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“Cruz”

Jesús murió crucificado. La cruz, que fue el instrumento de la redención,


ha venido a ser, juntamente con la muerte, el sufrimiento, la sangre, uno
de los términos esenciales que sirven para evocar nuestra salvación. No
es una ignominia, sino un título de gloria, primero para Cristo, luego para
los cristianos.

I. LA CRUZ DE JESUCRISTO
1. El escándalo de la cruz.

«Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos


y locura para los paganos» 1Cor 1,23. Con estas palabras expresa Pablo
la reacción espontánea de todo hombre puesto en presencia de la cruz
redentora. ¿Cómo podría venir la salvación al mundo grecorromano por la
crucifixión, aquel suplicio reservado a los esclavos Flp 2,8, que no sólo era
una muerte cruel, sino además una ignominia Heb 12,2 13,13? ¿Cómo
podría procurarse la redención a los judíos por un cadáver, aquella
impureza de la que había que deshacerse lo antes
posible Jos 10,26s 2Sa 21,9ss Jn 19,31, por un condenado colgado del
patíbulo y marcado con el estigma de
la maldición divina Dt 21,22s Gal 3,13? En el calvario era fácil a los
presentes chancearse con él invitándole a bajar de la cruz Mt 27,39-44 p.
En cuanto a los discípulos, podemos imaginarnos su reacción horrorizada.
Pedro, que, sin embargo, acababa de reconocer en Jesús al Mesías, no
podía tolerar el anuncio de su sufrimiento y de su
muerte Mt 16,21ss p 17,22s p: ¿cómo hubiera admitido su crucifixión? Así,
la víspera de la pasión anunció Jesús que todos se escandalizarían a
causa de él Mt 26,31 p.

2. El misterio de la cruz.

Si Jesús, y los discípulos después de él, no dulcificaron el escándalo de


la cruz, es que un misterio oculto le confería sentido. Antes de pascua era
Jesús el único que afirmaba su necesidad, para obedecer a la voluntad del
Padre Mt 16,21 p. Después de pentecostés los discípulos, ilusionados por
la gloria del resucitado, proclaman a su vez esta necesidad, situando el
escándalo de la cruz en su verdadero puesto en el designio de Dios. Si
el Mesías fue crucificado Act 2,23 4,10, «colgado del leño» 5,30 10,39 en
una forma escandalosa Dt 21,23, fue sin duda a causa del odio de sus
hermanos. Pero este hecho, una vez esclarecido por la profecía, adquiere
una nueva dimensión: realiza «lo que se había escrito acerca de
Cristo» Act 13,29. Por esto los relatos evangélicos de la muerte de Jesús
encierran tantas alusiones a los salmos Mt 27,33-60 p Jn 19,24.28.36s:
«era necesario que el Mesías sufriera», conforme con las Escrituras, como
lo explicará el resucitado a los peregrinos de Emaús Lc 24,25s.

3. La teología de la cruz.

Pablo había recibido de la tradición primitiva que «Cristo murió por


nuestros pecados según las Escrituras» 1Cor 15,3. Este dato tradicional
suministra un punto de partida a su reflexión teológica; reconociendo en la
cruz la verdadera sabiduría, no quiere conocer sino a Jesús
crucificado 2,2. En ello, en efecto, resplandece la sabiduría del designio de
Dios, anunciada ya en el AT 1,19s; a través de la debilidad del hombre se
manifiesta la fuerza de Dios 1,25. Desarrollando esta intuición
fundamental descubre Pablo un sentido incluso en las modalidades de la
crucifixión. Si Jesús fue «colgado del árbol» como un maldito, era para
rescatarnos de la maldición de la ley Gal 3,13. Su cadáver expuesto sobre
la cruz, «carne semejante a la del pecado», permitió a Dios «condenar el
pecado en la carne» Rom 8,3; la sentencia de la ley ha sido ejecutada,
pero al mismo tiempo Dios «la ha suprimido clavándola en la cruz, y ha
despojado a los poderes» Col 2,14s. Así, «por la sangre de su cruz» se
ha reconciliado Dios a todos los seres 1,20; suprimiendo las antiguas
divisiones causadas por el pecado, ha restablecido la paz y la unidad entre
judíos y paganos para que no formen ya sino un solo cuerpo Ef 2,14-18.
La cruz se yergue, pues, en la frontera entre las dos economías del AT y
del NT.

