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Damián Gini
Somos nuestra memoria
somos ese quimérico museo
de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
Desde que nací, o mas bien desde que empecé a tener uso de razón, todos los que
me rodeaban contaban que mi papá había dicho que yo iba a ser abogada. Y yo no
tenia ni la menor idea de lo que era un abogado. No tenia ningún abogado en el
entorno familiar, pero cuando terminé el liceo, me encaminé por la abogacía.
No querían aceptarme
En el Santa Elena, la hermana Ana María era adorada por mí. Fue mi primera
maestra. Al otro año se fue y nunca olvidaré que las hermanas me hicieron escribir
una carta para ella, que estaba en Buenos Aires. Aún percibo el temblor de mi
mano al delinear las letras. Era aquello todo un honor. Me gustaba coleccionar
estampas de santos porque me sentía profunda y sinceramente católica. No hacía
más que pedírselas a las niñas más grandes, que tenían diez años. En las misas, las
chicas de mejores calificaciones llevaban puestas bandas azules. Yo siempre las
usaba. También se le daba mucha importancia al largo del tul. Era mejor aquella
que usaba la mantilla más larga. Un día por reparación del edificio tuvo que venir
un importante prelado a bendecir la capilla y me sucedió algo extraordinario. Le
pedí a la hermana María que me diera un tul y ella me rogó que esperara un poco.
Yo me alejé con mis amigas Pocha y Violeta pero sin dejar de mirarla intrigada.
Observé que hablaba con la hermana Guadalupe y me miraban las dos. Al fin me
llamaron y me colocaron una mantilla que era tan larga que arrastraba por el
suelo. ¡Qué dichosa me sentí! Todos me miraban y sonreían.
Aquel grito de agonía
Por aquellos años contraje una enfermedad bastante peligrosa: neumonía. Como
habrán sufrido mis padres. No son muchos los que sobreviven a ella. Yo que era
toda su vida fui internada en un hospital en una gran sala con muchas otras chicas.
Todas ellas eran pobres. Yo era en cambio afortunada a su lado. Todos los que me
conocían me traían regalos y me visitaban siempre. Mamá siempre estaba
conmigo de noche. Habían hermanas de caridad. Yo me sentí muy honrada porque
ellas se paraban delante de mi cama cada vez que pasaban ante ella. Yo les conté
que iba a un colegio de hermanas carmelitas. Ellas se interesaron más. Me
regalaron un cuadrito de una virgen que conservo.
Un día en que reinaba gran silencio en la sala, por ser día de visita, oí con
estremecimiento un grito agudo que se ahogó. Observé que con tristeza las
enfermeras rodeaban la cama de la enfermita con biombos. Pregunté qué había
sucedido. La respuesta fue que había muerto una niña. Aquel grito de agonía no se
borrará jamás de mis oídos.
Cuando salí y llegué a casa todas mis amigas me esperaban a la puerta y me
recibieron con grandes muestras de júbilo. Mi familia siguió con su ritmo de vida
siempre hasta que acaeció algo muy triste: papá se enfermó.
Se cruzaron las miradas
Los Olivera tenían una hermosa quinta llena de árboles frutales y flores. Una de
sus nietas, mi madre, era mimada por sus abuelos y tías y se crió en medio de la
naturaleza. No le duró mucho a mamá esta dicha. Su padre la mandó a buscar.
Este hombre tenía por características: un corazón duro y quizás un mucho de
ignorancia. Tuvo ocho hijos; a todos los maltrató e hizo trabajar desde pequeños.
Mis tíos le temen y sienten un profundo rencor por él. Mamá trabajó en el campo
descalza y mal nutrida. No conoció las diversiones ni las muñecas de las niñas de
su edad. Tuvo una escasa educación: apenas hizo su primer y segundo años de
escuela primaria.
Su padre la sometió al trabajo en mañanas frías de invierno, a la pobreza y a los
castigos y luego la cedió a uno de sus hermanos casado con una de las hermanas
de Livoria, su esposa. Mi abuela materno se llama Juan de Dios. Debió llamarse
Juan del Diablo. No guardaba en él el menor sentimiento paterno. Ahora vive
solo; sigue siendo pobre, muchos le toman por loco. Hará unos cinco años que su
mujer con sus hijos lo abandonó. Mamá pasó a vivir así su adolescencia con su tía
Roquelina, a la que yo llamo tía Roca. Era lavandera y lo continuó siendo por
muchos años más. Mamá comenzó a trabajar haciendo pantalones. Era una joven
hermosa de grandes y rasgados ojos verdes. Tenía un cabello negro muy negro que
contrastaba con la blancura de su piel. Causaba la envidia de todas las de su
barrio.
Conoció en aquel momento a un muchacho que venía de Buenos Aires con su
amigo Ricardo. Aquel joven delgado y rubio, que también era admiración de todo
el resto, se llamaba Carlos.
