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12/8/22, 18:54 Entrada "Marxismo-feminismo" del Diccionario Histórico-Crítico del Marxismo Feminista (DHCMF) Revista Herramienta

12/08/2022

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11/11/21

Entrada "Marxismo-
feminismo" del Diccionario
Histórico-Crítico del Marxismo
Feminista (DHCMF)
...................................................................................................................... ·····································-
Por Frigga Haug

Adelantamos un fragmento de la entrada "Marxismo-


feminismo" del Diccionario Histórico-Crítico del Marxismo
Feminista (DHCMF), que será editado por primera vez en
nuestro país gracias a una colaboración entre el Berliner Institut
für kritische Theorie (InkriT) y Editorial Herramienta. El presente
texto es de la histórica socióloga y filósofa marxista feminista
alemana Frigga Haug, con traducción de Lucio Piccoli.

Marxismo-Feminismo (selección)

El m.-f. está marcado por el esfuerzo de conquistar y alcanzar


para la ‘revolución feminista’ un ingreso en el marxismo. La
resistencia en contra de ello le impone, en primer término, una
forma antagónica, polémica. Meta de la revolución feminista
es la liberación de las mujeres respecto del dominio masculino
y la reconstrucción de la sociedad en una sociedad solidaria
que dicha liberación hace posible. En perspectiva, se trata de
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fusionar la despatriarcalización de las relaciones de género


con la reconstrucción socialista de las relaciones de
producción, es decir, por así decirlo, de un ‘revolucionamiento’
de la revolución, que se dispone a transformar todas las
dimensiones y aspectos de lo social.

Si se lo pone en práctica de manera teóricamente


consecuente, el m.-f. exige pensar las relaciones de género
como relaciones de producción. En Marx y Engels, esta
posición encuentra su fundamento en la tesis de que el
dominio del sexo masculino sobre el femenino representa la
primera relación de clases de la historia, con el núcleo de la
“disposición sobre fuerza de trabajo ajena” (MEW 3/32; IA, 34),
y de que la esclavitud puede ser comprendida como
ampliación de esta forma (AE, 94).

Entre los problemas del feminismo marxista figura, no en


último término, el trato teórico y práctico con el
‘atravesamiento’ de las relaciones de género por las
relaciones de clase y de ‘raza’; además, la tarea de concebir, en
su resistencia, la violencia sexual hacia las mujeres, sin
sucumbir a la seducción de la naturalización esencialista de
una esencia masculina vs. una esencia femenina.

El marxismo feminista ha adoptado la aspiración


‘unilateralmente’ feminista y comenzado a reconstruir la teoría
y la práctica en su totalidad. Histórica y conceptualmente, esta
reconstrucción coincide con la inscripción estratégica de la
ecología.

En la medida en que el marxismo feminista y el feminismo


marxista se aproximan a sus metas, elevando, a través de ello,
al marxismo, comienzan a extinguirse las particularidades
antagónicas. En perspectiva y en el orden utópico-concreto,
pueden, por lo tanto, ser considerados formaciones
históricamente transitorias. Aunque, en tanto formaciones
singulares están históricamente destinados a desaparecer, a
medida que van teniendo éxito, el trabajo que han iniciado
persistirá aún durante generaciones.

1. Origen. La expresión m.-f. surgió internacionalmente, a


principios de la década de 1970, como concepto de lucha. Lo
que había de designar se configuró como proceso de
aprendizaje en un campo de conflictos múltiplemente
condicionado, impulsado por una minoría entre feministas, y,
marginalmente, entre marxistas. El contexto del surgimiento

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fue un movimiento estudiantil que había comenzado a leer a


Marx, y un movimiento de mujeres que quería integrar el
punto de vista y la perspectiva de liberación de las mujeres en
el marxismo tradicional, transformándolo. La superposición
parcial de ambos movimientos creó la atmósfera en la que
pudieron llevarse a cabo semejantes luchas por la
transformación. Las feministas entraron entonces en conflicto
no sólo entre sí, sino, sobre todo, con aquellos
administradores del marxismo que habían edificado una
mentalidad de bastión, con sus correspondientes
segregaciones y dogmatizaciones. En parte, había también
entre ellos grupos de cuño estudiantil (‘K-Gruppen’
[organizaciones de cuadro]), que aspiraban a resguardar el
marxismo ‘verdadero’ de infiltraciones feministas.

