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HOMILIA- “LA FAMILIA, CUNA DE LA ESPERANZA”

Buenos días para todos. Bienvenidos a esta hermosa celebración, con motivo del abrazo en
familia.

Se me ha pedido que hable de la familia como cuna de la esperanza.

En este sentido, hay que decir que la familia es la comunión de personas que brota del
matrimonio natural, alianza indisoluble entre un varón y una mujer, comprometidos
públicamente en el proyecto de formar un hogar donde pueda germinar el don de la vida de
los hijos. La fidelidad entre ambos, es lo que contribuye al bien de los cónyuges, de los hijos
y de la entera sociedad.

En Caná de Galilea Jesús es como el mensajero de la verdad divina sobre el


matrimonio; verdad sobre la que se puede apoyar la familia humana, basándose firmemente
en ella contra todas las pruebas de la vida. Jesús anuncia esta verdad con su presencia en
las bodas de Caná y realizando su primera «señal»: el agua convertida en vino. Es la
presencia y el trato con Jesús, lo que fortalece el amor de los cónyuges y en el sacramento
del matrimonio les otorga la capacidad de entregarse el uno al otro con la misma caridad con
que Él ama a su esposa, la Iglesia. Así pues, la Iglesia expone que el matrimonio, como
sacramento de la alianza de los esposos, es un «gran misterio», ya que en él se manifiesta
el amor esponsal de Cristo por su Iglesia. Dice san Pablo: «Maridos, amen a sus esposas
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola
mediante el baño del agua, en virtud de la palabra» (Ef 5, 25-26).

Hemos escuchado en reiteradas ocasiones la siguiente frase: la familia es la célula


fundamental de la sociedad. Esto quiere decir, que una familia sana hace posible la salud y el
vigor de toda la comunidad civil. En cambio, una familia enferma, desintegra el conjunto de la
sociedad. Es la familia el hábitat del ser humano: la cuna, casa y escuela de la vida humana.

Dicho de otra manera, la familia es la primera y principal escuela de humanidad: es


transmisora de los valores, educadora en las virtudes, lugar donde se aprende a amar y guía
en la búsqueda de la verdad. Los padres son los primeros responsables de la educación de
sus hijos. Por tanto, el estado debe facilitar este derecho-deber educativo de los padres, para
que puedan elegir los centros docentes y definir su saber, en el respeto a su libertad de
enseñanza, incluyendo la enseñanza religiosa.

También, los padres son los primeros responsables de la educación afectivo-sexual de sus
hijos. Deben estar alertas, ante algunas ideologías que ponen en peligro la integridad de la
familia y el bien de la persona, que pretenden diseñar la sexualidad y su ejercicio, al margen
de los referentes de la antropología adecuada e integral. Hoy día, se propaga mucho la
promiscuidad sexual en formas aberrantes. De este modo se contribuye a una banalización
de la sexualidad y, por tanto, a la destrucción de la persona misma.

En fin, donde acaba la familia comienza la soledad y la marginación. La familia, por su amor
a cada persona concreta, es el más importante bien social. La familia, como corazón de la
sociedad, se halla en la entraña del bien común que debe ser protegido y promovido.
Por otra parte y para continuar en la misma línea de reflexión, el Catecismo de la Iglesia
católica a propósito de la virtud de la esperanza, nos enseña lo siguiente: "La virtud de la
esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre;
asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para
ordenarlas al Reino de los cielos; protege el desaliento, sostiene en todo desfallecimiento;
dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza
preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad" (n. 1818)

Por tanto, la esperanza nos sitúa a mirar el futuro, pero viviendo en el presente, aprendiendo
del pasado, para hacer balances, para recoger tantas lecciones de la historia en el peregrinar
de la Iglesia bajo la mirada de Dios en el seno de la humanidad, y sobre todo para celebrar la
fe con firmes compromisos, tomando en las manos el futuro, que a Dios pertenece, pero
frente al cual hemos de tomar nuestra responsabilidad. Es por ello, que la familia ha de ser
fuente de esperanza.

Dejemos que nos ilumine aquel acontecimiento de Nazaret, en donde "el Verbo se hizo
carne" (Jn 1,14), allí podemos apreciar la Sagrada Familia, modelo de las familias, fuente
inagotable de espiritualidad y de las nuevas energías que vienen desde el Resucitado. El
Señor sigue saliendo al encuentro de las familias, iluminándolas, fortaleciendo y redimiendo
su amor, caminando junto a ellas, en un diálogo de tierna solicitud, que hay que descubrir en
la fe, en la oración. En no pocas circunstancias, se trata de una peregrinación difícil, en
donde se percibe la amargura de lo no logrado, tal vez de combates perdidos, y del deterioro
de muchos hogares, pero en donde gracias al contacto con el Salvador de los hombres,
como aconteció con los discípulos de Emaús, en una causa que parecía un fraude, renace la
esperanza.

La exhortación apostólica Familiaris Consortio (n. 17), se afirma lo siguiente: En el designio


de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su "identidad", lo que "es", sino
también su "misión", lo que puede y debe "hacer". La familia tiene la misión de ser cada vez
más lo que es, es decir, comunidad de vida y amor, en una tensión que, al igual que para
toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el Reino de Dios. A saber, la
familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y
participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia
su esposa.

La familia es esperanza de la sociedad porque el compromiso de fidelidad que la origina y


anima es un proyecto de custodiar la vida de las personas en el verdadero bien de la
comunión. El futuro de nuestra sociedad está en su mano, puesto que la familia es promesa
de plenitud humana, gestación del porvenir de vida y amor que todos queremos.

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