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Olivier Martin

Maestro de conferencias en la Universidad París V


Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Sociales
del Centre Nationale de la Recherche Scientifique (CNRS)

S o c io l o g ía

DE LAS CIENCIAS

Obra publicada bajo la dirección


de François de Singly

Ediciones Nueva Visión


Buenos Aires
306.45 Martin, Olivier
i ftm , Sociología de las ciencias - 1 - ed. - Buenos
if ' Aires: Nueva Vision, 2003
144 p.; 19x13 cm. (Claves. Dominios)

;. Traducción de Heber Cardoso

,; ISBN 950-602-453-7

I Título - 1 . Ciencias 2. Sociología

Título del original en francés:


S o c io lo g ie d e s sc ie n c e s,
Publicado por Editions Nathan, París
© 2000 Éditions NATHAN/HER

Este libro se publica en el marco del Programa de Ayudas a la Edición


Victoria Ocampo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia y
el Servicio Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina.

Toda reproducción total o parcial de esta


obra por cualquier sistem a -incluyendo el
fotocopiado- que no haya sido expresam en­
te autorizada por el editor constituye una
infracción a los derechos del autor y será
reprimida con penas de hasta seis años de
prisión (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172
del Código Penal).

© 2003 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189)


Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que
marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina
INTRODUCCIÓN

¿Qué es la ciencia? ¿Cómo se elabora el saber científico?


¿Cuáles son las condiciones necesarias para el desarrollo
científico? ¿Qué relaciones mantienen la ciencia y la sociedad?
¿Es la investigación científica una actividad social como
cualquier otra?...
De hecho, hasta una época relativamente reciente estas
preguntas no formaban parte de los campos de la sociología:
sólo competían a filósofos, epistemólogos o historiadores. Así,
la cuestión de la definición y el origen de la ciencia surgía del
análisis epistemológico: la filosofía de la ciencia es rica en
autores o corrientes de pensamiento que han propuesto crite­
rios, los así llamados “criterios de demarcación”, que permiten
establecer la selección entre lo que constituye un saber cientí­
fico y lo que no lo es. Por ejemplo, la filosofía positivista
concibe la ciencia como el producto directo de enunciados
empíricos que describen experiencias sensoriales y medicio­
nes efectuadas sobre el mundo natural; y, según la concepción
heredada de los trabajos de Karl Popper, los únicos enuncia­
dos científicos son los enunciados “refutables”, es decir, aque­
llos susceptibles de ser invalidados mediante una experiencia
o una observación empírica.
Por su parte, los historiadores de las ciencias eran los
únicos aptos para sum inistrar relatos que describieran, inclu­
so que explicaran, los descubrimientos científicos, los perío­
dos de mucho desarrollo de la ciencia, los obstáculos que se
oponían al surgimiento de nuevas ideas científicas y nuevas
representaciones del mundo, las relaciones que mantienen
las ciencias, las técnicas y la sociedad.
Sólo luego de la prim era mitad del siglo xx, la ciencia, en sus
dimensiones institucionales, cognitivas, prácticas, culturales
o sociales, se convirtió en un campo de investigación para los
sociólogos. El carácter reciente de este desarrollo puede pare­
cer sorprendente, habida cuenta del importante espacio que
ocupa la ciencia en nuestras sociedades, en especial a partir
del siglo xix. Los frenos para que emergiera una sociología de
la ciencia eran, de hecho, poderosos: un cientificismo que veía
en la ciencia una actividad particular, diferente de las demás
actividades humanas y protegida de las influencias sociales;
una común representación que concebía el conocimiento cien­
tífico como un conocimiento trascendente que escapaba, a
diferencia de otras formas de conocimiento y de creencias
(especialmente religiosas), a la sociología; la idea de que
existía una ruptura epistemológica entre la actividad cientí­
fica y las demás actividades humanas...
Al ilustrarlos mediante la presentación de algunos de los
trabajos más significativos, este manual presenta los princi­
pales acercamientos desarrollados por los sociólogos a los efec­
tos de estudiar la ciencia o, mejor dicho, las ciencias. En efecto,
es más frecuente colocar el plural “ciencias”, al menos en la
tradición francesa, aunque el término a menudo es empleado
en singular en el mundo anglosajón (Science Studies, Sociolo­
gy of Science). En todos los casos, el empleo del plural no debe
ocultar el hecho de que todos los actores de las ciencias se
orientan hacia un objetivo aparentem ente único, la “cientifi-
cidad”, y que todos creen compartir este ideal; a la inversa, el
empleo del singular no debe hacernos olvidar que las especia­
lidades científicas son numerosas, que las prácticas resultan
muy variadas y que las estrategias cognitivas también son
diversas.
Por comodidad, es posible representar el desarrollo intelec­
tual e institucional de la sociología de las ciencias en cinco
momentos. El primero, objeto del primer capítulo de este
libro, es el que precede al verdadero desarrollo de la sociología
de las ciencias: los sociólogos “clásicos” tratan la ciencia en sus
estudios generales de la sociedad y de los conocimientos, pero
ella no es objeto de una atención particular o de un tratam ien­
to preciso. El segundo momento (segundo capítulo) correspon­
de a la emergencia de una primera forma de sociología de la
ciencia propiamente dicha: inspirados en el funcionalismo, los
sociólogos (en especial Robert Merton) se preguntan acerca de
los principios que regulan la actividad de la investigación
científica sobre la base de normas que organizan el espacio
científico. El tercer momento (tercer capítulo) se caracteriza
por numerosos trabajos que encaran la ciencia como una
institución social: los sociólogos estudian las jerarquías, las
estratificaciones, los modos de organización o las profesiones
que componen dicha institución. Los momentos cuarto y
quinto se refieren a la ampliación y complejización de la
sociología de las ciencias, las que, a partir de los años ’70,
cambian y aportan mucho a la renovación de la filosofía y la
historia de las ciencias: apoyada en el rechazo de la concepción
positivista de la ciencia, la sociología ambiciona explicar el
origen de las cuestiones y de los conocimientos científicos. Lo
consigue al situar dicho origen en los contextos sociales y
culturales (capítulo cuarto) o en las prácticas y las interaccio­
nes sociales (capítulo quinto).

La sociología de las ciencias muestra como mínimo esto: la


elaboración de los saberes y de sus instrumentos es un trabajo
colectivo. Como este manual no escapa a esa regla, agradezco
a todos los lectores atentos de sus versiones anteriores y, muy
en especial, a Jean-Paul Gaudillière, Gérard Lemaine y
François de Singly.

Nota sobre las con ven ciones bibliográficas

Cuando las referencias bibliográficas contienen una fecha


entre corchetes, se tra ta de la fecha de la publicación original
(primera publicación en lengua extranjera, si se tra ta de una
traducción; primera edición, si se tra ta de una reedición).
Capítulo 1
LA CIENCIA Y LA SOCIEDAD SEGÚN LOS
“SOCIÓLOGOS CLÁSICOS”

Antes del surgimiento de la sociología de las ciencias


propiamente dicha, ¿cómo se planteaba la cuestión de la
articulación entre ciencia y sociedad? Varios “sociólogos” (con
toda la ambigüedad que el término implica) hoy considerados
como “clásicos” trataron de entender el lazo entre la sociedad
y la cultura, por una parte, y la presencia de la ciencia, por otra
(§ 1). A comienzos del siglo xx, esta clase de interrogación dio
nacimiento a una nueva especialidad de la sociología: la
sociología del conocimiento (§ 2). Luego, aproximadamente a
partir de los años 1920-1930, surgió otro tipo de estudios
sociales de la ciencia (§ 3): son los que anuncian los trabajos de
Merton, considerado hoy como el primer sociólogo de las
ciencias.
De hecho, esos pensadores se aplican a comprender las
condiciones de la presencia y el desarrollo de las ciencias
naturales exclusivamente, puesto que para ellos encarnan
una forma específica de saber, diferente de los demás conoci­
mientos e incluso de los saberes sobre el hombre y la sociedad,
que son percibidos como lógicamente ligados a las condiciones
sociales y culturales.

1. L a c ie n c ia

EN LAS SOCIEDADES

La ciencia no se encuentra universal e idénticamente presen­


te en todas las civilizaciones ni en todas las sociedades. En el
siglo xix, y a comienzos del xx, surgen trabajos que procuran
analizar los nexos entre las formas de sociedad y la presencia
11
de la ciencia. Diversos autores, en especial Comte y Lévy-
Bruhl, defienden la hipótesis discontinuista, según la cual
existe una frontera impermeable entre las sociedades que
poseen ciencia y aquellas que no la poseen; se trata, probable­
mente, de la hipótesis más compartida. Otras posiciones,
notoriamente la de Durkheim, se oponen a esa hipótesis. A su
vez, en los estudios sobre la ideología, Marx indica en qué la
ciencia puede constituir una ideología y en qué la universali­
dad y la accesibilidad de la ciencia, tal como las conciben los
espíritus del Iluminismo, son un señuelo.

1.1 La ley de los tres estados de Comte

Si bien Auguste Comte (1789-1857) es conocido sobre todopor


haber fundado el positivismo (la unión de las ciencias y de la
política) y la “sociología”, no menos fama cosechó por enunciar
una ley que considera natural y general: la ley de los tres
estados, que sostiene haber descubierto al estudiar la historia
hum ana.1 Dicha ley estipula que el espíritu humano pasa por
tres fases o estados sucesivos: durante el estado “teológico o
ficticio”, el hombre se representa los fenómenos como produ­
cidos por la acción directa y continua de agentes sobrenatura­
les (dioses, espíritus, demonios); durante el estado “metafísico
o abstracto”, reemplaza los agentes sobrenaturales por fuer­
zas abstractas, impersonales (naturaleza); durante el estado
“científico o positivo”, abandona la idea de encontrar causas
absolutas a los fenómenos y se conforma con observarlos y, a
partir de su regularidad, tra ta de establecer leyes.
De hecho, estos tres estados se encuentran asociados a
diversas formas de sociedades: por una parte, las sociedades
teológicas y militares a los estados teológico y metafísico y, por
otra, las sociedades industriales al estado positivo. La ciencia
es, pues, la característica de una forma específica de organi­
zación social: la organización propia de las sociedades indus­
triales. Ésta presenta por lo menos los siguientes tres rasgos:
el trabajo se encuentra organizado a los efectos de obtener un
rendimiento máximo y no según la costumbre; las riquezas se

1 Para un panorama sintético, véase Pierre Macherey, Comte. La p h i ­


losophie et les sciences, París, PUF, 1989 ; Annie Petit, “Le corps scientifique
selon Auguste Comte”, en Angèle Kremer-Marietti (dir.), Sociologie de la
science, Sprimont- Bélgica, Mardaga, 1988, págs. 69-91.

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hallan en constante aumento; los obreros son agrupados y
concentrados en fábricas. En resumen: el trabajo está cientí­
ficamente organizado.
Esta lectura de la historia del espíritu humano y esta
concepción de los tres estados son incuestionablemente dis-
continuistas: las diferencias entre los diversos estados, en
especial entre las sociedades “industriales y científicas” y las
demás clases de sociedades, son radicales. Las preguntas que
se plantean los hombres, la forma de las respuestas que dan,
los recursos que emplean... todo distingue a las sociedades
industriales y científicas de otras clases de sociedades. El paso
de una forma a otra, sólo se puede hacer por medio de una
revolución, que es, al mismo tiempo, una revolución social y
una revolución intelectual.

1.2 Marx y el origen de las ideologías

Contrariamente a la ideología del Iluminismo, que estimaba


que la ciencia (esto es, los conocimientos racionales) es univer­
sal y accesible a todos los hombres, Karl Marx (1818-1883)
identifica ciertos frenos a ese libre acceso. El principal obs­
táculo está dado por el “condicionamiento” que sobre los
individuos ejerce la clase social que ocupan: es la clase a la que
los individuos pertenecen (esto es, su posición en el conjunto
de las relaciones económicas de producción) la que condiciona
su espíritu y sus estructuras de pensamiento. Ese condiciona­
miento es concebido como extensible a todas las formas de
conocimiento: la religión, la metafísica y también la ciencia.
Al estar determinados por las intenciones sociales, los
conocimientos son por naturaleza esencialmente ideológicos.
No obstante, esto no significa que no existan verdades uni­
versales. En particular las ciencias naturales (gracias a las
técnicas) y la economía política (gracias a la existencia de una
clase privilegiada que la elabora) producen las verdades
universales y no ideológicas. Simplemente son los empleos de
esos conocimientos los que pueden ser ideológicos y estar
determinados por los intereses de clase: en efecto, la ideología
no siempre reside en las respuestas a las preguntas, sino que
también se encuentra en el fondo y la forma de las preguntas.
Si la ciencia es un recurso para la burguesía (acompaña su
ascenso y el desarrollo del modo de producción capitalista), lo
es, primero, porque el empleo de la ciencia y los objetivos

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asignados a dicho empleo sirven a la clase burguesa, y,
segundo, porque las preguntas planteadas a la ciencia son
ideológicas. Tal como aparece en las sociedades, la ciencia es
ante todo una actividad “tecno-científica”, es decir, una acti­
vidad que emplea saberes para transform ar y controlar lo
real: está asociada a las técnicas y a las herram ientas de
producción de la clase burguesa.
Este análisis marxista de los conocimientos rompe con la
idea de que los sistemas de pensamiento sólo están ligados a
sociedades, civilizaciones y épocas: sugiere que ciertas formas
de conocimiento pueden tener una base social más restringi­
da, como las clases sociales. Una de las virtudes de la sociolo­
gía marxista del conocimiento consiste en haber ampliado y
diversificado los marcos sociales posibles del conocimiento.

1.3 La tesis discontinuista de Lévy-Bruhl

Por su parte, Lucien Lévy-Bruhl, filósofo y etnólogo (1857-


1939), examinó los principios rectores del pensam iento
hum ano en las sociedades prim itivas: no sólo estudió los
mitos y símbolos de esas sociedades, sino tam bién las
funciones, las categorías y los modos de pensam iento de
sus integrantes.2
Sus investigaciones lo llevan a subrayar las variaciones de
las que da m uestras la actividad mental humana: rechaza la
idea de la identidad universal y atemporal del espíritu hum a­
no, mostrando que los modos de pensamiento pueden diferir
de una civilización a otra. Esas diferencias no sólo son de
grado, de intensidad, sino evidentes diferencias de naturale­
za: como en el caso de Comte, su tesis es llamada “disconti­
nuista”.
El principio de su demostración es el siguiente: compara las
dos clases de mentalidades consideradas como más alejadas
entre sí, el sistema de pensamiento de la sociedad occidental
de su tiempo, que es simultáneamente positivista y racional,
y el sistema de pensamiento de las poblaciones arcaicas tal
como los etnógrafos lo han captado (se presenta como místico
y prelógico). Pese a que en ulteriores escritos matizó su tesis,
defiende la idea de una franca separación entre el pensamien-

2 La M entalité p rim itive , París, Retz-CEPL, 1976 [1922] (La m en ta lid a d


p rim itiva , Buenos Aires, Lautaro, 1945).

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to prelógico, que caracteriza a las sociedades primitivas, y el
pensamiento lógico. Si se califica como prelógico al pensa­
miento de las sociedades primitivas es en razón de la falta de
respeto a uno de los principios fundantes de la lógica: el
principio de no contradicción, que afirma que es imposible ser
a la vez alguna cosa y su contrario. En efecto, el pensamiento
arcaico puede concebir al mismo tiempo, y sin separarlos, lo
natural y lo sobrenatural, lo m aterialy lo espiritual, la técnica
y la magia. Esto excluye toda posibilidad de presencia de un
pensamiento científico en esas sociedades.
De todos modos, Lévy-Bruhl se abstiene de emitir juicio
sobre las respectivas virtudes de estos dos modos de pensa­
miento; los pueblos arcaicos no razonan mal: razonan de
manera diferente, es decir, según otros modos y otros princi­
pios. De donde se desprende que las ciencias sólo son posibles
en ciertas clases de sociedad: aquellas que respetan los prin­
cipios de la lógica.

1.4 Durkheim: el origen religioso de las ciencias

Opuesto a esa tesis discontinuista, Émile Durkheim (1858-


1917) estima que la frontera que separa la religión de la
ciencia y el límite entre las sociedades primitivas, sin ciencia,
y las sociedades occidentales, científicas, no son impermea­
bles.
En Les Formes élémentaires de la vie religieuse3 (1912),
atribuye a la sociología la capacidad de dar cuenta del origen
de lo que él llama los “marcos sólidos que encierran al
pensamiento” o también las “osamentas de la inteligencia”
(op. cit., pág. 13), es decir, los conceptos, nociones y categorías
del pensamiento: por ejemplo, las nociones de tiempo, de
espacio, de género, de número o de causa. Esos “marcos del
pensamiento” no sólo están compuestos por categorías, sino
también por procesos o instrumentos del pensamiento: los
principios clasificatorios y los principios de la lógica forman
parte de ellos. Sin estos sistemas de nociones, sin estos
marcos, el pensamiento seríaimposible: “¡Inténtese represen­
ta r lo que sería la noción de tiempo, abstracción hecha de los
procedimientos mediante los cuales lo dividimos! [...] Sería
algo casi impensable” (ibid., pág. 14).
3 París, PUF, 1960 [1912], (Las form as elementales de la vida religiosa,
Madrid, Alianza, 1993).

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El origen de esos marcos de pensamiento se sitúa indiscu­
tiblemente en lo social y, con más precisión, en las religiones
y las mitologías (ellas también surgidas de lo social). Las
religiones constituyen, en efecto, cosmologías, es decir, siste­
mas de representaciones del lugar del hombre en el mundo y
de la razón de ser de su entorno: ofrecen a los individuos de
una sociedad esquemas, categorías e instrumentos para pen­
sar el mundo que los rodea. Así, según Durkheim, la ciencia
y en todo caso las categorías útiles a la ciencia se habrían
desarrollado sobre el campo de las prácticas mitológicas y,
sobre todo, religiosas, y más precisamente sobre la base de los
sistemas de representaciones propuestos por las religiones y
mitos. No ve ninguna incompatibilidad entre la ciencia y la
religión: “De ningún modo existe entre la ciencia, por una
parte, y la moral y la religión, por otra, la clase de antinomia
que tan a menudo se ha admitido. Esos diferentes modos de la
actividad hum ana derivan, en realidad, de una única y misma
fuente” (ibid., pág. 635).
De la misma manera, los principios de la lógica son “ricos
en elementos sociales”. Por ejemplo, el principio de contradic­
ción depende de condiciones sociales, puesto que su empleo ha
variado en el transcurso del tiempo y según las sociedades. En
ciertas sociedades “constantemente se tra ta de seres que al
mismo tiempo tienen los atributos más contradictorios, que
son uno y varios, materiales y espirituales”, mientras que en
él pensamiento científico contemporáneo es el principio de
identidad el que predomina: no se puede ser varias cosas
contradictorias al mismo tiempo. De estas observaciones,
Durkheim concluye que “lejos de estar inscripta para toda la
eternidad en la constitución mental del hombre”, la regla
de identidad que parece “gobernar la lógica actual” depende de
factores históricos, es decir, sociales. El hecho de que las
categorías y los instrumentos del pensamiento varíen de una
sociedad a la otra constituye su primer argumento a favor de
un origen social de los marcos del pensamiento.
Su segundo argumento es el siguiente: puesto que “a
menudo un término expresa cosas que nunca habíamos per­
cibido, experiencias que nunca habíamos tenido o de las que
nunca habíamos sido testigos”, resulta claro que esos térm i­
nos conceptuales poseen un origen social. En suma, se encuen­
tra entonces “condensada toda una ciencia con la que no colabo­
ré, una ciencia más que individual”, es decir, social (¿bíd., págs.
620-621): los conceptos son representaciones colectivas.

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El pensamiento de Durkheim se orienta a apartar las dos
concepciones ordinarias de la teoría del conocimiento. Recha­
za la concepción al afirmar que las categorías de pensamiento
son datos anteriores a cualquier experiencia y que son inma­
nentes al espíritu humano (tesis apriorista); niega la concep­
ción al afirm ar que esas categorías resultan de la experiencia
individual (tesis empirista). La tesis apriorista no permite
comprender por qué las categorías varían de un período
histórico al otro o de una sociedad a la otra. Con respecto a la
tesis empirista, ella es incapaz de explicar por qué las catego­
rías term inan por imponerse en el seno de una sociedad hasta
el punto de llegar a ser universales e independientes de los
individuos.
La solución propuesta por Durkheim reside en la idea de
que “las categorías son representaciones esencialmente colec­
tivas” y que “traducen ante todo estados de la colectividad”
(ibid., págs. 22 y 621). Las categorías del pensamiento son
fruto de lo social, del mismo modo que existen hechos sociales
que no son réductibles a hechos individuales: “La sociedad
es una realidad sui g e n e r i s “tiene sus propios caracteres”,
que no son los de los individuos que la componen. ¿Cómo le
llegan esos caracteres? Mediante un proceso histórico que
mezcla las experiencias de los individuos, que combina los
saberes de los unos y de los otros. Y si las categorías que
surgen de este proceso son pertinentes para estudiar la
naturaleza o para comprenderla es porque la “sociedad forma
parte de la naturaleza”: “El reino social es un reino natural,
que sólo difiere de los demás por su mayor complejidad” (ibid.,
pág. 25). De hecho, la sociedad sólo torna “más manifiestas”
las categorías naturales: “El concepto que, primitivamente, es
tenido por verdadero porque es colectivo tiende a convertirse
en colectivo sólo a condición de ser tenido por verdadero: le
reclamamos sus títulos antes de acordarle nuestra credibili­
dad” (ibid., pág. 624). En Durkheim no hay incompatibilidad
entre la sociedad y la naturaleza, entre la determinación
social de las categorías y la verdad.
La ciencia, en tanto actividad intelectual, no escapa a esos
sólidos marcos sin los que no hay pensamientos y, en conse­
cuencia, acciones posibles: los conocimientos científicos tie­
nen, entonces, una base social. Y las categorías generales
empleadas en las ciencias, que son categorías del conjunto de
la sociedad, no escapan al análisis precedente. Sin embargo, las
investigaciones de Durkheim sobre las ciencias no superan

17
ese nivel de generalidad: su propósito no consiste en el estudio
de la ciencia, sino de la religión.

2. L a s o c io l o g ía

DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Luego de las premisas del siglo xix y del impulso dado por
Durkheim, la sociología del conocimiento, concebida como el
estudio de las relaciones entre el conocimiento y los demás
elementos de la sociedad y de la cultura, experimentó un
importante desarrollo durante la primera mitad del siglo xx,
sobre todo en Alemania y en Europa Central.
Según los autores, varían la extensión de la noción de
“conocimiento” y la atención que dedican al conocimiento
científico. No obstante, ninguno de ellos la convierte en objeto
central de su propósito. Nuestra exposición se limita a los ú-
nicos autores que abordaron precisamente la cuestión de los
conocimientos científicos: Max Scheler, Karl Mannheim, Piti-
rim Sorokin.

2.1 Scheler: la diversidad de las jerarquías

El mérito de haber inventado la expresión “sociología del


conocimiento” corresponde al filósofo Max Scheler (1874-
1928). Este se ocupó de la cuestión del origen social de los
conocimientos mediante el desarrollo de una reflexión socio­
lógica sobre la ideología y el conocimiento entendidos en
sentido amplio, es decir, incluyendo las opiniones, errores,
creencias y supersticiones.4 Rechaza la idea de la existencia
de una razón hum ana universal y atemporal y, por el contra­
rio, defiende la existencia de diversas estructuras de conoci­
miento, diversas formas de razón llamadas “formas de visio­
nes”. Culturas o sociedades diferentes pueden desarrollar
formas de visión distintas, sin que sea posible jerarquizarlas
de manera absoluta. En el seno de cada sociedad o cultura
puede existir una jerarquía entre las diferentes formas de

4 Max Scheler,Problèmes de la sociologie de la connaissance, París, PUF,


1993 [1926] (Sociología del saber, Madrid, Revista de Occidente, 1935).

18
conocimiento, pero esa jerarquía jam ás tiene un alcance
universal. En las sociedades occidentales modernas, los cono­
cimientos científicos constituyen la forma superior del conoci­
miento, mientras que en otras culturas tal vez predominen los
conocimientos religiosos, míticos o mágicos. En suma, la
jerarquía propuesta por Comte no constituye, para Scheler,
más que un caso particular correspondiente a la situación en
la que se encuentra Comte: una sociedad industrial occi­
dental.
Según Scheler, esa hipótesis de una pluralidad de conoci­
mientos no obstante no necesita negar la existencia de una
verdad independiente de las condiciones sociales e históricas.
Por tanto, rechaza el relativismo en beneficio de una posición
“perspectivista”: el conocimiento, la forma de visión, son
relativos en función de los empleos y necesidades de los
individuos: las sociedades seleccionan las verdades según su
forma de visión. Más precisamente, las estructuras de la
razón son interdependientes con las condiciones sociales:
la forma de organización social de las iglesias, por ejemplo,
está determinada por el contenido de las creencias religiosas
que, en sí mismas, sólo pueden afirmarse en ese marco social.
El trabajo del sociólogo consiste entonces en estudiar esa
interdependencia, en identificar cómo lo social actúa para
seleccionar las formas de conocimiento y los aspectos de la
verdad que se adapten a las circunstancias.
A diferencia de Marx, Scheler no considera que la opción
por tal o cual forma de conocimiento sólo dependa de la clase
social: los factores sociales que intervienen en la opción por tal
o cual clase de conocimiento son mucho más complejos y
pueden variar de un período histórico a otro. Las estructuras
de poder, la demografía, el sistema de parentesco, las condi­
ciones geográficas y geopolíticas, etc., intervienen en grados
y dosis diferentes. También a diferencia de Marx, Scheler se
niega a considerar que el concurso de los factores sociales en
la elaboración de los conocimientos signifique que esos cono­
cimientos sean ideologías.
En la obra que dedica a los problemas de sociología del
conocimiento (op. cit.), aborda la cuestión del origen de la
ciencia, que asocia a la cuestión del origen de las técnicas.
Vincula la emergencia de los conocimientos científicos, es
decir de la ciencia positiva, con la “unión de la filosofía y la
experiencia del trabajo”. El origen de la ciencia no es ni
“puram ente intelectualista” ni “puram ente tecnicista”. A la

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inversa, “la técnica no se reduce en absoluto a la aplicación,
súbita, de una ciencia puram ente contemplativa y teórica que
sólo estaría determinada por la idea de la verdad, por la
observación, la lógica pura y la matemática pura”. De hecho,
los desarrollos de la técnica, de la ciencia y del pensamiento
filosófico son paralelos: no es posible decir “que uno de esos
universos constituye la causa o la variable independiente”
(ibid., págs. 145-147). Por el contrario, es posible constatar, a
través de estudios de casos históricos, que la ausencia de uno
de los dos universos, ya sea la ausencia de la técnica, ya la
ausencia de pensamiento filosófico, bloquea la aparición de
la ciencia: los egipcios poseían sistemas técnicos muy evolu­
cionados (para el riego, para la regulación del Nilo, para
construir pirámides), pero la ausencia de una “libre especula­
ción filosófica” impidió el desarrollo de una “ciencia positiva
metódica, capaz de englobar la totalidad del universo” (ibid.,
pág. 150).

2.2 Mannheim:
la ciencia fuera del alcance de los sociólogos

El filósofo de origen húngaro Karl Mannheim (1893-1947)


asocia el conocimiento y la ideología, y procura concebir una
sociología capaz de analizar estos dos aspectos de la cultura
del hombre en sociedad. En Ideología y utopía5 defiende la
idea de que los grupos sociales a los que pertenecen los
individuos determinan sus puntos de vista sobre el mundo.
Existen dos tipos de puntos de vista. Influido por el marxismo,
Mannheim concibe las ideologías (y utopías) de clases como
ligadas a los intereses partidarios de una clase, como un
primer tipo. Pero, a diferencia del marxismo, no limita el
alcance de este fenómeno tan solo a las clases: otras formas de
grupos sociales (generaciones, sectas, escuelas...) son suscep­
tibles de poseer una ideología propia. La segunda clase de
punto de vista está constituida por las ideologías que no están
ligadas a clases sociales particulares: de hecho, estas ideolo­
gías constituyen el verdadero conocimiento. Los intelectua­
les, que no pertenecen a ninguna clase social muy precisa y a
menudo muestran itinerarios sociales heterogéneos, tienen

5 Karl Mannheim, Idéologie et utopie, Paris, Rivière, 1974 [19291 (Ideo­


logía y utopía, Mexico, Fondo de Cultura Económica, 1941).

20
un acceso privilegiado a esos conocimientos verdaderos. En
efecto, sólo los individuos despegados de toda situación social
pueden llegar a establecer la verdad. Señalemos también que,
a diferencia de Marx, quien consideraba la relación conoci-
miento-sociedad como una relación causal, Mannheim conci­
be esa relación como esencialmente funcional.
Mannheim sitúa el caso del conocimiento científico dentro
de ese marco general. Sin embargo, esta clase de conocimiento
no puede estar enteram ente sometida al examen sociológico:
una parte de los conocimientos científicos, la que emana de las
ciencias naturales, está constituida por un cuerpo de proposi­
ciones a las que considera como universales e intrínsecas, y
que escapan a cualquier determinación sociológica. Sólo las
ciencias llamadas “históricas” ofrecen enunciados llamados
“relaciónales”, cuyo estudio social es posible.
De hecho, Mannheim construyó una sociología que excluía
a los conocimientos científicos de su campo de competencia. A
partir de los años ’70, los autores que renovaron la sociología
del conocimiento científico (en especial David Bloor, cf. capí­
tulo 4) tra tarán de superar ese límite.

2.3 Sorokin: la ciencia,


de un sistema cultural particular

A diferencia de Mannheim, Pitirim Sorokin, sociólogo norte­


americano de origen ruso (1889-1968), no excluye los conoci­
mientos de las ciencias de su teoría sociológica del conocimien­
to.6 Y, a la manera de Durkheim, sitúa la influencia de la
cultura en las nociones que los hombres emplean para com­
prender su mundo. Metodológicamente, Sorokin busca un
sesgo original: recurre al estudio cuantitativo de las corrien­
tes de pensamiento (enumeración de autores, ponderación de
los mismos según su importancia) para captar la evolución
de las ideas a partir de los primeros filósofos griegos. Este
trabajo le permite, por ejemplo, afirmar que el racionalismo
prevalece en el siglo xvn, mientras que en los siglos siguien­
tes predomina el empirismo.
Si bien Sorokin enuncia que todo saber está socialmente
influido, precisa que no lo está por entero: sólo las categorías

e Pitirim Sorokin, Social a n d C ultural D ynam ics, Nueva York, American


Book Company, 1937-1941.

21
fundamentales y los principios generales del pensamiento
están condicionados por lo que denomina la “premisa cultu­
ral” o también el “sistema de verdad”. Esas expresiones
designan las grandes corrientes y principios del pensamiento
filosófico, es decir, la concepción que el hombre se hace de la
“realidad últim a” del mundo, el valor supremo que acuerda a
ese mundo y a su vida, el modo en que concibe la naturaleza
y el sentido de su vida.
En tanto resultan precondiciones para cualquier pensa­
miento coherente, las premisas culturales influyen en las
categorías fundamentales, que son las nociones de espacio,
de tiempo, de cantidad, de causalidad. D eterm inan igual­
m ente los principios fundam entales que sostienen la filo­
sofía y la ciencia, en particular la opción de los sabios afavor
de una posición idealista o m aterialista, eternalista o tempo-
ralista, realista o nominalista, determ inista o indeterm i­
nista.
Todas las combinaciones de estos principios fundam enta­
les y de las categorías no son posibles: en todo caso, sólo tres
grandes clases de sistemas ideológicos culturales han apare­
cido en la historia de la humanidad. Ellos son: las culturas
espiritualistas (que conciben la realidad como situada más
allá del mundo, en un ser inm aterial eterno); las culturas
sensualistas (que conciben que no existe nada más allá de la
experiencia sensible); y las culturas idealistas (una combina­
ción de las dos anteriores). Esas tres culturas están asociadas
a tres sistemas de verdades diferentes y contradictorias. Para
Sorokin, estos tres sistemas son válidos y ninguno de ellos
predomina sobre los demás. Sin embargo, se prohíbe ser
relativista, en especial porque sostiene que cada sistema de
verdad admite una esfera de soberanía.
El progreso científico (y técnico) es muy diferente en las
tres culturas: en función del interés dedicado al mundo
exclusivamente sensible, en función de la presencia o no de
una hipótesis que concierne a la existencia de un Dios o de un
espíritu superior, las sociedades procuran desarrollar, o no,
tecnologías y saberes científicos. Sorokin encuentra en su
estudio cuantitativo una confirmación para su teoría: al
comparar el número de descubrimientos científicos en fun­
ción de las clases de cultura de varias sociedades y momentos
históricos, dem uestra que las ciencias positivas se desarro­
llan principalmente en las sociedades sensualistas (que, en
efecto, privilegian la experiencia y la observación). A la

22
inversa, las culturas espiritualistas (que privilegian las no­
ciones del bien y de lo justo) desarrollan más sus sistemas
filosóficos y religiosos.

2.4 Los límites (voluntarios) de estas sociologías

En ningún momento los autores clásicos que hemos revisado


atribuyen a la sociología la capacidad de explicar el origen de la
validez de las teorías científicas. Si bien a menudo propo­
nen una clasificación de las formas de conocimiento y distin­
guen el conocimiento científico de otras formas de conocimiento,
no pretenden definir sociológicamente las fronteras que sepa­
ran esas diferentes formas: para ellos, la definición de ciencia no
surge de la sociología sino, con mayor seguridad, de la epistemo­
logía. Todos admiten que el desarrollo de la ciencia respeta
una lógica esencialmente racional, que los conocimientos cien­
tíficos evolucionan de modo endógeno y que la validez de una
teoría es independiente de su origen social.
La única capacidad que atribuyen a la sociología es la de
poder estudiar los factores que hacen posible la presencia
de la ciencia o de explicar las raíces sociales de tal o cual
concepto empleado en ciencia. En suma, estas concepciones de
la sociología del conocimiento no pretenden fundar sociológi­
camente lo verdadero y lo falso, lo objetivo y lo subjetivo, la
ciencia y la no ciencia: estas tres parejas de palabras remiten
a realidades ciertas e independientes de las condiciones socia­
les o culturales. En suma, en todos estos pensadores, el
condicionamiento social de los orígenes del conocimiento no
implica el relativismo.

