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LA CIUDAD DE MÉXICO EN LA OBRA DE ELENA

PONIATOWSKA (UNA VISIÓN DE COMPROMISO SOCIAL)

Laura Navarrete Maya


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Elena Poniatowska es una escritora conocida en el mundo de las letras a nivel


internacional, tanto por su narrativa, mucha de ella testimonial, como por sus
crónicas, por sus entrevistas y por su compromiso con las luchas sociales. A la
fecha, se han realizado amplios ensayos y tesis sobre su obra, sin embargo aún
quedan muchos aspectos por trabajar; uno de ellos es la visión que sobre la ciu-
dad de México nos queda tras la lectura de sus obras.
Cabe recordar que Elena Poniatowska llegó a esta ciudad a la edad de diez
años y que se nacionalizó mexicana hasta 1969. Sin embargo, reconoce que
desde su llegada a la ciudad de México, ésta ejerció una gran fascinación sobre
ella; lo que se manifiesta tanto en su trabajo periodístico como en el literario. Al
hablarnos de sus habitantes, de sus barrios, de sus tradiciones, de su arquitectu-
ra, de las clases y luchas sociales, de sus símbolos y en general, de su vida coti-
diana; nos ofrece su punto de vista sobre las culturas urbanas que confluyen en
ella.
La ciudad de México es parte inherente de casi toda su obra. En Todo empe-
zó el domingo1 y en Nada, nadie2 es lo fundamental. El primer libro lo realizó
en colaboración con el dibujante Alberto Beltrán a partir de una propuesta pe-
riodística, en la que ella escribía las crónicas y él las ilustraba; así se aproximó
por primera vez a nuestra ciudad, su paisaje, sus costumbres y sus personajes,
como ya antes lo habían hecho Luis González Obregón, Heriberto Frías, Salva-
dor Novo, Ricardo Cortés Tamayo y muchos más. El segundo reúne las cróni-
cas del terremoto escritas en caliente; narradas a ella por los rescatistas, por al-
gunos sobrevivientes y sus familiares, y desde luego, a partir de sus primeras
impresiones. Ella, al igual que Carlos Monsiváis, Cristina Pacheco, Humberto
Musacchio y otros, recuperó parte de la memoria de este terrible hecho social.
En otros de sus textos la ciudad también es esencial, pues nos delínea a sus
personajes. Por ejemplo en Luz y luna, las lunitas3 encontramos dos textos: «El
1
Dibujos de Alberto Beltrán, México, F. C. E., 1963 {Vida y pensamiento de México); México: Océa-
no, 1998 (2a).
2
México: Era, 1988.
3
México: Era, 1994, págs. 9-35; 37-55.
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último guajolote», en el cual los vendedores ambulantes, de antaño, y los que


realizan oficios como el escribano, el afilador, el cartero, el panadero, el músico
y otros más son el tema, y «Vida y muerte de Jesusa» en donde narra su convi-
vencia con Jesusa Palancares, personaje principal de Hasta no verte, Jesús mío,
en la vecindad; según Poniatowska ella le enseñó a conocer el otro México.
De la mano de Jesusa entré en contacto con la pobreza, la de a deveras, la del
agua que se recoje en cubetas y se lleva cuidando de no tirarla, la de la lavada en
tablita de lámina porque no hay lavadero, la de la luz que se roba por medio de
diablitos... («Vida y muerte de Jesusa», Luz y luna, 42) y más.
En Fuerte es el silencio* la crónica-reportaje «Angeles de la ciudad» tam-
bién se ocupa de personajes urbanos subempleados: el abonero, el cuidacoches,
el voceador, las Marías, la sirvienta, la prostituta y otros.
Como parte de la ambientación y de la anécdota habla de la ciudad que le ha
tocado vivir y sobre la que ha realizado investigaciones periodísticas y docu-
mentales. Por ejemplo, en La Flor de Liz,5 novela autobiográfica, aborda el cho-
que emocional e ideológico que viven sus personajes al enfrentarse a otra cultu-
ra, la mexicana, al romper con valores religiosos y morales. En Tinísima,6
novela reportaje, la presencia de Tina Modotti en México, le da pie para hablar
entre otros temas del México de los años veinte; de la política, la cultura y la so-
ciedad. En Paseo de la Reforma,1 su más reciente novela, los grandes contrastes
sociales y los personajes contradictorios y en crisis recrean parte del ambiente
del México de los cincuenta.
Al igual que en sus crónicas, en sus novelas encontramos de manera natural
la alusión a la ciudad de México, no así en sus entrevistas. En éstas, la ciudad
está presente en las vivencias de sus entrevistados, en sus actividades, en sus re-
cuerdos; es algo que está implícito, algo que detectamos al terminar la lectura y
reflexionarla. Pero está presente por lo que pregunta Poniatowska y por la forma
en que lo hace; y no es gratuito que la publicación de sus entrevistas, realizadas
a lo largo de muchos años para periódicos y revistas, lleve por título Todo Méxi-
co, colección de la que se han editado cuatro volúmenes.
Aunque he hablado de la presencia de la ciudad de México en sólo algunos
de sus libros, esto no quiere decir que en otros no aparezca y muestre varias de
las características ya mencionadas.
Al plantearnos que significa esta temática, la ciudad de México, en la obra
de Elena Poniatowska y en su vida, encontramos que hay varios aspectos recu-
rrentes con múltiples facetas: el paisaje urbano con sus tradiciones, costumbres
y personajes; el mundo de los intelectuales, la inmigración, el desarraigo, y las

