podía encontrar su mirada. Su voz, cuando
habló, era entrecortada y sin emoción.
—Ese es el precio que pagan nuestros estudiantes, Cassie. Es el precio
que pagan por estar aquí. —Su boca se retorció, sin humor. —Por el...
privilegio.
Ella no pudo reprimir un sonido de repulsión cuando retrocedió, pero
él agarró su brazo de repente, girándola para enfrentarla.
—Así que, Miss Bell. ¿Morirás, o matarás? ¿O harás lo que es correcto,
y volverás?
Cassie le miró, determinada para afrontarle con descaro, pero sus ojos
la aterraron. Creía que había sentido miedo antes: bueno, no como este.
Ella asintió.
Él respiró un satisfecho suspiro.
—Bien. Bien. Lo lamento pero es necesario, Cassie. —Su voz aumentó
de nivel otra vez. —¿Hay algo más que pueda contarte?
Inspeccionando la pista de baile, tocando el frío brazo de mármol de
Cassandra para consolarse, Cassie asintió. Pero esperó hasta que su voz fue
tan fría como la suya.
—¿Dónde está Ranjit?
164
Epílogo
E
l patio estaba oscuro, en silencio excepto por el débil repiqueteo
de la charla y la música y la risa, y el subyacente latido de un
bajo golpeando, y, muy distante, el eco de la ciudad. Ningún
merodeador nocturno ahora. Jake estaba ocupado con otra cosa.
¿Volverás? Le había preguntado ella.
No lo sé. Él se había mordido un nudillo, evitando su mirada. Hay
asuntos sin terminar, Cassie. ¿Pero que haré? Al menos se había armado de
valor para mirarla. Si la Academia Darke cae, también tú lo harás. Eres uno
de ellos ahora.
Cassie se estremeció. Pero confiaba en Jake. Él no la haría daño para
encontrar la verdad sobre Jess. Eran amigos. Y Jake volvería a la Academia
Darke. Debía hacerlo. Los asuntos sin terminar. Aparte, Isabella había
apartado las amargas lágrimas por la mera sugerencia de que Jake no
volvería. Cassie no sabía si ella podía manejar el operístico corazón roto de
su compañera de habitación si el desgraciado no se mostraba en el
siguiente trimestre.
No hacía tanto frío como había hecho. Cassie contó los escalones
hacia el patio: trece. Justo como había dicho Estelle, en ese muy primer día.
Divertido, eso. No estaba pensando en ella como Madame Azzedine
ya.
Una oscura figura estaba sentada a la luz de la luna en el borde de la
piscina. Él no levantó la cabeza cuando ella se acercó, pero arrancó
atentamente algo de su mano. Cuando ella se acercó más, vio los trozos de
terciopelo negro yendo a la deriva en la aún agua verde de la piscina.
—¿No es eso raro?
Ranjit no sonrió.
—Mucho.
Ella se sentó a su lado en una piedra curvada al borde de la piscina.
165

