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Sociología – Trabajo ProgramadoFADA-UNA 6º semestre

Ň Revista de Cultura 27 de julio de 2013

¿Bajo qué lente se juzga la cultura?


Marcelo Pisarro

El niño tiene tres años y una grave afección cardíaca. Necesita una intervención
quirúrgica en un centro asistencial de alta complejidad de la ciudad capital. Sin esa
intervención, el chico morirá; con la operación, caso tenga alguna chance. Este niño
pertenece a una comunidad indígena de una zona fronteriza del estado-nación. Los padres
–en la ciudad capital, por su edad, serian apenas unos adolescentes –consultan al cacique
sobre la conveniencia de la cirugía. El cacique la desaconseja y decide que los rezadores de
la comunidad se encarguen de la sanación del niño. Aunque el menor es trasladado al
hospital por la fuerza pública, los padres se niegan a firmar el consentimiento para la
operación. El Estado interviene. Decide priorizar el derecho que asiste a todo niño en
relación al cuidado de su salud por sobre otros derechos referidos al respeto de su identidad
cultural. Una ONG apela la decisión judicial y la cirugía se pospone. El chico empeora.
Finalmente, los trabajadores sociales, sacerdotes y cuerpo médico persuaden a los padres
de la urgencia de la práctica quirúrgica. La intervención se realiza, pero ya ha pasado
demasiado tiempo. El niño muere días después. El cacique responsabiliza a la “medicina
occidental”. La ONG habla de colonialismo e imperialismo cultural, de atropello a las
costumbres nativas. La comunidad indígena lamenta que uno de los suyos falleciera lejos
de casa y que no se hayan podido consumar los ritos de pasaje entre esta vida y la otra vida.
Para ellos, no hay muerte, pero el niño ha quedado varado entre dos mundos.

Casos con este argumento esquematizado se han vuelto moneda corriente en las
discusiones públicas del continente americano. Sus participantes son personas que
efectivamente están atrapadas entre dos o más mundos, o mejor aún, que están atrapadas
entre distintas culturas. Sólo que ahora casi cualquiera que haya leído las noticias del día
sabe que también uno mismo, en menor o mayor grado, es un sujeto atrapado entre
culturas. Que se encontrará más implicado en unas culturas que en otras, pero que aquellas
culturas que pueden parecerle extrañas o ajenas tienen también su mérito y resultan
naturalísimas para las personas que se identifican con ellas.

A esta posición se suele llamar “relativismo cultural” y con diferentes nombres


(“inclusión”,”tolerancia”, “diálogo cultural”) se la impulsa en las escuelas, en los programas
televisivos de variedades, en los conciertos de rock y en las iniciativas del Estado. Su
emergencia moderna suele localizarse en la antropología estadounidense de las primeras
décadas del siglo XX, concretamente en los trabajos de Franz Boas y de sus discípulos. Por
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entonces era una respuesta para el etnocentrismo occidental –que, cuando Boas enviaba a
sus alumnos a parajes remotos, adoptaba la forma de un racismo rampante-, pero también
una herramienta metodológica y heurística para la investigación etnográfica. Luego de la
Segunda Guerra Mundial, cuando los hornos de los campos de concentración nazis todavía
estaban humeantes y se insinuaban las primeras luchas por la descolonización, el
relativismo cultural dejó de ser una herramienta académica para convertirse en una
doctrina filosófica, en el programa político de la UNESCO: todas las culturas son iguales a
pesar de sus diferencias, todos los sistemas de valores aunque sean distintos, son
igualmente legítimos. […]

¿Juzgar las culturas?

En general hay tres elementos que se prestan a confusión. El primero es la


identificación de uno con su propia cultura; el segundo es la comprensión de aquél que
tiene otra cultura; el tercero, los parámetros a través de los cuales juzgamos todas esas
culturas. Poco importa ahora cómo se defina “cultura”. Hace cuarenta años, cuando publicó
su libro La interpretación de las culturas, el antropólogo Clifford Geertz dijo que ese “todo
sumamente complejo” del que se había servido el pionero E. B. Tylor en 1871 para definir
“cultura” oscurecía más que lo que aclaraba. Que había tantas definiciones de cultura como
personas que se dedicaban a estudiarla[…].