La vinculación entre marxismo y feminismo encontró apoyo,


entre otros, en Herbert Marcuse, quien, en 1974, dio
conferencias sobre el tema en los EE. UU. y también en la RFA.
Sobre la “discusión que se desarrolló intensamente en los
últimos tiempos, acerca de la relación de marxismo y
feminismo, también en la teoría de la emancipación
femenina de la RFA”, juzga Sieglinde Tömmel: “En la
estimación de la prioridad de ‘clase’ o ‘género’ en la lucha por
la emancipación femenina, se dividen los espíritus del propio
movimiento de mujeres” (1975, 835). En primer término,
prevalece el rechazo frente a la colocación del género en el
lugar superior, por parte de las marxistas pertenecientes al
movimiento. En el programa de cursos del Instituto Otto Suhr
de la Universidad Libre de Berlín, para el semestre de verano
de 1975, aparece un seminario de Ingrid Schmidt-Harzbach
sobre el tema “Marxismo-Feminismo”, en el que participaron
“varios cientos de estudiantes” (Lenz 2010, 212).

M.-f. es, en primer lugar, un concepto de movimiento. Se


dirige polémicamente contra un marxismo que no incluye el
feminismo y, a la inversa, contra un feminismo que no piensa
el marxismo como parámetro. “Sobre bases marxistas, debe
ser desarrollada la cuestión femenina y, para tal fin, el
marxismo tradicional debe ser reconstruido, ampliado,
aprovechado críticamente” (HAUG y HAUSER 1984, 17). La
primera aparición del concepto puede determinarse sólo de
modo aproximado. Así, una encuesta internacional de 2014
entre 30 feministas marxistas, activas ya en la década de 1970,
proporcionó como respuesta a esta pregunta sólo algunas
referencias vacilantes, de unas activistas a otras, y no un
resultado unívoco para un libro de historia (HAUG 2014).

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Internacionalmente, el concepto fue utilizado en función


adjetiva como una suerte de nombre de una corriente,
estableciendo una diferencia respecto de “materialist
feminists” o “socialist feminists”. Las diferencias de orientación
pronto se dirimieron en listas de internet. Martha E. GIMÉNEZ
caracteriza las diferencias retrospectivamente: “En los
exaltados tiempos del movimiento de liberación de las
mujeres, podían distinguirse cuatro corrientes principales de
pensamiento feminista: liberales (abocadas a alcanzar igualdad
económica y política dentro del capitalismo); radicales
(concentradas en los hombres y el patriarcado como causas
principales de la opresión de las mujeres); socialistas (con
crítica al capitalismo y marxismo, de modo que evitar el
reduccionismo vinculado con el marxismo, condujo a teorías
de dos sistemas, que adoptaron distintas formas de
interacción entre capitalismo y patriarcado) y feministas
marxistas (una posición teórica asumida por relativamente
pocas feministas en los EE. UU. –incluyéndome a mí–, que
intentaban desarrollar el potencial de la teoría marxista, para
comprender las fuentes capitalistas de la opresión de las
mujeres)” (2000, 18). La compilación y revisión de los escritos
de estas corrientes internacionales ganaron nuevamente
actualidad desde la crisis económica mundial de 2008ss., en
revistas, congresos y programas de formación de las
izquierdas; así, por ejemplo, en el congreso anual de la revista
Historical Materialism.