La sombra de Leda se extendía en las baldosas, pareciendo un monstruo


por el cisne en su cuello.
Al fin dijo, —Tu vestido es bonito. Pareces, um... bonita.
—Gracias. —Ella se sonrojó, esperando que él no lo viera,
seguramente un sonrojo chocaría con la seda.
—¿Cómo llamarías a este color?
—No sé. ¿Amarillo? ¿Verde pálido?
Él tiró la última arruga plateada de orquídea a la piscina.
—Verde amarillento, creo.
—Bonito, —dijo Cassie. Trazando un dedo en el fría agua, las algas a
la deriva contra su piel, observó el reflejo de la luna destrozado y volviéndose
a formar. —¿Qué me va a ocurrir?
Él abrió su boca, la cerró otra vez, luego dijo, —No lo sé.
—Oh, genial. Tampoco Sir Alric.
Él dio una baja y seca risa.
—Ves, nunca ha sido interrumpido antes. El ritual.
Ella asintió, siguiendo el rastro de la raíz de la orquídea.
—Soy diferente. Lo sé.
—Uh-huh. Mucho. —Medio sonriendo, él arrancó otra orquídea,
arrancando sus raíces de la piedra. —No son parásitos, lo sabes.
—¿Qué?
—Las orquídeas. No son parásitos, son epifitas. Viven en otras cosas
vivientes, pero no matan a su huésped. Los dos, ellos... coexisten.
—¿En serio?
Él rió.
—Sí.
—¿Estás en problemas, Ranjit?
—Es la primera vez que me has llamado por mi nombre, ¿lo sabías? —
Él se encogió de hombros. —Algunos de los otros... sí, están enfadados. Pero
lo que hicieron estuvo mal... ayudar a Madame Azzedine, quiero decir. No
tengo miedo de ellos. Otro desvío, en todo caso. —Su sonrisa era una que a
Cassie no le gustaba completamente. —Bueno, ellos no tienen miedo de mí,
por supuesto. Tienen miedo de lo que hay dentro de mí.
166

Ella se estremeció.
—¿Y que es, Ranjit? —Ahora que había comenzado a usar su nombre,
parecía difícil parar.
—Uno de los peores espíritus oscuros. El más fuerte, el más viejo, el...
—Más malo, —sugirió Cassie.
—Uh-huh. —Él sonrió tensamente. —El más malo.
—Ahora, ves, —dijo ella. —Había asumido que era el de Katerina.
—No. ¿Yo y mi espíritu? Tenemos una personalidad que choca.
—¿Sabes qué? Creo que yo... nosotros... estamos en el mismo bote.
—¿Sabes qué? —Rió él secamente. —Creo que podrías tener razón.
Cassie sumergió sus dedos en el agua congelada hasta que dolieron.
—Katerina ella... ¿siempre fue así? ¿O era diferente? ¿Antes de ser
“elegida”?
—Oh, siempre fue un poco así. —Él se encogió de hombros. —¿Malos
espíritus, personalidad asquerosa? No es una buena combinación. Cormac,
ahora: era un buen espíritu, pero ¿sabes qué? Siempre fue un poco
renegado, y aún lo es. Ayeesha... buen espíritu, buena chica. ¿Ves? Es una
sinergia.
—¿Y tú y yo?
—Dos de los peores, Cassandra. —Él parecía triste, pero la intensidad
de su mirada envió temblores bajando por su columna que no eran del todo
desagradables. —Dos malos espíritus, dos personas buenas. Al menos, creo
que no eres una peor persona que yo. —Él la dio una sonrisa torcida. —No
sé en qué nos convertirá. Supongo que lo averiguaremos.
—Oh. —Inclinándose hacia atrás, Cassie estudió a Leda, aún
alcanzada ensoñadoramente por el salvaje cisne. —¿Dónde será el próximo
trimestre? La Academia, quiero decir. ¿Asumo que lo sabes?
—Sí. Iremos a Nueva York.
¡Nueva York! Ella asintió, luchando una sonrisa, luchando por mostrarse
incluso un poco reacia.
—No echaré de menos ese cisne.
—No tendrás que hacerlo. Eso va con la Academia, a dónde quiera
que vayamos. Todas las estatuas lo hacen. Y las pequeñas mascotas de Sir
Alric también. —Salvajemente, Ranjit arrancó otra orquídea de su anclaje.
—Estamos aquí para la comodidad de los dioses, Cassie. O estamos aquí
para cazar a los mortales y divertirnos. Dioses y monstruos. Depende de
167

cómo lo mires. —Él sonrió sin alegría. —¿Ves?