3 . A m p l ia r l a m ir a d a

SOBRE LA CIENCIA

Entre los años 1920 y 1930, algunos trabajos proponen una


mirada sobre la ciencia radicalmente diferente de los estudios
de sociología del conocimiento. Su diferencia proviene de cómo
encaran la ciencia, ya sea en su proceso de elaboración y de
construcción, preguntándose sobre el origen social de los inven­
tos y descubrimientos, y sobre la manera en que son difundi­

23
dos los conocimientos científicos, ya sea en su “cuerpo”, inte­
resándose en la organización social del mundo de los sabios.
Contrariamente a la sociología del conocimiento científico,
cuya implantación es europea, estos trabajos son norteameri­
canos. Convocaremos dos ejemplos simbólicos de esos traba­
jos que sólo constituyen las premisas del movimiento en el que
se inscribirá el autor más simbólico de esa renovación: Robert
Merton {cf. capítulo dos).

3.1 El origen social de los descubrimientos científicos

Ya sea en el arte, en la literatura o en la ciencia, el creador es


percibido como alguien “inspirado” o “genial”, que vive en
soledad o en la oscuridad, es decir, al margen de la sociedad
de los hombres. Esta imagen, que hace a la parte hermosa de
la idea de “revelación” y de “genio”, y que niega cualquier
papel al contexto social en el proceso de invención, prevaleció
durante mucho tiempo, si no en los escritos de historiadores
y filósofos de las ciencias, al menos en el imaginario popular.
En reacción contra esa concepción teleológica o mentalista,
algunos sociólogos han procurado establecer que los descubri­
mientos e inventos podrían tener determinantes sociales.7
Los primeros fueron claramente los sociólogos norteamerica­
nos William Ogburn y Dorothy Thomas, quienes en 1922
publican un artículo titulado “Are Inventions Inevitable?”.8
Ambos apoyan su demostración de la existencia de un origen
social de los descubrimientos sobre una lista de aproximada­
mente ciento cincuenta descubrimientos múltiples: en efecto,
¿cómo se explica que ciertos descubrimientos hayan podido
hacerse varias veces, de m anera perfectamente independien­
te y a veces al mismo tiempo, si el origen de esos descubri­
mientos se sitúa exclusivamente en el individuo y en sus
características propias? Por ejemplo, varios descubrimientos
en química hechos por Cavendish en el siglo xvm, pero
publicados y conocidos solamente después de su muerte,
fueron mientras tanto (re)descubiertos por otros sabios, de
m anera perfectamente independiente.
Si se producen descubrimientos múltiples, independientes
7 Para una síntesis del tema, véase Augustine Brannigan, Le Fondem ent
social des découvertes scientifiques, París, PUF, 1996 [1981].
8 Reeditado en William Ogburn, Social Change, Nueva York, Huebsch,
1922, págs. 80-102.

24
y a veces simultáneos, entonces existen condiciones cultura­
les, sociales e intelectuales que favorecen o autorizan ciertos
avances.

3.2 Estudio del cuerpo social de la ciencia

Con muy escasas excepciones, el cuerpo de la ciencia, es decir


los individuos y las instituciones que practican la investiga­
ción científica o la enseñanza de ciencias, no fue objeto de
investigaciones sociológicas antes de mediados del siglo xx.
Entre esas excepciones podemos citar a Florian Znaniecki
(1882-1958). Sociólogo norteamericano de origen polaco, Zna­
niecki es conocido sobre todo por su investigación, realizada en
colaboración con William Thomas, sobre los campesinos pola­
cos en Europa y en Estados Unidos, la cual contribuyó en gran
medida al desarrollo de la escuela sociológica de Chicago.9
Pero Znaniecki es igualmente autor de un trabajo sobre el
papel social de los hombres de ciencia.10 En él rechaza la ¿dea
de poder emplear razonablemente la sociología para com­
prender el origen y la lógica del conocimiento: esto es objeto
exclusivo de la epistemología. Por el contrario, la sociología
debe perm itir el estudio de las relaciones de los hombres con
el conocimiento, ya sea mediante un examen de los “hombres
conocedores”, es decir, de la relación de los hombres con los co­
nocimientos, ya sea mediante un análisis de los “hombres con
conocimientos”, es decir, de los sabios. Así, la sociología del co­
nocimiento sólo puede ser la sociología de los usos y de los
usuarios del conocimiento. Más precisamente, atribuye diver­
sas funciones a esa sociología del conocimiento: 1. analizarlas
diferentes formas del conocimiento (técnicos, científicos, sa­
grados, de sabiduría o de sentido común); 2. analizar la
distribución social de esos diferentes tipos de conocimiento; 3.
analizar el papel de los individuos y, sobre todo, de los
científicos en los procesos de elaboración de los conocimientos.
Esta última función es particularmente importante para
Znaniecki: se tra ta de estudiar a los investigadores y a los
profesores describiendo sus funciones, sus posiciones en el
seno de la sociedad, su formación o su prestigio.
5 William Thomas & Florian Znaniecki, Le paysa n polonais en Europe et
en Am érique, Paris, Nathan, 1998 [1918-1920].
10 The Social Role o f the M an o f Know ledge, Nueva York, Harper Torch
Books, 1968 [19401.

25
H
Capítulo 2
LA CIENCIA
COMO ESPACIO SOCIAL REGULADO

D urante el período de entreguerras, mientras la sociología del


conocimiento —esencialmente europea- pierde su vitalidad,
una corriente nueva surge en Estados Unidos. El impulso
inicial se debe a Robert K. Merton, quien sigue siendo la figura
principal. Rompe con dos tradiciones, la sociología del conoci­
miento y la historia de las ciencias, para iniciar otro proyecto:
constituir una sociología de la ciencia encarada no como una
clase de saber, sino como una estructura social de la que deben
estudiarse las especificidades y los modos de regulación.
A partir de múltiples investigaciones sugeridas por los
trabajos de Merton, la sociología de las ciencias, nueva espe­
cialidad de la sociología, encuentra su legitimidad y sus
primeros fundamentos institucionales e intelectuales. Luego
de la segunda guerra mundial, y al menos hasta fines de los
años ’60, numerosos trabajos se inscribirán en esa perspecti­
va. En el fondo, los sociólogos procuran responder a esta clase
de preguntas: ¿cuáles son los principios organizadores, regu­
ladores, del espacio social definido por el conjunto de la
comunidad científica? ¿Cuáles son los modos de regulación
que aseguran el desarrollo de la ciencia?

1. La c ie n c ia
como “e s t r u c t u r a s o c ia l c o n n o r m a s ”

En 1936, Robert King Merton (1910) dictó en Harvard un


doctorado de filosofía consagrado al desarrollo de las ciencias
y las técnicas en la Inglaterra del siglo x v i i : Science, Technolo-

27
gy & Society in Seventeenth Century England.1 Designado
como profesor en Columbia (Nueva York) en 1941, donde
desarrolló toda su carrera, redacta varias obras influyentes
(entre ellas el famoso Social Theory and Social Structure,
1949 y luego 1957).2 Además de ser considerado como el
sociólogo que dio vuelo a la sociología de las ciencias,
también es uno de los principales fundadores del funciona­
lismo.

1.1 El papel decisivo del puritanismo


en el desarrollo de la ciencia

El objeto aparente y el título del doctorado de Merton no


deben engañarnos: no se tra ta de una investigación histó­
rica sobre los acontecimientos científicos notables (descu­
brim ientos, inventos tecnológicos, actores excepcionales)
que m arcaron el sigloxvn inglés, sino de una investigación
sobre los lazos existentes en tre el contexto social y cultu­
ral, y los desarrollos científicos y tecnológicos de la época.
M erton considera que la actividad científica no es una
actividad “n a tu ra l” del hombre: se pregunta, entonces,
acerca de los orígenes culturales de su desarrollo, acerca
de los valores culturales subyacentes en la investigación
científica.
En una prim era etapa establece la importancia del desa­
rrollo de la ciencia en la sociedad británica del siglo xvn,
mediante el estudio de las biografías de los miembros de la
élite inglesa, a través de la enumeración de los inventos y los
trabajos de investigación, por medio del recuento y la clasifi­
cación de los artículos publicados, merced al análisis de la
actividad de la Royal Society. En su espíritu, semejante
desarrollo caracteriza aquel siglo (y, más allá, al período
moderno, esto es, a los tres siglos siguientes), de m anera
análoga a como el Renacimiento está marcado por el impor­
tante lugar que en él ocupan el arte y la literatura, o que la
Edad Media está signada por la religión.3 La ciencia, pues,
1Nueva York, Howard Fertig, 1970 [1938J (Ciencia, tecnologiay sociedad
en la Inglaterra del siglo xvn, Madrid, Alianza, 1984.)
2 Parcialmente traducido al francés: E lém ents de théorie et de méthode
sociologique (1953, 1965). (Teoría y estructura social, México, Fondo de
Cultura Económica, 1964.)
3Science, Technology & Society in Seventeenth Century E ngland, op. cit.,

28
debe estar sometida a la misma clase de exámenes que los
practicados para explicar los rasgos dominantes del Renaci­
miento o de la Edad Media.
Para Merton, el desarrollo de la ciencia resulta, al menos
en parte, de valores culturales y sociales particulares: el
puritanismo y el protestantism o son portadores de “sistemas
de creencias, de sentimientos y de acción que han desempe­
ñado un papel no desdeñable en el desarrollo del interés por
la ciencia. Podemos decir que el puritanismo es el elemento
esencial de la educación-formación científica” (ibid., pág.
136). Por ejemplo, los científicos son proporcionalmente más
numerosos en medios protestantes que entre los católicos o
los judíos. Sin embargo, Merton no pretende establecer una
relación causal exclusiva, sino simplemente m ostrar que el
puritanismo contribuyó al desarrollo científico. Reconoce que
otros factores (políticos, económicos) pueden haber desempe­
ñado un papel. Este esquema teórico se acerca al de Max
Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo
[1903-1904] (Barcelona, Península, 1969), para explicar la
expansión del capitalismo y el desarrollo económico en Ale­
mania. Merton no oculta la proximidad de ambas investiga­
ciones y simplemente afirma que un camino diferente lo llevó
a conclusiones cercanas y que no trató, a priori, de reproducir
el esquema weberiano.
En su tesis de 1936, Merton es poco preciso acerca de los
caminos m ediante los que los valores del puritanism o
favorecieron la expansión de la ciencia. Sostiene que en
virtud de la proxim idad de las normas que rigen las
actividades de los puritanos y las que rigen las de los
científicos (ibid., pág. 137), el “puritanism o estim ula
la ciencia (puritan spur to science)”, sin explicitar cuáles
son dichas norm as ni en qué medida están cercanas las
unas de las otras. A lo sumo afirm a que los valores del
puritanism o, y precisam ente “la ausencia casi completa de
utilitarism o, el interés por las cosas terrestres, el rigor en
la acción, el empirismo convencido, el derecho e incluso el
deber de ejercitar el libre examen, el antitradicionalism o”
(ibid., pág. 136), se acercan a los de la ciencia y favorecen
su expansión.

29
1.2 Las cuatro normas de la ciencia

En un artículo que se convirtió en un clásico, “The Normative


Structure of Science”,4en 1942 Merton precisa cuáles son las
normas que guían el comportamiento de los científicos y
estructuran la ciencia en tanto actividad social. Son cuatro: el
universalismo, el comunalismo, el desinterés y el escepticis­
mo organizado.

1. El universalismo permite asegurar que los conocimien­


tos surgidos de la actividad científica son universales, objeti­
vos. Para ello, los criterios de evaluación de los trabajos
científicos deben ser intersubjetivos, conocidos por todos y no
depender de circunstancias o personas: el rechazo o la acepta­
ción de un enunciado científico no depende de la raza, del sexo,
de la nacionalidad o incluso de la religión de quien lo enuncia.
El respeto de esta regla pasa, por ejemplo, por la designación
anónima y neutra de árbitros (los referees) para evaluar una
investigación, un artículo o el currículo para una candidatura.
2. El comunalismo (o comunismo) asegura que todos los
productos de la investigación científica (los descubrimientos,
los resultados de experiencias) son bienes colectivos: la cien­
cia es el resultado de una colaboración, de un esfuerzo coope­
rativo y constituye un patrimonio público. El derecho de
propiedad es, pues, muy limitado; una ley o una teoría no
pertenecen a quien la enunció, sino a toda la comunidad
científica. El secreto es incompatible con esta exigencia: la
actividad científica debe ser transparente. Y si bien el empleo
de epónimos es corriente (por ejemplo, las “leyes de Kepler”,
la “teoría del inconsciente de Freud”), sólo se debe únicamente
a fines mnemotécnicos o conmemorativos.
3. El desinterés asegura que el científico trabaja olvidando
sus intereses personales, sus motivaciones extracientíficas, y
que está enteramente dedicado a la búsqueda de la verdad. Se
encuentra incitado a desenmascarar los errores y las tram ­
pas. La integridad de los hombres de ciencia resulta amplia­
mente del carácter público y comprobable de los resultados:
idealmente, nadie tiene interés en hacer tram pas o en mentir,
4 Este título fue aplicado a partir de su nueva publicación, en 1973, en una
colección de artículos de Merton (editada por, y con introducción de, Norman
W. Storer), The Sociology o f Science. Theoretical a n d E m pirical In vestigatio­
ns, Chicago y Londres, University of Chicago Press, 1973, págs. 267-278.
(Sociología de la ciencia, Madrid, Alianza, 1977.)

30
pues las tram pas o las mentiras serán rápidamente descu­
biertas y su autor denunciado. Esta regla impide igualmente
el surgimiento de seudociencias.
4. El escepticismo organizado (o duda sistemática) impide
que los resultados sean prem aturam ente aceptados: garanti­
za que los enunciados científicos sean sometidos a profundos
exámenes críticos antes de ser validados como conocimientos
adquiridos. Esta norma supone que los científicos tienen una
disponibilidad permanente y sistemática para la crítica y la
revisión de sus conocimientos. Cancela la distinción entre lo
“profano” y lo “sagrado”, entre lo que puede ser sometido a
análisis crítico y lo que debe ser admitido sin crítica.

Como resultado de las críticas dirigidas contra este arsenal


normativo, el mismo será modificado y completado (cf. 2
infra).

1.3 El ethos científico y la autonomía de la ciencia

El conjunto de esas cuatro normas constituye a la vez el ethos


científico moderno, es decir, los principios éticos y morales que
deben guiar la acción del científico, y la estructura social de la
ciencia, o sea, los principios de organización de la vida de las
instituciones científicas. El respeto a esas normas asegura
que los resultados producidos por los científicos y sus institu­
ciones constituyan un saber científico riguroso, un conoci­
miento certificado y racional.
Igualmente, el respeto de esas normas garantiza que la
comunidad científica no esté totalmente sometida a las exi­
gencias de la sociedad, de la economía o del desarrollo indus­
trial, y que constituya un subsistema autónomo en la socie­
dad. En su tesis, Merton muestra, por ejemplo, que la gran
mayoría (70%) de los trabajos científicos de los científicos
británicos del siglo x v i i no tenía objetivo práctico a priori, y
que una amplia minoría (40%) estaba constituida por trabajos
de ciencia pura. Así, contrariando una idea muy difundida, no
son las necesidades sociales y económicas las que guían a la
ciencia, incluso si factores políticos específicos, económicos o
sociales pueden favorecer su desarrollo ofreciéndole condicio­
nes para su expansión, facilitando el respeto de las normas e
incluso si la ciencia puede contribuir al desarrollo socioeconó­
mico.

31
Sin embargo, cuando las condiciones sociales no permiten
que las normas sean respetadas, la actividad científica corre
el riesgo de perder su autonomía. Es el caso notorio de los
regímenes totalitarios, donde los valores que animan a la
ciencia pueden entrar en colisión con los valores impuestos
por el régimen. Desde 1938 Merton estudia las consecuencias
de la política nazi en el desarrollo de las ciencias en Alemania:0
la exclusión de los científicos judíos y la exclusiva promoción
de los arios, la sumisión de las investigaciones a las necesida­
des inmediatas de la industria, la dependencia directa frente
al poder político, la dificultad de ejercer el espíritu crítico
sobre los resultados producidos por la investigación nazi o,
también, el anti intelectualismo, son elementos que iban en
contra del ethos científico y afectaban la autonomía de la
ciencia. A la inversa, Merton defiende la idea de que las
sociedades democráticas favorecen el desarrollo de la ciencia:
los valores del ethos científico concuerdan fácilmente con los
valores sostenidos por las democracias. Esta cuestión de la
autonomía de la ciencia es esencial en la sociología mertonia-
na (pero es ambigua; cf. 2.2 infra).
Este modelo del ethos científico y de la estructura social de
la ciencia constituye un modelo funcional en el sentido en que
el autor lo entiende: se tra ta de una “teoría de alcance medio”,
es decir de una “teoría intermedia entre las hipótesis menores
que todos los días surgen profusamente en el trabajo cotidiano
de investigación y las amplias especulaciones que parten de
un esquema conceptual maestro, del que se espera extraer un
gran número de regularidades del comportamiento social,
accesibles al observador”.6Las normas adelantadas no tienen
vocación de cumplir una función universal, ni de constituir las
normas únicas de la sociedad, sino tan solo de describir el
funcionamiento propio de un subsistema particular de la
sociedad.
En sus investigaciones, Merton no concentra su atención
sobre el contenido de la ciencia, es decir, los conocimientos, las
leyes, las teorías científicas y los procedimientos del pensa­
miento. Incluso se opone a intentos, como el de Karl Mann­
heim, orientados a estudiar el condicionamiento social de los

5 “Science and Social order” [19381,- en The Sociologie o f Science, op. cit.
págs. 254-266.
6 Elementa de théorie et de méthode sociologique, Paris, Armand Colin,
1997 [1957],

32
modos de pensamiento.7 Su mirada se dirige a los hechos del
conocimiento, no a los conocimientos y a su contenido. El
respeto de las normas basta para garantizar la racionalidad
(la no ambigüedad de los resultados de la experiencia y de los
saberes), la acumulación (desarrollo continuo de los saberes que
se acumulan sin invalidar los saberes pasados) y el carácter no
conflictivo del saber (compatibilidad y no contradicción de los
saberes). Estos rasgos, que constituyen los caracteres esenciales
del conocimiento científico, son definidos independientemente de
las condiciones sociales, aun si dichas condiciones pueden
favorecer o, al contrario, obstaculizar su respeto. Para Merton,
el estudio de esos rasgos surge de la epistemología.

2. É x it o y l ím it e s
DE LAS NORMAS MERTONIANAS

La sociología mertoniana de las ciencias logra su éxito en los


años ’50 y, sobre todo, en los ’60. En esa perspectiva, el trabajo
de los sociólogos consiste especialmente en aprehender los
procesos efectivos de regulación, los procesos mediante
los cuales las diferentes normas se encarnan y cumplen su pa­
pel. Por ejemplo, en colaboración con Merton, H arriet Zucker-
man estudia los comités de redacción de las revistas científi­
cas (los referees, surgidos al mismo tiempo que la ciencia
moderna, en el siglo xvii) para identificar sus roles y funcio­
nes.8 Inicialmente, los referees están ahí para otorgar o negar
el im-primatur y garantizar el valor científico del artículo: un
artículo publicado en una revista científica no supone la
representación de su autor, sino del conjunto de la comunidad
científica, la que, a partir de la publicación, se compromete.
En segundo lugar, los referees permiten a los autores no
perder demasiado tiempo en validar sus resultados: los comi­
tés de redacción los ayudan a verificar el acierto de sus
investigaciones. De este modo, los científicos pueden dedicar
más tiempo a su actividad principal: buscar nuevos resulta­
7 “Karl Mannheim and the Sociology o f Knowledge”, en Social Theory
a n d Social Structure, Nueva York, Free Press. 1968, págs. 543-562.
8 Robert K. Merton & Harriet Zuckerman, “Institutionalized Patterns of
Evaluation in Science” [19711, en The Sociology o f Science, op. cit., págs. 460-
496.

33
dos. Correlativamente, los referees incitan a los científicos a
dar muestras de originalidad al negarse a publicar artículos
cuyas conclusiones ya sean muy conocidas. Al mismo tiempo
-tercera función-, la existencia de referees obliga a los autores
a trabajar con seriedad, a no proponer artículos cuyas conclu­
siones no estén lo suficientemente apuntaladas.
El éxito del enfoque mertoniano no significa que haya
ejercido hegemonía, imponiéndose sin permitir el surgimien­
to de otros enfoques. Su éxito deriva tanto de las profundiza-
ciones como de los análisis alternativos o de las respuestas
críticas. El pensamiento de Merton es un pensamiento esen­
cial, aunque criticado. Justam ente, en virtud de las críticas
que se le han dirigido, así como de la evolución de su propio
pensamiento, Merton ha ido revisando su esquema teórico.

2.1 La revisión de las normas

Una de las principales modificaciones que Merton introduce


en su modelo ocurre a partir de tomar en cuenta un fenómeno
corriente en las ciencias: los descubrimientos simultáneos y
las querellas de prioridad, a menudo ásperas, a veces violen­
tas, que producen.9 Así, el descubrimiento del virus del sida
recientemente suscitó una querella entre los profesores Luc
Montagnier y Robert Gallo, puesto que cada uno de ellos
consideraba ser el único descubridor del virus. El filósofo y
psicólogo francés Pierre Jan et disputó a Freud la invención
del psicoanálisis. Aun el célebre Newton emprendió numero­
sas batallas por la paternidad de la teoría de la gravitación
universal (contra Robert Hooke) y del cálculo diferencial
(contra Leibniz).
Esas querellas violan las normas del ethos científico, y más
precisamente la norma del “comunalismo”, sobreentendiendo
que los conocimientos adquiridos pertenecen a todos y que el
derecho de propiedad no debería existir. Para explicar dichas
violaciones, que a menudo son protagonizadas por científicos de
renombre, poco sospechables de egoísmo y de participación en
los beneficios, y cuya integridad no está en cuestión, Merton
introduce dos nuevas normas sociales: la originalidad y la
humildad. Al valorizar las instituciones científicas la capacidad

9 “Priorities in Scientific Discovery” [1957], The Sociology o f Science, op.


cit., págs. 286-324.

34
de invención y al ser el avance del conocimiento su fin último,
los científicos deben dar m uestras de originalidad buscando
producir resultados inéditos. Por otra parte, el investigador es
reconocido por la institución sobre la base de esta originalidad:
tiene, por tanto, el mayor interés en ser percibido como el
inventor o el descubridor -único, si fuera posible- de un nuevo
resultado. Cuando se vuelve absoluta, la búsqueda de la origi-
n alidad incita a los científicos aun a plagiar resultados de los que
toman conocimiento antes de su publicación definitiva o a
cometer fraude, inventado resultados inexistentes.
Esa búsqueda de la originalidad felizmente está equilibra­
da, según Merton, por otra norma: la humildad (a veces
sinónimo, en sus escritos, de modestia). Cuando Laplace
escribe: “No sé nada” y “Es poco lo que sabemos e inmenso lo
que no sabemos” o cuando Newton afirma “Si he podido ver
más lejos es porque me apoyaba sobre los hombros de gigan­
tes” (ibid., pág. 303), ambos dan pruebas de humildad, de
modestia: reconocen públicamente sus limitaciones. Los agra­
decimientos o las dedicatorias en el encabezamiento de traba­
jos científicos (libros, tesis, artículos) y, más en general, la
explicitación de las citas y de lo tomado de trabajos de otros in­
vestigadores, son la señal de la relativa indiferencia de los
investigadores ante las cuestiones de prioridad o de propie­
dad: al reconocer esas deudas ante sus pares o ante su director
de investigación, al atribuir la paternidad de ciertas ideas a
sus colegas, los investigadores dan pruebas de humildad.
Al incluir esas nuevas normas en su modelo, de hecho
Merton introduce, de manera más o menos explícita, la idea
de competencia: la búsqueda de la originalidad y de la priori­
dad da origen a una competencia entre los investigadores. La
comunidad científica es, pues, no sólo un espacio cooperativo
(comunalismo), sino también un espacio competitivo. Más
tarde, esa idea de competencia dará origen a un modelo social
de la ciencia alternativa (cf. 3, infra).

2.2 Los límites del sistema mertoniano

Con la introducción de esas dos nuevas normas, el sistema


mertoniano pierde su armonía: al ser contradictorias ciertas
normas, existe el riesgo de desequilibrios, posibilidades de
desviaciones. El nuevo modelo funcional permite, por cierto,
comprender la existencia de fraudes, de querellas entre cien­

35
tíficos, pero no puede explicarlos, es decir, no es capaz de
comprender por qué, según las circunstancias, algunos son
impulsados al fraude o a la querella y otros no. ¿Cuáles son las
fuerzas que, más allá de las normas, guían el proceso de
investigación científica e incitan a los actores a actuar como lo
hacen? Esa pérdida de la armonía funcional es también una
pérdida del poder explicativo del modelo.
En particular en los años ’60, los sociólogos subrayan las
tensiones que pueden ejercerse sobre los científicos, al llevar
sus investigaciones al seno de la industria (ciencias aplica­
das): en el marco de las normas mertonianas del ethos cientí­
fico, las obligaciones que se imponen al investigador son
contradictorias con los imperativos de la investigación aplica­
da. Así, el comunalismo se opone al secreto industrial; el
desinterés se opone a la necesidad de beneficio; la humildad
se opone a la competencia entre industriales... Por lo tanto,
¿qué sistema de normas finalmente habrá de imponerse al
científico: el de las aplicaciones industriales de la ciencia o el
de la ciencia? En un estudio de 1963, Kornhauser optaba por
la segunda solución, estimando que el científico se identifica
ante todo con la comunidad científica. En efecto, ésta ejerce
una profesión altamente calificada, cuyo sistema de valores es
propio y fuerte: la profesión de científico constituye una
corporación impermeable a los otros sistemas de valores.10
Diversas investigaciones han atemperado ese optimismo, al
mostrar que la profesión no era homogénea e incluía a la vez
individuos muy apegados a las normas de su profesión y otros,
más oportunistas y fuertemente implicados en la investiga­
ción industrial.
Por otra parte, varios autores dirigen críticas precisas a la
noción de “norma”: algunos estiman que las normas son
ideales sin contenido empírico; otros, que no corresponden a
las prácticas reales de los científicos; otros aun, que no tienen
el alcance que Merton les atribuye. A fines de los años ’60,
Michael Mulkay defiende la idea de que las normas mertonia­
nas no son más que ideales y que los verdaderos valores
defendidos por los investigadores se sitúan en su sistema de
conocimiento:11 siguiendo a Thomas Kuhn (cf. capítulo cua­

10 William Korhhauser, Scientists in Industry, Berkeley, University of


California Press, 1963.
11 “Some Aspects of Cultural Growth in the Natural Science”, Social
Research, vol. 36, n" 1, 1969, págs. 22-52.

36
tro), Mulkay considera que los científicos buscan ante todo
proteger su paradigma, canalizar los inventos de m anera que
ingresen al marco de la “ciencia normal”, es decir, en el marco
de las teorías y resultados ya establecidos. Cita el ejemplo de
un científico cuyo libro, juzgado como iconoclasta porque
cuestionaba varias hipótesis centrales de la astronomía, de la
geología y de la biología, fue criticado y rechazado por la co­
munidad científica sin que las ideas desestimadas hubieran
sido analizadas. En relación con las normas mertonianas, el
comportamiento de la comunidad se desvía. Para el autor
criticado, las leyes de la mecánica o de la biología, en todo caso
tal como eran conocidas en el momento de la publicación de su
obra, constituían las verdaderas normas. Mulkay proporcio­
na una explicación para este fenómeno: estima que la sociali­
zación de los científicos (a partir de sus estudios, a partir de
su inserción en la comunidad científica) es un proceso muy
estricto, que produce una “rigidez cognitiva” que deja poco
lugar a la originalidad, a la curiosidad fuera del marco estricto
de su competencia especializada. Los científicos experimen­
tan fundamentalmente la necesidad de un “consenso cogniti-
vo” y tienden a rechazar todo elemento de “disonancia” (ibid.,
págs. 36-37). En otros términos, los enunciados que concuer-
dan con su paradigma son fácilmente aceptados y los que no
concuerdan tienden a ser rechazados.
Un poco más tarde, una crítica cercana a la de Mulkay fue
formulada por el científico y sociólogo norteamericano Ian
Mitroff en su estudio de los científicos que trabajaron sobre las
rocas lunares traídas por las misiones Apolo.12 Para él, tam ­
bién las normas mertonianas son ideales cuya única realidad
se sitúa en el discurso ideológico de la institución: no son más
que actitudes que Merton creyó identificar en algunos gran­
des científicos y que de inmediato idealizó y elevó a la catego­
ría de normas institucionales. Aparentemente, esos ideales
permiten dar cuenta de la racionalidad de los conocimientos
producidos por la comunidad científica, pero sólo constituyen,
a lo sumo, reglas ideológicas prescriptivas y, de todas mane­
ras, no permiten dar cuenta de la actividad cotidiana de los
investigadores (ibid., págs. 10-18). Al contrario, Mitroffmues-
tra que el comportamiento de los investigadores está guiado

12 Ian A. Mitroff, The Subjective S id e o f Science: a Philosophical Inquiry


into the Psychology o f the Apollo Moon Scientists, Amsterdam Elsevier,
1974.

37
no sólo por las exigencias de la lógica de los métodos científi­
cos, sino también por su psicología individual. Pone en eviden­
cia la existencia de procesos de obstinación, de negativa a
abandonar hipótesis invalidadas por los datos experimenta­
les. Los científicos se muestran apasionados al realizar una
investigación: no mantienen la actitud fríamente racional y
objetiva que a menudo se les adjudica. Mitroff se opone a la
idea, defendida por Merton, del desinterés: la obstinación, el
compromiso emocional están presentes y son necesarios para
la investigación. También se opone a las ideas de comunalis-
mo y universalismo: a los efectos de proteger sus ideas, a
menudo los investigadores las mantienen en secreto. La serie
de normas mertonianas es, pues, completada por una serie de
contra normas, que corresponden más a los comportamientos
psicológicos individuales {ibid., pág. 79): las normas de com­
promiso emocional, de egoísmo/soledad, de interés o incluso
de particularismo (no todos los científicos tienen por único
objetivo la búsqueda del conocimiento racional). Y la actividad
científica es concebida como un juego cuyas normas y contra
normas constituyen las reglas: como en todos los juegos, la
psicología de los jugadores es esencial, incluso si el juego no se
reduce a ella. Mitroff aboga por una sociología de las ciencias
capaz de integrar la psicología de los investigadores (ibid.,
pág. 251 y ss.).
También se le reprocha a Merton no tener en cuenta la
heterogeneidad de las situaciones, al mismo tiempo discipli­
narias e históricas.13 Las normas no son transhistóricas y
transdisciplinarias. Incluso luego de la expansión de las
instituciones científicas, ciertos desarrollos son producto de
aficionados que, aislados, no están sometidos a las normas
de la comunidad. Y, en el siglo xx, la ciencia debió justificar el
interés de sus investigaciones para obtener, de la sociedad, las
subvenciones necesarias para sus costosos experimentos: no
constituye pues una comunidad perfectamente autónoma,
regida por normas que la aíslan del funcionamiento general
de la sociedad. Estas críticas desembocan sobre una limita­
ción del alcance del sistema mertoniano.
Otra queja se dirige al sistema mertoniano: al proponer un
esquema de funcionamiento al mismo tiempo perfectamente
democrático y racional, Merton se apoya sobre una concepción

13 Barry Barnes & Riki Dolby, “The Scientific Ethos: A Deviant Viewpo­
int”, Archives européennes de sociologie, 1970, XI, n" 1, págs. 3-25.

38
acumulativa y consensual del saber, pero este sistema no
permite explicar las revoluciones, los conflictos, las rupturas
radicales en los saberes y en las organizaciones científicas.

3. La c ie n c ia
com o “s is t e m a d e in t e r c a m b io ”

Las críticas dirigidas a la demasiado amplia generalidad de


las normas mertonianas contribuirán, tanto en Merton como
en otros autores, a no limitarse al examen de las condiciones
generales de desarrollo y de existencia de la institución
científica, y a desplazar la atención del sociólogo hacia las
motivaciones individuales, hacia mecanismos que actúan
sobre los propios investigadores. En su modelo inicial, Merton
no aborda explícitamente la cuestión de las razones persona­
les que pueden tener los científicos para contribuir con la
investigación: a lo sumo, de m anera implícita, sobreentiende
que su motivación reside en su deseo de ver el avance del
conocimiento, de encontrar respuestas a preguntas sobre la
naturaleza y sus leyes. El ethos científico no constituye
la psicología del investigador, sino solamente los principios de
su ética.
En diversos artículos publicados en los años ’60, Merton
esboza una solución que será profundizada por alguien cerca­
no a él, Storer, y más tarde generalizada por Hagstrom. De
este trabajo nace la idea de que la ciencia es un mercado, un
sistema de intercambio, cuyos bienes disponibles poseen
especificidades que los distinguen de los bienes del mercado
económico. Merton propone que sea tenido en cuenta el
sistema institucionalizado de recompensas y de “gratificacio­
nes”: si cada científico busca ser el primero en publicar un
nuevo resultado es porque espera obtener reconocimiento,
recompensas. Esta búsqueda de gratificaciones lo incita a
trabajar en un estricto respeto de las normas de la comunidad.
Merton describe un fenómeno que califica de “efecto San
Mateo”: cuanto más publica un autor, más recompensas
obtendrá, premios o fondos para sus investigaciones y, en
consecuencia, con mayor facilidad podrá seguir publicando.
Así, el proceso de distribución de las gratificaciones es acumu­
lativo y se ajusta al precepto del Evangelio según San Mateo,

39
al menos tal como lo interpreta Merton: el dinero llegará más
a los ricos, y los pobres serán cada vez más pobres.14
En su obra The Social System o f Science,15 Norman W.
Storer profundiza esta idea. Define al sistema social de la
ciencia como “un conjunto de procesos de interacción organi­
zado en torno al intercambio de un producto (mercadería)
único y conducido por una serie de normas comunes que
facilitan la circulación de ese producto” (ibid., pág. 75). Tal
producto es el reconocimiento (renombre, notoriedad) profe­
sional del científico: el mismo es definido por parte de los otros
científicos como “el re-conocimiento (acknowledgment) de la
validez e interés de su contribución al saber”. Concretamente,
ese reconocimiento puede pasar por la cita de sus trabajos
publicados, por la atribución de premios, de recompensas, de
posiciones editoriales, de títulos honoríficos o por la nomina­
ción para puestos prestigiosos. El empleo de epónimos es
igualmente una forma de reconocimiento (ibid., págs. 20-21).
Storer traza un paralelo entre el sistema de intercambio en
vigor en el seno de la comunidad científica y el sistema que
caracteriza al espacio económico: los principios de organiza­
ción de esos sistemas son idénticos; sólo difieren las normas y
la naturaleza de las mercaderías intercambiadas. En un caso
como en el otro, los actores (científicos, industriales o comer­
ciantes) procuran adquirir una mercadería (el reconocimien­
to, el dinero) sólo conseguible por medio del intercambio y
respetando las reglas de juego (normas o leyes). Este esquema
de funcionamiento no es incompatible con las normas merto-
nianas; muy por el contrario, para Storer estas normas son
activamente m antenidas por los científicos que las aceptan.
Cada científico es consciente de que son necesarias para el
correcto funcionamiento del sistema de intercambio y desea la
permanencia de un sistema en el que sus esfuerzos reciben
honestas recompensas.16
El sociólogo norteamericano Warren O. Hagstrom introdu­
jo una ruptura radical en relación con el análisis general de
Merton y de Storer. En su obra The Scientific Community,17
abandona la idea de que las normas puedan regir la comuni­
14 “Recognition and Excellence: Instructive Am biguities” [I960], en The
Sociology o f Science, op. cit., págs. 419-438: “The M atthew Effect in Science”
[1968], ibid. págs. 439-459.
15 Nueva York, Holt, Rinehart & Winston, 1966.
16 Ibid., pág. 86.
17 Nueva York, Basic Books, 1965.

