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Cuando ya no sentimos la misma pasión…

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22 de septiembre de
2016

Después de un tiempo de estar ocupado en el ministerio sirviendo a Dios, me di cuenta


de que me sucedió algo inesperado. Me volví cómodo, impreciso y religioso con la tarea
que estaba haciendo en nuestro grupo de jóvenes.

Recuerdo muy bien instantes en los que llegaban jóvenes por primera vez a nuestras
reuniones y no me daba mucho interés en acercarme a ellos, de solo pensar la labor que
requeriría para discipularlos, ayudarlos y escucharlos. Sabía que eran jóvenes con
problemas de drogas, homosexualidad, lesbianismo, delincuencia y quién sabe qué más.
Esto era extraño, esta labor era la que me apasionaba pero… ¿por qué me estaba
sintiendo así?

Dejaba que vinieran, pero no me preocupaba por que ellos siguieran viniendo; prefería
invertir mi tiempo con los que ya estaban “arreglados” con el evangelio. Primero no
sabía ni qué hacer con ellos y segundo “sentía” que Dios me había llamado para otro tipo
de jóvenes… (los que requerían menos trabajo). Tal vez sea el peor líder de jóvenes pero
simplemente estoy siendo honesto. Es fácil experimentar la pasión por algo, pero es
difícil mantenerla. Dios sabe esto y es por eso que en momentos como estos permite
que tengamos un éxtasis que nos refresque la visión por la importante tarea que
estamos llevando a cabo.

“Pedro subió a la azotea a orar. Era casi el mediodía. Tuvo hambre y quiso comer algo.
Mientras se lo preparaban, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y algo parecido a una
gran sábana que, suspendida por las cuatro puntas, descendía hacia la tierra. En ella había
toda clase de cuadrúpedos, como también reptiles y aves. —Levántate, Pedro; mata y come
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—le dijo una voz.—¡De ninguna manera, Señor! —replicó Pedro—. Jamás he comido nada
impuro o inmundo. Por segunda vez le insistió la voz: —Lo que Dios ha purificado, tú no lo
llames impuro. Esto sucedió tres veces, y en seguida la sábana fue recogida al cielo. Pedro no
atinaba a explicarse cuál podría ser el significado de la visión”. (Hechos 10:9-17 NVI).

Pedro necesitaba un éxtasis. Él subió a orar, le dio hambre como a muchos de nosotros
cuando oramos… Cuando de repente ¡boom! Dios le habló más claro que nunca. Jesús le
estaba dando a Pedro una lección más allá de los alimentos. Jesús le quería mostrar que
si Él lo iba a usar Pedro tenía que dejar sus antiguas tradiciones religiosas y dejar que la
gracia fuera el combustible de su ministerio. Pedro tenía que dejar de ver a la gente solo
por las apariencias o por lo que representaran y comenzar a ver a la gente por medio de
la gracia de Dios. Esto mismo me sucedía a mí, no estaba viendo a estos jóvenes de la
manera en que Jesús los estaba viendo. Mis tradiciones me habían enceguecido.

Lo que me pasaba era que ya estaba tan acostumbrado a cierto tipo de jóvenes, a cierto
tipo de “liturgia”, que a cualquier otra cosa la veía como un atentado a mi ministerio y
liderazgo. Ya no había pasión, lo que había era tradición. Las tradiciones detienen la
expansión, detienen la aventura y a todos nos llega el momento de romperlas o ser
esclavos de ellas. Las tradiciones siempre nos limitan, la gracia siempre nos expande.

Más adelante en esta misma historia Pedro dice lo siguiente en la casa de Cornelio, un
hombre al cual visitó inmediatamente después del éxtasis: “Ustedes saben muy bien que
nuestra ley prohíbe que un judío se junte con un extranjero o lo visite. Pero Dios me ha hecho
ver que a nadie debo llamar impuro o inmundo”.

Qué triste que la religión de Pedro le impidiera hacer lo que Dios más deseaba, que
amara a la gente y proclamara el mensaje de libertad. Cuando reflexiono en este éxtasis
me doy cuenta de que muchas veces yo he necesitado este éxtasis. Hoy Jesús nos
recuerda que para Él todo ser humano es importante. Todo joven que entra por las
puertas de tu iglesia es amado por Dios y necesita ser amado por ti. Si vamos a ser los
líderes de la nueva generación, si realmente vamos a transformar el mundo con el
mensaje de la cruz, entonces necesitamos dejar a un lado todo lo que nos detenga de
amar a la gente, en especial nuestro arrogante corazón.

Para reflexionar:

¿Qué tradiciones están limitando tu ministerio?


¿Cómo puedes recuperar la pasión por el ministerio?

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