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Sin duda la paranoia conspirativa que afecta a algunos de los políticos actuales parece bastante
naïf, como de videojuego, y no soporta el más mínimo análisis histórico y político riguroso.
El problema del término “terrorismo internacional” tal y como lo usa George W. Bush, es que esa
supuesta dimensión internacional del hecho borra cualquier posible análisis de los hechos en su
especificidad, a favor de una generalidad de dudosa operatibilidad. Bush no ha entendido (o no
quiere entender) que no existe ya lo internacional porque no existen las naciones, sino lo global
como extensión de lo local. En un extremo de esa simplificación que tanto gusta a algunos
políticos, parece ser que ha asimilado global y globalización a internacional, en un intento de estar
a la moda sin por ello tener que cambiar de vestido ideológico.
Esa confusión entre internacional y globalización también afecta al arte. Bush hablaba de
“terrorismo internacional” y en arte la palabra internacional se aparecía por todas partes: “bienal
internacional”, “exposición internacional”, “comisario internacional”, “artista internacional” o,
incluso en el colmo de la pirueta, “artista joven internacional”… en fin “ARTE INTERNACIONAL”. Si
el “terrorismo internacional” es ese lugar utópico en el que se dan cita todos los males, el “arte
internacional” es también una especie de lugar utópico del arte, los artistas y sus delegaciones
nacionales. En efecto, no pocas veces se ha dicho, por ejemplo, que el arte español todavía no es
internacional, o que en España no hay artistas internacionales. Lo que presupone que, uno, existe
un arte español y artistas españoles y, dos, que existe un arte internacional.
Si hoy es difícil hablar de una capital del arte, es porque tenemos que hablar de muchas. Lo cual
no es tanto la negación de la existencia de la idea de capital artística, como su multiplicación. En
otras palabras, si hoy en día no podríamos hablar de Escuela de París o de Escuela de Nueva York
no es porque estemos obligados a nombrar una especie de flotante escuela internacional, sino
porque se han multiplicado. De tal manera, que lo que cobra sentido es la dimensión contextual
del trabajo en arte.
¿De qué estamos hablando sino al afirmar que el arte es una actividad intelectual y no una mera
expresión de subjetividad individual? En la afirmación de la importancia del contexto está implícita
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la consideración de las prácticas artísticas como una actividad discursiva.
Arthur Danto ha hablado de la Brillo Box de Andy Warhol como una pieza que delimita el contexto
del arte, en el que se le reconoce como un objeto de una cualidad diferente a todos los otros botes
de detergente. Este contexto no es necesariamente un museo o una galería, es el de un conjunto
abierto y fluctuante de personas que lo construyen cotidianamente a base de retos y desafíos:
“Ser un artista en el mundo del arte significa tomar posición en relación al pasado y a los
contemporáneos en los que la posición vis-à-vis con el pasado es distinta. La obra de todo artista
es consecuentemente una crítica tácita de lo que la precede y de lo que la sigue”1. Esta cualidad
discursiva está hecha de preguntas y respuestas, remite a la discusión, al acto de discutir. Porque:
¿De qué otra manera sino, es posible pensar? ¿Desde dónde se piensa sino es desde un juego de
contrarios, de respuestas? Ésta es una lógica que inunda el trabajo en arte (y casi la vida entera):
la conciencia de lo que se ha hecho y la necesidad de respuesta a los contemporáneos; una
conciencia diacrónica y sincrónica al mismo tiempo.
Justamente este principio discursivo, que califica a las prácticas artísticas, determina la
elaboración del criterio. Es uno de los puntos fundamentales del pensamiento en arte, no sólo
porque genera discusión, también evita caer en una nadería igualitaria y afirma el valor.
Pero, ese es caldo de cultivo del arte, es así como se configuran escenarios intensos: a veces
extremadamente locales, ocasionales y puntuales, en una exposición determinada, por ejemplo;
otros más coyunturales, el caso de Berlín propiciado, además del atractivo de la propia ciudad y su
situación limítrofe geográfica e históricamente, por los buenos precios que la han convertido en
ciudad de acogida; o más limitados y pequeños, como pueden ser los generados en un lugar
concreto por una escuela de arte, una galería o un espacio que provoca encuentros; y otros más
extensos y hechos de múltiples deudas, referencias, conflictos y relaciones. Barcelona es uno de
esos contextos, un escenario, más o menos intenso en ocasiones, y más o menos precario, pero
en el que es posible recoger y trazar distintos recorridos que desde los artistas conceptuales del
“grup de treball” llegarían hasta la reflexión sobre la imagen en la sociedad contemporánea de
Mabel Palacín. Un contexto que es posible expandir sincrónicamente, hacia Pep Agut, Ignasi Aballí,
etc.; y diacrónicamente alcanzando por un lado a la generación de Tere Recarens y por otro a la
de Dau al Set.