40
dad científica, la posibilidad de que un sistema normativo
pueda condicionar los comportamientos individuales. Los
únicos principios de regulación son los principios del mercado.
Los científicos entregan sus respectivas producciones (resul­
tados, teorías, conocimientos) a cambio de reconocimiento, de
notoriedad (diplomas, premios, puestos, créditos). Sin pro­
ducciones para intercambiar, el científico no adquiere peso
dentro de la institución (publish or perish, publica o perece).
La motivación de un investigador proviene de la estima que
recibe de parte de la comunidad y ésta, a cambio, obtiene
conocimientos. Las normas mertonianas son reemplazadas
por el mercado, ese sistema de donativo y contra donativo.
Estos principios bastan para el funcionamiento y el m anteni­
miento de las finalidades de la comunidad científica (el esta­
blecimiento de conocimientos), pues los científicos tienen
interés en elegir métodos rigurosos y en determ inar cuidado­
samente sus pasos, a los efectos de no arriesgarse a enunciar
resultados que más tarde sean refutados por la comunidad, lo
que les haría perder su renombre. El valor de un aporte
depende de su ajuste a las exigencias técnicas y metodológi­
cas de su elaboración.
Este sesgo fue retomado por dos sociólogos franceses,
Gérard Lemaine y Benjamin Matalón. En un artículo de 1969,
apoyándose en entrevistas mantenidas con investigadores de
diversas disciplinas y en relatos históricos (en especial el del
descubrimiento del ADN por Watson), m uestran que “el fun­
cionamiento de la ciudad científica descansa en la competen­
cia y en la existencia de un cierto sistema de recompensas” y
que “los comportamientos de los miembros de la ciudad están
condicionados por una doble necesidad: necesidad de estar
visible o prioritario para obtener el reconocimiento y, con ese
fin, necesidad de conseguir un trabajo satisfactorio en ciertas
condiciones en el plano lógico y técnico”.18 Ese espíritu de
competencia, fuente de energía del sistema social de la cien­
cia, desemboca en conflictos y rupturas y, a partir de estos
hechos, en procesos de diferenciación y de especialización de
los investigadores.
En este modelo, como en los de Storer y Merton, el espacio
social de la ciencia es autónomo en relación con las demás
dimensiones de la sociedad. La especificidad del sistema de

16 “La lutte pour la vie dans la cité scientifique”, Revue française de


sociologie, abril-junio de 1969, vol. 10, n" 2, págs. 139-165.

41
regulación (las normas en Merton y en Storer, el mercado y la
naturaleza del bien intercambiado en Hagstrom) lo garantiza
a priori.

4. La c ie n c ia c o m o “c a m p o ”

E sta característica fundamental de la ciencia se vuelve a


encontrar igualmente en Pierre Bourdieu bajo la noción de
“campo”: es un universo intermediario entre el conjunto de la
sociedad y los agentes, y en el que están insertos los individuos
y las instituciones que producen el bien propio del campo. Así,
es posible hablar de campo literario, en cuyo seno se producen
las obras literarias (libros, novelas, poesías). Esta noción
permite captar el funcionamiento de cualquier parte del
mundo social, sobre todo de la ciencia que, en 1976, fue objeto
de un artículo teórico titulado “Le champ scientifique”:19 “El
universo ‘puro’ de la ciencia más ‘pura’ es un campo social
como cualquier otro, con sus relaciones de fuerzas y sus
monopolios, sus luchas y sus estrategias, sus intereses y
sus beneficios, pero donde todas esas invariantes revisten
formas específicas”. ¿Cuáles son esas formas?
Bourdieu expone ideas que, en ciertos aspectos, se empa­
rientan con las de Hagstrom (quien es citado): la comunidad
científica es un mercado, un lugar de lucha y competencia, que
tiene por objetivo la acumulación de credibilidad científica, es
decir, para retomar los términos de Bourdieu, la acumulación
de “capital simbólico”. El científico puede intercam biar sus
conocimientos contra la credibilidad científica que entonces
puede reinvertir en la producción de nuevos conocimientos.
Cada científico es concebido como un capitalista que debe
crear y adm inistrar su propio capital. Más concretamente, “el
investigador depende de su reputación ante los colegas para
obtener fondos para la investigación, para atraer estudiantes
de calidad, para asegurarse grants y becas, invitaciones y
consultas, distinciones (por ejemplo, el premio Nobel, la
National Academy of Science)” {ibid., pág. 93).
19 Actes de la recherche en sciences sociales, junio de 1976, n°2/3, págs. 88-
104. Véase también Les Usages sociaux de la science: p ou r une sociologie
clinique de cham p scientifique, París, INRA, 1997, (Los usos sociales d e la
ciencia, Buenos Aires, Nueva Vision, 2000).

42
Sin embargo, su teoría del campo científico difiere en varios
puntos de la de Hagstrom. Por una parte, Bourdieu estima
que los bienes intercambiados en el mercado no tienen valor
intrínseco: no existen los conocimientos que, en sí mismos,
tengan un valor objetivo. Su valor proviene del interés que los
demás miembros de la comunidad les acuerden. La opción de
inversión depende entonces de los anticipos de los científicos
sobre los bienes que tienen chance de lograr, en un tiempo más
o menos largo, el interés de los demás científicos. Abandona
pues la idea, presente en Hagstrom, de la existencia de
normas metodológicas o técnicas que pesan sobre los conoci­
mientos y determinan su valor, de la existencia de un valor
objetivo independiente del mercado.
Por otra parte, todos los agentes no son iguales en dotación
de capital y poder de acción sobre el campo: un actor dotado de
un capital científico elevado puede modificar más o menos
profundamente el campo al cambiar las líneas de fuerza que
lo atraviesan, los valores acordados a los bienes intercambia­
dos. Por ejemplo, el trabajo de Einstein contribuyó por sí solo
a modificar los temas sobre los que es pertinente trabajar en
física: después de Einstein, los físicos no trabajan de la misma
manera en que lo hacían antes de él. Es posible establecer un
paralelo con otros campos, el de la economía, por ejemplo: una
gran firma puede modificar todo el espacio económico bajando
sus precios de venta y arrojando así fuera del campo económi­
co a toda una población de pequeños empresarios.20
La competencia es más general entonces en la teoría de los
campos que en el enfoque propuesto por Hagstrom: los a-
gentes entran en competencia no sólo para tener la prioridad
de un descubrimiento, sino también para determ inar qué
clases de descubrimientos son considerados pertinentes en
un momento determinado. En suma, los bienes y también los
criterios que perm iten evaluarlos están sometidos a las leyes
del mercado competitivo. Tan bien que los agentes tienden a
querer hacer desaparecer la competencia para adquirir una
situación de monopolio de la autoridad científica y, asi,
controlar el conjunto del campo.
Finalmente, el campo científico es el lugar de dos formas de
capital científico: “por una parte, un poder que puede llamarse
temporal (político), poder institucional e institucionalizado
que está ligado a la ocupación de posiciones eminentes en las

20 Les Usages sociaux de la science, op. cit., págs. 16-17.

43
instituciones científicas, dirección de laboratorios o de depar­
tamentos, pertenencia a comisiones, comités de evaluación,
etc., y al poder sobre los medios de producción (contratos,
créditos, puestos, etc.) y de reproducción (poder de designar y
de hacer carreras) que asegura; por otra parte, un poder
específico, “prestigio” personal que es más o menos indepen­
diente del precedente y que descansa casi exclusivamente en
el reconocimiento del conjunto de pares o de la fracción más
consagrada entre ellos” (t bid., págs .28-29). Estas dos formas de
capital, indisociables, intervienen m utuam ente en el funcio­
namiento del campo. Sin embargo, no están necesariamente
repartidas por igual entre los agentes. En el campo universi­
tario francés, Bourdieu m uestra que, en el caso de las faculta­
des de letras y de ciencias humanas, los profesores más
dotados de poder político son pobres en capital de prestigio y
de reconocimiento científico (y a la inversa).21
En la medida en que el capital político no está igualmente
distribuido entre los agentes, el campo científico comporta
una dimensión de arbitrario social. Esto no significa, para
Bourdieu, que la autonomía del campo en relación con la
sociedad y con los intereses privados no pueda estar garanti­
zada. La lógica propia del campo, y en particular la lucha entre
los dominantes y los recién llegados, ejercen una “malversa­
ción sistemática de los fines” que hace girar continuamente la
prosecución de los intereses científicos privados en beneficio
de la ciencia. La construcción del campo y de su autonomía es
resultado de una historia de larga data: de la obturación
progresiva han nacido una comunidad y un habitus científico
específicos que, al construirse, han reforzado la obturación”.

21 Homo A cadém icas, París, Éd. de Minuit, 1984.

44
Capítulo 3
LOS CIENTÍFICOS
Y SUS INSTITUCIONES

Los estudios de la ciencia mencionados en el capítulo anterior


se orientaban principalmente a describir los principios de
regulación general o la organización abstracta del espacio
científico. De alguna manera, se trababa de captar “la esen­
cia” de ese espacio, de sus individuos y de sus instituciones.
Una cuestión diferente es captar su “cuerpo”. En efecto, al
menos desde comienzos del siglo xix, la ciencia está dotada de
un cuerpo estructurado, compuesto por individuos que hacen
de la investigación científica su profesión y por instituciones
exclusivamente orientadas hacia la investigación (y la ense­
ñanza) de las ciencias. En Francia, los siglosxix y xx vieron el
nacimiento del Museo de Historia Natural, de las grandes
escuelas y las universidades, del Instituto de Física, del
Instituto Pasteur y, más tarde, del Centro Nacional de Inves­
tigación Científica (CNRS).
D urante los años ’60 y ’70, diversos autores se dedicaron a
estudiar ese “cuerpo”. ¿Cómo está organizado? ¿Cuáles son
sus instituciones? ¿Cuáles sus modos de desarrollo? ¿Cuáles
las formas de jerarquía?... Los sociólogos se preguntan si es
posible comprender los funcionamientos y disfuncionamien­
tos de la ciencia, a los efectos de poder guiar mejor el desarro­
llo y el control de sus frutos. La preocupación que se inscribe
como telón de fondo es la planificación y la voluntad política
de acción sobre la ciencia.
Antes de abordar la m anera en que esos autores proponen
analizar el “cuerpo” del espacio científico, y más precisamente
su estratificación (jerarquía, profesiones, desigualdades, cf. 2.
infra), así como las dimensiones formales (instituciones, dis­
ciplinas^/-. 3. infra) e informales (grupo, redes,cf. 4. infra) de
su organización, veamos un instrumento útil para el tra ta ­
miento de estas cuestiones.
45
1. U n a h e r r a m ie n t a :
LA CIENTOMETRÍA

El estudio del espacio científico, de sus actores, de sus institu­


ciones y de sus fronteras, favoreció los enfoques cuantitativos,
posibilitados en los años ’60 gracias al desarrollo de las
calculadoras automáticas (máquinas de tarjetas perforadas,
luego computadoras) y de bases de datos documentales que
reagrupaban las informaciones, numerosas, estandarizadas
y a menudo nominativas, sobre la actividad científica.

1. 1 Medir la ciencia

Uno de los primeros signos tangibles (objetivantes) de la


actividad científica, fácil de obtener ya que es público, cómodo
de analizar puesto que se halla relativamente estandarizado,
está constituido por el conjunto de la literatura científica
(publicaciones bajo forma de artículos, de informes, de li­
bros...). Para sus investigaciones, los sociólogos han recurrido
principalmente a las bases documentales creadas por Eugene
Garfield en los Estados Unidos, en el marco del Institute for
Scientific Information (ISI): el Science Citation Index (1963),
el Social Science Citation Index ( 1973) y elArís and H um ani­
ties Citation Index (1978).1 Esas bases contienen, para cada
publicación científica, una descripción bibliográfica completa:
el nombre del autor (y algunas informaciones sobre su situa­
ción), informaciones sobre la revista (nombre, fecha, volumen,
número, páginas) o la publicación, lengua de la publicación,
año y las informaciones acerca de los artículos o trabajos
citados. A título de ilustración, el Science Citation Index
contenía, en 1977, más de siete millones de referencias, que
reflejaban las publicaciones de más de 4.000 revistas (y otras
fuentes científicas) de cerca de 900.000 autores.
El tratam iento de estos datos permite saber cuáles son los
autores o revistas más citadas, los o las que publican más. Es
igualmente posible captar el desarrollo de la comunidad y el
crecimiento de su producción científica, y estudiar las citas y
co-citas para establecer un mapa del diálogo entre los autores

1 Eugene Garfield, Citation Indexing. Its Theory a n d A pplication in


Science, Technology a n d H um anities, Nueva York, John Wiley & Sons, 1979.

46
a través de sus publicaciones (redes de citas), vincular una
publicación al árbol “genealógico” de todas las publicaciones
que la han precedido y a las que se refiere, o de analizar las
relaciones que mantienen las publicaciones en función de su
contenido. En suma, estas bases posibilitan a la vez los
análisis por actividad (¿cuáles son los niveles de actividades?)
y estudios relaciónales (¿quién trabaja con quién?, ¿cuáles son
los tem as de investigaciones cercanos?). Todas esas vías, que
surgen de la “bibliometría”, han suministrado la materia
prima a buen número de estudios emprendidos en los años ’60
y ’70.
La cientometría constituye hoy una disciplina aparte, útil
para los sociólogos, para los historiadores y también para los
administradores de la investigación y los especialistas de la
vigilia tecnológica.2 Desde 1979, dispone de una revista,
Scientometrics.

1.2 Conocer y emplear la ciencia de la ciencia

Además de facilitar su estudio, el análisis cuantitativo de la


ciencia también contribuyó al nacimiento de un nuevo espíri­
tu: el de determ inar las leyes de desarrollo científico, los
principios de una gestión óptima de la investigación, incluso
de las reglas de la innovación. En resumen, contribuyó a la
búsqueda de una ciencia de la ciencia. Este movimiento se
encuentra vinculado a los esfuerzos emprendidos, luego de la
Segunda Guerra Mundial, para organizar el desarrollo de los
países occidentales (frente a la amenaza que constituían,
durante el período de la Guerra Fría, los países del bloque
soviético).
El ejemplo más célebre de ese esfuerzo para determinar las
leyes del desarrollo científico es la investigación publicada por
Derek de Solía Price, Little Science, Big Science2, (1963).
Físico e historiador de las ciencias, Price entiende fundar lo
que denomina la “ciencia de la ciencia”: ¿por qué no aplicar los
procedimientos científicos al estudio de la propia ciencia? A
imagen de los científicos que estudian los gases, cuyo compor-

2 Michel Callón, Jean-Pierre Courtial, Hervé Pénan, La Scientom étrie,


París, PUF, 1993.
3Traducido al francés con el título Science et suprascience, París, Fayard,
1972 [1963], (H acia una ciencia de la ciencia, Barcelona, Ariel, 1988.)

47
tamiento medio es posible determ inar sin conocer el com­
portamiento de cada una de las moléculas que los componen
(termodinámica), Price piensa poder identificar las leyes esta­
dísticas generales del desarrollo científico, incluso aunque
resulte imposible predecir los comportamientos individuales.
Gracias a la evolución estadística de las publicaciones y de
los efectivos científicos a diversas escalas (a escala de una vida
hum ana como a la de varios siglos), Price establece varias
leyes. La primera es la del desarrollo general de la actividad
científica: la misma se duplica cada quince años aproximada­
mente (crecimiento exponencial). Así, el número de publica­
ciones y el número de científicos se multiplica por dos durante
ese período. Después de este lapso de fuerte crecimiento, el
desarrollo de la ciencia chocará con un límite infranqueable.
En total, el crecimiento será pues de tipo “logístico” (curva en
S). Una segunda ley precisa las velocidades relativas del
avance: una pequeña élite publica mucho, mientras que una
gran mayoría publica poco. Más precisamente, esta ley (lla­
mada “ley de Lotka”) estipula que, en un período dado, la parte
de científicos que publican n papers es proporcional a 1/n2 así,
sobre 1000 autores, más de 600 publican un solo trabajo;
alrededor de 150 sólo publican dos artículos, m ientras que
menos de 10 autores publican más de 20 artículos.
De estas comprobaciones elevadas al rango de leyes, Price
deduce la necesidad de políticas científicas: nivel de presu­
puestos necesarios para el mantenimiento de un desarrollo
“natural” (exponencial) de la ciencia; rapidez de la formación
y del reclutamiento de personal científico y, consecuentemen­
te, nivel de desarrollo de las instancias de enseñanza; formas
de ayuda a los países que deseen desarrollar su sistema de
investigación científica...
Hoy la voluntad planificadora ha cedido lugar a dos clases
de empleo de la cientometría. En primer término, al ser la
investigación una actividad costosa, los encargados de decidir
recurren a la cientometría para evaluar la investigación:4
captar la eficacia de las sumas invertidas a la luz de los
resultados obtenidos; examinar los efectos de la investigación
sobre la dinámica socioeconómica; o, también, conocer los
sectores beneficiados o aquellos que merecen ser apoyados.
En consecuencia, se pueden adoptar medidas políticas o

4 David Evered & Sara Harnett (eds.), The E valuation o f Scientific


Research, Chichester, John Wiley & Sons, 1989.

48
económicas. En segundo lugar, la cientometría permite ase­
gurar una función de vigilancia tecnológica, es decir, determi­
nar los sectores científicos y técnicos en fuerte desarrollo o los
sectores considerados prioritarios, de los que se quiere tener
una vista sintética de conj unto sin comprometer un trabajo en
profundidad, largo y costoso. La obtención de un “mapa
sintético” de un campo de la actividad científica se apoya
entonces en el análisis multidimensional de las informaciones
bibliométricas: ese “mapa” identifica los subdominios más
centrales, los más periféricos o los que, cercanos unos de otros,
presentan una cierta cohesión.

2 . L a s e s t r a t if ic a c io n e s
DEL ESPACIO CIENTÍFICO

En 1966, en su obra The Social System of Science, Norman


Storer concibe el espacio de las ciencias como un sistema de
intercambio (resultados a cambio de renombre; cf. supra,
capítulos 2 y 3). Sin embargo, sus proposiciones no se detienen
allí: emprende un estudio general de las profesiones en la
institución científica. Alos efectos de garantizar la autonomía
de la ciencia, es decir, una amplia independencia de la ciencia
frente a su entorno político, social, religioso y económico, los
científicos deben desempeñar un papel central en la organiza­
ción y regulación de sus profesiones:

1. deben asegurar de manera autónoma el reclutamiento,


la formación y el progreso de las personas;
2. disponen de un sistema propio de recompensas orientado
a motivar a los miembros de su comunidad;
3. están a cargo de la trasmisión, del mantenimiento y de
la ampliación del cuerpo de conocimientos;
4. por último, a cambio de un apoyo financiero y de protec­
ciones, proponen a la sociedad la formación, la enseñanza y los
conocimientos. Dentro de este esquema, la sociedad no inter­
viene en la administración de las carreras y de las profesiones:
simplemente debe proporcionar una asistencia financiera a
los científicos que son los únicos dueños de la gestión interna
de su comunidad.5
5 Norman Storer, The Social S ystem o f Science, op. cit., págs. 16-20.

49
A excepción de la existencia de “juniors” y “seniors” (en
razón de la edad), para Storer no existen diferencias entre los
investigadores: la profesión está concebida como homogénea
y no presenta diferenciaciones de rol, de estatus o de prestigio.
El espacio científico es un sistema a la vez igualitario (sin
diferenciaciones o desigualdades internas), democrático (to­
dos los actores ejercen un papel real en la regulación de la
comunidad) y liberal (sin intervenciones exteriores). Aunque
más explícito acerca de las dimensiones profesionales de la
ciencia, Storer se diferencia poco de Merton: el espacio cien­
tífico está bien regulado, sin desigualdades y sin asperezas.
Opuestos a esa concepción homogénea de las profesiones
científicas, diversos autores han mostrado la existencia de je­
rarquías y desigualdades entre científicos, fenómenos de
reparto del trabajo y de principios de estratificación de las
instituciones científicas (laboratorios, centros de investiga­
ción, revistas...). Los indicadores de estas desigualdades son
múltiples. Un solo ejemplo: en los años ’70, la comunidad
científica norteamericana congregaba aproximadamente
500.000 personas; sólo un millar de ellas era miembro de la
Academia Nacional de Ciencias y menos de un centenar había
recibido el Premio Nobel.6 Estas desigualdades entran en
contradicción con el modelo de regulación democrática de la
vida científica y de la perfecta competencia.
Apoyándose a menudo en los datos y los instrumentos de la
sociometría, los sociólogos han comenzado a aprehender la he­
terogeneidad (jerarquías, desigualdades y estratificaciones)
del espacio científico.

2.1 Las desigualdades individuales:


la teoría de la ventaja comparativa

En los años ’60 y ’70, los hermanos Jonathan y Stephen Cole,


alumnos de Merton en Columbia, emprendieron investigacio­
nes sobre los procesos de recompensa y de promoción, o sea
sobre los procesos mediante los que los científicos atribuyen
un puesto y, así, sobre el origen de las desigualdades sociales
internas del espacio científico.7 Al estudiar una muestra de

6 Harriet Zuckerman, Scientific Elite. Nobel Laureates in the United


States, Nueva York, Free Press, 1977, págs. 9-10.
7 Una síntesis de sus trabajos apareció con el título Social Stratification

50
120 físicos norteamericanos, los lazos (correlaciones) entre la
productividad (número de publicaciones), la posición acadé­
mica (nivel de prestigio de la cátedra o del laboratorio), el
número y la calidad de las recompensas obtenidas, el nivel de
reconocimiento (número de veces que son citados) y finalmen­
te la edad, los hermanos Cole muestran que existe una
relación indirecta entre la posición académica de un investi­
gador y la calidad de su trabajo científico. Esa relación está
mediada por la “visibilidad” del investigador: “La publicación
de un trabajo de calidad volverá visible al investigador que lo
produce y la visibilidad le dará acceso a departamentos
prestigiosos”.8La relación entre el nivel de su posición acadé­
mica y la calidad de su trabajo (definida en términos sociales
como el número de artículos producidos durante cierto perío­
do) es inexistente (correlativamente nula), mientras que son
elevadas la correlación entre esa calidad y su visibilidad, así
como la correlación entre su visibilidad y la posición académi­
ca.
Teóricamente este proceso es virtuoso: el invento o el
descubrimiento científico permiten el acceso a posiciones
favorecidas, las que, a su vez, proporcionan a los investigado­
res buenas condiciones para la invención y el descubrimiento.
Así, la calidad de un investigador es recompensada y la
naturaleza de esa recompensa favorece su trabajo y su pro­
ductividad. En otros términos, la estructura social del espacio
científico y la innovación científica se refuerzan mutuamente.
Por tanto, incluso si la estructura social es congruente con el
progreso del saber científico, ¿dicha congruencia es perfecta?
En realidad, el acuerdo entre la posición social de un individuo
o de un grupo en el espacio científico y la calidad de sus
producciones científicas no es total. En efecto, como lo subra­
yan los hermanos Cole, a calidad de trabajo idéntica, un
investigador ya conocido (esto es, citado)logra más fácilmente
una recompensa o un puesto prestigioso que un investigador
poco o no conocido (esto es, poco o no citado); y, simétricamen­
te, un investigador llega con tanta mayor facilidad a hacerse
conocer (a ser citado) si ocupa un puesto prestigioso. De este
modo, cuando un artículo está firmado por varios científicos o
cuando un descubrimiento es realizado por varios investiga-

in Science, Chicago, University o f Chicago Press, 1973. Véase también


Stephen C ole,M aking Science, Cambridge, Harvard University Press, 1992.
8 Cole & Cole, 1973, op. cit., pág. 121.

51
dores, la mirada se posa principalmente sobre el investigador
más conocido: a él será atribuido lo esencial del mérito del
descubrimiento o del artículo. Otras investigaciones han
mostrado que era más fácil publicar un artículo cuando ya se
es conocido y reconocido: al elegir doce artículos publicados en
revistas de psicología, reemplazando los nombres de los auto­
res conocidos por nombres imaginarios y, por lo tanto, desco­
nocidos, y sometiendo esos “nuevos” artículos a comités de
lectura, Peters y Ceci mostraron que ocho de aquellos doce
artículos eran rechazados por esos comités: la notoriedad de
los firmantes originales de los artículos había jugado en su
favor.9
A partir de tales resultados, los hermanos Cole elaboraron
una teoría de la estratificación en el seno del espacio académi­
co: la teoría de la ventaja acumulativa {Accumulative A dvan ­
tage Theory) que sostiene en sustancia que “el reconocimiento
atrae al reconocimiento”; y que, a la inversa, el desconoci­
miento se refuerza a sí mismo. Se trata de una generalización
del efecto San Mateo adelantado por Merton (cf. supra, capí­
tulos 2 y 3). Un ejemplo sencillo es propuesto por Diane Crane,
quien mostró que la filiación científica se encuentra fuerte­
mente ligada al reconocimiento: cuanto mayor sea el prestigio
del lugar donde se haya realizado la formación (tesis, prime­
ros años de investigación), más fácilmente será reconocido el
investigador por la comunidad científica (atribución de pues­
tos, premios, subvenciones); de la misma manera, cuanto más
conocido sea el director que ha dirigido la tesis, o seguido la
formación de un joven investigador, más fácilmente reconoci­
do será ese joven investigador.10
La distribución de posiciones en el espacio científico no
está, entonces, directamente ligada al mérito. Existen des­
igualdades, sobre todo en virtud de la presencia de una élite:
la misma concentra una parte importante de los poderes,
ocupa las funciones de consejo o de decisión, dispone más
fácilmente de puestos y de subvenciones, y atrae a los jóvenes
investigadores que más prometen. Por estas razones, la élite

9 Douglas Peters & Stephen Ceci, “Peer-Reviewed Practices of Psycho­


logical Journals: The Fate of Published Articles, Cited Again”, B ehavioral
a n d B rain Sciences, 1982, 5, págs. 187-255.
10 Diana Crane, “Scientists at Major and Minor Universities: A Study of
Productivity and Recognition”, Am erican Sociological R eview , 1965, 30,
págs. 699-714.

52
científica y la emblemática constituida por los premios Nobel
han sido objeto de numerosas investigaciones.11 En Scientific
Elite ( 1977), Harriet Zuckerman muestra que los titulares de
premios Nobel tuvieron trayectorias particulares: los inte­
grantes de lo que ella llama “ultra élite”publican más tempra-
n a y frecuentemente que los demás; a menudo han surgido de
laboratorios donde ya trabajan científicos reputados, incluso
premios Nobel. Dos tercios de los Nobel han tenido su primer
puesto de trabajo en alguna de las muy grandes universidades
norteamericanas, mientras que tal situación sólo se da en un
20% de los investigadores comunes. Igualmente subraya que
los integrantes de esa élite tienen más tendencia a intercam­
biar y a colaborar entre sí que con los investigadores comunes.
Por otra parte, los miembros de esa “ultra élite” tienen un
origen social más bien favorable: menos de 3% de los titulares
de los premios Nobel tenían un padre agricultor, mientras que
el 20% de los titulares de un doctorado científico norteameri­
cano y el 35% de los empleados estaban en esa situación. El
espacio científico no está a salvo de los fenómenos de desigual­
dades que afectan al conjunto de la sociedad.
Las jerarquías pueden ser contra-productivas, en la medi­
da en que, según Bernard Barber,12 pueden significar un
retardo en la innovación científica. Identifica dos causas
principales para la resistencia que opone la comunidad cien­
tífica, o algunos de sus integrantes, al descubrimiento/inven­
ción: la existencia de ideas aceptadas (causas culturales) y la
presencia de diferencias de estatus social (causas sociales)
entre el descubridor y sus jueces. Si el descubrimiento es fruto
del trabajo de un investigador de rango inferior, los científi­
cos de alto rango tendrán la tendencia a oponerse o a no
interesarse con seriedad en el mismo. Tal es el caso del
matemático noruego Abel, quien, a comienzos del siglo xix, no
logró que fueran reconocidos sus importantes descubrimien­
tos por parte de matemáticos de renombre (sobre todo Gauss):
por ser desconocido, no era tomado en serio.
El proceso descrito por la teoría de la ventaja acumulativa
no ejerce su efecto de manera perfectamente idéntica: varía

11 Para un análisis general, véase Elisabeth Crawford, La Fondation des


p rix N obel scientifiques (1901-1915), Paris, Belin, 1988 [1984].
12 Bernard Barber, “Resistence by Scientists to Scientific Discovery”
[1961], en Social S tu dies o f Science, New Brunswick, Transaction Publis­
hers, 1990, págs. 97-113.

53
según sean las disciplinas. Henry Menard ha sugerido que, en
las disciplinas en fuerte desarrollo o emergentes, la acumula­
ción virtuosa de reconocimiento podía ser rápida y llevar a los
investigadores jóvenes a adquirir rápidamente un gran re­
nombre. Por el contrario, en el seno de las viejas disciplinas,
que no han experimentado transformaciones profundas, el
proceso de acumulación es más lento.13 Dos factores concu­
rren para explicar este fenómeno: por una parte, los jóvenes
investigadores de las disciplinas emergentes fácilmente pue­
den ser percibidos como fundadores; por otra parte, la obsoles­
cencia de las publicaciones es menos rápida en las nuevas
especialidades, donde las publicaciones son relativamente
escasas. En suma, un artículo publicado por un joven investi­
gador de un campo nuevo en pleno desarrollo tiene buenas
oportunidades de ser percibido como un artículo fundador y,
por tanto, fundamental, y ese investigador tiene muchas
chances de convertirse en una de las figuras emblemáticas del
campo.14

2.2 Otras formas de heterogeneidad

Como cualquier espacio social, el científico se encuentra


atravesado por jerarquías que conciernen a los individuos y
también a otras entidades: revistas, laboratorios, recompen­
sas... Veamos varios estudios que abordan algunos de esos
aspectos.
En física, por ejemplo, The Physical Review es más presti­
giosa que muchas otras publicaciones: es la más consultada,
leída, citada. Pese a que a menudo los autores tienen la
costumbre de citar los artículos publicados en la revista en
la que ellos mismos son publicados, The Physical Review es
siempre más citada que las demás revistas.13 No todas las
publicaciones tienen el mismo impacto: algunas publican

13 Henry Menard, Science: Growth a n d Change, Cambridge, Harvard


University Press, 1971.
14 Lowell H argens & D iane Felmlee, “Structural D eterm inants o f Stra ­
tification in Science”, Am erican Sociological R eview, 1984, vol. 49, n°5, págs.
685-697.
1'J Harriet Zuckerman & Robert Merton, “Institutionalized Patterns of
Evaluation in Science” [1971], en Robert Merton The Sociology o f Science,
op. cit., págs. 460-496.

54
artículos que serán escasamente citados; otras, artículos que
prometen un gran futuro. Un artículo publicado en la revista
Nature será citado en promedio 15 veces; un artículo publica­
do en la Annual Review of Biochemistry lo será 35 veces. Si
bien un pequeño número de artículos es muy citado, la
aplastante mayoría de las publicaciones es poco o no citada y
rápidamente cae en el olvido.
Del mismo modo, existe una jerarquía entre los laborato­
rios. El prestigio de un laboratorio de matemáticas de la
Escuela Normal Superior es mayor que el de muchos otros
laboratorios universitarios. Otro ejemplo de estratificación es
el que existe entre los premios y recompensas científicos:
desde el premio de tesis de una universidad al premio Nobel
existe un espectro muy amplio de recompensas científicas, de
desigual prestigio, desigual dotación (desde algunos centena­
res de francos a varios millones).
Si bien el reconocimiento y, por tanto, la recompensa de un
científico dependen de su posición institucional, del prestigio
de los lugares que frecuenta y de las revistas en las que publica
sus artículos, también dependen de otros factores extracien-
tíficos: el sexo, el origen social, la nacionalidad, la edad (la
edad media de los candidatos al doctorado o a la dirección de
investigación difiere de una disciplina a otra)16 o el origen
étnico.17
Las desigualdades sexuales, en particular, en el seno del
espacio científico son fuertes: basta con pensar en el lugar que
ocupan hoy, en Francia, las mujeres en disciplinas tan diver­
sas como la física o la medicina, las ciencias jurídicas o las
matemáticas. Esas desigualdades han sido objeto de un cre­
ciente número de estudios desde los años ’70, sobre todo por
impulso de las feministas norteamericanas que procuraban
distinguir la división biológica de los sexos y las expresiones
sociales y culturales de esa división {gender studies).18 Estos
estudios constatan todas las desigualdades sexuales en la
comunidad científica. Las investigadoras de sexo femenino

16 Por ejemplo, Harriet Zuckerman & Robert Merton, “Age, Aging and
Age Structure in Science” [1972], en The Sociology o f Science, op. cit., págs.
497-559.
17 Willie Pearson, “Race and U niversalism in the Scientific Community”,
en Jerry Gaston (ed.), Sociology o f Science, San Francisco, Jossey-Bass,
1978, págs. 38-53.
18 Evelyn (Fox) Keller, Reflections on Gender a n d Science, N ew Haven,
Yale University Press, 1985.