Los dos muchachos tenían veintitrés años; Carlos había realizado ya el servicio
militar obligatorio. Le tocó ser marinero. Sufrió con ese nuevo ambiente lo
indecible. Terminado este, los dos amigos se vinieron a Montevideo. Amigos
desde sus once años; se conocieron siendo niños, cuando trabajaban en una fábrica
de vidrio. Su única formación fue la que puede proporcionar los primeros años de
escuela. Fueron sin embargo lo suficientemente inteligentes como para tratar de
aumentarla, leyendo periódicos y libros, frecuentando teatros y cines. Inseparables
como eran, en Montevideo alquilaron una pieza para vivir juntos. Trabajaron en la
fábrica de vidrio que estaba en la calle Comercio casi Rivera.
Un día, se cruzaron las miradas de Carlos y Eterpina, mi madre. Vivían uno frente
al otro. Comenzaron a tratarse porque Carlos le mandó una esquela a mamá. Ella
no se disgustó. Fueron novios y en seguida, no sé cuánto tiempo después, se
casaron. Al otro año nací yo, el 30 de setiembre de 1932.
Germinal
Hasta que acaeció algo muy triste: papá se enfermó. Tenía una úlcera a causa del
trabajo arduo en la fábrica. Debía dejar ese oficio en que enfrentaba hornos de
fuego que desprendían un calor extraordinario. En ese ambiente insalubre mi
padre ganó su pan durante muchos años. Se operó papá. Fue una operación
delicada y debía abandonar la fábrica. El único remedio era establecerse en un
comercio. Se asoció nuevamente con su amigo Ricardo, que además era mi
padrino, y con unos pocos pesos adquirieron el café y bar Germinal en 8 de
octubre y Presidente Berro. Era un negocio fundido por un jugador empedernido y
desacreditado. Papá y padrino lo rehabilitaron, trabajando todo el día, teniéndolo
veinticuatro horas abierto. Se turnaban para trabajar día y noche. Llevaban una
gran alegría para toda la casa cuando después de un día de mucho trabajo, la caja
daba veinte pesos. Luego fue aumentando a cuarenta, cien, doscientos cincuenta y
hasta trescientos pesos. Transcurrieron ocho años. En ese período papá fue
operado dos veces más, pasando meses y meses internado en el sanatorio. Meses
largos de tristeza y dolor. Hoy pienso en la fortaleza de mi padre para aguantar
tanto. Y en su inteligencia. Aquel obrero de la fábrica de vidrios había dado, por
alguna desconocida y extraña razón, con la novela de Emile Zola, Germinal. La
historia de un hombre que trabajaba en las minas y que luego al enfermar tuvo que
dejar su trabajo, exactamente lo mismo que le había pasado a papá. Me quedé
asombrada cuando descubrí la conexión pero más todavía creció mi admiración
por él.
No es para usted
Junto con el Germinal, vino nuestra primer mudanza. Con gran sufrimiento
abandoné el Santa Elena el día de mi comunión, yendo a vivir a la casa pegada al
negocio. Tenía ocho años. Mientras no nos establecimos en la nueva casa fui a la
escuela Uruguay, donde pagaba tres pesos mensuales. Cuando nos mudamos había
un almacén cerca del bar, a media cuadra. Mi mamá fue y le preguntó a la
almacenera dónde había una escuela por el lugar.
“Acá hay una sola escuela pero es para gente rica, no es para usted”, le contestó.
Entonces le picó el amor propio a mi mamá, y desde ese momento empecé a ir al
colegio que quedaba a una cuadra, el Instituto norteamericano Crandon.
A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón;
tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme.
Lope de Vega
Toda una transformación
Fue una época maravillosa, aunque también pasé allí mis primeras desilusiones.
Primero entré a una clase especial de inglés donde conocí a una amiga a la que
quise mucho, Elida Alvarez. También a otras jóvenes, de quienes no me separé
nunca en mis años de Crandon: Celia, Primavera y Vilma.
Siempre me destaqué por ser alumna estudiosa pero también por ser callada y
tímida. Siendo mas grande comprendí más y con otro criterio lo que me rodeaba.
Era un ambiente distinto. Desde un lugar muy pobre, donde muchos de mis
compañeros vestían con ropas que se les daban por caridad, llenas de remiendos,
pasé brevemente por un lugar de gente de clase media y de repente fui a parar
entre personas de la alta sociedad: niños ricos, hijos de comerciantes ricos,
estancieros, abogados, arquitectos, doctores o ingenieros; con hermosos vestidos y
espléndidas casas con sirvientes. Yo tuve vestidos pero no poseía la ropa de las
demás. Ante tanto esplendor, me empequeñecía cada vez más. Comencé a
sentirme menos que las demás por poseer menos dinero; no comprendía que mis
padres eran tan dignos que eclipsaban su fortuna. Vivía miedosa de que se
descubriera mi situación económica y que se me despreciara luego. Oculté
entonces y para no mentir no hablé, callé y no me hice de amigas.
Pero al fin yo no podía soportar que mis compañeras anduvieran en ruedas riendo
y que yo siempre estuviera apartada.
Toda una transformación sufrí yo; comencé entonces a entrar en esos círculos.
Todo me demostraba, sin embargo, que para hacerme de una amiga necesitaba de
una casa presentable que pudiera mostrar. Pienso que aquello era un error, porque
en sí, nadie preguntaba ni cuestionaba nada. Pero frente a lo nuevo, me llenaba de
vergüenza el ruido de la cortina metálica que la casa tenía en el frente. La casa me
parecía fea. Estaba pegada al café y siempre se oía el ruido de las gentes que
pasaban por allí su tiempo libre. Nos mudamos entonces. La nueva casa quedaba
en la calle Urquiza 2555, una casa muy linda, donde comencé a sentirme más a
gusto.
