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Era un silencio

Vida de Nuri Rodriguez Olivera

Damián Gini
Somos nuestra memoria
somos ese quimérico museo
de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges


Era un silencio

Martes 11 de enero de 1949

Me he reído tanto con papá. En cuanto llegó de su trabajo me formuló estas


extrañas preguntas: “¿Con quién has bailado en la fiesta de Vazquez? ¿Con
quién bailaste mucho, muy seguido? Sabés que estuvo Vazquez conmigo”.
Además, no hacía otra cosa que evitar la sonrisa que se mostraba a flor de
labios. Luego, mientras cenábamos, me dijo que a lo mejor iba a tener fiesta
pronto. Yo le preguntaba a la vez por qué me había dicho esas cosas; pero él era
un silencio. Mamá en el cuarto le sacó todo y fue a contármelo todo. Un primo de
Vázquez no hacía más que rondar la puerta de casa.

Miremos hacia atrás. Al indagar en el pasado recuerdo pasajes tristes y alegres. No


debemos vivir a expensas del pasado pero tampoco hay que dejarlo de lado
completamente.
Nuri

Me llamo Nuri Ethel. No concuerda mi nombre en nada con mi apellido


Rodriguez. Nuri es quizás, creo, de origen catalán. Ethel es nombre inglés o
escocés y por último, mi apellido es gallego.

Nací el 30 de setiembre de 1932. Con mi familia vivimos primero en un lugar


muy pobre. Mi papá era un hombre muy modesto; trabajaba en la fábrica de
vidrios, en la calle Comercio. Nosotros vivíamos en una paralela a Comercio, en
un barrio al que llamaban “el barrio de la lata”. Y yo nací rubia, así que me
llamaban la “Shirley Temple del barrio de la lata”.
Mi padre era un hombre muy hábil y junto con mi padrino lograron comprar tres
casitas; no sé exactamente cómo hicieron para comprar esos inmuebles pero
probablemente haya sido a plazos. La zona era a dos cuadras de Rivera y
Comercio; nosotros vivíamos en una de esas propiedades. Este inmueble tenía
adelante una casa, bastante bonita, y atrás tenía una construcción pobrísima. En
ese fondo vivíamos amontonados mi papá, mi padrino, mi mamá y yo. La casa de
adelante la alquilaba un comisario. La hija del comisario, que yo llamo la Pocha,
fue amiga mía toda la vida. Falleció recién el año pasado y hasta ese momento
nunca cortamos relación con la Pocha. Nelly Echeverría se llamaba. Pasó sus
últimos años en un apartamento de lo más lujoso en la calle Andes. Una belleza de
apartamento con porcelanas, platería, cuadros, todo. Y yo fui madrina de una de
sus hijas. La amistad siempre duró. Tenía unos años más que yo. Y ella siempre
decía que me enseñó a caminar.
Mi papá había dicho

Desde que nací, o mas bien desde que empecé a tener uso de razón, todos los que
me rodeaban contaban que mi papá había dicho que yo iba a ser abogada. Y yo no
tenia ni la menor idea de lo que era un abogado. No tenia ningún abogado en el
entorno familiar, pero cuando terminé el liceo, me encaminé por la abogacía.
No querían aceptarme

Con gran alegría de papá, comencé a entusiasmarme con la idea de ir a la escuela.


Insistí en que deseaba ir a la escuela de hermanas Santa Elena y allí me llevaron.
Era tan pequeña que las hermanas no querían aceptarme pero yo lloraba tanto que
al fin accedieron. Nunca podré olvidar este colegio. La hermana Antonia era la
portera y llevaba atadas al cinturón una cantidad de llaves enorme. Ella siempre
me esperaba en la puerta. Yo me ponía en cuclillas y la monja me arrastraba
tomándome de las manos a lo largo de todo el patio. Así jugaba todos los días
conmigo. La hermana Guadalupe era la más bonita y poseía una voz dulcísima. En
las misas yo escuchaba absorta su voz. Nadie como ella. Como había sido su
mejor alumna me dio un regalo. Hizo una capita de cartulina, le puso una
medallita y dos bombones y me envió a todas las clases para que la vieran. Así lo
hice. La hermana María me regaló una estampita, la hermana Margarita que era la
directora dos caramelos y por último la madre superiora una cruz. Yo estaba
orgullosa y apreciaba mucho el obsequio. Los demás niños me observaban
maravillados por poseer aquella fortuna, aquel tesoro.
Yo siempre tenía papeles

Mi madre me enviaba limpia y bien peinada; supongo que las hermanas me


querían mucho por esta razón. La hermana María no hacía más que darme
pellizcones en las mejillas. Cuando salíamos al recreo íbamos a un jardín que no
tenía flores pero sí hamacas. La hermanita María me tomaba de la mano y corría
conmigo por todo el terreno. Luego me mostraba unas pequeñas tapas que habían
en la pared y me decía que por ser la más chica me iba a enviar por ese agujero a
Buenos Aires. Ellas sabían que yo iba mucho a esa ciudad. La hermana María
alineaba a las niñas para hamacarse y a las que iban llegando les gritaba “¡a la
cola, a la cola!” Yo le hacía coro con entusiasmo y alegría. A fin de año hacíamos
comedias. Yo siempre tenía papeles en las representaciones. En una de ellas las
alumnas cantábamos una canción sobre un clavel y una rosa roja que llevábamos
prendida con un alfiler a nuestro delantal. Las monjas me llevaron hasta el medio
del escenario y me dejaron sola. El primer verso que debía cantar era “tengo una
rosa roja en el pecho” pero terminé gritando:
“¡Me pincha, me pincha la rosa roja!”
Puse unas caras tan feas que al fin una de las niñas mayores me la acomodó
delante de todo el público. ¡Qué vergüenza tenía! Aún hoy me acuerdo de la gente
sonriendo, mirándome y sonriendo, me acuerdo perfecto.
Todos son iguales jueces,
y siendo iguales y varios,
no hay quién pueda decidir
cuál es lo más acertado.

Pues, si no hay quien lo sentencie,


¿por qué pensáis, vos, errado,
que os cometió Dios a vos
la decisión de los casos?

Sor Juana Inés de la Cruz


Una mujer no puede

Luego de terminar mis estudios en la universidad, el 5 de enero de 1956, sentía


una profunda falta del lugar. Le dije al bedel en ese momento:
“Ahora que me recibí de abogada, ¿me tengo que ir de la facultad? Estoy tan
acostumbrada a estar acá, en este ambiente.”
Y me dice:
“Mirá, hay un profesor que no lo quiere nadie porque tiene mal carácter. Y no
tiene aspirante, nadie quiere ser su aspirante. Andá a hablar con él.”
Aquel docente tenía verdaderamente el carácter de un ogro pero de todas formas
me presenté como aspirante a esta asignatura: la cátedra dedicada a Derecho
Comercial.
“Una mujer no puede ser aspirante a Derecho Comercial”, me sentenció.
Sin embargo, hablé con él largamente y me aceptó como aspirante. Con el tiempo,
ese hombre malo, el más gruñón de todos, me ayudó montones. Me quiso
montones.
Era aquello todo un honor

En el Santa Elena, la hermana Ana María era adorada por mí. Fue mi primera
maestra. Al otro año se fue y nunca olvidaré que las hermanas me hicieron escribir
una carta para ella, que estaba en Buenos Aires. Aún percibo el temblor de mi
mano al delinear las letras. Era aquello todo un honor. Me gustaba coleccionar
estampas de santos porque me sentía profunda y sinceramente católica. No hacía
más que pedírselas a las niñas más grandes, que tenían diez años. En las misas, las
chicas de mejores calificaciones llevaban puestas bandas azules. Yo siempre las
usaba. También se le daba mucha importancia al largo del tul. Era mejor aquella
que usaba la mantilla más larga. Un día por reparación del edificio tuvo que venir
un importante prelado a bendecir la capilla y me sucedió algo extraordinario. Le
pedí a la hermana María que me diera un tul y ella me rogó que esperara un poco.
Yo me alejé con mis amigas Pocha y Violeta pero sin dejar de mirarla intrigada.
Observé que hablaba con la hermana Guadalupe y me miraban las dos. Al fin me
llamaron y me colocaron una mantilla que era tan larga que arrastraba por el
suelo. ¡Qué dichosa me sentí! Todos me miraban y sonreían.
Aquel grito de agonía

Por aquellos años contraje una enfermedad bastante peligrosa: neumonía. Como
habrán sufrido mis padres. No son muchos los que sobreviven a ella. Yo que era
toda su vida fui internada en un hospital en una gran sala con muchas otras chicas.
Todas ellas eran pobres. Yo era en cambio afortunada a su lado. Todos los que me
conocían me traían regalos y me visitaban siempre. Mamá siempre estaba
conmigo de noche. Habían hermanas de caridad. Yo me sentí muy honrada porque
ellas se paraban delante de mi cama cada vez que pasaban ante ella. Yo les conté
que iba a un colegio de hermanas carmelitas. Ellas se interesaron más. Me
regalaron un cuadrito de una virgen que conservo.
Un día en que reinaba gran silencio en la sala, por ser día de visita, oí con
estremecimiento un grito agudo que se ahogó. Observé que con tristeza las
enfermeras rodeaban la cama de la enfermita con biombos. Pregunté qué había
sucedido. La respuesta fue que había muerto una niña. Aquel grito de agonía no se
borrará jamás de mis oídos.
Cuando salí y llegué a casa todas mis amigas me esperaban a la puerta y me
recibieron con grandes muestras de júbilo. Mi familia siguió con su ritmo de vida
siempre hasta que acaeció algo muy triste: papá se enfermó.
Se cruzaron las miradas