55
son víctimas de diversas discriminaciones: a menudo ocupan
puestos menos prestigiosos, raramente realizan su tesis bajo
la dirección de un investigador reconocido y frecuentemente
trabajan entre ellas.19 Margaret Rossiter incluso ha sugerido
la existencia de un efecto “Matilde” en ciencia y en historia de
las ciencias: las mujeres tienden a ser olvidadas en las histo­
rias de los descubrimientos, los relatos de invención e incluso
al momento de la entrega de recompensas. Así, el gran
diccionario norteamericano de biografías científicas (Diction-
nary of Scientific Biography) incluye veinticinco biografías de
mujeres contra cerca de dos mil biografías de hombres. El
papel de la mujer en el espacio científico se halla minimizado
hasta el punto de que, por ejemplo, el premio Nobel de
química, que recompensó en 1944 el descubrimiento de la
fisión, fue atribuido a un hombre y no a la mujer que había
colaborado plenamente en aquel hallazgo.20 En Francia ocu­
rrió el caso de Marie Curie, titular de dos premios Nobel, pero
que nunca pudo acceder a la Academia de Ciencias, donde su
marido, sin embargo, había sido elegido luego del primer
premio Nobel que les fuera otorgado conjuntamente.
Queda por determinar el origen de esas desigualdades y
discriminaciones sexuales. Una de las primeras explicaciones
propuestas es de orden culturalista. Zuckerman y Cole esti­
man que existen tres barreras para la entrada de mujeres a la
comunidad científica: la carrera científica es percibida, desde
un punto de vista cultural, como una opción profesional no
apropiada para las mujeres; las que pese a todo eligen esa
carrera han interiorizado la creencia de que son menos com­
petentes que los hombres; finalmente, son víctimas de discri­
minación por parte de la comunidad, que tiene predominio
masculino. Las mujeres son, pues, víctimas de una “triple
penalización”.21 Jonathan Cole también ha sugerido que, en
virtud de las obligaciones que el conjunto de la sociedad hace
pesar sobre sus vidas y sus opciones, esas desigualdades

13 Para una visión de conjunto de esas investigaciones, véase Mary Frank


Fox, “Women and Science Careers”, en Sheila Jasanoff, Gerard Markle,
Jam es Peterson & Trevor Pinch (eds.), Handbook o f Science a n d Technology
Stu dies, Beverly Hills, Sage, 1994, págs. 205-223.
211Margaret W. Rossiter, “The Matilda Effect in Science”, Social S tu dies
o f Science, 1993, 23, págs. 325-341.
2J Harriet Zuckerman & Jonathan Cole, “Women in American Science”,
Minerva, 1975, 123, n° 1, págs. 82-102.

56
tienen por origen un nivel más débil de productividad en las
mujeres. Según esa interpretación, las desigualdades no re­
sultarían entonces de rasgos propios de la ciencia o de normas
específicas del espacio científico, sino que provendrían del
entorno general, es decir, de la sociedad.22 Aun si, contrarian­
do una falsa idea, los científicos más productivos no son
necesariamente hombres casados o mujeres sin marido y sin
hijos, las situaciones matrimoniales y familiares tienen in­
fluencia sobre las relaciones profesionales, sobre las relacio­
nes jerárquicas y, finalmente, sobre la inserción en el seno de
la comunidad. Luego de interesarse en las relaciones entre
ciencia y poder, los estudios de género (gender studies) se han
interrogado acerca de las consecuencias de la marginalidad de
las mujeres en la comunidad científica: ¿los conocimientos
científicos no están condicionados por un punto de vista
propio de la cultura masculina? Volveremos sobre esta cues­
tión (capítulo 4, 3.2).
Dos últimos ejemplos de heterogeneidad pueden encon­
trarse en trabajos sobre el espacio científico y académico
francés. En Homo Academicus,23 Pierre Bourdieu revela la
estructura de ese espacio al subrayar las disparidades econó­
micas, culturales, políticas entre los miembros de diferentes
disciplinas académicas: la posición social así como la forma de
relación con los poderes político, económico o cultural son muy
diferentes según la disciplina de que se trate: medicina,
derecho, letras, ciencias físicas o historia. Un estudio acerca
de las opciones ideológicas de los investigadores de química y
física, emprendidos a partir de los votos en las elecciones de
sus representantes nacionales, demostró que esas dos disci­
plinas no se encuentran mayoritariamente situadas al mismo
lado del tablero político: los físicos votan ampliamente a la
izquierda, mientras que la opción de los químicos se dirige
más bien a la derecha (independientemente de la estructura
social de ambos grupos).24
Todos estos trabajos sobre la estratificación del espacio
científico y sobre las desigualdades en el seno de ese espa-

22 Jonathan Cole, Fair Science. Women in the Scientific Com munity,


N u eva York, Free Press, 1979.
23 Paris, Éditions de Minuit, 1984.
24 Georges Benguigui, “Les physiciens sont-ils de gauche et les chimistes
de droite?”, Inform ation su r les sciences sociales, 1986, vol. 25, n" 3, págs.
725-741.

57
cio permiten preguntarse acerca de su significado: ¿las dife­
rencias en las posiciones institucionales son la causa o, bien,
la consecuencia de las diferencias de productividad y de la
capacidad de invención de los científicos? En otras palabras,
la estratificación y las desigualdades, ¿son fruto de la repro­
ducción por sí misma de una élite que, al controlar el espacio,
se arroga todos los poderes y todos los títulos independiente­
mente del trabajo científico realmente producido? ¿O bien la
estratificación y las desigualdades reflejan reales diferencias
de calidad y de capacidades entre los científicos? Sin rechazar
necesaria y radicalmente esta segunda hipótesis, las investi­
gaciones acerca del funcionamiento profesional e institucio­
nal del espacio científico revelan que dicho espacio no es tan
puro, desinteresado y democrático como nos hacían creer los
primeros trabajos de Merton. Desde ese punto de vista, la
comunidad científica se emparienta con las demás clases
de comunidades profesionales. La sociología de la ciencia
puede apoyarse en la sociología de las organizaciones, de las
instituciones y de las profesiones, de la que puede tomar
métodos y problemáticas.

3. L as estru ctu ra s form ales


DE LA CIENCIA

Desde el siglo xix, la ciencia está organizada en disciplinas,


laboratorios, instituciones y universidades. Estos aspectos de
su organización merecen la atención del sociólogo. En la
perspectiva de los sociólogos de los años ’60, la principal
cuestión planteada consiste en saber cuáles son los lazos, si es
que existen, entre las formas institucionales de la ciencia y su
evolución. A esa pregunta general corresponden tres clases de
respuestas. La primera clase reagrupa las instancias que
proponen un análisis del impacto de las cuestiones científicas
sobre el modo de organización de la investigación. Una segun­
da clase comprende los estudios que procuran identificar
cuáles son las consecuencias de las características de la
institución sobre la producción. Finalmente, la tercera clase
comprende los estudios que mezclan, en una perspectiva
histórica, estas dos últimas categorías de análisis: ¿cómo
evolucionan y se determinan mutuamente las instituciones y

58
las cuestiones científicas? Esta es, notoriamente, la pregunta
planteada por uno de los grandes nombres de la sociología de
las ciencias, Joseph Ben-David.

3.1 Formas institucionales y producción científica

La investigación científica no impone un modelo único de


organización de la institución que la hospeda: la infraestruc­
tura de un laboratorio de historia no es la misma que la de uno
de biología; la circulación de información entre geólogos
difiere de la que ocurre entre matemáticos; la organización de
protocolos de experiencias en psicología no requiere los mis­
mos medios materiales y humanos que la que se necesita en
experiencias de física de partículas... ¿Es posible identificar
formas institucionales diferentes según las disciplinas, es
decir, siguiendo los objetos estudiados y las preguntas plan­
teadas?
Terry Shinn responde por la afirmativa después de estu­
diar laboratorios en tres campos diferentes (química, física e
informática).25 Existe un lazo estrecho entre la especificidad
científica y la forma de organización de los laboratorios. Cada
una de las disciplinas presenta un modo de organización
diferente: los laboratorios de química están estructurados de
manera mecanicista (fuerte estructura jerárquica, cinco esca­
lones de personal, relaciones formales, director que concentra
al mismo tiempo el monopolio administrativo y científico); los
laboratorios de física están estructurados de manera orgánica
(estructura relativamente piramidal, fuerte movilidad, in­
vestigación colegiada, relaciones exteriores en manos de un
solo director); los laboratorios de informática tienen una
organización más permeable (estructura flexible, autoridad
descentralizada y compartida, autoridad más bien simbólica,
participación de todos en el comentario de los resultados,
comunicaciones importantes). Esta tipología organizativa
resulta de la especificidad de las disciplinas (formas de so­
cialización, proceso de investigación) y no de obligaciones
propias de su entorno (exigencias del “mercado” o de los
financiadores): “el tema de investigación y las herramientas

25 Terry Shinn, “Division du savoir et spécificité organisationnelle. Les


laboratoires de recherche industrielle en France”, Revue française de socio­
logie, 1980, vol. 21, n" 1, págs. 3-35.

59
necesarias desemboca en un género de trabajo muy particular
que a su vez favorece una fuerza organizativa específica”
(ibid., pág. 23).
Son diferentes las conclusiones a las que llega el estudio
emprendido por Gérard Lemaine, Bernard-Pierre Lécuyer y
otros26 sobre seis laboratorios de física y seis de química. No
es solamente la disciplina de investigación o el objeto de la
investigación quienes determinan la organización. Si ese
fuera el caso, ¿cómo se explica que los laboratorios estudiados
presenten tal diversidad de organización? “Existen laborato­
rios ‘democráticos’ y descentralizados, y otros unitarios y
‘autoritarios’; en algunos, la autonomía de los investigadores
confirmados es muy grande, mientras que en otros es muy
débil y la autonomía aparece sin relación con la calidad de la
unidad” (op. cit., pág. 145). Esta diversidad está referida a las
opciones que operan los investigadores en función de sus
estrategias de investigación y de sus finalidades: “La organi­
zación es una respuesta a finalidades definidas, a opciones
precisas entre ciertas condiciones de los recursos y del medio”
(op. cit. pág. 148). La organización de un laboratorio no
depende de la disciplina o del objeto de la investigación, sino
de los intereses y de los recursos de los individuos que lo
integran. No existe una sola manera de organizar bien la in­
vestigación.
A la inversa, ¿es posible observar los efectos de las caracte­
rísticas de la organización sobre la clase de trabajos produci­
dos y, sobre todo, sobre la calidad y la cantidad de esos
trabajos? Se puede dar una respuesta positiva. Intervienen
tanto el tamaño como la cohesión de la institución: la produc­
tividad de un individuo resulta tanto mayor cuando ese
individuo está ubicado en un contexto (laboratorio, equipo de
investigación) que valorice explícitamente la productividad o
en una unidad que tenga una fuerte cohesión. Existe un
tamaño óptimo para la unidad de investigación.27 Esos resul­
tados tienen un impacto práctico, pues permiten extraer
algunas lecciones de política científica sobre el tamaño de los
laboratorios, sobre la clase de jerarquía. Las apuestas (políti­

26 Gérard Lemaine, Bernard-Pierre Lécuyer, Alain Gomis & Claude


Barthélémy, Les Voies du succès, Paris, GERS (CNRS-EPHE), 1973.
27 Scott Long & Robert M cG inness, “O rganizational Context and
Scientific Productivity”, A m erican Sociological R eview , 1981, vol. 46, págs.
422-442.

60
ca científica) ligadas a estas cuestiones han estimulado, desde
el inicio mismo, las investigaciones.28

3.2 La sociología histórica


de las evoluciones institucionales

Las instituciones y su evolución han sido atentamente estu­


diadas por Joseph Ben-David (1920-1986), quien, apartir del
hecho de la posición que adopta, histórica y sociológica al
mismo tiempo, ocupa un lugar aparte entre los sociólogos de
las ciencias. Formado en historia y en sociología, titular
de una tesis consagrada al estudio de la estructura social de
las profesiones (enseñanza, medicina, derecho) en Israel, con
diversas estadías en Estados Unidos y colaborador de los
universitarios norteamericanos, Ben-David fue profesor de
sociología en la universidad hebraica de Jerusalén. Influido
por los escritos de Merton sin haber sido estudiante de él, Ben-
David desarrolló investigaciones en tres direcciones principa­
les: estudio de las condiciones del nacimiento de la ciencia
moderna; estudio del papel (funciones y misiones) de los
científicos; estudio de las transformaciones de la ciencia
(estudio de las estructuras sociales como profesiones).29 Con­
trariamente a lo que sucede en el análisis mertoniano, el
enfoque histórico ofrece el interés de que da cuenta de los
cambios, de las evoluciones, de las transformaciones de la
ciencia y de sus instituciones. Mientras que en los mertonia-
nos la ciencia y sus principios permanecen fijos,30 las investi­
gaciones llevadas a cabo por Ben-David, con sus indicadores
cuantitativos, encaran la ciencia como una estructura en
movimiento, que evoluciona bajo el juego de las presiones
sociales.
Ben-David se pregunta acerca de las razones por las que las

28 Véase, sobre todo, Donald C. Pelz & Frank M. Andrews, S cien tists in
Organizations, Productive C lim ates for Research a n d D evelopm ent, Nueva
York, John Wiley and Sons, 1966.
29 Para un panorama de conjunto, dirigirse a The S cien tist’s Role in
Society. A C om parative S tu d y , Chicago, University of Chicago Press, 1984
[1971], así como a una colección de artículos editados por Gad Freudhental,
Élém ents d ’ une sociologie historique des sciences, Paris, PUF, 1997 [1991],
30 Excepción hecha de la tesis de Merton consagrada al desarrollo de las
ciencias y de las técnicas en la Inglaterra del siglo x v i i (cf. supra, capítulo
2 . 1 .).

61
instituciones de la ciencia moderna, y los tipos específicos de
saber que generan, nacen en los siglos xvi y x v ii en Europa
occidental (sobre todo en Inglaterra).31 Sitúa esas razones por
el lado de un cambio del sistema de valores: el conocimiento
experimental, sustraído a cualquier presión, a cualquier pre­
juicio religioso o social, a cualquier autoridad, se vuelve cada
vez más valorado hasta el punto de ubicarse a fin de cuentas
en la cumbre de la jerarquía de valores morales e intelectua­
les. La valoración progresiva del debate libre y racional,
fundado en la razón y la experiencia empírica, es quien
permite el nacimiento de la ciencia moderna. Al igual que
Merton, sitúa esta transformación en la revolución puritana
del siglo xvn : “Hasta la revolución puritana de 1640, las
personas y los grupos que adoptaron [las ideas de la filosofía
experimental y de la investigación empírica] tuvieron poca
influencia en el público. Los dirigentes oficiales de todas las
confesiones cristianas, comprendidas las puritanas, los man­
tenían apartados, considerándolos como portadores de ideas
potencialmente subversivas. La revolución inglesa cambió
todo eso, no necesariamente transformando las mentalidades
de los dirigentes religiosos, sino aportando a los pequeños
grupos “disidentes”muchas más posibilidades y libertad para
difundir sus ideas y organizarse”.32 En suma, la ciencia nace
cuando la sociedad le acuerda autonomía y libertad de orga­
nizarse, cuando se siente protegida de las influencias religio­
sas, políticas o económicas, así como de influencias privadas.
Esta tesis es confirmada por la investigación de Ben-David
acerca de las razones que permitieron a Estados Unidos
destronar a los países europeos en el campo de la supremacía
científica a mediados del sigloxx. Alemania logró destronar a
Francia de su situación de centro científico mundial después
de 1830, pues el modelo francés de organización era más
centralizado y no sometía a sus integrantes a la competencia;
a su vez, Alemania perdió su primer lugar en beneficio de
Estados Unidos a comienzos de siglo, pues el modelo norte­
americano presentaba formas jerárquicas atenuadas y no
conocía el sistema de cátedras (que lleva al conservadorismo).

31 The S cien tist’s Role in Society, op. cit., págs. 75-87 y págs. 45-74;
“Puritanisme et science moderne. Etude sur la continuité et la cohérence de
la recherche en sociologie” [1985], en Elém ents d ’une sociologie historique
des sciences, op. cit. págs. 285-306.
32 “Puritanisme et science moderne...”, op. cit., pág. 301.

62
La ciencia se desarrolla entonces con mayor facilidad cuando
se produce competencia entre los centros de investigación,
cuando las ideas y los individuos están vivos, y cuando el
sistema científico es descentralizado.33
Junto a estas investigaciones sobre las condiciones del
crecimiento científico, Ben-David llevó a cabo otros trabajos
sobre las condiciones de la innovación y la transformación en
ciencia. Uno de los más célebres tiene que ver con las especia­
lidades médicas (bacteriología, psicoanálisis).34 Según Ben-
David, la noción central para comprender los cambios cientí­
ficos es la noción de “hibridación de roles”. Es preciso llegar a
captar el origen de las innovaciones en el espacio científico,
comprendiendo por qué ciertos investigadores tienden a cam­
biar de campo, a adquirir otra especialidad o a valorar sus
competencias en otros espacios. “En efecto, un profesional es
el titular de un papel bien definido par a cuyo cumplimiento ha
sido socializado durante un largo proceso de formación. Ade­
más, la conducta de un profesional se halla constantemente
controlada por un grupo de referencia de la profesión, según
normas estrictas. De tal manera que, a primera vista, un
profesional se encuentra poco motivado para innovar”.35 Las
innovaciones nacen cuando nuevos roles (nuevas actividades,
nuevas profesiones) aparecen a continuación de una hibrida­
ción de los roles existentes. Así, Pasteur y Freud dieron
nacimiento a la bacteriología y al psicoanálisis aplicando sus
competencias adquiridas en ciencia fundamental (métodos,
procedimientos) a los casos a los que se enfrentaban los
médicos. Operando al mismo tiempo como científicos (lo que
eran en sus respectivos orígenes) y como prácticos, supieron
extraer lecciones generales de los casos prácticos estudiados,
y emplear esas lecciones para tratar dichos casos : esa hibrida­
ción da origen a nuevos roles, a maneras nuevas de plantear
las cuestiones científicas, a nuevos objetos científicos. No es,
entonces, la llegada de outsiders puros (individuos situados
totalmente fuera del espacio científico considerado) lo que
lleva a la innovación, sino más bien el desplazamiento, y la
transformación, de situaciones existentes o de roles ya pre-

33 “Universités e t systèm es universitaires dans les sociétés moder­


nes” [1962], en É lém ents..., op. cit., págs. 133-176.
34 “Rôles e t innovations en médicine” [1960], en E lém ents...,op. cit., págs.
45-64.
35 Gad Freudhental, “Introduction”, en Eléments..., op. cit., pág. 42.

63
sentes en ese espacio. Por otra parte, al contrario de lo que
sostiene una idea aceptada, la profesionalización y la especia-
lización de los científicos no disminuyen las posibilidades de
innovación: por el contrario, puesto que “más de un campo
resulta diferenciado, es más verosímil que en ellos se produz­
ca una hibridación de roles”.36
Un fenómeno similar puede invocarse para explicar el
nacimiento de la moderna psicología en la Alemania de fines
de siglo xix:37 en aquella época, los departamentos de
filosofía de las universidades alemanas, que perdían su pres­
tigio, disponían de numerosos puestos; al mismo tiempo, la
fisiología era una disciplina en plena expansión, pero sólo
disponía de una pequeña cantidad de puestos. Los fisiólogos
que no lograban encontrar un puesto en su especialidad se
orientaban hacia la filosofía, donde la obtención de un lugar
era relativamente más fácil. De este matrimonio de fisiología
(sobre todo de sus métodos) y de la filosofía (de sus cuestiona-
mientos acerca del espíritu y de los sentidos) nació una forma
de psicología (llamada en su tiempo “psicofísica”, puesto que
aplicaba los métodos de las ciencias naturales a las cuestiones
de la psique).

4 . L as e s t r u c t u r a s in f o r m a l e s
DE LA CIENCIA

Aun sin disponer de una teoría general de la vida en el seno


de la comunidad científica, es posible pensar que la actividad
y el universo de un científico exceden el marco de su labora­
torio e incluso de su institución de referencia (universidad,
CNRS): su universo engloba a numerosos investigadores
externos e interlocutores que no son científicos (industriales,
políticos, administradores, financistas). Su actividad lo lleva
a desplazarse y a colaborar con investigadores extranjeros, de
manera formal (instituida, contractualizada) o informal (dis­
cusiones, intercambio de correspondencia). El estudio de la

36 “Rôles e t innovations en m edicine”, op. cit., pág. 63.


37 Ben-David (con Randall Collins), “Les facteurs sociaux dans la genèse
d’une nouvelle science. Le cas de la psychologie” [19661, en Élém ents..., op.
cit.. págs. 65-92.

64
comunidad científica no puede, entonces, conformarse tan
solo con el estudio de las formas visibles e instituidas (labora­
torios, equipo de investigación, centros).

4.1 Los colegios invisibles

Para captar la realidad de la vida científica, es necesario tener


en cuenta lo que en 1963 Price llamaba los “colegios invisibles”
(o las “universidades invisibles”).38 Esos colegios invisibles
son organizaciones oficiosas en cuyo seno circulan informacio­
nes, se intercambian versiones preliminares de artículos y se
traban relaciones. Los criterios de pertenencia no son explíci­
tos ni, a menudo, están fundados únicamente sobre la calidad
científica de los individuos. Las fronteras de esos grupos son
difusas y se encuentran en perpetua modificación; sus estruc­
turaciones son inciertas y las jerarquías a menudo resultan
inexistentes: estos grupos son “informales”. Al reagrupar los
científicos por especialidades, permiten “resolver las crisis de
comunicación reduciendo un grupo grande en un grupo más
restringido, de un tamaño máximo compatible con las relacio­
nes interpersonales” (ibid., pág. 91).
Si bien Price insiste principalmente en la capacidad de esos
grupos para hacer circular la información científica (proyec­
tos de artículos, primeros resultados y comentarios, esbozos
de análisis teóricos), las funciones de los colegios invisibles no
se agotan en este solo aspecto. También son fuentes de apoyo,
de ayuda mutua, que a veces resultan el origen de acciones
que modifican profundamente el espacio científico. Por ejem­
plo, a fines de los años ’20, los psicólogos experimentales
norteamericanos, que se habían visto reducidos a una posi­
ción muy marginal puesto que predominaba la psicología de
los tests mentales, lograron federar sus dispersas fuerzas
para obtener algunos puestos universitarios y, de este modo,
asegurar una renovación de su disciplina readjudicándole
bases institucionales sólidas. Los individuos que estuvieron
en el origen de esa renovación no estaban reunidos en un
departamento universitario ni en laboratorios cercanos entre
sí. Sin embargo, lograron actuar porque se habían reagrupado
en una asociación libre, independiente de las estructuras
oficiales de la ciencia.

38 Derek de Solía Price, Science et suprascience, 1972 [1963], págs. 67-98.

65
Son múltiples las circunstancias que fundan la existencia
de esos “colegios invisibles”, así como las situaciones ante las
que se muestran “activos”: relaciones trabadas durante el
período de formación universitaria, encuentros en congresos
y coloquios... Las formas que adoptan dichos colegios pueden
ser muy diversas, ya que su característica principal es la de
poseer fronteras imprecisas y fluctuantes, y no descansar
sobre ningún criterio de pertenencia explícito o único. La
forma menos instituida se apoya en simples criterios de
conocimiento interpersonal (amistades); una forma interme­
dia es el grupo de trabajo y el seminario de investigación (que
reúnen a investigadores de distintos laboratorios, pero sin
que esta reunión forme parte de sus tareas oficiales); y la
forma más instituida es la asociación científica que agrupa a
los especialistas de un mismo campo reclutados sobre la base
del voluntariado. Estas asociaciones desempeñan un papel
importante dentro del sistema de producción científica: edi­
tan boletines de información, ponen en circulación informa­
ción ya depurada y clasificada, juntan investigadores de muy
diferente estatus en una estructura cuya jerarquía es débil,
favorecen el proceso de socialización de los jóvenes investiga­
dores; de todas estas maneras contribuyen a la regulación del
espacio científico y, de manera muy directa, a la construcción
del saber.
Una concepción radical de la acción y del papel de los
“colegios invisibles” consiste en decir que las formas institui­
das (laboratorios) solamente son simples instrumentos: para
sus miembros, sólo constituyen los marcos materiales de su
trabajo al ofrecerles los recursos financieros y logísticos nece­
sarios para sus investigaciones. La actividad intelectual de
investigación científica propiamente dicha, es decir, la elabo­
ración de conceptos e interpretaciones de experiencias, el
intercambio de ideas y la circulación de resultados, se realiza
fuera del marco institucional, a través de colegas invisibles.
Por ejemplo, los primeros destinatarios de un artículo recien­
temente publicado no son necesariamente los colegas de
trabajo del autor, sino, con mayor seguridad, las personas con
las que está en contacto privilegiado en otros laboratorios,
incluso en otros países. Este modelo radical no corresponde,
por cierto, al de los laboratorios fuertemente jerarquizados y
centralizados (sobre todo en ciencias experimentales), sino
más bien al de laboratorios de ciencias del hombre y de la
sociedad.

66
Diana Crane39 subraya hasta qué punto esos colegios
invisibles constituyen grupos solidarios que permiten paliar
las lagunas organizativas del espacio científico. Ella introdu­
ce la idea de “red”: los colegios invisibles a veces constituyen
“redes” de comunicación. Esta noción remite a otro modo de
organización diferente al vehiculizado por el “colegio”. En el
seno de un colegio, todos los miembros se conocen y pueden
llamarse entre sí directamente; incluso esta característica es
la que da origen a su fuerza y a su interés. La idea de red
remite a una representación diferente de la realidad: los
individuos que componen una red no necesariamente se
conocen.

4.2 Las redes

Las redes de científicos fueron objeto de diversas investiga­


ciones en los años ’70, sobre todo en Francia.40 Con las
técnicas y las informaciones proporcionadas por la cientome-
tría (citas y co-citas), se pueden identificar las estructuras
informales que constituyen las redes de autores. Estas redes
trascienden las disciplinas, las especializaciones, lo que de­
muestra hasta qué punto es falsa la representación del
espacio científico como espacio dividido en unidades autóno­
mas. Los investigadores citan ampliamente a otros autores
que no pertenecen a sus disciplinas y que no trabajan sobre
el mismo tema.
Las situaciones varían en función de los objetos de investi­
gación y de las disciplinas a las que pertenecen: un matemá­
tico especializado en la investigación sobre ecuaciones dife­
renciales tiene pocas posibilidades de citar muchos autores
fuera de esa especialidad, salvo si trabaja sobre la aplicación
de esas ecuaciones a problemas químicos o físicos; a la inversa,
un especialista en problemas ecológicos es llevado natural­
mente a emplear los trabajos de geólogos, de biólogos, de
urbanistas, de meteorólogos o incluso de zoólogos. La natura­
leza y la estructura de las redes varían igualmente en función
de la posición jerárquica del investigador o en función de su

39 D iana Crane, Invisible Colleges, Chicago, University o f Chicago Press,


1972.
40 Véase, por ejemplo, Diana Crane, “La diffusion des innovations
scientifiques”, Revue française de sociologie, 1969, vol. 10, págs. 166-185.

67
antigüedad:41 los responsables de laboratorios tienen redes
muy extendidas (a veces más de doscientas personas), tanto
dentro del espacio de la investigación científica como en el
exterior de dicho espacio (administración, industria, política);
a la inversa, un joven investigador recientemente llegado a un
laboratorio tiene pocas posibilidades de poseer una red exten­
sa (algunas decenas de personas a lo sumo).
Esta concepción de la noción de red ha sido criticada por
diversos sociólogos42 que estiman que el análisis cientométri-
co de las citas forma una bonita parte de relaciones que quizá
sólo sean fortuitas o artificiales, y que resulta incapaz de
identificar las relaciones de fondo, es decir, las relaciones
realmente productivas: dos científicos pueden citarse mutua­
mente sin necesariamente compartir ideas, teorías o métodos;
incluso pueden encontrarse en una fuerte oposición y citarse
mutuamente para criticarse. Para estudiar las redes científi­
cas, no basta con el estudio cientométrico: más vale conocer la
libreta de direcciones de un investigador y seguirio en sus
interacciones sociales con otros investigadores, integrantes
de la administración o de la industria. El estudio de las
razones o entidades reales (objeto de investigación, interés,
métodos o teorías idénticas) que vinculan a los individuos está
en los fundamentos de la teoría del actor-red, que considera
que el espacio científico ante todo está compuesto por redes que
vinculan los diferentes actores y objetos (cf. infra, capítulo 5,
2.3).

41 Terry Shinn, “Hiérarchies des chercheurs et formes des recherches”,


A ctes de la recherche en sciences sociales, 1987, págs. 2-22.
42 Michel Callón, John Law & Arie Rip, M a pp in g the D yna m ics o f Science
a n d Technology, Londres, Macmillan, 1986.

68
C apitulo 4
SOCIOLOGÍA
DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Durante los años ’70 emergieron nuevas concepciones de la


sociología de la ciencia: las mismas posaron su mirada sobre
las teorías, los métodos y los conocimientos científicos, en
resumen, sobre el contenido de la ciencia. En esto se distin­
guen de lo que hasta aquí constituía la sociología de la ciencia,
calificada desde entonces como “sociología institucional de la
ciencia” (institutional sociology of science). En efecto, como ya
hemos visto, esa sociología “institucional” se niega a hacer del
contenido de la ciencia un objeto de estudio sociológico. Naci­
da con los trabajos de Merton y seguida por numerosos
autores, sobre todo norteamericanos, progresivamente fue
perdiendo su monopolio.
El surgimiento de nuevos enfoques sociológicos de la cien­
cia igualmente pone fin a otro dominio: hasta aquí, el estudio
del conocimiento, de su lógica y de las reglas que la fundan,
surgía de las solas competencias de los filósofos, de los episte-
mólogos y a veces de los historiadores (si exceptuamos los
intentos señalados en el primer capítulo, ampliamente olvida­
dos hoy). Tan solo los conocimientos y las creencias habitua­
les, tan solo los conocimientos de las sociedades primitivas
constituían el objeto de análisis sociológicos o antropológicos:
los sociólogos no ponían en cuestión la concepción de la ciencia
heredada de la filosofía positivista o neopositivista (empiris­
mo lógico del Círculo de Viena) que ampliamente dominó el
pensamiento durante el siglo xix y comienzos del xx. Ésta
concebía la ciencia como producto de procedimientos perfec­
tamente lógicos y universales, que crecía por acumulación,
que comprendía los hechos complejos descomponiéndolos
en hechos elementales (reduccionismo) y que concluía en
conocimientos objetivos. La crítica del positivismo y, en cierto
modo, del cientificismo permitió a diversos autores abordar y

69
tratar la cuestión del análisis social de los contenidos cientí­
ficos. Al volverse más problemáticos, los saberes y los produc­
tos de las investigaciones científicas pueden ser discutidos al
mismo título que los saberes y creencias de otras culturas. La
ciencia, considerada como un “sistema de creencias”, es colo­
cada en el mismo plano que las culturas exóticas o que las
culturas de los “pueblos primitivos”.1
A partir de entonces, los conocimientos que parecen más
certificados (es decir, que se suponen validados por procedi­
mientos o criterios explícitos y reconocidos por todos) son
sometidos al análisis sociológico. Pero sería falso creer que esa
renovación de la sociología de las ciencias presenta una fuerte
unidad: al crecer a partir de cuestiones históricas, epistemo­
lógicas, psicológicas o sociológicas, esas nuevas investigacio­
nes muestran una cierta heterogeneidad y comparten tres
rasgos comunes.

1. La renovación es sinónimo de cuestionamiento de la


autonomía de la ciencia en relación con la sociedad: no sólo
la investigación científica depende de las condiciones mate­
riales que la sociedad le ofrece (financiamiento, puestos), sino
que la naturaleza, e incluso los resultados de esa investiga­
ción, dependen de las condiciones sociales de su producción.
La ciencia forma plena parte de la sociedad: es ilusorio creer
que presenta perfectas propiedades de independencia y auto­
nomía. Esa concepción del lugar de la ciencia se encuentra en
ruptura con relación a la perspectiva de Merton o de Ben-
David, quienes veían como desastrosa cualquier influencia
social exterior. Dos preguntas surgen entonces: ¿en qué
medida y cómo las condiciones socioculturales influyen en las
teorías y en los conocimiento científicos? Y, simétricamente,
¿cómo la ciencia modela la sociedad?
2. La renovación toma cuerpo en Europa: los primeros
autores son ingleses y franceses. Luego de los trabajos de
Scheler, Durkheim, Weber y Mannheim, Europa dispone
de una tradición más fuerte en sociología del conocimiento
que Estados Unidos. Sólo más tardíamente la sociología
norteamericana se abre a los enfoques que prestan atención
a los contenidos de la ciencia.

1 Martín Hollis & Steven Lukes (eds.), R a tion ality a n d R elativism ,


Cambridge, MIT Press, 1982; Bruno Latour, “Comment redistribuer le
grand partage?”, Revue de synthèse, 1983, n" 110, págs. 203-236.

70
3. Como inmediatamente precisaremos, los diversos enfo­
ques se apoyan en ideas epistemológicas en plena evolución.

