Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Julie Aria
Índice
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Sobre la Autora
Sinopsis
Max tendrá que dejar la escuela si no puede encontrar a alguien
que le ayude a cuidar de su hija de dos años. Él nunca esperó
encontrar a Savannah, y definitivamente no esperó enamorarse de ella.
Max se convirtió en la metedura de pata de la familia cuando dejó
embarazada a su novia de la escuela secundaria, y sus padres nunca le
han perdonado. Justo cuando casi ha terminado su segundo año de
universidad, su madre le dice que es hora de que se mude —y tiene que
llevarse a su hija de dos años, Chloe, con él. Conseguir un apartamento
no será un problema demasiado grande, pero cuando la madre de Max
también le dice que no cuidará de Chloe más, él podría tener que dejar
la escuela.
Sin otra alternativa, Max publica un anuncio online ofreciendo su
tercera habitación y un cheque de pago semanal a cambio de una
niñera para Chloe. No espera que responda nadie, y definitivamente no
espera a una mujer con una manga de tatuajes de calaveras.
Desesperado, Max acepta entrevistar a Savannah, y está sorprendido de
descubrir que ella es genial con Chloe. Mientras llega a conocer a
Savannah incluso más, empieza a pensar que podría tener una
oportunidad en el amor otra vez.
Antes de que pueda siquiera intentarlo, la madre de Chloe se abre
camino a la fuerza de regreso en su vida y en la de Chloe —y ella está
determinada a arrastrarlos por el barro una vez más.
1
Traducido por Sofía Belikov & Mel Wentworth
Corregido por Miry
Tres días después de que su madre le dijo que ya era hora, Max
empacó sus pocas pertenencias y las de Chloe en su viejo y destartalado
Taurus, sujetó a su hija en su asiento de coche y salió de su casa de la
infancia. Su niña pateó el asiento detrás de él todo el camino, y condujo
con una caja en su regazo, pero era libre. En una manera algo extraña,
se sentía bien mudarse.
Cuando soltó la última caja en lo que eventualmente sería el piso
de la sala, Max se volvió hacia Chloe. Ella se sentó en el suelo junto a
las ventanas dobles, un juguete en una de sus manos. —Bueno, Chloe,
aquí estamos. Hogar, dulce hogar. —Miró la sala casi vacía, con el ceño
fruncido. Su madre le dejó llevarse su escritorio, su cama doble y todos
los muebles de Chloe, pero no tenía nada más—. Solitario hogar —se
corrigió.
—Papi —dijo Chloe, y se alejó de él.
Encogiéndose de hombros, se encaminó a la cocina para empezar
a desempacar. Tardó tres minutos. Pasó dos minutos tratando de abrir
la caja, y un minuto más para poner la comida de bebé de su hija en un
armario. Con su estómago gruñendo, sacó el teléfono de su bolsillo.
—Supongo que voy a pedir un poco de pizza —dijo—. Chloe, ¿vas
a comer algo de pizza?
Su hija no dio ninguna respuesta, balbuceando felizmente para sí
misma mientras estrellaba dos figuras de acción de plástico una contra
otra en la sala de estar.
Llamó a su lugar favorito de pizza, ordenó una pizza grande de
pepperoni, y regresó a la sala para ver a Chloe. Luego, con su teléfono
todavía en la mano, se desplazó a través de sus contactos. —Creo que
sé quién va a ocupar ese tercer dormitorio —le dijo a Chloe.
—Oye, idiota —respondió su mejor amiga, Riley, con su mejor
acento británico falso.
—Oye, tú —le respondió—. Acabo de pedir una enorme pizza de
pepperoni. ¿Quieres?
Resopló. —¿Corto de efectivo de nuevo?
—No —dijo—. Tenía la esperanza de que vinieras a mantener mi
cama caliente. Estoy solo en mi nuevo apartamento y me da miedo estar
por mi cuenta.
—Tal vez en otro momento —contestó, riendo—. Espera, ¿qué?
¿Acabas de decir que tienes tu propio apartamento?
—Si traes cerveza, voy a dejar que te emborraches y duermas en
mi piso. —Estiró las piernas, apuntando la punta de sus desgastadas
zapatillas Nike hacia el techo.
