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Pastor, J. A. Holowaty
La cruz fue el Instrumento de muerte en donde murió Jesucristo. Tal vez era una
derivación de la antigua costumbre de empalamiento, ya que la palabra griega para cruz
es stauros que significa palo o estaca vertical. Su uso posiblemente fue una invención
de los persas o fenicios. Luego la emplearon los griegos, los cartagineses, y más que
nada los romanos. Además de la cruz simple o palo vertical, se utilizaban otras formas:
la cruz que tenía la forma de una T mayúscula, y esa en la que el palo vertical sobresalía
sobre el horizontal. Según la tradición, esta última fue la cruz en que murió Jesús, así
parece corroborarlo Mateo 27:37 que dice: “Y pusieron sobre su cabeza su causa
escrita: ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS”.
La cruz consistía en un palo vertical de unos dos metros y medio de largo que
muchas veces se dejaba permanentemente en el lugar de ejecución. Un palo transversal
y un saliente de madera, servían de asiento para sostener el cuerpo del crucificado y
prolongar así su martirio. Para los romanos, la crucifixión era el suplicio más cruel y
horroroso de todos. Se aplicaba generalmente a esclavos y a libres no romanos, por
crímenes de robo, homicidio, traición o sedición. Después de condenado, al reo se le
administraban los azotes prescritos, los que a veces producían la muerte. Luego lo
obligaban a caminar por las calles principales hacia un lugar fuera de la ciudad cargando
el patíbulo. Iba custodiado por cuatro soldados, y llevaba un título o tablilla con su
nombre y delito escrito allí.
Lo horrible de la muerte por crucifixión se debía en parte al intenso dolor causado
por la flagelación, los clavos y la incómoda posición del cuerpo que dificultaban la
respiración. Además, la deshidratación por la pérdida de sangre y la fiebre producían
una sed intolerable. A esto hay que agregar la vergüenza que sufría el condenado al
verse desnudo ante los curiosos que pasaban insultándole. Los judíos acostumbraban
ofrecerle al crucificado una bebida narcótica para aliviar el sufrimiento, bebida que
Jesucristo rechazó: “Le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de
haberlo probado, no quiso beberlo” (Mat. 27:34).
El crucificado moría lentamente, casi siempre el segundo día, pero a veces cuando
se trataba de un reo joven y sano, permanecía en agonía hasta ocho días. El exceso de
sangre en el corazón debido a la obstrucción de la circulación, combinado con la fiebre
traumática, el tétano y el agotamiento, terminaban por matar a la víctima. Para acelerar
la muerte del crucificado se le quebraban las piernas con un martillo, antes de
traspasarle con espada o lanza, o bien se le ahogaba con humo. “Entonces los judíos,
por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en
la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad),
rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. Vinieron,
pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había
sido crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le
quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y
al instante salió sangre y agua. (Jn. 19:31-34).
De acuerdo con la Ley judía, un crucificado caía bajo la maldición divina. “Si
alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo
colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin
falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no
contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad” (Deut. 21:22,23).
Incluso consideraban una ignominia la posibilidad de recibir salvación mediante la cruz.
“Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis,
solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo” (Gal. 6:12).
“Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo
digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3:18)
Los cristianos, sin embargo, ven en la Cruz su salvación, como afirmó Pablo: “Pues
me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado” (1 Cor. 2:2). Cristo, llevó nuestros pecados en la cruz, “Quien llevó él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1
Ped. 2: 24). Sufrió la maldición que merecíamos nosotros, “Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo
el que es colgado en un madero)” (Gal 3:13). Su muerte en la cruz efectuó la
reconciliación con Dios,“Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las
que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la
sangre de su cruz” (Col 1.20), como también la reconciliación entre judíos y
gentiles,“Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo,
matando en ella las enemistades” (Efe. 2:16).
La cruz también simboliza la separación de la vieja vida. Por su unión con Cristo, el
creyente participa de la muerte mediante la cruz, “Sabiendo esto, que nuestro viejo
hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea
destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Rom. 6:6). Como resultado, está
libre del dominio del pecado, “Así también vosotros consideraos muertos al pecado,
pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:11). Del egoísmo
personal, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo
en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó y se entregó a sí mismo por mí... Pero los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos” (Gal. 2:20; 5:24), y del mundo, “Pero lejos esté de mí
gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es
crucificado a mí, y yo al mundo” (Gal. 6:14).
