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DOMINGO

Apunte homilético a los 3 ciclos

MANUEL ELVIRA UGARTE


MANUEL ELVIRA UGARTE

LA NOTICIA DEL
DOMINGO

Apunte homilético a los 3 ciclos

EDITORIAL. Covarrubias, 19. 28010-MADRID


PRESENTACIÓN
Las noticias inundan nuestro vivir. Nos sorprenden al despertarnos,
nos asaltan mientras caminamos, nos desvelan cuando nos estamos dur-
miendo.
Están ahí. En el periódico y la revista, en las ondas de la radio, en la
imagen visualizada.
No podríamos vivir ya sin noticias. Grandes titulares de las portadas
de los semanarios y de los diarios reclaman la atención de los viandantes,
que se arraciman ante los quioscos. Los hombres caminan por la calle
cosidos a sus auriculares sorbiendo informativos y carruseles deportivos.
Procuramos sentarnos a comer y cenar a la hora de los telediarios. Son
las noticias de la semana.
Pero, los cristianos, ¿bebemos con la misma avidez la Gran Noticia
de la Semana, la Buena Noticia?
Eso es lo que pretendo en este libro. Ser periodista de la Buena Noti-
cia. Cada domingo se nos convoca a los cristianos para ofrecérnosla.
Desde la sencillez de lo periodístico y desde la reflexión al ritmo de la ca-
lle, he tratado de presentar el evangelio del «Día del Señor», intentando
hacer un servicio a todos.
¡A ver si, entre tanta noticia, no cae en saco roto ni en oídos sordos!
La Buena Noticia será NOTICIA de la semana para todo el que le abra
su puerta de par en par.

I.S.B.N.: 84-284-0486-0
Depósito Legal: M-25.243-1994
Realizado por:
artes gráficas palermo, s.l.
c"° de hormigueras, 175 nave 11 - 28031 Madi
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CICLO A

1.° Domingo de Adviento (A)

DILUVIO CON ARCO IRIS AL FONDO


Hoy comienza el año; es cuando debiéramos desearnos eso de
«próspero año nuevo». Quiero decir que, aparte de ese año solar que
recorremos todos desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, los cris-
tianos, conscientes de la existencia de una «vida superior», recorremos
un itinerario que comienza el primer domingo de Adviento y que termi-
nará el día de Cristo Rey. Un viaje que da la vuelta alrededor de ese sol
radiante de vida, que es Jesús-Salvador. La liturgia, con un lenguaje
misterioso, entremezclando planos y perspectivas, nos pone palabras de
Jesús en las que alude tanto al fin de Jerusalén «de todo eso no quedará
piedra sobre piedra», como a la segunda venida del Señor: «vendrá a la
hora que menos penséis». Teniendo, además como coyuntura oportuna
para la reflexión, la llegada de la próxima Navidad de Jesús «que está
en la puerta».
Hay dos maneras de enfocar la existencia humana. Una, sin perspec-
tiva de futuro. Otra, con el convencimiento de que nuestros pasos de
aquí abajo son maneras de ir colocando las piezas de un «puzle» monu-
mental de aparente «sin sentido», parece que las piezas «no casan». Pe-
ro, al fin, han de encajar en un paisaje maravilloso. El primer enfoque
tiene esta filosofía: «Puesto que la vida es breve, comamos y bebamos».
El segundo enfoque es así: «Como la vida de aquí abajo no ha hecho
más que empezar, que los árboles no me impidan ver el bosque». Es de-
cir, todo lo que diga o haga no es algo que muere en el acto, sino que
tiene «semillas de eternidad».
Jesús, al referirse al primer enfoque, decía: «Antes del diluvio, la
gente comía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca. Y cuando me-

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nos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos». Como diciendo literario. Se convirtió en puro «hueso» y proclamaba la verdad desnuda:
que la gran equivocación consiste en cerrar el horizonte y limitarlo todo «Allanad el camino al que tiene que venir».
al disfrute, a la riqueza material, al poder y al aplauso. Si nos diéramos cuenta que, a quien tenemos que «predicar es a
Jesús hablaba también del segundo enfoque: «Estad en vela, porque Cristo, y éste crucificado», también aceptaríamos el vestir nuestra alma
no sabéis qué día vendrá vuestro Señor,...». Es decir: Lo que hacemos con una piel de austeridad, es decir, adoptaríamos una vida en la «ver-
no carece de sentido. Todo tiene futuro, hasta nuestras obras más ele- dad», y nos alimentaríamos con alimentos muy sanos y silvestres. Todo
mentales. Nuestro senderillo de cada día no tropieza con un absurdo e eso se llamaría «coherencia». Y, además, engendraría...
insalvable muro. Y uno advierte que todas las piezas del «puzle» —el COHERENCIA.—Efectivamente. Este Juan que era el primero en
dolor, la enfermedad, la soledad, el trabajo durísimo...— empiezan a «preparar los caminos del Señor» de palabra y de obra, arrastraba, atra-
encajar. ía a las multitudes: «Acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y
Eso es el Adviento. Una clase de gimnasia espiritual ante el Dios del Valle del Jordán». Porque la «gente», amigos, no es tonta. Sabe dis-
tinguir el oro del oropel. Que nadie me lo tome a mal. Pero si muchas
que viene en la Navidad. Los maestros que en él aparecen —Isaías,
de nuestra homilías, charlas y exhortaciones se quedan en puro «metal
Juan Bautista, la Virgen María—, con su actitud, nos dicen lo mismo: que suena», es porque no partimos de la «coherencia». Por eso Juan,
«Preparad los caminos al Señor. Estad en vela». como más tarde Jesús, lo que condenaba es la:
INCOHERENCIA.—Porque habéis de saber que también los fari-
seos acudían. Pero, claro, a lo de siempre: a añadir una nueva filacteria
a su colección, a hacerse un nuevo lavado externo y ritual, a «dejarse
ver». Pero no a «dejarse bautizar con el Espíritu Santo y fuego». De
eso; nada. Por eso Juan les decía: «¡Raza de víboras! ¿Quién os ha ense-
2.° Domingo de Adviento (A) ñado a escapar de la ira inminente? No os hagáis ilusiones: el árbol que
no da fruto bueno, será talado y echado al fuego!»
A cada paso solemos oír decir de muchos hombres: «Este no es mi
«¡ESTE, SI ES MI JUAN!» Juan; que me lo han cambiado». Pues, mirando a este Juan del desierto
Uno de los protagonistas del Adviento, ya os lo dije, es Juan el Bau- puedo decir: «¡Este sí es mi Juan, que no me lo han cambiado!»
tista. Hay en él tanta garra, tanta luz, que es necesario estudiar bien, ¿Quién lo iba a cambiar? Esperad al domingo que viene y veréis có-
tanto su figura como las relaciones que provocaba. mo la liturgia nos refresca lo que Jesús dijo de él: «¿Qué os creéis que
LO QUE DECÍA.—No era un orador académico: exordio, proposi- es Juan? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Un hombre preocupado
por vestirse de lujo? Os aseguro que no ha nacido de mujer un hombre
ción, división, confirmación, peroración... No. El iba al grano, doliera o
más grande que Juan».
no. Consciente de su papel de precursor, sabiendo que «era la voz que
tenía que gritar en el desierto», como anunció Isaías, eso es lo que ha-
cía: gritar su mensaje, y además, por la vía directa: «Convertios; está
cerca el Reino de Dios. Preparad el camino del Señor. Enderezad sus
sendas».
(Tengo miedo, Señor de «andar por las ramas». Rizando el rizo unas 3.° Domingo de Adviento (A)
veces con fórmulas más o menos técnicas. Utilizando otras veces un len-
guaje vaselinizado. —¡Cuidado, que quema!— Sin denunciar lo que es-
tá mal, por temor de que alguien se moleste, o quizá, de salir yo mismo
malparado. Tengo miedo, Señor, de no saber llamar «al pan, pan, y al LA PREGUNTA Y LA RESPUESTA
vino, vino». Como Juan).
COMO LO DECÍA.—Oíd el Evangelio de Mateo: «Llevaba un ves- La pregunta
tido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura; se alimen-
taba de saltamontes y miel silvestre». Es decir, había quitado de su vida Efectivamente, Juan era la voz profética, descarnada y fuerte, que
todo «montaje», todo lo que pudiera ser vanidad y vacío, puro aparato trataba de anunciar, bosquejar y perfilar al «Mesías que había de ve-

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nir». Era muy consciente de su papel de «heraldo», de «precursor»: «Yo dadera respuesta. La respuesta será siempre la de Jesús: «evangelizar a
soy la voz que clama...». Pero era muy consciente también de que ese los pobres», hacerse pobre con los pobres, poniendo junto a ellos nues-
papel no podía ser aséptico, de mera transmisión mecánica. Su «voca- tro propio desvalimiento. Pero muy empapado, lo repito, en la básica
ción» tenía que transformarle primero a él y tenía que transformar a los virtud cristiana de la esperanza.)
demás. Por eso, la austeridad impresionante de su vida, de su vestido,
de su alimento. Y por eso, sobre todo, la exigencia de su mensaje: «Ya
está el hacha en la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto...».
Pero le metieron en la cárcel. Y, aunque él mismo había presentado
a Jesús con palabras definitivas —«he aquí el cordero de Dios que quita
el pecado del mundo»—, quizá tuviera algún desconcierto: «¿Es posible 4.° Domingo de Adviento (A)
que este manso cordero, tan desvalido, tan sin los "signos triunfales"
con los que soñaba el pueblo judío, sea el Mesías?» Por eso, su voz se
convirtió en «pregunta», y pregunta urgente «¿Eres tú el que ha de ve- «PEREGRINO EN LA NOCHE»
nir o tenemos que esperar a otro?»
Hay personajes imprescindibles en el adviento: Isaías, que, soñando
—(¡Qué bello el papel de Juan! ¡Qué bello ese «rol» de anunciar la
paisajes mesiánicos, nos dice: «convivirán el lobo y el cordero, el niño
presencia de Cristo entre nosotros! ¡Qué necesaria la postura del cris-
tiano, cuando se hace consciente de que para eso ha sido llamado: para meterá la mano en la madriguera de la serpiente y no le hará daño».
presentar y descubrir las huellas de identidad de Dios en el mundo y de Juan el Bautista, vendaval irreprimible, dispuesto a «derribar colinas y
Cristo en la Iglesia! ¡Qué urgente convertir nuestra vida en una pregun- rellenar hondonadas para preparar el camino al Señor». María, colum-
ta: «¿Estás Tú, Señor, en nuestro mundo, en el acontecer de la historia, na de silencio y de entrega, de fe y compromiso, relicario del adviento.
en los "signos de los tiempos"? ¿Has venido ya? ¿O tenemos que seguir Y ¿José? ¡Ay, amigos! Con José se estremece nuestra apatía. ¡Qué
esperando?») peregrinaje el suyo hacia el «adviento», en plena oscuridad, sin enten-
der nada, guiado por una fe descarnada y recia!
La respuesta Julián Green escribió una importante novela: «Chaqué homme dans
Y la respuesta es Jesús: «Decid a Juan lo que habéis visto: los ciegos, sa nuit». Pero es que la noche de José fue de verdad negra, comparable
ven, los cojos andan, los leprosos quedan, limpios, los pobres son evan- al telón de los que creen que «la vida no tiene sentido». Leedlo despa-
gelizados; y ¡dichosos los que no se escandalizan en mí!» cio en el evangelio de hoy: «La madre de Jesús estaba desposada con
José. Y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo».
Eran palabras de Isaías describiendo los tiempos mesiánicos. Era,
por lo tanto, una manera indirecta, pero contundente, de decirle a Juan: Ya sabéis que el matrimonio judío, se componía de dos momentos,
«Que no te atormente la duda. Ya estoy poniendo en marcha los pilares espaciados un año entre sí. El primero, los desposorios, eran ya un ver-
del "Reino". Porque "el reino de los cielos en vosotros está". Y que na- dadero matrimonio, convertía a la pareja en marido y mujer. Pero la
die se escandalice, si no he venido con el esplendor y el poderío externo convivencia no ocurría hasta pasado el año. Pues, bien, en ese año de
con que me estaban esperando. Por el contrario: que vayan aprendien- espera, es cuando José percibe el embarazo de María. Sin avisos, sin
do que mi papel de Mesías, consiste, por encima de todo, en empapar el preparaciones. Y se sintió «peregrino en la noche».
corazón de los desvalidos con la realidad de la "buena noticia". Ño en
Martín Descalzo se pone a elucubrar sobre los distintos estados de
"enriquecer a los pobres", como podría hacer un reformador social, si-
ánimo que le habrían embargado: «No podía creerlo». Por eso, no reac-
no en hacer ver a los más necesitados que ellos son los elegidos, que a
cionó con cólera, ni con un deseo de venganza, sino que se sintió anona-
ellos se les da lo más grande: la esperanza».
dado, en un total desconcierto.
—(Tenemos que saber dar esta respuesta al mundo de hoy, amigos.
La Iglesia tiene que ir encontrando, cada vez más, caminos de testimo- —Pensó quizá que «María habría sido violada», en aquel viaje a
nio en favor de los hombres más pobres, de los países más pobres, de Ain-Karín, tan peligroso, con caminos llenos de bandidos y desalmados.
las razas más desheredadas. Una «iglesia triunfal» no será nunca la ver- —Pudo pensar también que aquel embarazo podía provenir de

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Dios. (Son muchos los comentaristas que esto piensan). Y fue entonces y al pasmo. Un ángel le dice a José: «la criatura que hay en tu mujer
cuando salieron a flote las grandes virtudes de José: su respeto profun- viene del Espíritu Santo. Llega para salvar a su pueblo de los pecados».
do ante lo que no entendía: su impresionantes humildad «¿quién soy yo Otro ángel dice a los pastores: «Os traigo la buena nueva: os ha nacido
para vivir con la madre de mi Señor?» Y se reconocería indigno de un Salvador, el Mesías, el Señor». Isaías había preconizado: «Este Se-
acercarse a ese «misterio». Como, por otra parte, «él era justo», es de- ñor que nace tiene por nombre "Admirable, Dios, Príncipe de la Paz,
cir, cumplidor de la ley, y la ley mandaba «denunciar a la adúltera», Padre del tiempo futuro" y su reino no tendrá fin». Finalmente Juan re-
«decidió abandonarla en secreto», cargando de ese modo todas las sos- dondea la noticia diciendo cosas tremendas: «Es la Palabra de Dios que
pechas sobre sí, todas las acusaciones. ¡Bendito José! existía desde el principio y que viene a acampar entre nosotros». O: «Es
la luz verdadera que viene a iluminar este mundo». Pero, atención, por-
Ante esta página, tan difícil, del evangelio de Mateo, uno no se atre- que el asombro llega al máximo. Ya que, cuando se nos muestra su car-
ve a forzar moralejas ni conclusiones, lo más que puede hacer es que- né de identidad, allá dice que se trata de un niño: «Un niño nos ha naci-
darse en silencio, contemplando muy detenidamente, muy fervorosa- do, un hijo se nos ha dado». Y se añade otro detalle: «La señal que os
mente, la estremecedora elegancia y la escalofriante soledad oscura con doy es que lo encontraréis en un pesebre, envuelto en pañales».
que José vivió «su adviento». Fue de verdad el «gran peregrino de la
noche». ALEGRÍA.—El hombre, cuando se entera de las noticias buenas,
se pone a cantar y bailar. Eso dice la antífona de entrada de la misa de
Y, después, tratar de entrar en oración, diciendo:
media noche: «Alegrémonos todos en el Señor porque nuestro Salvador
«Sabemos, Señor, que tú puedes venir a nosotros por caminos insos- ha nacido en el mundo».
pechados de dolor, o de incomprensión, o de sucesos absurdos, o de
Yo no sé si os habéis dado cuenta, amigos. Pero no hay suceso en el
acontecimientos desesperantes. Es decir, quizá permitas que vivamos
nuestro «adviento» como José: «peregrinos en la noche». mundo, creo, más celebrado y cantado por las culturas de los pueblos
que la Navidad. Música, pintura, poesía, danza, iconografía y costum-
Pero sabemos también que, en cualquier momento, cuando menos bres populares, además de la liturgia, forman una colosal inundación de
lo esperemos, puedes romper tu silencio y aclararnos las cosas. Como sentires y quereres —hechos arte e ingenio— alrededor del pesebre. Yo
hiciste con José: «No temas en recibir a María en tu casa, porque la no sé cómo, pero hasta en la covacha más mísera del último creyente,
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo». surge de pronto un villancico. Algo natural, por otra parte, ya que «vi-
llancico» significa eso: cantar de villanos, de lugareños de la villa.
GRATITUD.—Me gusta leer a San Pablo en esta noche, cuando,
enternecido de agradecimiento, le escribía a Tito: «Ha aparecido la
bondad de Dios y su amor al hombre, ya que, no por las obras que ha-
Fiesta de Navidad (A-B-C-) yamos hecho, sino por su propia misericordia, nos ha salvado». O los
versos de Diego Cortés, cuando en el siglo XVI escribía:
«¡Pues, siendo tan Gran Señor,
A LAS CUATRO ESQUINAS DE LA NAVIDAD tenéis corte en una aldea!
¿Quién hay que claro no vea
Para celebrar la Navidad como Dios manda, hay que saber jugar «a que estáis herido de amor?»
las cuatro esquinas». Es decir, hay que meterse en el cuadrilátero que
forman estas cuatro palabras: Asombro, alegría, gratitud y entrega. El
ENTREGA.—De nada valdría, en Navidad y siempre, los tres pila-
cristiano que consigue hacerlo ha entendido sin duda lo que en este
res esbozados sin este cuarto: «la entrega». A mí siempre me han entu-
misterio se celebra. siasmado esas figuritas de pastores que solemos poner en los belenes.
ASOMBRO.—Todo lo que leemos y proclamamos en la liturgia de Llevan regalos espontáneos y seguramente desproporcionados para el
las cuatro eucaristías que en esta festividad celebramos —misa vesperti- niño: corderos, gallinas, requesones y frutas. Lo mismo pasa con los ma-
na, de media noche, de la aurora y del día—, todo, nos lleva al asombro gos: «Oro, incienso y mirra».

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Y es que no se puede celebrar la Navidad —un Dios que se entrega el mensaje que Dios nos trasmite: que «hay que amar siempre al «otro»,
a sí mismo—, quedándonos nosotros en el egoísmo y la alegría falaz de aun en el supuesto de no ser correspondidos». Ese es el gran mensaje
la incomunicación. Eso es pecado mortal. Por eso Caritas, en estas fe- de fe que nos llega de la Sagrada Familia.
chas, no se tapa la boca. Al revés, nos saca los colores habiéndonos de Cada componente de la familia ha de amar a los otros, no por lo que
las grandes acumulaciones y despilfarros que crean la multiforme mar- valen, sino por lo que son y lo que representan. El esposo ha de amar a
ginación. Es como si nos pasara el salmo por nuestra conciencia: «¿Có-
su esposa, no por su hermosura, su delicadeza o su capacidad de satisfa-
mo pagaré yo al Señor —cómo aprenderé a "darme"— ante lo mucho
cer sus pasiones y sentimientos, sino porque es la compañera puesta por
que El me ha dado?»
Dios a su lado para seguir con él un proyecto vocacional. La esposa ha
de amarle a él, no porque sea apuesto, cortés y entregado, sino porque
es su esposo, es decir, aquel con quien un día recibió un sacramento que
ha de convertirse en fuente de méritos y de santidad. El hijo ha de amar
a su padre, no por su fortaleza o su acierto, sino porque es el signo visi-
La Sagrada Familia (A) ble que tiene delante para amar a «ese otro Padre», el verdadero, del
cual los otros padres son copias muy veladas y en negativo. Los padres
han de amar a sus hijos, no por las satisfacciones que les reporten, sino
porque son una perla en proyecto, entregada por el mismo Dios, para
¡LA FAMILIA, ¿CULPABLE O INOCENTE?! que ellos la trabajen y pulan.
Así funcionó, amigos, la familia de Jesús. La fe les llevó al amor y el
La liturgia está en todo, amigos. Después de mostrarnos el misterio
amor lo hizo todo. José se fió de María, aunque en un principio no en-
de la Navidad, el Emmanuel, nos muestra el marco en el que ese «Dios
con nosotros» crece y se alimenta: la familia, la sagrada familia. tendía nada de aquel misterioso nacimiento. María se fió de José que,
en mitad de la noche, la fue llevando con su hijo a Egipto por caminos
Hoy tenemos miedo a hablar de este tema. Se han vertido tantas dolorosos de incertidumbre: Jesús se fió de José y María y «les estuvo
opiniones y tantas contestaciones contra la familia, se ha generalizado sumiso», mientras «crecía en edad, en sabiduría y en gracia». Y María y
tanto la libre unión de las parejas y la libertad sexual, que andamos re- José se fiaron del niño «guardando en su corazón lo que no entendían».
misos para declarar que «creemos en la familia». Y que creemos en ella Ante todas estas razones, díganme: «¿Declaramos a la familia culpable
como medio elegido por Dios para venir a nosotros y como propuesta o inocente?» ¡Pueden votar, señores del jurado!
de formación humana y cristiana de personas y de generaciones.
A eso va la festividad de hoy. Ha de saber el cristiano, y muy espe-
cialmente los jóvenes, dos cosas por encima de todo:
1.° La familia ha sido, y debe seguir siendo, el campo en el que se
desarrollen todas las raíces humanas del individuo. A través de la fami-
lia el hombre aprende la quintaesencia de la cultura reinante, y aprende Santa María, Madre de Dios (A-B-C)
igualmente a jerarquizar los valores decisivos de su vida: Dios, el hom-
bre, la providencia de Dios, el sentido de la vida y la muerte, la necesi-
dad de una moral que, a través del hombre, nos acerque a Dios. ¿COMO PUEDE SER?
Eso fue la Sagrada Familia para Jesús. Y ése ha de ser el papel de la
familia hoy: las actitudes de los padres, su talante, han de ayudar a los —«Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...», etc.— Lo he
hijos —inquietos buscadores de la verdad—, a «saber encajar en la vi- repetido sin cesar, desde antes de llegar al uso de la razón. Y me enseñó
da», a conectar con el mundo, a relacionarse con «los otros», a llevar a a decirlo la otra madre, la mamá de la tierra.
término su personal vocación. Al principio, naturalmente, lo fui repitiendo sin buscar explicacio-
2° La familia ha de ser el lugar adecuado donde el hombre «en- nes. Intuyendo simplemente que era buena cosa cobijarse «como un hi-
cuentre a Dios» y lo encuentre como «Padre»; el lugar donde descubra jo» en el regazo de alguien que era, a su vez, la madre Dios.

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Pero, claro, conforme han ido pasando los años, he comprendido lling perfecto. Para enfocarla a ella en un magnífico primer plano. Un
que la expresión y su contenido —«Santa María, madre de Dios»— lle- primer plano que nos venga a decir claramente que, gracias a ella, fue
vaban desde luego al asombro y al deslumbramiento, pero podían llevar posible la Navidad.
igualmente al desconcierto y a la duda: ¿Cómo puede ser que aquella
desconocida Miriam de Nazaret, pequeña de Dios en una aldea tam-
bién pequeña y desconocida, hija de unos padres desconocidos igual-
mente, fuera a la vez la Madre de Dios? Sí. Estamos ante el Misterio.
No es extraño por tanto que, entre los mismos cristianos, nacieran 2.° Domingo de Navidad (A-B-C)
las discusiones, las divisiones y los «distingos»: «A María se le deberá
llamar Madre de Cristo, pero no "thetokos" o "Madre de Dios"». Pero
aquel concilio de Efeso, esperado y coreado por el pueblo cristiano, di-
sipó nuestras dudas, aquietó nuestros sentimientos y robusteció nuestra LAS PALABRAS Y LA PALABRA
fe: «María es verdaderamente la madre de Dios».
«En el principio ya existía la Palabra». En eso estamos. Y también
Pero Tú, María, ¿qué pensabas? ¡También debiste atravesar la «no- estamos en que «la Palabra está junto a Dios» y en que «la Palabra era
che oscura». Eso es lo que parece traslucirse de esa frase que, en más de Dios». Pero, claro, si esa Palabra aspiraba a ser «medio de comunica-
una ocasión, y concretamente en el evangelio de hoy, repite San Lucas: ción social» de la Divinidad para con la Humanidad, necesitaba una
«María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». «megafonía humana». Y, no os escandalicéis de mis metáforas, María
Es decir, tú fuiste de asombro en asombro. Y a cada paso te repetí- fue la que, en sus purísimas entrañas, fue gestando los labios, la lengua,
as: «¿Cómo puede ser?» la garganta, los pulmones, los brazos, las manos, es decir, todos los pre-
ciosos vehículos de expresión que utilizó el Verbo de Dios para «pro-
—Cuando el ángel te dijo: «darás a luz un hijo y le pondrás por nom- nunciarse» entre los hombres, con los hombres y a los hombres. Ella hi-
bre Jesús; será grande, se llamará el Hijo del Altísimo, reinará para zo posible que «el Verbo de Dios acampara entre nosotros» y luego se
siempre y su reino no tendrá fin...», entonces, tú te preguntaste: «¿Có- extendiera, creciera y se multiplicara.
mo puede ser?»
Así es como Jesús habló. Y muchos le escucharon «en directo»: el
—Cuando, al llegar a Ain-Karim, tu prima exclamó asombrada: ciego, el cojo, el joven rico y la joven adúltera, el sordo de nacimiento y
«¿Cómo puede ser que la madre de mi Señor venga a visitarme?», tú, aquellos otros «sordos de voluntad», todavía más sordos, los fariseos, ya
más asombrada, contestaste: «¿Cómo puede ser esto?» Y «conservabas que «no hay peor sordo que el que no quiere oír». Otros le escuchamos
todas estas cosas, meditándolas en tu corazón». «en diferido» —¿o también en directo?—, ya que su «buena noticia», co-
En una palabra, día a día, en el relicario de tu corazón, en la refle- mo un eco interminable, nos llega desde las montañas de los pulpitos, las
xión constante del Misterio, fuiste acrecentando tu fe y conjugando es- llanuras de los escritos, los labios de las madres y «las gentes sencillas, a
tos dos extremos: que eras «la esclava del Señor», pero que eras tam- las que Dios reveló estas cosas, ocultándoselas a los sabios». Sí: «el Ver-
bién, por elección divina, «Santa María, la Madre de Dios». bo sigue hablando y empapando nuestra tierra» y esa «palabra no puede
volver a los cielos vacía. Gloria a Ti, Señor Jesús. Porque eres «la luz
¡Santa María, Madre de Dios! Ese es el Misterio que la Iglesia nos que brillas en las tinieblas, aunque los hombres a veces prefieren...».
pone delante este primer día del año, en la octava justa de la Navidad.
Durante todo el ciclo navideño, la figura de María acompaña muy de Pero, dicho esto, quiero añadir que también en mí se ha encarnado la
cerca al Emanuel, que es naturalmente el personaje central. Al verla palabra. Y, parodiando a G. Celaya, diré que «esa palabra minúscula»,
ahí, tan cerca de El, cualquier cristiano es capaz de construir un ele- que se me ha dado, «es un arma cargada de futuro». Con ella puedo ma-
mental y contundente silogismo: «Si este niño recién nacido es el Hijo tar, desde luego. Pero puedo «construir» de mil maneras. Y así, puedo:
de Dios y esta mujer lo ha dado a la luz, no cabe duda: Ella es la Madre ENSEÑAR.—Enseñar al que no sabe. Toda nuestra cultura se desa-
de Dios».
rrolla al compás binario del «docente-discente»: enseñar y aprender.
Pero la Iglesia no se contenta con ello. Y así, en la octava de la Navi- Cada uno debemos hacer un homenaje agradecido a todos los que nos
dad, va pasando la cámara desde el Niño hasta la madre, es un trave- «enseñaron».

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ORIENTAR.—¿Nadie os ha orientado en la vida? ¿Nadie os sacó de Tengo para mí que la Humanidad es así. Un sector de la misma anda
dudas? ¿Nadie os ha aconsejado? ¿Nadie os ha dado datos para entrar en empeñado en no ver otra cosa en la vida que «barro, oscuridad, suelos
una ciudad, para «entrar en la vida» o para «seguir una vocación»?... encharcados». Tendemos a subrayar lo negativo que hay a nuestro lado.
CONSOLAR.—Y, ¿qué decir de «la palabra» que, cuando más Es verdad que no vivimos en un mundo idílico y que el mal prolifera.
aplanados estábamos, alguien, más que «decir», nos «intentó decir», ya Es verdad que el progreso, junto a sus maravillas, nos ha enseñado tam-
que la emoción no le dejó? ¿Nunca os ha llegado una carta de afecto, bién su «cara negra». Es verdad que hay días en que parecen cabalgar
una llamada de teléfono animándoos, una palmada de adhesión? ¿No de nuevo los cuatro jinetes del apocalipsis. Pero es verdad también que
os han sacado de paseo alguna vez para distraeros de una pena? «la noche está cuajada de estrellas» y que el hombre está llamado a ser
un «pescador de estrellas».
DIALOGAR.—Ay, amigos. He aquí un ejercicio en el que estamos
desentrenados. Hablamos y hablamos, sí; pero cada cual su discurso. La liturgia de hoy nos dice que «unos magos llegaron a Jerusalén di-
Más que de un «diálogo», se trata de «dos monólogos superpuestos». ciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos?; porque hemos visto su es-
Nadie escucha a nadie. Y, sin embargo, el diálogo podía ser solución trella...».
para muchas divisiones. ¡Qué certero Cabodevilla en «Palabras son Y así, a simple vista, parece el principio de un cuento infantil. Pero,
amores», señalando horizontes! ¡mira por dónde!, esta historia ha interesado siempre a todos: «los sa-
AMAR.—Te amo. Te amaba hace mucho tiempo. Te amaré siem- bios y prudentes» y a «la gente sencilla». Los primeros, nos han desmiti-
pre. La conjugación verbal más repetida. Los novios a las novias y vice- ficado algunas cosas: que no eran reyes, como ha querido la tradición;
versa. Los padres a los hijos y versavice. Los esposos entre sí, y suma y que no eran «magos», ya que no se dedicaban a la «magia», sino a la ob-
sigue. «Palabras de amor, palabras», poetizaba G. Diego emocionado. servación de las estrellas; que no sabemos si eran tres, o cuatro, o doce;
Y, aunque —recordando a Bécquer—, las palabras como los «suspiros, que tampoco podemos asegurar que se llamaran Melchor, Gaspar y
son aire y van al aire», sin embargo, cuánta felicidad llevaron a nuestro Baltasar. Pero estos «sabios prudentes» están de acuerdo con «la gente
corazón ciertas palabras. Porque nuestro pobre corazón, ya lo sabéis, sencilla» en que la estrella que les puso en camino tenía que ver mucho
anda muy inquieto hasta que repose en esa Palabra única en la que está con la profecía de Balaán: «Una estrella se levantará de Jacob...» y se
la Vida. pusieron en marcha, enseñándonos tres cosas.
UNA.—Que necesitamos una estrella. No podemos vivir sin norte,
sin unos ideales. El mundo de hoy se está contentando con sensaciones
epidérmicas y pasajeras; y vive triste. Se ha construido un «star system»
en el que nuestros ideales son de barro y se desmoronan.
DOS.—Que el «seguir una estrella conlleva dificultades». Aquellos
Epifanía del Señor (A-B-C) magos las tuvieron, sin duda: las de sus propias dudas y su miedo, la del
riesgo de toda aventura, incluida la muerte; la de las chanzas y risas de
todos los que los vieron salir. Pasarían, no lo dudéis, por «chiflados».
SOBRE ESTRELLAS E IDEALES Pero se lanzaron y... vencieron. ¡Mucha falta le hace al cristiano indeci-
so de hoy esa «audacia»! Porque, una vez y otra vez, nos solemos que-
¿Recordáis aquella fábula de «los dos presos»? Allá estaban ellos en dar en propósitos en esbozo y en posteriores lamentos: «¡Si lo hubiera
su siniestro calabozo, desprovisto absolutamente de todo, dándole sabido!»
siempre vueltas al mismo tema: su «perra vida». Un día, subiéndose uno TRES.—Que «el seguir una estrella purifica siempre la fe». Ved,
encima del otro, consiguieron mirar al exterior por el altísimo ventani- amigos, lo que encontraron los magos: «al niño con María, su madre».
llo enrejado de su celda. Al sentarse otra vez en el suelo se pregunta- Nada de tronos y realezas, nada de boatos propios de una corte. Sólo el
ron: «Tú, ¿qué has visto? —¡Nada...! barro, oscuridad, un suelo enchar- temblor de un niño en la pobreza de un pesebre. Pero CREYERON:
cado. Y ¿tú?» «Abriendo sus cofres, se arrodillaron y le ofrecieron presentes: oro, in-
—«Yo —dijo pensativo el otro— he visto un cielo muy oscuro, pero cienso y mirra».
lleno de estrellas». Decididamente: desde la oscuridad de mi vida, igual que los presos,

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necesito ver «la noche cuajada de estrellas». Y, como quiero caminar
tras la más brillante, ahora mismo comienzo mi carta: «QUERIDOS nismo sobrenatural en el que nuestros actos, sin dejar de ser humanos,
REYES MAGOS...». empiezan a ser «divinos» ya que, por el bautismo, nos hacemos «hijos
de Dios». Decía Juan: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para lla-
marnos hijos, pues de verdad lo somos». Y Pablo añadía: «Si somos hi-
jos, somos herederos».
Y no sé si el cristiano valora esto suficientemente. Lo que escribo
aquí, no es sólo un trabajo más o menos literario, más o menos pastoral.
Bautismo del Señor (1.° Tpo. Ordinario) (A) Es una tarea que, de algún modo, «salta hasta la vida eterna» y se une
al trabajo constructor de todos los hombres.
BAUTISMO Y COMUNIDAD.—Pero hay más. El bautismo rom-
BAUTISMO SI, BAUTISMO NO pe mi radical soledad, me entronca en la gran familia cristiana y me ha-
ce «vivir en comunidad». Pertenezco a una familia numerosa en la que,
No cabe duda, amigos, que, en estas últimas décadas, la reflexión so-
día a día, se me invita a desechar todo egoísmo como pecado, ya que la
bre nuestro propio bautismo ha enriquecido a muchos cristianos que han
encontrado en él la gran palanca de su dinámica cristiana. Pero también cosa más hermosa es la gran fraternidad de los «hijos de Dios». Por el
es cierto que, para muchos, el bautismo ha entrado en crisis. Desde cual- bautismo, hablo en «plural» y siento en «universal». Tú, Señor cuando
quier despacho parroquial puede constatarse varias posturas: instituíste este sacramento, lo que en el fondo estabas haciendo era co-
nectar todos los miembros del gran cuerpo de la Iglesia. Es como si gri-
—Bautizados que ya no bautizan a sus hijos. taras: «Bautizados del mundo, unios».
—Otros, que sí quieren bautizarlos, pero sin someterse a ninguna re- Efectivamente, por el bautismo me siento miembro vivo de la Igle-
flexión sobre la responsabilidad de educar en la fe a esos hijos, sin acep- sia. Por el bautismo puedo cantar a pleno pulmón y con verdad: «Pue-
tar, por tanto, ninguna preparación, o haciéndolo a regañadientes. blo de reyes, asamblea santa...» o «Ciudadanos del cielo...» o «un solo
—Matrimonios, en fin, que sí aceptan esta preparación y parecen vi- Señor una sola fe, un solo bautismo...».
brar incluso ante el significado del bautismo, pero que dejan morir en-
seguida esa semilla de vida que el bautismo deja en esos niños.
Viendo hoy entrar a Jesús en el río Jordán, para aquel bautismo,
símbolo y preludio del que El instituiría, subrayamos algunos puntos.
BAUTISMO Y FE.—El bautismo no es un malabarismo mágico, un 1.° Domingo de Cuaresma (A)
mero rito ancestral, un tabú heredado. El bautismo ha de partir de la fe.
Jesús mandó predicar el evangelio: «Id y predicad». Luego, el que acep-
taba ese mensaje, se bautizaba: «El que creyere y se bautizare...». Así,
los que se iban a bautizar, se preparaban e instruían durante un largo ¿GRAN CIUDAD O DESIERTO?
período: el «catecumenado». Más tarde, vino el bautismo de los niños,
para expresar que la fe es gratuita, es un don de Dios. Pero, ¡ojo!, al Ya lo sabéis. El hombre de estas últimas décadas ha sentido el
bautizar a los niños, no se eliminaba la necesidad de ese catecumenado, atractivo de la «urbe». «Algún espíritu le ha conducido a la gran ciu-
como si Dios lo hiciera todo. Esa responsabilidad de la educación en la dad seguramente para ser tentado por el diablo de las aglomeracio-
fe quedó encomendada a la fe de los padres y, por supuesto, a la fe de la nes». ¡Y bien que está sufriendo la prueba! ¡Camina entre muchedum-
Iglesia. Hasta que el niño, así evangelizado y catequizado, hiciera su li- bres; trabaja en grandes empresas cuyos trabajadores son «fichas» más
bre opción. que personas con nombre y apellido; se divierte masivamente en pla-
yas, estadios y discotecas; y vive en torres inmensas, modernos enjam-
BAUTISMO Y NUEVA VIDA.—Otra cosa. El bautismo es más bres en los que se amontonan las personas. ¿La «gran urbe» ha mejo-
que nacer. Es «renacer», como dijo Jesús a Nicodemo. Es empezar a vi- rado al hombre? ¿Lo ha hecho más humano? Y, en nuestro caso, ¿me-
vir una vida muy superior a la mera biología. Es injertarse en un orga- jor cristiano?
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El evangelio de hoy nos presenta una página a la inversa: «Jesús fue
conducido al desierto para ser tentado por los diablos». Y Jesús salió con- 2.° Domingo de Cuaresma (A)
fortado de la prueba. Desde ahí arrancó el itinerario que iba a cumplir.
Dos alternativas, pues: el clima de «ciudad» y el clima de «desierto».
¿Por cuál nos decidimos? «¡QUE BIEN ESTAMOS AQUÍ!»
La liturgia es también hoy «un espíritu que quiere conducirnos al
desierto de la Cuaresma, al desierto del silencio, de la interiorización, Cuando Pedro contempló la «transfiguración» del Señor —su rostro
de la austeridad y la calma, convencida de que las pruebas que allá su- resplandecía como el sol y sus vestidos como la nieve— no pudo conte-
framos nos van a curtir, van a proporcionarnos estimables ofertas»: ner su entusiasmo y exclamó: «¡Qué bien estamos aquí!».
Nosotros, los hombres de final del siglo XX, hemos asistido a las
UNA.—El conocimiento de nuestro propio «yo». Conocer nuestra
grandes «transfiguraciones» del mundo: la de la ciencia, con sus adelan-
dimensión más bien menguada. Por otra parte, son tantos los caminos y
tos increíbles; la de la cultura, que va llegando a estratos y ambientes a
posibilidades encerradas en nuestro interior, que esa reflexión descar-
los que antes no llegaba; la de la invasión del confort que, en nuestra
nada y seria en nuestro desierto íntimo ha de ayudarnos a la realización
área occidental, al menos publicitariamente, ofrece todas las posibilida-
de nuestra vocación. El que se desconoce a sí mismo, nunca da la talla.
des de una «dolce vita»; la de la progresiva subida del nivel de vida, la
Por eso decía Pablo: «Aunque seamos vasijas de barro, llevamos en no-
de los medios de comunicación, la de las diversiones...
sotros tesoros infinitos».
Ahora bien, ante estas «transfiguraciones» de nuestro «modus vi-
DOS.—Un acercamiento a «los otros», una comprensión mayor, un
vendi», ¿podemos decir como Pedro: «¡Qué bien estamos aquí!»?
amor hacia ellos. Y esa es la paradoja. Cultivar la vocación de desierto
no quiere decir sostener la idea de Horacio: «Odio al vulgo y lo abo- Tengo la impresión de que hoy las gentes, al menos en grandes secto-
rrezco». Merton, versado en soledad, escribió: «Algunos hombres se hi- res, dicen lo contrario: «¡Qué mal estamos aquí!» Sí, amigos. El hastío, el
cieron ermitaños quizá creyendo que la santidad supone una huida de descontento, la tristeza, la incomunicación, la angustiosa soledad son en-
los demás. Pero la única justificación de una vida de soledad deliberada fermedades galopantes que aquejan a muchísimas gentes. De tal manera
es la convicción de que ésta nos ayudará a amar no sólo a Dios, sino que podría decirse: «A mayor escala de confort y de adelantos va corres-
también a los hombres». Es verdad. Desde mi desierto interior adquiri- pondiendo irremediablemente una mayor carga de desilusiones».
ré perspectiva: comprenderé que aquella persona que yo creía «mi ene- ¿Qué es lo que está pasando? ¿Dónde está el fallo?
migo», no lo era; que aquella otra que me ofendió, «no sabía lo que ha-
cía»; que aquel otro a quien yo ignoré, era «oro de ley»... Alguien escri- Se me antoja, que todo es cuestión de planteamiento. Todo parte
bió estas bellas palabras: «He aprendido a conocer a los demás en mi de una metodología «a la inversa». A la sociedad le ha parecido que la
propio corazón». «transfiguración del mundo» hay que hacerla «de fuera hacia dentro»:
—Vamos a embellecer las fachadas, a crear barriadas con torres sun-
Y TRES.—Nos afianzaremos en Dios, en el convencimiento de que tuosas y casas confortables. Hagamos proliferar parques, gimnasios,
«en El vivimos». Va siendo tanto nuestro afán de «autonomía», que ol- piscinas e instalaciones deportivas. Fomentemos el turismo y el inter-
vidamos que «estamos en las manos de Dios». El pueblo de Israel, cambio cultural. Seamos abiertos al frenesí del sexo y de todos los pla-
abrumado por las «pruebas del desierto», se desesperó muchas veces y ceres. En una palabra, implantamos la filosofía del «tener». Y todo
adoptó idolatrías alocadas pensando que «Dios le había abandonado». ello nos llevará a «un mundo feliz», mejor que el que pintó Aldous
Pero, cuando atravesó el Jordán y llegó a la «tierra prometida», se dio Huxley.
cuenta que aquello había sido «el camino de Dios». Jesús supo siempre
Pero la «transfiguración» del Señor fue al revés: «de dentro para
que su «experiencia de desierto», no le llevaba al diablo, sino a Dios:
fuera». No fue una demostración de lo que Jesús «tenía», sino de lo que
«los ángeles le servían».
Jesús «era». Ocurrió «por ser Vos quien sois». La «divinidad» que El
Hoy la gente va al desierto a correr «rallys» y hacer excavaciones ar- «era» se le salió fuera rebasando su «humanidad». Su filiación divina se
queológicas. Pero, cuando la liturgia nos invita a nuestro «desierto inte- le desparramó por encima de su naturaleza humana.
rior», es porque sabe que allá encontraremos esa «dichosa soledad, que Y creo que esa es la transfiguración a la que se nos llama: la de nues-
es la verdadera felicidad».
tro «yo». Ya en el terreno de nuestra «personalidad», ésa es la aventu-
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,ra. Eymieu tituló el primer libro de su trilogía así: «El gobierno de sí gura distinta. Pero, cada mediodía o cada medianoche, todos vamos te-
mismo». Y señalaba tres pistas: una, por las ideas, gobernar los actos; niendo la repetida sensación de que «el que bebe de esas aguas, vuelve a
dos, por los actos, gobernar los sentimientos; tres, por los sentimientos, tener sed». Quizá por eso, en algunas fechas señaladas, nos deseamos
gobernar las ideas y los actos. En el terreno de «lo religioso», ídem. «muchas felicidades». Así, en plural. ¡A ver si, sumando pequeñas «por-
Nuestro seguimiento de Jesús ha de consistir en una «metanoia» o ciones de dicha», saciamos nuestra sed! ¡Vano intento!
transfiguración interior, en una «conversión» —«Dejaos reconciliar con
Dios» nos ha recomendado la Conferencia episcopal—, en un «abando- Y, sin embargo, parece ser que el intento no es imposible. El hom-
nar el hombre viejo y revestirnos del nuevo», como decía Pablo, para bre puede encontrarla. La samaritana, después de todos sus devaneos,
poder ser «no yo, sino Cristo viviendo en mí». ¡Sublime y posible trans- la encontró. Cuando menos lo esperaba: «El agua que yo te daré, forma-
figuración!
rá en ti un manantial que salte hasta la vida eterna». Lo mismo le sucedió
Y, metidos ya en estas alquimias interiores, que tienen su manantial a Saulo, cuando iba a Damasco, soñando la felicidad que le podía re-
en la gracia y en los sacramentos, «desde dentro hacia fuera», como el portar el entregar cristianos a las autoridades, El le inundó de «luz» en
fruto sale de la flor, como el racimo de la vid, irá surgiendo una socie- el camino y Pablo, cegado, se dejó iluminar: «¿Quién eres, Señor, y qué
dad también «transfigurada». Desde nuestro «tabor» luminoso, «iremos quieres que haga?» A los discípulos que huían a Emaús, buscando la fe-
transformando en oro todo lo que toquemos. ¡Para admiración del Rey licidad del «¡sálvese quien pueda!», otro tanto: «Un peregrino les alcan-
Midas!» ¡Y en alabanza de Dios! zó en el camino y, recordándoles las escrituras», les llenó de alegría:
«¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?» ¡Siempre hay
un peregrino esperando!
Cuando, consciente o inconscientemente, buscamos la felicidad, es a
Dios a quien buscamos. Lo confesó bellamente San Agustín, hastiado al
3.° Domingo de Cuaresma (A) fin de tanta aventura tras el placer, la sabiduría y la belleza: «Nos hicis-
te, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse
en Ti».
«¿QUIEN BUSCA A QUIEN?» El hombre, decían los Padres griegos, es un «teotropo», alguien
que da vueltas alrededor de Dios. Así como los girasoles van volvien-
Allá se llegó ella, la mujer samaritana, a sacar agua del viejo pozo de
do su belleza amarilla al sol, los hombres, aun sin saberlo, a Dios bus-
Jacob. Y allá estaba El, Jesús, «cansado del camino, sentado junto al
can. La samaritana, inconscientemente, eso hacía. Y allá se lo encon-
manantial» de tan entrañables reminiscencias históricas. Allá fue el en-
cuentro, en un ardoroso mediodía. Y yo me pregunto: «¿Quién buscaba tró, en el pozo. Dice Cabodevilla: «Cualquier forma de sed es sed de
a quién? O ¿quién encontró a quién?» Dios».

Porque, sabedlo: ella acudía, jadeante y afanosa, cada día al pozo Con una gran coincidencia, además. Y es que Dios es un buscador
para saciar su sed y la de los suyos. Pero, claro, «el que bebía de aquel del hombre. Imitando a los Padres griegos, podríamos decir que es un
pozo volvía a tener sed». Ella igualmente acudía a «otras fuentes inci- «antropotropo». Y esa idea nos debe llevar a la maravilla y la ternura:
tantes y apetitosas», tratando de apaciguar esa otra sed de felicidad que «¿Cómo puede El, manantial inagotable de agua viva, andar sediento
ella, como todos los mortales, llevaba en su corazón, pero «de eso nada, de este mínimo y pobre riachuelo que sale de mi corazón?»
monada». Se lo apuntó Jesús: «Cinco maridos has tenido y el que ahora
He ahí la paradoja. Dios desea que le deseemos, tiene sed de que es-
tienes...».
temos sedientos de El, anda buscando que le busquemos. Sueña que le
Todos los hombres vamos buscando la felicidad. Detrás de ella ca- soñemos. Por eso, mi adivinanza: «¿Quién busca a quién? ¿Jesús a la
minamos diariamente. Corren el niño y el mayor, el rico y el pobre, el samaritana o ella a Jesús?» La respuesta está en ese peregrino que
poderoso y el mendigo. Cada uno la sueña de una manera, bajo una fi- siempre nos espera «junto a cualquier pozo de nuestra vida».

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4.° Domingo IV de Cuaresma (A) ¿Por qué ocurre esto? ¿De qué depende este tan distinto resultado?
De la disposición de nuestro corazón, amigos. Unos, como el ciego del
Evangelio, «se abren» al riesgo y a la sorpresiva propuesta de «ponerse
barro en los ojos y lavarse en la piscina de Siloé». Pero otros «cierran»
«¡TIENEN OJOS Y NO VEN!» las contraventanas de su alma a la llegada de la luz.
«No hay peor sordo que el que no quiere oír», solemos decir. Y es
Hay dos maneras bien distintas de vivir la religión. La de la fe, como
verdad. Conozco yo a una viejecita, cordial, receptiva y buenísima, a la
confianza plena en Alguien que ha entrado en nuestra vida. Y la de que llevo la comunión cada semana. Está sorda, muy sorda. Pero se
quienes, defensiva y recelosamente, prefieren hacer constataciones y siente tan feliz con la llegada del Señor a su casa, que se esfuerza al má-
análisis ante los «signos» de ese Alguien. Es decir, la fe como «riesgo» y ximo para escuchar las pobres palabras con que yo trato de exhortarle
respuesta personal a «un Dios que llama». Y la fe como «póliza de se- para comulgar. Y, con su gran sordera, me entiende siempre. Es porque
guros» que se agarra a lo que siempre se practicó: el ritualismo, el lega- ella no es de aquéllos de quienes dice la Escritura: «Tienen oídos y no
lismo y la casuística de las tradiciones. La postura, en resumen, del «cie- oyen; tienen ojos y no ven». Ella se esfuerza por «oír y ver».
go» del Evangelio de hoy y la de los que rodean al ciego.
Ved al ciego. «Jesús, al pasar, hizo barro con su saliva, lo aplicó a los
ojos del ciego y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé." El fue, se la-
vó, y volvió con vista». Así de sencillo. Se dejó iluminar y guiar. Luego,
el pueblo y los fariseos trataron de embarullarle con cuestiones capcio- 5.° Domingo de Cuaresma (A)
sas. Pero, cuando vuelva a encontrarse con Jesús y éste le aclare que
«El es el Hijo del Hombre», aquel ciego se postró de rodillas y dijo:
«Creo, Señor». «¡SI HUBIERAS ESTADO AQUÍ...!»
Ahí lo tenéis, pues, con su doble visión recién estrenada: la de los
Sé, Señor, que el pasaje evangélico de hoy te retrata como «Señor
ojos y la de la fe. Una fe de entrega plena, de abandono al «Otro».
de la vida y de la muerte». La resurrección de Lázaro fue una predic-
Ved, por el contrario, al pueblo y a los fariseos. Todo se vuelve inda- ción clarísima de tu propia resurrección. Por eso, en la celebración de la
gaciones, suspicacias, intentos de «buscar tres pies al gato»: «¿No es éste muerte de nuestros feligreses, elegimos muchas veces este fragmento.
el que pedía limosna? ¡Se le parece mucho!» Y arremetían contra el cie- Para alentar nuestra fe y templar nuestra esperanza.
go porque lo proclamaba «profeta»: «Empecatado naciste y ¿pretendes Pero hoy quiero entresacar unas frases de esta narración. Quizá co-
darnos lecciones?» mo un retrato de nuestras preocupaciones más actuales. O quizá como
una oración de urgencia; para que lo que hiciste con Lázaro y en otro
Ya veis. Dos posturas bien distintas, síntesis de la variada gama de
plano, lo repitas con este «otro Lázaro doliente» que es la Humanidad.
nuestras actitudes ante lo sobrenatural.
«SEÑOR, EL QUE AMAS ESTA ENFERMO».—No nos engañe-
Suelen decir que «los milagros son motivos de credibilidad». Y, sin mos: los creyentes y los no creyentes, andamos aquejados de muchas
embargo, ya lo veis: de cuantos presenciaron, e incluso se beneficiaron enfermedades:
de los «signos» de Jesús, unos, creyeron y se entregaron. Como este cie-
—De «egoísmos», ante todo. Apreciamos las cosas y los proyectos
go de hoy: «Creo, Señor». Otros se maravillaron, sin más. Por ejemplo,
en tanto, en cuanto afianzan nuestro «yo». Por egoísmo trabajamos y
Jairo y su familia, de los que nos dice el Evangelio que «quedaron atóni-
por egoísmo odiamos. Es el egoísmo también el que nos aparta mil ve-
tos». Algunos, aun llevándose en su propia carne el signo de Dios, se ces de Ti.
quedaron indiferentes. Así, nueve de los diez leprosos, de los que pare-
ció quejarse el mismo Jesús: «¿No eran diez los curados?» Finalmente, —De «materialismo». Somos conscientes de ser «espíritu» y «mate-
algunos se enfriaron y endurecieron más. Recordad lo que contestó ria». Pero todas nuestras energías se nos consumen detrás del progreso
Abraham a Epulón: «Si no oyeron a Moisés y a los profetas, aunque re- material. Andamos lejos de lo que soñaba el poeta: «De luz y de som-
bras soy. Y quiero dejar, de mí en pos —robusta y santa semilla— de
sucite un muerto, tampoco creerán».
esto que tengo de arcilla, de esto que tengo de Dios».

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—De «esclavitud». Es curioso. Pero, cuanto más hablamos de libertad, mo, en el que se enfrentan al toro, presintiendo que la muerte les ronda
más nos vamos encadenando al consumismo, a las modas, al sexo, a la a los dos. Todos los floreados «pases» precedentes quedan paralizados
droga, al miedo, a la cobardía, al «ir, como Vicente, detrás de la gente». ante ese «momento». Recuerdo también una película —«Cleo de 5 a
—De «soledad y tristeza», también. Esa es la más irónica paradoja. 7»— en que una joven, de 5 a 7 de la tarde, trata de hacerse a la idea de
Vivimos entre multitudes y algarabías. Pero sufrimos el «triste y solo». un cáncer galopante que le acaban de diagnosticar, paseando por París.
—«ESTA ENFERMEDAD NO ES DE MUERTE», dijiste pensan- Era su «hora de la verdad». Hacía notar Pemán que, en las afueras de
do en Lázaro. Y eso mismo vamos diciendo nosotros: «No pasa nada. algunas ciudades, se conservan todavía unos pradillos con el nombre de
Tranquilos. Son ¡cosas de los tiempos! Todos estos males de hoy son el «Campo de la verdad». Son lugares en los que, en épocas de persecu-
tributo que tenemos que pagar al mundo de las "libertades". No son en- ción, muchos vivieron su «hora de la verdad»: el martirio.
fermedades de muerte. ¡Ya pasarán!» Y así, proporcionándonos a noso- También Jesús vivió «la hora de la verdad». El la llamó «la hora del
tros mismos consuelos genéticos y utópicos, automedicándonos, nos va- poder de las tinieblas».
mos alienando, cayendo en el marco del refrán que dice: «¡Mal de mu-
chos consuelo de tontos!» Y veréis. El domingo de Ramos nos presenta dos fragmentos evan-
gélicos. Uno, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Otro, cinco días
—«MARTA DIJO A JESÚS: SI TU H U B I E R A S E S T A D O después, su pasión y su muerte. Uno, la aclamación alborozada del pue-
AQUÍ, MI HERMANO NO HUBIERA MUERTO». blo que, alfombrando el camino con ramos, gritaba: «¡Bendito el que
¡He ahí una verdad como un templo! ¡Esa es la cuestión! ¡Nos he- viene en nombre del Señor!» Otro, «la hora de la verdad»: cuando esas
mos empeñado en «Vivir sin Ti», o «de espaldas a Ti», y ¡así nos luce! gentes se pusieron a clamar: «¡Crucifícale!», aun sabiendo que «no tenía
Hemos admitido con toda naturalidad que «eso de la religión» es una delito alguno».
tarea para «horas extra». Igual que la LOGSE, desplazamos el tema re-
ligioso para horas «extraescolares». Como si se pudieran bifurcar, por El domingo de Ramos, pues, es un «cara y cruz». Por una parte, la
un lado «la vida», por otro «la religión». Y eso es lo que estamos ha- exultación, que parecía sincera. Por otra, el incomprensible rechazo de
ciendo. Por una parte, nos confesamos «cristianos». Por otra, preferi- Alguien que, «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su cate-
mos seguirte «de lejos», como Pedro cuando te negó. Bautizamos a los goría de Dios, sino que se rebajó hasta someterse a la muerte, y una
hijos, eso sí. Queremos que hagan la primera comunión, eso también. muerte de cruz, pasando por uno de tantos».
Preferimos las bodas canónicas, aunque no sea más que por el bello y Ante esta terrible paradoja, se me ocurren tres reflexiones:
recogido del marco de nuestros templos. Y, al morir, ¿qué mejor que un UNA.—¿En qué cimientos se apoya mi opción cristiana, que tan fá-
multitudinario funeral cristiano? Pero, ¡eso de que estés Tú en nuestras cilmente paso, como los coetáneos de Jesús, «del infinito al cero», del
vidas, de que «en Ti vivamos, nos movamos y existamos» y marques con entusiasmo de mi fe, al olvido, a la tibieza, a la traición? ¿Por qué este
tu evangelio los criterios de nuestro actuar, nos ha parecido que es «pa- pendular balanceo entre mis «domingos de ramos» y mis «viernes no
sarse» ¡Así, nos luce! tan santos»? ¿Qué es este tejer y destejer de mi vida?
Por eso, hoy, con todo el dolor y reconociendo nuestra equivoca-
ción, te decimos: «Si Tú hubieras estado aquí, nada de lo nuestro hubie- DOS.—A la inversa. ¡Qué vergüenza tan grande comparar esta vo-
ra muerto. Nada ni nadie». lubilidad mía, esta inconstancia en mis decisiones, con la fidelidad alar-
mante del amor de Dios que dice por Malaquías: «Yo soy el Señor y no
cambio» Porque, es verdad. Habiendo incumplido yo tantas veces mi
«pacto» con Dios, El nunca me ha vuelto la espalda. Al contrario: me
ha recordado que «aunque una madre abandonara al hijo de sus entra-
ñas, El jamás me abandonará».
Domingo de Ramos (A) TRES.—Al hombre, a todo hombre, tarde o temprano, le llega su
«hora de la verdad». El sufrimiento, la tristeza, la soledad, la incom-
LA HORA DE LA VERDAD prensión, la enfermedad, la muerte, le van siguiendo como lobos ham-
brientos desde la cuna. Prepararse para esa «hora de la verdad» no es
Todos los hombres suelen vivir «la hora de la verdad». Los toreros masoquismo. Tratar de asumir esa realidad no es creer que el hombre
llaman «la hora de la verdad» a ese momento definitivo, desnudo y últi- está hecho «para sufrir» y que el sufrimiento, por tanto, sea algo bueno.

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Lo único que ocurre es que el creyente «toma su cruz y sigue a Jesús». que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, lo
Porque ha descubierto que su «viernes santo» se hace liberación y re- partió y pronunciando la acción de gracias, dijo: Esto es mi cuerpo que
dención. Para él y para todos los demás. Ha aprendido que, cuando Je- será entregado por vosotros». Etc., etc. Y luego: «Cada vez que comáis
sús decía: «subimos a Jerusalén, donde se cumplirán las profecías», lo este pan y bebáis de este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que
que decía es que, aunque parezca mentira, «por la cruz se va a la Luz» y vuelva».
«por la muerte a la Vida».
Y ahí estamos los cristianos. Todos los días y a todas las horas, en la
Por eso hoy, domingo de Ramos, ¡audaz paradoja!, leemos la Pa- basílica suntuosa y en el desvencijado cobertizo, «anunciaremos su
sión. Porque la cruz es el árbol florecido de la Victoria! muerte y proclamamos su resurrección, diciendo: ven, Señor Jesús».
3. PERO.—He aquí el gran «pero». Si Bécquer decía que «los suspi-
ros son aire y van al aire», también nuestros signos pueden quedarse en
meras «señales», en puro escorzo y silueta vacía. Y, por muy elocuentes
que sean, podrían convertirse en nada, en «campana que suena». La
Iglesia nos dice que los sacramentos han de ser —son— «signos efica-
Jueves Santo (A-B-C) ces».
Acaso por eso, en la tercera lectura de hoy, leemos una lectura que
parece que no concuerda con las anteriores: el lavatorio de los pies.
¿CUAL ES LA SEÑAL DEL CRISTIANO? ¿No os extraña que Juan, que tan extensamente narró todo lo ocurrido
en el cenáculo la noche del Jueves Santo, no nos contara la institución
Allá, en el viejo catecismo de nuestra infancia, había una pregunta de la Eucaristía y, en cambio, nos describiera con pelos y señales el «la-
cuya respuesta la sabíamos todos de memoria'. «La señai de\ cristiano es vatorio de los pies»?: «Se levantó Jesús de la mesa, se ciñó una toalla y
la Santa Cruz». (Sobre eso meditaremos mañana.) con agua en una jofaina se puso a lavarles los pies» ¿No os extraña?
Pero yo no sé si es una respuesta completa. Porque, al llegar a estas Pues, que no os extrañe. Es la advertencia más clara y contundente.
celebraciones del Triduo Pascual, reproducimos tantas señales, tantos Es como si dijera: «De nada valdría que nos alimentáramos con el
signos suyos, que cualquiera de ellos, o todos juntos, podrían ser «la se- Cuerpo del Señor, si no estamos dispuestos a lavar los pies a los más de-
ñal del cristiano».
sasistidos». De nada valdrían nuestras eucaristías sin su proyección a la
JUEVES SANTO.—Las tres lecturas de hoy nos sumergen en una vida. Toda la liturgia puede convertirse en gesto vacío si no está encar-
simbología tan rica y expresiva que son verdaderamente imprescindi- nada en un decidido y concreto amor al prójimo.
bles señales del cristiano.
¿Cuál es, por tanto, la señal del cristiano? La Santa Cruz, desde lue-
1. PASCUA JUDIA, SEÑAL-ANTICIPO.—Es cierto. Cuando lee- go. Pero no la separemos, por favor, ni de la eucaristía, ni del lavatorio
mos, en Ex 12,1 y sig., cómo Dios va dando a Moisés detalles de la cena de los pies.
que tienen que hacer —«un animal sin defecto, macho, de un año, cor-
dero o cabrito..., lo matáis el 14 de este mes, al atardecer... Con su sangre
rociaréis las jambas de las puertas... Esa noche comeréis su carne asada a
fuego, acompañada de verduras amargas... Lo comeréis de pie, con la
cintura ceñida y de prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor» etc.—,
si, cuando leemos todos esos detalles, nos damos cuenta: «Se trata de Viernes Santo (A-B-C)
un gesto liberador de Dios. Un gesto-anticipo de la señal del cristiano.
Todavía un boceto, si queréis, un borrador de lo que hará definitiva-
mente la Pascua de Jesús».
O CRUX, MORITURI TE SALUTANT
2. PASCUA CRISTIANA.—San Pablo, en la segunda lectura de
hoy, cuenta la «puesta en marcha» de ese boceto, la realización de ese —«Hoy se celebra la gloriosa pasión de Jesús, su muerte victoriosa.
borrador: «Yo he recibido una tradición que a mi vez os trasmito: y es Como símbolo de la salvación, destaca la cruz del Señor. En la liturgia

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el leño del calvario no es sólo un suplicio, sino la cruz exaltada. Ella nos ciencia. Pero, ¡ojo!, llegando a la raíz, es decir, tratando de suprimir «el
muestra el amor del Padre entregando al Hijo y la victoria de Jesús so- pecado» que es donde nacen todas las cruces.
bre la muerte. La cruz es la revelación de nuestro destino: el triunfo de ACEPTARLA.—Nuestra lucha, sin embargo, no conseguirá elimi-
Cristo es la victoria de todos». nar el dolor. Le cerraremos la puerta y entrará por la ventana. Cerrare-
Son palabras tomadas del Misal. Sirven de ambientación para la ce- mos la ventana y surgirá, como un musgo, en el corazón. Las luces del
lebración del Viernes Santo. Sería bueno tenerlas muy en cuenta. Por- progreso acarrean sus grandes sombras. Parodiando a Jesús podríamos
que, de otro modo, al leer los textos de hoy, se podría pensar que Dios decir «los dolores siempre estarán con vosotros». Es entonces cuando
es un sádico al mandar a su hijo a la cruz y Jesús un masoquista. ha de entrar en juego la resignación cristiana:
Pero alejemos pronto el disparatado pensamiento. Porque, aunque «¡Bendito seas, Señor
Jesús fue anunciando reiteradamente que «se dirigía a Jerusalén para por tu infinita bondad.
ser crucificado», bien clara manifestó su repugnancia a este hecho: «Pa- Porque pones con amor,
se de mí este cáliz». Ir a la violenta pasión y a la muerte, por tanto, es, y sobre espinas de dolor,
será, una realidad muy negativa en sí misma. Sólo podrá entenderse y rosas de conformidad!»
aceptarse si nos damos cuenta que el móvil de tal acción es el amor al
hombre: «propter nos, homines, et propter nostram salutem». Sólo en- TRASFORMARLA.—Es lo que hizo Jesús. «Por la cruz a la luz».
tonces podremos hablar de «la gloria de la cruz». Por la muerte a la resurrección. Todos nuestros dolores vertidos en el
Al leer hoy, pues, la Pasión del Señor y a la luz de sus personajes, alambique del amor y unidos.a la cruz de Cristo son garantía de vida.
analicemos —desde el «negativo» hasta el «positivo», desde lo más pa- Vida total y Mayúscula. Por eso, escribía el mismo poeta:
gano hasta lo más cristiano—, las diferentes posturas que suelen darse
ante la cruz. «El que no sabe morir
mientras vive, es vano loco.
IGNORARLA.—Eso hacen los que piensan que «la vida es breve y Morir cada hora su poco
hay que disfrutarla a tope». Por ahí va, a velocidad de vértigo, el mundo es el modo de vivir...
del consumismo, del materialismo y de la diversión sin freno. Igual que el sol hay que ser,
DESPRECIARLA.—¿Cómo?. Con burlas y con un amargado cinis- que con su llama encendida
mo. Así procedían aquellos judíos que, en tono de mofa, decían al pie va acabando y renaciendo,
de la cruz: «¡A ver si viene Elias a liberarle!» Así proceden también de muchas muertes tejiendo
quienes se van metiendo peligrosamente en los «vicios del día», contes- la corona de su vida».
tando frivolamente a los que les aconsejan: «¡De algo hay que morir,
¿no?»
RECHAZARLA.—Pedro quiso interponerse entre la cruz y Jesús:
«¡Lejos de Ti tal cosa!» Pero Jesús, que «pidió al Padre que pasara de él
aquel cáliz», le apartó de su lado y le llamó «Satanás». Para que empe-
zara a vislumbrar el lado luminoso de la cruz. 1.° Domingo de Pascua (A)
ASOMBRARSE.—¿Por qué el dolor? Efectivamente, una seiie de
interrogantes se enroscan en el hombre pensante: «¿Por qué sufren los
inocentes, mientras que triunfan muchos malos?» ¿Sólo mirando al cor- «ESTE ES EL DÍA»
dero inmolado podremos acercarnos al misterio de la cruz!
Este es el día que hizo el Señor. Un día que empezó aquella madru-
LUCHAR.—Sí, amigos, luchar. No hay contradicción con lo dicho gada del sábado al lunes de hace dos mil años y que perdurará para
más arriba y con lo que diremos a continuación. Cristo luchó por aliviar siempre. De lo que ocurrió ese día arranca «todo» para el cristiano.
los dolores de los hombres. Y nosotros debemos hacer lo mismo con to-
da nuestra capacidad de entrega y con todos los adelantos que aporte la Es verdad que, como dijo Pedro, «la cosa empezó en Galilea», con-

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cretamente en Nazaret, cuando el ángel se llegó a María y le dijo: «Dios nor que no pueden quedar fallidas nuestras ansias de inmortalidad. Y,
te salve, llena de gracia...». Pero, cuando las cosas empezaron a «tener sobre todo, porque como dirá Pablo: «Si Cristo no hubiera resucitado,
sentido de verdad» fue aquella mañana de resurrección. Es decir, hoy. seríamos los seres más desdichados». Por eso, dejadme que os repita:
Porque daos cuenta. La muerte de Jesús cortó por lo sano todas las «La primavera ha venido. Y todos sabemos cómo ha sido».
ilusiones de los apóstoles y de sus seguidores. ¿Quiénes eran los após-
toles? Gentes que «lo habían dejado todo y le seguían». ¿Por qué? Por-
que «una rara virtud salía de El y curaba a todos». Porque «tenía pala-
bras de vida eterna». O porque, como los de Emaús, «esperaban que
fuera el futuro libertador de Israel». Lo cierto es que «a aquel profeta
poderoso en obras y palabras, los sumos sacerdotes y los jefes lo conde- 2.° Domingo de Pascua (A)
naron a muerte y lo crucificaron». Y entonces, a todos sus seguidores,
se les hundió el mundo. Y sobre sus vidas y sobre su corazón, cayó una
losa, tan grande y fría como la que cayó sobre el sepulcro de Jesús. TOMAS, EL CREYENTE
«Causa finita». Fin.
Te confesaré, Tomás, que, al pensar en el título de mi glosa de hoy,
Pero no. Más bien: Principio, Aurora definitiva. Día «octavo» de la
como tú, he dudado. Un buen título resume el contenido de un escrito.
Creación. «La primavera ha venido. Y todos sabemos cómo ha sido».
Pues, verás, mis dudas saltaban entre estas cuatro posibilidades:
Leed despacio el evangelio de hoy, y el de ayer-noche, y el de todo
EL SOLITARIO.—El evangelio resalta que tú «no estabas con ellos
este tiempo. Y veréis cómo van «resucitando» todos: la Magdalena, los
cuando llegó Jesús». Pienso que esta frase es una implícita acusación. Es
de Emaús, y los apóstoles desconcertados. Escuchad su grito estremeci-
como si dijera que te habías ido a vivir tu fe en «solitario», por libre. Y
do que se les sube por los entresijos del alma: «Era verdad, ha resucita-
eso no está bien, Tomás. Es verdad que nuestro seguimiento de Cristo
do y se ha aparecido a Simón».
es una opción personal y que también El nos ama en nuestra propia
Es decir, tras el aparente fracaso de Cristo crucificado, que da al identidad. Pero, claro, sin caer en el individualismo. Por eso hoy la Igle-
traste con todas sus ilusiones, la resurrección trajo un cambio radical en sia trata de superar épocas en las que cada cual buscaba su santificación
su mente y en su vida. Dio «sentido» a todo lo que los discípulos antes «en solitario»: «mi» misa, «mis» pobres, «mi» director espiritual. Hoy se
no habían entendido: al valor de la humillación, del dolor, de la pobre- nos dice que somos «pueblo de Dios» y que, atendiendo por supuesto a
za; comprendieron aquella obsesión de Jesús por el padre, la fuerza del nuestra perfección personal, tenemos que poner el acento en lo «comu-
«mandamiento nuevo», distinto, imprescindible. Todo lo entendieron. nitario». Y así, nunca como en nuestros días, se nos ha hecho ver esta
Y así, la resurrección se convirtió para ellos en la piedra fundamental vertiente comunitaria de toda la obra del Dios Salvador.
de su fe, en el convencimiento de la divinidad de Jesús, y en el núcleo
de toda su predicación. EL PESIMISTA.—También podía haber puesto este título. Dime,
Tomas: ¿Por qué te fuiste? Tengo para mí que fue tu desilusión, tu pesi-
Eso. Ya no pensaron en otra cosa. Esa fue su chaladura: declarar mismo, el que te apartó de los demás. Habías puesto tantas esperanzas
oportuna e inoportunamente que «ellos eran testigos de la muerte y de la en aquel líder, por él lo dejasteis todo, que ahora, al comprobar el fra-
resurrección de Jesús». Y que «creer eso, era entrar en la salvación». Ese caso de la cruz, se te derrumbaron los castillos. Tú, como los de Emaús,
fue su pregón. Y ésa debe ser la única predicación de la Iglesia. «esperabas que reconstruyera el reino de Israel». Y, en vez de eso, viste
que «lo llevaban a la cruz sin que abriera la boca, como un manso cor-
Lo que ocurre es que, a partir de ahí, los hombre se dividen en dos:
dero». ¡Se te oscureció el sol! Y, como todos los pesimistas, pensaste:
los que no creen y piensan que todo acaba con la muerte. Y prefieren
«Aquí no hay nada que hacer. Hemos perdido el tiempo». Y te envolvió
no pensar en ella, aunque la ven cabalgando por todos lados, de un mo- una nube.
do inevitable. Y se agarran a la «filosofía de la dicha», ya que el tiempo
corre que vuela. Y proclamen como Camús: «No hay que avergonzarse EL INCRÉDULO RACIONALISTA.—Más o menos, así te hemos
de ser dichosos». Y, segundo los que creemos, a pesar del tormento de bautizado todos. Hemos convenido en que tú fuiste, y serás, el prototi-
la duda y la humillante caducidad de las cosas. Los que hemos aceptado po de los empiristas, de los racionalistas. Aunque Pablo, más adelante,
el kerigma de Cristo resucitado. Porque algo nos dice en nuestro inte- dirá que «la fe proviene del oído», a ti no te bastó «oír», de tus compa-

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ñeros, su testimonio de la resurrección. Ni siquiera te fiabas de tu «vis- que algunas mujeres nos han dicho...... Y, sin embargo, esa misma ma-
ta», ya que también la vista puede sufrir espejismos. Tu exigías «palpar ñana, salieron de Jerusalén, poniendo tierra por medio, es decir, «to-
con tus manos», experimentar en tu propio laboratorio: «Si no meto mis mando las de Villa-Emaús».
manos». En una palabra, tú eras de aquéllos de los que un día dijo
El hombre, amigos, es así. Cuando tiene todos los ases a su favor,
Jesús: «Esta generación me pide una señal; pero no se le dará otra que la
hace una «espanta» y ¡se larga! Luego, vuelve, es verdad. Pero, ¡se lar-
de Jonás».
ga! ¿No os habéis extraviado nunca? ¿No os ha pasado que, al llegar a
EL CREYENTE.—Y aquí, ¡chapeau ante ti, Tomás! Porque, cuan- una bifurcación del camino, por no poner un mínimo de atención, ha-
do Jesús se acercó a ti y te dijo: «Mete tus dedos en las llagas... y tu ma- béis tomado el ramal que «no era», alejándoos, y teniendo luego que
no en mi costado...», te estaba brindando esa señal. Es como si te dijera: «desandar lo andado»? Y, en nuestro itinerario cristiano, ¿no os pasa lo
«He estado tres días en el vientre de la ballena y aquí me tienes, To- mismo: que, por probar aventuras nuevas nos alejamos y tenemos que
más». «volver a empezar» otra vez?
Y fue entonces cuando tú, empirista empedernido, te entregaste. Y Pues, he ahí la historia de los de Emaús. Pero a aquellos «fugitivos
aunque fuiste el último en creer, las palabras tan breves y bellas que en- de lo bueno» les ocurrieron tres cosas que les hicieron «volver».
tonces pronunciaste —«Señor mío y Dios mío»— vienen a recoger to- —«Les alcanzó un peregrino».— ¡Ojo a los peregrinos! ¡Aunque
das las dudas e incredulidades de una Humanidad abatida, dentro de la tengan cara de «forasteros» y parezca que «no saben nada de lo que
cual camino yo, caminamos todos. aconteció en Jerusalén», ojo a los peregrinos! Que un día decidió Dios
Es verdad, como te dijo Jesús, que merecen una singular admiración hacerse peregrino allá en Belén y, desde entonces, muchos, aunque se
los «que, sin ver, han creído». Como Noé. Como Abraham... Son almas lo han encontrado, no han advertido que «El es el Camino, la Verdad y
privilegiadas que nos dan ejemplo. Pero, qué quieres, yo, con mis dudas la Vida». ¡Ojo con los peregrinos, porque acostumbran a acompasar sus
a cuestas, siento mucho consuelo pensando en ti. Y, a cada paso, en los pasos a los nuestros...!
momentos más aciagos, repito tu bella oración: «Señor mío y Dios —«Recordándoles las Sagradas Escrituras».— Necesitamos, amigos,
mío». el contacto constante con la palabra de Dios. Aquellos dos hombres ya
Por eso, jugando a «las cuatro esquinas» con los cuatro títulos que conocían los escritos del Antiguo Testamento. Conocían igualmente
en esta glosa he reseñado, he elegido, al fin, el de «Tomás el creyente». «los sucesos que esos días habían ocurrido en Jerusalén», ya que de eso
iban hablando. Pero hizo falta que aquel forastero, «comenzando por
Moisés..., les explicara lo que se refería a El en la Escritura». Es decir,
nos hace falta una reflexión honda, viva, interpelante, de la Palabra. Es-
cuchad lo que dice el Concilio: «Solamente con la luz de la fe y con la
meditación de la palabra divina es posible reconocer a Dios en quien
3.° Domingo de Pascua (A) "vivimos, nos movemos y existimos", buscar su voluntad en todos los
acontecimientos... y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido de
las cosas temporales».
—«Sentado a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo
«TOMAR LAS DE VILLA-EMAUS»
dio».—«Entonces se les abrieron los ojos». Esa fue la tercera maravilla
Esta historia de los discípulos de Emaús me trae a la memoria la pa- del encuentro.
rábola del hijo pródigo. Ese alejarse de Jerusalén a Emaús cuando mu- Yo no sé en qué grado camináis con respecto a la Eucaristía. No sé
rió Jesús me ha parecido siempre un poco «abandonar la casa del padre si la veis como «una cosa que hay que cumplir» o si habéis descubierto
para ir a una región extraña». Porque, veréis: Jesús les «había repartido que es el gesto desbordado de Alguien que nos ama hasta convertirse
sus bienes». Es decir, les había dado su doctrina y su amor. Les había en «nuestro alimento». Pero es necesario que el cristiano que va a Ema-
trazado un proyecto de vida. Los había educado como «pueblo» con ús sepa que, sin ese pan, no llegará nunca: «Vuestros padres comieron el
proyección de futuro. Luego había muerto. Y no podrían alegar igno- maná y murieron; el pan que yo os doy es la Vida Eterna». No nos sir-
rancia de la resurrección, ya que ellos mismos confesaron: «Es verdad ven, los alimentos de los hostales del camino, aunque tengan cinco es-

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trellas. En nuestra travesía de desierto necesitamos «comer y beber», amigos, tanto «Jesús Cordero» como «Jesús Pastor» hacen lo mismo:
como Elias. Para «llegar al Horeb, el monte de Dios». «Por amores mueren».
Os brindo dos reflexiones. Una, la que ofrece la «secuencia» de Pas-
cua: «Ofrezcan los cristianos alabanzas y ofrendas a la Víctima Pas-
cual». Y dos. Yo también he sido llamado a ser «cordero» y «pastor».
Cordero, ya que pertenezco a esos de quienes dice Jesús: «Yo conozco
4.° Domingo de Pascua (A) a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí». ¡Qué gozo tan grande sa-
ber que El así me conoce, en mi sublime y frágil intimidad, en «mis go-
zos y mis sombras»! ¡Y qué tarea tan apasionante: «ir conociendo a Je-
sús»! Y he sido llamado a ser pastor. Porque, como sacerdote por su-
¿PASTOR O CORDERO? puesto, pero ya antes como cristiano, de algún modo admirable, se me
ha dicho: «apacienta mis corderos». Por un eterno designio he sido lla-
Cuando llega el Adviento, solemos destacar la figura de Juan el mado a «trabajar en la viña del Señor» y a «pastorear a las ovejas de
Bautista que, señalándonos a Jesús, nos dice: «Este el Cordero de Dios dentro y de fuera de Israel». Increíble, pero cierto. Dice el Concilio:
que quita el pecado del mundo». Son unas palabras tan bellas y de tan «Son de esperar muchísimos bienes para la Iglesia de este trato familiar
alto significado que, cada día el sacerdote, mostrándonos la hostia san- entre los laicos y los Pastores». Resumiendo, la Iglesia quiere que, en-
ta, las repite antes de la comunión. También Isaías prefiguraba a Jesús tre todos, hagamos realidad el sueño de Cristo: «un solo rebaño y un
como «un manso cordero que no abre su boca al ir al matadero». solo pastor».
Pero he aquí que el evangelio de hoy nos asegura que Jesús es «el Más todavía. En mi condición de cordero, o de pastor, bueno será
Buen Pastor que da la vida por sus ovejas». Y tanta resonancia tiene en que trabaje con espíritu de sacrificio, es decir, con calidad de víctima,
la realidad eclesial esta palabra —«pastor»—, que, con ella, ha sustanti- sabiendo que nosotros «tenemos que poner lo que falta a la pasión de
vado todas sus actividades: «pastoral» de juventud, «pastoral» de los Cristo».
alejados, consejos de «pastoral», líneas de «pastoral»...
Y, entonces, uno se pregunta: «Jesús ¿qué es cordero o pastor? Ser
«cordero» parece hacer relación a algo muy débil y menesteroso, un ser
absolutamente necesitado de que alguien le cuide, le proteja y le guíe.
Ser «pastor», por el contrario, significa el mando, la capacidad de diri-
gir, la responsabilidad de orientar y vigilar desveladamente los pasos de 5"Domingo de Pascua (A)
todas las ovejas del rebaño. Y Jesús, ¿qué es: cordero o pastor?
Una cosa está clara. Y es que, a estas dos imágenes de Jesús —cor-
dero y pastor—, las identifica y une una misma estremecedora verdad: «¡CAMINANTE, SI HAY CAMINO!»
ambas «dan la vida como rescate por los otros». Cuando Isaías habla
del «cordero», lo describe «yendo al matadero». Es, por lo tanto, la víc- «Caminante, no hay camino» —dijo Machado. Y añadió que cada
tima por excelencia, el sacrificio que viene a sustituir todos los sacrifi- cual es el que ha de trazar su propia ruta abriéndose paso a golpes de
cios que el hombre había ofrecido a Dios, pretendiendo abrir las puer- ingenio y de esfuerzo: «Se hace camino al andar».
tas de un cielo que él mismo había cerrado. La hostia perfecta y única. Y creo que es verdad. Pero también es verdad que al hombre se le
Ya que, como dice la carta a los Hebreos: «todos quedamos santificados brindan muchas ofertas. Tanto para el desvío como para el acierto, tan-
por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez por todas». to para su propia superación como para su degradación. Jesús lo dijo
claramente: «Ancho es el camino que lleva a la perdición y qué angosto
Y lo mismo pasa con la imagen del «buen pastor». Es «bueno», por-. el que lleva a la vida». Y, como sabía que todos los hombres en cuanto
que «da la vida por sus ovejas». Eso es lo que cantaba Lope de Vega en caminantes y los cristianos lo somos, corren el riesgo de equivocar su
su soneto: «Pastor, que con tus silbos amorosos»... y «Tú que hiciste ca- ruta, se apresuró a decir algo indispensable, ante el despiste de Felipe:
yado de ese leño»... y «Dime, pastor, que por amores mueres». Es decir, «Yo soy el CAMINO, el que me ve a mí, ve a mi Padre». El cristiano,
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por tanto es alguien que afirma: «Caminante, sí hay camino». Pero, al 6.° Domingo de Pascua (A)
mismo tiempo, trata de empaparse en ese «libro de la ruta» que es el
evangelio y de acomodar sus pasos a él. Efectivamente, «sí hay cami-
no». El mismo Machado llegó a preguntarse en otro verso anhelante:
«¿A dónde el camino irá?». «RAZONES PARA LA ESPERANZA»