Los Olivera tenían una hermosa quinta llena de árboles frutales y flores. Una de
sus nietas, mi madre, era mimada por sus abuelos y tías y se crió en medio de la
naturaleza. No le duró mucho a mamá esta dicha. Su padre la mandó a buscar.
Este hombre tenía por características: un corazón duro y quizás un mucho de
ignorancia. Tuvo ocho hijos; a todos los maltrató e hizo trabajar desde pequeños.
Mis tíos le temen y sienten un profundo rencor por él. Mamá trabajó en el campo
descalza y mal nutrida. No conoció las diversiones ni las muñecas de las niñas de
su edad. Tuvo una escasa educación: apenas hizo su primer y segundo años de
escuela primaria.
Su padre la sometió al trabajo en mañanas frías de invierno, a la pobreza y a los
castigos y luego la cedió a uno de sus hermanos casado con una de las hermanas
de Livoria, su esposa. Mi abuela materno se llama Juan de Dios. Debió llamarse
Juan del Diablo. No guardaba en él el menor sentimiento paterno. Ahora vive
solo; sigue siendo pobre, muchos le toman por loco. Hará unos cinco años que su
mujer con sus hijos lo abandonó. Mamá pasó a vivir así su adolescencia con su tía
Roquelina, a la que yo llamo tía Roca. Era lavandera y lo continuó siendo por
muchos años más. Mamá comenzó a trabajar haciendo pantalones. Era una joven
hermosa de grandes y rasgados ojos verdes. Tenía un cabello negro muy negro que
contrastaba con la blancura de su piel. Causaba la envidia de todas las de su
barrio.
Conoció en aquel momento a un muchacho que venía de Buenos Aires con su
amigo Ricardo. Aquel joven delgado y rubio, que también era admiración de todo
el resto, se llamaba Carlos.
Los dos muchachos tenían veintitrés años; Carlos había realizado ya el servicio
militar obligatorio. Le tocó ser marinero. Sufrió con ese nuevo ambiente lo
indecible. Terminado este, los dos amigos se vinieron a Montevideo. Amigos
desde sus once años; se conocieron siendo niños, cuando trabajaban en una fábrica
de vidrio. Su única formación fue la que puede proporcionar los primeros años de
escuela. Fueron sin embargo lo suficientemente inteligentes como para tratar de
aumentarla, leyendo periódicos y libros, frecuentando teatros y cines. Inseparables
como eran, en Montevideo alquilaron una pieza para vivir juntos. Trabajaron en la
fábrica de vidrio que estaba en la calle Comercio casi Rivera.
Un día, se cruzaron las miradas de Carlos y Eterpina, mi madre. Vivían uno frente
al otro. Comenzaron a tratarse porque Carlos le mandó una esquela a mamá. Ella
no se disgustó. Fueron novios y en seguida, no sé cuánto tiempo después, se
casaron. Al otro año nací yo, el 30 de setiembre de 1932.
Germinal

Hasta que acaeció algo muy triste: papá se enfermó. Tenía una úlcera a causa del
trabajo arduo en la fábrica. Debía dejar ese oficio en que enfrentaba hornos de
fuego que desprendían un calor extraordinario. En ese ambiente insalubre mi
padre ganó su pan durante muchos años. Se operó papá. Fue una operación
delicada y debía abandonar la fábrica. El único remedio era establecerse en un
comercio. Se asoció nuevamente con su amigo Ricardo, que además era mi
padrino, y con unos pocos pesos adquirieron el café y bar Germinal en 8 de
octubre y Presidente Berro. Era un negocio fundido por un jugador empedernido y
desacreditado. Papá y padrino lo rehabilitaron, trabajando todo el día, teniéndolo
veinticuatro horas abierto. Se turnaban para trabajar día y noche. Llevaban una
gran alegría para toda la casa cuando después de un día de mucho trabajo, la caja
daba veinte pesos. Luego fue aumentando a cuarenta, cien, doscientos cincuenta y
hasta trescientos pesos. Transcurrieron ocho años. En ese período papá fue
operado dos veces más, pasando meses y meses internado en el sanatorio. Meses
largos de tristeza y dolor. Hoy pienso en la fortaleza de mi padre para aguantar
tanto. Y en su inteligencia. Aquel obrero de la fábrica de vidrios había dado, por
alguna desconocida y extraña razón, con la novela de Emile Zola, Germinal. La
historia de un hombre que trabajaba en las minas y que luego al enfermar tuvo que
dejar su trabajo, exactamente lo mismo que le había pasado a papá. Me quedé
asombrada cuando descubrí la conexión pero más todavía creció mi admiración
por él.
No es para usted

Junto con el Germinal, vino nuestra primer mudanza. Con gran sufrimiento
abandoné el Santa Elena el día de mi comunión, yendo a vivir a la casa pegada al
negocio. Tenía ocho años. Mientras no nos establecimos en la nueva casa fui a la
escuela Uruguay, donde pagaba tres pesos mensuales. Cuando nos mudamos había
un almacén cerca del bar, a media cuadra. Mi mamá fue y le preguntó a la
almacenera dónde había una escuela por el lugar.
“Acá hay una sola escuela pero es para gente rica, no es para usted”, le contestó.
Entonces le picó el amor propio a mi mamá, y desde ese momento empecé a ir al
colegio que quedaba a una cuadra, el Instituto norteamericano Crandon.
A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón;
tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme.

Lope de Vega
Toda una transformación

Fue una época maravillosa, aunque también pasé allí mis primeras desilusiones.
Primero entré a una clase especial de inglés donde conocí a una amiga a la que
quise mucho, Elida Alvarez. También a otras jóvenes, de quienes no me separé
nunca en mis años de Crandon: Celia, Primavera y Vilma.
Siempre me destaqué por ser alumna estudiosa pero también por ser callada y
tímida. Siendo mas grande comprendí más y con otro criterio lo que me rodeaba.
Era un ambiente distinto. Desde un lugar muy pobre, donde muchos de mis
compañeros vestían con ropas que se les daban por caridad, llenas de remiendos,
pasé brevemente por un lugar de gente de clase media y de repente fui a parar
entre personas de la alta sociedad: niños ricos, hijos de comerciantes ricos,
estancieros, abogados, arquitectos, doctores o ingenieros; con hermosos vestidos y
espléndidas casas con sirvientes. Yo tuve vestidos pero no poseía la ropa de las
demás. Ante tanto esplendor, me empequeñecía cada vez más. Comencé a
sentirme menos que las demás por poseer menos dinero; no comprendía que mis
padres eran tan dignos que eclipsaban su fortuna. Vivía miedosa de que se
descubriera mi situación económica y que se me despreciara luego. Oculté
entonces y para no mentir no hablé, callé y no me hice de amigas.
Pero al fin yo no podía soportar que mis compañeras anduvieran en ruedas riendo
y que yo siempre estuviera apartada.
Toda una transformación sufrí yo; comencé entonces a entrar en esos círculos.
Todo me demostraba, sin embargo, que para hacerme de una amiga necesitaba de
una casa presentable que pudiera mostrar. Pienso que aquello era un error, porque
en sí, nadie preguntaba ni cuestionaba nada. Pero frente a lo nuevo, me llenaba de
vergüenza el ruido de la cortina metálica que la casa tenía en el frente. La casa me
parecía fea. Estaba pegada al café y siempre se oía el ruido de las gentes que
pasaban por allí su tiempo libre. Nos mudamos entonces. La nueva casa quedaba
en la calle Urquiza 2555, una casa muy linda, donde comencé a sentirme más a
gusto.
Por suerte

Un nuevo progreso económico permitió la compra de una casa en 8 de octubre


2563. En esta calle vive gente de alta clase social. La alquilamos por un año y
luego fuimos a vivir en ella. Es una casa hermosa y grande provista de un jardín
encantador. Compramos un juego de dormitorio para cada uno: para padrino y
para mí. Ya nada nos falta. Todo gracias al esfuerzo de padrino y papá. También
de mamá, por supuesto. Papá se levanta a las cuatro de la mañana para atender su
negocio. Padrino se acuesta a las cuatro para descansar del trabajo de toda una
noche. Antes, hasta hace unos tres años, mamá lavaba los pisos y vasos y los
vidrios del bar. Ahora no. Por suerte.
Catorce

1946

Como era costumbre, cuando cumplí mis catorce años se realizó una reunión en
casa. Por primera vez entraron en mi hogar compañeras de clase. Unos cuantos
muchachos miraban a través de las ventanas. ¿Quiénes eran? Jorge Bidegain,
Carlos Lerena y sus amigos. Ellos me hicieron pensar que yo tenía valor. Tenían
los dos sus quince años. Como era algo nuevo les llamé la atención y no deseaban
otra cosa que una mirada o una sonrisa mía que de vez en cuando yo les enviaba;
pero no muy seguido. Ellos se pasaban la tarde en la esquina de casa mirando a la
puerta y a las ventanas. Solían jugar al football y andar en bicicleta por mi calle,
cosa de que yo admirara su destreza. Hicieron hasta lo imposible para que yo
pudiera ser presentada a ellos. Las niñas del barrio, Nora y Tina, me invitaban a
sus casas. Una vez hasta la familia de Jorge me invitó para una reunión en su casa.
Yo nada aceptaba muy orgullosa y además porque sabía que es una tontería tener
esos asuntos a los catorce años. Los jóvenes más interés tenían. Actualmente son
amigos míos. Jorge es rubio de ojos muy celestes. En cambio Apolo o Carlos eran
morochos de ojos bien negros.
Quince

1947

Como mi fiesta no hubo ninguna. Durante mis catorce repudié el baile y le ponía
miles de defectos, después comprobé que lo necesitaba como medio de diversión
y para hacerme amiga. Aprendí a bailar. En las reuniones a que asistía con mis
compañeros de clase, estos me ayudaron a perfeccionar los pasos. Fue cumplir
mis quince años y comenzó una serie de cambios en mi vida juvenil. Todas las
demás compañeras habían hecho fiestas enormes con trajes largos. Yo hice una
gran fiesta. Mi madrina hizo salir mi foto en el diario, ¡qué vanidad, Dios mio! La
fiesta se realizó en el salón de la confitería mas lujosa: La Americana. El salón
con piso de parquet era un sueño. Allí tuve mi primer baile con traje largo, blanco
y vaporoso. Mis padres y padrino me obsequiaron con un regio tapado de piel,
vinieron hasta familiares de Buenos Aires. Qué feliz me sentía. Mi casa se llenó
de ramos hermosos de flores que me enviaron los muchachos.
Por primera vez en mi vida

Después de mi fiesta de quince años, Azucena hizo un baile. Allí un muchacho a


quien no aprecio en nada me dijo que gustaba de mí. Era Rodolfo Bartolomeo. En
el cumpleaños de Nélida conocí a un joven morocho de hermosos ojos que se
llamaba Arnaldo Brescia. Me gustó mucho. Esa noche me recitó todo Tabaré de
memoria. Yo estaba encantada. Luego vinieron las vacaciones. Mis primos Luis y
Lydia pasaron todo el mes de enero y un poco de febrero conmigo. Fuimos muy
dichosos. Se casó en enero Blanquita, mi tía, una hermana de mamá que yo
aprecio mucho. Vivió con nosotros mucho tiempo. Hubo una fiesta en casa. Yo
bailé toda la noche con el Cholo. Este es un joven a quien conocí en mi infancia.
Es un buen muchacho y bailé muy bien. A fines de febrero fuimos a Piriápolis con
mi familia, pasé unas semanas inolvidables.
Por primera vez en mi vida flirteé. En mi hotel había un joven de cabello y ojos
negros que en el comedor se sentaba frente a mí. Me gustaba mucho. Un día salí
con él y otras jóvenes a andar en bicicleta y él no sacaba los ojos de mí. Cuando se
fue del hotel para Buenos Aires me quedé inapetente. Se llamaba Samuel. En la
playa todos los días veía a un rubio de ojos muy claros y alto y desgarbado. Él se
quedó prendido a mí. No sé la causa. Se sentaba en la arena cerca de mi grupo y
se pasaba por delante nuestro. No entraba al agua hasta que no entrara yo y hacía
gracias para que yo las festejara.
¿Contra quién?