Por suerte
1946
Como era costumbre, cuando cumplí mis catorce años se realizó una reunión en
casa. Por primera vez entraron en mi hogar compañeras de clase. Unos cuantos
muchachos miraban a través de las ventanas. ¿Quiénes eran? Jorge Bidegain,
Carlos Lerena y sus amigos. Ellos me hicieron pensar que yo tenía valor. Tenían
los dos sus quince años. Como era algo nuevo les llamé la atención y no deseaban
otra cosa que una mirada o una sonrisa mía que de vez en cuando yo les enviaba;
pero no muy seguido. Ellos se pasaban la tarde en la esquina de casa mirando a la
puerta y a las ventanas. Solían jugar al football y andar en bicicleta por mi calle,
cosa de que yo admirara su destreza. Hicieron hasta lo imposible para que yo
pudiera ser presentada a ellos. Las niñas del barrio, Nora y Tina, me invitaban a
sus casas. Una vez hasta la familia de Jorge me invitó para una reunión en su casa.
Yo nada aceptaba muy orgullosa y además porque sabía que es una tontería tener
esos asuntos a los catorce años. Los jóvenes más interés tenían. Actualmente son
amigos míos. Jorge es rubio de ojos muy celestes. En cambio Apolo o Carlos eran
morochos de ojos bien negros.
Quince
1947
Como mi fiesta no hubo ninguna. Durante mis catorce repudié el baile y le ponía
miles de defectos, después comprobé que lo necesitaba como medio de diversión
y para hacerme amiga. Aprendí a bailar. En las reuniones a que asistía con mis
compañeros de clase, estos me ayudaron a perfeccionar los pasos. Fue cumplir
mis quince años y comenzó una serie de cambios en mi vida juvenil. Todas las
demás compañeras habían hecho fiestas enormes con trajes largos. Yo hice una
gran fiesta. Mi madrina hizo salir mi foto en el diario, ¡qué vanidad, Dios mio! La
fiesta se realizó en el salón de la confitería mas lujosa: La Americana. El salón
con piso de parquet era un sueño. Allí tuve mi primer baile con traje largo, blanco
y vaporoso. Mis padres y padrino me obsequiaron con un regio tapado de piel,
vinieron hasta familiares de Buenos Aires. Qué feliz me sentía. Mi casa se llenó
de ramos hermosos de flores que me enviaron los muchachos.
Por primera vez en mi vida
¡Qué día de emoción y felicidad para mí! Estaba sí, por qué no, bonita con un
hermoso traje blanco, llevando un ramo de hortensias rosadas y siempreviva
celeste. Al entrar en el Chapel, mi corazón estaba embargado de emoción y
dulzura. Me senté al lado de Miss Mystrom. Luego, al rato, dije mi discurso.
Cuando llegué a Crandon me sentí disminuida. Ahora encuentro que no había
razón.
En esta ceremonia, que fue el broche de oro de mi vida en Crandon, yo fui quien
tuve quizás importancia. Serena ante el auditorio hablé con emoción, con fervor,
con entusiasmo. Me había propuesto ser brillante y lo logré.
Yo valgo algo, sirvo para algo. Estoy satisfecha de mí misma. Fue mi trabajo y mi
voz las que fueron elegidas por mis compañeros y maestras. No tengo que
sentirme menos por tener menos dinero y carecer de una “posición social
elevada”. Las personas valen por sí mismas. De qué les ha servido al resto su
fortuna y su nombre en la ceremonia; ellas se puede decir que no tomaron mucha
parte, ninguna parte. El programa fue maravilloso. Cuando nos entregó los anillos,
el embajador sonriendo dijo: “Congratulations to the president of the class”. Miss
Connard entregó los diplomas y luego no me dejó ir a sentarme, me tomó de la
mano, me acercó a ella y dijo: “Yo creo que es la más pequeñita de la clase pero
es también la presidenta”.
A las seis de la tarde ya estaba con mi traje largo y fui a sacarme una foto y de allí
fuimos a Crandon para el banquete. Asistieron a este personas de gran
importancia. Habían, por ejemplo, tres graduadas de hace cincuenta años. Se
realizó en el gimnasio. Fui la primera en entrar. Delante de cada plato había una
tarjeta con un nombre. Me senté al lado de la sra. de Tuddenham, ex directora de
Crandon. Una señora americana simpática. Hablé mucho con ella y con los
muchachos sentados frente a mí, graduados en el año 45. No hacían otra cosa que
mirarme. Hubo una serie de conferencias y por fin tocó mi turno. Di una
conferencia de un minuto, no más. Me sentía orgullosa, honrada al estar sentada
junto a una señora tan respetable. Cuando salimos, otra vez me halagaron las
felicitaciones.
Pero mi voz no debe
en un sueño final.
Y estaba preparada para el cargo, claro que sí. Culminar mis estudios fue un
proceso vertiginoso también. Egresada de Crandon, hice los dos años de
preparatorio para poder entrar en Derecho. Cuando estaba haciendo el último año
me faltaban como diez materias pero al mismo tiempo, mi papá se enfermó. Me
dijeron que estaba grave, que se moría en cualquier momento. Tenía una
enfermedad en el corazón.
