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La celebración había sido un éxito por donde pudieras verlo.

Las
personas reían y se divertían, la música se escuchaba lejana entre
todas las voces reunidas. Los temas eran variados, las palabras
salían de sus bocas sin inhibiciones. Sin ser acallados susurros,
más bien, con un habla elocuente. Las sonrisas pasaban casi
desapercibidas en el aire. Pero, había algo que me hacía notarlo.
Quizás era el hecho de que observaba todo aquello que me
rodeaba con demasiada frecuencia, buscando esa pieza del
rompecabezas que siempre me hacía falta. Había decidido ignorar
por primera vez las acciones ajenas, lo que no me concierne no es
de mi importancia repetí, una y otra vez, hasta poder creérmelo.
Entonces, sonreí, mi sonrisa haciendo eco entre los demás, El
silencio rotundo cayendo a mi alrededor, como un hoyo sin fin.
Aunque, no importaba. Las personas siguieron festejando, un logro
que era mío.
Una fiesta con el fin de mi felicidad. Habíamos acordado reunirnos
para festejar mi investigación, mi inminente victoria ante la
sociedad. Y ahora, estábamos todos sentados, con el aroma a
homenaje. La cálida sensación de ser acogido por los demás
surcando en cada poro de mi cuerpo.
Estaban reunidos en la gran sala, todos aquellos que resultaban
importantes para mí. Mi familia cercana; lejana, mis amigos,
compañeros, conocidos. Les eché un vistazo a cada uno de ellos.
Algunos me provocaban una sonrisa, a otros, los miraba con un
deje de tristeza, a veces de enojo, por situaciones pasadas que aún
me eran difíciles de superar. Pero, ¿a quién le importaba? Nadie
nunca recordaba con exactitud los errores de su pasado, mucho
menos si no tienen relevancia en su presente.
Me comí la botana, como quien nunca había conocido lo que era
comer. Las manos se me llenaban de las papas en bolsa que me
recordaban a mi infancia. Comí con descaro aquello que me era
prohibido, por más que quisiera, nunca admitiría ello. El estómago
se me hinchó de todo lo que ingería, bebidas, comida, alcohol, y si
hubo algún fallo en la lógica, quizás alguna sustancia adictiva, pero
jamás podría decir si era así o no.
El sonido de la música se convirtió en un insistente sonsonete,
volviéndose molesto. Estaba disfrutándolo, hasta que el sonido de
las voces dejó de ser tan melódico como lo era en un inicio. Las
voces se distorsionaban constantemente a mi alrededor. Mis ojos
bien abiertos, observando a todos a mi alrededor.
Nada, no sucedía nada. Era solo yo.
(La inmersión del ser humano y las cosas que lo rodean. Las cosas
con las que creció dándose cuenta que no eran tan bellas como se
aparentan ser).
Incluso la niebla imaginaria seguía allí, pero solo para mí.
Me levanté de mi sitito, el cual había proclamado como salvación
cuando me enderecé allí para comer. Era el festejado, pero era el
más ajeno al festejo. Las sonrisas falsas, incluso la mía, no
desparecían.
Miré a mi familia tan sonrientes como siempre, felices de poder
gritarle a todo el mundo lo que su hijo había logrado. Tan difícil de
creer aquellas palabras, más aún cuando eran constantes fracasos.
Pero, ¿quién era yo para juzgar lo que hacían las personas o no?
Lo que decidieran creer entonces sería por cuenta propia, y por más
que el bicho me pique, no era culpa mía su ingenuidad.
(Esconder mentiras para aparentar una realidad idílica)
Avancé a través de las personas bailando, progresivamente
llegando a mis distintivos conflictos. Mis compañeros, quienes
soltaban carcajadas de algún chiste estúpido que se habrán
inventado, sin gracia. Mis compañeros quienes sólo te sonreían
cuando era necesario. Ni siquiera sabía sus nombres, ni sus
seudónimos. Había escuchado tantas veces sus apellidos en boca
de los profesores, y ahora se me hacían lejanos.
Las sillas, removiéndose cada vez que una persona se levantaba.
Con distintas emociones abandonándoles. La pista de baile
improvisaba ya se llenaba de sudor, y el olor era repugnante. Pero,
ahí seguían las personas, moviéndose y avanzando, o bailando. No
quería ser partícipe de aquello. Aunque acabaron jalándome por
uno de mis brazos, e inevitablemente acabé allí metido, entre medio
de varias personas. Sonriéndome felices, sin poder ocultar su
orgullo. Un orgullo producto de mi éxito. Y claro, la gratuidad con la
que disfrutaban del festejo, sin siquiera poder ocultar el interés
detrás de sus orbes.
