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ÉTICA APLICADA
AL MUNDO
DE LAS PROFESIONES
Una propuesta académica
para universitarios del siglo XXI
qUITO-2013
ETICA:Maquetación 1 13/08/13 10:50 Página 4
ÉTICA APLICADA
AL MUNDO DE LAS PROFESIONES
Una propuesta académica
para universitarios del siglo XXI
ISBN 978-9978-77-199-0
Diseño y diagramación:
Fredi Landázuri
landazurifredi@gmail.com
Impresión:
PPL Impresores
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Av. 12 de Octubre 1076 y Roca
Telfs.: (593-2)2991711
IMPRESO EN ECUADOR
agosto 2013
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ÍNDICE
PRÓLOGO 13
INTRODUCCIÓN 17
CAPÍTULO I
UN PLANTEAmIENTO ADECUADO DE LA ÉTICA APLICADA
AL mUNDO DE LAs PrOfEsIONEs 23
1.1 Actualidad de la Ética, hoy: multiplicidad de desafíos ético-morales 23
1.2 Clarificación de términos: ¿Qué se entiende por Ética, Moral
y Ética profesional? 28
1.3 Concepciones o sistemas morales en la sociedad ecuatoriana a partir
del desarrollo histórico de Occidente y del mestizaje cultural 37
1) Una moralidad «heterónoma» proveniente de la época medieval 38
2) Una moralidad «autónoma» proveniente de la sociedad moderna 41
3) Una moralidad «á-noma» proveniente de un ambiente cultural
llamado «postmodernidad» 46
4) Una moralidad de «viveza criolla» 51
1.4 ¿Cómo plantear adecuadamente la Ética, hoy? Urgencia de una ética civil
dialógica, crítica y propositiva, aplicada al mundo de las profesiones 53
1) Una expectativa de bienestar centrada en el logro del «buen vivir» 55
2) Hacia un sistema moral alternativo 57
3) Urgencia de una ética civil dialógica, crítica y propositiva, aplicada al
mundo de las profesiones 59
1.5 Una «ética laica» aplicada al Ecuador, según la Constitución del 2008 63
1) Antecedentes 64
2) El por qué de una «ética laica» 66
3) El significado concreto de la «ética laica» 67
4) Los contenidos de la «ética laica» 72
5) Los procedimientos con que contaría la «ética laica» para dar un
sustento efectivo al quehacer público 73
CAPÍTULO II
DImENsIóN PErsONAL DE LA ÉTICA APLICADA AL mUNDO DE LAs PrOfEsIONEs 79
2.1. Una metáfora: «reconstruyendo al sujeto moral» 80
2.2. El valor de ser personas 84
1) La pregunta por el ser humano 85
2) El ser humano, una realidad personal 90
3) La dignidad humana y sus consecuencias para una ética aplicada
al mundo de las profesiones 94
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CAPÍTULO III
Dimensión social y global de la Ética aplicada al mundo de las profesiones 175
3.1. Un escenario complejo como horizonte histórico de sentido:
¿Desde qué y hacia qué tipo de sociedad y de mundo concretos responden
los procesos de construcción socio-cultural del país y mundo actuales? 176
1) El Ecuador de inicios del siglo XXI no es totalmente diferente del
país heredado y recibido 176
2) El Ecuador, en su construcción cultural, tiene como referente la
configuración de las sociedades y mundo actuales a partir del
desarrollo histórico de la modernidad occidental 181
3) El Ecuador de hoy tampoco es ajeno a lo que acontece en América
Latina que verificaría ¿un giro a la izquierda? 195
3.2. Mega tendencias y macro desigualdades socio–globales 201
1) Mega tendencias 201
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CAPÍTULO IV
Profesionalidad 233
4.1. Profesionalidad 235
4.2. La profesión y los rasgos que la caracterizan 237
1) ¿Qué son las profesiones? 237
2) Los rasgos que caracterizan a la profesión 238
4.3. Los perfiles de la profesión 243
1) Los perfiles clásicos 243
2) Perfiles por competencias y de liderazgo 247
4.4. Dimensión moral de la profesión 250
4.5. Dimensión moral del ejercicio profesional 253
1) Una educación en valores 254
2) Mecanismos de transparencia y rendición de cuentas 255
3) Principios de gestión ética profesional 255
4.6. El liderazgo de Jesús de Nazaret como fundamento de una moral y
ética cristianas que bien pueden inspirar el mundo de las profesiones 264
1) El acceso a Jesús de Nazaret 265
2) El itinerario vital de Jesús de Nazaret en siete etapas 267
BIBLIOGRAFÍA 275
ANEXO 289
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PRÓLOGO
profesional una vez que, por obvio que parezca, los profesionales
antes que «profesionales» son personas y según cómo lo sean in-
cidirá mucho en cómo serán como «profesionales» en el ejercicio
de sus carreras. Igualmente, si «los profesionales», en tanto per-
sonas, son «sujetos morales» que se configuran históricamente en
determinados contextos socio-culturales, no hay «profesionales
íntegros» corresponsables de la edificación de ese mundo más hu-
manor, sin una educación superior «integral» que tome en serio,
desde la Ética, al «sujeto moral» en tanto puede responder ante
los demás y ante sí mismo de su capacidad de decidir frente a la
dignidad de las personas desde una conciencia moral formada,
comprometida con un desarrollo humano integral.
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INTRODUCCIÓN
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CAPÍTULO I
UN PLANTEAMIENTO ADECUADO DE LA ÉTICA
APLICADA AL MUNDO DE LAS PROFESIONES
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2 Que bien puede ampliarse, por ejemplo, mediante la conformación de grupos de trabajo con
estudiantes. Así, en dichos grupos, se trata de identificar de forma dialogal y por consenso, to-
mada como referencia la opinión preferentemente de la gente «de a pie», comunicadores, pro-
fesionales, vecinos, responsables de la comunidad, jóvenes y adultos, que la suya propia, y por
cada uno de los siguientes niveles: planetario, de país y profesional, los tres problemas y temas
que considerados acaso como los más importantes y actuales son percibidos y calificados como
ético morales y se han convertido en desafíos que movilizan a las personas concretas exigiendo
su reconocimiento a la hora de actuar. Terminado el trabajo grupal, para el que se daría un
tiempo prudencial, puede socializarse los resultados buscándose los problemas y temas que
aparecen de forma reiterativa, lo que permitiría tomar conciencia de la existencia de un sentir
común respecto a tales asuntos.
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A un nivel meso, esto es, de país y aun local, los desafíos éticos de
la sociedad ecuatoriana desbordan el problema que fácilmente
suele ponerse a consideración, la corrupción, un fenómeno de ca-
rácter estructural más que coyuntural vinculado con el persistente
subdesarrollo y asociado frecuentemente a las esferas del poder
político y económico7, y tienen que ver con un aspecto prioritario:
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10 Adela Cortina [et al.], 10 palabras claves en Ética, Verbo Divino, Navarra 1994, p. 9.
11 Fue el orador, escritor y político romano Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) quien introdujo
la palabra latina moralis para traducir el griego h´θικoς
´ (De Fato, II, 1), denominándose la
Ética Philosophia morum.
12 Cf.: Adela Cortina y Emilio Martínez, Ética, Akal, Madrid 1996, pp. 9-28; José Vico Peinado,
Éticas teológicas, ayer y hoy, Paulinas, Madrid 1993, pp.11-34; Cortina A., Ética filosófica,
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14 “Un tipo de saber llamado ‘ética’ tendría entonces por objeto el carácter, el modo de ser desde
el que los hombres enfrentamos la vida, pero no el temperamento con el que nacemos, sino
el modo de ser del que vamos apropiándonos a lo largo de nuestra existencia. Como recuerda
[J.L. López]Aranguren, esta apropiación acontece mediante la repetición de actos que gene-
ran hábitos (virtudes y vicios), los cuales a su vez son de nuevo principio de actos, de modo
que el ethos es carácter impreso en el alma por hábito, y de nuevo, a través de los hábitos,
fuente de actos. El [ê]thos será esa segunda naturaleza que sólo los hombres podemos ad-
quirir a partir de la primera, recibida sin responsabilidad de nuestra parte, y a su vez ‘el suelo
firme, el fundamento de la praxis, la raíz de que brotan todos los actos humanos’”, en Cortina
A., Ética aplicada y democracia radical, pp. 162-163.
15 Ya Platón en su obra Leyes recoge ese sentir: “De la costumbre proviene la virtud (êthos dia
éthos, Leyes 792b). La virtud se forma por la costumbre regulada por la ley (éthesi kai epai-
nois kai logois, Leyes II 663c)”, en Guillermo Fraile, Historia de la Filosofía, T. I, BAC, Ma-
drid 1976, p. 385.
16 Antes de que apareciese la filosofía en ese período denominado antigüedad clásica, y en un
contexto de democracia de la polis griega, el êthos helénico de “ser el mejor” (aristos), propio
del hombre libre, integraba, sin duda, el sentido de la justicia (dike), de lo bueno (agaton) y
de la virtud-excelencia (areté) que se muestra en los poemas homéricos: la justicia como
fundamento del orden divino del Universo basado en la razón (logos) universal, lo bueno
como toda acción que beneficia a su comunidad, y la virtud-perfección como toda capacidad
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plenamente desarrollada que permite a quien la posee destacar en algo sobre los demás, de
modo que “ser el mejor” es el ideal del que, en su praxis -fidelidad al Estado y sus leyes, he-
roísmo y valor en la guerra, por ejemplo- es justo y presta los mejores servicios a su comu-
nidad. Ciertamente, si los primeros filósofos jonios (s. VI a.C.), atendiendo a la naturaleza
(physis), buscaron inquirir racionalmente su “verdadera realidad”, dado que muchas veces
“las apariencias” percibidas por los sentidos “engañan”, pronto, otros, y entre ellos Sócrates
(469-399 a.C.), despreocupados por los problemas cosmológicos y ontológicos, se pregun-
tarán por saber en qué consiste la verdadera virtud y el verdadero bien, dado que algunos
maestros ambulantes de retórica, los sofistas, interesándose más bien por enseñar la virtud
ciudadana (politike areté) con vistas a lograr fáciles triunfos oratorios y políticos, serán es-
cépticos frente a la existencia de una justicia y un bien fijos y universales. Si “el hombre es la
medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no
son”, de ahí, según Protágoras de Abdera (480- 410 a.C.), el valor de la habilidad de los re-
tóricos para transformar la “peor razón en la mejor” y para hacer dos discursos opuestos
sobre la misma cosa (Cf.: Protágoras, en Guillermo Fraile, op. cit., pp. 229-231).
Para Sócrates (Cf.: Sócrates, en Fraile, G., op. cit., pp. 237-264), decidido adversario de los
sofistas y a los cuales consideraba ser una de las principales causas de la decadencia de Ate-
nas, la educación de la juventud, que sin duda contribuiría a su perfeccionamiento y felicidad,
así como el de la ciudad, había de orientase más bien a lograr una vida virtuosa que consistiría
en obrar bien (eupraxia). Ahora bien, si gracias al arte de saber preguntar y responder, y no
sin ironía, el hombre no solo puede llegar al principio de la sabiduría: “solo sé que nada sé”
-se entiende en asuntos de la naturaleza-, sino al conocimiento de la verdad que brota de la
propia conciencia…, el precepto de Delfos: “Conócete a ti mismo”, resultaría ser muy valioso
para conocer el verdadero bien porque indicaría el camino más seguro para hacerlo, de lo
cual se derivarían las normas universales válidas de conducta. En efecto, si por los sentidos
de su cuerpo el hombre percibe lo particular y mudable, por su alma racional, de naturaleza
divina, puede reflexionar sobre sí mismo, comunicarse con la Razón o Sabiduría universal
causante del orden maravilloso que rige el mundo y descubrir los motivos que deben regir
su conducta. En este sentido, si todos los hombres aspiran a una vida feliz (eupraxia, eudai-
monía) y ésta no puede asegurarse sin unos bienes que, a la par de ser útiles y agradables: la
riqueza, la salud, la belleza, el poder, los honores, la templanza, la fortaleza, la justicia, la
piedad, la sabiduría, por si solos no pueden proporcionarla, puesto que es preciso usar bien
de ellos…, resulta que, el verdadero bien es el conjunto de bienes regulados por la razón, por
la sabiduría, que permite usarlos bien y aproximarse a la tranquilidad y serenidad propias
de lo divino. Lo que hace buenos a los bienes es, pues, la sabiduría, y es entre ellos el mayor.