]. F i l o s o f í a y s o c io l o g ía
DE LAS CIENCIAS

1.1 El final de las certezas filosóficas sobre la ciencia

Algo paradójicamente, quebrando el monopolio de la filosofía


sobre el estudio del pensamiento y de los saberes científicos,
la nueva sociología de las ciencias se apoya en la renovación
fundamental que experimentan las ideas filosóficas acerca de
la ciencia en el curso del siglo xx. En efecto, durante ese
período, las antiguas certezas de los filósofos (y de los cientí­
ficos) sobre la ciencia se van diluyendo progresivamente. Una
y otra vez, diversos filósofos e historiadores del pensamiento
científico y filosófico socavan el lugar de la lógica, la noción de
experiencia, la univocidad de las observaciones y de su inter­
pretación, el dogma del reduccionismo (según el cual un
enunciado científico puede descomponerse en elementos últi­
mos comprobables uno a uno), así como la idea de objetividad
en los procesos de elaboración del conocimiento científico. De
este modo, Ludwig Wittgenstein (1889-1951) pone fin a la
supremacía de la lógica para expresar la verdad sobre las
“cosas del mundo”y subraya que el lenguaje sólo tiene sentido
si expresa situaciones, hechos, y no enunciados: el significado
es otorgado por el uso y la aplicación, y no por una trascenden­
cia, sea cual fuese.
A partir de su trabajo de clarificación del marco conceptual
común a todas las ciencias, el filósofo norteamericano Wilhem
Quine ( 1908) formula la tesis denominada de “subdetermina-
ción de las teorías por la experiencia”: las experiencias no
bastan para determinar cuál es la teoría conveniente, y dos
teorías diferentes pueden ser equivalentes desde un punto de
vista empírico. Al no hablar de sí mismas, las experiencias y
las observaciones (no tienen significado intrínseco), el signi­
ficado de las experiencias y de las observaciones no es absoluto
y objetivo, y las teorías siempre comportan elementos extra
experimentales, extra empíricos.
Una crítica más radical todavía proviene del filósofo Paul

71
Feyerabend (1924-1994), para quien el conocimiento científi­
co no es necesariamente más confiable que los demás tipos de
conocimiento, como los que vehiculizan los mitos, las creen­
cias religiosas o las supersticiones. Niega a la ciencia el poder
de proclamarse como una forma superior de saber sobre la
naturaleza. Y, sobre todo, no existen procedimientos o meto­
dologías típicamente científicas: “Cualquier método es bue­
no”.2
Finalmente, Alexandre Koyré (1892-1964), historiador de
la ciencia y filósofo de origen ruso que desarrolló su carrera en
Francia, muestra que la evolución del pensamiento científico
es inseparable de las ideas filosóficas y religiosas: para com­
prender la obra científica de pensadores como Copérnico o
Newton, es indispensable comprender que ellas están im­
pregnadas por sus respectivos pensamientos religiosos y
filosóficos. Los cambios científicos de gran magnitud están
ligados a cambios filosóficos y metafísicos, también ellos de
gran magnitud. Así, la introducción por parte de Newton
de las leyes de la gravedad universal, que estipulaban que las
leyes físicas son idénticas en la Tierra y en el conjunto del
espacio, está asociada a una revisión de la representación
metafísica y espiritual del mundo: el mundo de los hombres ya
no es cerrado y heterogéneo, sino infinito y homogéneo.3
Pero entre todos los cuestionamientos de la epistemología
por parte de filósofos e historiadores, el introducido por
Thomas Kuhn (1922-1996), físico e historiador de las ciencias
norteamericano, es por cierto el que tuvo mayor impacto en
sociología.

1.2 Kuhn y los paradigm as científicos

Al estudiar las revoluciones científicas (por ejemplo, la coper-


nicana, que transformó nuestra representación del lugar de la
Tierra en el sistema astral, o la revolución newtoniana, que
introdujo las leyes de la mecánica que rigen los movimientos
de los cuerpos tanto en la Tierra como en el espacio, rompien­

2 P aul Feyerabend, Contre la méthode. Esquisse d ’une théorie anarchiste


de la connaissance, Paris, Le Seuil, 1979, [19751 (Contra el método, Barce­
lona, Ariel, 1981).
3 Alexandre Koyré, E tudes de la pensée scientifique, Paris, PUF, 1966,
(Estudios de historia del pensam iento científico, México, Siglo XXI, 1977).

72
do así la antigua jerarquía entre la Tierra y el cosmos)4,
Thomas Kuhn es paradójicamente llevado a analizar los
períodos que separan dos revoluciones.5 Dichos períodos,
llamados períodos de “ciencia normal” -e n oposición a las
revoluciones, que constituyen momentos excepcionales por su
fuerza y rareza-, no son momentos críticos durante los que los
científicos procuran validar sus hipótesis, refinar sus resulta­
dos, certificar sus conocimientos y sus teorías, sin cuestionar
el marco teórico general de sus conocimientos. Para designar
a ese corpus de hipótesis, de resultados, de conocimientos y de
teorías, tácitas o no, que constituye el universo del investiga­
dor en un momento dado, Kuhn recurrió a la noción de
paradigma. El conjunto de convicciones o de dogmas compar­
tidos (y, por lo tanto, aceptados) por una comunidad científica
dada constituye un paradigma. Este concepto remite tanto a
un aspecto cognitivo(su contenido: ideas, teorías, conocimien­
tos) y a un aspecto social (su soporte: la comunidad científica).
Finalmente, se apoya en la noción de autoridad: el paradigma
es el que “establece autoridad”, tanto intelectual como social­
mente.
Durante un período de ciencia normal, Kuhn estima que los
científicos no entran en conflicto acerca de los puntos fun­
damentales de sus teorías y conocimientos. Todos adhieren al
paradigma sostenido por su comunidad y conducen sus inves­
tigaciones dentro del marco exclusivo de ese paradigma: éste
constituye, entonces, su universo tanto cognitivo como social.
La trasmisión y el mantenimiento de un paradigma quedan
asegurados por la formación de investigadores, por su apren­
dizaje a partir de modelos o ejemplos “paradigmáticos”, por los
manuales que encarnan la ciencia “normal”.
Por último, para Kuhn el paradigma puede ser definido por
cuatro observaciones:

1. Dos paradigmas distintos son incomparables o, más bien,

4 Michel Blay, La naissance de la science classique au XVIIe siècle, París,


Nathan, 1999.
5 Thomas Kuhn, L a S tru ctu re des révolutions scientifiques, Paris,
Flammarion, 1972 [1970/1962], (La estructura de las revoluciones científi­
cas, México, Fondo de Cultura Económica, 1971) ; La tension essentielle,
París, Gallimard, 1990 [1977], (La tensión esencial, México, Fondo de
Cultura Económica, 1983).

73
inconmensurables: no existe medio alguno para identificar al
preferible o al que domina a otro. En otras palabras, no existe
un criterio superior y absoluto al que referirse para elegir
entre uno y otro. La opción sólo puede ser arbitraria, es decir,
realizada según criterios externos a los paradigmas, por
ejemplo, criterios sociales.
2. Durante un largo período, el saber científico se desarrolla
presentando revoluciones sucesivas; sólo en cortos períodos es
posible pensar que dicho saber sea acumulativo. Este aspecto
lleva a rechazar una de las propiedades fundamentales del
conocimiento científico según la filosofía positivista: la acu­
mulación.
3. No hay experiencia, observación y elaboración teórica
neutras: todo se hace dentro de un marco dado, el del paradig­
ma y, sin tal marco, ningún trabajo es posible. Este punto
cancela toda idea de absoluto, de neutralidad y también de
objetividad.
4. Un cuerpo de conocimientos no existe sin soporte social:
un paradigma está necesariamente vinculado con una comu­
nidad, con un grupo social situado en el tiempo y en el espacio.

¿En qué ocasiones surgen las revoluciones? Según Kuhn,


cuando se acumulan los resultados de experiencias u obser­
vaciones en desacuerdo con el paradigma en vigor, cuando
diversas anomalías imponen un cambio de mirada, entonces
se produce una revolución científica y, a su vez, se impone un
nuevo paradigma que permite resolver las anomalías y los
desacuerdos. Tal es el caso cuando en el siglo xvi el paradigma
copernicano (concepción heliocéntrica: la Tierra gira alrede­
dor del Sol, como los demás planetas del sistema solar) viene
a reemplazar al de Ptolomeo (sistema geocéntrico: el Sol y los
astros giran alrededor de la Tierra, que está en el centro del
universo): éste volvía incomprensibles ciertas observaciones
astronómicas. Tal es igualmente el caso cuando la teoría de
la relatividad viene a reemplazar al sistema newtoniano. AI
ser éste incapaz de explicar por qué no era medible, experi­
mentalmente, la velocidad de la Tierra en relación con la luz
del Sol, fue preciso cambiar el sistema newtoniano por la
concepción de Einstein y su teoría de la relatividad para
explicar esas experiencias.

74
1.3 Las vías sociológicas del análisis
de contenidos científicos

Si bien la renovación de las hipótesis filosóficas sobre la


ciencia y las propuestas de Kuhn se encuentran ampliamente
en el origen del cambio en sociología de las ciencias, no están
allí tanto porque esas hipótesis o esas propuestas aporten
respuestas a cuestiones sociológicas sobre la relación ciencia-
sociedad. Seguramente se debe a que ellas abren nuevos
horizontes, al permitir nuevos cuestionamientos, al hacer
aceptable, incluso necesario, el examen de las dimensiones
cognitivas de las ciencias. El ejemplo de la noción de paradig­
ma es, desde este punto de vista, esclarecedor: los sociólogos
no lo tomaron al pie de la letra; por el contrario, discutieron,
transformaron y emplearon libremente esa noción, acomo­
dándola a sus propias perspectivas. En la medida en que la
concepción kuhniana de la noción de paradigma era demasia­
do general y demasiado rígida para ser empleada directamen­
te en los estudios sociológicos, era preciso volverla operativa
para comprender la investigación científica “en lo cotidiano”,
en sus actos más ordinarios y en los acontecimientos de corta
duración. Por otra parte, Kuhn no siempre se reconoció en
ciertos empleos de sus ideas por parte de los sociólogos (y
filósofos): en especial se defendió de la acusación de haber
querido abrir el camino a los enfoques relativistas.
La atención de los sociólogos se desplaza sin tabúes al
contenido de los enunciados científicos: la naturaleza deja de
ser la única proveedora de verdades y enunciados científicos.
La pregunta ya no es: “¿cuáles son las disposiciones normati­
vas o institucionales que permiten a la verdad (la de la
naturaleza) abrirse paso?”, sino “¿cuáles son los determinan­
tes sociales de los saberes científicos?”, “¿cómo se desarrollan
los conocimientos y los problemas científicos y encuentran su
legitimidad?”, o también “¿cómo los enunciados científicos
llegan a ser considerados como verdaderos en un contexto
social y cultural particular?” Según la expresión de Whitley,6
se trata de abrir la “caja negra” de la ciencia para saber qué
constituía hasta entonces el aspecto a la vez más desconocido

G Richard Whitley, “Black Boxism and the Sociology of Science: A


Discussion of Major Developm ents in the Field”, The Sociological Review
Monograph, 1972, n° 18, págs. 61-92.

75
por los sociólogos y el más esencial para los científicos: las
teorías, los conocimientos.
De manera esquemática, es posible identificar al menos
tres formas de abrir dicha caja:

1. Un primer modo es llevado adelante por varios sociólogos


y psicosociólogos, de orígenes diferentes, pero en parte reuni­
dos en el seno del grupo de estudio franco-británico PAREX
(por París y Sussex), fundado en 1971 y convertido en 1981 en
la European Association for the Study of Science and Techno­
logy. Sus investigaciones se concentran notoriamente en las
condiciones de surgimiento de nuevas disciplinas o de nuevas
especialidades científicas: ¿los problemas y los objetos que los
investigadores estudian, y la manera en que procuran estu­
diarlos, están determinados por factores sociales? ¿En qué
medida y cómo?
2. Un segundo proyecto, llamado “programa fuerte en
sociología del conocimiento científico” es defendido por soció­
logos de la universidad de Edimburgo: procuran identificar
los determinantes sociales de los saberes científicos, que más
bien sitúan en un nivel macrosociológico.
3. El tercer procedimiento, emprendido por integrantes de
la universidad de Bath, Inglaterra, y conocido con el nombre
de “programa empírico del relativismo”, presenta una fuerte
similitud con el de la universidad de Edimburgo: estudia la
determinación social de los conocimientos científicos, pero a
un nivel más bien microsociológico.
A estos tres procedimientos se agregarán algo después
(entre los años ’70 y ’80) otros enfoques inspirados en la
etnometodologí a y el inter accionismo, los que serán expuestos
en el capítulo siguiente.

2. E l n a c im ie n t o
DE NUEVAS DISCIPLINAS

Desde comienzos de los años ’70, la dinámica de la emergencia


y del desarrollo de disciplinas científicas fue objeto de varios
estudios empíricos, sobre todo por parte de representantes del
grupo franco-inglés PAREX.7 El objetivo central consiste en

7 Por ejemplo, Perspectives on the Emergence o f Scientific Disciplines,

76
llegar a comprender los orígenes a la vez individuales y
colectivos de nuevos campos de investigación científica, de
nuevas disciplinas. Más precisamente, no se trata de identi­
ficar, como pudo hacerlo Ben-David, las causas sociales de la
formación de nuevas disciplinas en tanto instituciones (por
ejemplo, la psicología o el psicoanálisis), sino más bien de
captar las causas sociales de la elaboración cognitiva de nue­
vos campos de investigación científica: ¿cuáles son los factores
que permiten comprender por qué surge un nuevo campo de
investigación, con sus conceptos y teorías propias, con sus
métodos y sus instrumentos específicos? En resumen, ¿por
qué los científicos se interesan en tal o cual cuestión, de tal o
cual manera?
Para Holton8, los factores que los llevan a crear nuevos
campos de investigación son la competencia y el interés en
realizar descubrimientos inéditos. La existencia de conflictos
es una necesidad para que se produzca el avance de la ciencia.
En efecto, cuando un campo se halla bien explorado, cuando
el número de investigadores que trabajan en él es importante,
los científicos jóvenes y talentosos tienen el mayor interés en
despegarse de ese campo y en invertir sus esfuerzos en la
exploración de otros nuevos: Holton habla de una “movilidad
disciplinaria”. Al proponer un modelo cercano, llamado de
“bifurcación” (model of branching), Mulkay sugiere que los
nuevos campos de la ciencia son resultado de migraciones de
científicos que percibieron la existencia de problemas irre­
sueltos, de campos inexplorados, de probables observaciones
prometedoras o de avances técnicos. La emergencia de nuevas
especialidades va acompañada de la emigración de técnicos,
de conceptos y de ideas surgidas en las antiguas especialida­
des.9
Sin embargo, la voluntad humana de crear nuevos campos

editado en 1976 por los principales representantes de PAREX, Gérard


Lemaine, Roy MacLeod, Michael Mulkay y Peter Weingart, París-La Haya,
Mouton.
8 Gerald Holton, Them atic Origins o f Scientific Thought. Kepler to
Einstein, Cambridge, Harvard University Press, 1973, (Ensayos sobre el
pensam ien to científico en la época de Einstein, Madrid, Alianza, 1982);
L ’Im agination scientifique, París, Gallimard, 1981, (La imaginación cientí­
fica, México, FCE, 1985).
8 Michael Mulkay, “Three Models o f Scientific Developm ent”, The
Sociological Review, 1975, vol. 23, n° 3, págs. 509-526.

77
de investigación no basta para comprender el nacimiento de
nuevas especialidades o disciplinas. Las ideas y volunta­
des nuevas deben apoyarse, en efecto, sobre infraestructuras
sociales o, en todo caso, encontrarse en resonancia con el
contexto y las instituciones sociales. Un primer ejemplo clási­
co de investigaciones que se apoyaron en tales hipótesis es
proporcionado por las de Michael Mulkay, sociólogo, y las de
David Edge, astrónomo, sobre el nacimiento de la radioastro­
nomía en las universidades inglesas poco después de la
segunda guerra mundial, es decir, de la disciplina que estudia
las ondas (además de las luminosas) que emiten los astros.10
¿Cómo logró imponerse esta disciplina, distinta de la astrono­
mía, incluso frente a una disciplina muy antigua, prestigiosa
y sólidamente establecida? Al estudiar paso a paso las
transferencias de ideas y las filiaciones entre los diferentes
grupos en juego en esta historia, Mulkay y Edge muestran a
la vez el papel de los factores técnicos (los instrumentos de
detección de las ondas de radio, los cambios técnicos), el de los
factores sociales contextúales (el papel de la guerra, la centra­
lización de la investigación, la competencia entre centros de
investigación, las estrategias de los investigadores), el de los
factores cognitivos (los resultados incomprensibles para
los saberes clásicos) y el de los factores institucionales (la
astronomía, al no sentirse amenazada en razón de su antigua
y sólida posición en el seno de las ciencias, acogió con un cierto
beneplácito los primeros ensayos de radioastronomía). El
nacimiento de la radioastronomía no es el resultado exclusivo
de determinantes sociales o cognitivos o técnicos o institucio­
nales, sino una conjunción de esos diversos factores, estrecha­
mente ligados los unos con los otros hasta el punto de que
resulta imposible jerarquizarlos e identificar cuáles serían los
que determinarían a los demás. No obstante, muestran que
esos factores globalmente tienen una influencia importante
en el nacimiento de la radioastronomía y, luego, que la
naturaleza no es el único factor determinante, ni siquiera el
dominante. En particular, la naturaleza no impone la orien­
tación de las investigaciones.

10 David Edge & Michael Mulky,A stronom y Transformed. The E m ergen­


ce o f R adio Astronom y in Britain, Nueva York, John Wiley, 1976: véase
también “L’influence des facteurs cognitifs, techniques et sociaux sur le
développement de la radioastronomie”[1973], en Michel Callón & Bruno
Latour (dir.), La science telle q ue’elle se fait. Anthologie de la sociologie des
sciences de langue anglaise, Paris, Pandore, 1982, págs. 103-143.

78
Otro ejemplo es proporcionado, en 1977, por el estudio
sobre el desarrollo de la neurofisiología del sueño, publicado
por Gérard Lemaine y otros.11 Al estudiar, en períodos de
larga duración, un laboratorio que trabajaba sobre el sueño,
demuestran que “el sueño es un lugar de encuentro de nume­
rosos campos y disciplinas, como la fisiología, la bioquímica, la
histología, el psicoanálisis” y que “cada campo o disciplina
interviene con sus modelos, sus técnicas, sus lenguajes”. De
esos encuentros disciplinarios, técnicos o teóricos nacen una
nueva disciplina, la neurofisiología del sueño, y descubri­
mientos científicos. Para ser fecundos, esos encuentros no
deben ser aleatorios: han de ser guiados por los actores; deben
ser fruto de las estrategias y del “trabajo creativo” por parte
de los actores. El investigador, dotado de capacidades propias
(imaginación, “sentido para los buenos problemas”) y de ideas
estratégicas individuales (estrategias de diferenciación y es­
trategias conservadoras), desempeña un papel central y debe
ser el objeto de toda la atención por parte del sociólogo.12
Desde un punto de vista metodológico, las posiciones adop­
tadas por los autores de ese estudio son muy explícitas. Para
comprender las opciones, las estrategias y las decisiones de los
científicos, el sociólogo no puede prescindir del conocimiento
de las disciplinas que estudia y la cultura científica que lo
rodea: debe sumergirse en las disciplinas que encuentra y en
las especialidades de los autores con los que trata. ¿De qué
otra manera debería actuar si desea comprender todos los
aspectos de las situaciones analizadas?El análisis sociológi­
co es necesariam ente pluridimensional, puesto que debe
identificar las diferentes dim ensiones del espacio de las
investigaciones: los avances de las técnicas de observa­
ción, las condiciones ofrecidas por los laboratorios de inves­
tigación, las subvenciones otorgadas por las instituciones
que financian las investigaciones, así como la competencia
científica que interviene...
En otros autores, uno de los factores que concurre al
desarrollo de nuevos saberes es la hibridación: por diversas
razones (sobre todo sociales), actores marginales o actores con

11 Gérard Lem aine et alii, Stratégies et choix da n s la recherche. À propos


d es travaux su r le som m eil, París-La Haya, Mouton-Maison des sciences de
l’homme, 1977.
12 Gérard Lemaine, “Science normale e t science hypernormale”, Revue
française de sociologie, 1980, vol. 21, págs. 499-527.

79
estrategias no clásicas en el seno de su disciplina pueden ser
llevados a encontrarse y a constituir, por hibridación de sus
saberes y de sus métodos, una nueva disciplina. Fue así como
nació la etnomusicología, que en el comienzo fue un campo
desarrollado por antropólogos aficionados a la música. La
biología molecular, cuyo éxito actual es muy importante, debe
su nacimiento a la voluntad de especialistas surgidos de la
física, de la medicina, de la microbiología y de la cristalografía.
Por fin, la física tal como la conocemos hoy nació a mediados
del siglo xix, formada por la fusión de las matemáticas y de la
física experimental. De estas hibridaciones surgieron revis­
tas: es el caso de Annales, cuyo éxito resulta en parte del
matrimonio entre la historia, la geografía, la economía y las
ciencias sociales. Pero este proceso de hibridación no carece de
inconvenientes: lleva a una multiplicación de las especialida­
des, a la fragmentación de las disciplinas en múltiples subdis­
ciplinas.13
Otra ilustración del proceso de hibridación nos lo propor­
ciona la historia de la psicometría.14 Uno de los orígenes de
esta disciplina se sitúa en el itinerario de varios psicólogos
formados inicialmente en las técnicas de las ciencias de la
ingeniería o en ciencias matemáticas y que, en consecuencia,
tenían una fuerte competencia en estadística. Situados en un
contexto institucional donde la demanda de instrumentos
cuantitativos para evaluar las capacidades mentales de los
individuos es fuerte (ejército, universidades, grandes empre­
sas), aplican su competencia en estadística y matemáticas
para formar herramientas, conceptos y saberes que mezclan
las cuestiones psicológicas con las técnicas estadísticas. Al
editar una revista (Psychometrika), al constituir poco a poco
su legitimidad apoyándose en los conocimientos ya adquiridos
en psicología de los tests mentales y sobre la legitimidad de las
matemáticas, al responder a necesidades sociales, forman
progresivamente un nuevo campo específico de la ciencia: la
psicometría. En función de las circunstancias y de los indivi­
duos, esta nueva disciplina se aproxima a una rama de las
ciencias estadísticas o probabilísticas o, al contrario, a una
rama de la psicología.

13 Mattei Dogan & Robert Pahre, L ’Innovation d a n s les sciences sociales.


La m arginalité créatrice, Paris, PUF, 1991.
14 Olivier Martin, La M esure de l ’esprit. Origines et développem ents de la
psychométrie, 1900-1950, Paris, L’Harmattan, 1997.

80
Poco programáticas, esas diferentes investigaciones valen
sobre todo por la minucia de sus descripciones y de los
comentarios producidos para casos precisos: en todos ellos,
subrayan la necesidad de la acción cognitiva y de la acción
social en los procesos de desarrollo de nuevas especialidades
científicas. Al no proponer ninguna solución teórica simple, al
no lograr identificar escenarios convergentes a partir de
situaciones diferentes, al no tratar de proponer una guía
metodológica general ni de imponer un esquema teórico
único, esos estudios han sido poco discutidos y se encuentran
algo olvidados; les ocurre lo contrario de lo que sucede con dos
procedimientos de los que nos ocuparemos a continuación, los
que sí han hecho correr bastante tinta.

3 . LOS DETERMINANTES SOCIALES


DE LOS SABERES

Abordaremos aquí los dos enfoques ingleses (llamados habi­


tualmente en la literatura anglosajona Social Studies of
Knowledge), tomando como objeto de estudio el conocimiento
científico y procurando explicar los orígenes de dicho conoci­
miento mediante factores exclusivamente sociológicos. Estos
atribuyen bastante más poder a la sociología de cuanto lo
hacían los primeros sociólogos del conocimiento: no sólo el
conocimiento está condicionado socialmente; también lo está
su validez.15 Cronológicamente, el primer enfoque que surge
es el “programa fuerte”, seguido de cerca por el “programa
empírico del relativismo”. Uno y otro se dicen relativistas:
reivindican la existencia de una determinación del contenido
de la ciencia por la sociedad y la cultura.

3.1 El programa fuerte: sus principios

Colocado bajo el patronazgo de autores como Durkheim,

15 Raymond Boudon, “Les deux sociologies de la connaissance scien ti­


fique”, en Raymond Boudon & Maurice Clavelin (dir.), Le R e la tivism e est-
il résistible ? R e g a rd s s u r la sociologie des sciences, Paris, P U F, 1994, págs.
17-43.

81
Mannheim, Wittgenstein y Kuhn, el programa fuerte (Strong
Program) nació, a comienzos de los años ’70, de las investiga­
ciones de un grupo de sociólogos reunidos en el seno de una
Science Studies Unit de la universidad de Edimburgo: Barry
Barnes, David Bloor y David Edge, a los cuales se unieron
luego Donald MacKenzie, Steven Shapin y Andrew Pickering.
La formulación más explícita, pero también la más rígida,
de ese programa es proporcionada por la obra de David Bloor,
Sociologie de la logique: les limites de l’épistémologie, apare­
cida en 1976;16 se apoya sobre cuatro principios generales
considerados como guías del trabajo de todo sociólogo:

1. El principio de causalidad: el sociólogo debe interesarse


por las condiciones que dan origen a las creencias o a los
estadios de conocimiento que observa.
2. El principio de imparcialidad: el sociólogo debe ser
imparcial frente a la verdad o a la falsedad, a la racionalidad
o a la irracionalidad, al éxito o al fracaso. Debe explicar cada
uno de los términos de esas dicotomías, sin privilegiar el
análisis de lo que parece racional en detrimento de lo que
parece irracional o el de las creencias que se han verificado
como verdaderas en perjuicio de las que a fin de cuentas se han
mostrado como falsas. En otras palabras: el sociólogo debe ser
agnóstico.
3. El principio de simetría: las explicaciones proporciona­
das por el sociólogo deben ser simétricas, lo que significa que
los mismos tipos de causas deben ser empleados para explicar
las creencias verdaderas y las creencias falsas, los éxitos y los
fracasos. No existe ninguna razón para recurrir a causas de
orden natural para explicar las creencias verdaderas ni a
causas de orden cultural para dar cuenta de creencias falsas.
4. El principio de reflexibidad: los modelos explicativos
deben aplicarse a la propia sociología. Para Bloor, es una
condición evidente, sin la cual la sociología estaría en perma­
nente contradicción con sus propias teorías.

Al enunciar estos principios, Bloor entiende significar que


es necesario rechazar todas las explicaciones teleológicas
para dar cuenta de los conocimientos o de las creencias. En la
tradición filosófica (y sociológica), “nada hace que la gente

16 París, Pandore, 1983 (primera edición inglesa: Know ledge a n d Social


Imagery, 1976), (Conocimiento e im aginario social, Barcelona, Gedisa,)

82
tenga razón, pero algo hace que se equivoque” (ibid., pág. 9).
En otras palabras, para explicar los errores, lo falso o lo
irracional se apela a causas, sobre todo sociales, psicológicas
o ideológicas; y para explicar lo verdadero, lo exacto o lo
racional se apela a principios trascendentes o teleológicos: la
verdad, la lógica y la racionalidad. Se niega a ver la sociología
del conocimiento limitada a una sociología del error. Un
defecto idéntico se encuentra en historia, donde los historia­
dores de las ciencias a menudo se conforman con limitar sus
relatos a los trabajos de los “vencedores” (aquellos a quienes
la larga duración les ha dado la razón), a los resultados que
tuvieron éxito (aquellos que subsisten durante largos perío­
dos): el relato de esos historiadores es de hecho el de la
“historia juzgada” (comentan entonces anacronismos) y no
la historia tal como realmente se desarrolló. Para evitar tales
defectos, es necesario no comenzar, gracias a conocimientos
exteriores u obtenidos a posteriori, por evaluar la verdad o la
racionalidad de un saber antes de haber decidido si se explica
por sí mismo (teleología) o si es necesario encontrarle una
causa social (sociología): el análisis debe ser imparcial para no
privilegiar lo verdadero a expensas de lo falso, y simétrico
para no emplear dos tipos de causas diferentes según las
situaciones de verdad o falsedad. El programa fuerte (causal,
simétrico e imparcial en sus explicaciones) se opone así al
programa teleológico.
En razón de su rigidez y de su generalidad demasiado
amplia, los cuatro principios del programa fuerte han sido
bastante discutidos por los integrantes del grupo de Edimbur­
go, así como por otros autores externos. De ello ha resultado
una transformación del programa fuerte que en la práctica
significa una atenuación y una puesta en operación del mis­
mo: únicamente los principios de simetría y de imparcialidad
(que de hecho son casi sinónimos) se han conservado y se han
puesto en práctica sistemáticamente en los estudios de casos.

3.2 El programa fuerte: sus aplicaciones

El programa fuerte fue puesto en práctica esencialmente en


estudios sociohistóricos, es decir, en aquellos que tenían que
ver con contextos sociales pasados: experiencias de Robert
Boyle sobre el vacío en el siglo xvn, investigaciones sobre la
doctrina de la generación espontánea en biología durante los

83
tiempos de Pasteur, análisis de la frenología. Lo que no
excluye algunos estudios de situaciones mas contemporá­
neas' detección de las ondas gravitatonas, parapsicología,
teoría ondulatoria de la luz.17 Estos estudios siguen un cami­
no parecido: luego de describir los sistemas teóricos y prácti­
cas constituidos localmente por los científicos, procuran poner
en evidencia el contexto social, cultural, político, religioso o
económico que presidieron dicha constitución. Por contexto
hay que entender el contexto general (sobre todo macrosocial)
y no el contexto local. En suma, la ciencia local se explica por
las condiciones sociales globales. Uno de los campos privile­
giados del programa fuerte (como, más tarde, del programa
empírico del relativismo) consiste en el estudio de las contro­
versias científicas. Ellas constituyen momentos en que los
resultados experimentales y los saberes todavía están en
debate: el principio de simetría es entonces más fácil de
aplicar. Corresponde al sociólogo no cometer anacronismo al
juzgar retrospectivamente las posiciones de los actores en
función del surgimiento de la controversia.
Las aplicaciones del programa fuerte comparten dos ras­
gos:

1. Su objeto final es el saber científico, incluso si apelan a


factores sociales para explicarlo y captar sus determinacio­
nes: éstas no se preocupan de las consecuencias que la ciencia
y los saberes científicos pueden tener sobre la sociedad.
2. Correlativamente, su representación de la sociedad es
una representación estática: no aborda frontalmente la cues­
tión de la evolución y de la transformación de las ciencias.

Los trabajos de Bloor


Un primer ejemplo, clásico por simbólico (a pesar de perma­
necer largamente inacabado y de no haber sido realmente
proseguido),18 está constituido por el trabajo de Bloor sobre el

17 Algunos ejemplos: La Science telle q u ’elle se fait, 1982, op. cit.; Barry
Barnes & Steven Shapin (eds.), N a tu ra l Order: H istorical S tu d ie s o f S cien ­
tific Culture, Londres, Sage, 1979; Andrew Pickering, Constructing Quarks:
A Sociological H istory o f Particle Physics, Chicago, University of Chicago
Press, 1984.
18 Véase Claude Rosental, L ’Emergence d ’un théorème logique. Une
approche sociologique des p ra tiq u e s contem poraines de dém on stration,
Paris, Thèse de l’École des m ines, 1996 (próximo a aparecer).

84
pensamiento matemático y lógico. Al abordar la lógica, de
hecho se enfrenta al símbolo más fuerte y a la base más sólida
del pensamiento científico: en su espíritu, si es que logra
elaborar de manera convincente una sociología de la lógica,
habrá realizado la demostración de la pertinencia de su
programa y, más allá, la determinación social de los propios
fundamentos del pensamiento científico.
Procura establecer que no existe unidad en el pensamiento
lógico: existen variaciones importantes de una sociedad a
otra, de una época a otra. El sentido del enunciado lógico
(silogismo): “El todo es mayor que la parte” varía de un
matemático a otro: algunos deducen del mismo que los conjun­
tos infinitos no existen (pues, si existieran, una de sus partes
podría ser puesta en correspondencia con el todo: la parte
sería entonces tan grande como el todo); otros extraen del
mismo una definición de conjuntos de tamaño infinito (son los
conjuntos en los que una parte es tan grande como el todo).
Así, “la conclusión a extraer de todo esto es que no existe en
este caso ningún sentido absoluto que nos obligue a aceptar el
principio según el cual el todo es más grande que la parte”:19
los enunciados lógicos no se imponen del mismo modo a todos.
Solamente en situaciones sociales e históricas precisas el
sentido es idéntico para todos y entonces existe una objetivi­
dad: “Si algo se impone por sí mismo, sólo puede ser el hábito
o la tradición que hace que se emplee tal modelo antes que
otro” (ibid.). La “objetividad es social” como puede serlo la
moral: es el mismo orden de obligaciones quien nos hace decir
que “esto es falso y esto, verdadero” y que “esto es justo y esto,
injusto”. Ese orden de obligaciones tiene origen social y sólo
vale para un contexto social e histórico determinado.

Los trabajos de MacKenzie


Un segundo ejemplo lo proporciona el trabajo de Donald
Mackenzie sobre las estadísticas y, más precisamente, sobre
el desarrollo de las herramientas estadísticas en Inglaterra a
comienzos del siglo xx.20 Se sumerge en los debates que sur-

19 David Bloor, op. cit., pág. 154.


20 Donald MacKenzie, S ta tistic s in Britain, 1895-1930. The Social
Construction o f Scientific Know ledge, Edimburgo, U niversity of Edimburgh
Press, 1981; véase también “Comment faire une sociologie de la statisti­
q u e...” [1978], en Michel Callón & Bruno Latour(dir.), La Science telle q u ’elle
se fait, Paris, La Découverte, 1991, págs. 200-261.