Y bailé, sucumbiendo ante la sensación en la que me envolvieron,
fingiendo disfrutar mientras sentía y sentía. A lo mejor fue la
sensación del momento, o mis ojos cerrados, o mis brazos
ondeados hacia arriba, mi cadera agitándose al ritmo de la música;
fue lo que hizo que el tiempo volara en medio de todos. Y ahora,
contagiado por la onda sudorosa, extasiado, excitado y
emocionado. Sonreí, sin importar si era falso o no, salí del sitio.
Lejano a la pista de baile, divisé de nuevo a mi familia, quienes se
habían alejado un poco de la juventud alocada.
(Cuando estás con las personas correctas, en el momento
correctos, te olvidas de los problemas y la realidad por unos
segundos).
Ambas generaciones eran exactamente iguales, aunque no fueran
capaces de verlo. Contradiciéndose mutuamente, pero llenando
espacios vacíos. Los saludé, con mis labios alzados en una mueca.
No muchos de ellos me inspiraban calidez, con sus gestos caídos,
sus entrecejos arrugados, las bolsas bajas sus ojos expresando
todo sin necesidad de una sola palabra. Saludé a todos, con mi
mueca fingida, dejando besos en las mejillas de cada uno de ellos,
siguiendo la tradición a la que me vi obligado desde que era un
infante. A las repugnantes tradiciones que secretamente, mi familia
llevaba. Incluso si el daño no me lo habían hecho a mí, pude ver las
expresiones que gesticulaban, dejando ver su rostro. Sabiendo por
completo que habían estado pelando, pero era extraño, puesto que
no había ninguna fruta.
(Otra familia más aparentando ser perfecta cuando no lo es. Se
desagradan entre todos, pero lo callan, porque siguen con el
pensamiento de que la familia se debe llevar bien).
En círculo, sentados, uno al pie de otro, mi tía, quién siempre criticó
mi forma de ser. Mi tío, quien nunca tuvo inhibiciones acerca de mi
cuerpo. Mi ceja tembló. Mi otro tío, quién me consideraba aún un
niño. Mi labio flaqueó. Y mi otra tía, quien criticaba cada uno de mis
actos. Reí, llamando su atención.
¡Felicidades! Tan falso como sonaba, se expandía en el aire. Pero
con la gratitud con la que siempre me habían enseñado, sonreí,
inclinándome ligeramente en una falsa reverencia. Cómo me
halagaba que se ultrajaran, y tuvieran que felicitarme. Al igual que
yo, todos estábamos obligados. ¿Por qué? Nunca lo sabría.
Debía seguir mi recorrido. Y así, llegué a más gente. La fiesta
avivándose nuevamente. Las luces cegadoras expandiéndose por
toda la casa, perteneciente a uno de mis tíos, que, con mucha
amabilidad no las había prestado. Bueno, nos las debía.
El chapoteo de la piscina hacía eco junto con los altavoces,
ruidosos, tan fuera de sí. Definitivamente, las fiestas tradicionales,
tan fuera de control, no es algo que yo quisiera. Pero, ya estaba allí
y debía de aceptar mi destino.
Las mujeres en su traje de dos piezas, entrando al agua, mojando
sus largas cabelleras. Mientras sigilosamente se acomodaban sus
senos. No tuve problemas con observarlas, eran perfectas. Miré mis
propios pechos, envidiando, pero queriendo. Después, observé a
los hombres, quienes algunos habían olvidado despistadamente su
traje de baño, y se habían metido al agua en ropa interior,
cerniéndose a su piel. Nunca tuve conflicto con los hombres, ni
cómo me sentía. Aunque tuviese una espina picándome la espalda.
(El texto está escrito intencionalmente para que el personaje no
tenga un género específico, por lo tanto, en este párrafo sea
complicado asumir su sexualidad).
El agua chapoteando, y el tic en mi ojo continuaba. El agua
chapoteando, y yo avanzando. El agua chapoteando, cayendo al
suelo cercano a la piscina. Obligué a mis pies a caminar
directamente a la alberca, en el patio trasero de la casa de mi tío. El
festejo a lo lejos, con la música fuerte. Alejándome de ella, del
retumbar, del ritmo envolvente que lo único que lograba era
alejarme. A la inversa, todos deberían disfrutar de la tranquilidad del
agua. Por qué insistir en tirar el agua por la borda.