Para Sócrates “la virtud es sabiduría (fronesis) en todo o en parte”, “es ante todo un saber,
un conocer lo que es útil y lo que es perjudicial para poder obrar en consecuencia”; su prác-
tica, la vida virtuosa consistente en obrar bien (eupraxia), asegura la vida feliz (eudaimonía),
es útil para el individuo y para la ciudad; puede enseñarse: “¿hay una opinión falsa y otra
verdadera? Sí. Pero ¿hay una ciencia falsa y otra verdadera? No”, y si alguien obra mal, sim-
plemente, es por ignorancia, porque no conoce el bien, por lo que en lugar de ser castigado
ha de ser, en consecuencia, instruido (Id., Ibid., pp. 261s).
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de las Ideas, que le es connatural y consiste su Sumo Bien. En este sentido, en orden a este
fin se orienta la conducta del sabio, cuya felicidad en esta vida consiste tanto en la práctica
de la virtud como en el cultivo de la Dialéctica. Merced a la primera, introduce una unidad
de orden, armonía y equilibrio en todo su ser sometiéndolo a la razón, a semejanza del cos-
mos que se encuentra regido por una ley universal. Entre los diversos elementos que com-
ponen tanto al individuo como a la ciudad, la virtud de la justicia introduce ese orden y
comprende a las demás virtudes: la prudencia propia del alma racional a la que corresponde
la clase de los gobernantes, la fortaleza propia del alma irascible a la que corresponde la clase
de los guardianes, y la templanza propia del alma concupiscible a la que corresponde la clase
de todos cuantos se dedican a los oficios o trabajos materiales.
Para Aristóteles (384-322 a.C.), para quien no existe un Sumo Bien absoluto, el bien propio
del hombre en particular, su perfección y felicidad, están determinados por las posibilidades
de su naturaleza, consistiendo su investigación en el objeto de la Ética con el fin de ajustar a
ellos la orientación práctica de su conducta. Para abordar esta historia que resulta ser el de
las teorías éticas, véase supra, nota n° 24.
17 Cortina A., Ética aplicada y democracia radical, p. 163; Cf.: Manuel Corrales, Ética y comu-
nicación, Apuntes para un cursillo, Centro de Publicaciones-PUCE, Quito 2009, pp. 25-33.
18 Cortina A. y Martínez E., op. cit.., p. 22.
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19 Cf.: Gustavo Escobar, Ética, McGraw-Hill, Santafé de Bogotá 1993, pp. 61-63; Cortina A. y
Martínez E., op. cit., pp. 14-21.
20 Id., Ibid., p. 22. Cf.: José Luis López Aranguren, Ética, Revista de Occidente, 1972.
21 En este sentido, la filosofía moral como un saber trans disciplinario -esto es, filosófico que
aborda los supuestos de las ciencias yendo más allá de los datos que presentan- implica un
saber interdisciplinario proveniente de lo que entre las diversas ciencias humanas o sociales
se conoce, ciencias como la antropología social, el derecho, la historia, la sociología, la eco-
nomía, la psicología y otras a las que les compete, desde sus propias perspectivas, aproxi-
marse al complejo mundo del ser humano y su conducta. Sin embargo, la Ética, tomando en
cuenta los datos facilitados por aquellas ciencias, los desborda al proponerse conocer crítica,
fundamentada y coherentemente la praxis humana desde el punto de vista de la moralidad.
Cf.: Escobar, G., op. cit., pp. 27-30.51-57.
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27 Cf.: J. Lomba Fuentes, “Media, Edad III”, en Gran Enciclopedia Rialp, T. XV, Rialp S.A., Ma-
drid 1979, pp. 419-420.
28 “En los tiempos medievales, el arquetipo correspondía al homo sapiens, que no solo es el
hombre que sabe, sino -de sapio, saborear- el que vive la vida con un sentido trascendente y
profundo, que conoce su origen y su finalidad, que admite –trate o no de hecho de serle fiel-
el designio de Dios sobre todas las cosas, y que se recrea en la alegría del ser, que es, como
afirman los escolásticos, uno, verdadero y bueno. En suma, el hombre medieval se ancla más
radicalmente en lo objetivo y esencial”, en J.L. Comellas García-Llera, “Moderna, Edad I”,
en Gran Enciclopedia Rialp, T. XVI, Rialp S.A., Madrid 1979, p. 94. En este sentido, “también
el hombre medieval había aspirado a la felicidad, pero su ideal había sido más bien la beati-
tudo. Es beatus el hombre que vive en gozosa paz con Dios, con el mundo y con los demás
hombres, que acepta con gusto su propio destino, porque, al estar señalado por la Providen-
cia, tiene sentido, y conduce a la felicidad eterna”, en Id., Ibid.
29 Cf.: J. Valdeón Baruque, “Media, Edad I”, en Gran Enciclopedia Rialp, T. XV, Rialp S.A.,
Madrid 1979, pp.403-411; Alois Dempf, “Media, Edad I”, en Gran Enciclopedia Rialp, T. XV,
pp. 416-418.
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45 Cf.: Lola Vásquez y Napoleón Saltos, Ecuador: su realidad 2009-2010, Fundación José Pe-
ralta, Quito 2009. Según la Constitución, 2008: Arts. 12-34, entre los derechos del buen vivir
están los derechos al agua, la alimentación, un ambiente sano, la comunicación, a construir
y mantener la propia identidad cultural, la educación, un hábitat seguro y saludable, una vi-
vienda adecuada, la salud y la seguridad social.
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48 Cf.: Adela Cortina, La Ética de la Sociedad Civil, Grupo Anaya, Madrid 1994, pp. 26-41. Sin
embargo, es digno de mencionar que la Iglesia Católica, habiendo pasado la época medieval
y en una actitud de apertura dialogal con las épocas posteriores, especialmente a raíz de la
celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965), ha llevado a cabo, respecto a sus enseñanzas
sobre el comportamiento moral, “un desarrollo doctrinal análogo al que se ha dado en el
ámbito de las verdades de fe”, sintiéndose interpelada a “desarrollar constantemente la re-
flexión no sólo dogmática, sino también moral en un ámbito interdisciplinar, y en la medida
en que [ha sido] necesario afrontar los nuevos problemas [que afronta la humanidad]”, en
Juan Pablo II, Veritatis Splendor Roma 1993, nn° 27.30. En este sentido, la Iglesia aclara
respecto a la obediencia del ser humano a la ley moral proveniente, en último término de
Dios: “La obediencia a Dios no es, como algunos piensan, una heteronomía, como si la vida
moral estuviese sometida a la voluntad de una omnipotencia absoluta, externa al hombre y
contraria a la afirmación de su libertad. En realidad, si heteronomía de la moral significase
negación de la autodeterminación del hombre o imposición de normas ajenas a su bien, tal
heteronomía estaría en contradicción con la revelación de la Alianza y de la Encarnación re-
dentora, y no sería más que una alienación, contraria a la sabiduría divina y a la dignidad de
la persona humana. Algunos hablan justamente de teonomía, o de teonomía participada,
porque la libre obediencia del hombre a la ley de Dios implica efectivamente que la razón y
la voluntad humana participan de la sabiduría y de la providencia de Dios”, en Id., Ibid., n°
41. Cf.: Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, Roma 1965; Juan Pablo II, Redemptor homi-
nis, Roma 1979; Id., Fides et ratio, Roma 1998; Benedicto XVI, Deus caritas est, Roma 2005.
49 Cf.: Adela Cortina, La Ética de la sociedad civil, pp. 93-96.142-147.
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51 Cf.: Ildefonso Camacho, Ética, Economía y Política, Ed. SM, Madrid 1994, pp. 14-18.
52 Cortina A., La Ética de la sociedad civil, pp. 134-136.
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53 Cf.: Id., Ibid., pp. 9-14.61-80; Id., Los ciudadanos como protagonistas, Galaxia Gutenberg,
Barcelona 1999; Id., Ciudadanos del mundo: Hacia una teoría de la ciudadanía, Alianza,
Madrid 1998.
54 Cf.: Id., La Ética de la sociedad civil, pp. 101-108.129-132.
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55 Cf.: Id., Ibid., pp.109-118.132-133.144.148-149; Marciano Vidal, La ética civil y la moral cris-
tiana, San Pablo, Madrid 1995; Joan Carrera i Carrera, Una relación difícil: Cristianismo y
sociedad desde la perspectiva ética, Cristianisme i Justicia, Cuaderno n° 170, Barcelona, oc-
tubre-2010.
56 Cf.: Fernando Savater, Ética para Amador, Ariel, Barcelona 1991, pp. 72-73.88.124-127.159-
160.
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57 Cf.: Ítalo Gastaldi, El hombre un misterio, Abya Yala, Quito 2001; Instituto Internacional de
Teología a distancia, El hombre, IITD, Madrid 1995;
58 Cf.: Jaime Mora Varela, “Ética Laica en la Nueva Constitución: ¿Un círculo perverso?”, en Bo-
letín del Centro de Investigaciones Económicas de la UTE (Quito), n° 10 (abril, 2009) 5-9.
59 Constitución, 2008: Art. 1.
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1) Antecedentes
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Si de acuerdo a la Constitución,
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71 Cf.: Jaime Mora, “El proceso de autonomías y descentralización del Estado ecuatoriano según
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75 Cf.: Infra, Cap. II: 2.5; Cortina A., La Ética de la sociedad civil, p. 14.
76 Cf.: Corrales M., op. cit.,p. 49.
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CAPÍTULO II
DIMENSIÓN PERSONAL DE LA ÉTICA
APLICADA AL MUNDO DE LAS PROFESIONES
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95 “Pero es evidente que, según la concepción que nos hagamos del hombre, la moral cambia
radicalmente. Si, por ejemplo, el hombre es solamente cuerpo, el epicureísmo tiene las de
ganar: el bien del hombre es el placer […]. Por el contrario, si el hombre es espíritu puro, si
el cuerpo es la «prisión del alma», como decía Platón, o menos aún, una simple apariencia,
una ilusión, entonces toda la moral se concentra en un esfuerzo de ascesis y de purificación,
que tiende a devolver al espíritu su pureza, o a liberarlo de sus ilusiones”, en Roger Verneaux,
Filosofía del Hombre, Herder, Barcelona 1977, pp. 13-14.
96 Cf.: Livio Melina [et al.], La plenitud del obrar cristiano: Dinámica de la acción y perspectiva
teológica de la acción, Palabra, Madrid 2001, en http://books.google.com.ec/books?id=
YXKQzfZKyl8C&printsec=frontcover&dq=La+plenitud+del+obrar+cristiano:+Din%C3%A1
mica+de+la+acci%C3%B3n+y+perspectiva+teol%C3%B3gica+de+la+acci%C3%B3n&sourc
e=bl&ots=KP5heLQ_uE&sig=micj67yj8sskyXXH0VGr4Fq9BHc&hl=es-
419&ei=gKEvTdO5FcycgQfxvsxa&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CBY
Q6AEwAA#v=onepage&q&f=false;Id., Ibid., Capítulo 2: “La frase busca mostrar la vincula-
ción entre el obrar y el ser, en la que se ha de fundamentar la relación existente entre las
ciencias correspondientes a la ética (obrar) y la antropología y la metafísica que tratarían del
ser del hombre [, su realidad última, afirmándose, desde luego, una autonomía epistemoló-
gica, aunque relativa, de la moral respecto de éstas últimas, en la medida en que son un fun-
damento imprescindible para la comprensión adecuada del ser moral]” (pp. 65.82). En este
sentido, “en definitiva el «operari» incluye un «esse morale» que no es deducible del «esse»
en cuanto acto de ser, ni a la naturaleza como principio de operaciones. Se da una cierta au-
tonomía lógica del «esse morale» como «operari» humano radicalmente libre” (p. 73-74), y
“una autonomía epistemológica del «operari» respecto al «esse» metafísico y «esse perso-
nale», de los que no se deducen las acciones” (p. 79). Por lo que, en relación a esto último,
tómese en cuenta que, “de los falsos sentidos del «sequitur» se pueden mostrar algunos
modos equivocados de plantear cognoscitivamente el adagio en cuestión, [pudiéndose resu-
mir, todo esto,] en tres principios fundamentales: 1) Del «poder ser» al «ser» no vale la con-
clusión […] 2) Del «ser» al «deber ser» no vale la conclusión […] 3) Del «ser de la acción» al
«ser moral» sí vale la conclusión (pp. 80-82).
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97 Cf.: Instituto Internacional de Teología a Distancia, op. cit., pp. 5-12; Gastaldi Í., op. cit.; Xa-
vier Zubiri, “El origen del hombre”, en Revista de Occidente, n° 17 (1964) 146-173, en
http://www.zubiri.org/works/spanishworks/origendelhombre.htm; Id., “El hombre y su
cuerpo”, en Salesianum, Anno XXXVI, n° 3 (1974) 479-486, en http://www.zubiri.org/
works/spanishworks/hombrecuerpo.htm; Id., “El hombre, realidad personal”, en Revista de
Occidente, n° 1 (1963) 5-29, en http://www.zubiri.org/works/spanishworks/hombrereali-
dadpersonal.htm.
