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Faculta de Ciencias Económicas y Sociales

Historia Económica
Asignatura

Ramón Jiménez Díaz


Profesor

Foro: Reformas de Grecia y Roma


Tema

Juan Josías Mercedes González


Estudiante

100561846
Matrícula

13 / 12 / 2022
Fecha
RECUPERACIÓN ECONÓMICA Y RENACIMIENTO CULTURAL: LA SEGUNDA
SOFÍSTICA

Grecia fue definitivamente incorporada al imperio romano en el año 145 a.C. tras
haber sido derrotada en Corinto. Pero, pese a la anexión, los conflictos entre
Roma y Grecia se mantuvieron más allá de la legendaria batalla. Hasta la llegada
de Augusto, Roma tuvo que hacer frente a la esperanza de libertad que hombres
como Mitrídates o Antonio le ofrecían a la comunidad griega, a lo que hay que
sumar una Grecia económicamente desbastada, no solo por los conflictos
mitridáticos, sino también y principalmente por las Guerras Civiles, especialmente
debido al hecho de que muchas de las batallas (tales como las de Farsalia, Filipos
o Accio) se habían desarrollado en territorio griego. A la destrucción material de
las ciudades o a las bajas de muertos en batalla, hay que sumarle el número de
supervivientes que fueron enviados a Italia como esclavos.

Habremos de esperar, por tanto, al siglo II d.C., momento en el que Grecia


encontró la estabilidad tanto económica como políticamente, para vivir el
verdadero momento de integración cultural y política, de redefición de la relación
de poderes entre Grecia y Roma de la mano del filohelenismo de emperadores
como Adriano o Antonino Pío. En este siglo confluyen una serie de características
que hacen florecer una etapa especialmente fructífera para la relación de ambos
frentes como son la continuidad de las condiciones de paz bajo el dominio romano
y la práctica evergética de hombres importantes del momento, tanto del lado
griego como romano, tanto de sofistas y aristócratas como Herodes Ático como de
emperadores como Adriano.

Esta recuperación económica vino acompañada del renacer literario y cultural que
tuvo su mayor expresión en la Segunda Sofística, movimiento compuesto por un
nutrido grupo de sofistas (oradores profesionales, que desarrollaban el arte de la
oratoria en diversos campos tales como la enseñanza, juicios, debates en la
asamblea, representaciones de la ciudad, embajadas ante el emperador o
simplemente como forma de entretenimiento), provenientes en la mayoría de los
casos de las capas más pudientes de la sociedad de la parte griega, o de directa
influencia griega del imperio, tales como Herodes Ático, Elio Aristides o Luciano de
Samosata.

Hay quien ha visto en ellas la reorientación de las fuerzas políticas de la


aristocracia, que, debido a la insuficiencia del marco político creado por Roma,
necesitaban una nueva vía a través de la cual canalizar sus demostraciones de
fuerza y de poder. Sin embargo, la mayoría de estos conflictos existían desde
mucho antes de los primeros contactos entre Roma y la población griega. Muchos
de ellos no eran, bajo dominación romana, sino los mismos que se habían seguido
manteniendo siglo tras siglo, por ejemplo, los de tipo fronterizo, los cuales poseían
más que un carácter económico, un carácter ritual. Y esta ritualización de los
conflictos no hace sino intensificarse bajo dominio romano, ya que la resolución de
las rivalidades se convirtió en algo puramente honorífico, sin recompensa material
alguna.

Aunque sí es cierto que las luchas habían adquirido un nuevo papel dentro de la
disposición creada por Roma; una nueva situación que imponía una nueva manera
de relacionarse con el Imperio, centro y dispensador del nuevo orden. En un
mundo jerarquizado, estos conflictos eran la manera que las ciudades tenían de
disputarse su lugar en el Imperio, su posición de honor, de relevancia.

Varias explicaciones se han dado para este rejuvenecer del pasado: la necesidad
de compensar la insatisfacción política del presente reviviendo el esplendor
pasado, una reacción de superioridad y exhibición cultural de Grecia ante los
romanos; un modo de preservar la unidad cultural griega tras la incorporación a
una estructura política como el Imperio. Probablemente hemos de ver en un
cúmulo de todas estas circunstancias la causa de la reacción que durante este
siglo se produce, y que se vio incrementada por el énfasis clasicista de la paideia
griega y de los gustos personales de individuos como ciertos emperadores
griegos.
Sin duda a este respecto hemos de dar un lugar destacada al ya clásico trabajo de
E. L. Bowie, “Los griegos y su pasado en la segunda sofística”, publicado en los
años 80 y que se ha convertido en todo un referente a la hora de estudiar el uso
como huida, evasión, que el pasado griego tenía en el s. II. Sin embargo,
diferentes objeciones se han hecho a dicho artículo, matizando el punto de vista
dado por el historiador inglés, destacando especialmente de dicho trabajo el
mostrar a los griegos como un pueblo despolitizado, mientras que los testimonios
que poseemos de la época muestran que esto no era de ninguna forma así,
aunque los mecanismos de participación política sí habían cambiado con respecto
al pasado.