Llegué a la piscina, a pies de ella. Pero, no había nadie. Ni una sola
alma chapoteando, en esos trajes de baño exhibicionistas,
pecaminosos; los cuales al inicio me atrajeron hasta aquí. Pero, ya
no había nada de eso. Nada de ese gusto culposo por observar
desnudos ajenos. Y que, me quisieron más cerca de ellos, como un
tipo de hechizo mágico. Me había vuelto loco. Giré para ver a mis
espaldas, la música se detuvo. Y yo me detuve, a lo mejor en un
bucle temporal, aunque era incierto, yo no sabía de esas cosas,
sobre todo de la física, que siempre me detuvo en mis calificaciones
perfectas. Decidí ignorar la falta de música y personas a mi
alrededor, regresando a nueva cuenta mi mirada hacia el frente.
(La costumbre de muchas personas de criticar cada una de sus
propias acciones o pensamientos antes de realizar algo. La
búsqueda de ultrajarse uno solo).
El agua ya no era cristalina. Tintada de verde, y no del lindo,
llenando el agua de un aspecto marino, oxidado y contaminado.
Verde moho, quizás. No me asusté, estaba alucinando, lo tenía
claro. Tampoco haría hincapié en ello. Acerqué mi mano al agua, el
líquido verde creando ondas por la conexión mínima de mi piel
contra la misma. Dejándome entrever al monstruo colocado
pacíficamente allí. Me miró, como un reflejo, un espejo. Éramos él y
yo, mirándonos fijamente en una batalla de poder, que no tenía
nombre, ni fecha. Me sentí atraído a posar mis ojos allí, la conexión
de mi mano con el agua, queriendo acabarla, siendo imposible, una
atracción única y especial. El monstruo que me miraba era de color
carmín casi blanco, tenía patas largas y una cola larga. Sus ojos
eran a penas divisibles por culpa de la mohosidad que lo envolvía,
enterrado en toda aquella agua sucia. Planteé las opciones de qué
era, un lagarto, una serpiente, una serpiente con patas. Un
cocodrilo no era, su piel era lisa, sin escamas. Parecía respirar bien
bajo el agua. Pero, tampoco parecía respirar, tampoco se movía, ni
hacía alguna acción en particular. Quieto, y solamente quieto.
Entonces, abrí la boca, dispuesto a hablarle, pero nada salió de allí.
Seco, vacío. Estaba seco y vacío por dentro, a pesar del constante
sudor que me llenaba. El regocijo instando en mi estómago. El
espejo desapareciendo, el ímpetu del momento abandonándome
lentamente.
(Un abismo a la realidad que todos ignoramos).
Y cuando había estado tocando el agua verde, cerca del monstruo,
ahora solo me hallaba mojando mis manos en la piscina del
descontrol. Con personas salpicándose. Llenando de agua mis ojos.
Salí de allí sin siquiera preocuparme si el agua que salía de mis
ojos era producto de la alberca a mis espaldas o de mí mismo.
Perdí la noción del tiempo. Las personas empezaron a irse. Todos
mirando mi demacrado ser, con mis ojeras, mis labios heridos, mi
cabello revuelto como siempre. Pero, la sonrisa en sus labios nunca
se fue. Me la mostraron como la verdad absoluta. Les sonreí en
despedida, pues era educado, y ellos fueron amables al llenarme y
honrarme con su presencia en dicho día tan especial.
Quedamos mi familia; mis tíos, mis primos, mis hermanos y mis
padres. Nos quedaríamos a dormir todos juntos. Disfrutando de la
calidez ajena hasta fundirnos en un profundo sueño, y despertar al
día siguiente, felices de ser una familia.
(Notable uso del sarcasmo).
Caminé hasta mi habitación, dormiríamos mi hermano, mis primos
menores y yo. En un cuarto que pertenecía a un tío difunto.
Estábamos despidiéndonos para irnos a dormir, después de
arreglar ligeramente el sitio, la casa que había estada alocada hasta
hace unas horas, en ese momento tranquila. Mis padres
agradeciendo repetidamente la hospitalidad de mi tío, quien con un
encogimiento de hombros recibió los agradecimientos, sin mucha
importancia. Entonces, el agua chapoteó. Se removió, y colmó la
tranquilidad del supuesto hogar. La música de la tarde se quedaba
corta al estruendo del agua chocar. Y yo, con una mueca siempre
en la cara me preocupé, al igual que todos, nos miramos, unos más
preocupados que otros. El pensamiento más sensato llegando a la
mente de todos: un ladrón. Es América Latina, normal. Mi tío quien,
en un acto de valentía, y presión social por la mirada insistente de
todos, se ofreció de voluntario para revisar qué provocó el sonido.