Pero el hombre necesita, además la Verdad. «Y es que en el mundo La primavera es verde. Verde luminosa, anunciadora de futuras co-
traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color, del cristal sechas. Y verde es el color de la esperanza. San Pedro, en la carta que
con se mira», dijo otro poeta, diagnosticando el subjetivismo en el que leemos hoy, dice una frase de auténtica primavera: «Estad siempre
vivimos. Tampoco Pilato era optimista en este tema «¿Qué es la ver- prontos para dar razón de vuestra esperanza».
dad?» Convencido de que estamos abocados al escepticismo más cruel.
Y eso es muy triste. No es buena una sociedad construida sobre el enga- ¿Os acordáis de Juan XXIII? Aquel montón de bondad temblorosa,
ño, la estafa, la hipocresía, el disimulo, la mentira, el fingimiento. Y, al inaugurar el Vaticano II, dijo: «Disentimos de esos profetas de cala-
desgraciadamente y en muy elevada proporción, sobre esos cimientos midades que siempre están anunciando infaustos sucesos». Es verdad.
se asienta nuestro mundo competitivo y hedonista. «Vamos a contar El hombre hoy vive inmerso en un entramado de corrupciones, injusti-
mentiras, tralará», lo solíamos cantar jugando, pero es algo que se ha cias, desavenencias, mentiras y catástrofes. Además, ve cómo, con el
hecho realidad. transcurso de los días, se le va enroscando la evidencia de alguna enfer-
medad. Todos somos enfermos en acto o en potencia. Y eso alarma y
Lo repito, eso es muy triste. Y muy peligroso. Porque la mentira lle- hace sufrir al hombre. ¿Le proporcionaremos algún alivio diciéndole
va a la desconfianza. La desconfianza a la inseguridad. Y la inseguridad que eso es «mal de muchos»? ¿No creerá que le estamos ofreciendo el
a encerrarse en el propio «yo» y a no fiarnos «ni de nuestra sombra». «consuelo de los tontos»? Por eso, creo que será mucho mejor ayudarle
Pues, bien, Jesús, en el mismo pasaje de hoy, afirma: «Yo soy la VER- a buscar, en su propia enfermedad, «razones para la esperanza», es de-
DAD». Y lo afirma, con la misma fuerza que otro día dirá: «Yo soy la cir, destellos de la primavera.
Luz: quien me sigue no anda en tinieblas». ¿Es que seguiremos siempre
los hombres prefiriendo la mentira a la VERDAD? Eso es lo que hizo: «Recorría ciudades y aldeas, enseñando en las si-
nagogas, predicando el evangelio del Reino y curando todas las enferme-
Pero hay más. El hombre necesita, por encima de todo, vivir; poner dades y dolencias». Toda su vida pública la pasó entre enfermos. Paralí-
en marcha y llevar a plenitud toda su capacidad de «existencia». Lo ne- ticos, cojos, sordos, mudos, ciegos, fueron la cohorte que le rodeaba.
cesita como algo inevitable, que le crece dentro, antes que cualquier Parecían el símbolo y el anuncio de una realidad tangible que la sabidu-
otro deseo: «primum, viviré». El derecho a la vida y las ansias de vivir ría del hombre, por mucho que avanzaran las ciencias, no podría sosla-
existían mucho antes que se promulgaran «los derechos humanos». Por yar. Es natural. «Por un hombre entró el pecado en el mundo, y, por el
eso, en sus saludos familiares, el hombre alude a la vida: «¿Qué es de tu pecado la muerte». La muerte y, por supuesto, la enfermedad. Pues,
vida?». Y vida es lo que busca en todas sus acciones. Para vivir, trabaja. bien, Jesús no huyó del problema. Al contrario, ésa fue su tarea; ya que
Para vivir, descansa y come. Incluso, cuando se mata, es para vivir. O, si «no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos».
queréis, para sobrevivir. Un suicida no se mata porque ame la muerte,
sino, al revés: porque ama tanto la vida, que, al no gustarle la que le ro- La Iglesia aprendió bien ese estilo. Por mucho que se quiera ignorar
dea —«¡esto no es vida!»— se va por ese túnel oscuro del suicidio, a ver su obra, ella fue la pionera de «la atención al enfermo». Ella inventó los
si encuentra otra vida mejor. hospitales. Ella, copiando del «buen samaritano», entendió que esa ha-
bía de ser la parcela más querida de su corazón. Ella sabe que siempre
Pues, bien, Jesús completó su «trío de ases» con esa afirmación: «Yo le llega una voz que le dice: «El que amas está enfermo».
soy la VIDA». No hace falta argumentar mucho. El evangelio es el libro
Hoy es la «jornada del enfermo» y se nos dice que «las comunidades
de la «vida por antonomasia». Las palabras de Jesús eran «palabras de
vida eterna». Sus acciones eran: liberar, curar, devolver la vida. Su están llamadas a curar». Y ¿qué quiere decir «curar»? Curar quiere de-
muerte fue para resucitar y para «resucitarnos». Y, al poner en marcha cir ofrecerles «razones para la esperanza». Curar quiere decir «todo»:
la Iglesia, le dijo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abun- —Desde tratar de entender el dolor físico, la tristeza, el miedo, la
dante». soledad del enfermo, hasta aprender a ahuecarles la almohada. Desde

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luchar por implantar la profesional dedicación de todos los que trabajan se va, pero se queda. Los apóstoles, naturalmente, se sienten tristes,
en centros de salud, con todos los medios más modernos, hasta saber confusos. Con muy poco adiestramiento para ese nuevo tipo de «pre-
animar y poner una inyección con ternura, sin que se enquiste. Desde sencia» que Jesús les asegura. Una rara mezcla de melancolía y consue-
luchar para impedir toda masificación deshumanizante del enfermo en lo, ya que todos ellos, como Tomás, cada uno de nosotros, entendían
la que se sienta como una ficha, hasta ayudarle a «bien morir». Desde mas de «ver y palpar». Pero dejémonos de historias y escuchemos a Je-
valorarle como un ser importante en la sociedad y en el «cuerpo místico sús: «El mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis; y sabréis que yo
de Cristo», hasta admirarle por encima de otros atletas, ya que la com- estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros». El poema de
petición del dolor que él está ganando merece todas las admiraciones. Fray Luis es bellísimo, pero inexacto: «¡Cuan solos, ay, nos dejas!» No.
«No os dejaré abandonados». Y los apóstoles supieron, y vieron, y noso-
En el evangelio de hoy hay unas palabras muy bellas de Jesús: «No tros sabemos y vemos, que el «Espíritu de Jesús» es un hecho en nues-
os dejaré desamparados. Volveré. Y sabréis que yo estoy con el Padre, tras vida: «Aunque vayamos por un valle de tinieblas, no hay que temer:
vosotros conmigo, y yo con vosotros». Quiero creer que pensaba princi- El va con nosotros».
palmente en los enfermos. Les estaba dando «razones de su esperanza». TRES.—Les pasaba el «testigo» de su obra. Y se lo pasaba desde la
Era como si les dijera: «Aunque parezca que habéis llegado al otoño, o cumbre de su «Ascensión», es decir, desde su categoría de Dios: «Se me
al invierno, de eso nada. Estáis en primavera. Y os bendice María de la ha dado todo poder en el cielo y en la tierra: Id y haced discípulos...».
Esperanza».
¿Qué quiere decir eso? Que lo que El hizo ahora lo tenemos que ha-
cer nosotros. Que Cristo se «encarnaba» en la Iglesia. Y que si, hasta
ese momento había sido «el tiempo de Jesús», desde entonces empeza-
ba «el tiempo de la Iglesia». Con otras palabras: que la obra de «salva-
ción y de implantación del Reino», que había realizado Jesús, no llega-
ba a su FIN, sino a su PRINCIPIO. Empezaban los «tiempos nuevos».
Ascensión del Señor (C) El Maestro se fue (que no, que no se fue), y nos dejó «tarea». Una tarea
que no acabará nunca mientras el mundo exista y El no vuelva.
¿Os acordáis ahora de sus parábolas? ¿Os acordáis de aquel «señor
«¿CUAN SOLOS, ¡AY!, NOS DEJAS?» que repartió sus bienes entre los suyos y a uno le dio cinco talentos, y a
otro dos, y a otro uno? «¿Recordáis cómo aquellos criados fueron dán-
Se equivocaba Fray Luis. Cuando Lucas, en los Hechos, nos pinta dole cuentas, cuando volvió, y le decían: «Señor, cinco talentos me diste;
tan plásticamente la Ascensión, no pretendía hacer una redacción tea- aquí tienes otros cinco»? Pues, eso es lo que hizo Jesús: el día de la As-
tral del hecho —tan distinta del estilo de Jesús—, una especie de viaje censión nos «marcó tarea».
sideral. Ni tampoco cargar las tintas sobre la «soledad» de los apóstoles.
Por eso, aquellos «dos hombres vestidos de blanco», cuando vieron a
Pretendía algo más rotundo y teológico. Pretendía varias cosas.
los apóstoles absortos, «les dijeron: ¿qué hacéis ahí plantados mirando
UNA.—Proclamar el triunfo de Jesús. En este final de su vida pública, al cielo?» Es como si les dijeran: «¿No recordáis que tenéis tarea?».
hubo dos juicios, dos tribunales. Uno, en la tierra. Otro, en el cielo. Uno,
muy provinciano, con jueces muy marionetas y miopes. Otro, muy supre-
mo, capacitado para sentencias de calidad definitiva. El primero, conde-
nó a Jesús, ya lo sabéis. Y lo degradó hasta someterlo a la muerte más ig-
nominiosa, considerando a Jesús un usurpador de reinos, un malhechor.
El segundo, «lo exaltó sobre todo nombre, ya que ante El se dobla toda ro- Pentecostés (A)
dilla, en el cielo, en la tierra y en los abismos». Y eso es lo que pintó Lu-
cas: el hecho de que Dios exaltó a Jesús resucitándolo, ascendiéndolo y
sentándolo a su derecha, ya que es «Dios de Dios», Rey verdadero.
PENTECOSTÉS: ¡DEJARSE QUERER!
DOS.—Terminaba su presencia física; pero no su «presencia». Bien
claro lo confirma Mateo en el Evangelio de hoy: «Sabed que yo estaré No os dejaré desamparados; volveré», decía Jesús. No eran simples
con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos». Es decir, palabras de consuelo, para suavizar su tristeza ante la inminencia de su

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«no presencia física». Eran mucho más. Eran la garantía de «otra pre-
sencia» continuadora de lo que con El habían vivido. Dejarían de verle céntricos. En efecto. Los apóstoles «estaban reunidos en un mismo lu-
físicamente. Y sentirían tristeza. Pero irían descubriéndole, «viéndole» gar». Allá es donde «se llenaron del Espíritu y empezaron a hablar en
de otro modo misterioso y admirable: «El mundo no me verá, pero vo- lenguas extranjeras». Es decir, «se salieron de sí mismos» y empezaron
sotros sí me veréis». Efectivamente, cuando recibieron a su «enviado» la tarea de transformar la faz de la tierra.
—el «espíritu de la Verdad»—, lo comprendieron todo.Comprendieron Pues, ésa es la lección. Necesitamos buscar en nuestro interior y en-
que ese «Espíritu» había estado siempre «dando vida a todo». Así había contrar a «nuestro dulce huésped del alma». Y, desde El y con El, salir
actuado: por los caminos pregonando «magnalia Dei», las maravillas del Señor.
—En la prehistoria de Jesús.— La Sagrada Escritura, al hablar de la
Creación, dice que «la tierra era una masa confusa e informe». Más ade-
lante, se nos pinta el surgir escalonado de la Naturaleza. Pero, como
quien no dice nada, se nos asegura que «el espíritu del Señor se cernía
sobre las aguas». Era El, el que ponía «en marcha» todo. Del mismo
modo, se nos dice que «Dios hizo del barro al hombre». También aquel
La Santísima Trinidad
barro era una masa confusa e informe. Pero Dios «le infundió su espíri-
tu». Y, bajo el aliento divino, empezó a «vivir» la Humanidad. También
María prestó su barro preciso, su carne y su sangre, a la aventura de la «PER IPSUM...».
Encarnación. Pero hizo falta que «el Espíritu la cubriera con su sombra»
para que la Vida llegara hasta nosotros. ¡Siempre el Espíritu! Y el Espí- Cada vez me gusta más esa doxología con que culminamos la plega-
ritu estuvo. ria eucarística. En ella, elevando el sacerdote en su manos el cuerpo y la
sangre de Cristo, dice: «Por Cristo, con El, y en El, a Ti Dios Padre om-
—En la persona de Jesús.— Estuvo en todos sus pasos; y los apósto- nipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria».
les lo comprendieron. «El espíritu lo condujo al desierto» cuando iba a
Cada día me gusta más, porque es el resumen y la quintaesencia de
comenzar su misión. Nos lo cuenta Mateo: «El Espíritu descendió sobre
toda nuestra relación con el misterio de la Trinidad, en el que vivimos.
El» en el Jordán, en el prólogo de su vida pública. Nos lo cuenta Mar-
cos. Y Lucas cuenta las palabras que pronunció Jesús en la sinagoga de Mirad. La postura más racional y bella de nuestra condición de cria-
su aldea: «El Espíritu está sobre mí y me ha enviado...... Sí. El Espíritu turas es la de «alabar al Creador». Desde nuestra pequenez. Desde el
alentaba todos los pasos de Jesús. Es más, cuando ya terminaba su eta- reconocimiento de nuestra menguada y, a la vez, gran estatura. Es tan
pa de presencia física, nos garantizó y nos prometió que: grande la obra de Dios en nosotros que, por poco que se haya desarro-
llado nuestra capacidad de admiración; deberíamos estar repitiendo a
—El Espíritu alentaría toda su «obra».— «Le pediré al Padre otro cada paso como el «poverello» de Asís: «Alabado seas, mi Señor...». La
defensor que esté siempre con vosotros». El día de Pentecostés, al sentir- liturgia romana lo hizo siempre: «Gloria Patri, et Filio...». Y las oracio-
se transformados, debieron de decirse: «¡Ya está aquí!» Y supieron que nes de la Didajé, el documento cristiano más antiguo, terminaban siem-
El guiaba sus pasos, al comprobar que «a toda la tierra llegaba su pre- pre con una expresión de alabanza al Creador.
gón». Incluso entendieron aquellas raras palabras de Jesús: «Os convie-
ne que yo me vaya, porque si no me voy, Él no vendrá a vosotros». Pero es que, en esta doxología de la plegaria eucarística, hay una co-
sa especial. Y es que el mismo Hijo, el mismo Espíritu Santo, que son
A veces, los cristianos nos desanimamos. En esta increíble Babel de «por naturaleza» destinatarios de la alabanza, aparecen aquí como par-
ideas y de hechos en la que vivimos, nos preguntamos si no hubiera sido ticipantes activos en la realización de esa alabanza. Es decir, alabamos a
mejor que se perpetuara su presencia empírica y tangible entre noso- Dios, en primer lugar por medio de Cristo: «Por Cristo, con El y en El».
tros. Pero El se adelantó respondiendo: «Os conviene que yo me vaya». No de un Cristo «solitario», como cuando El, en su vida terrena, glorifi-
Y nosotros sabemos que El descendió a nosotros. caba a Dios: «Yo te alabo, Señor del cielo y de la tierra...». Sino por me-
Ahora bien, de nada valdrá el haber recibido el Espíritu en nuestros dio del Cristo-total. Un Cristo cabeza de toda la Humanidad redimida y
corazones si no nos «dejamos querer», si no nos dejamos transformar de toda la Creación, incorporada a El por su muerte y resurrección. Y,
por El, de dentro hacia afuera, en una positiva espiral de círculos con- en segundo lugar, lo hacemos «en unidad del Espíritu Santo». Es decir,

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la Iglesia, congregaba en una unidad por el Espíritu, es la que «por El, la «Sangre del Señor». Y es tan grande la fe de los cristianos en esta
con El, y en El», hace la perfecta oración de alabanza. Aquella que pre- «transubstanciación», garantía de nuestra propia transformación, que,
conizó Jesús a la samaritana: «Adorarán en espíritu y en verdad». aunque todos los días celebramos la eucaristía, siquiera un día al año
Sí, cada vez me gusta más esa doxología. Me recuerda que toda la —hoy— salimos a la calle a proclamar nuestra fe en el Corpus Christi.
historia de salvación es la repetición de un ciclo incesante que, saliendo Pero quiero contaros una experiencia personal. Se trata del señor R.
del Padre, al Padre vuelve, por medio del Hijo y en unión del Espíritu. El señor R. es un feligrés amable y bonachón de mi parroquia. Cada
Efectivamente. Dios Padre, por el Espíritu que es Amor, nos dio a su año —y son ya varios— suele venir a mi casa en la víspera de una fiesta
Hijo en la Encarnación. Y ya todos los pasos de ese Hijo fueron pasajes señalada. Su visita va envuelta en un halo de pequeña travesura, de in-
de amor y de alabanza. Escuchad la carta a los Hebreos: «Por el Espíri- genua alegría y de acercamiento al «misterio».
tu se ofreció a sí mismo como hostia inmaculada a Dios». O lo que dijo
el mismo Jesús: «Yo, Padre, siempre te he glorificado sobre la tierra». —Verá Vd. —empieza diciendo— Aquí vengo con mis dos botellas.
Ciclo perfecto, pues. Yo le dejo seguir, porque sé que me va a dar una bella y apretada
—Pero ese ciclo de amor y alabanza estará ya siempre comenzando. explicación, el porqué de su «aventura».
Eso es lo que ocurrió en Pentecostés: «El Espíritu cubrió con su som- —¡Es que, para mí, es un gran honor, una cosa muy grande! —di-
bra» a los apóstoles, que «estaban reunidos con María la Madre de Je- ce— Fíjese. Yo mismo planté un parra, en mi pequeña huerta. Yo mis-
sús». Eran ya la Iglesia. Una Iglesia que, siguiendo los pasos de Jesús, mo selecciono los racimos. Los someto, también yo, al prensado, en mi
podrá decir un día: «Yo siempre te he glorificado...». En eso trabaja y diminuta maquinaria casera. Sigo después la elaboración hasta conse-
sueña. guir un buen vino. Todo en mi casa, en mi barrio, con mis manos. Y,
—Y más todavía. Ese ciclo de alabanza se debe repetir en cada uno luego, le traigo estas dos botellas, para que Vd., en misa, haga la «otra»
de nosotros. En mí, pobre pecador. Porque a mí también, oídlo todos, transformación.
«me cubre el Espíritu con su sombra» y está tratando de hacer surgir en Lo ha dicho todo seguido, con una mal disimulada emoción que ha-
mí una «copia» de Cristo: alter Christus. Eso sí, en la medida en la que ce temblar su voz de bajo profundo. Yo no le contesto nada. Simple-
yo «me deje hacer». En esa medida, yo también podré repetir: «¡Padre, mente, me quedo admirando su fe rectilínea y desnuda, más valiosa que
yo siempre te he glorificado sobre la tierra!». un tratado teológico sobre la eucaristía.
Al menos, ése es mi intento, no siempre logrado. Pero, ¡ojo! que no termina ahí la historia. Al día siguiente, con toda
puntualidad, se colocará en uno de los primeros bancos de la iglesia. Y,
durante toda la misa, observará sin pestañear todos mis gestos y pala-
bras. Cuando, al final, ya en la comunión, levante yo el cáliz para sumir
la Sangre de Cristo, su mirada será todo un poema interrogativo, todo
un gesto de complicidad satisfecha. Como si dijera: «Ya está toda la ela-
Corpus Christi (A y B) boración terminada. Mis racimos ya se han transformado en la Sangre
del Señor».
Aún no está todo. Falta algo muy importante y sustancial. Y ésa es
LA ELABORACIÓN DEL VINO precisamente la estremecedora grandeza del Cuerpo y la Sangre de
Cristo. El mismo lo había anunciado: «Mi carne es verdaderamente co-
Tomad y comed: esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre, de la nueva y mida; mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe
eterna alianza, que será derramada...». mi sangre, mora en mí y yo en él». Es decir, quien come dignamente la
El cristiano que participa en la eucaristía, cuando llega el momento eucaristía, entra también en este proceso de «elaboración a lo divino». Ya
en el que el sacerdote pronuncia esas palabras, suele guardar un im- que, él mismo, podrá repetir lo que Pablo, decía: «Vivo yo, pero no soy
presionante silencio, un «silencio sonoro», consciente de la transforma- yo; es Cristo el que vive en mí».
ción que allá se opera. El pan deja de ser pan, para convertirse en el Considerad, amigos, la importancia de esas dos botellas que cada
«Corpus Christi». Y el vino ya no es vino, sino que allá empieza a estar año me regala el señor R. con tanto gozo y respeto. Para terminar estas

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líneas, no encuentro nada mejor que quedarme paladeando esta vieja Humanidad. Pero se daba cuenta de que todos esos sacrificios eran in-
plegaria: «¡Oh sagrado banquete, en el que se come a Cristo, el alma se suficientes hasta que llegara el «cordero infinito y único» que fuera ca-
llena de gracia y se nos da un anticipo de la gloria!». paz de abrir las puertas de un cielo que el mismo hombre había cerrado.
Por eso, cuando Juan anunció: «He ahí el cordero de Dios que quita el
pecado del mundo», tuvo el hombre la seguridad de que el momento
había llegado. Y, cuando Tú, Señor, en la última cena, tomando el cáliz,
dijiste: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alian-
za...», todos los hombres supieron —supimos— que Tú eras ya «el cor-
2.° Domingo del T. O. (A) dero pascual» que nos libraba de todas las esclavitudes.
Pero, insisto: ¿qué eres: pastor o cordero?
«¿CORDERO O PASTOR?» ¡Vana cuestión, amigos! Tanto monta, monta tanto. Eres «el pastor
que has dado tu vida por las ovejas» y eres el «cordero inmaculado que
Las palabras que pronunció Juan, cuando vio que te acercabas, Se- borra los pecados del mundo».
ñor, son palabras que definitivamente llenan el mundo de esperanza: Lo único que interesa es que todo lo que has hecho —y lo has hecho
«Ese es el cordero de Dios que quita...... Son tan bellas y prometedoras «todo»: humillarte, anonadarte y morir en sacrificio— lo has hecho «pa-
que todos los días, mostrando la hostia santa, las pronuncia el sacerdo-
ra nosotros». «Por nosotros los nombres y por nuestra salvación».
te, antes de llegar a la comunión.
A Lope de Vega se le encandilaba la pluma y escribía:
Pero, como tantas veces pasa con tu evangelio, son palabras que des-
conciertan: «He ahí el cordero». Pero, ¿no habíamos quedado en que tú —«Pastor y cordero, sin choza y lana,
eras el «Pastor», el «Buen pastor que da la vida por sus ovejas»? ¿Qué ¿Dónde vais que hace frío, tan de mañana?».
eres, por tanto: pastor o cordero?
PASTOR.—Desde niño me gustaba contemplarte bajo la imagen
del «buen pastor». Ya en las catacumbas así te dibujaron los primeros
cristianos. También me ha conmovido siempre saber que te interesaba
«la oveja perdida» por encima de «las 99 del aprisco». Igualmente me ha
consolado siempre oírte decir que eras «el buen pastor, que conocías a 3.° Domingo del T. O. (A)
tus ovejas» y que, a diferencia de «los pastores que huyen cuando ven
venir al lobo», tú eras capaz de «morir por tus ovejas». Sí, tu imagen de
«buen pastor» siempre ha influido en mí. Y he agradecido que los pin-
tores te pintaran así, con una oveja sobre los hombres. Y me he entu- TOMANDO POSICIONES
siasmado más de una vez leyendo a los poetas: «Pastor que con tus sil-
bos amorosos me despertase del profundo sueño...... Más aun: no sa- El evangelio de hoy pinta a un Jesús «tomando posiciones». Quizá
bría decir lo que siento, cuando me doy cuenta de que me has dado par- una lectura rápida del evangelio puede darnos la impresión de que Je-
te en su «pastoreo» y me has asignado mi parcela en «lo pastoral». sús era «un improvisador», alguien que iba dejando caer su doctrina y
CORDERO.—Pero, estoy desconcertado. Juan no te presentó co- sus signos «sobre la marcha», sin demasiada premeditación. Y sin em-
mo «Pastor» sino que dijo: «He ahí el cordero». Y parece que es verdad. bargo, leyéndolo despacio, encontramos en él unos planes determina-
Ya Isaías, muchos años antes de que aparecieras en este mundo, nos de- dos, unas etapas escalonadas, siguiendo siempre «la voluntad de Dios,
cía que «Irías a la muerte, como una oveja que no abre la boca al ir al que era su alimento». Eso es el evangelio de hoy. Una página en acción,
matadero». Y no era una metáfora. El hombre de todos los siglos había que sigue tres objetivos, tres peldaños.
ofrecido «corderos y machos cabríos» para llegar a la amistad con Dios. SE ESTABLECIÓ EN CAFARNAÚN. Lo mismo que el pueblo de
Extendía sobre aquellos corderos sus brazos, como hace ahora el sacer- Nazaret fue el lugar idóneo para su larga preparación para la vida pú-
dote sobre la oblata, tratando de descargar sobre ellos los pecados de la blica, Cafarnaún aparece como el lugar estratégico para ese ministerio

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público. No lo eligió como un lugar estático, al estilo de las orillas del
Jordán para el Bautista, sino como un centro dinámico. De allí saldría y 4.° Domingo del T. O. (A)
allí volvería tras cada correría apostólica. ¿Su «cuartel general»? Isaías
había dicho hace mucho tiempo: «País de Zabulón y de Neftalí... El pue-
blo que habitaba en tinieblas vio una luz grande». Eso fue Cafarnaún. CONTRA CORRIENTE
Un lugar que empezó a irradiar luz para disipar tinieblas.
(Me gusta pensar en una iglesia —parroquias, colegios y universida- Uno aprendió de niño las «bienaventuranzas». Las aprendió de me-
moria con puntos y comas, intuyendo que eran frases sabias, de mucho
des cristianas, centros de jóvenes, medios de comunicación...— tratando
contenido. Desde entonces ha llovido mucho, claro. Y uno se ha dado
de irradiar luz, tratando de disipar tinieblas «desde el evangelio»).
cuenta de que lo importante no es «saberlas de memoria», sino «irse
CONVERSIÓN. Ese es, y será siempre, el primer paso de quien empapando de ellas», hacer que se conviertan en «carne de nuestra car-
quiera seguir a Jesús: Comenzó a predicar Jesús diciendo: «Convertios, ne». Por eso, ante el Evangelio de hoy, conviene hacer algunas precisio-
porque está cerca del reino de los cielos». Daos cuenta. Es exactamente nes.
lo mismo que decía el Bautista. Y es que, en ese sentido, lo que hace Je-
sús es «tomar el testigo» de Juan y continuar insistiendo en algo básico. 1.a Cristo, al afirmar que «son dichosos los pobres, los pacíficos, los
Vida de pecado, vida mundanizada, vida de placeres y egoísmos son co- perseguidos, los que sufren», no estaba brindando un programa de resig-
sas que «no casan» con «ser discípulos» de Jesús. Para acercarse a Dios, nación pasiva a los pusilánimes; una especie de adormidera para con-
«hay que quitarse las sandalias», como Moisés. A eso nos invita siempre formarnos con las injusticias; un «opio del pueblo» que animara a los
el sacerdote al «entrar al altar de Dios»: a «reconocer nuestros peca- desheredados y desesperados a «aguantar mecha», ya que «la vida es
dos». Los místicos van por el mismo camino: antes de llegar a la vía ilu- así»; un consuelo pensando en ser recompensados en el «más allá», ya
minativa y la unitiva, quieren que pasemos por la «purgativa». Jesús, que no lo hemos conseguido en el «más aquí». No. Cristo no aprueba la
más adelante, dirá: «Los limpios de corazón verán a Dios». Pero ya des- pobreza, la persecución o el dolor como un «fin», sino como unos «me-
de ahora nos dice: «Convertios», es decir, «cambiad; fuera el hombre dios».
viejo». 2.a Esa es la segunda consideración. El «fin» que Cristo busca es que
seamos «sus seguidores», «ciudadanos de su reino». Ahora bien, para
Venid y seguidme entrar en ese «reino» hay que hacer un trastocamiento de valores, un
«volver del revés» muchas cosas, se requiere un cambio de mentalidad y
Supuesto ese cambio de mentalidad y de corazón, el tercer paso de corazón. Es decir, son necesarios unos «medios»: son las «Bienaven-
puede ser esa personal «llamada de Jesús»: «Viendo junto al lago a Si- turanzas».
món y Andrés, y, más adelante, otros dos hermanos, Santiago y Juan, les
dijo: Venid y seguidme; os haré pescadores de hombres». 3. a La aceptación de estas «bienaventuranzas» suponer «ir contra co-
rriente», meterse en la «locura de la cruz», hacer propia aquella página
Por culpa de todos, amigos míos, se nos ha ido devaluando la estima de Pablo: «Nosotros somos necios por Cristo, vosotros sensatos; noso-
de la vocación religiosa y sacerdotal. Sí, de todos: de los padres y de los tros débiles, vosotros fuertes; nosotros despreciados, vosotros célebres».
hijos, de los sacerdotes y de los fieles, del medio ambiente y del mal am- Efectivamente: ¿Quién podría pensar nunca que el «ser pobre y vivir
biente, que lo hemos ido creando entre todos. con dignidad la pobreza» es garantía de «poseer el reino verdadero»?
Y, sin embargo, y pese a quien pese, es seguro que Jesús «sigue pa- ¿Quién habría osado decir que todos los débiles, los minusválidos y de-
sando por las orillas de todos los lagos y sigue invitando». Y es necesario formes tienen, en su «privación», el certificado de pertenecer a una raza
que los invitados, con la ayuda de la comunidad que formamos los cris- de «superhombres»? ¿Quién se atrevería a proclamar que los despre-
tianos, tengan el coraje de «dejar las redes y seguirle». cios, las calumnias, la soledad pueden ser pasaporte para la «ciudad de
la alegría»? Más aún, en una sociedad frenética de sexo y hedonismo,
En cualquier caso, no estará mal que todos, clérigos y laicos, «tome-
¿no es como una provocación asegurar que «los limpios de corazón ve-
mos posiciones», como Jesús. Primero, sabiendo elegir nuestro «Cafar-
rán a Dios»? Sí, amigos, entrar en esa filosofía es entrar en la «paradoja
naún». Después, metiéndonos en clima de «constante conversión». Des-
de Jesús». Esa paradoja que dice que «los últimos serán los primeros» y
pués «no endureciendo el corazón, si oímos la voz de Dios».
que «por la muerte, se va a la Vida».
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4.a Y aquí conviene hacer una última apreciación. Y es: que poner
esta programación en marcha es tarea ardua y difícil. Por lo que habrá nos, cuando llevan a bautizar un niño, mientras sostienen en sus manos
que partir de dos estrategias imprescindibles. Primera, la gracia de Dios una candela, encendida en el cirio pascual, les dice el sacerdote: «A voso-
absolutamente imprescindible, ya que «sin mí no podéis hacer nada». tros, padres y padrinos se os confía acrecentar esa luz...». Y a todos los se-
guidores de Cristo, igual. No se trata de que vayamos deslumhrando a
La gracia de Dios, conseguida a través de la oración y de los sacramen-
nadie con sapientísimas lecciones magistrales. Se trata simple y llanamen-
tos. Y segunda: nuestro personal esfuerzo, renovado una vez y otra vez,
te de que nuestro vivir y nuestro lenguaje sean transparentes, iluminen:
ya que el cansancio y la monotonía siempre ponen trabas a nuestros
que seamos antorchas: «Vuestra luz ilumine de tal manera a los hombres,
buenos deseos. Nuestro personal esfuerzo, que además, es la varita má- que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre celestial».
gica para que nos llegue la gracia de Dios. Porque, como dicen los teó-
logos: «Al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega su gracia». SAL, IGUAL A «GARRA».—Y cuando nos invitas a ser «la sal de
la tierra», no nos invitas a mangonearlo todo, a ser «el perejil de todas
Resumiendo: las bienaventuranzas pueden quedarse en «consignas las salsas». Lo que quieres es que, militando en la categoría que sea —
bellísimas escritas en pancartas a los lados de nuestro camino». O pueden «pesos pesados» o «pesos mosca»—, tengamos «punch», tengamos «ga-
convertirse en vida de nuestra vida, pasando a grabarse en nuestros actos rra». Tú quieres seguidores que den alegría al juego cristiano, que siem-
y en nuestro corazón. Creo que esto segundo es lo que quería Jesús. bren esperanza, que dejen en una palabra buen sabor en todo lo que
hagan. Lo mismo que la sal. Por eso, hay que recordar siempre aquella
sentencia del Apocalipsis: «¡Ojalá fueras frío o caliente, pero, porque
eres tibio, te arrojaré de mi corazón!».
Lo comprendo, por tanto, perfectamente, Señor. No se trata de es-
calar puestos en el escalafón social. No quieres que seamos «estrellas»,
5.° Domingo del T. O. (A) sino «antorchas», eficaces antorchas en lo cotidiano. Se trata de «irra-
diar a Cristo» —¡aquel bello título de Raúl Plus!— desde cualquier es-
calón en el que la vida nos haya colocado. La sal que tenemos que lle-
var a las situaciones y a las cosas de la vida no es la sal de «los salados»,
¿«ESTRELLAS» O «ANTORCHAS»? los petimetres de salón, sino la sal de la alegría y de la esperanza.
Tus palabras en el evangelio de hoy, Señor, me desconciertan una Creo que así fueron y así actuaron los primeros creyentes. Escuchad
vez más. Me explicaré. lo que leíamos hace unos días en San Pablo: «Fijaos en vuestra asam-
blea: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos,
Mil veces nos has invitado a la humildad: «Cuando vayas a un ban-
ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha esco-
quete, no elijas los primeros puestos...». O: «El que se ensalza será humi-
gido Dios para humillar a los sabios.».
llado». Y nos pusiste como modelo al publicano, «que no se atrevía si-
quiera a levantar los ojos». El evangelio contiene toda una pedagogía Eran «lo necio», sí. Pero tenían «garra».
hacia lo pequeño y desconocido.
Y ahora, de pronto, nos dices: «Vosotros sois la sal de la tierra... y la
luz del mundo». Es desconcertante, Señor. Porque, en el mundo, «ser
luz» equivale a ser «estrella», a brillar, a estar en los primeros puestos
de la política, de la cultura o de la economía. Y «ser sal» significa des-
lumhrar a través del éxito, la popularidad y la fama en los ambientes
6.° Domingo del T. O. (A)
más cultivados. Ser «luz» y ser «sal» está muy relacionado con aparecer
en las portadas de las revistas de más actualidad y de mayor tirada.
Pero está claro que Tú, Señor, no vas «por ahí». Lo que tú quieres «PERO YO OS DIGO...».
darnos a entender es que el cristiano ha de ser: Un día, ya lo sabéis, dijo Jesús: «El amor resume toda la ley y los
PORTADOR DE UNA LUZ.—Y toda luz está llamada a iluminar: profetas». Quizá, por eso, los coetáneos de Jesús y ese hombre anárqui-
«No se puede encender una vela y ponerla bajo el celemín, sino sobre el co y «bon sauvage» que en el fondo somos todos, pensó: «he aquí a al-
candelero para que alumbre a todos los de la casa». A los padres y padri- guien que viene a liberarnos de la ley».

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Pero ese hombre, «soñador de falsas liberaciones» se equivocó: «Yo En una palabra, lo que Jesús quiere es que nosotros miremos la ley
no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud». Ya lo oís: vino a en- no «como una raya de prohibiciones de la que no hay que pasar», sino
señarnos a buscar su «verdadero sentido». como «una meta de ideales a la que debemos aspirar». Jesús quiere «la
Conviene recordar cómo estaban las cosas. La religión judía se basa- verdad interior» de nuestras acciones, no la mera «apariencia».
ba en la obediencia ciega a Yavéh; y la voluntad de Yavéh estaba mani-
festada en la ley. De este modo, un buen judío era un observante escru-
puloso de los preceptos concretos que emanaban de la ley. La ley mo-
saica era, por tanto, algo sagrado.
Y eso está muy bien, amigos. El mismo Jesús se sometió gustosa- 7.° Domingo del T. O. (A)
mente a las leyes. Así, le vemos aparecer en la sinagoga los sábados,
acudir en peregrinación a Jerusalén en las fiestas, celebrar el rito de la
pascua judía, rezar como todos los judíos, los salmos —«dichoso el
hombre que sigue tus leyes, Señor»—, y, cuando curaba a un leproso, lo MAS DIFÍCIL TODAVÍA
enviaba después, a los sacerdotes, como mandaba la ley.
Alguien escribió que «nuestra vida de sociedad funciona al estilo del
Lo malo es que ese respeto del pueblo judío por la ley, adquirió dos
eco». Es verdad. Correspondemos a los otros en el mismo modo y canti-
serios desenfoques. Uno, el cumplimiento de la ley se hacía por motivos
dad que ellos nos trataron. Devolvemos atenciones y favores según una
de «terror»: «Que no nos hable Dios, que moriremos». Y dos, las leyes
ajustada táctica del «tanto, cuanto». Lo mismo nos ocurre con lo negati-
se tomaban de un modo «tan literal, minucioso y obsesivo» que llegaron
vo, cuando nos ofenden, la ofensa queda registrada en nuestra compu-
a convertirse en gestos meramente externos, superficiales y mecánicos.
tadora interior, y, tarde o temprano, devuelve la moneda. «Me las paga-
Esas dos posturas son las que trata de corregir Jesús. Dios no es un rás», decíamos los niños. Y todo el A.T. transcurre en un contexto en el
Dios para el temor, sino para el amor. Si algo explicó claramente Jesús que la venganza era algo normal.
es que «Dios es Padre»: «Dios cuida de los lirios y los pajarillos. ¡Cuán-
to más de vosotros, pues bien sabe él lo que necesitáis!» O en otro lugar: Pero vino Jesús y nos dijo que eso era «cosa de paganos»: «Si amáis
«Podrá una madre abandonar al hijo de sus entrañas, pero Dios no os sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo ha-
abandonará jamás». Por eso añadía: «Os concederá cualquier cosa que cen».
le pidáis en mi nombre». Y nos enseñó a rezarle, llamándole: «Padre Efectivamente, Dios no envió a su hijo a la tierra para que nos ense-
nuestro». ñara una doctrina de paralelismo basada en el «ojo por ojo» y «banque-
Esto supuesto, ¿cómo querer contentar a ese «padre» con el cumpli- te por banquete» o «tú me diste tanto, yo te devuelvo cuanto». No. Dios
miento meramente formal, externo y frío de las cosas que a El le gus- es un río que se desborda, una gratuidad que nos inunda. Los teólogos,
tan, es decir, de «sus preceptos»? El cumplimiento de sus leyes tiene cuando hablan de la gracia que Dios nos da, dicen que no sólo es «sufi-
que arrancar de nuestro corazón. «Amor con amor se paga». Y eso es lo ciente», sino «sobreabundante». Y todo lo hace Dios así. En su Crea-
que quiere decirnos Jesús con esas «antinomias» (?) que El proclama: ción, por ejemplo, no puso límite al número de las estrellas: «cuenta,
«Habéis oído que se os dijo... Pues yo os digo». Efectivamente, «se nos Abrahán, si puedes, el número de las estrellas». En la Redención, dicen
dijo: no matarás», acto brutal y externo. Pero «Jesús nos dice» que de- los teólogos, hubiera bastado un pensamiento de su mente divina. Pero
bemos extirpar el rencor y el mal deseo en nuestro interior. Del mismo Dios no entiende nuestras ecuaciones. Y así, «se rebajó hasta someterse
modo, «se nos dijo: no cometáis adulterio», una infidelidad externa a la muerte y una muerte de cruz». No escatimó nada. San Juan, que
igualmente y consumada contra el amor. Pero Jesús nos invita incluso a contempló la lanzada, consignó un detalle precioso: «De su costado sa-
que desarraiguemos las malas intenciones y apetencias de nuestro cora- lió sangre con un poco de agua». Es... ¡todo lo que le quedaba!
zón. También «se nos dijo que no juráramos ni por el cielo ni por la tie- Si así «actúa» Dios en la economía de su reino, su «doctrina» no po-
rra». Pero Jesús quiere más. Quiere que hablemos con transparencia y día ser distinta. El Evangelio de hoy dice: «Jesús, a los que le escucha-
sencillez, como hacen los niños que no tienen «tapujos». Por eso aña- ban, les decía: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
dió: «Vosotros decid "sí, sí" o "no, no"». odian, bendecid a los que os maldicen..."» Quedan rotas, pues, nuestras

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matemáticas y proporciones. Y queda patente que todo eso que llama- ¿Os habéis fijado cómo buscan los niños a «su» padre? Con absoluta
mos «trato social» tiene que estar regido por el amor, incluido el de los confianza, con urgencia. Están seguros de que él les librará de todos los
enemigos. Y Jesús nos pone un modelo: el Padre celestial, «que hace sa- peligros. Cuando algo repentinamente les asusta, corren hacia él, se en-
lir el sol sobre buenos y malos». caraman a sus brazos, en ellos se cobijan, y allá se sienten protegidos.
Esto exige, ya lo comprendéis, muchas cosas. Primero, renunciar a la Nadie podrá contra esa «omnipotencia» que representa su padre. (Es
venganza. Incluso a esa venganza disimulada que consiste en «despreciar después, con los años, cuando se buscan otros «tráficos de influencias»
al enemigo». «Contra niños y mujeres no desenvaino mi espada», decía pensando que van a vivir «más seguros»).
altaneramente Francisco de Javier en «EL DIVINO IMPACIENTE». ¡Gran lección la de los niños! Ya un día dijo Jesús: «Si no os hacéis
Después, excusar al adversario, tratando de buscar las causas atenuan- como ellos, no entraréis en el reino de los cielos». ¡Por ahí va también el
tes de su actuación. «Quien comprende, perdona», decía Mme. de Stael. evangelio de hoy! ¡Ser como niños con respecto a Dios!
Y Jesús dijo desde la cruz: «Perdónales, porque no saben lo que hacen». Porque, ya lo estáis viendo. Al hombre le cercan continuos miedos,
Hace falta también, el olvido de la ofensa. Es decir, adoptar la acti- zozobras y angustias. La fragilidad de la salud unas veces. El problema
tud de quien quiere olvidar. Para ello, tratar al adversario sin ningún ai- del paro que ha llegado a casa. Aquel hijo que se «enganchó» en la dro-
re de superioridad que le recuerde a cada paso: «Te he perdonado». ga y en todas sus secuelas. La visita de la muerte. En fin, «el rayo que
no cesa»... ¿Cómo vencer esa angustia?
Cuesta mucho perdonar. Es el «más difícil todavía». Pero es lo más
hermoso del cristianismo. Cabodevilla suele citar el poema de Lichwet. Jesús nos dice: «No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a
Un rey riquísimo decidió entregar un brillante invalorable a aquel de comer, ni pensando con qué os vais a vestir. Mirad a los pájaros que no
sus hijos que hiciera la hazaña más heroica. El mayor mató a un dragón siembran, ni siegan, ni almacenan. Vuestro padre celestial los ali-
que asolaba toda la región. El segundo, con una pequeña daga, redujo a menta».
diez hombres fuertemente armados. El rey entregó el brillante al más Pero, que nadie entienda que Jesús, al pedirnos un «abandono» así
pequeño, que se encontró con su mayor enemigo dormido en el campo; en Dios —semejante al que tienen los lirios y los pajarillos en las «le-
y le dejó «seguir durmiendo». ¡Gran hombre este hijo pequeño! yes de la naturaleza»—, nos está invitando a una pasividad culpable, a
vivir un cristianismo «a la sopa boba». Que nadie crea que Jesús predi-
ca una resignación inoperante ante la problemática del hombre en el
mundo. Al revés. Si algo dejó claro Jesús es que debemos desarrollar
todos nuestros talentos personales —«el de cinco, cinco; el de dos, dos;
el de uno, uno»—, en la parcela que nos haya correspondido en la vi-
8.° Domingo del T. O. (A) ña. Si algo igualmente ha condenado la Iglesia es la actitud egoísta y
satisfecha de todos los «epulones encastillados» y de las «vírgenes ne-
cias», recordándonos a cada paso lo que ya decía Pablo: que «la natu-
«TU SOLUS DOMINUS» raleza entera gime con dolores de parto». Y que nosotros tenemos un
papel señalado en el alumbramiento de «un cielo nuevo y una tierra
Jesús nos advierte hoy de la imposibilidad de «servir a dos señores». nueva». Confiando ciegamente, eso sí, en que, por encima de nosotros,
En otra ocasión había hablado de que «existen dos caminos, uno ancho está ese Padre-Dios, providente, detallista y amorosamente personal
y otro estrecho», igualmente incompatibles. San Agustín hablaba, siglos que «no deja que caiga ni siquiera un pajarillo en la trampa sin su licen-
después, de «dos ciudades». Y San Ignacio de Loyola de «las dos ban- cia».
deras». ¡Efectivamente, es un peligroso número de circo, de imprevisi- «No podemos, por tanto, servir a dos señores», sino a uno sólo: «Tu
bles consecuencias, eso de querer cabalgar a lomos de dos cabalgaduras solus Dominus». «Un solo Dios y Padre». Y en él debemos abandonar-
que tiran en distinta dirección! nos y confiar. Sería bonito parecemos a aquel mendigo del que habla el
La solución que Jesús nos da es la de buscar a Dios como «único Se- P. Nieremberg: «Vivía alegre y feliz porque quería sólo lo que Dios que-
ñor» —«Tu solus Dominus». Y buscarle, sobre todo, como «padre». Un ría». Y como nada en el mundo sucede sino «lo que Dios quiere», resul-
padre al que podamos acudir como hijos «muy pequeños». taba que «todo sucedía conforme a la voluntad del mendigo».

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9." Domingo del T. O. (A) OTRO: EL EDIFICIO DE LA IGLESIA.—La Lumen Gentium
reunió diversas imágenes para aproximarnos al misterio de la Iglesia:
«Llamamos a la Iglesia "edificación de Dios". El mismo Señor se com-
paró a una piedra rechazada por los edificadores, pero que fue puesta
¿LA MAQUETA O LA REALIDAD? como piedra angular. Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la
Iglesia y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan di-
Creo que la cosa está clara. Hay dos maneras de vivir. De aparien- versos nombres: casa de Dios..., habitación de Dios..., tienda de Dios...,
cias. O de realidades. De palabras. O de hechos. En el terreno de la pu- y, sobre todo, templo de Dios, ciudad santa, nueva Jerusalén».
ra fachada. O en el campo de la entrega y el compromiso.
Pues, he ahí la consideración que no debe olvidar nunca el cristiano.
El cine y la televisión nos suelen mostrar, más de una vez, ejemplos Escuchadla de labios de Pedro, aquel «Pedro-roca sobre el que Cristo
de estas dos situaciones. Películas existen, en las que el espectador me- edificaría su Iglesia»: «Nosotros debemos ser piedras vivas» de ese edifi-
nos avispado puede distinguir que aquel edificio que se derrumba, cio. Es decir, no mera fachada «levantada sobre arena», condenada a
aquellas murallas que contemplamos, son pura maqueta, decoración de derrumbarse en cuanto «soplen los vientos o vengan las lluvias»; sino,
cartón-madera, fachada prefabricada. Por el contrario, reportajes he- realidades sólidas dispuestas a «cumplir la voluntad de Dios, mientras
mos visto, en los que los edificios que se derrumban eran de verdad, el proclamamos Señor, Señor». O escuchadlo, si queréis, de Pablo cuando
muro de Berlín que contemplábamos era el auténtico. se dirigía a los efesios: «La piedra angular es Cristo Jesús, sobre el cual
Pues, de eso nos habla Jesús hoy: «Decir Señor, Señor, y no hacer la se eleva, bien trabada, toda la edificación para templo santo en el Señor,
voluntad de Dios», es pura fachada, trampa-cartón, «edificar sobre are- en quien también vosotros sois edificados para morada de Dios en el Es-
na». Por el contrario, «decir Señor, Señor, y cumplir la voluntad del Pa- píritu».
dre celestial, es edificar sobre roca. Vendrán las lluvias y los vientos, y Concluyendo. Hay dos maneras de pasarse la vida. Construyendo
aquel edificio permanecerá». maquetas, fachadas, decoraciones de tabla-cartón, apariencias. O, por
Pues, vea el cristiano ahora lo que Dios espera de él. Somos cons- el contrario, poniendo diariamente ladrillos de verdad sobre la roca. «Y
tructores en potencia de dos egregios edificios. Uno, personal: el de la la roca —ya lo sabéis—, es Cristo».
propia existencia. Otro, colectivo: ése que llamamos «Iglesia», cuya ro-
ca es Cristo, o, si queréis, Pedro.
UNO, PERSONAL.—Cuando un niño llega a la «edad de la discre-
ción», empieza a comprender que su vida es un edificio que ha de ir
construyendo día a día, con todos los materiales más notables que en- 10.° Domingo del T. O. (A)
cuentre a su paso. Así, tendrá que levantar las paredes de su inteligen-
cia, con todos los saberes que le proporcionen sus padres, sus profeso-
res, sus libros y esa «maestra de la vida» que es la propia experiencia.
Tendrá que colocar las vigas de su voluntad: trabajando su carácter, exi- JUGLARES DE DIOS
giéndose disciplina, dominando sus pasiones. De poco vale la inteligen-
cia sin voluntad. Necesitará, del mismo modo, cultivar sus sentimientos: Fijaos bien. Es el mismo apóstol Mateo, convertido ya en uno de los
la delicadeza y la ternura, la capacidad de admiración y la amabilidad, cuatro evangelistas, el que nos cuenta su propia vocación, la llamada
con que Jesús le impactó. Lo hace con unas pinceladas en las que que-
la solidaridad y el buen humor. Pero el cristiano sabe, además, que su
dan reflejadas las circunstancias, su decisión, el ambiente, las conse-
edificio no está completo nada más que con un ramillete de virtudes hu-
cuencias. Y esas pinceladas, además de ser un hermoso testimonio de
manas. Sobre ellas, han de desarrollarse las virtudes sobrenaturales, to-
vida, pueden señalar el esquema-marco de cualquier vocación:
da la arquitectura de la «gracia». Con la fe, la esperanza y el amor a la
cabeza. Por eso advertía Pablo con insistencia: «¿No sabéis que sois —«Vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de
templos de Dios y que el Espíritu habita en vosotros?» Y, llevando la ad- impuestos...». Ya lo veis. Era cobrador de impuestos, oficio no muy bien
vertencia más lejos, añadía: «Quien mancilla su propio cuerpo, mancilla visto por cierto por el pueblo sufrido y explotado. Era cobrador, como
el templo de Dios». podía haber sido labrador, artesano o pastor. Quiere esto decir, por lo

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que a mí toca, que Dios llama a quien quiere, como quiere y cuando Lo que hará falta, por tanto, es que aprendamos a «sentarnos con los
quiere. El que vale no es «el llamado», sino «el que llama». El llamado pecadores» con el mismo estilo que lo hacía Jesús.
sólo es un instrumento en manos de...
—«Jesús le dijo sigúeme. Y él se levantó y le siguió». Aquí es donde
empieza lo «estimable» del hombre, lo «mensurable», lo que los teólo-
gos llaman «la correspondencia a la gracia». ¡Pueden darse tantos mati-
ces en la respuesta, tantas variantes en la entrega! Desde la decisión rá-
pida y plena hasta el «dar largas al asunto» caben todos los grados del 11.° Domingo del T. O. (A)
amor. Los que hemos sido llamados debemos meditar constantemente
sobre la firmeza de nuestro «sí», sobre la pureza de nuestra entrega, so-
bre las posibles aleaciones de ganga y generosidad que van configuran-
do la línea de nuestro seguimiento a Jesús. ¡Sería tan hermoso no caer NO EXISTEN LOS JUBILADOS
en aquello que un día sentenció el mismo Jesús: «El que ha puesto su
mano en el arado, si vuelve su vista para atrás, no es digno de ser discí- —«Cristo te necesita para amar...— No te importen las razas ni el
pulo mío»! color de la piel... ama a todos como hermanos y haz el bien...».
—«Estando Jesús en la mesa en casa de Mateo...». Parece ser, por Es una canción que cantan nuestras comunidades parroquiales. Y
tanto, que Mateo dio un banquete para celebrar la «suerte» de su voca- quiero subrayar su estribillo —«Cristo te necesita para amar»— porque
ción. Y parece ser, sobre todo, que «seguir a Jesús», aunque sea con la viene a coincidir plenamente con lo que dice Jesús en el evangelio de
cruz a cuestas, no es aventura para gentes tristes, pusilánimes y pazgua- hoy: «La mies es mucha y los obreros, pocos. Rogad al Señor de la mies
tas. Piensan muy torcidamente quienes dicen a la ligera: «Era tan para- para que envíe operarios...».
dito el pobre, que se metió a cura». No se ha enterado la mayoría que el No deja de ser una paradoja. Por una parte, la más clara teología nos
seguimiento de Cristo, cuando es verdadero, lleva a la dicha más verda- dice que Cristo nos ha salvado a todos, que su muerte en la cruz ha libe-
dera. «La alegría de la fe» fue el título de un precioso libro de Enrique rado y redimido al hombre suficiente y abundantemente. Incluso, que
de Cabo, describiendo las diferentes etapas del vivir cristiano. También
hubiera bastado, para nuestra salvación, cualquier acto de su voluntad
Cabodevilla, en «Aún es posible la alegría» y en forma epistolar, va
redentora. Pero también la teología nos dice —y lo remachó muy clara-
brindando, a una variada galería de personas, la manera de vivir con
mente contra la doctrina protestante— que esa salvación no se realiza
alegría su particular situación. San Francisco de Asís quería que sus
sin nuestra cooperación, sino que «nos necesita». En ese sentido San
frailes menores encontraran «la verdadera alegría» y que fueran «jocu-
latores Dei», juglares de Dios. Y esta palabra «joculatores» parece sig- Pablo hablaba de «completar lo que falta a la pasión de Cristo». San
nificar claramente «juego» y «risa». En cuanto a Santa Teresa, ya cono- Agustín había advertido ya, hermosamente: «Dios que te creó sin ti, no
céis su famosa sentencia: «Un santo triste es un triste santo». te salvará sin ti».
Me conmueve esta especie de menesterosidad de Dios. ¡Que todo
—«Muchos publícanos y pecadores se sentaron con Jesús». Y como
los fariseos, al verlo, le criticaban, Jesús manifestó: «No son los sanos un Dios, para mi salvación y la de todos los hombres, esté pendiente de
los que necesitan médico, sino los enfermos». mi cooperación! ¡Que me pida que le «eche una mano»!
Ya veis, los fariseos ni se enteraban. No sabían de qué iba la cosa. Un día dijo Jesús: «Como el sarmiento no puede dar fruto si no está
Eran ciegos y sordos. En cambio, no eran mudos. Mudos, no. Ellos, bla, unido a la vid, así tampoco vosotros podéis hacer nada sin mí». ¡Es es-
bla, bla. Si no se hubiera sentado con los pecadores, le habrían acusado tremecedor! Porque resulta que ahora nosotros podemos volver la ora-
de «clasista» y «evadido». Pero como se ha sentado le tachan de «peca- ción por pasiva y decirle al Señor: «Tampoco Tú puedes hacer nada sin
dor». Siempre «bla, bla, bla». nosotros: nos necesitas».
Que lo sepa bien el seguidor de Cristo. Por fas o por ne-fas, le criti- Pero no penséis, por favor, que todas estas cosas son devaneos lite-
carán, le zancadillearán y pondrán en «solfa» lo que haga y lo que deje rarios, «distinciones de la razón razonante». No. Recordad la parábola
de hacer. Ya lo advirtió el mismo Jesús para que nadie se engañase: «Si de «los talentos» o la de «los invitados a la viña». Y unidlas a esto de «la
a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros». mies es mucha». Comprobaréis que el Señor nos está diciendo a gritos

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que «nos necesita», que «a todas las horas del día nos está asignando la l'i n> la verdad monda y lironda es que, ante un mínimo dolor sospe-
tarea, que ha querido que nuestra personalidad de "uno", "dos" o 'cin- clumu que nos llega o ante un porvenir levemente incierto nos converti-
co" talentos se vaya desarrollando precisamente en la construcción del mos cu un amasijo de temblores.
Reino, que de ninguna manera quiere que permanezcamos ociosos». I ,o goido es que también en esto, como en todo, somos una constan-
En una palabra: que, aunque Dios sea el Creador de todo, sin embargo l> |>iumloja.
ha querido contar con nosotros para todo. Lo dijo desde el principio:
«Creced, multiplicaos y someted la tierra». Y del mismo modo Jesús, Pensad: por una parte, el hombre vive rodeado de toda clase de «se-
aunque sea el redentor de todos, nos ha dado parte en su redención: «Id yiiiMN»: seguro social y seguro de enfermedad; contra incendios y contra
por todo el mundo y predicad a todos...». el pedrisco; seguro del coche y de la vivienda; existen coches blindados,
pucrliis blindadas y chalecos antibalas; nuestras casas se protegen con
A veces el hombre, en la vida, suele sufrir depresiones y traumas ios cerrojos más encerrojantes y con las alarmas más alarmantes. Pero,
pensando que «ya no cuentan con él» o que le ha llegado «la hora de la n pesar de eso, o quizá precisamente por eso, nos sentimos inseguros,
jubilación». Y se dice: «Ya no sirvo». asustados y temerosos. Por una parte gritamos: ¿quién dijo «miedo»?
Pues, no es así. En esta tarea del Reino, no existen los jubilados. La Pero, por otra, sabemos reconocer: «El miedo es libre».
faena es inmensa y requiere mucha mano de obra, todos los brazos son Jesús entra en este tema en el evangelio de hoy y dice: «No temáis a
necesarios. Es más, esos que el mundo considera «los débiles» —los en- los (¡uc matan el cuerpo pero no pueden matar el alma».
fermos, los abuelos, los minusválidos— suelen ser los elementos más ('orno siempre, lo que hace Jesús, para ayudarnos, es trasladarnos a
valiosos. Porque Dios «esconde estas cosas a los sabios y entendidos y olía perspectiva. Es como si nos dijera: «Vosotros queréis vencer el
las enseña a la gente sencilla». miedo con vuestra fortaleza, con vuestro poder y sabiduría, con la acu-
mulación de todas vuestras astucias y mecanismos materiales». Y
<• Nuestro auxilio nos viene del Señor que hizo el cielo y la tierra». Así de
simple y llana es la solución.
Efectivamente, cuando uno «rinde las armas de todas sus prepoten-
cias», lo comprende enseguida. Y todo un florilegio de advertencias ja-
12.° Domingo del T. O. (A) lonan la Escritura llevándonos por ese camino: «El Señor es mi roca, mi
fuerza y salvación». Y los salmos se repiten hermosamente: «No permi-
tirá que resbale tu pie; tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el
guardián de Israel». Y en cada uno de los peligros, El estará a nuestro
¿QUIEN DIJO «MIEDO»? lado: «El te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá
con sus plumas...» y sigue y sigue.
«Tengo miedo, mamá». Y, con esa frase, todos los niños chicos del
mundo se han acurrucado siempre en el regazo materno ante aquel pe- Esa era la oración y la fe de los hombres del A.T. Pero hoy nos cobi-
rro inesperado que les salió ladrando, ante la llegada de una repentina jamos dulcemente en las palabras del evangelio de Jesús: «Ni un solo
tormenta o ante cualquier sombra grande e inexplicable. Creo que yo gorrión cae al suelo sin que lo permita el Padre. Hasta los cabellos de
me solía despertar muchas noches sobresaltado. Y venía mi madre co- vuestra cabeza están contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay compa-
rriendo. Y me apretaba fuerte contra ella. Y el susto se disipaba. Y me ración entre vosotros y los gorriones».
volvía a dormir. Silogismo, por lo tanto de primer grado:
Pues bien. Las cosas no suelen cambiar con los años. Solemos, sí, ir —Yo valgo mucho más que un gorrión. Tú vales mucho más que un
presumiendo de valientes por la vida; nos permitimos el lujo de soltar gorrión. El vale mucho más...
baladronadas a cada paso; en los «días de vino y rosas» fumamos como —Es así que Dios cuida de los gorriones.
chimeneas, bebemos como cosacos y comemos sin control; no quere- Luego ¿quién dijo «miedo»? O lo que es lo mismo: «Aunque camine
mos que nos achante nadie; desafiamos, si se tercia, al lucero del alba, por cañadas oscuras, ningún mal temeré, porque el Señor es mi Pastor,
ya que «ni Dios pué conmigo, porque Dios me hizo así». nada me falta...».

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13." Domingo del T. O. (A) Haced las aplicaciones que queráis. Y siempre será lo mismo. El pa-
dre autoritario que pide perdón a su hijo cuando se equivoca, aunque
crea «perder», pronto verá que «gana»: respeto, amor y admiración. El
¡EL CIENTO POR UNO! apóstol que «pierde su tiempo» atendiendo a los demás, en esas labores
que nadie paga y casi nadie aplaude, al fin ve que es «ganar»: «Hasta un
Aunque se hiciera famoso el dicho de Pierre de Coubertin —«lo im- vaso de agua que deis en mi nombre, tendrá su recompensa».
portante es participar»—, la verdad monda y lironda es que todos que- Esa es la lección de este domingo de verano. Por ahí nos iremos so-
remos «ganar». No está muy claro para qué. Pero lo cierto es que cada ñando bingos, loterías y aplausos. No están mal las cosas cuando las co-
quisque, en el campo en el que se mueve, quiere «conquistar», «ganar», sas no están mal. Pero sepamos que hay otras cuentas a «plazo muy fi-
y si es posible «arrasar». jo» que aseguran y garantizan el «ciento por uno».
Vean a los políticos. Parece ser que, si son elegidos, ya no son due-
ños de su tiempo, de su vida, de su libertad. Pero, una por una, ganar.
Ahí tienen a los artistas cuando llegan a la cúspide. ¿Qué les ocurre?
Nuestro último Premio Nobel decía: «ya no puedo escribir, ni tener un
mínimo reposo, ni evitar a los inevitables medios de comunicación so-
cial». Pero no sólo hubiera querido ganar el Nobel, sino también el Cer- 14.° Domingo del T. O. (A)
vantes. Y, ¿qué rrie dicen de los deportistas? Queda bien lo de: «partici-
par es lo que importa, pero lo que todos anhelan es ganar».
Es así. Nos han educado para «ganar». Lo que sea: oposiciones, elec- «EL DEMONIO DEL MEDIODÍA»
ciones, competiciones, concursos, juegos de azar... Es muy posible in-
cluso que, cuando compramos boletos en una tómbola de Caritas, lo Aunque «se me vea la antena», Señor, tengo que ser sincero. Y te
que menos nos importe sea la «caridad» y lo que más nos importe sea diré que tus palabras de este domingo me confortan y me aquietan. A
«ganar» uno de los coches que allá se exhiben. El mundo de la banca se nadie le disgusta que le quieran y le mimen. Y lo que tú hoy dices, a eso
las ingenia cada vez más, con alambicados sistemas de «plazos fijos», me suena: a mimo y a caricia: «Venid a mí todos los que estáis cansados
«bonos», «regalos», «libretas únicas» y «libretones», para convencernos y agobiados, que yo os aliviaré».
de la importancia de ganar con ellos más. Porque, verás, Señor. El hombre, en sus tareas humanas y en sus
aventuras de apostolado, suele pasar por diferentes estados de ánimo,
Así están las cosas. Hasta el jefe de la tribu más primitiva dicta a su cuando comienza, hay siempre un primer estadio de optimismos, entu-
prole esta sentencia: «Ganar, bueno. Perder, malo». siasmos y energía. Saca gusto a todo cuanto hace. La misma novedad
Pues bien. Lean ahora despacio el evangelio de este domingo y a ver parece prestarle alas. La aprobación y el aplauso de los demás también
cómo entender esto: «El que gana su vida, la perderá. Y el que pierda su contribuyen lo suyo. Y tiene la sensación de haber encontrado «su» ca-
vida por mí, la ganará». Mucho me temo que toda nuestra filosofía del mino y estar realizando su vocación.
«ganar» sea, para Jesús, balones en «fuera de juego». «¿De qué te sirve Pero, en una segunda etapa, las cosas parecen cambiar. La repeti-
ganar el mundo si pierdes tu alma»?, dijo otro día. Parece que ese inte- ción de las mismas actividades produce monotonía. Los demás ya no
rrogante, repetido por el de Loyola, fue el que hizo comprender a nues- aplauden como al principio. Surgen también algunos malentendidos y
tro Francisco de Javier que hay «otra» escala de valores, poco atractiva, quién sabe si algún fracaso. La rutina hace su aparición como una hier-
pero más productiva. Igualmente, el día en que otro Francisco, el de ba mala. Y uno empieza a cuestionarse sobre «la utilidad» de lo que es-
Asís, se despojó de sus galas para casarse con madonna povertá, los tá haciendo. —«¿Te pasa algo? ¡Te encuentro distinto!»— nos dicen los
bienpensantes del pueblo juzgaron que aquel chico estaba loco, que amigos. —«No, no me pasa nada—, decimos —lo que ocurre es que no
«había perdido» todo. Pero él sabía que había «ganado» al verdadero tengo ganas de nada».
Padre del Cielo. El mendigo de Tagore, cuando vació sus alforjas, supo He ahí la cuestión, Señor. El difícil momento del «desencanto». El
que, en vez de perder un grano de trigo, había ganado un grano de oro. momento en que uno se da cuenta que los hombres son, más bien, pe-
Cuando Jesús invitó al joven rico a «venderlo todo y dárselo a los po- queños; que la felicidad es una quimera y que uno mismo, más o menos,
bres», no le invitaba a «perder», sino a «ganar». en un «cero a la izquierda». Es el momento en que uno, instintivamen-

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te, tiende a replegar las alas y dimitir de todas las ilusiones. El momen- sembrador—, el que, a instancia de sus discípulos, hizo la glosa y la ho-
to en que uno se oye decir a sí mismo: «¿Para qué seguir? ¡Nada sirve milía. Dijo: «El sentido de la parábola es éste...». Y fue desglosando, una
de nada!». a una, las diferentes actitudes que solemos adoptar ante la siembra de
Sé que es un peligroso momento, Señor. Los maestros del espíritu lo la Palabra de Dios. Podía ser ésta, por tanto, una página en blanco.
llaman «acidia». Es una rara mezcla de indiferencia, tristeza, aburri- Pero no quiero aprovechar la ganga. Al contrario. Haré mi glosa si-
miento, amargura, torpeza, soledad y pereza. El salmo 90 lo llama «el guiendo el mismo estilo de Jesús. Y si El analizó las posturas de los re-
demonio del mediodía». Es, sobre todo, cansancio, fatiga, hastío.
ceptores de la Palabra, me fijaré yo en otros elementos de la parábola.
Al reflexionar sobre estas cosas, me viene a la memoria una página
del evangelio de Juan. Llegaste tú a Sicar. Y, «fatigado del camino, te EL SEMBRADOR.—El Sembrador siempre es El, está claro. Pri-
sentaste junto al manantial del pozo de Jacob». Era, también «el medio- mero lo hizo «en directo», a todos sus coetáneos. Y, después, «a través
día», cuando más aprieta el sol y la sequedad es terrible. Al decirle a la de su Espíritu», que El mismo nos envió con ese fin: «El os enseñará la
samaritana «dame de beber», no quisiste disimular la urgencia de tu verdad plena. Y dejará convicto al mundo con la prueba de una condena,
problema. Pero tú mismo apuntaste la clave de la solución: «El que be- de un pecado y de una justicia». Bajo el impulso de ese Espíritu actúa el
ba de esta agua volverá a tener sed, pero el agua que yo le daré hará na- magisterio de la Iglesia: «El que a vosotros oye, a mí me oye». Bajo el
cer en él un manantial de vida eterna». Entiendo que son unas palabras aliento de ese Espíritu hablamos los sacerdotes como «embajadores de
definitivas: «El agua que Tú nos darás...». Cristo». Y bajo ese mismo Espíritu hemos de «tomar todos parte en las
Es justamente lo que nos dices hoy: «Venid a mí todos los que os labores del evangelio», ya que a todos se nos ha dicho: «Id por todo el
sentís cansados y agobiados...». Efectivamente, esa «acidia» de la que mundo y predicad el evangelio...». La cuestión por lo tanto está en sen-
hablan los «maestros» surge siempre en el estado de «tibieza», cuando tirnos «missi»: enviados de ese único sembrador que es Jesús. ¿Sembra-
poco a poco nos hemos alejado de Dios y hemos entibiado nuestras re- dores de qué?
laciones contigo.
LA SIMIENTE.—La simiente ha de ser la Palabra de Dios, también
Por eso, en ese momento, más que nunca, hay que volver a Ti. Por- está claro. San Pablo lo entendió muy bien cuando decía: «Cuando vine
que tu palabra no es una palabra vacía, de charlatán de feria. En el mis- a vosotros no lo hice con palabras de humana sabiduría, sino que os pre-
mo evangelio de hoy nos dices: «nadie conoce al Padre sino el Hijo y na- diqué a Cristo y éste crucificado». Es evidente, por tanto, que no debe-
die conoce al Hijo sino el Padre». Tu solución, por lo tanto, arranca de mos predicarnos a nosotros mismos. O lo que es lo mismo, no podemos
muy alto; de la misma fuente de la divinidad. Además está destinada teñir el evangelio de Jesús en «otros tintes», como pueden ser mis pro-
muy especialmente, a los más pequeños y menesterosos: «Te doy gra- pias ideologías, tanto políticas, como pasionales, o étnicas o clasistas.
cias, Señor, porque has reservado estas cosas para la gente sencilla».
No he de servir «mi evangelio», sino «el» evangelio. No he de llevar el
Déjame, por tanto, Señor, acercarme a ti, así: apelando a mi condi- evangelio a mi terreno, sino al terreno de Jesús. Y para ello habré de
ción de «gente sencilla» y de «fatigado del camino». Déjame que te vuel- cuidar también.
va a repetir que tus palabras de este domingo —«Venid a mí todos los
cansados y agobiados»— me saben a mimo y a caricia. EL SEMILLERO.—Permitidme esta expresión: «A la vez que sem-
brador, he de ser semillero»: una especie de cálido granero, sano y fia-
ble, en el que primeramente se acoja la Palabra de Dios con fervor,
allá se cuida en las condiciones debidas y se disponga después para ser
lanzada a voleo a todos los campos. No un almacén frío y pasivo, sino
un lugar vivo, preparado y entrañable. Todos mis «conocimiento» y
15.° Domingo del T. O. (A) «vivencias», todo mi «aggiornamento» en las ciencias pastorales del día
—la hermenéutica y la sicología, la antropología y la sociología, la li-
turgia y la oración...— todo, puede contribuir a crear el clima adecua-
do para que la Palabra de Dios llegue con garantías a ese problemático
HOMILÍA A CARGO DE JESÚS
suelo que es el corazón del hombre. De mí no ha de salir una Palabra
Veréis. Hoy podría evitarme mi comentario al evangelio. Porque fue de Dios seca, fosilizada y literalista, sino fresca y jugosa para que sea
el mismo Jesús, después de haber proclamado la Palabra —parábola del encarnada en el «hoy y aquí» de nuestro mundo.

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EL CLIMA.—Hay que contar también, amigos, con el sol y la lluvia, Me ha venido a la memoria esta apasionante novela al leer el evan-
con los abonos y la poda. La oración, los sacramentos y la voluntad de- gelio de hoy: ¡la parábola de «la cizaña»! Trigo y cizaña así es como cre-
cidida de «vivir en gracia» son elementos valiosísimos de los que no se cen, irremediablemente juntos, difícilmente separables, enroscada la
puede prescindir. una en el otro, teniendo que aceptar nosotros que sea Dios al final el
Y DESPUÉS, ¿QUE?.—Después, esperar, que es virtud altamente que separe lo bueno de lo malo.
cristiana. Porque, aunque he dicho todo lo que he dicho, sigue siendo
verdad lo que dijo Pablo: «Ni el que siembra es nada, ni el que riega, si- —Y eso ocurre en el campo de mi propio yo—. Parece increíble, pe-
no Dios que da el incremento». ro así somos. Con el mismo corazón con que creemos «amar a Dios so-
bre todas las cosas», con ese mismo corazón envidiamos, avariciamos y
odiamos. Somos capaces de pasar del «amar con todo el corazón» al
«odiar con todo el corazón».
—En el campo del mundo—. ¿Es el mundo una inmensa película del
16.° Domingo del T. O. (A) Oeste con «los buenos» a un lado y «los malos» al otro? ¿O es más bien
una lamentable tragicomedia en la que todos los hombres, los del Oeste
y el Este, los del Norte y el Sur, como en una descomunal coctelera,
echamos nuestras bondades y maldades, las mezclamos, las agitamos y
«VENCE EL MAL CON EL BIEN»
las servimos?
¿Recordáis «El revés de la trama», aquella dramática novela de —En cuanto a la Iglesia, ¿no pasa lo mismo?—. Cabodevilla titula
Graham Greene? Me impresionó Scobie, su protagonista. Era un hom- un capítulo de uno de sus libros de esa elocuente manera: «Creo en la
bre dulce y paciente, austero, fiel, puntual cumplidor de sus deberes re- Santa Iglesia pecadora». Y, parafraseando a Orígenes cuando aplicaba
ligiosos, honrado hasta el escrúpulo. Una virtud sobresalía siempre en a la Iglesia la frase del Cantar de los Cantares —«negra soy pero her-
él por encima de las demás: la compasión. Pero justamente esa compa- mosa»—, él, Cabodevilla, enseñándonos la frase del revés, hace decir
sión —un miedo casi enfermizo a hacer subir a los demás— era la que a la Iglesia: «Soy hermosa, pero negra», es decir, manchada; dejando
iba desmoronando poco a poco su honradez.
entrever de este modo que hemos sido nosotros —el «inimicus ho-
Por compasión condesciende con ,1a vida ilegal de un traficante. Por mo»— esto es, los cristianos, los que afeamos y ensuciamos ese «ros-
compasión, sigue aparentando amor a su mujer. Por compasión, em- tro que fue regenerado y lavado por la sangre del Cordero Inmacula-
pieza a vivir en adulterio con una joven, de ningún atractivo, pero sim- do».
plemente para evitar que caiga en brazos de un desalmado. Como sabe
que su mujer sospecha este adulterio y el confirmárselo podría llevarle —«¿Quieres que arranquemos la cizaña?»— dijeron los labrado-
a un mayor sufrimiento, para que deje de sospechar, decide recibir la res—. Y el Señor contestó que no. Que tendremos que «convivir con
comunión delante de ella aun cuando le horroriza el sacrilegio. Por ella».
compasión, en fin, decide suicidarse —¡él cree en el infierno!— no pa-
ra librarse él de sus problemas, sino para librarles a los demás de él. —¿De qué manera? San Francisco de Asís dio una fórmula pequeñi-
Pero ved el último detalle: amaña las cosas de tal manera que no pa- ta y eficaz. Para trabajarla cada día:
rezca un suicidio, sino una repentina crisis cardíaca. ¡Es terrible! ¡Jun-
to a las indudables virtudes de Scobie iban creciendo uno a uno sus ho- «Donde haya odio, que yo ponga amor
rrores! Donde haya ofensa, que yo ponga perdón
Charles Moeller, gran estudioso de la obra de Greene, se hace pre- Donde haya discordia, que yo ponga unión
guntas turbadoras e inquietantes: «en estos actos cometidos por Scobie, Donde haya tinieblas, que yo ponga luz
en esa su compasión, ¿puede hallarse un reflejo de la caridad de Dios? Donde haya tristeza, que yo ponga alegría».
¿Es cristiana la compasión de Scobie?».
Ya San Pablo recomendaba: «Vence el mal a fuerza de bien».
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17.° Domingo del T. O. (A) empiezan a pensar que la perla ha traído la maldición. Juana, por la no-
che, sigilosamente, intenta arrojar la perla al lago. Kino la persigue y la
golpea. En el barullo interviene alguien a quien Kino mata con un cu-
chillo.
LA PERLA
Tienen que huir, desterrarse del poblado, arrastrar un camino selvá-
Encontrar el camino del Reino de los Cielos es encontrar la perla tico de peligro, hambre e incertidumbre. Les acosan los rastreadores y
preciosa. Así lo dijo Jesús: «El mercader que encuentra la perla preciosa, los avariciosos de siempre: los poderosos.
vende todo lo que tiene y la compra». La tragedia crece por minutos. Cuando al fin los descubren, en la es-
Jesús estaba empeñado en que entendiéramos bien esa expresión: pantosa lucha final, Coyotito muere en los brazos de su madre alcanza-
«Reino de los cielos». Sabía que, si entrábamos en la dinámica de «ese do por el rifle de un matón. Como Coyotito era, al fin y al cabo, la perla
reino», se conseguirían dos cosas a la vez: cumplir el objetivo de su ve- preciosa de aquellos padres, ahí acaba todo. Vuelven al poblado como
nida a la tierra y proporcionar al hombre la dicha, esa felicidad que el dos lunáticos y, al llegar a la orilla del lago, «Kino, echando su brazo
hombre tan afanosamente busca. atrás, lanzó la perla con toda su fuerza. La vieron brillar un instante a la
luz del sol y luego vieron la salpicadura del agua en el mar, a lo lejos».
En efecto, «una vez que el mercader encuentra la perla preciosa, ven-
de todo lo demás y compra la perla». ¿Para qué quiere «lo menos» si tie- (¡Digo yo si, en ese momento, al arrojar la Perla del Mundo al mar,
ne «lo más»? ¿Para qué andar coleccionando «partes» si ha conseguido al desprenderse de ella, habría encontrado la «otra» perla, la que dijo
el «Todo»? San Pablo «consideraba que todo era basura», fuera del Jesús que «se parece al Reino de los cielos»!).
amor de Jesucristo. Francisco de Asís, cuando descubrió a Dios como Lo que sí está claro es que las «Perlas del Mundo» suelen levantar
«Padre», se desprendió de todos los vestidos y riquezas con las que le siempre un torbellino de odios, avaricias, falsedades, violencias, muer-
obsequiaba Pedro Bernardone, su padre de la tierra, para poder poseer
te... Mientras que la «Perla del Reino de los cielos» nos lleva a la Dicha
sin ataduras al «Padre que está en los cielos». Todos los santos, en la
y a la Verdad. Y a Luz. Y a la Paz.
medida en que han hallado las huellas del Creador, han ido abandonan-
do los caminos de las criaturas. San Agustín, desde la experiencia de sus
desengaños, ha expresado como nadie la alegría de encontrar la Perla:
«¡Qué tarde te conocí, hermosura siempre antigua y siempre nueva!».
Lo que ocurre es que el hombre mil veces se equivoca. Cree haber
encontrado la perla del Reino de los cielos y solamente encuentra la del 18.° Domingo del T. O. (A)
Reino de la tierra, la «Perla del Mundo».
He estado releyendo hoy LA PERLA, la deliciosa y estremecedora
novela de John Steinbeck. ¡Cuánta fuerza, cuánta ternura, cuánta bon- «QUE SE DEJE COMER»
dad humilde, cuánto sacrificio en sus tres personajes centrales: Kino,
Juana y Coyotito! Son una familia de pescadores. Su casa es una choza Cada año, cuando celebramos la jornada de Manos Unidas dentro
construida con haces de ramas por las que entra la luz de la luna y corre de la «Campaña contra el hambre en el mundo», todo un revuelo de
el viento. propaganda —posters, vídeos, diapositivas, artículos, homilías, estadís-
ticas...— trata de hacernos caer en la cuenta de la paradójica y sarcásti-
Un día Kino, buceando en el Golfo, encuentra una ostra que contie- ca división del mundo en dos sectores: los que, teniéndolo todo, están
ne una perla inmensa, la Perla del Mundo. Cuando vuelve con ella a ca- inapetentes y los que se mueren de hambre porque no tienen nada. Y
sa cree que se han acabado ya las penurias y que comienza la felicidad. rezamos la oración de Juan XXIII: «Concede, Señor, pan a los que tie-
Ocurre justamente al revés. Esa misma noche, como las moscas ante nen hambre y hambre a los que tienen pan». Desplegamos también ac-
la miel, van surgiendo todos: primero, los ladrones, después los timado- tividades, haciendo colectas tranquilizantes en las que se recaudan can-
res, los estafadores, los que emplean la violencia y la muerte para con- tidades con bastantes cifras. Y, luego, seguimos nuestra vida «hasta la
seguir el tesoro. También en el matrimonio surge la discordia porque próxima». Este podría ser, por tanto, el tema de la glosa de hoy, en que

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leemos «la multiplicación de los panes» como signo solidario de Jesús Yo no sé, amigos, si todas estas cosas están sonando demasiado a co-
con los hambrientos que le seguían. cina y buena receta. Pero decidme vosotros si este «pañis angelorum
Pero nos dicen los comentaristas que, en ese pasaje, hay también factus cibus viatorum» puede servirse de otra guisa. No. El «pan de los
una clara referencia a la eucaristía: « Tomando los panes, alzó la mirada ángeles, convertido en alimento de caminantes, no puede ser echado a
al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los dio». los perros».
Y creo que, aquí, también vuelve a producirse la paradoja: mientras
los que poseemos la eucaristía, no parecemos tener hambre de ella a
juzgar por la facilidad con que la dejamos o la desgana con que la vivi-
mos, existen otros que no la tienen y que quizá, inconscientemente, es-
tán hambrientos de ella. 19.° Domingo del T. O. (A)
¡Nuestra vivencia de la eucaristía! Creo que la hemos devaluado
hasta convertirla en algo «opcional» y de «gusto personal». Desde la ac-
titud de los primeros cristianos, de los que se nos dice que «eran cons-
DEL INFINITO AL CERO
tantes en la fracción del pan» hasta nosotros se han dado todos los «ma-
tices» de la vivencia:
Toda tu vida en la tierra, Señor, fue una alternancia continua entre
—Están los que ven en ella, solamente, algo «obligatorio», algo que, tu «estar con Dios» y «tu estar con los hombres», un constante y asom-
si no se cumple, nos crearía conciencia de pecado. broso equilibrio entre el milagro y la tarea humana más humilde, un
—Están los que van a ella con «pasividad e indiferencia», sin esfor- vaivén imparable desde tu divinidad hasta tu humanidad.
zarse en entrar en la riqueza de su contenido. Así el fragmento de Mateo que leemos hoy. Acababas de realizar el
—Están los que llegan «mecidos por la rutina». Es una costumbre milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Pero, sintiéndote
dentro del horario del domingo: el preludio del aperitivo, de la buena el responsable de aquella fiesta en el campo, te pones a organizar la
comida y de la diversión de la tarde. «vuelta» rogando a tus discípulos que «se adelanten en barca a la otra
orilla» y quedándote Tú, como un buen anfitrión, a despedir a la gente.
Es verdad que la iglesia, en sucesivas etapas de reforma litúrgica, Te vas después a la montaña «a pasar la noche en soledad con Dios y en
nos ha puesto al día la importancia de «la Palabra» y la hondura de «los oración». Pero, como intuyes que tus discípulos te necesitan porque la
gestos del Sacrificio». Pero es verdad también que ahí siguen nuestra tempestad les azota, desciendes al lago para echarles una mano. Para
pasividad, nuestra rutina o nuestra injustificada deserción. ¿Qué es lo hacerlo, tienes que valerte nuevamente de tu divinidad y apareces ante
que pasa? ¿Cuál es la causa? ¿No será que quienes creemos en ella, no ellos «caminando sobre las aguas». Pero, como ellos —¡pobres!— «cre-
sabemos, o no intentamos, o no nos esforzamos en preparar adecuada- en que eres un fantasma», tienes que ponerte a alentar su fe y su con-
mente, «apetitosamente», ese alimento que es Jesús-Palabra y Jesús- fianza. Y permites que Pedro —¡eterno niño grande!— camine también
Eucaristía? sobre las aguas. Mas como Pedro se espanta y «cree que va a hundirse»,
Cuando una madre es consciente de la inapetencia de su hijo, no só- porque al fin y al cabo es un amasijo de contradicciones igual que yo,
lo se esmera en traer buenos alimentos, sino en aderezarlos y preparar- tienes que echarle también otra mano y renegarle un poco diciéndole
los del modo más apetitoso «para que se dejen comer». ¿No será que a «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»
nosotros no nos preocupa demasiado esto de preparar bien la liturgia, Así viviste siempre, entre lo divino y lo humano, entre tu «Padre del
es decir, de «servir bien a Jesús» para que «se deje comer»? cielo» y tus «hermanos de la tierra», entre «el infinito y el cero».
No se trata sólo, por favor, de elegir cuatro cancioncillas «del día», Y esa es la ciencia que quisiera aprender, Señor.
al ritmo de la guitarra. Se trata de que todo —lectura y homilía, cancio- Porque yo también, por voluntad salvífica tuya, soy una extraña y
nes y signos, ademanes y micrófono, silencios también, silencios...— en admirable mezcla de «naturaleza» y «gracia», de materia y espíritu divi-
fin, todo, sea el condimento adecuado para aderezar esa fiesta-banque- no, de humanidad y sobrenaturaleza, de «polvo, sí, más polvo enamora-
te-donación-sacrificio-presencia, que es la Eucaristía. do».
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También yo, como Tú —salvadas las distancias naturalmente—, en El padre va batiéndose en retirada:
mi tarea pastoral, o en mi simple discurrir cristiano, tengo que pasar de —Espero que te portes bien..., que no tengamos ningún disgusto.
«lo Sacro» a «lo profano», de «lo divino» a «lo humano», de ia «celebra-
Llega el desenlace. Levanta el padre las cejas como dos arcoiris y sa-
ción de los sagrados misterios» a la aventura del «pan nuestro de cada
día», de la «misa» a la «mesa». cando unos billetes de su cartera, claudica:
—Espero que te los gastes bien. (La madre recoge los platos).
Y me gustaría que esa doble vertiente de mi ser cristiano, con su co-
rrespondiente vivencia, no fuera un paso violento y artificial, postizo, Esta escena se repite a menudo en cualquier hogar. Es la negación
como un salto entre dos compartimentos estancos, un actuar bifocal, el del refrán que dice: «Contra el vicio de pedir la virtud de no dar». Y, si
misterio del «hombre de las dos casas». No. Mi vida no puede ser un me lo permitís, es una especie de ensayo laico de oración. Guarda un
mecanismo pendular —ahora me dedico a las cosas de Dios, ahora a las curioso paralelismo con el evangelio de hoy. Recorrámoslo paso a paso:
cosas de los hombres; unas horas están destinadas a mi parte espiritual, —«Se acerca una cananea y se pone a gritar a Jesús: 'Ten compasión
otras a mi parte material—, no. Mi vivir y mi actuar han de ser un tra- de mí, Señor. Mi hija tiene un demonio malo."»
sunto fiel de alguien que «fue creado» como hombre y «elevado» a la
categoría de hijo de Dios por la gracia. Lo material y lo espiritual han (Silencio de Jesús): —«El no respondió nada».
de surgir en mí sin demasiada diferencia ni distinción. —«Los discípulos se acercaron entonces e intercedieron: Atiéndela
porque viene gritando».
En una palabra, me gustaría que todo mi quehacer humano fuera
sobrenatural y todo mi vivir sobrenatural fuera tremendamente huma- Las primeras palabras de Jesús no son muy alentadoras:
no. Para ser un poco como Tú, Jesucristo, Dios y hombre verdadero. —«Sólo me han enviado para las ovejas descarriadas de Israel».
Ella los alcanzó y, postrándose de rodillas ante él, le pidió: —«Señor,
socórreme».
La nueva respuesta de Jesús, aparentemente al menos, va en direc-
ción muy contraria:
20.° Domingo del T. O. (A) —«No está bien echar a los perros el pan de los hijos».
Ante una respuesta de este estilo, cualquier hombre deja de rezar.
Pues, ¡ea!, la cananea al revés. La cananea se crece: «Pero los perros,
ÉCHAME PAN Y LLÁMAME PERRO Señor, con capaces de comer las migajas que caen de la mesa de sus se-
—«Quisiera ir al monte este fin de semana». —Lo dice un chico de ñores».
dieciséis años en mitad de la cena. ¡Ahí queda eso!
—«Viernes, sábado y domingo» —aclara el mozo, como si la cosa no Permitidme, amigos, que mi comentario de hoy sea breve y esque-
estuviera clara. mático. Casi telegráfico. Se titula así:
(Nuevo silencio.)
Itinerario frecuente de la oración
—«Mis amigos van a ir» —añade nuevamente, arrimando el ascua a
su sardina. 1. El hombre pide a Dios lo que quiere, como quiere y cuando quie-
—¡El monte..., el monte...! —dice al fin el padre—. ¿Qué amigos son re.
esos? 2. Dios se calla. Silencio de Dios.
El joven se lanza amontonando datos tranquilizadores, todos positi- 3. El hombre se encorajina y refuerza su petición.
vos: 4. Dios sigue callado. Incluso parece que responde con signos con-
—Son chicos buenos..., de buenas familias..., van a mi colegio... trarios, apretándonos más, dejándonos en una situación límite.