En la vida cotidiana no suele ser necesaria la elección. Todos parecemos entender


qué es una cultura y la idea que nos hacemos de ella no difiere mucho del “todo sumamente
complejo” del evolucionista Tylor. Esas culturas pueden ser descriptas de manera
aceptablemente objetiva […] Esas gentes creen en esto, comen aquello otro, bailan estos
bailes, cantas estas canciones, se aparean según estas reglas, se identifican con tal
derrotero histórico y se autorretratan de tal manera. Sin embargo, alertó el semiólogo
Umberto Eco, una cosa es decir que algo es una cultura y otra distinta decir sobre la base
de qué parámetros la juzgamos. Cuando se establecen parámetros, entonces se está en
posición de afirmar que, para alguien, una cultura es superior a otra, que no todas son
iguales, ni tampoco deseables; y además, también es posible sostener que algunos sistemas
de valores son –para alguien- mejores o peores que otros. Si se considera que la posibilidad
de curar a un niño con una afección cardíaca severa es un valor, si se toma ese parámetro,
entonces una cultura de operaciones quirúrgicas es superior a una cultura de rezadores.
¿Consideramos que la vida de un niño es más importante que los usos y las creencias de su
comunidad? ¿O pensamos que es más importante que la comunidad mantenga esos usos y
creencias aunque cuesten la vida de un niño? Son preguntas que nos obligan a reflexionar
no tanto sobre los parámetros de otras culturas sino sobre los propios. Todas las culturas y
todos los sistemas de valor son legítimos, ahora, ¿también las culturas que ponen a las

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mujeres adúlteras en un pozo y las matan a piedrazos? “Reflexionar acerca de nuestros
parámetros –insistía Eco- también significa decidir que estamos dispuestos a tolerar todo,
pero que para nosotros algunas cosas son intolerables”.

Hay una tensión entre lo aceptable y lo inaceptable. Entre lo tolerable y lo


intolerable. Por eso predominan en nuestra habla cotidiana términos como
“multiculturalismo”, “interculturalidad”, “hibridación cultural”, “pluriculturalismo” o
“asimilación cultural”, nociones que expresan alguna clase de negociación. Las culturas no
son cosas fijas e inmutables. No se ajustan con precisión a los estados-nación, ni a las
arbitrariedades geopolíticas de los mapas, ni a los condicionamientos de clase, etnia o casta.
Que haya sujetos atrapados entre culturas quiere decir que hay sujetos en movimiento, en
tránsito […] La migración, el turismo, los viajes forzados (por guerras, persecuciones
religiosas o étnicas, por hambrunas, por crisis económicas), la circulación en el espacio y el
desplazamiento entre los símbolos, los lenguajes cambiantes, los devaneos entre los
centros y las periferias, todo esto debe recordarnos que las culturas –cualquier cosa que
sean “las culturas”- no son entes estancos, inequívocos y bien delimitados. No se adecuan
con exactitud a la fórmula: un territorio ₌ un espacio social ₌ una cultura.
No obstante, todavía se mantiene una perspectiva fuertemente cartográfica de la
cultura. Cada una se presenta como un ente segmentado, circunscripto y orientado hacia
su propio eje, estructurado por historias nacionales, sentidos regionales y arraigos locales
[…] Y de nuevo la importancia de interrogarse sobre los parámetros. Juzgar una cultura
como “todo sumamente complejo” a través de unos pocos parámetros es un camino directo
hacia el etnocentrismo o hacia algo peor. La idea de cultura como totalidad esencial, antes
que un dispositivo relacional y circunstancial, es incorrecta en el mejor de los casos y
peligrosa en el peor de ellos. La comprensión de la diferencia comienza con la aceptación
de que nuestros parámetros pueden estar equivocados; que, aunque sean legítimos, no
alcanzan para juzgar una cultura como totalidad […] Y por último, que una intervención
quirúrgica puede convivir perfectamente con los rezadores que mantienen las cuentas
claras con los dioses y con la tradición. Tal como convive con sacerdotes católicos y
amuletos para la buena suerte.