Todos asentimos, alentándolo. Yo, con un ritmo cardíaco alto,
pensé en lo que me había sucedido hace unas horas, que decidí
ignorar, echándole descaradamente la culpa a una alucinación.
Llevé mis uñas a mi boca, mi tío emprendió su marcha. Todos
acallamos, escuchando las pisadas de mi tío, al son del chapoteo.
Cerré los ojos, rezando para que no fuera nada malo, y nos
pudiéramos ir a dormir tranquilos.
Habría sido sorprendente si Dios hubiese escuchado mis plegarias,
puesto que cuando abrí los ojos y desjunté mis manos, pude divisar
a mi tío corriendo hacia nosotros, con un fuerte grito a modo de
exclamación: ¡Todos a sus cuartos!
Todos hicimos caso, corriendo igual o más rápido que él a nuestros
cuartos, encerrándonos. Mi tío como quién ha visto un muerto nos
echó una mirada por última vez, centrándose en mí, como
queriendo decirme algo, pero para ese momento él ya había
cerrado la puerta. Cerré la puerta, siguiendo su ejemplo, sin buscar
que me regañaran. Cobijé a mis primos, diciéndoles que nada malo
sucedía, mintiéndoles sobre todo lo que en realidad pasaba. Les
sonreí honestamente. Nada pasaría si los protegía, nada les haría
daño. Mi hermano, no dormía, había decidido ignorar todo para
continuar despierto. Lo evité también. Intenté dormir, dando vueltas
en la colcha que me correspondía, pero siéndome imposible, con el
pensamiento constante de lo ocurrido. ¿Será el lagarto el que puso
a mi tío con cara de muerte?
Por primera vez, rompí las reglas del juego, y abrí la puerta. Y allí
estaba, el lagarto con el que había compartido en la tarde, como si
nos conociéramos toda la vida. Mirándome fijamente, otra vez, tal
cual como la vez anterior. Pero, ahora, enojado y frustrado. Harto
de la situación. Caminó hasta mí, tan rápido como sus patas le
permitieran. Yo le cerré abruptamente la puerta, dejé reposar mi
espalda contra ella, mi corazón latiendo desenfrenadamente. El
lagarto rasgó y rasgó la puerta, pero no fue capaz de atravesarme,
ni de llegar hasta mí.
(La negación de cada persona para aceptar realidades o
problemas)
El día siguiente había llegado. No había podido apagar la vela la
noche anterior, ahora las bolsas bajo mis ojos parecían un poco
más grandes que las de ayer. Mi familia parecía no recordar nada.
¿Lagarto? ¿De qué hablas? No sabía si fue una invención mía, pero
lograba asegurar que el lagarto no era una ilusión, él había llegado
hasta a mí dos veces. Mojado y arrastrando sus patas. Había salido
del agua, había hecho carreritas con mi tío. Me había visto, y vino
por mí. Ni siquiera los rasguños en la puerta de mi cuarto me
ayudaban a sustentar mis palabras. Exhalé, estaba hiperventilando.
El mundo me trataba de mentiroso. Nadie me creía. Ya estaba
dudando de mí mismo para ese momento.
(Dudas de lo que está bien o está mal, creer que las palabras no
son suficientes, el sentimiento de la inferioridad. Las mentiras,
ignorar, crueldad, tus palabras no tienen importancia sino afectan a
alguien más).
Llegué a la alberca, el aroma en el aire de la comida para el
almuerzo llegando a mis fosas nasales. El agua cristalina
saludándome, el reflejo de mi cara desganada y cansada. El agua
limpia y sin distorsiones. Solo era yo, y el calmado sonido inaudible
del agua.
(Después de la tormenta siempre llega la tarde, pero en una
realidad cruel, lo único que llega después de la tormenta son
problemas).
Hasta que el chapoteo ahuyentó todas mis dudas. El agua ya no era
cristalina, transparente. El espejo ya no me mostraba solo a mí. El
lagarto quién había venido a buscarme, ya hacía respirando
pausadamente tras mi espalda. Posado sobre mí sin ninguna pena.