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con la realidad de la persona. Ahora bien, esa actitud se expresa con la categoría de
fin/medio. En efecto, la segunda fórmula del imperativo categórico suena de este modo:
«Actúa de manera que siempre tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la de
cualquier otro, como fin y nunca como puro medio»”, en Vidal M., Diccionario de ética te-
ológica, p.163. Así mismo, conviene anotar que, en un contexto medieval y con mucha an-
terioridad, santo Tomás de Aquino había formulado “en el capítulo 112 del libro tercero de
la Suma contra gentiles: «Las criaturas racionales son gobernadas por ellas y los demás
para ellas», en Id, Ibid., p. 164.
106 Cf.: José Luis López Aranguren, “La ética y la tarea de la moralización”, en Carlos Gómez,
Doce textos fundamentales de Ética del siglo XX, Alianza, Madrid 2002, pp.267-282.
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107 Raúl Garza, Bioética. La toma de decisiones en situaciones difíciles, Trillas, México D.F.
2000, p. 48. “La persona humana, por estar dotada de inteligencia y de libertad, es un sujeto,
en el sentido moral de la palabra. Ello significa que la persona humana es sujeto de deberes
y de derechos que están determinados por la situación concreta en que se encuentra, pero
fundados en el fin último al que está ordenada”, en Verneaux R., op. cit., p. 234.
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108 José María De Alejandro, Gnoseología, BAC, Madrid 1976, Cap. XVI.
109 Vidal M., op. cit., pp. 12-14.
110 En este sentido, si “la ética es una realidad «socialmente desvalida»[:] Mientras que las re-
ligiones y el derecho [, la economía y la política] tienen apoyo y defensa en instancias co-
rrespondientes a su realidad (organizaciones eclesiales; organizaciones jurídicas [; orga-
nizaciones económicas y políticas]), la ética en cuanto tal vive en la intemperie y se realiza
al margen de instituciones y de estructuras de poder. Este desvalimiento social e institucio-
nal origina en la ética una gran «debilidad». Pero en esa debilidad radica, paradójicamente,
su gran «fuerza»”, en Id, Ibid., p. 19.
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111 Cf.: Alain Renaut, L’ère de l’individu, Gallimard, Paris 1989; Agustín Domingo, Un huma-
nismo del siglo XX: el personalismo, Cincel, Madrid 1985. “La presencia del hombre en el
mundo se realiza fundamentalmente mediante el trabajo humano. Éste se manifiesta bajo
modalidades diferentes: ciencia, técnica, cultura, organización social, reflexión filosófica…
”, en Instituto Internacional de Teología a distancia, El hombre, Unidad 4.
112 Instituto Internacional de Teología a Distancia, op. cit., pp. 31-35.
113 Cortina A., Ética aplicada y democracia radical, p. 125; Cap. 8.
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mente no haya sido suficiente ser seres humanos para ser reco-
nocidos, respetados, defendidos y promovidos como personas
portadoras de una dignidad intrínseca, así como sucedía cuando
los atenienses de la época clásica, desde los presupuestos del es-
clavismo, reconocieran esa dignidad expresada en derechos en
el hombre libre pero no en el esclavo que para ellos no habría
sido sino un animal parlante; o, cuando los nazis, desde el na-
cionalsocialismo, los reconocieran en el ario física y mental-
mente sano que en modo alguno fuera contradictor del
régimen, pero no en el judío o en el gitano e, incluso, en el ario
que no cumpliera con uno de esos requisitos; o, cuando el ma-
chista, desde su cultura, los reconoce más en el varón que sería
superior respecto a la mujer y no en ésta que, desde esa pers-
pectiva, sería inferior y dependiente de aquél…, la dignidad hu-
mana y su significado expresado en derechos tiene, entonces,
que ver, empero lo anotado, con las exigencias de un tal reco-
nocimiento, respeto, defensa y promoción, si bien, en modo al-
guno, eran extensibles a los otros, a los distintos, a los de fuera
del propio mundo simbólico de vida culturalmente compartido,
pese a que su rostro concreto, por la capacidad de comunicarse,
aun cuando fuere en otra lengua, habría podido serles familiar.
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120 Sagradas Escrituras, Génesis, Cap. 1, vs. 26-27, según Biblia de Jerusalén, Desclée de Brou-
wer, Bilbao 1975.
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121 Id., Carta a los Colosenses, Cap. 1,15-20; Carta a los Efesios, Cap. 1, 3-13; Carta a los Fili-
penses, Cap. 2, vs. 6-11.
122 “Qui in terris sola creatura est quam Deus propter seipsam voluerit”, en Concilio Vaticano
II, Gaudium et spes, Roma 1965, n° 24; Cf.: Id., Ibid., Parte I, Cap.1, en http://www. vati-
can.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gau-
dium-et-spes_lt.html.
123 A modo de ejemplo: “Si reducimos la persona a su valor privado, caemos en la injusticia
del totalitarismo individualista; pero si reducimos la persona a su valor público, entonces
caemos en la injusticia del totalitarismo colectivista. Y no puede existir valor ético allí
donde existe una injusticia de base”, en Vidal M., Diccionario de ética teológica, p. 162.
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124 “El factor específico de la ética cristiana [por tanto no solo de la moral vivida de los cristianos,
sino el de la moral formulada de la reflexión teológica] es la referencia a Jesús de Nazaret.
Él constituye el horizonte o la perspectiva de comprensión y vivencia de la realidad para el
creyente. Esa referencia a Jesús ha sido expresada y vivida de muchas maneras en la tradi-
ción cristiana. La Teología actual la expresa preferentemente a través de categorías como:
«seguimiento de Cristo», «realización del reino de Dios», «moral del amor», etc.”; Y “aun-
que la moral cristiana coincide en su contenido con toda moral auténticamente humana, la
fe introduce algunas matizaciones o «preferencias», tales como: El valor absoluto de la per-
sona humana […]. La preferencia inequívoca por el «débil»”, en Vidal M., La ética civil y la
moral cristiana, pp. 115-119.
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125 “Prefacio”: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos
los miembros de la familia humana; […] que el desconocimiento y el menosprecio de los de-
rechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la huma-
nidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento
de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la
libertad de palabra y de la libertad de creencias; […] que los derechos humanos sean prote-
gidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo
recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión; […] también esencial promover el des-
arrollo de relaciones amistosas entre las naciones; […] que los pueblos de las Naciones Uni-
das han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la
dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres,
y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro
de un concepto más amplio de la libertad; […] que los Estados miembros se han compro-
metido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto
universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y […] que una
concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno
cumplimiento de dicho compromiso”, en Declaración Universal de los Derechos Humanos
(1948), en http://www.un.org/es/documents/udhr/.
126 Id., Ibid.
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dan las personas «de a pie» al verse afectadas tanto por conductas
y/o decisiones que califican de irresponsables como por estruc-
turas perversas, no ajustadas a la dignidad humana que, empero,
se reciben como legados y se decide mantener.
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una libertad que, para serlo sin que se caiga en una supuesta con-
tradicción, tendría que ser sin límites o absoluta, sin restricción
alguna, alude, por cierto, a esa capacidad de desear y aspirar una
mayor libertad. Sin embargo, históricamente, una tal idea de li-
bertad como aspiración y objeto de deseo y preferencia, por cierto
ilimitados, se desarrolla sobre todo con el advenimiento del hom-
bre moderno que, obnubilado por el desarrollo de la tecno ciencia,
desborda, desde su posición de ilustrado, aquellos límites impues-
tos tanto por la naturaleza y como por la sociedad misma, en su
afán de lograr un progreso que cree es o ha de ser indefinido. Lo
curioso de todo esto es que este hombre moderno, al rechazar el
obscurantismo anterior a la modernidad, había descartado como
hipótesis inútil a Dios -el ser absoluto cuya libertad no tendría lí-
mite alguno- y, con él, a su corte celestial de espíritus puros -seres
libres que en una sola decisión habrían definido o definirían eter-
namente su destino frente a Dios como ángeles o demonios- para,
quedándose solo, tomar el lugar de aquél y proyectar en el mundo
presente su propio destino de felicidad mediante el desarrollo de
la ciencia (Aldous Huxley, 1894-1963), la actuación de la mano in-
visible del mercado (Adam Smith, 1723-1790), o la instauración de
una sociedad sin clases (Karl Marx, 1818-1883); de modo que, y
no sin ironía, el hombre occidental, que en la época medieval se
había comprendido como una criatura corporal y espiritual dotada
de libertad aunque limitada y referida a Dios, llegando en la mo-
dernidad a negar la existencia de Dios, el ser necesario, al que se
le atribuía una libertad absoluta sin límites, reclama para sí un
atributo propio de un tal ser al que habría terminado negando su
existencia. Así, pues, el homo sapiens, salido de la tierra a través
de un largo proceso evolutivo, habiendo llegado a la época ilus-
trada, reclama para sí, desde la reivindicación de una legítima au-
tonomía, una libertad, empero, sin límites entendiéndose, en clave
meramente burguesa, como individuo libre, señor de su propio
destino o, en clave totalitaria, como colectividad liberada de toda
miseria merced a las leyes de la dialéctica aplicadas a la historia137.
137 En este sentido, si bien “la libertad –junto con la justicia- está considerada por el hombre
moderno como valor fundamental de la existencia del individuo y de la sociedad”, históri-
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camente, sin embargo, a la conciencia de la libertad, está incorporada “la crítica y el consi-
guiente rechazo a las realizaciones de la libertad en clave meramente burguesa y en clave
totalitaria”, en Vidal M., “Libertad”, en Diccionario de ética teológica, pp. 351-352.
138 “Bastaría esperar a que sobreviniese ese fenómeno cultural que conocemos como «muerte
de Dios» (y que los sociólogos prefieren describir, más sobriamente, como «proceso de se-
cularización») para que la perspectiva de potentia Dei absoluta fuese progresivamente sus-
tituida en aquella ética [moderna] –de Kant a Sartre y el existencialismo, pasando por
Nietzsche- por la perspectiva de potentia hominis absoluta, que consagra la autonomía
moral del individuo”, en Javier Muguerza, “Las voces éticas del silencio”, en C. Castilla Del
Pino (ed.), El silencio, Alianza, Madrid 1992, pp. 125-163, nota 155. Con todo: “Importa ante
todo subrayar que la libertad [humana] tiene límites. No es sólo un hecho que resulte de la
imperfección del hombre, criatura finita y contingente, es una verdad en cierto modo a
priori, necesaria y universal, que se reduce a esto: la idea misma de una libertad absoluta
es intrínsecamente contradictoria. En efecto, ¿qué sería una libertad absoluta? La indeter-
minación total del querer: sería una tendencia que no tendería a nada. Pero entonces la no-
ción misma de tendencia se desvanece, y con ella toda posibilidad de ser libres. O también
sería la espontaneidad de un ser sin naturaleza definida. Y es así como lo entiende el exis-
tencialismo: el hombre se crea por su libertad. Pero, tomada en sentido estricto, la idea es
francamente absurda, pues sería necesario a la vez ser (para crear) y no ser (para crearse).
Por otra parte, el existencialismo no se queda en esta teoría. Sartre define al hombre como
conciencia (ser para sí) por oposición a las cosas (ser en sí) y discierne en él una tendencia
natural que llama «proyecto fundamental»: el deseo de ser Dios”, en Verneaux R., op. cit.,
pp. 183-184.
139 Savater F., op. cit., p. 32.
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140 Verneaux R., op. cit., pp. 174-175. “La persona tiene una estructura de libertad. «La libertad
[, según G. Siewert,] es una propiedad esencial del hombre. No sólo caracteriza la voluntad
o la acción humana, sino que, por encontrarse éstas insertas en la totalidad de una natura-
leza real de la cual proceden, también la naturaleza en la que radica esta libertad debe ser
‘libre’»”, en Vidal M. “Libertad”, en Diccionario de ética teológica, p. 351.
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mano, ni puede serlo un determinado aspecto de éste, ligado a alguna de sus muchas di-
mensiones aunque sea compartido con otros seres para, sin dejar de construirse una verda-
dera falacia, partiendo de su análisis abstraído de ese mundo humano, se pretenda concluir
la imposibilidad de aquello que se quiere referir con el término «libertad», como razonan
algunos cuando, por ejemplo, afirmándose con toda razón que el ser humano es un ser ma-
terial o es un ser vivo o es un ser social, parten del análisis de la sola materia, o de las plantas,
o de los insectos e, incluso, de los póngidos actuales, o de la estructura social dada y, como
en éstos aspectos de realidad unidimensionalmente considerados no se puede observar el
poder de decisión, se pretenda válidamente concluir que dicho poder simplemente no existe,
concluyéndose arbitrariamente que el término «libertad» no significa nada en la realidad.
144 “Un acto puede ser llamado libre cuando está exento de toda coacción exterior, cuando no
lo hace necesario una intervención de fuera, o no está determinado por una fuerza superior.
