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Ecologías de raíz1

La compasión es el radicalismo de nuestro tiempo


- Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama

La mayoría de personas, al escuchar la palabra «ecología», la asocian con acciones de


reforestación, reciclaje o conservación de especies, o con el uso de energías alternativas,
como la solar o la eólica. Mas la ecología, término acuñado a mitad del siglo XIX, goza de
un amplio espectro compuesto por una variedad de propuestas en torno a las relaciones
entre los seres vivos y sus ecosistemas. Desde la ecología científica hasta el eco-anarquismo,
pasando por la ecología política, el capitalismo verde y la eco-fenomenología, existe un
espectro «verde» que organiza la variedad de conocimientos ambientales en torno al ser
humano y a su rol en la aventura de vida en el planeta. Desde mi punto de vista, el pilar
fundamental de la amplia gama de saberes ecológicos descansa en el concepto y experiencia
de la relacionalidad. Este entendimiento ampliado libera a la ecología de su prisión
convencional, haciéndola pieza esencial en el rompecabezas de lo que significa ser humano.

Desde hace mucho tiempo me he sentido hondamente interesado por la invisible, pero
contundente influencia de las relaciones en el mundo de lo vivo. Hace años, al estudiar la
ecología de ciertos cactus amantes de las piedras, reflexionaba sobre el hecho de que
atestiguaba la presencia de fuerzas intangibles que influenciaban las pequeñas comunidades
de cactus de manera fundamental. Sus hojas se habían transformado en espinas para
relacionarse de mejor manera con la escasez de lluvia y humedad atmosférica; su apariencia
carnosa o suculencia era dada por su habilidad de retener agua, y su metabolismo especial
les permitía abrir sus estomas durante la noche para evitar la pérdida de agua por
evapotranspiración. Todo ello dictado por la adecuada relación del cactus con el sol, el aire,
el agua, las piedras de granito y los demás seres a su alrededor. «La capacidad relacional del
cactus le otorgaba su peculiaridad y, en última instancia, le permitía su subsistencia»,
pensaba para mí mismo.


1. Tomado de: Adrián Villaseñor Galarza. Corazón del cielo, corazón de la Tierra: La espiritualidad en la era
planetaria. 2017. pp. 57 – 68.

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La constante interacción o diálogo entre el cactus y otros seres me era explicado como
el resultado de diferentes mecanismos de adaptación y sobrevivencia derivados de un
entendimiento mecánico del mundo gobernado primordialmente por la competencia.
Aunque satisfactorias a un nivel, tales explicaciones nunca resonaron dentro de mí. Sentía
que el rol del mundo invisible de las relaciones era mucho mas preponderante de lo que se le
daba crédito. Fue gracias a prestar atención al mundo intermedio entre las cosas, el reino de
las relaciones, que fui despertando a una cosmovisión viva, en la que la naturaleza y todos
sus habitantes estaban dotados de valor, dinamismo y profundidad. Desde esta óptica
ecológica que celebra la interconexión y la convivialidad armoniosa, el planeta pasa de ser
una pila de recursos a un gran ser con derecho a ser apreciado, respetado e, incluso,
reverenciado.

Las variadas ideas y propuestas de las ecologías de raíz dan cabida al salto perceptual
que permite concebir la posibilidad de un futuro más armonioso. Aunque en ocasiones
relacionadas con acciones impulsivas, las ecologías radicales proveen el trasfondo necesario
para ir más allá de las limitaciones del sistema de crecimiento industrial, que tiene como
línea base la creación de sociedades exponencialmente consumistas. Es pues el
cuestionamiento de las pautas sociales reinantes y la crítica a soluciones meramente
tecnológicas y económicas a problemáticas ambientales que hacen de médula de las
ecologías radicales. La forma de vida característica de las sociedades industrializadas es
insostenible vista desde el punto de vista de la cosmovisión viva que avanzan las ecologías de
raíz.

A continuación, presento muy brevemente una selección de propuestas radicales que


evidencian un sistema ético inclusivo y refinado, y que, ajustado a los desafíos de un mundo
globalizado, considero vital para emprender cualquier proyecto regenerativo o,
simplemente, como guía del buen vivir. Cada propuesta presentada a su vez consta de una
variedad de escuelas y un sinnúmero de matices informados por distintas latitudes,
perspectivas y periodos históricos.

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Propuestas

El eco-feminismo emergió en la década de los años 70 al traer a la superficie la


interdependencia entre las relaciones de género y la relación entre la especie humana y la
Tierra. La idea principal de esta vertiente radical se centra en que la subordinación y
subyugación de la mujer (y de las comunidades vulnerables asociadas, como la gente de
color y aquellos con escasos recursos económicos) está ligada a la dominación y a la
destrucción de la naturaleza, y a la glorificación del hombre. Las sociedades patriarcales, con
una marcada propensión al control y a la manipulación, aparecen en contraparte a los
valores de reciprocidad y cooperación tradicionalmente asociados con lo femenino en la
mujer y en la naturaleza. Es el androcentrismo o el abultado énfasis en el hombre el motor
principal de la devastación ecológica y la injusticia social.