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5. Aquí, en este momento, muchos reaccionan contra Dios y lo Ira los vendedores del templo», tras de esas imágenes te miré. Y estoy
abandonan. Otros se desesperan también, hacen como que se van, pero seguro que, en ciertas épocas sobre todo, hasta mi predicación fue tre-
vuelven con más fuerza. mendista, apoyada más en el temor que en el amor; más dispuesta al
anatema que a la misericordia.
6. Dios empieza a aflojar las redes.
— Otras veces has sido, para mí, «Jeremías».—El varón atormenta-
7. El hombre se desata, va gritando decididamente tras de Jesús: do. El hombre atrapado entre el amor a su pueblo por una parte y la fi-
«Échame pan y llámame perro». delidad a su vocación por otra, que le llevaba a tener que condenar los
8. Dios arroja la toalla. Se declara vencido. desvíos de ese pueblo, lo cual le llevaría a la muerte. Así he pensado
muchas veces que es la religión: «predicar en el desierto». Tu mismo,
Es el K.O. de un combate a «ocho asaltos». Dios, tendiendo la mano
Señor, lo dijiste: «¡Cuántas veces he querido cobijaros como una gallina
generosa dice y repite: «Grande es tufe. Que se haga como deseas».
a sus polluelos, pero no habéis querido!» Ese fue, en verdad, tu «sino».
«Pasaste haciendo el bien». Pero ellos querían que «uno» —Tú— murie-
ra por el pueblo. «Viniste a ellos como Luz, pero ellos prefirieron las ti-
nieblas a la Luz», si, a veces me he quedado con esa parcial imagen tu-
ya. En consecuencia, mi seguimiento tuyo ha podido tener tintes de pe-
simismo y de fatalidad, de creer, en una palabra, que casi toda la si-
21.° Domingo del T. O. (A) miente se pierde. De falta de fe.
Pero, también como Pedro, a pesar de todo lo dicho, te he reconoci-
do como «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y eso «no me lo ha revelado
ni la carne ni la sangre, sino ese Padre que está en los cielos», el cual, «de
ASI TE VEO, SEÑOR
muchos modos y maneras» —a través de mis padres, del ambiente de
mi niñez, de la catequesis parroquial, de la reflexión que he ido hacien-
Soy discípulo tuyo, Señor, y creo en Ti. De eso no cabe duda. Pero,
do sobre tu «palabra»— me lo ha dejado ver bien claro.
si tuviera que hacer un análisis profundo para aclarar «qué has sido Tú
para mí» y concretar la «faceta» bajo la cual te sigo, es posible que me Lo sé de verdad: «Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Por eso
pillaras dando un parcial, incompleto, fragmentado y variopinto rami- siento una profunda pena. Por haberme quedado tantas veces —a inter-
llete de opiniones y, consecuentemente, de actitudes con respecto a Ti: valos— con esas otras imágenes tuyas, tan incompletas, tan fragmenta-
das y tan parciales. Viendo en ti solamente al Jesús penitente, al Jesús
— Unas veces he creído que eras Juan Bautista.—Es decir, se me arrebatado por el celo de Dios, al Jesús agónico que le hacía exclamar
han ido amontonando las escenas en las que te veía: nacer en la pobreza al Serafín de Asís: «El amor no es amado».
de Belén, vivir en el silencio y la humildad de Nazaret, «ser conducido No. Tú no puedes ser para mí sólo eso. Esas imágenes se derrumban
al desierto para ser probado», «no tener una piedra donde reclinar la ca- si no se apoyan en la otra. En la que te reconoce como el «Hijo de
beza» y morir en la angustia y la soledad de la cruz. Al verte así, segura- Dios» que, por amor —¡eso sí!— se hace penitente, «viene a traer fuego
mente creí que la religión era eso: penitencia, austeridad, cruz. De este a la tierra» y vive en esa agonía de saber que «los suyos no le reciben».
modo, más de una vez seguramente, he mantenido un enfoque oscuran-
tista de la vida. Y he podido considerar que el buen discípulo tuyo es el
hombre penitente, del mismo modo que la implantación del Reino debe
consistir en un desprecio sistemático de las cosas del mundo. «¡Vanidad
de vanidades, todo es vanidad!»
— Otras veces te he tomado por Elias.—El hombre marcado y arre- 22.° Domingo del T. O. (A)
batado por el fuego. El que fue azote inmisericorde de reyes y prínci-
pes. El que hizo espectaculares desafíos a los sacerdotes de Baal, como
técnica apologética para demostrar la verdad de su religión. Sí, más o DIOS, EL SEDUCTOR
menos así, a veces, te he concebido. Como fustigaste con fuerza a los es-
cribas y fariseos. Como aseguraste que «habías venido a traer fuego a la Cómo le reconfortan a uno las lecturas de este domingo ¡Cómo le
tierra y lo que querías era que ardiera». Como «empuñaste un látigo con- clarifican el camino desde su misma perspectiva dura y exigente!

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En primer lugar, el evangelio. Retrata a un Jesús imparable que «co- Esa es, por lo tanto, nuestra aventura: «Caminar por un valle de ti-
mienza a explicar a sus discípulos que tiene que subir a Jerusalén a pade- nieblas». Pero sabiendo, aunque no lo veamos, que «El es nuestro pas-
cer a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, para ser eje- tor» y que «su vara y su cayado nos guían».
cutado después».
Por eso Pablo, en la otra lectura de hoy, nos exhorta «a presentar
Pero nadie piense, por favor, que se trate de un Jesús «superman», in- nuestros cuerpos como hostia viva, santa y agradable a Dios».
sensible al dolor y al riesgo, despreciador de la vida, amante del «dolor
por el dolor». Al contrario: este Jesús que increpa a Pedro porque quiere
disuadirle de su subida a Jerusalén —«apártate de mi vista, Satanás»— es
el mismo Jesús que, en la noche de Getsemaní, temblando de miedo, dirá
a su Padre: «Aparta de mí este cáliz». Es decir, un Jesús abrumado por la
«pasión» que se le avecina y le cerca. Pero que tiene claro, a la vez, que 23.° Domingo del T. O. (A)
esa pasión dolorosa forma parte del irrenunciable programa de su altísi-
ma vocación: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Y ¿qué decir de Jeremías? ¿De esa terrible y desesperada «confe-
sión» que nos hace en la segunda lectura de hoy? El profeta recuerda «LOS ARBOLES CRECEN DE PIE»
con ternura la vocación profética a la que fue llamado y a la que res-
pondió con embeleso de enamorado: «Me sedujiste, Señor, y me dejé se- Creo que el hombre de hoy rechaza la corrección fraterna. Y la pa-
ducir». Pero recuerda también, con realismo impresionante, y en una terna. Y la... Hoy nadie soporta que le adviertan nada, ni que le aconse-
queja casi blasfema, la dureza de la predicación que se le encomendó y jen, ni, mucho menos, que le llamen la atención sobre algo. Como con-
el desamparo en el que tuvo que desarrollar su labor: «Yo era el hazme- secuencia, quienes, por su responsabilidad, están llamados a «corregir»,
rreír todo el día; todos se burlaban de mí, y la palabra del Señor se me huyen de la quema blandiendo argumentos asustados: «¡Cualquiera ha-
convirtió en oprobio y en desprecio continuo». bla...!» «¡Que cada palo aguante su vela!» O ese tópico falaz y poliva-
lente de nuestros días: «¡Cada cual es libre..., no se puede presionar...,
Es alguien, como veis, que reniega de su vocación, alguien que se vivimos en democracia!»
enfrenta con Dios para decirle que «le ha engañado», que «le ha seduci-
do» como a una doncella indefensa, para abandonarla después a su Efectivamente, huimos de la corrección fraterna, tanto pasiva como
suerte. ¡Es terrible! Y hay un momento en que parece apostatar: «Me activamente: ni «ser corregidos», ni «corregir». Y paradójicamente re-
dije: No me acordaré más de él y no hablaré en su nombre». Pero aquí chazamos esta «corrección» en una época en la que exigimos correccio-
también la fuerza de su «vocación» triunfaba sobre su desesperación. Y nes técnicas en todo: en la puerta de mi coche, que no ajusta; en nuestro
como San Pablo cuando decía: «Ay de mí si no evangelizo». O como el televisor, que no nos da una imagen suficientemente nítida, en la he-
mismo Jesús cuando, después de rogar que «pasara de El aquel cáliz», chura del traje que nos acabamos de comprar. Se diría que, en la medi-
añadía: «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Del mismo modo, da en que hemos conseguido precisiones tecnológicas increíbles a base
el profeta de Anatot se entregaba rendido: «Pero la palabra era fuego de «corregir», en la misma medida hemos llegado a una irresponsable
ardiente en mis entrañas; intentaba contenerme y no podía». dejación de las conductas humanas, por «no corregir».
Sépanlo, pues, los que han sido «llamados». Claro que Dios seduce al Pues bien. El evangelio de hoy dice: «Si tu hermano peca, repréndele a
hombre. Y lo ilusiona. Y lo encandila, proponiéndole bellos programas solas... Si no hace caso, llama a uno o dos testigos... Si aún no te hace caso,
de generosidad, de entrega y colaboración entusiasmada en la implanta- díselo a la comunidad». Como veis, se trata de una corrección preocupa-
ción de su Reino. El diseña a nuestra vista «una tierra nueva y un cielo da, insistente, progresiva: «a solas..., ante dos..., ante la comunidad».
nuevo». Pero sépanlo también todos. El no promete escamotearnos las
dificultades, ni evitarnos el esfuerzo, ni librarnos de la risa de la gente, ni Y es que la mala conducta, amigos, no puede dejar nunca indiferen-
hacer que no nos tengan por «necios e insensatos». Al contrario: «El que te al cristiano. El pecado no sólo repercute en quien lo comete, sino en
quiera salvar su vida la perderá». Lo que sí nos promete es «su gracia». la comunidad a la que pertenece. Cuando un miembro de nuestro cuer-
Eso es lo que le dijo a Pablo cuando éste le suplicó que «le librara de po está herido, todo nuestro cuerpo siente malestar y dolor.
aquel ángel de Satanás que le esclavizaba: Te basta mi gracia». Hoy está de moda la palabra «solidaridad». La solemos emplear
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cuando los «derechos humanos» de alguien han sido quebrantados. Pe- mática de Jesús —ya no se sentirá maniatado por una multiplicidad de
ro «solidaridad» es también velar para que «los árboles tiernos —y to- leyes paralizante—, sin embargo, sabrá que ese «único» mandamiento
dos lo somos— crezcan y mueran de pie». El jardinero corrige las guías le irá llevando a una autoexigencia responsable y progresiva. No basta-
torcidas de sus arbustos. Y los padres, los educadores, los sacerdotes, rá con amar a Dios y al prójimo, así, en abstracto, etérea y difusamente,
los cristianos en general, somos jardineros de la viña del Señor. como cuando un hijo dice a su madre: «te quiero muchísimo». Sino que
Lo que pasa es que, para corregir, hacen falta dos cosas al menos. tendrá que ir desglosando capítulos y aterrizando en los escenarios con-
Una, mucha humildad. El que corrige no es infalible, sino un «servidor» cretos en los que se suele poner a prueba la consistencia del amor.
dispuesto, a su ver, a «ser corregido». Alguien que conoce las palabras Por ejemplo, en el tema de «encajar las ofensas». Recientemente, los
de Jesús: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servi- medios de comunicación social nos han contado historias terribles de
dor; y el que quiera ser el primero, sea vuestro siervo». Corregir, por lo matanzas en cadena, en pacíficos pueblecitos del país, en las que por un
tanto, no es anatematizar, humillar, apabullar, sino «valorar» al corregi- «quítame allá esos linderos», después de muchos años, afloraban odios
do. Nos atrevemos a «corregirle», precisamente porque «le valoramos». antiguos con furor incontenible. También en las últimas décadas, al hilo
Y, dos. La corrección ha de partir del amor. No perdamos ese punto del terrorismo, hemos podido contemplar muy diferentes posturas en
de vista. La corrección fraterna, o paterna, simplemente cristiana, son familiares de las víctimas: la de quienes «perdonaban»; la de quienes
capítulos concretos del título global de la caridad. Corregir desde otras «perdonaban, pero no olvidaban»; la de quienes «no perdonaban».
perspectivas, puede emborronar el resultado. No es fácil cosa perdonar. Pedro, al oír hablar de este tema a Jesús,
Y en eso fallamos. El padre que corrige porque «en esta casa mando se ponía a hacer cálculos, más o menos proporcionales: «¿Cuántas ve-
yo»; el profesor que corrige «por razones de orden y disciplina»; el su- ces tendré que perdonar? ¿siete?» Seguramente, al dar este margen de
perior que corrige por «mantener un principio de autoridad», riegan perdón, se sentía magnánimo, muy generoso, acaso blando, quizá «fal-
fuera del tiesto. Cuando el hijo, por el contrario, constata que su padre to de personalidad». Y Jesús tuvo que enseñarle su peculiar «tabla del
sufre al corregirle, vamos por buen camino. ¡Que bella la «Oración de siete»:
la maestra», de Gabriela Mistral!: «Aligérame, Señor, la mano en el —«Pedro, siete por setenta».
castigo, y suavízamela en la caricia. Y que reprenda con amor para sa-
ber que he corregido amando». «Si sabes..., ¡saca la cuenta!»
Desde entonces, el cristiano comprende que «perdonar» pertenece a
«otras» matemáticas. Unas matemáticas en las que la «regla de tres» no
es directa, sino inversamente proporcional: «Si te piden el manto, dales
también la túnica. Si te abofetean en una mejilla, ofrece también la otra.
Si das un vaso de agua, se te recompensará con el ciento por uno».
24.° Domingo del T. O. (A) Ahora bien, estas matemáticas son difíciles. Entonces, además de
contar con la gracia del Señor, tenemos que «copiar de El» en el exa-
men. Y El, sabedlo, en el momento de morir dijo: «Perdónales, porque
MULTIPLICANDO «SIETES» no saben lo que hacen». Esa es la gran razón de la sinrazón del perdón.
El que agravia, el que ofende, el que mata, «no sabe lo que hace». No
Jesús simplificó las cosas al máximo, ya lo sabéis. Frente a la tela de puede saberlo. Alguna deformación interior, congénita o momentánea,
araña de la casuística judía, afirmó que lo importante es practicar un so- ha tenido que existir en su mente, para dirigir tan desacertadamente su
lo precepto: el del amor. Así, las 613 leyes que obsesionaban a los judí- voluntad.
os quedaban sintetizadas en ese «único necesario» del amor a Dios y el Y otra consideración. También nosotros ofendemos a los demás. Pe-
amor al prójimo. ro, cuando lo hacemos, enseguida encontramos excusas y motivos de
Pero sintetizar no quiere decir «abolir la ley». Lo dijo El. Sino darle «descargo». Pues bien, antes de condenar a los demás, sobre todo antes
un mayor y un mejor cumplimiento: «No he venido a abolir sino...». De de vengarnos, deberíamos pensar: «Seguramente, ése que me ha ofendi-
ese modo, el cristiano, aunque se siente aliviado con esa síntesis progra- do ha debido tener sus razones, sus misteriosos impulsos, sus ofuscacio-

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nes. Quizá, si pudiera explicarse, me diría: Yo pensaba que...». ¡Por eso, mi. que os haré pescadores de hombres». Sí, son los incansables pasos de
los moralistas suelen hablar de las «causas excusantes y atenuantes»...! I )ios, en una «alianza que no cesa» con los hombres.
¡Ay, el misterioso corazón humano...! tercero.—Dios no sólo llama a la Humanidad en general, en las vici-
situdes de la historia. Sino a cada hombre en particular. A mí, en con-
i irlo, en las etapas de mi vida: ha venido a mi plaza en el amanecer de
mi niñez, en la mañana de mi adolescencia, en el mediodía de mi juven-
tud, en el otoño de mi madurez. «Yo estoy a la puerta y llamo», me dice.
25.° Domingo del T. O. (A) Y cada cual puede certificar que ha escuchado su voz alguna vez, di-
díMidole: «¿Qué haces ahí todo el día ocioso? Ven a mi viña».
Y, cuarto.—La parábola nos recuerda otra «constante» del evange-
A CADA UNO SU DENARIO lio. Y es: que los veteranos, los de la «primera hora», nunca deben en-
vnlentonarse. Al pueblo de Israel, que se sentía «comensal privilegia-
Cuando leemos la parábola de los trabajadores de la viña, también do», Jesús le recordó más de una vez: «Vendrán de Oriente y Occidente
nosostros, en nuestro interior, tendemos a expresar nuestra extrañeza: muchos que se sentarán a la mesa, mientras los hijos serán echados fue-
«¿Cómo pudo, este dueño de la viña, pagar por igual a los que sólo tra- ra».
bajaron una hora y a los que soportaron todo el peso del día y del bo-
chorno?» Papini escribió un bello libro titulado: «Los operarios de la viña».
Recogía en él una galería de personajes, muy distintos y distantes pero
Las más elementales normas de justicia social parecen exigir un pa- que, a una hora u otra, habiendo sido contratados, con su esfuerzo y
go proporcionado a las horas del rendimiento en el trabajo. Y, sin em- desde su campo, respondieron a la construcción del mundo. Personajes
bargo, el dueño de la viña, ante la protesta de los trabajadores de la en suma, que, como Abraham, Moisés, Jeremías, Juan o los Apóstoles,
«primera hora», dijo: «Amigo, no te hago ninguna injusticia». Es más, supieron que el mero hecho de haber sido «llamados a la viña», es ya,
Jesús se identificó con su proceder, ya que, al comenzar su discurso, di- de por sí, el mejor «denario».
jo: «El reino de los cielos se parece a un propietario que, al amanecer...».
Y, a continuación, nos contó la parábola.
Creo, por tanto, que Jesús, con su parábola, intentaba decir otras co-
sas.
Primera.—Que el reino de los cielos no podemos exigirlo en térmi-
nos de «justicia», sino en términos de «amor», de «gratuidad». ¿Qué 26.° Domingo del T. O. (A)
méritos tengo yo para que se me regale todo un paraíso de felicidad?
San Pablo decía: «¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo has reci-
bido, ¿por qué te glorias, etc.?» En otro lugar, aludiendo a la insignifi- «EL TERCER HIJO»
cancia de nuestro trabajo, afirmaba: «Ni el que siembra es nada, ni el
que riega, sino el que da el incremento». Y Jesús dijo claramente: «Sin Al leer el evangelio de este domingo, me parece ver ante mí un gran
mí no podéis hacer nada». esquema gráfico. En él veo dibujadas unas circunferencias concéntricas.
Bien haremos, pues, los cristianos en comprender que Dios es el Y, en cada una de ellas, aparecen los diferentes grupos humanos, a los
Gran Capataz que, ante nuestro más mínimo esfuerzo —«un solo talen- cuales, de una manera u otra, pertenecemos todos: la familia, los cole-
to bastaría»— nos ofrece contratos en blanco en los que nosotros mis- gios y los sitios de trabajo, la comunidad política y social en la que par-
mos podemos poner una cifra millonaria. Ese es «su denario». ticipamos, nuestra comunidad religiosa.
Segundo.—La parábola nos recuerda las constantes invitaciones de Pues, bien, creo que, en cada una de esas circunferencias o comuni-
Dios en las sucesivas etapas de la historia: «Sal de tu tierra, Abraham». dades, se repiten constantemente las actitudes humanas de esos dos hi-
O: «Vete a Egipto, Moisés...». O: «Antes de formarte en el vientre, te ele- jos del evangelio de hoy: la del que, a la invitación de su padre a traba-
gí». O: «A ti, niño te llamará profeta del Altísimo». O: «Venid detrás de jar, dice «voy», pero no va. Y la del que dice: «no voy», pero va. Quie-

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nes llevan la responsabilidad de esos «grupos» —llámense «padres», o 27.° Domingo del T. O. (A)
«jefes», o «dirigentes», o «jerarquía»—, constatan que sus «hijos», «sub-
ditos», «ciudadanos», etc. adoptan esas posturas tan contrapuestas.
Efectivamente, en nuestro mundo existen los expertos en zalamería
MATAR AL MENSAJERO
e inclinaciones de cabeza, pero que dejan «la casa sin barrer»; los que
bla, bla, bla..., se comen el mundo hablando, pero luego «nada de na- Como podéis observar, cuando Jesús quería analizar las conductas
da»; los que saben muy bien «dar el camelo» y «hacer como que ha- humanas y su entrega a la construcción del Reino, volvía siempre a la
cen», pero, luego, como denunciaba S. Pablo, «están muy ocupados en imagen de «la viña». Hace dos semanas nos recalcaba que el viñador
no hacer nada».
llama a todas las edades, en todos los momentos de la historia. El do-
Y existen también los otros: los que protestan, y patalean, y se reve- mingo pasado pintaba dos «tipos» de trabajadores: uno, el trabajador
lan, dejando traslucir la natural repugnancia de su naturaleza al esfuer- de «apariencia»; otro, el trabajador de «verdad», aunque con pinta de
zo; son partidarios de «dejar para mañana lo que pueden hacer hoy». rebelde.
¡Ah! pero, luego, con la misma nobleza y espontaneidad, saben desde-
cirse y reconocer que han sido unos «bocazas» y que «donde dijeron di- La parábola de hoy da un paso más. No sólo denuncia la vagancia, el
go, ahora quieren decir Diego». Y van a la viña. Y trabajan. ¡Ya lo creo pasotismo o la picaresca que pueden surgir entre los trabajadores de la
que trabajan! viña. Sino algo peor: «la avaricia que rompe el saco» y lleva a la violen-
cia, el desenfoque que pueden hacernos creer que somos «dueños»,
En una palabra, son dos posturas viejas como la Humanidad: la hi- cuando sólo somos «administradores»; el olvido de que hemos sido lla-
pocresía y la sinceridad; la apariencia y la autenticidad, la mentira y la mados por «pura gracia» y que, por lo tanto, «somos siervos inútiles», a
verdad. Las dos caras de la moneda del actuar. Moneda que no se pue-
los que, simplemente, se nos brinda la oportunidad de «hacer lo que te-
de echar al aire, a «lo que salga», sino que hay que tratar de elegir res-
ponsablemente por el lado que nos lleve a «trabajar en la viña». nemos que hacer». Sí; la parábola de hoy nos previene contra el peligro
que tenemos de «matar al mensajero» y utilizar la fuerza para alcanzar
Pero yo he titulado este comentario de hoy «El tercer hijo», reme- el fin "porque me llamo león". ¿Es posible esto?
dando un poco aquella famosa película de Carol Reed, titulada «El ter-
cer hombre». Allá, en la película, ese «tercer hombre» no salía nunca, Increíble y demencialmente, es así. Leedme, por favor, muy despa-
se le daba por muerto. Y, sin embargo, toda la fuerza de la cinta era cio, el «cantar de la viña», de Isaías, en la misma liturgia de hoy: «Mi
averiguar quién era y qué hacía ese misterioso personaje en sombra. amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la limpió de pie-
Era el verdadero protagonista. dras y plantó buenas cepas...». Leedlo, sí. Luego escribid con cuidado,
una sobre otra dos frases. Una, de Jesús: «¡Jerusalén, que matas a los
Pues, mirad, creo que en la parábola de Jesús, además de esos dos
que a ti son enviados! ¡Cuántas veces quise cobijarte como una gallina
hijos tan antagónicos en su conducta, de los cuales nos habló, existe
otro hijo del que no nos habló, pero en el cual sueña una vez y otra vez. a sus polluelos; y tú no has querido!» Y otra, de los dirigentes de Jeru-
Es un hijo, que, al oír la invitación de su padre para que vaya a trabajar salén, refiriéndose a Jesús: «Es necesario que uno muera por todos».
a su viña, no solamente contesta «voy», sino que inmediatamente se po- Una vez así colocadas, veréis que sólo riman en «disonante», en muy
ne en camino y «va». Un hijo que sabe usar con delicadeza las «formas» disonante.
sociales y externas de conducta, pero que, además, cuida el «fondo» de —¡Pero eso es una historia pasada! —me diréis.
la cuestión, que es cumplir con su palabra, responder con su entrega a
la «vocación» a la que ha sido llamado. Un hijo recio por dentro y recio —Pasada, presente y, mucho me temo que «futura».
por fuera. Un hijo, al que indudablemente le costaba ir a trabajar, como Porque... seguimos «matando al mensajero», amigos. O matamos su
«a cualquier hijo de vecino», pero que tenía muy asumido eso de que «mensaje», que es lo mismo. O lo silenciamos. O lo tergiversamos y
«obras son amores y no buenas razones». Un hijo, en una palabra, co- apañamos a nuestra conveniencia, que es peor.
mo la copa de un pino.
¿No tenéis la impresión de que, más de una vez, con palabras del
¡El tercer hijo! No nos habló Jesús de él en la parábola. Pero, os lo evangelio, con frases pronunciadas por Jesús, hemos defendido postu-
aseguro: en ese tipo de hijo sueña. ras, acciones y situaciones que en nada estaban acordes con el «espíri-

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tu de Jesús»? ¿No creéis que muchas guerras y guerrillas, a las que he-
Y ésa es la intención de la parábola de hoy: poner de relieve nues-
mos apellidado «religiosas» y «santas», eran, antes de nada, eso: gue-
tras desconcertadas «preferencias». Suele decirse que «sobre gustos, no
rras, modos más o menos camuflados de matar, posturas humanas hay nada escrito». Pero está claro que el saber discernir en las diferen-
muy alejadas de la esencia del evangelio; muy «poco santas», por lo tes opciones de la vida, tener bien organizada una sabia jerarquía de va-
tanto? lores, de más necesarios a menos, distinguir lo «auténtico» de lo «efíme-
En cuanto al mensaje «pleno» del evangelio, ¿no opináis que, según ro», no pertenece al terreno de los «gustos», sino a la más elemental y
convenía, hemos «arrimado el ascua a nuestra sardina» muchas veces y necesaria sabiduría del hombre.
hemos hecho que pareciera «predicar a Cristo, y éste crucificado», lo
Eso es lo que planteó Ignacio de Loyola a Francisco de Javier:
que quizá sólo eran «palabras de humana sabiduría»? «¿Qué te importa ganar todo el mundo si...?» Es decir, ¿cómo puedes
¿No es verdad, igualmente, que hemos subrayado, con fuerza, pági- rechazar «el gran banquete» por otras aventuras más o menos subordi-
nas indiscutibles de Jesús, «porciones» de su evangelio, mientras hemos nadas? Francisco Javier se convenció de que «no es oro todo lo que re-
«silenciado» otros lados también indiscutibles? ¿Qué diría Pablo, aquel luce». Y, a continuación, puso en juego dos cualidades que deberíamos
Pablo que se cuestionaba a cada paso: «¡Ay de mí si no evangelizo!» O, imitar: la listeza y la decisión.
¿qué diría aquel Jeremías que, angustiado entre dos extremos —o Porque es ahí donde nos atolondramos tanto los hombres de hoy.
«abandonar al Dios que le seducía, sí, pero que le llevaba al sufrimien- Una serie de «antivalores» están atrayendo a muchas gentes, con prete-
to» o «seguirle decididamente»—, al fin, se entregaba y decía: «Pero la rición alarmante de los «valores» fundamentales y eternos. El consu-
Palabra era fuego ardiendo en mis entrañas, intentaba contenerla, y... no mismo, la droga, la diversión, él placer físico, incluso la violencia, se han
podía». Sí. ¿Qué nos diría? impuesto de tal manera en nuestro vivir moderno que, por seguir sus
Creo, amigos, que hay muchas maneras de «matar al mensajero». dictados, hemos vuelto la espalda al sueño de Dios, que quiso que fué-
ramos su imagen: «Creó Dios al hombre y ala mujer: a imagen de Dios
los creó».
Ya sé que cada caso es cada caso. Y no se pueden hacer análisis glo-
bales. Y sólo Dios verá desde su omnipresencia los vericuetos, ramifica-
ciones y revueltas que han llevado a este hombre determinado a su «op-
28.° Domingo del T. O. (A) ción» decidida por la droga, la violencia, el hedonismo o el atractivo
consumista, olvidando otras llamadas superiores.
Por eso justamente hay que subrayar ese toque de atención de la pa-
«GATO POR LIEBRE» rábola de hoy. Es como si Jesús nos dijera: «¡Ojo con los espejismos!
¡Ojo con las engañosas visiones del desierto! ¡Ojo, sobre todo, con
El evangelio de hoy nos produce, cuando menos, asombro. «¿Cómo aquel que quiera ofreceros «gato por liebre»!
es posible —nos preguntamos— que este hombre que envía las invita-
ciones para la boda de su hijo se sienta, así, tan abrumadoramente de- Y para que nadie piense, por otra parte, que esa invitación al ban-
sairado?» Nadie quiso ir al banquete, nadie. quete del Reino está destinada a una especie de «jet-set» de cristianos,
la segunda parte de la parábola pinta bien claramente esa llamada im-
Vivimos en una época en la que, por el mínimo motivo, se multipli- presionante que hizo a continuación aquel señor: «Salid por las calles y
can los banquetes: bodas, bautizos, primeras comuniones... Y es tal el plazas; y, a cuantos encontréis, hacedles entrar». Dándonos a entender
atractivo de estas expansiones que, el que más y el que menos, dejan que la llamada de lo alto es para todos.
cualquier otro compromiso para no perderse el festejo.
Pero eso sí, todos han de presentarse «con el vestido nupcial», con la
Pues, ya veis. El Señor habla de unos hombre «invitados» que me- «marca de origen», con nuestro carné de identidad, que no es otro que
nospreciaron «lo que era más» por preferir «lo que era menos», es de- nuestra «estima y aprecio de la divina gracia». Lo contrario lleva a las
cir, esas otras cosas que parece que «podían esperar». «tinieblas exteriores».

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lias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los
29." Domingo del T. O. (A) que sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no en-
cuentre eco en su corazón».
EL MANIQUEISMO QUE NO CESA Cuando se preocupa y habla por tanto de todos esos temas arriba
No sé si por naturaleza, o como consecuencia de la cultura hereda- mencionados, no está invadiendo subrepticiamente el terreno del Cé-
da, lo cierto es que todos arrastramos una marcada tendencia al mani- sar. Está en su propio terreno, ya que tiene que llevar el evangelio «a
queísmo: por un lado lo relativo al cuerpo, por otro lo del espíritu; a ra- todas las gentes» y «al mundo entero». Y ese evangelio, lo mismo que
tos buscamos las cosas del cielo, a ratos las de la tierra. Y la teórica lí- Cristo, tiene una vertiente sobrenatural y una vertiente humana.
nea divisoria que queda entre los dos campos nos suele acarrear no po- Eso sí, también tiene que lamentar y pedir perdón. Porque reconoce
cos quebraderos de cabeza y bastantes dolores de corazón. que, a lo largo de la historia, perdió la perspectiva. Y, lo mismo que en
Eso nos pasa también al escuchar la frase de Jesús en el evangelio de el cine, cuando se funden y confunden y superponen dos imágenes dis-
hoy. Ya recordáis la escena. Los fariseos le tendieron una trampa pre- tintas, ella también, buscando «poderes» y «grandezas» que no le había
guntándole: «¿Es lícito pagar tributo al César, sí o no?» La pregunta dado el Señor, se fusionó con el «cesarismo» y dio una imagen muy de-
echaba chispas por los dos costados. Según fuera la respuesta, podía teriorada y triste, muy lejana de como Cristo la diseñó.
declararse «rebelde contra Roma» o «traidor contra su propio pueblo». Por eso ahora, no puede añadir, a las calamidades pasadas, la de la
Pero su voz sonó firme y transparente: «Dad al César lo que es del Cé- cobardía. Tiene que predicar lá verdad, aunque duela, aunque le traiga
sar y a Dios lo que es de Dios». incomprensiones y cruces. Pero, eso sí, clarificando bien, sin maquetis-
Parecía que el tema no tenía vuelta de hoja. Sin embargo, al «llevar- mos peligrosos y deformantes, cuál es el terreno de Dios y cuál el del
lo a la práctica» hemos conseguido hacer, mil veces, guerra y división. César.
Por una elemental razón. Porque agrandamos o achicamos el «campo
del César» o el «campo de Dios» a nuestra conveniencia.
Para muchos hombres, incluidos muchos creyentes, el «campo de
Dios» tendría que circunscribirse a estructuras puramente espirituales,
casi arcangélicas. Se concentraría en que la Iglesia y los curas nos dedi-
cáramos a sacramentalizar a la gente por encima de todo; a practicar la 30.° Domingo del T. O. (A)
oración y fomentarla entre los fieles; a presidir bodas, funerales y pro-
cesiones; a dignificar el culto. Ahora bien, eso de condenar el aborto
porque «creemos que es matar al inocente», eso de ir contra el divorcio «MUÉVEME, EN FIN, TU AMOR...».
porque opinamos que «lo que Dios ha unido no puede separarlo el hom-
bre»; eso de atacar la corrupción reinante subrayando que «está man- Todos reconocían la desconcertante sabiduría de Jesús, sin duda. Sin
chada de robo e injusticia»; eso de protestar contra ciertos aspectos de embargo, los fariseos, los saduceos, etc., andaban siempre haciéndole
la reforma educativa por entender que va contra la libertad del indivi- preguntas capciosas: «¿Es lícito pagar tributo al César?», «Una mujer,
duo y de la familia que tiene el derecho a una educación integral etc., casada sucesivamente con siete hermanos, ¿con cuál de ellos vivirá en el
todo eso sería meternos en el terreno del César. "más allá"?» ¡Eran terribles! ¡Qué paciencia!
Y no, amigos. La Iglesia, a la que Cristo llamaba el «Reino de los Cie- Pero, prescindiendo de ese «morbo», la verdad es que la pregunta
los», no puede renunciar a su clara condición de «peregrina en la tierra». que le hace hoy el doctor de la ley es bien importante: «¿Cuál es el pri-
Por eso ha de estar plenamente encarnada. Los cristianos tenemos una mer mandamiento?»
doble nacionalidad: «ciudadanos del cielo» y «ciudadanos de la tierra».
Porque, daos cuenta. Los judíos andaban atrapados en un laberinto
Por eso el Vaticano II, en las primeras líneas de su «Constitución so-
de leyes. ¡613 constituían la tela de araña de su Ley! Dicen que 365, en
bre la Iglesia en el mundo actual» expuso con transparencia su declara-
ción de principios: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angus- atención a los días del año y 248 recordando los huesos del cuerpo hu-

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mano. Como para volverse locos. ¡Era, ya lo comprendéis, como cami- 31.° Domingo del T. O. (A)
nar por un campo de minas!
La sabiduría popular de siempre nos ha dicho que «el que mucho
abarca, poco aprieta» y que «hay que temer al hombre de un solo libro». «UNO SOLO ES EL MAESTRO»
Efectivamente, una de las más frustrantes sensaciones que va teniendo el
hombre de hoy es la de estar metido en tantos quehaceres y compromi- Lo sé, Señor. «Una cosa es predicar y otra, dar trigo». Ya lo sé. Aun-
sos, que, a la hora de la verdad, no llega a fondo a ninguno. Si algún cali- que parezca difícil «sentarse en la cátedra de Moisés», como hicieron los
ficativo le cuadra a este ciudadano de fines del siglo XX es el de la «su- letrados, el magisterio verdaderamente difícil fue el tuyo: «te rebajaste
perficialidad», ya que le toca mariposear en todo, sin profundizar en na- hasta someterte a la muerte y una muerte de cruz». Porque hay dos clases
de magisterio: el de «los que pregonan y no hacen». Y el de «los que ha-
da. No iba descaminada, por tanto, la pregunta del legisperito: «¿Cuál es
cen, aunque no pregonen». Como aquellos dos hijos de los que nos ha-
el primer mandamiento?» Y Jesús le dijo: «Amar a Dios sobre todas las
blaste. Uno dijo: «Voy a la viña». Pero no fue. El otro dijo: «No voy».
cosas». Palabra de Dios. No hacía falta que hubiera añadido más. Punto. Pero fue.
Porque amar, conseguir que el móvil de todas nuestras acciones sea Lo comprendo perfectamente. El verdadero maestro no es el que
el amor, es ir llegando a la esencia del cristianismo. ¿Seré yo el número más ha leído, o más libros tiene, o más títulos exhibe en su curriculum.
«uno» porque hable magistralmente «proclamando el evangelio a todas El verdadero es el que posee la virtud de la coherencia. Y la coherencia
las gentes»? No, amigos míos, si no lo hago desde el amor. ¿Seré el más consiste en llevar a la práctica las lecciones que se explican en la teoría.
perfecto si «distribuyo mis bienes a los pobres»? Tampoco, si es acción La coherencia consiste en «predicar» y «dar trigo». Como Tú, Señor,
llamativa que no procede del amor. ¿Llegaré al ideal más alto, si «arro- que por eso un día te atreviste a decir: «Me llamáis Maestro y de verdad
jo mi cuerpo a las llamas?» ¡Que no, amigos, que no! Todo eso no vale lo soy». O como nos dices en el evangelio de hoy: «Que nadie os llame
nada, si no lo mueve el amor. El pobrecito de Asís lo entendió muy 'maestro", porque uno solo es vuestro Maestro: Dios».
bien. Por eso le decía a Fray León, cuando, ateridos de frío, en medio Sin embargo, ahí nace nuestro dilema. Yo no puedo llamarme «ma-
de la nieve, llegaban a Santa María de los Angeles: «Si ahora, al llegar, estro». De acuerdo. Sin embargo, Tú mismo «nos has llamado, para ser
el portero no nos recibe, sino que nos apalea y nos arroja a la nieve, y maestro de Israel». Pienso en los padres. Y en los catequistas, y en tan-
nosotros lo sufrimos por amor de Cristo bendito, escribe que en eso es- tos cristianos comprometidos. Y, por supuesto, en mí. Entonces, ¿qué?
tá la verdadera alegría». ¿Nos retiramos?
Ya lo entiendo, Señor. Tú no me niegas la participación en el magis-
Por ahí van los tiros. Por eso, hay que proveerse de grandes dosis de terio de la palabra. Al contrario, a él me has convocado. Lo único que
ese néctar maravilloso. Con él hay que rociarlo todo. Y así, no vayáis al quieres advertirme es que «esa Palabra no es mía, sino que la he recibi-
trabajo por «obligación», sino por amor. No deis limosna por «aquietar do, para que resuene en mí a través de mí». Tagore tiene una oración
la conciencia», sino por amor. No vayáis a misa «porque está manda- muy bonita: «Haz, Señor, que yo sea una flauta de caña, en la que la
do», sino por amor. No os privéis de tal acción «porque es pecado y el música que suene seas Tú».
pecado es causa de condenación», sino porque el pecado no cabe den-
tro de las reglas del amor. Id identificándoos, en fin, con los sentimien- Esa suele ser nuestra equivocación. Ir escondiendo la Palabra de
tos del poeta del célebre soneto: Dios, tan diáfana, vital y penetrante, tras el ropaje altanero, barroco y a
veces ficticio, de mis pobres palabras. Eso es lo que condenaste en los
«No me mueve, mi Dios, para quererte fariseos: «Dicen, pero no hacen». ¡Qué conmovedora confesión!, por el
el cielo que tienes prometido; contrario, la de Pablo: «Cuando vine a vosotros, no lo hice con palabras
ni me mueve el infierno tan temido de humana sabiduría...».
para dejar por eso de ofenderte. Y eso es lo que me pides. No que maraville a las gentes con mi fa-
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera...». cundia. Sino que dé testimonio de Ti. Que deje traslucir a los demás la
«experiencia» que he tenido de Ti, Cristo resucitado. Que esté «tan to-
Eso: «Muéveme, en fin, tu amor». Esa es la Ley. Lo demás es lo de cado de ti», que no pueda menos que proclamar «lo que he visto y oí-
menos. do».

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liso es lo que hicieron los Apóstoles: contar su «experiencia». Oíd a De ese «sueño» nos quiere despertar el evangelio de hoy. La ascéti-
San Juan: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo ca cristiana de todos los tiempos ha resaltado la necesidad de la cons-
que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la ta ncia, de la paciencia, de la perseverancia. Jesús sentenció: «El que
Vida, eso es lo que os anunciamos, para que también vosotros estéis en perseverare hasta el fin, se salvará». Y aclaró, además, que «el que pone
comunión con nosotros». su mano en el arado y vuelve su vista para atrás, no es digno de ser mi
discípulo». Debemos comprenderlo muy bien.
Y eso es lo que han hecho los apóstoles de siempre. ¿Quién espera-
ba nada de «las palabras humanas» y de las «dotes intelectuales» de Por eso, la más elemental sicología nos recomienda que insistamos
Juan María Vianney? Pero fue tal su «experiencia» de Dios, su «dejarse una vez y otra vez en una misma y determinada acción. La repetición de
inundar de lo alto», su «sentirse instrumento» de la Palabra, y no prota- los actos crea los hábitos, tanto para bien como para mal. Por lo que,
gonista, que todas las gentes de Francia terminaron arrodillándose ante ejercitarse en acciones buenas y ensayarlas constantemente, es asegurar
aquel confesonario de Ars —un pueblecillo insignificante—, en el que un sistema de vida con garantías de éxito. Incluso ese éxito de los éxitos
había una cátedra, muy distinta de la de los escribas y fariseos. que consiste en «estar con las lámparas encendidas cuando llegue el es-
poso».
Y es que el Cura de Ars «no se dejaba llamar maestro. Sabía muy
Conviene tener muy en cuenta estas cosas en la época tecnificada y
bien que el único Maestro es Dios».
supermoderna en la que vivimos. Hoy todos nos movemos en un torbe-
llino de vértigo, de velocidad y de soluciones inmediatas. Desde el
«aprenda usted inglés en 15 días» hasta la increíble rapidez de los me-
dios de comunicación y los transportes, nos vamos acostumbrando a
querer presenciar los sucesos antes casi de que se produzcan. Nuestros
32.° Domingo del T. O. (A) hijos son hijos del ordenador y de los cerebros. Y lo que nosotros con-
seguimos aprender en muchos días y horas de hincar los codos, leer, re-
leer, subrayar y repasar, a ellos se les está sirviendo, en bandejas de
imagen y contemplación, casi sin detenerse.
LA ENFERMEDAD DEL SUEÑO
Es verdad que, luego, esos mismos logros de las técnicas y la veloci-
«Como el esposo tardaba en llegar, se adormecieron aquellas donce- dad nos pasan factura y nos sumen en los grandes atascos, las grandes
llas y se durmieron». masificaciones y los grandes caos de nuestras modernas ciudades. Es
verdad igualmente que la «posmodernidad»no parece estar sirviéndo-
Lo reconozco, Señor, así soy. Cuando no veo la meta, cuando los su- nos un aceite de mayor garantía para nuestras lámparas. Lo que sí va
cesos que espero se retrasan, me duermo. Debe de ser algo innato. Qui- siendo claro es que, cuanto «más hechas» se nos dan las cosas, más «nos
zá por eso el evangelio de hoy avisa con intención: «Se durmieron to- dormimos en los laureles».
das». Las necias y las sensatas. Enfermedad contagiosa, por lo visto, és-
ta del«sueño». Por lo cual, atención a lo que dijo Jesús: «A media noche se escucha
una voz: Que llega el esposo. Salid a recibirle».
Y no le demos vueltas. El estudiante, al comenzar el curso, suele
desplegar un cierto aprovechamiento. Es después, con la monotonía de
las clases y la lejanía de los exámenes, cuando baja la guardia y se duer-
me. El deportista, al que no le llega su oportunidad y tiene que «chupar
banquillo», muchas veces hace lo mismo: descuida sus entrenamientos y
no tiene a punto sus aptitudes. Todos, en fin, más de una vez, hemos 33.° Domingo del T. O. (A)
emprendido un camino nuevo, hemos iniciado un viraje de «cambio» en
alguna faceta de nuestro actuar. Pero, ¡cuántas veces, al no palpar los
frutos inmediatos, hemos vuelto a caer en la rutina, en el «hacer por ha- «LA MEJOR DEFENSA...».
cer», quién sabe si en la tibieza! ¡Somos amigos del «llegar y besar»! Y,
aunque se nos objete que «Zamora no se conquistó en una hora», fácil- Siempre han existido dos posturas ante la vida. La de quienes «se
mente caemos en el peligroso sopor de los mediocres. parapetan» ante las dificultades, y la de los que «se arriesgan». La de

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quienes «meten su dinero en un calcetín» o lo esconden bajo siete lla- son para el propio provecho, sino que, «en cada uno, se manifiesta el Es-
ves, y la de quienes prefieren «invertirlo», tratando de sacar de él la má- píritu para el bien común». Y así, uno ha recibido del Espíritu el hablar
xima rentabilidad. La táctica del «cerrojo», y la del «ataque». con sabiduría, otro el hablar con inteligencia; hay quien recibe el don de
la fe, otro el don de curar; éste hace milagros, éste profetiza. Nadie puede
Como en el fútbol. Hay equipos que alinean jugadores ante la porte- enterrar, pues, sus talentos. Por eso luego, siguiendo el símil del «cuer-
ría, limitándose a tapar huecos: ¡el cerrojazo! Pero todos recordamos po humano», dirá: «El ojo no puede decir a la mano: no te necesito; ni la
también aquellos nombres míticos —Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo cabeza puede decir a los pies: no os necesito». En una palabra, todos los
y Gainza— pura «delantera», hechos para «atacar y abrir brecha». dones son necesarios, valiosísimos, complementarios.
Pues bien. Jesús quiso advertirnos que en lo espiritual pasa lo mis-
mo. Hay quienes ponen en juego todos los dones que Dios les ha conce-
dido, y, con ellos, siguiendo la táctica del «ataque», producen «frutos de
vida eterna». Y hay quienes, partidarios de la táctica del «cerrojo», se li-
mitan a defender narcisistamente sus talentos, sus cualidades, guardán-
dolos celosamente como bienes personales e intransferibles. 34.° Domingo de Cristo Rey (A)
No parece gustarle mucho esta postura al Señor. Un día se acercó a
una higuera. Y, al ver que no tenía fruto, la maldijo. Lo mismo le pasó a
este hombre del «único talento», del que nos habla el evangelio de hoy. BARAJA DE UN SOLO REY
Escuchó la condena del Señor: «Eres un empleado negligente y holga-
zán». El hombre es una extraña mezcla de «quiero y no quiero». Reniega
de cosas que, luego, busca y anhela. Defiende teorías que, más tarde,
En efecto, no le gustan al Señor las tácticas del «cerrojo», las postu- rebate con su misma vida. En una palabra, es una constante contradic-
ras del «no hacer», aunque sea por «miedo». Todos los pecados de ción.
«omisión» serán el argumento único del Jesús definitivo y Rey del Uni-
Así, por ejemplo, en su relación con los demás. En su interior, el
verso: «Tuve hambre y no me disteis de comer. Tuve sed y no me disteis
hombre dice que no quiere ser ni más ni menos que nadie. Defiende la
de beber. Estuve enfermo y no...». El Señor se compadecerá siempre del
igualdad de todos. Y, teóricamente, al menos, condena viejas épocas en
pecador que reconozca sus equivocadas aventuras, sus desmanes, sus
las que unos llegaban a «reyes absolutos», mientras otros se quedaban
alocadas decisiones. Pero permanecerá inflexible ante el «árbol que no en «mendigos absolutos», esto es, en absolutamente nada. Por eso hoy
dé frutos». no caen bien las monarquías totalitarias. Y a todos se nos ensancha el
Lo primero, por razones de desilusión. No hay cosa más triste, ami- pecho diciendo que somos «demócratas».
gos, que los proyectos abandonados, las «sinfonías incompletas». ¿No
Pero, vean la contradicción. En un mundo así concebido, resulta que
os habéis encontrado nunca un «esbozo» de casa, el esquema de una
luego no sabemos vivir sin fomentar «reinados», más o menos efímeros,
construcción frustrada? Allá están las vigas y las columnas, como pro-
en éste o el otro campo. Ahí están, para empezar, los que «reinan» des-
mesa imposible de unas paredes que nunca existieron, de un hogar que
de su físico. Se multiplican los concursos de «misses» y «mister», en los
nunca albergó a nadie. Puro esqueleto. Puro sueño.
que el «sex-appel» y la «musculatura» priman por encima de todo. Ellas
Pues bien, eso es el hombre. Cuando, habiendo recibido dones, gra- y ellos ocupan el trono de las portadas desde la opulencia de su anato-
cias y cualidades, por una política de miedos e indecisiones, por su no- mía. Ahí están también, los representantes increíbles de la canción mo-
correspondencia a la gracia, se queda con su «talento enterrado», con su derna. Son los reyes del histerismo, los decibelios, las luminotecnias y
no-participación, con su eterno: «Yo podría; pero no me decido». ¡Qué los gritos. Se sientan en tronos de vídeoclips y discos y atontolinan a las
gran desilusión para un Dios-soñador! multitudes. Ahí están, en fin, los ases del deporte y de los millones. «O
rei Pelé», se llamaba antaño. «Su majestad Maradona», debe de llamar-
Y lo segundo, por razones de justicia y responsabilidad: «Yo os elegí
se hogaño. Sus fans y devotos les adoran en los estadios. Y, aunque ten-
para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure». No hay que olvidarlo.
gan sus increíbles caprichos, todo se les disimula por sus «genialidades».
San Pablo nos ayuda a tener las ideas muy claras en este punto. El, al
Son ¡los «reyes»!
hablarles a los de Corinto, nos recuerda que los carismas recibidos no

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Sí, amigos, en la baraja de la Humanidad, que presume de igualita- amor que le tenía el Maestro, cuando escribió la Pasión, anotó detalles
ria, existen estos «reyes»: De oros, de copas, de espadas y de bastos. cnternecedores. Quiero yo detenerme en tres de ellos. Son tres pincela-
Reinan desde el dinero, el relumbrón, la violencia o las veleidades. Y das magníficas que vienen a ilustrar aquella definición inigualable que
los ciudadanos de a pie les rendimos vasallaje. él mismo nos dio sobre Dios: «Dios es amor».
Pero, sépanlo. La liturgia de hoy nos habla de «otro» Rey. No de PRIMERA PINCELADA.—«Cuando llegaron a Jesús, como lo vie-
«oros» ya que, naciendo en una cueva, dijo que «de los pobres es el rei- ron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados,
no...». Ño de «copas», ya que la única que bebió fue la de «su propia con su lanza, le atravesó el costado». Al escribir esto, Juan estaba des-
sangre». No de «espadas», pues afirmó que «el que a espada mata...». Y cribiendo la escena que presenció, sin duda. Pero, ¿sólo eso? Pienso
no de «bastos», porque era tan luminoso, que «el que le seguía, no anda- que, sobre todo, lo que quiso expresar fue: que Jesús, no sabiendo qué
ba en tinieblas». más darnos y cómo darse, se dejó «partir el corazón». ¿No habéis oído
¿Van ustedes perfilando «su reino»? «No es de este mundo». «No nunca esta expresión: «se me parte el corazón al verte?» ¿O esta otra:
tendrá fin». Y, por supuesto, es mayor que el de David y Salomón jun- «tengo el corazón herido»? ¿Son meras metáforas? ¿Frases hiperbóli-
tos. Se parece, tal como El lo dijo, a «una red de pescar en la que caben cas? ¿Locuras de expresión? Son frases que dicen los enamorados y los
toda clase de peces», a «una viña, a la que el dueño llama a todas las ho- poetas. Las dicen «cum fundamento in re». Poniendo, en tono superlati-
ras del día», y a «un banquete, al que todos son invitados». No se trata vo, la fuerza apasionada de su amor. Todos los grandes amadores sien-
de un rey que dice: «Del rey abajo, ninguno», sino, al revés: «Del rey ten que un día u otro «se les parte el corazón». Las monjas de Alba de
para arriba todos», ya que a todos quiere salvar. Mucho menos es «el Tormes muestran en un relicario el corazón de aquella gran amadora
rey que rabió». Es, más bien «El Rey que amó». Tanto amó, que «mu- que fue Santa Teresa. Y lo muestran transverberado. Y a San Francisco
rió de amor». Y ese fue precisamente su legado: «Amaos los unos a los de Asís, aquel juglar de amores contenidos, se le abrieron cinco rosas
otros como yo os he amado». sangrantes —las llagas de Jesús— en sus pies, en sus manos y en su co-
razón.
Resumiendo: En la baraja del mundo, con la que se nos invita a ju-
gar, unas veces pintan «oros», otras «copas», otras «espadas». (Hagan SEGUNDA PINCELADA.—«De su costado salió sangre y agua».
ustedes la lectura que quieran de estas expresiones). En la baraja de Je- Parece un parte médico. Un parte de urgencia sobre alguien que acaba
sús, sólo pinta ¡el amor!: «Cualquier cosa que hagáis a uno de estos her- de morir. Anotación para que los estudiantes de medicina profundicen
manos...». Por eso, San Juan de la Cruz decía hermosamente: «Al atar- en las reacciones de los ya cadáveres.
decer de la vida seremos juzgados en el amor».
Pues, no. Es la proclamación de la tesis más grande de la Teología.
No le den vueltas. Este Rey tiene una corona de espinas. Y las espi- El resumen más completo del «cómo» fuimos redimidos y del «qué» nos
nas, aceptadas como corona, no tienen más explicación que una. La aportó la Redención. El «precio» y el «efecto» de la Redención. El pre-
misma que los clavos. La misma que la cruz: ¡El amor! cio: la sangre. Dice la carta a los Hebreos: «No fuisteis rescatados con la
sangre de toros y machos cabríos, sino con la sangre del cordero inmacu-
lado». «Era sangre divina —dirán los teólogos—; de valor por lo tanto
infinito, capaz de borrar un pecado también infinito». Y San Pablo re-
sume contundente: «Fuisteis rescatados con su sangre». Y el efecto: el
agua. Ya para siempre ese costado será el «manantial de aguas vivas
que llega hasta la vida eterna». El día de nuestro bautismo de ese costa-
Sagrado Corazón de Jesús (A-B-C) do nos llegó el torrente de la gracia. En ella fuimos lavados. Y aunque
volvamos a mancharnos, los sacramentos son fuentes que vienen de ese
manantial.
LOS LATIDOS DEL CORAZÓN PERO HAY UNA TERCERA PINCELADA. La puso Juan em-
pleando una vieja profecía: «Mirarán al que traspasaron». Los hombres
El apóstol San Juan fue, como sabéis, testigo de excepción de la sentimos una curiosidad morbosa hacia lo trágico y, así, solemos arra-
muerte de Jesús. Por eso, y por el dulce amor con que correspondió al cimarnos cuando hay un herido o un muerto en la carretera. Así debie-

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ron de mirar a Jesús en la cruz los curiosos de aquel momento. Pero ¿a Ningún cristiano consciente debería faltar a tan sencilla y expresiva
ellos se refería Juan? Creo que se refería a todos los que, andando el celebración. Reflexionando sobre ella, se daría cuenta de que somos
tiempo, por aquel costado abierto, tratáramos de ver la principal: su participantes en tres significativas «procesiones de antorchas».
corazón. El Corazón de Jesús, «el Corazón que tanto ha amado a los PRIMERA.—La de hoy. El sacerdote, vestido de blanco al igual
hombres». que los ministros y acólitos, en un lugar adecuado, invita al pueblo a en-
De eso se trata entonces. De ver y comprender que Jesús, para amar cender sus cirios. Y, después de bendecirlos, mientras cantan la antífo-
con un amor infinito —amor de Dios—, necesitó un corazón de hom- na «Luz para alumbrar a las gentes», se dirigen en procesión al templo
bre. Y con ese corazón nos amó. Y desde él fue trazando y siguiendo su para continuar la eucaristía. Es, pues, reconocer públicamente que Cris-
plan de Encarnación y de Redención. Paso a paso y día a día. Tic, tac..., to ha venido como «luz que ilumina a todo hombre que viene a este
tic, tac..., tic, tac... Así sonaron en este mundo, así, durante treinta y tres mundo». Es tratar de convencerse de que esa luz quiere iluminarnos,
años, los latidos de aquel corazón. De pronto un día, un mal viernes, purificarnos, transformarnos. Así dice Malaquías en una lectura de hoy:
pareció que dejaban de sonar... «El sol se ocultó, la tierra tembló, las ro- «Será como fuego de fundidor, como lejía de lavandero, como fundidor
cas se abrieron». Pero otra vez, a los tres días, en la madrugada del do- que refina la plata». Y, ahora que tanto se habla de ello, ¿no tenemos
nosotros alguna corrupción que limpiar y, después, iluminar?
mingo, volvieron a sonar. Ya no han cesado nunca, ni cesarán. El cora-
zón de Jesús va contabilizando a latidos lo infinito de su amor. Permi- SEGUNDA.—¿Os acordáis de la vigilia del Sábado Santo? Pensad
tidme que lo diga con cierto énfasis: Del mismo modo que, según dice en lo que aquella noche ocurre. Estando el templo totalmente a oscu-
la Escritura, «el Espíritu Santo gime en nosotros con gemidos inenarra- ras, vamos entrando todos en él, al único resplandor del Cirio Pascual.
bles», del mismo modo el Corazón de Jesús late por nosotros con lati- El diácono canta por tres veces: «Luz de Cristo», a lo que todos, arrodi-
dos inconmensurables. llados, responden: «Demos gracias a Dios». Y más tarde, todos encien-
den sus cirios de ese único cirio —Cristo resucitado—, lucero de la ma-
Porque, a ver, decidme: ¿quién es capaz de medir su amor?
ñana, luz sin ocaso. En ese momento nos envuelve un halo de gozo
bienhechor. Porque comprendemos que esta noche es más clara que el
día, ya que la Luz del Cuerpo de Cristo ha roto toda tiniebla: la del
Cosmos y la de nuestro pecado. Todos los fieles, en ese momento, alre-
dedor de Cristo Resucitado, forman la más luminosa procesión de an-
torchas que jamás haya existido. Y todos tenemos la certidumbre de
Presentación del Señor (A-B-C) que es verdad lo que Jesús proclamó: «Yo soy la luz del mundo; el que
me sigue no anda en tinieblas». Y, a la inversa; que si uno anda a la deri-
va, es porque «ha preferido las tinieblas a la luz».
LUMEN GENTIUM Y TERCERA PROCESIÓN.—La que el mismo Jesús organizó,
dándonos su antorcha, como si de un corredor de olimpiadas se trata-
Todo el mundo sabe que así tituló el Concilio Vaticano II uno de sus ra: «Vosotros sois la luz del mundo. Y la luz no puede ocultarse bajo la
más importantes documentos: el que se refiere al «misterio de la Igle- mesa, sino que ha de ponerse sobre el candelero». Lo comprendemos
sia». Pero no debemos olvidar que esa luz que la Iglesia quiere extender perfectamente. «Tenemos que caminar como hijos de la luz». Y no va-
nos viene de Aquel que es «Dios de Dios, luz de luz...». Como el mismo le alegar como Jeremías: «Soy un niño y no sé hablar». Porque, aparte
Concilio reconoce: «Por ser Cristo luz de las gentes, este Sagrado Con- de que «El pondrá palabras en nuestra boca», la luz que a nosotros
cilio desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su clari- nos pide es la de nuestra vida transparente y nuestra limpia conducta:
dad...». «Para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está
en el Cielo».
Pues bien. Eso, tan estremecedor y bello, que el honrado y piadoso
Simeón proclamó diciendo: «Ahora, Señor, ya puedes dejar a tu siervo Dejadme evocar a los vigías de los faros. Ellos, con su potente haz
morirse en paz, porque mis ojos han visto al Salvador, que viene como de luz sobre las costas, iluminan las rutas de todos los navegantes deso-
luz de gentes», eso, es lo que celebra la liturgia. rientados. Pues, eso, más o menos, quiere el Señor de nosotros.

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San José (A-B-C) barrio y el que pone nombre y afecto a mi parroquia. Uno, ya lo com-
prenderéis, desea que llegue ese día para explicar a los suyos la talla tan
grande de aquel hombre tan silencioso.
¡VIVA SAN JOSÉ MANQUE PIERDA! Pero, un decreto convierte la festiva solemnidad del 19 de marzo en
«día laborable». Total: San José queda diluido, desdibujado, como un
Existe por ahí una historieta que os la quiero contar. Trata de un cu- haz de luz visto y no visto, como una sombra silenciosa que se achica.
rilla de pueblo, bondadoso y campechano, que guiaba a sus feligreses
¡Pobre San José! ¡Siempre le sucedió lo mismo! ¡Unos decretos ra-
por el camino de las virtudes humildes. Predicaba un evangelio de lo
ros le llevaban de aquí para allá! El empadronamiento que mandó ha-
cotidiano y todo el mundo le entendía. San José era el titular de su pa- cer el César le desplazó hasta Belén... Unos ángeles misteriosos le avi-
rroquia y, por lo tanto, en San José eran las fiestas del pueblo. Ese día saban en sueños que «tomara al niño y a su madre y se fuera a Egipto»...
los feligreses, en la misa solemne, querían oír un panegírico como Dios Cuando quizá empezaba a asentarse, otro nuevo aviso le decía «que ya
manda acerca de la figura excelsa del esposo de María. Pero, por razo- podía regresar, porque había muerto el que quería matar al Niño». Co-
nes que nadie conocía, erre que erre, el buen párroco subía cada año al mo un alfil de ajedrez que mueve todas las jugadas, así anduvo siempre:
pulpito y predicaba siempre lo mismo. Sobre la «necesidad y las exce- «de la Ceca a la Meca». ¡Al curilla de mi historieta quizá le pasaba eso:
lencias de la confesión». que no sabía con qué San José quedarse! ¿El de Belén? ¿El de Egipto?
Los feligreses estaban un poco «moscas». Y decidieron decírselo por ¿El de Nazaret? ¿El esposo? ¿El carpintero? ¡Estaba desconcertado!
la vía directa: Por eso, optaba por hablar de la confesión, que es sacramento que
siempre vale: en Pascua y en Ramos, en San José y en Cuaresma.
—Don Fulano, queremos que este año, el día de San José, nos hable
de San José. De su figura, de su obra, de su mensaje. A nosotros nos está pasando lo mismo con su fiesta. Ya hace unos
El curilla escuchó la sugerencia. Y decidió complacerles: años nos ocurrió algo parecido. Yo me consolé escribiendo un artículo
titulado: «No estás de moda, San José». Este año hago otro tanto. Escri-
—De acuerdo, hijos míos, descuidad. Lo haré como vosotros que-
bo estas líneas en primer lugar. Luego, en la comida, comeré de postre
réis.
unas «virutas del santo», y, por fin, pegaré un grito en mi interior que
Cuando llegó el día señalado, Don Fulano subió al pulpito. Todo el diga: «¡Viva San José, manque pierda!»
pueblo estaba con el oído atento. Y las palabras de Don Fulano fueron
cayendo frase tras frase, sobre la expectante asamblea, de esta manera:
«San José era carpintero, como sabéis. Como era carpintero, hacía
mesas..., hacía sillas..., hacía bancos..., hacía armarios... Y, ¿cómo no?,
¡haría confesonarios! Y vosotros comprendéis la importancia que tiene
la confesión. Os lo voy a ir explicando...». Natividad de San Juan Bautista (A-B-C)
Esta historia, a uno, le habría parecido una historieta insulsa. Pero,
de pronto, uno empieza a entender que lo que quizá le pasase al buen
curilla era, simplemente, que estaba «desconcertado». Porque eso es «¿ILUSTRE CUNA?»
justamente lo que le está pasando a uno. Siempre he leído con recelo esas descripciones de nacimientos pro-
Resulta que uno espera la llegada de San José todos los años con un digiosos y llamativos con las que algunos escritores presentan a «sus
cierto gozo entrañable y cálido. En medio de la cuaresma, la fiesta de biografiados». Esa técnica del escritor me parece peligrosa. En vez de
San José es un oasis mágico que significa muchas cosas. Es el modelo en acercarnos al santo, al personaje, nos aleja de él. Porque pensamos: «Si
el que se han de mirar los padres, la entrega callada que han de tener este ser no hubiera tenido esa ventaja" de salida, seguramente no ha-
todos los miembros de una familia. Es el protector cuidadoso de los bría subido al podio de los vencedores».
«seminarios» y de la Iglesia. El que marca un estilo entre los obreros y Pero Juan era otra cosa. En el nacimiento de Juan ocurrieron he-
llena de noble orgullo a los carpinteros. Es el silencioso patrono de mi chos singulares e insólitos, desde luego. Zacarías e Isabel, sin ponerse

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de acuerdo y por separado, presintieron que «su nombre era Juan». A La Asunción de María (A-B-C)
Zacarías le volvió el habla cuando lo consignó en las tablillas. Y, sobre
todo, el niño «saltó de gozo» y fue santificado en el seno de Isabel,
cuando «la madre de su Señor fue a visitarla». Por eso celebramos hoy la
Natividad de San Juan. ASUNCIÓN, HORIZONTE DE ESPERANZA
Pero no todo en Juan fue privilegio y lotería, inundación de gracia, Ya quisiera yo hablar las lenguas de los ángeles y de los hombres,
bendición del cielo. Juan, después, «a Dios rogando y con el mazo dan- para poder explicaros bien esto de «la Asunción» de María. Y detalla-
do», fue tan fiel a su vocación que, por realizarla, dio la vida. Por eso, ros cómo sucedió la maravilla. Y aclararos, además, si María, antes de
otro día, solemos celebrar su muerte: «la degollación de San Juan». Por ser llevada a los cielos, murió o simplemente se quedó dormida. Y des-
lo tanto, aunque «todos, al ver aquellos signos, se preguntaban: Qué será cribiros cómo es ya, desde entonces, su cuerpo glorioso. Y pintaros de
de este niño», no fue sin embargo un «hijo de papá y mamá», un niño alguna manera ese cielo donde ella está.
mimado, aupado al tráfico de las influencias por ser pariente de Jesús y Pero nuestro lenguaje sobre «la Asunción» ha de enmarcarse siem-
de María. Al contrario, «se despojó, también, de su rango» y se fue a la
pre entre dos extremos. Por una parte, la sabiduría del pueblo cristiano
austeridad, a la soledad del desierto, a la predicación descarnada. Y, en
y, por otra, el misterio y el dogma.
ella, enseñaba a distinguir el oro del oropel, la verdad de la mentira, el
tocino de la velocidad, y, sobre todo, a Jesús «Maestro de Nazaret» de LA SABIDURÍA DEL PUEBLO.—El, desde un principio, hizo su
los que se proclamaban «maestros de Israel». Por eso Isaías había predi- «mariología del corazón». Y así, intuyó con acierto que aquella criatura
cho: «A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, etc». Juan, amigos, lo tan limpia no podía corromperse en el sepulcro. Tenía que ser traslada-
hizo muy bien. Lo hizo tan bien, que le cortaron la cabeza y se la entre- da en cuerpo y alma a los cielos. Y, desde esa idea, se lanzó a tallar es-
garon a una bailarina en una bandeja. A los hombres les desconcierta tatuas y capiteles bellísimos, a pintar frescos y lienzos increíbles, a poli-
«la verdad» cuando llega de frente y sin filtros. Antes de que les des- cromar vidrieras, a levantar ermitas, templos y basílicas dedicadas a «la
lumbre, son capaces de cortarle la cabeza. Pero cuando Juan fue deca- Asunción». ¡Qué dignidad y galanura en esa «virgen que se duerme» en-
pitado, no se sintió «terminado». Se sintió «libre». Lo dijo Jesús: «La tre apóstoles y ángeles o que es llevada por ángeles a las alturas! Sí, la
verdad os hará libres». sabiduría del pueblo acertó en su mariología.
Resumiendo, amigos. «Nacimiento» y «muerte» de Juan. Regalo y EL MISTERIO Y EL DOGMA.—Es decir, las palabras, incuestio-
esfuerzo personal. Las dos caras de una misma vocación preciosa. nables ya, de Pío XII, cuando, en 1950, «declaraba y definía que la Bie-
naventurada Virgen María, una vez terminado su curso mortal en la tie-
Pues, apliquémonos el cuento. También nuestro nacimiento tuvo rra», etc., etc., etc...
mucho de «privilegio». Privilegio es que un día llegáramos al seno de la
Madre Iglesia y, de ella, «renaciéramos por la regeneración del agua y Sí. Uno quisiera poseer las lenguas de los ángeles y de los hombres.
del Espíritu». Todo bautizado en un privilegiado de Dios, un miembro Pero, caminando entre estos dos extremos aludidos, os brindo estas tres
de Cristo, un heredero del Cielo. Y privilegio es que «por el bautismo certezas:
seamos sepultados con El y resucitados con El». Somos, por tanto, de 1.a La Asunción de María es un sí al anhelo de inmortalidad que ani-
«ilustre cuna». Como decía Pedro: «Somos pueblo de Reyes, una raza da en el corazón humano. El hombre sueña, ya lo sabéis, en perpetuar-
elegida, una nación consagrada, una dinastía sacerdotal». se, en conseguir una dicha completa, en beber la vida a raudales, en li-
Pero ahí no termina nuestra biografía. Ahí empieza. Y nuestro com- berarse del dolor y la angustia que dificultan su camino, en encontrar,
promiso bautismal consiste en: «allanar caminos», «enderezar sendas», en fin, un horizonte sin nubes, claro y total. Pero ¿qué ocurre? Que, co-
ser «profetas del Altísimo» y «voz que clame en el desierto» de nuestras mo decía Job, «el hombre es corto de días y harto de inquietudes, brota
ciudades, tan populosas y ajetreadas. No nos basta con «saltar de gozo» como una flor y se marchita..., sus días están contados».
en el seno de la Iglesia. Tenemos que salir. A extender nuestro dedo y Pues bien, La Asunción de María nos dice que la inmortalidad no es
«señalar los caminos» por los que pasa el Señor. una utopía. «Cristo resucitó —dice Pablo en una lectura de hoy—primi-
La Natividad de Juan nos recuerda que también nosotros somos cia de los que han muerto». Pues, al proclamarse el dogma de la Asun-
unos «bien nacidos». ción, se nos está diciendo lo mismo: que ella está también en «esa pri-

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micia». Y, «cuando Cristo vuelva, lo seremos todos los cristianos» — «solicitud por las Iglesias» sea así. Por eso nos inculca otra palabra: «So-
concluye Pablo. lidaridad». Así dice el Domund de este año: «Por un mundo solidario,
comunidades más fraternas». Efectivamente, siempre existe el peligro
2.a La Asunción es la respuesta de luz dada a la oscuridad de la fe.
de que, a la hora de vivir nuestro misionerismo, nos sintamos un poco la
¿Podéis imaginar un camino más incierto y desconcertante, más teñido
«señora marquesa». Y que, desde nuestra verdad, nuestra cultura, nues-
de «noche oscura» que el de María? ¿Hay un «silencio de Dios» más
tra economía, nuestro progreso, con mucho tono y condescendencia,
grande y desolador que el que soportó María en Belén, Nazaret, la vida
nos dignemos enviar nuestros recursos económicos, culturales, etc., a
pública o el Calvario? Y, sin embargo, podemos decir de ella que «estu-
los «pobres infieles». Pensando, demasiado farisaicamente, que somos
vo al pie de la cruz» no sólo en el Calvario, sino toda su vida. Isabel
nosotros los que «damos» y ellos lo que «reciben».
acertó cuando le dijo: «Dichosa tú porque creíste».
Y, no, amigos. La palabra «solidaridad» no rima con «paternalis-
3. a La Asunción es el aplauso a la sencillez. Por ahí andamos los mo», sino con «hermandad». En una familia, los hermanos son iguales:
hombres sacando pecho, envarándonos ante nuestros mínimos aciertos. todos dan y todos reciben. Todos, en una palabra, nos enriquecemos
María, criatura de lo pequeño, anduvo por la tierra ofreciendo a Dios con lo que damos y con lo que recibimos.
flores de sencillez, de trabajo humilde, de servicio a escondidas. Y todas
las «cosas grandes» que en ella ocurrían las colocaba en su búcaro de —Pero, ¿es que nosotros recibimos algo de ellos? He aquí la gran
esclava: «El Señor hizo en mí maravillas porque miró la humillación de lección del Domund de este año. Tenemos mucho que aprender, por
su esclava». Y lo repite de mil maneras: «El derriba del trono a los pode- ejemplo, del espíritu profético de las Iglesias de América Latina, de su
rosos y enaltece a los humildes». entrega al anuncio de la «buena nueva», de su valiente denuncia de las
injusticias, de su compromiso en la defensa de los pobres y marginados,
Jesús fue «el Maestro». Pero cuando, andando el tiempo, para indi- de la decisión con que trabajan los laicos, de la fe sin respetos humanos
carnos el modo de ir a Dios nos diga que «el que se humilla será ensal- de los jóvenes, de la cercanía en que viven los pastores con respecto a
zado», casi estamos a punto de pensar que esa doctrina la aprendió de su pueblo.
su madre, doctora en «humildades».
Y ¿qué decir de África: con su liturgia viva y participada; con su sen-
¡Asunción de María! ¡Qué horizonte de esperanza! tido de «pueblo amado por Dios y liberado por El», con su gratitud a la
vida y a sus propias raíces heredadas. Todo ello nos interpela.
En cuanto a Asia, ¡qué amor el de aquellos pueblos a la Naturaleza,
cuánta sabiduría en su búsqueda del «silencio interior», a qué valiente
modo de vivir de cara al futuro, sin anquilosarse en el pasado!
Domund-I (A-B-C) Sí, amigos. Tenemos que seguir ayudando a esos pueblos. Pero tene-
mos que saber recibir sus magníficas lecciones, estimularnos con su es-
píritu joven. Todo eso es «solidaridad».
¿PATERNALISTAS O SOLIDARIOS? ¿No os acordáis del bello poema de Tagore? Iba aquel mendigo por
el camino con su pobre zurrón al hombro. Allá llevaba las limosnas que
Paternalismo. He aquí una palabra que, poco a poco, vamos com- le daban. De pronto vio que se acercaba la «carroza real». Y pensó:
prendiendo y repudiando. Todos los paternalismos son malos. O, al me- «¡Ahora es mi oportunidad! ¡Podrán llenarse mis alforjas de oro!» Pero
nos, peligrosos. Son desenfoques estirados de lo que ha de ser el amor. no fue así. Fue el Rey, quien, bajándose de su carroza, le pidió limosna
Son maneras presuntuosas, olímpicas, engoladas y a veces humillantes a él, ¡al pobre mendigo...!
de «amar». «La señora marquesa se va a dignar visitar a sus pobres y,
Lección de humildad y de amor, por lo tanto, amigos, para este día
poniéndolos en fila, les va a dar una moneda». ¿Recordáis la escena de
del Domund. Podemos dar mucho, desde luego. Que cada cual mida sin
«Los santos inocentes», de Delibes, y en la subsiguiente película?
medida la frescura de su generosidad. Pero estad seguros, a la vez, que
¡Cuánta humillación, Dios mío, en aquella caridad!
por la noche, cuando vaciemos nuestras alforjas, podemos encontrarnos
Pues, mirad, tiene miedo nuestra madre la Iglesia de que nuestra con muchos granos de oro. Con muchos.

