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La resistencia indigena al servicio de la posta y del postillonaje

La resistencia al servicio personal de indígenas en las postas y porta pliegos a fines del siglo
XIX era cada vez más persistente. Como consecuencia de la Ley de ex vinculación del 5 de
octubre de 1874, muchas comunidades habían sido expoliadas y convertidas en haciendas.
De modo que en 1883, en el Departamento de La Paz, los corregidores se quejaban de que
los adquirientes de las comunidades y tierras de origen se negaban “a dar peones para el
servicio de las postas y porta pliegos”. Los compradores se quejaban a su vez de que los
corregidores cometían abusos con “pretextos del servicio” y empujaban “a los mismos
indios o comunidades con muy cortos intervalos de tiempo”. El mismo Prefecto sugería al
Subprefecto de la Provincia Cercado que poniéndose de acuerdo con la Prefectura “se forme
un rol de las comunidades de los diferentes cantones” de esta provincia “señalándose las
semanas o días en que cada una de ellas debe poner a disposición de los corregidores los
postillones o porta pliegos”16. También fue evidente que los corregidores exigían “porta
pliegos de sólo a las comunidades más inmediatas a la capital del cantón y no de las
demás”. Pero algunos corregidores “desconociendo que dichos porta pliegos” no tenían
“más deber que el de conducir las notas o pliegos oficiales” los obligaban “a servicios de
pongo, peones de trabajo, muleros” y aun les cobraban “otros abusos” de que
extraoficialmente ha tenido aviso la Prefectura.

Según Reyeros el servicio de postas y postillones duraba un año. Lo que quiere decir que el
relevo de postas y postillones se cumplía cada año nuevo, “con nutridas ceremonias
pintorescas, desteñidas por el exceso de libaciones costeadas por el flamante funcionario”.
Los que atendían los tambos, seis u ocho indígenas, generalmente eran cabezas de familia,
auxiliados por los miembros de ella. Los que servían en calidad de auxiliares, se llamaban
“postillones”, eran mozos y duros para las largas marchas (Reyeros 1963: 80, 87 y 88).

Al ingresar al presente siglo, el servicio de postillón y mitani continuaba. El corregidor de


Waqi al igual que otros exigía “el servicio de mitanes, postillones, por cada una de las
comunidades, y uno especial”, que con el nombre de papel colque pagaba seis bolivianos
anuales. En este caso, “los postillones y mitanes” ya no estaban dedicados al servicio del
Estado “sino al servicio personal y particular del corregidor” quien por esos servicios no les
pagaba ningún tipo de retribución. En vista de ello, Máximo Aqarapi sostuvo:

Estando como están prohibidos los servicios forzosos, el corregidor de Guaqui no tiene
derecho para exigirlos, como sucede actualmente, en que está cometiendo un verdadero
abuso el mantener en su poder los postillones, mitanis y los demás que solo los emplea en
provecho suyo y no del Estado.

En 1913, Bartolomé Condori, alcalde de la comunidad de Chanka, y Manuel Mamani,


encargado de los asuntos de los indígenas de San Pedro de Chanka, decían:

Es una desgracia, la más grande cuando los individuos que desempeñando el cargo de
corregidores son el azote de la humanidad.

Los corregidores de Chanka obligaban a todos los postillones y los demás indígenas a
concurrir “desde Chanca hasta Mecapaca a prestar servicios forzados, empleando el garrote,
el látigo” considerando de esta manera a sus indios como se fueran unos “animales
irracionales”.

La servidumbre indígena andina en Bolivia ha sido uno de los mecanismos de explotación y


sumisión de los comunarios por parte del Estado a través de las autoridades
gubernamentales beneficiando incluso a los particulares. Los indígenas comunarios estaban
obligados cumplir con su tributo al Estado pero sin dejar de prestar su servicio personal al
gobierno central en los cuarteles y en los cantones o capitales de provincia. El ponqueaje y
el postillonaje para los varones eran los servicios más requeridos no solamente para las
autoridades gubernamentales, sino también para los militares y hacendados. La mitani era el
servicio personal para las mujeres casadas, requerido como servicio obligatorio en las casas
de los corregidores y religiosos. En las haciendas, este servicio femenino favorecía a los
mayordomos o administradores con todos sus efectos de humillación contra la dignidad de
la mujer. El servicio de pongo fue considerado como una cosa denigrante, porque de hecho
el pongo fue considerado como un animal de dos patas (perro). Según Tristán Marof, el más
pobre ciudadano tenía un pongo. Esto quiere decir el pongueaje estaba instituido por
costumbre. Así “en las casas ricas” ocupaban “sus funciones dos o más pongos” y se
alimentaban de “las sobras”; en las casas pobres, el pongo “disputaba los huesos a los
perros” (Marof 1932: 54).

Por: Roberto Choque Canqui. 


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