4
México: Era, 1980, págs. 13-33.
5
México: Era, 1988.
6
México: Era, 1992.
7
México: Plaza & Janes, 1996.
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clases sociales en contraposición. Además nos encontramos con una autora que
conforme pasa el tiempo va reafirmando su posición crítica frente a la injusticia
social.

LA CIUDAD EN RETROSPECTIVA

Todo empezó el domingo es para algunos el detonador de los recuerdos y pa-


ra otros la ventana al México que se nos fue; se piensa que la Villa, Chapulte-
pec, Xochimilco, la Alameda, la Torre Latinoamericana, el Zócalo, el viernes
santo en Iztapalapa, el palacio negro de Lecumberri, la Zona Rosa y el recorrido
por los museos eran y son parte de los paseos más populares de ayer y hoy, no
importando la clase social o la edad de los paseantes. En ellos confluyen la tra-
dición prehispánica y colonial y reflejan la evolución de la vida urbana; así co-
mo las peculiaridades de la ideosincracia de los habitantes de la ciudad de Mé-
xico. Por ello la reedición del libro resulta oportuna y de actualidad.
Poniatowska logra atrapar en las crónicas de estos lugares su esencia, lo que
hace de ellos parte de la tradición y la cultura. Pues no podemos pensar en Xo-
chimilco y olvidarnos de sus trajineras, sus canales o de su vegetación y venta
de plantas. Puede ser que el lugar ya no sea tan agradable, tan lejano de la man-
cha urbana como hace más de cuarenta años, pero sigue siendo un lugar turístico
por excelencia con casi las mismas características. Al leer lo siguiente puede de-
cirse que se escribió apenas:
Dimos una vuelta por los canales más transitados. La Lupita, la Ofelia, la Car-
mela, la Reina (canoas o trajineras), con sus coronas de flores, iban repletas de
pasajeros domingueros. Unos güeros y con cara de zonzos: los turistas. Otros,
desde la abuelita hasta el recién nacido, comían en la canoa y se hacían acompa-
ñar por músicos acuáticos, seis u ocho, que a bordo de otra trajinera entonaban
con voz fuerte La cama de piedra... {Todo empezó el domingo, 43).
Tampoco podríamos pensar en la Villa sin recordar la fe de sus peregrinos,
sus danzantes, la venta de milagros, de gorditas envueltas en papel de china y la
foto del recuerdo:
[...] Los niños se colocan muy serios al lado de su padre de sombrero de charro
ladeado y toman la mano de su mamá que, bajo la falda de franela roja, lleva las
rodillas ensangrentadas {Todo empezó el domingo, 24).
La imagen que nos da de estos y otros paisajes urbanos nos invita a la refle-
xión en torno al espacio vital que la modernidad ha comprimido; ya que las ca-
lles han sido tomadas por el automóvil, las milpas y los riachielos de los barrios
lejanos al centro son ahora zonas y conjuntos habitacionales bordeados por am-
plias avenidas.
Cabe señalar que desde su incursión en la crónica urbana, allá por los sesen-
ta, su interés por estos lugares se ha mantenido de manera recurrente, pues los
menciona en varias de sus obras, tal vez en otro momento pero con sus caracte-
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rísticas fundamentales. Por ejemplo el Zólano no sólo es mencionado como el