Una de las formas de posicionamiento político por parte de los griegos más
estudiadas por Bowie es la del uso del pasado con carácter antirromano, como
forma de oposición a Roma. Está claro que esta posición debió de existir entre
cierto sectores de la población griega (entre otros testimonios, tenemos el de
Plutarco en sus Consejos políticos, que aconseja justamente lo contrario: que el
pasado no se use como arma arrojadiza en contra del poder imperial) y
seguramente muchos de los sentimientos contrarios a Roma tomaron el pasado, y
entre este especialmente las guerras Médicas, como un motivo de expresión de
dicho sentimiento, pero esto no quiere decir que en todas las ocasiones el recurso
al pasado se usara con este fin.

Posiblemente, esta fuera una posición minoritaria y, sin duda, el uso mayoritario
que se hizo del pasado desde Grecia fue, curiosamente, el mismo que se hizo
desde Roma: se usó para legitimizar la nueva situación política, en este caso, la
dominación romana. También las oligarquías locales griegas se apoyaron en su
pasado para seguir manteniendo su poder, su poder local, ya que el supralocal
hacía ya tiempo que lo habían cedido a Roma en un perfecto acuerdo entre las
partes.

Y Roma no solo aceptó esta identificación de Grecia con su pasado sino que
incluso la apoyó y la alentó. Roma también tomó este pasado griego como algo
suyo, como un patrimonio común, como un arma política que había de ser
explotada, especialmente en el campo político. El pasado griego se usó, por
ejemplo, para intentar legitimizar una conexión histórica entre Roma y Grecia, lo
que se hizo especialmente a través del mito de Troya y de figuras históricas como
Alejandro Magno. Así, el mito de la guerra de Troya sirvió tanto para confrontar a
ambos pueblos (a los romanos, como descendientes de los troyanos, enemigos de
los aqueos, ascendentes de los griegos), como sirvió de vehículo de diplomacia
entre griegos y romanos y de alusión a un pasado compartido por ambos pueblos
(lo que tan interesante les resultaba a los romanos para su proyecto de koiné)
pero sin renunciar a sus identidades diferenciadas.

La historia de la economía romana surge de un análisis económico muy primitivo,


más precisamente, del legado que se ha recibido de los antiguos griegos y de
algunos ilustres pensadores romanos. Los agricultores romanos fueron el núcleo
de la sociedad de la antigua Roma, también se les debe la introducción del arado,
del molino de trigo, la prensa de vino y los inicios de los sistemas de riego. Una
conjetura sobre la que no se tienen elementos de prueba en la época romana
supone que el trabajo de la mujer en la agricultura primitiva fue declinado con el
empleo del arado. La importancia de esta civilización estuvo evidenciada en el
aporte al derecho y al manejo de las clases sociales.

LA DECADENCIA DE LA ESCLAVITUD EN ROMA

La decadencia de la esclavitud, en el Helenismo o en la Roma de la crisis del siglo


III, significó la decadencia de ambas culturas urbanas. El predominio de la
ciudad sobre el campo se invierte cuando el modo de producción esclavista es
sustituido por el modo de producción feudal.

La esclavitud ya había existido en formas diferentes en las civilizaciones del


antiguo Oriente, pero siempre había sido una condición jurídicamente impura, que
con frecuencia tomaba la forma de servidumbre por deudas o de trabajo forzado,
entre otros tipos mixtos de servidumbre, y formando sólo una categoría muy
reducida en un continuo de dependencia y falta de libertad que llegaba hasta muy
arriba en la escala social. La esclavitud nunca fue el tipo predominante de
extracción de excedente, sino un fenómeno que existía al margen de la principal
mano de obra rural. Los imperios fluviales (Mesopotamia, Egipto), basados en
una agricultura intensiva y de regadío que contrasta con el cultivo de secano de la
civilización mediterránea grecorromana, no fueron economías esclavistas, y sus
sistemas legales carecían de una concepción estrictamente definida de la
propiedad de bienes muebles.

Las grandes épocas clásicas: Grecia en los siglo V a. C. y siglo IV a. C.


y Roma desde el siglo II a. C. hasta el siglo II d. C. fueron aquellas en las que la
esclavitud fue masiva y general entre los otros sistemas de trabajo.

GRECIA

Las polis griegas fueron las primeras en hacer de la esclavitud algo absoluto en su


forma y sobre todo dominante en su extensión, convirtiéndola en un sistemático
modo de producción. Eso no quiere decir que el mundo griego clásico se basara
de forma exclusiva en la utilización del trabajo de esclavos:
los campesinos libres, arrendatarios y artesanos urbanos siempre coexistieron con
los esclavos; pero el modo de producción dominante, que rigió la articulación de
cada economía local y definió la civilización griega fue el esclavista.