La ética ecofeminista podría contribuir a agravar el antagonismo de género, que


inicialmente trata de combatir, cuando es elaborada desde la óptica de que la naturaleza de
la mujer es esencialmente la crianza y el cuidado. Este enfoque esencialista deja al hombre
en el polo opuesto de la ecuación; el portador exclusivo de violencia y control, haciéndolo
fundamentalmente diferente de los atributos dadores de vida que hermanan a naturaleza y
mujer. Afortunadamente, existe una variedad de escuelas ecofeministas (liberales, culturales,
sociales y otras) que, al tiempo de proponer la equidad de genero y celebrar la aparente
semejanza entre la mujer y la naturaleza, hacen por destituir la enquistada enfermedad
social del patriarcado. ¿Sabías que referirse al planeta exclusivamente como «Madre Tierra»
es potencialmente problemático desde este punto de vista? De cualquier manera, son claros
la enorme injusticia, el daño y la destrucción que ha causado el sistema patriarcal al
entramado planetario.

La ecología social es una vertiente radical que tiene como eje central el análisis de las
estructuras socioeconómicas prevalentes y su relación con la naturaleza. Informada por la
ideología marxista y el anarquismo, la ecología social propone que las causas de la crisis
ecológica se encuentran en el orden social, específicamente en el modelo jerárquico que
favorece el capitalismo basado en relaciones de dominio, posesión y acumulación de bienes.
La percepción de lo que es «naturaleza» y, por ende, la relación con la misma, pende en

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ultima instancia de la complejidad del tejido social. Las marcadas diferencias sociales en
torno al acceso a recursos, el tipo de trabajo que se realiza y el sector al que pertenece, el
alcance económico del individuo y los mecanismos productivos que sustentan los roles
sociales son algunos de los factores principales que dan forma a la relación humano-Tierra.
Desde esta perspectiva, los motores fundamentales de la destrucción del planeta son la
injusticia y la inequidad social.

Debido a ello, la ecología social esposa una ética antropocéntrica o centrada en el


humano, sostenida por ideales no jerárquicos e igualitarios. El camino post-capitalista hacia
la viabilidad ecológica es uno en el que la lucha de clases es armonizada por medio del
reconocimiento de la interdependencia entre la dimensión social y la naturaleza. La libertad
y la igualdad social son valores centrales que hacen de combustible en la creación conjunta
de sociedades auto-gobernantes y soberanas. ¿No será que el marcado énfasis en las
necesidades materiales y económicas de las sociedades contribuye a asfixiar las bondades
más sutiles del mundo natural como el asombro, la gratitud y el desarrollo psico-espiritual
del ser humano? No obstante, la idea de que el dominio de la naturaleza deriva de las
relaciones opresivas en el reino de lo humano, es una propuesta fundamental de las
ecologías de raíz.

La ecología profunda, por su parte, reconoce la necesidad de una revolución


paradigmática más allá de la visión mecanicista y materialista de los últimos siglos. La
«profundidad» a la que se aboga está estrechamente ligada al análisis de las pautas culturales
y existenciales que sirven de cimiento de las sociedades industriales y que hacen de la
especie humana el centro y medida de la totalidad del mundo natural. Tales pautas otorgan
un valor moral superior a la especie humana y la posicionan en la cúspide indiscutible de la
pirámide evolutiva, dándole así luz verde para usar la naturaleza de forma irresponsable y
desmedida. La ecología profunda, surgida en la primera mitad de la década de los años 70,
hace por enmendar la fractura entre el humano y el planeta al extirparle el habitual
narcicismo patológico y volver a concebirse como un miembro más de la trama de la vida
planetaria. Desde esta postura, el antropocentrismo es la causa fundamental de las
complejas problemáticas ecológicas que hacemos frente.

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Un nuevo paradigma ecológico, que tiene como médula la realización de
interdependencia de todo ser, es la propuesta de la ecología profunda. Es por esta razón que
se celebra una ética ecocéntrica o centrada en la casa planetaria común, en la que todo ser
cuenta con un valor ligado exclusivamente al hecho de su existencia y no a su utilidad
potencial en la cadena productiva del humano. La visión ecocentrista que percibe el valor de
todo ser es acompañada por un sentido de igualdad biosférica, al tiempo que se reconoce la
gran riqueza y diversidad del planeta. Este cambio de visión nace en el profundo nivel de la
conciencia y la cosmovisión, desde donde se producen intervenciones de corte holístico,
inclusivo y de largo alcance, al tratar con el mundo natural y las problemáticas creadas por la
mano humana. ¿Será posible participar de la visión interdependiente del humano y del
planeta sin tomar en cuenta las diferencias socioeconómicas prevalentes?