Entonces ahí me preocupé de dar una materia por mes. Di las diez materias, fue
un sacrificio absoluto, no fue nada fácil, tenía que estudiar con exageración y con
una dedicación total. Me recibí el 5 de enero del año siguiente. En el 51 ingresé, y
me recibí el 5 de enero del 56. 5 años y 5 días.
Era darle la felicidad también a él, y por suerte, vivió muchos años mas. Vivió
bastante mas. Yo tenía 23 años cuando me recibí y él vivió mucho mas.
No le di importancia
Octavio Paz
Nuestro último baile
Hoy fue la fiesta de Lydia Santalucci. A las 21 y 30 salí de casa. Me llevó Gladys
con su padre. La casa de Lybia es hermosísima. Amueblada con mucho lujo y
gusto, está repleta de pinturas. Posee una terraza que da al mar. De día es hermosa
la vista, de noche sublime. Bailé mucho con Jorge Bidegain. Es simpático y bailé
muy bien. Me sacó a bailar también un morocho muy lindo, hermano de una niña
de Crandon. Tuve que resolver en esas horas un problema harto difícil. Jorge
Castro me ama muchísimo. Ante mis negativas sus ojos se llenaban de lágrimas.
¡Qué pena, Dios mío! Camilo me aconsejó de decirle que no o que sí
rotundamente sin rodeos. Si le decía que no, él se encargaría de conformarlo. Yo
quiero mucho a Jorge, me encanta su compañía. Le dije luego a Jorge el consejo
de Camilo y accedí: “Si te digo que no, es mentir, si te digo que sí, nuestro amor
es imposible”. Tenía la prohibición de mamá y mi propia inseguridad. “Por favor
Nuri, es nuestro último baile juntos, déjame llevar un recuerdo dulce”, me dijo.
Me estrechó fuertemente la mano y bailamos muy juntos: nuestras caras juntas.
¡Qué felicidad, qué emoción! Hubiera deseado que aquel momento no terminara.
Me separé de él con un gran dolor. Le quiero. Podré decir que fue mi primer amor.
¿Qué sucederá luego?
Piano
1948
Cuando estaba en la mitad de mis trece años pedí a mis padres que me permitieran
estudiar piano. Había conocido a Hugo Balzo en un concierto que dio en Crandon,
y estaba maravillada. Fue realmente increíble. Desde ese día quise aprender a
tocar como él. Cuando cumplí mis catorce años me regalaron un hermoso piano
alemán, el mejor. Ahora estoy en cuarto año y toco dos valses de Chopin, tres
mazurcas y un preludio del mismo autor, el primer movimiento del Claro de luna
de Beethoven junto con su Para Elisa; de Schubert, Momento musical y Serenata.
De Mendelssohn Cuatro canciones sin palabras. Realmente estudio piano
concienzudamente. Qué placer me da.
Mirá lo que me traen
Mi hijo Carlos sigue la misma especialidad, mientras que Daniel, pienso yo que
por oposición, se dedica a la música. Mi esposo era contador y resultamos después
ser abogada y contador de las mismas sociedades, trabajábamos en común
montones. Todo el día juntos estábamos. Por el trabajo y la casa.
La verdad que una vida maravillosa. La vida familiar fue estupenda. Me acuerdo
que Antonio tenia un carácter muy especial, entonces el pediatra de los chiquilines
decía que yo era el padre y él la madre, porque él los cuidaba y yo los consentía.
Siempre me acuerdo que íbamos en Punta del Este a la Playa Brava, que es
bastante peligrosa, y Antonio se quedaba cuidando la casa, arreglando, haciendo
cosas; a él no le gustaba mucho la playa, así que yo iba con los chiquilines, nos
tirábamos en el agua y de pronto veíamos la cabeza de Antonio asomándose entre
las dunas de la playa: “¡chiquilines salgan del agua!, ¡pónganse la camisa,
pónganse los sombreros!”, ahí era que nos volvíamos.
Él era el cuidadoso y yo era la despilfarradora. Cuando Antonio se venía a
Montevideo por cualquier motivo, nosotros salíamos a gastar plata. A un
restaurant que nos gustara de la zona, o a las heladerías del centro y gastaba toda
la plata que tenía en consentir a los chiquilines.
Todo junto
Me acuerdo que una vez fui a tomar un embargo como abogada del banco, a un
deudor que estaba en el interior.
Cuando voy a salir de mi casa, me dispongo a manejar en mi auto hacia el
departamento del interior a hacer la diligencia y aparece el otro asesor letrado del
banco que era compañero mio y me dice:
“Nuri, usted está loca, ¿cómo va a ir sola a una audiencia con un tipo que es un
delincuente? La puede matar.”
Abrió la valija de su auto y sacó un palo largo para defenderse. Vaya uno a saber
si el demandado tenía mala fama o por qué lo consideraban tan peligroso a ese
hombre, pero la cuestión es que mi compañero abogado había ido corriendo para
acompañarme.
Él se subió a mi auto con el palo. Por si pasaba algo.