sitio de las fiestas populares, también es uno de los tantos lugares en donde se
llevó a cabo la represión a estudiantes en el 68 y es el lugar de las marchas ins-
titucionales. De tal forma que al leer cualquiera de sus libros tenemos pistas so-
bre el rompecabezas que es y ha sido la ciudad de México, su cultura y lo que
nos une; por ejemplo el taco:
En México la taquería es el negocio que no tiene pierde; todos, albañiles, vo-
ceadores, pepenadores, basureros, violinistas, camioneros, monjas, periodistas
[...] todos le entramos a la taqueada, todos comemos tacos, todos los arrebatamos
con la mano, los tragamos de prisa, nos chupamos los dedos porque están siempre
de chuparse los dedos... («El último guajolote», Luz y luna, 26).
En Nada, nadie no sólo muestra la ciudad desquebrajada, sino que pone al
descubierto la corrupción institucional, la ineficacia de las autoridades, la exis-
tencia de fábricas clandestinas, la impotencia y desorganización ante la desgra-
cia y la problemática existencial de los habitantes de esta urbe, entre otras cosas.
Si bien el terremoto despertó la solidaridad del mexicano, también nos mostró
que somos unos verdaderos desconocidos de nuestros vecinos y ellos de noso-
tros y que, en México como en otras grandes ciudades la modernidad trajo con-
sigo la individualidad y el aislamiento.
La ciudad también es dibujada por la movilidad de sus personajes; es marca-
da por los recorridos a pie o en autobús; por la referencia a lo que hacen, por los
recuerdos de su niñez, por lo que había antes del terremoto, por lo que por aza-
res del destino apenas observamos. Está ahí, siempre mezclada con nuestra vida
cotidiana.