Mi adolescencia estuvo marcada por mi vida en el Crandon. Es un edificio de tres


plantas en 8 de octubre y Garibaldi, construido con estilo americano y todo
recubierto por una hiedra. Posee un hermoso parque a su alrededor que se ha visto
disminuido por el nuevo edificio.
Como construcción es muy regular en sus formas. En el centro, un gimnasio y un
Salón de Actos; uno encima del otro y a su alrededor los salones de clase. Al igual
que en el Santa Elena, a fin de año se hacen representaciones muy buenas. En el
Chapel, que es como le llaman al Salón de Actos, se reúnen todos los alumnos y
tenemos comedias, conciertos y conferencias, los viernes y los martes. Cada clase
hace una comedia por lo menos. Recuerdo que la que hizo nuestra clase en nuestro
último año fue escrita por mí. Algo que me ha hecho feliz fue que en muchas
ocasiones en fechas patrias he sido yo una de las abanderadas.
Al dejar Crandon he llorado, porque debo dejar a la profesora que más he amado,
la señora Esperanza de Fuller. Es una profesora excelente. Nos ha contado muchas
cosas suyas y los jóvenes le contamos todo a ella. Es una santa. Miss Elda
Estévez, la maestra de la senior class, es una mujer joven, emprendedora, decidida
y muy buena. Miss Derby es una mujer admirable, buena, responsable.
Yo he cambiado mucho a través de los cuatro años liceales. Del colmo de la
timidez, me he desprendido de ella gradualmente. En este año he vivido muy
atareada. Crandon, las clases de taquigrafía y piano me tomaban todo mi tiempo.
Además maticé mis estudios con sábados y domingos de fiesta. En marzo tuve
tres fiestas grandes en que lucí mi traje largo, se casó la Quica. En su fiesta bailé
con Cholo. Fue en esta fiesta que triunfé, ¿contra quién? Por ese tiempo venía a
dormir a casa los jueves y domingos Nelly, mi mejor amiga de la infancia, que se
me tornó insoportable por su risa. Por sus tonos. Y por la manera descarada en que
miraba a los muchachos. Esa noche yo triunfé sobre ella. Me sentía confiada. Yo
bailé, ella no. Nelly, la Pocha, miraba al Cholo con diversas sonrisas. Yo por
delicadeza no lo miraba siquiera. Él me sacó a bailar a mí. Ella se mordió los
labios. El Cholo me dijo: “Nuri, la Pocha debe estar enamorada de mí, no hace
mas que sonreírme y mirarme. Me tiene cansado. Quiere que la saque a bailar,
pero a mí no me gusta: es muy grande.” Intentó ella quitarme al Cholo
nuevamente y en un momento de la fiesta se nos acercó y dijo sonriente: “Cholo,
la próxima pieza debe bailarla usted conmigo.” Sonreí. Cholo no tuvo más
remedio. Yo me alejé con mamá. Cuando terminó la pieza la pareja acabó en el
extremo opuesto en que yo estaba. El joven pidió permiso a su compañera, cruzó
el salón. Volvimos a bailar. Me sentí humillada por un momento. Luego feliz. En
el mismo mes cumplió sus quince años Muñeca. Yo me encontraba fuera de
ambiente. Bailé toda la noche con Jorge Bidegain. En el cumpleaños de Celia
bailé con un joven, Yoyo, que me arruinó la noche. Como no había mas
muchachos me resigné. El joven se enamoró de mí y durante toda la semana
siguiente fue a esperarme a la salida del colegio. Yo me ingenié para escaparme.
No volvió más. El diez de junio en casa de Hilda hubo una reunión. Yo bailé con
Arnaldo Brescia. En el cumpleaños de Marta bailé con Enrique Tirelli que me
resultó muy antipático y que como el resto, me pidió una cita. Yo siempre negué.
No hace mucho conocí la Escuela de Aeronáutica. Fui a visitar a cadetes
arrestados con unas amigas, bailé y pasé un rato encantador. Conocí a un cadete
Almada y a otro cuyo nombre era tan raro que no pude retener. Este último era
encantador. En las reuniones de Jorge Diana y Hans yo bailé con mis compañeros
de clase. Tuve una reunión con baile en el centro de Química y allí conocí a
Hugo, de nariz muy prominente. También se llamaba Hugo un joven con quien
bailé en el club Flamingo, en el kilómetro 27, más o menos. Era tremendamente
cortés y me decía que le gustaba el perfume de mis cabellos. Conocí también a un
cadete naval que se llamaba Rómulo, familiarmente Rolo. Tenía una personalidad
magnífica y era muy buen mozo.
Dieciséis
1948

Mi cumpleaños lo festejé también y resultó una fiesta magnífica. Jorge Castro,


compañero de Crandon, me envió un ramo de flores en una caja hermosísima.
Eran claveles rojos que tenían en el centro unos claveles blancos. No paré un
minuto. Todos deseaban bailar conmigo. Fui dichosa. Invité al profesor de
Química sin que él supiera. Qué sorpresa se llevaron todos y él inclusive.
En una reunión de Hans, Jorge Castro me dijo que me quería y era sincero. Me
gusta a mí también Jorge pero igual le dije que no. Insistió otras veces pero fui
inflexible, a pesar de que me dolía mucho.
El pasado lunes 29 di mi examen de inglés. Fue el último día en que llevé libros a
Crandon.
He took my hand

Martes 30 de noviembre de 1948

Me han dado al fin las participaciones para el Commencement, la ceremonia que


incluye el discurso final destinado a los egresados. Fui a casa de abuelita a
llenarlas. En ella hay una serie de preparativos porque abuelita vendrá con
nosotros a Buenos Aires el viernes once.

Miércoles primero de diciembre de 1948

He ido a Crandon con mi uniforme de invierno. Hoy es el esperado Class Day.


Entramos al Chapel, todos muy seriecitos al son de una marcha muy seria. Mrs
Connard, la Miss Reid, nos habló largamente. Encendimos las velitas y tristes y
emocionados nos retiramos. Después de la ceremonia nos encaminamos a Reid
Hall, donde esperamos a Miss Connard. Cuando llegó yo me acerqué a ella y dije
un pequeño discurso y le entregué quinientos pesos como regalo de la clase y la
conduje a la clínica, un cuarto completamente amueblado por mi clase. ¿De dónde
sacamos el dinero? Cada chica de la clase pagó cuatro o cinco pesos este año y
luego organizamos un desfile de modelos. Yo, aunque no desfilé, me lucí mucho.
Fui a la maitre y me compré un hermoso vestido nuevo. Con el desfile ganamos
mucho dinero. Se sirvieron helados y café. Los modelos lucidos fueron de
Madrileña. Yo estaba encargada de la propaganda e hice publicar en todos los
diarios anuncios. Mrs. Connard se quedó admirada y agradecida y nos prometió
que en dos puertas del nuevo edificio luciría una chapa en que dirá: “regalo de la
clase 1948”.

A la tarde fuimos invitados por la directora a un té en Tienda Inglesa. Llegué tarde


porque me fui antes a comprar un sombrero y Mrs. Connard, como yo era la
presidenta de la clase, me había reservado el asiento a su lado. Conversé con ella
en medio de las sonrisas de conmiseración de mis compañeras. Yo me sentía feliz,
a pesar de ellas. Mrs. Connard dijo unas palabras y luego yo tuve que agradecer.
Después del té fuimos al cine y vimos “Los inconquistables” con Gary Cooper y
Paulette Goddard. Éramos cerca de cuarenta y ocupábamos tres filas del cine.
¡Cómo nos divertimos! At the last moment Jorge sat beside me and he took my
hand between his. I let him because i like him very much and it was so sweet.
The president of the class

viernes 3 de diciembre de 1948

¡Qué día de emoción y felicidad para mí! Estaba sí, por qué no, bonita con un
hermoso traje blanco, llevando un ramo de hortensias rosadas y siempreviva
celeste. Al entrar en el Chapel, mi corazón estaba embargado de emoción y
dulzura. Me senté al lado de Miss Mystrom. Luego, al rato, dije mi discurso.
Cuando llegué a Crandon me sentí disminuida. Ahora encuentro que no había
razón.

En esta ceremonia, que fue el broche de oro de mi vida en Crandon, yo fui quien
tuve quizás importancia. Serena ante el auditorio hablé con emoción, con fervor,
con entusiasmo. Me había propuesto ser brillante y lo logré.

Yo valgo algo, sirvo para algo. Estoy satisfecha de mí misma. Fue mi trabajo y mi
voz las que fueron elegidas por mis compañeros y maestras. No tengo que
sentirme menos por tener menos dinero y carecer de una “posición social
elevada”. Las personas valen por sí mismas. De qué les ha servido al resto su
fortuna y su nombre en la ceremonia; ellas se puede decir que no tomaron mucha
parte, ninguna parte. El programa fue maravilloso. Cuando nos entregó los anillos,
el embajador sonriendo dijo: “Congratulations to the president of the class”. Miss
Connard entregó los diplomas y luego no me dejó ir a sentarme, me tomó de la
mano, me acercó a ella y dijo: “Yo creo que es la más pequeñita de la clase pero
es también la presidenta”.