Indelebles
Papá estaba muy enfermo en su casa cuando nació Carlos, mi hijo mayor. Me
acuerdo que lo llamé estando todavía en el hospital, eran como las doce de la
noche, imaginate, mi padre enfermo y yo emocionada, entre risas, le digo “papá,
ya nació, ¡es un varón!, le voy a poner Carlitos.”
Esos recuerdos increíbles que a uno le quedan indelebles en la memoria, ¿no?
Cinco o seis años
Me acuerdo que cuando llegué a casa con Daniel, Carlitos lo miraba con unos
celos imponentes.
Cinco o seis años se llevan. Si, cinco o seis años mas o menos. Nunca me acuerdo
bien. Pero lo miraba con celos al Danielito chico.
Alguna vez les conté que el pediatra de Carlitos le decía “Carlos, no es bueno ser
hijo único, usted tiene que tener un compañero”. Desde que se enteraron de esa
historia, Daniel siempre se enojaba; decía que yo lo concebí simplemente por
hacerle un favor a Carlos.
Me acuerdo de eso pero ya no me lo repite más.
Son las cosas de antes. Y Carlos mirando al recién nacido; siempre recuerdo la
carita de él mirado a su hermano bebé.
Fue muy divertido, con la crianza de los dos hijos me divertí montones.
Yo no sé cómo hacía, pero se ve que me repartía bastante bien entre el trabajo y la
familia. Tenía la ayuda de una empleada maravillosa que los crió como si fueran
sus hijos; se llamaba María y entonces cuando me iba de tarde a trabajar al banco
y a la Corporación y a todas las demás cosas que hacía, yo sabía que ella quedaba
a cargo de los chicos. Además vivía conmigo mi padrino, que estaba sano y
padrino los cuidó muchísimo, mucho. Tengo fotos de mi padrino con mis dos
niños, montones de fotos. Me iba pero me iba tranquila, sabiendo que tenían una
buena custodia.
Aunque después, cuando los chiquilines empezaron a ser un poquito mas grandes,
hacía travesuras yo. Porque me escapaba del Banco y los iba a buscar para jugar
tennis con ellos. Íbamos al club del Prado a jugar tennis, bien lejos de casa. Y bien
lejos del Banco. Vivíamos en la casa de 8 de octubre. Me escapaba del banco para
ir a jugar tennis. Después del club, los llevaba de vuelta a casa y me volvía al
banco a seguir trabajando. Lo mismo hacía con las clases de piano. La profesora
de ellos vivía en 18 de julio, en pleno Centro. Los levantaba en 8 de octubre, los
llevaba a la clase de piano, de vuelta para casa y después me iba al Banco.
Trabajaba tanto para el Banco, que nadie se fijaba ni me preguntaba.
La felicidad y la alegría de vivir no se encuentran ni en el dinero ni en el amor,
sino en la verdad. Aunque a lo único a que aspiraras fuera una felicidad animal,
la vida no te dejaría embriagarte de ella y ser feliz, no dejaría de abatirte a
golpes duros.
Anton Chéjov
Esa ilusión
Vamos a Buenos Aires por vía Colonia. Tomamos el ómnibus a las siete de la
mañana. A las doce tomamos el vapor y llegamos a Buenos Aires a eso de las dos,
dos y media. Almorzamos en el vapor. Yo era la única jovencita que había. Esa era
la razón de que los jóvenes dedicaran toda su atención en mí. Fue divertido. Fue
con nosotros abuelita. En el puerto nos esperaba tío Antonio, tía Carmen, tía
Irmita, Manolo, Luisito y más tarde llegaron Julia y Dorbal. Después de una serie
de incidentes llegamos a casa de tía. No hacía otra cosa que desear verla. Fuimos a
casa de tía Amparo con Lydia. Me sentía feliz. Lydia comenzó por presentarme a
todos los jóvenes conocidos. Por ser el primer día me presentó a la Ñata, una ex
novia de Luis y a Germán y a Coco, es decir, Luis. A eso de las siete fuimos los
cuatro a casa de la modista que vivía cerca de la estación Constitución para buscar
el traje largo de mi prima. Los muchachos, los mejores amigos de Luis, nos
invitaron con un helado. Llegamos algo tarde a casa pero aún así después de cenar
bailamos un poco.
Sábado 11 de diciembre
Lunes 13 de diciembre
Viernes 17 de diciembre
Otra vez salimos solas Lydia y yo. Esta vez fuimos al cine Biarritz. Mamá me
había hablado de la confitería Richmond, donde concurrían muchos muchachos
jóvenes y buen mozos. Allí fuimos nosotras y quedamos deslumbradas, ya que era
verdad lo que nos había contado mi madre.
Un encuentro con mamá
1949
Lunes 3 de enero
Julia, la muchacha de casa, se ha enfermado, por lo tanto todos los quehaceres los
hace mamá y yo la ayudo en ellos. El único placer y alegría que tengo es que
estamos solas y tranquilas.
Deseaba aprender a hacer las cosas de la casa y ahora tengo la oportunidad. De
noche planché. Fue la novedad del día. Recibí muchas felicitaciones.