1. Respecto a la condición de los seres humanos, la Biblia dice: “Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). También
leemos en Romanos 3:10: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno”. La
Palabra de Dios con precisión maravillosa asegura, que no hay una sola persona
que no peque sobre la tierra. Lo declara firmemente, porque tal vez alguien
podría concluir que siempre existe la excepción de la regla. Como para que no
quede duda alguna, la Biblia ratifica esto asegurando: “No hay justo, ni aun
uno”. Esto concluye de una vez por todas el asunto. No hay un solo justo ante
los ojos de Dios. Por consiguiente, cualquier crueldad que alguien pueda
experimentar, cae en la categoría de que puede “ser un castigo por sus
pecados”. Pero en el caso del Señor, Jesús no cometió pecado. Isaías 53:9 dice,
que “nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”. Jesús incluso desafió a
las autoridades religiosas de Israel cuando les preguntó: “¿Quién de vosotros me
redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me
creéis?” (Jn. 8:46). Pablo más tarde testificó: “Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios
en él” (2 Cor. 5:21). El Apóstol Pedro ratificó este testimonio con estas
palabras: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Ped.
2:22).
1. La segunda cosa que convierte la crucifixión del Señor en el acto más injusto y
cruel jamás cometido, se resume en esta frase: “Su sacrificio fue voluntario”.
Jesús no sucumbió víctima de una conspiración. No fue tomado de sorpresa sin
estar preparado. En Juan 10:17,18 leemos que dijo: “Por eso me ama el Padre,
porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”. Nadie en el mundo
tenía poder para tomar la vida de Jesús. La vida eterna moraba en Él. Sus
palabras: “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo”, validan el
hecho de que dio su vida voluntariamente. Ni los judíos en Jerusalén, ni mucho
menos los romanos tenían poder para quitarle la vida sin su consentimiento.
En Juan 19:30 leemos: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado
es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”. Lo ocurrido aquí es contrario
a la naturaleza del hombre. Las personas no entregan su espíritu voluntariamente, por el
contrario hay un instinto inherente en le hombre que lo hace aferrarse a la vida, pero
Jesús conscientemente inclinó su cabeza y entregó su espíritu. Mas antes de que esto
tuviera lugar el Señor pronunció siete frases, las cuales resumen este mensaje:
1. Oró por el perdón incondicional de sus verdugos.
2. Le prometió la salvación al ladrón que moría a su lado.
3. Se encargó de que alguien se hiciera cargo de su madre.
4. Clamó porque sufrió la ira de Dios por cada pecador.
5. Clamó por el agua de vida al decir: “Tengo sed”.
6. Concluyó su obra en el Calvario cuando exclamó: “Consumado es”, y
finalmente
7. Jesús se sometió a sí mismo al Padre Celestial.
1.“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...” (Luc. 23:34)
¡Qué declaración más increíble! Jesús no expresó tristeza, odio o amargura por su
sufrimiento, sino una oración por los culpables: “Padre, perdónalos...” Esta declaración
se yergue en oposición a cualquier clase de justicia. Parece sólo natural que un hombre
a punto de morir, confiese sus faltas o condene al sistema judicial responsable de su
muerte, pero Jesús actuó en forma completamente diferente, se comportó como un Rey.
Era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y también el León de la tribu de
Judá. En una forma real se presentó como la única alternativa para la salvación del
hombre caído. Sin su sacrificio en la Cruz del Calvario no habría perdón de los
pecados, vida eterna, ni gloria en la presencia de Dios. Setecientos años antes de que
ocurriera este evento, Isaías dijo de Jesús: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca;
como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53:7).
Jesús además practicaba lo que predicaba. Cuando le predicó el Sermón del Monte
al pueblo, no sólo les mostró la forma de ser bendecidos, sino que también les reveló el
cumplimiento de la ley con estas palabras: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu
prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que
os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:43,44).
Esta teología simple ha sido completamente olvidada en nuestro día. Desde los
púlpitos a través de todo el mundo, por la radio y la televisión y hasta por los programas
evangélicos se nos reta a que luchemos por nuestros derechos. A diario escuchamos
decir que podemos crear una sociedad mejor, en donde la paz, la prosperidad y la
justicia, gobiernen nuestras acciones. Se nos urge a que le escribamos a los políticos,
que nos opongamos a la iniquidad, que protestemos contra el mal y que nos unamos en
marchas de protesta para demostrar nuestra justicia y moralidad. ¡Pero Jesús no enseñó
tales cosas! Nunca dijo que denunciáramos los pecados de los otros o de los gobiernos.
A diario recibo material de diferentes ministerios cristianos en los que nos instan a
que los apoyemos protestando en contra del aborto, la homosexualidad, la violencia, la
industria del entretenimiento y la inmoralidad. Siempre revelando los pecados de otros,
pero nunca los propios. Permítame hacerle una aclaración, no es que no me oponga a
los pecados que he mencionado, sino que estoy absolutamente convencido, de que los
seres humanos no podemos hacer nada en contra del progreso del pecado en el mundo.
Sin embargo, sí somos responsables del pecado en nuestras vidas, y aquí es donde
estriba la gran diferencia. No importa lo duro que tratemos, no podemos cambiar a las
personas, sin embargo Dios sí nos ha otorgado poder para vencer el pecado en nuestras
vidas.
Esto fue lo que dijo Jesús respecto a cómo luchar contra el mal: “Oísteis que fue
dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo;
antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mat.