Vilma, Carlos, Vera, Daniel e Hilda no se graduaron. Después de la ceremonia al


ver a Hilda se me llenaron los ojos de lágrimas. Luego vinieron las felicitaciones.
Todo el mundo me decía cosas agradables. Cuando llegamos a casa mamá me
había preparado una fiestita.

Sábado 4 de noviembre de 1948

A las seis de la tarde ya estaba con mi traje largo y fui a sacarme una foto y de allí
fuimos a Crandon para el banquete. Asistieron a este personas de gran
importancia. Habían, por ejemplo, tres graduadas de hace cincuenta años. Se
realizó en el gimnasio. Fui la primera en entrar. Delante de cada plato había una
tarjeta con un nombre. Me senté al lado de la sra. de Tuddenham, ex directora de
Crandon. Una señora americana simpática. Hablé mucho con ella y con los
muchachos sentados frente a mí, graduados en el año 45. No hacían otra cosa que
mirarme. Hubo una serie de conferencias y por fin tocó mi turno. Di una
conferencia de un minuto, no más. Me sentía orgullosa, honrada al estar sentada
junto a una señora tan respetable. Cuando salimos, otra vez me halagaron las
felicitaciones.
Pero mi voz no debe

asumir sus batallas,

porque él se las llevó

en un sueño final.

Jorge Luis Borges


La busca su padre

Luego de terminar mis estudios en la universidad, el 5 de enero de 1956, me recibí


de abogada. Pero no sabía a donde ir. No había lugar para una mujer. Entonces
empecé a estudiar en la Facultad de Humanidades. Un día, estando en clase, entra
un hombre al salón: “¿Nuri Rodriguez? La busca su padre”.
Mi padre me mandaba a llamar para decirme que tenía que ir hasta el banco La
Caja Obrera, donde me iba a atender una persona. Tenía que ir hasta ahí.
Esa misma persona que me atendió me contrató en el acto. Me dijo que ingresaba
al banco en ese momento; empezaba a trabajar.
Habían creado un departamento de concesiones de confianza que tenía por objeto
asesorar a los clientes del banco en temas de cualquier clase: familiares,
comerciales, laborales.
A mí me asignaron como secretaria legal del gerente que estaba a cargo de ese
departamento. Este hombre trabajaba en un escritorio cerrado y vidriado y yo
trabajaba del lado de afuera, junto al resto de los empleados de ese piso.
El gerente de esa sección era un caballero como nunca vi. Me llamaba cada vez
que tenia algo para hacer. Yo había estudiado, además de mi carrera, taquigrafía y
dactilografía por lo que todo lo que él decía, yo lo transcribía rápidamente y
después lo pasaba a máquina. Se ve que estaba preparada para ser una secretaria.
Cinco años y cinco días

Y estaba preparada para el cargo, claro que sí. Culminar mis estudios fue un
proceso vertiginoso también. Egresada de Crandon, hice los dos años de
preparatorio para poder entrar en Derecho. Cuando estaba haciendo el último año
me faltaban como diez materias pero al mismo tiempo, mi papá se enfermó. Me
dijeron que estaba grave, que se moría en cualquier momento. Tenía una
enfermedad en el corazón.
Entonces ahí me preocupé de dar una materia por mes. Di las diez materias, fue
un sacrificio absoluto, no fue nada fácil, tenía que estudiar con exageración y con
una dedicación total. Me recibí el 5 de enero del año siguiente. En el 51 ingresé, y
me recibí el 5 de enero del 56. 5 años y 5 días.
Era darle la felicidad también a él, y por suerte, vivió muchos años mas. Vivió
bastante mas. Yo tenía 23 años cuando me recibí y él vivió mucho mas.
No le di importancia

“Yo no pienso usar uniforme”, les contesté.


Las empleadas de la sección, que eran unas siete mujeres, habían venido todas
juntas hasta donde yo estaba para decirme: “Te vamos a dar la dirección para que
te vayas a hacer el uniforme”. Ante mi respuesta, ellas se fueron molestas, así
como estaba molesta toda la gente. Los empleados del banco estaban furiosos
porque había entrado sin concurso. Yo era abogada, tenía formación, pero los
empleados no me querían. Otro día hubo un acto en el piso donde yo trabajaba,
que era enorme, y los empleados empezaron a gritar contra mí pero yo, al lado del
escritorio vidriado, me quedé tranquila, sin que me pasara nada. No le di
importancia.
Me acuerdo que en esa época, en el banco, trabajaba un escribano que era tío de
unas compañeras mías de Crandon y yo lo conocía de las reuniones familiares
cuando me invitaban estas chiquilinas. Cuando llegué al banco fue mi tutela.
Entonces él, que se tomaba un café en la media hora de descanso, me llevaba a
otro recinto cerrado, igual a aquel en que estaba mi gerente, ubicado al otro
extremo del patio. Me llevaba allí y nos reuníamos con el gerente de la sesión
inmobiliaria y un gerente de tasaciones. Ellos eran como mis protectores, frente a
aquella masa de empleados que no me querían, pero el trato fue evolucionando.
Las cosas fueron cambiando.
Las cosas fueron cambiando

Después de Crandon perdí la vocación religiosa. El colegio era protestante y había


una clase de religión, Religion class, pero la enseñaban como si fuera una materia
científica, como si fuera Geografía, entonces eso me enfrió. En vez de la pasión,
era una materia mas. Era muy objetiva la visión sobre la religión.
Me acuerdo que en el Santa Elena, también estaba la hermana Margarita. Era
bonita, delicada y toda bondad pero yo le guardaba cierto recelo. Nunca fue mi
maestra. Cuando fui a visitar el Colegio ya de grandecita, siendo alumna de
Crandon, me gustaba hablar con ella y solíamos conversar en inglés.
Un problema familiar

Como en el banco se enteraron de que yo asesoraba legalmente a ese gerente, un


día vino un empleado con un problema familiar. Él me lo planteó y yo le di la
solución. Y empezaron a venir otros. Mientras asesoraba al gerente, los empleados
me contaban sus problemas. Venían a contarme sus problemas incluso mis
compañeras mujeres. Recuerdo a una que era la secretaria del presidente del
banco, que terminó siendo muy amiga mía. Una vez estuvo en nuestra casa de
Punta del Este, siempre me acuerdo de esto: fuimos a la playa con ella y mis hijos
Carlos y Daniel. Daniel, que era el más chico, le empezó a hacer cosquillas abajo
de los brazos y ella era una mujer muy discreta, siempre toda tapada y reservada
pero en aquel momento no pudo contener la risa.
Víspera

jueves 5 de enero de 1949

Salí de mañana y compré juguetes para la Myriam. Es hermoso el espectáculo de


la calle en Víspera de Reyes. Todo el mundo de compras y con la alegría pintada
en el rostro. Solo vi a un triste niño en Bazar Mitre. Quería comprar un juguete
con $0,50 y lo que le gustaba costaba $0,90. No tenía dinero para prestarle y me
causó tanta emoción este hecho que no me di cuenta que podía habérselo pagado
con la cuenta corriente.
Un escritorio y una sillita

Como el departamento de concesiones de confianza prestaba asesoramiento, el


Colegio de Abogados protestó. Alegaron que era una competencia desleal con los
propios abogados y obligaron al banco a cerrar el departamento. A mí me
mandaron a Casa Central. Pero no me asignaron directamente a jurídica. Siempre
fui muy estudiosa de la leyes, y por ese entonces, yo lo que hacía era el
seguimiento de las discusiones legislativas que día a día eran publicadas en el
diario oficial. Por lo tanto, cuando se daba a conocer la nueva ley yo ya tenía un
informe preparado al respecto. Y ese informe circulaba por todo el banco. Habían
comprobado que estaba preparada para ir a otro lado; con mis antecedentes de
formación y mi tiempo de trabajo era una secretaria administrativa pero
lamentablemente no fui de forma directa al Departamento de Jurídica, si no que
me metieron en un salón grande con un escritorio y una sillita y me pasaba ahí,
trabajando sola. Sobre aquellos informes.
El abogado del banco soy yo

Un día estaba reunida la presidencia del banco en sesión de directorios y me cruzo


al asesor de abogados del banco, que me dice:
“Me enteré de que usted contesta consultas a los gerentes, pero le recuerdo que el
abogado del banco soy yo”.
Le respondí: “Bueno, dígales entonces a los gerentes que no me consulten”.
El mundo cambia
si dos se miran y se reconocen

Octavio Paz
Nuestro último baile

Miércoles 8 de diciembre de 1948

He descansado hoy, pero solo físicamente. Estoy angustiada. No he hecho otra


cosa que pensar en que terminará mi pequeño idilio con Jorge.

Martes 7 de diciembre de 1948

Hoy fue la fiesta de Lydia Santalucci. A las 21 y 30 salí de casa. Me llevó Gladys
con su padre. La casa de Lybia es hermosísima. Amueblada con mucho lujo y
gusto, está repleta de pinturas. Posee una terraza que da al mar. De día es hermosa
la vista, de noche sublime. Bailé mucho con Jorge Bidegain. Es simpático y bailé
muy bien. Me sacó a bailar también un morocho muy lindo, hermano de una niña
de Crandon. Tuve que resolver en esas horas un problema harto difícil. Jorge
Castro me ama muchísimo. Ante mis negativas sus ojos se llenaban de lágrimas.
¡Qué pena, Dios mío! Camilo me aconsejó de decirle que no o que sí
rotundamente sin rodeos. Si le decía que no, él se encargaría de conformarlo. Yo
quiero mucho a Jorge, me encanta su compañía. Le dije luego a Jorge el consejo
de Camilo y accedí: “Si te digo que no, es mentir, si te digo que sí, nuestro amor
es imposible”. Tenía la prohibición de mamá y mi propia inseguridad. “Por favor
Nuri, es nuestro último baile juntos, déjame llevar un recuerdo dulce”, me dijo.
Me estrechó fuertemente la mano y bailamos muy juntos: nuestras caras juntas.
¡Qué felicidad, qué emoción! Hubiera deseado que aquel momento no terminara.
Me separé de él con un gran dolor. Le quiero. Podré decir que fue mi primer amor.
¿Qué sucederá luego?
Piano

1948

Cuando estaba en la mitad de mis trece años pedí a mis padres que me permitieran
estudiar piano. Había conocido a Hugo Balzo en un concierto que dio en Crandon,
y estaba maravillada. Fue realmente increíble. Desde ese día quise aprender a
tocar como él. Cuando cumplí mis catorce años me regalaron un hermoso piano
alemán, el mejor. Ahora estoy en cuarto año y toco dos valses de Chopin, tres
mazurcas y un preludio del mismo autor, el primer movimiento del Claro de luna
de Beethoven junto con su Para Elisa; de Schubert, Momento musical y Serenata.
De Mendelssohn Cuatro canciones sin palabras. Realmente estudio piano
concienzudamente. Qué placer me da.
Mirá lo que me traen

En la casa de 8 de octubre el frente era todo un ventanal de vidrio. Todo vidrio


adelante, donde estaba el escritorio y el living. Un día estaba con Antonio, mi
marido y tocan timbre. Atiendo y le grito “¡Mirá, mirá Antonio! ¡Mirá lo que me
traen!” Me había comprado un piano de cola sin decirle nada. En ese mismo
momento me estaban haciendo la entrega y yo haciéndome la sorprendida, como
si me lo trajeran regalado.
Una de mis tantas travesuras, pero Antonio jamás se quejó. Se acostumbró a todo,
la verdad que nunca me reprochó.
Antonio

En aquel momento yo trabajaba en La Caja Obrera.