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Domund-II ( A B C ) tura y el progreso» a los pueblos de los más desheredados. Como si te-
miera que, así, se pudiera perder la esencia del misionerismo: «llevar la
Buena Nueva»; establecer el reino de Cristo y de Dios en medio de to-
«SERVIDORES..., ¿DE QUÉ VIDA?» dos los pueblos, como quiere la L.G.
Pero no debe temer el eminente filósofo. Porque la Iglesia lo que no
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Lo
quiere es caer en peligrosos dualismos. Si, en épocas pasadas, se decía
decía Jesús refiriéndose a aquella «virtud que salía de él y lo curaba to- que «la misión de la Iglesia es salvar las almas» y ahora se lucha por im-
do». Y lo decía aludiendo a ese agua «que puede formar en nosotros un plantar «la justicia y el progreso para todos», esto no quiere decir que se
manantial que salta hasta la vida eterna». trabaje por «lo primero», con olvido de «lo segundo», o viceversa. Cuan-
Pero esas palabras las pudo decir el mismo Dios, allá en el origen, do Juan Pablo II dice que «el camino de la Iglesia pasa por el hombre»,
cuando creó los seres y los perfiles: «Hágase la luz» etc., etc. Porque lo está apuntando a «todo» el hombre: cuerpo y espíritu. De ese «hombre
que entonces salió de Dios era la «vida», semillas de vida. Los científi- total» quiere ser «servidora de vida».
cos nos dijeron luego que eso es el «reino mineral, el vegetal y el ani-
mal, en cuyo centro está el hombre». Pero nosotros, lo repito, lo que
decimos es que «Dios es un servidor de vida». Y, cuando envió a su Hi-
jo a la tierra, entonces, la Vida se escribió ya con «mayúscula». Porque,
como diría San Juan, al referirse a ese «vitalismo» que se nos venía en-
cima, «en la Palabra ya había vida, y la Vida era la luz de los hombres».
Jesús, pues, es el «servidor de la vida» por antonomasia.
Todos los Santos (A-B-C)
Dicho esto, yo os podría contar todo lo que Jesús habló: sus palabras
y sus parábolas, sus orientaciones y su doctrina. Y lo que os estaría di-
ciendo es lo que tuvo que reconocer Pedro: «¿A dónde iremos, Señor, si AL SOLDADO DESCONOCIDO
Tú tienes palabras de vida eterna?» Luego os contaría todo lo que Jesús
hizo; ya sabéis, sus milagros: el del ciego, el de los leprosos, el de Láza- Creo que esta festividad de Todos los Santos puede inscribirse en
ro. Y lo que os estaría comunicando es que aquel «pasar haciendo el ese capítulo de homenajes «al soldado desconocido». Viene a ser, efec-
bien» no fue otra cosa que «servir vida», repartir salud, medicina de la tivamente, el reconocimiento que hace la Iglesia a tantos y tantos hom-
buena. Pasaría después a explicaros que instituyó unos signos, a los que bres —«una muchedumbre que nadie podría contar»— que han pasado
llamamos «sacramentos», que no solamente significan «algo», sino que su vida «luchando», como verdaderos «soldado del Reino». Mirad, a es-
dan ese «algo»: vida divina, gracia sobrenatural, una especie de sangre ta Iglesia que ahora llamamos «pueblo de Dios peregrinante» la llamá-
de Dios que empieza a correr por las venas de nuestra alma y que divi- bamos «Iglesia militante», en clara alusión a su actitud de «milicia = lu-
niza toda nuestra existencia, anticipando ya en cierto modo nuestro «vi- cha, del latín «miles, tis = soldado».
vir» del futuro. Pues bien; al deciros todo esto, lo que os estaría dicien-
Sí. Cuando terminan las grandes hecatombes humanas, las naciones,
do es que «nuestra vida está escondida con Cristo en Dios». Os podría,
al hacer balance, en sus fiestas patrióticas, sienten el deber de recono-
en fin, completar estas noticias diciéndoos que este «servidor de la vida
de las siete fuentes» extrajo todo su manantial, paradójicamente, de su cer públicamente la entrega total de muchos soldados anónimos hasta
«muerte», de su Muerte-Vida, ya que, como dice la secuencia de Pas- dar la vida. Encienden para ellos una llama plural y simbólica en un ce-
cua, «una vez muerto el Rey de la vida, ahora reina vivo». menterio sin nombres. Es como si se proclamara que, sin ellos —artesa-
nos del valor humilde y oculto—, no se habría podido conseguir ningu-
Pero hay algo más. Este Jesús de la Vida, al irse a los cielos, a todos na victoria. En múltiples ocasiones, acontecimientos e instituciones, só-
nos transformó en «servidores de la vida»: «Id por todo el mundo y pre- lo es posible funcionar a base de voluntariado anónimo.
dicad el evangelio...». Y el «evangelio», no lo olvidemos, es la Palabra.
Pero la Palabra «hecha carne», hecha obras, ya que «obras son amo- Por ahí va la fiesta de hoy. La Iglesia que, a lo largo del año, en días
res...». estratégicos del calendario, conmemora y nos pone delante la figura de
Se extrañaba Julián Marías, no hace mucho en Pamplona, diciendo un mártir excelso, de una insigne doctora, de un penitente de excepción,
que los misioneros de ahora andan muy preocupados de «llevar la cul- nos dice, de pronto: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día
la fiesta de Todos los Santos». Es como si se nos dijera: aunque se trata
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de «una muchedumbre inmensa imposible de contar que pertenecen a toda
raza, pueblo y nación», su gesta no la podemos callar. Son «paisanos en Conmemoración de los fíeles difuntos (A-B-C)
su rincón», que, a lo largo de su vida no pretendieron hacer «cosas extra-
ordinarias» sino hacer extraordinariamente «las cosas ordinarias». Son se-
guidores fieles de aquellos versos que dice Ignacio de Loyola a Javier en LA DAMA DEL ALBA
«El divino impaciente»:
¡Qué impresionantes «El séptimo sello» de Ingmar Bergman! Aquel
«No hay virtud más eminente caballero que regresa de «las cruzadas» vuelve hundido, amargado por
que hacer sencillamente la experiencia de la guerra y las calamidades sufridas. Para colmo, en
lo que tenemos que hacer. momentos críticos de su camino de regreso, en paisajes siempre desola-
El encanto de las rosas dos, se le aparece la Muerte, en una figura negra y espigada que produ-
es que, siendo tan hermosas, ce en el espectador un escalofrío. Como el caballero no quiere morir,
no conocen que lo son». juega con la Muerte al ajedrez, inventando nuevas jugadas —¿os acor-
dáis?— para ir retrasando el «jaque-mate» que la muerte le tiene plan-
Todos los componentes de esa «inmensa muchedumbre» han tenido teado.
en común tres cosas: He ahí el tema. El hombre no quiere morir. Ni tampoco pensar en
1. Oyeron la voz de Dios y la siguieron. Esa es la primera condición que tiene que morir. El individuo de todos los tiempos, con los medios
del seguidor de Cristo. Responder a esa llamada que, «de mil formas de que dispone, trata de ganar jugadas a la muerte. ¡Ya que tiene que
distintas», a veces muy pintorescas y extrañas, siempre dice lo mismo- llegar, que se retrase lo más posible! En los tiempos actuales, más que
«ven y sigúeme». Es decir: «pon tu mano en el arado y no vuelvas tu vis- nunca. Son tantos los adelantos de la ciencia en pro de la salud y tantos
ta para atrás». los medios de divertirnos, que nos agarramos a ellos desesperadamente,
tratando de «evadirnos» y no pensar en esa realidad.
2. Le siguieron en la variedad. Cada uno a su estilo y en su peculiar
circunstancia. San Pablo explicó muy bien que «los miembros del cuerpo Pero esa realidad está ahí. Alejandro Casona, en «La tercera palabra»
humano son muchos y todos distintos». Añadió que a cada uno le corres- describió hermosamente la historia de un joven que va creciendo solitaria
ponde una función, diferente de los demás, pero «para el bien común» y salvajemente en el monte. Y, sin embargo, en aquella soledad, en plena
Así, «la mano no puede ser pie; ni el pie, ojo; ni el ojo, etc.». Sería un ca- naturaleza, es capaz de encontrar por sí mismo la verdad escondida en es-
os. Pero, cada cual en su puesto, hace que florezca la «diversidad en la tas tres palabras: Dios, Amor y Muerte.
unidad». Efectivamente, Dios no espera una fabricación estereotipada y Sí. La muerte es una realidad que va creciendo en nosotros. Cabode-
deshumanizada de «santidades en serie», sino edificadas sobre las infini- villa, con esa agudeza y serenidad con que mira las cosas, viene a obser-
tas variantes de los corazones humanos. var que «lo mismo que de una botella medio llena podemos decir que
3. El amor es lo que han de tener todos los seguidores de Jesús en co- está medio vacía», de un individuo «que ha consumido la mitad de la vi-
mún. Este, por amor, seguirá a Jesús por el camino de la pobreza. Ese da, se puede decir que la muerte le llega hasta la cintura». Y añade un
otro, por amor, aceptará la humillación y el desprecio. Aquél se servirá pensamiento bien realista: La palabra «desvivirse» no sólo la podemos
de la enfermedad para ofrecérsela a Dios con amor. El amor a Jesús emplear refiriéndonos al individuo que «emplea su vida en favor de un
pues, ha de llenarlo todo. El amor hará que el hombre viva la imitación ideal», sino que podemos aplicarla —«nos desvivimos»— a cada uno de
de Cristo, que es el único modelo de Santidad. nosotros, ya que «vivir, al pie de la letra, es ir dejando de vivir».
Único modelo, amigos. Dice Cabodevilla: «Es como si la infinita Quizá, al leer mi glosa de hoy, «os estáis entristeciendo como los
personalidad de Cristo, su luz indeficiente, se hubiese descompuesto en hombres que no tienen esperanza». Pues no es ése mi deseo, sino todo lo
el iris esplendoroso y vario de los santos con tanta riqueza y maravilla contrario.
de fulgores». Los textos de la liturgia de este 2 de noviembre, nos presentan un
Hoy es su día. El día de los «soldados desconocidos». Una muche- espléndido horizonte de luz. La Palabra de Dios, sin negar esa realidad
dumbre inmensa... descrita, abre ventanas y realidades ulteriores. Así, comienza por colo-
car en el centro, como causa y razón de esa visión de luz y esperanza, el
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hecho de «la Muerte y Resurrección de Cristo», la cual ocurrió «propter que fueron templos subterráneos en los que Dios se hizo presente entre
nos homines y propter nostram salutem». Admitido ese suceso, las con- el fervor y el peligro. Las basílicas, nacidas con la libertad religiosa, des-
clusiones van saliendo por sí solas: «Si por un hombre vino la muerte, pués de las persecuciones. Las sucesivas manifestaciones del arte —el bi-
por un hombre ha venido la resurrección», dirá Pablo. Y en otro sitio, zantino, el románico, el gótico, el barroco, el funcional— encarnándose
más tajantemente: «Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitare- en la piedra y sembrando el mundo de «casas de Dios». Me gustan las er-
mos». O las consoladoras palabras del mismo libro de La Sabiduría: mitas y las bajeras de las barriadas pobres, convertidas en templo. En una
«La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento. palabra, aunque dijera Isaías que «el cielo es el trono de Dios y la tierra el
La gente insensata pensaba que morían, consideraban su tránsito una escabel de sus pies», me gusta que los hombres hayamos sentido la necesi-
desgracia..., pero ellos están en paz». Conviene leer igualmente «aquella dad de buscar a ese mismo Dios en lugares concretos, hechos a nuestra
voz del cielo» que oyó el apóstol Juan: «Dichosos los muertos que mue- imagen y semejanza.
ren en el Señor, porque sus obras les van acompañando». Y para no
alargar este florilegio, quedémonos con las palabras de Jesús: «cuando El mismo Jesús, hijo de un pueblo que veneraba el Templo, lo visita-
yo me vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que ba con frecuencia. Y así, me conmueve que, recién nacido, igual que a
donde esté yo, estéis también vosotros». mí, sus padres «lo presentaran» en el templo. Me conmueve verle subir
cada año a la «casa de oración», siguiendo la tradición judía. Me con-
Si, impresionaba aquella figura de la Muerte que puso Bergman en mueve que, a los doce años, se quedara en él «porque debía ocuparse
«El séptimo sello». Era un rostro tétrico y blanquísimo rodeado de ne- en las cosas de su Padre». Y me conmueve que un día lo desalojara,
gro por todas parte, un manto negro que caía hasta el suelo. Alejandro porque los traficantes lo estaban convirtiendo en «una cueva de ladro-
Casona escribió un poema dramático sobre la muerte y la encarnó en nes».
una dama dulce, blanca y bellísima. La llamó «la dama del alba».
Pero quiero añadir enseguida que aún defendió, con más ardor, otro
Me gusta más. Mucho más. Porque la muerte en Cristo lleva al cris-
templo. Un día, hablando con la samaritana, aludió enigmáticamente a
tiano al Alba de un Día que no termina. El prefacio de la Misa de hoy
él: «Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en ver-
asegura: «La vida no termina, se transforma».
dad». En otra ocasión, aún más enigmáticamente, dijo: «Destruid este
templo y en tres días lo reedificaré». ¿A qué templo se refería? San Juan
nos aclaró el enigma: «Se refería al templo de su propio cuerpo».
Cuando Pablo irrumpió en el apostolado, explicó de mil maneras esta
bella y misteriosa alegoría cristiana: «¿No sabéis que sois templos de Dios
Dedicación de la Basílica de Letrán (A-B-C) y que el Espíritu mora en vosotros?» Sí, amigos. El cristiano es un «tem-
plo de Dios», un «teóforo», un portador de Dios. Lo mismo que el pue-
blo de Dios peregrinante llevaba el arca de la alianza, el cristiano trans-
«SOIS EDIFICACIÓN DE DIOS» porta por la vida su «propio tabernáculo». Hasta que entre, igual que Je-
sús, «en un tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos de
Mis padres, educadores de mi fe, me enseñaron muy pronto el cami- hombres», según reza la carta a los Hebreos.
no del templo. Recién nacido, allá me llevaron para convertirme en Os digo estas cosas, porque tal día como hoy —9 de noviembre del
«piedra viva» junto a la «piedra angular —Cristo Jesús— sobre la cual 324— los cristianos, después de las persecuciones, dedicaron a «El Sal-
se eleva toda la edificación del Templo Santo del Señor». Desde ese vador» la basílica de Letrán. La edificaron sobre el monte Celio. Es co-
momento, siempre he sabido que, al ir al templo, iba a la «casa de mo la catedral del Papa. En ella residieron los sucesores de Pedro du-
Dios», al lugar del encuentro entre Dios y los hombres. Desde ese mo- rante siglos y en ella tomaban posesión de su cargo. Se la considera la
mento, aprendí gestos y modales: santiguarme, hacer la genuflexión, ha- madre y cabeza de las iglesias del mundo.
blar quedo, rezar... Reconozco que siempre me ha atraído esa compos-
tura exterior, que me flota espontáneamente al entrar en el templo, y En esta época, en que la Humanidad abarrota otros templos —cines,
que se ha convertido en un hábito adquirido. estadios, discotecas...— bueno será recordar la belleza del salmo: «Has-
ta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido: tus altares,
Sí. Me gusta el templo. Me gustan todos los templos. Las catacumbas, Señor de los ejércitos».
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Inmaculada Concepción de María (A-B-C) de «borrar nuestras culpas en la sangre del cordero», de poder aspirar a
«ser perfectos como el Padre celestial», de «no solamente llamarnos, sino
ser de verdad hijos de Dios», de tener, en fin, la suerte de pertenecer a
MARÍA, RECREACIÓN DE DIOS «un pueblo santo, a una nación consagrada, a un pueblo sacerdotal...».
¿Dios lejano y distraído, embebido en su propia contemplación?
Desde muchos ángulos —de la intelectualidad y de la cultura popu- Basta mirar a la Inmaculada para tener certeza de todo lo contrario.
lar— se ha solido lanzar la idea de que Dios, si existe, es un Dios lejano Era conveniente —decuit— que fuera así de «inmaculada» y «llena de
y displicente, totalmente despreocupado del devenir de la historia y de gracia» la que iba a ser la madre del «autor de la gracia». Como era om-
los hombres. Un Dios embebido en su propia contemplación, impasible nipotente, podía hacerla: «potuit». Luego, «la hizo». ¡Sólo faltaba! ¡Fe-
el ademán, narciso hasta el infinito. cit!
Y, sin embargo, a nada que uno profundice en eso que llaman «ópe- Pero que me perdone San Anselmo, porque quiero aplicarme los
ra Dei ad extra», tiene que ir reconociendo a un Dios «preocupado», tres históricos verbos del silogismo a mí. Era conveniente que Dios per-
que «empleó mucho tiempo» —perdonad todos los antropomorfis-
donara al hombre su pecado. ¿Qué es el hombre para que Dios se acuer-
mos— en la tarea de «enriquecer al hombre». Un Dios perfeccionista
de de él? Podía hacerlo, ya que es «dives in misericordia». Luego, se in-
que primero «pensó» las cosas muy bien y, después, las llevó a la prácti-
ventó la Inmaculada.
ca mejor. Y digo estas cosas pensando en María Inmaculada, a la que
hay que contemplar en tres momentos. Admirad y contemplad, por favor, en este día, alguna bella imagen
de la Señora. Y, al hacerlo, considerad por qué bello camino de blancu-
SU PREHISTORIA.—«Dios vio que todo era bueno». Eso va di-
ras nos llegó la Salvación. Eso es la post-historia.
ciendo el Génesis, al hablar de Dios-creador. Buenos eran el firmamen-
to y la luz. Buenos los mares y la tierra. Buenos los animales y plantas.
Bueno el hombre «creado a su imagen». Y buena la libertad, ya que, con
ella, podría también el hombre hacer cosas buenas. Pero ahí estuvo pre-
cisamente el problema, ya que el hombre, acostumbrado a tanta bon-
dad, dejó caer, sobre la blancura de la historia, la mancha de su sufi-
ciencia, contaminándolo todo.
Pues, bien. Pudo ahí haberse roto la baraja. Pero fue justamente al
revés. Ya que, entonces, surgió en Dios —¿Dios displicente?— la idea
de una nueva creación. Pensó en un nuevo firmamento —¡María!— en
el que pudiera «poner su morada» el mismísimo Hijo de Dios, la luz in-
deficiente. Eso quieren decir aquellas palabras: «Pondré enemistades
entre ti y la Mujer...». Ahí comenzó el Adviento. Y luego, «En la pleni-
tud de los tiempos...».
SU HISTORIA.—La conocéis. Bajó el Ángel a Nazaret y pronunció
el piropo de la historia: «Dios te salve, llena de gracia». Es decir, la In-
maculada. Es decir, la re-creación de Dios. Es decir, la «digna morada»
para Aquel que nos traía la «salvación». María, ya lo sabéis, dio su con-
sentimiento. Y, al hacerlo, además de hacer realidad al Enmanuel, dio
ocasión al P. Astete para que escribiera aquel asombroso párrafo que
siempre se nos atrangantaba: «En las entrañas de la Virgen María for-
mó el Espíritu...».
LA POST-HISTORIA.—Somos tú y yo, amigo. La poshistoria es
darnos cuenta de que también a nosotros, por ese Enmanuel que ella
nos trajo, se nos ha dado la posibilidad de «ser santos e inmaculados»,

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CICLO B

1.° Domingo de Adviento (B)

«¿FUMANDO ESPERO?»
Comenzamos un nuevo año litúrgico. Y la Iglesia nos invita a cele-
brar el Adviento. Y celebrar el Adviento es empaparse hasta la médula
de la idea-realidad de la «venida de Dios a nosotros». Una venida que
ya ocurrió hace 2.000 años. Una venida que volverá a repetirse para que
todas las cosas adquieran «sentido». Y una venida, sobre todo, incesan-
te, diaria, abrumadora, que está ocurriendo en mí y en mi entorno, en
los mínimos detalles de mi existencia y en los grandes acontecimientos
de la historia. Sí, Dios está viniendo constantemente. Y esto, amigos,
aunque no sea nada más que por cortesía, mucho más desde otras pers-
pectivas, requiere una actitud sabia de «espera». Pero, ¿cómo «espera-
mos» los hombres?
—Creo que un sector de la Humanidad espera «huyendo». «Tuve
miedo, Señor, y me escondí», dijo Caín después de matar a Abel. «Que
no nos hable Dios que moriremos», decían los israelitas a Moisés. Yo no
sé qué hermano hemos matado ni qué negruras albergamos en nuestro
interior; pero huimos de la luz de Dios, de la llegada de Dios, San Juan
dijo: «Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz». ¿Creéis que sólo se
refería al pasado?
«FUMANDO ESPERO».—Lo cantaba frivola y voluptuosamente
la cupletista famosa. Y creo que ésa es una segunda manera que tene-
mos «de esperar» los hombres: fumando. Es decir, haciendo volutas de
humo, huecas nubes azules, llenas de «nada». El «dol?e far niente» de
los italianos. La superficie de todos los frivolos. Dejar que corran los dí-
as en la más absoluta de las inoperancias. «Aquí me dejó mi abuela,

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aquí me encontrará cuando vuelva». «¿Qué hacéis ahí todo el día ocio- dos, pusiéramos ese esmero en la parcela que nos ha correspondido en
sos?» —preguntaba el «dueño», en la parábola de Jesús. la vida, otro gallo nos cantaría. Cambiaría la vida».
—Otros «esperan, pidiendo plazos supletorios». ¿Os acordáis de «El Hoy me he acordado muy especialmente de él, al repasar las consig-
séptimo sello», la dura película de Bergman? Aquel caballero que vol- nas de Isaías y de Juan el Bautista: «Preparad los cambios del Señor.
vía de las Cruzadas parecía intuir la llegada de Dios a su vida. Pero sólo Enderezad sus sendas».
lo veía en «la Muerte». La muerte es un personaje central en la cinta. Y
así, un día, en la playa blanca y desierta, se pone a jugar nuestro caba- Hace unos días observé aún más atentamente al barrendero. Sopla-
llero una partida de ajedrez con la muerte. Para eso: para pedirle un ba un viento travieso que desparramaba inmisericordemente las hojas
plazo de tiempo, un poco más de tiempo para poder hacer alguna bue- secas que el buen hombre había amontonado. Pues, creedlo, sin ningún
na acción. ¡Somos así! Hay alumnos que, en el mismo momento del gesto de impaciencia ni contrariedad, corría detrás de las hojas, persi-
examen, piden permiso al profesor para «repasar» un poco. Somos de guiéndolas una a una, y volviendo a amontonarlas de nuevo. Era una
esos jugadores que siempre esperan meter el gol del triunfo en los mo- imagen conmovedora y poética. Con su ancho vestido amarillo-butano,
mentos de «descuento», «Vírgenes necias que olvidamos llenar las lám- parecía una inmensa hoja de otoño queriendo abrazar y cobijar todo
paras». aquel enjambre alborotado de hojas otoñales. Mi barrendero es alto y
—Pero hay también «otro modo de esperar»: «saliendo al encuentro espigado, joven y ya maduro, serio, y con un marcado perfil ascético. Y
del que viene». Es entonces cuando el Adviento adquiere todo su dina- hoy, como os digo, al escuchar a Juan, me he acordado de él. Porque lo
mismo. La vida se convierte en un «ir hacia Dios» que, a su vez, «Vie- que pregonaba Juan es eso: que «barramos los caminos por los que sue-
ne hacia nosotros». Adviento puro y completo. Cita de enamorados. le venir el Señor».
San Juan de la Cruz es el inefable representante de esta inquieta «es-
Esa es la gran lección, no lo dudéis, de la liturgia de este domingo.
pera»:
El hombre, en su aventura individual, en su dimensión social, en su
«Buscando mis Amores trascendencia religiosa, constata a cada paso que se va llenando de múl-
iré por esos montes y riberas; tiples hojas secas, de constante barro acumulado, de baches peligrosos.
ni cogeré las flores, Dejar que nuestros caminos «hacia dentro» o «hacia fuera», es decir,
ni temeré las fieras, hacia nuestro personal perfeccionamiento o hacia las exigencias de
y pasaré los puentes y fronteras». compromiso que tenemos con los demás, se vayan deteriorando y ensu-
Así, así. Sin que nos distraigan «las flores», sin que nos asusten «las ciando, es vivir de espaldas a la «venida del Señor». «No barrer bien los
fieras», que siempre acechan. Sin que sean un obstáculo «los puentes y caminos» es pecado contra la urbanidad, contra el civismo y contra el
fronteras». Toda la atención puesta en «buscar» al Señor que viene, que «cuerpo místico de Jesucristo».
«está a la puerta». Eso es el «Adviento». Y eso es la Religión. Luego se Somos «barrenderos de los caminos del Señor», no hay que olvidar-
canta: «Que mi amado es para mí, y yo soy para mi amado». lo. Se nos ha encomendado la limpieza de nuestra vida y el embelleci-
miento del mundo: «Una tierra nueva, unos cielos nuevos». Hay, ade-
más, campos muy concretos que, en algunas épocas, parecen estropear-
se muy especialmente. Es necesario cuidarlos.
Eso quería decir, Jesús cuando afirmaba: «Dichosos los limpios de
2.° Domingo de Adviento (B) corazón, porque ellos verán a Dios». Eso ha querido decir la ascética
cristiana de todos los tiempos, cuando nos ha enseñado que, para llegar
a Dios, hay que recorrer tres vías, la primera de las cuales se llama
COMO EL BARRENDERO «purgativa», y pretende «limpiar, barrer a fondo» todo lo que esté man-
chado en nuestro camino hacia Dios. Eso es lo que ha querido decir la
Os haré una confidencia. Me entusiasma el barrendero que trabaja Conferencia Episcopal en su documento «LA VERDAD OS H A R Á
en la zona donde yo vivo. No sé cómo se llama ni poseo ningún dato de LIBRES» sobre «la moralidad pública». Eso es, en fin, lo que ha queri-
él. Simplemente le observo. Y es tal el esmero que pone al barrer las ca- do matizar nuestro obispo, hace unos domingos, en su carta titulada:
lles y aceras que, más de un día, me he dicho a mí mismo: «Si yo, si to- «Por la zafiedad a la corrupción». Sí. Es necesario barrer todo lo que

llo 117
desdice e impide que «caiga el rocío de lo alto y que las nubes traigan al ro mensaje de Jesús, puede quedar velada la luz verdadera entre nues-
Salvador». tros escenarios y cortinajes.
Yo no sé si el barrendero de mi calle es creyente o no. No sé si sabe POR DEFECTO.—Podemos también pecar por defecto. Si pensa-
siquiera qué quiere decir «adviento». Pero os aseguro que, a mí, me ha mos demasiado que «Jesús lo es todo y yo no soy nada», que «El es la
ayudado a comprenderlo un poco mejor. luz» y yo un «cero a la izquierda» y, además, opaco, puedo caer en la
vagancia, en la tranquila desgana, en el abandono más irresponsable,
en el colmo de los colmos que es la «no correspondencia a la gracia»
de nuestra indudable vocación profética. Peligroso puede ser construir
una homilía retórica y altísima, y «soltarla» de memoria. Pero más peli-
groso será no prepararla y no reflexionar sobre los textos sagrados que
3.° Domingo de Adviento (B) tengo que proclamar y servir. Erróneo puede resultar dictar unas nor-
mas «de libros» y «de carrerilla», sobre conducta humana, a los hijos.
Pero más erróneo será creer que la moralidad y la conducta van a sur-
gir en ellos «por generación espontánea». Tan eclipse de la luz puede
JUAN NO ERA LA LUZ, SINO LA VOZ ser el querer reinventarlo todo, basándonos en nuestra «reconocida sa-
Juan «no era la luz, sino testigo de la luz». ¡Y bien que se lo sabía! piencia y experiencia», como ir a la catequesis, o al ambón, o al diálogo
Por eso, cuando los fariseos, entre asombrados y curiosos, le pregunta- con los hijos, «tanquam tabula rasa», a lo que salga, echando al azar los
ron «tú, ¿quién eres?», él les dijo: «¡La voz!» ¡Bien poca cosa! ¡Puro so- dados al aire.
nido, aire, caja de resonancia, instrumento, pregón de Alguien cuya si- Juan sabía que «no era la luz». Por eso decía: «Yo no soy el Mesías».
lueta él trataba de bosquejar y anunciar! ¡Papel de paso! ¡De entrada y Pero también sabía que no podía cruzarse de brazos ante la continua
salida! Por eso, añadía: «Detrás de mí viene uno que es mayor que yo, al llegada del Señor, sino que tenía que anunciarle. Y por eso decía: «Soy
cual yo no soy digno de desatarle las sandalias». ¡Actor secundario, por
la voz que clama...». ¡La voz! Y... ¡qué voz!
tanto, de ésos que hacen «mutis por el foro», cuando llega el Protago-
nista.
Yo no sé, amigos, si hemos llegado a calibrar toda la hondura y ejem-
plaridad de la figura de Juan. Pero creo que su vigor y su humildad ha-
cen de él, el modelo perfecto. El cristiano consciente de su ministerio
profético, tiene que «anunciar a Jesús». Pero, tratando de evitar, como 4.° Domingo de Adviento
Juan, dos extremos: uno, por exceso; y otro, por defecto.
POR EXCESO.—El padre que sabe que «es el primer educador en
la fe de su hijo», el catequista, el predicador, anunciamos a Cristo, qué DADME UN PUNTO DE APOYO...
duda cabe. Pero se me ocurre que podemos caer, más de un vez, o en el
divismo, o en la escenografía desorientante. En el divismo, si nuestro tes- Hemos leído y comentado tantas veces el pasaje evangélico de hoy,
timonio de Cristo se apoya «en palabras y posturas de sabiduría dema- hemos admirado tanto la frescura del lienzo de Fray Angélico en su
siado humanas». Si nuestros argumentos parten con exceso del conven- Anunciación, que quizá nos hemos «acostumbrado al suceso». ¿Que el
cimiento de que «yo soy el maestro», el que «enseña», por lo tanto, lo Ángel Gabriel fue a una doncella de Nazaret y le anunció que iba a ser
que yo diga «veritas est». Si, en una palabra, no pienso que yo también la Madre de Dios? ¡De acuerdo! ¿Que María contesto: «He aquí la es-
debo ser evangelizado, catequizado, alguien que ha de dejarse inundar clava del Señor; hágase en mí...»? ¡De acuerdo! Y nos damos por ente-
por la luz. Y podemos caer también en la escenografía distrayente. Bien rados.
están, por supuesto, los signos y los símbolos. Bien están todos los me- Pero ¿no hay nada más? ¿Ahí termina nuestra reflexión?
dios audiovisuales y de comunicación. Pero uno tiene la sensación de
que, con tanto montaje y proliferación de «cantos nuevos», tanta repre- Dejadme que os lo diga. Se trata del acto de fe y confianza más
sentación escénica y desfile de participantes, puede diluirse el verdade- grande que se haya podido dar en una criatura humana. Daos cuenta.

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Así, de buenas a primeras, a esta doncella, «que no va a conocer varón», ¿Más claro aún? Adviento es confiar en Dios que viene «¡O EM-
un ángel le dice: «Concebirás en tu seno al Hijo del Altísimo». Ese Hijo MANUEL!» Y después, salir por ahí, al aire y al sol, cantando: «En
«reinará en la casa de Jacob para siempre», puesto que «su reino no ten- Dios pongo mi esperanza y confío en su palabra». Sí. Las antífonas de la
drá fin». Y todo esto sucederá «por obra del Espíritu Santo, que te cu-
«o» destilan esperanza.
brirá con su sombra». Así. Palabra tras palabra, como quien no dice na-
da.
Creedme. Lo normal, lo lógico, es que María hubiera contestado:
«No entiendo nada. Estoy hecha un lío. Camino por un valle de tinieblas,
por tanto, renuncio».
Sagrada Familia (B)
Pues, he ahí la maravilla. «María se turbó», eso así. Pero, después, di-
jo: «He aquí la esclava del Señor. Fiat». Lo repito. Se trata del acto de
confianza más grande que haya podido hacer una criatura humana.
«UNO PARA TODOS Y...»
Vosotros lo sabéis. Vivimos en un mundo, en el que se nos educa para
la desconfianza. «No te fíes ni de tu padre», solemos decir. Y una vez oí a «Uno para todos y todos para uno». Ese era el juramento de lealtad
un padre que se lo decía a su propio hijo, ante mi asombrada tristeza. que se hacían «los tres mosqueteros» en la famosa novela de Dumas. Y,
en todas sus aventuras, allá estaban: como una pina. Ayudándose y al
Y en ésas estamos. Desconfiamos de la Naturaleza, que es imprevisi- quite.
ble y arrolladora, con sus tormentas y sequías, con sus fieras y sus seís-
Pero, muchos siglos antes, hubo «otros tres mosqueteros» que, en
mos. Desconfiamos del hombre, que se vuelve ladrón y violento, que
los mil episodios de su aventura humano-divina, practicaron ese lema
asesina y pone en marcha los terrorismos más increíbles, que se vale de
con todas sus consecuencias. (Y que Dios me perdone la osadía de la
la droga y los negocios sucios para desequilibrar las economías, aumen-
tar las injusticias y llenar la vida de enfermedades, divisiones e inseguri- comparación, porque me estoy refiriendo a la Sagrada Familia.)
dades. Hoy andamos todos preocupados con el tema «familia». Unos, la
condenan hasta pedir su muerte. Otros, la exaltan hasta el infinito. Los
Desconfiamos de todo: lo moderno y lo antiguo, lo natural y lo arti- primeros dicen que la familia es la que crea, ya en embrión, las aliena-
ficial, lo tecnificado y lo caduco. Ese es el «clima». ciones, esclavitudes, discriminaciones y ansias de poder o mando del fu-
Pues, verdlo. María, que no entendió casi nada, se fió. Hizo vida en turo hombre. Los segundos, propugnan un modelo de familia único, in-
sí lo que más tarde diría Pablo: «Yo sé muy bien de quién me he fiado». variable, tradicional, válido para todas las épocas, en el cual sigan impe-
rando las costumbres y «modus vivendi» del pasado.
Esa es la lección del evangelio de hoy. El hombre «necesita un pun-
to de apoyo, para mover su mundo». Ese punto es tener «Alguien» en ¿Qué pretende la Iglesia, cuando, apenas nacido el Niño, quiere que
quien fiarse y «desde el cual» poder llevar la confianza a los demás. Ne- miremos a la Familia Sagrada, a la familia de Nazaret?
cesita convencerse de que «en Dios vivimos, nos movemos y existimos». Creo, amigos, que siempre hay que distinguir el «fondo» de la «for-
Que «no ocurre nada sin licencia del Padre celestial». Que todo nuestro ma». No hace falta ser perito en sociologías y antropologías para saber
jadeo y ajetreo ocurre siempre en la geografía providente e inabarcable que, por simple evolución de la historia, la familia ha ido transformán-
de las manos de Dios. Y que, eso «aunque caminemos por un valle oscu- dose en cuento a su «forma». Primero, existieron los «clanes», formados
ro, ningún mal debemos temer». por vínculos de consanguinidad. Después vinieron familias de «no con-
sanguíneos» pero en régimen de clan. Con la revolución burguesa, la
Pero, además, debemos llevar la confianza a los demás. María, pareja con sus hijos busca autonomía fuera del clan, aunque sigue sien-
una vez que se abandonó con su «hágase en mí» en las manos de
do fuertemente patriarcal y numerosa. La revolución industrial trajo
Dios, se salió de sí misma y se llegó a la montaña, a llevar a su prima
una familia nuclear urbana, menos numerosa y más dependiente de la
los frutos de su confianza. Por eso, su prima la saludo así: «Dichosa tú,
sociedad. Finalmente hoy, la familia se ha hecho pluriforme y movida,
porque has creído».
con la paulatina promoción de la mujer, las libres opciones de los hijos
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al trabajo, el estudio y las diversiones, con el consiguiente vaivén de ho- estilo de Jesús: «El que se humilla será ensalzado.» Segunda, la de Naza-
rarios y estilos. Es decir, ha sido la «forma» de la familia, su realización ret: un Dios manifestado en el silencio, el trabajo diario y el amor res-
cultural, la que ha evolucionado. Pero la Iglesia, al hablarnos de la Sa- petuoso hacia los suyos; descubriéndonos así que la tarea de nuestra re-
grada Familia, no quiere proponernos un modelo antropológico deter- alización personal está en el «día a día» callado y fecundo. Tercera, la
minado: la de los tiempos de Jesús, María y José. Sino el «clima» que en epifanía a los magos, como estrella que quiere guiar los pasos de todos
ella reinaba, el secreto y la fórmula de su funcionamiento perfecto. Fór-
los hombres, como esperanza que hay que cultivar en medio del desier-
mula y secreto que no es otro que el «uno para todos y todos para uno».
to. Y por fin, hoy, la manifestación en el Jordán, en el umbral de la vida
Slogan que tiene dos interpretaciones que se complementan.
pública, como Palabra Eterna, que se hace «mensaje a los hombres»:
Una. Cada uno ha de pensar en, hablar con, y trabajar para todos. «Escuchadle».
¡Qué conmovedor resulta ver a María, que, unida a José, estaba pen-
—Y, ¿qué quiere decir «escuchadle»?
diente del niño: «Tu padre y yo, con dolor, te buscábamos»! ¡Qué her-
moso contemplar a José desvelado por María y Jesús: «Tomó al Niño y He aquí una buena pregunta. Porque el hombre tiene siempre la
a su madre»...! ¡Qué estremecedor el vivir de Jesús de Nazaret: «Bajó a tentación de «oír como quien oye llover», de «ver y oír, pero... callar»,
Nazaret y les estaba sumiso»! ¡Mucho me temo que los componentes de es decir, de «acostumbrarse» a unas determinadas fórmulas y ritos, pero
la familia de hoy no estamos en ese «uno para todos», sino en «vivir ca- sin hacerlos «vida», de «escuchar la Palabra», pero «sin ponerla en
da uno su vida». Y eso, amigos, se llama «egoísmo». Y el «ego» es el obra».
que engendra todo lo que mina la familia: el autoritarismo, el divorcio, Y esa es la llamada de hoy. En la epifanía del Jordán, Cristo, al so-
la infidelidad, el aborto... meterse al bautismo de penitencia «pasando por uno de tantos», es
Y dos. Hemos de trabajar «todos para UNO». Así con mayúscula. No inundado del Espíritu y recibe el gran respaldo de lo alto: «éste es mi
es mala cosa eso de vivir el propio rol familiar —padre, madre o hijo— Hijo, el Amado. Escuchadle». Y esa escena gráfica, con esa voz tan con-
como el mejor modo de «dar gloria a Dios». Ya que El no ha querido tundente, nos invita a unos serios planteamientos: «¿Cómo es mi acti-
otra cosa que salvarnos a todos: «Uno para todos». ¿Verdad que, así ex- tud de «escuchar» a Jesús? ¿Qué es para mí el bautismo? ¿Acaso, un
plicadas las cosas, me perdonáis que me haya acordado de «los tres mos- nuevo lavatorio de penitencia, como el del Jordán? ¿Quizá, una bella
queteros», al hablar de la Sagrada Familia? tradición heredada, ocasión para una fiestecilla familiar? ¿Un salvocon-
ducto espiritual, «por si acaso»?
Nuestra diócesis acaba de publicar, como servicio pastoral, un librito
de reflexión y trabajo: «EL BAUTISMO, iniciación de la vida cristia-
na». Ya, desde las primeras páginas, nos descubre que hemos sido bau-
Bautismo del Señor (1.° Tpo. Ordinario) (B) tizados «en el nombre del Señor». Enseñándonos así que no es una con-
fesión de nuestros pecados, sino «una confesión en Jesús como Mesías»,
una «opción por El». Y que, de esta «opción por El, arranca todo. En
primer lugar, nuestro «morir con Cristo para sepultar al hombre viejo y
«¿QUIERES SER BAUTIZADO?» resucitar con Cristo para renacer a una vida nueva». Lo cual se expresa-
ba bellamente en el antiguo bautismo de inmersión. En segundo lugar,
Aunque el hombre tenga la sensación de caminar en «el silencio de
nuestra incorporación y pertenencia al pueblo de Dios, ya que «fuimos
Dios», la verdad es que Dios ha conseguido con el hombre un proceso
bautizados en un solo espíritu para formar un solo cuerpo». Y, en tercer
de manifestaciones y epifanías. San Pablo, en frase que se ha hecho cé-
lugar, como consecuencia de esta incorporación, «nuestro vivir cristiano
lebre, dijo: «En muchas ocasiones y de distintas maneras se manifestó
en comunidad». Lo cual supone tres cosas: la «escucha de la Palabra de
Dios antiguamente, por los profetas. Últimamente lo ha hecho por medio
Dios», haciéndola proclamación y vida; la «celebración de nuestra fe»
de su Hijo». Y la liturgia de este tiempo quiere concretarnos algunas de
por medio de la oración comunitaria y personal, convencidos de que
estas epifanías.
Dios es nuestro «¡Abbá, Padre!»; y finalmente, el «ejercicio de la cari-
Primera, la de Belén, en el asombro del «Dios hecho niño», «verbum dad» en las mil formas de compromiso testimonial que se irán presen-
caro factum est». Indicándonos desde el principio una línea básica del tando.

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A todas estas cosas nos lleva el bautismo, amigos. Todo eso quería
tianos, «pasan» de muchas cosas, entre otras de la «demonología», que
decir la voz que se oyó sobre Jesús en el Jordán: «Este es mi Hijo, el
tienen por una ciencia de la Edad Media, resulta que no se ponen en
Amado. Escuchadle».
verificar la «denominación de origen» de la «dicha» que se les ofrece. Y
así, no se dan, no nos damos cuenta de que es muy distinta la felicidad
que prometes Tú, Señor, desde tu montaña —«dichosos los pobres, por-
que de ellos será el Reino de los cielos» etc...,- que la que ofrece artera-
mente el tentador desde todos los espejismos del desierto: «Dichosos
los que tienen, y los que pueden, y los que se alimentan de placer» etc.
1.° Domingo de Cuaresma (B) Ya lo dijo alguien: «El mayor triunfo de Satán es habernos convencido
de que no existe».
Es curiosa la constante paradoja que se da en nuestra vida. El mis-
«BAJO EL SOL DE SATÁN»
mo creyente que reza cada día: «no nos dejes caer en la tentación, y li-
Así tituló Bernanos una de sus novelas. Pero no sólo en ella, sino en brarnos del mal», ese mismo creyente se resiste a creer que vivimos
muchos de los atormentados personajes de toda su obra, nos enseñó el «bajo el sol de Satán». El mismo nombre que se horroriza ante los ma-
ilustre escritor francés que la presencia del Maligno es una constante en les de su entorno —¿cómo explicar las injusticias sociales, la lujuria de-
la vida del hombre. satada, el terrorismo, las guerras, sin la presencia de Satán?—, ese mis-
mo hombre se rasga las vestiduras cuando los obispos denuncian la in-
Tú, Señor, al establecer «tu Reino» entre nosotros, no quisiste ser moralidad pública. Amigos, entramos en la cuaresma. Es tiempo de se-
una excepción; también quisiste hacerlo «bajo el sol de Satán». La carta guir a Jesús camino del desierto, aceptando la prueba que nos llevará a
a los hebreos hace una manifestación estremecedora: «No tenemos un la Pascua. ¿Seremos tan ingenuos de pensar que no necesitamos el con-
sumo sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras debilidades; al sejo de Jesús: «Vigilad y orad, para no caer en la tentación»?
contrario, como semejante nuestro, fue tentado en todo, pero sin peca-
do». Que no queden dudas, pues: «Fuiste tentado en todo». Y la página
del Marcos de hoy, no sólo alude a «tus tentaciones», sino que nos pre-
senta al «tentador»: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto... donde se
dejó tentar por Satanás». Es decir, por una parte te inundó el Espíritu,
como lo proclamó la «voz del Jordán»: «Este es mi Hijo, el predilecto».
Pero, por otra, quisiste caminar «bajo elsol de Satanás».
2.° Domingo de Cuaresma (B)
Dios y Satán. El bien y el mal. La luz y las tinieblas. El trigo y la ci-
zaña. No son una simplificación ligera. Son las dos llamadas que resue- ¡EL REY DE LAS MONTAÑAS!
nan tercamente en el interior misterioso del hombre y que, a la vez, le
activan desde el exterior. Y, sin querer caer en peligrosos maniqueís- Algún misterioso hechizo ejercían las montañas sobre Jesús. Algún
mos, queda claro que el hombre está ahí, en esa encrucijada, teniendo acicate suponía en su andadura. O quizá era simplemente un símbolo
que confesar a cada paso como Pablo: «No hago el bien que quiero, sino que El utilizaba para estimularnos en nuestro camino hacia lo Alto.
el mal que no quiero». Porque, como dice el mismo Pablo, «llevamos en
Y es que la montaña curte a los escaladores, les obliga al sacrificio y
la carne un ángel de Satanás que nos apalea». Seguramente por eso, Tú,
la superación, templa su ánimo, y les descubre horizontes increíbles,
Jesús, que, por una parte decías: «el Espíritu del Señor está sobre mí» y,
tanto delante de sus ojos como en su propio interior. Por eso, Jesús su-
por otra, «fuiste al desierto para ser tentado», nos advertiste: «Hay dos
bía a las montañas. Para brindarnos desde ellas caminos hacia «lo tras-
caminos: uno, estrecho, que conduce a la salvación; y otro, ancho, que
cendente», para enseñarnos a trabajar en nuestra propia «transfigura-
lleva a la perdición». ción».
Y ésa es la gran cuestión. El hombre moderno, conocedor de todos
Hoy el Evangelio nos cuenta con detalle su «transfiguración» en el
los sibaritismos del día, anhela como nunca «gozar», «vivir la vida», «ser
Tabor. Ocurrió ante el asombro y el gozo de Pedro, Santiago y Juan
feliz». Como, por otro lado, ese mismo hombre, incluidos muchos cris-
que quisieron perpetuar el momento: «¡Qué bien estamos aquí!» Pero
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me apresuro a deciros que Cristo no fue el escalador de una sola mon-
taña. Subió a muchas. Y «puntuó» en todas. Podríamos llamarle «el 3.° Domingo de Cuaresma (B)
Rey de las montañas». Y si recorréis conmigo esta especie de «guía de
montañismo de Jesús», veréis que lo que se desprende de todas sus es-
caladas es siempre lo mismo: una invitación a bellas «transfiguracio- EL GRAN TEMPLO DEL MUNDO
nes», la nuestra y la de los demás.
Desde mi niñez aprendí a amar tu templo, Señor. Cuando apenas,
—El monte de la Cuarentena.—El Djebel Garantal. Es un monte ári- sabía distinguir las cosas, mi madre me enseñó a diferenciar «tu casa»,
do, inhóspito, gredoso. A su planta se ve el mar Muerto, todo lleno de que es «casa de oración», de las otras casas del pueblo. Con esa admi-
sal, asfalto y azufre, semejando una lámina grisácea. A este monte —lo ración hacia tu templo he vivido. Y cuando el párroco de mi pueblo,
veíamos el domingo pasado—, subió Jesús para ser tentado por Sata- hace unos días, me mostraba en un elenco de diapositivas las mejoras
nás—. No parece por tanto una escalada «gloriosa». Es más bien una realizadas en la iglesia en que me bautizaron, los dos vibrábamos en si-
página de humillación. Pero, ¡ojo!, que este Jesús que se deja tentar tan lencio.
descaradamente, nos está predicando que la victoria sobre la tentación Sí. «Tu casa es casa de oración». Y cuando veo que las gentes entran
es también «camino de transfiguración». Pablo hablaba de «sacar pro- en ella frivolamente, «como Pedro por tu casa», y hacen pintadas grose-
vecho en la tentación». ras, y cometen vandalismos en sus fachadas o vidrieras, comprendo el
«celo que te devoró» y te llevó a empuñar el látigo.
—El monte de las bienaventuranzas.—He ahí otra cumbre desde la
que se nos propone «resplandecer como el sol y como la nieve». En efec- Pero cualquiera de los evangelios que nos propone la liturgia de hoy
to, la puesta en marcha del «sermón de la montaña» y la aceptación del nos advierte una cosa. Que haya «otros» templos, igualmente sagrados,
que es necesario reconocer, admirar y venerar.
espíritu de «las bienaventuranzas» han sido y serán siempre la receta in-
falible de la verdadera transfiguración del hombre y de la Humanidad. El Primero. El templo de «tu» cuerpo. «Destruid este templo y en tres dí-
hombre que se decide a vivir «con amor» la pobreza, la mansedumbre, la as lo reedificaré», dijiste tras la expulsión de los mercaderes. Te referías
aceptación del dolor, la persecución, etc., se «transfigurará» e irradiará a Ti, mismo. Pero nadie se dio cuenta de que «en Ti habitaba la plenitud
luz a los demás. Las gentes de su lado dirán «¡Qué bien estamos aquí!». de la divinidad» y de que Tú «eras la Palabra, y que la Palabra era Dios,
y que la Palabra está en Dios». Nadie. Ni los judíos, ni los apóstoles. Ni
—El monte Calvario.—¿También es «un Tabor» esta montaña? la Magdalena «que te lavó los pies y te los ungió para la sepultura». Ni
¡También, amigos, también! Es verdad que el Jesús de la cruz, como di- las gentes «se quitaban las sandalias al acercarse a Ti», porque no se da-
jo Isaías, «parece más un gusano que un hombre; no hay en él belleza al- ban cuenta de que eras «tierra sagrada». Ni tampoco los que «taladra-
guna». Pero ésa es precisamente la paradoja del Calvario: «Por la Cruz ron tus manos y tus pies» se dieron cuenta que destruían «tu templo».
a la Luz». San Juan de la Cruz, especialista en oscuridades y muertes, Segundo. El templo de «mi» cuerpo. Porque ésa es otra. Yo también
escribió: «aunque tinieblas padezco —en esta vida mortal —no es tan soy templo de Dios. No son hipérboles de poeta calenturiento. Un día
crecido mi mal —porque si de luz carezco —tengo vida celestial». En- realizaste en todos los hombres una inconmensurable transustanciación:
tendéis por qué Pablo exclamaba: «¿Dónde está, muerte, tu victoria?». «Lo que hagáis a uno de mis hermanos, a mí me lo hacéis». Desde en-
—La montaña de la Ascensión.—Es el trampolín hacia todas las tonces, yo sé que «quien a mí me desprecia, a Ti te desprecia», etc. Pero,
además, los que por el amor te hemos aceptado, somos «casa de Dios»:
«transfiguraciones». La de Jesús y la nuestra. La de Jesús, porque, en
«Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos una
ese momento salta «a aquella gloria que tuvo desde el principio», ya que
morada en él». Por eso, Pablo se extrañaba: «¿No sabéis que sois Tem-
nunca dejó de ser «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios plos de Dios?» (Tengo miedo, Señor, de que el mundo no quiera ente-
Verdadero». Tabor definitivo, pues, y completo. Y la nuestra porque en rarse de estas cosas y no quiera comprender que todas las violencias
esa montaña se nos dijo: «Id y predicad... bautizando...». Es decir, trans- contra el hombre —todas—, son profanaciones de «tu templo santo»).
figurándonos y transfigurando el mundo con la luz de su Palabra y con
—Y otro templo más: el del mundo. Las bóvedas son el firmamento.
la vida de sus sacramentos. ¿Qué os parece, amigos, este «rey de mon-
El sol, la luna y las estrellas son el sistema de iluminación. Las naves es-
tañas»? tán formadas por la inmensa y variada geografía terrestre. Y el habitan-
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te invisible y omnipresente de este templo eres Tú, «Señor, Dios de los Y Jesús —punto primero—, sin excesivas contemplaciones, situó la
ejércitos. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria». conversación en un plano inesperado: «No podrás entender el Reino de
Y me pregunto: ¿Por qué destruimos también este templo del mun- Dios si no renaces de nuevo». (Ahí te les veas, Nicodemo. Tú has ido a Je-
do? ¿Por qué lo desertizamos con nuestros inventos nucleares y quími- sús con el bagaje intelectual de las viejas leyes rabínicas, con los argu-
cos, con nuestras guerras absurdas, con nuestras contaminaciones increí- mentos sabios de tu razón, con tu experiencia de la vida. Pero, ya ves, de
bles, con nuestra despreocupación por la naturaleza, con nuestro no en- pronto te dicen que para llegar a la «verdad» eso vale poco, y que «es ne-
tender que «cuando algo se quema, algo tuyo, Señor, se quema»? ¿Por cesario renacer de nuevo». Lo mismo le ocurrió a la samaritana que se
qué no pensamos que todos nuestros desmanes contra la ecología son sentía segura en el pozo de Jacob: «El agua que yo te daré hará crecer en
profanaciones de tu «gran templo del mundo»? ti un manantial que salte hacia la vida eterna». También tus compañeros
de secta, tan enamorados de su templo, escucharon decir a Jesús: «Des-
Hoy quiero, Señor, quedarme rezando tu salmo: «Los cielos procla- truid este templo (?) y lo levantaré en tres días». Cosas parecidas oyeron
man la gloria de Dios y el firmamento la obra de tus manos». Después los comensales de la multiplicación de los panes: «Os daré a comer mi
leeré a Panero: «Tú, que al tocar las estrellas, las haces palidecer de cuerpo; os daré a beber mi sangre». ¿Qué quería decir? ¡Era un lenguaje
hermosura; Tú, que mueves el mundo tan suavemente, que parece que insólito, ya lo ves, Nicodemo! ¡Ahí te las veas con ese «renacer»!).
se me va a derramar el corazón...». ¡Qué gozada! Por eso —punto segundo— preguntaste: «¿Cómo puede ser eso?» Y
Jesús te lo fue explicando: «Hay que renacer por el agua y el Espíritu.
Porque lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del espíritu, es es-
píritu». (Ya lo ves, Nicodemo. No sólo existe la vida material, en la que
«se nace, se crece y se muere». Hay otra vida superior, a la cual «se na-
ce», en la cual «conviene crecer», y sobre todo se puede «sobrevivir», ya
4.° Domingo de Cuaresma (B) que se trata de «vida eterna». ¿Lo entendéis, Nicodemo?).
Y —punto tercero—, ese «renacer» supone «morir» de alguna mane-
ra, dejar atrás nuestros esquemas y suficiencias humanas, y unirnos por
«EN UNA NOCHE OSCURA...» la fe a Aquel que, con su muerte, nos trajo esa Vida: «El Hijo del Hom-
bre tiene que ser elevado, para que todo el que crea en El, tenga la Vida».
«En una noche oscura, con ansias en amores...». No. No parece que (Tengo una curiosidad, Nicodemo. También en aquella «otra no-
fuera un itinerario místico de amor el que recorrió aquella noche Nico- che» repentina, que surgió a la hora de nona de la cruz, saliste tú de ca-
demo al buscar a Jesús. Pero las palabras de Jesús que hoy leemos, y sa con José de Arimatea «para pedir el cuerpo de Jesús y enterrarlo». Al
que son el final de aquel largo coloquio —«lo mismo que Moisés elevó descolgarlo, ¿te acordaste de lo que El te dijo: «El Hijo del Hombre tie-
la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, ne que ser elevado para que... tengan vida»? Más claramente: tu curiosi-
para que todo el que crea en El tenga Vida Eterna»—, denotan que Ni- dad intelectual desde «la noche oscura» ¿se convirtió, al fin, en camino
codemo, por un proceso de curiosidad intelectual, o por un toque de la místico hacia «la Luz y el Amor»? ¿Quedó ya «tu casa, sosegada»?
«gracia», empezó a caminar «desde la noche» hasta el océano insonda-
ble de la Luz.
Juan tiene un especial cuidado en resaltar eso: que «un hombre prin-
cipal de los judíos vino a Jesús "de noche"». ¿Qué quiere decirnos?
¿Quizá que eligió la noche por mera precaución, para que no Te vieran 5.° Domingo de Cuaresma (B)
otros fariseos? ¿Acaso que buscó la noche, por ser más propicia para un
encuentro profundo, lento, sin interrupciones? ¿O, simplemente, que
Nicodemo «vivía en la noche», y, al saber de Jesús, intuyó que junto a
El podría llegar a «la Verdad»? Eso parecen indicar sus palabras: «Ra- LA MUERTE TENIA UN PREMIO
bí, sabemos que vienes de Dios, porque nadie puede hacer esos signos «El que no sabe morir mientras vive, es vano loco: morir cada hora
que Tú haces». Lo cierto es que ahí empezó todo.
su poco es el modo de vivir.
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Vivir es apercibir el alma, para tener la vida muerta al placer y
muerta al mundo, de suerte, que, cuando llegue la muerte le quede po- cedió el Nombre-sobre-todo-nombre». Sí, la muerte de Jesús tenía un
co que hacer. premio: el más grande.
Igual que el sol hay que ser que, con su llama encendida, va, acaban- Seguramente ahora entenderéis por qué he empezado mi glosa di-
do y renaciendo de tantas muertes, tejiendo la corona de su vida. Por ciendo: «El que no sabe morir, mientras vive, es vano loco: morir cada
hora su poco, es el modo de vivir...».
eso busco el sufrir, para, como el sol decir que de la muerte recibo nue-
va vida y que si vivo, vivo de tanto morir».
La cita es larga y pertenece a una obra en verso de nuestro teatro de
principios de siglo. Pero, si la transcribo es porque retrata el mensaje de
la liturgia de este domingo.
No creo que los protagonistas del teatro de las últimas décadas, ni Domingo de Ramos
en general la literatura actual, presenten programas con esa doctrina.
Al contrario, en esta época del confort y del hedonismo, creo que, des-
de todas las plataformas laicas, se nos predica el disfrute de todos los EL ARTE DE LLEVAR LA PALMA
placeres por medio de todos los sentidos: «sáciate, pínchate, póntelo,
fúmalo, pruébalo...». «Domingo de Ramos». Ya tengo mi palma preparada. He ensayado
también un festivo «Gloria, laus», adecuado para tributarte «gloria y
Pero ya digo. Si releéis las lecturas que hemos hecho esta cuaresma, honor a Ti, Rey de Israel, qué vienes en nombre del Señor». Y presiento
veréis que esa filosofía de llegar «a la Vida por la cruz» es una constan- que van a ser muchos los que, desde una fe más o menos actuada, van a
te cristiana. Para muestra, el botón del evangelio de hoy. sumarse a la tradicional procesión.
De entrada, hay una frase de Jesús que podría desconcertar: «Ha lle- Pero no quisiera quedarme yo en el folclore, en el puro recuerdo de
gado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Al leerla, pu- algo que «un día» pasó. Porque la liturgia, inmediatamente después de
diéramos pensar: «Cristo, como nosotros, lo que quiere es la dicha». Pe- la procesión, casi bruscamente, proclama la «Pasión del Señor». Y eso,
ro, si seguís leyendo veréis que el «itinerario de la dicha» de Jesús rom- amigos, como dice Machado en aquel verso, «es algo perfectamente se-
pe todos nuestros esquemas. Escuchad: «Si el grano de trigo no cae en rio». Es ponernos delante la paradoja inmensa de aquel día; que, mien-
tierra y muere, no da fruto. Pero si muere...». Más: «El que se aborrece a tras el pueblo aclamaba espontáneamente al Señor, un complot de diri-
sí mismo, se salvará para la vida eterna». También: «El que quiera se- gentes maleaba —hasta conseguirlo— al pueblo, para que pidiera su
guirme, que tome su cruz y que me siga...». crucifixión.
¿Qué es esto? ¿Se trata de un masoquista que va a la muerte incons-
Y, además, «es algo perfectamente serio», porque esa paradoja no
cientemente, por fatalismo, con mentalidad estoica del «dolor por el do-
fue equivocación de «un día». Es «la historia de nunca acabar». Se po-
lor»? No, amigos. En la carta a los Hebreos, que también leemos hoy,
dría decir, que igual que repetimos la eucaristía porque El dijo: «Haced
se nos dice: «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágri-
esto en memoria mía», también re-vivimos y recrudecemos su Pasión,
mas, presentó oraciones y súplicas a quien podía salvarle de la muerte».
¡como si también nos hubiera dicho: «Hacedla en memoria mía»!
Lo que pasa es que El sabía una cosa. Y es que el pecado del hom-
bre, su desvío, tenía un precio. Un precio terrible: su sangre y su muer- —Pero, «¿quién es la víctima?», preguntaréis. ¡Ay, amigos! que no
te. Y esa muerte, a su vez, tenía un premio. Un triple premio. Primero, os suene a canción repetida. Sería pecado de «lesa frivolidad». Porque
el Amor a su Padre, «haciendo su voluntad»: «Se hizo obediente hasta la la víctima es la larga lista de los que, mientras unos triunfan, gozan y se
muerte y una muerte de cruz». Segundo: amarnos a nosotros, proporcio- enriquecen, ellos caen en las garras de la droga, la explotación, la mar-
nándonos, con su muerte, la Vida verdadera, la dicha: «Llevado a la ginación, el paro o la soledad. Son también los que, por las causas que
consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor sean —¿es muy genérico decir «por el pecado de origen»?— nacen «es-
de salvación eterna». Y tercero: su propia voz del cielo: «Lo he glorifica- trellados» y no «con estrella». En fin, aquellos, a quienes, en la vida, les
do y volveré a glorificarlo». Ved igualmente lo que recuerda Pablo con toca siempre «bailar con la más fea».
palabras impresionantes: «Por eso, Dios lo levantó sobre todo, y le con- Enfoca bien la vista a tu lado, amigo, y verás qué pronto distingues
el rostro doliente de Cristo crucificado, que se perpetúa. Y, si sigues
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profundizando, comprobarás que tú y yo estamos «dentro» de la Pa-
sión. Cada uno hemos escalado una vereda de primaveras diciendo que
—Unas veces, entre las víctimas, sufriendo. ¿Con El, en El y por «la vida es bella». Y cada uno también, de pronto, nos hemos encontra-
do en una niebla de tristezas, quebrantos y soledades. Añadid el despo-
El? jo que hacen los años... Y entenderéis al poeta: «Todo el mundo es oto-
—Otras, entre los indiferentes y los cínicos. ¿Te acuerdas de aquellos ño, corazones desiertos..., palomares vacíos de las blancas palomas que
que meneaban la cabeza y decían: «A ver si viene Elias a librarlo»? Po- anidaron ayer». Sí, con los años, después de combatir en mil batallas,
demos ser de ésos. De los que hacen risa de la religión, de la Iglesia y de hacemos el recuento de las «bajas» y nos llenamos de melancolía; acaso,
los que luchan por el Reino. ¿No estamos asistiendo, acaso, a una cons- de desolación.
tante «caricatura» contra la fe y la moral?
Pero, ¡ojo!, yo no quería salpicaros de pesimismo. Al contrario. Esta
—Podemos ser de los cobardes que huyen. El evangelio, refiriéndose noche he leído muy atentamente los textos litúrgicos. Y muchos de mis
a los apóstoles, dice: «Abandonándole, huyeron todos». ¿Y nosotros? «cables cruzados» se han puesto en orden. Os subrayaré algo:
¿No te parece que, de una Iglesia «triunfalista», hemos pasado, en los
últimos tiempos, a un cristianismo «timorato» y «contemporizador», en EL SEPULCRO VACIO.—He aquí una primera realidad reconfor-
el que andamos acobardados a la hora de «exponer la verdad», que tante. ¡Qué malo hubiera sido que María Magdalena hubiera descorri-
«nos hace libres»? do la piedra y hubiera embalsamado a Jesús! A estas horas sus seguido-
res, si quedábamos, estaríamos diciendo: «Ni contigo, ni sin ti, tienen
—Podríamos ser «dréneos» y «Verónicas». ¡Quién lo duda! Gracias mis males remedio». Pero, no. Encontró el sepulcro «vacío». Y tuvo
a Dios, en nuestra abotargada y fría sociedad, se dan gestos limpios de que comprender que sus ungüentos eran regalos inútiles, alivios ridícu-
amor y de entrega. Existen personas, cuyas «corazonadas» salvan al los para un cuerpo inmortal. «¡No estaba allí! ¡Había resucitado!» Allá
mundo de muchas bajezas. Llevan grabado en su corazón el rostro do- sólo estaban las reliquias de la muerte: «unas vendas, un sudario».
liente del Cristo-Universal y ayudan a llevar la cruz, de muchas mane- Constataciones de un dolor superado y redentor. Agua pasada. Bande-
ras, a otros. ras de la muerte, humilladas por el huracán de la Vida.
—Podemos, en fin, ser de «los que aclamen al Señor». Con cantos, Por eso, comprendió —y nosotros con ella— muchas cosas. Por
himnos y palmas. Pero el arte de llevar la palma consiste, ya lo sabéis, ejemplo:
en «reconocerlo» y «testimoniarlo», en «encarnarlo en nuestra vida», en 1.° Las sagradas escrituras.—«Era verdad», dijeron los de Emaús. Y
contagiarlo a los demás con nuestra fe. Es menester que lo hagamos. «era verdad» es lo que nos vemos obligados a decir todos los que cree-
Porque «si no lo hacemos, hablarán hasta las piedras». (Sí, voy a esfor- mos.
zarme en llevar con dignidad mi palma). Y nos referimos a todo lo que anunciaron los profetas, a todo lo que
predijo Jesús. Desde entonces, el creyente sabe que la muerte y resu-
rrección de Jesús son el broche final de toda la obra salvadora de Dios.
La Creación, el pecado, las vicisitudes del pueblo de Israel, la Encarna-
ción, la Cruz..., encuentran su culmen en la «Resurrección». ¡Aleluia!
2° Comprendemos también «nuestra incorporación a Cristo». San
1.° Domingo de Pascua (B) Pablo lo pregona en la segunda lectura de hoy: «Si hemos muerto con
Cristo, también viviremos con El, pues sabemos que Cristo, una vez re-
sucitado, ya no muere más...». Lo dice de mil maneras: «Si nuestra exis-
tencia está unida a El en una muerte como la suya, lo estará también en
«LA PRIMAVERA HA VENIDO» una resurrección como la suya». ¡Aleluia, Aleluia!
3.° No ha lugar al pesimismo.—Efectivamente, vistas desde esta pa-
No hace falta ser profeta, ni experto en sociologías y sicologías, para
norámica, todas las tristezas y quebrantos que el hombre va acumulan-
reconocer que la vida del hombre es un tejer y un destejer, una línea as-
do, todas las enfermedades y soledades, todas las incomprensiones y
cendente de ilusiones y proyectos, y otra descendente, en la que todos frustraciones, empiezan a «tener sentido». Si al final de la vida el hom-
terminamos cantando aquello de «las ilusiones perdidas, hojas son, ¡ay! bre tiene la sensación de que todo se le vuelve «otoño», con la resurrec-
desprendidas, del árbol del corazón». ción de Jesús, tiene la certeza de que todo es primavera. Eterna prima-
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vera. Los árboles del «cielo nuevo y la tierra nueva» que ya no acabarán. todos los disparates que se te ocurrieron. Eso es lo que solemos hacer
Antesala del «séptimo día». O mejor, amanecer del Día Primero. Día todos cuando aquello que más queremos presenciar, al fin ocurre, y no-
sin ocaso. Ocasión propicia para escuchar a Pablo: «Ya que habéis resu-
sotros... ¡de infantería!
citado con Cristo, buscad los bienes de arriba». Y volver a cantar: «¡Ale-
luia, aleluia, aleluia!» Tercero.— «Señor mío y Dios mío».—Pero lo que de verdad me en-
tusiasma de ti, y me enternece, y me llena de envidia, son las palabras
que tú, «estando con ellos», pronunciaste, «a los ocho días»: «Señor mío
y Dios mío». Son las palabras de un verdadero creyente. Son la llegada
y entrega de alguien que ha recorrido un difícil itinerario de fe. La ren-
dición incondicional de un luchador que se humilla sin condiciones. Son
2.° Domingo de Pascua (B) palabras que tienen el mismo carisma que el «Qué quieres, Señor, que
haga» de San Pablo o aquellas de San Agustín: «¡Qué tarde te conocí,
hermosura siempre antigua y siempre nueva!» Son la oración-síntesis
de un alma orante. Porque contienen sobre todo, el reconocimiento de
ME CAES MUY BIEN, TOMAS que, sin Jesús, no podemos nada de nada.
A mí, qué quieres que te diga, me caes muy bien Tomás. Quizá sea «¡SEÑOR MIÓ Y DIOS MIÓ!» ¡Qué hermoso ejercicio repetirlas
por la cuenta que me trae, ya que me siento muy retratado en ti. O sim- cuando nos hemos pasado de rosca y deseamos volver al buen camino!
plemente porque comprendo las sucesivas etapas de tu actitud. ¡Qué bello decirlas esas noches que nos sentimos muy cansados y no te-
Ya lo sé desde siempre, y basándonos en las mismas palabras de Je- nemos ganas de hacer una oración larga! ¡Qué oportuno acudir a ellas
sús, te hemos llamado «el incrédulo». Y nos hemos quedados tan an- cuando necesitamos que se nos eche una mano! ¡O cuando la soledad
chos. Pero estoy seguro que el «tono» que empleó Jesús —«no seas in- nos sube por los entresijos del alma envolviendo nuestro corazón en la
crédulo»—, fue un tono afectuoso, de exquisita amistad, con una gota niebla! ¡Qué gratificante, en fin, pronunciarlas cuando queremos reafir-
de ironía. Como si te dijera: «¡Vaya Tomás, te ha tocado sufrir! ¡Lo mar nuestra fe en Cristo resucitado!
siento! ¡Ya pasó todo! ¡Ven a mis brazos, incrédulo!» Por eso, me caes
bien. Y, lo repito, comprendo todos tus pasos.
Primero.— Tu huida.—El evangelio dice sin explicaciones: «To-
más... no estaba con ellos». ¿Habías huido? ¡Qué va, por Dios, que va!
Tú, simplemente, no podías soportar la chachara de tus compañeros 3.° Domingo de Pascua (B)
que repetían y repetían: «Y ahora, ¿qué hacemos?» Empezaba a inva-
dirte una agobiante claustrofobia entre aquellas paredes. Y abriste la
puerta y... saliste. Sin más. Para llorar a solas. Para seguir dando vueltas
en tu cabeza a los recuerdos. Para tratar de reconstruir, sobre el propio TUS SIGNOS SON TU CONTRASEÑA
terreno, los pasos de Jesús. Para tratar de entender cómo lo pudisteis
dejar tan sólo. No. Tú no huíste. ¡Señor Resucitado! Te necesitábamos así: deshaciendo dudas, infun-
diendo ánimos, recordando cosas, y, sobre todo, repitiendo «gestos». Sí.
Segundo.— Tu rabia.—Lo tuyo no era falta de fe. Lo tuyo era «ra- Repitiendo gestos de tu etapa anterior. Para que, los que tendemos a
bia». (Y perdona que interprete así tus famosas palabras: «Si no meto «huir hacia Emaús» a las primeras de cambio, podamos reconocerte,
mis dedos en las llagas... no creo».) Eso era rabia. Una rabia infinita y como aquellos discípulos «al partir el pan».
terrible. Una gran contrariedad. Y tus palabras fueron como esas pata- Necesitamos que «nos enseñes tus manos y tus pies, para que veamos
letas que hacemos todos, cuando todo nos sale mal. ¡Sales un momento que eres tú en persona». Necesitamos verte «sentado a nuestra mesa co-
a rumiar las cosas con más sosiego, con más intensidad, y ¡zas!, en ese
miendo un trozo de pez asado». Así nos convencerás de que «no eres un
momento aparece Jesús. Y, encima, tus compañeros, como chicos con
fantasma ya que los fantasmas no tienen cuerpo y huesos, como tú tení-
zapatos nuevos, te pasan la miel por los labios: «¡Hemos visto al maes-
as». Necesitamos oírte decir: «La paz sea con vosotros, palpad y ved».
tro! ¡Hemos visto al maestro/» Te descentraste, eso fue todo. Y soltaste
Sí. te necesitamos siempre así, cercano, dispuesto a repetir tus gestos
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expresivos cuantas veces sea menester. Te lo diré más claro, Señor: yo
—nosotros— no sabríamos prescindir ya de los «signos», de las «seña- 4.° Domingo de Pascua (B)
les», porque todas nuestra vida ha estado y está tejida de esa mímica
entrañable.
Pienso en mi infancia. Apenas habíamos cenado y ya mi madre se le- «BAILANDO CON LOBOS»
vantaba a llenar una bolsa de agua caliente. Aquel gesto significaba
«cama acogedora, noche confortable». Una vez acostado, ella me daba —Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas y mis ovejas me co-
un beso y apagaba la luz. Yo entendía aquel doble gesto. Quería decir: nocen a mí...».
«cercanía, tranquilidad». Si por casualidad, soñando, tenía pesadillas, el De acuerdo, Señor. Pero, si no te importa, vayamos por partes.
apresurado abrazo que me daba mi madre simbolizaba «la huida de to-
dos los fantasmas». —«TU ERES EL BUEN PASTOR». Eso no lo he dudado nunca. Y,
aunque la teología no me lo hubiera dicho, yo he entendido siempre
Lo mismo pasaba con todos los «gestos» de mi padre. El me llevaba que la única razón de tu Encarnación fue el «amor» y la única finalidad
de la mano a la escuela. Y aquella recia mano y sus pisadas firmes eran de tu muerte en la cruz fue mi «salvación»: liberarme de todo pecado y
«seguridad y garantía». Cuando, por la noche, cogía mis libros y me de toda esclavitud. Tu lo dijiste: «No hay amor mayor que el de dar la
preguntaba mis lecciones, yo entendía que mi padre, por encima de vida por las ovejas». Es un hecho asombroso, pero real. Y San Pablo lo
aquellos textos, quería inculcarme otra más capital escala de valores. Sí. resumía así: «Me amó y se entregó a si mismo por mí». Tú eres, por tan-
Los hombres necesitamos símbolos, porque «acaban realizando lo que to, el BUEN PASTOR.
significan». —«Y CONOCES A TUS OVEJAS». De acuerdo también. «Tú me
Eso es lo que hiciste, después de resucitar, con los apóstoles. Y eso sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento y cuando me levan-
es lo que seguirás haciendo, ya para siempre, con tu Iglesia: repetir tus to». Lo recito constantemente en el salmo. Y lo creo firmemente. Pero
gestos, «mostrarle tus manos y tus pieles», «sentarte a comer con ella un me quedo perplejo entre dos sentimientos. Uno, de alegría. Porque es
poco de pescado». conmovedor que Tú, desde tu atalaya infinita, te entretengas contem-
Por eso, me entusiasma la liturgia de la Vigilia Pascual cuajada de plándome a mí, tal cual soy, y «contando los cabellos de mi cabeza», co-
«signos». Bendecíamos el fuego. Y yo pensaba: «Eso tengo que ser: fue- mo afirmaste del Padre. Y otro sentimiento de confusión. Porque, ante
go, calor, contagio de entusiasmo»; porque «Tú viniste a traer fuego a la esa mirada tuya tan penetrante, no hay disimulos que valgan. Me siento
tierra y lo que quieres es que arda». Pusimos el «cirio pascual» en sitio desnudo, ya que me ves en mi justo tamaño, más bien menguado y des-
preeminente. Y yo renové mi propósito de esparcir esa «luz», porque garbado. Me conoces, por lo tanto. Adivinas en mí, como adivinaste en
«Tú eres la LUZ DEL MUNDO y el que te sigue no anda en tinieblas». Pedro, las veces que te voy a negar. Y sabes, igualmente, que, en mi es-
Leíamos después lecturas y lecturas. Y yo, para mis adentros, decía: «Tu cala y muy difuminadamente, «te amo más que éstos». Bueno, más que
palabra me da vida; confío en Ti, Señor; tu palabra es eterna, en ella es- algunos de éstos. Y eso es precisamente lo que más me confunde. Que,
peraré». conociéndome como me conoces, te sigas fiando de mí.
Después, mientras estrenábamos el agua nueva y hacíamos la litur- —«Y MIS OVEJAS ME CONOCEN A MI». Aquí es donde no sé
gia bautismal, yo me veía inundado por el agua de la visión de Ezequiel qué decirte, Señor. Es seguro que, desde mi infancia, he recibido infor-
y comprendía que «como ciervo corre a las fuentes de agua viva, así mi mación sobre Ti, adaptada, por supuesto, a mi capacidad evolutiva de
alma ha de correr tras de Ti, Señor». Y cuando nos adentramos, por fin, recepción. He vivido, además en un ambiente en el que hablar de Ti era
en la eucaristía y yo tomé el pan y el vino entre mis manos, me daba algo normal. He crecido en los atrios de tu santuario «hablando con los
doctores», como Tú, «a mis doce, quince, veinte años». También me he
cuenta de que empezaba a repetir tu signo más hermoso y definitivo: el
ejercitado en la práctica de ciertos ritos y ciertas leyes. Mi madre me
de «partir el pan», el de reproducir «tu muerte y tu resurrección», el de
enseñó muy pronto a distinguir la señal de los cristianos de otras seña-
saber que «tu carne es verdaderamente comida y tu sangre es bebida», el
les. En ese ambiente he vivido. Pero, me pregunto: «Mi conocimiento
de celebrar que «el que coma de este pan, vivirá eternamente».
de Ti, ¿se ha traducido en un compromiso incondicional o se ha queda-
Sí. Te agradezco todos tus signos. Los necesito, aunque me llames «in- do, un poco, en el terreno de lo teórico? ¿Te sigo porque conozco tu
crédulo», como a Tomás. Tus signos son tu marca de denominación de voz a fondo, o mi conocimiento es tan de libro que, luego, mi segui-
origen. Más que «tus señas», son para mí, tu «contraseña». miento es a lo que salga y con intermitencias?».

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—Y otro pensamiento que aún me confunde más. Tú dices: «Tengo
tual. Ilustres escritores han pasado por el mundo suscitando ilusión y
otras ovejas que no son de este redil, y también tengo que atraerlas». Y
nos han enganchado con el núcleo de su doctrina o la garra de su ex-
me vuelvo a preguntar: «¿Escuchamos los cristianos de hoy estas pala-
bras con inquietud corresponsable? ¿Vamos estando todos —familias, presión. Dicen que la Biblia en general, y los evangelios en particular,
parroquias, colegios, educadores...— mentalizados para crear un clima son el libro más vendido. Son muchos, por tanto, los unidos a Dios, y
adecuado en el que resuene bien tu voz: La mies es mucha y los obreros a Cristo, por este vínculo intelectual. Pero tengo para mí, Señor, que,
pocos? ¿Vamos buscando, como más de una vez nos ha indicado nues- cuando tú dices: «permaneced en mí», no te contentas con esta adhe-
tro pastor, el encuentro y el diálogo personal con los posibles vocacio- sión meramente doctrinal. De no sé qué escritor francés leí que había
nados para hacerles ver que aquello que sienten puede ser una llama- escrito páginas bellísimas sobre la eucaristía; pero que «no comulga-
da?». ba».
Y yo, desde mi silueta personal —y tú..., y tú...—, ¿voy respondien- 2° Unión de la voluntad y el amor. Hay personas que se hacen
do con concreción y entrega a la parte que se me ha dado en ese bello amar. Y hay vicisitudes y contingencias en la vida de algunos seres que
pastoreo? Más aún, en esta época de desconcierto y río revuelto ¿estoy
nos impulsan a quererlos. Así, dar un «pésame» o una «felicitación»
aprendiendo a «bailar con lobos», si preciso fuera, es decir, a «ir dando
pueden ser ya diferentes maneras de estar junto a las personas. Hoy es-
mi vida por las ovejas», para que se formen «un solo rebaño y un solo
tá de moda la palabra «solidaridad». Y de verdad que existen seres con
pastor?».
los que hay que solidarizarse, aunque no sea nada más que por lo dura-
mente que les ha tratado la vida.

3.° Pero el «permaneced en mí» de Jesús se refiere a una unión más


honda y profunda. Es una unión interior, vitalista, que pone en marcha
5.a Domingo de Pascua (B) toda la teoría de los vasos comunicantes. Unos vasos comunicantes que
ponen en circulación, desde «la vid», que es Jesús, hasta «los sarmien-
tos», que somos nosotros, esa realidad espiritual, transformante y divina
que llamamos «gracia» y que nos capacita para producir «frutos de vi-
«AL QUE A BUEN ÁRBOL...» da».
El hombre, esta criatura débil que soy yo, sabe, desde su instinto y Es una unión que comprende en sí las otras uniones: la del pensa-
su razón, que, para hacer algo, necesita también apoyarse en algo. Ó miento, por la que aceptamos «la Palabra»; la de la voluntad, por la que
mejor: en «alguien». Desde la pragmática filosofía popular se nos ha di- amamos a alguien al cual llamamos «Corazón de Jesús, muy digno de
cho: «Al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija». Y la pro- ser amado», y ésta de la «savia interior que nos une a la vid» y que nos
pia experiencia, al descubrirnos la limitación de nuestras fuerzas, nos proporciona el agua de la verdadera fuente: «que bien sé yo la fonte do
demuestra que necesitamos ayuda: apoyarnos, cobijarnos, entroncar-
mana y corre»... decía emocionado Juan de la Cruz, «aunque era de no-
nos, injertarnos...
che...».
De esto nos hablar Jesús hoy: «Yo soy la vid, vosotros los sarmien-
tos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece unido San Pablo estaba tan conmovido con este misterio de nuestra inser-
a la vid, así vosotros, si no permanecéis en mí». ción en Cristo, que, al explicarlo, agota todas las imágenes: «vestirnos
De «unión con Cristo» se trata, pues, amigos. De una unión que de Cristo», «Vivir en Cristo», «comulgar con Cristo», «injertarnos en
puede tener, escalonadamente, diferentes grados. Cristo», «ser Cristo», «estar en Cristo...». Y no contento, se pone a decir-
nos que «somos un cuerpo, en el que El es la cabeza y nosotros los
1.° Unión de tipo intelectual. Nos gusta tu doctrina, Señor. Y tu
miembros». Y, rizando el rizo, todavía añade: «Vivo yo, pero no yo, sino
pensamiento. Hay muchos que se han acercado a ti por la belleza de
Cristo en mí».
tu evangelio, por la coherencia de tu mensaje, por la grandeza de tu
doctrina sobre el amor. Sí, existe la atracción del pensamiento intelec-
Resumiendo: «Sin El, ¡nada!».
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6.° Domingo de Pascua (B) do de la salud. Que defendamos con urgencia todo lo que favorezca una
vida sana y erradiquemos todo lo que la pueda dañar. Que sepamos
asumir, en fin, cuando llegue el caso, la enfermedad y el dolor, sabiendo
SALUD SE ESCRIBE CON MAYÚSCULA que pueden convertirse en trampolín de una salud superior.
Y, dentro de este clima, la Pastoral Sanitaria nos plantea unos serios
«La mejor lotería es la salud» —solemos decir resignadamente el día
interrogantes: «Nuestra sociedad, que va alcanzando cotas insospecha-
22 de diciembre, después de comprobar que el «gordo» ha pasado de
das en el campo de la salud, ¿cómo puede ver con indiferencia el avan-
largo por nuestra casa. «¡Ay, la salud! ¡No nos damos cuenta de lo que
ce de la contaminación, la droga, el alcohol o el desmadre de la veloci-
vale hasta que la perdemos!», decimos otras veces. Sobre todo, cuando
los achaques van ganando batallas en nosotros. Y es verdad. La salud es dad en las carreteras?» Si afirmamos, todos, que queremos «la Paz»,
un don inestimable, único, más valioso que las perlas. ¿cómo no nos esforzamos más en ese primer peldaño de la convivencia
ciudadana respetuosa, sin atentar contra la ideología, la religión, los
Jesús apostó fuerte por la salud. Y mil vicisitudes de su vida pública bienes de los demás? Y, si queremos la salud plena y verdadera, ¿por
se inscribieron rompiendo lanzas contra la enfermedad: «al atardecer le qué no nos acercamos a Jesús, que empieza por darnos la salud del al-
traían los enfermos y El les curaba de sus enfermedades», afirma el ma —«perdonados sean tus pecados»— y termina curando nuestras en-
evangelio. Pero la salud, para Jesús, abarcaba varios niveles: fermedades, o enseñándonos a llevarlas con elegancia y gallardía?
1.° El nivel físico. Las enfermedades del cuerpo. Paralíticos, lepro-
sos, ciegos, sordomudos..., eran la cohorte constante que le asediaba. Y
Jesús se dejaba querer: «No son los sanos los que necesitan médico sino
los enfermos». Su objetivo no fue, sin embargo convertirse en un médi-
co rural, un cirujano ambulante. Seguramente muchos se fueron de su
lado sin recobrar la salud. Pero lo cierto es que se acercó a los enfer- Ascensión del Señor (B)
mos, convivió con ellos, se solidarizó con sus dolores.Y, lo que es más,
«asumió nuestros dolores». Ya que, una noche, pasó a engrosar el nú-
mero de los «heridos». Unas heridas de las que ya no se repuso. Le lle- ¡USTED TIENE LA PALABRA!
varon a la muerte.
2.° El nivel psíquico. ¿No habéis observado esa «obsesión» con la Cuando Lucas empieza a escribir los Hechos de los Apóstoles, sien-
que se acercaba a todos?: «La paz sea con vosotros», repetía. Sabía que te la necesidad de comunicar, a «ese ilustre Teófilo», que él ya está
muchos de los sufrimientos del hombre nacen de la perturbación de la cumpliendo el mandato de Jesús: «Id y proclamad...». Por eso, dice: «En
conciencia, de ese desequilibrio que existe en el hombre entre lo que mi primer libro escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando...».
debe hacer y lo que hace, de nuestra falta de coherencia. Y Jesús aquie- Es decir, Lucas entendió que los cristianos no podemos «quedarnos ahí
taba a los espíritus atormentados: «No temas, soy yo». Tengo para mí plantados, mirando al cielo». La Iglesia no puede ser extática, contem-
que muchos trastornos psicológicos, que antes encontraban su terapia plativa, añorante de sucesos pasados, conservadora y cerrada. Tiene
adecuada en el confesonario, andan hoy «por ahí...»., buscando otras te- que abrirse y extenderse. Tiene que poner todos los medios a su alcance
rapias. para sembrar la semilla de Jesús en todos los campos: «Seréis mis testi-
gos en Judea, etc».
3.° La salud del alma. Hasta ahí quería llegar: «Yo he venido para
que tengan vida y la tengan en abundancia». Recordad. Le traían un pa- Y es hermoso constatar que los primeros cristianos así lo entendie-
ralítico y le decía: «Tus pecados son perdonados». Antes de dar vida a ron. Una vez recibido el Espíritu, se convirtieron en un río impetuoso,
sus piernas, quería poner en movimiento su alma. portador del mensaje de Jesús: «No podemos menos de predicar todo lo
que hemos visto y oído». Y aunque encontraron obstáculos peligrosos,
La Pastoral Sanitaria, en el «día del enfermo», quiere recordarnos su fe y su valentía lo fueron venciendo todo: «Es necesario obedecer a
estas cosas. Y nos dice que el papel de la Iglesia ha de ser el mismo que Dios antes que a los hombres».
el de Jesús, ya que «Jesús es la salud». Con este fin manifiesta bien cla-
ramente sus objetivos: Que todos tomemos conciencia del valor y senti- Y esa es la verdad. Aunque en la Iglesia se han agazapado muchas
cobardías, fallos y contradicciones, lo cierto es que ha ido poniendo en
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acción el bello programa que Pablo dictó a Timoteo: «Predica la pala-
bra a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda pacien-
Pentecostés (B)
cia y deseo de instruir...». Y eso, amigos, es muy hermoso.