Miércoles 4 de enero
Jueves 5 de enero
Este año no esperaba que me trajeran algo los Reyes Magos y me causaba pena;
pero a la tarde salió mamá y me quiso llevar. En cuanto salió ella, me vestí y
arreglé y salí también yo. Qué diversión me daban mis andadas. Yo maquinaba en
mi cerebro las distintas situaciones que se me podían presentar: un encuentro con
mamá en pleno 18 de julio; llegar a casa y que estuviera mamá.
Algo amargo
Mi mamá vivió hasta los noventa años. Yo siempre la tuve conmigo. Pero unos
meses antes de morir la llevé a una casa de salud, porque se había enfermado.
Mamá era una mujer que adoraba tenerme bien arreglada mientras era chiquilina,
que yo me destacara en todo: en la vestimenta, en el arreglo; pero yo quería
mucho mas a mi papá que a mi mamá. Toda esa intención de mi madre en que yo
me destacara, siempre me resultó una carga. En los años de Crandon, nadie se
fijaba, nadie me preguntaba, pero ella insistía con las apariencias.
Mi mamá tenía cosas perversas también. Una vez, ya era abogada yo, y ella me
obligó a ir Buenos Aires a reclamarle a mi familia de Argentina la parte de mi
papá en las propiedades que ellos tenían. Era una propiedad modesta, no era nada
del otro mundo, era un inmueble nomás. Me hizo ir a pelear con mi familia, algo
que me desagradó muchísimo, y a pesar de eso, yo no sé por qué, pero le
obedecía. Le terminé haciendo caso pero me dejó algo amargo en el espíritu
contra ella. Me dejó algo malo. Y alguna otra cosa me hizo hacer también.
Recuerdo que obligó a mi padrino a hacer un testamento a mi favor. Yo me enteré
porque la escuché cuando dijo eso. Mi padrino era el socio de mi papá en el
Germinal y tenían a medias los títulos de la propiedad. Yo la escuché claramente
cuando le dijo: “si usted no hace eso, la sociedad con mi esposo va a terminar.”
Una amenaza tan fea. Mi padrino hizo el testamento y yo me quedé mal por todo
eso.
Resulta que él tenía familia en Buenos Aires pero hacía como treinta años que no
la veía. Aparentemente la familia se enteró que él existía y lo vinieron a ver acá, a
Montevideo. Estuvieron en mi casa y lo hostigaron tanto que terminó revocando el
testamento que mi madre le había exigido.
Entonces padrino me dijo: “Disculpame Nuri, pero tuve que hacer esto, porque es
mi familia y bueno, vinieron”. “A ver, no te preocupes padrino”, yo no me
preocupaba por las cosas materiales.
El esfuerzo
También fui docente. Al recibirme, un bedel me dice: “mirá, hay un profesor que
no lo quiere nadie porque tiene mal carácter. Y no tiene aspirante, nadie quiere ser
aspirante de él.”
Miguel Roca, catedrático de Derecho Comercial. Así llegué a mi especialización,
de casualidad. Después me encantó.
“Una mujer no puede ser aspirante a Derecho Comercial”. Tremendo. Aquel
hombre ogro no me quería, para nada. Mientras trabajaba en el banco, era
ayudante en esa materia.
Cuando terminé la aspirantía, me hicieron presentar una tesis para acceder al
cargo de docente. Se ve que la tesis estaba muy bien, yo me acuerdo que estudié
montones y ese hombre, que no me quería, estaba en el tribunal.
Aprobó la tesis y a partir de ese día, cambió.
Entonces me llamaba todos los días porque yo ya era abogada en el banco, en la
Ciudad Vieja, y él tenía el estudio a la vuelta; me llamaba todos los días para
tomar un café en el escritorio de él y hablar de temas jurídicos. Creo que por estas
cosas la vida es tan especial. Recuerdo que cuando mi papá murió, él vino a verme
y me dijo: “a partir de este momento, su padre soy yo.” Fue realmente
emocionante para mí.
Después, cuando con Antonio compramos la casa en Punta del Este, resultó que
Miguel también tenía un apartamento en el balneario, y nos invitábamos todo el
tiempo entre nosotros a comer asados. Se hizo amiguísimo nuestro. Creo que
todavía tengo una foto de él con Carlitos en los brazos. Divino. Fue un cambio
total. El hombre ogro era otra persona, muy tierno conmigo. La vida tiene estas
peculiaridades tan lindas.
El juicio más importante que tuve en mi vida duró quince años. Quince años o
más, ahora no me acuerdo. Ese juicio lo inició un tal Elías Ibrahim contra el
Banco Comercial. En el año 1987. No recuerdo si el hombre era turco o armenio,
tendría que revisar mis apuntes. Resulta que el Estado uruguayo había comprado
el Banco Comercial cuando se fundió; el estado lo capitalizó y luego las acciones
del Banco Comercial, capitalizado por el Banco Central del Uruguay, se vendieron
a una empresa particular y en el contrato de compra venta se especificó que si se
iniciaba un juicio contra el Banco Comercial por hechos anteriores a la venta,
entonces esos juicios los tenía que defender el propio Banco Central. El Estado se
haría cargo. Y pasó eso, iniciaron un juicio al Banco Comercial por un hecho
anterior a la compra venta con el Banco Central y el mismo banco, por medio de
la Corporación Nacional para el Desarrollo, me desginó a mí para defender al
Banco Comercial. Ibrahim hizo el juicio contra el Banco Comercial,
especialmente contra los directores del banco.