LA CIUDAD Y SUS PERSONAJES

El perfil que construye Elena Poniatowska de los personajes de la ciudad de


México es múltiple; abarca a los personajes tradicionales, a los subempleados, a
los de la alta, a los intelectuales y al ciudadano común. Para ella, todos ellos son
quienes hacen una ciudad y necesitan de su contraparte o de su interlocutor co-
mo lo muestra en sus crónicas. Por ejemplo, el vendedor ambulante al explota-
dor, el burócrata al líder, la empleada doméstica a la patrona, el intelectual al
discípulo, el comerciante al comprador, y por qué no, el desvalido a la mano
amiga.
Los personajes populares aparecen en sus crónicas como aquellos seres por
los que parece no pasa el tiempo como el vendedor de nieves batidas en cajón
de madera, el abonero que a pie o en bicicleta recorre los barrios populares o
surte a las domésticas; el cilindrero que, en las esquinas de las calles y en los
parques, recicla sus melodías girando la manivela del cilindro; el voceador que
hereda el oficio del pregonero, etc. Ninguno de ellos depende de una moda, sino
de una tradición. Los vieron nuestros abuelos, los vemos nosotros y probable-
mente se toparán con ellos las generaciones futuras:
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Sin sus costumbres populares, sus marchantes y sus tamaleras la ciudad no ten-
dría razón de ser [...] sin sus tipos populares, sin el envaselinado de los toques
[...] sin el globero, sin el algodonero, sin la vendedora de pepitas y el ropaveje-
ro... («El último guajolote», Luz y luna, 30).
Los describe en una pincelada y son como los vemos a diario o tal vez como
debiéramos observarlos, porque en nuestra prisa ni siquiera nos percatamos de
su presencia:
Antes el cartero traía uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia
con su silbato, sólo avienta las cartas que saca de su desvencijada mochila bajo la
puerta y emprende el vuelo en su bicicleta... (Luz y luna, 18).
El subempleo llegó a la ciudad de México con la modernidad y el creci-
miento desmedido. Así llegan nuevos habitantes de todas partes: de Oaxaca,
Puebla, Veracruz, Michoacán y aún del extranjero buscando mejores condicio-
nes de vida. Y ahí están, muchos de ellos como los desarraigados, los paracai-
distas, los que habitan los cinturones de miseria y hasta los niños de la calle que
viven en ella, en la calle. Con ellos se topa Poniatowska y a todos dedica unas
líneas:
Hoy por hoy los ángeles de la ciudad son todos aquellos que no saben lo que
son. Cada año llegan en parvadas y se aposentan en las calles, en los camellones,
en las cornisas, en lo aleros, debajo de algún portón... («Ángeles de la ciudad»,
Fuerte es el silencio, 14-15)
En sus novelas La Flor de Liz y Paseo de la Reforma por primera vez nos
habla del ambiente de la alta sociedad, por primera vez se atreve a pasar del así
son ustedes al así somos nosotros. Las actividades de las damas de sociedad, lo
necesario para lograr la familia feliz, las diversiones y la educación de los niños,
todo está debidamente organizado. Por ejemplo en Paseo de la Reforma cuando
nació el hijo de Ashby y Nora narra la autora:
Su suegra llegó al hospital con sábanas y fundas de encaje a preparar la cama
para que pudiera recibir a las visitas e inmediatamente el cuarto se llenó de enor-
mes ramos de rosas y de regalos blancos con moños azules y Ashby pensó en la
cantidad de tarjetas de agradecimiento que su mujer escribiría con su hermosa le-
tra palmer... (Paseo de la Reforma, 44).
Los personajes de la cultura son retratados con precisión el Tinísima, Paseo
de la Reforma, La noche de Tlatelolco, entre otros textos. Aquí vuelve a mezclar
su entorno con la creación, pues Poniatowska habla en gran medida de los
'cuates'; de los intelectuales de la Universidad, del periodismo y de los círculos
culturales; al ocuparse de ellos nos dice, por ejemplo que diversión y esnobismo
van de la mano:
Ashby pasó de una élite a otra. Todas las élites terminan siendo crueles y Ashby
escuchó asombrado de la manera en que practicaban la maldad como una de las
bellas artes. Al calor de la quinta copa el veneno desataba las lenguas y no había
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arrepentimiento posible. Ashby podía competir con el ingenio de los grandes. Las
palabras que no encontraba en español las decía en inglés, en francés, en alemán;
sus citas eran exactas, su poder de seducción no dejaba resquicio... {Paseo de la
Reforma, 51-52).
Con la descripción de los personajes regresa un poco a los llamados cuadros
de costumbres en los que recrea su perfil y su lenguaje. El perfil marcado por su
actividad mas que por su apariencia física. Y el segundo, la recreación del len-
guaje, es de lo que menos se ocupa, quizá porque casi siempre es Poniatowska
la que habla de ellos, de lo que hacen, de lo que piensan y tal vez también, por-
que como dice en relación a Hasta no verte, Jesús mío, el manejo de las malas
palabras, del lenguaje florido no se le da; ante éste se vuelve aséptica y mora-
lista. Sus personajes son tan diversos que en cualquier momento los podemos
encontrar o ser como uno de ellos.

DE NIÑA BIEN A LA POPULAR PONÍ

La vida ha llevado a Elena Poniatowska por caminos inimaginados. Cuando


se inició como entrevistadora siendo muy joven; quizá hasta se comportaba co-
mo la pequeña Lilus (de Lilus Kikus), quien a todo le buscaba un por qué o tal
vez como Ashby Egbert (personaje central de Paseo de la Reforma), quien sen-
tía una gran insatisfacción comportándose de acuerdo a las normas de la gente
bien. Entonces empesó a estar frente al otro México, el de los pobres, el que
despertaba su curiosidad. Porque al inncursionar en el periodismo, difícilmente
se involucró con casi todos los sectores sociales.
Antes, para ella los pobres se circunscribían a las empleadas domésticas, al
jardinero, al repartidor de periódicos, a la nana y a todo aquel que está al servi-
cio de su clase social; veía esta situación como algo natural, como Egbert a
quien ser poderoso le venía por tradición. La autora rememora:
En las tardes de los miércoles iba yo a ver a Jesusa y en la noche al llegar a la
casa, acompañaba a mi madre a algún coctel en alguno embajada. Siempre pre-
tendí mantener el equilibrio entre la extremada pobreza que compartía en la ve-
cindad con Jesusa, con el lucerío, el fasto de las recepciones. Mi socialismo era
de dientes para afuera... {Luz y Luna, 51).
Para tratar de explicar cómo es que Elena Poniatowska deja de ser una niña
bien llamativa por ser güerita y de ojos azules, que no renuncia a su clase social
pero si a su posición ideológica, encontramos varios puntos: el choque con su
estrato social por el rol que le asigna como mujer, su relación con Fernando Be-
nítez y su grupo, y el ejercicio del periodismo.
En 1953, cuando empezó a escribir en Excélsior, para su familia era muy mal
visto; primero porque una mujer no debía trabajar y menos como periodista; la
mujer debe aparecer en los periódicos, le decían, sólo como noticia y en muy
contadas ocasiones. Empero, su posición social le permitió abrir puertas, pues
entrevistar a personalidades del ámbito cultural, empresarial e incluso a altos
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funcionarios y diplomáticos; esto, no es fácil para alguien que se inició en el pe-