Hace unos días celebrábamos la jornada de los medios de comunica- «NI DECIR JESÚS»
ción social. Recordábamos que la Iglesia ha ido dando la bienvenida
siempre a esos medios. Y así es. A Fulton Sheen le gustaba explicar que el Espíritu Santo es el «al-
ma» de ese cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Porque, al principio, sólo existía «la palabra». La palabra limpia y Un cuerpo, por muy perfectamente que esté constituido, por mucha
clara, puro fonema salido de la criatura-hombre. Pero la palabra de la que sea la perfección de sus miembros, si carece de un principio vital
madre en casa, y del maestro en la escuela, y del sacerdote en el pulpito que los una, de nada vale. Hoy se conocen exhaustivamente todos los
fueron portadores, mil veces, del mensaje de Jesús. componentes químicos del cuerpo humano. Pero, a pesar de ese conoci-
miento, ningún científico puede unir todos esos elementos en su labora-
Vino, después, la palabra escrita. Y la Iglesia hizo el apostolado de torio, dotándoles de vida. Haría falta para ello ese principio que llama-
la prensa, del buen libro, de la editorial religiosa y estimuló al escritor mos «alma».
que supo escribir desde la óptica de la fe. Recientemente ha muerto
Así pasaba con todo aquel organismo que había ido preparando Je-
Graham Greene. Y, al evocar su ilustre figura, hemos repasado toda
sús. Todos los redimidos eran ya los miembros de ese gran cuerpo. Los
una galería de «novelistas católicos» (?) de nuestro tiempo, que, con
Apóstoles venían a ser sus grandes arterias. Pedro era la cabeza. Pero
el telón de fondo del evangelio, han construido sus apasionantes fabu-
todos esos elementos quedaban inconexos sin la presencia del «alma».
laciones.
El Espíritu es el alma de la Iglesia. Jesús lo preparó todo: «Yo rogaré al
Padre y él os dará un consolador y abogado para que esté con vosotros
Vinieron, después, las «ondas» y, más tarde, la «imagen». Es decir, la
eternamente; morará dentro de vosotros». Y todavía más: «Cuando ven-
radio, el cine, la televisión. La Iglesia es la primera que trabaja, y sueña, ga el Espíritu de la verdad, os enseñará la verdad plena».
y exhorta, para que, desde esos medios, con libertad y responsabilidad,
se informe, de forme y se divierta, humanizando al hombre y no deshu- Así sucedió. Con la llegada del Espíritu, tanto los apóstoles, como
manizándolo. En una palabra, los cristianos hemos de seguir en la tarea nosotros, crecieron —crecemos— en una doble dirección: la del propio
que Jesús nos encomendó poco antes de «ascender» a los cielos: «Id y «yo» y la de nuestra proyección dentro de la Iglesia.
proclamad». NUESTRO PROPIO YO.—Efectivamente, gracias al Espíritu, voy
conociendo y desarrollando mi propia vocación. Me doy cuenta de que
Es verdad que, a cada paso, se nos avisa, como en la parábola de Je- soy una criatura tan estimable, que merezco todas las atenciones de
sús, que «la cizaña crece junto al trigo». No es nada nuevo. Ya Pablo le Dios: «5/ alguno me ama, mi padre le amará; y vendremos a él y forma-
advertía a Timoteo: «Vendrá un tiempo en que la gente no soportará la remos una morada en El». El Espíritu me transformará interiormente
doctrina sana, sino que se rodeará de maestros a la medida de sus dese- haciéndome crecer con eficacia. Y, al revés, «ninguno de nosotros es ca-
os». paz de decir Jesús, sin la ayuda del Espíritu». Así de necesario es este
Espíritu en mi vida.
Por eso, no podemos «quedarnos ahí plantados mirando al cielo».
NUESTRA DIMENSIÓN COMUNITARIA.—Muy pronto empe-
O mejor tendremos que «mirar al cielo y a la tierra» a la vez. Al cielo,
zó Pablo a explicar la bella pluralidad que el Espíritu realizaría en la
para «escuchar la palabra» que tenemos que transmitir. Y a la tierra,
Iglesia: «A unos da el hablar con sabiduría, a otros con inteligencia. Uno
para acertar con eficacia en el surco. Dicho «en román paladino»: «A
tiene el don de la fe, otro el de curar, otro el de profetizar, otro el de ha-
Dios rogando y con el mazo dando». Hasta que veamos que «ese Je-
cer milagros». Y, como un prólogo a esta descripción, había dicho:
sús, que se ha ido al cielo, vuelve otra vez de la misma manera a la tie-
«Hay diversidad de dones, diversidad de funciones, pero un mismo Dios
rra». que obra en todos». Y para que nadie se quedara en una mera recepción
individualista del Espíritu, añadió: «En cada uno se manifiesta el Espíri-
¡Usted tiene la palabra!
tu para el bien común».
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Suelen andar remisos muchos cristianos a la hora de sentirse miem-
bros activos y decididos en las tareas del Reino. Alegan la falta de pre- Creo que nos conviene refrescar algunas ideas.
paración o la insignificancia de sus cualidades personales. De este modo 1.a ¿Qué es lo útil? ¿Qué es lo inútil? ¿Podríamos llamar inútiles los
prefieren permanecer en una discreta pasividad, respetuosa y obedien- 30 años del «Deus abscónditus» de Jesús en Nazaret? ¿Son inútiles las
cial, admirando las cualidades sobresalientes de otros. flores que nos regala la primavera? ¿Es inútil esa sonrisa que acabo de
Y, sin embargo, es el Espíritu el que, dentro de cada uno, está dese- ver en el rostro de un niño? ¿Serán, por tanto, inútiles las vidas de estos
ando potenciar nuestras posibilidades, grandes o menguadas, «para bien seres que, como flores de primavera, se abren a la Trinidad? Escuchad
de la comunidad». lo que escribió T. Merton, el fino monje norteamericano: «Hemos sido
Nos conviene pensar eso. Si nosotros no realizamos aquello que se llamados a preferir la gran inutilidad, la aparente improductividad de
nos confió, nadie lo hará. Quizá realicen otra cosa, acaso mejor. Pero sentarnos a los pies de Jesús y escucharle. Estamos llamados a preferir
distinta de la que de mí se esperaba. ¿Recordáis los versos de León Fe- esto a otra vida más productiva. Calladamente afirmamos que hay algo
lipe?: «Nadie fue ayer —ni va hoy, —ni irá mañana hacia Dios —por más importante que hacer cosas».
este mismo camino —que yo voy». 2.a ¿Y la parábola del «tesoro escondido»? El hombre que lo en-
cuentra «vende todo lo que tiene por comprar ese campo». ¿Es que hay
algún tesoro más estimable que «el mismo Dios»? ¿No consiste el pri-
mer mandamiento en «amar a Dios sobre todas las cosas»? El contem-
plativo es el que mejor dice: «Tu rostro buscaré, Señor...». Y de ellos di-
ce el Vaticano II: «Van buscando a Dios en soledad y silencio, en asi-
La Santísima Trinidad (B) dua oración y generosa penitencia y tienen un puesto eminente en el
Cuerpo místico de Cristo».
3.a Dentro de esa dinámica, ningún problema de la Humanidad les
«TU ROSTRO BUSCARE, SEÑOR» resulta ajeno. Y así, mientras nosotros, los que trabajamos en la vida ac-
El día de nuestro bautismo hicimos una declaración de amor. Quie- tiva, hablamos a los hombres «de Dios», ellos hablan a Dios «de los
ro decir que, por el bautismo, acogíamos el inmenso amor que Dios nos hombres». Desde la «soledad», que ellos han elegido, se hacen solida-
tiene y, a la vez, le prometíamos el nuestro. De esta declaración de rios con esas otras «soledades», que nosotros acarreamos sin haberlas
amor nacieron dos entrañables vinculaciones. Una, a la Trinidad sobe- elegido.
rana, ya que nos convertimos en «templos suyos». Y otra, al Cuerpo de 4.a Finalmente, aunque la vocación de los contemplativos no busque
Jesús, como lo dijo también Pablo: «Todos nosotros hemos sido bautiza- directamente el apostolado, su «modo de vida» es apostolado y testimo-
dos en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo». No vivimos,
nio. Con su actitud pregonan que «Dios es más importante que todas las
pues, en soledad. Actuamos «en el nombre del Padre, del Hijo y del Es-
píritu», y somos «miembros vivos del cuerpo de Cristo». cosas». Su apertura al misterio de la Trinidad es una invitación a buscar,
dentro de este mundo materialista, los valores eternos y espirituales.
Ahora bien, en el cuerpo de Cristo «unos son apóstoles, otros, profe-
tas, otros tienen el don de curar...... Pablo se extiende complacido en la
enumeración de los carismas, para destacar su variedad. Pero, en un mo-
mento determinado dice: «Los miembros que parecen más débiles, son los
más necesarios. Y los que parecen despreciables, los apreciamos más».
Quiero subrayar estas palabras, y pienso de una manera especial en 2.° Domingo del T. O. (B)
«los contemplativos», a los que quizá subestimamos y no acabamos de
entender. Ocurre que el hombre de hoy, tan productivo, activo y efica-
cista, tan metido en el ruido y el ajetreo, se resiste a admitir que unos
hombres hechos y derechos, y unas mujeres con su rica personalidad en TU LA LLEVAS
flor, se encierren en la soledad de un claustro, priven a la sociedad de su
A simple vista, el evangelio de hoy me recuerda un poco el juego de
colaboración y talento, y allá se desgasten como lámparas inútiles.
«tú la llevas». Juan impulsa a aquellos dos discípulos suyos y ellos van
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decididos a Jesús. Hablan con El y, enseguida, uno de ellos, Andrés,
siente la necesidad de buscar a su hermano Pedro. Pedro, una vez «to- cia las cuatro de la tarde». Para recordar lo que dijo Juan: que «El es el
cado», acude igualmente a Jesús. Sí, es una dinámica que hace entrar en Cordero de Dios»; y, sobre todo, lo que dijo el mismo Jesús: «Sin mí no
juego a todos. Un evangelio en acción. podéis hacer nada».
Pero hay algo que conviene subrayar desde el principio. No se trata Resumiendo: yo la llevo, tú la llevas, él la lleva. Pero no en una ca-
de un alocado correr por correr. Una especie de carrusel que gira y gira dena humana hacia adelante y sin retorno; no. En esta modalidad que
sin sentido, mientras dure la marcha. Se trata, más bien, de caminar ha- os estoy explicando, cada uno, después de «ser tocado», vuelve a Jesús
cia un «centro», para, desde él, moverse y actuar. De conectar con un y le pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?» Y El le dirá: «Ven y lo verás».
«motor» que genere la energía y el movimiento. De beber «en la fuente
de aguas vivas», para empaparse y desbordarse hacia los demás. De in-
jertarse en «la verdadera vida», porque, sin ella, «todo sarmiento muere
y no vale para otra cosa que para ser echado al fuego».
Porque ya os habréis fijado. Toda la fuerza de ese pasaje nace del 3.° Domingo del T. O. (B)
«encuentro con Jesús»: «Maestro, ¿dónde vives?» Y fue, indudablemen-
te, un encuentro tranquilo, profundo y personal: «Fueron, vieron dónde
vivía y se quedaron con El aquel día».
EN LAS REDES DE DIOS
Daos cuenta. Aunque aquellos discípulos preguntaron únicamente
una circunstancia de lugar —«¿dónde vives?»—, es claro que encontra- Una buena obra literaria —decía el profesor—, ha de constar de tres
ron más: encontraron a alguien. Alguien que arrastraba, como más tar- elementos básicos: exposición, nudo y desenlace. La exposición sirve
de diría Pedro: «¿A dónde iremos, si tú tienes palabras de vida eterna?» para presentar a los personajes, el ambiente, las costumbres del lugar.
Alguien que electrizaba, como confesaron los de Emaús. «¿Acaso no El nudo es el momento en que esos personajes, el protagonista, va en-
ardían nuestros corazones, mientras nos hablaba?» Alguien que trans- trando en algún conflicto, porque ve que unas nuevas circunstancias al-
formaba desde la raíz: «Tú, desde hoy, te llamarás Cefas, que significa teran su vida y le obligan a un replanteamiento de todo. El desenlace es
piedra». Sí. Fue un encuentro personal, íntimo, profundo, transforman- la salida del túnel, la aclaración del embrollo, la toma de una decisión.
te: «Se quedaron con El aquel día». Un encuentro que recordarían
siempre: «Serían las cuatro de la tarde». Me vienen a la mente estas viejas lecciones, al leer el evangelio de
hoy. Allá estaban «Simón y su hermano Andrés echando el copo al lago,
Interesa entender bien este juego del «tú la llevas» a lo divino. Hoy pues eran pescadores». « Un poco más adelante, estaban Santiago y Juan
andamos todos muy preocupados con el tema de la evangelización, por- remendando las redes». Esa era su vida. Noches de brega y de vigilia,
que existen grandes núcleos de paganismo y descristianización, de bau- para poder conseguirse el pescado de cada día. Unas veces el lago era
tizados alejados, de cristianos, otrora practicantes, que hoy viven un generoso. Pero otras, ya lo sabéis: O les alcanzaba una tormenta —«sál-
cristianismo meramente ocasional. Por eso, todos soñamos en acertados vanos, Señor, que perecemos»— o se cerraban las entrañas del lago: «En
planes de pastoral y tratamos de recordar que todos los cristianos esta- toda la noche no hemos conseguido nada». Hasta aquí llega la «exposi-
mos llamados a practicar en este «tú la llevas» de la evangelización. Así, ción». Es como una diapositiva detenida.
van surgiendo, aquí y allá técnicas pastorales actualizadas, con mil pis-
tas y estilos. Nunca como en nuestros días hemos tenido a nuestro al- Pero llegó el «nudo», la aparición de un nuevo personaje que re-
cance tantas ayudas: esquemas y montajes, vídeos y casetes, técnicas de planteaba los hechos de arriba abajo. «Pasando Jesús junto a ellos, dijo:
grupo y especializaciones, libros y libros... Venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Era una propuesta
para una tarea inesperada y desconcertante, muy diferente de la reali-
Pero, convenceos. Una cosa sigue siendo la primera: nuestro en- zada hasta entonces. Una aventura que dejaba al descubierto todos sus
cuentro personal con Jesús. Un encuentro tranquilo, profundo y reflexi- planes de seguridad humana: su trabajo, su casa, su familia, su filosofía
vo, punto de arranque para nuestro juego de «tú la llevas». Una en- del «más vale pájaro en mano que ciento volando».
cuentro al estilo de esos discípulos que «se quedaron con El todo el
día». Y unos encuentros también, entre actividad y actividad, quizá «ha- Y hubo que buscar el «desenlace», hubo que decidirse. El evangelio
es conmovedor en su relato. Refiriéndose a Simón y Andrés, dice: «De-
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jando las redes, le siguieron». Con respecto a los otros, añade: «Dejando Pero está claro que el evangelista Marcos, cuando nos dice que «ha-
a su padre Zebedeo con los jornaleros en la barca, se marcharon con él». blabas con autoridad» y que, «en la sinagoga, todos se quedaron admira-
Así ha funcionado siempre el Reino. En el camino tranquilo y a ve- dos con tu enseñanza», no se refiere a tu «buena oratoria». Se está refi-
ces distraído de los humanos se cruza de pronto la sombra de Dios. O riendo a «la verdad» de tu mensaje, a «tus palabras hechas carne». Y vida.
quizá un fogonazo de su «luz», enfocando horizontes nuevos. Automá- Tengo que comprender muy bien esto, Señor. La fuerza y la garra
ticamente, sobre ese hombre, aparecen unos cuantos interrogantes. ¿Os de mi predicación no pueden basarse en la perfección de una pieza ora-
acordáis de la historia de Samuel, que leíamos el domingo pasado? Allá toria, en la galanura de un lenguaje académico, sino en el «aliento del
estaba él, durmiendo tranquilamente. La voz que escuchó le sumió en Espíritu» que mueva mis palabras y me lleve al testimonio: «No os pre-
el desconcierto, en la duda, en el conflicto. Necesitó la ayuda de su ma- ocupéis de lo que vayáis a decir —afirmaste—, porque el Espíritu pon-
estro para ver con claridad y decidirse a contestar: «Habla, Señor que tu drá palabras en vuestra boca».
siervo escucha».
Tú, Jesús, no hablabas desde la sabiduría «que tenías», sino desde el
No son historias de ayer. Hoy mismo, en el deambular rutinario de tu profeta que «eras». Aunque «eras la Palabra», no pronunciabas «pala-
vida, mientras «echas tu copo al mar», o tu copa en el bar, mientras «re- bras de orador», sino de profeta.
miendas tus redes», o te enredas en otros remiendos, puede cruzarse
Y el profeta no es alguien que repite palabras más o menos sabidas,
Dios. Quizá, como el pequeño Samuel, no caigas al principio en la cuenta
tradiciones más o menos heredadas, siempre inmóviles, paralizadas. El
de lo que te está sucediendo. Quizá, sin despertar totalmente del sueño,
profeta es alguien que ayuda a iluminar los sucesos actuales con pala-
empieces a dar pasos de ciego. Posiblemente, necesitarás también que te
bras que le llegan desde «muy lejos». No es alguien que se limita a repe-
ayude alguien a discernir. Es casi seguro que las redes de tu comodismo,
tir el dogma de los libros, la moral de los libros; la literalidad de la Ley.
de tu miedo a lo desconocido, de tu «más vale pájaro en mano...», se te
Ni se contenta con tener bien alineados muchos libros en los anaqueles
enreden en los pies, entorpeciendo tu decisión. Puede ocurrirte incluso
de su biblioteca. Eso harán los letrados. El profeta es más bien una luz
que se entremezclen en tu mente otras curiosas teorías. Por ejemplo, la
irresistible que trata de hacer ver las «huellas de Dios» en todos los su-
de que «a Dios se le puede servir de mil maneras etc.».
cesos de nuestro entorno. Eso hacías Tú. Y ésa era «tu autoridad».
Pero, por lo que pudiera suceder, vete aprendiéndote este versículo: Cada domingo he de predicar. Cada día he de hablar. Somos «emba-
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Y este otro: «Si hoy escu- jadores de Dios», como dirá Pablo, y «hemos sido elegidos por El para
cháis la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón». que vayamos y demos fruto, y nuestro fruto dure». «No podemos menos,
¡Y es que Dios «nos enreda»! por otra parte, que repetir lo que hemos visto y oído».
Pero si nuestra predicación —y no me refiero sólo al sacerdote, sino
también a los padres, catequistas, educadores, cristianos comprometi-
dos— sólo se basa en la autoridad literaria de la oratoria, y no en la
«palabra encarnada» del profetismo, terminaremos siendo «una campa-
na que suene al viento», como decía Pablo. O peor todavía. Seremos
4.° Domingo del T. O. (B) «un mar de palabras en un desierto de ideas», como se decía de un de-
terminado orador parlamentario.
No estamos llamados a la «palabrería», sino a la palabra. Nuestro mi-
«EL ELOCUENTE ORADOR SAGRADO» nisterio no es la «logomaquia» sino el «servicio al Logos», «servidores
Me entusiasman los hombres que hablan bien, Señor. Siempre he de la palabra», tratando siempre de que «el Espíritu gima en nosotros
admirado a quienes manejan el lenguaje con belleza, precisando las pa- con sonidos inefables». Se nos pide que «purifiquemos nuestros labios y
labras, empleando bien los giros, utilizando argumentos apropiados, nuestro corazón con un carbón encendido, si fuera preciso, como el pro-
sorprendiendo con la originalidad de sus imágenes. Me interesaba el feta Isaías, para poder anunciar digna y competentemente el Evangelio».
«Ars dicendi» en mis años de estudiante. Y disfruto actualmente con la Me gustan, Señor, los hombres que hablan bien. Pero sé también
agudeza de los oradores preparados. que «Tú escondes, a veces, ciertas luces, a la gente sabia e importante y la

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manifiestas a la gente sencilla». Por eso, más que un «elocuente orador madre envejecida educando a sus hijos? ¿Cuánto vale la mano de obra
sagrado», quisiera ser un «mensajero» de Ti, «que tienes palabras de vi- de los que, siguiendo el estilo de Jesús —"haz bien sin mirar a quien"—
da eterna». , pierden sueño y hasta dinero por hacer arte, cultura, beneficencia,
apostolado?»
¿Visteis «El club de los poetas muertos»? Aquel profesor de litera-
tura, frente a un sistema educativo de normas intangibles, aptas para
crear seres de «cartón-piedra», jugó la baza de sembrar poesía, incon-
formismo, lucha contra la rutina, aprovechamiento urgente del momen-
5.° Domingo del T. O. (B) to que se vive, cultivo de la utopía. Quería despertar la sensibilidad de
sus alumnos, el «saber nadar contra corriente», si llegara el caso.
La página evangélica de hoy va por ahí. Es un Jesús incansable, que
«EL CLUB DE LOS POETAS VIVOS»
va poniendo poesía en las cosas y ganas de vivir a todos los más hundi-
La página de Marcos que leemos hoy, viene a ser como una hoja dos. La segunda lectura de hoy va por el mismo camino. San Pablo, si-
arrancada de tu agenda, Señor, la síntesis de una jornada tuya, bien guiendo al único Maestro, y analizando sus afanes apostólicos, se pre-
apretada por cierto. Al terminar de leerla, uno siente el deseo de pre- gunta: «¿Y cuál es mi paga?» Y, con aquella gallarda nobleza que él em-
guntarte: «¿Te cansabas mucho, Señor?». pleaba, se contesta a sí mismo: «Precisamente el dar a conocer el evange-
lio, anunciándolo de balde, ésa.es la paga».
Porque... ¡hay que ver! Estuviste en la sinagoga. Fuiste después a casa
de Pedro, a cuya suegra curaste de la fiebre. Al atardecer, «te llevaron to- Tengo que subrayar muy bien eso, Señor: «De balde». Tú viniste a la
dos los enfermos y poseídos». Los curaste de muchos males, incluso ex- tierra «gratis et amore» a enseñarnos a trabajar «de balde». Tú viniste a
pulsaste demonios. «A las cuatro de la madrugada, te marchaste al des- fundar entre nosotros «el club de los poetas vivos». Bueno, «el club»,
campado, para poder orar». Y, al saber, que «todo el mundo te buscaba», no. Porque la Iglesia es «más que un club». Pero «de poetas vivos». Eso,
dijiste: «Vamos a las aldeas cercanas, para predicar también allí». ¡Así! sí. Y muy vivos.
Pero, si me asombra la «cantidad» de tu tarea, más me conmueve
aún la «calidad» de la misma, esa sobredosis de amor que ponías en to-
do. San Lucas, cuando quiso resumir tu labor, escribió: «Pertransit bene-
faciendo», que puede traducirse: «Pasó haciendo el bien»; o, quizá me-
jor: «Pasó haciéndolo todo bien». Por eso, más que el «multa», me entu- 6.° Domingo del T. O. (B)
siasma el «multum» de tu actuar. Es como si todas tus acciones las em-
paparas en una esencia, intangible pero real, de ternura, dedicación
personalizada y delicadeza. ¡Cómo trataste a la adúltera y a la Magdale-
na! ¡Con qué conmovedora sutileza «te invitaste» a casa de Zaqueo! YO MARGINO, TU MARGINAS...
¡Qué paciencia en tu convivir con los apóstoles, tan atolondrados!
—«El que ha sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y
Y eso es lo que más impresiona en nuestros días. Vivimos en un despeinado, con la barba tapada y gritando 'impuro, impuro". Mientras
mundo pragmático en el que priman la técnica y el poderío energético le dura la lepra, seguirá impuro, vivirá solo y tendrá su morada fuera del
sobre las cualidades humanas. Poco a poco el hombre va siendo una «fi- campamento». (Lv 13, 45-46).
cha», un eslabón «para usar y tirar» de la gran máquina moderna. Así,
Así vivían los leprosos, es decir, los aquejados por diferentes enfer-
el mismo individuo, instintivamente, se parapeta en las reglas del juego
medades de la piel, repugnantes y contagiosas. Eran excluidos de la
y valora su «yo» en términos de rentabilidad: «Trabajo a tanto la hora.
convivencia en sociedad, sin ningún miramiento. Y sólo se les permitía
Mi jornada consta de tantas horas. Las cumplo. Y punto».
que, a gritos y desde lejos, pidieran limosna cuando divisaban un tran-
Y me pregunto: «¿Y la poesía? ¿Y la filosofía sin números de los seúnte. ¡A ver si había suerte y les dejaban algún alimento al borde del
que trabajan sin buscar recompensa? ¿Cómo se paga la entrega de una camino!

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Parece una página sensacionalista de una época pasada, una costum-
bre ancestral de una cultura ya superada. Y, sin embargo, no es así. Vo- evangelio de hoy, subrayo dos actitudes suyas: primera, «tuvo lástima
sotros sabéis que, «mutatis mutandis», siguen existiendo —y permitid- del leproso»; y segunda, «extendió su mano hacia él y le tocó». A lo me-
me la expresión—, «los mismos perros con distintos collares». Nunca jor, si empezamos por «sentir lástima», puede ocurrir que «extendamos
como hoy se habla tanto de los «derechos humanos», de la radical igual- nuestra mano hasta él...». ¡Quién sabe!
dad de todos, de que la más elemental justicia exige la «igualdad de
oportunidades».
Pero del dicho al hecho... Porque resulta que un somero análisis nos
dice que el hombre-individuo, es decir, yo, tú y él, vamos por la vida
«marginando», haciendo nuestra particular «selección de las especies». 7.° Domingo del T. O. (B)
Y la sociedad como tal, lo mismo.
EL HOMBRE INDIVIDUO.—Se podría dibujar, de menor a ma-
yor, un curioso juego de círculos concéntricos. El más pequeño me re- LO INGRESARON POR «URGENCIAS»
trataría a mí en mi infancia, en mi familia. El segundo, en el ambiente
de mi colegio, con mis primeros amigos. El tercero, ya en mi juventud, Así podríamos resumir la llegada de este paralítico a Jesús. Efectiva-
en mis áreas de diversión y de trabajo. El cuarto, en mi vivir ciudadano mente: «Llegaron cuatro llevando un paralítico y, no podían meterlo por
y religioso. El quinto... el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron
Pues, bien, ese análisis me llevaría a comprobar las claras y lastimo- un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico».
sas marginaciones que he ido creando, los «muros de la vergüenza» que Lo dicho. Lo ingresaron por «urgencias». Es lo que parece que se
he levantado a lo largo de mi vida. Sí. Estoy seguro de que, en el exa- hace hoy. Están nuestras clínicas y hospitales tan llenos de enfermos,
men final de nuestra existencia, constataremos que hemos dejado a un que hay que buscar un «boquete» por donde sea.
lado, como a «impuros», a familiares directos, a compañeros y amigos, a
Lo que pasa es que el Señor, «viendo la fe que tenían», puso sin em-
vecinos y conciudadanos, a creyentes que han rezado con nosotros al
bargo la atención en «otra urgencia» que a El le debía parecer mayor: la
mismo «Padre nuestro que estás en el cielo...».
parálisis del espíritu, que, causada por el pecado, va invadiendo poco a
¿Por qué motivos? ¿Cuál ha sido su lepra? Uno quisiera encontrar poco la vida de todo el hombre. Por eso, ante la admiración de unos y el
unos móviles serios y contundentes. Y, en vez de ello, mucho me temo escándalo de otros, dijo. «Tus pecados quedan perdonados».
que solamente hallemos las normales dificultades de toda convivencia:
No se despreocupó, no, de la parálisis física de aquel hombre. Al
las diferencias de carácter y de opinión, las habituales discusiones en
contrario, hizo que aquellos miembros volvieran a la agilidad y al movi-
que no se miden las palabras, el orgullo nuestro de cada día, etc. etc.
miento. Pero quiso dejar bien claro que la «salvación» que El venía a
LA SOCIEDAD.—Y si, como individuo, compruebo con vergüenza traer no se quedaba únicamente en la parte corporal de hombre, en sus
que he declarado «impuros» a muchos seres mejores que yo, como inte- necesidades físicas y biológicas, sino que llegaba al hombre completo,
grante de la sociedad —es decir, como integrante de esa gran máquina cuerpo y espíritu. Por eso, terminaría diciendo: «Levántate, toma tu ca-
que llamamos las estructuras sociales—, compruebo que las margina- milla y vete a tu casa». Pero, antes, le dijo: «Tus pecados quedan perdo-
ciones son todavía mayores. Si hoy no entendemos que se hiciera vivir a nados», señalando así que su «salvación» empezaba desde el interior,
los leprosos así de apartados, de humillados, de hundidos, ¿cómo pode- desde su espíritu imperecedero.
mos explicar y vivir tan alegres ante esas otras grandes marginaciones
de hoy, que son: el racismo que no cesa, el hambre del mundo frente a Pero se me antoja que, siendo tan clara la enseñanza, descuidamos
nuestro cruel consumismo, el «allá te las veas con tu problema» con constantemente el cultivo de nuestros valores espirituales. Nuestro
que, en la praxis despedimos al que está en la droga, en el sida, en la de- mundo ha avanzado vertiginosamente en el terreno de la ciencia y de la
lincuencia, en qué sé yo qué... técnica. Los adelantos han invadido prodigiosamente nuestra moderna
existencia. Vivimos rodeados de una proliferación tal de comodidades
Ya sé que es más fácil hacer una denuncia; poner de relieve el mal como no podíamos siquiera soñarlas en épocas anteriores. La realidad
ayuda, pero no es solución. En cualquier caso, y mirando al Jesús del ha superado a la ficción. Y este hombre que soy yo, que eres tú, que es
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él, se ha subido al tren del progreso y no quiere renunciar a ninguna de Me ha venido a la memoria esta anécdota, al leer el evangelio de
sus posibilidades. Hemos entrado por la puerta de «urgencias» con to- hoy:
das nuestras camillas, para «sanear» nuestra salud (¡valga la redundan-
—«Vinieron unos y preguntaron a Jesús: Los discípulos de Juan y los
cia!), para sanear nuestra cultura, y nuestra economía, y el confort de
de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no? A lo que Jesús contestó:
nuestro vivir. Y acaso en nuestro subconsciente pensamos que todo se
¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con
puede conseguir, que todo está al alcance de la mano.
ellos? ¡Ya llegará un día en que se lleven al novio y, entonces, ayuna-
Pero, observad una cosa. En la medida en que hemos «saneado» (?) rán!».
nuestra vertiente material, subiéndonos, por «urgencias», en el progre- Han sido legión los cristianos que, desde los primeros tiempos eligie-
so, en la misma medida nos hemos ido deteniendo en el lento camino ron seguir a Jesús por el camino de la penitencia. La vida de austeridad
de los afanes espirituales. En la proporción en que nos hemos atrinche- iniciada por los ascetas en sus propias casas, continuada después por los
rado tras el televisor, la cadena musical, el coche, la calefacción central eremitas que se buscaron su cueva, su regato y su monte, y mantenida
y las diversiones; al mismo tiempo que hemos ido abriendo «boquetes siempre por el monacato, tiene ya una larguísima historia. Una historia
de urgencia» en el tejado de nuestro vivir para que entraran por ellos cuajada de reformas y superaciones tratando de seguir el ideal trazado
todas las sugerentes ofertas de la propaganda y del mercado, en esa por Jesús: «5/ quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dáselo a los
misma proporción se nos están escapando por la ventana todas nuestras pobres, ven y sigúeme». El mismo cristiano de la calle supo valorar
inquietudes espirituales y religiosas. —«Yo no vengo a misa, porque siempre el valor de las privaciones y las penitencias. Unas veces, acep-
ahora me paso la noche viendo la televisión»—, me dijo un día un jo- tando la ley de la iglesia que le dictó normas al respecto, otras veces in-
ven, resumiendo muy en esquema, claro, su trayectoria espiritual. geniándose él en inventar curiosas penitencias voluntarias.
Hoy se impone una urgente pregunta: «¿No estará necesitando el Pero conviene aclarar algo muy pronto. Jesús no buscó sistemática-
hombre de hoy que alguien le diga: Tus pecados deben ser perdonados?» mente y por propia voluntad la penitencia. No vino a la tierra a «morti-
Es decir, ¿No estaremos necesitando todos entrar «por vía de urgencias» ficarse», a implantar una religión que consistiera sustancialmente en «la
a ese Jesús que es VIDA completa, salud del cuerpo y del alma? cruz» y en «el dolor», a crear una escuela de «penitentes». Nunca buscó
el sufrimiento por el sufrimiento.
Lo que Jesús buscó, por encima de todo, fue «el amor». El amor a
Dios y el amor a nosotros. El amor supremo a Dios, que le llevó a «so-
meterse incluso a la muerte y una muerte de cruz»; con lo cual asumió
8.° Domingo del T. O. (B) «todo el sufrimiento que hiciera falta». Y el amor a nosotros, ya que to-
do lo que hizo, lo hizo «propter nos, nomines, et propter nostram salu-
tem».
Conviene que esto lo tenga muy en cuenta el cristiano de a pie. So-
«CUANDO PERDIZ, PERDIZ...» bre todo, en épocas de fervores y entusiasmos. Solemos tender entonces
¿Recordáis aquella deliciosa anécdota de Teresa de Jesús? Andaba a programar penitencia y austeridades jalonando nuestra vida. Eso hace
ella —reformadora incansable, «fémina inquieta y andariega»-—, reco- que nos sintamos seguros y satisfechos, pensando que estamos en el
rriendo España por caminos quebrantados, sobre el tracatraca de carro- verdadero camino. Pero habrá que estar «alerta», porque, en todas esas
matos desvencijados. ¡Cuántas molestias y cansancios! Así las cosas, en ascéticas puede ocultarse sinuosamente un peligroso deseo: el de «hacer
la posada donde encontraron cobijo, les sirvieron para cenar unas sa- nuestra voluntad» más que «la voluntad de Dios», que es la que intere-
brosas perdices. Tan apetitosas debían de estar que, a la monja acompa- sa y en la cual ha de consistir toda perfección.
ñante de Teresa le entraron los escrúpulos: Al cristiano lo que de verdad le interesa es «estar con el novio» co-
mo dice el evangelio de hoy. «Estar con el novio» es identificarse con
—«¿No será mucho regalo, madre Teresa, el comer estas perdices?».
él, tratando de «tener sus mismos sentimientos», como recomendaba
A lo que la santa, con gran desparpajo, dicen que contestó: «¡Cuan- Pablo. Cuando uno «tiene los mismos sentimientos que Cristo», acepta
do perdiz... perdiz; cuando penitencia... penitencia!». todo: la bienandanza y el sufrimiento. Es decir, sube a la misma escala

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de Teresa de Jesús: «Cuando perdiz..., perdiz. Cuando penitencia..., bado. Por ejemplo, escribir dos letras del abecedario. Por ejemplo, ha-
penitencia». cer o deshacer el nudo de una cuerda. Por ejemplo, «que los discípulos
de Jesús, al atravesar un sembrado, arrancaran espigas y se las comie-
ran». Y eso es lo que los fariseos denunciaron a Jesús, según el evan-
gelio de hoy.
Pero Jesús no cayó en la zancadilla de esa casuística. Jesús había ve-
nido a enfocarlo todo a través del cristal del amor. Quiso dejar bien cla-
9.° Domingo del T. O. (B) ro que el sábado —y ya, desde El, el domingo—, al ser «el día del Se-
ñor», ha de ser un día en el que, como cumbre de todos los demás, todo
debe orientarse hacia el amor y desde el amor. Así, hay que acudir a la
«TODO ES DEL COLOR...» eucaristía, no por razones de casuística, sino por razones de amor, ya
que «por amor» se nos da El en la Palabra y en el Plan. Del mismo mo-
Efectivamente, «todo es del color del cristal con que se mira». O del do, y siempre dentro de esta óptica, podría dejarse de acudir a la euca-
ángulo de enfoque donde se ponga la cámara. Todo. Hasta la práctica ristía cuando el amor nos reclamase en otra parte. ¿Por qué? «Porque
de la religión. Si mi trato con Dios se desarrolla en un clima de formu- no está hecho el hombre para el domingo, sino el domingo para el hom-
lismos y de «quedar bien» con El, iré acumulando prácticas, ritos, accio- bre». Es decir, en adelante Jesús será nuestro domingo, nuestro eterno
nes y oraciones, externamente mensurables y plausibles; y procuraré no Domingo. Y a través del tiempo «ordinario» de la vida, y de los tiempos
quebrantar las reglas de juego de los preceptos positivos. Pero si mi tra- «fuertes» —por los caminos de la tierra y los de la liturgia— hacia El
to con Dios, por el contrario, parte del convencimiento del amor que El nos encaminamos.
me tiene, no me obsesionaré tanto con el riguroso cumplimiento de los
ritos establecidos, sino que me abriré paso hacia la espontaneidad, la Mientras tanto, siguen preguntando los «formulistas»: —«¿Se pue-
sinceridad y la corazonada. den arrancar espigas los domingos y comérselas?».
Cuando Dios hizo su alianza de predilección con su pueblo, le dio, —Se puede, amigos, se puede. Y se debe. Cristo es nuestra «Espiga
entre otros, este precepto: «Seis días trabajarás, el séptimo descansarás, dorada por el Sol». Nuestro Viático, nuestro «pan del camino». Y es
en él no has de arar ni has de segar». Se trataba, por tanto, de un pre- menester que «revitalicemos el domingo» alimentando nuestra vida de
cepto luminoso, dignificante, que miraba dar sentido al trabajo del Cristo-Eucaristía, de Cristo-Convivencia, de Cristo-Caridad, de Cristo-
hombre sobre la tierra. Buscaba que el hombre aprendiera que todo el Descanso, de Cristo-Alegría y Fiesta. Porque nosotros «vivimos ya en la
«sudor de su frente» culminaría un día en el gozo de una perpetua vi- compañía del novio».
vencia en la paz de Dios, en el reposo placentero con El.
Este sentido positivo y elevado del «sábado» aparece en todas las
páginas de la Escritura. Repasando el Éxodo, el Levítico y el Deutero-
nomio, o leyendo a Isaías, a Oseas y a Ezequiel, vemos que el sábado
era: «día de congregar a todos, criados y extranjeros», «día de conmemo-
rar el fin de la esclavitud de Egipto», «día de ofrecer sacrificios especia- 10.° Domingo del T. O. (B)
les»... Era, sobre todo, un «signo de la alianza». Nada tan grande como
el sábado. Era un verdadero regalo para el hombre.
Lo que pasa es que, andando el tiempo, los rabinos, obsesionados «NO ESTABAS EN TUS CABALES»
por visualizarlo todo a través del cristal del «formulismo», en vez de
potenciar lo que «había que hacer y vivir» en sábado, empezaron a en- Las cosas claras, Señor. Si uno se acerca con ánimo amedrentado a
casillar «lo que no había que hacer». Miraron a Dios a través del color tu evangelio, aún le pueden amedrentar más algunas páginas del mis-
de la desconfianza, del temor, de la exterioridad. Y terminaron entre- mo. A no ser que lleve muy asumido, ya de entrada, aquel slogan que
tejiendo un entramado increíble de prohibiciones para esa solemni- proclamaste. «El que quiera venir conmigo, que tome su cruz y que me
dad. Señalaron hasta 39 series de actos que eran una violación del sá- siga». Para muestra: el botón del evangelio de hoy.

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Marcos, en sus dos primeros capítulos, había descrito una apretada principio: «Hágase en mí según tu palabra». Y eso es lo que tú reconocis-
jornada tuya. Liberaste a un «poseído» en la sinagoga de Cafarnaún ad- te: «Es mi madre, porque hace la voluntad de Dios». ¡Salve, Madre!
mirando a todos. Curaste a muchos enfermos y poseídos. «Limpiaste» a
un leproso. Perdonaste los pecados de un paralítico y lo sanaste. Defen-
diste a tus discípulos que, en sábado, arrancaban espigas y se las comí-
an, diciendo que «el sábado está hecho para el hombre». Seleccionaste a
tus doce colaboradores. Y «te seguía tanta gente, que no te quedaba
tiempo ñipara comer». Pero... 11.° Domingo del T. O. (B)
PRIMERA ESTACIÓN.—«Tu familia vino a buscarte, diciendo que
no estabas en tus cabales». ¡Ahí queda eso! Mucho me temo, Señor, que
ésa sea la suerte de todo seguidor tuyo que asuma la ley de tu evange- ¡LLEGAR Y... BESAR!
lio. Dirán que «no está en sus cabales». Eso de aceptar la pobreza frente
al consumismo, el sufrimiento frente a la «dolce vita», la mansedumbre El evangelio apuesta por lo insignificante, qué queréis. Toda su pe-
frente a la violencia es... ¡nadar contra corriente! Porque la filosofía del dagogía consiste en resaltar la virtualidad incontenible de «lo peque-
mundo, ya se sabe, es la que proclamaba aquella vieja canción: «Tres ño», su fuerza expansiva, su empuje imparable. El reino de los cielos no
cosas hay en la vida: salud, dinero y amor»... entendiendo por «salud», se parece a un mar embravecido de olas gigantes, sino «a una pequeña
claro, la capacidad física para todas las francachelas; por dinero, el des- simiente que el hombre echa en tierra», a «un grano de mostaza que es la
pilfarro; por amor, el sexo y sus posibilidades. El que no siga estos plan- más pequeña de todas las semillas». ¿Qué quiere decirnos Jesús con su
teamientos, «no está en sus cabales». teoría? Permitidme subrayar algunas conclusiones.
Y SEGUNDA ESTACIÓN.—Si los tuyos pensaban eso, tus enemi- UNA.—Que nuestro papel en el quehacer del reino no es de «prota-
gos dijeron que «hacías tus signos por orden de Belcebú, príncipe de los gonismo individualista», sino de «afanosa colaboración». Ocurre que
demonios». Y eso es ya colocarse en la postura de rechazo del Reino. nos gusta atribuirnos la paternidad de todo lo que «funciona»: «Yo or-
Por eso, los desenmascaraste. Y dijiste contundentemente que quien re- ganicé estas reuniones...». «Yo fundé este movimiento...». Nos entusias-
chaza los signos de Dios atribuyéndolos al diablo, quien no reconoce ma poner firma y rúbrica a todos los éxitos. Y por eso sufrimos cuando
que todos necesitamos ser salvados, quien se cree por encima del bien y no se destaca suficientemente la autoría de nuestros aciertos.
del mal, «comete la blasfemia imperdonable».
Uno, que se ha pasado la vida entre pentagramas, calibra la impor-
El hombre de hoy, defensor de una cultura que «se ríe del pecado y tancia grande de un «solista» en una determinada composición musical,
de la necesidad de ser salvado» debiera meditar seriamente la peligrosi- pero sabe muy bien que todo solista apoya la belleza de su voz y de su
dad de esta actitud. Con aguda clarividencia repitió y repitió Pío XII diseño melódico en la estructura armónica del conjunto. Un solista, sin
que «nuestro siglo estaba perdiendo la conciencia de pecado». el armazón del acompañamiento, puede ser algo tan hiriente como un
Pero hubo una TERCERA ESTACIÓN.—Con la grata silueta de tu grito en la selva. En ciertos deportes pasa lo mismo. Más de una «figu-
madre al fondo. Porque, de pronto, te dijeron: «Ahí están tu madre y tus ra», por la que se pagó millones, ha fracasado por querer meter los go-
hermanos». A los que Tú, sin inmutarte, añadiste: «Mi madre y mis her- les en solitario. San Pablo apuntó: « Uno siembra, otro siega y Dios hace
manos son los que cumplen la voluntad de Dios». crecer».

En una primera lectura, pudiera parecer muy áspera esta frase. Pero DOS.—Siempre es «mínima» la simiente en la agricultura de Dios.
quien la lea atentamente sabrá entender su verdadero significado. Que Hoy nos habla Ezequiel de «una ramita pequeña y tierna, que el Señor
no es otro que éste. Frente a tus propios familiares, que consideraban tu arrancó y plantó para que, en la montaña más alta de Israel, se convirtie-
actividad apostólica como signo de «no estaren tus cabales», y frente a los ra en un cedro noble». El santo Rey David, del que descendería el Mesí-
fariseos que te acusaban de «actuar en nombre de Belcebú» y te rechaza- as, no era nada más que un pastorcillo de ovejas. María, en la que «el
ban. María es la que de verdad te seguía. Ella quizá «no entendía» mu- Verbo se hizo carne», no era más que una doncella, «esclava del Señor».
chas cosas. Pero «las guardaba en su corazón»; y te secundaba. Es decir, Jesús, el Salvador del mundo, fue un «niño temblando al hielo». Y to-
ella, en todo momento, estaba repitiendo con su actitud lo que dijo en un dos los «grandes del Reino» fueron «pequeños de Yavé» siempre. Por

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eso Jesús resumió: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea co- las pasiones, sintetizadas en la concupiscencia, están ahí, zarandeando
mo el menor». nuestras vidas. Y por muy poca experiencia que tengamos, todos damos
Y TRES.—Los frutos de nuestra labor no suelen ser inmediatos, si- la razón a Job cuando decía: «Milicia es la vida del hombre sobre la tie-
no a largo plazo. Lo del «veni, vidi, vici» puede ser un resumen muy rra».
alegre de un suceso histórico. Habría que analizar las causas de aquella Pero es que las circunstancias externas de los tiempos actuales pare-
fácil epopeya. El evangelio de hoy advierte que nosotros «sembremos»; cen multiplicar aún más las tormentas y cargarlas de una mayor intensi-
pero, luego, dispongámonos a conjugar paciencia e impaciencia: «por- dad. Resultan insuficientes ya todos los «avisos para navegantes».
que la semilla va germinando sin que el hombre sepa cómo: primero, los Nuestras tumultuosas ciudades, azuzadas por la prisa, el movimiento, la
tallos, luego la espiga, después los granos. Al fin, cuando el grano está a masificación, la fiebre del placer, el ansia de poseer, el ruido que no ce-
punto, se mete la hoz. Ha llegado la siega». sa, etc., han desembocado en una inmensa tempestad de pasiones, en la
Y ahí nos duele. Suelen querer los padres ver de inmediato el fruto que se agitan en torbellino los nervios, el stress, la violencia, la locura y
del esfuerzo en su labor educativa. Quisiéramos los sacerdotes «conver- hasta la muerte. Hoy ya no sólo se desatan los temperamentos «sanguí-
tir» de inmediato con nuestras prédicas. Todo el mundo quiere «Llegar neos», sino también los «flemáticos» y hasta los «amorfos».
y... besar». Pues, parece que no. Jesús le dijo a la samaritana: «Uno es el ¿Visteis «El hombre tranquilo», aquella preciosa película de John
que siembra y otro el que recoge».
Ford?
Hoy estoy escribiendo yo este comentario evangélico. Acaso maña-
na apenas me lo lea nadie. Acaso sirva para envolver un almuerzo y, El personaje que protagonizaba John Waine representa a un hom-
luego, a la papelera. Acaso alguien, al ver el título sobresaliendo de la bre maduro que vuelve al «rincón» de su Irlanda natal, con la ilusión de
papelera, por mera curiosidad, se decida al fin a leerlo. Finalmente, vivir en paz los últimos años de su vida. ¡El hombre tranquilo! Y así va
¿por qué no esperar que ese lector se anime a trabajar con visión de fu- aguantando todas las curiosidades, impertinencias, tiradillas, provoca-
turo y con paciencia en su humilde quehacer? ciones de sus paisanos. Hasta que un día... ¡con perdón!, «se le hinchan
las narices». Y, entonces, ¡toma castaña!
Pues, ea, grabad bien la «composición viendo el lugar» para el día de
hoy: Jesús, en plena tempestad, «dormido sobre un almohadón, en la
popa».
12.° Domingo del T. O. (B) ¿Cómo conseguir, en nuestras tempestades incesantes, la calma, la
serenidad, la paz, tan necesarias siempre? Decía San Ignacio de Loyola
que, si de pronto le dijeran que un día iba a deshacerse la Compañía de
Jesús como se deshace la sal en el agua, le había de bastar un cuarto de
«AVISO PARA NAVEGANTES» hora de oración para volver otra vez a la tranquilidad.
La escena de la tempestad en el lago tuvo que ser impresionante, Creo que ésa es la pista. No iba por otro camino aquella santa «In-
qué duda cabe. Y ahí quedó retratada por Marcos. Los discípulos, al ver quieta y andariega» que fue Teresa de Avila: «Nada te turbe, nada te
que «te ponías en pie, Señor, e increpabas al viento y al lago diciendo: Si- espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza.
lencio, cállate», al ver sobre todo que «el viento cesó y vino una gran cal- Quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta».
ma, se quedaron espantados y se decían: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento Quizá hemos olvidado eso. Que la fuente de nuestra serenidad ha de
y el mar le obedecen!». Sí, tuvo que ser impresionante. estar en Dios, en nuestro mundo interior, en el secreto manantial de
Pero, siendo sincero, te diré que a mí me impresiona más, mucho nuestro espíritu. El hombre moderno, atraído por todas las luces de ar-
más, el detalle inmediatamente anterior. Y es que, mientras «azotaba el tificio, cae en la tela de araña de todo lo externo y alucinante. Ahí se
huracán y las olas rompían contra la barca llenándola de agua. Tú esta- debate. Aquel bendito Juan de la Cruz, experto en mil tormentas, nos
bas apopa dormido sobre un almohadón» (sic). escribió este «aviso»: «Nunca el hombre perdería la paz si olvidase noti-
Los viejos maestros del espíritu siempre nos han advertido y preve- cias y dejase pensamientos y se apartase de oír, ver y tratar cuanto bue-
nido contra las continuas tempestades que acechan al hombre. Todas namente pueda». ¡Era Fray Juan de la «casa sosegada»!

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13.° Domingo del T. O. (B) embargo, tan complementarios. El chico que no se ha visto amado y
atendido en su primera infancia, el niño al que no se le ha ayudado a ir
consumiendo progresivas etapas de sociabilidad, fácil es que un día bus-
que bruscamente, por el camino de la improvisación más disparatada, el
«ESTAR EN LAS ULTIMAS» protagonismo más extraño. Del mismo modo, el pequeño que desde un
principio se ha visto enrolado en la filosofía práctica del «¿a dónde va Vi-
Aquel «jefe de la sinagoga que se llamaba Jairo, se acercó a Jesús, se
cente? A donde va la gente», terminará cayendo en todas las trampas de
echó a sus pies y le rogaba con insistencia: Mi niña está en las últimas,
la sociedad de hoy, sin plantearse ninguna jerarquía de valores. Y todo
pon las manos sobre ella para que se cure y viva».
esto, amigos, es «estar en las últimas». O al menos, en las «penúltimas».
Cualquier corazón se conmueve ante un padre que dice esas pala-
bras: «Mi niña está en las últimas». Aunque el moderno vivir nos va en- Marcos nos dice que, cuando el Señor llegó a la casa, se dirigió a la
dureciendo, todavía hay un registro en nosotros que vibra cuando se niña, y cogiéndola de la mano, le dijo: «Contigo hablo, niña, levántate».
trata de los males físicos de los niños. Se suelen movilizar muchedum- Yo no sé por qué, pero pienso que, en nuestro caso, es a nosotros, los
bres cuando la sangre del terrorismo o de las pasiones vergonzosas cu- mayores —padres, educadores, etc.— a quienes tiene el Señor que dar-
bren a los pequeños. nos la mano, para guiarnos en esa colosal tarea.
Pero una pregunta me curiosea dentro: ¿Nos preocupamos del mis-
mo modo, cuando nos jugamos el riesgo de la salud moral y espiritual
de nuestros niños? Porque bien pudiera ocurrir que, de tanto ir a la rue-
da del consumismo, el confort y el placer, no caigamos en la cuenta de
que podemos estar poniendo las premisas que lleven a nuestros niños a 14.° Domingo (B)
las últimas. Ved alguna de esas premisas.
LA DESNUTRICIÓN.—Nuestros niños de occidente consumen,
sin duda, el número suficiente de calorías. La dietética de la niñez se ha «COMO QUIEN OYE LLOVER»
perfeccionado en nuestro entorno. Pero uno tiene la impresión de que,
en un país muy mayoritariamente católico, nuestros niños no van reci- «Caer en saco roto»... «predicar en el desierto»... «por un oído me
biendo ya, en el hogar paterno, el número suficiente de «calorías espiri- entra y por otro me sale»... Son expresiones que vienen a significar lo
tuales y morales» que les lleven a un desarrollo cristiano consistente. A mismo. Y que encierran, por supuesto, un gran fondo de verdad: que,
nuestras catequesis de infancia llegan muchos niños con un índice alar- por nuestra deficiente actitud de escucha, muchas ideas, propuestas e
mante de desnutrición espiritual. Los conocimientos religiosos más ele- ideales pueden quedarse en «agua de borrajas», en proyecto, en bos-
mentales, las vivencias de fe y oración, frecuentemente brillan por su quejo, en sinfonías incompletas.
ausencia. Fácil es, con ese clima, «llegar a las últimas».
En el evangelio de hoy, llega Jesús a su ciudad natal con el deseo ar-
EL SOLITARISMO Y LA MASIFICACION.—¿Existen niños soli- diente de dejar caer la simiente de Dios, la simiente de «su reino». Y
tarios? Mucho me temo que sí. Las constantes desavenencias conyugales, sus paisanos, en vez de centrarse en el mensaje que Jesús proponía, en
los horarios de trabajo de los padres a contrapelo, amén de otros desa- lugar de interiorizar «la Palabra» para que iluminara sus vidas, se enzar-
rraigos, pueden hacer que el niño crezca «en solitario». Con poco margen zan en un rosario de cotilleos caseros, miopes y paralizantes: «¿No es
para el afecto y la sociabilidad. Otro niños, por el contrario, pueden cre- ése el hijo del carpintero?».
cer en «la turba». Visitantes tempranos de la calle, integrantes de pandi-
llas improvisadas, pronto pueden degenerar en lo que G. Cesbron llamó ¡Somos así! ¡Analizamos con lupa las puntillas del mantel y apenas
«perros perdidos sin collar». O pueden ir creciendo mitad y mitad, en valoramos la calidad sustancial del tejido! Un porcentaje grande de
compás binario, en ese difícil equilibrio entre el «solitarismo» y la «masi- nuestras actividades no producen el anhelado fruto por alguna de estas
ficación». Una «masificación» que, tarde o temprano, lleva a... razones:
EL CONTAGIO.—¿Dónde han tenido su raíz y su escuela muchas —Por falta de prontitud en crear clima para la acogida y la escucha.
delincuencias? Quizá en esos dos modos de vivir, tan contrarios, y, sin (Ya ha comenzado el profesor a explicar su asignatura..; pero, vedlo: los

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* •
alumnos siguen sacando; pasiva y displicentemente, sus carpetas, sus fo- Por parte de Dios no faltarán. Es el Señor de la paciencia y de las
lios, sus bolígrafos. Ya van pasando los compases iniciales del concier- nuevas oportunidades.
to..; pero los oyentes siguen entrando con calma, entre sonrisas, mur-
mullos, y distracciones...).
—Por fijarnos más en el continente que en el contenido. (Efectiva-
mente, nos hace gracia que el profesor sea calvo o que la soprano sea
voluminosa. Pero apenas nos enteramos del contenido de la lección o
de la capacidad expresiva de la cantante...). 15.° Domingo del T. O. (B)
—Por no dejar que sedimente lo que hemos visto y oído. Pasamos
rápidamente a «otra cosa» como patinando sobre hielo. No dejamos
que las ideas calen, que lleguen al fondo de nuestro discernimiento, que «NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ»
cuajen dentro para que podamos sacar lecciones prácticas para la vida.
Ya sé que estos ejemplos pertenecen al nivel humano, a nuestra vida «Jesús fue enviando a los doce de dos en dos, dándoles autoridad so-
social de cada día, al vulgar empleo de nuestras horas y minutos. Pero bre los espíritus inmundos. Y les encargó que llevaran para el camino un
podéis aplicarlos al terreno de lo religioso, de lo apostólico, de nuestro bastón y nada más. Ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja, ni una
compromiso cristiano. ¿Por qué no llegan a cristalizar ciertos propósi- túnica de repuesto».
tos, ciertos objetivos, ciertos planes? Así. Esos son los poderes con que nos soñó el Señor. «Nada por
Admitámoslo sin paliativos. Tenemos muchas deficiencias en nues- aquí, nada por allá». Dispuestos para lo más grande, pero desprovistos
tra actitud de escucha. Somos muy dados a perdernos en discusiones bi- hasta de lo más pequeño. Como esos malabaristas del circo que —lo re-
zantinas. Dejamos fácilmente para mañana lo que podemos hacer hoy. petido, «nada en la derecha, nada en la izquierda»— sin embargo son
Y, mil veces, en vez de mirar al sol que nos señala el dedo, nos queda- capaces de sacar palomas imposibles de su chistera.
mos mirando el dedo que nos señala al sol.
Esa fue igualmente la suerte de los profetas del A. T. Eso parece re-
¿Qué es más importante: la Palabra de Dios que nos trasmite el sa- conocer Amos en la primera lectura de hoy: «No soy más que un pastor
cerdote o el sacerdote que nos trasmite la Palabra de Dios? ¿Hemos de y cultivador de higos». ¡Poca cosa, vive Dios!
declinar el colaborar en una buena causa porque la idea haya partido
«de uno que no es de los nuestros» o que es «hijo de algún carpintero»? Y, sin embargo, el ser llamado para «implantar su Reino en la tierra»
no es una aventura de circo, algo efímero con la finalidad exclusiva de
El final del evangelio de hoy es muy triste. Dice así: «Jesús, viendo
divertir. Al contrario, es el quehacer más importante en el que el hom-
que desconfiaban de él, les decía: No desprecian a un profeta más que en
bre se puede emplear, la tarea más seria, dignificante y hermosa que un
su tierra, entre sus parientes y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún mi-
ser humano puede desarrollar. ¡Colaboradores de Dios y bienhechores
lagro».
de la Humanidad!
Deberé hacerme esta reflexión muy seriamente. Muchos de mis pe-
cados de omisión han tenido como causa, la falta de prontitud y de Por eso nuestra humana razón tiende a pensar de otra manera y a
atención en la escucha, la costumbre de «oír como quien oye llover», la proveerse de unos medios más convincentes: Si hemos de ser sembra-
propensión a quedarme en la superficie de las ideas y de las cosas, la dores del Reino de Dios —embajadores de Cristo, como nos llamaba
falta de diligencia en tomar decisiones cuando las cosas ya están claras. Pablo—, lo lógico parece ser que «llenemos nuestras alforjas» de todos
los saberes y poderes necesarios. No parece prudente lanzarse al cami-
¿Habrá una segunda oportunidad? Me vienen a la mente como una
premonición, los bellos versos de Machado: no «ligeros de equipaje». Siempre habrá más garantías de éxito con una
preparación intelectual consistente, capaz de argumentar a los más ig-
«Pregunté a la tarde de abril que moría: norantes.
—¿Al fin la alegría se acerca a mi casa? Es más. Creo que en ese sentido hemos caminado. El sacerdote, el
La tarde de abril sonrió: La alegría catequista, el educador cristiano, cada día más, ven la necesidad de asu-
pasó por tu puerta. Y luego, sombría: mir todos los avances del saber con las mil variantes de la pedagogía.
—Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa». Los padres, lo mismo. Cada vez comprenden mejor la urgencia de reci-

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bir una «catequesis de padres» para promocionarse ellos mismos mien- «encarnarse» en la Humanidad con vocación de simiente, a convertirse
tras ejercen su tarea educadora. Y la Iglesia, en fin, siempre ha estado en fermento en medio de la masa, a acomodarse al máximo en cada si-
muy contenta de contar en sus filas con grandes «doctores» y «místi- tio por donde pasaran, ese mismo Jesús les «aisla» ahora y les lleva a
cos», de poseer acreditadas universidades y de no haber renunciado «un lugar tranquilo, porque eran tantos los que iban y venían que no en-
nunca a vivir inmersa en la más actualizada cultura. contraban tiempo ni para comer».
¿Quiere esto decir que la Iglesia de Jesús ha olvidado la recomenda- Se me antoja que el apóstol que empieza ha de aprender muy pron-
ción del Evangelio de hoy: «no llevéis nada en las alforjas. Sólo un bas- to este difícil compás binario, ese necesario movimiento que va desde
tón para el camino»? «la compañía» hasta «la soledad», del estar rodeado de «múltiples» a
No, amigos. Fue el mismo Jesús quien nos urgió a cultivar «los cinco estar rodeado de «silencio», de «estar» en el mundo, pero sin «ser» del
talentos», lo «dos talentos» y hasta «el único talento». Todos los años, mundo, de ser «misionero» pero siendo «contemplativo», de ser «con-
cuando comenzamos el curso de los colegios católicos, procuramos glo- templativo» pero siendo «misionero». Aquellos apóstoles que «volvían
sar muy bien para nuestros alumnos esa parábola de «los talentos», con- contando todo lo que habían hecho y enseñado», necesitaban como agua
vencidos de que ése es el papel de los cristianos de hoy: «llenarse de hu- de mayo «apartarse a un lugar tranquilo». Y del ejercicio de esta apa-
mana y cristiana sabiduría». rente antinomia, tenemos que aprender esta otra:
Pero no para usarla «a título personal» y con «mérito propio». Sino 2.° TRABAJO-DESCANSO.—El ciudadano de la ciudad secular y el
con auténtico sentido de «colaboradores de Cristo». Siguiendo el ejem- cristiano comprometido en el Reino han de estar dispuestos a ir a «traba-
plo de aquel gran sabio que fue San Pablo cuando decía: «ni el que jar en la viña, a la hora de tercia, y a la de sexta, y a la de nona». No se nos
siembra es algo, ni el que riega, sino Dios que da el incremento». O ha dado «un talento» para «meterlo debajo de la tierra». Entre otras razo-
aquella magnífica confesión suya: «Cuando yo vine a vosotros, no lo hi- nes porque «la mies es mucha» y porque «todos los miembros somos ne-
ce con palabras de humana sabiduría...». cesarios para el funcionamiento del cuerpo de Cristo». Y, en este sentido,
¡bendita Marta, la «atareada», porque nos enseñó a trabajar sin descanso
Volviendo al principio: «nada en esta mano, nada en esta obra», o en las tareas de la casa! Pero Jesús nos dijo que «había que descansar un
mejor: «Todo en esta mano, todo en esta otra». Porque, en definitiva, poco». Por eso alabó a María, la hermana de Marta, que se buscó aquel
fue el mismo Jesús el que prometió: «Cuando os persigan y os lleven a dulce descanso —«optiman partem»— a los pies de Jesús.
los tribunales no os preocupéis por lo que vais a decir. Porque yo mismo
pondré palabras en vuestra boca...». Yo no sé si valoramos en su justo medio la necesidad del descanso
físico y síquico. Vivimos en un mundo neurotizado, irritado, ajetreado,
siempre al borde de la bronca y la violencia. Y una de las causas de esta
situación es, no lo dudéis, el no conjugar suficientemente «trabajo» con
«descanso», «ajetreo» con «relax». Hasta nuestras mismas vacaciones se
convierten en un auténtico cóctel de cansancios y barullos.
16.° Domingo del T. O. (B) 3.° GRUPOS-MULTITUD.—O, si preferís, «minorías» y «muche-
dumbre». Me gusta este Jesús del evangelio de hoy que, por una parte,
les decía a los apóstoles: «venid vosotros solos» y, por otra «sentía lásti-
ma de aquella multitud, porque andaban como ovejas sin pastor, y se pu-
TRES BINARIOS so a enseñarles con calma». Y me gusta este Jesús porque es necesario
que sepamos enfocar pastoralmente nuestra actividad con los «grupos»
Es muy breve el pasaje evangélico de hoy. Pinta Marcos aquel mo- y nuestra atención a la «gran comunidad». Dedicarnos a los primeros
mento en que «los apóstoles —después de haber sido «enviados» por con perjuicio de la segunda puede tener mucho de elitismo y de falta de
Jesús—, volvieron a reunirse con El y le contaron todo lo que habían he- prudencia pastoral. Refugiarse en lo «multitudinario» por aquello de
cho y enseñado». Muy breve, en efecto. Pero, en su brevedad, contiene que «todos somos Pueblo de Dios», privando de un cultivo oportuno a
muy aleccionadoras enseñanzas. Podrían resumirse en estas tres para- quienes se sienten llamados a un grupo específico, puede ser igualmen-
dojas en compás binario. te desacertado.
1.° ENCARNARSE-AISLARSE.—El mismo Jesús que les envió a Así, pues, creo que a todos nos conviene hacer muy bien esta otra
mezclarse entre la gente, a ir de pueblo en pueblo, de casa en casa, a meditación que os ofrezco de «los tres binarios».

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Queridos amigos, convencerse de que la liturgia de la palabra en sí
17.° Domingo del T. O. (B) misma es alimentarse de Dios es una gran conquista postconciliar.
2.a La Liturgia de la Palabra es la mejor preparación para recibir a
Cristo-Pan de Vida.—Quizá hemos caído en la rutina de comulgar sin
EL «NO-DO» DE LA MISA profundizar en lo que hacemos. Baja el sacerdote a repartir el cuerpo
de Cristo, y nos vamos poniendo en la fila, casi en un gesto automático,
El evangelio de este domingo —cap. 6 de Juan, que continuará ex-
poniéndose en domingos sucesivos—, es una descripción, detallada y como un rito más, mientras cantamos más o menos acertados. Y recibi-
casi espectacular. mos al Señor también así: sin más.
Pues no, amigos. Toda la palabra escuchada e interiorizada, todo el
Pero conviene advertir desde el principio que Jesús, ni en éste, ni en
mensaje recibido en las lecturas y en la predicación han de llevarnos al
ninguno de sus «signos», pretendió dar espectáculo. Leed la última línea
camino comprometido del vivir. Y ese compromiso no lo vamos a reali-
del texto de hoy: «Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo
zar bien, si nos falta ese alimento de alimentos que es el Pan de la Euca-
rey, se retiró otra vez a la montaña él solo». Ni Jesús hacía tampoco sus
ristía. Mirad lo que dice el concilio en el decreto sobre los Presbíteros:
milagros así, sin más: «¿Necesidad a la vista? ¡milagro al canto!», no.
«... se requiere la predicación de la Palabra para el ministerio mismo de
Lo que Jesús pretendía, por encima de todo, es transmitir su mensa- los sacramentos, como quiera que son sacramentos de la fe, la cual nace
je, su «buena noticia», ser siempre «la Palabra» del Padre. Y dentro de de la palabra y de ella se alimenta».
ese clima en el cual se dedicaba a alimentar al pueblo con «el pan de su
¡Jesús «les instruía con calma» y, luego, «tomó los panes y los repar-
palabra» quiso servirse en esta ocasión de ese «signo» de la multiplica-
ción de los panes. Para que todos comprendiéramos de una vez que Dios tió»! No han cambiado las cosas hoy. Yo debo alimentarme del Pan de
debe ser nuestro verdadero alimento. Eso se desprende del lugar parale- la Palabra y de ese otro Pan que da la Vida Eterna.
lo de Marcos donde, antes de describirnos el milagro, el evangelista nos
dice claramente: «Jesús se puso a enseñarles con calma». Lo mismo ve-
mos en Juan que, a continuación de narrarnos la «multiplicación», nos
cuenta el largo tema que Jesús expuso sobre el «pan de la vida».
Permitidme, amigos, que ésas sean las dos ideas que subrayemos 18.° Domingo del T. O. (B)
hoy.
1.a La palabra de Dios, en sí misma, como alimento del hombre.—
¡Cómo se ha esmerado la Iglesia de los últimos tiempos en potenciar la ¿EL RIESGO O LA SEGURIDAD?
liturgia de la palabra! ¡Cómo nos gustaría que todos los que participan
en las lecturas —leyendo o escuchando— lo hicieran de tal forma, con Jesús alimentaba al pueblo que le seguía con el alimento espiritual
tal expresividad y unción, que, de verdad, todos nos sintiéramos inter- de su palabra —«les enseñaba con calma»—, ya lo sabéis. Y dentro de
pelados, alimentados y en actitud de transformación! ¡Qué hermoso si este contexto, les alimentó con el pan y los peces de aquella singular
nuestros salmos interleccionales y aleluyáticos fueran, cada vez más, multiplicación.
respuesta adecuada y sincronizada con la Palabra proclamada! ¡Qué
gran acierto si el sacerdote, al predicar su homilía, se esmerara al máxi- Pero el pueblo, rápidamente, mostró su preferencia por ese segundo
mo en hacer asimilable y deglutible el mensaje encerrado en las páginas alimento: el pan material. Y con el fin de agarrarse a aquella «mina»,
sagradas, no en un tono abstracto de cátedra sino en un lenguaje de trató de tener a Jesús de su lado y «quiso proclamarle rey». ¡No estaba
«sencilleces» que ayuden a la «praxis» del vivir! mal pensado! ¡El resolvería en adelante todos sus problemas económi-
cos y materiales!
Uno recuerda con pena y asombro épocas pasadas, en las que «llegar
tarde a misa», despreocupándose de las lecturas, era el pan nuestro de ca- Pero Jesús, cuando vio que le rodeaban otra vez, los desenmascaró
da día. Botarates recalcitrantes había que —¡mire usted qué gracia!— se abiertamente. Y les dijo: «Os lo aseguro, no me buscáis porque hayáis
salían al atrio durante el sermón a «echar un pitillo» diciendo que «aún visto prodigios, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Que es como
no había empezado la misa», que «todavía estaban en el No-Do». si les dijera, (y perdonad el lenguaje coloquial): «Se os ve el plumero.

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No venís limpia y decididamente por mí, sino por el posible provecho
que podéis sacar de mi compañía». Hoy te pido perdón, Señor, porque reconozco que «yo también te si-
go, no por tus signos, sino porque a tu lado siempre hay la posibilidad
Interesa recalcar bien el alcance de esta advertencia de Jesús. Por- de saciarse de alguna manera».
que creo que todos corremos el peligro de buscar a Jesús no por lo que
El es, sino por lo que tiene y nos puede dar.
POR EJEMPLO, EN EL TEMA DE LA FE.—Se nos ha repetido
hasta la saciedad que la fe debe ser, por encima de todo, el reconoci-
miento de Jesús como enviado de Dios y la adhesión incondicional a su
persona en toda la aventura de la implantación de su Reino. El mismo lo 19.° Domingo del T. O. (B)
dice en el evangelio de hoy: «El trabajo que Dios quiere es que creáis en
el que El ha enviado». Pero, claro, este seguimiento incondicional de Je-
sús lleva al riesgo, al «no saber lo que nos espera». El recorrido de ese CRISTO, NUESTRO VIATICO
camino conlleva muchas vicisitudes que desconocemos y que habrá que
afrontar. En una palabra, esa fe nos pide aceptar, a fondo perdido, la re- Al pueblo de Israel le tocó vivir la experiencia del desierto. Al pro-
gla básica del «providencialismo» que dice: «No os inquietéis pensando feta Elias le tocó vivir la experiencia del desierto. A todos los hombres,
qué comeréis o qué beberéis. Porque, si Dios cuida de los lirios y los paja- muy especialmente a los cristianos, nos toca vivir la experiencia del de-
rillos...». etc. Sí, así debía ser nuestra fe. Pero ¿qué ocurre? Que nosotros sierto.
buscamos en la fe, no el riesgo, sino la seguridad, el «pan material». Por
eso preferimos vivir la fe como una adhesión intelectual a un conjunto La experiencia del desierto suele tener, cuando menos, tres fases.
de «verdades» que defendemos dialécticamente y un conjunto de «prác- Una primera, de alegría, de liberación, de normales ilusiones en quien
ticas», con cuya observancia aquietamos nuestra conciencia. empieza una nueva aventura. Una segunda fase, en la que llega el des-
fallecimiento, la angustia, a veces la desesperación, incluso el deseo
Cuando el pueblo de Israel, sin la presencia de Moisés, se sintió de- irreprimible de huir. Una tercera fase, en fin, en la que vuelve otra vez
samparado, se fabricó una «imagen» de Dios, algo palpable, visible y la alegría, se alcanza la serenidad y se llega a la madurez. Es la madurez
controlable que le diera seguridad. Cabodevilla, hablando de estas co- que nace de «un encuentro» y de la convicción de que «Dios camina a
sas, dice que ése suele ser nuestro dilema: «O la magia, que pretende nuestro lado».
hacer de la religión un talismán para granjearse el favor divino, o la fe,
que supone una incondicional entrega de la criatura a Dios, a su volun- El pueblo de Israel vivió este triple estadio. Vivió primeramente el
tad santa y libérrima». Es decir, o la seguridad, o el riesgo. Es decir, o el gozo indescriptible del «éxodo». El éxodo significaba la liberación y, so-
pan material o el espiritual. bre todo, la esperanza de llegar a una «tierra de promisión». Vivió, des-
pués, conforme iba adentrándose en el desierto, momentos terribles de
LO MISMO NOS PASA CON EL AMOR.—¿Amamos a Dios con desesperación, de protesta, de desconcierto, la sensación agobiante de
amor de benevolencia, por ser El quien es, o le amamos con amor de haberse equivocado: «¡Ojalá no hubiéramos salido de Egipto!» Pero
concupiscencia, por lo que nos puede dar? ¿Amamos a Dios «sobre to- Dios le brindó finalmente la alianza, le alimentó con el maná y le dio la
das las cosas», como quiere el primer mandamiento, o preferimos no certeza de que El le acompañaba y le guiaba.
plantearnos disyuntivas de ésas? ¿Podríamos decir, desde la verdad, lo
que dice el viejo soneto?: Lo mismo le sucedió al profeta Elias. La liturgia de hoy cuenta su
bellísima aventura. Sintió el profeta, ¡que duda cabe!, la alegría de sa-
«No me mueve, mi Dios, para quererte berse elegido, de ser destinado a una alta misión: convertirse en la «voz
el cielo que me tienes prometido... de Dios» para su pueblo. No le faltó sin embargo, la terrible hora de la
Tú me mueves, Señor... prueba. Constatando que el pueblo era sordo a su palabra y viendo que
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera la reina Jezabel le perseguía para matarlo, dudó de su propia vocación,
que, aunque no hubiera cielo yo te amara...». del «para qué» de su mensaje. Y emprendió la huida. Y se adentró en el
desierto. Y allá, en el desierto, desesperado, quiso morir. Fue la más es-
Repito: ¿Podríamos recitarlo, desde la verdad? pantosa «noche oscura» del alma. Pero fue ahí precisamente donde le
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vino la solución. En la llegada de aquel alimento de lo alto. Es verdad 20.° Domingo del T. O. (B)
que, al comerlo la primera vez, seguramente todavía con mentalidad de
tierra, no experimentó ninguna mejoría y siguió deseando la muerte co-
mo única salida. Pero es verdad también que, cuando volvió a comerlo,
convencido de que «el auxilio nos viene del Señor que hizo el cielo y la DANOS SIEMPRE DE ESE PAN
tierra», «con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta Lo sé, Señor. La multiplicación de los panes sólo fue el punto de
noches hasta llegar al Horeb, el monte de Dios». partida. Aquel hecho hizo que las gentes te siguieran de nuevo y quisie-
Aprenda esta lección de las «tres etapas» el seguidor de Cristo. ran proclamarte rey. Pero tú no quisiste que aquello se convirtiera en
«Somos un pueblo que camina», solemos cantar a cada paso. Y esta costumbre material y pragmática. Consciente de que tu papel no era,
condición de «caminantes» nos produce alegría, sueños e ilusiones jó- como el de un político, «hacer un plan de reforma social y económica»
venes. Porque es muy grandes eso de sabernos «en éxodo» —por voca- sino «evangelizar a los pobres», elevaste el significado de aquel hecho a
ción de Dios—, hacia una «tierra de promisión». Pero esta condición otra esfera trascendente. Sí, la multiplicación de los panes fue un «he-
de «caminantes» no se sostiene únicamente con el pan nuestro de cada cho de vida» que sirvió de punto de arranque para tu doctrina. Esta
día, aunque se llame «dinero», aunque se llame «poder» aunque se lla- doctrina nos lleva a muy concretas enseñanzas.
me... Lo dice Jesús en el evangelio: «Vuestros padres comieron el maná Primera.—El problema del hambre en el mundo no ha de solucio-
y murieron». Porque ocurre que, queramos o no, también nosotros ca- narse con milagros venidos de «lo alto», sino con compromisos nacidos
minamos por el desierto. Si, amigos, aunque vivamos entre multitudes, «aquí abajo»: en esa fraternidad universal que tan enfáticamente prego-
vivimos en solitario. Cada cual tiene sus propias tristezas, sus propias namos en teoría, pero cuya práctica olvidamos. «Dadles vosotros de co-
desesperaciones, sus propios fracasos. Cualquier día «nel mezzo del mer», dijiste. Y esa será ya la norma. Nadie puede guardarse para sí los
cammin di nostra vita», como escribió Dante, nos invade el deseo^de la «cinco panes y dos peces» que le han cabido en suerte. El acaparamien-
muerte. Es la tentación del «demonio meridiano». Igual que Elias. Sí, to de las riquezas en el zurrón de unos pocos, mientras hay muchedum-
no os escandalicéis. La sufren los casados, que soñaron que su vida iba bres que «no tienen qué comer y desfallecen por el camino», clama al
a ser una eterna «luna de miel». La sufren los sacerdotes que cantaron cielo. Y, por supuesto, a la tierra. Y somos los humanos los que tene-
al «Dios que alegra su juventud». La sufren los cristianos más optimis- mos que realizar la multiplicación de los panes. Hay por ahí mucho zu-
tas y los que nacieron con «estrella». La sufre la «juventud, divino te- rrón escondido que, si se empleara con dinámica de justicia social, haría
soro»... que «todos comieran hasta saciarse». Incluso, «con las sobras, podrían
recogerse muchas canastas».
Hace falta entonces pasar a la tercera fase. Es la que ofrece el evan-
Segundo.—El otro pan. Urge asimilar el reiterativo discurso del
gelio de hoy. Y consiste en asumir y asimilar dos convicciones básicas,
«pan de vida»: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este
enlazadas la una con la otra. Primera, la de la Encarnación: es decir,
pan vivirá eternamente. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida
creer que el Hijo de Dios se encarnó en Jesús para guiarnos por este
del mundo».
desierto: «Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a
mí», o «Nadie va al Padre sino por mí». Y segunda, la «otra encarna- Sé que no hay metáforas en tus palabras, Señor. Del mismo modo
ción»: la de este cuerpo de Cristo en el «pan de vida», en el «nuevo ma- que, cuando hablaste a la samaritana en el pozo de Jacob, le aseguraste
ná», en nuestro viático. ¿Sabíais que «viático» significa «alimento del «quien bebiera de aquel pozo, volvería a tener sed», pero «el agua que tú
camino»? Cristo es, pues, nuestro viático constante y eficaz: «Yo soy el le darías formaría en él un manantial de vida eterna», ahora a los judíos
pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para les dices: «Vuestros padres comieron el maná y murieron; pero quien co-
siempre». ma de este pan, vivirá eternamente, porque yo soy el pan bajado del cie-
lo». No hay metáforas, no.
Los judíos de aquel tiempo no querían enterarse. Y decían: «¿No es
Ahí andan los científicos inventando elixires, jaleas, gerovitales, hi-
este Jesús, el hijo de José?».
bernaciones y cirugías para tratar de prolongar la vida humana. Émulos
Nostros, hoy, tenemos razones de peso para darnos por enterados y de Fausto, soñamos en la eterna juventud.
participar. Pues, sépanlo los hombres. Jesús dice: «El Padre que vive me ha en-
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viado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come, vivirá Uno ha recorrido ya muchas etapas. Y, repasando los vaivenes de su
por mí». Ya lo veis. La «Vida» de Dios, a través del Hijo, llega a noso- vida, uno se da cuenta de que ha caminado siempre envuelto en pala-
tros. bras, penetrado por las palabras, orientado-desorientado por las pala-
bras, azuzado, escandalizado, acariciado, abrumado, halagado, engaña-
—Y, ¿la muerte?— me preguntáis. Pues, para el que cree, «no es el
final del camino». El cristiano que come este pan del cielo, ya ha entra- do, confortado, desanimado, impresionado, amado por las palabras. Y
do en la dinámica de la vida eterna. La muerte ocurrió para él, en reali- uno, a su vez, ha lanzado a los cuatro vientos, como bandadas de palo-
dad, el día de su bautismo. Entonces es cuando murió. Lo repite Pablo mas, miles de palabras, «¿palabras de amor, palabras...?» Mucho me te-
una y otra vez. Y ese mismo día renació a «una vida nueva». Esa vida mo que simplemente palabras, palabras, palabras.
nueva ha existido en él en la medida en que ha permanecido unido a Podríamos dibujar una estrella con muchas puntas, dentro de la cual
Cristo por los Sacramentos. estaría cada uno de nosotros. En cada punta pondríamos, por grupos, el
—¿Por qué tenemos, entonces, miedo a morir?— Por esa filosofía tipo de palabras, según la influencia que han ejercido en nosotros. Pero,
del instinto que nos lleva a creer que «más vale lo malo conocido que lo para no alargar la relación, consignemos los cuatro puntos cardinales
bueno por conocer». Todo nacimiento a una situación nueva produce desde los que nos han influido las palabras.
en nosotros un indudable sobresalto, una natural resistencia. El em- NORTE-LUZ.—¿Cómo no reconocer las palabras orientadoras de
brión que vive confortablemente en el seno materno, si tuviera que de- mis padres en mi infancia y siempre, las palabras educadoras de mis
cidir, se opondría seguramente a abandonar aquel cálido refugio ante la profesores, las palabras del saber y de la belleza de mis libros que ahí
oferta de vivir una vida exterior. Le parecería seguramente mucho ries- están en mi biblioteca ansiosos de venir a mis manos? Sí, he de recono-
go. Máxime si el momento del desgajamiento iba a ir acompañado de cer que he recibido muchas palabras de luz, de orientación, de forma-
violencia y dolor. ción de criterios para mi vida.
Por eso tememos a la muerte. Vivimos en esta vida con mentalidad SUR-OSCURIDAD.—Pero no es menos cierto que han llegado pa-
embrionaria. Nuestra fe nos dice que nos espera una vida en plenitud, labras desorientadoras que me oscurecían el camino. ¡Cuánta palabra
sí. Pero, qué queréis, nuestra débil condición, en vez de ver en la muer- hipócrita y mentirosa! ¡Cuánta propaganda de lo efímero, de lo «no»
te el verdadero «nacimiento a la Vida», lo que ve son «los dolores de necesario como si fuera necesario! Vivimos en el mundo de la informa-
ese parto» que indudablemente le acompañan. ción. Y, sin embargo, reinan la des-información, la deformación, la mal-
Por eso necesitamos leer y asimilar las palabras de Jesús: «El que co- formación, la antiformación. Cualquier hombre medianamente inquieto
me mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». aspira a tener ideas claras y criterios sólidos como base de actuación.
Pues, he ahí el drama. Desde mil tribunas se nos confunde, dictándonos
posturas contrarias y contradictorias sobre un mismo tema. Y no me re-
fiero a lo opinable y accidental. Me refiero a cosas sustanciales y bási-
cas. El subjetivismo más conformista nos envuelve como una bufanda.
ESTE-AMOR.—He recibido, lo confieso con gratitud, muchas pala-
21.° Domingo del T. O. (B) bras de afecto, de ternura, de comprensión, de aliento, de solidaridad,
de prudente alabanza. He recibido igualmente palabras que han confor-
mado mi sensibilidad, la noble reacción de mis sentimientos. Me glorío
«PALABRAS DE AMOR, PALABRAS...» de impresionarme y admirarme, de saber reír y saber llorar, de emocio-
narme y quedarme «cortado». Me gusta tener «un corazón grande para
—¿A dónde iremos, Señor, si Tú tienes palabras de vida eterna?». Lo amar».
dijo Pedro de todo corazón.
OESTE-DES-AMOR.—Pero me han llegado también palabras, co-
Yo no sé si le salió «de su carne y de su sangre» o «se lo reveló el Pa- mo vientos fríos, que querían endurecer mi alma. Palabras de cinismo y
dre que está en los cielos». Sólo es que me entusiasma su frase. Y quisie- de burla, palabras de crítica despiadada, palabras incitadoras al odio, a
ra emplearla como leitmotiv de mi vida y como explicación de mi voca- la apatía, al endurecimiento personal: «Allá cada cual con su problema.
ción cristiana. Tú, a lo tuyo». El mundo de la competitividad en que vivimos fabrica