Un buen día, una compañera del Banco que trabajaba en otra sección se me acerca
y me dice: “Nuri, se murió la madre de un compañero y yo no tengo forma de ir.
¿No me podrás llevar en auto hasta el velatorio?” La velaban en la casa. Entonces
la llevé y ahí lo conocí.
En realidad, fue la primera vez que le presté atención a ese otro compañero del
Banco. Pero claro, era una situación muy delicada. Simplemente acompañé a mi
amiga.
Él trabajaba en un sector cercano al mío, la Sección de Inspección del Banco,
donde se controlaba toda la actividad bancaria dentro de las sucursales. Él era
empleado ahí y yo ya estaba en la Jurídica.
Después de eso, veía que Antonio no mejoraba. Su sección tenía un mostrador y
detrás se veía a todos los empleados en sus respectivos escritorios. Habían pasado
dos meses de la muerte de su madre pero todavía seguía así, con la cabeza entre
las manos, apoyada en la mesa, siempre con la mirada para abajo, veía que no se
recuperaba de aquel golpe. Hablé sobre él con mi amiga, “cómo no se recupera,
qué triste”.
Pensé en que mejor lo invitaba a mi casa, a ver si podía ayudarlo, a levantarle el
ánimo de alguna manera. Él empezó a visitarme y yo le leía novelas, le tocaba el
piano, y estábamos ahí rato, dos horas conversando o más.
Hasta que un buen día se levantó del sillón donde estaba y me dio un beso. Y en
ese instante fue que quedé enganchada yo.
Creo que hasta ese momento había sido bastante bonita y atractiva, pero no le
daba corte a nadie. Estaba enfocada en mi trabajo y nada más, pero así, como por
pura casualidad, se despertó el amor.
Luego lo presenté a mi familia, en ese momento mis padres vivían más tiempo en
la casa de Piriápolis porque mi papá estaba enfermo y el médico le había
aconsejado que se fuera de Montevideo a descansar, a un lugar más tranquilo. Fue
ahí que formalizamos. Fuimos una pareja increíblemente buena, un matrimonio
maravilloso. Maravilloso. Nos llevábamos bien en todo. Aunque él fue más
conservador y yo una derrochona.
Él la madre

Mi hijo Carlos sigue la misma especialidad, mientras que Daniel, pienso yo que
por oposición, se dedica a la música. Mi esposo era contador y resultamos después
ser abogada y contador de las mismas sociedades, trabajábamos en común
montones. Todo el día juntos estábamos. Por el trabajo y la casa.
La verdad que una vida maravillosa. La vida familiar fue estupenda. Me acuerdo
que Antonio tenia un carácter muy especial, entonces el pediatra de los chiquilines
decía que yo era el padre y él la madre, porque él los cuidaba y yo los consentía.
Siempre me acuerdo que íbamos en Punta del Este a la Playa Brava, que es
bastante peligrosa, y Antonio se quedaba cuidando la casa, arreglando, haciendo
cosas; a él no le gustaba mucho la playa, así que yo iba con los chiquilines, nos
tirábamos en el agua y de pronto veíamos la cabeza de Antonio asomándose entre
las dunas de la playa: “¡chiquilines salgan del agua!, ¡pónganse la camisa,
pónganse los sombreros!”, ahí era que nos volvíamos.
Él era el cuidadoso y yo era la despilfarradora. Cuando Antonio se venía a
Montevideo por cualquier motivo, nosotros salíamos a gastar plata. A un
restaurant que nos gustara de la zona, o a las heladerías del centro y gastaba toda
la plata que tenía en consentir a los chiquilines.
Todo junto

Finalmente, el asesor letrado que parecía ser el único abogado en el banco se


jubiló. Entonces pasé a la sección Jurídica y todo cambió. Dejé ese cargo
inventado donde asesoraba según las leyes y en mi nuevo puesto fui bien recibida.
Habían otros dos abogados además de mí, también algunos procuradores además
de los empleados encargados de redactar los escritos y atender a los clientes.
Ahí pasé a ganar plata, porque cuando los abogados de la asesoría ganaban un
juicio, tenían derecho a un honorario. Y todos los días se cobraba ese honorario y
yo llamaba a mi papá “¡papá, papá, gané tanto!”, porque se dividía entre los
distintos abogados, los procuradores y los auxiliares. Se ve que era una buena
plata y era una experiencia lindísima. Yo salía con lo que aportábamos entre todos
a comprar masitas y festejábamos, daba para todo eso. Era muy lindo.
En Jurídica estuve hasta que me jubilé.
Después en paralelo fui docente, también abogada en la Corporación Nacional
para el Desarrollo, siempre estando a cargo de algunos juicios muy importantes.
En la Corporación, ayudaba a determinados comerciantes y sociedades; estudiaba
la estructura de la sociedad financiera que se presentaba, todos los aspectos
jurídicos. La época de la Corporación la recuerdo como un período muy lindo.
Fue al mismo tiempo que estaba en el banco. Hacía todo junto. Me dedicaba
muchísimo a mi trabajo. Solo trabajaba. La verdad que me encantó.
Usted está loca

Me acuerdo que una vez fui a tomar un embargo como abogada del banco, a un
deudor que estaba en el interior.
Cuando voy a salir de mi casa, me dispongo a manejar en mi auto hacia el
departamento del interior a hacer la diligencia y aparece el otro asesor letrado del
banco que era compañero mio y me dice:
“Nuri, usted está loca, ¿cómo va a ir sola a una audiencia con un tipo que es un
delincuente? La puede matar.”
Abrió la valija de su auto y sacó un palo largo para defenderse. Vaya uno a saber
si el demandado tenía mala fama o por qué lo consideraban tan peligroso a ese
hombre, pero la cuestión es que mi compañero abogado había ido corriendo para
acompañarme.
Él se subió a mi auto con el palo. Por si pasaba algo.
Indelebles

Papá estaba muy enfermo en su casa cuando nació Carlos, mi hijo mayor. Me
acuerdo que lo llamé estando todavía en el hospital, eran como las doce de la
noche, imaginate, mi padre enfermo y yo emocionada, entre risas, le digo “papá,
ya nació, ¡es un varón!, le voy a poner Carlitos.”
Esos recuerdos increíbles que a uno le quedan indelebles en la memoria, ¿no?
Cinco o seis años

Me acuerdo que cuando llegué a casa con Daniel, Carlitos lo miraba con unos
celos imponentes.
Cinco o seis años se llevan. Si, cinco o seis años mas o menos. Nunca me acuerdo
bien. Pero lo miraba con celos al Danielito chico.
Alguna vez les conté que el pediatra de Carlitos le decía “Carlos, no es bueno ser
hijo único, usted tiene que tener un compañero”. Desde que se enteraron de esa
historia, Daniel siempre se enojaba; decía que yo lo concebí simplemente por
hacerle un favor a Carlos.
Me acuerdo de eso pero ya no me lo repite más.
Son las cosas de antes. Y Carlos mirando al recién nacido; siempre recuerdo la
carita de él mirado a su hermano bebé.
Fue muy divertido, con la crianza de los dos hijos me divertí montones.
Yo no sé cómo hacía, pero se ve que me repartía bastante bien entre el trabajo y la
familia. Tenía la ayuda de una empleada maravillosa que los crió como si fueran
sus hijos; se llamaba María y entonces cuando me iba de tarde a trabajar al banco
y a la Corporación y a todas las demás cosas que hacía, yo sabía que ella quedaba
a cargo de los chicos. Además vivía conmigo mi padrino, que estaba sano y
padrino los cuidó muchísimo, mucho. Tengo fotos de mi padrino con mis dos
niños, montones de fotos. Me iba pero me iba tranquila, sabiendo que tenían una
buena custodia.
Aunque después, cuando los chiquilines empezaron a ser un poquito mas grandes,
hacía travesuras yo. Porque me escapaba del Banco y los iba a buscar para jugar
tennis con ellos. Íbamos al club del Prado a jugar tennis, bien lejos de casa. Y bien
lejos del Banco. Vivíamos en la casa de 8 de octubre. Me escapaba del banco para
ir a jugar tennis. Después del club, los llevaba de vuelta a casa y me volvía al
banco a seguir trabajando. Lo mismo hacía con las clases de piano. La profesora
de ellos vivía en 18 de julio, en pleno Centro. Los levantaba en 8 de octubre, los
llevaba a la clase de piano, de vuelta para casa y después me iba al Banco.
Trabajaba tanto para el Banco, que nadie se fijaba ni me preguntaba.
La felicidad y la alegría de vivir no se encuentran ni en el dinero ni en el amor,
sino en la verdad. Aunque a lo único a que aspiraras fuera una felicidad animal,
la vida no te dejaría embriagarte de ella y ser feliz, no dejaría de abatirte a
golpes duros.

