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La literatura viva de Annie Ernaux

Decía Michel Foucault que los textos de Dante o Cervantes o Eurípides no eran
estrictamente literatura, si por literatura entendemos la moderna concepción
fundamentada en la desconfianza del lenguaje y de las estructuras racionales, en las
sombras que Stéphane Mallarmé reveló al señalar que una rosa es l’absence de toute
rose, o que Arthur Rimbaud abrazó al afirmar que Je suis un autre. El siglo XX lo
atraviesan imprescindibles libros y autores que, entre máscaras e ilusiones,
construyeron y habitaron laberintos para disfrute de muchos. Sin embargo, en ellos
nos perdimos algunos lectores, huérfanos de pronto de la perspectiva que permite
discernir lo vivo de lo que no lo está.
Enrique Vila-Matas, uno de los mejores arquitectos de esa literatura, se pregunta en
Exploradores del abismo: “¿Debía tener la vida un lugar tan preferente?”. No hay
respuesta tan abrumadora y tan luminosa como la que nos brinda la escritora Annie
Ernaux a través de su obra, marcada de inicio a fin por la autorreferencialidad. La
escritora nacida en 1940 en Lillebonne, Normandía, recurre a las herramientas de lo
autobiográfico y de lo autoficcional para contarnos las experiencias de una mujer
nacida del espíritu revolucionario de los sesenta en Francia, y las emplea a lo largo y
ancho de su producción literaria.
En Una mujer, publicado por la editorial Cabaret Voltaire, Ernaux decía que cuanto
escribía “no es una biografía, ni una novela, naturalmente, quizá algo entre la
literatura, la sociología y la historia”. En el caso concreto de ese libro, centrado en la
figura de su madre, ahondaba en que “mi proyecto es de naturaleza literaria, puesto
que se trata de encontrar una verdad sobre mi madre que solo puede alcanzarse
mediante palabras”. A Ernaux no le interesa contar cuentos, sino historias, y en
concreto la suya propia; pero trasciende la autoficción y la autobiografía, rompe las
barreras de la subjetividad y el intimismo para dotar a su literatura de la capacidad de
intervenir en la sociedad.
Ernaux se ha labrado un reconocimiento que parece no tener límites: ganadora del
prestigioso Premio de la Lengua Francesa en 2008 y del Premio Formentor en 2019, los
dos concedidos a su carrera, es fija desde hace un tiempo en las quinielas de los
Premios Nobel de Literatura. Este año, además, la adaptación de El acontecimiento de
Audrey Diwan se hizo con el León de Oro del Festival de Venecia. En el libro, Ernaux
cuenta su aborto de 1963, cuando solo tenía 23 años. Por aquel entonces abortar era
ilegal en Francia, y se veía tan mal que un médico, al conocer sus intenciones, le
inyectó a traición un fármaco para reforzar el embrión. Su estilo nos recuerda, por lo
autobiográfico y militante del enfoque, a la literatura de otra referente de las letras en
este caso italianas, Dacia Maraini, también eterna aspirante al Premio Nobel y
ganadora del Formentor, o a la más reciente Leña menuda de la joven Marta Barrio,
premio Tusquets de Narrativa de 2021.
Ernaux escribe en una tercera persona que a veces se funde con una primera plural,
crea una autoficción colectiva, envolvente y abierta, un lugar de acción surgido de los
recuerdos de toda una vida en el que los lectores se encuentran, además de a gusto,
vivos, muy vivos. Y eso es inmensamente valioso.

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