2.5 Crítica feminista al feminismo en conexión con Marx. Ya a


principios de la década de 1970, Donna Haraway disputa
contra toda esencialización en el feminismo y concibe el
género como construcción. Su duda se dirige también contra
el culto a las madres en tanto retroceso a una biología que
identifica, asimismo, como construcción interesada. En su
Manifiesto Cyborg (1984/1995), controvertido entre las
feministas, propone “una infiltración socialista-feminista de la
ingeniería genética” y vincula la lucha anticapitalista con una
crítica al distanciamiento feminista respecto de la tecnología.
Haraway no disputa tanto por un marxismo feminista como
por un feminismo más marxista. Su petición es continuada
con gran influencia por Judith Butler [1990], con lo cual el
desplazamiento del énfasis, el hecho de no asignar ninguna
importancia esencial al género en una ciencia de la liberación,
ha conducido, en numerosas simplificaciones, a fortalecer un
post-feminismo que no quiere saber ya nada de marxismo.
Las dudas acerca de si el género es realmente un punto de
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referencia esencial para el conocimiento fueron fortalecidas


por la aparición de los Cultural Studies (especialmente, en los
EE. UU.). Luce Irigaray (1974) ha objetado a esto que la cultura
occidental en su totalidad y su orden simbólico se tornan
incomprensibles sin pensar en el binarismo de género o la
diferencia sexual. Recurriendo al análisis de Marx sobre el
carácter doble de la mercancía, Irigaray descifra por qué las
mujeres son pasadas por alto en silencio, por qué ellas, no
tienen ningún estatus de sujeto, en el deseo. De acuerdo con
su naturaleza social, la mujer aparece como valor de uso y
valor de cambio, al mismo tiempo: por un lado, como madre y,
por lo tanto, como reproductora ‘natural’, y, por el otro, como
virgen, es decir, como “puro valor de cambio”, como nada más
que “posibilidad” (1977/1979, 192). “La participación en lo
social exige que el cuerpo se someta a una especularización, a
una especulación que lo reestructura, convirtiéndolo en el
portador de valor […]. La mercancía –la mujer– está dividida en
dos cuerpos irreconciliables: su cuerpo ‘natural’ y su cuerpo
socialmente valioso, intercambiable” (186s.). “Esta
reestructuración del cuerpo de la mujer en valor de uso y valor
de cambio inaugura el orden simbólico. […] Las mujeres,
animales con don de lenguas como los hombres, tienen la
posibilidad de asegurar el uso y la circulación de lo simbólico,
sin participar, no obstante, de ello. El no-acceso, para ellas, a lo
simbólico, instaura el orden social” (196). La crítica del
capitalismo tendría, por consiguiente, que comenzar mucho
antes, en la práctica del intercambio, su conceptualización y su
papel en el pensamiento y la comprensión de la sociedad. Tove
Soiland critica los intentos, surgidos en el siglo XXI, de partir
de una “sobreestimación de múltiples posiciones de sujeto”,
para superar la “heteronormatividad” del pensamiento
hombre-mujer, en cuanto “demasiado afirmativo” (2014, 116).
“Sólo bajo la condición de que los géneros son identidades
coherentes” tiene sentido la representación de “la
deconstrucción, que está en la base de la idea de superación
de los límites entre géneros”. “Pero, ¿cómo podría
deconstruirse lo que en el teorema de la diferencia sexual
aparece como la imposibilidad de articular la posición
femenina?” (ibíd.).

Rossana Rossanda propone aprovechar para la emancipación


“la experiencia vital femenina” en la “índole insoportable de su
alienación” (1981/1994, 79s.). “En esta transición –que no será
fácil, y de la cual será, quizás, característica la alta medida de
dolor y de conflictos en las relaciones actuales entre los
géneros– […] la experiencia de las mujeres, en la medida en

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que se vuelve total, se convertirá también en cultura, en


sentido amplio” (80). La cuestión del binarismo de género es
retomada en la discusión de las relaciones de género.

2.7 Relaciones de género como relaciones de producción. A la


sombra de la autodisolución de los socialismos de Estado
europeos, se tornó intempestivo reflexionar sobre Marx, dado
que, históricamente, parecía haber perdido.
Internacionalmente, postmodernismo y postfeminismo se
habían despedido de los ‘grandes relatos’, a los que también
parecían pertenecer las teorías del m.-f. El hecho de que del
experimento del socialismo de Estado hubieran surgido, por
cierto, mujeres autoconscientes, pero que no sabían qué hacer
con el m.-f., ni podían oponer resistencia eficaz a la absorción
por parte del capitalismo, obligó a poner otra vez en el orden
del día la conexión entre capitalismo y patriarcado.