Anton Chéjov
Esa ilusión

Jueves 9 de diciembre de 1948

He ido a Crandon a buscar la cédula de estudiante, el boletín. Me he despedido de


maestros y compañeros. Luego comencé a preparar valijas. Mañana partiremos a
Buenos Aires.

Viernes 10 de diciembre de 1948

Vamos a Buenos Aires por vía Colonia. Tomamos el ómnibus a las siete de la
mañana. A las doce tomamos el vapor y llegamos a Buenos Aires a eso de las dos,
dos y media. Almorzamos en el vapor. Yo era la única jovencita que había. Esa era
la razón de que los jóvenes dedicaran toda su atención en mí. Fue divertido. Fue
con nosotros abuelita. En el puerto nos esperaba tío Antonio, tía Carmen, tía
Irmita, Manolo, Luisito y más tarde llegaron Julia y Dorbal. Después de una serie
de incidentes llegamos a casa de tía. No hacía otra cosa que desear verla. Fuimos a
casa de tía Amparo con Lydia. Me sentía feliz. Lydia comenzó por presentarme a
todos los jóvenes conocidos. Por ser el primer día me presentó a la Ñata, una ex
novia de Luis y a Germán y a Coco, es decir, Luis. A eso de las siete fuimos los
cuatro a casa de la modista que vivía cerca de la estación Constitución para buscar
el traje largo de mi prima. Los muchachos, los mejores amigos de Luis, nos
invitaron con un helado. Llegamos algo tarde a casa pero aún así después de cenar
bailamos un poco.

Sábado 11 de diciembre

A la mañana acompañé a Lydia en los mandados y la ayudé a arreglar los cuartos.


A la tarde bailamos otra vez y ya comenzamos a excitarnos al ver llegar flores, la
confitería, discoteca. A las ocho no soportamos más y las dos primas fuimos
corriendo a ponernos nuestros trajes largos. Yo estaba muy bien. Me ayudaba el
traje hermoso de organza bordada y de falla y un regio peinado que llamaban
Amazona. Al principio no hice más que saludar gente. Muchísimos me conocían y
querían verme. La sorpresa que manifestaban al verme tan grande y bonita era
enorme. Tenía el atractivo de ser de Montevideo. Con mi sonrisa, mis palabras y
mis gestos, pronto conquisté a todo el elemento mayor de la fiesta y un poco más
tarde al joven. Estaba brillante y me sentía feliz de mi triunfo. En eso, Vitarboni
me detuvo y me dijo una serie de elogios y yo tremenda coqueta giré sobre mí
misma para mostrarle el vestido. Cuando terminé la vuelta vi con sorpresa a Fito
que exclamó con una sonrisa: “¡Estás hermosa, Nuri!” Corrí hacia él y nos dimos
un beso. Fito es el primo de papá más querido por todos. Cuando los conocí a
todos hace cuatro años, comenzamos a cartearnos. Es el primo más culto. Ama la
música. Es bailarín. Todos sus hermanos son panaderos, rústicos. Pero él es
delicado. Hubiera seguido una carrera si no fuera por la oposición de sus
hermanos que deseaban, ignorantes, que todos ellos fueran panaderos. Él los
ayudó siempre y estudiaba baile. Actualmente baila con Miriam Winslow,
consagrada bailarina norteamericana en danzas modernas. Él es uno de los
primeros bailarines. Es maravilloso su arte. Bailé esa noche como nunca. Estuve
de lo más solicitada. Transformada. Decía bromas y chistes y todos los muchachos
a mi alrededor los festejaban, yo en medio de ellos. Iba de un lado a otro diciendo
una palabra amable a uno, riéndome con el otro. La fiesta terminó a las seis de la
mañana. Me dormí recordando el vals Danubio Azul que había bailado con Fito.
Los valses son hermosos; bailados con traje largo blanco es una ilusión. Yo viví
esa ilusión. Bailábamos bien separados mirándonos a los ojos y girábamos,
girábamos, girábamos sonrientes. Toda la gente se agrupó para mirarnos. Lo
hicimos dos veces seguidas. Mañana lunes me levantaré, como es natural, bastante
tarde.

Lunes 13 de diciembre

Fuimos a la casa de María y tomamos unas copas de champagne con sándwiches.


Me aburrí soberanamente.

Viernes 17 de diciembre

Otra vez salimos solas Lydia y yo. Esta vez fuimos al cine Biarritz. Mamá me
había hablado de la confitería Richmond, donde concurrían muchos muchachos
jóvenes y buen mozos. Allí fuimos nosotras y quedamos deslumbradas, ya que era
verdad lo que nos había contado mi madre.
Un encuentro con mamá

1949

Lunes 3 de enero

Julia, la muchacha de casa, se ha enfermado, por lo tanto todos los quehaceres los
hace mamá y yo la ayudo en ellos. El único placer y alegría que tengo es que
estamos solas y tranquilas.
Deseaba aprender a hacer las cosas de la casa y ahora tengo la oportunidad. De
noche planché. Fue la novedad del día. Recibí muchas felicitaciones.

Miércoles 4 de enero

Estuve todo el día encerrada en casa.

Jueves 5 de enero

Este año no esperaba que me trajeran algo los Reyes Magos y me causaba pena;
pero a la tarde salió mamá y me quiso llevar. En cuanto salió ella, me vestí y
arreglé y salí también yo. Qué diversión me daban mis andadas. Yo maquinaba en
mi cerebro las distintas situaciones que se me podían presentar: un encuentro con
mamá en pleno 18 de julio; llegar a casa y que estuviera mamá.
Algo amargo

Mi mamá vivió hasta los noventa años. Yo siempre la tuve conmigo. Pero unos
meses antes de morir la llevé a una casa de salud, porque se había enfermado.
Mamá era una mujer que adoraba tenerme bien arreglada mientras era chiquilina,
que yo me destacara en todo: en la vestimenta, en el arreglo; pero yo quería
mucho mas a mi papá que a mi mamá. Toda esa intención de mi madre en que yo
me destacara, siempre me resultó una carga. En los años de Crandon, nadie se
fijaba, nadie me preguntaba, pero ella insistía con las apariencias.
Mi mamá tenía cosas perversas también. Una vez, ya era abogada yo, y ella me
obligó a ir Buenos Aires a reclamarle a mi familia de Argentina la parte de mi
papá en las propiedades que ellos tenían. Era una propiedad modesta, no era nada
del otro mundo, era un inmueble nomás. Me hizo ir a pelear con mi familia, algo
que me desagradó muchísimo, y a pesar de eso, yo no sé por qué, pero le
obedecía. Le terminé haciendo caso pero me dejó algo amargo en el espíritu
contra ella. Me dejó algo malo. Y alguna otra cosa me hizo hacer también.
Recuerdo que obligó a mi padrino a hacer un testamento a mi favor. Yo me enteré
porque la escuché cuando dijo eso. Mi padrino era el socio de mi papá en el
Germinal y tenían a medias los títulos de la propiedad. Yo la escuché claramente
cuando le dijo: “si usted no hace eso, la sociedad con mi esposo va a terminar.”
Una amenaza tan fea. Mi padrino hizo el testamento y yo me quedé mal por todo
eso.
Resulta que él tenía familia en Buenos Aires pero hacía como treinta años que no
la veía. Aparentemente la familia se enteró que él existía y lo vinieron a ver acá, a
Montevideo. Estuvieron en mi casa y lo hostigaron tanto que terminó revocando el
testamento que mi madre le había exigido.
Entonces padrino me dijo: “Disculpame Nuri, pero tuve que hacer esto, porque es
mi familia y bueno, vinieron”. “A ver, no te preocupes padrino”, yo no me
preocupaba por las cosas materiales.
El esfuerzo

Falleció mi padrino y volvieron a aparecer sus parientas de Buenos Aires, pero ya


no se preocuparon por más nada. Después de que murió, como él había hecho
aquel testamento, vinieron a buscar su parte. Yo estaba indignada pero no
importaba. Lo que hice fue estimar la parte de los inmuebles que les correspondía,
les pagué en efectivo y me quedé con la propiedad plena de todas las propiedades
e inmuebles y ellas aceptaron el pago del precio. Yo había hecho una tasación,
seguramente ellas la confrontaron y sería la adecuada. Me quedé dueña de los
inmuebles. Porque yo ahí ya estaba trabajando bien, me iba bien y podía hacer ese
gasto. Aunque me parece que yo pedí plata prestada para eso. Fueron las cosas de
la vida, ¿no? Justo a padrino, que nunca se había interesado por nada.
En mi casa yo tengo montones de fotos con los chiquilines, era como un segundo
padre. Era mi segundo padre. Y que hubiera hecho eso, de revocar un testamento,
no padrino, ni te preocupes. Nunca tuve esos intereses así por la plata, no. Pero
como sí tuve la oportunidad, me quedé con esa propiedad. Pagándoles a las
parientas lejanas que tenía, que nunca se habían preocupado por él. Y esa casa
representaba además el trabajo de mi padrino y de mi papá, desde que empezaron
a trabajar siendo muy jovencitos. Fue el esfuerzo de los dos, fueron dos socios
bárbaros. Dos socios maravillosos. Yo los adoraba.
A partir de este momento

La profesora que más he amado es la señora Esperanza de Fuller. Al dejar


Crandon he llorado. ¿Por qué? Porque debo dejarla a ella. Es una profesora
excelente. Nos ha contado muchas cosas suyas y los jóvenes le contamos todo.
Nos ha hecho reír mucho y nos ha hecho llorar también. Le debo tanto a ella.

