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Micaela Bastidas Puyucahua fue prócer y mártir de la independencia peruana.

Nació
en Tamburco,
en 1745, y murió en Cusco, el 18 de mayo de 1781. Hija de Manuel Bastida,
descendiente de africanos, y de Josefa Puyucahua, indígena, por sus raíces tanto
africanas como amerindias era conocida por muchos como Zamba, nombre que se daba en
época colonial a las personas producto del
mestizaje entre africanos e indígenas.
El 25 de mayo de 1760, poco antes de cumplir 16 años, se casó con el joven mestizo
descendiente
de la nobleza indígena, José Gabriel Condorcanqui, en la iglesia de Nuestra Señora
de la Purificación, en el pueblo de Surimana, lugar del curacazgo de su marido.
Condorcanqui era descendiente
directo por línea materna del último Inca Túpac Amaru I. En 1764 fue nombrado
cacique de los
territorios que le correspondían por herencia, Pampamarca, Tungasuca y Surimana, y
fijaron su residencia en Tinta, localidad perteneciente a Cusco.
José Gabriel había recibido una educación privilegiada en colegios jesuitas de Lima
y Cusco. Dominaba el castellano, el quechua y el latín, era un ávido lector y su
interés por diversos temas le dio
un nivel cultural remarcable. Poseedor de grandes extensiones de tierras y riqueza,
cumplía múltiples roles en la administración de sus bienes. Como curaca debía
mediar entre el corregidor y los
indígenas a su cargo. Como próspero hacendado se vio afectado, como el resto de la
población, debido a las alzas fiscales y la creación de aduanas internas. Como
arriero recorría su territorio, vi-
viendo de cerca las historias y desgracias de los trabajadores y sus duras
condiciones. Durante un
viaje a Lima, José Gabriel se informó sobre las nuevas ideas de la Ilustración y de
los acontecimientos internacionales, así como la independencia de los Estados
Unidos.
Como mestizo sentía que toda la injusticia con su gente lo tocaba en carne propia.
Realizó reclamos
y solicitudes oficiales a las autoridades coloniales de Tinta, Cusco y Lima, para
que los indígenas
fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas y exonerados del cumplimiento
de la mita, obteniendo siempre negativas o indiferencia y comenzó a desarrollar una
ideología libertaria basada
en la defensa de indígenas, esclavos, criollos y mestizos, orientada a la
independencia de su territorio y comercio de las decisiones de la corona de España
Micaela, en cambio, recibió en la infancia la educación elemental en letras y artes
que era usual en
esa época para las mujeres. Su marido fue su maestro ideológico, ella se concienció
rápidamente de
la compleja situación de su gente y se involucró con la causa. Lo apoyaba
firmemente, defendiendo
y divulgando los postulados que harían resurgir la conciencia del derecho de los
labriegos a liberar
su tierra y su existencia de la mano opresora.
En 1780, agotadas las vías de diálogo con los representantes de la corona española,
José Gabriel
Condorcanqui inicia un movimiento en contra de la dominación española. Es apoyado
por curacas
ligados a hacendados de Cusco En ese momento adopta el nombre de Túpac Amaru II en
honor de
su antepasado el último Inca. El 4 de noviembre de 1780 Túpac Amaru II dio el
primer grito de libertad y difundió una proclama independentista, dando comienzo a
la rebelión. El corregidor Antonio de Arriaga fue tomado prisionero y condenado a
morir en el cadalso. Los rebeldes instalaron su
cuartel general en Tungasuca.
Desde ese momento Micaela se convirtió en la principal consejera de Túpac Amaru II,
participó en
el juicio sumario contra Arriaga y asumió múltiples roles en el movimiento. Actuaba
con dinamismo y persuasión, tal vez más concienciada incluso que su marido, ya que
el papel de la mujer indígena era el más vilipendiado por los opresores.
Los indígenas tenían prohibida la tenencia de armas de fuego, uno
de los mayores problemas a los que se enfrentaron fue la obtención
de armamento. Micaela fue la encargada del aprovisionamiento de
las tropas, lo que incluía conseguir y distribuir dinero, alimentos,
vestimentas y armas. Expedía los salvoconductos para facilitar el
movimiento de quienes viajaban a través de amplios territorios.
Estuvo a cargo de la retaguardia indígena, demostrando diligencia y
capacidad, implementando medidas de seguridad y luchando contra
el espionaje. Implementó un eficiente sistema de comunicaciones,
organizando un servicio de chasquis (mensajeros en quechua) a
caballo que llevaban rápidamente información de un punto a otro
del territorio rebelde.
Una verdadera legión de luchadoras andinas, quechuas y aymaras
trabajaron junto a Micaela en el levantamiento, realizaron estrategias y dieron
apoyo a las tropas. Para ellas se trataba no solo de liberar a su pueblo de la
explotación
española, sino también de restablecer el rol de la mujer indígena con participación
en la vida social
y política, tradición que el sistema colonial intentó abolir convirtiéndolas en
víctimas de todo tipo
de abusos. Estas mujeres participaban también en la batalla, junto a sus hijos y
maridos. También lo
hacía Micaela, quien con su carácter enérgico infundía aliento a Túpac Amaru desde
el mismo campo de batalla. Luego del triunfo de Sangarará fue constituida jefe
interino de la rebelión.
En marzo de 1871 el ejército de Túpac Amaru contaba con siete mil hombres y mujeres
dispuestos
a pelear hasta la muerte contra la corona española, quienes proclamaron a Túpac
Amaru II como
Emperador de América.
En testimonios de la época es Micaela quien aparece como principal estratega a
través de tareas
políticas, militares y administrativas y principal consejera del líder. Con su
sólida convicción, claridad de pensamiento y alta intuición, se convirtió en el
sexto sentido de la rebelión.
Cuando ella aconsejaba realizar un ataque inmediato a Cusco para lograr su
rendición, su marido no
la escuchó y en un grave error táctico se concentró en otras villas, al tiempo que
fueron delatados
por un traidor. El contingente de Túpac Amaru fue rodeado y emboscado, y junto a
Micaela, sus
hijos Hipólito de 18 años y Fernando de 10, y varios de sus familiares fueron
apresados y llevados a
Cusco, donde permanecieron presos en el convento de la Compañía de Jesús convertido
en cuartel
militar. Fueron sometidos a interrogatorios y tormentos para poder ubicar al resto
de las tropas revolucionarias, les prometían disminuir la pena si delataban a sus
amigos, pero no lograron conseguir
de ellos ninguna información y el 14 de mayo fueron condenados a la pena capital.
El 18 de mayo
de 1781 fueron llevados a la Plaza de Armas del Cuzco para ser ejecutados uno a
uno.
La convicción de los ideales de justicia y libertad de Micaela defendidos hasta la
muerte, unida a su
familia y luchando junto a su gente, convirtió su historia en leyenda e inspiración
para la gesta independentista de América Latina

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