Esta libertad recibe el nombre de libertas a coactione [y concierne solamente a la ejecución
de los actos; no, a los actos voluntarios en sí mismos que son puramente interiores, puesto
que se puede muy bien querer libremente sin poder ejecutarse lo que se ha decidido]”.
En este sentido, si bien “para que una acción humana se llame libre, basta que no esté obli-
gada desde fuera”, una tal libertad, sin embargo, se aplica también a los actos voluntarios
siéndoles esencial, “pues un acto violentado no es evidentemente un acto voluntario”. Ade-
más, la libertas a coactione o libertad de acción “se diferencia según los diversos tipos de
coacción de los que el sujeto está libre. La libertad física consiste en poder actuar sin ser
detenido por una fuerza superior, como el peso, cadenas, los muros de una prisión. La li-
bertad civil consiste en poder actuar sin que lo impidan las leyes de la ciudad. Se tiene li-
bertad física de quebrantarlas, pero entonces se entraría en contravención con la ley, y la
fuerza pública intervendría para privar de su libertad física a aquel que habría abusado de
ella. La libertad política consiste en poder actuar en el gobierno de la ciudad de la que se es
miembro. Se opone a la «tiranía» o dictadura, régimen político en el que los ciudadanos
están sometidos a las órdenes de un dueño sin poder influir en sus decisiones. La libertad
moral, por último, consiste en poder actuar sin ser retenido por una ley moral, es decir, por
una obligación. La obligación pesa no sólo sobre los actos exteriores, sino en lo más íntimo
de la conciencia. No obstante, es del mismo orden que las coacciones precedentes, pues no
quita la libertad física ni la libertad psicológica”, en Verneaux R., op. cit., pp.175-176.
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4) La libertad moral
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146 A este respecto, otra cosa es, desde luego, el complejo de culpa por el que las personas pue-
den llegar a sentirse culpables de aquello que en modo alguno han decidido y no son, por
tanto, realmente responsables ni directa ni indirectamente de haberlo causado. “Sólo hay
obligación [moral] para un sujeto en posesión de su libertad psicológica”, en Id., Ibid., p.
176.
147 “Las exigencias éticas de la libertad han ido siempre unidas a la toma de conciencia de la
dignidad de la persona. Libertad y conciencia de la dignidad humana son dos realidades co-
rrelativas. La metafísica misma de la persona está condicionada por la conciencia de liber-
tad, al mismo tiempo que la condiciona”, en Vidal M., Diccionario de ética teológica, p. 354.
148 “La libertad de la persona se realiza cuando los hombres se tratan como fines en sí. Única-
mente puede sentirse el hombre libre cuando la convivencia de los hombres se plantea como
un «reino de fines» (Kant). Entonces la convivencia es una convivencia en la libertad; los
otros no son el «infierno» (Sartre), sino una posibilidad de vivir en libertad”, en Id., Ibid.
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149 “La tarea ética de la libertad tiene que profundizarse con el tema de la dignidad de la persona
humana y plantearse desde ese nivel profundo. Ser hombre significa pertenecerse a sí mismo
de una manera intransferible. Sobre este fondo en que se identifica la dignidad ética de la
persona y el valor moral de la libertad es necesario plantear el tema de la libertad como
tarea ética de la persona. La persona es libre, pero tiene que hacerse libre”, en Id., Ibid., p.
355.
150 Id., Ibid.
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151 Carlos Gómez, “Conciencia moral”, en Cortina A. [et al.], 10 palabras clave en Ética, Verbo
Divino, Navarra 1995, p. 17.
152 Id., Ibid., p 43.
153 Cf. Id., Ibid., pp. 18-29. La expresión «chuchaqui moral», como sinónimo del malestar que
siente alguien por haber cometido algo indebido y después de hacerlo, es común entre los
jóvenes universitarios de Quito.
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154 F. J. Ayala, “Lucy y la Moralidad”, El País, 21-V-1994, p. 16, en Vidal M., La Ética civil y la
moral cristiana, pp. 24-25.Y si bien “sólo los humanos evaluamos las acciones como mo-
ralmente buenas o malas”, “el imperativo a hacer juicios morales se deriva necesariamente
de la presencia conjunta de tres atributos: [la habilidad de] anticipar las consecuencias de
las acciones [, una propiedad estrechamente relacionada con la de reconocer el vínculo entre
los medios y los fines, posible gracias al desarrollo de la inteligencia que nos da la capacidad
de abstracción], hacer juicios de valor y el libre albedrío. El primero de estos atributos es el
más fundamental, pero los tres requieren la existencia de una inteligencia eminente, tal
como se da en los seres humanos y sólo en ellos. Para que una acción sea moral se requiere
que el sujeto anticipe las consecuencias de tal acción. Sólo si puedo prever que al apretar el
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gatillo saldrá la bala que matará a mi enemigo podrá ser calificada de asesinato la acción de
apretar el gatillo. Apretar el gatillo no es de por sí un acto moral, lo es por sus consecuen-
cias”, en Id., Ibid.. Cf.: López Aranguren, J.L., La ética y la tarea de la moralización, p. 267:
“La realidad moral es constitutivamente humana; no se trata de un «ideal», sino de una ne-
cesidad, de una forzosidad, exigida por la propia naturaleza, por las propias estructuras so-
ciobiológicas. Ver surgir la moral desde éstas equivale a ver surgir el hombres desde el
animal (naturalmente, no se trata aquí de un surgir genético-evolutivo)”. Cf.: Infra, nota n°
172.
155 Gafo J., “Aborto”, en 10 palabras clave en Bioética, p. 52.
156 Cf.: Id., Ibid., p. 54.
157 Cf.: Id., Ibid., pp. 55s.
158 Cf.: Id., Ibid., p. 57.
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159 Cf.: Gómez C., op. cit., pp. 50-52. “Piaget piensa que, como el resto de los organismos, los
humanos y su mente operan con dos funciones invariantes: la organización –tendencia a
sistematizar sus procesos en sistemas coherentes- y la adaptación al entorno que, a su vez,
se despliega en la asimilación –o modo en que un organismo se enfrenta a un estímulo del
entorno en términos de su organización actual- y la acomodación –o modificación de la or-
ganización actual en respuesta a las demandas del medio. De este modo, la mente [para re-
solver problemas] no simplemente absorbe datos, sino que, en su interacción con el medio,
busca información que le sirva para «construir» un sistema de orden que encuentre sentido
y, por tanto, fomente la interacción con el mundo. La información que en cada etapa [de su
vida -del ser humano-] se considera relevante viene regulada por estructuras mentales [,
métodos de organizar la información, denominadas estadios de desarrollo, distinguiéndose
cuatro fundamentales: el sensomotor, hasta los dos años de edad, en que el niño está limi-
tado al ejercicio de sus capacidades senso-motoras; el preoperatorio o prelógico, hasta los
siete años, que se caracteriza por la llegada del pensamiento o «representación interna de
actos externos»; las operaciones concretas, hasta los once años, en que son capaces de dis-
tanciarse de percepciones inmediatas y ponerlas en cuestión; las operaciones formales, de
los once años en adelante, que marcan la capacidad de razonar en términos de abstracciones
formales, de hacer «operaciones sobre operaciones»]”, en Id., Ibid., pp. 51-52.
160 Id., Ibid., p. 52.
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161 “Aunque centrado en el desarrollo intelectual, Piaget ha insistido en que la inteligencia opera
también en la esfera del afecto, el cual puede motivar las operaciones del conocimiento por
los intereses que se le suscitan en interacción con el medio, pero al que, a su vez, el conoci-
miento puede estructurar para interpretarse y experimentarse como sentimiento. Esa inter-
acción entre conocimiento y afecto ha sido puesta de relieve sobre todo en el área del juicio
moral o estructura cognitiva acerca de cómo debemos tratarnos a nosotros mismos y a los
demás”, en Id., Ibid.; Cf.: Jean Piaget, El criterio moral en el niño, Fontanella, Barcelona
1974.
162 “Para [Lawrence] Kohlberg, el ejercicio del juicio moral es un proceso cognitivo que nos per-
mite reflexionar sobre nuestros valores y ordenarlos en una jerarquía lógica. Las raíces de
los mismos se pueden encontrar en la capacidad de asunción de roles que se desarrolla gra-
dualmente desde los seis años, permitiéndonos sopesar las exigencias de los demás y las
propias”, en Gómez C., op. cit., p. 53.
163 Cf.: Id., Ibid.
164 Id., Ibid., p.55. Cf.: Anexo: “La Teoría de Lawrence Kohlberg”, en infra, pp. 289-293.
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narcisismo y que sería la fuente parental”, en Gómez C., op. cit., pp. 32.35-36; “En esta obra
[El yo y el ello de 1923], el superyó, heredero del complejo de Edipo [en el doble sentido de
proceder de él -con su «disolución»- y de reprimirlo: «Así como el padre, debes ser; así,
como el padre, no debes ser; hay algo que le está reservado»], proviene de las modificaciones
que el propio yo lleva a cabo en sí mismo por identificación con los primordiales objetos de
amor que son las figuras parentales (Id., Ibid., pp. 37.39); “Cuando el superyó ataca al yo
del que había nacido, el destino del yo ofrece «grandes analogías con el de los protozoos
que sucumben a los productos de descomposición creados por ellos mismos. La moral que
actúa en el superyó se nos muestra, en sentido económico, como uno de tales productos de
una descomposición»” (Id., Ibid., p. 40); “Pero, frente a lo que se suele pensar, el superyó
«es el fruto de la represión y del rechazo, no su causa. Para Freud, es el yo quien rechaza los
impulsos que lo inquietan», aunque dicho rechazo sea en sí mismo inconsciente, como la
propia instancia yoica en buena medida también lo es. Sólo sobre esta ley inconsciente es
sobre la que se levanta la conciencia moral, que por eso es su heredera y que, por supuesto,
está abierta a partir de ahí a una multiplicidad de influencias y elaboraciones [mentales ra-
cionales, tareas del yo, en modo alguno inmejorables o cerradas a nuevos sentidos” (Id.,
Ibid., pp. 47-49).
172 Históricamente, los seres humanos viven y han vivido siempre dentro de una determinada
sociedad, en sociedades «cerradas», con un código moral único, o en sociedades «abiertas»,
con varios códigos, encargados de dictar los criterios morales que permitirían discernir lo
bueno de lo que no lo es, y a los que deberían ajustar sus conductas. Y así, entre los criterios
de moralidad pueden, pues, señalarse los siguientes: Partiendo del mundo griego, un primer
criterio moral, es y ha sido el de la virtud, sobresaliendo como la más fundamental: la «gran-
deza de alma» y la «valentía», en la época más heroica; la capacidad de contemplación, la
«prudencia» y la armonía entre todas las tendencias de la personalidad, para Aristóteles y
su época; la orgullosa abnegación ascética, posteriormente, con el estoicismo; la fe, la espe-
ranza, la caridad y un ascetismo de extrañamiento del mundo, con el cristianismo; la labo-
riosidad y un nuevo ascetismo dentro del mundo, con la Reforma y sobre todo con el
calvinismo… Un segundo criterio, lo constituye el modo o estilo de vida, sobresaliendo: el
del hombre teorético y varón prudente, para Aristóteles; el santo, para el cristianismo; el
hidalgo y el caballero, el honnête homme y el gentleman, en diversos momentos de la época
moderna… Un tercer criterio, el de la denominada ley natural, de los escolásticos y los lla-
mados iusnaturalistas… Y otros tantos, puramente formales como: la llamada «Regla de
Oro» y su depuración en el Imperativo Categórico de Kant; el de la «autenticidad» exis-
tencialista; el del amor agravado por la subjetividad y el de la conciencia no formada; la so-
lución o decisión original creada por cada sujeto en cada situación de su vida, según la
llamada moral de la situación que rechaza todo principio y norma inmutables y universales.
Cf.: López Aranguren J.L., La ética y la tarea de la moralización, pp. 277-282.
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173 Por esta razón puede decirse que “la conciencia moral juzga, en el sentido de que aprueba o
desaprueba [censura] el acto realizado. Puede hacerlo en la forma de un juicio explícito o
en la forma del contentamiento moral o del remordimiento”, en Simon R., op. cit., p. 309.
174 Sin duda, “Con el remordimiento entramos en la zona de la moral, porque es el grito de
alarma del valor herido. Paul Janet lo define como «el dolor acerbo y, como indica la palabra,
la mordedura que tortura el corazón después de una acción culpable. Este sufrimiento puede
encontrarse, añade, incluso en aquellos que no sienten ningún pesar (en el sentido de arre-
pentimiento) de haber obrado mal y que lo harían otra vez»”, en Id., Ibid., pp. 16-17.
