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Inferno

No me visita nadie y tampoco puedo ver a nadie, peleado como estoy con todo el mundo.
La última vez que vino alguien fue mi hermano. Terminé peleando también con él. Dice que mi
matrimonio falló porque yo no tengo suficiente fe. No es que yo no tenga fe, es que él cree en
cualquier cosa que se le cruce. Siguió insistiendo en su punto, porque es supersticioso, como todos
los incrédulos. Los incrédulos son esos que creen en todo pero cambiándole el sentido. Si sueñan
con algo bello por la noche, significa algo feo; si sueñan con cucarachas, significa dinero, por
ejemplo. Yo no me aferro a sueños insignificantes, pero si sueño con algo que me invade, entonces
lo interpreto enseguida, directamente; una pesadilla para mí es una advertencia, y un sueño bello es
un aliento o un consuelo; es así, sencillamente; porque si mi interior es limpio veo limpio, y
también a la inversa. En los sueños se refleja mi interior, y por eso los empleo como uso el espejo al
afeitarme: para ver lo que hago y para evitar cortarme. Si será incrédulo mi hermano; se casó tres
veces. Y sigue creyendo en el matrimonio. Esta última vez se consiguió una mujer con dos hijos, y
empezaron a verse cuando ella todavía estaba casada con otro. Es increíble que no se dé cuenta lo
triste de su situación. Porque si el marido es el infiel, con esa infidelidad no obliga a la esposa a
tener que cargar con el hijo de otro, pero si la mujer es infiel y como en este caso, se termina
casando con su amante, hace que su nuevo marido trabaje para el hijo de otro, lo que a mí me
parece una forma muy elegante de robar, debo decirlo.
Pero no, él defiende que su esposa es libre y que a mí no me va bien con las mujeres porque estoy
en contra de su liberación. Eso no es así; yo no critico que la mujer quiera liberarse de la cuna y de
la cocina. Ataco el intento de liberarse de la maternidad, de estropear a las mujeres permitiéndoles
estudiar, de la misma manera que antes nos estropearon a los hombres. Ataco al matrimonio en estas
circunstancias en que vivimos, donde claramente la dicha eterna es un disparate. Ataco a los
educadores de la mujer, al matrimonio de la Iglesia y a esa emancipación que no es más que un
invento de los hombres. Decirme a mí que yo no defiendo a la mujer ¡La mujer no necesita mi
defensa! Ella es madre y por tanto es la soberana del mundo. ¡Y la libertad que pide ahora es la
misma libertad que piden los hombres! Debemos conseguírnosla como amigos, no como enemigos,
porque como tales no conseguiremos nada. Yo mismo he deseado siempre esa libertad. Libertad de
espíritu. He deseado siempre elevarme, ir hacia delante y hacia arriba, y por esto he tenido muchas
razones para que aquellos que han querido juzgarme, lo hagan. Y es por esto que fui quedándome
solo.
Era un infierno estar en mi casa, de eso estaba seguro. No creía estar casado realmente y mucho
menos tener esposa. Nunca la había tenido; alguna vez creí que iba a tenerla. Pero no, tuve una hija.
Nunca pude saber dónde estaba el problema. Ella siempre me reclamaba que cómo podía ser que
nunca estuviera en la casa y yo le respondía que mi trabajo me obligaba a eso. Y claro que los dos
teníamos razón. Pero yo no podía elegir otro trabajo, no tenía opción. Una noche llego cansado y
discutimos porque no había manteca. Desde la cama me gritó: “¡Yo no soy tu sirvienta!” “No, no
sos mi sirvienta”, le dije. “Si fueras mi sirvienta todo sería muy distinto”. “A ver, ¿y qué sería eso
tan distinto? Hablá ahora. ¿Qué? ¿Serías capaz de pegarme?”. “Sí. Si fueses mi sirvienta te pegaría.
Pero no lo sos.” Se dio vuelta en la cama y no me habló más. Al otro día, me la encuentro en la
cocina y sin mirarme, me dice: “Vos no me amás. Solamente te parece divertido estar enamorado de
mí”. “¿Y cuál es la diferencia entre una cosa y la otra?”, le pregunté.
Ella se levantó, siguió sin mirarme y se fue.
Ahí entendí que el matrimonio es absurdo. Durante el noviazgo parece que va a ser divertido, pero
uno no se casa por diversión. Se casa porque hay que casarse. Y punto. Eso es absurdo. Con el
tiempo, uno de los dos evoluciona hacia un lado, el otro hacia otro y claro, todo se rompe. O uno
permanece siempre igual y como el otro evoluciona, se separan. Cuando dos espíritus fuertes se
encuentran y descubren que cualquier compromiso es imposible a no ser que uno de los dos ceda,
entonces en la relación surge el odio hacia ese lazo que los une. Después se llega a un punto en que
ninguno quiere perder su personalidad, detestan las ideas del otro, y por instinto, por instinto de
conservación, odian mutuamente sus ideas, y la contradicción se convierte en una necesidad, como
si esa lucha fuese la única posibilidad para que cada uno logre mantenerse fiel a sí mismo y a sus
ideas. Es lo que siempre sucede. Nos amábamos mutuamente, hasta teníamos las mismas opiniones,
pero de repente estalla una antipatía inexplicable y solo quedamos dos esposos desunidos. Es
totalmente ridículo. Dos personas, encima de diferente sexo, nos damos el uno al otro la terrible
promesa de mantenernos juntos toda la vida.
Digo que durante el noviazgo podría parecer hermoso, pero como nunca pude verla a solas mientras
fuimos novios, fui al altar sin saber quién era ella. Lo único que sabía es que la quería y eso bastaba.
Pero esperaba mucho del matrimonio. Demasiado.
Ese día, después de la pelea por la manteca y la sirvienta, tuve un arranque de orgullo. Un arrebato
de furia que me llevó a cometer el acto suicida de mandarle una carta. Escribí para dejar en claro
que rechazo para siempre a mi mujer y a mi hija, dando a entender que otra relación amorosa ocupa
mis pensamientos. Ella me respondió con una demanda de divorcio. El más fuerte es
siempre el que tiene razón, sea hombre o mujer. Ahora estoy solo, soy culpable de mi suicidio y de
un asesinato. Pero no me olvido del delito, quedé preso de la desgracia y lleno de preocupaciones.

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