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SANIDAD PARA EL ALMA

TEMA

Si Dios restaura a alguien, familia, matrimonio, persona, siempre se mejora, crece, se multiplica y, sobre todo,
supera el estado de “arreglado”. Cuando Dios restaura mejora el estado anterior.

En el N. T., restaurar se utiliza para dar la idea de algo dañado o roto que puede volver a usarse para lo cual fue
diseñado

Mt. 4:21: “Pasando de allí, vio a otros hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca
con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó”.

Para nosotros, ser restaurados implica llegar a ser de utilidad en el cuerpo de Cristo.

Debemos anhelar ser usados, pero debemos ser restaurados.


2 Cor. 5:17. 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas.

Viene entonces el perfeccionamiento, no por nosotros, ni por nuestra fuerza, sino por la gracia de Dios

Heb. 4:12: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y
penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y lo tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón”;

II Ti. 3:16: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra”;

Fi. 1:6: “Estando persuadidos de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará
hasta el día de Jesucristo”.

Dice que nos perfeccionará, o sea que va a llevar un tiempo. No es que inicia y ya está todo perfecto

Sal. 94:12-13: “Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en tu ley lo instruyes, para hacerlo
descansar en los días de aflicción, en tanto que para él impío se cava hoyo”

II Cor. 1:3-7: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de
toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también
nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros
somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así
abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra
consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también
padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois
compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación”.

Salmos 16:4
Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios. No ofreceré yo sus libaciones de sangre,
Ni en mis labios tomaré sus nombres.

Recibimos a Cristo e iniciamos un proceso de renuncias a cosas que ignorábamos que al Señor no le agradaban

Ef. 4:17-32; Gá. 5:16- 21: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para
que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son
las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que
los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.

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Hay cristianos que no están en pecado, son obedientes a Dios, le aman sinceramente, pero se sienten mal.
Persisten en un estado de angustia o temores, ansiedad, problemas de relación familiar, en el trabajo, en el
ministerio, pero ¿qué sucede?

¿qué sucede con las conductas o sentimientos que no podemos controlar, que quisiéramos deponer, pero que no
podemos cambiar como: ira, agresión, malos pensamientos, estancamiento espiritual, autoritarismo, amargura,
respuestas agresivas u ofensivas, y otros tantos desatinos? Renunciamos a esto y nada pasa; y preguntamos ¿qué
pasa conmigo? ¿de dónde estas reacciones? ¿algo me impele actuar así?

Quiero agradar a Dios, poder tener una vida nueva con mi familia,... pero me enojo fácilmente, siento ira, digo
palabras que lamento
haber dicho, y me pregunto: ¿qué me pasa, Señor?

La clave está en Sal. 19:12: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos”

Debemos abrir nuestro “sótano” interior, al que hay que bajar con la luz del E. S., para ver qué hay en la parte más
oscura, en la más oculta; ver qué nos hace actuar así.

Debemos encontrar esas cosas misteriosas a las cuales tememos, y no obstante están en nuestro corazón.
Debemos llegar de la mano del E. S., porque es mejor hacer este recorrido con Él que ir solos.

Podemos hacerle este tipo de preguntas al Señor, podemos pedirle estas cosas al E. S., de esta manera: “Señor,
no puedo entender por qué estos errores en mí, pero tú sí. Líbrame de lo que no conozco, ilumíname,
porque yo no sé lo que me pasa, pero quiero libertad de aquello que a Ti no te agrada”

Je. 17:9-10: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? Yo Jehová,
que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus
obras”.

Hay cristianos que no están en pecado, son obedientes a Dios, le aman sinceramente, pero se sienten mal.
Persisten en un estado de angustia o temores, ansiedad, problemas de relación familiar, en el trabajo, en el
ministerio, pero ¿qué sucede?
Hay sufrimientos y heridas que no los toca la conversión. Con el primer paso de la conversión no es suficiente; hay
heridas profundas, sentimientos que necesitan una curación especial por parte del Espíritu (cirugía). No podemos
culparles de que es por falta de oración si vemos algún síntoma de anormalidad en su vida cristiana.

