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“El único fin del juego es suplantar la misión.

La misión es a la vez individual y colectiva, de


manera que la misión es para todos la misma y a la vez distinta para cada uno.”
M.K.L.

Yo no sé realmente si el juego tiene un propósito final, o si existe una manera de ganar, ni si


quiera sé si se puede ganar. Pero si es cierto que reconozco ciertos patrones que denotan su
existencia, por lo tanto; el juego es real, está ahí, en todas partes, de una manera tan sutil que
pasa desapercibido para la gran mayoría.
Lentamente aprendes algunas mecánicas sin llegar a estar seguro de si las entiendes en su
verdadera naturaleza o si tan solo has aprendido a aprovechar su inercia, sus flecos, como el
joven pájaro que aprovecha las corrientes de aire caliente para aprender a volar; no las
entiende, solo sabe que durante unos segundos le sustentarán. Normalmente no entiendes el
proceso hasta que ya tienes el resultado y, aun así, a pesar de comprenderlo, no serías capaz
de repetirlo, y mucho menos con los mismos resultados. El juego está repleto de variables,
entender y aprovechar cada una de ellas es sencillamente imposible, aunque antiguamente
existía gente capaz, grandes maestros que entendían los algoritmos sagrados de la vida y las
bases geométricas de nuestra prisión, que no es otra cosa que el juego.
Yo encontré a mi maestro por lo que muchos llamarían casualidad, cosa de la que él se reiría
amablemente, era capaz de ver muchas de las variables del juego, y ese día estaba allí solo
para encontrarse conmigo. Aunque yo no lo supe de verdad hasta mucho tiempo después.

La lluvia caía con fuerza y el cielo era un manto gris hasta donde la vista alcanzaba, yo me
cobijaba bajo las enormes ramas de un árbol que seguramente tendría varios siglos de vida.
Había partido hacia la selva negra alemana sin propósito alguno, después de dejar mi trabajo y
avisar a mis más allegados de que estaría un tiempo sin aparecer pasé un tiempo vagando por
los caminos y bosques de mi pueblo natal, pero tras pocas semanas decidí irme más lejos,
donde de verdad encontrara una soledad capaz de enfrentarme a mí mismo. Y allí estaba,
empapado por las voluminosas tormentas de la selva negra alemana, lejos de cualquier
construcción humana o refugio, a más de cien kilómetros de la aldea más cercana. Ya llevaba
varios días con una extraña sensación, no sabría decir si agradable o desagradable. Una
especie de contención en el pecho que a veces me impedía respirar con normalidad y otras me
ayudaba a llenar de verdad cada rincón de mis pulmones. En ese momento estaba agotado,
húmedo, confuso con mis propios pensamientos y deseos; ¿De verdad era allí donde debía
estar? Acaso toda esta odisea no era más que una pérdida de tiempo y salud?
- No estás perdiendo el tiempo muchacho, más bien lo estás ganando.
Aquella voz retumbaba a mi alrededor como si proviniera de cada una de la gotas de agua que
manaban del cielo. Por más que me esforzaba no lograba ver quién era el dueño de aquellas
palabras, y eso que con el ruido de la tormenta no debía estar muy lejos de mí para poder
escucharlo con tanta claridad.
- Has venido aquí por un motivo, igual que yo.
Otra vez parecía que su voz me rodeara, a pesar del viento y la lluvia, pero esta vez estaba
preparado y me di cuenta de que a escasos metros de mí, sobre una gran roca, se podía
adivinar la silueta de alguien sentado en ella, con las piernas cruzadas y el torso erguido, lo que
parecía una manto con capucha le protegía el cuerpo y la cabeza.
- ¿Quién eres? – Pregunté sin apartar la vista de aquella figura.
- Acabo de decírtelo, soy lo que has venido a buscar.
Aquellas palabras retumbaron en mi interior una y otra vez. ¿Cómo podía ser? ¿Lo que había
venido a buscar? Si yo no buscaba nada, precisamente quería soledad y aislamiento para poder
entender todas esas preguntas que abrumaban mi mente, para encontrar el sentido de mis
acciones, de mis propósitos. ¿Cómo podía ser que lo que había venido a buscar fuera una
persona? ¿Y cómo sabía que yo buscaba algo y no era un simple excursionista?
- Yo… Yo no busco nada, solo me protejo de la lluvia.
- ¿Y por qué te proteges de la lluvia aquí?
La pregunta me desconcertó, tarde unos segundos en encontrar lo que creía era una respuesta
válida.
- Las ramas de este árbol son muy grandes, es lo mejor que he encontrado.
La extraña figura soltó una carcajada.
- Lo que pregunto es porque estás en esta selva protegiéndote de la lluvia.
Ahora entendía su intención, pretendía encontrar el profundo origen de mi viaje hasta allí,
pero yo no tenía intención de explicarle al primero que me encontrara los demonios que me
perseguían.
- Estoy de vacaciones, me gusta el senderismo.
Mis palabras sonaron tan forzadas que ni tan solo yo era capaz de creérmelas.
- ¿Ves la inscripción que hay tallada sobre tu cabeza?
De nuevo la pregunta de aquél extraño me dejó desconcertado, alzó una mano señalando el
enorme tronco del árbol sobre el que mi espalda reposaba. Entonces giré la cabeza y pude ver
a que se refería. Tallado sobre la corteza del árbol había una especie de símbolo con números.
Más o menos parecían tres triángulos equiláteros formando una estrella de nueve puntas, los
números tres, doce y noventa-y-tres estaban grabados debajo, y otros símbolos que no
reconocía encima de la estrella terminaban de cerrar la estampa.
- ¿Qué significa esto?- Pregunté.
- Lo tallé yo mismo hace justo hoy nueve meses.
Lentamente un ligero sentido universal empezaba a ensamblarse en mi cabeza, pero no sabía a
qué atenerme, no entendía que estaba sucediendo.
- Es la fecha de hoy - Dijo el extraño seriamente.
Tres de Diciembre del noventa-y-tres, tenía razón. Pero ¿Que significaba eso? Este hombre
estaba aquí hace nueve meses y talló esa extraña inscripción en el árbol que ahora me cobija
de la tormenta. ¿Será casualidad? Se pasará la vida vigilando este árbol?
- ¡No lo entiendo! – Grité a través de la tormenta.
Entonces el extraño se levantó con gracia y se dirigió hacia mí a través del manto de agua que
fustigaba cada rincón de la selva. Cuando estuvo lo suficientemente cerca distinguí algunos de
sus rasgos bajo el cielo gris y aquella capucha. Ahora su voz era fuerte como un trueno pero
cálida como una hoguera junto a los amigos.
- Has venido hasta aquí para encontrarme, y querías encontrarme para despertar. Tu guía
interior te ha conducido hasta Nimelek, el Árbol Guía, uno de mis lugares favoritos. Yo soy
capaz de ver más allá del juego, y le pedí a Nimelek que me dejara marcarlo con un glifo para
aprovechar nuestro encuentro, pues estamos en los últimos minutos antes de la media noche,
y es preciso actuar con velocidad y diligencia si queremos hacer algo de provecho.-
Yo no entendía nada, la información se acumulaba en mi cabeza mientras aquel extraño

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