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hombres duros, ejecutivos eficaces, que vayan por la vida como máqui-
nas, dejando a un lado los sentimientos. y lo transformen. Por eso, a la inversa, alabó otros gestos. La actitud
humilde del publicano, por ejemplo. Pero no porque estuviera allá, al
Luz y sombra, amor y desamor. He ahí las cuatro esquinas que han fondo, sin atreverse a levantar los ojos. Sino porque se sentía, de ver-
encuadrado mi vida. Pero resulta que yo también, como Pedro, me en- dad, pecador. También alabó la diminuta limosna de aquella mujercita
cuentro con Alguien que me dice: «Mis palabras son espíritu y vida». viuda —dos moneditas—. Pero, porque retrataban la absoluta «entre-
Alguien que viene a mí como Palabra de Dios, que toma labios huma- ga» de aquella «pobrecita de Yavé».
nos para pronunciar palabras trascendentes pero con sonidos humanos.
Alguien que, después de ser «palabra encarnada», termina siendo «pan Jesús —resumiendo—, quería gestos sinceros, eficaces, manifestado-
que da la vida eterna». res de una limpia postura interior. Condenaba, por el contrario, los que
podrían convertirse en tapadera de una vida corrompida.
¿Qué haré, entonces, yo, caminante perdido entre los cuatro puntos
cardinales de las palabras de mi vida? ¿No será, entonces, el momento Por esa razón defendió a sus discípulos. Quizá fueran un poco des-
definitivo para entregarme a El y decirle: «¿A dónde iré, Señor, si Tú cuidados en su figura exterior. Caminantes de caminos polvorientos, al
tienes palabras de vida eterna?». fin y al cabo, no podían ser «arbitros de la elegancia». Pero eran limpios
de corazón. Pedro, Juan, Felipe... eran niños grandes, con fuerte dosis
de candor y de ingenuidad. ¿Cómo no iba Jesús a excusarlos?
Poco tiempo pasará y un hombre importante, Pilatos, después de en-
suciar al máximo su corazón condenando a Jesús, pidió solemnemente
22.° Domingo del T. O. (B) un lavabo y «se lavó las manos» ante la vista de todos, ¿he ahí el mode-
lo? No. Fue un gesto externo y teatral, que no le purificó de nada. Un
novelista inglés pintó a Pilato, ya de mayor, levantándose cada noche,
obsesivamente mordido por los remordimientos, para lavarse una vez y
LA HIGIENE DEL CORAZÓN otra vez las manos.
Una lectura precipitada del evangelio de este domingo podría dar- Es muy clara la moraleja de hoy, amigos.
nos una visión equivocada de Jesús. Nuestra religión y nuestra liturgia han mantenido bellos gestos de
Los fariseos se quejaron a Jesús de que «sus discípulos comían con purificación y de limpieza, empezando por el bautismo. Son gestos vi-
manos impuras, es decir, sin lavarse las manos». Pero Jesús, llamando vos, ricos en significado, llenos de tradición. ¡Qué expresivos los golpes
hipócritas a aquellas gentes, les increpó con palabras de Isaías: «Este de pecho al rezar «yo confieso»...! ¡Pero sólo si resuenan en mi interior!
pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí». ¡Pero con tal de ir poniendo en práctica su palabra salvadora! ¡Qué su-
¿Qué pretende Jesús? Porque parece que los fariseos tenían razón. gerente estrechar la mano de mi vecino y desearle la paz! ¡Pero sólo si
La más elemental higiene parece exigir, efectivamente, que nos lave- salgo de la iglesia sin mis odios y rencores!
mos las manos antes de sentarnos a la mesa, algo imprescindible en David decía: «Lávame, Señor, más y más, y quedaré más blanco que
nuestro contexto cultural. También es algo hermoso observar las bue- la nieve». No se refería al lavatorio de las manos, sino al de nuestro po-
nas costumbres de la tradición, surgidas de la lógica y de la convivencia. bre y pequeño corazón.
Por otra parte, el mismo Jesús observaba las costumbres heredadas.
Así, aquel día en que la mujer pecadora lavó sus pies en casa de Simón
el leproso. Mientras Simón pensaba temerariamente sobre aquella esce-
na, Jesús le dijo llana y directamente: «Simón, al recibirme en tu casa,
no me has lavado los pies. En cambio, esta mujer, desde que ha entrado,
no ha cesado de lavarme los pies». Finalmente, en la última cena, con 23.° Domingo del T. O. (B)
una evocación indudable de los lavatorios judíos, «se levantó de la mesa,
se ciñó una toalla y tomando una jofaina y una jarra, les lavó los pies a
sus discípulos». «HAZ LO QUE HACES»
No. No condena Jesús las abluciones. Condena que podamos que-
darnos en la mera exterioridad de los gestos, sin que broten del interior Al leer a Marcos en el evangelio de hoy, captan mi atención, Señor,
tres pinceladas. Se convierten en tres haces de luz que interpelan mi vida.
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1.° Tu «cercanía».—Fuiste un «dios cercano» siempre. No sólo en el
conjunto de tu obra —«et incarnatus est»—, sino en cada paso que diste, Grandes olas de ramplonería y dejadez cabalgan por nuestro coti-
en cada acción. Marcos nos detalla cómo trataste al sordomudo de hoy. diano vivir. La ley del mínimo esfuerzo se palpa en muchas de nuestras
Te lo llevaste aparte, con tus dedos palpaste sus oídos y su lengua, miras- actividades. El «ir tirando» se ha convertido en una filosofía del vivir
te al cielo, etc. Imposible imaginar un trato más cercano y personal. pragmático. Pues bien, en medio de esta situación, me gustaría, Señor,
que eso que decían todos de Ti —«todo lo ha hecho bien»—, me sacara
Pero es que así actuabas siempre. Acababas de curar a la cananea, al menos los colores a la cara.
una mujer extranjera. Y, aunque a primera vista, pudiera parecer que la
recibiste displicentemente —«no es bueno echar el pan de los hijos a los
perros»—, lo cierto es que tu cercanía y ternura empaparon todo el diá-
logo: « Vete, mujer; lo que has dicho ha sacado al demonio de tu hija».
Pues bien. He ahí una asignatura pendiente. Nunca seré un hombre
según el evangelio, por muy profesional que sea, por muchas técnicas 24.° Domingo del T. O. (B)
que aprenda, si no desciendo, de la mecánica de mi activismo, a las zo-
nas más vibrantes de los sentimientos humanos. Al hombre de hoy le
toca acudir mucho a ventanillas y despachos. Suele llegar cohibido y SOL Y SOMBRA
preocupado. Qué rabia contenida si allá únicamente le atienden desde
la burocracia y el enrrevesado papeleo. Qué alivio, por el contrario, si Pedro luminoso, Pedro oscuro. Pedro, descubridor de la salvación
le atienden desde la sencillez y la cogida. Y como este ejemplo, tantos... que nos viene del Mesías; Pedro, obstáculo para que dicha salvación se
2° Tu «escenografía».—Y perdón por la expresión, que no sé si re- realice. Pero, «piedra sobre la que se edificará la Iglesia»; Pedro, piedra
fleja lo que quiero decir. Me refiero a la serie de símbolos y gestos que de tropiezo para el «arquitecto» de la Iglesia. Pedro, Pontífice; Pedro
en ese momento empleaste. Repito: lo llevaste aparte, le tocaste los oí- impidiendo que Jesús tienda ese «puente» entre la tierra y el cielo. Cara
dos, le ungiste con saliva la lengua... todos los que os rodeaban debían y cruz de una misma moneda. El mismo Pedro que, iluminado por Dios,
de estar impresionados. Antes de que pronunciaras aquel «effetá», ya a la pregunta de Jesús «¿Quién dice la gente que soy?», responde: «Tú
todos adivinaban que aquel hombre iba a «oír» e iba a «hablar». Tus eres el Hijo de Dios», ese mismo Pedro, inspirado por Satán, increpa a
gestos iban a terminar realizando lo que significaban. Tenían ya algo de Jesús que quiere «subir a Jerusalén», diciéndole: «No lo permita Dios».
sacramentales. ¡Pedro grande, Pedro pequeño! ¡Hombre rico, hombre pobre! ¡Blanco
y negro! ¡O, por lo menos, gris, bastante gris!
Sé yo Señor, que tanto en mi actuar humano como en mis vivencias
religiosas, he de huir de lo hueco y teatral. Pero sé que, al mismo tiem- ¿Qué es el hombre Señor? Por un lado, su grandeza. Me doy cuenta
po, debo «vivir» lo que hago, poniendo, en todo, «alma» y «espíritu». de que he sido colocado en una alta esfera. Ciudadanos del cielo, mora-
«Age quod agis», dicen los latinos. Se refieren a ese superávit de «amor dores de la casa de Dios, sobre esta maravilla de nuestra naturaleza hu-
y entrega» que distingue a los que hacen las cosas con unción de los que mana, ha sido construida una sobre-naturaleza, por la que «mirad qué
las hacen «a lo que salga»: «si sale con barbas..., San Antón...... amor nos ha tenido Dios, que no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino
que de verdad lo somos», dirá Juan. A lo que añadirá Pablo: «Y si so-
3.° Las gentes, admiradas, dijeron: «Todo lo hace bien».—Soy cons- mos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cris-
ciente, Señor, de mis limitaciones y sería mucha petulancia pensar que to».
«todo puedo hacerlo bien». Es más, por muchos saberes que adquiera, es-
toy convencido de que «lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo re- No son frases hechas. En la intersección de lo humano y lo divino,
media». Pero sé también que debo huir de la «chapuza» como sistema. llevamos «semillas de eternidad», «llevamos tesoros infinitos en vasijas
de barro», según Pablo. Y según los salmos, «Dios nos hizo un poco in-
Y en eso debo trabajar. Si Tú un día, Señor, nos dijiste: «Sed per- feriores a los ángeles, nos coronó de gloria y todo lo sometió bajo nues-
fectos como mi padre celestial es perfecto», lo que querías decirnos es tros pies». Sí, ése es nuestro luminoso costado.
que debemos caminar siempre tras ideales altos, tratando de poner
nuestros pies en las huellas que Tú has dejado; Tú, modelo de toda Pero ved su reverso.—El mismo Pablo hace el retrato: «Llevo yo en
perfección. mí un ángel de Satanás que me esclaviza». Y en otro lugar: «Por eso, no
hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero». Consecuencia, por
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lo visto, de lo que confesó David: «En la iniquidad fui concebido y en el Tuvo que ser muy decepcionante para Jesús. Cuanto más necesitaba
pecado me dio a luz mi madre». Ese es mi retrato. Ángel y demonio. él recoger energías y sentirse arropado, ellos no pensaban en otra cosa
Capacitado, por la gracia, para llegar a la santidad. En peligro de aterri- que en mandos y liderazgos. Como Pedro había recibido ya la promesa
zar, por la tentación, en la ignominia. del «primado», quizá ellos no querían quedarse «fuera de la lista»:
Y como Tú, Señor, así aceptaste a Pedro —luz y sombra—, para que «¿Qué puesto ocuparé yo?» Sí, la verdad es que, a veces, no damos una.
empuñara el timón de la Iglesia y a nosotros, oscilantes entre el bien y Pero no desaprovechó Jesús la lección, y, con un ejemplo gráfico,
el mal, nos elegiste como ladrillos de tu edificio, he ahí el resultado: tu desgranó varias ideas:
Iglesia es «santa» y así lo proclamamos; pero también «pecadora» y así 1.a «El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de to-
lo constatamos. «Creo en la santa Iglesia pecadora», resume Cabodevi-
dos». Más claro, agua, Jesús quería ser el primero. Debía ser el primero.
11a.
Era el primero. Pues, ved. No va a Jerusalén a que le proclamen «rey»,
Es santa, sí. Porque es capaz de santificar a los pescadores. Porque cosa de la que siempre huyó, sino a colocarse el último, entre los inde-
tiene la medicina para nuestras enfermedades. Porque en ella vive y ac- seables y malhechores: «El hijo del hombre va a ser entregado en manos
túa el Espíritu. Porque tiene y distribuye el pan de la Palabra y el Pan de los hombres y lo matarán». En coherencia, por tanto, con su lema:
de la vida. Porque en su seno ha crecido «una multitud inmensa, que na- «El que se humilla será ensalzado».
die podría contar» de seguidores del Cordero. Porque, en fin, ya aquí en 2.a «Acercándose a un niño, lo puso en medio». Oídlo bien: «Lo pu-
la tierra, es el borrador del «Reino de los cielos» que un día llegará «a so en medio». Al revés que nuestra moderna sociedad que «lo quita de
la medida de la edad adulta, a la plenitud». en medio» y lo «echa a un lado». Buscad todos los eufemismos que que-
Pero también es pecadora. Igual que el hombre, ha caído en todos ráis y todas las terminologías y «razones legales» que traten de justifi-
los pecados: en la avaricia y el ansia de poder, en la cobardía y en la in- carlo. Pero el aborto, y la interrupción del embarazo y la eliminación
tolerancia, en la pereza y en la dureza de trato para con sus hijos, en el del «nasciturus» son modos clarísimos de «quitar de en medio al niño».
ritualismo paralizante y en no reconocer que es pecadora. Porque la vida del niño, como la del anciano, como la del atleta, como
la de Miss Universo son igualmente preciosas a los ojos de Dios.
Por eso también a ella, como «Pueblo de reyes y asamblea santa», le
urge escuchar a Pedro que advierte: «Nuestro enemigo el diablo nos 3. a «Lo abrazó». Que es tanto como ofrecerle soportes válidos du-
ronda buscando a quién devorar». Y a Pablo: «Quien crea estar seguro, rante su niñez, hasta que él mismo sepa andar su camino.
¡ojo!, no caiga». Sobre todo a Jesús, que dice: «Vigilad y orad, para que Creo que también nosotros abrazamos a los niños. Pero cayendo fre-
no caigáis...». cuentemente en dos «ismos»: el proteccionismo, que es «auparlos tanto»
a nuestros brazos, que tratamos de identificarlos con nuestro propio yo,
queriendo que crezcan a nuestra imagen y semejanza, sin ningún respe-
to a su propia personalidad. Y, segundo, el ilusionismo: que es tapar
con premios, regalos y concesiones fáciles el permisivismo lo que debía
ser entrega seria, constante y pensada al desarrollo gradual de su perso-
25.° Domingo del T. O. (B) nalidad.
4.a «El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí». Daos cuenta
y quitaos la posible nube romántica de los ojos. El niño que Jesús «puso
¡NO DAMOS UNA! en medio» no tenía por qué ser un niño prodigio: rubio, guapo y decha-
do de virtudes. Seguramente era «uno de tantos». Es decir, ególatra y
Eso creo. Que, a veces, no damos una. absorbente, con marcada tendencia a la terquedad, con caprichos, con
Hace Jesús el primer anuncio de su Pasión y Pedro se pone ante él, grandes dosis de inconstancia y volubilidad, con propensión a la pereza,
increpándole, y quitándole la idea de la cabeza. Vuelve Jesús a hacer un con envidias repentinas. Esto es, un animalito herido ya por todas las
segundo anuncio —ése que nos cuenta el Evangelio de hoy— y son sus concupiscencias, como todos los niños. Pues, bien, «acoger a un niño así,
discípulos los que dejan al descubierto su alarmante frivolidad: «Por el es acoger a Jesús». Se trata, por tanto, de una labor dura y, a veces, poco
camino venían discutiendo sobre quién sería el más importante». lucida. Pero muy grande. Porque si Santa Teresa «veía a Dios entre los

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pucheros», Jesús nos dice que «El está en los niños»: «Cualquier cosa ban igualmente a aquella pecadora que lloraba sus pecados a los pies de
que hagáis a uno de estos pequeños, me la hacéis a mí». Y, claro, ade- Jesús. Los jornaleros de la primera hora, ídem: se quejaban al dueño de
más, entre un puchero y un niño hay diferencia, ¿no? la viña porque les había dado un denario como a los últimos. Y, aunque
resulte duro escribirlo, más de una vez, en nuestro caminar cristiano,
nos sorprendemos a nosotros mismos viviendo una tristeza mala, moti-
vada por algún éxito de los demás, por sus aciertos pastorales.
¿De dónde proceden estas actitudes tan mezquinas? ¿Se trata de un
individualismo absorbente? ¿De un incorregible afán de mando? ¿Aca-
26.° Domingo del T. O. (B) so envidia, vicio universal, más que nacional? San Pablo tuvo que vérse-
las con algunos fieles de Corinto que ambicionaban algunos carismas
con un sentido desenfocado de puro lucimiento personal, ocasionando
EL PRINCIPE DESTRONADO divisiones y banderías. Tuvo que recordarles que «hay diversidad de do-
nes, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de funciones, pero un mis-
¿Leísteis «El príncipe destronado», aquella preciosa novela que en mo Señor...».
cine se llamó «La guerra de papá»? Describe M. Delibes allá la reac- Es preciso desarraigar de nosotros todas esas cizañas. Y, a la inver-
ción del niño pequeño de una familia burguesa que, ante el nacimiento sa, esforzarnos en aunar esfuerzos en la tarea común del Reino. En
de un nuevo hermanito, se rebela, hace pataletas increíbles, ya que se épocas pasadas se cultivó una teología estrecha que proclamaba dura-
siente desplazado, «príncipe destronado». Intuye que, en adelante, los mente que «fuera de la Iglesia no hay salvación». Hoy sabemos muy
mimos han cambiado de heredero. bien que, además del bautismo de agua, hay en el hombre tantos anhe-
Me he acordado de esa historia, porque en el evangelio de hoy, ve- los de «verdad», de «inmortalidad» y de «Absoluto», que pueden ser,
mos que Juan tuvo una reacción parecida: «Maestro, hemos visto a uno sin duda, verdaderos bautismos de deseo. El Vaticano II, en la declara-
que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir por- ción Nostra aetate, dice cosas bellas y refrescantes: «La Iglesia Católica
que no es uno de los nuestros». Se sentía, por lo visto «príncipe destro- ve con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y
nado». doctrinas (de otras religiones). Reflejan un destello de la Verdad que
ilumina a todos los hombres».
Sorprende esta actitud de Juan, cuando toda la doctrina de Jesús iba
proclamando que «su padre dejaba caer el sol y la lluvia sobre los bue-
nos y sobre los malos». Y sorprende más, porque Jesús advirtió: «Mirad
que vendrán gentes de Oriente y Occidente que se sentarán a la mesa,
mientras que vosotros...».
¿Qué le pasaba a Juan? ¿Qué nos pasa a todos? Porque resulta que 27.° Domingo del T. O. (B)
no se trata de un caso aislado. Es una constante en el hombre y en el
cristiano. Por una parte, soñamos todos en un mundo en el que «instau-
remos todas las cosas en Cristo». Y luego, intoxicados por un virus LA LIBERTAD ENCADENADA
—mitad de la familia de los «celos», mitad de la familia de la «envi-
dia»— ponemos peros y dificultades a quienes se disponen a trabajar en Le preguntaron unos fariseos a Jesús: «¿Le es lícito a un hombre di-
la viña del Señor. vorciarse de su mujer?».
La primera lectura de hoy eso cuenta también. Josué, ayudante de La verdad es que oír plantear las cosas así produce una cierta triste-
Moisés, hombre importante de Israel, quiso prohibir a Eldad y Medad za. Si el amor, como dice Pablo, «vale más que todas las lenguas de los
que profetizasen, aunque «el Espíritu había bajado sobre ellos». En el hombres y de los ángeles», y si «es más importante que entregar nuestro
N.T. son múltiples los ejemplos. El hermano del pródigo se molestó, ya cuerpo a las llamas» o que «repartir nuestros bienes a los pobres», ya
recordáis, cuando aquel hijo «volvió a casa del padre» y «se negaba a comprendéis que emprender la «aventura del amor humano», pensando
participar» en la alegría. Los comensales del banquete de Simón critica- en las posibilidades de «divorcio», es como iniciar una bella escalada al-

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pinista con el catafalco a cuestas, como emprender el campeonato de la
vida con muchos «negativos». mente». Pero, a renglón seguido, añaden: «Yo me entrego a ti y prome-
to serte fiel... hasta que la muerte nos separe». Ahí lo tenéis: la libertad
Debe ser al revés. Quien se acerque al matrimonio deberá recoger esclavizada con los lazos del amor. O lo que es lo mismo: «El amor, co-
en una apretada gavilla todas sus ilusiones, todos sus propósitos de es- mo altísima vocación».
fuerzo, toda su capacidad de sacrificio, toda su atención. Para poner así
las premisas que hagan que «el amor no pase nunca», como dice tam- Por eso, cuando a Jesús los fariseos le preguntaron por el divorcio,
bién Pablo. Y la primera premisa podría ser ésta: él se puso a hablarles de su «terquedad y dureza de corazón». ¡Claro!

AMAR CONSISTE EN DAR MAS QUE EN RECIBIR.—La per-


sona que se acerque al matrimonio buscando en la otra persona un «tú»
que sea la prolongación del propio «yo», lo que está haciendo es fabri-
car egoísmo. No dice la verdad al decir «te amo». Lo que dice significa 28.° Domingo del T. O. (B)
«me amo», ya que no busca la felicidad del «otro» sino su propia felici-
dad. Deberán tenerlo en cuenta los que se acerquen al matrimonio. Y
así, su proyecto de amor deberá consistir en un noble campeonato de SOBRE POBRES Y RICOS
generosidades y renuncias personales. Pero sabiendo una cosa. Que,
desprendiéndose uno de sus propios caprichos y complacencias en be- Muy pronto empezó Jesús a mostrar sus preferencias: «Dichosos los
neficio del «otro», es decir, desprendiéndose de su propio «yo», no se pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos». Fue en el sermón de
pierde, sino que «se gana». Lo dice el Libro de los Hechos: «Es mejor la montaña, al comenzar su vida pública. Y muy pronto también señaló
dar que recibir». el gran peligro de la situación contraria: «¡Ay de vosotros los ricos, por-
que ya habéis recibido vuestro consuelo!».
Me viene a la memoria ahora aquel poemita de Tagore. Iba pidien-
do limosna el mendigo de puerta en puerta cuando vio acercarse la ca- El pasaje evangélico de hoy es un «ejemplo al canto» de estas líneas
rroza real. «Buena ocasión —pensó— para llenar mis alforjas». Pero maestras que Cristo trazó para los que quisieran emprender el camino
¡ay!, no pudo hacerlo porque fue el rey quien le pidió limosna a él. El del Reino: «No se puede servir a Dios y al dinero». Buen camino, pues,
entonces, atolondradamente y con cautela, le entregó un granito de tri- la pobreza. Peligroso camino, por el contrario, la riqueza.
go. Para no quedarse en la miseria. Pues... he ahí la sorpresa. Cuando Y, sin embargo, la riqueza, en sí misma, no es un mal. Es un bien.
llegó a su casa y vació sus alforjas vio que, en el lugar del grano de trigo, Dios no sólo es «rico en misericordia». Es rico en todo. Suyos son el cie-
había aparecido un grano de oro. Así es el amor, amigos. Los granos de lo y la tierra, el tiempo y la eternidad. El hizo el universo, «vio que era
trigo, quitados al propio egoísmo y ofrecidos a la persona amada, se bueno», y se lo dio dadivosamente al hombre: «Someted la tierra».
convierten en «oro». Oro de alegría, de paz, de satisfacción. La satisfac-
ción de saber que uno no está solo y que, siendo los dos tan distintos, Leed el A.T. y veréis que, a los que Dios ama, los colma de bienes.
han aprendido a amar las mismas cosas y a «mirar en la misma direc- A Abrahán le dijo Dios: «Toda esta tierra te daré para ti y tus descen-
ción», como quería Saint-Exupéry. dientes». Por eso luego se nos dice: «Abrahán era muy rico en ganado,
plata y oro». Lo mismo pasa con Isaac: «Yhavéh le bendecía y él se enri-
Y segunda premisa: quecía más y más». En cuanto a su pueblo, recordad lo que le dijo: «Te
daré una tierra que mana leche y miel, allí no faltará de nada». Por otra
parte, la Sagrada escritura consideraba las riquezas como premio a la
POR LA LIBERTAD A LA ESCLAVITUD.—Porque en el matri- sagacidad, al trabajo, a la audacia y a otras virtudes: «No ames el sueño,
monio ocurre esa dulce paradoja. Resulta que el hombre lo que más an- que te harás pobre. Ten abiertos los ojos y te hartarás de pan», dicen Los
hela y busca es la libertad. Hacer su propio programa, escoger sus en- Proverbios.
tretenimientos, seguir sus gustos y aficiones. Que nadie le imponga otra
idea que la que él persigue. Y sin embargo, observad la escena. Oíd lo Pero cuando el hombre no se da cuenta de que las riquezas sólo son
primero que los novios dicen cuando llegan al altar: «Venimos libre- un camino para conseguir la «otra» riqueza, la única, la «perla precio-
sa», entonces se le desmorona toda su jerarquía de valores, y convierte
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en «fin» lo que sólo es un «medio». Ante ese «medio», que es el «bece- del Rey, lo único que anhelaba era recibir una carta del Rey. Se convir-
rro de oro», se arrodilla, después de haber fundido en él todos los otros tió en una obsesión.
ideales.
Lo veía como un derecho, que nadie le podía negar. Y así, se murió
Eso le pasó al joven rico. No era malo. Era bueno. Pero su corazón un buen día, nublándosele la vista y oyendo, entre sueños, la voz del
estaba ganado por las riquezas. Eso le pasó igualmente a aquel otro ha- Heraldo de la Corte, que le anunciaba la llegada del gran Rey.
cendado, que, después de una gran cosecha, se dijo: «Amigo, tienes bie-
nes para muchos años; come, bebe y date buena vida». Eso mismo les Se me antoja que ésa es la historia del Domund. Sobre todo, el de
pasó a aquellos tres invitados que rechazaron el convite del Señor, aga- este año, cuyo lema dice: «Jesucristo, un derecho de todo hombre».
rrándose a «unas yuntas de bueyes», una «finca» y una «esposa». Todos Efectivamente. El mundo está lleno de niños-Amal, de jóvenes-
ellos pensaban que «sus riquezas» eran ya la dicha, la seguridad, el ver- Amal, de mayores-Amal, que, en todos los continentes, desde las raíces
dadero reino. Confundían «las riquezas» con «la Riqueza». de su alma, desean recibir la Carta del Rey, el Mensaje del Rey. Noso-
No es que el rico sea más malo que el pobre. Lo que pasa es que, al tros, los cristianos, sabemos que ese gran Rey existe, dueño de los seres
saberse rico, primero cree bastarse él solo; y eso se llama orgullo. Des- y de las cosas. Sabemos que «de muchos modos y en muchas ocasiones
pués, prescinde de Dios, para confiar en sus riquezas; y eso es idolatría. ha hablado en todos los tiempos a los hombres». Sabemos, sobre todo,
Luego se olvida de los que «no son ricos». Y eso va contra «el amor». que «en los últimos tiempos envió a su propio hijo» como gran cartero.
Como, además, sus riquezas, ¡ay!, muchas veces se han amasado con «la Por otra parte, sabemos que su palabra —su carta—, no es letra muerta,
sangre del pobre», como decía León Bloy, entonces estamos ya en el sino que es principio de la verdadera vida, según aquello que él mismo
pecado de «injusticia». aseguró: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
Por eso, concluimos que ese Jesús «es un derecho de todo hombre».
Pero sumad y seguid, ya que no suele terminar ahí: «El que tiene
cinco quiere tener diez», ya lo sabéis. Y eso se llama «avaricia». Y el Pero, ¿por qué no llega esa carta? Oíd el silogismo en cadena que
que nada en la abundancia, no se priva ya de nada. Y se le van pegando, hace San Pablo: «¿Cómo van a invocar al Señor, si no creen en El? ¿Y
como moscas, la lujuria, la gula, la pereza, etc., etc. Repito: no es que el cómo van a creer, si no oyen hablar de El? ¿ Y cómo van a oír si no hay
pobre sea más bueno, no. Lo que pasa es que, al ser pobre, siente todas alguien que se lo proclame? ¿ Y cómo van a proclamar si no son envia-
las necesidades y entonces, se ponen a confiar en Dios. Ellos son los dos?».
únicos que aceptaron la invitación del banquete. En la sobremesa can-
Todos debemos ser: «los carteros del Rey». Juan Pablo II, al escribir
tarían, seguro: «En Dios pongo mi esperanza»...
su encíclica «Redemptoris missio», afirma claramente que, cuando la
Iglesia pregona el «mensaje de Jesús» no coarta la libertad de nadie,
imponiendo, sino, al revés: está tratando de responder al «derecho que
tiene todo hombre de recibir esa carta» y que, a su vez, es una obliga-
ción que tiene ella de «ir por todo el mundo a repartir esa carta a toda
29.° Domingo del T. O. (B) criatura». ¿Es que no os entusiasma la idea de ser «carteros del Rey»
para llevarle cartas a Amal, niño enfermo que espera en su ventana?
En el evangelio de hoy observaréis la actitud egoísta y cerrada de
EL CARTERO DEL REY dos hermanos —Santiago y Juan— que quisieron detener la correspon-
dencia de todos los hombres en su personal «saca de correos». O, al me-
¡Cuanta belleza encerrada en «el cartero del Rey», aquel poema nos, postergarla: «Haz Señor, que nosotros nos sentemos en tu Reino
dramático de Rabindranaz Tagore! Amal era un niño enfermizo, soña- uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
dor de caminos. Pero su médico no le dejaba salir de casa, porque el Tuvo que recordarles Jesús que en el mundo hay muchos niños-
viento y el sol le podían matar. Se tenía que contentar con ver y hablar Amal, muchos jóvenes-Amal, muchos adultos-Amal, enfermizos más
a los que pasaban bajo su ventana: el lechero, el viejo, el guarda, el jefe, bien, y con la ventana abierta a la luz, soñando en recibir «carta del
los niños y Sudda, la niña que vendía flores. Pero, cuando se enteró de Rey». Los que hemos recibido ya ese «mensaje», ¿podemos quedarnos
que aquel edificio grande que había delante de su casa era del Correo en la indiferencia?
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Por eso Juan Pablo II, cuando da razón de su «Redemptoris missio», no me hubieras encontrado», decía Pascal. Y Cabodevilla, comentando
dice: «Es un documento profético que responde a las exigencias y a las estas cosas, advierte: «Las verdaderas creencias, más que respuestas
aspiraciones del corazón humano y que es siempre Buena Nueva». aquietadoras, son preguntas inquietantes», porque «buscamos respues-
tas y hallamos nuevas preguntas». Eso mismo le pasaba a aquel busca-
dor de Dios que fue San Agustín: «Lo buscamos para encontrarlo (a
Dios); pero tenemos que buscarlo también después de haberlo encon-
trado. El está oculto para que, antes de encontrarlo, lo busquemos. Y,
como es inmenso, lo busquemos también una vez encontrado».
30.° Domingo del T. O. (B)
Ahora bien, en una búsqueda, igual que Bartimeo, hemos de encon-
trar obstáculos y «pressing» de oposición. Dentro de nosotros, ante to-
do. Por ejemplo, el comodismo. ¡Se vive tan bien en la nube del «dolce
CAMINO DEL GOL
far niente»! ¡Es tan confortable la evasión! Por ejemplo también, el
He sido un negado para el deporte, lo confieso. Pero, sin embargo, miedo al riesgo y al compromiso. Lo confesaba también San Agustín:
soy admirador del fútbol creativo, rompedor, de imaginación, el que «Temo al Jesús que pasa».
trata de sortear todos los sistemas defensivos y todos los cerrojos, con Obstáculos defuera, en segundo lugar. Sepan bien los «Bartimeos de
tal de llegar a meta y chutar a gol. Opino, por tanto, que «la mejor de- hoy» que van a ser muchos —amigos y enemigos, familiares y conoci-
fensa es un buena ataque». dos— los que les van a decir que «no griten su fe, que no es prudente
No voy a hacer una crónica deportiva. Simplemente quiero deciros hacerlo, que hoy no se lleva y que lo mejor es seguir la corriente». Es la
que me gusta Bartimeo, el hijo de Timeo. Porque, rompiendo todo el prevalencia del juego destructivo sobre el creativo. La resignación al
«pressing» que le hacían —«le querían hacer callar»—, burlando los ce- «empate a cero» por encima del juego creativo. Lo nuestro es procla-
rrojos contrarios, grita que te grita, se llegó a la meta (Jesús) y chutó a mar y avanzar.
puerta: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí».
Tengo el convencimiento de que, en nuestro camino cristiano, quien
no adopte esa táctica de valentía, de riesgo, de lanzarse a burlar barre-
ras y ataduras —juego destructivo, en definitiva, que es el que impera—
no llegará nunca a la luz. Lo más que conseguirá es aclimitarse a una
«dorada medianía», de perfiles turbios, en donde escasearán los crite-
31.° Domingo del T. O. (B)
rios sólidos y las voluntades recias. Vivirá en un constante «empate a
cero».
¡LOS DOS HIJOS MELLIZOS!
Y eso no le pega a un cristiano de verdad. El cristiano ha de ser, por
definición, un «buscador de Dios». La fe no es la posesión tranquila de Conviene aclarar algo desde el principio. El letrado que se acercó a
la verdad, una recitación y aceptación obediencial del dogma y las nor- Jesús, solamente quería saber cuál es el primer mandamiento. Nada
mas, sin más. Lo primero, porque el dogma y las normas pueden ser ca- más. Y fue Jesús quien, por su cuenta, añadió lo demás: «El segundo es
da vez mejor explicados. Y lo segundo, porque cualquiera de nosotros, amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que
aunque creamos en Jesús, no lo conocemos suficientemente. Hay mu- éstos».
chos estratos de su ser, de su mensaje, a los que no hemos llegado. Por
eso recitaba el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu El pueblo de Israel conocía perfectamente la supremacía de Dios.
rostro». «¿Quién hay como Tú? ¡Nadie hay semejante a ti!», aclamaba cada día.
Sabía, por eso, que «hay que amarle por encima de todas las cosas». Lo
Como Bartimeo por tanto, hay que salir cada día al camino. A ver si que no había sospechado es lo que dijo Jesús: que el amor al prójimo
nos llega más luz de ese «Jesús que pasa». El haber descubierto a Jesús tiene las mismas características; y que, por lo tanto, hay que amarle con
no es el final de una búsqueda, sino el comienzo. «No me buscarías si el mismo amor con que amamos a Dios.
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Parece ser que aquel letrado lo entendió, ya que Jesús le dijo: «No 32.° Domingo del T. O. (B)
estás lejos del Reino de Dios». Lo que ya no está tan claro es si lo enten-
demos nosotros.
Porque, por no sé qué maniqueísmo congénito, tendemos a «separar LO GRANDE Y LO PEQUEÑO
lo que Dios ha unido»: el amor a Dios y el amor al prójimo. Efectiva-
mente, cristianos existen que buscan la santidad y el seguimiento de Je- En aquella «balada» de Pemán, aquel leguito simplicísimo se ator-
sús en un recital de actos de piedad y devociones. Piedad y devociones mentaba pensando que lo que él hacía —«ir mansamente con el cantari-
que suelen llevar aparejada una ascética de «huida» y desinterés por la 11o, por la veredica, bendiciendo a Dios»— era algo muy pequeño. Otra
problemática del hombre y del mundo. «Ser bueno» ha significado, para cosa eran los otros frailes:
muchos, «liarse la manta a la cabeza» y no querer contaminarse con las
preocupaciones del vivir diario. Y existen otros cristianos que buscan «Fray Andrés disciplina su cuerpo
una santidad sin Dios, un cristianismo sin Cristo; y ponen toda su dedi- sin tenerle piedad. Fray Zenón
cación en su compromiso temporal, en su solidaridad material con el atruena el convento cantando maitines con hermosa voz.
prójimo. Todavía se aferran muchos a esa teoría que dice que «la reli- Fray Tomás se pasa las horas inmóvil
gión aliena al hombre y no le deja encarnarse en la problemática del levantado en arrobos de amor...
mundo». O con palabras del Concilio: «Al orientar el espíritu humano Al lado de aquellos excelsos varones,
hacia una vida futura ilusoria, lo aparta del esfuerzo por levantar la ciu- ¿qué hará el buen leguito para ser grato a Dios?
dad temporal». Y con santa envidia murmuran sus labios:
¡Fray Andrés!... ¡Fray Tomás!... ¡Fray Zenón!»
No podemos separar, amigos, lo que Dios ha unido con estos dualis-
mos. A Cabodevilla le gusta recordar qué bien pintó el Ghiotto «la cari- Perdonadme la larga cita. Pero la creo adecuada para enmarcar la
dad». Toda vestida de rojo, ofreciendo a Dios un corazón con su iz- cuestión que plantea el evangelio de hoy: «¿Qué es más válido; las ges-
quierda y un cesto de frutas a los hombres con la derecha. Así, las dos tas (?) llamativas de los famosos o las acciones anónimas de los senci-
manos ocupadas, a la vez, en esos dos amores, que en realidad son un llos?».
solo amor. Amar a Dios en los hombres y amar a los hombres por Dios.
De otro modo, nuestro amor podría ser un fraude. Lo dijo claramente Dejándonos llevar de un papanatismo infantil e inmaduro, tendemos
Juan: «El que diga que ama a Dios y aborrece a su hermano es un menti- a ir fabricando «ídolos de barro», a los cuales rendimos un culto irracio-
roso». nal y excesivo. Pregonamos y exorbitamos «cosas» de los «populares».
Y pasamos displicentemente ante las humildes e innumerables acciones
Cada mañana y cada tarde tenemos que vivir en el ejercicio constan- de los que, a nuestro lado, hacen más confortable nuestro vivir.
te del «primer mandamiento». Y, para que este corazón nuestro no se
nos incline unilateralmente por caminos dualistas de olvidar al prójimo Jesús, en el evangelio de hoy, nos previene precisamente contra esa
con la tapadera de creer que amamos a Dios, o de olvidar a Dios con la posible inversión de valores en la que podemos caer. Observando a los
excusa de que andamos muy atareados con el prójimo, aceptemos gozo- que pasaban junto a él, puso un ejemplo muy claro: la cruz y la cara.
sos la fórmula que nos dio Jesús. Medirá el amor que le hemos tenido a Allá iban «los letrados, paseándose con su amplio ropaje, deseosos de
El, basándose en la proporción en que «hemos dado de comer o de be- que la gente les hiciera reverencias, ocupando los puestos de honor en la
ber..., hemos visitado..., vestido..., etc.», al que «tenía hambre o sed..., es- sinagoga y en los banquetes, echando dinero en cantidad en el cepillo del
taba desnudo..., o enfermo..., o encarcelado, etc., etc».. Por aquella ele- templo... ¡Cuidado con ellos!», dice Jesús. Y allá «se acercó también una
mental razón: «Porque cualquier cosa que hagáis a un pequeño, me lo viuda pobre que echó dos reales». Pues oíd la sentencia de Jesús: «Ha
hacéis a mí». echado más que nadie, pues los demás han dado de lo que les sobraba,
pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que necesitaba para vi-
Ved qué cosa tan bella escribió Ch. Peguy: «El amor de los hombres vir».
a Dios y el amor de los hombres entre sí son los dos hijos mellizos del
amor de Dios a los hombres». Bastaría esa breve consideración de Jesús para dar por concluida es-
ta glosa. Pero no quiero terminarla sin hacer el decidido elogio de todos
¡Los dos hijos mellizos! los pequeños seres que, en nuestro trabajo o nuestra diversión, sin dar-

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se importancia, van dejando «caer moneditas» en el cepillo de lo anóni- ra con que cobijabas a los tuyos —«como una gallina a sus pollue-
mo, pensando, además, que «lo suyo vale poco». los»— no me permite pensar en un Jesús «amenazador» sino, más
Pero ¡ay, amigos! «el Padre, que ve en lo escondido» seguramente bien, en un hermano mayor tratando de ayudar a sus hermanos pe-
piensa que «ésos son los que dan más». Pienso, por ejemplo en R.E., queños a encontrar el verdadero sentido de la vida humana; y, como
de vocación: servidor de la parroquia. Lleva ya años en su silla de rue- consecuencia, a valorar las cosas en su justa medida, a mirar lo pasaje-
das. Pero no sufre por su incapacidad física y su quebranto, sino por ro como pasajero y lo eterno como fundamental, a no «construir», en
no poder hacer ahora lo que antes hacía: velar por la calefacción de la una palabra, «una morada fija en la tierra, ya que andamos buscando
iglesia, repartir sobres, arreglar grietas y fugas, o sea: amar a su parro- la del futuro».
quia. Pienso en tantos feligreses que, con pudor, te dicen un día: «Yo
Porque ése es el tema fundamental que subyace en nuestra concien-
no valgo para animar liturgias o catequesis; pero aquí están mis ma-
cia. «¿Qué sentido tiene la vida, y los pasos que doy, y mis anhelos y
nos...». Y ahí andan, jugando a carpinteros, albañiles, herreros, y
preocupaciones, y ese tiovivo de mis ajetreos?».
aventurando arte y decoración, si ustedes me apuran. Pienso, en fin
en... Tú, Señor, en la primera parte del texto de hoy, pareces pintar, en
efecto, un horizonte muy negro: «De todo esto no quedará piedra sobre
Pero, no. Piensa tú mismo, lector. Y verás cuánta «mujercita po- piedra». Ante esa perspectiva, nuestro pobre corazón se encoge y se po-
bre», dejando sus «dos reales». En el frontis de la casa de Lope de Ve- ne a rumiar los viejos versos de J. Manrique:
ga, en Madrid, leí esta bella sentencia: «Parva propia, magna; magna
aliena, parva». Permitidme que la traduzca así: «Muchas cosas de los «Recuerde el alma dormida
que están a mi lado, son grandes. Y grandes cosas de los de fuera son avive el seso y despierte...».
pequeñas».
Pero, escuchándote hasta el final, veo que ése no era tu objetivo. Al
contrario. Tú te pusiste a hablar de la «primavera» y de las «yemas de
los árboles». «Aprended lo que os enseña la higuera Cuando las ramas se
ponen tiernas, sabéis que la primavera se acerca. Cuando veáis vosotros
que estas cosas suceden, sabed que El está cerca: a la puerta».
33.° Domingo del T. O. (B) No se trata, pues, de un «fin», definitivo, sino de un definitivo «prin-
cipio». Ya, en otra ocasión, dijiste: «Si el grano de trigo muere, entonces
da mucho fruto». De eso se trata. La vida del hombre tiene sentido,
«AGUAR LA FIESTA» profundo sentido, trascendental sentido. Porque, si el hombre ha ido
construyendo la ciudad de la tierra sabiendo que estaba poniendo los
No sé qué decirte, Señor. El texto evangélico de hoy y todo su con- pilares de la eternidad, lo que hacía era preparar la definitiva implanta-
texto, me impresionan. Me parecen un terrible jarro de agua fría. ción del Reino.
Recordemos la escena. «Salías Tú del templo con tus discípulos, y Por eso, las parábolas que contaste a continuación no invitaban a la
uno de ellos —admirado, sin duda—, te dijo: Maestro, mira qué sillares y desesperación y al fatalismo, sino a la activa esperanza: a «llenar nuevas
qué edificios. Y tú, admirando también, le repusiste: Esos magníficos lámparas de aceite», a «esperar, como criados diligentes, la llegada del
edificios los derribarán, hasta que no quede piedra sobre piedra». Te pu- amo», a «hacer fructificar nuestros talentos».
siste, a continuación, a disertar sobre el final de los seres y las cosas: la
destrucción de Jerusalén, la fugacidad de la vida humana y el juicio fi- Tu discurso escatológico, por tanto, no pretendía «aguarnos la fies-
nal como implantación definitiva del Reino. Y Marcos nos lo contó, po- ta» sino, más bien, «prepararnos para la gran Fiesta». Aquella, en la
niendo en tus labios un tono catastrofista y tremendo, eso que los en- que «no habrá ya ni llanto, ni luto, ni dolor». Anunciabas, en definitiva,
tendidos llaman lenguaje apocalíptico». Sí, fue un terrible jarro de agua la llegada de la primavera. Y lo hacías, no con ese margen de posible
fría. error que se reservan los meteorólogos, sino con toda rotundidad y con-
tundencia: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Pero no creo. Señor, que tu intención fuera la de asustar. La ternu-
Por tanto, ¡Cristianos del mundo, unios!
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34.° Domingo de Cristo Rey (B) antes que aceptar tu Reino, proclamaron públicamente su adhesión al
César: «Nosotros no tenemos más rey que el César». ¡Algo de verdad in-
creíble!
«¿UN REY O UN POETA?» Y acaso nosotros, los cristianos de todos los tiempos, tampoco te en-
«Tú lo dices, yo soy rey. Para eso he nacido y para eso he venido al tendemos. Porque la verdad lisa y llana es que hemos solido andar bas-
mundo». culando entre dos extremismos: unas veces «dando al César lo que es
de Dios», y otras veces «dando a Dios lo que es del César». Sí. Ha habi-
La verdad, Señor, que oyéndote decir esas cosas, y en la situación en do épocas en que nos hemos hecho tan temporalistas y terrenos, tan
que las dijiste, uno se queda anonadado. Porque, reconstruyamos la es- mundanos y mundanizados, tan rendidos al poder, al dinero y a la fuer-
cena. za, que convertimos el cristianismo en un «reino de este mundo». Otras
Allá estabais los dos, frente a frente. Por un lado Pilatos, represen- veces, al revés, asustados por la civilización «laica y secular» que nos ha
tante del poder constituido: el César de Roma. Procurador romano, ar- invadido, preferimos la huida y la evasión a lo «puramente espiritualis-
gumento indiscutible de un pueblo guerrero y dominador. Por otro lado ta». Y no, amigos. «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angus-
Tú, autoproclamándote «rey de los judíos» —descendiente, sí, del reina- tias de los hombres... son los gozos, etc., de los discípulos de Cristo». Y
do de David, una realeza venida a la nada—, pero añadiendo que «tu si Dios, al encarnarse, entró en la historia de la Humanidad asumiéndo-
reino no es de este mundo», ya que, en realidad, no pasas de ser «el hijo la, el cristiano ha de seguir ese modo de «reinar». «¡Venga, pues, a no-
del carpintero». Pilatos, que simboliza el derecho y la fuerza, el poderío sotros tu Reino!».
y la opresión. Y Tú, «cordero que no bala al ser llevado al matadero», y
que te propones reinar por la ley de «poner la otra mejilla».
Dime, Señor: «¿Eres un rey, o un poeta? ¿Acaso un soñador de uto-
pías, un alquimista de reinos fabricados con nubes y con imposibles?»
Porque la escena de hoy no es una escena suelta. Es el broche final de
todo un mensaje proclamado.
En efecto. Tú afirmaste que tu reino se tenía que parecer a «una red
de pescar en la que caben toda clase de peces», a «un grano de mostaza
que, siendo la semilla más pequeña, se convierte en el más grande de los
arbustos», a «un banquete al que son llamados todos, hasta los más des-
heredados». Dijiste que, en tu Reino, no debe existir otra ley que la del
amor. Un amor que lo desmenuzaste bien claramente: «dar de comer al
hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo...». Un amor que lle-
gue al perdón supremo —«setenta veces siete, Pedro»— y a la «no vio-
lencia» —«mete tu espada en la vaina, Pedro, porque el que a espada
mata, a espada muere»—. Un amor, en fin, cuya «mayor demostración
consiste en dar la vida por los demás». Como Tú estás a punto de hacer-
lo, Señor, ahora.
Esa es la descripción que hiciste de «tu Reino». De verdad, no pare-
ce de «este mundo». Pero tengo la impresión de que ninguno de los pro-
tagonistas de esta mañana te entendió. No lo hizo Pilatos, que es claro
que no lo tomó en serio. Por eso, con mucha ironía, mandará poner so-
bre tu cruz aquella inscripción: «Jesús nazareno, Rey de los Judíos». No
te entendieron los tuyos, los judíos que te entregaron. Ya ves, cayeron
en la mayor contradicción: odiando como odiaban al pueblo invasor,

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CICLO C

1.° Domingo de Adviento (C)

SIEMPRE ES ADVIENTO
Yo no sé si el hombre de hoy sabe qué es el «adviento». Incluso, no
sé si, los que nos llamamos cristianos, nos sentimos de verdad inmersos
en esa dinámica de «vivir en adviento». Y, sin embargo, para quienes
concebimos el mundo y la historia traspasados de «trascendencia», re-
sulta que todo es «adviento». Pasado, futuro y presente giran ininte-
rrumpidamente pendientes de «Alguien que vino, que vendrá y que es-
tá viniendo siempre».
El pueblo de la antigua alianza, después de pasar un largo calvario
de esclavitudes, privaciones, destierros y caminos, fue dándose cuenta
de que «Dios había venido a ellos». Aquel éxodo les fue educando. Y
comprendieron que Dios les había guiado y protegido. Adviento pasa-
do. Y así lo recitaban en sus salmos: «Recordad las maravillas que Yah-
vé ha obrado, sus portentos, las sentencias de su boca».
Y la reflexión sobre ese «adviendo pasado» le sirvió, además, como
figura y anticipo, como ejercicio de esperanza, para anhelar un «advien-
to futuro». Dios les visitaría con nuevas mercedes. Con la gran merced.
Y en esa esperanza se debatió, gimió, anheló y rezó. Oíd a Isaías: «Des-
tilad, cielos, el rocío de lo alto y que las nubes lluevan al Justo». Y en
otro lugar: «Compadécete, Señor, de nosotros, que te esperamos». Hasta
que el «futuro» se hizo «presente». Cuando «llegó la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley,
para rescatar a los que estaban bajo la ley».
Ahí empezó la nueva economía. Y un adviento tridimensional gira y
gira —¡es la bella danza de la esperanza!— ante los ojos y el corazón de

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cada creyente y delante del «pueblo de Dios» que camina en éxodo. Es-
tas cuatro semanas pretenden eso: que el hombre del siglo XX se dé Y, sin embargo, su figura no envejece. Después de veinte siglos, ca-
cuenta que un día, hace dos mil años, «apareció la benignidad de Dios y da año la liturgia, cuando ya enfilamos la recta hacia la Navidad, nos
trajo la salvación para todos los hombres». Que «la eternidad» se mez- acerca su silueta en un sabio movimiento de zoom y nos pone un impre-
cló con el «tiempo» y que vivimos ya definitivamente en la «eternidad». sionante «primer plano» suyo. Es como el prólogo y el prefacio del gran
Y así, teniendo en cuenta esa «Encarnación, Muerte y Resurrección» evento de la historia. Yo me limito en este domingo a ofreceros tres re-
del Hijo de Dios —¡adviento pasado!— aprendamos, como el pueblo flexiones al leer el evangelio.
de Israel, a vivir en la esperanza del «adviento futuro». Y así, como el 1. En el año quince del emperador Tiberio, siendo Pondo Pilato go-
«criado solícito», o como las «vírgenes prudentes», preparemos el futu- bernador..., y Herodes virrey..., y Felipe virrey..., y Lisanio virrey..., y su-
ro, en diligente anhelo: «viviendo sobriamente, honradamente, religiosa- mos sacerdotes Anas y Caifas, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo
mente, aguardando la dicha que esperamos». Porque «el Señor vendrá, a
de Zacarías».
la hora en que menos pensemos». Y estas palabras del Señor «no falla-
rán». «Antes fallarán el cielo y la tierra». ¿Sabéis a qué me suena todo esto? A lo que Jesús dijo siempre: que
«Dios esconde sus misterios a los sabios y entendidos y los revela a la
Y, teniendo nuestras vidas enmarcadas entre esos dos advientos, pa- gente sencilla»; que «los últimos serán los primeros»; que «el que se hu-
sado y futuro, ejercitémonos cada día en el convencimiento de que Dios milla será ensalzado»; que «el que no se haga como un niño no entrará
está presente entre nosotros; celebrémoslo jubilosamente en todos los en el reino de los cielos». Es decir, me suena a sonrisa socarrona de Dios
matices que nos ofrece la Liturgia; y busquemos sobre todo la dirección
ante nuestros febriles afanes de encumbramiento. Ahí andamos los
que Jesús mismo nos señaló para vivir siempre en su presencia, los PO-
hombres tratando de llegar a la cumbre en todos los escalafones. Y ahí
BRES: «A los pobres los tendréis siempre entre vosotros».
sigue Dios «acogiendo a lo necio del mundo para confundir a los sa-
Ya el Sínodo nos invitaba con urgencia a hacer efectiva nuestra op- bios».
ción preferencial por los pobres. Y nuestra Caritas, desplegando un am-
2. «Vino la palabra de Dios sobre Juan y recorrió toda la comarca
plio ensayo preparatorio durante el Adviento, nos dice ya desde ahora
del Jordán predicando».
que «la Navidad debe ser una llamada a la Solidaridad».
¿Sabéis a qué me suena esto? A diligencia, a prontitud, a echar por
Nuevo Año Litúrgico. Puesta en marcha de «un nuevo Tour». 365
la borda la pereza, la abulia, la tibieza, la pasividad, la inercia. A «no
etapas. De montaña y de llanura. De contrarreloj y de aparente calma.
dejar para mañana lo que podemos hacer hoy». A alistarnos en el con-
El corredor de fondo es un símbolo viviente para todo el año. Que sea
nuestra mascota. Hoy mismo comenzamos a correr dando vueltas alre- vencimiento de que «al que madruga Dios le ayuda». A saber respon-
dedor de «El que era, el que es y el que vendrá». Ya lo sabéis: «Siempre der, ya que «una vez que hemos oído la voz de Dios, no podemos endu-
es Adviento». recer nuestro corazón».
Atención pues, porque en nuestro seguimiento de Cristo y en acep-
tar responsabilidades en las tareas del Reino jugamos mucho a la inde-
cisión, al irlo dejando para empezar más adelante. Con riesgo siempre
de que «llegue el esposo y nos encuentre dormidos, sin la previsión de
2.° Domingo de Adviento (C) haber llenado nuestras lámparas y escuchar, por lo tanto, su voz que nos
diga, cuando llamemos a su puerta: no os conozco».
3. El mensaje de Juan era: «Preparad los caminos de Señor». —
¡MI PEQUEÑO SALTAMONTES! ¿Cómo?— «Elevando el nivel de los valles, rebajando el de las colinas,
enderezando lo torcido e igualando lo escabroso»—.
Estoy seguro que este Juan Bautista solitario, con su extraño, áspero
y mínimo atuendo, con su mensaje descarnado y directo, pregonando ¿Sabéis a qué me suena todo esto? A que «la línea recta es la distan-
en el inhóspito escenario del desierto, debió de parecer a «los listillos» cia más corta entre dos puntos». A que no hay que «andar rizando el ri-
de la época —seguramente también a los de hoy— alguien a quien ha- zo» ni mariposear «por las ramas». A que no podemos andar cuidando
bía que vigilar. la figura «por fuera» y estar llenos de podredumbre «por dentro», como
los fariseos. A que hay que cortar por lo sano todas nuestras ambigüe-
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dades religiosas y todas nuestras equilibradas componendas de querer
«servir a Dios y al diablo». Por eso predicaba una conversión personal. Que consistía primor-
A Juan, amigos, le mataron por llamar a las cosas por su nombre: dialmente en un cambio radical de «mentalidad» y, consecuentemente,
«Al pan, pan; y a Herodes, zorro». ¡Claro que Juan se entrenó a fondo en un cambio de «actitud» ante los problemas.
comiendo miel y saltamontes! Hoy día todos hablamos de «cambiar las estructuras». Y, en ese em-
Juan, mi pequeño saltamontes, de verdad nos dejaste buenas leccio- peño, decimos que existen: la opresión, la injusticia, la explotación, la
nes. marginación, el consumismo aberrante... Pero todos esos anhelos y de-
nuncias pueden quedarse en música celestial, si no trabaja cada uno en
liberarse él de sus propios pecados. Los grandes «pecados de todos»
suelen terminar siendo «pecados de nadie». Y está claro que, cuando
decimos enfáticamente «todos somos opresores, o asesinos», lo que ha-
cemos es absolver alegre y confusamente el pecado personal de cada
3.° Domingo de Adviento (C) uno. Muy bien sintentizó aquel que dijo: «¡Mal de muchos, consuelo de
tontos!» O de «listos». Porque suele ser un «listillo» el que se lava las
manos como Pilatos. Es como si volviera a repetir: «Allá vosotros. Yo
soy inocente de la sangre...».
¡MAL DE MUCHOS...!
Vivimos en una curiosa paradoja. Cuando se trata de nuestros «de-
Es evidente que impresionaba Juan. Impresionaba su figura: adusto y rechos», aquilatamos al máximo lo que se nos debe: «Esto, y esto, y es-
severo, «alimentándose con saltamontes y miel silvestre, vestido con una to. Más el IVA». Pero cuando se trata de nuestro compromiso con la
piel de camello ceñida a la cintura», recortaba su silueta en el desierto. ciudad secular o con la implantación del reino, solemos caer fácilmente
Impresionaba también su personalidad: «No te es lícito vivir con la mujer en un lenguaje ambiguo, insípido y fofamente grandilocuente que, pre-
de tu hermano», le decía sin miedo a Herodes, pasara lo que pasara. Y tendiendo decir mucho, resulta que no dice nada: «Hay que hacer...
Jesús afirmaba de él que «no era una caña agitada por el viento, ni un Convendría que se fuera pensando... Qué bonito sería si todos...».
hombre ricamente vestido», sino «el hombre más grande nacido de una ¡Bendito Juan! ¡Juan el de la pelliza y la voz recia! ¡Juan del vivir
mujer». Impresionaba igualmente la claridad con que seguía su vocación: austero y el testimonio hasta la muerte! ¡Personaje antípoda de una ca-
«Yo soy la voz que clama: preparad los caminos del Señor; enderezad sus ña agitada por el viento! ¡Ahora que llega la Navidad, con los despilfa-
sendas». Y eso es lo que hacía en su profetismo: lanzar limpiamente su rras y los consumismos escandalosos, deberías volver a explicarnos al-
mensaje de conversión desde su «voz» y desde su «testimonio». gunas cosas! Dime, por ejemplo, ¿Cómo decir la verdad siempre sin
Pero hay algo que aún impresionaba más: la «concreción» de su molestar?.
mensaje. Ya que «no se andaba por las ramas» en el campo de los prin-
cipios genéricos. El slogan de Isaías lo desmenuzaba en programas
prácticos, urgentes y concretos, acomodados a cada situación de la vida:
«El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que ten-
ga comida, lo mismo». A unos publícanos, les dijo: «No exijáis más de lo
establecido». Y a unos soldados: «No hagáis extorsión a nadie, ni os
4.° Domingo de Adviento (C)
aprovechéis con denuncias».
Y es que Juan tenía prisa. Era partidario de «no dejar para mañana
«CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA»
lo que se puede hacer hoy». Era consciente de que la implantación del
Reino no podía hacerse a la ligera, con optimistas programas etéreos ni No hay cosa más bella en el mundo que comunicar alegría. «¡Bas-
con zurcidos superficiales: «El que tenía que venir» diría más tarde: «No tantes penas tiene la vida!», solemos decir. Cuando alguien consigue
se puede poner un paño nuevo sobre un vestido viejo, porque tirará de él contagiar alegrías a los demás, hacerle esbozar una sonrisa, arrancarle
y lo romperá». Y eso es lo que trataba de recomendar Juan. una buena carcajada, tengo para mí que algún nuevo lucero se ha en-
cendido en el firmamento nocturno de la Humanidad. Contar un buen
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chiste, hacer un comentario inocentemente jocoso a su tiempo, aliviar
neos aberrantes. Pero, claro, como decía Walton: «Nuestras alegrías no
con humor una pena, es aumentar en los hombres el caudal de la espe-
pueden ser ésas que obligan a nuestros amigos, a la mañana siguiente, a
ranza. Todo el evangelio es alegría porque todo él es esperanza. Por eso
mirarnos avergonzados». Evidente. ¡La alegría que llevó María a su pri-
se llama «buena noticia». Y, si no, que se lo pregunten al ciego, al mu-
ma Isabel, ya os dais cuenta, era otra cosa! Por eso, la llamamos «Causa
do, al paralítico, a los leprosos, a la samaritana, a la adúltera. Estoy se-
de nuestra alegría».
guro que ellos, por toda respuesta, nos contestarían: «El Señor ha esta-
do grande con nosotros y estamos alegres».
Pues, bien, ved a María en el evangelio de hoy. Acaba de recibir la
visita del ángel que le ha traído la «buena noticia»: «Concebirás y darás
a luz un hijo, le pondrás por nombre Emmanuel, será grande y se llama-
rá Hijo de Dios...».
La Sagrada Familia (C)
Ella se dio cuenta de que la larga esperanza de Israel podía conver-
tirse en realidad, si ella se comprometía a aquellos planes. No podían ¿DEVALUACIÓN DE LA FAMILIA?
traerle una alegría mayor. Y se abandonó en el abismo de Dios: ¡Sea!
Pero, ¡ojo! que ella no se guardó la alegría en el paladeo personal de Ya lo veis. La Iglesia, después de la Navidad, erre que erre, nos sue-
la maravilla. Ella, tan intimista y amiga de «guardarlo todo en su cora- le presentar el cuadro litúrgico de la Sagrada Familia. Es decir, la cáma-
zón», se desbordó. Consciente de que la alegría, como el bien, es difusi- ra enfoca, en un primer plano, como tiene que ser, la figura de Enma-
va, se fue a la montaña de Ain-Karín, a casa de su prima. Y aquel en- nuel. Y, después, el objetivo amplía su campo y aparece el marco en el
cuentro fue el triángulo de la alegría, un sin par «aleluya, a tres voces»: que «el Dios eterno» va a «gastar su tiempo»: el hogar de Nazaret. ¡El
el Niño «dio saltos de gozo en sus entrañas»; Isabel no pudo menos que triángulo humano al que desciende el Hijo desde el triángulo divino!
cantar: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Y Quizá muchos no entiendan esta insistencia de la Iglesia. ¡Invitarnos
María... ¡Bueno! María salmodió la «Oda de la Alegría» por excelencia: a contemplar, hoy la vida de aquella familia, de corte tradicional y quie-
«Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador». to, casera y artesana, en la que cada día era igual al anterior y en donde
Andando el tiempo, San Pablo dirá: «Estad alegres en el Señor...». Y María, José y el Niño eran personajes poco noticiables! ¿Qué sentido
es natural. Una vez que «el Verbo se hizo carne», con todo lo que esto tiene?
supone, y que «pasó por la vida haciendo el bien», la tristeza no puede Porque, hoy, cuando se habla de la «familia», suele hacerse para
tener cabida en el cristiano. «Un santo triste es un triste santo», decía mostrarnos sus aspectos biológicos, o su evolución socio-cultural, o sus
dolorosamente Santa Teresa. Por eso, como oro en paño, guardan aún facetas psicológicas, o el índice estadístico de sus fracasos matrimonia-
sus monjas, en el convento de San José, unas alpargatas, unas castañue- les. Y, sin embargo, ahí está la fiesta de hoy. ¿Por qué?
las y unas chirimías, con las que la santa bailaba para alegrar su conven- Permitidme, amigos, que yo me limite, sin más, a subrayar dos pen-
tico. Ejemplos como los de la castiza santa castellana echan por tierra samientos al hilo del evangelio de hoy. A lo mejor resulta que son abso-
los ataques de todos los «Nietzsches» que han afirmado que el cristia- lutamente actuales.
nismo es «una religión pesimista que enternebrece el mundo con su tris-
teza». ¡Mentira! 1.° «Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas
de la Pascua».— ¡Los gestos religiosos! ¡La educación de la fe transmiti-
Hombre, no podemos negar que ha solido haber «aguafiestas» de da, de padres a hijos, con la palabra y el testimonio! ¡Ir creciendo en un
tres al cuarto, que han confundido «santidad» con «sequedad». Sé yo hogar en el que, junto con los otros aprendizajes, se vaya desarrollando,
que, en seminarios y noviciados, más de una vez, se dudaba de la «voca- con normalidad, la dimensión hacia Dios, ya que el hombre es un «ani-
ción» de quienes eran «demasiado abiertos, joviales y dicharacheros». mal religioso»! Pero..., ¿qué ocurre?
Pero esas posturas no pasaron de ser desenfoques del verdadero evan-
Suelen llegar los novios a nuestros despachos parroquiales con vistas
gelio que, lo repito, es alegría. Oídme una cosa. Las tres virtudes teolo-
a preparar «su boda». Brotan entonces las reflexiones normales que hay
gales son cuatro: fe, esperanza, caridad y alegría. Lo que pasa es que el
que plantear a quienes quieren acceder a tan «gran sacramento». Y uno
hombre confunde la alegría con el follón, la gamberrada y otros sucedá-
constata muchas veces que aquella pareja no está muy dispuesta a «ir a
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Jerusalén a la Pascua». Es decir, adivina, que los hijos que de ese matri- proporcionaron a las orillas del Jordán, en primer lugar Juan. Y des-
monio nazcan no van a mamar, junto con la leche materna, esos «gestos pués, en su bautismo, el Padre y el Espíritu.
de lo religioso», alimento indispensable en el crecimiento de la fe.
Pero a mí me gustaría que, al hilo de aquel singular bautismo, refle-
2.° «El niño, cuando lo encontraron sus padres, dijo: "¿Por qué me xionáramos sobre el nuestro. Porque, salvadas las infinitas distancias,
buscabais? Yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre"». He aquí algo en ese bautismo quedó marcada nuestra identidad de una manera para-
que, tarde o temprano, tiene que suceder: la emancipación del hijo para lela.
«vivir su vida». Lo que pasa es que hay dos modos de «vivir su vida».
1.° «He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Lo
—Uno negativo, triste y egoísta.— Es el de quienes deciden «liarse la dijo Juan. Está claro que Jesús no tenía pecado. Pero para eso justa-
manta a la cabeza», evadiéndose de todo compromiso y responsabili- mente vino: para que «nadie tuviera pecado». Con ese fin nació, murió
dad, tratando de beber frenéticamente todos los placeres epidérmicos y resucitó. Gracias a ese precio, como decíamos en el viejo catecismo,
del siglo. Comno hizo aquel hijo pródigo del que habló Jesús. Se fue a «por el bautismo que borra el pecado original y cualquier otro pecado
«vivir su vida». que hubiere en el que se bautiza». Un bautizado es, por lo tanto, u tt
—Pero hay otro modo positivo y generoso.— Es el del joven que un «purificado», que ha de luchar contra todo pecado: el suyo y el de la s
día se siente llamado a un determinado rol en la vida y decide realizarlo. estructuras del mundo. Cuando Job repetía que «la vida del hombre so-
Llamadle «vocación» o llamadle como queráis. Pero una cosa es clara. bre la tierra es milicia» nos estaba anunciando eso: que cada uno ha de
Los hijos, todos, en un momento determinado de su existencia, son lla- emplear materiales nobles y sin fraude en el edificio de su propio «yo»
mados a un determinado compromiso. Y aceptar el «vivir así su vida» y y en la construcción de la ciudad secular. El bautismo nos obliga, corno
a Jesús, a quitar el pecado del mundo. A eso se refería Pablo: «Nuestra
comprometer en ello su existencia, aunque sea a costa de dejar un viento
lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principa.
de soledad en sus padres, es algo que ennoblece a los hijos y a los padres.
dos, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra
«Yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre». Frase que debe repe- las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal».
tirse todo hijo y que cada padre ha de tener en cuenta en su programa
educativo con proyección social y colaborando con el Dios creador. 2° «Cuando venga el que es más que yo, El os bautizará con el Espí-
Porque, en definitiva «cada uno ha de responder a la vocación a la que ritu Santo». Y mientras contemplamos la escena —«se abrió el cielo y
ha sido llamado». Lo dijo Pablo. Y Pablo... ¡sabía un rato! bajó el Espíritu sobre Jesús»— debemos pensar que sobre nosotros tam-
bién lo hizo. El bautismo, amigos, es el inicio de nuestra vocación cris-
tiana. Desde ese día podemos decir: «El Espíritu está sobre mí». Y ese
Espíritu, aparte de «sus impulsos inenarrables», ha seguido en nosotros
por los sacramentos, haciendo una tarea profunda, constante y progre-
siva. En la confirmación acrecentó nuestra valentía para que pudiéra-
mos testimoniar nuestra fe. Como somos criaturas frágiles, por la peni-
Bautismo del Señor (I o Tpo. ordinario) (C) tencia vuelve a reconciliarnos con Dios. Y ya veis cómo, en la eucaristía
poniendo sus manos sobre el pan y el vino, dice el sacerdote: «Te pedi-
mos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu». E¡ i
FIRMA Y RUBRICA mueve todo. Pone su firma y sello sobre nosotros y sobre nuestras ac-
ciones. Para que, como el rey Midas, convirtamos en oro —obras sobre
No se puede ir «indocumentado» por la vida. Hemos oído demasia- naturales— cuanto toquemos.
das historias de fuertes sanciones sobre personas despistadas que habí-
3.° Pero también el Padre quiere estampar sobre nosotros su firma
an olvidado su carné de identidad al salir de casa. Está claro, por tanto,
rúbrica y sello. El, como a Jesús, nos dice: «Este es mi hijo amado», p a '
que en todo momento debemos saber «quiénes somos» y estar dispues-
sen. Pasen y vean. Este niño recién bautizado es «hijo de Dios». Oíd a
tos a «demostrarlo». Tampoco se puede llevar un carné caducado. Po-
Pablo: «Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos para poder gr¿ta
dría resultarnos muy perjudicial. Abba, Padre». ¿Veis cómo las tres coordenadas de Jesús también a no
Pues bien. Jesús, al abandonar su hogar y salir a su vida pública, qui- sotros nos acreditan e identifican? No vamos, pues, «indocumentados*
so proveerse de todos los documentos de identidad necesarios. Se los Lo que ocurre es que los «títulos y abolengos» no sirven para ir sacand

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pecho, sino para emplearlos en ese «compromiso bautismal» del que
tanto hablamos. janía. Así, cuando vuelva del desierto diciendo «de mis soledades ven-
go», habrá aprendido el hombre a estimar mejor las peculiaridades de
cada «otro».
3.° «Soledad-encuentro con El». La larga prueba, la tenaz lucha con
el Malo, le llevó a Jesús al verdadero encuentro con El, con su Padre.
Las tres tentaciones fueron pulverizadas gracias a «aquella Palabra que
1.° Domingo de Cuaresma (C) salía de la boca de Dios». Y cuando al fin «se marchó el demonio hasta
otra ocasión», llegó el encuentro pleno de Jesús con el Padre.
Cuando el hombre, amigos, se adentra en su profundo desierto inte-
«A MIS SOLEDADES VOY» rior, la «soledad se hace sonora» como cantaba aquel solitario que fue
San Juan de la Cruz. Sí, el hombre termina dándose cuenta, con asom-
Así escribía Lope de Vega, decepcionado sin duda de esta «feria de bro y gozo, de la total presencia de El. Tagore, en los estremecidos poe-
vanidades» que es la vida: «A mis soledades voy, / de mis soledades mas de Ofrenda Lírica, se repite mil veces: «¿No oís sus pasos silencio-
vengo, / porque para estar conmigo, / me bastan mis pensamientos». sos? El viene, viene, viene siempre. De pena en pena mía, son sus pasos
Vivimos en una época de multitudes. Verdaderos enjambres huma- los que oprimen mi corazón». También Jacob, en plena soledad, tuvo la
nos llenan las avenidas, los estadios, los salones, las playas. No quiere experiencia de la presencia de Dios. Fue aquella escala, de la tierra al
esto decir, ni mucho menos, que el hombre se sienta más acompañado. cielo, que vio en sueños. Al despertar, no pudo menos de reconocer:
Al contrario, parece que la soledad, como una serpiente inevitable, se «Este es un lugar sagrado y yo no lo sabía». El pueblo de Israel, vivió
enrosca en él y lo paraliza. Nunca como en nuestros días se han escu- como nadie esa plenitud de Dios en sus muchos años de desierto.
chado tantas historias tristes de hombres solitarios. Y, sin embargo,
Si enfocamos bien, amigos, la cuaresma y la búsqueda de la soledad,
puede existir un positivo y beneficioso encuentro del hombre con la so-
llegaremos al «solus cum Solo», la soledad se hará «compañía». Y Lope
ledad.
tendrá razón: «A mis soledades voy, de mis soledades vengo...».
El evangelio de hoy nos dice: «Jesús volvió al Jordán y durante cua-
renta días el Espíritu lo fue llevando por el desierto». ¿Qué fue este «a
mis soledades voy» de Jesús? y ¿qué puede ser para nosotros?
1.° Soledad-encuentro con el «Yo»: No cabe duda, Jesús se encontró
consigo mismo, con su misión, con su vocación: «He aquí que vengo pa-
ra hacer tu voluntad». El hombre que dice: «para estar conmigo, me
2.° Domingo de Cuaresma (C)
bastan mis pensamientos», termina viendo en el espejo de esos pensa-
mientos, la realidad de su propia estatura. La que «ha dado» hasta la fe-
cha. Y la que «está llamado» a dar. El «conócete a tí mismo» de los an- «AMADA EN EL AMADO TRANSFORMADA»
tiguos siempre será un gran principio de sabiduría. Sabiduría que se ad-
quiere en muchas horas de reflexión solitaria. El hombre se debate, a lo largo de su vida, en su constante anhelo
de transformación. El niño quiere ser joven, el joven quiere llegar a
2° Soledad-encuentro con el «tú»: No fue Jesús al desierto porque mandar. El alevín de ciclista sueña en ser campeón del mundo. El solis-
odiaba a la Humanidad como cantó Horacio: «Odio al vulgo profano y ta del colegio se ve siendo un divo de la Opera. Y todos quisiéramos ir-
lo aborrezco». Al revés, fue a la soledad para prepararse mejor a ese nos transformando en aquella figura que admiramos.
encuentro con la Humanidad a la que iba a salvar. El cristiano, siguien-
do a Jesús, «ha de amar al prójimo como a sí mismo». Y, seguramente El evangelio de hoy nos cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan vivie-
la distancia, la larga perspectiva del desierto, puede ayudarle a conocer ron y participaron en aquella «transfiguración» de Jesús. No cabe duda
mejor el valor de cada hombre. Dicen que quienes caminan por el de- que el suceso les impactó, ya que Pedro, en nombre de ellos, quiso per-
sierto agudizan su vista, consiguiendo ver muchas cosas en la infinita le- petuar la escena: «¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas!» Pe-
ro, más que hacer elucubraciones sobre el hecho, yo quiero subrayar un
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detalle: «mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió...... Eso es:
«Mientras oraba». 3.° Domingo de Cuaresma (C)
En nuestro siglo pragmático, eficacista y dinámico, ¿qué aprecio se
hace de la oración? El hombre que corre de aquí para allá de la mañana
a la noche, en una rueda de activismo imparable, ¿qué piensa de eso
«¿PIENSA MAL... Y ACERTARAS?»
que llamamos «orar»? Es más, quienes nos podemos considerar profe-
sionales, o casi, de la evangelización, a la hora de la verdad, ¿qué lugar Cuando Jesús condenó aquello de «ver la mota en el ojo ajeno y no
asignamos a la oración dentro de nuestro variopinto y apretado organi- ver la viga en el propio»; cuando a continuación añadió: «no juzguéis y
grama de reuniones, charlas, conferencias y anteproyectos de proyec- no seréis juzgados», no sólo estaba empleando un estilo refranero, pro-
tos? pio de la sabiduría popular, sino que estaba demostrando un profundo
El hombre que se recoge en reflexión —mirando hacia dentro— es- conocimiento de la psicología humana.
tá en el buen camino. Está poniendo las premisas del clásico y prove- En efecto, el hombre tiende a emitir juicios precipitados sobre las
choso método del «ver, juzgar y actuar». La ascética y la mística cristia- personas y las conductas ajenas. Contempla un suceso, una desgracia, e
na nos han llevado siempre a ese terreno, conscientes de que un «verse inmediatamente se atreve a deducir culpabilidades buscando rápidos
a sí mismo», en la presencia de Dios y ante el modelo inigualable de Je- argumentos de causa-efecto: «Le ha ocurrido esto a Fulano... Luego, al-
sús, desembocará necesariamente en un «juzgar» saludable. En efecto, go habría hecho».
la palabra de Dios, filtrándose lentamente en mi interior, nos iluminará,
nos interpelará y nos ayudará a «juzgar». Y ese «juzgar», a su vez, de no Con un juicio temerario de este estilo «acudieron algunos a Jesús».
ser muy inconscientes e inconsecuentes, nos llevará a «actuar». El exa- Pilatos, en una redada claramente represiva, había mandado matar a un
men de conciencia, suele llevar al dolor de corazón. Y el dolor de cora- grupo de galileos, nacionalistas exaltados, de ésos que concebían la «im-
zón al «propósito de la enmienda». plantación del Reino de Dios» incluso por las armas. Pilatos no lo dudó:
«Cuando estaban ofreciendo el sacrificio a Dios», los sacrificó a ellos
No estaba hecha «a tontas y a locas», aquella distribución de las ho- también. Los que acudieron a contar el suceso a Jesús, veían ya en el
ras del día que solíamos tener en nuestros seminarios y centros de for- hecho «el castigo de Dios». Eran, por tanto, culpables.
mación. Por la mañana, a primera hora, «meditación». Al mediodía
«examen particular de conciencia», sobre una virtud a conseguir o un No, amigos. Jesús no quiere que veamos las cosas así. Ya, en otra
defecto a extirpar. «Lectura espiritual», a media tarde, de libros sesudos ocasión, cuando ante un ciego de nacimiento le preguntaron: «¿quién
y ascéticos: «La vida interior», «El alma, de todo apostolado», «Ejerci- pecó: éste o sus padres?», Jesús contestó tajantemente: «Ni éste pecó ni
cios de perfección y virtudes cristianas»... Y, por la noche, antes de dor- sus padres». Dios no es un guardia de tráfico que esté al acecho tratan-
mir, examen general de conciencia. No eran simples modos de cubrir do de «cazar» infracciones para poner después un castigo. El principio
huecos en un horario y en una época poco propicios a la variedad. Eran que dice: «ha ocurrido después de esto, luego ha sido por eso» no casa
convencimiento profundo de la necesidad de tener «encuentros» con con la idea de un Dios que vuelve año tras año a ver si la higuera ha
Dios y con uno mismo, a través de la reflexión, ¿para qué? Para ir esca- dado fruto. La imagen de Dios está retratada, más bien, en aquel pa-
lando en la transformación personal de nuestro personal Tabor. Imita- dre que salía cada tarde a la puerta esperando que, por fin, el hijo pró-
ción y seguimiento, en una palabra, de ese Jesús que, «mientras oraba, digo volviese. No para castigarlo, sino para abrazarlo y hacer una fies-
se transfiguró». ta. Por eso Jesús enfoca su dialéctica en otra dirección, en la del cora-
zón de cada hombre. No sólo en el de aquellos galileos, para que se
En épocas posteriores hemos descubierto, por supuesto, la riqueza convirtieran, sino en el de todos: el de Pilatos, el de los guardias que
inmensa de la liturgia como «fuente de espiritualidad». La vivencia de los mataron, el de los que lo vieron y el de quienes vinieron con la pre-
los sacramentos es beber del más claro manantial transformante, sin du- gunta a Jesús. «Porque, si no nos convertimos, todos igualmente perece-
da. Pero la oración, como constante ejercicio de búsqueda de Dios, pue-
remos».
de llevarnos, como quería Teresa de Jesús, en su Castillo Interior, a es-
calar las «más altas moradas». O a «transformarnos en El», como canta- No puede el hombre ir por la vida haciendo juicios definitivos sobre
ba Juan de la Cruz en su Noche oscura: «Amada en el Amado transfor- nadie: «Este es bueno, aquél malo». Es muy expuesto constituirse en fa-
mada». riseos irreprochables y salir lanzando anatemas a diestra y a siniestra
desde la pura letra de la legislación: «Tus discípulos comen espigas; lue-
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go son pecadores»; «esa mujer ha sido sorprendida en adulterio, luego
«dilapidar la hacienda». Cada cual ha de examinar su conciencia y anali-
debe ser apedreada»; «nosotros cumplimos la ley con pelos y señales,
zar en qué consiste su personal «malversación de fondos». Porque creo
por lo tanto somos "los maestros de Israel"».
que nadie puede librarse de reconocer: «Tengo siempre presente mi pe-
Cuando Jesús se encontraba con ejemplares de ésos, o arremetía cado».
contra ellos llamándoles «raza de víboras» y «sepulcros blanqueados», o
se distraía escribiendo con el dedo en el suelo, sin hacerles ni caso, para EL PECADO.—Porque el pecado es eso justamente: «Aversio a
levantar después su cabeza y decir como quien no dice nada: «El que de Deo», apartarse de la «casa del Padre», de esa monotonía que supone
vosotros esté sin pecado, que tire sobre ella la primera piedra». ¡Ahí que- «hacer su voluntad en la tierra como en el cielo» y empezar a tener
da eso! «otras preferencias», generalmente «espejismos» que, de momento,
deslumhran y aturden. Menos mal que, tarde o temprano, esos brillos
Por eso Jesús —no lo dudemos— no era partidario de ese refrán que
desaparecen y, al fin, dejan...
dice: «Piensa mal y acertarás». Toda su doctrina sobre nuestros «jui-
cios» acerca del prójimo podrían condensarse, más bien, en otro refrán UN VACIO.—Es el desamparo. La soledad. La impotencia. La
que dijera: «Piensa bien, aunque te equivoques y no aciertes». constatación de que somos muy débiles y menesterosos. El convenci-
miento, además, de que «no es oro todo lo que reluce». La vergüenza
de comprobar que uno «está deseando comer las bellotas de los cerdos y
nadie se las da». La nada. Y, en esa nada, brota, primero, la luz. Y, des-
pués:
4.° Domingo de Cuaresma (C) EL HAMBRE Y LA SED.—Uno empieza a pensar: «¡Cuántos jor-
naleros en casa de mi padre viven satisfechos, mientras que yo...». Es el
moribundo que empieza otra vez a vivir. Es el desengaño, es decir, dar-
se cuenta de que había vivido engañado. Es empezar a entender otra
VIAJE DE IDA Y VUELTA vez que «más vale un día en tus atrios, Señor, que mil años en las tiendas
de los enemigos».
La palabra cuaresma tiene relación con la palabra conversión. La pa-
labra conversión supone la palabra dispersión, separación. La separación Se empieza a elegir un salmo que retrate nuestro estado de ese mo-
empieza a equivaler a pecado. La palabra pecado lleva a la palabra vacío. mento y quedarse con éste: «El gorrión ha encontrado su casa y la go-
Vacío rima con hambre y con sed. Las palabras hambre y sed están anun- londrina su nido: tus altares, Dios de los Ejércitos». Es el momento de
ciando ya vuelta a casa. O, si queréis, «volver a la casa del Padre». O sea, la salvación. El enfermo dice: «Volveré a la casa de mi padre y le
la cuaresma es completar un viaje completo de ida y vuelta. Desde la ca- diré...».
sa del Padre hasta la casa del Padre pasando por todas esas estaciones
EL RETORNO.—No hay página más bonita en la historia de la li-
que he enumerado y que ahora voy a deletrear un poco, con la vista
teratura. El padre salía todos los días... El hijo, roto, pero curado, vie-
puesta en el Hijo pródigo. Sirva ese viaje de escarmiento y enmienda.
ne repitiendo su mejor verso: «Hepecado contra el cielo y contra Ti...».
CASA D E L P A D R E O ESTACIÓN DE SALIDA.—El cristiano Por Eso Jesús, aunque ya no hacía falta, solía añadir: «Hay más alegría
es alguien que vive bien, y no me refiero al confort material. Me refiero en el cielo cuando un pecador se convierte, que cuando noventa y nueve
a lo que decía Pablo: «Los que hemos sido bautizados en Cristo, nos he- justos hacen penitencia». Las penitencias son buenas si llevan a la con-
mos revestido de El» y «tenemos una vida nueva». Y «no sólo de palabra versión. Lo que Jesús quiere es hacer una «gran cena», con el cordero
nos llamamos "hijos de Dios", sino que de verdad los somos». Con todo cebado.
lo que esto supone. Pero la parábola de hoy nos da a entender que «los
hijos de Dios» tendemos a... ¡Parábola del Hijo pródigo! ¡Viaje de ida y vuelta! ¡La vuelta al
mundo en ochenta, noventa, cin, mil... aventuras! ¡Circunferencia
La dispersión.—Con esa «herencia» que Dios da a cada uno —por- completa! ¡Salida de Dios y vuelta a Dios! ¡Dios es la Estación-Térmi-
que «todo es gracia», como confesaba Bernanos—, salimos por ahí a no!
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5.° Domingo de Cuaresma (C) Es verdad. Todos, de hecho, o de deseo, solemos ser adúlteros, y las-
civos y profanadores, más o menos camuflados, de ésos, y de otros, «os-
curos objetos del deso». Lo que nos pasa es que somos muy hábiles en
LA LEY DEL EMBUDO emplear la «ley del embudo». Para juzgarnos a nosotros mismos, utiliza-
Las adúlteras deben ser apedreadas, según la ley. Es así que esta mos ese hueco ancho de la copa, en el que cabemos nosotros, con todas
mujer ha sido sorprendida en adulterio. Luego, debe ser apedreada. nuestras oscuridades y verecundias. Y para juzgar a los demás, utiliza-
mos ese cilindro largo y estrecho en el que es muy difícil entrar y más
Así razonaban los escribas y fariseos, es decir, los sabios y perfectos
difícil pasar. Y eso, amigos, es mucha ganga.
del tiempo de Jesús. Y así razonan los «sabios y perfectos» de todos los
tiempos, incluidos nosotros. En nombre de un rigorismo dialéctico y de En vez del embudo, deberíamos usar unos prismáticos para enfocar
una aplicación literalista de la ley, han solido llevarse a cabo infinidad las acciones del prójimo. Pero colocándonoslos del revés. Se ven las co-
de acciones que, luego, con la perspectiva de la historia, vemos que han sas muy pequeñitas y lejanas. Parecen «motas». De aquellas motas, en
sido verdaderas barbaridades e injusticias. las que dijo Jesús que «solemos fijarnos demasiado los humanos».
Y, sin embargo, filosóficamente hablando, nadie podría rebatir a
aquellos fariseos. Se trata de un silogismo perfecto, sin vuelta de hoja.
Cualquier profesor de «lógica» daría un «sobresaliente» al alumno que
así razonara.
Pero, claro, Jesús no vino a la tierra a implantar una academia de fi- Domingo de Ramos (C)
lósofos, una cátedra de lógica. El vino a crear una «escuela de humani-
dad». No trata de enseñarnos a argumentar con los silogismos del «pen-
samiento», sino con los del «corazón». Y así, más que enseñarnos a
«juzgar para condenar», lo que quería era acostumbrarnos a «compren- «¿REPICAN O DOBLAN LAS CAMPANAS?»
der para poder perdonar».
Sí, éste es un día en que uno no sabe exactamente a qué carta que-
Eso: «comprender para perdonar». darse. La liturgia del día, en un revuelo de palmas y hosannas, vestida
Primero, «comprender».—He aquí un verbo al que hacemos poco de fiesta, rememora aquella entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa
caso los mortales y que, sin embargo, debería ser básico antes de nues- de Jerusalén. Y hoy como ayer, hasta por las calles aclamamos «al que
tros «juicios». Cambiarían notablemente nuestras conclusiones finales. viene en el nombre del Señor». Sabemos, por tanto, «por quién repican
En el caso concreto que nos ocupa ¿pensáis que aquella mujer se las campanas». Pero, unos minutos después, bruscamente y sin paños
lanzó al adulterio, así, por la brava y de repente? Antes de coger nues- calientes, la misma liturgia nos narra la Pasión del Señor y nos dice:
tras piedras, deberíamos estudiar muy a fondo los prolegómenos de su «Mirad cómo muere el Justo». Tampoco preguntamos nada, porque sa-
acción. Seguramente nos encontraríamos con muchos detalles que nos bemos muy bien «por quién doblan las campanas».
harían pensar. ¡Que sé yo! Por ejemplo, que pudo tener una infancia Pero uno no puede quedarse ahí, en la mera contemplación de este
muy olvidada y desasistida, muy menesterosa de un afecto que nadie le «cara y cruz», en esa externa contemplación —¿únicamente folclóri-
dio. Acaso nunca nadie le prestó atención. Quizá luego, cuando llegó a ca?— de este ambivalente «domingo de Ramos». Tienen que calarnos
la edad de la curiosidad y de los sueños, y de las ilusiones, todos vieron varias ideas.
en ella, incluido su marido, «un oscuro objeto del deseo», más que un
«claro sujeto del amor», que es lo que ella añoraba. Lo repito, ¡qué se UNA.—«¡Cuan presto se va el placer!» El mundo en que vivimos, y
yo! Pero sí sé que, si todos tratáramos de «comprender», no la condena- de una acusada manera nuestra época, busca frenéticamente un objeti-
ríamos, sino que haríamos lo que sugirió Jesús. vo: la consecución y el disfrute del placer. Hacia eso van nuestros afa-
nes, luchas y quebraderos de cabeza. Paradójicamente, mientras busca-
MIRARNOS A NOSOTROS MISMOS.—Ese es el argumento «ad mos ese placer, la verdad es que nos desgastamos, nos peleamos y sufri-
hominem», que El empleó. Si, en vez de mirar a ella, nos miramos a no- mos, a veces hasta enfermamos. Muchas veces incluso, cuando parece
sotros mismos, encontraremos seguramente motivos para ser lapidados: que alcanzamos nuestro objetivo, no podemos disfrutarlo por nuestra
«El que de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra». pobre salud, o por lo poco que dura. Sí: «¡Cuan presto se va el placer!».
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DOS.—Este paradójico Jesús que, mientras es aclamado, piensa: han visto desfilar escenas bellísimas y entrañables, memoriales de nues-
«he aquí que subo a Jerusalén, donde se cumplirán las cosas dichas por tra fe, escultura dolorida y procesional de la Pasión del Señor, cateque-
los profetas»; esta liturgia que, al instante de recordarnos el «triunfo» sis vivas —de hoy, de ayer y de mañana—, para quienes se quieran de-
de Jesús, nos lee su «fracaso» y su «Pasión», nos está ofreciendo muy a jar interpelar. Joyas del arte y de las creencias de nuestro pueblo. Cele-
las claras «otro enfoque» muy distinto de la dicha, otra manera de cami- bración popular de estos extremos de amor, por los que quiso «pasar»
nar hacia la verdadera felicidad. Y es éste: que el Jesús aclamado y
el Hijo de Dios. Son «los pasos» de la Pasión. Todos ellos —la entrada
triunfal del día de Ramos es, en realidad, el «siervo doliente de Yavéh»,
en Jerusalén, la cena, el prendimiento, la flagelación, la crucifixión, el
el que «cargó sobre sí nuestras dolencias y borró nuestros pecados», el
descendimiento, los cristos yacentes— son «pasos hacia la muerte».
que, en una palabra, concibió su aventura humana en la tierra como
una entrega y un servicio. Consciente de que, por ahí, se llega a la ver- Pero he aquí que, en esta noche recién terminada, ha cambiado la
dadera glorificación. Como consecuencia, el cristiano que no busca el decoración. Han desaparecido los «pasos de la muerte» y sólo contem-
placer por el placer, sino más bien, orienta su vida como «un servicio», plamos el «Paso hacia la Vida»: la PASCUA. El gran PASO con ma-
aunque en ese servicio vaya incluida la cruz, llegará a la dicha. No la di- yúscula y definitivo. La Vigilia que ayer noche celebrábamos nos ha in-
cha pasajera de domingo de Ramos, sino la otra, plena y clara del Do- troducido en ese Paso ya para siempre. Y ésa es nuestra Vida.
mingo de Resurrección.
Repasad la liturgia de esta madrugada. Y veréis que todos los sím-
TRES.—Domingo y viernes, retrato del hombre. Los hombres somos bolos que en ella vemos expuestos, todas las lecturas que hemos procla-
así: una rara mezcla de «domingo de ramos» y de «viernes santo». Un mado, todas las aclamaciones que hemos cantado, dicen lo mismo: «El
extraño brebaje de «hurras» y de «maldiciones», de «palmas» y «pitos». Señor no es un Dios de muertos, sino de vivos». Eso eran las lecturas del
Un constante emparedado —tanto en nuestras relaciones con Dios co- A.T. Hablan del Dios que es «creador», del Dios que «libera a Israel»,
mo con nuestros prójimos—, de estas dos frases: «No puedo vivir sin ti» del Dios que, con el diluvio, «hace brotar una naturaleza nueva». Es de-
y «No puedo vivir contigo». Somos el «tiovivo incesante del amor y el cir, un Dios que desborda vida. Y la bendición del fuego, el desfile del
olvido, el amor y el odio». Somos monedas de cara y cruz, moneda de cirio pascual por entre las tinieblas del templo, el canto del pregón pas-
curso muy corriente. Nuestro patrono es Pedro. El mismo día que de- cual, el gloria a toque de campanillas, lo mismo. Son proclamaciones de
cía: «Aunque sea necesario morir contigo, yo no te abandonaré», ese que el Hijo de Dios ha vencido a la muerte, tal y como lo anunció: «Yo
mismo día —o mejor: noche— negaba a Jesús tres veces, tres. soy la resurrección y la vida».
—Dime, Pedro, ¿por quién doblaba el gallo aquella noche su kikiri- Yo no sé cómo los cristianos no vibramos más y nos dejamos arras-
kí? Y Pedro nos contesta: «Atención, .hermanos, porque nuestro enemi- trar más por esta noticia, válida por sí sola para que hagamos cada uno
go el diablo anda alrededor de nosotros buscando a quien devorar». nuestro verdadero «paso» hacia la Vida única. Quizá por esta razón, los
Sí, amigos, atención. Porque las campanas, ya se sabe, unas veces re- obispos de nuestra tierra, siguiendo esa buena costumbre de ofrecernos
pican y otras doblan. A nosotros nos toca luchar para evitar que, de no- cada cuaresma un alimento de primera calidad, nos han brindado esa
sotros, se pregunte: «¿Por quién doblan las campanas?» magnífica carta-pastoral titulada «Al servicio de una vida más huma-
nas». ¿La habéis leído? ¿No? A mí, más que pastoral de cuaresma, me
parece pastoral de Pascua. Si la leéis, llegaréis a convenceros de tres co-
sas «clave» por lo menos:
Una. Aunque todos, hoy, parecemos proclamar el derecho a la vida
y hemos avanzado asombrosamente en logros médicos increíbles, sin
1.° Domingo de Pascua (C) embargo, paradójicamente, vamos inventando más descarados sofismas
para aparcar de la vida a muchos seres, generalmente indefensos, abso-
lutamente menesterosos, juzgando de esta manera que esas vidas no
EL «PASO» Y LOS «PASOS» eran necesarias.
Dos. Aunque hemos conseguido cotas indiscutibles en cuanto a ni-
Durante esta semana que acaba de terminar, las calles más típicas de vel de vida y a calidad de existencia, es posible, casi seguro, que esa «ca-
nuestras viejas ciudades, a pesar del clima de secularización reinante, lidad» la hemos centrado únicamente en la vertiente material del hom-
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bre, en sus posibilidades de confort y de consumismo; y no en su di- Es decir, las mayores consolaciones, incluidas las de los sentidos. Nunca
mensión espiritual. debe olvidarlo el cristiano. Porque todas las «pruebas» de nuestro pere-
Y tres. Frente a todas las ofertas de «vida efímera» que nos brindan grinaje suelen terminar en luminosos amaneceres: «Dentro de un poco
por ahí, la Fuente de «vida verdadera» sigue siendo Dios. El, «a través no me veréis, pero dentro de otro poco volveréis a verme».
del sufrimiento liberador del crucificado» y de la «resurrección con Y 3. A Tomás hay que agradecerle muchas cosas. Porque, a sus du-
Cristo», nos regala la oportunidad de «vivir una Vida Nueva». das y objeciones debemos las más espléndidas aclaraciones de Jesús.
Por eso decimos que «nuestra Pascua es Cristo». Porque, frente a to- Así, cuando Jesús afirmó que sus apóstoles le seguirían a donde él iba,
dos los «pasos de la muerte» nos ha traído el «PASO HACIA LA VI- Tomás preguntó ingenuamente: «¿Cómo te seguiremos si no sabemos el
DA». camino»? Y es entonces cuando Jesús manifestó: «Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida». Del mismo modo, cuando Jesús, ya resucitado, le in-
vitó a «meter sus manos en su costado», Tomás hizo el más bello acto de
fe, la más amplia oración de adoración: «¡Señor mío y Dios mío!» Lo di-
jo quizá confuso y avergonzado. Pero lo dijo. Tuvo, además, detalles de
verdadera voluntad comprometida. Recordad: cuando Jesús anunció
2.° Domingo de Pascua (C) que iba a Jerusalén a morir, Tomás se adelantó en un gesto que le hon-
ra: «Vayamos también nosotros y muramos con El».
Con que, no me condenéis, a Tomas, por favor, amigos. Tratádmelo
TOMAS DE CARNE Y HUESO siempre bien. El era simplemente un hombre de «carne y hueso». Y co-
mo no quería ni pensar que el Jesús que habían visto los apóstoles fuera
Estando los discípulos encerrados en una casa, sin abrir puertas ni un fantasma, es decir, alguien «que no tiene carne ni huesos», por eso
ventanas, apareció Jesús en medio de ellos y les dijo: «Paz a vosotros». precisamente exigía «meter los dedos en las llagas de las manos y la ma-
Como Tomás no estaba con ellos, en cuanto llegó, le espetaron estusias- no en el costado de Jesús». Era como si hubiera dicho: «Dentro de tus
mados: «Hemos visto al Maestro». llagas, escóndeme y mándame ir a ti».
No quiero ocultar, amigos, que, por lo que tiene de humano, siem- Y mirad el detalle. Mientras a la Magdalena Jesús le dijo: «No quie-
pre he sido admirador de Tomás y he tratado de comprenderlo. Por ras tocarme, porque aún no he subido a mi Padre», a Tomás, sí. A To-
eso, aquí presento su pliego de descargo. más le dijo: «Mete tus manos, Tomás, en mi costado». Y, seguramente,
tirándole suavemente de las orejas, le añadió: «Yno seas incrédulo, sino
1. Hay que ponerse en el lugar de las dos partes. Primeramente, en
creyente».
la de los alborozados apóstoles. ¿Cómo iban a ser capaces de medir sus
palabras con una noticia de tal calibre? Con noticias mucho más peque-
ñas solemos salir por ahí, sacando pecho. Pues, eso: a Tomás le pasaron
la miel por los labios con verdadero regodeo. Por eso, es comprensible
la actitud de Tomás: «Si no meto mis dedos en las llagas de sus manos, si
no meto mis manos en su costado... no lo creo». No era un alarde de in-
credulidad. Era la pataleta de alguien que renegaba contra su «mala
3.° Domingo de Pascua (C)
suerte». Como si dijera: «¡Vaya, hombre, cinco minutos que salgo fuera
y... entonces tenía que venir!» Sí, era una comprensible rabieta.
«TRES SOBRESALIENTES, PEDRO»
2. Lo que sucedió a Tomás nos enseña una cosa. Que la vida suele
ser así. Unas veces, «noche oscura del alma». Y otras —«quédeme y ol- Desengáñate, Pedro. Lo que al final vale, por encima de todo, es el
vídeme», como cantaba Juan de la Cruz— «abrazo de abandono en el amor. Tu amigo Pablo, con quien tantos desvelos y sufrimientos com-
Amado». Tomás vivió las dos experiencias sucesivamente: la profunda partiste por el Evangelio, lo resumió bien claramente: «Existen tres vir-
soledad de quien pierde al Señor a quien amaba, y el contacto sensible tudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la que permanece para siempre
de la presencia del Resucitado: «Mete tus manos en mi costado, etc.». es el amor».