Ejercicio de análisis (10 puntos):

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En base a la lectura del texto:

• Con base a la definición de cultura de las ciencias sociales, identifique en el texto los
diferentes componentes de la cultura a modo de ejemplos y en qué nivel se encuentran
esos componentes (simbólico, de comportamiento, material, etc.)

• ¿A qué se refiere el etnocentrismo? ¿cuáles son sus manifestaciones?

• ¿cómo definiría “relativismo cultural”? ¿cuáles pueden ser sus consecuencias?

GLOSARIO

Multiculturalismo: Refiere a comunidades con diferentes culturas. En términos


descriptivos, significa que demográficamente existe diversidad cultural en áreas
territorialmente delimitadas, como barrios, escuelas, ciudades o naciones; en términos
normativos, se refiere a las políticas y corrientes de pensamiento que promueven la
institucionalización de esta diversidad. El multiculturalismo suele contrastarse con el
concepto de asimilación cultural; a la par, se lo vincula con expresiones metafóricas como
mosaico cultural y ensaladera (salad bowl).

Diversidad Cultural: el grado de variedad de culturas autónomas en relación a una


monocultura o a una tendencia homogeneizadora de la cultura. La diversidad se considera
un atributo positivo.

Asimilación cultural: se denomina de esta forma el proceso mediante el cual una persona
o un grupo de personas se incorporan ¿o son incorporadas? A una cultura que a priori les
resulta ajena. Se relaciona con expresiones como crisol de razas y se diferencia de otras
como mosaico cultural y ensaladera (salad bowl).

Crisol de razas: es una expresión retórica para referirse a una sociedad culturalmente
heterogénea que se vuelve homogénea a través de un proceso de asimilación cultural.
Difiere pues del multiculturalismo.

Mosaico cultural: esta locución alude a la coexistencia en una sociedad de diversas etnias,
idiomas y culturas. Asume una versión ideal del multiculturalismo, en abierta discrepancia
con la asimilación cultural del crisol de razas.

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Ensaladera (salad bowl): sugiere que la integración cultual es como una ensalada, en que
los elementos se combinan, pero sin disolverse, como en el crisol de razas.

Pluralismo cultural: la capacidad de pequeños grupos de mantener su identidad y valores


culturales que son aceptados por la sociedad mayor. Se diferencia del multiculturalismo, ya
que éste no requiere de una cultura dominante.

Interculturalidad: es un término normativo que apoya la comunicación intercultural y


combate la autosegregación entre culturas. Indica las propuestas que trascienden la mera
aceptación de la diversidad cultural e incentiva la interacción entre ellas. La expresión se
emplea como crítica al multiculturalismo y su falta de políticas inclusivas.

Pluriculturalismo: enfatiza la noción de que un individuo está atravesado por diversas


culturas que crean múltiples identificaciones. La identidad individual y social es entonces el
producto de múltiples experiencias culturales. Se aleja pues del multiculturalismo.

Razas humanas: sistema de clasificación para categorizar humanos en grandes grupos


según afiliaciones anatómicas, lingüísticas, culturales, geográficas, étnicas, religiosas,
genéticas, históricas y sociales. Primero sugirió afiliaciones nacionales; a partir del siglo XVII
utilizó elementos físicos para jerarquizar a los grupos étnicos; desde el siglo XIX, ya en un
sentido taxonómico, categorizó a los humanos según patrones genéticos fenotípicos. Luego
de la experiencia del siglo XX, el término está perimido en la mayoría de los contextos
académicos y públicos.

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