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No extingáis el Espíritu

«No extingáis el Espíritu» (I Tess. 5, 19). El hombre vive habitualmente sin preocuparse
de rendir culto a Dios, sin ocuparse de su salvación personal. La gracia despierta al
pecador dormido y lo llama a la salvación. Si él escucha ese llamado con espíritu de
arrepentimiento, decide consagrar el resto de su vida a obras agradables a Dios para,
así, llegar a la salvación. Esta resolución se manifiesta por el celo y el ardor; y éstos, a
su vez, llegan a ser efectivos cuando la gracia divina los fortifica por medio de los
sacramentos. Desde entonces, el cristiano comienza a arder en espíritu, es decir que es
presa de un ardiente celo para el cumplimiento de todo lo que su conciencia le revela
como la voluntad de Dios.

Puede entonces, o bien mantener en él ese ardor espiritual, o bien extinguirlo. Se


mantiene, sobre todo, por los actos de amor hacia Dios y el prójimo – lo que es, en
verdad, la esencia misma de la vida espiritual – por la fidelidad a los mandamientos en
general, con una conciencia apacible, por una generosidad que permanece sorda a los
reclamos del cuerpo y el alma, y por la oración y el pensamiento de Dios. Por el
contrario, esta llama se extingue por la distracción en la atención a Dios y a sus
voluntades, por la ansiedad excesiva en relación a las cosas de este mundo, por la
indulgencia con los placeres sensuales, por el abandono a los deseos de la carne y por
el esclavizamiento respecto a las cosas materiales. Si ese ardor espiritual se extingue, la
vida cristiana no tardará también en extinguirse.

San Juan Crisóstomo habla muy largamente de este ardor del espíritu. He aquí, en
resumen, lo que dice: «Una bruma, una oscuridad y nubes espesas se han expandido
sobre la tierra. Es al respecto que el Apóstol dice: ‘Pues vosotros erais tinieblas’ (Ef. 5,
8). Estamos sumergidos en la noche y no tenemos la claridad de la luna para
mostrarnos el camino; ahora bien, es en esa noche que debemos marchar. Pero Dios
nos ha dado una lámpara brillante encendiendo en nuestras almas la gracia del Espíritu
Santo. Algunos, después de haber recibido esa luz, la han hecho más brillante y más
clara; tales fueron Pablo, Pedro y todos los santos. Pero otros la extinguieron; tales
fueron las cinco vírgenes imprudentes, aquellos que naufragaron en la fe, los
fornicadores de Corinto y los Gálatas separados de su fidelidad primera. San Pablo dice
‘No extingáis el Espíritu’, es decir, el don del Espíritu, pues es habitualmente de ese
don, de lo que quiere hablar cuando dice ‘el Espíritu’. Ahora bien, lo que extingue al
Espíritu, es una vida impura. Pues si alguien vierte o arroja tierra sobre la luz de una
lámpara, ésta se extingue; y lo mismo se produce si, más simplemente, se saca el
aceite. Es de la misma manera que se extingue en nosotros el don de la gracia. Si tenéis
la cabeza llena de cosas terrestres, si os habéis dejado absorber por las preocupaciones
cotidianas ya habéis extinguido en vosotros el Espíritu. La llama muere también cuando
no hay suficiente aceite en la lámpara, es decir, cuando no mostramos bastante
caridad. El Espíritu ha venido a nosotros por la misericordia de Dios, y si no encuentra
en nosotros frutos de misericordia, se alejará, pues el Espíritu no hace su morada en un
alma sin misericordia.

«Tened, pues, cuidado de no extinguir el Espíritu. Toda mala acción extingue esa luz; la
murmuración, las ofensas, o cualquier otra cosa análoga. La naturaleza del fuego es tal
que, a todo lo que le es extraño, lo destruye, mientras que a todo lo que le está
emparentado, lo fortifica. Esta luz del Espíritu actúa de la misma manera».

Tal es la manera en que el espíritu de la gracia se manifiesta en los cristianos. Por el


arrepentimiento y la fe, la gracia desciende en el alma del hombre con el sacramento
del bautismo, o le es devuelta por el sacramento de la penitencia. El fuego del celo es
su esencia, pero puede tomar direcciones diferentes según las personas. El espíritu de
la gracia conduce a algunos a concentrar todos sus esfuerzos sobre su propia
santificación sometiéndose a una ascesis severa; otros se orientan principalmente
hacia las obras de caridad, mientras hay quienes se sienten impulsados a consagrar su
vida a la buena organización de la sociedad cristiana. También hay algunos que se
dedican a hacer conocer el Evangelio por la predicación, como fue el caso de Apolos
quien, ardiendo en espíritu, predicó y enseñó a Cristo (Hechos, 18, 25).