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¿Te das cuenta, Pedro? De eso es de lo que Jesús, al final de su es- tradiciones —¡y bien que nos conmueve el dato!— que, recordando sin
tancia en la tierra, quería tener constancia: de tu amor. ¿Conoces aque- duda tus bravuconadas de otros días, pediste ser crucificado cabeza
lla preciosa frase de San Juan de la Cruz, el santo de la «noche oscura»? abajo. Ya que no te considerabas digno de ser comparado en nada con
El dijo que, «al atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor». tu Maestro.
Pues eso es lo que hizo contigo el Señor. Al final de toda tu trayectoria
tras de El, te examinó sobre «el amor»: —«Pedro, ¿me amas más que ¡Siempre fuiste así de noble, así de sencillo y así de bueno, Pedro!
éstos?»
Ya, antes, Jesús había analizado tu fe. Recuérdalo, Pedro. Andaban
todos bastante despistados acerda de la identidad de Jesús y, por lo tan-
to, de las razones por las cuales le seguían. Unos le identificaban con
Elias, otros con Jeremías, otros con algún otro profeta. Y fue entonces 4° Domingo de Pascua (C)
cuando hablaste tú. Y diste la razón de tu fe. Hiciste el acto de fe más
bello y contundente: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». A Jesús le
gustó tanto tu discurso, que te puso «summa cum laude» en tu fe.
«Aquello no te lo había revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre «¿DONDE VAIS, QUE HACE FRIÓ?»
que está en los cielos». «Zagalejo de perlas —hijo del alba..., Pastor y Cordero sin choza y
Otro día, ante el anuncio de la eucaristía —«os daré a comer mi lana—, ¿dónde vais, que hace frío, tan de mañana?» Así de bellamente
cuerpo, os daré a beber mi sangre...».— muchos se desanimaron, perdie- se expresaba Lope de Vega, presintiendo, en aquel desvalido Niño de
ron la esperanza y empezaron a desertar. También entre vosotros hubo Belén, su doble figura de Pastor y Cordero. Y todos los años la liturgia
un conato de huida. Pero, una vez más, tú pusiste toda tu esperanza en de Cuaresma y Pascua nos presenta también sucesivamente la doble fi-
Jesús y dijiste espléndidamente: «¿A dónde iremos, Señor, si tú tienes gura. Primero, la Cuaresma, pincelada a pincelada, nos bosqueja a Jesús
palabras de vida eterna?» «Summa cum laude» otra vez. Es como si hu- Cordero: «He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo»,
bieras cantado: «En Dios pongo mi esperanza y confío en su palabra». proclamaba ya Juan. E Isaías, tratando de explicar de qué modo «quita-
ría el pecado del mundo», aclaraba: Maltratado, voluntariamente se hu-
Pero, claro, lo que al final cuenta, ya te lo he dicho, es el amor. Y de
millaba y no abría la boca, como cordero llevado al mtadero; como ove-
eso quería estar seguro Jesús. «Tú te extrañaste de que por tercera vez te
ja ante el esquilador, enmudecía».
preguntara: "Pedro, ¿me amas más que éstos?" Y te quedaste triste».
Sí, la Cuaresma deja bien clara esa reflexión. Pero Jesús no es un
Pero, piensa un poco, Pedro, por favor. A pesar de tu «sobresaliente
cordero desdibujado, perdido en la manada, sin personalidad ninguna.
en fe» y de tu «sobresaliente en esperanza» —y perdóname que te lo re-
«Se ofreció en oblación porque quiso». Y su oblación nos liberó. Leed la
cuerde—, te habías acobardado y le habías negado. Sí, sí; Jesús había
carta a los hebreos: «Cristo —como cordero inmaculado—, ofreció, por
hecho ya de ello, borrón y cuenta nueva. Pero, ya comprenderás, hacía
los pecados, un único sacrificio y para siempre».
falta solidificar tu amor. Hacía falta que tú mismo cayeras en la cuenta
de que, si le «amabas sobre todas las cosas», ese amor te tenía que po- Del mismo modo, la Pascua nos presenta cada año a Jesús Pastor.
ner alas. Hacía falta, sobre todo, que ese amor te llevase definitivamen- Ese es su papel: «Ha venido a rescatar las ovejas dispersas de Israel». Y
te a saber «apacentar sus ovejas y sus corderos». Hacía falta que tú, Ce- lo proclamó bien claramente: «Yo soy el buen pastor, y conozco a mis
fas, «que significa piedra», «una vez asentado, confirmaras a todos los ovejas y mis ovejas me conocen a mí». Añadiendo además: «Y como hay
hermanos». Más que para asegurarse El, para que te aseguraras tú mis- otras ovejas que no están en mi aprisco, es necesario traerlas, para que se
mo, te repitió tres veces la misma pregunta sobre tu amor. «Summa forme un solo rebaño y un solo pastor». Sí, hacía muy bien Lope de Ve-
cum laude», también. ga en extasiarse ante la doble figura del Niño de Belén:
Y bien que lo demostraste, Pedro. La tradición nos cuenta que, des- «Pastor y Cordero,
pués de predicar tu fe por aquí y por allá —¡ Ah, las sandalias del pesca- sin choza y lana,
dor!—, diste tu vida por Cristo en la persecución de Nerón, en Roma. donde vais, que hace frío,
Dicen también que te crucificaron como a Jesús. Pero añaden dichas tan de mañana?»

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Pues, atención, amigos, porque este Jesús vino igualmente a conse- —Porque verás: mal que bien, entendemos que Dios está aquí y allá,
guir que yo, «servatis servandis», sea también «cordero» y «pastor». en toda «la Creación», en todo el devenir del cosmos, en todo el desa-
CORDERO.—Cordero de Jesús. Oveja de su rebaño. Y no me en- rrollo de la historia. Aunque sea memorísticamente, en nuestros libros
tendáis la palabra «rebaño» en su sentido más pobre y peyorativo, por estudiantiles aprendimos que Dios está en el universo «por esencia, por
presencia y por potencia». Sin ser Juan de la Cruz, uno ha comprobado
favor. Cristianos masificados, pertenecientes sociológicamente, y sin
que «mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y, yén-
más, a la estadística de la Iglesia. Aquello que aprendíamos de la Iglesia
dolos mirando, vestidos los dejó de su hermosura». Y constantemente
«discente» no quiere decir, ni mucho menos, que se trate de un «ver, oír
uno recita el salmo: «Los cielos proclaman la gloria de Dios y el univer-
y callar», en un cristianismo descafeinado. No. Hemos de ser ovejas
so la obra de sus manos».
conscientes, responsables y comprometidas. Ovejas «que oyen la voz
del pastor y la distinguen de otras voces». Ovejas que saben que perte- —Creo también en tu presencia real «en la eucaristía». Me arrodillo
necen a un «cuerpo» que ha de desarrollarse hasta llegar «a la medida ante el sagrario y, cuando entro en el templo, me digo: «Esta es la mora-
de la edad adulta». da de Dios entre los hombres». A los niños que mañana van a hacer su
primera comunión les hemos inculcado muy tenazmente que Tú estás
Y PASTORES también.—Porque todos y perdonadme el lenguaje presente en esa forma blanca que van a recibir. Y, cada día, cuando ce-
de escuela—, unos, de una manera directa, por su «sacerdocio ministe- lebro la eucaristía, procuro centrarme bien al coger el pan entre mis
rial», y otros, en otro grado, por su «sacerdocio real», pero todos, he- manos, porque sé que, ante las cuatro palabras misteriosas, Tú estarás
mos adquirido la tarea de ir pastoreando esa inmensa grey que es la allí: «Dios está aquí».
Iglesia de Cristo. A todos se nos han encomendado, bajo el único caya-
do de Jesús, porciones de ese gran rebaño, al que tenemos que alimen- —Pero hay otra presencia tuya que, hoy, tus palabras me inculcan
tar con los mejores pastos, que tenemos que librar de los posibles lobos de una manera inequívoca: «Os doy un mandamiento: que os améis
que por ahí acechan y por el cual tenemos que ir desgastando día a día unos a otros como yo os he amado. En eso conocerán que sois mis discí-
nuestra propia vida. pulos». O, con otras palabras: «Aunque te vas, te quedas». Te quedas
«en los otros». En «ellos» te hemos de encontrar. Por eso aclaraste:
Que San Juan de Avila, patrono de los sacerdotes, aliente y estimule «Cualquier cosa que les hagáis, a mí me la hacéis».
a los sacerdotes de un modo especial en este empeño. Yo, por mi parte,
pienso dedicar un rato del domingo a releer algunas de las bellísimas Esa es la presencia tuya que hoy nos predicas. Ese es el ejercicio vi-
páginas que, sobre tal tema, escribió. sual y operativo al que ya, para siempre, me sometes. Tendré que ajus-
far bien las «niñas de mis ojos» hacia cada próximo mío. Tendré que
centrar bien la imagen de cada uno de los seres con quienes convivo,
hasta que desaparezcan de ellos las posibles sombras, las insignificantes
«motas», hasta conseguir ver en ellos, nítidamente, tu imagen. Habré de
graduar a cada paso y con mucho esmero los ojos de mi corazón, elimi-
5.° Domingo de Pascua (C) nando fobias. Hasta conseguir «adivinarte» en todos: en el amigo y en
el enemigo, en mis vecinos y conocidos. Incluso, en los que, «sin figura
atrayente», me vaya encontrando a lo largo del camino.
Cuentan que a algunos hombres les hiciste esa merced. Cuando esta-
UNO DE LOS NUESTROS
ban realizando algún meritorio acto de amor en favor de algún desgra-
¿En qué quedamos, Señor: te vas a quedar? Tú habías dicho con to- ciado, dejaste traslucir tu «rostro resplandeciente» en la cara de aquel
da solemnidad: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de enfermo. Algo así le pasó a San Juan de Dios, cuando lavaba los pies
los tiempos». Y, de pronto, en el evangelio de hoy, jugando un poco a llagados y sucios de un enfermo. Algo así le ocurrió igualmente a San
logomaquias, y después de decir que «Dios va a glorificar a su hijo», al Cristóbal, cuando se puso a llevar a un niño sobre sus hombros para
mismo tiempo que «el Padre va a ser glorificado en El», añades: «Hijos que atravesara al otro lado de un río. Algo así...
míos, me queda poco de estar con vosotros». Lo repito: «¿Te vas o te Está claro, Señor. Aunque digas que «te vas», es una manera de ha-
quedas?» blar. Aunque nos soliviantes diciendo: «me queda poco para estar con

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vosotros», la verdad es que no te irás nunca. Tú te has hecho, ya para cer», «llega un momento de rendir las armas». Efectivamente, llega ese
siempre, uno de los nuestros. momento. Pero sólo lo determina Dios. Mientras tanto, la actitud del
cristiano ha de ser la de Jesús; la solidaridad, afectiva y efectiva, el in-
terés, el hacer, como decimos en nuestro lenguaje diario, «todo lo hu-
manamente posible» y «parte de lo imposible», como añadiría Cabode-
villa.
EL OPTIMISMO TAMBIÉN PARALIZANTE.—Muy peligroso.
6.° Domingo de Pascua (C) Consistiría en creer que todo funciona bien, tanto a nivel institucional,
como a nivel eclesial, como a nivel particular. Reconozcamos, por su-
puesto, todos los logros alcanzados por la sanidad en los últimos tiem-
¿QUIEN ENFERMA QUE YO NO ENFERME? pos. Pero reconozcamos igualmente las grandes lagunas y deficiencias;
las desesperantes esperas para conseguir que sea analizado tu caso (re-
Hay unas palabras en el evangelio de hoy que me resultan altamente cuerdan el paralítico de la piscina); el riesgo de un trato cada vez más
reconfortantes: «Mi paz os dejo... Que no se acobarde vuestro corazón, despersonalizado dado el número creciente de enfermos; la terrible pa-
ni tiemble. Me voy al Padre, pero volveré a vuestro lado». radoja, en fin, de constatar que hay médicos con «infinidad de enfer-
Este sexto domingo de Pascua se celebra el «día del enfermo». Y mos», mientras que otros médicos «no tienen enfermos» por la proble-
pienso que estas palabras han de hacer un bien especial a ellos, los en- mática del paro.
fermos, es decir, a todos nosotros, ya que, si no en acto, todos somos Es imposible, amigos, desarrollar en una glosa todo el pensamiento
candidatos a la enfermedad. Enfermedades físicas, psíquicas o psicoso- cristiano sobre este tema. No nos vendrá mal, a este respecto, repasar la
máticas. Cada uno de nosotros, en definitiva, somos llamados a ser co- magnífica carta pastoral de los obispos de nuestra tierra: «Al servicio de
pias, más o menos garbosas, del «Varón de dolores», que quiso llevar una vida más humana». Pero, en cualquier caso, para remover nuestra
sobre sí nuestras enfermedades. Y, claro, a un enfermo le reconforta conciencia, que nos sirva de estímulo, revulsivo y compromiso de soli-
que le digan: «Que no tiemble tu corazón ni se acobarde, porque volveré daridad la preocupada frase de Pablo cuando se preguntaba: «¿Quién
a tu lado». En efecto, al enfermo, lo que más le preocupa es la soledad, hay enfermo entre vosotros, que yo no enferme con él?»
la terrible soledad. Por eso, el Departamento de Pastoral de la salud, en
las catequesis que ha preparado, enumera las posibles actitudes que
pueden darse ante la enfermedad. Conviene que reflexionemos sobre
ellas. Son éstas:
LA INDIFERENCIA.—Es terrible. Pero tenemos el peligro de
«pasar de largo», como el sacerdote y el levita de la parábola, ante el Ascensión del Señor (C)
hombre enfermo. Aunque no sea nada más que por saber que puedo
ser yo, mañana, ese herido del camino, resulta incomprensible la indife-
rencia. Y FUI TAN ALTO..., TAN ALTO...
E L INDIVIDUALISMO EGOÍSTA.—En una sociedad hedonista, No era un fácil juego de palabras, una reiterada acumulación de pa-
en la cual cada uno busca su propio placer, es alarmante que se nos va- radojas, lo que San Juan de la Cruz hacía en sus «coplas a lo divino» pa-
ya enfriando el corazón hasta el punto de desentendernos de las penas
ra explicar cómo el alma puede «ascender a Dios». No quería confun-
de los demás. Albert Camus, el filósofo de la dicha, que, en un momen-
dirnos cuando aseguraba:
to de su producción literaria confiesa que «no hay que avergonzarse de
ser dichoso», termina reconociendo que «el individuo no puede ser feliz «Cuanto más alto llegaba desde trance tan subido,
él solo». tanto más bajo y rendido, y abatido me hallaba;
E L PESIMISMO PARALIZANTE.—Pesimismo que puede brotar Dije: «No habrá quien alcance»; y abatíme tanto, tanto,
en el mismo enfermo, o en quienes le rodean: «No hay nada que ha- que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance».

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No. No quería embarullarnos. Cuando uno se adentra en el lenguaje
y la experiencia cristiana, termina constatando que «se llega tan alto», Pentecostés (C)
«cuanto más bajo y rendido y abatido se halla». O con otras palabras: se
consigue «la ascensión», mediante el «descenso». Ese podría haber sido
igualmente el título de esta glosa: «Ascensión igual a descensión». Ese «EL MOVIMIENTO SE DEMUESTRA...».
fue el camino de Jesús. Y deberá ser también el nuestro.
EL CAMINO DE JESÚS.—Hoy San Lucas se esmera en relatarnos «El movimiento se demuestra andando». Eso parecen pregonar las
por partida doble —final de su evangelio, principio de los Hechos—, tres lecturas de hoy. Lucas, en los Hechos, comienza retratando la acti-
que Jesús fue elevándose a los cielos. Y en la lectura de Pablo, se rema- tud «extática» de los Apóstoles: «Estaban juntos el día de Pentecostés».
ta la idea de que, ya para siempre, está allá «a la derecha de Dios Pa- Es una imagen detenida. Pero, con la irrupción del Espíritu —ruido,
dre». En el lugar que le corresponde, tal como lo había dicho Jesús: viento, fuego—, aquella imagen comienza a moverse: «empezaron a ha-
«Llega el tiempo en que el Hijo será glorificado por el Padre». Pero todo blar en lenguas extranjeras; y todos, mesopotamios, judíos, capadocios,
el evangelio y toda la doctrina paulina aseguran claramente que esa entendían las maravillas de Dios en su propia lengua». Era, pues, una
«suprema gloria» llegó a través del «supremo abatimiento»: «Se rebajó Iglesia en marcha.
hasta someterse a la muerte...; por lo cual Dios le exaltó y le dio un nom- San Pablo, en su carta a los corintios, viene a decir lo mismo: «Sin la
bre sobre todo nombre». En otro lugar dirá Pablo: «Se anonadó». Y acción del Espíritu, nadie es capaz de decir, ni siquiera, que Jesús es el
cualquiera de nosotros puede confeccionar fácilmente un ramillete de Señor». Al revés, con la ayuda y bajo la acción de El, «que obra todo en
hechos y expresiones de Jesús con ese ritornello: «Si el grano de trigo no todos», «hay diversidad de dones y de servicios», con los que debemos
cae en tierra y muere...; pero si muere...». O: «El que se humilla será en- trabajar «para el bien común».
salzado». Sí. El camino de Jesús es ése. Basta verle «nacer en un esta-
blo, porque no había sitio para ellos en la posada». Que quede, pues, En cuanto al evangelio, ya veis a Jesús. Después de enseñarles las
claro. Hoy celebramos la Ascensión del Hijo del Hombre. Pero, a lo condecoraciones ganadas —las «llagas de las manos y el costado»—,
largo de todo el año, la liturgia suele andar describiéndonos la «descen- «exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Como el Padre me ha enviado,
sión» del Hijo de Dios. así os envío yo."»
EL CAMINO NUESTRO.—No puede ser otro. Esos dos ángeles Ese es el tema: «Mittere». Significa «enviar». Lo saben todos los
que se aparecen a los Apóstoles, que se habían quedado extasiados con- alumnos de BUP. Y deben saberlo todos los cristianos. Somos, por el
templando las alturas, nos trazan ya el camino a seguir: «¿Qué hacéis Espíritu, «enviados», «misioneros». Nuestro arzobispo nos ha recordado
ahí plantados, mirando al cielo?» a los sacerdotes que, en esta fecha, debemos sensibilizar a los seglares en
su compromiso de corresponsabilidad y de urgencia evangelizadora.
El cristiano no ascenderá nunca por medio de mágicos vuelos espa-
ciales, por actitudes estáticas que conlleven la inhibición y la evasión de Efectivamente. Sobre todos los cristianos —sean del Ponto o de Ga-
lo que debe ser compromiso temporal. El cristiano, igual que Jesús, «su- lacia—, ha descendido el Espíritu y es menester que, impulsados por El,
birá, bajando». Bajando al campo de su trabajo, refinado o humilde, de hablemos en todas las lenguas.
cada día. Bajando a la actitud de servicio constante hacia todos los her- LA LENGUA DE LA PALABRA, POR SUPUESTO.—¿Nunca
manos, principalmente los más necesitados. Bajando a la sencillez de te has planteado, amigo, ser «catequista», portavoz de la Palabra a tra-
saber, muy bien sabido, que «somos siervos inútiles» y que, si algo hace- vés de tu fe, para caminar y ayudar a caminar a «otros» en el itinerario
mos, no hacemos nada más que «lo que teníamos que hacer». Sí, ascen- cristiano?
demos, bajando. Bien claro lo expresó el Señor, inmediatamente des-
pués de haberles lavado los pies a sus discípulos: «Si yo, que soy el ma- LA LENGUA D E L TESTIMONIO.—Ese saber entregarnos cada
estro, os he lavado los pies a vosotros, también vosotros debéis lavaros día a nuestras propias obligaciones puede convertirse, no lo dudéis, en
los pies unos a otros». el claro espejo en el que muchos, «al ver vuestras buenas obras, glorifi-
quen al Padre que está en los cielos».
En una palabra: no se puede estar «a la luna de Valencia». Cada día
tendremos que poner las manos en la tarea que nos espera. No vaya a LA LENGUA D E NUESTRO SABER SUFRIR.—El domingo pa-
ser que vengan dos ángeles vestidos de blanco que nos digan: «¿Qué ha- sado recordábamos al «enfermo», al que lleva en su cuerpo o en su espí-
céis ahí plantados mirando al cielo?» ritu los estigmas de alguna Pasión. Los adelantos modernos no nos han
librado, no, ni nos librarán, de nuestra condición de «siervos dolientes».
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Pues, bien, el aprender a llevar con elegancia nuestra cruz, puede ser un
modo de hablar en distintas lenguas.
que a Jesús le faltaba por decir» y que, a El, «se lo había comunicado su
LA LENGUA DE LA COMPRENSIÓN Y DEL ACERCAMIEN- Padre». Miembros vivos, entroncados en el Misterio de la Trinidad, cu-
TO.—Frente a una sociedad que crece cada vez más en actitudes indivi- ya fiesta celebramos.
dualistas, una sociedad en la que hemos aprendido a «aislarnos», yendo
incluso por la calle con nuestros propios auriculares escuchando nuestra Los contemplativos no son hombres y mujeres que se han buscado
personal melodía, ausentes de lo que en nuestro entorno «se cuece», el «su cueva» para sobrevivir, como los hombres de las cavernas. Al menos
para un sobrevivir meramente terreno. Ellos van tras otra «superviven-
Espíritu nos está impulsando, o tratando de impulsarnos si le dejamos,
cia». La que, «como un manantial, llega hasta la vida eterna». San Agus-
a curtirnos en eso de «llorar con el que llora y reír con el que ríe». tín lo explicaba, asombrado de sí mismo: «Tú estabas, Señor, dentro de
LA LENGUA, FINALMENTE, D E L RESPETO.—Porque tam- mí y yo estaba fuera de mí mismo y te buscaba fuera. Tú estabas conmi-
bién con el respeto podemos llegar a los de Frigia y Pamfilia. No es me- go y yo no estaba contigo. Tú me llamabas y, al fin, tu gritó forzó mi sor-
nester que todos piensen como yo. En cambio sí es menester que yo dera. ¡Tarde te amé, hermosura, siempre antigua y siempre nueva!»
piense que, quienes van por otro camino, por alguna razón que yo no El contemplativo «contempla». No como hacemos los demás, tan
entiendo van. Y hay que respetarla. tangencial y epidérmicamente. El contemplativo busca la raíz de las co-
Caminando, pues que es «gerundio». Ya que «el movimiento, se de- sas, «la fuente do mana y corre», el manantial. El contemplativo, «a za-
muestra andando». ga de la huella» que él «dejó por estos sotos», entra en diálogo con el
Omnipresente. Y, mientras nosotros hablamos de Dios a los hombres,
él habla de los hombres a Dios.
Necesitamos, sí, a los contemplativos. Nosotros tenemos el peligro
de hacer un mundo muy tecnificado, pero de piezas sueltas, disgrega-
Santísima Trinidad (C) das, desprovistas de una conjunción y de un «espíritu interior» que les
dé sentido. Ellos son la secreta savia vivificante y lubrificante que pon-
ga en marcha y haga posible el engranaje y el movimiento de todo el
ELEGIR LA MEJOR PARTE material moderno por nosotros acumulado. Vivimos con la tentación
constante de «hacer y hacer» cosas. Los contemplativos andan «tratan-
No deja de sorprender que la Iglesia nos proponga un «día» para do de amistad con Dios», para que todas esas cosas nuestras «se mue-
«rezar por los que rezan»: pro orántibus. ¡Si ellos son el acumulador de van» y no queden oxidadas en el montón de chatarra.
energías para los demás, la «palanca» del cuerpo místico, ¿qué necesi- Por eso, debemos rezar «pro orántibus». Para que, en su tarea de
dad tienen de nuestra oración? ¡Es como echar agua al mar! Quizá los diálogo permanente con el Omnipotente y el Absoluto, no se detengan
maliciosos piensen: «Es para que vuelvan al buen camino; para que de- nunca. Para que no se dejen ganar por el hastío. Para que no sucumban
jen la contemplación y vengan a la acción, que es lo que hace falta, ya ellos mismos en el mal pensamiento de pensar, como muchos piensan,
que «la mies es mucha y los obreros pocos». que sus vidas son inútiles y sin sentido. Para que tengan la certeza de
que, en su silencio y su oración, han elegido «la mejor parte». Como
¡Suele mezclarse la ligereza cuando hablamos de los contemplativos! María, la hermana de Marta.
¡O el desconocimiento del «ser cristiano»! Pensamos, al evocarlos, que
son seres huidizos, inútiles, equivocados, con una visión unilateral y de-
senfocada en el modo de «implantar el reino».
Somos nosotros seguramente los que necesitamos rumiar profunda-
mente las palabras de Jesús: «Muchas cosas me quedan por deciros. Corpus Christi (C)
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, os guiará a la Verdad plena». Y
concretando más: «Todo lo que tiene el Padre es mío. Y el Espíritu to-
mará de lo mío y os lo anunciará». Eso son los contemplativos. Seres CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES
que han leído muy atentamente estas palabras y en ese empeño viven.
«Cantemos al Amor de los amores: Dios está aquí». Este es uno de
Seres que tratan de beber, «en la interior bodega» del Espíritu, todo «lo
los cantos más cantados el Día del Corpus. Lo cantan los antiguos y los
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modernos. Y quienes andamos metidos en el mundo de la música, reco- jóvenes sin oportunidades. Marginados, ancianos, enfermos termina-
nocemos en él unos valroes, que quisiéramos ver reflejados en toda can- les, etc».
ción religioso-popular. Pero, no nos distraigamos, vayamos al grano.
Y, como sabe muy bien Caritas que nuestra condición humana nos
Este himno eucarístico expresa, sin duda, una de las ideas «clave» lleva a ser «marionetas de todas las propagandas» y clientes de todo lo
del Corpus: la presencia de Dios en el Pan: «Dios está aquí». Lo procla- que parpadea, como adivina que este año también, pese a la crisis eco-
mamos hoy en la iglesia y en la calle. Porque un hecho tan grande no nómicas, nos lanzaremos por la tumba abierta de todos los despilfarros,
podemos silenciarlo: «No podemos menos de contar lo que hemos visto nos lanza ella también un slogan de advertencia y de sabiduría. Dice así:
y oído». «Unidos todos contra la pobreza». ¡Ojalá lo grabemos en el corazón y
Pero, ¡cuidado! Que el Corpus no debe ser solamente «proclama- en la cartera!
ción y adoración» de Cristo-Eucaristía. Sería achicar el horizonte. Cris-
to es, sí, «pañis vivus et vitalis». Pero pan que se reparte a «todos los
grupos que están sentados sobre la hierba» del mundo y que «han cami-
nado como ovejas sin pastor».
No olvidemos que la multiplicación de los panes ocurrió en el con- 2.° Domingo del T. O. (C)
texto del anuncio del Reino. La comida que Jesús repartió significaba la
Vida. Pero la Vida que traía para todos. Por eso su eucaristía lo abarca
todo: es palabra orientadora en nuestro caminar, es alimento nutritivo
para nuestro diario desgaste, es clave liberadora de todas nuestras es- SABER ESTAR ALLÍ
clavitudes y es, claro que sí, derecho inalienable de todos los pobres del
mundo para reclamar: «el pan nuestro de cada día dánosle hoy». Hay una sabiduría de la vida —una importante sabiduría— que con-
siste en eso: en «estar allí». En estar en el «sitio exacto» en el que tenía-
Por eso Caritas hace coincidir su «día» en el día del Corpus. Dándo- mos que estar. En encontrarnos haciendo «lo que teníamos que hacer».
nos a entender que no podemos amar a Cristo, si no lo amamos «al
completo»: a El y a los hermanos. Caritas viene a hacer con nosotros lo El evangelio de hace unos domingos nos transmitía la respuesta que
que ya hizo San Pablo con los de Corinto. Les advirtió seriamente que dio Jesús a la extrañada María: «¿No sabíais que debo estar en la casa de
«no podían recibir el Cuerpo del Señor como lo venían haciendo». mi Padre?» Es como si dijera: «Estaba allí: donde tenía que estar». En
otra página evangélica, mucho más adelante, el evangelista Juan nos di-
Parece ser que, cuando se reunían para celebrar la eucaristía, caye- rá de María: «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre». La lectura es la
ron en lamentables indignidades. Y en el ágape que solía preceder a la misma: «Estaba donde tenía que estar». Repito: se trata de una gran sa-
fracción del pan, mientras unos se refocilaban comiendo con sibaritismo biduría ésa de «saber estar ahí». Hasta en los quehaceres más humildes
y abundancia, otros «pasaban hambre», y a otros «ni se les esperaba si- solemos alabar a quien así actúa. Juzgando la trayectoria de algún fut-
quiera». No se andaba Pablo con chiquitas: «El que come y bebe sin bolista famoso, más de una vez he oído emitir el siguiente juicio: «No es
apreciar el Cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación». que fuera un goleador técnico; es que siempre estaba allí».
Eso viene a decirnos Caritas hoy. El pan y el vino que adoramos — Pues bien. El evangelio de hoy, por dos veces, nos ofrece esa frase:
«Dios está aquí»—, son el «cuerpo y la sangre» de Jesús, sí. Pero de un «Había una boda en Cana y la madre de Jesús "estaba allí"». Y, a ren-
Jesús que se entrega por todos. Desconocerlo es adorar a un Cristo in- glón seguido: «Jesús y sus discípulos "estaban también allí"». Cuando
completo. Sería no darnos cuenta de que todo lo que hizo Cristo, todo, terminamos de leer el pasaje completo, todos estamos de acuerdo en
lo hizo «por todos»: la Encarnación, la proclamación de su mensaje, la que ese «estar allí» de María y de Jesús disipó la peligrosa niebla que se
transustanciación, la muerte y la Resurrección. cernía sobre aquel matrimonio, acaso su primera crisis.
Por eso Caritas, en el tríptico que reparte en este día, declara desde He aquí, por tanto, la glosa que me nace a vuelapluma: «Dichosos
el principio: «Nuestro objetivo son los pobres». Y por si aún no acaba- los que en la tarea que les ha correspondido en la vida, se esfuerzan por
mos de saber dónde están, nos especifica: «Son las personas sin espe- "estar allí"». Y, a la inversa, «desdichados los que, en esas mismas tare-
ranza ni futuro. Familias sin casa. Padres y madres sin trabajo. Niños y as, se han hecho especialistas de "la evasión" y de la técnica de "tomar

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las de Villadiego"». Y mucho me temo que ése sea uno de los males fre- Me impresiona tu afirmación y tu contundencia. Pero me impresio-
cuentes de esta sociedad, en la que muchas veces se busca más la canti- na aún más que, no sólo en ese momento, sino en cada situación, en ca-
dad que la calidad, la apariencia que la realidad, el triunfar como sea y da actitud y actuación tuya, se «cumplían siempre las escrituras en Ti».
por encima de lo que sea.
Tú mismo lo subrayaste en diferentes ocasiones. Por ejemplo, un día
Seamos sinceros. La velocidad con que nos movemos, el mimetismo dijiste a los Apóstoles: «Muchos reyes y profetas desearon ver lo que vo-
que nos ha invadido de «vivir como todos viven», el seguir las pautas de sotros veis y oís, y no pudieron», como dando a entender que los profe-
la sociedad de consumo, hacen que no dediquemos el tiempo y la aten- tas hicieron el anuncio acerca de ti como «Mesías», pero quienes lo vie-
ción a «estar allí». Ciñéndonos al tema del evangelio de hoy —el matri- ron fueron tus paisanos y contemporáneos. Otro día te referiste a tu Pa-
monio—, ¿no os parece que quizá la principal causa de sus crisis sea sión ya cercana: «Ha de cumplirse en mí toda escritura». Y, ya resucita-
precisamente ésa: no querer «estar ahí»? Porque, ved la paradoja. El do, alcanzando a aquéllos dos que se iban a Emaús, «comenzando por
día de la boda cada uno de los cónyuges, seguramente con emoción, di- Moisés y siguiendo por los profetas, les explicaste lo que se refería a Ti
jo: «Estaré ahí: en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfer- en toda la escritura». Sí, fuiste realizando en todo momento lo anuncia-
medad, etc». ¿Qué ha pasado luego para que así se desertara y, a la ho- do. Incluso, en el momento de morir —es algo que de verdad conmue-
ra de la verdad, ninguno de los dos «estuviera allí»? ve—, «para que se cumpliera la escritura, dijiste: "Tengo sed"».
Por eso, vuelvo a insistir, será menester que todos nos convenzamos También los Apóstoles lo reconocieron así. Y de diferentes modos
de que ese «saber estar ahí» es sabiduría de la buena. Y que ese «estar lo resaltaron. Felipe, cuando encontró a Natanael, dijo: «Hemos encon-
ahí» conlleva dos premisas importantes. trado a aquél de quien habló Moisés y los profetas: Jesús, el hijo de José
UNA.—El ejercicio de la «constancia». La repetición de actos, ya de Nazaret». Y, cuando, formando ya «iglesia», comiencen a predicar de
que son los actos los que crean los hábitos. El lanzarse a repetir aquello Cristo resucitado, no sólo apoyarán su argumento en el hecho visible de
que queremos conseguir, ya que el movimiento se demuestra andando y las apariciones, sino que añadirán con fuerza: «resucitó según las escritu-
a sufrir se aprende «sufriendo». En una palabra, esta sabiduría es pro- ras».
ducto de la paciencia, como lo dijo el mismo Jesús: «Con vuestra pacien- Los evangelistas, idem. Al narrar cualquier hecho, añadirán: «según
cia poseeréis vuestro espíritu». de él estaba escrito». O: «para que se cumplieran las escrituras».
DOS.—(Al menos para uso de los creyentes.) No sólo cada uno de Sin embargo, este actuar tuyo, no quiere decir que fueras un autó-
nosotros ha de «estar ahí», sino que será bueno que invitemos a Jesús y mata, que te dedicaras a copiar el diseño que los profestas hicieron de
a María para que también «estén ahí»,-en nuestro quehacer. ¿Quién no Ti. A lo que Tú te dedicaste es a «hacer la voluntad de Padre». Eso era
necesita convertir en vino sus pobres tinajas de agua? «tu alimento». Lo que hicieron, por tanto, los profestas es anticiparnos,
por amabilidad de Dios, a través del túnel del tiempo, un retrato antici-
pado tuyo, el «negativo» que Tú ibas a poner en «positivo» en la Nueva
Alianza. El Nuevo Testamento lo que hace es llevar a la perfección en
Ti todos los vaticinios, rasgos y descripciones de la vieja Ley. San Agus-
tín lo decía con gallarda bizarría: «La ley estaba preñada de Cristo».
3.° Domingo del T. O. (C)
Hoy quiero quedarme ahí, Señor. Contemplando tu ir y venir, obser-
vando que todo tu hablar y actuar fue un exacto cumplimiento de la vo-
luntad del Padre minuciosamente anunciada. Y, al contemplarte así,
DAR LA TALLA quiero pedirte, desde mi debilidad tambaleante, pero desde mi confian-
za en Ti, que me ayudes a «hacer la voluntad del Padre así en la tierra
«Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Lo dijiste, Señor, como en el cielo». Que me hagas ver en la Escritura lo que quizá, de al-
ante toda la sinagoga de Nazaret, que «tenía los ojos fijos en Ti». Y lo guna manera, también de mí está escrito. Que tu palabra, por tanto, sea
dijiste apropiándote un pasaje de Isaías al que diste lectura. Aquel mi alimento. Para que se fortalezca mi voluntad y sepa ir caminando se-
que dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado para gún el modelo y el borrador que Dios tiene trazado de mí en su mente
dar...». divina. Y que todos mis pensamientos, palabras y obras, es decir, toda
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mi silueta, no se aleje demasiado del ideal que un día proyectó Dios, de de capacidad «casi omnipotente». Pero fueron pasando los años y des-
mí, en su taller de" Creador. Con otras palabras, ayúdame a «dar la ta- cubrimos su verdadera talla. Entonces se convirtieron en «ídolos caí-
lla». Para que también «en mí, se cumpla toda escritura». dos». Todo padre, tarde o temprano, siente esa sensación: su hijo, que
le «idolatró» en los días de su infancia, lo ha ido abandonando poco a
poco dejándolo en una nube de indiferencia.
DE NUESTROS PRÓJIMOS A NOSOTROS.—También nosotros,
aunque parezca mentira, por muy menesterosos que nos sintamos, so-
4.° Domingo del T. O. (C) mos —o hemos sido— ídolos para alguien. ¡Qué sé yo! Quizá sea nues-
tro carácter, o la habilidad que hemos demostrado en esto o aquello, o
quizá nuestra asumida falta de habilidad, lo cierto es que hemos podido
causar admiración y afecto. Pero, estemos preparados, amigos. Porque,
EL ÍDOLO CAÍDO
de la noche a la mañana suelen cambiar los vientos. Y las palmas se
Así se titulaba aquel bello relato de Graham Greene que luego fue vuelven pitos. Y pasamos del aprecio al desprecio. Que lo cuenten «los
llevado al cine de la mano de Carol Reed. Era la historia de un niño in- héroes del domingo» —los deportistas— que tan pronto salen a hom-
glés de clase media, al que le toca vivir mucho tiempo solitariamente, bros «por la puerta grande», como «por la puerta pequeña» custodiados
con la única compañía de su mayordomo y su mujer, la cocinera, ya que por la policía.
sus padres viajan constantemente. El niño siente una admiración ciega La misma vida es así. Pasamos de la niñez a la ancianidad. «Del rosa
por ese mayordomo, el cual le cuenta historias vividas por él en épocas al amarillo». ¿Visteis aquella película de Summers así titulada? Pues,
lejanas. Pero un día este niño sufre un tremendo choque emocional. No vedla. ¡Cuánto jolgorio y arrumaco junto al niño recién nacido! ¡«Mi
puede evitar el ver cómo el mayordomo mata a su mujer por el amor a chirriquitín, bonito!» ¡Cuánta soledad y tristeza en la residencia del an-
una muchacha, mucho más joven que él. «¡El ídolo caído!» ciano!
Y pienso en otros títulos célebres —«Más dura será la caída», «El
ocaso de los dioses»— que nos han pintado justamente eso: el desmoro-
namiento fulminante que, tarde o temprano, les llega a ciertas figuras a
las que, antes, habíamos encumbrado.
Recientemente, todos hemos contemplado, con la desmembración 5.° Domingo del T. O. (C)
de la URSS —incluso en escenas televisadas— «la caída de sus ídolos»
el fin de «sus símbolos». Gigantescas estatuas que se desmoronaban.
Pues he aquí que también a Jesús le tocó vivir esa situación, tan pro- PESCA CON HAMBRE AL FONDO
pia, por lo visto, de la condición humana. Primero, le admiraron al má-
ximo: «En la sinagoga todos expresaban su admiración», dice el evange- El evangelio es inagotable. Leemos y releemos los mismos textos y,
lio de hoy. Pero, unas líneas más abajo, el mismo evangelista anota: «to- sin embargo, advertimos cada día nuevos matices que nos enriquecen.
dos en la sinagoga se pusieron furiosos y, empujándolo fuera hasta un Cuando comenzamos la lectura de un fragmento, pensamos: «Lo he leí-
barranco, intentaban despeñarlo». Ya lo veis: «el ídolo caído». do tantas veces, que sabría recitarlo de memoria». Y, al momento, re-
Conviene reflexionar sobre este fenómeno. De una u otra manera, a sulta que nos detenemos analizando una nueva faceta en la que no ha-
todos nos afecta. Porque en el vaivén de la vida pasamos de «días de vi- bíamos reparado.
no y rosas» a «la noche es negra, muy negra». Y conviene estudiarlo en Tres son los pensamientos que brotan al hilo del evangelio de hoy.
su doble dirección.
1. «La gente se agolpaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra
DE NOSOTROS A NUESTROS PRÓJIMOS.—En nuestra prime- de Dios». Me encanta la figura de un Jesús «apretujado». Si he de ser
ra infancia, nuestros padres, más tarde nuestros profesores, fueron sincero, me gustaría que, cuando ejerzo el «ministerium Verbi», la gen-
nuestros primeros ídolos. Sólo veíamos en ellos virtudes y una especie te «se agolpara en mi derredor». Pero tengo la impresión de que, en esta

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hora pragmatista, las gentes se agolpan ante otras ofertas más materia-
6.° Domingo de T. O. (C)
les. Hoy, como en los viejos tiempos, lo que a la gente atrae son «pa-
nem et circenses». Y así, las multitudes «se agolpan» en las carreteras
tras las playas, los estadios o las discotecas. Pero, ¿para oír la Palabra...?
Se nos ha dicho, sí, desde todas las pastorales más modernas, que no ¡FELICES LOS INFELICES!
hay que obsesionarse con que nos sigan las multitudes, que todas las Estoy seguro de que, si uno quiere buscar en el evangelio un refren-
masificaciones son peligrosas, que el papel de la Iglesia está en alimen- do a su tranquilidad, lo encontrará. «Venid a mí todos los que estáis can-
tar las «minorías», los «pequeños grupos». Que esos «pequeños grupos» sados y agobiados, que os aliviaré». O: «Yo soy el buen Pastor y conoz-
ya irán ampliándose después, en círculos concéntricos, hasta «fermentar co a mis ovejas...». Ó, todavía más: «No os agobiéis pensando qué vais a
la masa». Pero también se nos ha dicho que no hay que minusvalorar la comer o cómo os vestiréis». Efectivamente, entresacadas así, estas sen-
fe de los sencillos, los que confiesan y comulgan en las javieradas, las tencias pueden hacerle creer a uno que «entrar en el evangelio» es en-
romerías o las fiestas tradicionales. trar en el «país de las maravillas». Y ¡es tan confortable navegar con
viento a favor!
2. «Subió a una de las barcas y, desde ella, enseñaba a la gente». Me
encanta también este Jesús que improvisa pulpitos y busca la eficacia. Pero, claro, una lectura seria del evangelio nos lleva al convenci-
La barca será, desde ese día, símbolo y acicate para que la Iglesia em- miento contrario. De tranquilidades, nada. A lo que el evangelio nos
llama es a «nadar contra corriente», a vivir en el ejercicio constante de
plee todos los medios de comunicación social que encuentre a su paso.
la paradoja, de la contradicción, y, si me apuráis, del absurdo. Leed, si
Por eso, introdujo hace ya años ese «día» especialmente dedicado a no, despacio, el evangleio de hoy: «Jesús, al bajar del monte, dijo: Di-
ellos. Para convencer a los creyentes de que todo —el cine y la tele, la chosos los pobres... Dichosos los que tenéis hambre... Dichosos cuando
radio y el papel impreso, el disco y las diapositivas, los micrófonos y los os odien... Dichosos los que lloráis...». Es como decirnos: «¡Felices los
vídeos— pueden y deben ser «barcas» desde las que lancemos la Pala- infelices!» Y luego añadió: «¡Ay de los ricos, porque ya tenéis vuestro
bra a todos los que están a la orilla. consuelo! ¡Ay de los saciados y de los que reís, porque tendréis hambre y
3. «Dijo Jesús a Pedro: "Echad las redes..." Y cogieron tal canti- lloraréis». Que es lo mismo que decir: «¡Infelices los felices!» Al leer es-
tas sentencias, pueden surgir, claro, diferentes interpretaciones.
dad...». Pues, bien. Hoy, de una manera especial, me encanta este Je-
sús que, después de «predicar», se pone a «dar trigo». Porque la esce- —Unos pensarán: Se trata de «tomaduras de pelo», pronunciadas
na que allá ocurrió fue una escena de «manos unidas». Recordadlo: por un hábil malabarista del lenguaje; juegos de palabras lanzados por
«Había tal candad de peces, que tuvieron que llamar a los de la otra un perito en logomaquias; ingeniosas «sopas de letras y frases» para re-
barca...». creo y divertimento.
Ya sé que el papel de la Iglesia no consiste, primordialmente, en lle- —Otros dirán: Son «invitaciones al conformismo», a la pasiva resig-
nar los estómagos vacíos. Ella viene a que los «pobres sean evangeliza- nación, a la estoica aceptación del que «cada palo aguante su vela». De-
dos». Pero de difícil manera podrá cumplir esa misión, si, al mismo claraciones, en fin, fatalistas, que significan: «No hay nada que hacer.
Siempre habrá pobreza y dolor. Por lo tanto, ¡aguanta mecha, que esa
tiempo, no «da de comer al hambriento y de beber al sediento». Es de-
es la derecha!»
cir, conjugando simultáneamente las obras de amor espirituales y cor-
porales. —Pero otros diremos: Son «locuras a lo divino». Líneas, en aparien-
cia, torcidas, pero para escribir derecho. Proposiciones para poner «del
Por eso pienso que la escena de hoy es aleccionadora. Sería muy bo- revés» lo que creíamos que estaba del derecho. Colocar cabeza abajo, o
nito que la Iglesia consiguiera que todas las barcas del mundo —creyen- patas arriba, nuestra mundana filosofía del vivir.
tes o no creyentes—, se «unieran», para «enseñar a pescar» y «propor-
Porque resulta que, no sólo las bienaventuranzas, sino todo el evan-
cionar barcas» a quienes no tienen nada, sólo «hambre». Y fijaos que
gelio es paradoja y contradicción. Pensad un poco. Cristo viene a «rei-
no he dicho para «dar pescado», sino «barcas y técnicas de pesca», es nar», pero nace en un «pesebre». Busca una «sociedad nueva», pero se
decir, pistas para que ellos mismos se sienten con dignidad en la mesa rodea de «iletrados y plebeyos». Dice que «los violentos arrebatarán el
del mundo. reino», pero se hace amigo de los leprosos, paralíticos, sordos y débiles.

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Afirma que «los limpios de corazón verán a Dios», pero «se sienta a co- tedrático teorizante, no se queda en los principios abstractos, sino que
mer entre publícanos y pecadores». Asegura que «nos sentaremos en do- baja a la «praxis» y nos lleva al terreno de la vida.
ce tronos», pero añade que «el que no se haga como un niño...... Procla- SEGUNDA LECCIÓN.—«Amad al prójimo como a vosotros mis-
ma que «es Rey, y que para eso ha venido al mundo», pero «se hace obe- mos». Concretar se llama eso. Dar en la diana. Ya nadie podrá alegar
diente hasta la muerte...... Nos asegura la felicidad, sí, pero sólo «el que
falsas ignorancias. Porque nadie como uno mismo sabe con qué anhelo,
se humilla será ensalzado...... Sumad y seguid. Y os daréis cuenta de con qué decisión y tenacidad defendemos lo nuestro, buscamos lo nues-
que, en el programa de Jesús, todo es inversión de valores y caminar tro, nos entregamos a lo nuestro. Pues..., así, así. Con esa entrega hemos
contra corriente: se gana, perdiendo; se vive, muriendo, y se conquista,
de amar a los demás.
perdonando. Por una elemental razón, también paradójica. Y es la de
ver que Dios, «se hizo hombre». ¿Para qué? «Para que el hombre se ha- T E R C E R A LECCIÓN.—«Amaos... como yo os he amado». ¿Os
ga Dios». dais cuenta, amigos, cómo se va «rizando el rizo»? No se trata de un ob-
jetivo utópico, lindante casi con lo imposible. Se trata llanamente del
Chestarton debió de comprender muy bien estas cosas. Por eso es-
cribió que Pedro, cuando le crucificaron cabeza abajo, debió de tener, ideal que nos presenta Jesús: «Nadie tiene mayor amor que el que da la
desde aquella postura, una visión muy real de las cosas. Vería las nubes vida por los que ama». Añadiendo luego: «Yo soy el buen pastor y doy
coronadas de montañas, las casas creciendo de arriba a abajo, y los mi vida por mis ovejas». Ese es, por tanto, el modelo. Cuando nuestra
hombres pendientes del techo de la tierra, «colgando de los hilos de sus vida de convivencia se pone áspera y difícil, qué buen ejercicio será pre-
pies». guntarnos: «¿Qué haría Jesús en mi lugar?» Sí, ¡qué buen ejercicio!
¿Aquello era «el revés» o «el derecho»? ¿Qué era aquello, Mr. CUARTA LECCIÓN.—¿Puede haber una cuarta lección? Escu-
Chesterton? chadla: «Cualquier cosa que hagáis a uno de estos hermanos míos, me la
hacéis a mí». Se trata de ver, en todos, a Jesús. Ahí caminan a tu lado el
charlatán y el sucio, el pelmazo y el amerengado, el repelente Vicente y
el matón. Pues, eso, hay que amarlos como a Jesús, porque en ellos está
Jesús, son Jesús. Pero aún queda el triple salto en el espacio y sin red
protectora.
7.° Domingo del T. O. (C) La lección «prueba y síntesis». —Perdonar al enemigo.— Leed muy
despacio el evangelio de hoy: «A los que me escucháis os digo: amad a
vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian; bendecid a los que
LA ESPIRAL DEL AMOR os maldicen; a quien os hiere en una mejilla...», etc. Es la «espiral del
amor» en contra de la «espiral de la violencia». Esta asignatura podría
Los seguidores de Jesús habrán de «navegar contra corriente» y lle- llamarse «la ilógica». Porque mirad: en las mismas Sdas. Escrituras hay
var a la práctica una jerarquía de valores muy contraria a la del mundo. oraciones —los «salmos de la maldición»— que veían con naturalidad
Ya que Jesús nos propone ganar perdiendo, vivir muriendo, etc. Esa era las vengativas reacciones del corazón humano ante la ofensa. Ved el
la lección del domingo pasado. Pues bien, el evangelio de hoy aún va salmo 109: «Queden huérfanos sus hijos, y viuda su esposa. Que su pos-
más lejos. Nos presenta el precepto del amor al prójimo, pero aquilata- teridad caiga en el exterminio...... Sí, en el A. T. era normal pedir a Dios
do hasta su «quinta esencia»: el perdón, y aun el amor al enemigo. Re-
la venganza y la desgracia del enemigo: «¿Cómo no odiar, Señor, a los
pasemos, repasemos la asignatura de Jesús.
que te odian?»
P R I M E R A LECCIÓN.—Clara y luminosa: «Conocerán que sois Pero Jesús pone del revés el esquema y dice: «Devolved bien por
mis discípulos en que os amáis los unos a los otros». Ya veis, se trata de
mal». El viene a crear un «orden nuevo». Y esa novedad consiste en
nuestro distintivo más hermoso, capaz de cautivar a todo el mundo.
«donde haya odio, poner amor». «Poner amor», no sólo «predicarlo».
Lleva a la hermandad universal, al convencimiento de que todos somos
Por eso, muriendo en la cruz, dijo: «¡Padre, perdónalos porque no saben
iguales. «Ciudadanos del mundo, unios». Desde esta lección no tienen
lo que hacen!»
sentido las fronteras, ni las diferencias sociales: «Ya no hay judío ni
griego, ni hombre ni mujer», dirá Pablo. Pero, como Jesús no era un ca- ¡Ya veis, no sólo nos perdona, sino que nos declara «inocentes»!

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8.° Domingo del T. O. (C) Efectivamente. Ese aceptar la transformación en Cristo y desde
Cristo, ese «vivir en El» —«mi vivir es Cristo», decía Pablo—, estallará
en una espléndida y primaveral cosecha de buenas obras. «Porque el
DIME DE QUE HABLAS Y... que es bueno, de la bondad que atesore en su corazón, saca el bien». De
la bondad interior brotarán espontáneamente las acciones buenas, has-
Más de una vez hemos admirado la sabiduría encerrada en los viejos ta las palabras buenas.
refranes. Los refranes son sentencias llenas de experiencia popular y
humana, de sentido común. Los «sénecas» de todas las épocas han sabi- Eso, «las palabras buenas». Hoy, parodiando el viejo refrán, podría-
do concentrar, en pocas palabras, largas y probadas vivencias. La sabi- mos decir: «Dime de qué hablas y te diré quién eres». En efecto, ¿de
duría, los proverbios, el Eclesiástico —del cual leemos hoy un pasaje—, qué habla el hombre de hoy? Un rápido análisis nos llevaría a compro-
son recopilaciones felices de sentencias morales, muy aptas para el bar que el sexo, el dinero, la consecución del poder o del placer son te-
hombre de todos los tiempos. También Jesús acudió a este estilo de la mas que se repiten y se repiten en nuestra conversación de cada día.
sabiduría popular. Y, en el evangelio de hoy vemos muy claro, cómo, ¿Esas son, entonces, las máximas aspiraciones de nuestro corazón? Por-
para inculcarnos dos valores imprescindibles —la Verdad y la que dice Jesús: «De la abundancia del corazón habla la boca». ¿No ha-
Bondad— se valió de cuatro expresivas sentencias. brá manera, amigos, de que «otras» abundancias más altas nos broten
del corazón?
LA VERDAD.—«No puede un ciego guiar a otro ciego, porque am-
bos caerán en el hoyo». Se refería indudablemente a los fariseos, pre-
suntuosos de la Ley, sí, pero poco receptivos a la Verdad, que no podí-
an, por tanto, guiar al pueblo de Israel con garantía. Se refería a sus dis-
cípulos, a los que más tarde les diría: «El que a vosotros oye, a mí me
oye». Y se refería, por supuesto, a nosotros que estamos llamados a ser 9.° Domingo del T. O.
«luz del mundo». De difícil manera podremos inundar a nadie de luz, si
antes, no nos hemos llenado de ese Jesús que nos dice: «El que me si-
gue, no anda en tinieblas».
¡HAY CENTURIONES Y CENTURIONES!
Si no lo hacemos así, pronto caeremos en la otra sentencia que tam-
bién hoy Jesús nos dice: «Veréis la mota en el ojo ajeno y no veréis la vi- —«Señor, no soy digno de que vengas a mi casa. Pero una palabra tu-
ga en el vuestro». Es decir, veremos desenfocada y parcialmente. De- ya puede curar a mi criado».
nunciaremos los defectos de los demás y los nuestros quedarán en pe- Eso dijo el centurión, amigos. Y lo dijo con tan luminosa convic-
numbra. ción, que esas palabras merecían «ir a misa». Y «a misa», fueron. Y
LA BONDAD.—Pero, por encima de todo, lo que Jesús buscaba en «en misa» se quedaron. Para que todos nosotros, cuando vayamos a
nosotros era la bondad: «Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos recibir al Señor, nos demos cuenta de lo que se dio cuenta aquel hom-
como el Padre celestial es santo». A eso se dirigió toda la aventura hu- bre y pensemos: «¿qué es el hombre, Señor, para que te acuerdes de
mana de Jesús. ¡Qué bien lo resumió San Lucas: «Pasó haciendo el él?»
bien»! A eso se emplazó su Encarnación, su Muerte y su Resurrección.
Efectivamente, las palabras del centurión se han convertido en una
A purificar de raíz, con su «gracia», toda nuestra naturaleza viciada. Por
«frase célebre». Pero no de esas «frases célebres» que consagran el
una elemental razón que el mismo Jesús nos aclara con su refrán en el
nombre de una persona y aparecen luego en las antologías por su belle-
evangelio de hoy: «Porque un árbol malo no puede dar frutos buenos».
za literaria. Sus palabras se hicieron «célebres» porque delatan una en-
Jesús debió de fijarse mucho en aquellos injertos que hacían los la- vidiable actitud existencial, en primer lugar. Son un hermoso itinerario
bradores. Y, desde esa experiencia, habló: «Del mismo modo que los que va desde la intuición a la fe pasando por el razonamiento. Y, en se-
sarmientos no pueden dar fruto si no están unidos a la vid, tampoco vo- gundo lugar son un bello modelo de oración.
sotros, si no permanecéis unidos a mí». Injertarse en Cristo será, por
I. UN ITINERARIO DE FE.—Pensad un poco. Aquel hombre era
tanto, el secreto y la garantía.
un pagano. Es decir, alguien muy distante del «mensaje y la figura de
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Jesús». Mucho más incluso que los samaritanos, los cuales, por proble- 10.° Domingo del T. O. (C)
mas nacionalistas, «no le recibieron». Pero el centurión empezó tenien-
do una intuición: «Ese Jesús, de quien oía hablar, tenía que tener un ex-
traño poder. Un poder distinto y mayor que el de las centurias y las le-
giones, único poder que conocían los romanos: el poder de las armas». AL SALIR DE LA CIUDAD
Y con esa intuición, buscó intercesores que le rogaran: «Ven a mi casa,
que tengo un criado enfermo». Fue entonces cuando entró en juego su «Al salir de la ciudad».—Allá te encontraste, Señor, con aquel joven
razón: «Si yo tengo soldados a mis órdenes y le digo a uno "ven " y viene, muerto. Detrás iban el dolor y el desgarro, la soledad y el desconcierto
y le digo a otro "haz esto" y lo hace, ¡cuánto más este "Señor de la Vida" de aquella madre, que, ya antes, había perdido a su marido y que, aho-
puede decir a la enfermedad "vete" y se irá, a la salud "ven" y vendrá». ra, veía cómo le era arrebatado su hijo.
¡Elemental e irrefutable, amigos! Y, desde esas premisas, se lanzó al es- «Al salir de la ciudad», o al entrar en ella, o dentro de ella, ¡qué más
pacio vacío (?) de la fe: «No soy quién para que vengas a mi casa. Di una da! Lo cierto es que muchos jóvenes, muchos, mueren ante, bajo, cabe,
sola palabra y mi criado curará». Así, amigos: intuición, razón y fe. Una con, contra, desde, en, dentro, de, cerca de, a causa de... la ciudad. No
fe tan grande como la que soñaba Jesús para nosotros, «capaz de trasla- sé si existen estadísticas puntuales. Pero parece ser que los fines de se-
dar montañas». Una fe que le hizo exclamar sin disimulos: «No he en- mana, por un motivo u otro —el vértigo de la velocidad, una copa de
contrado una fe tan grande en todo Israel». más, la claudicación ante la droga, las engañosas luces de la noche, la
distrayente compañía de quien va al volante, el «¡quién dijo miedo!» de
II. UN BELLO MODELO DE ORACIÓN.—Profundidad, por fa- los pocos años etc.—, mueren muchos, demasiados jóvenes, al salir, al
vor, en estas cinco pinceladas: entrar, al atravesar la ciudad.
— La humildad. Él era un jefe, sí. Pero, igual que el publicano de la ¿Es la ciudad la que mata a los jóvenes?
parábola, se humillaba: «Yo no soy digno, Señor». A pesar de pertene-
cer al pueblo «dominador» y Jesús al pueblo «dominado», supo ver en Porque no es sólo la muerte física sobre el asfalto en las inciertas y
Jesús al «poderoso», al Todopoderoso. Su humildad le llevó a: difusas luces de la madrugada. Están también las «otras» muertes. Esas
muertes implacables y sutiles que, día tras días, noche tras noche, avan-
— La confianza. La depositó íntegramente en Jesús y la proclamó. zan sobre grandes sectores de nuestra juventud.
Como si hubiera dicho: «En Ti pongo mi esperanza y confío en tu pala-
bra». Como si reconociera sin reservas: «nuestro auxilio nos viene del EL PASOTISMO.—Un día este joven que ahora veis mecido en el
Señor, que hizo el cielo y la tierra». La confianza le condujo a: pasotismo, tuvo sueños, tuvo ilusiones, llegó a la ciudad con proyectos.
Pero, luego, como no es fácil hacer coincidir vocación con realización,
— La sencilla exposición de los hechos. Nada de rodeos ni fórmulas proyecto con realidad... Como, además, los organismos y las áreas de
alambicadas. Dejar hablar al corazón. Y como «de la abundancia del orientación suelen ser entes fríos y asépticos, hechos a golpe de buro-
corazón habla la boca», dijo: «Tengo un criado enfermo, a punto de mo- cráticos condicionados excluyentes... Como, por otra parte, no sólo «la
rir» ¡Ya basta! ¿Para qué más? Lucas añade conmovedoramente: «Era carne es débil», sino la voluntad también..., ocurre que muchos jóvenes,
un criado a quien estimaba mucho». Añadid ahora: al sentir esas redes paralizantes, caen en la dislusión, y en la desespera-
— La perseverancia. Primero envió unos emisarios... Después, ción, y en la apatía: «¿Para qué luchar si nada se consigue? ¡Yo... pa-
otros... Ya en otra ocasión, recomendaba Jesús: «Debéis rezar sin ce- so!»
sar...». En fin, tras esas premisas, llegó: LA MASIFICACIÓN.—He aquí una de las más alarmantes parado-
— El abandono total. Casi me parece escuchar como un susurro de jas de hoy. Resulta que un chico, al llegar a los 15 o los 16 años, lo que
fondo: más anhela es «ser él mismo» y no «otro». Añora y defiende su libertad.
Por eso, porque quiere diseñar él mismo su figura y su trayectoria. Pues
«quédeme y olvídeme..., bien, un incesante movimiento en espiral de nuestro vivir en sociedad
dejando mi cuidado va envolviendo sus pasos y va encorsetando su autonomía. Y así, tiene
entre las azucenas olvidado». que beber lo que beben todos, vestir lo que visten todos, bailar como
bailan todos, encerrarse entre ritmos histéricos en el Santuario de las
¡Hay centuriones y centuriones, claro! discotecas como todos y, seguramente ir dejando morir su fe por miedo
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a todos. Enfermedad muy grave, ciertamente, esta de la masificación en No. Esta vez no fue como otras veces. Esta vez, en cierto modo, elegiste
nuestras ciudades. tú. (Y digo «en cierto modo» porque ya sabes que este tipo de elección
Lo intuía y retrataba bellamente Juan Ramón cuando escribía: siempre viene de El.) Y hacia El te fuiste con soltura y decisión. Y no
pediste dinero a nadie. Al contrario: el despilfarro corrió de tu cuenta,
«Lo querían matar los iguales, porque era distinto. porque «te colocaste detrás, junto a sus pies, los regaste con tus lágrimas,
Si veis un pájaro distinto, tiradlo. los enjugaste con tus cabellos, se los cubriste de besos y se los ungiste con
Si veis un monte distinto, caedlo. tu perfume».
Si veis un camino distinto, cortadlo.
Si veis un río distinto, cegadlo...». Todos hicieron «sus juicios» naturalmente. El anfitrión pensó que
Jesús «no era un profeta, porque si lo hubiera sido, sabría quién era
¡Como no vuelvas Tú a pasar, Señor Jesús, de una manera u otra, aquella mujer». Judas pensó en lo bien que habría venido el dinero de
por entre el torbellino de nuestras ciudades, creo que muchos jóvenes, aquel perfume para «su bolsa». Los demás probablemente te vieron co-
muchos, van a seguir siendo víctimas de «esas muertes que no cesan»!... mo una intrusa que les ibas a «aguar la fiesta» y ¡quién sabe si podías
Y, sin embargo —Tú lo sabes mejor que nadie— ellos, igual que dejar al «descubierto» sus «cubiertas aventuras»]
aquel joven de Naín, están destinados a la vida. A la vida mayúscula que Pero el «juicio» que nos interesa fue el que hizo Jesús, naturalmente.
viene de Ti. Y a ese otro proyecto de vida, minúsculo quizá, pero impor-
Y fue éste: «Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho
tante por ser personal, que Tú esperas de cada uno. Porque cada uno de
amor. Pero al que poco se le perdona, poco ama».
ellos, usando las palabras de León Felipe, podría decir de sí mismo:
Y esta frase bifocal, mujer del llanto y del perfume, ha quedado ahí
«Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana como fuente inagotable de reflexión sobre el amor y el arrepentimien-
hacia Dios to. ¿Es una frase disyuntiva o es un binomio ambivalente? ¿Se te per-
por este mismo camino que yo voy. donaron los pecados porque amaste mucho a Jesús? ¿O amaste mucho
Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol... a Jesús porque se te perdonó todo?
y un camino virgen
Dios». Que discutan los teólogos y los exegetas. A ti te queda el consuelo
de que a ti, por ti y a propósito de ti, la dijo Jesús. A nosotros, los de-
más pecadores, nos resulta válida por cualquier lado que la miremos.
— «Se me perdonará mucho —todo— si amo mucho». Si amo de
verdad: de pensamiento, palabra y obra. Afectiva y efectivamente. Al
11.° Domingo del T. O. (C) Dios que hay en Jesús y al Jesús que hay en nuestros hermanos. Si les
amo en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, todos
los días de la vida. Se me perdonará mucho —todo—, si yo, a mi vez,
perdono todo. Y a todos.
«LAS PROSTITUTAS OS PRECEDERÁN»
— Y la segunda frase también ha de convertirse en realidad: «Como
Allá te llegaste, mujer, con tu frasco de perfume, a la sala del festín, se me perdona mucho, tengo que amar mucho». Es decir, el amor con
en casa de aquel rico fariseo. Allá te entraste, mujer de la «soledad» y que nos ha amado Dios, nos compromete. Nobleza obliga. Amor con
de «las compañías,» «oscuro objeto del deseo», aventurera del placer amor se paga. «¿Qué devolveré al Señor por todo lo que El me ha da-
epidérmico y triste, trabajadora del oficio más antiguo del mundo, se-
do?» A nada que haya en nosotros un mínimo de lógica y un mínimo de
gún dicen.
vergüenza, tendremos que estremecernos y repetir con San Pablo: «Me
Pero no te entraste como otras veces: a exponer tu mercancía y dejar amó y se entregó a sí mismo por mí». Y anonadarnos de asombro ante
que «los otros» te eligieran para usarte. Para usarte y luego dejarte. Pa- la pasividad de los hombres que no rompen sus «vasos de perfume» ante
ra dejarte y luego comentar: «Es una mujer de la vida, es una pecadora». el Señor, exclamando con el «poverello» de Asís: «El Amor no es ama-
do, el Amor no es amado»...
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12.° Domingo del T. O. (C)
podía perdonar los pecados». Es decir, opinaban «todo» sobre El. Hasta
en el momento de morir se bifurcaban sus opiniones. Mientras los judí-
os «lo entregaban porque era un malhechor», el centurión aseguraba:
«LLUVIA DE ENCUESTAS» «Este hombre es el Hijo de Dios».
Una de las características de nuestro vivir actual es la invasión de las 3.° Ultima y principal reflexión: «¡qué despiste tan monumental el
«encuestas». De la misma manera que han llegado la polución atmosfé- de los humanos!» ¡Entonces y ahora! Ya el libro de los salmos había
rica, o los productos congelados, o la música delirantemente rítmica y sentenciado de nosotros: «¡Tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no
ruidosa, del mismo modo han proliferado las encuestas. Todo se somete oyen!» Es claro que así sucede. Ocurrió entonces: «Vino a los suyos y
hoy a encuesta: el pasado, el presente y el futuro. Hasta lo futurible: los suyos no le recibieron», se lamentaba Juan, añadiendo: «¡Era la luz,
«¿Ganaría la liga tal equipo con otro entrenador que no fuera el actual?» pero los hombres prefirieron, las tinieblas a la Luz!». Y eso ocurre tam-
Decididamente, no sabríamos ya vivir sin encuestas. bién ahora. Díganme: ¿Cómo puede ocurrir que valores tan «incuestio-
Yo no sé si las encuestas ayudan —o al revés— para que «formemos nables» como por ejemplo el de la vida, sea «cuestionado» tanto? ¿Có-
opinión» y sepan tomar decisiones los dirigentes. No sé siquiera si sir- mo puede entenderse que el aborto o el terrorismo, entre opiniones
ven para que los encuestados progresen como seres pensantes, razona- ambiguas y tristes, se hayan abierto camino en una sociedad civilizada
dores, despiertos. Tampoco sé —aunque a veces lo pienso—, si las en- y cristiana?
cuestas tendrán como finalidad «divertir al personal», tanto a encuesta- ¡Deberíamos conseguir que las encuestas sirvieran para eso: para
dores como a encuestados. Lo que sí sé es que, cuando menos lo piense abrir nuestros ojos y dejarnos inundar de la Luz!
uno, le asalta alguien en la calle —bolígrafo o micrófono en mano—, y
¡zas!, comienza el interrogatorio: «¿qué opina usted sobre los incendios
forestales... el SIDA... la corrupción...?».
Pues bien. He aquí que Jesús también, un día, se lanzó a la calle, en
Cesárea de Filipo, y comenzó su personal interrogatorio: «¿quién dice la
gente que es el Hijo del Hombre?». 13.° Domingo del T. O. (C)
No pretendo analizar, ni mucho menos, las contestaciones dadas.
Simplemente me planteo unos interrogantes y reflexiones al ritmo del
suceso. CUADROS PARA UNA EXPOSICIÓN
1.° ¿Qué pretendía Jesús?: ¿«conocer a los encuestados» a través de Ahora que Miguel Indurain nos ha convertido a todos en «licencia-
sus contestaciones o, quizá, «conocerse a sí mismo» deduciendo, de las dos en ciclismo», quizá entendamos mejor qué es eso del «seguimiento
opiniones de los demás, si estaba acertando o no, en los caminos de de un líder», esa experiencia de «ir a rueda» de un gran jefe. Porque la
«implantación del Reino»? O ¿quizá, lo que pretendía Jesús era que vida cristiana, en definitiva, en eso consiste: en optar por Jesús y «po-
«los encuestados se conocieran entre sí»? De tal manera que el mutuo nernos a su rueda». Estamos corriendo una dura carrera en la que, para
conocimiento les llevara a la comprensión, y la comprensión al amor. conseguir ser campeón, hay que enfrentarse a etapas de alta montaña,
¡Y el amor entre los hombres —ya lo sabéis— es lo que se convertiría de «contra reloj» y de agobiantes llanuras. Y cuando hablamos de «vo-
en verdadero camino hacia Dios! cación cristiana», queremos decir que se nos invita a entrar en ese sin-
2° Jesús, aunque sólo consta que en esta ocasión se dirigiera en un gular equipo liderado por Jesús, Dios y hombre verdadero.
interrogatorio directo a las gentes, en realidad toda su vida estuvo so- Pero ved. El evangelio de hoy nos presenta una aleccionadora gale-
metida al variopinto resultado de las encuestas. Unos le llamaban «Sa- ría de retratos, reflejo sin duda de las actitudes humanas en este tema
maritano», cosa mala y reprochable. Otros creían que estaba «endemo- del «seguimiento a Jesús». Son, por tanto, «cuadros para una exposi-
niado». Algunos le tenían por «comilón y bebedor», porque no tenía re- ción».
paro en «sentarse a la mesa entre pecadores y publícanos». Otros se de-
batían entre el asombro y la incertidumbre porque no entendían «cómo Núm. 1. «Los mensajeros que envió Jesús por delante entraron en
una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no le recibieron,
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porque se dirigía a Jerusalén».—He ahí una primera razón, sinrazón, del
«no seguimiento a Jesús». Los celos entre samaritanos y judíos. ¡Qué Pues, ea, ésa es la palabra que, hoy, mientras reflexionaba sobre el
evangelio de este domingo, me venía una vez y otra vez: «contempori-
pena! No solemos mirar al sol, que es lo que señala el dedo, sino al de-
zar». Unas veces la veía en su vertiente radical y de compromiso: la pos-
do que señala el sol. Y, según sea ese dedo, solemos aceptar o no al sol. tura de alguien que actúa evitando toda claudicación, sin contemplacio-
Nuestros capillismos, banderías y políticas impiden muchas veces nues- nes, tal y como se desprende de las palabras de Jesús: «Os mando como
tro seguimiento al líder. Vemos el sol «según el cristal por el que mira- ovejas entre lobos. No saludéis a nadie por el camino». Como diciendo:
mos». «no contemporicéis con nadie». Otras veces, al revés, la palabra me lle-
Núm. 2. «Otro, a quien dijo Jesús "sigúeme", respondió: "déjame gaba mansa e inofensiva, comprensiva al máximo: «Quedaos en la mis-
primero enterrar a mi padre"». Es otro rasgo de nuestra condición: ma casa. Comed y bebed de lo que tengan». Es decir: «podéis contempo-
nuestra ancestral pereza e indecisión. Dejamos para mañana lo que po- rizar con la buena gente».
demos hacer hoy, sabiendo que es verdad lo que lamentaba Lope de —¿En qué quedamos, Señor? ¿Cuál es la consigna para quienes tie-
Vega: «Mañana le abriremos —respondía—-, para lo mismo responder nen, tenemos, que salir a evangelizar?
mañana». Nuestros pequeños intereses suelen prevalcer sobre el «inte-
Vivimos una época increíble de subjetivismo doctrinal y moral. Mu-
rés» de Dios. Dilatamos peligrosamente nuestra conversión y entrega. cho me temo que, en ella, hay que poner mucho esmero a la hora de
Exponiéndonos a tener que reconocer como Machado: «La primavera sentirnos «enviados», como aquellos setenta y dos. El embajador de
pasó por tu puerta. Dos veces no pasa». Cristo no puede hacer «maleable» el mensaje del que es portador. «Lle-
Núm. 3. «Jesús le dijo a otro: "el que pone su mano en el arado y vamos tesoros infinitos en vasijas muy frágiles», decía Pablo. Y no pode-
echa la vista para atrás, no vale para el Reino de Dios"». Así somos: am- mos claudicar «ante cualquier viento de doctrina», decía también. El
biguos. Peligrosamente confusos. Amigos del color gris. Cultivadores cristiano no puede ir condescendiendo ante los demás, «al son que to-
del «sí... pero...». En el Apocalipsis se nos dice: «¡Ojalá fueras frío o ca- quen», en la transmisión de la fe de la cual es testigo. Ni puede abando-
liente; pero como eres "tibio", te arrojaré de mi corazón». Criaturas de narse a un «modus vivendi» que contradiga esa fe. Acomodar su «cre-
la niebla y de lo borroso, no decimos ni «sí», ni «no»; decimos «según». do» y su «moral» a lo que rezaba aquel título de Pirandello —«Así será
si así os parece»— sería peligrosa equivocación. El cristiano, como Pe-
El caso es «ir tirando». Vivimos en pleno paisaje londinense. Y ¡mire
dro y los Apóstoles, tiene que estar dispuesto a decir: «No podemos me-
usted que Jesús lo dijo bien claro!: «El que no está conmigo, está contra
nos de proclamar lo que hemos visto y oído». ¿Por qué? Entre otras ra-
mí». zones, «porque es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres».
Pero no hay lugar al pesimismo.- Gracias a Dios y a Ti, dentro de Pero también habrá que tener en cuenta la otra vertiente. En el ejer-
nuestra Iglesia pecadora, hay también material muy noble, seres de cicio de transmitir la fe, con tal de llevar íntegramente «esos tesoros in-
musculatura espiritual recia, curtidos a lo campeón en el entrenamiento finitos», no importa que se quebranten «nuestros frágiles vasos», nues-
diario. Llanean, escalan y contrarrelojean. Convéncete: «Te seguirán a tras personales estructuras, nuestros «modos de actuar». Es más, puede
donde quiera que vayas». ser algo necesario.
Y eso, amigos, puede hacernos sufrir. Somos animales de costum-
bres. Nos aferramos a nuestras viejas metodologías. Pensamos que
«cualquier tiempo pasado fue mejor». Y esa tentación es muy peligrosa.
Ya que los «modos de actuar», como los vestidos, como las modas, en-
vejecen. Por eso San Pablo, ciñéndose exclusivamente a lo principal —
14.° Domingo del T. O. (C) ser portador del Mensaje—, decía: «Gastaré y me desgastaré a mí mis-
mo», dejando bien claro que él sabría «contemporizar» con lo «cam-
biante», pero no con lo «sustancial».
CONTEMPORIZAR Eso es lo que creo quiere decir hoy ese pasaje en el que parece Jesús
un intransigente por una parte, y un acomodaticio por la otra. Algo que
«Acomodarse uno al gusto ajeno por algún respeto o algún fin parti-
los antiguos resumieron muy bien en una breve sentencia: «Suaviter in
cular».—Así define el diccionario la palabra «contemporizar». modo, fortiter in re». Pedagogía que tendrán que aprender muy bien to-

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dos los pastores, ocupen el lugar que ocupen en la jerarquía. Y tendrán Amor sexual o romántico: ¿Amo de verdad a esa persona con la que
que aprenderla los padres en esa tarea de cada día que se llama la «edu- me he unido, o amo, más bien, el placer que me ofrece? ¿Idolatro su ser
cación integral» de sus hijos. Y tendremos que practicarla cada uno en y su mundo o quizá voy buscando en ella el éxtasis, la vibración sensible
nuestro caminar cristiano, para no ser «cañas agitadas por el viento». Y que su contacto me proporciona? ¿Amo de verdad su «yo» o, más bien,
también para no confundir «el tocino» con la «velocidad». lo que amo es mi propio «yo» proyectado ganancialmente, dando tam-
bién un rodeo, en ese «tú»?
Amor democrático: Eso. Partimos de que todas las personas son
iguales bajo la ley. En ese sentido, y puesto que yo aspiro a que mis de-
rechos y libertades sean reconocidos por todos —dando un rodeo, un
15.° Domingo del T. O. (C) rodeo que gira y gira alrededor de mí mismo—, en ese sentido, digo,
«respeto» (ya que no puedo llamar amor a eso), respeto a los ciudada-
nos. Mejor dicho, respeto las leyes y libertades que les protegen. Pero,
única y exclusivamente porque espero que respeten las mías.
¡SIN RODEOS!
Amor humanitario: Es el amor difuso, abstracto, teórico y etéreo
No sé si se trata de un escondido complejo de inseguridad que lleva- que tenemos a la Humanidad en general. Es un amor «literario» que
mos todos, o de una especie de diplomacia que vamos adquiriendo con nos lleva a pronunciar frases retóricas y llorar —metafóricamente— an-
la vida, o simplemente de una estrategia de combate para evitar peli- te las grandes calamidades: guerras, catástrofes, el hambre, la drogadic-
gros. Lo cierto es que el hombre, en su hablar y en su obrar, tiende a ción... Pero que, a lo peor, nos deja insensibles ante los dolores de los
«dar rodeos», vueltas y más vueltas, antes de entrar en materia. más próximos: los miembros de la propia familia. Dostoiewski pone en
boca de uno de sus personajes: «sería capaz de los mayores proyectos
Se nos ha dicho mil veces que la línea recta es la distancia más corta en favor de la Humanidad, incluida mi crucifixión si fuera necesaria; pe-
entre dos puntos. Del mismo modo, cuando nos enredamos en circunlo- ro soy incapaz de vivir en la misma habitación con otra persona dos días
quios y divagaciones, siempre nos llega la advertencia de alguien que seguidos». Pero, gracias a Dios, existe otro amor:
nos corta por lo sano y dice: «Al grano, al grano». El mismo Jesús, ad-
virtiendo sin duda esta propensión que tenemos de emborronarlo todo, El amor que nos trae Jesús: Leed, despacio, amigos, la parábola que
nos aconsejó claramente: «Que vuestro lenguaje sea "sí, sí" o "no, no". nos contó: la del buen samaritano. Observad muy bien todos los gestos
Pero ¡que si quieres! ¡nosotros... a "dar rodeos"!». y palabras de aquel hombre anónimo y poco interesante a los ojos de la
élite de entonces. Veréis como al final reconocéis:
Pues, bien. El evangelio de hoy, con unos personajes al fondo dise-
ñados por Jesús, eso es lo que nos viene a decir: que si en todo hay que —¡He aquí un amor sin rodeos! ¡Un amor de verdad! ¡Un amor de
«dejarse de rodeos», mucho más en el ejercicio de nuestro amor. línea recta! ¡Porque la distancia más corta para llegar a Dios es... el pró-
jimo!
Veréis. Sabemos muy bien, como sabía el letrado, que el segundo
mandamiento —amar al prójimo— es semejante al primero: «amar a
Dios». Y sabemos que el modo de amar a Dios se cumple precisamente
amando al prójimo. Pues, ea, como esos futbolistas que, en vez de diri-
girse a la portería, se entretienen dibujando fintas, cabriolas y caracole-
os, así amamos al prójimo: tejiendo superficialidades alrededor de él.
16.° Domingo del T. O.
A Mons. Fulton Sheen le gustaba distinguir en nosotros varias clases
de amor:
Amor utilitario: Consiste en amar a una persona no por sí misma, si- ELIJA USTED: ¿MARTA O MARÍA?
no por la utilidad que extraemos de ella. Así amamos al profesor que
nos enseña, al vendedor que nos reserva la mercancía, a la persona cuya El evangelio de hoy quiere que nos fijemos de una manera especial
influencia necesitamos. Más que amar «a la persona», dando rodeos, en aquella «hermana de Marta llamada María, que, sentada a los pies del
amamos «sus circunstancias». Señor, escuchaba».