No me olvido más de la primer audiencia por ese pleito.
En la primer acta de audiencias, estaba yo en representación del Banco Comercial
y todos los directores del banco se presentaron cada uno con uno o dos abogados,
entonces el juez de turno me mira y me dice:
“¿Usted sola viene a defender al Banco Comercial?”
Con un gesto despectivo, por supuesto, porque era la única mujer abogada que
estaba ahí. “Sí”, le dije, “Si estoy formada para esto”.
En esta misma audiencia, despectiva por parte de este juez, todas las partes
acordaron un arreglo con ese Ibrahim. Le pagaron algo de lo que reclamaba y con
esto terminaba el juicio. El pleito solo siguió contra mí, con el Estado, contra el
Banco Comercial. Yo presenté, como contestación de la demanda, un detalle sobre
los dichos del señor Ibrahim, quien decía “yo soy accionista del Banco Comercial
y por la mala administración perdí lo que aporté.” En el acta de la primer
audiencia figura que durante la sesión, especifiqué “El señor Ibrahim dice que es
accionista pero no presentó las acciones. ¿Cómo justifica que es accionista si no
las presenta?”
Aquel juez no me hizo caso. Perdí el juicio.
Condenaron al Banco Comercial a pagar 12.000.000 de dólares. Yo apelé ese
fallo, pero en el Tribunal de Apelaciones lo mismo, mantuvieron la condena.
Y todo ese pleito fue larguísimo porque él tenía que probar los perjuicios que
había sufrido por el Banco. Aquello llegó a ser un expediente de dos metros de
altura.
El Tribunal tampoco me hizo caso en lo que dije, condenaron al banco a pagar,
sentencia en contra, y yo presenté tasación, ante la Suprema Corte de Justicia.
Cuando llegué a la Suprema Corte, estaba ya todo el expediente gigantesco al lado
de la mesa central.
Les dije: “Señores ministros, yo vengo diciendo desde el primer día que este señor
se dice accionista y no lo comprobó.”
Yo creo que querían hacerse fama con un juicio millonario, condenando a un
banco a pagar millones. Pero la Suprema Corte de Justicia inmediatamente dijo
que yo tenía razón.
La verdad es que el Estado me apoyó, en determinado momento me dijeron
“doctora, usted está trabajando pero no está ganando nada”. Entonces me
empezaron a pagar 200 dólares mensuales. Y cuando gané el juicio, me pagaron la
diferencia, 200.000 dolares con los cuales compré el apartamento en el cual estoy
viviendo ahora. Esa compra tiene un buen origen.
Quince años de pleito por lo menos, si habré pleiteado. Era elemental.
Ibrahim decía que él había estado presente en una reunión de accionistas, después
hasta llegaron a decir que actuaba en representación de la hija.
Pero fue un juicio muy interesante. Salieron fotos de Ibrahim en los diarios, que
todavía las guardo, porque fue un pleito importante. Creo que en alguna foto estoy
yo, incluso.
Hace un rato
Mientras mi vida pasaba solo por estudiar, mi padrino cerraba el bar y me traía un
cafecito, a lo sumo un café con leche: “Nena, levantate a estudiar”. A las seis de la
mañana, o incluso a las cuatro yo ya estaba estudiando. Dediqué mi vida a eso, era
lo que me gustaba hacer.
Me da gracia porque hace un rato se levanta mi hijo Daniel y me dice: “hoy voy a
hacer el café con leche yo”.
Lo hago todos los días, pero hoy se le ocurrió hacerlo a él. Así que tomé un
desayuno hecho por Daniel.
Tiempo también
Era buenazo. Otro hombre hubiera hecho un escándalo, con motivo hasta de
divorcio. Pero él siempre terminaba riéndose de todo. Cosas que pasaron hace
años y yo no me las olvido. La vida familiar que construimos era genial. Nos
divertíamos montones con los chiquilines, llegábamos a las siete a casa para estar
con ellos. Pareciera que solo tengo recuerdos lindos, ni uno triste. Ni un recuerdo
triste, fuera de la muerte de Antonio. La enfermedad de Antonio me angustió
mucho.
Todo fue a partir de un disgusto que tuvo. Él trabajaba en la Sección de
Inspección del Banco, y denunció una irregularidad. Lo terminaron despidiendo,
pasó por un período de mucha angustia. Tenía que levantarlo de alguna forma, yo
a esa altura ya tenía vínculo con medio Montevideo. Fui al Tribunal de Cuentas,
no sé por qué, conocería a alguien ahí, pero me acuerdo que les dije: “miren, mi
marido terminó en el Banco y le gustaría tener otro trabajo, poder seguir
trabajando” y lo nombraron contador del Tribunal de Cuentas.
Con el tiempo tuvo la enfermedad de Parkinson, tan fea.
Se jubiló del todo y para que tuviera alguna distracción y pudiera seguir en
actividad, hablé también con el Presidente del Banco Hipotecario que lo empleó.
Lo contrató y trabajaba gratis.