—Lo veo, —dijo ella, y guiñó un ojo. —Veo ambos caminos.
Él pareció perplejo durante un momento, pero luego se rió.
—Así que, —dijo Cassie, —que pasa con esa cosa inaceptable.
Su expresión interrogativa era nerviosa.
—Yo. ¿Recuerdas? No es que te guste, pero podrías aceptarme.
—Uh-huh...
—¿Qué tal ahora, entonces?
Ranjit frotó sus sienes con sus pulgares.
—¿Qué tal? ¿Qué se supone que significa eso?
—Para alguien con siglos de experiencia, —murmuró ella, —no eres
muy brillante, ¿verdad?
Cuando le empujó hacia ella y le besó, pensó: es decir, esto es todo
chico. Sin espíritu. Y le gusto... Sí. Una parte de Ranjit podría tener siglos de
edad, pero ¿qué era un pequeño espacio de edad? Eso estaba bien. Él no
estaba succionando nada de ella; su corazón estaba acelerado, pero
también el suyo. Su respiración era alta en su pecho, pero ella podía oír el
suyo, también; un poco rápido, un poco anhelante. Y ambos sabían igual.
¡Por supuesto que le gustas! ¡Como yo, querida!
¡Estelle! Cassie empujó el pecho de Ranjit, propulsándose lejos.
—¡Vete al infierno!
—¿Cassandra?
—Está bien. Está bien. —Ella le empujó de vuelta a otro beso. —Es solo
que fuimos tres aquí, durante un momento.
Ellos rieron, luego Ranjit se tranquilizó.
—¿Volverás? —Él la dio una sonrisa nerviosa. —¿El próximo trimestre?
¿Volverás a la Academia, Cassandra?
—Por supuesto. —Su rápida sonrisa cayó. —Jake también, creo.
Ranjit hizo una mueca.
—Él quiere destruirme.
—Sí. Cree que tiene una razón.
—¿Y tú?
—No. —Cassie sacudió su cabeza firmemente. —Te creo. Eso por eso
que tengo que volver. Para evitar que te pateé el culo. —Ella devolvió la
168

sonrisa a Ranjit, luego se encogió de hombros. —Y por supuesto, hay alguien


con quién tengo que tratar. ¿Oyes eso, Estelle?
Silencio.
Ranjit curvó sus dedos, pensativamente, luego llevó sus nudillos a su
boca y los besó. Sonriendo, ella desprendió su ramillete, desenroscando su
mano y presionando la blanca orquídea en su palma.
—Nada atrevido, solo precioso.
Esta vez él no devolvió la sonrisa.
—No conoces a Estelle, muy bien, ¿verdad?
—¡Huh! Estoy empezando a conocerla mejor. —Cassie le dio otro
guiño insolente. —Le gustas.
—Eso es lo que me temo.
Él parecía tan triste y serio, que Cassie instantáneamente se puso seria
también.
—No quiero saber lo que le gusta a ella. O lo que ha hecho o sido. —
Ella hizo una cara. —¿Lo quiero saber?
—Bueno no esta noche, de alguna manera. —Él tocó su labio inferior
con su pulgar. —Te diré qué...
—¿Qué?
En la espléndida entrada de la escuela, la luz y la música rebosaban
por los escalones. Ranjit hincó la blanca orquídea de vuelta en el corpiño
de Cassie, luego tomó su mano.
—Me gusta cuando le dices a Estelle que se vaya al infierno. Díselo
otra vez durante un par de horas.
—¿Solo durante un par de horas?
—Uh-huh. Es todo lo que tendrás, pero es tiempo suficiente para un
baile. —Animadamente, él la puso de pies. —¿Conoces este?
—No, — dijo Cassie. —Pero aprenderé. Es por eso que vine a una
escuela pija, sabes.
Solo por esta noche, pensó ella, enterrando su cara en su camisa para
inhalar su olor oh-tan-humano. Esto estaba bien, esto era bueno. Solo por
esta noche eran un chico y una chica, y no eran nada ni nadie más, y
estaban bailando bajo un cielo parisino lleno de estrellas. El mal llegaría
mañana.
Aunque ella esperaba que tuviera la oportunidad.
169
170
Traducido,
corregido y
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