5:38,39). Fue por eso que Esteban, el primer mártir que siguió los pasos de Jesús, al
momento de su ejecución: “Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes
en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hec. 7:60).
2. “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Luc. 23:43)
Clavado sobre una cruz romana, Jesús fue crucificado en medio de dos criminales,
tal como profetizara Isaías. “... Y fue contado con los pecadores...” (Is. 53:12). Los
tres condenados esperaban la muerte, pero la conversación de Jesús con estos dos
criminales muestra dos cosas: el camino de salvación y la condenación. Los criminales
habían violado la ley y el castigo era la muerte por crucifixión. Basado en el informe
que encontramos en los evangelios de Mateo y Marcos, los ladrones que fueron
crucificados con Jesús lo detestaban. Como dice la Escritura: “También los que estaban
crucificados con él le injuriaban” (Mar. 15:32). Esto es típico de la humanidad:
maldecir y condenar a los demás y exonerarse a sí misma. Es el cuadro de un mundo
perdido y en tinieblas.
4. “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama
sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat.
27:46)
Jesús seguía colgado sobre la cruz y se aproximaba la hora de su muerte. Sin duda
en este momento Satanás y sus demonios debían estar felices imaginando que habían
ganado la batalla en contra del amor de Dios. ¡Aparentemente había quedado eliminada
la salvación para los hombres! Ellos también escucharon a Jesús clamando: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Sin embargo, en ese momento,
completamente indefenso, abandonado por Dios, muriendo sobre la Cruz del Calvario y
permitiendo que sus enemigos hicieran lo que querían con él, Jesús llevó a cabo la obra
más grandiosa en toda la historia de la humanidad. Pero tal parece que este hecho,
estaba aparentemente oculto a Satanás y a sus huestes.
Claro está, sabían que Jesús llegaría para redimir a la humanidad, pero ignoraban
cómo lo llevaría a cabo. Recordemos que cuando el Señor estuvo en Galilea se
encontró con dos personas poseídas por los demonios. Cuando lo vieron “... clamaron
diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para
atormentarnos antes de tiempo?” (Mat. 8:29). Noten que no sólo no fue una pregunta,
sino una protesta: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”. Es claro
que estaban bien informados.
Cuando Jesús clamó a Dios por estar abandonado, fue más bien una proclamación
de victoria, la que más tarde describió así Pablo bajo la inspiración del Espíritu Santo:
“Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15). Debemos tener en mente que Satanás
ocasionó la muerte de la única persona inocente en toda la historia, valiéndose de las
manos de hombres rebeldes. En su furia ciega y odio por la humanidad debido al amor
de Dios, el diablo cometió su mayor error. Debemos recordar que fue el diablo quien
engañó a Adán y a Eva para que creyeran en sus promesas en lugar de obedecer a Dios.
Ahora el Creador podría ofrecer algo eterno a todos los que creyeran en Él. Una
promesa a la inversa: de la oscuridad a la luz. Esa es la verdad fundamental del
Evangelio: Que la fe es la clave de la salvación, no las obras, ni la actividad social o la
lucha. Es por fe que creemos que Jesús murió inocentemente en la Cruz del Calvario
derramando su sangre como la paga completa de nuestros pecados. El primer Adán
perdió el compañerismo con Dios por un acto de fe al creerle a Satanás y el postrer
Adán, Jesús, ahora ofrece acceso a la presencia de Dios para cualquiera que cree en Él.
5. “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la
Escritura se cumpliese: Tengo sed” (Jn. 19:28)
6. “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es...” (Jn. 19:30).
Pero... ¿Qué estaba consumado? ¡Su obra sobre la Cruz del Calvario! Jesús hizo
todo lo que su Padre le dijo que hiciera al venir. Cumplió con todo hasta en su más
mínimo detalle. Durante el entero episodio de su arresto hasta su ejecución leemos que
no protestó ni se defendió. Contrario a su oración en el huerto de Getsemaní, ahora
estaba dispuesto a poner su vida. Esa era la voluntad del Padre, la única forma de
redimir a la humanidad de su destino de condenación eterna.
7.“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Luc. 23:46)
Una vez más esto fue el cumplimiento de las profecías de la Biblia. David, orando
proféticamente dijo: “En tu mano encomiendo mi espíritu” (Sal. 31:5). Paso a paso
vamos siguiendo la vida de Jesús y de la misma forma somos convencidos por las
Sagradas Escrituras, que hizo la voluntad del Padre todo el tiempo. No fue coincidencia
o accidente, sino un plan ejecutado por resoluciones eternas desde antes de la fundación
del mundo, lo cual corresponde con 1 Pedro 1:20: “Ya destinado desde antes de la
fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de
vosotros”. Con Dios no hay accidentes. Con autoridad soberana implementó su plan.
Cuando llegó el tiempo envió a Jesús, su Hijo unigénito para que se hiciera hombre con
un sólo propósito: la salvación de la humanidad “Sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición
de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz” (Fil. 2:7,8).