—Me gustaría tener mi propio lugar —dijo Riley—. Mis padres me
están matando.
Sonriendo, Max le dio a Chloe los pulgares arriba. —Bueno —dijo,
arrastrando la palabra—. Resulta que tengo un tercer dormitorio, vacío
y listo para ti.
—Vaya —expresó Riley—. No sé qué decir. Es tan... repentino.
Max se rio. —Sin embargo, lo digo en serio. —Deseaba que ella
estuviera sentada justo frente a él. Sería más fácil leer su rostro.
—¿En serio? —preguntó.
—¿Por qué no? —Riley era su única amiga de la secundaria que
se quedó con él después de que Nicole quedó embarazada—. Tú, yo,
esta bebita. Seríamos una familia feliz. Y podrías ayudarme a llenar este
lugar con muebles. ¿No te dan un descuento en Kohl?
—Apenas —dijo Riley—. No vendemos muchos muebles, de todos
modos. ¿Cuándo te mudaste de la casa de tus padres?
Max levantó sus cejas. —Supongo que no te lo dije. —La puso al
día, sintiéndose un poco mal por no llamarla primero. Por suerte, Riley
nunca había sido del tipo de amiga necesitada que exigía cada detalle
de su vida. Simplemente funcionaban bien.
—¡Eso es una locura! ¿Tu madre te echó como si nada? ¿Qué es
lo que va a hacer, usar tu habitación como oficina?
—Si ese fuera el caso —contestó—, podría haber utilizado uno de
los dormitorios de invitados, o la habitación de invitados que están
usando para almacenamiento.
—Decoraciones de Navidad y catálogos de Martha Stewart —dijo
Riley—. Sería el frente de la tienda perfecta.
—Hablando en serio —le informó Max—. Puedes mudarte en
cualquier momento.
Por un momento, Riley no dijo nada. —Sí —dijo lentamente—. No
sé si puedo.
—¿Por qué no? —Se levantó de un salto y se acercó a la ventana
del frente. Se asomó a la calle oscura viendo un vehículo en marcha,
pero el coche no redujo la velocidad—. Te quejas de vivir con tus padres
todo el tiempo.
—Obvio —declaró—, pero no puedo pagar exactamente alquiler
con mi comisión vendiendo maquillaje.
—Creí que habías dicho que las cosas que vendes son caras. —
Observó otro coche acercarse, esperando que fuera su pizza.
—Todavía no me pagan tanto. Es un asco.
Frunció el ceño. —Maldita sea, creí que estarías a bordo con todo
esto. Necesito a alguien que me ayude con Chloe.
—Lo haría si pudiera, guapo. Puedo ayudarte cuando no esté
trabajando —ofreció Riley.
—Gracias, Riles. Pero también necesito a alguien en el medio.
Puedo conseguir horas extras en la tienda de música y obtener el dinero
para la renta sin ningún problema, pero Chloe no puede quedarse aquí
sola, y mi mamá no va a volver a cuidarla. —Un coche se detuvo delante
de la casa, y un chico que llevaba una gorra de los New York Yankees
salió del asiento del conductor. Corrió hacia el lado del pasajero y sacó
una caja de pizza. Mientras éste caminaba hacia la casa, Max abrió la
puerta. Sacó su billetera, y le entregó el repartidor un billete de veinte.
—¿Por qué no publicas un anuncio en línea? —le sugirió Riley,
riendo.
Cuando Max cerró la puerta, sosteniendo la caja de pizza en una
mano y el teléfono con la otra, se quedó paralizado. —Eso en realidad
no es una mala idea. —Se dirigió hacia la cocina.
Riley resopló. —Estaba bromeando, tonto, tonto.
—Sí, pero como que es una buena idea. —Max abrió la caja de
pizza y se quedó mirando la humeante pizza caliente. Queso burbujeaba
alrededor de desbordantes rebanadas de pepperoni. Inhaló y suspiró,
sonriendo. Luego hizo una mueca. No tenía platos.
—Por favor, no hagas eso —dijo Riley.