riodismo, pero si para quien los tiene como amistades y viejos conocidos.
Su relación con el grupo de Fernando Benítez, quien dirigió los suplementos
«México en la Cultura», del diario Novedades, y mas tarde, «La Cultura en Mé-
xico», de la revista Siempre, fue determinante en su compromiso con las luchas
sociales y con la cultura nacional. En ellos colaboraban los intelectuales más
importantes de la época, para muchos «la mafia», y algunos del exilio español,
entre los que estaban Gastón García Cantú, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas y
Francisco Pina. En cierta forma se relacionó también con el mundo intelectual a
través de su tía Pita Amor, por su beca en el Centro Mexicano de Escritores y a
partir de sus entrevistados con quienes estableció desde entonces, amistades
perdurables. Este entorno cultural paralelo a su formación familiar y educativa
enriqueció su visión del México que le tocó vivir y del que nos platica en casi
toda su obra.
Los puntos anteriores le enriquecieron como ser humano, al igual que le ha
pasado con el ejercicio del periodismo; pero además éste le ha permitido asumir
la crítica y la denuncia desde su tribuna, por medio de sus entrevistas, reporta-
jes, ensayos-reportajes y crónicas.
El haber optado por la crónica, como uno de sus medios de expresión perio-
dística y literaria le permite a Elena Poniatowska recuperar la memoria de su
ciudad y recrear su entorno; además la ha metido poco a poco en la problemáti-
ca social del país. Lo que en un principio veía desde fuera, al otro México y su
cultura popular, después lo vivió en relación a las luchas sociales y estudianti-
les, como algo que debía informar y denunciar, hasta que de lleno dio la voz a
los desprotegidos:
El que escriba sobre los desprotegidos o sobre la gente pobre, está muy ligado
al hecho de que el periodista se confronta con muchas realidades; aunque también
es una inclinación personal desde hace mucho tiempo. También es un acto de
egoísmo porque siempre he escrito de lo que no sé y no de mi medio social al que
finalmente conozco -bueno que creo conocer, a lo mejor ni lo conozco, pero para
mi es previsible-, mientras que todo lo demás para mí ha sido nuevo... (Ascencio,
Me lo dijo, 64).
En Nada, nadie, las crónicas del temblor, hace un recuento del desastre ur-
bano y se sacude como la ciudad de México, se vuelve vocera de la sociedad ci-
vil. El terremoto quebró todo hasta a los intocables y desató la solidaridad entre
las distintas clases sociales:
Solía decirse que cualquier periodista mexicano se enfrenta a tres tabúes: el
ejército, la Virgen de Guadalupe y el presidente y su familia. Eran los temas que
jamás podían tocarse ni con el pétalo de una rosa. El terremoto también resque-
brajó a los «intocables». La gente se ha volcado en críticas y éstas han sido publi-
cadas {Nada, nadie, 184).
En la literatura al igual que en su periodismo, donde encontramos la novela
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reportaje y autobiográfica, la investigación y la interpretación son el soporte


principal de sus textos; esto poco a poco le ha dado una visión compleja de la
sociedad y la ha acercado a ella. Pero quizá lo que la hizo involucrarse más con
la vida urbana fue su relación con Jesusa, en un principio tirante y distante; des-
pués, de amistad y complicidad»
Para mi Jesusa fue un personaje, el mejor de todos. Jesusa tenía razón. Yo a ella
le saque raja como Lewis se la sacó a los Sánchez [...] Lewis y yo gamanos dine-
ro con nuestro libros sobre los mexicanos que viven en vecindades. Lewis siguió
llevando su aséptica vida [...] y ni mi vida actual ni la pasada tienen que ver con
la de Jesusa. Siguió siendo ante todo, una mujer frente a la máquina de escribir
(Luz y Luna, 51).

Bueno eso dice la popular Poni, pero ni la más eficiente de sus empleadas
puede limpiar lo que su andar como periodista por la gran ciudad ha ido alma-
cenando en su memoria y reflejando en su producción periodística y literaria.

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