175 Id., Ibid., p. 309. Comentando un texto de Pablo de Tarso (Sagradas Escrituras, Carta a los
Romanos, Cap. 2, vs. 14-15) Juan Pablo II señala: “La conciencia es el único testigo [para el
ser humano de su fidelidad o infidelidad a la ley, o sea, de su esencial rectitud o maldad
moral]. Lo que sucede en la intimidad de la persona está oculto a la vista de los demás desde
fuera. La conciencia dirige su testimonio solamente hacia la persona misma. Y, a su vez,
sólo la persona conoce la propia respuesta a la voz de la conciencia”, en Juan Pablo II, Ve-
ritatis Splendor, Roma, 1993, n° 57.
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la acusación) y trataron a la herejía como crimen de lesa majestad. Los obispos y otros res-
ponsables estaban obligados a localizar («inquirir», «inquisición») a los herejes. Desde la
asamblea de Verona (1184: emperador Federico I y Lucio III), a la excomunión eclesiástica
seguía el destierro del imperio. El emperador Federico II implantó la muerte en la hoguera,
introducida con anterioridad en Aragón […] Mientras retrocedía la inquisición de herejes
en los siglos XIV-XV, crecía la todavía más terrible persecución de brujas, que era también
competencia de la Inquisición”, en Josef Lenzenweger [et al.], Historia de la Iglesia Cató-
lica, Herder, Barcelona 1989, p. 376.
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213 La independencia de Estados Unidos inauguró un nuevo orden político, de cuño liberal, ba-
sado no sólo en la redacción de una Constitución (1787), sino también en el reconocimiento
de que los ciudadanos tienen una serie de derechos que el poder político debía respetar.
Para lo cual “redactaron una Declaración de Derechos, en la que se establecían tres aspectos:
primero, que el poder reside en los ciudadanos, que eligen a sus gobernantes a través del
voto; segundo, la igualdad de todos los hombres, y tercero, las libertades para acceder a la
propiedad o para expresarse libremente”, en La Enciclopedia del Estudiante, Historia Uni-
versal, Tomo 2, Ed. Santillana, Buenos Aires 2006, p. 203; Así mismo, en Francia, la Asam-
blea Nacional, alzándose contra el Antiguo Régimen que mantenía un monarca absoluto y
una sociedad estamental, suprimió, el 4 de agosto de 1789, los derechos señoriales de los
nobles sobre los campesinos y la recaudación del diezmo para la Iglesia; aprobó, ese mismo
año, La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, y aprobó una nueva Cons-
titución, en 1791. Cf.: Id., Ibid., p. 205.
214 Fueron guillotinadas unas 50.000 personas en apenas dos años. “No hay más ciudadanos
en la república que los republicanos. Los realistas, los conspiradores, no son por ello más
que extranjeros, antes bien enemigos. La primera máxima de vuestra política tiene que ser
conducir al pueblo mediante la razón y a los enemigos del pueblo mediante el terror […] El
terror no es otra cosa que la justicia pronta, severa, inflexible; por tanto, es una emanación
de la virtud”, en Maximilien de Robespierre, Discurso a la Convención, 1794, en
http://es.answers.yahoo.com/question/index?qid=20081012042445AAROa1i.
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221 Cortina A., La Ética de la sociedad civil, p. 106. “Me refiero con esta tercera generación al
derecho que toda persona tiene de nacer y vivir en un medio ambiente sano, no contaminado
de polución y de ruido, como nos ocurre usualmente, y el derecho a nacer y vivir en una so-
ciedad en paz”, en Id., Ibid.
222 Id., Ibid.
223 Id., Ibid.
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En esta perspectiva,
224 Id., Ibid. En esta perspectiva es fácil comprender cómo el desarrollo generacional de los de-
rechos humanos no está ni puede aún estar concluido en aquellas tres generaciones, sino
que permanece todavía abierto a una mayor profundización de lo que entraña la dignidad
humana. Piénsese por ejemplo en los derechos humanos respecto al patrimonio lingüístico,
a los migrantes «sin papeles», a los avances del desarrollo tecno-científico, etc. Cf.: Victoria
Camps, “Evolución y características de los derechos humanos. Los fundamentos de los de-
rechos humanos desde la filosofía y el derecho”: en EDAI (1998) 18-20; J.A. Baigorri [et
al.], Los Derechos Humanos. Un proyecto inacabado, Ed. del Laberinto, Madrid 2001; Vidal
M., “Derechos Humanos”, en Id., 10 palabras clave en Moral del futuro, Verbo Divino, Na-
varra 2001, pp. 107-160.
225 Vidal M., Moral del Futuro, p. 141.
226 Id., Ibid., pp. 88.157.
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227 Fernando Savater, “¿Humanos o colectivos?”, en El País, 4-X-1998, en VIDAL, M., Moral
del Futuro, p. 157; Cf.: Cortina A., La Ética de la sociedad civil, Caps. 6-7. “A juicio de J.
Vidal-Beneyto, «los derechos humanos se nos presentan hoy como el único corpus que tiene
legitimidad bastante para presidir los procesos y prácticas propios de la vida en común de
los individuos y de los pueblos… Consagrados como universales y definitivos, los derechos
humanos han asumido la función de referente último, el horizonte sin más allá, inicio de
una nueva fase de la humanidad, cuyo término será el pleno ejercicio de esos derechos»
[Vidal-Beneyto, “Un mal paso”, en El País, 24-VII-1998]. Desde la perspectiva creyente, se
reconoce que la Declaración de 1948 «brotó como una ética secular para salvaguardar unos
imprescindibles valores humanos» [Comisión Episcopal de Pastoral Social (CEE), La de-
claración Universal de los Derechos Humanos, Comunicado con ocasión del 50 Aniversario
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, conmemorado por la LXX Asamblea
Plenaria del Episcopado (26-XI-1998), n° 1, en http://www.mercaba.org/DOCTRINA%20
SOCIAL/SPAIN/ comunicado_50aniversario_onu.pdf]; además, se afirma que, «responde
a un movimiento secular» y «tiene su consistencia ética» [Ibid., n° 17]. Mediante la acepta-
ción compartida de los derechos humanos, «creyentes y no creyentes podemos encontrarnos
en nuestra fe común de hombres» [Coste, R, “La foi chrétienne et la «Déclaration Univer-
selle des Droits de l’Hommes»”, en Nouvelle Revue Théologique 111 (1989) 726]”, en Vidal
M., Moral del Futuro, pp. 157-178. Respecto a éste último tópico, Cf.: Cortina A., La Ética
de la Sociedad Civil, Cap. 8; Vidal M., Ética civil y moral cristiana.
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228 Cf.: Departamento de Latín del I.E.S. Ategua, Castro del Río, Córdoba (España), “El Teatro
en Roma: Plauto, Terencio, Séneca”, en http://www.juntadeandalucia.es/averroes/iesate-
gua/latin/spip.php?article11.
229 S. Th. I-II q. 94 a.2: “Hoc est ergo primun praeceptum legis, quod bonum est faciendum et
prosequendum, et malum vitandum […] Et super hoc fundantur omnia alia praecepta legis
naturae, quae ratio practica naturaliter apprehendit esse bona humana […]; ut scilicet
omnia illa facienda vel vitanda pertineant ad praecepta legis naturae, quae ratio practica
naturaliter apprehendit esse bona humana”, en Simon R., op. cit., pp. 252-253.
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b) La segunda, más bien desde «la reflexión moral», tiene que ver
con el uso positivo del juicio de valor moral, viniendo a conver-
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Por esta razón, ¿qué pensar de una intención buena que realiza
un acto objetivamente malo, o de una intención mala que
adopta un acto objetivamente bueno? Como lo afirmó Santo
Tomás de Aquino (1225-1274): “no obstante no hay una acción
buena sin más si no concurren todas las bondades, pues cual-
quier defecto singular causa un mal; en cambio, el bien nace
de una causa íntegra…”247. Por tanto, y volviendo al ejemplo
de la reanudación de las pruebas atómicas en los atolones de
Mururoa y Fangataufa, no es moralmente correcto decidir ha-
cerlo «para poder garantizar la seguridad y la fiabilidad de la
arma atómica» apelando al bienestar de las presentes y futuras
generaciones del pueblo francés, porque una tal decisión sen-
246 Ya Tomás de Aquino lo señalaba con acierto: “Omnis actio, in quantum habet aliquid de
esse, in tantum habet de bonitate; in quantum vero deficit ei aliquid de plenitudine essendi
quae debetur actioni humanae, in tantum deficit a bonitate, et sic dicitur mala (I-II, 18,
1)”, en Simon R., o.c., p. 216.
247 Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean sus tres elementos: objeto bueno,
fin bueno y circunstancias buenas; para que el acto sea malo, basta que lo sea cualquiera de
sus elementos: “Non tamen est actio bona simpliciter, nisi omnes bonitates concurrant, quia
quilibet singularis defectus causat malum, bonum autem causatur ex integra causa, ut
Dionysius dicit, IV cap. de Div. Nom.”, en Santo Tomás de Aquino: S. Th., I-II, q. 18, a. 4,
ad. 3., en http://hjg.com.ar/sumat/.
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Primera, si
253 Cf.: Id., Ibid., pp. 94-95; Franz Boeckle, Hacia una conciencia cristiana: Conceptos básicos
de la moral, Verbo Divino, Navarra 1973, pp. 90-92.
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Segunda, si
una acción que tiene un doble efecto, uno bueno y otro malo, no
se debe omitir en cualquier circunstancia en atención al efecto
malo, ya que de otro modo la vida humana se haría insoporta-
ble […,] una tal acción se ha de calificar moralmente de acuerdo
a los principios del voluntario en causa […], por ejemplo, ope-
rar un cáncer de matriz a una mujer embarazada, a pesar de
peligro cierto de aborto. Esa acción (la operación) tiene un
doble efecto, a saber, el efecto curativo de la madre y la muerte
del hijo. Esa acción puede efectuarse con tal que al mismo
tiempo se cumplan las siguientes cuatro condiciones: a) La ac-
ción que se realiza no debe ser de suyo mala, sino que ha de ser
buena o indiferente (la operación es [curativa al remover la
matriz cancerosa]). b) El efecto bueno (la salvación de la
madre) no debe obtenerse por medio de efecto malo (la muerte
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256 Id., Ibid., p. 92. Diferente sería buscar la interrupción del embarazo como medio para con-
seguir un fin cualquiera como “cuidar la figura”, evitar el escándalo, no querer asumir unas
responsabilidades gravosas, evitar que nazca el niño con posibles defectos u otros, en cuyos
casos no se cumplirían las condiciones para proceder correctamente. Cf.: Javier Gafo, “El
aborto”, en op. cit.
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CAPÍTULO III
DIMENSIÓN SOCIAL Y GLOBAL DE LA ÉTICA
APLICADA AL MUNDO DE LAS PROFESIONES
257 Sigo literalmente con brevísimas modificaciones a Jaime Mora, “Análisis ético político del
concepto de democracia presente en la Constitución de la República del Ecuador 2008,
según el modelo de «democracia radical» elaborado por Adela Cortina”, Tesis de Maestría
en Gobernabilidad y Gerencia Política de la PUCE, Quito 2012, pp. 21-26; La Enciclopedia
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258 Post social que había surgido a raíz de la crisis del Estado de Bienestar Keynesiano, y se
había empezado a implementar en América Latina a partir del denominado “Consenso de
Washington”. Cf.: De la Torre P., Estado Post Social, material entregado en la Maestría de
Gobernabilidad y Gerencia Política de la PUCE, Quito 2009, p. 1; Id., Consenso de Was-
hington, material entregado en la Maestría de Gobernabilidad y Gerencia Política de la
PUCE, Quito 2009, p. 2-3.
259 Cf. Roberto Pizarro, Agenda económica propia, en http://www.nuso.org/upload/articu-
los/3288_1.pdf.
260 Eloisa Primavera, Gerencia Social y Epistemología: Reflexiones acerca de la construcción
de herramientas de intervención, documento entregado en el curso de Gerencia Social de
la Maestría de Gobernabilidad y Gerencia Política de la PUCE, Quito 2009, p. 1; Cf.: Hans-
Jürgen Burchardt, “Desigualdad y democracia”, Revista Nueva Sociedad, n° 215 (mayo-
junio, 2008) ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.
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desgaste del socialismo real que, al haber logrado una cierta con-
solidación en el marco de la planificación centralizada, fracasará,
sin embargo, a raíz de la caída del muro de Berlín en 1987, el des-
arrollo en modo alguno lineal sino cíclico de este sistema verifi-
cará una serie de etapas en las que las esferas sociales,
experimentando reformas estructurales, se ordenarán, empero,
subordinándose lo político-jurídico y lo cultural a lo económico,
para lograr un pretendido bienestar social. Así:
que pertenecen a los demás. Las ganancias de los capitalistas no son fruto de su aporte al
aumento en la producción, como argumenta el economista que visualiza el sistema econó-
mico como un juego de suma mayor que cero, sino que carecen de toda legitimidad, ya que
constituyen lisa y llanamente una forma de robo. Marx coincide con la percepción medieval
de que la opulencia encuentra necesariamente su origen en el despojo de los que tienen
menos”, en Ramos J., op. cit., p. 101; Cf. Camacho I., op. cit., pp.52-56.