También fui docente. Al recibirme, un bedel me dice: “mirá, hay un profesor que
no lo quiere nadie porque tiene mal carácter. Y no tiene aspirante, nadie quiere ser
aspirante de él.”
Miguel Roca, catedrático de Derecho Comercial. Así llegué a mi especialización,
de casualidad. Después me encantó.
“Una mujer no puede ser aspirante a Derecho Comercial”. Tremendo. Aquel
hombre ogro no me quería, para nada. Mientras trabajaba en el banco, era
ayudante en esa materia.
Cuando terminé la aspirantía, me hicieron presentar una tesis para acceder al
cargo de docente. Se ve que la tesis estaba muy bien, yo me acuerdo que estudié
montones y ese hombre, que no me quería, estaba en el tribunal.
Aprobó la tesis y a partir de ese día, cambió.
Entonces me llamaba todos los días porque yo ya era abogada en el banco, en la
Ciudad Vieja, y él tenía el estudio a la vuelta; me llamaba todos los días para
tomar un café en el escritorio de él y hablar de temas jurídicos. Creo que por estas
cosas la vida es tan especial. Recuerdo que cuando mi papá murió, él vino a verme
y me dijo: “a partir de este momento, su padre soy yo.” Fue realmente
emocionante para mí.
Después, cuando con Antonio compramos la casa en Punta del Este, resultó que
Miguel también tenía un apartamento en el balneario, y nos invitábamos todo el
tiempo entre nosotros a comer asados. Se hizo amiguísimo nuestro. Creo que
todavía tengo una foto de él con Carlitos en los brazos. Divino. Fue un cambio
total. El hombre ogro era otra persona, muy tierno conmigo. La vida tiene estas
peculiaridades tan lindas.

Fui la segunda docente mujer en la Facultad de Derecho. La primera había sido


Adela Reta, de quien fui alumna. Adela era penalista, yo comercial.
Ahora las mujeres son mayoría en la Facultad. Habrá cambiado todo ese aspecto,
supongo.
La casa

Después de tantos sacrificios y padecimientos, mi papá murió. Con padrino, en la


época en que empezaron a trabajar el Germinal, primero compraron la casa en
Urquiza y luego otra. La de 8 de octubre. A medida que papá fue haciendo dinero,
compramos esa otra mejor. Cuando fallecieron todos ellos me quedé sola con esa
casa. La quise cambiar para no tener más recuerdos tristes. La modifiqué
totalmente, ahora es una casa moderna, muy linda, con todo un ventanal de vidrio
al frente. Ahí llegamos a vivir con Antonio y los chiquilines.
Recordar (aunque vuelva otra vez el miedo) el minuto, el segundo en que no
estuve solo esa noche.

Juan Carlos Onetti


Usted sola

El juicio más importante que tuve en mi vida duró quince años. Quince años o
más, ahora no me acuerdo. Ese juicio lo inició un tal Elías Ibrahim contra el
Banco Comercial. En el año 1987. No recuerdo si el hombre era turco o armenio,
tendría que revisar mis apuntes. Resulta que el Estado uruguayo había comprado
el Banco Comercial cuando se fundió; el estado lo capitalizó y luego las acciones
del Banco Comercial, capitalizado por el Banco Central del Uruguay, se vendieron
a una empresa particular y en el contrato de compra venta se especificó que si se
iniciaba un juicio contra el Banco Comercial por hechos anteriores a la venta,
entonces esos juicios los tenía que defender el propio Banco Central. El Estado se
haría cargo. Y pasó eso, iniciaron un juicio al Banco Comercial por un hecho
anterior a la compra venta con el Banco Central y el mismo banco, por medio de
la Corporación Nacional para el Desarrollo, me desginó a mí para defender al
Banco Comercial. Ibrahim hizo el juicio contra el Banco Comercial,
especialmente contra los directores del banco.
No me olvido más de la primer audiencia por ese pleito.
En la primer acta de audiencias, estaba yo en representación del Banco Comercial
y todos los directores del banco se presentaron cada uno con uno o dos abogados,
entonces el juez de turno me mira y me dice:
“¿Usted sola viene a defender al Banco Comercial?”
Con un gesto despectivo, por supuesto, porque era la única mujer abogada que
estaba ahí. “Sí”, le dije, “Si estoy formada para esto”.
En esta misma audiencia, despectiva por parte de este juez, todas las partes
acordaron un arreglo con ese Ibrahim. Le pagaron algo de lo que reclamaba y con
esto terminaba el juicio. El pleito solo siguió contra mí, con el Estado, contra el
Banco Comercial. Yo presenté, como contestación de la demanda, un detalle sobre
los dichos del señor Ibrahim, quien decía “yo soy accionista del Banco Comercial
y por la mala administración perdí lo que aporté.” En el acta de la primer
audiencia figura que durante la sesión, especifiqué “El señor Ibrahim dice que es
accionista pero no presentó las acciones. ¿Cómo justifica que es accionista si no
las presenta?”
Aquel juez no me hizo caso. Perdí el juicio.
Condenaron al Banco Comercial a pagar 12.000.000 de dólares. Yo apelé ese
fallo, pero en el Tribunal de Apelaciones lo mismo, mantuvieron la condena.
Y todo ese pleito fue larguísimo porque él tenía que probar los perjuicios que
había sufrido por el Banco. Aquello llegó a ser un expediente de dos metros de
altura.
El Tribunal tampoco me hizo caso en lo que dije, condenaron al banco a pagar,
sentencia en contra, y yo presenté tasación, ante la Suprema Corte de Justicia.
Cuando llegué a la Suprema Corte, estaba ya todo el expediente gigantesco al lado
de la mesa central.
Les dije: “Señores ministros, yo vengo diciendo desde el primer día que este señor
se dice accionista y no lo comprobó.”
Yo creo que querían hacerse fama con un juicio millonario, condenando a un
banco a pagar millones. Pero la Suprema Corte de Justicia inmediatamente dijo
que yo tenía razón.
La verdad es que el Estado me apoyó, en determinado momento me dijeron
“doctora, usted está trabajando pero no está ganando nada”. Entonces me
empezaron a pagar 200 dólares mensuales. Y cuando gané el juicio, me pagaron la
diferencia, 200.000 dolares con los cuales compré el apartamento en el cual estoy
viviendo ahora. Esa compra tiene un buen origen.
Quince años de pleito por lo menos, si habré pleiteado. Era elemental.
Ibrahim decía que él había estado presente en una reunión de accionistas, después
hasta llegaron a decir que actuaba en representación de la hija.
Pero fue un juicio muy interesante. Salieron fotos de Ibrahim en los diarios, que
todavía las guardo, porque fue un pleito importante. Creo que en alguna foto estoy
yo, incluso.
Hace un rato

Mientras mi vida pasaba solo por estudiar, mi padrino cerraba el bar y me traía un
cafecito, a lo sumo un café con leche: “Nena, levantate a estudiar”. A las seis de la
mañana, o incluso a las cuatro yo ya estaba estudiando. Dediqué mi vida a eso, era
lo que me gustaba hacer.
Me da gracia porque hace un rato se levanta mi hijo Daniel y me dice: “hoy voy a
hacer el café con leche yo”.
Lo hago todos los días, pero hoy se le ocurrió hacerlo a él. Así que tomé un
desayuno hecho por Daniel.
Tiempo también

Con Antonio fuimos de lo más compañeros. Tuvimos una relación buenísima.


Trabajábamos juntos y había días en que ya a las ocho de la mañana, uno estaba
de un lado de la casa y otro del otro, resolviendo cosas en conjunto, era bárbaro
aquello. A veces pienso que no se dan matrimonios así. Porque tienen
inclinaciones distintas o hacen cosas que no tienen nada que ver. Fue una relación
muy especial. Nos llevábamos bien en todo, a pesar de mis travesuras, que él
perdonó todas. Una vez nos pasó algo con un cliente. El hombre falleció y me
nombró heredera a mí. Era abogado, comercialista como yo, y siendo mayor me
designó para que le administrara los bienes. Falleció, dejando a su mujer y una
hermana. Eran dos mujeres que habían quedado solas y con Antonio nos
angustiaba verlas tan solas. Nunca salían de su casa.
Con alguien hablé de esto, yo.
Entonces íbamos a visitarlas con Antonio, vivían en la calle Convención. Una
época salíamos del banco y estábamos una hora a la tarde con esas dos personas
mayores. Después murió la esposa y quedó sola la hermana. Éramos nosotros y un
médico que la visitaba siempre. Un buen día se me dio por decirle a ella, Cecilia,
que por qué no se compraba una casa y se mudaba de ahí. Por lo que vendió esa
casa, terminó comprando otra en la calle Joaquín Núñez y otro apartamento. Una
casa preciosa, con jardín al frente y otro jardín al fondo. De manera que ella podía
salir a caminar, disfrutar de un espacio natural, abierto, lo que le quedara de vida.
Nunca había salido del anterior apartamento. Un inmueble imponente, sí, con una
escalera altísima, pero no conocía otra cosa. Nos quedamos muy contentos con lo
que habíamos decidido, pero el día que Cecilia falleció aparecieron todos sus
parientes amenazándome con que iban a iniciar un pleito. Pero parece que el
abogado que tenían les dijo “Déjense de embromar. No embromen. No inicien
juicio porque van a perder.” Eran personas que ni sabíamos que existían.
Habíamos estado cerca de veinte años yendo a su casa y nunca aparecieron
familiares. Increíble. Nunca interesados en el afecto. Años y años y nunca hubo
rastro de ningún pariente que se acercara. Con Antonio terminábamos dedicando
tiempo también a estas cosas. No solo al asesoramiento, si no en ocasiones al
acompañamiento más personal. Nos despertaban ternura, realmente.
Luis Chartier era él. Francés. Todo este otro aspecto de la profesión
complementaba mi ciclo. Cuidar de los hijos, atender el trabajo. Tener en alta
estima a quienes prestan su confianza.
El auto

Un día le digo: “¡Antonio!, no sabés el auto divino que venden”, en una


automotora que había en el Centro.
Fue hasta ahí y quedó asombrado: “Qué auto lindo este, ¿cuánto cuesta?”
“No”, le dijeron, “ya se lo vendimos a la doctora Nuri Rodriguez”.
La enfermedad

Era buenazo. Otro hombre hubiera hecho un escándalo, con motivo hasta de
divorcio. Pero él siempre terminaba riéndose de todo. Cosas que pasaron hace
años y yo no me las olvido. La vida familiar que construimos era genial. Nos
divertíamos montones con los chiquilines, llegábamos a las siete a casa para estar
con ellos. Pareciera que solo tengo recuerdos lindos, ni uno triste. Ni un recuerdo
triste, fuera de la muerte de Antonio. La enfermedad de Antonio me angustió
mucho.
Todo fue a partir de un disgusto que tuvo. Él trabajaba en la Sección de
Inspección del Banco, y denunció una irregularidad. Lo terminaron despidiendo,
pasó por un período de mucha angustia. Tenía que levantarlo de alguna forma, yo
a esa altura ya tenía vínculo con medio Montevideo. Fui al Tribunal de Cuentas,
no sé por qué, conocería a alguien ahí, pero me acuerdo que les dije: “miren, mi
marido terminó en el Banco y le gustaría tener otro trabajo, poder seguir
trabajando” y lo nombraron contador del Tribunal de Cuentas.
Con el tiempo tuvo la enfermedad de Parkinson, tan fea.
Se jubiló del todo y para que tuviera alguna distracción y pudiera seguir en
actividad, hablé también con el Presidente del Banco Hipotecario que lo empleó.
Lo contrató y trabajaba gratis.
Debe haber sido duro para él. Antonio igual llevaba con humor la enfermedad, no
te hacía pasar mal por estar enfermo. Siempre tenía buen humor y se aguantaba la
situación. La aguantaba. Eso fue lo más triste de mi vida. Hicimos un viaje por
todas partes del mundo a ver si lograba una cura. Fue inútil.