85
«rieron entre los estadísticos ingleses cuando dos de ellos, Karl
Pearson y Udny Yule, propusieron dos herramientas para
e v a l u a r el gTado de conexión o de asociación (“correlación”)
entre dos variables cualitativas, es decir, entre dos categorías
discontinuas (discretas): Yule propone un coeficiente simple,
que no descanse sobre ninguna hipótesis fuerte pero, a partir
de este hecho, sin verdadero marco teórico que justifique su
empleo; Pearson propone un coeficiente de empleo más com­
plicado, pero que descansa sobre hipótesis explícitas cuya
validez no es fácil asegurar. Pero, en el fondo, sean cuales
fueren las definiciones propuestas, lo esencial consiste en
llegar a comprender por qué dos estadísticos tan cercanos
(Yule era discípulo de Pearson), con los mismos conocimientos
científicos, fueron llevados no sólo a proponer herramientas
diferentes, sino también a debatir de manera virulenta acerca
de la pertinencia de dichas herramientas. Las opciones teóri­
cas operadas para definir los coeficientes y los argumentos
sostenidos por Yule y Pearson en su querella resultan de los
intereses y objetivos que persiguen. Comprometido en la
defensa de ideas hereditaristas y eugenistas, cuya demostra­
ción se apoyaba en el cálculo de coeficientes de correlación,21
Pearson desarrolla una herramienta destinada a las variables
cualitativas, muy cercana de la herramienta clásica destina­
da a las variables cuantitativas (coeficiente de correlación).
Su inquietud consiste en disponer de una herramienta uni­
versal y realista, cuyos resultados serían incontestables una
vez que se aceptaran las premisas, a los efectos de justificar
sus ideas políticas. Por su parte, Yule de ninguna manera
tiene la misma inquietud: sin ambición política o teórica
fuerte, simplemente procura poner a punto una herramienta
cómoda que permita disponer de una indicación convencional
sobre la presencia de un nexo perfecto o, por el contrario, de
la falta de nexo entre dos variables: no encara que su indicador
permita deducir la existencia de un lazo profundo entre dos
variables. Yule desea, más modestamente, proponer una
convención que permita comparaciones simples. Así, si Pear­
son y Yule plantean de modo diferente el mismo problema, si
proponen dos indicadores diferentes y si disputan duramente

21 A los efectos de poder establecer el carácter hereditario de los rasgos


físicos y morales de los individuos (hereditarismo) y deducir de ellos que las
políticas eugénicas son necesarias para la eliminación de ciertas taras
(eugenismo).

86
para decidir quién tiene razón, es en virtud de una divergen­
cia en sus “intereses cognitivos”, en sus objetivos intelectua­
les.
Sin embargo, Mackenzie no se detiene allí: si Yule y
Pearson tenían intereses cognitivos distintos era en virtud de
las diferencias de sus intereses sociales. Pearson pertenecía
a la nueva intelligentsia británica, nacida con la moderniza­
ción de la sociedad y cuya importancia crecía porque sostenía
ideologías tecnocráticas y cientificistas (entre ellas, el euge-
nismo): en suma, Pearson defendía el eugenismo porque su
ascenso social pasaba por la victoria de tales ideas cientificis­
tas y tecnocráticas. Yule, surgido de la élite tradicional ingle­
sa, no tenía esta preocupación de ascenso social: defendía más
bien una concepción conservadora de la acción política y
social, y no se reconocía en el eugenismo, al que criticaba
porque lo concebía como una amenaza. A fin de cuentas, “el
análisis de este episodio ilumina las relaciones sociales de la
teoría estadística revelando los lazos que unieron los estadís­
ticos a problemas ideológicos y sociales de orden más general”
(ibíd. pág. 200).

Otros trabajos
Igualmente, es posible ubicar entre esos estudios de los
factores macrosociales que intervienen en la construcción de
los conocimientos científicos, diversos estudios orientados
hacia los campos del saber que tienen implicancias sociales
inmediatas (en especial saberes sobre las diferencias sexua­
les, raciales o mentales). Las apuestas ligadas a estos saberes
son tales que la hipótesis de la determinación social de estos
saberes se plantea naturalmente. El estudio de los comporta­
mientos animales presenta un sesgo imputable a una visión
masculina del mundo: ciertos aspectos de los comportamien­
tos de las hembras son ignorados en los estudios de primato-
logía llevados adelante por investigadores del sexo masculi­
no.22 Por ejemplo, un modelo corrientemente empleado en el
estudio de primates es el del “macho dominante”, con diversas
compañeras sexuales, y que constituye entonces un “harem”.
Otra interpretación, menos masculina, consiste en decir que

22 Ruth Beier, “Biais in Biological and Hum an Sciences: Some Com­


m ents”, Signs: Journal o f Women in Culture a n d Society, 1978, vol. 4, n° 1,
págs. 159-162; véase tam bién Emily Martin, The Woman a n d the Body: A
Cultural A n alysis o f Reproduction, Boston, Beacon, 1992.

87
las hembras consideran a los machos como recursos en el seno
de su entorno, a los que pueden utilizar para garantizar su
seguridad y darles una progenitura. Y si las condiciones son
tales que hay menos machos que hembras, varias hembras
pueden compartir el mismo macho: un solo macho basta para
fecundar a varias hembras.

3.3 El programa empírico del relativismo:


sus principios

Surgido de los trabajos de Harry Collins, profesor de sociolo­


gía de la universidad de Barth, el programa empírico del
relativismo (Empirical Program of Relativism o EPOR) se
inscribe en la prolongación del programa fuerte antes expues­
to: en uno como en otro caso, se trata de explicar en términos
sociológicos el contenido de la ciencia y de dar cuenta, de
manera simétrica, tanto de los errores como de los éxitos,
de las posiciones ganadoras como de las perdedoras. Sin
embargo, este programa se distingue del programa fuerte en
los siguientes puntos:

- privilegia el estudio de casos contemporáneos y no de


situaciones pasadas, lo que autoriza métodos de investigación
clásicos en sociología (entrevistas, observaciones);
- sitúa los factores sociales que determinan el contenido de
la ciencia en un nivel microsociológico, es decir, junto a las
culturas individuales o locales, rasgos sociológicos de grupos
y de individuos, y no junto a los contextos culturales genera­
les;
-finalmente, toma como objeto de análisis las “maneras
cotidianas” en que los actores negocian los resultados cientí­
ficos.

Por otra parte, si el programa fuerte proponía principios


muy generales y abstractos para el trabajo sociológico, el
programa EPOR indica con mayor claridad los principios
metodológicos a seguir y los objetos a estudiar: es más concre­
to en el enunciado de su procedimiento y más preciso en el
enunciado de sus objetivos. Prácticamente, Collins define
el EPOR a partir de los siguientes tres principios:23
23 Harry Collins, “Stages in the Empirical Program of Relativism ”, Social
S tu dies o f Science, 1981, vol. 11, n° 1, págs. 3-10.

88
r 1. Mostrar flexibilidad interpretativa, es decir, mostrar la
existencia de grados de libertad en la interpretación de los
resultados empíricos: esta flexibilidad se encuentra en el
origen de las controversias que suscita el programa.
2. Estudiar los factores que aseguran que una interpreta­
ción va a ser preferida a otras; en otras palabras, encontrar los
mecanismos que llevarán a que la controversia se cierre, se
apague.
3. Relacionar los mecanismos de cierre a las estructuras
sociales y políticas más generales, a los efectos de determinar
en qué medida los conocimientos científicos certificados (esto
es, aceptados) están vinculados con ciertos intereses políticos
económicos o sociales.

3.4 El programa empírico del relativismo:


sus aplicaciones

Las situaciones estudiadas por el propio Collins o por sus


antiguos alumnos (sobre todo por David Travis y por el
sociólogo norteamericano Trevor Pinch) son de dos clases:

1. casos tomados de las disciplinas que, por razones diver­


sas, a menudo son consideradas como los tipos ideales de
disciplinas científicas: la física y la biología;
2. casos habitualmente juzgados como situados al margen
de la ciencia, incluso como paracientíficos: por ejemplo, la
parapsicología.24

Una de las lecciones importantes de los estudios empíricos


conducidos por Collins es la existencia de “saberes tácitos”
(tacit knowledge): de manera general, un saber tácito designa
la capacidad para cumplir una tarea sin que se sea capaz de
describir con los suficientes detalles cómo se la hace. En el
caso de las ciencias, los saberes tácitos son los saberes que no
están explicitados en los manuales o en los artículos que dan
cuenta de experiencias, pero que sin embargo son indispensa­
bles para la realización de esas experiencias y para su inter-

24 Para un esbozo, en francés, de estas investigaciones, véase Harry


Collins & Trevor Pinch, Tout ce que vous devriez savoir su r la science, Paris,
Le Seuil, 1994 [1993], ( E lgolem: lo que todos deberíam os saber acerca de la
ciencia, Barcelona, Crítica, 1996).

89
pretación. Los científicos ejercen su habilidad, realizan dispo­
sitivos experimentales, interpretan datos surgidos de dichas
experiencias sin ser necesariamente conscientes de todos los
procedimientos y de todas las técnicas que ponen en marcha;
en todo caso, sólo raramente las explicitan. La existencia de
tales saberes tiene una consecuencia importante: la replica­
tion de las experiencias, en razón de la existencia de esos
saberes tácitos, nunca resulta fácil de realizar. El ideal de
cientificismo querría que todos pudieran reproducirlas expe­
riencias científicas para convencerse de los resultados, pero
ese ideal resulta difícil, incluso imposible, de alcanzar. La
persona que deseara reproducir una experiencia estaría en la
misma situación que la que desee realizar una silla de madera
disponiendo tan solo de un manual de ebanistería, sin poseer
el conocimiento del ebanista o del carpintero: por cierto, el
resultado no estaría de acuerdo con lo que se esperaba. Esos
saberes tácitos, esas competencias informales, esos saber ha­
cer no se trasmiten a través de escritos o de conferencias, sino
mediante un aprendizaje junto a otros científicos formados: el
contacto personal, la comunicación entre investigadores son
indispensables para la trasmisión de los conocimientos. En
otras palabras, un saber no se reduce a un conjunto limitado
de instrucciones o de informaciones simples y no equívocas: no
es un algoritmo.
Collins estudió sobre todo la construcción de láseres y los
problemas suscitados por la réplica que emprendieron diver­
sos laboratorios ingleses de un láser puesto a punto en Canadá
hacia 1970:25 las publicaciones que describían el dispositivo,
los protocolos que explicitaban los procedimientos de puesta
a punto no fueron suficientes para que otros integrantes de la
comunidad científica pudieran reproducir el dispositivo rea­
lizado por un equipo. Fue necesario realizar visitas, intercam­
bios verbales, demostraciones para lograr la reproducción del
aparato láser. Por otra parte, no todos lo lograron y quienes lo
consiguieron no siempre estuvieron en condiciones de saber
por qué. Collins traza un paralelo con la bicicleta: para andar
en bicicleta no es necesario ningún conocimiento de mecánica,
de resistencia de materiales o de dinámica; a la inversa, a
25 Harry Collins, C hanging Order. R eplication a n d Induction in S c ien ­
tific Practice, Londres, Sage, 1985; vé a se tam bién “Les sept sexes; étude
sociologique de la détection des ondes gravitationn elles” [1975], en Michel
Callón & Bruno Latour (dir.), L a Science telle q u ’elle se fait, op. cit., págs.
262-296.

90
menudo un ciclista se muestra bien incapaz de explicar qué
hace para lograr que su vehículo marche convenientemente.
Como la replicación idéntica es muy difícil, los científicos
que debaten el valor de un resultado experimental por lo
general lo hacen a partir de dispositivos ligeramente diferen­
tes. No hablan, entonces, de lo mismo. Esas diferencias
pueden permitir el surgimiento de controversias cuya regla­
mentación (el “cierre”) requiere la intervención de factores
extra lógicos. Un ejemplo lo proporciona la controversia en
torno a la detección de las ondas gravitatorias, estudiado por
Collins en 1975.26 El físico Weber construye en 1970 un
primer detector de ondas gravitatorias: las mediciones efec­
tuadas confirmaban la presencia de tales ondas que nadie,
hasta entonces, había logrado observar (pese a que la teoría
física preveía su existencia), pero su nivel sobrepasaba am­
pliamente el valor previsto por la teoría. Ante estos resulta­
dos, otros físicos curiosos o escépticos se embarcaron en la
construcción de sus propios detectores: cada uno concibió, en
función de sus medios técnicos e hipótesis teóricas, un equipo
propio. Las diferentes experiencias proporcionan conclusio­
nes contradictorias y no se produce ninguna clase de acuerdo
entre los físicos. Surge una controversia acerca de los medios
puestos en práctica, acerca de los resultados logrados por el
instrumento de Weber, pero también sobre los instrumentos
cuestionadores, sobre la pertinencia de tal o cual dispositivo,
sobre las consecuencias teóricas deducidas de ciertas expe­
riencias. Todo está en discusión, todo se cuestiona: Collins
habla de una “regresión infinita”. Si el debate finalmente llegó
a su fin no se debió a que los físicos se pusieran de acuerdo
acerca de un dispositivo instrumental y sobre una interpreta­
ción de los resultados obtenidos con ayuda de ese dispositivo,
sino porque varios de ellos estuvieron de acuerdo en detener
esa regresión infinita. Aceptar los resultados de Weber signi­
fica cuestionar la teoría general: escasos eran los científicos
seducidos por semejante perspectiva. A esto se agrega el
hecho de que un físico renombrado redactó un informe muy
crítico -a l que le dio la más amplia difusión posible- que

2e “Les sept sexes; étude sociologique de la détection des ondes gravita­


tionnelles”, (1975), op. cit.; “Une nouvelle fenêtre ouverte sur l’u n ivers?
L’impossible détection du rayonnement gravitationnel”, en Harry Collins &
Trevor Pinch, Tout ce que vous devriez savoir su r la science, op. cit., págs.
126-147.

91
subrayaba todas las debilidades de la experiencia de Weber.
Finalmente, dicho informe arrastró la convicción de la comu­
nidad científica y los resultados de Weber fueron considera­
dos como erróneos, sin que en ningún momento su experiencia
haya sido realmente reproducida, ni las cuestiones suscitadas
fueran realmente zanjadas, ni que los resultados experimen­
tales (los que confirmaban la presencia de ondas o los que no
detectaban nada) fueran comprendidos o explicados. Al entre­
vistar a la comunidad de físicos, y en especial a aquellos que
habían tomado partido en la controversia, Collins mostró
que sus tomas de posición resultaban de un cierto número de
factores extra lógicos y que la mayoría de ellos confesaba no
ser perfectamente competente para juzgar la calidad de los
resultados de Weber. Entre esos factores, es preciso señalar
ante todo: la confianza en la honestidad y las capacidades de
los experimentadores, fundada en relaciones previas de tra­
bajo; la reputación debida al hecho de dirigir un gran labora­
torio: la existencia de fracasos anteriores; la integración en
diversas redes científicas; el estilo y la presentación de los
resultados; la personalidad y la inteligencia de los experimen­
tadores... Así, “en materia científica, el solo hecho de formar
parte de un resultado experimental no basta para hacer
creíble un descubrimiento poco habitual”(iWd., pág. 145).
Situaciones similares se encuentran en muchas otras dis­
ciplinas, por ejemplo en mecánica cuántica: numerosas inter­
pretaciones de las ecuaciones de la mecánica cuántica se han
propuesto en el transcurso de esta joven disciplina; la mayor
parte ha sido olvidada o ignorada sin que en ningún momento
se haya producido una verdadera discusión acerca de su
validez ni que a fortiori haya ocurrido ningún rechazo explí­
cito. En la comunidad científica, las dificultades objetivas
para desarrollar una discusión de fondo y celebrar un debate
sobre bases realmente comunes (en razón de la existencia de
saberes tácitos, de flexibilidades interpretativas, de princi­
pios y representaciones ocultas) a menudo se encuentran en
el origen de “fracasos de comunicación”, de incomprensiones
y de controversias.27 Estos fracasos y dificultades pueden
explicar el abandono de ciertas teorías.
En suma, puesto que no existe ningún conjunto de criterios

27 Trevor Pinch, “W hat Does a Proof Do If It Does Not Prove?”, en Everett


Mendelsohn, Peter W eingart & Richard Whitley (eds.), The Social P ro d u c­
tion. o f Scientific Know ledge, Dordrecht, Reidel, 1977, págs. 171-215.

92
lógicos y racionales que permitan establecer la validez de los
resultados experimentales y su interpretación, el debate o la
controversia sólo pueden extinguirse merced a factores extra
lógicos, entre los cuales la credibilidad y el reconocimiento
social resultan centrales. Dicha credibilidad y reconocimien­
to determinan que la mayoría de los nuevos resultados
científicos sean aceptados sin discusión ni tentativa de repli-
cación: si la fuente de un enunciado es considerada creíble, el
enunciado es aceptado sin debate real.
También allí es posible establecer la vinculación con el
efecto San Mateo propuesto por Merton y generalizarlo: no
sólo el proceso de distribución de recompensas es acumulati­
vo, sino que también lo es el proceso que concede credibilidad
a los descubrimientos. Los trabajos de un autor que ya ha
publicado investigaciones reconocidas son inmediatamente
percibidos como creíbles y dignos de interés. La credibilidad
que se otorga a ideas, en especial si son nuevas e incluso
iconoclastas, depende del emisor. El impacto que esas ideas
tienen sobre la comunidad científica y la seriedad que se les
atribuye espontáneamente dependen de la fuente.
Si la construcción de la credibilidad y del reconocimiento
social es importante para los integrantes de una comunidad
científica, resulta estratégico para las disciplinas que procu­
ran adquirir un estatus científico.28 No basta con respetar las
reglas “oficiales”, positivistas, de la ciencia más ortodoxa para
acceder al estatus de ciencia reconocida y aceptada como tal
por la comunidad. Ahí está el caso de la parapsicología para
demostrarlo. Aunque los protocolos experimentales y estadís­
ticos de los parapsicólogos estén validados por las autoridades
científicas competentes y aunque los casos reales de replica-
ción de experiencias no sean más escasos que en geofísica o en
astrofísica, la parapsicología no siempre tiene el estatus de
ciencia.29 De hecho, todo ocurre como si los criterios de acceso
al estatus de ciencia fueran más severos y exigentes que para
las disciplinas ya instituidas.
Si se acepta la hipótesis de ausencia de criterio epistemo­
lógico o metodológico, de inmediato surge una pregunta: ¿qué

28 Roy Wallis, On the M argins o f Science, Keele, University of Keele,


1979.
29 “En parapsychologie, rien ne se passe qui ne soit scientifique...” [1982],
en Michel Callón & Bruno Latour (dir), L a Science telle q u ’elle se fait, op. cit.,
págs. 297-343.

93
es la ciencia? En otros términos, ¿cuáles son las propiedades
que distinguen la ciencia de las demás actividades humanas
y sobre qué bases se apoya la distinción entre los conocimien­
tos científicos y las otras clases de conocimiento? Una primera
r e s p u e s t a , radical, consiste en defender la idea de que la
ciencia no se distingue en nada de las demás prácticas y
saberes humanos. Es el argumento empleado por algunos
movimientos religiosos que, en ciertos estados norteamerica­
nos, imponen que la teoría de la creación expuesta en la Biblia
sea enseñada al mismo nivel que la teoría darwiniana de la
evolución.30 Una segunda respuesta, que puede parecer tau­
tológica, consiste en decir que la ciencia se define en términos
puramente sociales: es ciencia todo aquello concebido como
ciencia en una sociedad dada y en un tiempo dado. Esta res­
puesta no deja de plantear un problema: ¿qué autoridad,-el
individuo o la institución habilitada- dice qué es lo que
compete a la ciencia? ¿Los científicos, los gobiernos que sub­
vencionan las investigaciones, los universitarios que enseñan
ciencia, las sociedades privadas que financian estudios con
finalidades prácticas, los diccionarios, los epistemólogos?

4 . L as c r ít ic a s
A LOS PROGRAMAS RELATIVISTAS

Los estudios enmarcados en uno de los programas relativistas


permitieron subrayar ciertas realidades de la actividad cien­
tífica: Collins subrayó toda la dificultad que existía para
reproducir de modo idéntico ciertas experiencias y ciertos
resultados. Del mismo modo, permitió demostrar la existen­
cia de saberes tácitos. Bloor hizo que los sociólogos tomaran
conciencia, al menos desde el punto de vista heurístico, sobre
la importancia de un tratamiento imparcial y simétrico en sus
investigaciones (y no conformarse con describir situaciones ya
juzgadas). Varios autores han sugerido que la interpretación
de los resultados y de las leyes teóricas no era unívoca. Desde
este punto de vista, todos ellos han resultado fructíferos y
pertinentes. Pero en virtud del radicalismo de su finalidad

5 Dominique Lecourt, L ’A m érique entre la Bible et D arw in, París, PUF,


1992.

94
(relativizar todos los conocimientos) y de su ambición de
proponer programas universales, los programas relativistas
suscitaron numerosos debates y se enfrentaron a importantes
críticas. Estas críticas han sido tanto más virulentas cuando
esos programas afirmaban francamente su pretensión de
justificar una visión puramente relativista de la ciencia, del
conocimiento, de los saberes y, a fin de cuentas, de la sociedad.
Las críticas surgieron tanto en los países anglosajones como
en Francia. La primera clase de críticas agrupa las críticas
“internas”, es decir, las dirigidas no a los objetivos de estas
investigaciones, sino a los métodos empleados para alcanzar
esos objetivos y a los límites encontrados por dichas investiga­
ciones. La segunda clase reúne las críticas “externas”, es decir
aquellas orientadas a cuestionar la validez de los objetivos
asignados a esas investigaciones. Veámoslas sucesivamente.
Una de las críticas recae sobre la hipótesis de la flexibilidad
interpretativa de los enunciados, de los resultados y de las
teorías. Esta hipótesis, que se encuentra en el corazón del
sistema teórico de Collins, parece más postulada que demos­
trada: nunca recibe definición o verificación empírica convin­
cente. Por otra parte, si bien parece un conocimiento adquiri­
do que los datos no hablan de sí mismos, también es cierto que
no hablan como desearía el investigador: incluso si su sentido no
se le impone de manera unívoca, los datos fuerzan los sentidos
que es posible darles.31 Existen enunciados cuya interpreta­
ción es estable y conocida, es decir, ampliamente aceptada por
la comunidad científica e incluso empleada por una parte de
esa comunidad como principio congregador de instituciones y
de programas de investigación. Por ejemplo, las propiedades
del virus del sida concitan los esfuerzos de numerosos cientí­
ficos e investigaciones en varios institutos. En ese caso, ya no
es posible suponer que la interpretación sea flexible: se
impone a todos.
La noción de interés es igualmente objeto de numerosas
críticas. Los sociólogos relativistas emplean dicha noción para
explicar el comportamiento de los científicos y el surgimiento
de teorías. Pero su empleo choca con obstáculos difíciles de
superar: en una situación social dada, la determinación de los
intereses, de las intenciones, dista de ser tarea sencilla. En

31 Gérard Lemaine & Alain Gomis, “Contribution à une sociologie de la


recherche scientifique”, en Raymond Boudon & Maurice Clavelin (dir.), Le
R elativism e est-il resistible ?, op. cit., págs. 251-288.

95
efecto, los intereses y las intenciones se establecen a partir de
la observación de las acciones y de los comportamientos. A
partir de allí, explicar esas acciones y esos comportamientos
mediante los intereses y las intenciones es tautológico: seme­
jante razonamiento es circular.
Por otra parte, los intereses no son datos:32 son el resultado
de una construcción social, al mismo nivel que los demás
factores presentes en la situación social estudiada (las inter­
pretaciones, los hechos, las alianzas entre científicos, los
resultados experimentales). Los intereses de los investiga­
dores son el fruto de negociaciones, de discusiones y de
alianzas; a partir de allí, el sociólogo debe explicarlas y no
conformarse con invocarlas. El análisis sociológico no puede
escapar al examen de los motivos de los actores, los que, por
cierto, no son trascendentes.
La noción de simetría y su empleo por los sostenedores del
programa fuerte o los del programa empírico del relativismo
son igualmente objeto de críticas. El principio de simetría
estipula que las explicaciones proporcionadas para dar cuen­
ta del éxito de una teoría y del fracaso de otra deben ser de la
misma naturaleza, y no privilegiar o priori las explicaciones
de orden racional. Pero no privilegiar no significa que sea
necesario abstenerse de recurrir a explicaciones que abreven
en la racionalidad. Así, en su estudio de la controversia sobre
la detección de las ondas gravitatorias, Collins adelanta
que la comunidad científica rechazó los resultados de Weber
en razón de factores sociales, pero no dice nada -incluso
eventualmente para rechazarlos- acerca de la existencia de
factores racionales: después de todo, si la comunidad de físicos
rechazaba los resultados de Weber era porque éstos entraban
en contradicción con todos los conocimientos adquiridos y
todas las teorías aceptadas. Y si las explicaciones de orden
social son posibles, esto no excluye que sean compatibles con
causas de orden racional: lo social y lo racional no necesaria­
mente se oponen. En suma, los sociólogos relativistas hacen
un “empleo asimétrico de la noción de simetría”:33 privilegian
las explicaciones de orden social sin examinar seriamente los
demás órdenes. Esta asimetría se percibe en la ya citada

32 Steve Woolgar, “Interests and Explanation in the Social Study of


Science”, Social S tu dies o f Science, vol. 11, 1981, págs. 365-394.
33 Gérard D armon, “The Asym etry o fS ym etry”, Social Science Inform a­
tion, 1986, vol. 25, n° 3, págs. 743-755.

96
expresión de Collins: “La naturaleza desempeña un papel
muy reducido, incluso inexistente, en la construcción del
saber científico”. ¿Por qué apartar a priori las explicaciones
naturalistas o racionales? “Si sólo se busca una causalidad
social, esto es lo único que se encontrará”.34 El error cometido
es el del reduccionismo sociológico.
De manera general, es un simplismo creer que los conoci­
mientos científicos son de origen puramente social, simplis­
mo idéntico al cometido por los más puros historiadores o
filósofos racionalistas cuando defienden la idea de que el
conocimiento científico es un conocimiento puramente racio­
nal. Plantear la cuestión de los orígenes de la ciencia según
la única alternativa “origen social/origen racional” significa
ceder a la facilidad del tercero excluido. La cuestión consiste,
más bien, en saber “cómo, en qué aspectos, hasta qué punto
y en qué medida”33 los conocimientos científicos merecen
explicaciones de orden social y de orden racional. No es
inconcebible que la ciencia se elabore sobre varios niveles al
mismo tiempo: niveles social, conceptual, textual, lógico y
epistemológico.36
Apartar a priori los criterios de la teoría normativa de la
ciencia, a menudo significa privarse de poder diferenciar
prácticas sin embargo distintas: en su estudio de la parapsi­
cología, Collins y Pinch confiesan no poder distinguir esa
disciplina de otras disciplinas científicas. Según Eberlein, di­
cha distinción es posible desde el momento en que se tiene en
cuenta el contenido de los saberes y de las teorías comportados
por esas disciplinas: en efecto, la epistemología normativa
exige una cierta solidez teórica y un minimun de verificacio­
nes experimentales para erigir un enunciado, potencialmente
científico, en teoría.37
El modelo general del programa fuerte es objeto de otra

34 Benjamin Matalón, “Sociologie de la science et relativism e”, Revue de


synthèse, 1986, n° 3, págs. 267-290.
35 Raymond Boudon & Maurice Clavelin (dir.), Le R ela tivism e est-il
résistible?, op. cit., pág. 10.
36 Para el caso de las ciencias sociales : Jean-M ichel Berthelot,Les vertus
d e l ’incertitude. Le tra v a il d ’analyse d a n s les sciences sociales, Paris, PUF,
1996.
37 Gérard Eberlein, “La nouvelle sociologie de la science: un nouvel
irrationalisme?”, en Raymond Boudon & Maurice Clavelin (dir.), op. cit.,
págs. 131-143.

97
crítica. Para Bloor y los adeptos de dicho programa, el único
modelo aceptable para explicar la ciencia es un modelo causal.
En efecto, excluyendo las explicaciones de orden teleológico
(trascendencia de la razón científica, de la verdad), y a pesar
de la falta de precisión en la exposición de su punto de vista,
los sostenedores del programa fuerte rechazan cualquier
modelo en el que los hombres persigan un fin (el esta b leci­
m iento de la verdad científica) y en el que pongan su razón al
servicio de dicho fin. Así, el único modelo aceptable es un
modelo puram ente m ecanicista, en el que so la m en te las
fuerzas sociales actúan sobre lo social, donde sólo los factores
sociales intervienen en la elaboración de los resultados de la
actividad científica. A fin de cuentas, la concepción de Bloor se
encuentra “co n sta n te m e n te en vilo entre una crítica e p iste ­
mológica que se defiende contra el realism o científico y una so­
ciología que desarrolla los caracteres de una n atu raleza social
confundida con un procedimiento explicativo de tipo m e c a n i­
cista” (ibid., pág. 495). Por ejemplo, la evolución de las creen­
cias resulta del sigu ien te mecanismo: una creencia es el
resultado de la composición de una experiencia y de una
creencia anterior. ¿Cómo se efectúa esa composición? ¿Es
idéntica de una situación a otra? ¿Ese m ecanism o es sensible
a las condiciones de su realización? Los escritos de Bloor en
ningún m om ento aclaran de m anera precisa esta s cuestiones.
Otro argum ento en contra de los enfoques relativista s de la
ciencia proviene de la filosofía de las ciencias: para Karl
Popper o para los em p irista s lógicos, existe un corte neto entre
los procesos de elaboración de las ideas e hipótesis (contexto
de descubrim iento) y los procesos de exa m en crítico de esa s
ideas e hipótesis (contexto de su justificación). El descubri­
m iento puede ser inspirado por m últiples razones: razones
sociales, intereses particulares... Pero lo que im porta para la
ciencia y la validez del descubrim iento es la justificación que
se aporte. Se introduce, entonces, una distinción entre el
contexto social del descubrim iento y el siste m a de la ciencia.
Dicha distinción rem ite a los trabajos de Bachelard quien, al
afirmar que el conocim iento, en sus comienzos, nace en la
sociedad, defiende la idea de que ese conocim iento logra
despegarse de su contexto social para convertirse en “ciencia”:
este despegue es resultado de una “ruptura epistem ológica”.

:!K F r a n c o i s - A n d r é I s a m b e r t . “U n ‘p r o g r a m m e fort' on sociologie do la


sc ie n c e 7". R e v u e fr a n ç a is e d e sociologie, vol. 26. 1985, págs. 485-508.

98
Así, razones sociales pueden llevar a producir tal o cual
resultado experim ental, pero este resultado sólo será acepta­
do y conservado en virtud de sus cualidades científicas intrín­
secas y no en virtud de criterios sociales.
En cuanto a la crítica, evidente, que afirma que pretender
relativizar el saber significa igu alm en te relativizar los cono­
cim ientos establecidos por el sociólogo y, entonces, anular la
dem ostración, los sostenedores de los program as relativistas
ha n procurado rechazarla em pleando dos argum entos dife­
rentes. Para unos (sobre todo Collins), la sociología de las
ciencias es un a ciencia como las de m á s y no tie n e que preocu­
parse - m á s que las otras c ie n c ia s- por el relativism o de sus
afirmaciones. Para otros (Bloor), el principio de reflexividad
de los sociólogos permite escapar a esa crítica.
Por su radicalismo, los programas rela tiv istas suscitaron
m u ch a s esperanzas. La expectativa era ta n to mayor cuanto el
relativism o entraba en resonancia con las críticas a la ciencia
y con los rechazos a su suprem acía por parte de los m ovim ien­
tos contestatarios de los años ’70. Sin embargo, es forzoso
constatar que hoy el balance no se encuentra a la altura de las
expectativas: las prom esas iniciales no fueron com pletam en­
te cumplidas.

99
I
C apítulo 5
ANTROPOLOGÍA
DE LAS PRÁCTICAS CIENTÍFICAS

Desde comienzos de los años ’80, la sociología de las ciencias


experimenta un nuevo cambio de perspectiva: la ciencia ya no
es encarada como un sistema social regulado, ni como una
institución particular cuya organización interna o externa
hay que estudiar, ni como un corpus de conocimientos cuyo
origen social hay que captar, sino como una práctica. La
mirada del sociólogo se desplaza hacia las experiencias, hacia
las prácticas de laboratorio, hacia las acciones de los científi­
cos en su contexto de trabajo (laboratorio, seminarios, Inter­
net, coloquios).
Como en los enfoques relativistas, el origen de los produc­
tos de la ciencia (los conocimientos, los hechos y las teorías) se
encuentra situado, al menos en parte, en el contexto social de
su elaboración (contingencia social). Pero, a diferencia de los
enfoques relativistas, ese contexto no está constituido priori­
tariamente por los marcos culturales e intelectuales, sino por
las prácticas, las acciones, los comportamientos concretos de
los científicos. Y, siempre a diferencia de los enfoques relati­
vistas, se devuelve la palabra a la “naturaleza” que, en las
versiones más radicales de los programas relativistas, había
desaparecido. Para los adeptos a esos programas, los hechos
y resultados empíricos eran percibidos como maleables y
manipulables al infinito por parte de los científicos. Para los
enfoques centrados en estas prácticas, la naturaleza tiene
algo que decir: no se puede hacerle decir lo que uno quiere.
Los diferentes enfoques que participan en esta renovación
poseen varios denominadores comunes. El principal es, por
cierto, el principio del go and see (“ir y ver el campo”). Como
las realidades estudiadas son percibidas ante todo como rea­
lidades locales, precisamente situadas en el tiempo y en el
espacio, el sociólogo de las ciencias no puede prescindir de una

101
investigación directa sobre el terreno. Debe romper con las
reflexiones generales, con los enfoques que se apoyan en
fuentes secundarias (informes sobre la actividad, artículos,
discursos convencionales). Se trata de aprovechar la observa­
ción para desprenderse de las ilusiones que necesariamente
comportan todas las demás fuentes. La mirada del sociólogo,
convertido en etnólogo, se dirige entonces hacia los procedi­
mientos, hacia las acciones concretas, hacia las negociaciones
entre los científicos. La explicación no puede encontrarse en
las superestructuras sociales, en los factores invisibles y
macro sociales, sino en situaciones locales, presentes, concre­
tas, circunscriptas en el tiempo y en el espacio. Otro denomi­
nador común de esos enfoques consiste en la presencia de una
herencia proveniente de los enfoques relativistas: los estudios
de las prácticas científicas integran en su procedimiento los
principios de reflexividad y, sobre todo, de simetría enuncia­
dos por Bloor y Collins.
Todos estos trabajos operan varios desplazamientos: aban­
donan dos clases de explicaciones (la explicación racional,
lógica, natural o metodológica de los racionalistas; la explica­
ción macro social de los estudios de las controversias) para
comprender el establecimiento de un conocimiento o de un
resultado científico. Para ellos, si se plantea la cuestión, la
misma se expresa más en términos de búsqueda de procedi­
mientos que permitan llegar a un acuerdo social sobre ese
conocimiento o ese resultado. Igualmente, llevan a abandonar
cualquier veleidad de la historia de las ciencias: sólo los
laboratorios y las investigaciones contemporáneas pueden
ser objeto de investigación. Lo que no excluye que los historia­
dores de la ciencia puedan defender principios cercanos,
incluso inspirarse en la sociología.1

1. A n a l iz a r
LA VIDA DE LOS LABORATORIOS

A comienzos de la década de los ’80 aparecieron diversos


estudios que constituían investigaciones etnográficas de labo­

1 Éric Brian, “Le livre des sciences est-il écrit dans la langue des
historiens ? ”, en Bernard Lepetit (dir.), Les formes de l ’expérience, Paris,

102
ratorios. Cuatro autores principales iniciaron esa clase de
camino y promovieron numerosas otras investigaciones: la
socióloga de origen alemán Karin Knorr-Cetina publica The
Manufacture of Knowledge,2 donde explora la vida de un
laboratorio californiano especializado en las proteínas de las
plantas y en las fuentes de alimentación de proteínas; Bruno
Latour y Steve Woolgar publican en los Estados Unidos su
obra Laboratory Life,3 en la que proponen un análisis de las
observaciones recogidas por Bruno Latour durante su estadía
de dos años en un laboratorio californiano de neuroendocrino-
logía; el norteamericano Michael Lynch publica A rt and
Artifact in Laboratory Studies* donde estudia el modo en que
hechos microscópicos son aceptados y objetivados en un labo­
ratorio de neurociencias, en California, donde permaneció
cerca de dos años. Si bien todas estas investigaciones se
llevaron a cabo de manera independiente, los estudios resul­
tantes de la “vida y de la investigación” en un laboratorio
muestran cierta cercanía y poseen varios rasgos en común. El
conjunto de esos procedimientos constituye lo que es habitual
designar como la “antropología de las ciencias”.
En el capítulo anterior (§ 2), ya hemos visto los pasos que
hacen de la observación de las prácticas de laboratorio una de
las herramientas que permiten conocer el funcionamiento
de la ciencia y de las condiciones que dan lugar al nacimien­
to de nuevas disciplinas: por ejemplo, durante los años ’70,
Gérard Lemaine et alii realizaron un estudio “etnográfico”
sobre la investigación en neurofisiología del sueño. La pers­
pectiva etnográfica no era, sin embargo, la única fuente de

Albín Michel, 1995, págs. 85-98 ; Dominique Pestre, “Pour une histoire
sociale et culturelle des sciences ”, Annales. Histoire, sciences sociales, 1995,
n" 3, págs. 487-522.
2 The M anufacture o f Knowledge. A n essay on Constructivist a n d Con­
textual N atu re o f Science, Oxford, Pergamon Press, 1991.
3 L a boratory Life. The Construction o f Scientific Facts, Princeton,
Princeton U niversity Press, 1979 (reeditado en 1986); trad, francesa, La Vie
de laboratoire. L a production des faits scientifiques, Paris, La Découverte,
1988, (La v id a en el laboratorio: la construcción de los hechos científicos,
Madrid, Alianza, 1995).
4 A r t a n d A rtifa ct in L aboratory Science. A S tu d y o f Sh op Work a n d
Sh op T alk in a Research Laboratory, Londres, Routledge & K egan Paul,
1985; v é a se igualm ente su obra teórica Scientific P ractice a n d O rdin ary
Action. E thn om ethodology a n d S ocial S tu d ie s o f Science, Cambridge,
Cambridge U n iversity Press, 1993.