—¿Por qué no? —preguntó, levantando una rebanada de pizza. El
queso manaba de esta. El calor quemó sus dedos. La dejó caer sobre la
tapa de cartón.
—Debido a que vas a terminar con un asesino en serie o algo así
—le dijo a su mejor amigo—. No me importa si te matan, pero me gusta
Chloe.
—Gracias —contestó secamente, levantando la porción de pizza
de nuevo. Seguía caliente, pero probó un bocado de ella, soplando—. Te
estás perdiendo una pizza muy buena.
—¿Por qué no la pones en una especie guardería o algo así? —
preguntó Riley—. Mi hermana usa Easter Seals. Tienen acreditaciones y
esa mierda, así que tu hijo también recibe una educación.
—No trabajo de nueve a cinco —dijo Max, dando otro mordisco—.
Además de que no estoy listo para que ella vaya a la escuela.
—Bruto —dijo Riley—. Por favor, no seas el padre espeluznante
con problemas de apego.
—No tengo problemas de apego —le afirmó Max, bajando su
rebanada—. Ella solo tiene dos años. Todavía es pequeña. Quiero que
disfrute su niñez.
—¿Por qué no haces que uno de tus hermanos la cuide? ¿Qué
pasa con el periodista? ¿Los escritores no trabajan desde casa? —le
preguntó Riley.
Max sacó un trozo de pepperoni de la pizza y se lo metió en la
boca. —Todavía tiene que trabajar en el periódico —le respondió,
masticando—. Y el resto están demasiado ocupados. Voy a publicar un
anuncio.
—No —dijo Riley. El tono que usó le recordó a su madre.
—¿Vas a ser mi niñera con cama dentro? —preguntó Max.
Ella suspiró. —No.
—Entonces me tengo que ir. Necesito mi teléfono —dijo, y colgó
antes de que pudiera sugerir otra cosa. Señaló con el dedo a Chloe—.
Todavía no vas a ir la escuela, señorita. —Abriendo su aplicación de
navegación, se fue a un sitio web de anuncios gratis. Desplazándose,
pasó la lista de muebles gratis y baratos. Vendrían útiles más adelante.
Se dirigió a la sección de puestos de trabajo y comenzó un nuevo tema:
“NIÑERA A TIEMPO COMPLETO, DORMITORIO DISPONIBLE”.
Volvió a postear el mismo anuncio en la sección de apartamentos,
y a continuación, cogió otro pedazo de pizza.
Max cerró los ojos contra la fría luz gris de la mañana y se puso la
almohada sobre la cara. Debería estar durmiendo y disfrutando de su
inesperado día libre, pero lo último que deseaba hacer era salir de la
cama. Gimió, presionando la almohada más fuerte contra su cara, como
si no respirar le permitiera viajar atrás en el tiempo. Debería haber
ahorrado más dinero, supuso, o incluso haberse apuntado a la ayuda
del Ejército de Salvación. Caray, meditó con un suspiro, incluso podría
haber empezado a ir a la iglesia. Varios de sus amigos del instituto
habían recibido regalos de Navidad donados en el pasado para sus
hijos. Dejó que su tonto orgullo se interpusiera en el camino, decidió, y
en lugar de planear con antelación, confió en su estúpido trabajo.
Gimió de nuevo. No quería culpar a Bill. Nadie podía predecir que
uno de sus camiones de reparto sería robado. Su jefe solo hacía lo que
tenía que hacer para mantener su tienda abierta. Aun así, Max deseaba
que las cosas fueran diferentes.
Si tuviera más tiempo y fuera uno de los elfos de Santa, podría
haber construido los regalos de Navidad de Chloe con sus dos manos.
Sin embargo, su cuenta bancaria estaba totalmente vacía, y se negó a
pedir ayuda a sus padres. Probablemente le dirían que era demasiado
tarde o, peor aún, le darían un sermón sobre cómo ahorrar dinero. A
menos que ocurriera un milagro de Navidad, era demasiado tarde, de
todos modos. Se le había acabado el tiempo.
Al menos Chloe recibiría regalos de su familia. Probablemente no
recordaría su segunda Navidad, de todos modos. Cuando fuera mayor,
sin embargo, probablemente le preguntaría sobre la falta de fotos de la
mañana de Navidad.