El reflejo en el agua no me mentía. Yo no quería hacerme el
valiente. Y salí corriendo de allí, tal cual lo había hecho mi tío la
noche anterior. Por mi mente pasaron miles de cosas, iba a morir,
es real, no era una pesadilla. Y, sobre todo, ¿no se supone que los
monstruos solo salen de noche? Eché a correr, llegando hasta la
cocina. Mis gritos resonando por toda la casa, por sobre las risas de
mis familiares, pero nadie parecía oírlos, tan inmersos en su mundo
como yo en el mío. Solo que yo estaba corriendo peligro, sufriendo,
al borde de la muerte, y todos eran ajenos a mí.
(El afán humano de creer mentiras blandas para apaciguar los
problemas, y huir de ellos).
Llegué hasta mi cuarto, un primito todavía durmiendo plácidamente.
Se despertó apenas llegué al cuarto. Se levantó para saludarme
con una sonrisa, pasando de largo la puerta del cuarto, corriendo al
peligro con el lagarto detrás de mí. Le grité que entrara de nuevo a
la habitación, pero no me hizo caso, riendo y sonriéndome. Mi cara
demacrándose más, atravesé el umbral de la puerta, y lo recogí con
algo de violencia en mis brazos. Dispuesto a cerrar la puerta tan
rápido me fuera posible con un niño en manos. Pero, unas palabras
me detuvieron de toda acción.
“¿Estabas jugando con el animalito que siempre está tras de ti? ¡Yo
también quiero!”
No, él no quería jugar con mi animalito, no sobreviviría. Entonces lo
supe, dispuesto a encarar al lagarto, con mi primo en brazos. Con el
pulso a mil, mi corazón al borde del infarto. Con tanto miedo, con
tanto susto y preocupación, con el terror sudando mi piel. Lo
encaré, pero él ya me había mordido para cuando eso sucedió.
Mandándome a la realidad. Y me di cuenta que la realidad, daba
más miedo que el propio sueño.
(Vivir una mentira es mucho más placentero que encontrarse de
cara a la cruel realidad).

Gotas de realidad. Sofía Perdomo Salazar


Tema: La realidad.
Personajes:
Personaje principal sin nombre: Propone la problemática del
cuento y los sucesos de la historia desde su punto de vista del
entorno.
Personajes secundarios: Familiares, factor que facilita la
explicación de las destinas problemáticas propuestas en el cuento,
siendo cada uno un pilar importante para el cuento. También
introducen distintos sentimientos al personaje principal: Desilusión,
tristeza, enojo. El personaje secundario con más relevancia, el
primo menor, quien es capaz de ver la realidad, y permite al
personaje principal encontrarse directamente con ella.
Personajes terciarios: Permiten al personaje principal encontrarse
con otras sensaciones que sirven para alejarse del principal
problema. Lo ayudan a salir un segundo de la realidad, dejando que
conozca otras sensaciones y sentimientos.
Inicio: Al inicio de la historia, nuestro personaje se encuentra
juzgando la realidad en la que vive. Nos introduce a un problema
casi que directo con los problemas de su entorno y las personas
que lo rodean, pero, a pesar de todo esto prefiere ignorar lo que
sucede así no esté sucediendo explícitamente.
Fin: En el final de la historia, el personaje principal decide enfrentar
la realidad que conlleva sus propios miedos y problemas, porque
alguien le ha hecho darse cuenta que no puede ocultarlos por más
tiempo si alguien más es capaz de verlos. Los problemas son más
grandes que él mismo, y lo consumen, se puede decir que es una
metáfora del mordisco del lagarto.
Resumen: El cuento nos permite aventurarnos en la realidad del
personaje que se nos muestra. Sus pensamientos acerca de su
entorno, y como concierne la realidad ajena como repulsiva, pero
aun así está obligado a vivir dentro de ella. Después de dejarse
llevar por sentimientos más primitivos, se encuentra con su propio
reflejo, que trata de obligarlo a despertar. Pero, no lo logra, puesto
que el personaje principal decide ignorar nuevamente los problemas
y hacer como si nada pasara. La furia del propio ser incrementa, y
queda expuesta cuando hace su segunda aparición, buscando que
el personaje principal despierte, falla nuevamente. El personaje
principal cuenta lo que está sucediendo, pero todos hacen la vista
gorda como si nada sucediera, incluso si hay marcas reales del
mismo. En la tercera aparición del lagarto, logra su cometido, y el
personaje principal es capaz de reconocer su propia realidad.

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