103
datos para esa investigación: entrevistas, lectura de informes
de actividad y, sobre todo, la lectura de artículos científicos,
considerada como indispensable para la comprensión de la
cultura científica estudiada, venían a completar la observa­
ción de los laboratorios. La investigación analizaba el conte­
nido de hechos y teorías científicas, estudiaba su lógica inter­
na propia y tomaba en cuenta dicha lógica en la explicación
sociológica.

1.1 Los principios rectores


de la etnometodología

Las investigaciones sobre las ciencias que trataremos ahora


se distinguen de aquellas primeras encuestas etnográficas en
estos dos puntos: primero, las fuentes etnográficas son las
únicas verdaderas fuentes admitidas; segundo, no se supone
que el contenido de los resultados y de las teorías científicas
tengan una lógica propia que intervenga en la construcción de
la ciencia (en todo caso, esa lógica propia no se estudia ni se
toma en cuenta en la explicación sociológica). Como escribe
Bruno Latour, “explicar la ciencia [...] implica no emplear en
la explicación ninguno de los términos de la tribu [de los
científicos]”.5 De hecho, las investigaciones de Knorr-Cetina,
Lynch, Latour y Woolgar se inspiran en la etnometodología,
es decir, en la socioetnografía ascética y minimal, cuyos
orígenes se sitúan en los trabajos realizados por Harold
Garfinkel en los años ’50 y ’60 en California. La etnometodo­
logía rechaza cualquier interpretación o explicación en térmi­
nos de grupo, de clase, de categoría social. Se orienta a captar
la diversidad de los actores y de los procedimientos que
concurren a la elaboración de realidades, de objetos, de opcio­
nes y de ideas, sin recurrir a las nociones habituales de la
sociología estructural.
En 1954, Harold Garfinkel realizó un trabajo sobre las
deliberaciones de los jurados en un proceso judicial, mostran­
do que incluso los jurados no profesionales lograban estable­
cer procedimientos, criterios sobre el modo de juzgar y de
evaluar las piezas de un expediente. Sin estar formados en las
reglas del derecho, llegan a un acuerdo que les permite
entenderse acerca de un procedimiento de decisión. Generali­

5 Les microbes. Guerre et paix, Paris, A. -M. Métailié, 1984, pág. 13.

104
zando ese trabajo empírico, Garfinkel propuso situar la
explicación de lo social en las circunstancias locales y presen­
tes: la explicación de una situación social debe buscarse en las
acciones, los gestos, los comportamientos, las actitudes de
los actores y no en sus características sociales intrínsecas, en
las estructuras de la sociedad, en las clases, los hábitos o las
categorías supra colectivas (que constituyen categorías de
metalenguaje que deben ser excluidas). Analizar la produc­
ción de acuerdos entre diversas personas remite a captar los
procedimientos que emplean (más o menos conscientemente)
para ponerse de acuerdo.6 El mundo social es fruto de la
actividad permanente de los integrantes de la sociedad: se
encuentra en perpetua elaboración y no está constituido por
“cosas”, sino por “procesos”. Así, la explicación de los fenóme­
nos sociales no debe buscarse por el lado de las estructuras
ocultas y de los intereses subyacentes, sino por el lado de la
situación social local e inmediata. El trabajo del sociólogo no
consiste en responder a la pregunta “¿por qué?”, sino más bien
a la pregunta “¿cómo?”: ¿cómo, es decir, mediante qué proce­
sos se elabora lo social?

1.2 Los laboratorios científicos


vistos por la etnometodología

Inspirándose en grados diversos en los escritos de Garfinkel


y en sus tesis etnometodológicas, Knorr-Cetina, Lynch, La­
tour y Woolgar proponen seguir la vida cotidiana de los
investigadores en el seno de los laboratorios. Sus investigacio­
nes se apoyan en la observación participante, la toma de
notas, el aprendizaje de las operaciones y procedimientos
de los investigadores, el registro de intercambios y de conver­
saciones, la recolección de gestos y palabras en tomo a los
aparatos de observación y de medición, el registro secuencial
del desarrollo de las jornadas de trabajo... ¿Cuáles son los
puntos comunes de estas investigaciones?

1. Los resultados obtenidos (enunciados) en laboratorio


están ligados fundamentalmente a sus condiciones de produc­
ción: están situados local y temporalmente. Sólo después de

6 S tu d ie s in Ethnomethodology, Englewood Cliffs, N ew Jersey, Prentice-


Hall, 1967.

105
una transformación, “conversión”, los enunciados locales se
convierten en generales, incluso en universales (hechos).
Knorr-Cetina habla de “idiosincrasia” (op. cit., pág. 37), mien­
tras que Latour y Woolgar hablan de “circunstancias”: “preci­
samente, mediante prácticas específicas y localizadas la cien­
cia parece escapar alas circunstancias”(op. cit., pág. 255). Las
circunstancias de producción integran los materiales (instru­
mentos de observación o de medición, calculadores) y los
elementos (sustancias, animales, materias primas) emplea­
das para las experiencias: materiales y elementos de investi­
gación participan en la elaboración de los enunciados y tam­
bién en los debates o controversias de los cuales son objeto los
enunciados. En consecuencia, “no se debería tomar como
aceptado la diferencia entre el equipamiento “material” y los
componentes “intelectuales” de la actividad de laboratorio”;7
unos y otros participan en la producción de los enunciados.
2. La ciencia (sus resultados, sus conocimientos) aparece
como una construcción, es decir, como el producto de un
proceso material por el cual los enunciados son elaborados,
transformados, aceptados o rechazados. Es un proceso lento,
porque a veces se necesitan años para llegar a un hecho, y
práctico, puesto que descansa en operaciones concretas. Los
materiales de investigación, ellos mismos construidos, parti­
cipan en la construcción de los hechos: “La mayor parte de las
sustancias y productos químicos son purificados y provienen
de industrias que abastecen a los laboratorios científicos o
bien de otros laboratorios. Ya sean compradas o fabricadas
por los propios científicos, esas sustancias no dejan de ser
menos productos del trabajo humano, en el mismo nivel que
los aparatos de medición o las hojas de papel”.8
Esta concepción de la ciencia (y, más en general, de la
sociedad) ha sido calificada como concepción “constructivis-
ta”: los hechos científicos (o sociales) son el resultado de un
conjunto de enunciados. Ningún enunciado tiene valor de
verdad, independientemente del hecho de que existen opera­
ciones materiales que permiten establecerlo. Los hechos cien­
tíficos no son, pues, el resultado de una aprehensión sensorial
(observación pasiva), sino el resultado del proceso práctico
puesto en obra por el científico para elaborar sus enunciados
y separarlos de las circunstancias de su elaboración: el cien­

7 Bruno Latour & Steve Woolgar, L aboratory Life, op. cit., pág. 253.
8 Karin Knorr-Cetina, The M anufacture o f Knowledge, op. cit., pág. 4.

106
tífico no describe la realidad o la naturaleza, sino que la
construye. Una versión radical del constructivismo consisti­
ría en decir que los hechos son los productos exclusivos de la
actividad mental de los investigadores y que nada deben a
la realidad exterior.
3. La realidad no es un dato al que el científico deba
enfrentar, sino más bien el resultado del trabajo científico. En
efecto, puesto que los hechos son construidos, y que la natu­
raleza es la consecuencia y no la causa de esa construcción, “la
actividad del científico está dirigida no hacia la realidad, sino
hacia las operaciones sobre los enunciados”,9 es decir hacia las
operaciones que permiten pasar de un enunciado relativo a
una situación temporal y social dada, a un enunciado general
ampliamente aceptado. Principio que Knorr-Cetina expresa a
su manera al afirmar que “la naturaleza no se encuentra en
el laboratorio, a menos que se defina a la naturaleza como el
producto del trabajo científico” (op. cit., pág. 4).
4. Correlativamente con el punto precedente, esas investi­
gaciones etnometodológicas ponen entre paréntesis el estatus
de verdad de las teorías y de los resultados elaborados por los
investigadores en sus laboratorios. No más que la “realidad”
o la “naturaleza”, esas teorías y resultados no pueden, de
ninguna manera, servir de factor explicativo a los pasos em­
prendidos por los investigadores: son la conclusión de esos
pasos y no sus causas. A partir de allí, ¿no existe una contra­
dicción entre, por una parte, los imperativos de la etnometo-
dología que quieren que los actores sean los únicos buenos
informadores y, por otra parte, ese principio que lleva a poner
entre paréntesis el propósito de los actores desde que estos
hablan de sus teorías, de sus resultados o de sus hipótesis?No,
responden Latour y Woolgar: cuando se interroga a un inves­
tigador, es el epistemólogo, el filósofo de las ciencias quien
responde. Resulta necesario, entonces, cuidarse de interrogar
a los investigadores y es preferible, antes que la entrevista, la
observación directa sobre el terreno. En otros términos, “hay
que cuidarse como de la peste del discurso filosófico que
manifiesta espontáneamente el investigador y debe respetar­
se ese metalenguaje desordenado que se mezcla íntimamente
con la práctica” (op. cit., pág. 26). Esta última reflexión tiene
una consecuencia práctica importante: el sociólogo debe em­
plear su ignorancia.

9 Bruno Latour & Steve Woolgar, op. cit., pág. 251.

107
En total, los estudios etnometodológicos se orientan a
estudiar la ciencia mientras se hace (la “ciencia en acción”,
según el título de una obra de Latour ),10 es decir la ciencia
todavía incierta. Así se distinguen de los estudios clásicos de
la sociología mertoniana de las ciencias y, sobre todo, de la
filosofía de las ciencias que toma por objeto la “ciencia hecha”
y que estudia, entonces, la lógica de las ideas ya estabilizadas.
La diferencia es importante, en la medida en que las razones
adelantadas por los filósofos y epistemólogos para dar cuenta
de los descubrimientos y avanzadas teóricas, o por los propios
científicos para describir su procedimiento y sus resultados (en
los artículos o informes de investigación) son argumentos ex
post que traicionan las prácticas reales y los modos de razona­
miento efectivamente puestos en acción.

1.3 La producción de hechos científicos

Sin embargo, los análisis propuestos en esas investigaciones


etnográficas de los laboratorios no son idénticos en todos sus
aspectos. En La Vie de laboratoire (op. cit.), Latour y Woolgar
se preocupan más de la cuestión de la producción de los e-
nunciados científicos: ¿cómo es que un enunciado, obtenido en
un contexto social y temporal preciso, llega al estatus de
enunciado científico (un hecho) aceptado por todos, sin discu­
sión? Reformulada según sus propias palabras, esta cuestión
se convierte en: ¿cómo es que un enunciado se “estabiliza” al
“perder toda referencia con respecto al proceso de su construc­
ción”? (ibid., pág. 179). Por cierto que la razón no se halla del
lado de la realidad, pues “sólo después de que [el enunciado]
se convierte en un hecho [es decir, en un enunciado aceptado]
aparece el efecto de realidad”(ibid., pág. 186). Sólo después de
sustanciada la controversia, después de la aceptación del
enunciado como resultado indiscutido, es posible considerar
la realidad como la causa de esa sustanciación o como origen
de esa aceptación. En tanto la controversia o el debate perma­
necen, la realidad no existe: se encuentra en suspenso hasta
la sustanciación de los debates y las reflexiones.

10 En su obra La science en action, París, La Découverte, 1989 [1987],


(Ciencia en acción: cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la
sociedad, Barcelona, Labor, 1992), Bruno Latour retoma y generaliza las
tesis defendidas en L a Vie de laboratoire, op. cit.

108
La construcción de TRF, sustancia que se supone presente en
el cerebro, cuestión que se halla en el centro de las investigacio­
nes emprendidas por los biólogos descriptos en La Vie de
laboratoire, constituye una buena ilustración de dicho proceso.
“En enero de 1968, el TRF aparecía como una construcción
social contingente y los propios científicos eran relativistas en
ese sentido, que no excluía la eventualidad de que su construc­
ción fuera un artefacto. Pero en enero de 1970, el mismo TRF es
un objeto de la naturaleza descubierto por los científicos que,
mientras tanto, se metamorfosean en realistas duros” {ibid.,
pág. 186). Los enunciados o las teorías presentes en el laborato­
rio son “ateóricos”, es decir que todavía están asociados a las
condiciones experimentales que los han hecho nacer como para
que puedan ser aceptados en tanto “resultado científico” y aún
no han adquirido estatus teórico definitivo. Para convertirse en
un hecho, un enunciado experimental debe desprenderse a la
vez de las modalidades que lo hicieron nacer y del actor que puso
en movimiento dichas modalidades.
La estabilización del enunciado concerniente a la existen­
cia del TRF, es decir, a la aceptación por parte de la comunidad
científica de la existencia de esa sustancia, es el resultado del
siguiente proceso: en un primer tiempo, cada enunciado es
indisociable de las modalidades de su producción y de los
nombres de los experimentadores. Si ese enunciado presenta
similitudes con otros enunciados ya obtenidos o ya leídos en la
literatura científica, su credibilidad aumenta y la combina­
ción de varios enunciados considerados creíbles lleva a la
transformación de hecho del enunciado resultante. Por ejem­
plo, si ocurre que los investigadores “rechazan un pico en el
espectro de un cromatógrafo por asimilarlo a un ruido de
fondo, en compensación, verán “la presencia de una sustancia,
de la que el pico es su rastro”, si lo ven “aparecer más de una
vez (en condiciones que se consideran como independientes)”
{ibid., pág. 83). En suma, superponiendo varios enunciados e
informaciones, de manera que todos los enunciados sean
puestos en relación con algo que es situado fuera o más allá de
la subjetividad del lector o del autor, se llega a un “objeto”, es
decir, a un hecho objetivo. Cada enunciado experimental
(obtenido o leído) tiene, entonces, un precio o un peso que
resulta de su credibilidad; por otra parte, ciertas modalidades
gramaticales del enunciado están destinadas a indicar ese
precio o ese peso: “quizás”, “definitivamente establecido”,
“improbable”, “no confirmado”...

109
La imagen del investigador y de su vida en el seno de un
laboratorio es la de un individuo que pasa su “tiempo efec­
tuando operaciones sobre los enunciados: añadido de modali­
dades, citas, mejoramientos, disminuciones, imitaciones, pro­
posición de nuevas combinaciones” (ibid., pág. 87). También
la de quien asimismo consigna, de manera concienzuda, lo que
ocurre con sus propios enunciados: “cómo son rechazados,
tomados, citados, ignorados, confirmados o suprimidos por los
demás”. En suma, la imagen del científico que trabaja sobre la
naturaleza es reemplazada por la del científico que dirige su
actividad hacia operaciones sobre los enunciados. Más allá de
las operaciones sobre los espacios experimentales, la activi­
dad del científico es principalmente una actividad de lectura/
escritura: lectura de publicaciones externas al laboratorio o
de pistas escritas que dejan sus colegas; escritura de enuncia­
dos, toma de notas, esbozos de interpretación, etiquetado de
frascos o de tubos. Incluso durante las fases experimentales,
los investigadores “escriben de manera compulsiva y sobre
todo maníaca” (ibid., pág. 39); aun en los espacios experimen­
tales, las mesas se encuentran atiborradas de documentos
escritos; y en el espacio de los escritorios, la presencia de
papeles y de escritos es aun más notoria. La cantidad de do­
cumentos escritos (informes experimentales, borradores, cua­
dros, esquemas, datos cifrados) es inmensa: la misma es, en
todo caso, mucho más grande que los documentos que serán
enviados a revistas y finalmente publicados. Los artículos
destinados a las revistas sólo son una ínfima parte del iceberg.
El investigador emprende un trabajo de inscripción literaria.
El campo de la actividad científica, es decir, el espacio
donde los científicos trabajan sobre sus enunciados, ya sea
para fortalecerlos, ya para debilitar la solidez de los enuncia­
dos competidores, es llamado el “campo agonista” (ibid., pág.
251). Esta noción permite integrar a la vez la dimensión social
de la ciencia (debates, alianzas, controversias, informes de
fuerza) y la dimensión epistemológica (pruebas, enunciados,
validación): estas dos dimensiones son indisociables.
La construcción de la ciencia es un proceso caótico, sistemá­
ticamente oscilante entre orden y desorden: el desorden es
generado por la cantidad de experiencias, la multiplicación de
las observaciones, la proliferación de notas manuscritas, la
formulación de enunciados, los esbozos de interpretación; el
orden resulta del trabajo producido por el científico para
eliminar ciertos enunciados, para seleccionar los enunciados

110
i más creíbles, para sustraer un enunciado de las condiciones
| de su producción a los efectos de transformarlo en hecho. Este
juego entre orden y desorden es parecido a los procesos bio-
! lógicos que dan origen a la vida: luego de los trabajos de los
biólogos Monod o Atlan (en particular), la vida es percibida
= como “una configuración ordenada emergente del desorden
f por la aparición de mutaciones aleatorias” (ibíd., pág. 268).
Retomando el título de la famosa obra de Jacques Monod, Le
H asard et la nécessité (1970),11 Latour y Woolgar proponen
ver la construcción de la ciencia como la conjugación del azar
(desorden) y la necesidad (clasificación u orden que surge sin
¡ ser preexistente).
é El proceso que permite pasar de enunciados inciertos a
hechos ciertos, es decir, de lo local a lo global, fue igualmente
estudiado por la socióloga norteamericana Susan Leigh Star.12
Ella identificó seis mecanismos distintos que, eventualmente
conjugados, permiten establecer hechos científicos: 1. atri­
buir propiedades de veracidad a resultados cercanos o útiles,
pero surgidos de otros campos de investigación; 2. atribuir los
fracasos a causas técnicas conocidas y potencialmente domi-
nables; 3. elaborar tipos ideales construidos sobre casos típi­
cos, eliminando las anomalías o las diferencias observadas
entre individuos; 4. hacer olvidar las dimensiones inciertas de
un enunciado focalizando la atención sobre sus aspectos más
seguros (es decir, llegar a jugar con los criterios de evalua­
ción); 5. elaborar casos complejos, sintetizando casos elemen­
tales eventualmente criticables, pero cuya suma es difícil­
mente refutable en bloque; 6. llegar a hablar mal de las
posiciones y teorías adversas a los efectos de reforzar, indirec­
tamente y, por tanto, sin justificarla, la posición propia.
En La Science en action, obra posterior a La Vie de labora­
toire, Latour califica las diferentes acciones que permiten
atraer la adhesión de la comunidad sobre un enunciado de
retórica. Ese calificativo, que designa “desde hace milenios la
manera con la que se lleva a las gentes a creer y a modificar
su comportamiento”, no tiene nada de peyorativo o de despre­
ciable: por el contrario, es una constante que “el lugar de la
retórica crece cuando los debates se exacerban hasta el punto
de convertirse en científicos y técnicos” (op. cit., pág. 48).

11 Jacques Monod, E l a z a r y la necesidad, Barcelona, Tusquets, 1983.


12 “Scientific Work and U n certainty”, S ocial S tu d ie s o f Science, 1985,
vol. 15, págs. 391-427.

Ill
Latour y Woolgar se defienden explícitamente de mante­
ner posiciones relativistas: no porque estimen que la realidad
sea la consecuencia de los debates y que no esté definida en
tanto los debates no se hayan cerrado, porque crean que esa
realidad no exista. La realidad es simplemente el producto de
la investigación científica, no su causa. Y si los sociólogos
parecen relativistas, es sencillamente porque estudian situa­
ciones en las que los enunciados todavía no han sido aceptados
como reales y porque ellos describen las actitudes de los
científicos, que en sí mismos son relativistas. Cuando estu­
dian la ciencia ya hecha, es decir, estabilizada, los sociólogos
son realistas, como todos, comenzando por los científicos:
“Cuando la naturaleza es considerada como la causa de
descripciones precisas de sí misma, [los sociólogos] no pueden
ser más relativistas que los científicos”, pues no pueden “con­
tinuar negando la evidencia allí donde nadie más lo hace”
(ibid., pág. 159). En todo caso, algo es cierto: su posición no
puede ser asimilada al sociologismo radical de los programas
fuertes, en la medida en que los intereses o los presupuestos
teóricos de los investigadores no son los únicos factores en la
construcción de hechos científicos.

1.4 Los razonamientos de los científicos

Por su parte, Korr-Cetina concentró más su atención en los


modos de razonar de los investigadores. En el fondo, la
investigación científica no es, en lo cotidiano, muy distinta de
las demás actividades humanas: esas investigaciones etno-
metodológicas muestran que la ciencia está animada por
prácticas, razonamientos, acciones e interacciones que no
tienen nada de diferente de lo que cada uno de nosotros puede
conocer. Los modos de razonar son los del sentido común y no
toman sus principios de la ideología cientificista: las acciones
de los investigadores no están definidas por un “método
científico abstracto cualquiera, tan buscado por los epistemó-
logos”, no más que por lo que se halla escrito en los manuales
científicos.
En particular el recurso a la lógica deductiva, tan valoriza­
da por la filosofía de las ciencias que parecía constituir el único
modo de pensamiento aceptable para elaborar saberes cientí­
ficos, no es más frecuente que en los actos de la vida corriente.
Los investigadores emplean en mayor medida modos de

112
razonamiento de tipo pragmático, contingente (es decir, his­
tórica y socialmente situado) o también analógico.
Al acercar dos fenómenos habitualmente no asociados y al
sugerir la existencia de ciertas similitudes, el razonamiento
analógico (incluso el metafórico) permite asegurar la circula­
ción de ideas en diferentes contextos, al mismo tiempo que
permite conducir la investigación al proporcionarle orienta­
ciones. Rnorr-Cetina cita el caso de un investigador que, ante
varias muestras de proteínas calentadas a diversas tempera­
turas, no consigue comprender los resultados obtenidos. Du­
rante un almuerzo, uno de sus colegas le sugiere que la dureza
de las proteínas, variable según la temperatura, quizá deba
ser tomada en cuenta. Al examinar rápidamente una de las
muestras, comenta: “¡Pues bien, verdaderamente esta proteí­
na parece arena!” Poco tiempo después, el investigador aban­
dona sus primeros intentos de explicación y elabora nuevas
experiencias con arena, a los efectos de comparar los compor­
tamientos físicos de la arena y de ciertas proteínas. Al sugerir
la existencia de similitudes entre la arena y las proteínas, la
analogía lo lleva a pensar en el empleo de ciertas propiedades
físicas conocidas de la arena para estudiar el comportamiento
de las proteínas. A fin de cuentas, esa analogía, por grosera y
artificial que sea, mantiene sin embargo un camino abierto
para el investigador desamparado: le permitió reorientar su
investigación y su pensamiento (The Manufacture ofKnowled-
ge, op. cit., págs. 49-52).
De hecho, el trabajo científico se asemeja más al del
bricolage o al del artesano que al del técnico o del ingeniero:
el científico no es tanto un técnico o un ingeniero que emplea
saberes precisos para realizar tareas bien definidas o para
resolver problemas bien identificados, sino más bien un arte­
sano que reevalúa constantemente sus medios y sus fines. El
científico es definido como un bricoleur, como un artesano,
que posee un saber hacer, pero que no sigue un procedimiento
bien determinado y fijado de antemano: emplea su saber
hacer de modo oportunista, según las necesidades y experien­
cias; determina lo que es posible hacer y lo que es imposible en
vista de los medios de que dispone. Desde este punto de vista,
el laboratorio es percibido como un centro de recursos puestos
a disposición de los científicos: es una acumulación de instru­
mentos, de herramientas y de medios materiales y financie­
ros, desde una simple silla al instrumento de observación más
caro, pasando por la biblioteca, la cafetería, el teléfono y los

113
escritorios. El laboratorio es el taller del investigador: de allí
toma los instrumentos y las herramientas que estima necesa­
rios para el cumplimiento de su tarea. Los ejemplos demostra­
tivos de que los científicos hacen “con los medios a bordo” son
numerosos, como lo testimonian estas manifestaciones de
investigadores: “Tenemos un equipamiento que había sido
desarrollado para otro proyecto, pero no lo pudimos emplear”;
ciertas mediciones pueden realizarse porque “las máquinas
están ahí y son fáciles de emplear”. La noción de indexicali-
dad, tomada de la etnometodología, permite designar las
contingencias y los contextos locales de trabajo del investiga­
dor (ibid., págs. 33-36).
La dimensión artesanal del trabajo científico necesita no
sólo analizar las prácticas, sino también la materialidad de las
ciencias, es decir, las vastas gamas de herramientas y objetos
presentes en los laboratorios o en los sitios de investigación:
máquinas electrónicas, tubos, frascos, muestras de productos,
impresoras, calculadoras, archivos, documentación, aparatos
de medición, aparatos de control, herramientas de observa­
ción y de registro, instrumentos, materias primas, jaulas para
animales, aceleradores de partículas... La elaboración y la
modificación de estas herramientas y objetos en el transcurso
del tiempo forman parte de la tarea de los investigadores y de
los técnicos. Las dimensiones más materiales de la ciencia
participan en su devenir.13
A priori, este funcionamiento de la investigación según una
modalidad en la que los investigadores “hacen bricolage y
trabajan como artesanos” parece incompatible con las necesi­
dades de la investigación contractual, programada, incluso
planificada, de nuestras sociedades contemporáneas. Ante
las incertidumbres experimentales y los comportamientos
imperfectamente previsibles de los investigadores, ¿cómo se
logran respetar los proyectos comprometidos? Los laborato­
rios constituyen marcos o dispositivos de estabilización: un
laboratorio “mantiene los proyectos a pesar de los cambios y
reorientaciones introducidos por los investigadores”, incluso
si esa estabilización a veces va acompañada de redefiniciones
y desplazamientos con respecto a los proyectos iniciales.14 A

13 Adele Clarke & Joan Fujimura (dir.), L a M atérialité des sciences.


Savoir-faire et instrum en ts d a n s les sciences de la vie, Paris, Synthélabo,
1996 [1992],
14 Dominique Vinck, D u laboratoire aux réseaux. Le trava il scientifique
en m utation, Commission des Com munautés européennes, 1992, pág. 213.

114
la inversa, el laboratorio protege las exploraciones osadas de
los investigadores frente a los riesgos industriales, económi­
cos, políticos o institucionales.

2 . S a l ir d e l l a b o r a t o r io

Si bien la etnografía de los laboratorios permite comprender


el modo en que los investigadores elaboran sus pasos y
construyen los hechos científicos en el marco de sus centros de
investigación, por el contrario no permite comprender por qué
esos hechos llegan a ser aceptados por todos, es decir, por un
gran número de actores exteriores al laboratorio que vio el
nacimiento de esos hechos. Después de todo, ¿por qué una
teoría que describe la estructura del ADN elaborada en un
laboratorio debería ser aceptada por los investigadores de
otros laboratorios, por los organismos de financiación, por los
docentes encargados de formar a los futuros biólogos, por
los empresarios que van a poner en marcha procesos indus­
triales que se apoyan en dicha teoría?
Uno de los aportes de los procedimientos tratados aquí
reside en la puesta al día de los procesos mediante los cuales
los científicos llegan a difundir, a hacer visibles, a “populari­
zar” sus trabajos que, a menudo, tienen que ver con fenómenos
inapresables o humanamente invisibles.

2.1 Los objetos frontera

Una de las respuestas aportadas a esta cuestión se halla


inspirada en el interaccionismo (Anselm Strauss, Howard
Becker): si la única realidad es la realidad individual, es decir
aquella surgida de las acciones individuales de los actores, sin
embargo la vida de un grupo y la acción colectiva son posibles
gracias a las interacciones entre actores, gracias a las negocia­
ciones y acuerdos que llegan a establecer. En efecto, el cientí­
fico no trata un problema aislado de todo contexto, indepen­
dientemente de todos sus colegas o de toda demanda social. La
elección del problema tratado, la manera en que ese problema
es abordado, la interpretación de los fenómenos, etc., resultan
de una interacción. Concretamente, esas interacciones pasan

115
por intercambios verbales, por lecturas de artículos, por
coloquios y seminarios, por encuentros con los organismos de
financiación o por contratos firmados con los socios industria­
les o institucionales.
Diversos autores, inicialmente Susan Star y James Grie-
semer, luego Joan Fujimura,15 elaboraron la noción de objeto
frontera (boundary object), que permite designar los lugares
donde ocurren las interacciones entre los científicos y sus socios:
“Los objetos frontera son objetos a la vez lo bastante flexibles
como para adaptarse a las obligaciones y a las necesidades
locales de las diversas partes que los emplean y, sin embargo, lo
bastante robustos como para mantener una identidad común
entre los sitios [...] Poseen diferentes significados en diferentes
mundos sociales, pero su estructura es reconocible de un mundo
al otro [...] La creación y la gestión de un objeto frontera es un
proceso clave para el desarrollo y el mantenimiento de la
coherencia entre los mundos sociales”.16
Los objetos frontera tienen una doble virtud: social y
cognitiva. Social, pues permiten conciliar intereses sociales
locales contrastados, incluso divergentes: constituyen el lazo
social que asegura la cooperación entre actores, y así la
coherencia del mundo social, sin que los actores tengan que
abandonar su respectiva identidad social. Cognitiva, pues
permiten regular la tensión entre los puntos de vista cultura­
les e intelectuales locales, por una parte, y la necesidad de
resultados generales, independientes de las culturas locales,
por otra: constituyen el lazo cognitivo que asegura el acuerdo
entre los actores y así la coherencia de los puntos de vista y de
los conocimientos, sin que los actores tengan que renunciar a
sus propios saberes.
Un primer ejemplo de objeto frontera es dado por Star y
Griesemer en su estudio sobre la creación de un museo de
zoología en California (op. cit.). Una colección de vertebrados
(o de plantas) no tiene el mismo significado para los científicos
que llevan adelante las investigaciones en zoología, para los
visitantes, para quienes gestionan el museo, para quienes

15 Joan Fujimura, “Crafting Science: Standardized Packages, Boundary


Objects and Translation”, en Andrew Pickering (ed.), Science a s Practice a n d
Culture, Chicago, University of Chicago Press, 1992, págs. 168-211.
16 Susan Leigh Star & J am es Griesemer, “Institutional Ecology, Trans­
lation and Boundary Objects: Am ateurs and Professionals in Berkeley’s
M useum o f Vertebrate Zoology 1907-1939”, Social S tu d ie s o f Science, 1989,
vol. 19, págs. 387-420 (cita: pág. 393).

116
deciden y administran o para los cazadores. Unos verán en
dicha colección una fuente de información, incluso de conoci­
miento científico; otros, una diversión cultural; otros, una
herramienta pedagógica para sus hijos; otros, un conjunto de
objetos que es necesario preservar y a los que hay que
asegurarles una perfecta conservación; otros, un medio para
lograr beneficios al vender los animales o las pieles; otros aun,
un medio para amortizar las inversiones realizadas; otros,
finalmente, una ocasión para colocar al museo dentro de un
rango nacional. Los intereses son, pues, muy diversos, incluso
divergentes, pero el objeto frontera “colección de vertebrados”
permite reunir esos intereses y mantener una cierta cohesión
entre los diferentes actores.
Un segundo ejemplo puede encontrarse en los trabajos de
Isabelle Baszanger acerca del dolor y su tratamiento médi­
co.17 Al reseñar la historia de los dispositivos creados para
tratarlo a partir de fines de los años ’70 en Francia, muestra
que una nueva teoría del dolor -que lo considera como una
enfermedad y no como un síntom a- permitió congregar acto­
res que, hasta entonces, nunca reunían sus esfuerzos para
tratar el dolor de los pacientes. Para Baszanger, dicha teoría
desempeñó el papel de “teoría frontera”: permitió crear un
nuevo medio profesional en tomo a hacerse cargo del dolor,
permitiendo a los diversos actores (anestesistas, neurólogos,
psiquiatras) conservar sus competencias, sus saberes y sus
propios modos de hacer; les permitió hacer del dolor un
objetivo legítimo de la acción médica (op. cit., págs. 171-228)
y crear espacios específicos (las clínicas del dolor) para su
tratamiento.

