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Cansado de los abusos de los españoles, que imponían reiteradas alzas fiscales a los
locales y explotaban a los indígenas hasta el punto de esclavizarlos, José Gabriel tomó el
nombre de Túpac Amaru II y comenzó la rebelión de Tinta, apoyado por Micaela. La
correspondencia del matrimonio permite constatar que fue ella la encargada de proveer a
las tropas rebeldes de armas. Como estratega organizó la retaguardia indígena,
implementó un servicio de chasquis a caballo para transmitir información y levantó un
escuadrón de luchadoras quechuas y aimaras, quienes participaron en las batallas junto a
sus hijos y maridos. Micaela mostró gran coraje en los enfrentamientos y fue nombrada
jefa interina de la rebelión tras el triunfo de Sangarará.
A comienzos de 1781 los revolucionarios lograron sumar a los criollos y contaban con un
ejército de siete mil hombres y mujeres que proclamaron a Túpac Amaru II emperador de
América. Ese mismo año, el matrimonio, junto a dos de sus tres hijos, cayeron en una
emboscada española y fueron trasladados a Cusco. Allí los torturaron en busca de
información sobre el ejército rebelde, pero no tuvieron éxito. Fueron condenados a muerte
y conducidos a la Plaza de Armas. Aunque trató de luchar contra sus verdugos, a Micaela le
cortaron la lengua y la golpearon hasta la muerte. Lo mismo a su marido. Ambos cuerpos
fueron desmembrados y sus partes enviadas a diferentes pueblos para mostrar las
posibles consecuencias del alzamiento. Sin embargo, este hito marcó un precedente vital
para el fortalecimiento de la causa independentista. Por eso, Micaela Bastidas es
considerada una de las grandes heroínas de su patria.