Nos podemos equivocar al decir que es por falta de fe, o por una fe débil. Tampoco culpar a los demonios, decir
que es uno de depresión, de tristeza, de angustia. Un juicio así provoca mayor desilusión, porque si no pueden
entender los errores ocultos, se sienten aún más afligidos, y terminan creyendo que realmente no están orando bien
o que están poseídos.
Hay cantidad de personas que aman al Señor, conocen las Escrituras y, no obstante, no pueden evitar aquello que
hacen, Pablo en

Ro. 7:15: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco esto
hago”. expresa esta situación.
¿Le pa

¿Le pasa a usted? Hay Buenas Nuevas. El E. S., es capaz de develar esta situación, si se le permite llegar al
interior, a los recuerdos, a las emociones sin resistirle.

Si las heridas del alma no reciben tratamiento adecuado, se infectan, se inflaman, provocan más dolor; enferman el
espíritu, contaminan al resto, se dispersan, enferman el cuerpo y contagian a otros Heb. 12:15: “Mirad bien, que
alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella
muchos sean contaminados”.
Una restauración se produce luego de una -a veces dolorosa- remoción
Sal. 94:12-13: “Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en tu ley lo instruyes, para hacerle
descansar en los días de aflicción, en tanto que para el impío se cava el hoyo”.

Hay que estar dispuesto y dejar que Dios remueva lo que infecta nuestra vida. Una muela –cuya raíz está infectada-
tiene como solución la vía “incomoda” de ser extirpada, paliativos son soluciones momentáneas. En lo espiritual,
esos paliativos suelen ser actos de religiosidad o sobre esfuerzos o “buenas obras” que buscan compensar lo que
“hacemos y no entendemos”

Is. 61:1-3 “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar
buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón a publicar libertad a los cautivos, y a
los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová,...
Las heridas del corazón no hay que taparlas, tenemos un Dios que no nos avergüenza. Delante de Él podemos
poner todo tal cual está, no se trata de tapar o postergar diciendo: “yo siento esto pero, dejémoslo. No hablemos
del asunto. Prefiero no hablar. Esto es horrible. Mejor no acordarse”.

Sal. 139:23-24: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si
hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”.

Cuando una persona puede recordar en paz, cualquier cosa que le haya pasado en su vida, aún lo
desagradable, es porque ha recibido sanidad, porque ha podido perdonar, porque está en paz. Pero si al
hablar de su vida, de su historia, tiene que dejar espacios en blanco que son innombrables, que son
“irrecordables”, entonces algo pasó.
Y hay que llegar con el E. S., para que nuestra vida, nuestra historia sea tal que podamos asumirla; podamos saber
que hemos sido de determinada manera, que hemos conocido al Señor, que hemos tenido una familia en la que
nacimos, que nos ha pasado tal o cual cosa.

Si no podemos dar testimonio de que, aunque hayamos sufrido, el Señor nos permite tener paz en nuestra
vida, no le estamos siendo útil al cuerpo de Cristo.
Si vamos al médico para que nos trate alguna infección, y el médico nos da un antibiótico, dirá: “Usted debe
cumplir con el tratamiento. No se trata de que tome una pastilla y ya está curado. Puede llevar siete o diez días de
antibióticos, no los interrumpa, para que pueda ser sanado”.

Así es la curación que hace el E. S. Nos dice: “Llegaste a mí, con esta herida, empecé a tratarla, deja que te siga
tratando, no huyas, no la tapes, con el solo hecho de que yo haya empezado a tratar esta parte de tu vida o este
recuerdo, no quiere decir que ya estés sanado. Vas a iniciar un proceso en el cual yo te voy a ir sanando.” El E. S.,
dice que él nos perfeccionará. La Sanidad Interior va a actuar gradualmente, la obra de sanidad que Dios hace en
la vida de sus hijos es un proceso. Hay que esperar. A veces no es fácil, pero hay que esperar, dejar que el Señor
haga su obra.

Muchas personas no dejan que Dios sea Dios. Por ejemplo, ¿Qué pasa cuando un miembro de nuestra familia está
mal? Podemos confiar en Dios.
“Señor, te dejo obrar en esto que yo no puedo. No puedo manejar lo que está haciendo mi hijo. Señor te lo
doy. No quiero estar ansioso sobre él todo el día preguntándole qué hizo, con quién estuvo, dónde estuvo,
qué pasó, por eso, te lo entrego a ti.”

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