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Adorno.

Construcción de lo estético.

Adorno adopta como punto de partida que las obras filosóficas consideradas como poéticas
han perdido su “contenido de verdad”. Esta se fundamenta en la interpretación “de lo real
acorde a los conceptos”.

Una obra es considerada filosófica, según Adorno, sólo cuando cumple con los siguientes
requisitos: “si lo real entra en los conceptos, se acredita en ellos y los fundamenta
razonablemente”. Las obras filosóficas consideradas como poesía no cumplen estas
condiciones.

Adorno hace hincapié en la necesidad de comprender la totalidad de la obra kierkegaardiana


para comprender los conceptos particulares. El camino inverso imposibilitaría su compresión.
Del siguiente modo define Adorno la filosofía: “La filosofía no se distingue de las ciencias
solamente por ser una ciencia superior que reúne en un sistema los enunciados más
universales de las ciencias subordinadas. Ella construye ideas que ponen en claro y parcelan
la masa de lo meramente existente, y en torno a las cuales los elementos de lo existente
cristalizan en conocimientos”.

El método dialéctico imposibilita la consideración de la obra kierkegaardiana como una obra


puramente poética. Los conceptos y su método de construcción serían considerados como
“ingredientes metafóricamente decorativos que el rigor científico puede apartar a
voluntad”.

Bajo esta premisa, todo concepto filosófico que no se dirija mediatamente hacia la cosa misma
es catalogada como poesía. A diferencia del traductor de Kierkegaard en alemán, Adorno
expone que la “construcción de lo estético en la obra de Kierkegaard” debe alejarse de los
planteamientos que la poetizan.

Adorno adopta esta presentación de Kierkegaard: “Yo no soy un poeta, yo sólo procedo
dialécticamente”. Además, él afirma lo siguiente: “Poéticas son para él-Kierkegaard-las tesis
todas de su teología en la medida en que no están derivadas apodícticamente del contenido
doctrinal del cristianismo”.

Primer estadio.

“La sensualidad se despierta, pero no para ponerse en movimiento, sino para estacionarse en
una quietud tranquila; no se despierta a la alegría y al placer, sino para caer en un estado de
profunda melancolía. Los deseos aún no se han despertado, solamente se barruntan entre
sombras. El deseo no deja ya de apuntar hacia su propio objeto, el cual se va levantando sobre
el mismo suelo del deseo y manifestándose en medio de una crepuscular turbación.”

La presentación del deseo es ambigua: “Las sombras y la bruma lo alejan-el deseo-, pero al
mismo tiempo, al reflejarse en ellas, lo vuelven a situar cerca. Tal es la contradicción
dolorosa del primer estadio. Pero, además, es una contradicción que con toda su dulzura le
tiene a uno seducido y encantado, traspasándole hasta los huesos con su peculiar melancolía
y tristeza. Porque sus dolencias no proceden de una insuficiencia, sino de un enorme exceso.
El deseo en este caso es un deseo tranquilo, la ansiedad es una serena nostalgia, el
entusiasmo es un enardecimiento pacífico y, finalmente, el propio objeto del deseo aparece
aupándose en la penumbra, y tan cerca que ya está dentro. El objeto del deseo fluctúa sobre
los mismos deseos y se hunde en ellos, sin que semejante movimiento acontezca por la
propia fuerza atractiva del deseo o porque aquello sea deseado. El objeto del deseo no se
pierde del todo en lontananza, ni intenta soltarse del abrazo del deseo, pues entonces éste
se despertaría. En realidad, no obstante, aquel objeto no es deseado propiamente por el
deseo, y ésta es la razón de que éste se torne melancólico, ya que no se decide a desear de
veras. Tan pronto como el deseo se despierta…, o dicho con mayor exactitud, por el hecho y
en el hecho de despertarse ya tenemos separados el deseo y el objeto deseado.”

“El deseo necesita aire, necesita expandirse. Esto es lo que sucede cuando se separan.
Entonces, una vez levantado el muro de separación, el objeto deseado se fuga tímido y
pudoroso como una mujer y, al desaparecer, apparet sublimis o, en todo caso, fuera del
alcance del deseo.”

“El deseo es en este estadio sólo está presente como un presentimiento cuyo objeto es él
mismo. Por eso está también sin movimiento y sin inquietud, suavemente mecido por una
inexplicable emoción interior. (…) Y, sin embargo, no logra agotar su objeto, precisamente
porque en sentido propio no es un objeto y es como si no existiera. (…) Aunque en este
estadio el deseo no está aún determinado en cuanto tal y más bien, en cuanto deseo
presentido, esté completamente indeterminado con respecto a su objeto, posee, sin
embargo, una determinación especial, a saber, la de ser infinitamente profundo.”

Segundo estadio.

"El deseo se despierta y, como siempre sucede, es en el mismo momento de despertar


cuando uno se da cuenta que ha soñado, es decir, cuando el sueño está muy lejos. Este
despertar del deseo o, si se prefiere, este choque brusco que despierta el deseo, lo separa del
objeto y al mismo tiempo le da un objeto. Es preciso captar bien esta típica determinación
dialéctica: el deseo sólo existe mientras haya objeto, y el objeto sólo existe mientras hay
deseo. (…) Si embargo, a pesar de que han nacido exactamente en el mismo momento y
entre ellos no intercede al nacer ni siquiera ese mínimo lapso de tiempo que suele en otros
casos distanciar a los gemelos, se vaya a creer que tal aparición simultánea significa que han
de vivir siempre unidos, sino que lo harán separados

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