Es horrible. No tiene cura, aún hoy. Fuimos a Nueva York, a Washington, con él, a
buscar soluciones, pero nada.
Una vez me mandaron a Suiza por un tema jurídico y aproveché. Me habían dicho
que había una especialista de primera clase allá. Yo iba por el juicio de unos
lingotes de oro. Habían desaparecido de un cofre fort de no sé qué banco y parecía
que los habían mandado a Suiza. Me mandaban a averiguar a un banco de allá a
ver si habían llegado los lingotes de oro. Fui por eso a Suiza. Increíble. Los habían
robado de un banco uruguayo. Lo debo tener en algún lugar, porque yo guardo
todos los expedientes. Voy a ver si los ordeno un poco mejor, para encontrarlos.
Lo que queda, al menos. Creo que lo tengo caratulado así: el juicio de los lingotes
de oro.
En esta ida a Suiza aproveché y consulté a esa especialista de primera clase, una
psicóloga, pero nada. Nada de nada. Una psiquiatra era.
“Cómprele un perro”, me dice. “Que lo saque a pasear”.
Quedé furiosa yo. Venir a Suiza y que me digan eso.
Sola en fin de año

Viernes 31 de enero de 1948

A la tarde vino Quica con su sobrina Lilián vestida de comunión. Luego apareció
Violeta con sus hijos y por último toda la familia de mamá. Nos hemos divertido
muchísimo; son tan alegres los hermanos de mamá.
Esta fecha tiene algo, mucho de simbólico que me agrada. No podría estar sola en
fin de año.

Sábado Primero de enero de 1949

Temprano fui a casa de abuelita para ir a la playa. Fue el primer día que me baño
en agua de mar en este verano. Nos quedamos todo el día en casa. Todos han
estado divertidísimos.
Tanto tiempo

Hace casi veinte años que falleció Antonio. Fue en los últimos días del 1999, antes
del 2000.
Fue la gran angustia de mi vida. Pienso cómo aguanté después tanto tiempo sola.
A veces creo que fue porque siempre estuve en vueltas con mucho trabajo. El
tener la mente siempre ocupada en escribir mis libros, en trabajar, eso de alguna
manera me apoyó. Porque antes de morir Antonio yo renuncié a todos los cargos
que tenía para estar con él. Dejé de trabajar para cantidad de lugares donde estaba
trabajando y me dediqué por completo a acompañarlo.

La vida es eso, ¿no? Algún momento triste tiene que haber.


No tiene voz, tiene eco.

José Ingenieros
Tal vez

A veces, cuando estoy sola en mi casa, veo por la ventana hombres paseando
perros en la rambla y pienso:
“A lo mejor tenía razón la mujer, ¿no? Aquella psiquiatra suiza. Debe ser como
una distracción.”
Tal vez hubiese sido, si.
Son los recuerdos

Hoy de casualidad vi una foto, en mi biblioteca, una foto mía de jovencita.


Tendría 18 años, o algo así.
También tengo la foto de unos armenios, que vivían cerca de casa, en el barrio de
la lata. Y la tengo cerca del escritorio, porque son de esas cosas muy especiales.
Esa familia armenia me quería mucho, no sé por qué. Tenían un almacén en el
barrio. Los recuerdos que tengo del barrio del Buceo son todos lindos, sobre todo
por esa gente tan especial.
Y había otra señora: doña Juanita se llamaba. Era la familia Tipoldi y no sé, creo
que mi padre vivía cerca de su casa, enfrente, y por eso lo conocían a papá. Me
mimaban muchísimo. Mi mamá me dejaba, no sé por qué, adónde se iría mamá,
pero me dejaba con ellos. Me acuerdo que doña Juanita hacía unos postres, ahora
no me acuerdo bien el nombre, eran como unas masitas redonditas, que llevaban
dulce caramelizado por arriba, eran de harina y nada más. A mí me encantaban,
los llamaba chitrulos. Cómo me gustaban. Todos los años, para mi cumpleaños,
venían a mi casa con una bandeja enorme de chitrulos. Son las cosas típicas de esa
gente que me quiso tanto. El hijo del matrimonio, que era mayor que yo, Juan
Antonio Tipoldi, vive todavía; debe tener unos años más que yo. Y la hija falleció
hace poco, se llamaba Quica. Juan Antonio y la Quica, amigos míos de aquella
niñez. Esos son los recuerdos que tengo. Cuando vivíamos todos amontonados en
la casa del fondo, con papá, mi madre y padrino. Al frente, la Pochita con su
padre. Juan Antonio, la Quica y los chitrulos. Si hará años. Estuvieron muchos
cumpleaños trayéndome eso que tanto me gustaba a mí.

La Pocha falleció hace poco, pero las hijas no me avisaron. No quisieron que
pasara por el duelo. Me avisaron hace un mes o dos. Una de ellas es ahijada mía y
llegaron a vivir también en el barrio de la lata. Pochita siempre decía en las fiestas
donde yo estuviera “Yo enseñé a caminar a Nuri.” “Nuri dio los primeros pasos
conmigo.” Me quería montones. Después, de adulta, vivía por acá cerca. Se casó
con sé con quien y se mudó a una casa divina.
Sosa. Sosa se llamaba. Ahora sí me acuerdo. Alberto Sosa. Ella trabajaba, me
parece que en la Caja de Jubilaciones. Y tenían un apartamento que era una
maravilla, lleno de adornos, de cuadros, de porcelanas, aquello era un lujo total.
Nunca me imaginé

Domingo 16 de enero de 1949

He pasado el día estudiando piano y leyendo. Me encanta hacer ambas cosas.


Blanquita ha llegado y mamá se sintió muy feliz ya que la quiere mucho. Hemos
hecho planes para poder visitarla.

Lunes 17 de enero de 1949

Hoy, después de la lección de piano, he vuelto caminando a casa, cortando


camino. A mamá le desagradó que hiciera

Seguramente, aquello que desagradó a mi madre, era algo complaciente para mí.
Así termina un diario mío de juventud, de la época en que salí del Colegio. Todas
esas cosas que a mí me animaron tanto. Porque de la niña tímida que era, pasé por
un montón de etapas. Nunca me imaginé nada de lo que iba a venir después. Yo
que era la hija de aquel hombre obrero de la fábrica de vidrios. Toda una
experiencia de vida. Del barrio mas pobre hasta llegar a una profesión.
No sé por qué me había dado por escribir, vaya uno a saber. Sería por guardar
memoria.

El otro día encontré una libreta que llevaba a nuestros viajes con Antonio. Cuando
fuimos por Europa, iba anotando: “hoy llegamos a tal lugar”, “nos hospedamos en
este lugar”; fui haciendo todo un itinerario del viaje. Lo encontré en casa a eso.
Vaya a saber por qué se me ocurrió, no sé.
Cuando hacíamos esos viajes yo iba anotando todo lo que veía, lo que hacíamos.
Por suerte con Antonio viajamos mucho. Me parece que fuimos dos veces a
Europa. Alquilábamos auto e íbamos por lugares que yo le decía “qué raro, no está
en la guía de turismo esto. La gente se pierde en este lugar”.
Nosotros veíamos una capilla allá a los lejos y nos íbamos hasta ahí y resultaba
una belleza. Era un disfrute total. A Europa fuimos dos veces, sí. Creo que fue en
la segunda, que llegamos a ir al pueblo de origen de Antonio.
Una imagen

Antonio era español. De Ancares. Un lugar precioso que tuvimos la suerte de


conocer.
Me acuerdo que era un pueblito de una sola calle, las casas todas de piedra y con
techos de piedra también. Los hombres tomando café en las baldosas de la
entrada. Vivían en otro mundo. Había que cruzar un arroyito con un puente, se
subía una ladera y allí estaba el hotel. Lindísimo. Todo hecho de piedra y enfrente,
habían todas casitas donde vivía la gente del lugar. Se veía todo el pueblo. Salían
con una oveja, una vaquita, todas las mañanas, a pastar al campo de al lado. Un
día, salimos a caminar, como todas las mañanas, y mientras íbamos paseando
viene una pareja de mayores y se nos acercan a hablar.
“Ustedes son uruguayos”. “Si, ¿cómo saben?”. “Por el acento”. Y entonces nos
dijeron que tenían un hijo, español también, que se había ido al Uruguay. Que
había sido gerente de la ONDA y estaba casado con Teresita Rodríguez, la jueza
amiga mía. Pura coincidencia. Ahí estuvimos hablando, porque cuando se fundió
la ONDA intervine en la liquidación como abogada del banco.

Ancares es un lugar hermoso. Suerte tuvimos de poder visitarlo.


Fue muy lindo también para mí conocer aquel pueblo, el lugar de Antonio.
Era un paraíso, un valle en el medio de España. El paisaje era puras sierras,
manejábamos por unas carreteras angostas que recorrían montañas, un lugar
precioso.
Me acuerdo que cuando llegamos, Antonio gritó: “¡Aquí nací yo!”, con una
emoción enorme.
Él llegó a Uruguay de pequeño, con su madre. Después vivieron en Buenos Aires.
Hablamos con la gente del lugar, los más veteranos todavía recordaban a Antonio.
Hubo una imagen que nunca podré olvidar.
Entre toda aquella belleza natural, los hombres nos decían:
“nos acordamos del niño caminando con su madre por aquellas montañas”.

Esos recuerdos increíbles que a uno le quedan indelebles en la memoria, ¿no?

Montevideo, febrero de 2019

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