268 Camacho I., op. cit., p. 40.
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269 Cf.: Bernard Gazier, La Crise de 1929, Que sais-je?, Presses Universitaires de France, París
1989; Sen A., Sobre ética y economía, Cap. 2; Camacho I., op. cit., pp. 118-119. Sobre el
papel profético de la Iglesia ante la sociedad moderna y el desarrollo de su doctrina social a
raíz de un estado de cosas, «la situación [miserable y calamitosa] de los obreros», que le ur-
girá a intervenir pastoralmente, con la Encíclica «Rerum Novarum» de León XIII (1789),
la primera de muchas otras en cuestiones sociales, cf.: Camacho I., op. cit., pp. 56ss.
270 Camacho I., op. cit., p. 116: “He ahí la contradicción del capitalismo liberal: que partiendo
de la libertad de todos condujo a una sociedad donde la libertad efectiva quedaba muy des-
igualmente distribuida. Porque los miembros más débiles del cuerpo social -en nuestro caso,
las clases obreras- se veían muchas veces obligados, por su difícil situación económica, a
aceptar condiciones inhumanas de trabajo”.
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281 “Los países del Este, por su parte, habían sufrido también los efectos de la crisis, pero desde
los condicionamientos que les imponía su propio sistema. Al menos convencionalmente ha-
bían logrado evitar los efectos más dramáticos de la recesión. Con todo, comenzaba a dar la
cara la situación cada vez más desastrosa de la Unión Soviética, que amenazaba con arrastrar
tras de sí a todos los pueblos de su entorno. La aceleración de la carrera armamentista, que
formó parte también de la política estadounidense, obligó a los soviéticos a embarcarse en
un proceso que les exigía emplear una cantidad de recursos económicos de los que ya no
podían disponer. Era un vivir por encima de sus posibilidades, que preanunciaba el cambio
de rumbo de la «perestroika» y el posterior derrumbamiento de todo el bloque”, en Camacho
I., op. cit., pp. 462-463.
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285 José María Mardones, Capitalismo y religión, la religión política neoconservadora; Id.,
Posmodernidad y Neoconservadurismo: Reflexiones sobre la fe y la cultura, Verbo Divino,
Navarra 1991, en http://www.scribd.com/doc/23251062/Mardones-Jose-Maria-Postmo-
dernidad-y-Neoconservadurismo.
286 Cf.: José Ma. Mardones, Capitalismo y religión, Sal Terrae, Santander 1991; Id., Postmo-
dernidad y cristianismo, Sal Terrae, Santander 1988; Robert Stewart, Las ideas que trans-
formaron el mundo, Círculo de Lectores S.A., Barcelona 1997, pp. 34-35.
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293 Jaime Mora, “Desigualdad y Democracia en América Latina: ¿Qué sucede en el Ecuador?”,
Boletín del Centro de Investigaciones Económicas de la UTE, n° 13 (enero 2010) 5; Cf.:
Hans-Jürgen Burchardt, “Desigualdad y democracia”, Nueva Sociedad, n° 215 (mayo-junio,
2008), ISSN: 0251-3552, www.nuso.org.
294 Natalia Sierra, ¿Hacia dónde va la historia de América Latina?, Reflexión entregada en la
Maestría de Gobernabilidad y Gerencia Política de la PUCE, Quito 2009, p. 3.
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295 Cf.: Francis Fukuyama, El Fin de la Historia y el último hombre, Planeta, Buenos Aires
1992; Mora J., “El país que queremos…”, p.100. “Luego de varios años de dictaduras mili-
tares, el paso a la democracia va a contar con una «teoría de la transición» que propondrá
como paradigma normativo y universal, en un Estado nacional de derecho, un régimen de-
mocrático liberal basado en la primacía de la libertad individual y la igualdad político-jurí-
dica de los ciudadanos, tal como se ha dado en los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Sin atender «a una realidad mucho más
compleja» se centra principalmente en los factores institucionales y otorga especial impor-
tancia a la celebración de elecciones, identificando a las elites, los gobiernos y los partidos
como los actores políticos relevantes. Esta teoría presupondrá, contrariando los hechos,
«que la democratización de los regímenes políticos conduciría a la prosperidad económica,
lo cual a su vez contribuiría a consolidar las instituciones democráticas» (Burchardt, H.,
art. cit., p. 79). En este sentido se creerá que «la celebración de elecciones libres y la exis-
tencia de una estructura institucional adecuada conducen en forma lineal a la democratiza-
ción política» (Id., p. 81), «la libertad de mercado [liberalización económica] promoverá
regímenes políticos democráticos [liberalización política] y que estos, a su vez, contribuirán
al bienestar económico» (Id., p. 87), de modo que «cuanto más democrático es un país, más
justo será, y cuanto más justo, más democrático» (Id., p. 84)”, en Mora J., “Desigualdad y
democracia en América Latina”, p. 5.
296 Mora J., “Desigualdad y democracia en América Latina”, p. 5.
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Por esta razón, desde finales del siglo XX e inicios del XXI, en res-
puesta al fracaso del modelo neoliberal, las democracias latinoa-
mericanas verificarían, al menos en el discurso político y en
ciertos cambios institucionales, un cambio o «giro a la izquierda»,
real o aparente, al reintroducir la cuestión social en el centro de
las agendas políticas, lo que habría contribuido, sin duda, de ma-
nera considerable a la revisión de la democracia representativa li-
beral, encontrando su primera expresión política en la victoria de
Hugo Chávez en Venezuela, en 1998, y Evo Morales en Bolivia, en
el 2005, ¿seguidos, acaso, por Rafael Correa en Ecuador y Daniel
Ortega en Nicaragua, en el 2007?298.
297 Mora J., “El país que queremos…”, p.100. “En este sentido «la democratización no se ha
traducido en participación social» (Burchardt, H., o.c., p. 80). Al no lograr reducir los niveles
críticos de pobreza y desigualdad social, que en muchos países han aumentado simultáne-
amente con aquella, la cuestión social no ha tenido una respuesta satisfactoria y la deuda
social sigue siendo considerable. La profundización de la economía de mercado, a través de
la implementación de políticas neoliberales de ajuste estructural, debilitó al Estado nacional
y generó un incremento drástico del desempleo y la pobreza, contribuyendo a la precariza-
ción de las relaciones de trabajo y acentuando la fragmentación social. Esto implicó, sin
duda, tanto una reducción de las oportunidades de importantes sectores de la población
para hacer valer sus derechos políticos y civiles, como la creciente influencia de actores e
instituciones internacionales poderosos que, atenuando el peso de los derechos locales de
participación política, han contribuido, en ambos caso, a debilitar la democracia en lugar
de fortalecerla”, en Mora J., “Desigualdad y democracia en América Latina”, p. 5.
298 Mora J., “Desigualdad y democracia en América Latina”, p. 5: “Si la falta de atención a la
dimensión social y económica de la democracia erosiona su legitimación, es necesario, por
lo tanto, repensar la relación entre democracia e igualdad social, entendida no tanto en el
sentido de creación e incremento de la igualdad de oportunidades individuales o democra-
tización en el acceso, sino como operaciones activas de inclusión, esto es mediante la pro-
moción económica y el empoderamiento de las comunidades más pobres y de los sectores
o grupos sociales subalternos. En el primer sentido sobresalen los intentos de Amartya Sen
(2003) y John Rawls (2002) que, al partir del principio del individuo que amplía su libertad
desarrollando sus talentos, capacidades y estilo de vida, e ignorar, a la vez, el fuerte condi-
cionamiento del contexto social, no logran producir, sin embargo, una mayor justicia social
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299 Viniendo al caso ecuatoriano, “ciertamente el Ecuador de hoy, sin ser ajeno del «giro» a la
izquierda que estarían dando las democracias emergentes de América Latina en su afán de
recuperar al Estado y atender la deuda social…, pretende, empero, al menos de iure desde
su ideario constitucional, fortalecer la presencia de un Estado nacional gestionando el des-
arrollo del país a través de la implementación de un Plan Nacional de Desarrollo en sintonía
con los Objetivos del Milenio de la ONU, e impulsar la integración bolivariana y latinoame-
ricana como alternativa multipolar en la búsqueda del bienestar social, cultural y ambiental
de su población [ Cf.: Constitución, 2008: “Preámbulo” y Arts. 279.416 n° 1.10.11; 423 n°
1.3.4.7]. En este sentido, el Ecuador, en tanto Estado constitucional de derechos y justicia,
social, democrático e intercultural, tiene entre sus deberes primordiales garantizar el goce
efectivo de los derechos ciudadanos [Id., Art. 3)] a través de la planificación del desarrollo
nacional [Id., Art. 275] y las garantías constitucionales normativas, jurisdiccionales y me-
diante políticas públicas, servicios públicos y participación ciudadana [(Id., Arts. 84-94].
Respecto a la planificación del Estado, ésta «propiciará la equidad social y territorial, pro-
moverá la concertación, y será participativa, desconcentrada y transparente» [Id., Art. 275,
párrafo 3]; respecto a la participación de la ciudadanía en todos los asuntos de interés pú-
blico, «es un derecho, que se ejercerá a través de los mecanismos de la democracia repre-
sentativa, directa y comunitaria» [Id., Art. 95]. El sistema económico, desde un régimen de
desarrollo que se propone alcanzar el buen vivir de la población, pretende ser «justo, de-
mocrático, productivo, solidario y sostenible basado en la distribución igualitaria de los be-
neficios del desarrollo, de los medios de producción y en la generación de trabajo digno y
estable» [Id., Art. 278 n°2)]; este sistema económico, así entendido, integra «formas de or-
ganización económica pública, privada, mixta, popular y solidaria», «es social y solidario»,
y «propende a una relación dinámica y equilibrada entre sociedad, Estado y mercado, en
armonía con la naturaleza» [(Id., Art. 283)]”, en Id., Ibid., pp. 6-7.
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1) Megatendencias
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301 Cf.: Francis Fukuyama, El Fin de la Historia y el último hombre; Id., La construcción del
Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI, Ediciones B., Barcelona 2004.
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302 Cf.: Jaime Mora, “Filosofía de la Historia y Educación Particular, Hoy”, Revista de la Pon-
tificia Universidad Católica del Ecuador (Quito), n°89 (octubre, 2009) 71-75.
303 Codina V., art. cit., p. 25.
304 Cf.: Mora, J., “El país que queremos”, pp. 99-100; Id., “Filosofía de la Historia”, p.70; La
Enciclopedia del Estudiante: Tomo 8, Geografía general, Santillana, Buenos Aires 2006,
pp. 202-205.208. Entre estos mega centros estarían: 1. EE.UU. y Canadá, respecto de los
cuales América Latina constituiría una especie de trastienda sobre la cual no estarían au-
sentes objetivos geopolíticos y, evidentemente, económicos (Doctrina de Monroe: «América
para los americanos», sentido de un ALCA y/o la celebración de sendos TLCs); 2. Unión
europea e Inglaterra, respecto a los cuales los países de Europa «oriental», de la Common-
wealth y África serían, igualmente, su trastienda; y 3. Japón y Sudeste asiático.
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2) Macro desigualdades
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rales que en modo alguno han sido y son ilimitados, resulta que
la actividad económica productiva y el desarrollo industrial y
tecnológico han causado, al menos, de facto una contaminación
no reparable que no ha dejado de incrementarse hipotecando
el futuro de la entera familia humana322. En este sentido, si en
1972 la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo
y el Medio Ambiente, celebrada en Estocolmo, significara “una
primera y general toma de conciencia de la clase política sobre
el grave problema medioambiental que afectaba a la tierra”,
desde entonces los principales síntomas de la crisis ecológica,
mejor conocidos, no han cesado en general de intensificarse:
Deforestación y desertización crecientes, pérdida de la biodi-
versidad, contaminación atmosférica y de las aguas, cambio cli-
mático y adelgazamiento de la capa de ozono inducidos por las
emisiones en aumento de gases tóxicos, especialmente el dió-
xido de carbono, y la utilización de clorofluocarbonos; deshielo
de los casquetes polares, lluvia ácida, desechos contaminantes
y radioactivos, destrucción de la fauna marina, entre otros
más323. En este contexto, si, por ejemplo, “desde 1751 [hasta el
2000] se han liberado en la atmósfera más de 265.000 millones
de toneladas de carbono”324, produciéndose la mitad de esas
emisiones desde mediados de los setenta, resulta que el Norte
global contamina en proporción cinco a uno respecto al Sur,
mucho más vulnerable que aquel, puesto que presenta una in-
dustrialización aún reciente y una legislación más permisiva,
aumentándose, sin embargo, el deterioro insostenible del
medio ambiente a nivel planetario y local.