4. La cruz, elevación a la gloria.

En el pensamiento de Juan no es la cruz sencillamente un sufrimiento,


una humillación, que halla con todo cierto sentido por razón del designio
de Dios y por sus efectos saludables; es ya la gloria de Dios anticipada.
Por lo demás, la tradición anterior no la mencionaba nunca sin invocar
luego la glorificación de Jesús. Pero, según Juan, en ella triunfa ya Jesús.
Utilizando para designarla el término que hasta entonces indicaba la
exaltación de Jesús al cielo Act 2,33 5,31, muestra el momento en que
el Hijo del hombre es «elevado» Jn 8,28 12,32s, como una nueva
serpiente de bronce, signo de salvación 3,14 Num 21,4-9. Se diría que en
su relato de la pasión avanza Jesús hacia ella con majestad. Sube a ella
triunfalmente, ya que allí funda su Iglesia «dando el Espíritu» Jn 19,30 y
haciendo que mane de su costado la sangre y el agua 19,34. En adelante
habrá que «mirar al que han atravesado» 19,37, pues la fe se dirige al
crucificado, cuya cruz es el signo vivo de la salvación. Parece que en el
mismo espíritu vio el Apocalipsis a través de este «leño» salvador el «leño
de la vida», a través del «árbol de la cruz» «el árbol de
vida» Ap 22,2.14.19.
II. LA CRUZ, MARCA DEL CRISTIANO
1. La cruz de Cristo.

El Apocalipsis, revelando que los dos testigos habían sido martirizados


«allí donde Cristo fue crucificado» Ap 11,8, identifica la suerte de
los discípulos con la del Maestro. Es lo que exigía ya Jesús: «Si alguien
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y
me siga» Mt 16,24 p. El discípulo no sólo debe morir a sí mismo, sino que
la cruz que lleva es signo de que muere al mundo, que ha roto todos sus
lazos naturales Mt 10,33-39 p, que acepta la condición de perseguido, al
que quizá se quite la vida Mt 23,34. Pero al mismo tiempo es también signo
de su gloria anticipada Jn 12,26.

2. La vida crucificada.

La cruz de Cristo que, según Pablo, separaba las dos economías de


la ley y de la fe, viene a ser en el corazón del cristiano la frontera entre los
dos mundos de la carne y del espíritu. Es la única justificación y la
única sabiduría. Si se ha convertido, es porque ante sus ojos se han
dibujado los rasgos de Jesucristo en cruz Gal 3,1. Si es justificado, no lo
es en absoluto por las obras de la ley, sino por su fe en el crucificado;
porque él mismo ha sido crucificado con Cristo en el bautismo, tanto que
ha muerto a la ley para vivir para Dios Gal 2,19, y que ya no tiene nada
que ver con el mundo 6,14. Así pone su confianza en la sola fuerza de
Cristo, pues de lo contrario se mostraría «enemigo de la cruz» Flp 3,18.

3. La cruz, título de gloria del cristiano.

En la vida cotidiana del cristiano, «el hombre viejo es


crucificado» Rom 6,6, hasta tal punto que es plenamente liberado del
pecado. Su juicio es transformado por la sabiduría de la cruz 1Cor 2. Por
esta sabiduría se convertirá, a ejemplo de Jesús, en humilde y
«obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» Flp 2,1-8. Mas en general,
debe contemplar el «modelo» de Cristo que «llevó nuestros pecados en su
cuerpo sobre el madero para que, muertos al pecado, viviéramos para la
justicia» 1Pe 2,21-24. Finalmente, si bien es cierto que debe temer
siempre la apostasía, que le induciría a «crucificar de nuevo por su cuenta
al Hijo de Dios» Heb 6,6, puede, sin embargo, exclamar con orgullo con
san Pablo: «Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de
Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y
yo para el mundo» Gal 6,14.

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