2.2 La teoría de la traducción


y el análisis de los actores-redes

Los trabajos de Michel Callón y Bruno Latour permiten


igualmente comprender por qué los hechos científicos llegan
a ser aceptados por una comunidad mucho más amplia que el
laboratorio que estuvo en el origen de esos hechos. Para ellos,
los individuos de una sociedad llegan a concordar sobre una
teoría o un resultado científico porque su sociedad es construi­
da al mismo tiempo que los hechos científicos (co-construcción

17 Douleur et médicine, la fin d ’un oubli, París, Le Seuil, 1995.

117
de la sociedad y de la naturaleza): este punto de vista rompe
con los otros dos empleados hasta aquí para estudiar a la
ciencia. En efecto, contrariamente a la epistemología clásica,
la naturaleza no basta para explicar el contenido de las teorías
científicas: “Como el reglamento de una controversia es la
causa de una representación estable de la naturaleza y no su
consecuencia, [el sociólogo no puede] nunca emplear la conse­
cuencia, el estado de la naturaleza, para explicar cómo y por
qué fue cerrada una controversia”. Y, contrariamente al punto
de vista de la sociología relativista, la sociedad tampoco basta
para explicar la construcción de los hechos científicos: “Como
el reglamento de una controversia es la causa de la estabilidad
de la sociedad [el sociólogo no puede] emplear el estado de la
sociedad para explicar cómo y por qué fue cerrada una contro­
versia”.18
A medida que los sociólogos ingresan más en los contenidos
de la ciencia, les resulta más difícil distinguir entre factores
sociales y factores cognitivos. Esta observación fundamenta
uno de los principios de su proceder: el principio de simetría
sociedad/naturaleza, que estipula que no se debe privilegiar
una u otra y que es necesario dar cuenta simultáneamente, y
en los mismos términos teóricos, tanto de la construcción de
la naturaleza como de la sociedad.
Un ejemplo de co-construcción de la sociedad y de la
naturaleza lo proporciona la obra Les Microbes, guerre et paix
{op. cit.), en la que Bruno Latour emprende un análisis
histórico sobre la manera en que se impuso el pasteurismo en
la Francia del siglo xix y cómo la sociedad francesa se fue
transformando al mismo tiempo que la ciencia pasteuriana.
Más precisamente, al mismo tiempo que Pasteur desplazaba
el campo de sus investigaciones, emergieron nuevas formas
de acción terapéutica (los sueros), los médicos cambiaron sus
prácticas, los enfermos revisaron sus relaciones con la medi­
cina y fueron transformados los grandes problemas de la
higiene.
Más allá de ese principio de simetría, el marco general de
su concepción de la construcción de la ciencia es la teoría de la
traducción, de la que en 1986 Callón propone una formulación
precisa.19 La teoría de la traducción permite comprender la
18 Bruno Latour, La Science en action, op. cit., pág. 426.
13 Michel Callón, “Elém ents pour une sociologie de la traduction. La
domestication des coquilles Saint-Jacques et des marins-pêcheurs dans la
baie de Saint-Brieue”, Année sociologique, 1986, n° 36, págs. 169-208.

118
manera en que los hechos científicos (la naturaleza) y los
actores asociados, diversamente vinculados con estos hechos
(la sociedad), interdependen unos con otros y se construyen
simultáneamente; permite comprender el modo en que diver­
sos intereses, individuos, campos de investigación y teorías
logran, mediante una sucesión de transformaciones, asociar­
se y fundirse en una misma entidad. Los cuatro momentos de
la traducción, que eventualmente pueden encabalgarse, son: la
problematización, la participación, el enrolamiento y la movi­
lización.
En la etapa de problematización, los científicos procuran
definir el objeto o la cuestión de la investigación, de manera
que otros actores encuentren un interés en ese objeto o en esa
cuestión y acepten su definición: proponen su definición del
problema y de esa manera trazan una frontera entre lo que
surge de su problemática y lo que no surge de ella. Esta etapa
remite, pues, a construir un mundo hipotético, tanto social
como cognitivo, en el que varios actores se encuentran en
torno a una misma problemática: la problematización es
una operación “sociológica”. Por ejemplo, tres investigado­
res que han constatado que es posible cultivar de manera
intensiva una especie de caracol Saint-Jacques se pregun­
tan acerca de la posibilidad de llevar a cabo el mismo tipo
de cultivo en otra especie de caracol (el Pectén maximus),
más apreciada por los consumidores franceses, pero en
vías de extinción en la bahía de Saint-Brieuc, donde son
pescados m asivam ente. Una de las cuestiones consiste en
saber si esa especie podrá fijarse a los colectores y luego
crecer hasta llegar a la edad adulta protegida de los preda-
dores. Al formular su problema en términos científicos, y al
elaborar su programa de investigación, los investigadores
identifican “un conjunto de actores a los que se apegan para
demostrar que, para alcanzar los objetivos o seguir sus pro­
pias inclinaciones, deben pasar obligatoriamente al programa
de investigación propuesto” (Eléments pour..., op. cit., pág.
181). Los investigadores se esfuerzan por volverse indispen­
sables, en especial frente a los pescadores y a sus colegas
científicos.
La segunda etapa, la participación, es aquella en la que los
investigadores sellan alianzas con los actores asociados a la
problemática: construyen su sistema de alianzas formando
estructuras sociales específicas e interrumpiendo eventuales
asociaciones competidoras.

119
La tercera etapa es la del enrolamiento: dicha noción
designa al “mecanismo por el cual un rol es definido y atribui­
do a un actor que lo acepta {ibid., pág. 189). Ese rol no se halla
necesariamente predefinido, sino que es progresivamente
construido y estabilizado durante esta etapa. En nuestro
ejemplo, poco a poco los pescadores son persuadidos de que el
cultivo intensivo los ayudará a repoblar la zona y que ello
salvará su actividad.
Finalmente, durante la última etapa, la de la movilización,
los diferentes actores (pescadores, científicos, caracoles) se
asocian unos con otros a través de sus voceros (los investiga­
dores representan a la comunidad científica, las muestras de
caracoles Saint-Jacques representan a su especie, los pesca­
dores asociados a la investigación representan a su corpora­
ción). Los voceros de los diferentes grupos hablan en su
nombre y, así, los hacen callar: “Hablar en nombre de otros es,
ante todo, hacer callar a aquellos en cuyo nombre se habla”
{ibid., pág. 196). Así, la designación de voceros permite
reducir el número de interlocutores y homogeneizar los
puntos de vista, los intereses y los lenguajes: permite, enton­
ces, convertir grupos heterogéneos y numerosos en una
cantidad reducida de entidades homogéneas y, por tanto, fá­
cilmente controlables. La asociación de esas entidades se
facilita entonces y resulta posible la colocación en un mismo
plano de equivalencia de todo lo que ellas encarnan (lengua­
jes, intereses, identidades). La situación es idéntica a la
elección de un político que representa a los habitantes de su
circunscripción, en su diversidad y eventualmente en sus
contradicciones. Los representa ante un parlamento o ante
una cámara, habla y actúa en su nombre, comprometiéndolos
eventualmente en la votación de nuevas leyes, de nuevas
disposiciones fiscales y de nuevos trabajos.
La asociación y la puesta en equivalencia de las diferentes
entidades y actores hacen nacer un nuevo actor que encar­
na todo el espacio social y cognitivo considerado: ese nuevo
actor es el resultado de la traducción de todos los actores,
de todos los problemas, de todos los puntos de vista, de
todos los intereses inicialm ente presentes. Ese actor resul­
tante es llamado “actor-red” o “actuante”: el término “red”
se emplea para dar cuenta de la diversidad de entidades
que componen al actor (humanos, enunciados, objetos
“naturales”, teorías, organismos, problemas, intereses).
En el caso del estudio de los caracoles Saint-Jacques y de

120
sus pescadores, los tres investigadores “se vuelven influyen­
tes y escuchados porque han tomado la ‘dirección’ de nume­
rosas poblaciones, en las que se mezclan doctos expertos,
pescadores frustrados y sabrosos crustáceos. Estas cade­
nas de intermediarios que desembocan en un único y
último vocero pueden ser descriptas como la movilización
progresiva e indiscutible de las proposiciones: ‘P eden
maxim us se fija’ y ‘los pescadores quieren repoblar la
bahía’” (ibid., pág. 197).
Insistamos en este punto central: los humanos no son las
únicas entidades en ser partes participantes de ese proceso
de traducción: los no humanos, para el caso los caracoles
Saint-Jacques, participan igualmente en la traducción y
forman parte, al final del proceso, del actor-red. ¿Qué traduc­
ción experimentaron? “En vez de exhibir larvas o hileras de
crustáceos ante sus colegas, los tres investigadores se confor­
man con mostrar gráficos y presentar resultados cifrados.
Los caracoles han sido desplazados, pero dicho desplaza­
miento, que asegura su presencia en la sala de conferencias,
sólo ha sido posible gracias a una serie de transformaciones”
(ibid., pág. 197).
El trabajo de traducción, es decir, de asociación y de puesta
en equivalencia de las identidades, intereses y lenguajes, es
el proceso a través del cual se construyen el mundo social y el
mundo natural. “Al comienzo: caracoles Saint-Jacques,
pescadores y especialistas dispersos y difícilm ente accesi­
bles. Al final: tres investigadores, en Brest, que dicen lo
que son y lo que quieren esas diferentes entidades. Me­
diante la designación de sucesivos voceros, y por la puesta
en marcha de las equivalencias que establecen, todos estos
actores han sido desplazados y reunidos en el mismo
momento, en un solo lugar. Esa movilización, esa concen­
tración, más allá del sistem a de alianzas que constituye,
tiene una realidad bien física” (ibid., pág. 197). Los caraco­
les Saint-Jacques, representados por la muestra que poseen
los investigadores, son traducidos en número, índices, curvas
o indicadores estadísticos. No desaparecieron, sino que fue­
ron “traducidos”.
Metodológicamente, el análisis de los procesos de traduc­
ción y de emergencia de los actores-redes debe respetar los
siguientes tres principios:

1. El principio de simetría humano/no humano estipula

121
que el sociólogo debe tener en cuenta a la vez a los científicos
y sus comportamientos, los resultados, los conocimientos y
las experiencias sobre la naturaleza. El verdadero actor
social es un ser híbrido, compuesto simultáneamente de
humanos y de no humanos.
2. El principio del seguimiento de las circunstancias y
asociaciones precisa que es necesario seguir las entidades
humanas y no humanas en sus desplazamientos, en sus
transformaciones, en sus ajustes, en suma, en su(s) tra­
ducciones).
3. El principio de no clausura: los laboratorios pueden
tener fronteras administrativas, pero las entidades que allí
son manipuladas y creadas no conocen fronteras (los investi­
gadores y los hechos/resultados salen y se insertan en otros
espacios). Es necesario captar el conjunto del cuerpo social
que sostienen una relación, sea cual fuere, con la ciencia: los
industriales, los técnicos, los ingenieros, los financistas,
los usuarios, los consumidores, los investigadores...

Por su propia definición, el marco teórico de la traducción


y del actor-red desborda ampliamente el estricto dominio de
los estudios sociales de la ciencia: de hecho constituye un
marco general, aplicable a toda la sociedad, sean cuales
fueren el objeto y el campo. Las aplicaciones son al mismo
tiempo numerosas y muy diversas: análisis de fundamentos
sociales, cognitivos y políticos de las estadísticas;20 estudio de
investigaciones pedológicas en la Amazonia; estudio de expe­
riencias bioquímicas en ratas.21 Volvamos al caso de la
ciencia pasteuriana estudiada en Les Microbes, guerre et paix
(op. cit.). Según Latour, a fines del siglo xix, durante mucho
tiempo el cuerpo médico se mostró escéptico frente a los
trabajos de Pasteur sobre las vacunas; luego, en 1892, cambió
radicalmente de actitud. Dicho cambio puede explicarse si se
toma en cuenta la manera en que los pasteurianos lograron
elaborar un programa de investigación e instrumentos que
interesaban a los médicos: Pasteur logró la adhesión de los
médicos al ofrecerles una herramienta terapéutica que po­

20 Alain Desrosières, La Politique d es g ra n d s nombres. H istoire de la


raison statistique, Paris, La Découverte, 1993.
21 Bruno Latour, Petites leçons de sociologie des sciences, Paris, Le Seuil,
1996 [19931. Michel Callón (dir.), La science et ses réseaux, Paris, La
Découverte, 1989.

122
dían dominar. Antes, los médicos se mostraban reticentes,
pues las vacunas de Pasteur les quitaban pacientes. Al
participar en la puesta a punto de otro principio activo (los
sueros), al desempeñar un papel activo en el diagnóstico y la
medicación, al aceptar ser formados en bacteriología, los
médicos encontraron un papel que les convenía. No es posible
comprender esas transformaciones sin tener en cuenta las
transformaciones simultáneas y solidarias de la bacteriolo­
gía, de las investigaciones de Pasteur y de los intereses de los
médicos. Al final, estamos lejos del esquema clásico, pero
ingenuo, de una difusión mecánica de los descubrimientos
científicos y de los inventos técnicos desde los laboratorios
hacia la sociedad.

2.3 La teoría de los actores-redes


y el análisis de las técnicas

El marco teórico del actor-red permite pensar la articulación


entre la ciencia, la técnica y la sociedad. Hasta aquí, nuestra
exposición de la sociología de la ciencia no nos ha llevado a
abordar la cuestión de las relaciones entre la ciencia y la
técnica, entre la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas. De
hecho, hasta una época reciente, la mayoría de los sociólogos
de las ciencias concebía la ciencia y la técnica como dos
mundos distintos: la técnica era pensada como la aplicación
directa y no problemática de la ciencia. Fuera de esa rela­
ción natural de “puesta en aplicación”, el mundo social y co-
gnitivo de la técnica, por una parte, y el mundo social y
cognitivo de la ciencia, por otra, eran percibidos como amplia­
mente desunidos: los sociólogos de las ciencias no abordaban
realmente la cuestión de las técnicas; los especialistas de las
técnicas sólo se interesaban marginalmente en el espacio de
la producción científica. En su descargo, señalemos que las
tradiciones intelectuales que fundaban sus respetivas tra­
yectorias eran diferentes: los especialistas de las técnicas
abrevan, más que los sociólogos de las ciencias, en la antro­
pología, la etnología y la economía (socioeconomía y economía
industrial).22

22 En L ’innovation technique. Récents développem ents en sciences socia­


les. Vers une nouvelle théorie de l'innovation, Paris, La Découverte, 1995,
Patrice Flichy establece un puente entre estas dos tradiciones.

123
Esta concepción hoy se encuentra superada: la frontera
entre la ciencia (pura) y sus aplicaciones (la técnica), que
parecía evidente en los escritos de sociología de las ciencias
de los años ’60 y ’70, es percibida ahora como relativamente
artificial y en todo caso como más problemática:23 ante todo
porque una parte importante de la financiación de la investi­
gación científica proviene de las industrias (armamento,
industria pesada, electrónica, química, biología, agronomía);
luego, porque la relación determinista simple entre la ciencia
y sus aplicaciones se encuentra fuertemente cuestionada: la
aplicación industrial o técnica no es un simple producto
derivado del conocimiento científico obtenido en laborato­
rio. Las ciencias y sus aplicaciones constituyen de hecho un
mismo mundo, donde las investigaciones fundam entales
se codean con las aplicaciones, donde a veces las m ism as
personas manejan al mismo tiempo las investigaciones
puras y las aplicadas, donde la ciencia llam ada fundam en­
tal interactúa fuertem ente con la ciencia aplicada. El
estudio (eventualm ente cientométrico) de las relaciones
entre las publicaciones científicas, el patentam iento y la
comercialización de nuevos productos confirma estas últi­
mas afirmaciones: esas relaciones son complejas y muy
variables de una situación a otra. Por su parte, la historia
de las ciencias y de las técnicas testim onia conclusiones
idénticas: de la combinación de investigaciones científicas y
de ensayos técnicos es de donde emergen las aplicaciones
técnicas al mismo tiempo que los avances científicos.24 Hoy, la
palabra tecnociencia(s) se emplea corrientemente para de­
signar, sin distinción, al conjunto de actividades de investiga­
ción científica y técnica.
Una de las virtudes del enfoque desarrollado por Callon-
Latour consiste en que permite romper la frontera entre la
ciencia y la técnica. Más aún, rompe al mismo tiempo la fron­
tera de esos dos mundos con la sociedad, comprendidas sus
dimensiones políticas. “Nos encontramos en las antípodas del
mito del sabio que se sustrae al mundo social y político para
entrar en contacto con el mundo objetivo. Por otra parte,

23 Wolfgang Krohn, Edwin Layton & Peter W eingart (eds.), The D yn a ­


m ics o f Science a n d Technology, Dordrecht, Reidel Publishing Company,
1978.
24 Por ejemplo, Maurice Daum as (dir.), H istoire générale des techniques,
París, PUF, 1966-1979.

124
vemos surgir otra debilidad de ese modelo mítico: su incapa­
cidad par dar cuenta de la manera en que los objetos estudia­
dos, reconstruidos por los científicos, vuelven al mundo
| social, cuestión evidentemente central para quien se interese
I en el sentido y en la función de la actividad científica en la
1 sociedad, en el impacto de la ciencia sobre lo social y lo
I político”.23 Uno de los imperativos del análisis de los actores-
J redes es, en efecto, el principio de no clausura, que impone no
! detener la investigación en las fronteras del laboratorio ni
4 incluso en las del espacio científico stricto sensu: el sociólo-
•, go que estudia la ciencia debe caminar, si su objeto lo lleva,
por los espacios de la industria, del comercio e incluso por
el espacio del consumidor final. El ejemplo de los pescado­
res de la bahía de Saint-Brieuc ilustra bien este punto: los
conocimientos científicos sobre el crecimiento y la capaci­
dad de fijación de los caracoles Saint-Jacques sobre los
| colectores, las apuestas económicas y comerciales, las
! soluciones técnicas adoptadas para proteger a los caracoles
I de los predadores... son los aspectos inseparables de un
| mismo hecho social. El estudio del proyecto del subterráneo
I Aramis (subterráneo sin conductor, compuesto por cabinas
I individuales cuyo destino es elegido por el ocupante) es otro
I ejemplo iluminador: al procurar comprender la historia de
§ ese proyecto, Bruno Latour muestra hasta qué punto las
I soluciones técnicas, los proyectos políticos, las apuestas in-
| dustriales, los conocimientos técnico-científicos son indiso-
ciables.26

3. L a c r í t ic a
DE LA SOCIOLOGÍA DE LAS PRÁCTICAS

El enfoque etnometodológico de las ciencias pretende que el


único marco aceptable para estudiar la ciencia es el laborato­
rio y que solamente las prácticas deben ser tomadas en
consideración: es la única manera de no tener que estudiar
hechos ya construidos, ya elaborados y juzgados por la comu-
25 Bruno Latour, Le m étier de chercheur; regard d'un anthropologue,
Paris, INRA Éditions, 1995.
26 Bruno Latour, A ra m is ou l ’am ou r des techniques, Paris, La Découver­
te, 1992.

125
nidad. Desdichadamente, este punto de vista conduce a res­
tringir de modo artificial el espacio donde se mueven los
científicos: ellos no están aislados en sus laboratorios; mantie­
nen relaciones profesionales con colegas de otros laboratorios,
con socios industriales o administrativos; participan en colo­
quios o congresos y visitan otros laboratorios. Por otra parte,
sus itinerarios individuales a menudo los llevan a cambiar de
laboratorio: tienen una historia, una formación, competen­
cias y, a fin de cuentas, una identidad que no puede captar la
sola observación de las prácticas. La ciencia se construye y
evoluciona en otros recintos que no son solamente los labora­
torios.27 Basta con pensar en Einstein, quien elaboró la teoría
restringida de la relatividad mientras desempeñaba un cargo
administrativo en una oficina de patentes. Basta igualmente
con pensar en Watson, quien descubrió la estructura helicoi­
dal del ADN circulando de un laboratorio a otro, abrevando
de modo oportunista en los trabajos de varios centros de
investigación. Por otra parte, Latour y Callón lo entendie­
ron bien: en la medida en que impone seguir a los actores
en el conjunto del cuerpo social, la teoría de los actores-
redes escapa a esa crítica. Sin embargo, no escapa a la
cuestión de saber quiénes son los individuos que partici­
pan en la ciencia, cuáles son sus identidades, sus volunta­
des, sus ganas, sus motivaciones. ¿Acaso la sim ple suma de
las relaciones que mantiene con su entorno no es más que un
elemento sin contenido de un actor-red?
Por otra parte, la historia de las ciencias muestra que las
nuevas teorías y conocimientos científicos se imponen al final
de proceso históricos largos, en todo caso más largos que los
períodos durante los cuales los laboratorios son estudiados
por los antropólogos. El tiempo permite igualmente la emer­
gencia de estructuras (instituciones, teorías, instrumentos)
que escapan al análisis de las solas interacciones: una comu­
nidad puede aceptar una teoría sin que la existencia de esa
teoría resulte de la interacción de los integrantes de dicha
comunidad. Esta teoría puede ser fruto del pasado y de la
construcción progresiva de una cultura colectiva.
Otra crítica, que se orienta igualmente hacia los progra­
mas relativistas, consiste en subrayar que la sociología de las

27 Thomas Gieryn, “Relativist/Constructivist Programmes in the Socio­


logy o f Science: Redundance and Retreat”, Social S tu d ie s o f Science, 1982,
vol. 12, págs. 279-297.

126
prácticas es incapaz de explicar por qué la ciencia se encuen­
tra fuertemente valorizada en nuestras sociedades. Si los
saberes científicos no se distinguen de otros saberes, ¿por
cuáles razones la ciencia domina las otras formas de conoci­
miento? Los enfoques relativistas no aportan ninguna res­
puesta a esta pregunta. El examen de las prácticas de
laboratorios no proporciona más respuestas. A pesar de las
impugnaciones de los años ’70 y de algunos “bolsones” de
resistencia, hoy la ciencia sigue siendo un campo de conoci­
miento cuya autoridad social y cognitiva es muy elevada
(ibid.).
Por su parte, al estudiar a un mismo tiempo el conjunto de
los enfoques relativistas y los procedimientos centrados en
las prácticas, Yves Gingras28 denuncia el abuso de expresio­
nes cifradas y de nociones cuyo sentido se encuentra rodeado
de imprecisión: actor-red, no clausura, principio de simetría
humano/no humano, vocero, traducción... El empleo de estas
expresiones aveces enmascara interpretaciones surgidas del
sentido común o de ideas sin embargo rechazadas por los
autores: así, la noción de actor-red subraya que “ciertos
fenómenos físicos deben ser tomados en consideración para
explicar los cambios tecnológicos”(op. cit., pág. 6). Aunque los
autores no desean confesarlo, esa noción véhicula posiciones
realistas tradicionales. Gingras denuncia igualmente “decla­
raciones que se plantean en principios, pero que de hecho
funcionan como encantamientos” (op. cit., pág. 3): es el caso
de la declaración, varias veces repetida, según la cual lo social
y la ciencia son indisociables. Cuando, de hecho, “en todas sus
narraciones para entender tal o cual desarrollo científico o
tecnológico, los autores constantemente hacen distinciones
entre factores pretendidamente indistintos” (op. cit., pág. 4).
La dificultad suscitada por tales afirmaciones surge del
hecho de que “no se nos dice nunca si la imposibilidad de
separar esos factores proviene de que en la práctica (a nivel
ontológico) están ligados o amalgamados, o si se debe más
bien al hecho de que estas distinciones analíticas no son útiles
para comprender esa realidad” (op. cit., pág. 5). Finalmente,
último ejemplo de crítica: la confusión entre relación e iden­
tid a d : no es porque varias entidades humanas/no humanas

28 Yves Gingras, “Un air de radicalisme: sur quelques tendances récentes


en sociologie de la science et de la technologie”, A ctes de la recherche en
sciences sociales, 1995, n" 108, págs. 3-17.

127
estén asociadas en un mismo actor-red que se confunden
mutuamente y no pueden ser distinguidas.
En el fondo, ¿no sucede que los sociólogos de los actores-
redes no hacen más que confesar la incapacidad de su enfoque
para distinguir lo que surge de lo social y de lo natural
(ciencia) cuando afirman que todo está ligado y que todo es
indisociable?
Otra crítica apunta a uno de los principios fundamentales
de la sociología de las prácticas científicas: el principio de la
“ignorancia del campo”.29 A priori parece sorprendente
la pretensión de explicar los conocimientos científicos sin
tener en cuenta su contenido durante la investigación empí­
rica, como lo impone el enfoque etnometodológico de Knorr-
Cetina, Lynch, Latoury Woolgar. Esa ignorancia, voluntaria,
no permite captar los razonamientos de los investigadores y
sus interacciones, cuando éstas son resultado de sus razona­
mientos. ¿Cómo entender por qué un investigador va a
consultar tal artículo de tal revista si las razones que lo
impulsan a hacerlo no son comprensibles para el observador?
“En tanto los sociólogos de las ciencias no hagan el esfuerzo
necesario para saber qué hacen y de qué hablan todos estos
[investigadores], fracasarán por la imposibilidad de poder
hablar de lo que hace a la especificidad de la actividad
científica” (ibid.).
Por otra parte, la frontera entre la ciencia hecha y la
ciencia en camino de hacerse no es tan nítida como los
etnometodólogos quieren creerlo, por la simple razón de que
los productos de la investigación científica jamás son defini­
tivos, sino que siempre están a merced de una refutación o de
una corrección. En su modo de razonar y en los actos que se
desprenden de esos razonamientos, los científicos emplean
productos de la ciencia: sus actos están guiados por sus
saberes, por las teorías que procuran poner en marcha o
criticar. Entonces, ¿por qué habría que abstenerse de com­
prender e integrar esas teorías y saberes en el análisis social
de la ciencia, comprendidas las prácticas científicas? La
puesta entre paréntesis del contenido, de las teorías, de las
hipótesis y de los saberes constituye un sociologismo.
Finalmente, los enfoques constructivistas son equívocos:
¿se orientan a describir la construcción de los discursos de la
ciencia (sus palabras, conceptos y enunciados) sobre la natu­
29 Gérard Lemaine, “Comte rendu de The M anufacture o f Knowledge de
Knorr-Cetina”, Année sociologique, 1983, págs. 306-309.

128
raleza o la construcción de la propia naturaleza? Si los
discursos sobre las cosas y las propias cosas pueden llegar a
confundirse en las ciencias del hombre y de la sociedad, la
situación no es similar en lo que atañe a las ciencias de
la naturaleza, donde la realidad es independiente de los
enunciados que la conciernen.30

30 Ian Hacking, The Social Construction o f What?, Cambridge, Mas­


sachusetts, Harvard University Press, 1999.

129
CONCLUSIÓN

La sociología de las ciencias nació, durante el momento


mertoniano, en reacción contra la sociología del conocimiento
científico, que era considerada como demasiado cercana a la
epistemología. Sin embargo, ésta reapareció, aun sin ser
la misma, a partir de los años ’70: los sociólogos se inspiraron
en ella para construir sus estudios del conocimiento cientí­
fico. Es, por cierto, uno de los destinos de la sociología de
las ciencias decidirse, de un modo u otro, a marchar junto
o contra la epistemología. ¿Cómo podría ser de otro modo,
dado que cualquier análisis del conocimiento (es decir,
todo procedimiento de conocimiento sobre el conocimiento)
es necesariam ente una reflexión sobre el conocimiento? De
todas maneras, el principio reflexivo de la sociología está allí
para recordar que esa necesidad es también una virtud. Al
igual que la filosofía y la historia de las ciencias, la sociología
de las ciencias permite emprender un trabajo reflexivo al
proporcionar al sociólogo herramientas para examinar
su propia práctica, llevándolo a interrogarse sobre esa m is­
ma práctica.
Al cabo de este recorrido por los trabajos y la historia de la
sociología de las ciencias, es posible someter el desarrollo de
la misma a un análisis reflexivo, incluso sumario, conside­
rando sólo las grandes fases de su desarrollo.
Primera fase: la sociología de las ciencias, tal como la
concebían Merton y sus sucesores cercanos, nació durante los
años ’30, en un entorno histórico tormentoso, ya que la
democracia se encontraba por entonces gravemente amena­
zada. Tal vez sea preciso ver en esa coyuntura histórica el
origen del sesgo de Merton: el enunciado de normas de
inspiración democrática resulta de la voluntad de valorizar

131
los ideales democráticos. Se trata de proteger a la ciencia
de las derivas antidemocráticas (nazismo, dictadura del
proletariado).
Segunda fase: la posguerra. Es el período de la recons­
trucción y de la Guerra Fría: lo que se quiere entonces es
entender la organización de la ciencia para mejorar la
eficacia de las estructuras de investigación, incluso para
planificar esa investigación (a los efectos de ganar la
batalla de la ciencia y de la tecnología); las miradas de los
sociólogos se vuelven hacia el “cuerpo” de la ciencia, las
leyes de su desarrollo, los frenos a su progreso, así como
hacia las modalidades y defectos de su organización.
Tercera fase: a partir de los años ’70 se abre un período
de impugnación y de desacralización de la ciencia. Contra
el cientificismo y el todopoderío de las tecnociencias, crece
la crítica “anticiencia” y se abren espacios de expresión de
dicha crítica (sobre todo en revistas). Durante este período
surgen los análisis relativistas de la ciencia y el rechazo de
su representación positivista.
Cuarta fa se : el fin del siglo xx está marcado por una
concepción m ás aplacada de la ciencia. Sin embargo, las
lecciones de los años ’70 son aprendidas: la ciencia ya no
corresponde al ideal de neutralidad, de bienestar y de
progreso que durante largo tiempo la rodeó. La ciencia es
asociada a la técnica y a la industria, a los progresos que
dicha técnica autoriza, pero también a problemas (éticos y
ecológicos, sobre todo) que ella suscita. La ciencia es enton­
ces estudiada en sus relaciones con la esfera de la política,
de la ciudadanía, del mundo de la industria y de la tecno­
logía.
Aliada a las renovaciones recientes de la filosofía y la
historia de las ciencias, la sociología de las ciencias ha
permitido incuestionablem ente desprender la actividad
científica y los productos de esa actividad de los ideales
positivista o racionalista que los dominaban desde hacía
mucho. La sociología hace ver a la ciencia bajo una luz
diferente: la imagen que de allí surge probablemente sea
menos pura de lo que pensaban ciertos científicos, menos
ideal de lo que hacen creer las ideologías cientificistas,
menos alejada de las demás actividades hum anas de lo que
corrientemente quiere el imaginario social, con menos
certezas de lo que dan a entender los m anuales escolares.
AI lograr la superación del positivismo y del raciona­

132
lismo ingenuos, la sociología de las ciencias y de los cono­
cimientos científicos debe hoy superar los peligros de un
relativism o radical que tiende a hacer desaparecer toda
forma de realismo.

133
PARA SABER MÁS

1. P r in c ip a l e s r e v is t a s
CONSAGRADAS AL ANÁLISIS SOCIOLÓGICO DE LA CIENCIA

Alliage: revista francesa publicada desde 1989, la que, sin


ser una revista sociológica, contribuye al análisis cultural y
social de la ciencia.
Minerva', revista inglesa publicada desde 1962, principal­
mente consagrada al estudio de las instituciones científicas y
a su historia.
Science as Culture: revista inglesa publicada desde 1987,
dedicada al análisis del impacto de la ciencia sobre la socie­
dad, en especial el impacto cultural.
Science in Context: revista norteamericana publicada des­
de 1987, consagrada al estudio del conocimiento científico.
Science, Technology and Human Values :revista norteame­
ricana publicada desde 1978, ligada a la Society for Social
Studies of Science, cercana a las corrientes relativistas.
Social Studies of Science (inicialmente titulada Sciences
Studies): revista inglesa publicada desde 1971, cercana a las
corrientes relativistas e interaccionistas.

2. A lg u n o s e je m p lo s r e p r e s e n ta tiv o s
DE ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS DE LA CIENCIA
(LIBROS O COLECCIONES DE ARTÍCULOS).

Barnes, Barry & Edge, David (eds.), Science in Context:


Readings in the Sociology of Science, Milton Keynes, Open
University Press, 1982.
Barnes, Barry & Shapin, Steven (eds.), Natural Order:
Historical Studies of Scientific Culture, Londres, Sage, 1979.

135
Ben-David, Joseph, Éléments d ’une sociologie historique
des sciences, Paris, PUF, 1997.
Callón, Michel & Latour, Bruno (dir.), La science telle
qu’elle se fait. Anthologie de la sociologie des sciences en
langue anglaise, Paris, La Découverte, 1990.
Knoor-Cetina, Karin & Mulkay, Michael (eds.), Science
Observed. Perspectives on the Social Study of Science, Lon­
dres, Sage, 1983.
Latour, Bruno & Woolgar, Steve, La Vie de laboratoire,
Paris, La Découverte, 1988 [1979/1986], (La vida en el labora­
torio: la construcción de los hechos científicos, Madrid, Alian­
za, 1995).
Merton, Robert K., The Sociology of Science. Theoretical
and Empirical Investigations, Chicago, University of Chicago
Press, 1973, {La sociología de la ciencia, Madrid, Alianza,
1977).
Pickering, Andrew (éd.), Science as Practice and Culture,
Chicago, University of Chicago Press, 1992.
Pickering, Andrew, The Mangle of Practice. Time, Agency
and Science, Chicago, University of Chicago Press, 1995.
Shapin, Steven & Schaffer, Simon, Leviathan et la pompe
à air. Hobbes et Boyle entre science et politique, Paris, La
Découverte, 1993 [1985],

136

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