322 Cf.: Cely G., “Ecología Humana nueva urdimbre para el discurso ético civil”, en Cely G. [et
al.], El Horizonte Bioético de las Ciencias, pp. 221-223.
323 Cf.: Javier Gafo, “Ecología”, en 10 palabras claves en Bioética, pp. 343-382.
324 Naciones Unidas, Población, medio ambiente y desarrollo. Informe conciso, p. 19.
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326 Id., Ibid.; Cf.: Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), Inmigrantes: ¿Invasores o ciudadanos?,
Cristianisme i Justicia, n° 152, Barcelona febrero 2008; Alfredo Marhuenda, ¡Coge la lupa!
El sur en los periódicos, Cristianisme i Justicia, n° 139, Barcelona marzo 2006; Joan Ca-
rrera, El mundo global. Ética global, Cristianisme i Justicia, n° 118, Barcelona marzo 2003;
Carrera J., Identidades para el siglo XXI, Cristianisme i Justicia, n° 147, Barcelona mayo
2007; Carrera J.-González J., Horizonte Kyoto. El problema ecológico, Cristianisme i Jus-
ticia, n° 133, Barcelona abril 2005.
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1) Desafíos éticos
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mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso
a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad
religiosa. Sin olvidar la contribución que cada Nación tiene el deber de dar para establecer
una verdadera cooperación internacional…”, en Pontificio Consejo Justicia y Paz, op. cit.,
p. 98.
331 Vidal M., Diccionario de ética teológica, p. 56. Relacionando los dos últimos aspectos con-
viene, pues, anotar que las exigencias de un desarrollo humano integral bien pueden veri-
ficarse en el ejercicio efectivo de los derechos humanos civiles, políticos, sociales,
económicos, culturales y colectivos de las personas; derechos, por cierto, que implican de-
beres y responsabilidades.
332 Cf.: Fagothey A., Ética, Cap. 22.
333 Id., Ibid.
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334 Cf.: José Ignacio González Faus, Nada con puntillas: Fraternidad en cueros. La lucha por
la justicia en una cultura nihilista, Cristianisme i Justicia, n° 166, Barcelona marzo 2010,
pp. 2-19.29-31. Si la muerte de Dios proclamada por F. Nietzsche (1844-1900) -«Somos los
asesinos de Dios. ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el
horizonte?... ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado?... ¿Hay todavía un arriba
y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento…? ¿Ten-
dremos que convertirnos en dioses o, al menos, parecer dignos de los dioses?» (en Friedrich
Nietzsche La gaya ciencia, n° 125, en http://www.scribd.com/doc/6783393/La-Gaya-
Ciencia-Friedrich-Nietzsche)- había significado para el joven Karl Marx (1818-1883), ya con
anticipación, una buena noticia que desembocaría en su doctrina de que «el hombre es el
ser supremo para el hombre y, por consiguiente, en el imperativo categórico de echar por
tierra todas las relaciones en que el hombre es un ser esclavizado»; o, con posteridad, para
Jean Paul Sartre (1905-1980), una mala noticia porque «el hombre», el único ser que pro-
yecta ser Dios, al ser éste una idea contradictoria, se descubre, entonces, ser «una pasión
inútil»; o, contemporáneamente, para Fiódor Dostoievsky (1821-1881), la posibilidad un
tanto fantasiosa de que los hombres «al quedar solos como deseaban (…) ¡cuánta prisa se
darían (…) en amar para apagar la tristeza de sus corazones»…, resulta que, pasando del
siglo XIX a la segunda mitad del siglo XX, teniéndose la certeza de que «lo finito es lo único
que existe» surge el ser agnóstico que, sin echar de menos a Dios, se instala plenamente en
la finitud creyendo aún en la «utopía del mundo» (Cf.: Enrique Tierno Galvan, ¿Qué es ser
agnóstico?, Tecnos, Madrid 1987) o, dada la alegre novedad de la muerte de Dios, apagadas
las grandes finalidades y sin que a nadie le importe un bledo, sustituyendo por el mundo
del consumo la pregunta por el sentido de la vida (Cf.: Gilles Lipovestsky, La era del vacío.
Ensayo sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona 2008), una vez que
las dos guerras mundiales, el «Holocausto» y los «Goulags» serían las señales de que a esa
finitud no solo “no hay dios que la arregle”, sino ningún hombre que lo haga habiendo lle-
gado la hora en la que ya «ni un mesías podrá salvarnos» (Cf.: Constantin Virgil Gheorghiu,
La hora veinticinco, Luis de Caralt, Barcelona 1959). En este sentido, propagándose, pues,
desde las sociedades occidentales una cómoda «cultura del olvido» (Johann Baptits Metz),
indolora e incapaz de hacerse cargo del «imperativo categórico de que [lo que Auschwitz
históricamente había significado] nunca más vuelva a repetirse» (T. Adorno), aparecería el
primado del ego, como lo único realmente existente, instalado en el imperio de lo efímero
-la moda- y crepúsculo del deber (Lipovestsky) accediendo, en la «sociedad del hipercon-
sumo» y «mercado del alma», a una felicidad paradójica inmediata y al alcance de la mano
(Gilles Lipovestsky, La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad del hiperconsumo,
Anagrama, Barcelona 2007) que capacitaría a los individuos a cargar con el dolor y la de-
cepción de la historia, sin tener que cargar con el mal, ahora, banalizado (Hannah Arendt,
Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona 2000;
Jonathan Littell, Les Bienveillantes, Gallimard, Paris, 2006).
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por el Producto Interno Bruto (PIB) y la distribución del ingreso per capita. Cf.: Corrales
M., op. cit., pp.40-46; Luis Augusto Panchi, Curso de Ética Pública, Notas del participante,
Maestría de Gobernabilidad y Gerencia Política-PUCE, Quito 2009, sesión 1, pp.1-10 hasta
1-14; Sacnicté Bonilla-Cinddy Sosa, “Calidad de vida”, en Evaluación de las prácticas de
crianza y su impacto en la calidad de vida infantil en una muestra de escuelas PEC y NO
PEC en el municipio de Puebla, Tesis de Licenciatura en Innovaciones Educativas de la Uni-
versidad de las Américas Puebla, Cap. VI., Puebla 2005, en http://catarina.udlap.mx/u_
dl_a/tales/documentos/lid/bonilla_h_s/capitulo6.pdf., pp. 203ss.
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1.- La vida.
2.- La libertad.
3.- La equidad.
4.- La solidaridad.
5.- La tolerancia activa.
339 Cf. Sergio Trujillo [et al.], “Formulación de un modelo teórico de calidad de vida desde la
psicología”, en Universitas psychologica (Bogotá), n° 001 (enero-junio, 2004) 89-98, en
http://redalyc.uaemex.mx/pdf/647/64730109.pdf.; Gómez Vela, María-Sabeh, Eliana N.,
Calidad de vida. Evolución del concepto y su influencia en la investigación y la práctica,
Instituto Universitario de Integración en la Comunidad, Facultad de Psicología de la Uni-
versidad de Salamanca, Salamanca 2000, en http://campus.usal.es/~inico/investigacion
/invesinico/calidad.htm; Rossella Palomba, Calidad de Vida: Conceptos y medidas, Insti-
tute of Population Research and Social Policies, Roma 2002, en http://www.eclac.org/ce-
lade/agenda/2/10592/envejecimientoRP1_ppt.pdf.
340 Cf.: Supra, Cap. II: 2.5.
341 Cf.: Gafo J., “Bioética: Historia y fundamentación”, en 10 palabras clave en Bioética, pp.
11-40.
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350 Cf.: Pontificio Consejo Justicia y Paz, op. cit.., pp. 109-114.
351 Cf.: Id., Ibid.
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357 Una tal democracia que toca la raíz, sería, a modo de tesis: “la que, respetando la diversidad
de facetas humanas y de esferas sociales, reconociera sus compromisos en el campo político
y se empeñara en cumplirlos, abandonando todo afán de colonizar otros ámbitos, porque
la solución al economicismo no es el politicismo ni viceversa; pero también la que afrontara
el reto de tomar en serio en la teoría y en la práctica que los hombres concretos, raíz y meta,
si no de todas las cosas, sí al menos de las que les afectan, son interlocutores válidos y, por
tanto, han de ser tenidos dialógicamente en cuenta”, en Cortina A., Ética aplicada y Demo-
cracia radical, p. 19.
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358 Cf.: Hans Küng, Proyecto de una Ética Mundial, Trotta, Madrid 1992; Id., Hacia una Ética
Mundial. Declaración del Parlamento de las Religiones del Mundo, Trotta, Madrid 1994;
Id., Una ética mundial para la economía y la política, Trotta, Madrid 1999; Xabier Etxe-
berría, Ética de la diferencia, Universidad de Deusto, Bilbao 1997.
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CAPÍTULO IV
PROFESIONALIDAD
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359 Cf.: Herbert Spencer., Origen de las profesiones, en Augusto Hortal, “Docencia”, en Cortina,
A. [et al.], 10 palabras clave en Ética de las profesiones, Verbo Divino, Navarra 2000, p.60.
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4.1. LA PROFESIONALIDAD
360 Cf.: Cortina A. [et al..], 10 palabras clave en Ética de las profesiones, en las que se aborda
el “Deporte”, “Docencia”, “Economía”, “Ingeniería”, “Investigación”, “Judicatura”, “Perio-
dismo”, “Medicina y enfermería”, “Sacerdocio” y “Trabajo social”; Guido Gatti, Ética de las
profesiones normativas: Ética profesional para el educador, el intelectual, el agente de
comunicación social, el psicólogo, el artista y el hombre de espectáculo, San Pablo, Santafé
de Bogotá 2001; León Roldós [et al..], Ética para todos. Construir una sociedad mejor desde
el ejercicio profesional, Ariel, Quito 2004, en la que se aborda la “Ética, comunicación y pe-
riodismo”, “Ética empresarial”, “Ética del Derecho”, “Ética de la salud y la Medicina”, “Ética
y ciencias de la vida”, “Ética en Psiquiatría y Psicología”, “Ética, patrimonio y turismo”,
“Ética y educación”; Cortina A., Construir confianza. Ética de la empresa en la sociedad
de la información y las comunicaciones, Trotta, Madrid 2003; Alberto Hernández [et al.],
Ética actual y profesional. Lecturas para la convivencia global en el siglo XXI, Thomson,
México 2006, en cuya tercera parte se aborda la “Ética interna en las organizaciones lucra-
tivas”, “La Ética en el derecho”, “Ética y Política”; Dalton Herrera, Ética y Derechos Huma-
nos, UTPL, Loja 1997, en cuyo capítulo IV se aborda “Ética y profesión jurídica”; Gélinier,
Octave, Ética de los Negocios, Limusa, México 1997; Garza R., Bioética, en cuya segunda
parte aborda una “Bioética especial” aplicada a la ética médica; José Luis Fernández, Ética
para empresarios y directivos, Esic, Madrid 1996; Ildefonso Camacho [et al.], Ética de la
empresa, Descleé de Brouwer, Bilbao 2002; J.C. Scannone-G. Remolina (compiladores),
Ética y Economía, Bonum, 1998; Marciano Vidal-Pedro R. Santidrián, Ética Personal, Pau-
linas/Verbo Divino, Madrid 1980; Id., Ética Comunitaria, Paulinas/Verbo Divino, Madrid
1980; Id., Ética Social y Política, Paulinas/Verbo Divino, Madrid 1981; Philippe Meirieu,
La opción de educar: ética y pedagogía, Ed. Octaedio, Barcelona 2001; José Luis Fernán-
dez-Augusto Hortal, Ética de las profesiones, UPCO, Madrid 1994.
361 «Deontología», del gr. δeον,´ -οντος, el deber ser, y –logía, razón.
362 Real Academia Española, “profesionalidad”, en Diccionario de la lengua española: en
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=profesión.
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367 A modo de ilustración, habiendo surgido las Universidades en el siglo XII, las primeras ac-
tividades que habrían sido consideradas profesiones tenían que ver, pasando previamente
por el estudio de las artes, con la enseñanza de la Teología, el cuidado médico del cuerpo y
la abogacía. Cf.: García Garrido J.L., “Universidad”, en Gran Enciclopedia Rialp, Tomo
XXIII, Rialp S.A., Madrid 1979, p. 104-109.