Max se arrancó la almohada de su cara y la lanzó al otro lado del
dormitorio. Se golpeó contra la pared y cayó al suelo. Cogió su teléfono
de la mesa y miró la hora. Ya eran casi las ocho de la mañana. Chloe se
despertaría pronto, si no lo hizo ya, y era Nochebuena. No podía esperar
que Savannah trabajara cuando probablemente tenía planes propios.
Obligándose a sentarse, se deslizó de la cama. El aire frío se
arremolinó sobre sus pies descalzos desde la ventana con corriente de
aire, y tembló. Todavía no había lavado la ropa, y no tenía calcetines
limpios. Con un poco de suerte, podría colarse en casa de sus padres
durante la cena del día de Navidad.
Acomodando la habitación, sacó su almohada del suelo y la tiró
de nuevo a la cama. Luego, respirando profundo, salió de su habitación.
Encontró a Chloe y Savannah en el sofá de la sala de estar,
viendo una película navideña en su portátil. —¿Estás transmitiendo eso
ilegalmente? —preguntó.
Savannah se volvió para mirarlo, levantando una ceja. —¿Vas a
entregarme? —preguntó, mostrando sus hoyuelos.
—Solo quiero un aviso, en caso de que tengamos que contratar a
un abogado —explicó, sonriendo.
—Feliz Navidad a ti también, Scrooge —dijo, sentándose. Señaló
con el pulgar hacia la cocina—. Pensé hacer panqueques esta mañana.
Ahora que estás despierto, empezaré.
Max levantó una mano. —No te preocupes por eso —le aseguró—.
Estoy seguro de que tienes algún lugar mejor para estar hoy. —Levantó
a Chloe desde el sofá y le besó las mejillas. Ella se rió y empujó su cara,
retorciéndose en sus brazos para ver la pantalla del ordenador.
Savannah frunció el ceño. —¿No quieres ninguno de mis famosos
panqueques?
—Está bien, de verdad —dijo—. Puedes tener hoy y mañana libre.
Sus hombros se hundieron. —Tratas de deshacerte de mí, ¿eh?
—No es eso. Es decir, ¿no quieres estar con tu familia? —Soltó a
Chloe. Ella gateó hacia atrás hasta el sofá, sin apartar sus ojos de la
pantalla.
Savannah resopló. —Sí, ¿para que así pueda ir a la iglesia con
ellos? Estoy bien, gracias.
—Es Navidad —le recordó.
—¿Y? —Se puso las manos en las caderas—. ¿Vas a estar con tu
familia hoy?
—No —contestó Max. Suspiró—. Mi día está abierto de par en par.
—Entonces vas a necesitar un buen desayuno —dijo, pasando
junto a él hacia la cocina.
Sacudiendo la cabeza, la siguió. Últimamente, sus conversaciones
parecían suceder en la cocina. Cada día, ella se parecía más y más a
una novia. Se aclaró la garganta. —¿Y mañana?
—¿Qué hay con ello? —preguntó mientras sacaba la harina, la
leche y los huevos.
—¿Tienes algún plan con tu familia para mañana? —Mantuvo
abierta la puerta del refrigerador para ella. Cuando Savannah se movió
a la barra, él arrebató la lata de café de la estantería.
—Estoy en una especie de parón de las cosas familiares —dijo,
enrollando sus mangas.
—No sería por tu encantadora personalidad, ¿verdad? —bromeó.
—Oh, papi, puedo mostrarte lo que es encantador. —Agarró dos
huevos en la mano, arqueando una ceja.
El calor ardió en las mejillas de Max. Se aclaró la garganta.
—Hablando en serio —dijo, mientras medía el café molido con
una cuchara. Le temblaban las manos—. ¿Por qué no vas a estar con tu
familia mañana?
—No vemos las cosas del mismo modo exactamente. —Savannah
le dio la espalda. Partió un huevo y lo abrió. Le salió la yema. Vertió el
huevo en el recipiente.
Max encendió la cafetera. Cuando gorgoteó a la vida, se apoyó en
la encimera. —¿Y qué? Es Navidad.