La ecopsicología es un campo de estudio establecido en la década de los años 90


dedicado a examinar el vínculo psico-emocional entre la especie humana y la naturaleza.
Aunque en los últimos siglos se ha hecho por demarcar una clara distinción entre mente y
materia, la mente humana ha sido forjada y refinada en el caldero silvestre del mundo
natural durante miles de años. En base a un diálogo de saberes ecológicos y psicológicos, la
ecopsicología propone un marco teórico que asume la comunidad planetaria como un gran
reservorio de códigos y enseñanzas necesarios para mantener y recuperar tanto la salud
humana como la viabilidad ecosistémica. A la par, se despliega un conjunto de prácticas
ecoterapéuticas que hacen de los conceptos y teorías una experiencia didáctica y sanadora.
Un creciente numero de estudios científicos apoyan el supuesto básico de esta vertiente
radical: la naturaleza es una gran doctora. Reprimir el nexo eco-mental entre los humanos y
la Tierra engendra patología, mientras que la relación consciente y respetuosa con nuestra
casa planetaria acarrea salud y virtud.

La ampliación del estudio de la mente humana lleva invariablemente a cuestionarnos


acerca de la extensión u ocurrencia de dicha mente. ¿Cuál es el límite en donde la mente
termina y la materia desprovista de subjetividad comienza? Este planteamiento cataliza un
análisis de los cimientos de nuestra identidad, del «yo» al que adjudicamos quien somos.
Desde una óptica ecopsicológica, las causas de la crisis ecológica son encontradas en un

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profundo nivel de la psique, en el que la escisión entre el humano y la naturaleza ha creado
un sentido de identidad disminuido y en contraposición con el orden natural. Es por ello
que las propuestas radicales que integran la ecología y la psicología invitan una honda
revisión de las pautas culturales que dictan la salud, el bienestar y el desarrollo personal.
¿Será de verdad viable concretar el amplio y noble objetivo de sanar la arraigada confusión
que nos lleva a declarar la guerra al planeta?

Como su nombre sugiere, la ecología espiritual es una respuesta a la crisis ecológica


enraizada en distintas tradiciones espirituales. Esta respuesta hace explícita la dimensión
sutil de las distintas problemáticas asociadas a la Tierra, a la vez de contar con una variedad
de herramientas para contribuir al necesitado cambio. Acciones comúnmente consideradas
exclusivas del reino del humano y del desarrollo personal, como la oración, la meditación o
el manejo de emociones, son practicadas tomando en cuenta el intrincado tejido de
relaciones humanas y no humanas que dan forma a nuestras vidas. El buen manejo del
dolor, el enojo, la tristeza y la «sombra» psicológica son de especial relevancia dado que son
vistos como la expresión y la causa interna de las problemáticas socio-ecológicas y
climáticas. De la misma forma, el cultivo de la gratitud, el asombro, la belleza y la
ecuanimidad, necesario para honrar el milagro de la vida, es celebrado en el camino eco-
espiritual.

La pieza clave que facilita la devastación del planeta, de acuerdo con la ecología
espiritual, es la erosión de lo sagrado en el mundo natural. La ética que se propone tiene
como cimiento volver a sacralizar la materia a través del rescate de antiguas e innovadoras
doctrinas y prácticas espirituales que asisten en transformar las creencias, los valores y la fe
de los practicantes hacia expresiones más en armonía con la Tierra y sus ciclos. El
compromiso por sanar el planeta es parte de una aventura en la que la naturaleza y el
espíritu evolucionan en conjunto, a la par de engendrar una conciencia integral que rebasa
las dualidades cielo/Tierra, materia/espíritu, humano/naturaleza. ¿Cómo despertar un
genuino sentido de lo sagrado en medio de la competencia socioeconómica que caracteriza
las sociedades actuales?

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Cada expresión de las ecologías de raíz goza de virtudes y limitaciones. La breve
exposición, así como el diagrama a continuación, sirve de introducción a un universo de
ideas y propuestas que nos alertan de los graves peligros de llevar una vida exclusivamente
basada en los dictados del sistema industrial, ignorando las pautas que nos conectan de
manera profunda con las armonías naturales que nos rodean. De acuerdo a las ecologías de
raíz presentadas, la crisis ecológica que hacemos frente consta de al menos cinco causas
principales: el androcentrismo, la injusticia e inequidad social, el antropocentrismo, la
confusión del sentido de identidad y la desacralización del mundo.

Desde la raíz, la ecología es una forma de ver la vida y una manera particular de habitar
nuestros cuerpos, mentes, casas y bio-regiones. Las raíces de casa nos invitan a prestar
nuestra atención al mundo relacional que yace entremedias de todo lo que es y al que le
debemos nuestra subsistencia. Al hacerlo, las raíces son revitalizadas a medida que llevamos
a cabo acciones compasivas a favor de la totalidad de la ecología terrestre, en sus expresiones
tangibles y sutiles.

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