ROMA

Las guerras interiores y exteriores a partir de finales del siglo III a. C. (guerras


púnicas, guerra Social y guerra civil) pusieron bajo el control de la oligarquía
senatorial grandes territorios, de forma especial en el sur de Italia. Al mismo
tiempo acentuaron dramáticamente la decadencia del campesinado romano, que
en otros tiempos había constituido la sólida base de pequeños propietarios de la
pirámide social de la ciudad. La movilización sin fin agotó a los assidui, llamados
año tras año a la legión. Los que no morían eran incapaces de conservar sus
tierras, absorbidas por la nobleza ecuestre y senatorial. Todos los hombres libres y
adultos de Roma estuvieron alistados permanentemente en el ejército. Este
gigantesco esfuerzo militar sólo era posible porque la economía civil en la que se
apoyaba podía funcionar hasta ese punto gracias al trabajo de los esclavos, que
liberaba las correspondientes reservas de mano de obra para los ejércitos de
la República. A su vez las guerras victoriosas proporcionaban más cautivos-
esclavos para enviar a las ciudades y las fincas de Italia.

La crisis del modo de producción esclavista

La paz romana de Augusto y el Imperio no podía significar el fin del expansionismo


militar, pues si se acababa el mecanismo antes descrito (conquistas que
proporcionen esclavos, que sustituyan a campesinos libres para que puedan
convertirse en ciudadanos con obligaciones militares que vayan a conquistar más
esclavos) el sistema entero caería. El siglo II, en que los emperadores de
la dinastía Antonina combaten eficazmente en una frontera cada vez mejor
definida, ve la última conquista de una provincia: la Dacia en tiempo de Trajano.
La crisis del siglo III, con su correlato de invasiones, anarquía militar y crisis
ideológica que conlleva la expansión y posterior triunfo del cristianismo es en lo
económico la crisis del modo de producción esclavista. Los latifundios empiezan a
ser cultivados por colonos semi-libres, y los esclavos escasean. No se reproducen
fácilmente, no se adquieren por conquista (los bárbaros están pasando a ser la
fuerza principal del ejército romano), e incluso son liberados, a veces por motivos
piadosos, lo que no oculta el interés que los propietarios tienen de convertirse en
algo parecido a lo que serán los señores feudales. Las reformas
de Diocleciano salvan el Imperio un siglo más, pero empujan el sistema en un
sentido definitivamente feudal (los cargos públicos y oficios deben heredarse, la
presión fiscal hace opresiva la vida urbana). La ciudad decae, al igual que
la ciudadanía romana se extiende y deja de ser atractiva (Caracalla la había
concedido a todos los hombres libres). Ciudadanía y libertad son conceptos que
se han devaluado definitivamente. Cuando ser libre ya no signifique nada, nada
significará ser esclavo. Son otras relaciones de producción.
LA APARICION DEL COLONATO

El colonato, como lo conocemos, es una institución que surge de los factores


socio-económicos propios del Bajo Imperio occidental, desde al menos
principios del siglo IV; por lo que no nacería para el derecho como una figura
uniforme, sino a partir de las costumbres que los romanos adoptaron para la
administración.

El colonato es una forma de explotación de las tierras de cultivo, que constituye


una forma de transición entre el sistema esclavista del Imperio romano, y el
sistema feudal que predominó durante la Edad Media, aunque su origen se
encuentra en el Antiguo Egipto. El colono poseía un estatus intermedio entre
la esclavitud y la libertad: era aquella persona que cultivaba una tierra que no le
pertenecía y estaba ligado a ella, pero no era propiedad del dueño de la tierra. Por
el hecho de cultivarla pagaba un canon o renta anual, ya fuera en dinero o
en especie.

La institución del colonato no pertenece al derecho clásico. Se afianzó por la


desaparición de la esclavitud, los colonos eran libertos que trabajaban las tierras
de sus antiguos amos, a cambio de su protección y de una parcela, para su
consumo, pagando un alquiler. Se cree que sus reglas de funcionamiento fueron
establecidas y completadas desde tiempos de Constantino, aunque también se
piensa que ya en tiempos de Diocleciano pudieron establecerse. Y fue una de las
claves en la transición entre el modo de producción esclavista y el modo de
producción feudal, en el que las relaciones de producción no se producen entre
esclavos y propietarios, sino entre señores y siervos. En el colonato, la definición
del derecho de propiedad es todavía clara, mientras que en el feudalismo, la
propiedad es un concepto confuso, puesto
que siervos y señores (nobles y clérigos) comparten algún grado de dominio sobre
la tierra (dominio útil, dominio eminente), siendo la clave que unos tengan la
capacidad de explotarla y gestionar la producción, y los otros la capacidad de
extraer el excedente.

La persona del colono no estaba sometida al dueño de la tierra: podía casarse y


adquirir bienes, pero para enajenarlos necesitaba el consentimiento del
propietario, ya que con ellos garantizaba el pago anual que se debía efectuar.
Tampoco podía ejercer el colono ningún cargo público. Por otro lado, cuando el
propietario vendía el terreno, este era transferido con todo lo que en él hubiese,
incluyendo a los colonos que allí habitaran. La condición del colono era hereditaria
y solo podía finalizar mediante el pago de la deuda.

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