Debe haber sido duro para él. Antonio igual llevaba con humor la enfermedad, no
te hacía pasar mal por estar enfermo. Siempre tenía buen humor y se aguantaba la
situación. La aguantaba. Eso fue lo más triste de mi vida. Hicimos un viaje por
todas partes del mundo a ver si lograba una cura. Fue inútil.
Es horrible. No tiene cura, aún hoy. Fuimos a Nueva York, a Washington, con él, a
buscar soluciones, pero nada.
Una vez me mandaron a Suiza por un tema jurídico y aproveché. Me habían dicho
que había una especialista de primera clase allá. Yo iba por el juicio de unos
lingotes de oro. Habían desaparecido de un cofre fort de no sé qué banco y parecía
que los habían mandado a Suiza. Me mandaban a averiguar a un banco de allá a
ver si habían llegado los lingotes de oro. Fui por eso a Suiza. Increíble. Los habían
robado de un banco uruguayo. Lo debo tener en algún lugar, porque yo guardo
todos los expedientes. Voy a ver si los ordeno un poco mejor, para encontrarlos.
Lo que queda, al menos. Creo que lo tengo caratulado así: el juicio de los lingotes
de oro.
En esta ida a Suiza aproveché y consulté a esa especialista de primera clase, una
psicóloga, pero nada. Nada de nada. Una psiquiatra era.
“Cómprele un perro”, me dice. “Que lo saque a pasear”.
Quedé furiosa yo. Venir a Suiza y que me digan eso.
Sola en fin de año
A la tarde vino Quica con su sobrina Lilián vestida de comunión. Luego apareció
Violeta con sus hijos y por último toda la familia de mamá. Nos hemos divertido
muchísimo; son tan alegres los hermanos de mamá.
Esta fecha tiene algo, mucho de simbólico que me agrada. No podría estar sola en
fin de año.
Temprano fui a casa de abuelita para ir a la playa. Fue el primer día que me baño
en agua de mar en este verano. Nos quedamos todo el día en casa. Todos han
estado divertidísimos.
Tanto tiempo
Hace casi veinte años que falleció Antonio. Fue en los últimos días del 1999, antes
del 2000.
Fue la gran angustia de mi vida. Pienso cómo aguanté después tanto tiempo sola.
A veces creo que fue porque siempre estuve en vueltas con mucho trabajo. El
tener la mente siempre ocupada en escribir mis libros, en trabajar, eso de alguna
manera me apoyó. Porque antes de morir Antonio yo renuncié a todos los cargos
que tenía para estar con él. Dejé de trabajar para cantidad de lugares donde estaba
trabajando y me dediqué por completo a acompañarlo.
José Ingenieros
Tal vez
A veces, cuando estoy sola en mi casa, veo por la ventana hombres paseando
perros en la rambla y pienso:
“A lo mejor tenía razón la mujer, ¿no? Aquella psiquiatra suiza. Debe ser como
una distracción.”
Tal vez hubiese sido, si.
Son los recuerdos
La Pocha falleció hace poco, pero las hijas no me avisaron. No quisieron que
pasara por el duelo. Me avisaron hace un mes o dos. Una de ellas es ahijada mía y
llegaron a vivir también en el barrio de la lata. Pochita siempre decía en las fiestas
donde yo estuviera “Yo enseñé a caminar a Nuri.” “Nuri dio los primeros pasos
conmigo.” Me quería montones. Después, de adulta, vivía por acá cerca. Se casó
con sé con quien y se mudó a una casa divina.
Sosa. Sosa se llamaba. Ahora sí me acuerdo. Alberto Sosa. Ella trabajaba, me
parece que en la Caja de Jubilaciones. Y tenían un apartamento que era una
maravilla, lleno de adornos, de cuadros, de porcelanas, aquello era un lujo total.
Nunca me imaginé
Seguramente, aquello que desagradó a mi madre, era algo complaciente para mí.
Así termina un diario mío de juventud, de la época en que salí del Colegio. Todas
esas cosas que a mí me animaron tanto. Porque de la niña tímida que era, pasé por
un montón de etapas. Nunca me imaginé nada de lo que iba a venir después. Yo
que era la hija de aquel hombre obrero de la fábrica de vidrios. Toda una
experiencia de vida. Del barrio mas pobre hasta llegar a una profesión.
No sé por qué me había dado por escribir, vaya uno a saber. Sería por guardar
memoria.
El otro día encontré una libreta que llevaba a nuestros viajes con Antonio. Cuando
fuimos por Europa, iba anotando: “hoy llegamos a tal lugar”, “nos hospedamos en
este lugar”; fui haciendo todo un itinerario del viaje. Lo encontré en casa a eso.
Vaya a saber por qué se me ocurrió, no sé.
Cuando hacíamos esos viajes yo iba anotando todo lo que veía, lo que hacíamos.
Por suerte con Antonio viajamos mucho. Me parece que fuimos dos veces a
Europa. Alquilábamos auto e íbamos por lugares que yo le decía “qué raro, no está
en la guía de turismo esto. La gente se pierde en este lugar”.
Nosotros veíamos una capilla allá a los lejos y nos íbamos hasta ahí y resultaba
una belleza. Era un disfrute total. A Europa fuimos dos veces, sí. Creo que fue en
la segunda, que llegamos a ir al pueblo de origen de Antonio.
Una imagen