Y es ahí donde aparecen los referentes, de artistas, exposiciones, publicaciones, etc. desde donde
discutir.
Sin embargo, el contexto no tiene que ver con una defensa localista del trabajo en arte.
De alguna manera en una lista de deudas y referentes que configuran un contexto de trabajo
como el que se ha dado en Barcelona pueden aparecer nombres y exposiciones significativas que
para nada tienen que ver con Barcelona. Sería tanto como admitir que en cierta manera Jeff Koons
o Rirkrit Tiravanija son artistas significativos en el panorama barcelonés.
Desde el principio he mostrado la idea de lo “internacional” como un mal vestido ideológico del
fenómeno de la “globalización”. En un mundo bajo el efecto de la globalización, en arte ha
desaparecido la idea de una capital única por una multiplicidad de lugares y momentos de
intensidad. Al mismo tiempo, una de las características de la globalización es la interconexión. El
modelo piramidal del mundo se sustituye paulatinamente por un modelo de red (y no por ello
igualitario, sino lleno de fallas, vacíos y puntas). Así que básicamente los contextos se configuran
en relación. Y las prácticas artísticas no sólo surgen de contextos intensos sino también del
ligamen y el flujo de información ampliado y global en el que vivimos.
Esa especie de idea vaga del “arte internacional” es próxima a la de “terrorismo internacional” de
George W. Bush. Básicamente por su carácter naïf, porque rechaza una explicación más compleja
de los hechos y, como aquél, bajo un vestido conservador se arroga una falsa modernidad que
vacía de compromiso al arte. Un sobrevuelo de esas características sólo se puede hacer obviando
las implicaciones profundas, artísticas, culturales, sociales y políticas del arte y quedándose en una
superficie formal.
Bush no ha querido admitir que no existe lo internacional porque no existen las naciones y
viceversa, sino lo global como una extensión de lo local. En arte tenemos una responsabilidad
frente a ello. Y tengo la sospecha de que la comparación con Bush puede ir aún más lejos, sobre
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todo si pensamos que en realidad el único “terrorismo internacional” que existe es aquel que
afecta a EEUU (y a sus intereses).
De todas formas ante cualquier duda sobre el concepto de internacionalidad siempre podemos
recurrir a la economía para aproximarnos a alguna conclusión. Ya que parece que la economía se
ha convertido en un factor explicativo de casi todo. Y probablemente será ella la que nos dé una
clave sobre la internacionalidad del arte. A lo mejor, sino un arte internacional, tal vez sí que será
posible hablar de un mercado del arte internacional.
De todo el pastel del mercado del arte, el arte moderno y contemporáneo sólo representa el 4,4%.
Y por países: España acapara el 0,7% del mercado mundial de arte; a Holanda, Australia, Suiza y
Hong Kong les corresponde un 1% a cada uno; Italia consigue el 3,7%; Alemania un escueto
4,3% frente al 9,3% francés y Gran Bretaña mueve un 28% de las ventas de arte. Frente a estas
cantidades Estados Unidos consigue el 41,6% de cuota de mercado en arte, cerca de la mitad. Las
cifras de Estados Unidos y Gran Bretaña suman el 69,6%2.
Si lo que se llama vagamente “arte internacional” es en realidad el mercado del arte mundial, y
dado que ese mercado está dominado por Estados Unidos y, por extensión, el mundo anglosajón,
no habría que hablar más de arte internacional, sino simple y llanamente de mercado artístico
americano o anglosajón.
No deja de ser curioso que se redibuje el escenario de la política mundial, en el que Estados
Unidos en colaboración con Gran Bretaña y algún otro invitado (que intenta arañar como sea un
trozo del pastel económico o, como en el caso de Aznar, ideológico) invaden un país
autoproclamándose fuerza de paz internacional, claro.
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