En varias iniciativas, intervino Haug con la demanda de


comprender las relaciones de género como relaciones de
producción. De esta manera, no se trata ya de agregar la
cuestión femenina, sino de reestructurar el concepto de
relaciones de producción, de modo tal que la producción de la
vida esté incluida en igual medida que la de los medios de
subsistencia. En la línea iniciada por Marx y Engels en la IA, así
puede también comprenderse desde sus fundamentos la
interrelación de capitalismo y patriarcado, e investigar “la
sujeción de los géneros a las relaciones sociales en su
totalidad” (Haug 2008/2011, 310). En referencia a los
caracteres sociales de los géneros, en el sentido de los
hombres y mujeres históricamente existentes, debe
preguntarse cómo la complementariedad, en un comienzo
natural en la reproducción ha sido, cultural e ideológicamente,
transformada y naturalizada en el proceso histórico. De esta
manera, las relaciones de género se vuelven comprensibles
en cuanto “condiciones de regulación fundamentales en todas
las formaciones sociales”: “atraviesan (o son, a su vez, centrales
para) cuestiones de división del trabajo, dominación,
explotación, ideología, política, derecho, religión, moral,
sexualidad, cuerpo y sensibilidad, lenguaje, e incluso, en el
fondo, ningún ámbito puede ser analizada de manera
razonable, sin investigar conjuntamente el modo en que las
relaciones de género forman y son formadas.” (ibíd.; cf.
“relaciones de género”).

En la RFA, después de la fundación del partido “Die Linke” [La


izquierda] (2007), Haug retomó el hilo e hizo que confluyeran
en la praxis los ámbitos separados por líneas de frontera, en el

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proyecto de la Perspectiva cuatro en uno (2008). Aquí, se trata


de emancipar de su jerarquización capitalista los ámbitos de la
producción de medios de subsistencia generados por el
trabajo remunerado y de la reproducción social, regulada en
forma mixta, de carácter privado-público, y de complementar
los ámbitos desatendidos del autodesarrollo y de la acción
política, como justificados, en igual medida y con iguales
derechos, para todo individuo. A la interconexión de las cuatro
áreas se le atribuye la significación política de sustraerse a
soluciones individuales reaccionarias, y de trabajar para
desatar el nudo de la dominación patriarcal-capitalista. De este
modo, la lucha por el ingreso de  las mujeres en la historia y,
con ello, por su estatus de sujeto, se convierte en una clave
para la lucha por la democracia socialista en general, en suma,
por la conquista de la competencia y la participación de todos.

En la década de 2010, se multiplican los votos a favor de un


retorno marxista-feminista a la propia historia y en pro de un
resurgimiento. Como ámbitos esenciales ve Meg Luxton (2013)
una “política del lenguaje” ampliada, que supere la
“preponderancia del inglés” (512) y que se oriente, al mismo
tiempo, hacia un objetivo socialista distante, que, desde el
vamos, no se subordine a una primacía imperialista
estadounidense. La lucha de clases ideológica es afirmada
como igualmente relevante que la comprensión de que una
resistencia esencial contra la transformación radica en las
estructuras de personalidad (514). La interrelación entre
transformación de sí y transformación de las circunstancias
sigue, por lo tanto, siendo actual. Como un heredero del
feminismo en el marxismo, un m.-f. en proceso de
refortalecimiento apunta a un buen vivir, a un mundo solidario,
en el que “la necesidad del hombre” se haya convertido en “la
necesidad humana”, y así el individuo se haya convertido “en
su ser más individual, es, al mismo tiempo, ser genérico” (MEF,
141), como lo plantea Marx en cuanto perspectiva, lo que
también debe ser puesto en conexión, con autoconciencia
feminista, con la relación entre los géneros en su totalidad.

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