Ella se encogió de hombros. —Es solo otro día. —Agarrando una
cuchara del cajón, empezó a mezclar los ingredientes en el recipiente—.
Entonces —dijo en un tono que sugería que estaba a punto de cambiar
de tema, y que debía dejarlo pasar—, ¿está todo listo para mañana por
la mañana?
El líquido marrón goteaba en el vaso de la cafetera y el quemador
chisporroteaba. Max se pasó una mano por el pelo. —¿Mañana por la
mañana? —repitió.
—Ya sabes —contestó ella, bajando la voz—, Santa.
—Oh —dijo él con una sonrisa forzada—. Sí, eso. Totalmente. —
Se cruzó de brazos.
—¿Necesitas ayuda para envolver algo? —le preguntó mientras
ponía una sartén en la estufa.
—¿Por qué necesitaría ayuda para envolver? —preguntó Max—.
¿Crees que no puedo envolver, solo porque soy un hombre?
Savannah se rio. —Sé que no puedes, papi.
—Bueno, estarías totalmente en lo cierto —dijo—, si tuviera algo
que envolver. —Suspiró.
A medida que la sartén en la estufa se calentaba, Savannah se
giró hacia él. —¿No le compraste nada? —Sus ojos castaños estaban
grandes y redondos.
Negó con la cabeza. —Pagué todas las facturas y todo eso, pero no
aparté nada de dinero.
Frunció el ceño. —Bendito —contestó—. Eres un buen padre. —
Volviendo a la estufa, agregó—: Voy a ayudarte.
Max se rio. —Oh, ¿en serio? ¿En víspera de Navidad? ¿Con todos
tus millones?
Se dio la vuelta, agitando una espátula hacia él. —No subestimes
el poder de compras de una mujer —dijo.
—Oh, nunca haría nada tan estúpido —aseguró—. Pero no puedo
dejar que lo hagas.
Resoplando, le dio un manotazo con la espátula. —No me dices
qué hacer con mi dinero. Voy a ayudarte.
Max suspiró. —Me siento muy mal por el chico con el que te cases
—murmuró.
—¿Qué? —Se giró a mirarlo de nuevo, la espátula conectando
ligeramente con su brazo.
Levantando las manos, saltó hacia atrás. —Nada —dijo—. Solo es
un comentario. —La cafetera crepitaba, hizo clic por última vez, y luego
se quedó en silencio. Agarró dos tazas de la rejilla de secado y las llenó.
—Es de Folgers1, ¿verdad? —preguntó, ambas cejas levantadas.
Max asintió. —Aprendí mi lección. —Le entregó una taza, y ella la
hizo tintinear contra la de él.
—Entonces, este es el plan. Después del desayuno, voy a ir de
compras. Más tarde, cuando Chloe vaya a la cama, podemos envolver y
preparar todo. ¿Suena bien? —Tomó un sorbo de su café.
—En serio no tienes que hacer esto —le aclaró él.
—Quiero hacerlo. —Savannah bajó la taza y regresó con los
panqueques.
—¿No tienes que hacer compras para tu propia familia? —le
preguntó, estudiándola.
Negó con la cabeza. —Ustedes son lo más parecido que tengo a
una familia en este momento.
Colocando su café sobre la mesa, Max sacó una silla. —Estoy
seguro de que tu familia realmente quiere verte.
—Por favor, no hagas suposiciones acerca de mí —le pidió.
Levantó las manos. —Mira, como el jodido de la familia Batista, sé
un poco sobre estas cosas. Solo porque dejaste la escuela, no significa
que no te quieran. A veces los padres piensan que sus hijos necesitan
amor duro. —Tomó otro sorbo de café—. Chloe solía andar cerca de la
estufa todo el tiempo. Le decía que se alejara, pero nunca me hacía
caso. Así que la siguiente vez que intentó tocar la puerta del horno, la
dejé. No se lastimó, pero estaba tan caliente que recordó la siguiente vez
que le dije que se alejara.
Vertiendo un poco de la mezcla para panqueques en la sartén,
Savannah negó con la cabeza. —No es eso, Max. Sé que mis padres me
aman, pero no me entienden. Vivimos en dos planetas completamente
diferentes.