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He ahí una actitud absolutamente evangélica; «escuchar su palabra». la casa». Al revés, se trata de una positiva ocupación vigorizante y nece-
La sancionó Jesús con altísima calificación: «María ha elegido la mejor saria que sirve para acumular energías tanto para el propio individuo
parte». Pero, al saber esto, no penséis por favor que se trata, al mismo que la práctica, como para las innumerables Martas que, por vocación
tiempo, de una descalificación implícita de la «actividad», esto es, de de Dios, han sido llamados a «cuidar de la casa» y «construir la ciudad».
quienes han puesto el acento en el compromiso dinámico y evangeliza- — ¿Con quién nos quedamos, pues: con Marta o con María? Tenga-
dos de quienes, llevados por el celo apostólico, han hecho una opción mos, por favor, claras estas cosas. Porque, de lo contrario, andaremos
preferencial por los más necesitados, tratando de que llegue a ellos la dando golpes de ciego: del caño al coro y del coro al caño. O lo que es
justicia. No, no se trata de dar un «suspenso» a Marta y un «sobresa- lo mismo: «separando lo que Dios ha unido».
liente» a María. Se trata simplemente de advertirnos que no puede exis-
tir Marta sin María, que no puede separarse «la acción» de la «oración».
Jesús, en una palabra, nos quiso decir que nuestro afán evangelizador y
de compromiso temporal ha de brotar siempre de nuestro saber estar
«a los pies del maestro escuchando su Palabra». Eso es lo que quiso re-
sumir Don Chantard en su libro cuando, refiriéndose a la vida de ora-
ción, lo tituló: «El alma de todo apostolado». 17.° Domingo del T. O.
¡«Escuchar su palabra»! He ahí, pues, la «mejor parte».
Y conviene recordarlo una vez y otra vez, porque vivimos en una LA ORACIÓN Y LA FILOSOFÍA
época de ruidos estridentes y parloteo continuos. Es decir como si «el
ruido» hubiera iniciado una guerra a muerte contra «el silencio». Los — «Si el pájaro canta, vive. Es así que canta. Luego vive». Así nos
grandes inventos del progreso —coches, alarmas, sirenas, máquinas en decía aquel entrañable profesor de lógica tratando de poner un ejemplo
general—, tan útiles e imprescindibles ya para el hombre, generan sin claro de silogismo válido.
embargo una auténtica catarata de ruidos. Ruidos que hacen peligrar Permitidme que, parodiando su ejemplo y a la luz del evangelio de
nuestros tímpanos y nuestros nervios de una manera inexorable. Pero hoy, os argumente de una manera similar: «si el cristiano reza, es seguro
lo más terrible es que nosotros mismos, —que reconocemos ese alar- que vive». Por eso, se nos ha repetido hasta la saciedad que la oración es
mante fenómeno—, no sabemos vivir ya sin vibraciones y decibelios. Lo «la respiración del alma». Y ya el domingo pasado, mirando a María la
primero que hacemos al levantarnos es conectar nuestro transistor, cai- hermana de Marta, quedaba claro que todas nuestras actividades cristia-
ga lo que caiga. Lo último que hacemos, antes de acostarnos, es apagar nas serán sobrenaturalmente estériles, —como «azotar el viento»—, si
el televisor. Y gran parte de nuestro'tiempo diario está recogido al ali- no arrancan de una actitud de escucha, «a los pies de Jesús».
món por ambos «medios de comunicación». Trabajamos con música (o
lo que sea), viajamos y comemos con música (o lo que sea) y camina- Pero he aquí que el viejo profesor, queriendo después poner un ejem-
mos por la calle, coronados por los auriculares, oyendo nuestra música plo de silogismo inválido, añadía: «Si el pájaro vive, canta. Es así que vi-
(o lo que sea). Hasta cuando vamos al campo, buscando la paz, la bie- ve; luego canta». —«Ya comprendéis que no vale—, repetía, —puesto
nandaza, el piar de los pájaros y el murmullo del bosque —¡es el colmo, que un pájaro, aunque viva, por las razones que sean, puede no cantar».
vamos!— nos llevamos el radio-cassette, —último modelo, eso sí— y Y aquí es donde yo, en aplicación de la parodia a la que me refiero,
pulverizamos sin piedad el silencio. me aparto de la filosofía de aquel profesor de juventud y sé que él tam-
¿Qué pensaría de nosotros hoy aquel Fray Luis que soñaba y decía: bién se apartaría. Y afirmo: «si el cristiano vive, reza; tiene necesaria-
«¡qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido...!»? ¡Qué mente que orar». La oración brotará espontáneamente de él, como el
asombro le produciría a Lope de Vega, el que escribió: «A mis soleda- humo del fuego, como el perfume de la rosa, como el llanto de un cora-
des voy, de mis soledades vengo, porque para estar conmigo me bastan zón herido.
mis pensamientos...»! ¡Cómo se quedaría Fray Juan de la Cruz, el que Ved a Abrahám en la primera lectura de hoy. Es una página llena de
anhelaba «la noche sosegada..., la música callada..., la soledad sono- lirismo y de ternura. Daos cuenta. Era una época en que los hombres
ra... los valles solitarios nemorosos...»! concebían a Dios como ser misterioso —«bajaba en la brisa del atarde-
— «¡Sentarnos a los pies del Señor para escuchar su palabra!» No se cer»—; un ser lejano y displicente —«veréis mi espalda, pero no mi ros-
trata de una postura de evasión para «dejar sola a Marta en las tareas de tro»—; un ser terrible, envuelto en el fuego, el rayo y el trueno: —«que

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no nos hable Dios, que moriremos», le decían los israelitas a Moisés. V jano origen, primero por instinto, después por una curiosa mezcla de te-
sin embargo, a ese Dios tan terrible, Abrahám, adoptando una actitud mor y previsión de cara al incierto futuro, más tarde por regusto de la
mimosa y confiada, pero sintiéndose «polvo y ceniza», no puede menos «dolqe vita», finalmente por avaricia, que es, como sabéis, la que siem-
de orar. En una oración modélica, rebosante de sencillez, audacia, espe- pre «rompe el saco», —el hombre, digo, tiende a atrincherarse, a cons-
ranza, travesura y fe: «Y si en Sodoma hay cincuenta justos..., o cuaren- truirse fortines y vallados, a suscribir pólizas y más pólizas de «seguros»
ta..., o acaso treinta..., o, a lo peor, veinte..., o quién sabe si sólo diez, y a dejarse abandonar blandamente en el «ande yo caliente y ríase la
¿no perdonarás por ellos a la ciudad?» gente».
Si el hombre vive, es decir, si tiene una vida de verdad, reza. Es un Por eso quizá Jesús, a un hombre del pueblo que se le acercó con un
argumento perfectamente válido. Incontestable. Más todavía: desde el asunto de «reparto de bienes», le hizo una seria advertencia: «Guardaos
día en que Jesús nos aclaró que Dios no es un Dios lejano y distante si- de toda clase de avaricia».
no, al revés, un Dios cercano, detallista y atento, hay que concluir que
«si cuida de los pajarillos y los lirios, cuánto más lo hará de nosotros que Porque, fijaos bien. No parece que aquel hombre estuviera propo-
valemos más que los pajarillos y los lirios». niendo algo descabellado: «Maestro, di a mi hermano que reparta la he-
rencia conmigo». No, no pedía una barbaridad. Se trata de alguien que
Por eso, en el evangelio de hoy se nos dice «un día que Jesús estaba veía que su hermano, el primogénito, se quería quedar con «todo», sien-
orando dijo a sus discípulos: "pedid y recibiréis, buscad y hallaréis... "»•
do así que el mismo Deuteronomio aclaraba que sólo le pertenecían
¿Por qué debemos «pedir» y confiar en que «recibiremos»? Fundamen-
talmente por dos razones. «dos tercios». Pedía, pues algo que era «de justicia».
Pues, bien; Jesús, sin negar ese derecho y la coherencia de su peti-
Una.—Porque «Dios escucha nuestra palabra». Ved la paradoja. De-
cíamos el domingo pasado que «María, a los pies de Jesús, escuchaba su ción, prefiere prevenirle contra ese «afán de posesión» que se suele en-
palabra». Pues sabedlo de una vez y no os escadalicéis: en esto de la roscar en nosotros los hijos de Eva y que suele concretar en eso que so-
oración es como si Dios «se sentara a nuestros pies y escuchara nuestra líamos llamar las «tres concupiscencias».
palabra». Deletread lo que Jesús dijo: «Si vosotros que sois malos dais — La del tener.—Los antiguos primates lo que seguramente busca-
cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu ban al principio era «protegerse». Contra las inclemencias del tiempo y
—es decir, el "don" por excelencia— a quien se lo pida?». contra los ataques de las fieras; nada más. Se refugiaron en cavernas. Y
Y dos.—Porque es «padre». Es cardum quaestionis, esto es, el quid hay que reconocer de entrada que uno de los más elementales «dere-
de la cuestión. Dios, tanto como Dios es «padre». ¿Lo oís? «¡Padre!». chos» del hombre es tener una casa digna, en consonancia con el nivel
Y, «¿puede un padre abandonar al hijo de sus entrañas?». de vida de cada época. Pero, ¿dónde está la frontera entre eso que ad-
quirimos para sentir realizada nuestra dignidad de hombres y ese insa-
Ejercicio práctico para el día de hoy.—Buscad el silencio. Y, luego,
ciable apetito de tener todo eso que la sociedad de consumo, —tele-di-
lentamente, muy lentamente, repetid con todos los matices que os
rigiendo— nos dogmatiza que hay que tener? Sí, ¿cuál es la línea divi-
broten del corazón, estas palabras: «Padre... nuestro... que estás en el
cielo...». soria entre lo necesario, lo útil, lo superfluo y lo escandaloso...? Leed la
parábola, leed: « Un hombre rico tuvo una gran cosecha».
— La del poder.—«Como no tengo donde almacenar tanta cosecha,
construiré unos almacenes más grandes y meteré allí todo el grano y el
resto de mi cosecha. Y me diré a mí mismo: Hombre, tienes almacenados
bienes para muchos años». Es el paso del "tener" al poder. Es el conven-
18.° Domingo del T. O. cimiento, —pero no este caso en serio—, de lo que cantamos en la jota
navarra: "que ni Dios 'pué' contigo... ". Es convertir en principio exis-
tencial la lucha despiadada por el poder, ya sea económico, político, ad-
LA AVARICIA ROMPE EL SACO ministrativo o de apabullante influencia pública. Es la puesta en práctica
del refrán: "Al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija".
«El hombre se parapeta. ¿Quién lo desemparapetará? El desempa- — La del placer.— Es la consecuencia inevitable de las dos concu-
rapetador que lo ...etc».. Quiero decir que el hombre, desde su más le- piscencias anteriores. «Aquel hombre dijo: Túmbate, come, bebe y date

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buena vida». Es la filosofía reinante hoy del «pasárselo guay». Sin lími- Es necesario seguir leyendo a San Lucas, amigos. Es justamente el
tes ni fronteras. Es la puesta en escena de «el que es tonto, que espabi- evangelio de hoy. Escuchad lo que dice Jesús:
le». Es la filosofía de las «otras» bienaventuranzas, reverso completo de
— «No temas, pequeño rebaño mío, porque vuestro padre ha tenido
las de Jesús: «Dichosos los ricos..., los poderosos..., los que ríen..., los
a bien daros el Reino».
que, hagan lo que hagan, se las ingenian para no ser perseguidos por la
justicia...». No se trata, por tanto, de un «expolio» absurdo y cruel, que nos pro-
ponga Jesús, sumergiéndonos en la nada. Es más bien un «trueque».
Más o menos, menos o más, a estas cosas se refería Jesús cuando, a Consiste en dejar el «reino de abajo» por el «reino de arriba», la «ciu-
aquel hombre que acudió a El para que hiciera de arbitro, le contestó: dad terrena» por la «ciudad de Dios», la bandera del «rey temporal»
«Guardaos de toda clase de avaricia». por la bandera del «Rey Eterno». Lo que San Pablo concretó tan clara-
mente: «Los que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arri-
ba, que es donde está Cristo y dejad los de la tierra...». O lo que el mis-
mo Jesús desmenuza en el evangelio de hoy un poco más abajo: «Hace-
os talegas que no se echen a perder y un tesoro inagotable en el cielo,
adonde no llegan ni los ladrones ni la polilla».
19.° Domingo del T. O.
Segundo.—Cuando Jesús dice: «guardaos de toda codicia», no nos
está invitando al pasotismo o a la huida de toda responsabilidad. Al
¿LA CASA POR LA VENTANA? contrario, nos está involucrando en la realización de una tarea que El
comenzó y que nosotros debemos llevar a término: —«Tened ceñida la
Cabodevilla, en esa larga meditación que nos ha escrito sobre «la ca- cintura y encendidas las lámparas. Estad como los que aguardan a que
sa como mística del hogar y la familia», pinta una caricatura rebosando su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y llame». El mun-
ironía: la de un hombre que se pone a construirse su casa con los mate- do es una «sinfonía inacabada», amigos, y cada uno debe aportar su
riales más sólidos, en un lugar prácticamente inexpugnable, con todos personal melodía. No una melodía para ser cantada, bailada y gozada
los métodos más sofisticados —interiores y exteriores—, de seguridad. en el salón cerrado de nuestro propio «yo», sino en ese gran templo de
En su obsesión por eliminar todo riesgo, termina por forrar toda la casa los hijos de Dios que es el Reino.
con hierro, con hierro macizo. ¡Para comprobar después, ay desdicha-
En resumen. Cuando Jesús dice: «vended vuestros bienes y dad li-
do, que ha construido su casa sobre un volcán! (Puede ser el retrato del
hombre moderno, empeñado en asegurarse con todos los seguros ante mosna», no nos está empujando a «tirar la casa por la ventana» y noso-
el incierto futuro). tros con ella, sino, al revés, a acertar con la puerta verdadera. La que, al
pasar por ella, nos haga exclamar: «Esta es la morada de Dios entre los
Viene a ser un poco lo mismo que Jesús nos contó el domingo pasa- hombres».
do, con tanto realismo, en el evangelio de Lucas. La insensata planifica-
ción de aquel hombre egoísta que se encerró en sus inmensos graneros,
con sus inmensas cosechas, soñando en dedicarse a la «buena vida».
Siendo así que, aquella misma noche, llegó la muerte desmoronando to-
dos sus planes.
Son apólogos crueles, no cabe duda. Nuestro pobre corazón se ami- 20.° Domingo del T. O.
lana como un pajarillo asustado, al reflexionar seriamente sobre ellos, y
escuchar encima la advertencia de Jesús sobre la marcha —«guardaos
de toda codicia»—, uno tiene la sensación de encontrarse en el mayor GUERRA Y PAZ
de los desamparos, abandonado a todos los riesgos, perdido en la más
negra oscuridad. Entonces, uno se pregunta: «¿En eso consiste el segui- Hace muy pocos domingos nos presentaba la liturgia aquella escena
miento de Jesús? ¿No se trata, acaso, de una filosofía inhumana, empa- de «María la hermana de Marta, sentada a los pies de Jesús, escuchando
pada en un peligroso masoquismo?». su palabra». Al contemplarla, quizá pudimos caer en la parcialidad de

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creer que, únicamente creando un ambiente de este estilo, conseguire-
mos la implantación del Reino: en el remanso de paz de Betania. Vida y — Era, en primer lugar, la Paz con Dios.—Un día había dicho: «Mi
dulzura. Un hogar desahogado en el que descanse Jesús, y también no- Padre y yo somos una misma cosa». En coherencia con ese convenci-
sotros. El cielo en la tierra. miento, dijo más tarde: «mi alimento consiste en hacer la voluntad de mi
Un vistazo al evangelio de hoy: «Yo no he venido a traer la paz, sino Padre». Y el broche final lo puso cuando, al aceptar la muerte, dijo: «no
la guerra. En adelante, en una misma familia estarán divididos el padre se haga mi voluntad, sino la tuya».
contra el hijo y el hijo contra el padre...» — Paz consigo mismo, en segunda lugar.—Lo proclamó: « Yo he ve-
De esta página salió sin duda, hace unos lustros, la obsesión de pre- nido para dar testimonio de la verdad». Tras de esa «verdad» caminó
sentarnos la figura, también parcial, de un Jesús «revolucionario». Para siempre, aunque no le secundaran y aunque esa verdad le condujera a
que calara la idea la ilustraban con posters del Che Guevara y otros lí- la muerte. Porque, El siempre aseguró que «la verdad nos hará libres».
deres parecidos. — Finalmente, una paz con todos y para todos.—Pues, aunque ase-
Pues bien: ¿con qué Jesús nos quedamos: con ese que busca «la paz» guró que «sólo los violentos consiguen el Reino de Dios», no defendía
en Betania o con este otro que parece estar destinado «a dividir» a los más violencia que la que uno se hace a sí mismo precisamente para no
mismos miembros de una familia? ser nunca violento. Por eso había enseñado «a poner la otra mejilla» y a
saber «ser perseguidos por causa de la justicia».
Una cosa debe quedar clara desde el principio. La paz, la verdadera
paz, la que Cristo vino a traer a la tierra, no puede consistir en una espe-
cie de conformismo resignado ante las injusticias reinantes, en una apá-
tica indiferencia ante las grandes desigualdades y marginaciones huma-
nas, en un sistemático silencio ante el pecado por miedo a perder nues-
tro «status» bonancible, en un «hacer la vista gorda», en una palabra, 21.° Domingo del T. O.
ante las tropelías y atropellos. Ved al bueno de Jeremías en la primera
lectura de hoy. Se sentía atrapado entre dos amores: el amor a Dios por
quien había sido elegido como profeta y el amor entrañable a su pueblo,
al que veía descarriarse del verdadero camino. ¿Qué hacer? ¿Cerrar los LAS ESTADÍSTICAS DE LA SALVACIÓN
ojos y la boca ante aquel devío obstinado? ¿O condenar su conducta,
aunque esta denuncia le acarreara la muerte? ¿Cuál es el papel del Ma- Quienes se dedican a la docencia, saben que, por encima de las di-
gisterio de la Iglesia, de los educadores, de los padres, de los sacerdotes, sertaciones magisteriales de los grandes principios generales, o más
de los simples cristianos que solemos autocalificarnos, y con razón, de aquí de estos principios, lo que de verdad suele interesar a los alumnos
«profetas»? ¿Cuál es nuestro papel? ¿Liarnos la manta a la cabeza, de- son las soluciones concretas. Anda, por ejemplo, el profesor tratando
jarnos adormecer en la blanda almohada del conformismo, irnos decla- de definir en qué consiste la «actitud» del pecado. Pues bien, el alumno
rando en retitada de trinchera en trinchera...? ¿O dar testimonio de quiere enseguida saber si «lo que hace Fulano» es pecado. Aspira el
nuestra fe trasmitiendo el «mensaje» que hemos recibido? alumno a tener una sabiduría tan puntual y minuciosa, que quiere que-
darse con tan sólo «lo imprescindible». Por eso, los alumnos, a cada pa-
El ejemplo auténtico, como siempre, está en Jesús: «Yo no he venido so, aterrizan de esta manera: «Señor profesor, ¿basta con leer la letra
a traer fuego a la tierra y lo que quiero es que arda». A su madre, que grande o es necesaria también la pequeña?».
«meditaba todas estas cosas en su corazón, aunque no las entendía», Si-
Resulta que «Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y
meón le anunció: «Este niño será blanco de contradicción entre las gen-
tes». Y así fue. Su pueblo, tal como lo dijo Jesús, quedó dividido entre aldeas enseñando». Era, por lo tanto, como un filósofo peripatético que
«padres e hijos, yernos y suegros, hermanas y hermanos». Y pidió su dejaba sus enseñanzas mientras iba caminando. Pues, bien, bien pronto
muerte. En cuanto a los «poderes establecidos», tanto civiles como reli- le salió al paso un alumno con una cuestión concreta e interesada: «Se-
giosos, no vieron en El otra cosa que un estorbo para la paz que ellos ñor, ¿son pocos los que se salvan?».
querían. Y lo condenaron. Solamente al final, cuando vieron que desde Y es ahí justamente donde el Señor, sin caer en la trampa de dar una
la cruz «no fulminaba» a sus verdugos sino que «les perdonaba porque contestación categórica y matemática, prefirió llevar al alumno al terre-
no sabían lo que hacían», empezaron a entender qué paz traía Jesús. no de su «propia vida»: «vosotros esforzaos en entrar por la puesta an-

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gosta». Para que él mismo, en el análisis personal e intransferible de su 22.° Domingo del T. O.
propio comportamiento, encontrara la respuesta. Ya que «cada cual lle-
va su alma en su almario» y la salvación en «su» itinerario. Por eso en la
lección de Jesús sobre la salvación hay que hacer varias reflexiones.
LOS VERDADEROS LÍDERES
Una—La salvación no es un tema meramente escatológico. Es decir:
¡me salvaré cuando haya atravesado el umbral de la muerte! No, ami- Cuando escribo esta glosa, nuestro Miguel Indurain ha dejado muy
gos. Me estoy salvando, o condenando, ya aquí y ahora. Mi labor de ca- claro, con la fuerza y la sabiduría de sus pedaladas, que es el número
da día, la verdad o mentira sobre la que voy desarrollando mi actividad «1», el «as» del ciclismo mundial. Y así, con tales hazañas, se ha consti-
y mi actitud, la entrega que pongo en todo lo que hago es ya salvación o tuido en «ídolo de multitudes». Pero de ahí lo mejor: tanto la hinchada
condenación. «El tiempo es oro», solemos decir. Y se trata de una ver- como la prensa expecializada han destacado en él otra virtud más rara:
dad rotunda. Porque «el tiempo» —¡ved la paradoja!— es el que produ- su sencillez, su no-arrogancia, su humildad. (¡Dios se la conserve siem-
ce la «eternidad». Por eso Jesús, a aquel alumno de preguntas concre- pre!). Y han dicho de él una cosa tan bella y extraña como ésta: que
tas, le respondió con una concreta invitación a un determinado modo «gana y deja ganar».
de vivir: «Esforzaos en entrar por la puerta angosta». «Entrar»..., «es-
forzarse»..., «puerta estrecha»..., son de verdad acciones y símbolos No te desilusiones, lector. Aunque estemos todavía deslumhrados
bien concretos. por sus «maguas» y sus «maillots», aunque podía extenderme a otras sa-
tisfacciones en lo deportivo, la mía no quiere ser una crónica deportiva.
Dos—No hay que imaginar la salvación como cosa de «lotería» y de Es simplemente el prólogo para entrar en el evangelio de hoy que versa
«magia». ¡No podemos entender al pie de la letra los números simbóli- también «sobre los primeros y los últimos puestos».
cos de la escritura: «¡ciento cuarenta y cuatro mil!». ¡Ni debemos crear
un Dios sujeto a nuestras matemáticas! ¡Son muy peligrosas y endebles Escuchad lo que dice el Juez único de la gran competición de la vi-
todas esas concepciones de la salvación condicionada al rezo de tal o da: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal,
cual jaculatoria, a la práctica de tal o cual devoción, al hecho de haber no sea que haya otro convidado de más categoría. Al revés, cuando te
llevado tal medalla. Lo que Jesús dice hoy en el evangelio es esto: conviden, siéntate en el último puesto» etc., e t c . .
«Cuando el amo de la casa cierre la puerta, de nada servirá que los de La verdad es que hoy resultan extrañas, y seguramente desfasadas,
juera llamen y digan: ábrenos, Señor, ya que hemos comido y bebido estas recomendaciones. Vivimos en una sociedad en la que el principal
contigo». Lo cual vuelve a querer decir lo mismo: «Esforzaos por entrar objetivo es triunfar, triunfar en todo: en la política, en la profesión ele-
por la puerta estrecha». gida, en el dinero, en la belleza, en el deporte. Toda la propaganda que
Y tres—La salvación no es cuestión de «nacionalismos». Aunque nos inunda y circunda no tiene otra finalidad que ésa. Nadie puede sa-
Dios, desde el principio, dejó bien claro que quería formar un pueblo — lirse de la gran maquinaria de la competitividad. Si alguien se saliera, se
«su pueblo»—, no caigamos en el error de los exclusivismos y de los de- convertiría en un «cero a la izquierda». Nada.
rechos «ante previssa mérita». El Apóstol de las gentes, Pablo, no tuvo
otro afán que aclarar esta idea: «Dios quiere que todos los hombres se Y sin embargo, ahí quedan las palabras de Jesús: «En los banquetes,
salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Todos. no busquéis los primeros puestos...» etc. ¿Qué quería decir?

Así que, cantemos una vez y otra vez: «Somos un pueblo que camina — No trataba, por supuesto, de reglas referentes al «protocolo y a
y, juntos caminando, podremos alcanzar otra ciudad que no se acaba, la buena educación». A nadie se le oculta, en efecto, que es bueno y sa-
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad». Pero ¡ojo!, no perdamos de ludable, es nuestro deber y obligación guardar los principios y las nor-
vista lo que advirtió Jesús: «Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y mas de la convivencia social. Pero ya comprendéis que el Jesús, que, en
del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino». cierta ocasión excusó a sus discípulos —«que no se lavaron las manos
antes de comer»—, no había venido al mundo a eso.
Por lo tanto: «¿Serán pocos los que se salvan?». ¡Pregunta vana! La
salvación no es cosa prevista por las estadísticas, sino adquirida con «el — Tampoco trató de amaestrarnos en una sotisficada estrategia di-
esfuerzo». ¡Y con la gracia de Dios que se le da al hombre sobreabun- plomática con la que, bajo la apariencia de «perdedores», resultáramos
dantemente». «ganadores». Como si nos invitara a ser «lobos rapaces vestidos con piel

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de oveja». Lo cual sería entrar en el mundo de la competitividad de una
manera mucho más taimada. No. con veinte mil». Hay cálculos, por lo tanto, buenos y absolutamente ne-
cesarios.
— Se trata de algo mucho más serio, profundo y fundamental: de
proceder con verdad ante los ojos de Dios. Es decir: que en ningún mo- Y aquí es justamente donde Jesús llegaba al meollo de su discurso.
mento pierda el cristiano de vista su menguada estatura, las dimensio- Ser seguidor suyo no es cosa de improvisación y de «¡viva Cartagena!».
nes microscópicas de su pequenez frente al poder infinito de Dios, fren- El seguidor de Cristo es alguien que «tiene que construir una torre» y
te a su inmensa grandeza, frente a su insondable majestad. Ese es el tiene que «emprender una batalla». Para ello, es menester «ponerse a
sentido de sus recomendaciones. «Andar en verdad», como definía la calcular». Y lo primero que verá claro en ese «cálculo» es que hay que
humildad Santa Teresa. Y rogando siempre a Dios lo que pedía San arrojar mucho lastre por la borda. Es decir, tendrá que desprenderse —
Agustín: «que te conozca, Señor y que me conozca». o, al menos, relativizar— todo aquello que, en un momento, puede en-
torpecer sus pasos de caminante-seguidor de Cristo.
Ese estudio comparativo entre Dios y yo producirá necesariamente,
en mí, la humildad. Lo dijo El mismo bien claramente: «Si alguno se viene conmigo y no
pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos... no puede ser
discípulo mío». Y «quien no cargue con su cruz detrás de mí, no puede
ser discípulo mío».
El gran error del cálculo, por lo tanto, que se suele colar en nuestras
cuentas es ése: que solemos empeñarnos en compaginar la cruz con el
23.° Domingo del T. O. placer; que mezclamos alegré e irresponsablemente «seguimiento de
Cristo» con «seguimiento del mundo»; queremos «construir una torre»
sin privarnos de nada; que soñamos en «ganar una batalla y todas las
LA CIENCIA DE CALCULAR batallas» sin bajarnos del autobús.
Y no, amigos. Ahora que estamos comenzando un nuevo curso y to-
Calcular es un arte. Y una ciencia. Y una profunda sabiduría que de- dos volvemos a replantearnos nuestros pasos de seguidores de Jesús y
fine al hombre prudente. comprobaremos la solidez de nuestra andadura cristiana, tendremos
Cuando vimos en televisión lo bien que había «calculado» el arque- que recordar las palabras suyas: «El reino de los cielos padece la violen-
ro la distancia y la trayectoria de su flecha para encender la llama olím- cia y solamente los que saben hacerse violencia a sí mismos lo consi-
pica, todos nos quedamos admirados de su arte. Cuando compredimos guen». O, si preferís elegir las últimas palabras del evangelio de hoy:
que Miguel Indurain, frente a nuestra impaciencia, había «calculado» al «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
detalle que, ganadas las estapas contrarreloj, le sobraba para ganar las Resumiendo.—Preferir todos los bienes del mundo a Jesús es un la-
carreras ciclistas, nos dimos cuenta de su arte, su ciencia y su sabiduría mentable error de cálculo.
ciclista. Es importante, por tanto, calcular.
Hay lugares en el evangelio en los que Jesús condena al calculador.
¿Os acordáis de aquel hombre que «abarrotó sus graneros de cosecha» y
calculó» que allá tenía bienes suficientes para «tumbarse a comer, beber
y darse buena vida». ¿Pues, calculó mal. Lo dijo Jesús. Y lo mismo dijo
de aquel administrador que «calculó» que, rebajando los albaranes de 24.° Domingo del T. O.
los deudores, podría «granjarse amigos para el día de mañana».
Pero ved ahora la otra cara. En el evangelio de hoy nos dice Jesús
que «si uno quiere construir una torre, debe primero sentarse a «calcu- COMER CON LOS PECADORES
lar» los gastos, no vaya a ser que no le llegue para terminarla». Y, del
mismo modo, deberá proceder un rey que emprenda una batalla. «Ha Hace muchos años vi MONSIEUR VINCENT. Era una película so-
de "calcular" si podrá enfrentarse con diez mil soldados a quien viene bre San Vicente de Paúl, protagonizada por Pierre Fresnay, aquel gran
actor francés. Una escena me impresionó sobre todas. Presentaba a
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Monsieur Vincent en su confesonario, escuchando con paciencia la re-
tahila «pietista» de un grupo de «damas de postín». Ya su actitud de Al contrario, ante esta ¡negable realidad, habrá que ir asimilando la
chismorreo mientras «hacían cola», denotaba que, más que una reforma doctrina del Vaticano II, cuando dice que «los gozos y esperanzas, tris-
de su propia vida, lo que buscaban era «presumir de director espiri- tezas y angustias de los hombres, lo son también de los discípulos de
tual»: ¡la moda de la época! Pues, bien; llegaba un momento en que el Cristo». Ese es igualmente el claro mensaje de la «Ecclesiam suam»,
santo, decidida y ostensiblemente, abandonaba a las «beatas», para co- cuando nos invita a «entrar en diálogo» con todos: «los cercanos y los
rrer tras los desheredados y miserables, que pululaban como moscas alejados», es decir, con ésos que solemos llamar «la oveja descarriada».
por los barrios de París.
Me he acordado de esta escena ante el Jesús del evangelio de hoy, a
quien los fariseos acusaban de «sentarse a comer con los publícanos y
pecadores». Fue entonces cuando Jesús contó la historia del «pastor que
dejó las noventa y nueve, para ir tras la oveja perdida». 25.° Domingo del T. O.
Y ése es el tema. No cabe duda que resulta reconfortante atender
los fervores espirituales de los elegidos y cultivados. El mismo Jesús vi-
vió horas muy placenteras en Betania, oasis de paz. Todos hemos dis- «PODEROSO CABALLERO»
frutado alimentando grupos, más o menos selectos, en los que no existía
el rechazo, sino que vibraban a un mismo compás. «No podéis servir a Dios y al dinero». Así termina el Evangelio hoy.
Pero se imponen nuevos campos. El pastor ha visto que, por una lar- Es verdad. Y lo comprobamos a cada paso. El dinero divide a las fami-
ga cadena de razones, no una, sino muchas ovejas, se han ido del reba- lias, rompe las amistades y hace que el hombre traicione hasta lo más
no, se han alejado, como el pródigo, de la casa paterna. De una época sagrado. Aquí y en la Conchinchina. Hoy y en tiempos de Amos.
triunfal, en la que la voz del Papa y los pastores, al menos externamen- Amos era un profeta que vivió ocho siglos antes de Jesús. Era una
te, era seguida por la mayoría y las vocaciones proliferaban y los jóve- época de prosperidad económica y comercial, en la que todos, más o
nes querían ser formados en «cristiano», hemos pasado a una sociedad menos, cantaban lo de «poderoso caballero es don dinero». Tanto se
desacralizada en la que la «increencia» y «los alejados» no son «rara convirtió Palestina en una sociedad de consumo, que sólo pensaban en
avis», sino «el pan de cada día». La GAUDIUM ET SPES nos advirtió eso: negociar. Ni siquiera respetaban ya las festividades, en las cuales,
claramente que el ateísmo no es ya un fenómeno aislado, sino que ha recordando la liberación de Egipto, debían interrumpir todo movimien-
invadido el campo del arte, la literatura, la ciencia y las legislaciones. to de compraventa. Pero Amos no se callaba; Amos, enérgica y valien-
Los libros se han multiplicado desde entonces. Ahí están las exhausti- temente, denunciaba su avaricia: «Disminuís las medidas, aumentáis los
vas pastorales de nuestro obispo «ante el reto de la increencia». Y nues- precios, usáis balanzas con trampa, y compráis con dinero al pobre».
tros ojos, por otra parte, lo constatan cada día, ya que la increencia ha
tocado de ala a todos: a nuestras familias, a nuestros amigos, quizá a no- Y ésa ha sido la eterna canción. El fraude, el engaño, la estafa, hasta
sotros mismos. la compra de la libertad de los indigentes que, por subsistir, caen en la
zarpa de los podersos, han sido la constante de todos los tiempos.
¿Que hacer? Hay tres tentaciones, en todo caso, que convendría evi-
Lo mismo en la época de Jesús. Por eso, nos contó la historia de
tar: 1.a.—Atrincherarnos y aislarnos: «Si ellos se han ido, allá ellos, ¡es
aquel «administrador tramposo», que hizo de todo: derrochar, malver-
su problema!». ¡Eso hacía el hermano mayor, negándose a aceptar la
sar fondos, falsificar recibos y «forrarse el riñon» para el día de mañana.
vuelta del prodigo! 2.°.—«Jugar a escandalizarnos» de la Iglesia, cuando
nos invita a «sentarnos con los pecadores y comer con ellos». Y 3.°.— Para invitarnos a continuación a «ser fieles en lo pequeño, porque el que
«Subirnos a las almenas de nuestro castillo, para «lanzar dardos de ana- es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho». Y porque «no se puede
tema» contra todos los que se han alejado. «No podemos subirnos al po- servir a Dios y al dinero».
dio de una pretendida perfección y desde allí, juzgar, condenar o repro- Pues, en eso estamos, amigos. A veintiocho siglos de Amos, a veinte
bar a los extraños», dice certeramente uno de los documentos de nues- siglos de Jesús, en eso estamos. El mundo sigue igual. Las palabras de
tro Sínodo. Amos —«disminuís las medidas, aumentáis los precios»— parecen pre-
sidir, en grandes pancartas, la vida de nuestras ciudades. Se multiplican
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cada día los casos de corrupción, de especulación en los negocios, de marfil para aislarnos en ella y allá «vestirnos de púrpura y banquetear
falta de calidad en las mercancías, de trampas y adulteraciones en el ali- espléndidamente»; y, al fin, en insonorizarla de tal modo, que no poda-
mento, de asombrosos narcotráficos, caiga quien caiga. Y no sólo en las mos oír los gemidos de los innumerables Lázaros, que, llenos de úlce-
altas esferas. Lo mismo a nivel de la calle. Ya el kilo no pesa mil gra- ras, mueren bajo nuestras almenas.
mos, ni el pollo sabe a pollo, y, al menor descuido, nos dan «gato por De la misma manera, lo bueno tampoco consiste, sin más, en «ser po-
liebre». Las revistas nos describen con detalle las grandes mansiones, a bre». (Ya sabéis que «unos nacen con estrella», sin mérito propio, y,
lo Falcon Crest, que se construyen los famosos. Pero los novios se que- «otros, estrellados», también sin culpa propia). Lo bueno consiste en
dan contando «ceros» en las cifras astronómicas que marcan las vivien- «saber ser pobre». Es decir, no necesariamente los pobres son santos.
das más sencillas. Es decir, Amos sigue siendo Amos y la historia del Pueden tener el alma llena de avaricia, o de envidia. Pueden ser dados al
«administrador infiel» no termina nunca. odio y al resentimiento. Pueden, por tanto, ser malos, como los demás.
Pero hay más todavía. Y es que, en todo, hasta en nuestras actitudes Lo que pasa es que tienen una gran ventaja. Al no tener nada, al
más sagradas, por ejemplo, en nuestra entrega al deber, en nuestra ca- verse con las manos vacías, al no contar con nadie en quien apoyarse,
pacidad de sacrificio, en nuestra profesionalidad, vamos también «dis- están más capacitados para recibir todo lo que les pueda «llenar». Pue-
minuyendo las medidas y subiendo los precios». Nada hacemos ya «gra- den decir, mejor que nadie; «el Señor es mi fuerza y mi salvación». En
tis et amore». Y, cuando no hay más remedio que «hacer», hacemos, sí, su inmenso vacío, en su gran hueco interior, tienen más sitio para reci-
pero muchas veces, «para ir tirando». bir la Buena Noticia del Reino. Por eso proclamó Jesús: «Dichosos los
Nos educaron en la teología de «lo pequeño». pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
Nos pusieron como modelos a Teresa de Lisieux, a Fray Martín de El rico tiende a «cerrarse», a «encastillarse», a ignorar que el pobre
Porres, al Hno. Gárate, porque encontraron a Dios en los servicios más «existe». El pobre, en cambio, está tan hambriento, que «se abre» para
humildes. Pero al hombre de hoy, abrumado por las modernas técnicas recibir no sólo «el pan del que vive el hombre, sino toda palabra que
mastodónticas, deben de parecerle estas cosas «pérdidas de tiempo». venga de la boca de Dios».
¿Qué importancia pueden tener las minucias del detalle? ¿Queréis un ejemplo? Otra parábola de Jesús: la del banquete. El
Y, sin embargo, el Evangelio va más por la «calidad» que por la organizador del banquete invitó a «muchos», hizo una gran lista. Pero,
«cantidad». Para Dios nada hay «pequeño». A quien Dios presta un ta- los primeros invitados tenían «posesiones»: uno, una finca; otro cinco
lento, le exige, por lo menos, otro. yuntas de bueyes; el otro, mujer, ya que se había casado. Y fueron esas
«posesiones» las que les impideron acudir a la cita. No tenían «necesi-
dades». Los segundos invitados, en cambio, al no tener nada que les dis-
trajera, acudieron a la llamada. Estaban hechos de «vacío». Todo lo te-
nían por «llenar». Eran, ya lo sabéis, «tullidos, ciegos, lisiados, po-
bres. ..». Abarrotaron la sala.
26.° Domingo del T. O. Es natural. No es que estos segundos tuvieran más méritos. Simple-
mente estaban más hambrientos, más receptivos a cualquier don. El
dueño, en el fondo, lo que les hizo fue «justicia». Dice el Evangelio que
«¡UNOS NACEN CON ESTRELLA...!» «les obligó a entrar». Porque nunca habrá derecho, aunque ocurra a ca-
da paso, a que estén tan distanciados Epulón y Lázaro.
Lo malo no es ser rico. (Ahí andamos todos, rellenando el boleto de Hay otra cosa. Si Epulón hubiera sentando a Lázaro en su mesa, no
la primitiva, a ver si por casualidad...). Lo malo no es ser rico. Como hubiera «perdido». Habría «ganado»: se habría purificado de sus peca-
tampoco es malo ser guapo, o listo, o habilidoso. Lo malo consiste en dos y habría ido «al seno de Abrahán». Solía decir Bossuet que «los po-
no saber utilizar la riqueza como un «talento», que hay que hacer fructi- bres son los ciudadanos natos en el Reino, mientras que los ricos ad-
ficar como es debido. Lo malo no es «ser rico». Lo malo es «epulone-
quieren esa ciudadanía, en la proporción en que hayan servidos a los
ar»; verbo intransitivo, que significa «dejarse llevar por la mecánica tai-
pobres».
mada del dinero». Y que consiste: primero, en idolatrarlo; después, en
multiplicarlo sin medida; más tarde, en construir con él una torre de ¡Me parece que Epulón no sabía estas cosas!

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27.° Domingo del T. O. Gracias a Dios, van siendo muchos los cristinaos que, restando horas
al recreo o al descanso, andan «metiendo horas» en las tareas del Reino.
Conscientes de que «la Iglesia somos todos», se han subido a la barca de
«¿SIERVOS INÚTILES?» Pedro, remo en mano, y ahí van, dando brazadas, en tareas de evangeli-
zación, celebración o acción caritativa. Saben ellos que «ser laico» es más
Cuanto más leemos el evangelio, más claramente vemos que la im- que ser «Iglesia discente». Es también ser «Iglesia actuante». Y no por
plantación del Reino proyectada por Jesús no se basaba en mecanismos delegación, sino por derecho propio. A las órdenes del patrón, eso sí.
de poder —«¡Dichosos los pobres...!»—, ni en especiales sabidurías y Es bello pensar que todos estos cristianos, al volver a sus casas cada
técnicas: «Te doy gracias, Padre, porque escondiste estas cosas a los sa- noche, primero «dan de cenar a sus hijos»; después, «cenan ellos»; y
bios y entendidos y las has revelado a los sencilles». Por el contrario, Jesús después, se van a la cama muertitos de sueño, diciendo esta hermosa
había hablado de la necesidad de «cargar con la cruz», de estar dispues- oración: «Somos siervos inútiles —¿Inútiles?— Hemos hecho lo que te-
tos a «abandonar al padre y ala madre», del bello ejercicio de «devolver níamos que hacer».
bien por mal», de «perdonar setenta veces siete». Es decir, de cosas muy
difíciles y complicadas. Tan difíciles, como «trasladar un árbol al mar».
Pues, he ahí lo admirable. Los Apóstoles no protestaron al oír este
programa, no se echaron atrás. Al contrario, dijeron la palabra justa:
«Señor, aumenta nuestra fe». Como si dijeran: «Nos damos cuenta que
Tú inviertes los términos de las cosas, que escribes derecho con líneas 28.° Domingo del T. O. (G)
torcidas, que exiges cosas que pueden parecer absurdas e inhumanas,
que nos propones caminar por otra esfera. Una esfera, en la que nada
tienen que ver la suficiencia del poder, ni el ansia de tener, ni el sibari- «TODO ES GRACIA»
tismo de vivir. Y para ello, lo que necesitamos es fe. Es decir, nos hace
falta un talante tan grande de confianza en Ti, que aceptamos tus enfo- Por supuesto que el hombre está en su derecho de «luchar por sus
ques, convencidos de que, en esos bellos ideales, aunque parezcan poco derechos». Los derechos del hombre son sagrados. Nunca como en
«prácticos», está la verdadera vida. nuestros días se ha hablado tanto de ello. Y son muchos, empezando
por la Iglesia, quienes han levantado bandera reivindicando los «dere-
Y esa actitud, le debió de gustar a Jesús. Porque ya, a continuación, chos humanos».
les habló amigable y exigentemente, sin miedo a ningún rechazo; «Si te-
néis un criado labrador o pastor cuando vuelve del campo, no le decís: Pero creo, al mismo tiempo, que convendría reconocer —y ésa es la
«Siéntate, ponte a la mesa», sino más bien: «Prepárame la cena, cíñete y paradoja— que esos universales derechos del hombre arrancan de una
sírveme, que, después, comerás y beberás Tú. ¿Deberéis gratitud al cria- gran «gratuidad». Dios nos creó gratuitamente: porque quiso. Y los do-
do porque hizo lo que le estaba ordenado?». nes con que nos adornó al crearnos, y por supuesto al redimirnos, son
eso: dones, regalos. Por eso, afirmaba Bernanos: «Todo es gracia».
Esa es la esfera de la fe, amigos. Ese es el clima del trabajador del Efectivamente, tanto mi naturaleza humana, como la increíble arquitec-
Reino. Un clima de trabajo hecho con minucia, con mimo, con delica- tura sobrenatural a la que hemos sido elevado, «todo es gracia».
dez, con absoluta dedicación. Un clima de entrega, en el que no este-
mos pensando en pasar factura de lo que hacemos. Un clima, en fin, de Cuando se olvida este planteamiento inicial, es cuando borramos de
nuestro comportamiento humano ese gesto tan bello de «dar gracias».
«dejarlo todo en manos de la Providencia», que, si «cuida de los pajari-
Y ya lo sabéis: «es cosa de bien nacidos el sentirse agradecidos». Y, cla-
llos», no dejará sin recompensa «ni siquiera un vaso de agua».
ro, si no pensamos que «Dios nos ha salvado», ¿cómo vamos a cantar
El cristiano no puede quedarse satisfecho haciendo «malos remien- esa oración de la lógica y la correspondencia que es el prefacio: «En
dos». Ser evangelizador, educador, padre de familia, no son tarea ram- verdad es justo y necesario... darte gracias siempre y en todo lugar?».
plona y «a la que salga». Exigen constancia, corregir lo equivocado, vol- De eso trata el evangelio hoy. El Señor curó a diez leprosos. Eran
ver a empezar, espíritu perfeccionista. Y no andar, sobre todo, penan- por tanto, «diez agraciados», de los cuales sólo uno volvió para «dar
do: «¿Cuánto cobraré por esto que estoy haciendo?». gracias». Y parece que Jesús acusó el golpe: «¿No eran diez los cura-
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dos?». Quevedo escribió: «Pocas veces, quien recibe lo que no merece, Tú querías convencer a tus discípulos «de que tenían que orar siem-
agradece lo que recibe». pre, sin desanimarse; y les propusiste una parábola». Y la parábola en
Y ésa es la pregunta de hoy: ¿Será ése el porcentaje? ¿Uno sólo, de cuestión fue tan a ras de tierra, tan humana, tan comprensiva con nues-
cada diez, entre los hombres, es el que suele reconocer que mil veces le tras desesperaciones que, aplicada a mí, me llena de ternura y de cálida
ha sonreído la lotería en su propia vida? San Pablo decía sin titubeos: serenidad.
«Todo lo que tienes, lo has recibido. ¿Por qué te glorías como si no lo No empleaste argumentos magisteriales, sirviéndote de la lógica.
hubieras recibido?» Y añadía a cada paso: «Todo cuanto hagáis, que sea Por ejemplo: diciendo que «Dios existe», que «dependemos absoluta-
una acción de gracias, de palabra y de obra, por medio de Jesús, el Pa- mente de El», que, por consiguiente, «así atrapados, no tenemos más
dre». remedio que acudir a El». No.
No hay peor cosa que el ir por la vida pensando que «a todo tene- Preferiste utilizar un sencillo, atrevido y conmovedor argumento «ad
mos derecho». Primero, porque no es verdad. «Dios te creó sin ti», decía hominem». Para ello, no tuviste ningún inconveniente en comparar al
Agustín de Hipona. La Creación, la conservación, la Redención, la san- Padre-Dios con «un juez despreocupado y sordo», y, al que ora, con
tificación, otorgadas por Dios al hombre, son obras gratuitas nacidas «una mujer pesada e incansable». Y ese argumento, Señor, me reconfor-
del puro amor. Pero segundo: si creemos que tenemos derecho a todo, ta grandemente. Porque te diré que es cierto: los humanos vemos a
esperaremos que todo se nos dé «hecho», muy bien hecho, esto es «per-
Dios, más de una vez:
fecto». Y, no. El mismo Agustín añade: «Dios no te salvará sin ti». Dios
cuenta siempre, como «conditio sine qua, non», con nuestra colabora- C O M O UN J U E Z I N J U S T O Q U E P A R E C E H A C E R S E EL
ción. Recordad a Pablo: «Hemos de poner lo que falta a la Pasión de Je- SORDO.—Verás, Señor. Cada vez más, tenemos todos la impresión de
sucristo». que, en este mundo, triunfan los malos y son castigados los buenos. Ca-
Detenernos, pues, a cada paso, para «dar gracias», es el primer capí- da día se exhiben más provocativamente por ahí los que han amasado
tulo de la más elemental educación. Y el primero, de la lógica. Y el pri- riquezas y poder valiéndose de la explotación a los débiles, promovien-
mero, del «vivir consciente». Ya que muy despitado hay que ser para no do la engañosa y apabullante propaganda que conduce al consumismo,
darnos cuenta de que todos hemos sido «limpiados de alguna lepra». jugando con la ingenuidad de los más humildes. Cada día está más claro
Cuando Francisco de Asís pronunciaba el «Canto al Hermano Sol», lo que la opulencia de muchos poderosos está edificada sobre «la sangre
que hacía era «dar gracias por el regalo de todas las criaturas». del pobre», como diría León Bloy. Y al revés, cada día son más hirien-
tes los clamores «de las viudas de la ciudad del mundo» que gritan de-
Por eso, la «acción de gracias» debería ser nuestra más fecunda sesperadas: «Haznos justicia, Señor, frente a nuestro adversario».
fuente de inspiración. Cualquiera debería ser capaz de tejer una bella
guirnalda de gratitudes a Dios: «Te agradezco, Señor, que, al fin, haya Y, mientras tanto, ¿Tú qué haces, Señor?
llovido. Y que mis alumnos me quieran. Y que hoy no me duela la cabe- Permíteme que te lo diga. Muchas veces tenemos la impresión de
za. Y que haya dormido tan bien esta noche...». Todavía más. Debería- que «te haces el sordo», como aquel juez que describiste. Es lo que he-
mos plantearnos a cada paso aquella hermosa oración que solíamos re- mos dado en llamar «el silencio de Dios».
zar los sacerdotes después de comulgar: ¿Qué devolveré al Señor por to-
do lo que El me ha dado?». He aquí un tema al que le dan vueltas los sencillos y le dedican mu-
chas páginas los estudiosos: Siendo Tú el supremo Juez, ¿cómo pode-
mos compaginar el constante e inmenso sufrimiento de los inocentes
con tu desconcertante «silencio»?
Pero, al llegar aquí, quiero refugiarme otra vez en tu parábola y
29.° Domingo del T. O. (C) agradecerte que nos la hubieras contado. Porque entiendo que, en ella,
está la clave.
Esta pobre viuda representa a todos los pobres del mundo, a todos
EL SILENCIO DE DIOS los más desvalidos. A los «humillados y ofendidos», como los llamaría
Dostoievski. Están ahí, viven en el mayor desamparo, no son nada, y no
El evangelio de hoy es de verdad reconfortante, Señor. tienen tampoco nada.

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Pero sí. Tú nos dices que tienen una cosa, una sola cosa, un único (Tengo miedo, Señor, de caer en una situación semejante, de infec-
punto de apoyo: la oración. Y «con ese punto de apoyo —como aseguró tarme con ese microbio de la vanidad farisaica e irme inflando como un
Arquímedes— pueden mover el mundo». Es decir, te pueden mover a globo, pensando que me basto a mí mismo y que no necesito a nadie, ni
Ti. Aunque tardes en contestar, aunque parezca «que te hayas alejado siquiera a Dios).
de nosotros», como les decía Elias a los sacerdotes de Baal. Porque ése es el gran fallo de la oración del fariseo. Ni habla a Dios,
A esta conclusión quiero llegar. A convencerme de que, tarde o ya que lo que hace es cantarse a sí mismo sus virtudes. Ni escucha a
temprano, «nos harás justicia» y nos escucharás, aunque parezcas un Dios, ya que el propio sonsonete de sus autoalabanzas le impiden oír
juez despreocupado. Lo dijiste bien claramente: «¿Creéis que Dios no cualquier otra voz que no sea la suya. (Ya sé, Señor, que tampoco tengo
hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?». que ocultar y negar mis «talentos». Que ahí están y tú me los has dado.
Pero sé que, más que considerarlos como «trofeos», haré bien en verlos
No nos aconsejaron, por tanto, mal nuestros padres cuando nos re- como «deberes», como «responsabilidades». Y si, en algún caso, con
petían a cada paso: «Tú reza siempre, hijo mío: al levantarte y al acos- ellos he tenido «aciertos», no estará de más pensar que seguramente me
tarte, al salir de casa, al entrar en la iglesia, al comer y al dormir». Su he quedado a mitad de camino.)
consejo no era otra cosa que concretar lo que ya habías dicho Tú, Se-
Jesús, en cambio, elogió la oración del publicano. No «porque se
ñor: «Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá».
quedó allá atrás y hería su pecho sin atreverse a levantar los ojos al cie-
lo». Porque esas actitudes externas también pueden caer en el «fariseís-
mo». Sino porque, de verdad, «de profundis», se reconocía pecador:
«Compadécete de mí, que soy un gran pecador». Frente a la «hinchazón»
del fariseo, este hombre reconocía su profundo «vacío interior». En al-
30.° Domingo del T. O. (C) guien que se siente hinchado, difícilmente entra ninguna cosa; mientras
que el hombre que se reconoce «vacío», ya está en buenas actitud para
recibir las ayudas. Sobre todo puede entrar Dios, que es capaz de llegar
hasta las más bellas y difíciles encarnaciones.
EL PELIGRO DE LAS HINCHAZONES
Señor, yo quiero «volver siempre justificado a mi casa». Por eso te
—«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, otro, pu- pido con todo mi corazón:
blicano». Hasta aquí, todo bien. Al Señor debió de gustarle eso. Por- — Que nunca piense que soy mejor que los demás hombres, aunque
que, aunque había llegado a decir aquello de «cuando reces, métete en tu los vea «ladrones, injustos y rapaces».
habitación, cierra la puerta, y Dios que ve en lo escondido, te escuchará»
— Que tampoco me sienta satisfecho porque cumpla ciertas leyes y
o aquello otro de «los verdaderos adoradores adoran en espíritu y en
normas con insistente frecuencia.
verdad», lo cierto es que Jesús, desde muy niño «iba con sus padres al
templo». Es más, un día ante el mal uso que del templo hacían los ven- — Que tenga, sobre todo, conciencia siempre de ser pecador, nece-
dedores, proclamó sin titubeos: «Mi casa es casa de oración». A Jesús, sitado por lo tanto de acudir a Ti para decirte: «Desde lo hondo a tí gri-
por lo tanto, le gusta que en su templo recemos todos. Lo que ya no pa- to, Señor. Señor, escucha mi voz...».
rece gustarle tanto es «algún estilo» de oración: «El fariseo, erguido...
decía en su interior: doy gracias porque no soy como los demás...».
Efectivamente, este hombre, más que orar a Dios «se oraba a sí mis-
mo». Erigiéndose en «Dios de sí mismo», se autoproclamaba diferente.
No reconocía lo negativo que solemos tener los hombres: «Son rapaces, 31." Domingo del T. O. (C)
injustos, adúlteros...», y exhibía otros trofeos que otros no tienen: «Ayu-
no dos veces por semana y pago el diezmo de cuanto poseo».
¡GRAN SEÑOR, DON ZAQUEO!
Ahí lo tenéis: singular narciso, perfecto pavo real, ejemplar único,
Me nace un interrogante ante el evangelio de esta fecha. «¿Era Za-
no necesita ningún retoque. Vive en la plenitud.
queo un curiosillo, una especie de correveidile de novedades, uno de
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esos fieles admiradores que suelen seguir a los "populares", aclamándo-
los? Ese "correr delante" y "subirse a una higuera" ¿retratan a un "hin- Z A Q U E O SE ENTREGA.—El amor, amigos, es una conquista.
cha", a un forofo en embrión? ¿O se trata, más bien, de alguien que ha Una dulce conquista, a la que, según los místicos, corresponde la entre-
sido "tocado del ala", alguien que ha sentido una llamada, adivinando ga y el abandono: «Quédeme y olvidéme —el rostro recliné sobre el
que ése que pasa —Jesús— puede ser la gran oportunidad de su vida? Amado; cesó todo y déjeme, / dejando mi cuidado entre las azucenas ol-
¿Se trata de un "frivolo" o de un "buscador de perlas finas"?» vidado». Así cantaba San Juan de la Cruz. Zaqueo, más ducho en
«cuentas» y en pragmatismo, dijo: «Desde ahora daré la mitad de mis
Apuesto por esta segunda visión. Y señalo cuatro momentos, cuatro bienes, y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más».
fases, que denotan la seriedad del camino de Zaqueo.
¡Bendito Zaqueo! A veces solemos cebarnos en los ricos. Pues he
SU CURIOSIDAD.—No se trata de una curiosidad frivola, de coti- aquí hoy el elogio de un rico como Dios manda.
lleo, de prensa amarilla, de forofo, no. Era la curiosidad de alguien que
quiere conocer a fondo a una persona: Jesús. Porque algo le dice en su
interior que ese conocimiento va a marcar su vida. Conviene, no obs-
tante, aclarar una cosa: a pesar de la apariencia, no era Zaqueo el que
buscaba a Jesús, sino Jesús el que buscaba a Zaqueo. Pascal escribió
con clarividencia: «No te buscaría si no me hubieras encontrado». Es 32.° Domingo del T. O. (C)
verdad, suele ser el Señor el que anda haciéndose notar, enviando sus
primeras gracias, haciendo que se produzcan ciertas circunstancias, para
que el hombre las advierta. También dijo Jesús: «No me elegisteis voso-
tros, sino que yo os elegí, para que vayáis...». Supuesta, pues, esa disimu- «SEÑOR Y DADOR DE VIDA»
lada manera de «insinuarse» de Jesús, fue Zaqueo emprendiendo su ca- Como nubes oscuras y tristes, a mí también, Señor, me suelen cercar
mino de búsqueda. las dudas. Sobre todo, en este mes de noviembre, cuando, entre oleadas
LOS OBSTÁCULOS.—«La gente se lo impedía», dice Lucas. Y de melancolía, siguiendo la tradicional costumbre, voy al cementerio y
aclara: «Era "jefe de publícanos"». Los publicanos, ya lo sabéis, cobra- dejo que los recuerdos y las oraciones surjan espontáneos. No es que
ban impuestos, y además, para los romanos. Dos datos poco favorables sea hombre de cementerio. Pero algo nos lleva a reflexionar allá, ante la
para que la gente le abriera paso. Entonces, «como era bajo de estatu- tumba de la madre, en el pueblo o en el cementerio ya crecido y moder-
ra», «se subió a una higuera». (Me conmueve este detalle, qué queréis. no de la ciudad, ante la sepultura del padre. Y, lo repito, ante ambas,
Por otra parte, es la única vez, creo, que los evangelistas nos dan una ante la horizontalidad inerme de esas dos laidas, que se alargan en su
pincelada física de alguien.) frío y soleado silencio, algo se revuelve en la veta que todos llevamos de
«saduceo». Y brota el interrogante: «¿Habrá aquí terminado ya todo o,
Debe saber el seguidor de Jesús que su seguimiento no va a ser fácil. aunque allá, en el cielo, los hombres y las mujeres no se casen, estarán ya
Muchos supuestos amigos (?) se lo van a impedir. Pienso en los jóvenes amándose como los ángeles de Dios?».
de una manera especial, a quienes los mismos de su pandilla, con leves
ironías o sonrisas, o esta sociedad del placer en que vivimos con sus No te alarmes, Señor. Mi madre —nuestras madres—, desde mi in-
«ofertas», van a zancadillear sus propósitos. Y, segundo, por mucho que fancia, igual que la madre de los macabeos que hoy leemos, me transmi-
valgamos, siempre somos «pequeños de estatura». Tenemos que subir- tió una fe de resurrección y vida. Me dijo más de una vez: «Yo no sé, hi-
nos a algún árbol, a otra esfera, al plano de la fe. jo, cómo te has formado en mis entrañas», pero sé que, acabada esta eta-
pa terrena, «el Creador de todo volverá a darnos ese aliento y esa vida».
Z A Q U E O ABRE SUS PUERTAS.—Hay una frase conmovedora También mi padre me repitió sin cesar: «Tú reza al Padre nuestro, por-
en el Apocalipsis. «Estoy a la puerta y llamo». Es el retrato de un Dios que está en los cielos». Como dándome a entender que El permanece
al que no se le abre. Lope de Vega la inmortalizó en endecasílabos: siempre, como «fuente de vida», ya que «no es Dios de muertos, sino de
«Cuántas veces el ángel me decía: / «Alma, asómate ahora a la venta- vivos».
na». / Y cuántas, hermosura soberana: / «Mañana le abriremos», res-
pondía, para lo mismo responder mañana». No era el caso de Zaqueo. Pero, como dijo Newman, «el hombre es un animal que soporta du-
¿Es acaso el nuestro? das» y, a cada paso, vuelven los interrogantes: «¿Existirá la inmortali-
dad o tendrán razón los saduceos que la negaban? ¿Estarán en lo cierto
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los existencialistas al afirmar que «esta vida carece de sentido y todo
conduce a la nada», o me abandonaré a Ti, que aseguras: «Yo soy la re- destruido"». Les previno también contra el confusionismo que sembra-
surrección y la vida»? ¿Acierta Sartre, cuando afirma que «el hombre es rían algunas personas y acontecimientos. Y les anunció cataclismos y
una pasión inútil», o acertamos quienes recitamos: «Creo en la recu- convulsiones.
rrección de los muertos y en la vida del mundo futuro»? ¡Todo un jarro de agua fría! El pueblo de Israel, ya lo recordáis, veía
Líbrame de las dudas malas, Señor. Y ayúdame a comprender tus en su templo el compendio de su fe, la razón de toda su existencia, la
dos lecciones de hoy: 1.a Que no podemos aplicar a la vida definitiva y ratificación concreta de la «alianza» que Dios había hecho con ellos. El
plena nuestros parámetros de aquí abajo. «Si una mujer ha estado casa- templo daba sentido a la vida de cualquier judío. Significaba, por enci-
da, sucesivamente con siete hermanos, ¿de cuál de ellos será «mujer» allá ma de todo, la seguridad. Y ya sabéis que el hombre, por muy aventure-
al otro lado?» Es como un chiste burlesco. No, amigos, no valen las me- ro que sea, necesita sentirse «seguro», protegerse, no encontrarse a la
didas del desierto para el ancho mundo de lo «infinito». Los sistemas de intemperie. Por eso, en épocas de destierro, el pueblo de Israel camina-
alimentación y de reproducción sexual, y las modas de cubrir nuestros ba con el arca de la alianza y con su tabernáculo, realidades tangibles y
cuerpos con el vestido, son funciones mecánicas del camino. Pero estos concretas, que le daban «seguridad». Tener el templo y aceptar la nor-
cuerpos, aun siendo los mismos, una vez transfigurados, serán «otra co- mativa que de él emanaba, era tener una «póliza de seguros»: «A cam-
sa». Existirá el amor, por supuesto: el amor verdadero. Pero, como dijo bio de las leyes que yo cumplo, el Señor me protegerá», pensaban.
Jesús: «en el cielo, hombres y mujeres no se casarán, serán como ángeles Pues, mirad: Escuchar las palabras de Jesús—«no quedará piedra so-
de Dios». bre piedra»—, significaba otra vez la «inseguridad», la incertidumbre, el
Y 2.a «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos». Y esto es algo que desamparo ante el nebuloso futuro.
lo comprende nuestra lógica y lo constata nuestra experiencia. Si Dios Esa es la condición de la fe, su cualidad más descarnada y dura. Nos
es amor, tiene que ser, necesariamente, vida. Porque el amor tiende a hubiera gustado la «quieta posesión» de un credo incuestionable, la cla-
engendrar «vida». Por eso, vida es la Creación. ¿Hay algo más vital que ra orientación de una normativa moral aceptada por todos y el cumpli-
la Naturaleza, en su constante renacer? Es vida la Providencia, que cui- miento, más o menos mágico, de unas prácticas religiosas concretas. Al-
da de las plantas, los pajarillos y los hombres. Es vida la Encarnación. go seguro. Como un castillo sobre rocas. Pues, no: «Vendrán muchos
Que lo digan los coetáneos de Jesús, que a él acudían como a «fuente usando mi nombre y diciendo "yo soy"».
de vida», física o espiritual. Y vida fue, paradójicamente, su misma
«muerte». Porque «El vino para darnos vida, y vida en abundancia». Por Y es verdad. Muchos han venido en estos años. Y han puesto en tela
eso, proclamó: «Yo soy la resurección y la vida. El que crea en mí, aun- de juicio, por ejemplo, «los principios básicos del amor cristiano y de la
que haya muerto, vivirá». Y todavía añadió, como en un desafío: «Si familia». Nos han dicho que el divorcio puede poner fin a una situación
destruís este cuerpo, en tres días lo volveré a resucitar». difícil y dolorosa. Nos han explicado que el amor libre puede compagi-
narse con la fidelidad. Nos han repetido que eso de «te amaré en las
¡Yo te alabo, mi Dios, Señor y dador de vida! alegrías y en las penas todos los días de la vida» es un sueño de ilusos,
una ingenua utopía.
Muchos han venido finalmente, para decir que «el fin justifica los
medios». Y que, por tanto, para conseguir determinadas alternativas
políticas, o sociales, o de confort, no hay que tener escrúpulos en em-
33.° Domingo del T. O. (C) plear el engaño, el robo o la violencia.
En fin, poned los ejemplos que queráis. Y veréis que a muchos cris-
tianos «se les ha derrumbado su templo». Y nacido el confusionismo.
«EL AFÁN DE CADA DÍA» Pero hay que leer despacio el último versículo del evangelio de hoy:
«Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseveran-
Daos cuenta. Los acompañantes de Jesús se quedaron extasiados cia salvaréis vuestras almas».
«ante la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Y
Jesús les dijo: "De todo eso, no quedará piedra sobre piedra; todo será Ahí está el secreto: la perseverancia. La insistencia en nuestra bús-
queda con madurez de adultos en la fe. El cristiano ha de levantarse cada
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mañana e «inventar» otra vez su jornada. Sabiendo que el éxito de ayer
no le garantiza el acierto de hoy. El cristiano es un atleta que sabe que — «Ahí tienes a tu madre». ¿Ves aquella mujer, blanca por dentro,
cada partido, cada etapa, sólo son «unos puntos». La victoria definitiva dolorida por fuera, columna de fragilidad y fortaleza que, entre el éxta-
es siempre al final. De nada nos sirve que el equipo local se nos encara- sis y la tristeza, «está al pie de la cruz»? Es tu madre. Para que vayas a
me al segundo puesto. Puede venir otro cualquiera, un colista, y puede ella y te dará ternura. Te calentará el corazón y te devolverá la paz.
«derrumbarnos el templo». Por eso, «bástele a cada día su propio afán». — «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» El reino de Jesús no
es un camino de rosas. Ni una plataforma de instituciones de poder con
el éxito asegurado. Al revés, es un reino de renunciamiento, donde la
palabra «reinar» significa «servir». El modelo es «el siervo de Yaveh».
— «Tengo sed». Tener sed significa preocuparse por los demás, ir
por el mundo predicando la «buena nueva», pero «sin llevar ni pan ni al-
34° Domingo de Cristo Rey (C) forja».
— «Todo se ha cumplido». Una cualidad básica del «reino de la ver-
dad», es terminar las cosas, no dejarlas a medias. «No se puede comen-
ENTRE EL LADRÓN Y PILATOS zar a construir una torre y abandonarla luego». Sobre todo, no se puede,
como tú, contemporizador empecatado, «servir a Dios y al diablo».
Permíteme que hoy me dirija a ti, Poncio Pilatos, ilustre pretor, no-
ble romano. Y que te diga que tú no eras malo, sino contemporizador y — «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu». En este reino,
despistado. «Contemporizador», porque querías quedar bien con todos: amigo, hay que rendir cuentas. Cuentas bien hechas. Hay que decirle a
con Roma, con los judíos y con Jesús. Y «despistado», porque cuando Dios, pero de verdad, lo que te dicen tus soldados: «¡Misión cumplida!»
Jesús dijo: «Yo soy rey y para eso he venido: para dar testimonio de la ¿Te das cuenta, Pilatos, de quién era Jesús? No «el rey de los judíos»
verdad», ni te enteraste. ¿Quieres aclararme por qué pusiste aquel le- como tú has puesto en el letrero, sino el rey de todos los que buscan la
trero sobre la cruz: «Jesús nazareno, rey de los judíos»? Fue como dar la «verdad, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz».
razón a un «chalado»? ¿Quizá, para cultivar tu ironía? ¿O acaso intuíste ¡Ya te habrás dado cuenta, al fin, de que este reino de Jesús no tiene
que aquella, para ti, «absurda realeza», podía ser verdad? nada que ver con vuestras legiones y centurias romanas! Tiene que ver,
Si después, disimulado en la muchedumbre, hubieras subido al Cal- y todo, con la justicia, la paz, la vida, el amor.
vario, acaso hubieras llegado a conocer ese «reino de la verdad». «¿Qué
es la verdad?», dijiste a Jesús disciplente y escépticamente.
Pues todavía es tiempo. En la cima de ese monte hay alguien que,
con muchas menos luces que tú, ha llegado a esa «verdad». Es un ladrón.
Un ladrón crucificado, que, a pesar del estado en que habéis dejado a Je-
sús —«ecce homo»—, ha sabido ver en él, al «rey de la verdad». Escucha
lo que está rezando: «Acuérdate de mí, cuando estés en tu "reino"».
Ahí tienes, Pilatos. Este hombre ha entendido. ¿Y tú? Pero no te de-
sanimes. Que, si sigues atento a las palabras que va a ir diciendo Jesús
desde su «trono», seguramente llegarás a «entender». Ya comprendes
que no son palabras «para la galería». Son las palabras de su muerte. Y
la muerte, ya lo sabes, es «la hora de la verdad».
— «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Ya lo oyes:
¡amnistía total! Nada de juicios sumarísimos. Nuestro eximente es la
«ignorancia». Sé sincero, Pilatos, ¿Tú sabes qué es matar? ¿Sabes medir
su trascendencia?

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ÍNDICE GENERAL

CICLO A

TIEMPO DE ADVIENTO Pág


1.° domingo de adviento Diluvio con arco iris al fondo 7
2.° domingo de adviento ¡Este, síes mi Juan 8
3.° domingo de adviento La pregunta y la respuesta 9
4.° domingo de adviento Peregrino en la noche 11

TIEMPO DE NAVIDAD Y EPIFANÍA

Navidad A las cuatro esquinas de la Navidad 12


Sagrada Familia La familia, ¿culpable o inocente? . 14
Santa María, Madre de Dios ¿Cómo puede ser? 15
2.° domingo de Navidad Las palabras y la Palabra 17
Epifanía del Señor Sobre estrellas e ideales 18
Bautismo del Señor (1.° T. O.) Bautismo sí, bautismo no 20

TIEMPO DE CUARESMA
1.° domingo de cuaresma ¿Gran ciudad o desierto? 21
2° domingo de cuaresma ¡Qué bien estamos aquí! 23
3.° domingo de cuaresma ¿Quién busca a quién? 24
4.° domingo de cuaresma ¡Tienen ojos y noven! 26
5.° domingo de cuaresma ¡Si hubiera estado aquí! 27
Domingo de Ramos La hora de la verdad 28
Jueves Santo ¿La señal del cristiano 30
Viernes Santo O crux, morituri te salutant 31
TIEMPO PASCUAL
31.° domingo del T. O. «Uno sólo es el maestro» 91
1.° domingo de Pascua Este es el día 33 32.° domingo del T. O. La enfermedad del sueño 92
2°domingo de Pascua Tomás, el creyente 35 33.° domingo del T. O. «La mejor defensa....» 94
3.° domingo de Pascua Tomar las de Villa-Emaús 36 34.° domingo de Cristo Rey Baraja de un sólo rey 95
4.° domingo de Pascua
¿Pastor o cordero? 38
5.° domingo de Pascua
Caminante, sí hay camino 39
6.° domingo de Pascua OTRAS FESTIVIDADES
Razones para la esperanza 41
Ascensión del Señor
¡Cuan solos, ay, nos dejas/ 42 Sagrado Corazón de Jesús Los latidos del corazón 97
Domingo de Pentecostés
La Santísima Trinidad Pentecostés: ¡Dejarse querer! 43 Presentación del Señor Lumen Gentium 98
Corpus Christi «Per ipsum» 45 San José ¡ Viva San José manque pierda! 100
La elaboración del vino 46 Natividad de San Juan ¿Ilustre cuna? 102
La Asunción de la
TIEMPO ORDINARIO Virgen María Asunción, horizonte de esperanza 103
Domund I Servidores, ¿de qué vida? 105
2°domingo del T. O. Domund II ¿Paternalistas o solidarios? 106
¿Cordero o pastor? 48 Todos los Santos Al soldado desconocido 107
3.° domingo del T. O. Tomando posiciones 49
4.° domingo del T. O. Conmemoración de los
Contra corriente 51 fieles difuntos La dama del alba 109
5.° domingo del T. O. Estrellas o «antorchas» 52
6.° domingo del T. O. Dedicación de la Basílica
«Peroyo os digo...» 53 de Letrán «Sois edificación de Dios» 111
7.° domingo del T. O.
Más difícil todavía 55 Inmaculada Concepción
8.° domingo del T. O.
«Tu solus Dominus» 56 de María María recreación de Dios 112
9°domingo del T. O.
¿La maqueta o la realidad? 58
10.° domingo del T. O.
11.° domingo del T. O. Juglares de Dios 59
12.° domingo del T. O. No existen los jubilados 61
13.° domingo del T. O. ¿Quién dijo «miedo» 62
14.° domingo del T. O. ¡El ciento por uno! 64 CICLO B
15.° domingo del T. O. «El demonio del mediodía» 65
16.° domingo del T. O. Homilía a cargo de Jesús 66
TIEMPO DE ADVIENTO
17.° domingo del T. O. «Vence el mal con el bien» 68
18.° domingo del T. O. La perla 70 1.° domingo de adviento ¿Fumando espero? 115
19.° domingo del T. O. «Que se deje comer» 71 2°domingo de adviento Como el barrendero 116
20.° domingo del T. O. Del infinito al cero 73 3.° domingo de adviento Juan no era la luz, sino la voz 118
21.° domingo del T. O. Échame pan y llámame perro 74 4.° domingo de adviento Dadme un punto de apoyo 119
22.° domingo del T. O. Así te veo, Señor 76
23.° domingo del T. O. Dios, el seductor 77
24.° domingo del T. O. Los árboles crecen de pie 79 TIEMPO DE NAVIDAD Y EPIFANÍA
25.° domingo del T. O. Multiplicando «sietes» 80
26.° domingo del T. O. A cada uno su denario 82 Navidad (Ver ciclo A) 12
27.° domingo del T. O. El tercer hijo 83 Sagrada Familia «Uno para todos y...» 121
28.° domingo del T. O. Matar al mensajero 85 Santa María, Madre de Dios (Ver ciclo A) 15
29.° domingo del T. O. Gato por liebre 86 2.° domingo de Navidad (Ver ciclo A) 17
30.° domingo del T. O. El maniqueísmo que no cesa 88 Epifanía del Señor (Ver ciclo A) 18
«Muéveme, en fin, tu amor» 89 Bautismo del Señor
( l . ° d e ! T . O.) «¿Quieres ser bautizado?» 122
280
281
TIEMPO DE CUARESMA 19.'3 domingo del T. O. Cristo, nuestro viático 171
20.'3 domingo del T. O. danos siempre de ese pan 173
1.° domingo de cuaresma «Bajo el sol de Satán» 124 21.'3 domingo del T. O. «Palabras de amor, palabras...» 174
2°domingo de cuaresma ¡El rey de las montañas! 125 22.'3 domingo del T. O. La higiene del corazón 176
3.° domingo de cuaresma El gran templo del mundo 127 23.'3 domingo del T. O. «Haz lo que haces» 177
4.° domingo de cuaresma «En una noche oscura...» 128 24.'3 domingo del T. O. Sol y sombra 179
5.° domingo de cuaresma La muerte envía un premio 129 25.'3 domingo del T. O. ¡No damos una! 180
Domingo de Ramos El arte de llevar la palma 131
Jueves Santo 26.'3 domingo del T. O. El príncipe destronado 182
(Ver ciclo A) 30
Viernes Santo (Ver ciclo A) 31 27.'3 domingo del T. O. La libertad encadenada 183
28.'3 domingo del T. O. Sobre pobres y ricos 185
29.'3 domingo del T. O. «El cartero del rey» 186
TIEMPO PASCUAL 30/ 3 domingo del T. O. Camino del gol 188
31.'3 domingo del T. O. ¡Los dos hijos mellizos! 189
1.° domingo de Pascua «La primavera ha venido» 132
32.'3 domingo del T. O. Lo grande y lo pequeño 191
2.° domingo de Pascua Me caes muy bien, Tomás 134
3.° domingo de Pascua Tus signos son tu contraseña 135 33.'3 domingo del T. O. Aguar la fiesta 192
4.° domingo de Pascua Bailando con lobos 137 34.'3 domingo de Cristo Rey ¿Un rey o un poeta? 194
5.° domingo de Pascua «Al que a buen árbol...» 138
6.° domingo de Pascua Salud se escribe con mayúscula 140
Ascensión del Señor ¡Usted tiene la palabra! 141 OTRAS FESTIVIDADES (Ver ciclo A)
Domingo de Pentecostés «Ni decir Jesús» 143
La Santísima Trinidad «Tu rostro buscaré, Señor» 144
Corpus Christi (Ver ciclo A) 46

CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
2°domingo delT. O. Tú la llevas 145 TIEMPO DE ADVIENTO
3.° domingo del T. O. En las redes de Dios 147
4.° domingo del T. O. El elocuente orador sagrado 148 1.° domingo de adviento Siempre es adviento 197
5.° domingo del T. O. El club de los poetas vivos 150 2.° domingo de adviento «¡Mi pequeño saltamontes!» 198
6.° domingo del T. O. Yo margino, tú marginas 151 3.° domingo de adviento ¡Mal de muchos! 200
7.° domingo del T. O. Lo ingresaron por «urgencias» 153 4° domingo de adviento «Causa de nuestra alegría» 201
8.° domingo del T. O. «Cuandoperdiz...,perdiz.•» 154
9.° domingo del T. O. «Todo es del color...» 156
10.° domingo del T. O. No estabas en tus cabales 157 TIEMPO DE NAVIDAD Y EPIFANÍA
11.° domingo del T. O. ¡Llegary... besar! 159
12.° domingo del T. O. Aviso para navegantes 160 Navidad (Ver ciclo A) 12
13.° domingo del T. O. «Estar en las últimas» 162 Sagrada Familia ¿Devaluación de la familia? 203
14.° domingo del T. O. Como quien oye llover 163 Santa María, Madre de Dios (Ver ciclo A) 15
15.° domingo del T. O. Nada por aquí, nada por allá 165 2.° domingo de Navidad (Ver ciclo A) 17
16.° domingo del T. O. Tres binarios 166 Epifanía del Señor (Ver ciclo A) 18
17.° domingo del T. O. El «NO-DO» de la misa 168
18.° domingo del T. O. Bautismo del Señor
¿El riesgo o la seguridad? 169
(1.° del T. O.) Firma y rúbrica 204
282 283
TIEMPO DE CUARESMA 18.° domingo del T. O. La avaricia rompe el saco 252
19.° domingo del T. O. ¿La casa por la ventana? 254
1.° domingo de cuaresma «A mis soledades voy» 206 20.° domingo del T. O. Guerra y paz 255
2.° domingo de cuaresma «Amada en el Amado transformada» 207 21.° domingo del T. O. Las estadísticas de la salvación 257
3.° domingo de cuaresma ¿Piensa mal y... acertarás? 209 22.° domingo del T. O. Los verdaderos líderes 259
4.° domingo de cuaresma Viaje de ida y vuelta 210 23.° domingo del T. O. La ciencia de calcular 260
5.° domingo de cuaresma La ley del embudo 212 24.° domingo del T. O. Comer con los pecadores 261
Domingo de Ramos «¿Replican o doblan las campanas?» 213 25.° domingo del T. O. Poderoso caballero 263
Jueves Santo (Ver ciclo A) 30 26.° domingo del T. O. «Unos nacen con estrella...» 264
Viernes Santo (Ver ciclo A) 31 27.° domingo del T. O. «¿Siervos inútiles?» 266
28.° domingo del T. O. «Todo es gracia» 267
29.° domingo del T. O. El silencio de Dios 268
TIEMPO PASCUAL 30.° domingo del T. O. El peligro de las hinchazones 270
31.° domingo del T. O. ¡Gran Señor, don Zaqueo! 271
1.° domingo de Pascua El «Paso» y los «pasos» 214 32.° domingo del T. O. «Señor y dador de vida» 273
2.° domingo de Pascua Tomás de carne y hueso 216 33.° domingo del T. O. El afán de cada día 274
3.° domingo de Pascua Tres sobresalientes, Pedro 217 34.° domingo de Cristo Rey Entre el ladrón y Pilatos 276
4.° domingo de Pascua «¿Dónde vais, que hace frío?» 219
5.° domingo de Pascua Uno de los nuestros 220
6.° domingo de Pascua «¿Quién enferma y que yo OTRAS FESTIVIDADES (Ver ciclo A)
no enferme?» 222
Ascensión del Señor «Yfui tan alto..., tan alto...» 223
Domingo de Pentecostés «El movimiento se demuestra...» ... 225
La Santísima Trinidad Elegir la mejor parte 226
Corpus Christi «Cantemos al amor de los amores» 227

TIEMPO ORDINARIO
2.° domingo del T. O. Saber estar allí 229
3.° domingo del T. O. Dar la talla 230
4.° domingo del T. O. El ídolo caído 232
5° domingo del T. O. Pesca con hambre al fondo 233
6.° domingo del T. O. ¡Felices los infelices! 235
1° domingo del T. O. La espiral del amor 236
8.° domingo del T. O. Dime de qué hablas y 238
9.° domingo del T. O. «Hay centuriones y centuriones» ... 239
10.° domingo del T. O. Al salir de la ciudad 241
11.° domingo del T. O. «Las prostitutas os precederán...» . 242
12.° domingo del T. O. Lluvia de encuestas 244
13.° domingo del T. O. Cuadros para una exposición 245
14.° domingo del T. O. Contemporizar 246
15.° domingo del T. O. ¡Sin rodeos! 248
16.° domingo del T. O. Elija usted: ¿Marta o María? 249
17.° domingo del T. O. La oración y la filosofía 251

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