Trabajad y ejercitaos, buscad y encontraréis, golpead y se os abrirá. No os debilitéis, no


os desaniméis. Pero, al mismo tiempo, recordad que esos esfuerzos no son, por nuestra
parte, nada más que tentativas para atraer la gracia; no son la gracia en sí misma,
debemos continuar buscándola. Lo que más nos falta es, precisamente, esa fuerza
estimulante de la gracia. Notad bien que, cuando reflexionamos u oramos, o hacemos
alguna otra cosa de esta naturaleza, es como si introdujéramos por la fuerza en nuestro
corazón alguna cosa que le es extraña. Entonces, he aquí lo que sucede a veces:
cuando nuestros pensamientos y nuestras oraciones nos producen una impresión, sus
efectos descienden en nuestro corazón hasta una cierta profundidad según la
intensidad de nuestros esfuerzos; pero enseguida, después de un cierto tiempo, esta
impresión es rechazada —como un bastón arrojado verticalmente en el agua está
forzado a salir de ella—, en razón de una especie de resistencia del corazón, que es
desobediente y poco habituado a esta clase de cosas. Inmediatamente después, la
frialdad y la dureza se apoderan de nuevo del alma como signo seguro de que lo que
habíamos experimentado no era la acción de la gracia, sino solamente el efecto de
nuestros propios esfuerzos y de nuestro trabajo.

No os contentéis con esos solos esfuerzos, no permanezcáis en ese nivel como si fuera
eso lo que debíais encontrar. Sería una peligrosa ilusión. Sería igualmente peligroso
imaginaros que hay mérito en todo ese trabajo, y que ese mérito debe necesariamente
ser recompensado. En absoluto: esos esfuerzos son solamente una preparación para
recibir la gracia; pero el don en sí mismo depende únicamente de la voluntad del
Donante. Es por ello que, haciendo uso cuidadoso de todos los medios que acabamos
de describir, debemos continuar viviendo en la espera de la visita divina, que llega de
improviso y no se sabe de dónde.

Es solamente cuando esta fuerza estimulante de la gracia está allí, que comienza
realmente la obra interior que transforma nuestra vida y nuestro carácter. Sin la gracia
es inútil esperar el éxito; no puede haber más que una serie de vanas tentativas. San
Agustín (5) lo testimonia, pues hizo largos y violentos esfuerzos para dominarse, mas
no lo consiguió sino cuando se encontró colmado por la gracia. Trabajad con una
confiada esperanza; la gracia llegará y pondrá todo en orden.
Oda de Salomón 4
1 Ningún hombre, Oh mi Dios, puede cambiar tu Santuario,

2 Ni tampoco le es posible cambiarlo de lugar, porque no tiene poder sobre él

3 Porque Tu Santuario lo creaste antes de que hicieras los otros lugares:

4 Y Aquello que es Mayor no puede ser alterado por esos que nacieron después.

5 Tú has entregado tu corazón, Oh Amo, a Tus creyentes: nunca fallarás ni negarás tus frutos,

6 Pues una hora de Tu Fe equivale a días y años.

7 ¿Quién hay revestido de tu Gracia que pueda ser herido?

8 Porque tu sello es reconocido: y Tus criaturas lo reconocen, Tus huestes celestiales lo poseen,
y los arcángeles elegidos están marcados con él.

9 Nos has dado tu comunión, y no es que necesites de nosotros sino que nosotros necesitamos
de ti.

10 Destila tu rocío suavemente sobre nosotros, abre Tus abundantes fuentes de las que manan
leche y miel:

11 Pues no hay arrepentimiento contigo, nunca te arrepentirías de darnos nada de lo que nos
has prometido,

12 Porque el fin se ha Revelado delante de ti, todo lo que das, lo das generosamente,

13 Así que no quitas nada ni lo tomas de vuelta,

14 Porque todas las cosas fueron reveladas ante ti como Dios y ordenadas desde el principio
delante de Ti, y Tú, Oh Dios, hiciste todas las cosas.

Aleluya.

ORACIÓN: Señor Jesucristo, utiliza este tiempo de oración para bendecirnos y acercarnos a tí.
Llénanos de tu Espíritu Santo y haz de nosotros sal en la tierra y lámparas que alumbren el
mundo con tu luz y difundan tu fragancia por el mundo. Gracias Señor Jesús.

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