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pueden quedar muy decepcionados al ver que Mozart se convirtió en

Mozart trabajando muy duro”.

En busca del talento para los negocios. Si el concepto de un talento


específico ya resulta problemático en los campos de la música y el
deporte, aún lo es más en la esfera de los negocios. La abrumadora
impresión que se tiene a partir del examen de las primeras etapas de la
vida de los grandes de los negocios es que no parecían tener ningún
don identificable ni mostrar ningún indicio de lo que iban a llegar a ser.

Por hablar solo de unos pocos de los ejemplos más destacados, David
Ogilvy, considerado por muchos como el mayor ejecutivo del siglo XX
en el mundo de la publicidad, fue expulsado de Oxford, trabajó en la
cocina de un hotel de París, vendió cocinas en Escocia y fue granjero
en Pennsylvania, entre muchas otras ocupaciones aparentemente
caprichosas que consumieron los primeros 17 años de su carrera
profesional. Predecir que iba a dejar huella como leyenda de la
publicidad habría sido muy difícil, sobre todo teniendo en cuenta que
presentaba muy pocos indicios de que fuera a dejar huella en nada en
absoluto.

Jack Welch, nombrado por Fortune como el gerente más importante del


siglo XX, no mostraba ninguna inclinación particular para los negocios
ni tan siquiera a los 20 años cumplidos. Creció como un chico con un
buen rendimiento escolar y unas buenas notas, pero nadie lo
consideraba brillante. No se especializó en empresariales ni en
economía, sino en ingeniería química. Cuando estaba a punto de entrar
en el mundo real, a los 25 años, aún no estaba seguro del rumbo que
iba a tomar y realizó entrevistas para entrar a trabajar en las
universidades de Syracuse y West Virginia. Finalmente, aceptó una

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