368 Cortina A., 10 palabras claves en Ética de las profesiones, p.14. Sin duda, atendiendo al
origen de las asociaciones profesionales, éste se halla en la antigua Roma, donde “quienes
se consideraban profesionistas o profesionales se agrupaban en los collegia y cada uno de
ellos estaba representado por una deidad. Posteriormente, en la época medieval, se forman
gremios, los cuales estaban bajo la encomienda de un patrón y cada gremio se regía por sus
propias normas internas. Un gremio, aparte de aglutinar a quienes ejercían un oficio, nor-
maba los deberes que debían cumplirse y señalaba los privilegios que la sociedad debía a
sus miembros”, Hernández, A. [et al.], op. cit., p. 308.
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374 Cf.: García Garrido J.L., “Universidad”, en op. cit., p. 104-109. “Aparte los diversos prece-
dentes de las Escuelas o Academias en la Antigüedad, como realidades de hecho existen
brotes de actividad propiamente universitaria en el último cuarto del s. XII. París [famosa
por su Facultad de Teología], Bolonia [famosa por su Facultad de Derecho], Montpellier
[famosa por su Facultad de Medicina], Oxford, Orleáns, Salamanca, Coimbra, etc., fueron
ya en los primeros decenios de ese siglo potentes focos de atracción cultural, en cuyo entorno
se agrupaban alumnos de diferente procedencia, edad y condición, si bien predominaban
entre ellos los clérigos […]. Como un rasgo común está el hecho de que todas ellas surgen
en el seno, o como prolongación natural, de las escuelas catedralicias y, en algunos casos,
de las escuelas monacales, a cuyo frente figuraba desde antiguo un funcionario del corres-
pondiente obispado, que, a partir del s. XVI, fue conocido con el nombre de cancillarius.
Por tanto, estaban destinadas en un principio a la formación de clérigos, aunque los deseos
manifestados en sectores laicales cada vez más amplios fueron haciendo de la primitiva es-
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cuela catedral un Studium Generale, un centro de estudios abierto también a los laicos […
] La universidad de París [Universitas magistrorum et scholarium Parisium commoran-
tium, reconocida oficialmente en 1229] tuvo organizadas, desde muy pronto, las cuatro gran-
des ramas de estudios que constituyeron durante mucho tiempo las cuatro Facultades
tradicionales: Artes, Teología, Derecho y Medicina. A ellas se uniría algo más tarde, como
derivación de la primera, la Facultad de Filosofía […] La constitución de la Univ. de Bolonia
tiene, como rasgo distintivo de especial interés, la peculiaridad de que su creación no vino
inicialmente posibilitada por una corporación de profesores, sino por una corporación de
alumnos […] Data del s. XIX […] la aparición de otros centros de enseñanza superior fuera
del ámbito universitario. Se trataba de escuelas que preparaban para el ejercicio de profe-
siones nuevas y necesarias para el desarrollo de los pueblos (Veterinaria, Ingeniería, etc.) y
que, como la universidad, exigían a sus alumnos una preparación previa de nivel secunda-
rio”, en Id. Ibid. Ciertamente desde entonces, la Universidad, se ha ido adaptando a las nue-
vas necesidades sociales propias de cada época manteniendo, al mismo tiempo, sus
características originales de ser un sistema de educación vinculado a la transmisión, en prin-
cipio crítica, del saber superior en función, sin duda, de constituir un modelo de sociedad y
de mundo que se proyecta construir. La democratización de los subsistemas sociales, como
exigencia de la modernidad, ha hecho que la Universidad, sin que per se sea una república
democrática, se plantee incorporar, sin embargo, demandas de participación por parte de
las agrupaciones de estudiantes y/o profesores, que históricamente la han conformado. Y
esto no solo para defender corporativamente un régimen de autonomía, más o menos limi-
tado, a favor de un interés común vinculado a la transmisión y poder autonómico del saber
universal, frente al poder eclesiástico, primero, y de los Estados modernos republicanos,
luego, que la controlarán convirtiéndola, ya desde el siglo XIX, en un organismo estatal,
sino, también, para definir los modelos de organización y gestión internas más participativas
que le permitan, poniendo bajo sospecha su estructura piramidal como efectivamente lo-
grara evidenciar la revuelta estudiantil de mayo de 1968, democratizar el saber y responder
a los requerimientos que los nuevos tiempos le plantean respecto a la formación profesional,
investigación, desarrollo industrial y tecnológico, y transformación social, en términos de
alcanzar una mayor igualdad de oportunidades, negada por un sistema social que refleja y
reproduce la Universidad. Cf.: Alma Mater Hispalense, De la “universitas” a la “universi-
dad”, en http://personal.us.es/alporu/historia/universitas_termino.htm. Cf.: Universidad
Complutense de Madrid, Origen y Desarrollo de las Universidades, Investigación realizada
durante el curso 2000-2001, en http://tuguiavirtual.iespana.es/historiauniversidad.htm.
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Sin duda, en la base de una tal consideración laten esas dos face-
tas, autorrealización individual y autonomía personal, propias
de la identidad de un tal sujeto moral-persona concreta, pluridi-
mensional y relacional, fin en sí mismo e interlocutor válido:
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Que, desde una ética civil y en modo alguno desde cualquier mo-
ralismo, se empeñe en la ardua tarea de educar sujetos morales
autónomos, capaces de hacerse cargo en la cotidianidad de su pra-
xis y de ajustar socialmente y dar vida a instituciones conformes
a la dignidad de las personas387.
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lores, “Ética mínima” y educación, El Buho, Santafé de Bogotá 1998; Joan Bestard, Diez
valores éticos, Edición para uso personal DPU-PUCE, Quito 2004.
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393 Cf.: “El marco de análisis ético del «Informe Belmont»” y los “Pasos de la metodología ética
(Diego Gracia modificado)”, en P.S. Lorda-I.M. Barrio, I.M., “Medicina y enfermería”, en
A. Cortina-J. Conill., 10 palabras clave en Ética de las Profesiones, pp. 249-250.
394 Cf.: Fernández J.L., op. cit., 211-212; Fagothey, A., op. cit., Cap. 30.
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395 Cf.: Fernández J.L., op. cit., 210-211; Fagothey, A., op. cit., Cap. 30. Con el fin de ganar cla-
ridad, el secreto profesional se refiere al uso de la información adquirida por el ejercicio de
la profesión; no se refiere a la experiencia obtenida y ganada por el profesional de la cual,
como algo propio, puede usarla siempre con discrecionalidad.
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396 “En ocasiones, sin embargo, la revelación de un secreto, tal como un secreto militar, podría
causar a la comunidad un daño tan grave, que podría guardarse inclusive al precio de la
propia vida”, en Fagothey A., op. cit., p. 220; Cf.: Id., Ibid., pp. 219-222; Bernhard Häring,
La Ley de Cristo II, Herder, Barcelona 1961, pp. 527ss. Entre el secreto profesional de las
más diversas profesiones, el sigilo sacramental del sacerdote católico que escucha una con-
fesión administrando el sacramento de la penitencia acusa cierta gravedad, puesto que: “El
sigilo sacramental es inviolable; por lo que está terminantemente prohibido al confesor des-
cubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo”, en Código
de Derecho Canónico, canon 983, párrafo 1; de tal modo que: “el confesor que viola direc-
tamente el sigilo sacramental, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede
Apostólica; quien lo viola indirectamente, ha de ser castigado en proporción a la gravedad
de la causa”, Id.: canon 1388, párrafo 1.
397 “Las formas de mantener un secreto son el silencio, la evasiva, el equívoco y la reserva men-
tal. Estos dos últimos requieren que exista algún indicio de lo que el que habla tiene en
mente, aunque el que escucha pueda acaso no captarlo”, en Fagothey A., op. cit., p. 222.
398 Cf.: Fernández J.L., op. cit., pp. 212-213.
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404 Flavio Josefo, historiador judío (37-110 d.C.), trasmite, en su obra Antigüedades Judías 18,
63, la siguiente noticia: “Por esta época vivió Jesús, hombre sabio, si es que debe llamársele
hombre, pues realizaba obras asombrosas y era maestro de hombres que aceptaban con
gusto la verdad, arrastrando tras de sí a muchos judíos, y también a mucha gente de estirpe
griega. Cuando, al ser denunciado por nuestros notables, Pilatos lo condenó a la cruz, los
que le habían dado su afecto al principio no dejaron de amarlo. Y hasta el día de hoy no ha
desaparecido la estirpe de los que por causa de él reciben el nombre de cristianos”. Cornelio
Tácito, historiador romano (61-117 d.C.), da testimonio, en su obra Anales 15,40, de lo si-
guiente: “Nerón señaló como culpables y castigó con la mayor crueldad a una clase de hom-
bres, aborrecidos por sus vicios, a los que la turba llamaba cristianos. Cristo, de quien tal
nombre trae su origen, había sufrido la pena de muerte durante el reinado de Tiberio, por
sentencia del procurador Poncio Pilatos. La excecrable superstición, momentáneamente re-
primida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la ciudad
[Roma]”. Suetonio (muerto hacia el 160) en su vita Claudii 25,4, refiere: “[Claudio] expulsa
de Roma a los judíos que se agitaban por instigación de khrestus [pronunciación romana
de Khristos=Cristo]” (Suetonio).
405 Cf.: Alegre X., Jesús, Judas, da Vinci...
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426 Mc 14, 36
427 Lc 6, 20-26
428 Mc 3, 31-35
429 Mc 5, 1-20; 7,24-30
430 Mc 7, 14-22
431 Mt 11, 12; Lc 16, 16
432 Mt 5, 3-12
433 Mc 1, 38
434 Mc 1, 17; 3, 13-19; 6, 7-13
435 Jn 14, 12
436 Mc 6, 34
437 Lc 6, 15-16
438 Lc 8, 1-3
439 Mc 8, 34-38
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440 Mc 2. 10-11
441 Mc 3, 7-10
442 Mc 3, 6
443 Mc 7, 1; Mt 16, 1-4
444 Mc 3, 22
445 Mc 8, 11-13
446 Mc 3, 1-6
447 Jn 5, 18; 7, 1.19.25; 11, 53
448 Mc 12, 28-37.
449 Mc 3, 21. 31; Cf.: 6,3
450 Jn 6, 60-61.66
451 Mc 8, 27-30
452 Mc 6, 30-44; Jn 6, 1-15.26
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saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las do-
minan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con
su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que
quiera ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que
quiera ser el primero será servidor de todos, que tampoco el
hijo del hombre ha venido a ser servido sino a servir y a dar su
vida como rescate de muchos456.
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para con él461; dice en voz alta a herodianos y fariseos: “lo del
César, devuélvanlo al Cesar, y lo de Dios, a Dios”462; a Saduceos:
“¿No están en un error precisamente por esto, por no entender
las escrituras ni el poder de Dios?,…, [Dios] no es Dios de muer-
tos sino de vivos”463; a los maestros de la ley, representantes de
las escuelas rabínicas de Jerusalén: “El primero [de todos los
mandamientos] es: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, es
el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu cora-
zón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuer-
zas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No
existe otro mandamiento mayor que estos”464; “¿Cómo dicen
los escribas que el Cristo es hijo de David [si el mismo le llama
Señor]?]”465; “Guárdense de los escribas, que gustan pasear con
amplio ropaje, ser saludados en los banquetes, ocupar los pri-
meros puestos,…, y que devoran la hacienda de las viudas so
capa de largas oraciones”466.
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479 Kyrios palabra griega que significa Señor, traduce el arameo Adonai, mi Señor, nombre
usado por los judíos para referirse a YHWH, el Dios de Israel. Cf.: Mt 1-2; Lc 1-2
480 Mt 1, 23
481 Jn 1, 14
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ANExO
Kohlberg extrajo las definiciones concretas de sus etapas del desarrollo moral de
la investigación que realizó con niños y adolescentes de los suburbios de Chicago,
a quienes presentó diez situaciones posibles en las que se daban problemas de
elección moral entre dos conductas. El análisis del contenido de las respuestas,
el uso de razonamientos y juicios, la referencia o no a principios, etc. -se analizaron
treinta factores diferentes en todos los sujetos- fue la fuente de la definición de
las etapas. Posteriormente, y para demostrar que estas etapas eran universales,
Kohlberg realizó una investigación semejante con niños de una aldea de Taiwan,
traduciendo sus dilemas morales al chino y adaptándolos un poco a la cultura
china.
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ACTIVIDAD 1:
¿A qué etapa del desarrollo moral según Kohlberg corresponden las siguientes
frases?: “Te doy para que me des”, “no quiero que me castiguen”, “tenemos que
casarnos, todo el mundo sabe que estamos juntos”, “es necesario mantener el
orden social”, “no debes defraudar a tus padres”, “no me conviene hablar toda-
vía”, “hice lo que debía”, “todos tenemos unos derechos”. Justifica tus respues-
tas”482.
482 Carlos Portillo Fernández, “La Teoría de Lawrence Kohlberg”, Última revisión: marzo de
2005, en http://ficus.pntic.mec.es/~cprf0002/nos_hace/desarrol3.html.
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